PINO PELLEGRINO OCTUBRE 2015 - EDUCAR

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Educar es escuchar
Desde hace meses estamos proponiendo las principales estrategias del arte de educar. Partimos del
“sembrar”, pasando luego al “esperar”, al “hablar”, al “brillar”... y hemos llegado al “escuchar”.
Sí, escuchar a los hijos, porque la escucha es uno de los rasgos más hermosos del amor. Porque quizás
no exista un camino mejor para aprender a ser padres que "sentir" lo que dicen los hijos.
Escuchando a los hijos, uno jamás se equivoca.
Escuchar a los hijos es siempre una ganancia.
Los hijos, especialmente si aún son niños, nos dicen en seguida lo que están pensando. Lo dicen
claramente y sin adornos.
Por eso, un juicio que ellos emiten, una opinión que expresan, puede valer más que diez años de
investigaciones.
Por cierto que estamos hablando de “niños”, no de “adolescentes”. Porque las palabras de los
adolescentes a menudo están filtradas por su punto de vista, que a veces puede ser interesado.
En cambio, las palabras de los niños no tienen filtros. Detrás de ellas, estamos nosotros, en directo, es
decir: nuestra forma de comportarnos, nuestro modo de educar.
Aquí van algunos ejemplos, para probar que no estamos imaginando cosas.
Walter (nueve años) fotografía a su papá: "Si me río cuando papá está mirando el partido, ¡él
explota!".
Mónica (ocho años) dice a su padre: "Papá, ¡sería mejor que, cuando comes, no desparrames comida
fuera del plato!".
Con apenas siete años, Fernanda comenta con agudeza sorprendente: "La cosa más horrible del mundo
para mamá es encerar el hall de entrada. Para papá, perder sus pastillas".
¿Qué más necesitamos para convencernos de que los niños no son tontos, no son monitos? ¡Pequeños,
sí, pero no disminuidos!
Los pequeños tienen sus opiniones, sus juicios sinceros, serios y verdaderos. ¿Por qué no escucharlos,
entonces?
La pedagoga Patricia Holland tiene toda la razón, cuando nos recuerda que "estaría bien que los niños
fuesen “escuchados” tanto como son “observados”.
¡Estoy 100% de acuerdo! Observamos demasiado a los niños (¡a veces ni los dejamos respirar!) y los
‘escuchamos’ poco.
¡Lean lo que sigue! Solo un consejo: no traguen, sino saboreen mensaje tras mensaje, para ‘rumiarlos’
después.
"A ti, mamá, solo tengo una cosa para decirte: ¡gritas demasiado!” (Marcos, seis años).
"Cuando mi papá vuelve a casa en la tarde, me parece que estoy de vacaciones" (María, siete años).
"Mi abuela es como una aspiradora: ¡todo lo que se apoya por dos minutos sobre la mesa,
desaparece!" (Daniela, ocho años).
"Apenas comienza el informativo de la TV, papá se pone a gritar: '¡ladrones!', ‘¡cobardes!', '¡bandidos!'"
(Nicolás, ocho años).
"Cuando te recito la lección, mamá, tus ojos brillan y se ven tus dientes blancos". (Lorenzo, ocho años)
"Mamá, tu siempre me dices mentiras. Por ejemplo: cuando en la noche me voy a la cama, dices: ‘Me
lavo los dientes y vengo a acompañarte’. ¡Y después no vienes! Sé que estás cansada, ¡pero yo
preferiría que me dijeses que no tienes ganas!" (Laura, diez años).
"Mamá, ¡tú sí que fuiste valiente al casarte con papá!" (Walter, ocho años).
"Mi mamá es ama de casa, y así mantiene también a mi papá, que solo trabaja". (Margarita, siete
años).
"En el almuerzo, papá siempre le grita a mamá porque el bife quedó muy duro. Y yo me quedo mal,
porque los gritos de mi papá me arruinan la digestión" (Alejandro, nueve años)
EN CONCRETO
No digamos a nuestro hijo: "Déjame tranquilo. Estoy muy ocupado ahora. ¿Qué más quieres?".
Sentémonos junto a él. Concentremos sobre él nuestra atención tranquila, sin mirar continuamente el
reloj.
Mirémoslo a la cara. No se escucha solo con las orejas, sino con toda la persona. Se escucha con la
mirada, con los ojos atentos, que permiten comprender que él, nuestro hijo, es todo nuestro mundo.
Escuchémoslo con el corazón. Dicen que el amor es ciego. ¡Nada más falso! Algunas noticias las da solo
el corazón, no la mente.
Escuchémoslo con simpatía, aunque no estemos de acuerdo con su hobby, o con algunas cosas suyas
que nos puedan parecer extrañas.
No lo interrumpamos a cada momento: dejemos que se desahogue, que se suelte.
Respondamos con seriedad a sus preguntas.
Con este modo de escuchar, no solo regalaremos a nuestro hijo una óptima medicina psíquica (la
escucha es siempre terapéutica), sino también una extraordinaria experiencia de encuentro
humanizante, es decir, educativo: encuentro inolvidable y más eficaz que mil palabras.
¡Las palabras podrán olvidarse; los abrazos, no!
¡Escuchar es abrazar!
LOS DOS AMIGOS
Hace muchos años, vivían en China dos amigos. Uno era excelente para tocar el arpa; y el otro era
excelente en escucharlo.
Cuando el primero tocaba o cantaba una canción que hablaba de montañas, el segundo decía: “Veo la
montaña, como si estuviera delante mío". Cuando el primero tocaba una canción referida a un arroyo,
el que escuchaba comentaba, extasiado: “¡Siento correr el agua entre las piedras!”.
Pero un triste día, el amigo que escuchaba se enfermó y murió.
El primer amigo cortó las cuerdas de su arpa ¡y ya nunca más quiso tocarla!
Existimos, verdaderamente, solo si alguien nos escucha.
Pino Pellegrino
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