Enrique Fuentes Quintana Lecciones de economía española El prólogo escrito por José Barea, presidente de honor de AECA, destaca esta circunstancia y recomienda leer el artículo que el profesor Fuentes Quintana escribió para la revista de AECA con ocasión de su participación en el VI Encuentro AECA, en el que impartió la conferencia inaugural sobre la recuperación económica española a través de la Contabilidad Nacional: “en él nos podemos dar cuenta de las similitudes de la situación económica española en 1993-1994 y la que actualmente tenemos (2008-2009), aunque esta última con una recesión de mayor profundidad: el ciclo se repite”. La estrecha relación de Enrique Fuentes Quintana con la Asociación Española de Contabilidad y Administración de Empresas durante muchos años se manifiesta especialmente en la participación en los Congresos y Encuentros anuales, según se recoge en las páginas centrales del libro. De forma certera y enérgica, el Profesor compartía con todos los miembros de la Asociación su conocimiento y experiencia sobre la situación económica española de cada momento. Fuentes Quintana Volver a leer sus trabajos y escuchar sus discursos permite encontrarse con una fuente de inspiración cargada de argumentos e ideas para afrontar problemas actuales y prevenir otros futuros. Sus discursos sobre ‘La situación de la economía española en la hora de las autonomías’, ‘Los peligros entre la divergencia entre el mundo real y el mundo financiero’ o ‘La recuperación económica española’, reproducidos en este libro, son piezas fundamentales de la mayor utilidad para comprender la crítica situación económica actual. Enrique Fuentes Quintana Lecciones de economía española Enrique El profundo conocimiento de la realidad española adquirido a lo largo de una dilatada trayectoria profesional dedicada al servicio público, en la que desempeñó altos cargos de responsabilidad política, económica y social, le permitió realizar certeros diagnósticos de los problemas por los que la economía y sociedad españolas atravesaban en cada momento. Lecciones de economía española En esta obra se recogen algunas lecciones magistrales sobre Economía Española dictadas por Enrique Fuentes Quintana en sus discursos de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Una vez más, la colaboración entre la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y AECA ha hecho posible que una obra de gran valor vea la luz. EDITA: Asociación Española de Contabilidad y Administración de Empresas COLABORAN: Colegio de Cantabria Colegio de Titulados Mercantiles y Empresariales de Vigo Colegio de Valladolid Asociación Española de Contabilidad y Administración de Empresas Enrique Fuentes Quintana Lecciones de economía española «El proyecto editorial que ha dado lugar a la presente obra ha contado con los siguientes patrocinios institucionales: — Colegio de Economistas de Cantabria. — Colegio de Economistas de Valladolid. — Colegio de Titulados Mercantiles y Empresariales de Vigo. AECA desea expresar su reconocimiento a los anteriores Colegios profesionales por la colaboración recibida». Asociación Española de Contabilidad y Administración de Empresas Reservados todos los derechos. No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright. © Asociación Española de Contabilidad y Administración de Empresas Rafael Bergamín, 16-B • 28043 Madrid www.aeca.es info@aeca.es Tels.: 91 547 44 65 - 91 547 37 56 Fax: 91 541 34 84 ISBN: 978-84-96648-29-6 Depósito Legal: M. 32193-2009 Imprime: Gráficas ORMAG Avda. de la Industria, 8. 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La economía ……………………………………… 217 La peseta y la Real Academia de Ciencias Morales y políticas 245 ………… 5 6 PRÓLOGO La Junta Directiva de la Asociación Española de Contabilidad y Administración de Empresas (AECA) tomó en su reunión del 16 de marzo de 2009 el acuerdo de editar un libro en memoria del Profesor Fuentes Quintana. La razón de esta iniciativa se encuentra en la permanente vinculación que el Profesor Fuentes Quintana tuvo con AECA. En 1990, en el IV Encuentro AECA en Canarias, celebrado en la Isla de La Palma del 9 al 11 de octubre, pronunció el Profesor Fuentes Quintana el Discurso de Clausura, en cuyo acto le hice entrega, como Presidente de AECA, de la Medalla Conmemorativa del X Aniversario de AECA. En 1992, en el V Encuentro en Canarias, celebrado en Fuerteventura del 8 al 14 de octubre, pronunció la Conferencia Inaugural sobre La coyuntura económica española. En el VI Encuentro AECA en Canarias, celebrado en el Sur de Tenerife del 8 al 11 de octubre de 1994, pronunció la Conferencia Inaugural sobre La Recuperación económica española a través de la Contabilidad Nacional, que fue publicada en la Revista Especial VI Encuentro AECA en Canarias, y que ha sido reproducida en este libro. Yo les aconsejaría que la leyeran para darse cuenta de las similitudes de la situación económica española en 1993-94 y la que actualmente tenemos (2008-2009) aunque esta última con una recesión de mayor profundidad: el ciclo se repite. En dicha Conferencia dijo el Profesor Fuentes Quintana: «Toda recuperación económica tiene un antecedente obligado: la recesión que la precede. Sólo sabiendo de dónde partimos podemos valorar las dificultades de lograr la recuperación y los caminos por los que ésta puede llegar en nuestra economía»… «Este objetivo (el de recuperación) no será alcanzado pasivamente. Esperar la llegada de una mayor recuperación equivale a esperar a Godot, ese personaje de la obra de Ionesco que no comparece a lo largo de la comedia. Una recuperación duradera reclama la aplicación de una política económica con un doble componente: las medi- 7 das que aseguren la estabilidad de la economía, reduciendo la inflación y la realización de reformas estructurales que permitan una mejor administración de los recursos disponibles. No tendremos la estabilidad precisa sin una reforma de la política presupuestaria que consolide el gasto público y reduzca el déficit. No tendremos estabilidad y desarrollo si no logramos administrar mejor los programas de gasto público y si no liberalizamos e introducimos competencia en los mercados de factores productivos (trabajo y mercados financieros) y en los mercados de servicios (dominados por intervenciones y regulaciones públicas que los alejan de la competencia, como han demostrado los valientes informes del Tribunal de Defensa de la Competencia)». Aunque el texto anterior fue escrito hace quince años, parece como si estuviera recomendando al actual Gobierno lo que tiene que hacer para salir de la recesión. Muchos discípulos del maestro hemos publicado artículos dando opiniones sobre las medidas que deberían adoptarse para superar la recesión en que la economía española se encuentra hundida. Todos, prácticamente, hemos coincidido con el maestro. En 1997, en el IX Congreso AECA, con el lema «La Unión Europea, un reto para las empresas», celebrado en Salamanca del 25 al 27 de septiembre, el Profesor Fuentes Quintana impartió la Conferencia de Clausura España ante la Unión Europea y presidió el Simposio II El Euro, una zona de estabilidad. En 2001 se celebró en Madrid del 26 al 28 de septiembre, el XI Congreso AECA bajo el lema Empresa, Euro y Nueva Economía y presidió el Simposio II Contabilidad Nacional y Sector Público. En 2002 AECA nombró al Profesor Fuentes Quintana Socio de Honor de dicha Asociación. Por lo que llevo expuesto, pueden deducir que desde el primer momento se estableció en AECA una corriente de admiración, respeto y simpatía por el Profesor Fuentes Quintana. En mis conversaciones con el Profesor me decía que no concebía que estudiantes de economía fueran incapaces de interpretar un balance, que en definitiva recoge la actividad económica del agente al que se refiere. Estábamos de acuerdo que el circuito económico de la empresa puede representarse esquemáticamente por los siguientes procesos: a) la producción de bienes y servicios y la venta de los mismos; b) la distribución del valor añadido originado en el proceso productivo; c) la acumulación, es decir, las inversiones en activos reales que permitan a la empresa reponer o ampliar su capacidad productiva, y d) la financiación, que recogerá las operaciones financieras que, en definitiva, modifican los créditos o débitos de la empresa; este circuito económico ha sido integrado en los sistemas de contabilidad nacional de Naciones Unidas y de la Unión Europea. 8 La concepción de la contabilidad de empresas como instrumento de análisis económico que tenía el Profesor Fuentes Quintana dio lugar a su vinculación permanente con AECA, por la labor que ésta venía realizando a través de la emisión de sus Documentos referentes a los principios contables, gestión eficiente de las empresas, transparencia en la información, etc., etc. En la Conferencia que pronunció con motivo de su nombramiento como Miembro de Honor del Instituto de Censores Jurados de Cuentas puso de manifiesto la importancia de mejorar la información económica de las empresas como premisa indispensable para articular una política de información económica basada en la verificación contable. En el Encuentro celebrado en octubre de 1990 en la Isla de La Palma, fuimos invitados a visitar la Caldera de Taburiente y pernoctamos en una pequeña casita situada en el fondo de la Caldera. Por la noche gozamos de un espectáculo impresionante: un cielo intensamente azul, cuajado de estrellas. Por algo en la cumbre del monte de la Caldera se encuentra el Observatorio Astronómico de Canarias, uno de los más importantes del mundo. La bajada a la Caldera de Taburiente la hicimos andando, y eso le dio al profesor Fuentes Quintana la ocasión de ir hablando con los miembros de la Junta de AECA. Días después me comentó que le había encantado la Caldera y que había quedado impresionado de la ilusión que todos los miembros de AECA pusieron en contarle las actividades de la Asociación y los proyectos de futuro. Me comentó que había sabido rodearme de personas muy competentes. La personalidad del Profesor Fuentes era desbordante, siendo un ganador en todas las tareas que desempeñó. Como profesor universitario, los alumnos elogiaban los esquemas que exponía relacionando todas las variables que afectaban a los temas analizados; como Director de los Servicios del Ministerio de Comercio y del Instituto de Estudios Fiscales, elevó a cotas desconocidas con anterioridad el nivel científico de las Revistas que editaban, la mayor parte de ellas creadas por el Profesor Fuentes; como Presidente de la Fundación de las Cajas de Ahorros creó un verdadero Centro de Investigación que rápidamente adquirió renombre internacional, siendo Papeles de Economía una de las pocas revistas españolas incluida en el ranking de evaluación de los trabajos que publica; y como Presidente del Real Academia de Ciencias Morales y Políticas se ha dicho que hay un antes y un después de Fuentes, convirtiendo la Academia en un foro de discusión de los temas más actuales. Ha sido para mí un alto honor prologar este libro que recoge intervenciones del Profesor fuentes Quintana en la Real Academia de Cien9 cias Morales y Políticas. Muchas gracias querido Enrique por tu amistad y por haberme guiado hacia la docencia y la investigación. Hacer yo este Prólogo se debe a la generosidad del actual Presidente de AECA, Leandro Cañibano, a quien le hubiera correspondido realizarlo. Gracias Leandro. JOSÉ BAREA De la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas Presidente de Honor de AECA 10 LA ECONOMÍA DEL ESTADO EN LA «RIQUEZA DE LAS NACIONES» Y EN LAS NACIONES DE NUESTRO TIEMPO * por el Académico de número Excmo. Sr. D. Enrique Fuentes Quintana ** UNA OBRA DE ÉXITO INMEDIATO El día 9 de marzo de 1776 se publicaba en Londres, editada por Straham y Cadell, una obra con largo título: Una investigación sobre la naturaleza y causas de La Riqueza de las Naciones. Su autor, según constaba en la portada de los dos volúmenes en cuarto, que contenían 1.097 páginas de apretado texto, era Adam Smith, antiguo profesor de Filosofía Moral de la Universidad de Glasgow. La fecha, la obra y el autor se convertirían —a partir de entonces— en términos de referencia obligados: • • Para datar el nacimiento de una Ciencia: la Economía Política; para señalar el libro de Economía de más éxito de cuantos se han publicado hasta hoy, y * La Academia, a propuesta del numerario Sr. Fuentes Quintana, cuya contribución se inserta en este número de ANALES, quiso conmemorar el centenario de la publicación de La Riqueza de las Naciones, como homenaje al autor de esta obra, Adam Smith. Además de la disertación de referencia, intervinieron en sendas sesiones de trabajo corporativo los Académicos Sres. D. Valentín Andrés Álvarez y D. Juan Sardá Dexeus. Así se completó el ciclo del justo homenaje a una gran figura. ** Se recoge a continuación mi intervención en la Junta ordinaria de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas celebrada el día 27 de abril de 1976. Se ha conservado la forma oral en la que se pronunció, sin introducir más modificaciones que los subrayados del texto, que testimonian el énfasis puesto en los puntos considerados como fundamentales dentro de la exposición del tema. Tampoco se han añadido notas ni referencias bibliográficas, que se tratarán de ofrecer con todo detalle en un trabajo más extenso que desarrollará esta intervención oral y que se publicará próximamente. 11 • para individualizar a la figura más famosa entre los economistas de todos los tiempos. La obra que señalaba estos acontecimientos pudo ser adquirida por los londinenses de aquel tiempo al precio de 1 £ y 16 sh. Un precio barato para comprar tanta historia. El mercado de La Riqueza de las Naciones pareció responder, como un sensible mercado de futuros, anticipando la importancia del producto que se le ofrecía. Y en seis meses se agotó la primera edición. Este acontecimiento sorprendió a la propia empresa. El gran biógrafo de Smith, John Rae, cuenta los pormenores que rodearon a la publicación de La Riqueza de las Naciones. Smith había enviado una copia a su amigo David Hume. La carta jubilosa de Hume, tras la lectura de la obra de Smith, contenía, sin embargo, la siguiente afirmación que preocupó profundamente a sus editores: «Su lectura reclama mucha atención y el público de hoy está dispuesto a conceder muy poco tiempo a este quehacer. Esta circunstancia me siembra la duda de si su obra será popular». El alivio de Straham y Cadell —los editores— llegaría con los aires favorables de la demanda que agitaba la satisfacción con la que Straham se dirigía a Hume: «La venta ha sido más rápida de lo que yo esperaba de una obra que requiere pensamiento y reflexión, cualidades que, como usted dice, no abundan en los lectores actuales». Esos lectores pidieron, incluso, más ejemplares de los que constituían la primera edición, obligando a realizar una segunda en 1778, una tercera edición, con importantes modificaciones, en 1784; una cuarta, en 1786, y una quinta, en 1790. Cinco ediciones en vida de Smith que pudo dedicarse con agrado a lo que él llamaba su «propio negocio», consistente en cuidar la incorporación de las distintas modificaciones introducidas en el texto primitivo. El éxito inmediato de La Riqueza de las Naciones no se limitó a Inglaterra. En el propio año de 1776, J. F. Schuller la traduciría al alemán, publicándose en ese mismo año el primer volumen, y el segundo, en 1778. F. Drabye la tradujo al danés, publicándose en 1779-80. El ex-benedictino Blavet realizó la primera traducción francesa, publicándose en folletón en las páginas de la revista Journal de l’Agriculture, de Commerce, des Finances et des Arts durante los años 1779 y 80. La traducción italiana se realiza en 1780. La versión española habría de esperar hasta los comienzos de la última década del siglo XVIII. José Alonso Ortiz, jurista agregado a los Consejos Reales y Chancillería de Valladolid, inicia en esas fechas el largo recorrido que separaría a la traducción española de La Riqueza de las Naciones de la imprenta y de su difusión pública. Contar despacio esta historia equivaldría a contar otra historia distinta de la obra de Smith, a saber: las tristes peripecias de nuestra propia historia, y no es éste el momento ni el lugar. Digamos, por tanto, tan sólo que, gracias a la habilidad de Alonso Ortiz frente a los censores, el favor de Godoy, ganado con la halagadora dedicatoria del traductor, y merced —todo hay que decirlo— al pago del elevado coste de algunas mutilaciones en el texto, pudo obtenerse la autorización para imprimir en los talleres de la Viuda e Hijos de Santander La 12 Riqueza de las Naciones, publicada en Valladolid, en cuatro volúmenes, en el año de gracia de 1794. A la muerte de Smith, ocurrida el 17 de julio de 1790, catorce años después de aparecer La Riqueza de las Naciones, la fama de su figura y el valor de su obra estaban ya reconocidos y difundidos en el mundo de su tiempo. Ese éxito de La Riqueza de las Naciones no era un producto de la improvisación. La Riqueza de las Naciones no se escribe en 1776 por azar. Surge de unos sólidos y existentes cimientos que Smith aprovechó para construir su obra. Sin embargo, el hecho de que La Riqueza de las Naciones no fuese una obra improvisada no quiere decir que su elaboración resultase sencilla o inevitable. Muy al contrario: el contenido de La Riqueza de las Naciones había de forjarlo un conjunto de circunstancias de coincidencia tan singular que convertían en excepcional la oportunidad de que Smith la escribiera. Puede afirmarse que: «La Riqueza de las Naciones es un producto de su época, manufacturado a partir del programa de una escuela, la Escuela Escocesa de Filosofía Moral, y elaborado merced a las circunstancias singularísimas que se dieron en su autor». La Riqueza de las Naciones es, en primer término, producto de su época. No hubiese podido escribirse antes. Surge de un ambiente de ideas económicas en el que vivían los hombres de la generación de Smith. Pero que ninguno antes que él había articulado convenientemente. Adam Smith capta estas ideas y las ordena, ofreciendo un balance articulado al que referirse y del que partir para analizar los problemas económicos de una sociedad. La autoridad de Schumpeter ha llegado a afirmar que la obra de Smith no fue una obra de creación, sino que consistió en fundir en el tronco de La Riqueza de las Naciones los conocimientos aportados por las dos ramas, especulativa y práctica, desde las que se había contemplado y analizado la actividad económica hasta su tiempo. Por eso tiene sentido hablar de la Economía antes y después de Smith, porque La Riqueza de las Naciones define en Economía la primera situación clásica, mostrando las proposiciones aceptadas con generalidad y que integraron, en 1776, la Economía Política. Pero La Riqueza de las Naciones no es sólo el producto de una época. Es también fruto de una escuela: la Escuela Escocesa de Filosofía Moral. De esa Escuela tomaría Smith su programa de investigación social, disfrutando de las economías externas del trabajo del grupo de filósofos eminentes que la constituirían: David Hume, Francis Hutcheson, Adam Ferguson, John Millar. Debe afirmarse que esta influencia de la Escuela Escocesa de Filosofía Moral sobre Smith ha sido señalada con frecuencia, pero poco concretada hasta los trabajos recientes de Andrew Skinner y A. L. Macfie. Esos trabajos demuestran que A. Smith vivió dentro de una tradición filosófica y científica que tenía un programa para investigar los fenómenos sociales, económicos y políticos. Los elementos fundamentales de ese programa eran cuatro: 1.º El reduccionismo psicologista.—El comportamiento social y el funcionamiento de las instituciones humanas lo configuran las actuaciones indivi- 13 duales que se derivan de los instintos o propensiones de la psicología invariable de los sujetos. Esas acciones individuales producen consecuencias no previstas por, ni intencionales de los sujetos que es preciso conocer. Esta regla de la Escuela se acepta y se sigue plenamente por Smith. 2.º La concepción ius-naturalista de la Escuela Escocesa es un rasgo importante de su programa investigador. Sin embargo, Smith no participa tanto como los restantes autores escoceses de ese enfoque. Las recomendaciones políticas de Smith se realizan sobre una base utilitaria (Bienestar social = suma de utilidades individuales) más que apoyándose en una creencia plena de la existencia de un orden natural. 3.º El uso de los datos históricos es parte fundamental del programa de investigación de la Escuela Escocesa. De esa utilización participa Smith, quien concibe los hechos históricos como resultantes de dos fuerzas: las constantes psicológicas y las circunstancias tácticas en que se encuentran los individuos. El análisis de esas dos fuerzas resulta indispensable para analizar la historia y el origen y evolución de las instituciones. 4.º La metodología utilizada por Smith y la Escuela Escocesa es rigurosa y no convencional. La Escuela Escocesa y Smith eran partidarios del método empírico de la observación y la experimentación como puntos de apoyo para orientar sus investigaciones. Y esos puntos de apoyo cimentaron las conclusiones de sus obras. Fue utilizando esos elementos comunes del programa de la Escuela de Filosofía Escocesa (con las inevitables matizaciones personales realizadas por Smith) como se elaboró La Riqueza de las Naciones. Por esta causa, ha podido afirmarse, con acierto, por Gabriel Franco que si la obra de Smith es un producto indiscutible de su época, no es menos cierto que tiene las raíces clavadas muy hondo en Escocia. El tercer elemento que hizo posible la elaboración y el éxito de la obra de Smith se halla en las condiciones singularísimas que se dieron en su autor. Porque articular todas las ideas económicas dispersas en la doble tradición especulativa y práctica que antecedía a Smith precisaba un conocimiento profundo de las mismas, demandaba también tiempo para articularlas en un sistema coherente y exigía, finalmente, plasmar esa construcción en un estilo y forma que las hiciera asequibles y aceptables a la sociedad. Adam Smith reunió esos tres difíciles requisitos. Dada la formación y el conocimiento de Smith de la literatura económica existente, la condición decisiva para realizar su obra era la de poder comprar el tiempo necesario con el que pensarla y escribirla. Un golpe de suerte permitió que Smith lograra este propósito. En su larga estancia en Glasgow como profesor de Filosofía Moral, Smith conoce y gana la confianza de Charles Towshend, futuro y célebre Canciller del Tesoro, pues entre sus medidas habían de figurar los derechos sobre el té que se importaba en América, suministrando así el conocido motivo para precipitar la independencia norteamericana. Towshend, que compensaba su miopía política con sus conocimientos filosóficos, admira- 14 ba a Smith, a quien encomendó, en octubre de 1763, la tutoría de su hijastro, el Duque de Buccleugh, en un largo viaje de estudios por el Continente, viaje que formaba parte de la tradición formativa de las Universidades Escocesas. A partir de enero de 1764, Smith viaja por Europa, residiendo en París un año (dos meses iniciales y diez posteriores), dieciocho meses en Toulouse y dos meses en Ginebra. Este viaje amplía de forma definitiva los conocimientos económicos de Smith, pues acontece en la etapa del florecimiento de la Nouvelle Ecole des Economistes, con cuyos componentes mantuvo Smith relaciones directas e intensas. A su regreso a Inglaterra, a primeros de noviembre de 1766, Smith se instala en Londres, trabajando seis meses con Charles Towshend. En Londres permanece hasta la boda de su pupilo, el duque de Buccleugh, con lady Betsy, en mayo de 1767. Es entonces cuando Smith decide capitalizar para la economía el generoso retiro que su pupilo le había fijado al señalarle una pensión anual de 300 £. Con ellas, Smith gana su retiro en el hogar familiar de Kirkcaldy, en el que vive con su madre y desarrolla los borradores ya disponibles de La Riqueza de las Naciones. La obra madura lentamente: tarda diez años en escribirse. En ese trabajo perseverante, Smith muestra la talla de su excepcional personalidad. Galbraith atribuye el éxito de La Riqueza de las Naciones a la forma en que Smith realizó esa empresa. Smith —afirma Galbraith— explica implicando a sus lectores en los problemas planteados. Les enfrenta con las cuestiones que diariamente les importan y les indica como puede mejorarse el destino de una sociedad que aspire al desarrollo de su economía. El autor jamás se yergue ante el más obtuso de sus lectores: sus gráficos ejemplos animan a todos a seguir adelante. Se expone el razonamiento sin imponer con inútil erudición. La crítica, la dura crítica contenida en La Riqueza de las Naciones, no se realiza en lenguaje caústico, sino que se alivia por «serenas notas de humorismo y ocasionalmente por un sátira benévola». Finalmente, pero a la manera sajona diría, en manera alguna en último lugar, Smith persuade al lector, transmitiéndole consignas para la acción, reclamando su voluntad para ponerla al servicio de las palabras del texto. Es ese mensaje hacia la acción que La Riqueza de las Naciones contiene el que pronto informaría —cambiándola— la realidad económica y social de su tiempo. Se ha dicho, con fortuna y acierto, que la obra de Smith ganó de igual forma a parlamentos y a universidades. El éxito de La Riqueza de las Naciones no consistió sólo en multiplicar sus ediciones y ensanchar el círculo de sus lectores. Consistió, sobre todo, en explicar cómo funcionaba el mundo de la economía y en indicar los caminos a través de los cuales podría mejorarse el mundo económico. Al servicio de ese cambio, que incorporaba una serie de reformas fundamentales, había que poner la Economía del Estado. Tratemos de precisar cómo Smith concebía ese papel de la economía estatal. 15 LA ECONOMÍA DEL ESTADO EN LA RIQUEZA DE LAS NACIONES Puede parecer sorprendente que un economista entre en la glosa del pensamiento de Smith abriendo la puerta de la Economía del Estado. ¿Acaso no es esa, justamente, la puerta qué hay que tapiar en una nación que decida enriquecerse siguiendo las prescripciones smithianas? ¿Es que los mandatos de un gobernante ilustrado que acuda a La Riqueza de las Naciones buscando inspiración para sus programas políticos no se encierran en dos: el imperativo laissez faire y el desterrar, en consecuencia, de la vida económica la acción del Estado? La economía libre sin Estado, que con frecuencia se predica como propia de Smith y que presuponen las preguntas anteriores, constituye un tópico falso que desmiente el propio texto de La Riqueza de las Naciones. Si a él nos atenemos, se comprueba que dos de sus cinco libros —el IV y el V— se refieren a la lógica de la intervención estatal en una economía, y esos libros ocupan casi un 30% del total de las páginas de la obra de Smith. Hay, por tanto, una Economía del Estado en Smith que resulta preciso reconocer, identificando su papel y su conducta conveniente para desarrollar la riqueza nacional. Ni ese papel ni esa conducta de la Economía del Estado pueden entenderse sin encajarlos en el escenario al que Smith refiere el contenido de su obra. Este debe ser el punto de partida obligado para exponer su pensamiento. Smith no escribe en abstracto. Refiere sus proposiciones, su diagnóstico y sus remedios a una situación histórica dada. Con frecuencia y error, ese escenario de referencia se elimina, privando así de sentido a sus reflexiones. Fiel al programa de investigación de la Escuela Escocesa de Filosofía Moral, Smith consideraba que la sociedad industrial y comercial de la Inglaterra de su tiempo no se había improvisado. Era fruto de un proceso histórico que, arrancando de una sociedad primitiva, había ido evolucionando a través del tiempo. Para Smith, la sociedad no es estática. Es un organismo cuya vida tiene una historia. La causa agente de la evolución de la sociedad era, para Smith, el carácter activo del hombre para realizar su permanente deseo de mejorar sus condiciones de vida. El hombre está sujeto a ciertas necesidades que despiertan y movilizan su acción con el resultado de desarrollar las fuerzas productivas, escapando así del estado primitivo y mejorando gradualmente el nivel de vida. Smith diferenciaba en este recorrido cuatro estadios de desarrollo económico. Cuatro estadios cualitativamente distintos, ya que estaban caracterizados por tipos diferentes de ganar la subsistencia, por distintas formas, en fin, de ordenar y regular la propiedad. Esos cuatro estadios son la caza, el pastoreo, la agricultura y la industria y el comercio. Esos cuatro tipos de organización económica sirven para explicar, en opinión de Smith, cuatro tipos distintos de organización social. Smith escribe, diagnostica y prescribe desde una sociedad que inicia su cuarta fase de industrialización y comercio. Es a esta etapa de industrialización y comercio a la que se refieren sus reflexiones, que tratan de responder a una pregunta elemental realizada den- 16 tro de ese contexto histórico: ¿qué fuerzas determinan el crecimiento de la riqueza? La respuesta de Smith es sencilla y doble: el crecimiento de la riqueza depende de dos variables fundamentales: • De «la habilidad, destreza y discernimiento con la que se aplica el trabajo», y • de «la proporción del mismo dedicado a las tareas productivas de la sociedad». El análisis de las causas que determinan a estas dos grandes variables condicionantes del desarrollo de la economía nacional constituye el contenido de la obra de Smith. El arte de emplear con provecho máximo el trabajo disponible lo revela muy pronto Smith, porque es en las primeras páginas de La Riqueza de las Naciones cuando se nos prueba que la productividad de la mano de obra está condicionada por la división del trabajo. Smith hace entrar a sus lectores en una manufactura sencilla: en la fábrica de alfileres existente en su Kirckaldy natal, y muestra las ventajas que se siguen de dividir un asunto tan sencillo como la fabricación de un alfiler en distintas y elementales operaciones: el ahorro de tiempo de pasar de una a otra operación, la permanente utilización del capital (herramientas), el aprovechamiento de las cualidades de los operarios, la plena incorporación de la mano de obra disponible, incluso la menos dotada, la introducción de la maquinaria. Ahora bien, el motor que mueve la división del trabajo no es otro que la propensión humana «a cambiar, a negociar, comprar y vender una cosa por otra». Por lo tanto, es claro que sin mercado e intercambio no puede haber división del trabajo, y sin división del trabajo se cerrará la primera fuente que determina el caudal de riqueza de un país. Tenemos así enunciado el primer teorema de Smith: la división del trabajo está limitada por la extensión del mercado, una afirmación en apariencia elemental, pero que, como ha indicado Arthur Young, constituye una de las más luminosas y fecundas generalizaciones que pueden encontrarse en la literatura económica. Hoy, por supuesto, entendemos por división del trabajo algo de mucho más amplio alcance que esa partición de ocupaciones y división de oficios especializados que Adam Smith mostraba en su ejemplo. A este proceso se asocia el crecimiento de los métodos indirectos de producción y la división del trabajo entre industrias que reforzarían el desarrollo de la productividad y de la producción. El teorema de Smith ha ampliado su campo, pero no ha variado su sentido: la causa última y el condicionante básico del desarrollo es el mercado. Smith, por otra parte, nos dice que ese mercado en creciente expansión no puede ser cualquiera. Debe ser el mercado de libre competencia, porque es el que introduce en la vida económica, además del mercado que la división del trabajo necesita, un mecanismo autorregulador, una institución que disciplina y dirige la asignación más eficaz de los recursos, evitando la existencia de escaseces y abundancias excesivas de los distintos bienes y servicios. Es decir, 17 el mercado de libre competencia, al mismo tiempo que permite el desarrollo económico, mantiene la coherencia y estabilidad internas en la utilización de los recursos de una sociedad. Este es el segundo teorema de Smith, que los economistas conocen como las ventajas de la mano invisible del mercado, en virtud del cual cada sujeto, buscando su propio interés, se ve forzado a servir al interés general, porque el precio de competencia dirige los recursos hacia sus mejores utilizaciones, evitando la existencia duradera de beneficios extraordinarios. Robert Heilbronner ha afirmado, con razón, que resulta difícil para nosotros hoy día apreciar la originalidad de esta concepción, el valor de ese principio smithiano. Las virtudes autorreguladoras de la competencia son hoy familiares para todos. Sabemos que el mercado de competencia es su propio guardián, que presiona y disciplina a los distintos sujetos. Pero esta evidencia contemporánea era ignorada en los tiempos de Smith. Los dos escritores más influyentes en economía de su época —François Quesnay y sir James Stewart— no tuvieron ninguna visión de las posibilidades autocorrectoras de una sociedad competitiva. En el ingenioso esquema de Quesnay para la reproducción social —el célebre Tableau Economique—, todo dependía de la adecuada división del gasto entre el trabajo productivo de la agricultura, creador de un excedente, y el trabajo «improductivo» urbano. Una división del gasto que favoreciera a la ciudad sobre el campo agotaría pronto a la nación de su fondo sustancial de riqueza agrícola, pero no existía ninguna tendencia autocorrectora a los ojos de Quesnay que enmendara tal estado de cosas. Stewart se halla aún más preocupado por la inestabilidad potencial de la sociedad económica, y una de las funciones primarias de su «Hombre de Estado» es detectar y remediar los desequilibrios de oferta y demanda. El principal logro de Smith con respecto al problema del autoequilibrio es su idea de la movilidad de los factores y de los productos que responden a las señales del mercado al entrar en o dejar un campo productivo por otro. Ese continuo movimiento de factores y productos hacia sus puntos de máximo rendimiento o rentabilidad no solamente iguala ofertas y demandas de los distintos bienes, se convierte también en un medio que asegura el flujo natural de cada una de las tres clases de rentas: salarios, rentas de la tierra y beneficios de los capitalistas. Dos son, pues, los logros que deben seguirse del orden del mercado de competencia en Smith: el desarrollo y enriquecimiento de la sociedad y la asignación más conveniente de los recursos escasos de los que la sociedad dispone. Se comprende que la deseabilidad de estos dos frutos del orden competitivo conviertan a su instauración y defensa en el primer objetivo para alcanzar la riqueza de un país. Ahora bien, para que la división del trabajo pueda tener lugar, para que sea posible cosechar las ganancias de la implantación del orden competitivo debe concurrir otra causa: la acumulación de capital. Esa es precisamente la segunda gran variable del modelo de Smith, ya que, como antes dijimos, es la proporción de trabajo dedicado a tareas productivas la que determina, juntamen- 18 te con la habilidad con la que el trabajo se emplea, el desarrollo nacional. Las interpretaciones recientes realizadas sobre el significado del trabajo productivo en la obra de Smith coinciden en afirmar que se identifica con el trabajo dedicado a la producción de bienes de inversión. Limitar el consumo improductivo equivale a ahorrar, lo que constituye la base para un crecimiento del consumo y del trabajo productivos, es decir, del aumento de las inversiones del país. Si el orden de competencia se asienta y el consumo improductivo se limita, la sociedad entera quedará sometida a las consecuencias de la ley de la acumulación del capital. En efecto, cuando el mercado existe, la división del trabajo es posible, el aumento de la división del trabajo eleva la producción y la renta nacionales. Esa mayor producción y renta favorece el ahorro (el consumo productivo), lo que, a su vez, permite crear el capital preciso para emplear más trabajo y elevar su productividad. De ahí se sigue una mayor producción y renta nacionales. El mecanismo del progreso económico continúa mientras no se elimine la energía que le sostiene: la competencia y el consumo productivo de la sociedad. En esta perfecta, simple y acumulativa secuencia existe, sin embargo, una dificultad. La creciente demanda de trabajo, a consecuencia del progreso, elevará los salarios, disminuyendo con ello los beneficios, lo que podría frenar las inversiones. Smith no cree que este peligro sea duradero, puesto que el aumento de salarios elevará, a su vez, la fuerza de trabajo disponible en cuantía suficiente, y el proceso de acumulación de capital y desarrollo podrán proseguir en una cadena continua y sin fin. De este cuadro elemental se deduce que salvaguardar el orden de competencia y favorecer el consumo productivo de la sociedad (esto es, invertir) constituyen los dos consejos de La Riqueza de las Naciones para afianzar el desarrollo económico. Parece, después de este recorrido por la obra de Smith, que estamos donde estábamos antes de iniciarlo. Mercado, competencia y acumulación de capital parece ser todo lo que se necesita para alcanzar la riqueza. No parece haber lugar ni papel para la Economía del Estado. Constituiría, sin embargo, un grave error conformarse con esas apariencias, porque, reiterémoslo, la Economía del Estado tiene en Smith un decisivo papel. Un papel que le exige atender a tres líneas de acción fundamentales: asentar el orden de competencia, prestarle los bienes públicos que el orden de competencia precisa y compensar los defectos que en la vida social puede ocasionar el funcionamiento y la extensión del orden competitivo. Refirámonos brevemente a estos decisivos papeles de la Economía del Estado. El punto de partida del desarrollo económico de Smith consiste en ganar el orden de competencia. Y ese sistema competitivo de la libertad natural que permite la división del trabajo, la asignación correcta de los recursos escasos de la sociedad y la acumulación del capital debe tener su origen en una serie de decisiones de la Economía del Estado que implanten las condiciones que garanticen la libertad y la competencia. Forjar la competencia es la primera y fundamental de las ocupaciones de la Economía del Estado en Smith. El motor del desarrollo es así una variable política, pues es el Estado quien debe 19 poner en marcha las reformas precisas para liberar a la economía. Esas reformas previas para lograr el desarrollo smithiano constituyen el origen de una extensa agenda de deberes del Estado: • • • Es preciso eliminar las instituciones y los hábitos de las formas sociales del pasado (supresión de las leyes gremiales para el acceso a la profesión, los privilegios de los graduados, la falta de movilidad de los trabajadores —impuestas por la ley de pobres—, el pago de salarios en especie, la interferencia en los arrendamientos libres, las limitaciones en la libre disposición de los bienes). Es imprescindible eliminar radicalmente las posiciones de privilegio y monopolio, hijas, las más de las veces, de disposiciones legales. La injusticia y la ineficacia del monopolio deben motivar una intervención decidida y, sobre todo, perseverante, de la economía estatal. Es necesario definir una política de libertad de comercio exterior que elimine el montaje mercantilista de prohibiciones, aranceles y subvenciones, que empobrece al país que las establece. Esas tres grandes líneas de reforma, previas para el funcionamiento del sistema de libertad natural, lo son en el sentido de que este sistema no funcionará si esas reformas no se realizan, pero no en el sentido de que sean decisiones fundacionales tomadas en un momento dado de una vez y para siempre. El mercado libre hay que ganarlo cada día, eliminando las intervenciones que le son extrañas, y esa batalla nunca termina. A esas reformas que integran la primera partida de la agenda del estado, Smith añade las funciones que el Estado debe desempeñar dentro del sistema de libertad natural. Ese sistema no funcionará si no se le ofrecen ciertos bienes y servicios públicos indispensables. Smith pensaba que esos bienes públicos formaban parte del consumo improductivo de la sociedad. Esto no quiere decir que no fuesen consumos útiles. Significa simplemente que no constituían inversiones. Por tanto, esos bienes públicos deben ofrecerse, pero su producción debe vigilarse para que no desborden los límites en que son útiles. Smith ofrece para esa limitación una disciplina ya apuntada por Petty: relacionar esos bienes en una lista, que constituirá todo y sólo lo que la Economía del Estado debe hacer dentro del orden de competencia. La lista comprende los tres conocidos deberes del Soberano (defensa, justicia y orden público, y prestar servicios de utilidad general que la empresa privada no puede ofrecer). Lista que debe financiarse con precios, tasas y, mayoritariamente, por impuestos, cumpliendo dos requisitos: evitar que esa financiación —en especial la impositiva— interfiera y desanime la inversión empresarial, y obtener los recursos anuales necesarios para cubrir los gastos públicos, no acudiendo al crédito (deuda pública) más que para atender a aquellas inversiones que se autofinancien. Tenemos así enunciados los cuatro mandamientos que deben gobernar una gestión financiera acertada. Limitar el gasto, elegir impuestos neutrales, equilibrar el presupuesto y respaldar la deuda pública con inversiones rentables. 20 Estas cuatro normas, en las que se encerraba la filosofía financiera de Smith, no sólo eran breves y sencillas. Resultaban también simpáticas a la vigente moral burguesa. Si a su contenido se atiende, se comprueba que no hacen otra cosa que convertir en ética estatal lo que eran principios de moral privada. Esa consideración antropomórfica del Estado constituyó un vehículo extraordinario para facilitar su difusión social. Economía privada y pública poseen las mismas normas, y su buena gestión debe obedecer a las mismas virtudes. Economía y sobriedad en los asuntos privados. Economía y frugalidad en la Administración Pública. El ahorro es una virtud universal para el Estado, individuos y empresas. Como afirmaría el hacendista alemán Van Jakob sentenciosamente: «No existen dos clases de principios de administración económica (válidos unos para el Estado, ciertos otros para la economía privada), como no hay dos clases de honradez». Tenemos diseñado así el mundo de la Economía del Estado en Smith y apuntada alguna de las razones que facilitaron la difusión de los principios por los que debía regirse su gobierno. Sin embargo, el Estado tiene algo más que hacer que forjar las condiciones para la libre competencia y producir y financiar los bienes públicos indispensable al sistema de libertad natural. La obra de Smith intuyó genialmente las debilidades más agudas del orden de competencia en ese cuarto estadio histórico de la industria y el comercio, que entonces se iniciaba. La contabilización de los costes del desarrollo que el sistema de libertad natural ocasiona y la forma en la que Smith propone cómo la Economía del Estado puede amortizar estos costes, constituye una parte poco divulgada, aunque fundamental, de La Riqueza de las Naciones. Los costes del desarrollo en un sistema de libertad natural discurren en dos direcciones distintas: la alienación del trabajo y las deseconomías propias de la aglomeración y degradación del medio urbano, ocasionadas por la industrialización. El conjunto de ventajas de la sociedad industrial y comercial no debe ocultarnos sus inconvenientes. La gran fuerza del progreso social —la división del trabajo— puede ser también causa del empobrecimiento espiritual de los trabajadores. Quien sólo fabrica cabezas de alfiler, día tras día, semana tras semana, año tras año, corre el riesgo de que su propia cabeza se transforme en una cabeza de alfiler. Mientras la estructura de la división del trabajo se hace más y más compleja, el papel del trabajador individual se hace más y más simple. En el caso extremo, y utilizando un lenguaje actual, puede decirse que el trabajador individual se convierte en el servomecanismo no lineal más económico. Pero esta economicidad se consigue al precio de un coste social formidable, que Smith concretaba en la pérdida de las virtudes intelectuales y sociales del trabajador, padeciendo éste «una especie de mutilación, deformidad o subnormalidad mental» que no resulta admisible registrar pasivamente. Por otra parte, la aglomeración urbana de la industria y la degradación de ese medio urbano contribuían, según Smith, a sumir al trabajador en la oscu- 21 ridad y en las sombras. Su conducta no recibe la atención ni la observación de nadie, siendo muy probable, por no cuidarse de sí mismo se abandone a toda clase de vicios. ¿Qué remedios ofrece Smith para prevenir y ahorrar estos costes del desarrollo? No hay más que uno: forjar la personalidad del trabajador por la prestación de servicios educativos sólidos por parte del Estado. Ese gasto público debe ser generoso y creciente, y es el propio proceso de desarrollo quien debe soportarlo y financiarlo. LA ECONOMÍA DEL ESTADO, DOSCIENTOS AÑOS DESPUÉS Cabe poca duda de que la Economía del Estado de nuestro tiempo, doscientos años después de La Riqueza de las Naciones, difiere profundamente de la vigente en los tiempos de Smith. Ante todo, por puras razones de cantidad. El capitalismo actual se apellida con frecuencia como capitalismo mixto, para destacar el peso y la importancia de la Economía del Sector Público dentro de la actividad económica total. Un peso y una importancia que, en la mayoría de los países desarrollados de Occidente, se aproxima al 50 por 100 del PNB. Los doscientos años que nos separan de Smith han poblado de nuevos deberes la agenda del Estado; deberes que no pueden explicarse tan sólo por la lógica económica de La Riqueza de las Naciones. La lucha contra la desigualdad económica ha dado contenido a numerosos programas públicos que se justifican ya en la obra de los propios economistas clásicos —Stuart Mill y Bentham— se consolidan en los hacendistas alemanes del XIX y se defienden hoy como campo propio de la Economía Estatal por los economistas de todas las ideologías. Un segundo núcleo de obligaciones de la Economía del Estado arranca de la eliminación o la mitigación al menos de esas dos plagas periódicas —cuando no permanentes— de las sociedades industriales: el paro y la inflación. La Hacienda de la estabilización económica que se sigue de la obra de Keynes recoge este nuevo y creciente deber del Estado que hoy reclama y justifica numerosos programas de la Economía Pública en los distintos grupos políticos. Estos nuevos deberes no estaban en la agenda del Estado de Smith. Diríamos, incluso, que la propia obra de Smith explica el porqué. La sociedad que contempla La Riqueza de las Naciones no es estática. Es un organismo vivo que tiene una historia y que evoluciona y cambia en la medida en que lo hace su estructura productiva. La sociedad industrial y comercial que Smith contemplaba no es ya la nuestra, y los problemas que esa sociedad enfrenta hoy son, en gran medida, nuevos. Sin embargo, muchas de las viejas preocupaciones smithianas no han desaparecido en nuestro tiempo. Hoy, como ayer, las sociedades aspiraban y aspiran a desarrollar sus economías para escapar de la pobreza, el hambre y el subdesarrollo. Hoy, como ayer, la asignación correcta de los recursos entre sus 22 distintas utilizaciones sigue siendo un problema económico prioritario al que el mercado continúa ofreciendo la solución más satisfactoria y gratuita. Forjar ese mercado con una competencia viable constituye una tarea de la Economía del Estado de ayer y de hoy. Los defectos del orden de competencia, que eran ayer genial intuición de Smith, son costes perceptibles y elevados para el ciudadano corriente de hoy, que reclama diariamente la ayuda del Estado para mejorar el cuadro de vida, remediando las deseconomías externas que le afectan. Por eso, volver a leer a Smith hoy no equivale, en ningún caso, a leer un texto envejecido. Sino a leer un texto clásico, lleno de interés y relevancia económica. Keynes nos recordó a los economistas en una ocasión que no debemos estudiar Economía buscando en ella un conjunto de recetas o un cuerpo de conclusiones sistematizadas, aplicables por la política, con las que remediar los males que la realidad nos presenta. Porque la Economía es más un método que una doctrina; un instrumento mental, una técnica de pensamiento que ayuda a quien la posee a extraer conclusiones concretas. En esa técnica del pensar, en ese método de razonar, Adam Smith fue un gran maestro. Un gran maestro que nos legó una herencia inapreciable para enseñarnos a ver dónde residen y cómo se analizan los problemas económicos de una sociedad. Cuentan que en cierta ocasión Pitt el Joven, entonces Primer Ministro de la Corona, celebró una reunión junto con Addington, Wilberforce y Grenville, a la que había sido invitado Adam Smith. Cuando el filósofo moral, ya anciano, entró en la sala, todos se levantaron, y él les dijo: «Caballeros, siéntense ustedes», a lo que Pitt replicó: «No; permaneceremos en pie hasta que usted se haya sentado, porque todos nosotros somos discípulos suyos». Ser economista hoy equivale —se proclame o se ignore— a ser discípulo de Smith. Al reconocimiento de ese magisterio excepcional que Smith ejerció, ejerce y ejercerá desde las páginas de La Riqueza de las Naciones se han dirigido mis palabras, que tratan de celebrar el segundo centenario de su obra. Una celebración obligada en una Academia que, como la nuestra, ostenta la denominación de Ciencias Morales y Políticas, que nunca puede olvidar a quien fue, antes que economista, un gran profesor de Filosofía Moral. 23 JOAN SARDÁ Y EL PLAN DE ESTABILIZACIÓN Y LIBERALIZACIÓN DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA INTRODUCCIÓN El 27 de abril de 1965 ingresaba en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas Joan Sardá Dexeus, atribuyéndose la medalla número 22 de la Corporación. Una adjudicación ésta de la medalla 22 que no dejaba de ser casual, pero que el nuevo académico recibía con manifiesta satisfacción: «nada más grato para mí que recordar que el primero que ostentó tal medalla fue mi ilustre coterráneo D. Laureano Figuerola, Ministro de Hacienda del Gobierno Provisional, después de la caída de Isabel II, firmante del Decreto de 19 de octubre de 1868 —cuyo centenario habremos de celebrar dentro de pocos años— en el que quedó establecida la peseta como unidad básica del sistema monetario español, se fijó su paridad oro y se intentó, en último término, acercar nuestro sistema al internacional de la Unión Monetaria Latina». Joan Sardá no pudo prever, al evocar el nacimiento de la peseta en su discurso, que ésta encontraría su fin en este año 2002, al ser sustituida por el euro, el signo externo más visible de la Unión Monetaria Europea, que contaría con España como uno de los países fundadores. La muerte de Joan Sardá, en diciembre de 1995, nos ha impedido escuchar sus opiniones sobre estos acontecimientos que tanto le hubiera gustado vivir, y que han marcado el final de esa larga historia escrita por la peseta, cuyo origen definiría el Decreto de Figuerola en 1868 y cuya vigencia ha llegado al nuevo siglo. Sin embargo, en esa historia de 134 años cumplidos de vigencia de la peseta Joan Sardá ha dejado escrito uno de los capítulos más brillantes de la política monetaria española, sin cuyo conocimiento es imposible entender la vida económica y política de la España contemporánea y explicar la profunda evolución de nuestra economía hacia el proceso de integración europea. 25 A relatar ese capítulo escrito por Joan Sardá en la historia de la peseta se dirige este trabajo. Dos son las partes que lo integran. La primera trata de ofrecer al lector una aproximación al personaje que tanto apreciamos los que tuvimos la suerte de compartir con él algunos acontecimientos que han marcado nuestras vidas, en los que la economía se convertiría en una profesión en España digna de ejercerse. La segunda trata de contar la decisiva contribución realizada por Joan Sardá al Plan de Estabilización y Liberalización, como Joan Sardá lo calificaba, subrayado la importancia de la conjunción para identificar su fundamental propósito.1 1. JOAN SARDÁ DEXEUS: UNA APROXIMACIÓN A SU BIOGRAFÍA DESDE LA UNIVERSIDAD Y DESDE LA POLÍTICA ECONÓMICA DE SU TIEMPO * El 13 de abril de 1910 nacía en Barcelona Joan Sardá Dexeus, en el seno de una familia que Antoni Serra Ramoneda 1 ha calificado como «perteneciente a la clase media profesional burguesa». Una familia de la que han partido todos los apuntes sobre la biografía de Joan Sardá como un punto de referencia fundamental para explicar su personalidad. El profesor Fabián Estapé ha afirmado en este sentido que Sardá «unía a su clara inteligencia una gran cultura que partía de su gran deseo de explotar los filones de cultura que, en su caso, procedían de su abuelo, Joan Sardá Lloret, poeta, crítico literario y excelente traductor de obras clásicas y de escritores modernos franceses e italianos (Víctor Hugo, Daudet y Leopardi). Una tarea que debe entenderse desde la perspectiva de la labor de un puñado de escritores catalanes de comienzos de siglo, entre los que figuran grandes autores como Joan Maragall y Joan Ixart. Los principales escritos de Joan Sardá Lloret serían recogidos y publicados en tres volúmenes bajo el título Obres escollides (1914), gozando de general estima». Una figura destacada del mundo cultural barcelonés fue también Françesc Sardá Ladicio, tío de Joan Sardá, que se dedicó al dibujo y a la pintura, cola* El conocimiento de la vida y la obra de Joan Sardá se ha beneficiado de la labor investigadora llevada a cabo por la tesis doctoral de Carmen Martínez Vela, ultimada y presentada en la Universidad Complutense en enero de 1995 bajo el título de Aportaciones de Joan Sardá a la economía española. La tesis se realizó en el Departamento de Economía Aplicada de la Facultad de Derecho, cuyo director —el profesor Francisco Cabrillo— apoyó el proyecto aceptando como tutor de la tesis al profesor Lucas Beltrán. En la programación y desarrollo de la tesis desempeñaría un papel decisivo el profesor Velarde. La tesis doctoral dará origen a la obra Juan Sardá: economista, publicada en el año 2000, edición acompañada de un excelente prólogo del profesor Velarde, que ofrece un conjunto de datos biográficos del profesor Sardá fundamentalmente para entender su vida y su obra. Datos adicionales del profesor Velarde sobre la obra de Sardá se contienen en Velarde (1997). La información contenida en estos trabajos se ha utilizado en esta presentación del profesor Sardá. 1 Vid., su trabajo «J. Sardá: nuestro nombre del Plan de Estabilización», publicado en Revista de Economía, IV trimestre de 1989, 133. 26 borando como ilustrador en distintas revistas: L’Ilustració Catalana, La Actualidad, Ilustració Artística y L’Esquella de la Torratxa. De Françesc Sardá heredará Joan su magnífica colección de pintura, de la que formarán parte obras maestras de Casas, Rusiñol y Urgell. Primo de Sardá y compañero de estudios en el Colegio Alemán de Barcelona sería Miguel Cruells Dexeus, con el cual mantuvo una estrecha amistad. Joan Sardá permanecería soltero hasta 1978, año en el que contraería matrimonio con María Cinta Cruells, viuda de su primo. La formación escolar de Joan Sardá transcurrió en el Colegio Alemán de San Alberto Magno, una institución prestigiosa y existente de la que derivó su aprendizaje y dominio del idioma y de la cultura alemanas que admirarían después sus colegas de la Universidad y que facilitó sus estudios posteriores de Economía. Joan Sardá iniciará sus estudios universitarios en 1925, matriculándose en la Facultad de Derecho de la Universidad de Barcelona. Seguía así la carrera de su padre, al que apenas pudo conocer, pues falleció cuando el futuro economista contaba sólo cuatro años. Cuando inició sus estudios universitarios en la Facultad de Derecho no era fácil pronosticar su posterior dedicación al cultivo de la Economía Política y la Hacienda Pública. En los planes de estudio de la época estas asignaturas componían un binomio de materias consideradas como complementarias de aquellas que definían el núcleo de la licenciatura, en las que buscaban su conocimiento y especialización los futuros licenciados en Derecho para el ejercicio de la abogacía (Derecho Civil, Mercantil, Administrativo, Internacional y Político), asignaturas que contaban con excelentes maestros. Pues bien, Joan Sardá, contrariando esta corriente general, decidiría buscar en el conocimiento de la Economía Política y la Hacienda Pública el ejercicio futuro de su profesión. Una elección que obliga a preguntarse algunas cosas: ¿qué ambiente dominaba en la Facultad de Derecho de Barcelona en cuanto a las enseñanzas de estas dos materias?, ¿quiénes fueron sus maestros?, y cómo fueron transcurriendo los estudios de Joan Sardá en ambas? En verdad, la enseñanza de la Economía Política y la Hacienda Pública contaron con razones poderosas para atraer la atención de los estudiantes catalanes a partir del curso de 1904. Precisamente ese año, el día 5 de abril, tomaba posesión de su cátedra de Economía Política y Hacienda Pública quien acababa de ganarla por oposición brillantemente: el profesor Antonio Flores de Lemus, un economista que lideraría la modernización de los estudios de ambas materias en la España que va de comienzos del siglo XX a 1936. Esta llegada del profesor Flores de Lemus a la Universidad de Barcelona estuvo rodeada de una singular expectación, pues el joven profesor venía precedido de una justa fama y se esperaban sus enseñanzas, que se creían traerían a las aulas españolas las ideas económicas y financieras vigentes en el mundo. 27 De esta llegada de Flores de Lemus a su cátedra de Barcelona contamos con un testigo excepcional: uno de los alumnos de la Facultad de Derecho llamado Agustín Calvet, quien, más tarde, populizaría el seudónimo de Gaziel desde el periódico La Vanguardia, que llegó a dirigir durante varias décadas. Gaziel se refirió a esta llegada de Flores de Lemus en una crónica en que ofreció el testimonio de su primera clase: «De regreso de Alemania, donde se había formado al lado de Wagner, Schmoller y otros teóricos de la nueva economía, Flores de Lemus nos formuló la primera pregunta a quienes éramos sus alumnos “¿saben ustedes matemáticas” Al contestarle negativamente la mayoría de sus alumnos, nos aconsejó, con toda franqueza, que nos dedicáramos a cualquier otro menester menos al de querer aprender y entender los problemas de la Economía Política y la Hacienda Pública. Pero la novedad jamás soñada fue que aquel extraño catedrático no ocultaba su desprecio por el sistema universitario español de aquel entonces, llegando a decir a sus alumnos que, mientras no se modificase la organización de los estudios, mejor sería cerrar las clases y que catedráticos y alumnos se fueran a tomar el sol. No obstante estos comienzos, el nuevo profesor nos conquistó enseguida: era un catedrático como no se tenía ni idea. Al momento se vislumbró el camino que seguiría este hombre nuevo, inteligente y realista que explicaba con brío y con un profundo conocimiento de la materia y de los problemas de la economía y la hacienda de los pueblos. Nos aconsejaba que no perdiéramos el tiempo empollando asignaturas estúpidas y nos aconsejaba, también, que una vez recibido el título de licenciados, fuésemos al extranjero a completar los estudios». Gaziel concluía este retrato constatando su pesar por el hecho de que la limitación de sus conocimientos matemáticos le impidiera aprovechar debidamente las enseñanzas de este profesor excepcional. Esa limitación de Gaziel no afectó a otros alumnos, que se decidieron a continuar sus estudios de Economía Política y Hacienda Pública, convirtiéndose en lo que el profesor Velarde ha calificado como el Grupo de Barcelona 2, que constituyó el primer núcleo de la Escuela de Flores de Lemus. Parece realmente sorprendente que ello ocurriera en el muy escaso tiempo en que Flores enseñó en la Universidad de Barcelona, ya que, por una Real Orden del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes de 3 de septiembre de 1906, se disponía que el catedrático numerario de Economía y Hacienda Pública de la Facultad de Derecho de Barcelona quedara agregado en comisión de servicios al Ministerio de Hacienda para auxiliar los trabajos del mismo. Sin embargo, esa breve estancia en barcelona y la que posteriormente tendría lugar en los años 1907 a 1909 despertaron el interés y mantuvieron la fidelidad de algunos de los discípulos de Flores, fidelidad que se manifestaría en que ese Grupo de Barcelona, en los viajes de Flores a la Ciudad Condal, 2 Vid., a este respecto, la detallada exposición contenida en el Volumen VI de Economía y Economistas Españoles sobre el llamado Grupo de Barcelona de los discípulos de Flores de Lemus, XXVII y ss. 28 aprovechara esas oportunidades para reunirse con el maestro y recibir sus orientaciones y consejos. Fueron esos discípulos de Flores los que ejercieron las enseñanzas de Economía Política y Hacienda Pública en los años veinte, cuando Joan Sardá cursaba sus estudios de Derecho. Podemos preguntarnos así: ¿quiénes de esos discípulos de Flores fueron los maestros de Sardá y a quiénes consideró él sus verdaderos maestros? Joan Sardá no tuvo demasiada suerte con el catedrático que tenía encomendadas las enseñanzas de Economía Política y Hacienda Pública en 1925. Se trataba de Jaime Algarra, que había sucedido en la cátedra al maestro Flores de Lemus. Contaba este profesor con un manual, titulado pretenciosamente Teorética, con el que ofrecer a sus alumnos la base de su formación económica. Quien se acerque hoy a la obra, publicada en dos volúmenes, reconocerá sus graves efectos, que Joan Sardá resumiría en uno sólo: su marcada obsolescencia respecto de los conocimientos vigentes en la Economía Política y en la Hacienda Pública de su tiempo. La obra se quedaba en la Economía y la Hacienda de veinte años atrás, cuando la escuela histórica alemana dominaba las enseñanzas de la Economía, y no atendía al dominio que ya entonces existía de la escuela de Cambridge y de la obra de Alfred Marshall, que había revolucionado las enseñanzas de Economía a partir de 1890. Una situación que no variaba con la utilización que también realizaba Algarra del Manual de Historia de la Economía de Conrad, que, a pesar de algunas ventajas docentes, detenía su narración en el mismo punto en el que no había hecho la Teorética de Algarra. Es decir, en la que Algarra denominaba «escuela histórica», ignorando las aportaciones del marginalismo y las decisivas de Alfred Marchall. A estos planteamientos negativos, el exigente estudiante Sardá añadía la excesiva dedicación de Algarra a los asuntos de su bufete, más que a la puesta al día de las enseñanzas de la Economía Política y la Hacienda Pública y al conocimiento y difusión de las innovaciones que se estaban produciendo en sus estudios. De esta manera, Jaime Algarra se convirtió en el primer profesor de Joan Sardá, pero de ninguna manera fue su maestro, reconocido por él como tal. Los verdaderos maestros de Sardá fueron otros discípulos de Flores de Lemus del Grupo de Barcelona, con la excepción señalada de un economista catalán que no formaba parte de él. El maestro principal de Sardá fue un economista respetado del Grupo de Barcelona: José María Tallada y Pauli, ingeniero industrial, quien decidiría continuar sus estudios de Economía tras obtener una beca de la Junta de Ampliación de Estudios, que dirigía, en el campo de especialización en materias económicas, por aquel entonces, el propio profesor Flores de Lemus, quien dirigía sus pasos hacia la Economía para estudiar materias sociales y los problemas del empleo. Tras de estos estudios, Tallada ejercería la docencia de forma constante. Fue, en primer lugar, profesor de Economía Social de la Escuela de Funcionarios de la Mancomunidad de Cataluña. Tallada dedicaría una aten- 29 ción especial a lo largo de su vida académica y profesional a las materias sociales y al problema del empleo, gozando de gran prestigio y autoridad entre los economistas de su tiempo, y fue el autor de numerosos trabajos de economía aplicada, llenos de buen sentido, que aparecerían en las principales revistas de la especialidad. En el campo de la Hacienda Pública, José María Tallada es autor de una monografía sobre la historia de nuestra hacienda pública, Historia de las finanzas españolas en el siglo XIX, cuyo uso por los historiadores ha sido constante hasta la actualidad. Tallada conocía bien el aprovechamiento con el cual Joan Sardá realizó sus estudios de Derecho en la Universidad de Barcelona, que concluirían con el premio extraordinario de la licenciatura, obtenido tras un examen que versó sobre el Tratado de Versalles. Es sobre ese conocimiento sobre el que se apoyaría la primera propuesta de Tallada para incorporarle a las enseñanzas de Economía, como afirmaremos más adelante. El segundo maestro reconocido por Joan Sardá fue José Vidal i Guardiola, al que el Grupo de Barcelona consideraba como el primer discípulo de Flores. El magisterio y los consejos de Flores le llevarían también a realizar sus estudios de postgrado en Alemania con el propósito de especializarse en Economía y Administración Pública. Autor de numerosos estudios sobre problemas de economía aplicada, dirigiría la revista Economíe i Finances y desempeñaría sus enseñanzas en l’Escola d’Alts Estudis Comercials. El tercero de los maestros de Joan Sardá sería José A. Vandellós, al cual le uniría una larga amistad y admiración. Vandellós no fue discípulo directo de Flores de Lemus, aunque sí indirecto, porque —según distintos testimonios— recibió las enseñanzas del que hemos calificado como primero de los componentes del Grupo de Barcelona: José Vidal i Guardiola. Los trabajos de Vandellós discurrieron en el seno de una institución inspirada por l’Institut d’Investigacions Economiques, en la que aparecieron distintos estudios sobre aspectos económicos con tratamiento estadístico de la realidad española, y especialmente de la catañana. L’Institut d’Investigacions Economiques difundió estos trabajos, creando un interés por conocer la dimensión estadística de los fenómenos económicos en España. Joan Sardá apreció los trabajos de Vandellós, pues pensaba siempre que la base empírica de la economía constituía un elemento, fundamental para la aplicación de los conocimientos económicos a la vida de un país. José A. Vandellós, después de estudiar la carrera de Derecho, decidió continuar su aprendizaje de Economía en el extranjero. Fue discípulo de Corrado Gini, famoso y competente estadístico italiano del que recibiría una formación seria en Italia, viajando más tarde a London School of Economics, centro que Vandellós consideraba básico para la instrucción y formación completa de un economista en su tiempo. Fue esta valoración de la London School of Economics la que le llevó a aconsejar muy vivamente a Sardá que no dejase de conocer su organización y sus enseñanzas. Y efectivamente éste se desplaza a la London School en el verano de 1929, trabajando bajo la dirección de un economista notable, que tenía gran 30 prestigio en este centro: Theodor Gregory. El gran economista Lionel Robbins se refiere a él como «uno de los mejores profesores de los años veinte, que contribuyó de forma muy importante a elevar el nivel de los estudios de la London School». Gregory formaría parte de varias comisiones oficiales, incluyendo el McMillan Committee on Industry and Finance, y actuaría como asesor económico del gobierno de la India de 1938 a 1946. Conocedor profundo —en opinión de Robbins— de la desintegración de la economía internacional en el período de entre-guerras, sus obras sobre la teoría del dinero y la política monetaria marcaron líneas de avance importantes que hubieran evitado muchos de los problemas creados en esa etapa. El análisis de los problemas económicos de esa etapa se hizo por Gregory de forma meticulosa, analizándolos en el curso del tiempo, concediendo gran importancia a éste, a la relevancia de los tipos de cambio y a las corrientes financieras. Subrayó, asimismo, que la estabilidad del tipo de cambio reflejaba la estabilidad de los precios relativos entre distintos países y concedió a esta variable una gran importancia para prever la marcha del nivel de precios. Quizá la obra más destacada de Gregory sea su introducción a la reedición de la History of Prices and of the State of the Circulation during the Nine Years, 1848-1856. In two volumes: forming the fifth and sixth volumes of the History of Prices from 1792 to the present time, donde quizá germina —como ha afirmado el profesor Velarde— la gran obra póstuma de Sardá: La política monetaria y las funciones de la economía española del siglo XIX. Joan Sardá sintió mucho no poder satisfacer su curiosidad de conocer a Keynes en su viaje a Londres debido a que éste estaba fuera de Inglaterra, pero de su viaje a la London School se llevó como tarea la de abordar a fondo el mundo de las ideas keynesianas. Su segunda estancia en el extranjero fue aconsejada por su maestro José María Tallada y apoyada por Agustín Viñuales, discípulo directo de Flores en Madrid. Sardá logrará una beca de la Generalidad para realizar estudios de Economía en la Universidad de Munich, en donde trabajaría con el profesor Adolf Weber, cuya obra más difundida será su Tratado de Economía Política, traducido posteriormente por otro discípulo de Flores, José Álvarez Cienfuegos, y editado por la Casa Editora Bosch a partir de 1935. El trabajo de Sardá sobre este Tratado le facilitará una visión general del pensamiento económico y un conocimiento preciso de las aportaciones de la Escuela de Viena y de las primeras contribuciones de Schumpeter. A partir de la premisa de su formación universitaria —adquiría dentro y fuera del país—, una conclusión inevitable parecía ser que su paso siguiente fuera el desempeño de una función docente, que Joan Sardá iniciará en su Barcelona natal de la mano de su maestro José María Tallada. Este contacto con Tallada lo realizará recién terminada su licenciatura en Derecho en 1930, iniciando el desempeño de sus primeras explicaciones de Economía en L’Escola de Administració Pública, creada para la formación de funcionarios públicos por la Mancomunidad de Cataluña, y cuya cátedra regentaba Tallada. Tras doctorarse en Madrid (única Universidad autorizada entonces para la or- 31 ganización de los estudios de Doctorado), continuará su colaboración con José María Tallada, cambiando muy pronto de escenario. En efecto, el Decreto de 1 de junio de 1933 creaba, para iniciar sus actividades en el curso 1933-34, la Universidad Autónoma de Barcelona. Y el 7 de septiembre de ese mismo año se publicó el Decreto que aprobaba el Estatuto de la Universidad y establecía los principios de su funcionamiento. Dentro de la Universidad Autónoma, la Facultad de Derecho verá reformados sus planes de estudios al crearse tres posibles especialidades abiertas al alumnado en los dos últimos cursos de la licenciatura: Derecho Público, Derecho Privado y Estudios Económicos. El profesorado verá también alterado el proceso de su selección con dos alternativas posibles: personal docente libremente designado por el Patronato de la Universidad y el procedente de la celebración de los concursos oposición. Con arreglo al primer régimen, fueron nombrados catedráticos para el desempeño de las enseñanzas económicas José Vandellós, José María Tallada, Manuel Reventós y Sánchez Sarto. Como disponía el título VIII de sus Estatutos, la Universidad Autónoma utilizará asimismo para la selección de su profesorado la vía del concurso-oposición. Precisamente Joan Sardá concursaría y obtendría la plaza de primer ayudante de Economía en 1934 Contaba entonces veinticuatro años. Todo hacía esperar que esa carrera como docente continuara de la manera brillante que se había iniciado, trabajando en el escenario de la Universidad Autónoma de Barcelona, que él estimaba como propio para el desempeño de la función docente e investigadora. Y es justamente aquí donde los hechos posteriores contradicen, inconcebiblemente, este supuesto tan fundado. Porque Sardá vuelve, efectivamente, a la Universidad Autónoma de Barcelona como catedrático de Hacienda Pública y como Decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Comerciales en 1970, cuando contaba ¡sesenta años! ¿Cómo fue posible que un universitario de la calidad de Joan Sardá tardara 36 años en poder ejercer la docencia en el campo de la Economía en el que se había especializado, y en el escenario de Barcelona en que deseaba desarrollar sus actividades? ¿Qué había sucedido en esos 36 años que van de 1934 a 1970? El punto de partida para entender esta contradicción, en apariencia inexplicable, se encuentra justamente en el inicio de su carrera universitaria como profesor ayudante de Economía en la Universidad Autónoma de Barcelona. Esto sucedía en 1934, y quien haya escuchado a Joan Sardá hablar de este tiempo sabe bien que se sentía plenamente integrado en la Universidad Autónoma, de la que formaban parte los catedráticos que en verdad fueron sus maestros. Es entre ese núcleo de profesores y en el ambiente creado en la Universidad Autónoma de Barcelona en el que creyó encontrar el medio ideal para el ejercicio de su vocación de economista. En la Universidad estatal o central de Barcelona —como hemos afirmado— desempeñaba las enseñanzas de Economía en la Facultad de Derecho Jaime Algarra, lo que alejó a Joan Sardá de todo intento de enlazar o establecer relación con esta Universidad. 32 La apuesta de su carrera docente por realizar su trabajo exclusivamente en la Universidad Autónoma de Barcelona, despegándose de cualquier relación con la Universidad estatal, fue una apuesta perdida muy pronto. El 16 de febrero de 1936 la nueva política educativa del Ministerio de Educación de la II República finalizaba esta aventura universitaria de la Autónoma, con un gran coste para la futura carrera académica de Sardá y para el progreso de la Economía en el país. Sólo cinco meses separaban este fin de la corta experiencia docente de la Universidad Autónoma de Barcelona de la tragedia de la Guerra Civil, que iba a alterar la vida de Joan Sardá en cuanto a su objetivo de desempeñar una cátedra de Economía en su ciudad natal. La Guerra Civil supuso para la Universidad Autónoma de Barcelona la diáspora de su profesorado José Vandellós partió hacia Venezuela, donde desarrolló una gran tarea en la construcción de una base estadística que garantizara la información continuada sobre ese país. Una tarea que interpretó ejemplarmente y que todos los que la conocieron no han dejado de alabar. Vandellós pasaría después a Estados Unidos, trabajando para Naciones Unidas. Sánchez Sarto encontró su exilio en Méjico, y también emigraron otros profesores (Vidal i Guardiola y Reventós). En España se quedaron los menos, entre ellos el maestro de Sardá, José María Tallada, que residió primero en Salamanca para volver después a Barcelona. Sin embargo, lo peor no fue esto, sino que el posible ejercicio de la docencia en Cataluña no contaría en muchos años sino con la Universidad estatal, regida en el campo de la Economía, como ya se ha dicho, por Jaime Algarra, hacia el que el grupo de economistas de la Autónoma no tenía especial respeto, ni Algarra, por su parte, los iba a ayudar tampoco. ¿Y qué fue de Joan Sardá? La respuesta la ofrecería él mismo en una entrevista realizada por Armando Carabén, bajo un título que es obligado retener porque pocos han acertado tan bien, y con menos palabras, al describir —en su titular— la personalidad de Sardá. La entrevista se titulaba L’agradable escepticisme d’un liberal, una tarda amb Joan Sardá (publicada en la Revista Económica de Catalunya, n.º 5, 1987, pp. 50 y ss.): «En aquella época, una vez comenzada la Guerra Civil, participé en las reuniones de S’Agaró convocadas por Josep Tarradellas. El motivo real de estas reuniones era obtener los dineros que necesitaba la Generalitat para afrontar los gastos de la Guerra Civil. También era preciso establecer orden entre las autoridades e instituciones monetarias y en los procesos presupuestarios. A esos dos puntos trataron de atender los “acuerdos de S’Agaró”, integrados por un conjunto dilatado de disposiciones 3». A estas reuniones asistió Sardá convocado como vicesecretario de la Asociación de Banqueros del Nordeste de España, cargo para el que fue nombrado en vísperas de la Guerra Civil, en 1935. «En esas reuniones de S’Agaró —confesará con orgullo— defendí la instauración de un impuesto sobre el volumen de ventas apreciado a través de 3 Sobre el contenido de estos acuerdos, vid., el trabajo de BRICALL, JOSÉ M., «El profesor Sardá y els decrets de S’Agaró», publicado en la Revista Económica de Catalunya, 1987, n.º 5, pp. 59 y ss. 33 la cifra de negocios de las empresas, que constituía la entrada por Cataluña en España de este tributo al que la mayoría de los países europeos habían fijado su atención en la primera posguerra mundial». La Guerra Civil llevó a Sardá a Aragón en 1938, y allí estuvo en el Estado Mayor en el frente de Teruel, concretamente en la comarca del Maestrazgo. Cuando se decidió la batalla del Ebro, convencido como muchos catalanes del fin práctico de la Guerra Civil, Sardá viajó de una España a la otra, siendo ingresado, cerca de Pamplona, en un campo de concentración: «Cuando yo llegué a Pamplona quise contar con los avales correspondientes para conseguir un puesto de trabajo con el que salir del campo de concentración en el que estaba recluido». Ese deseo de Sardá se decidiría en Burgos, donde estaba situada la capital, entonces poblada de catalanes emigrantes. «Trías de Bes, que era asesor de Cortina, ministro de Asuntos Exteriores, sabía que yo conocía el alemán y me reclamó para trabajar en una oficina que preparaba un boletín de información secreta para el Ministerio de Información, en aquel tiempo en manos de Serrano Súñer». Acabada la Guerra Civil, vuelve a Barcelona y tiene que optar, como medio de vida, por su incorporación a un bufete de abogados que se ocupaba de temas bien distantes a su especialización. Todo ello sucede hasta noviembre de 1941, un año en el que se inicia el doloroso viacrucis de las oposiciones a cátedra que tanto coste y desengaños supusieron para él. Un coste que se manifestará en la gran demora en conseguir el ingreso en el escalafón de catedráticos de la Universidad y poder ejercer sus funciones en su escenario predilecto de Barcelona. Ciertamente, Sardá no era un buen opositor. Sus dotes expositivas no eran las mejores, aunque fueran excelentes, por la claridad y competencia sus investigaciones, siendo incapaz, por otra pare, de ajustarse a lo que en las oposiciones de entonces se denominaban trincas, que se realizaban en los dos primeros ejercicios, y cuya práctica efectiva había degenerado en la utilización de argumentos más ajustados al efectismo la contundencia que a un diálogo constructivo que permitiera apreciar, pacíficamente, al tribunal la personalidad y la obra presentada por los opositores. Como había afirmado Ortega y Gasset, al juzgar críticamente esta práctica, para ganar unas oposiciones en España «hay que ser un gran tenor para cantar los elogios a la propia obra y ser un fiero jabalí para atacar la ajena», una práctica que Sardá despreciará. En tercer lugar, cuidó poco su relación con los economistas que, desde Madrid, dirigían el profesor Flores de Lemus y sus discípulos. No se relacionó tampoco con quienes dirigieron sus cursos para la obtención del grado de doctor cuando estuvo en Madrid para realizarlo. Finalmente, Jaime Algarra, el heredero de la cátedra de Flores en Barcelona, no fue santo de su devoción, y éste no dio apoyo alguno a la candidatura de Joan Sardá cuando las oposiciones fueron convocadas. Esto ocurría en 1941, año en que se convocaban las cátedras de Economía Política y Hacienda Púbica de las facultades de Derecho en las universidades de Zaragoza, Valencia y Oviedo, a las que concurrieron cinco opositores: Valentín Andrés Álvarez, Manuel de Torres Martínez, Miguel Paredes Marcos, José Castañeda Chornet y Joan Sardá Dexeus. Los catedráticos que saldrían de esta 34 oposición serían Valentín Andrés Álvarez para la Universidad de Oviedo, Manuel de Torres Martínez para la Universidad de Valencia y Miguel Paredes Marcos para la Universidad de Zaragoza. No obtuvieron plaza dos destacados opositores que iban a figurar entre los economistas más considerados poco tiempo después: José Castañeda y Joan Sardá. Su disconformidad con la decisión del tribunal fue obvia, y se manifestó en distintas declaraciones de ambos. Sin embargo, los dos perseveraron en su propósito de convertirse en catedráticos de Economía. Y pronto lo iban a conseguir. José Castañeda ganaría la cátedra de Teoría Económica de la nueva Facultad de Ciencias Políticas y Económicas en 1945, y Joan Sardá concurriría a las cátedras de Economía Política y Hacienda Pública de las facultades de Derecho de las Universidades de Murcia y Santiago de Compostela, convocadas en 1944. La oposición a esas cátedras se celebraría mucho más tarde. Los firmantes que acudieron a la oposición, en 1946, serían únicamente dos: Joan Sardá y Alberto Ullastres, quienes, pese a ser opositores, trabaron una larga y pacífica amistad que habría de prolongarse desde la Universidad al campo de la política económica. Los dos obtuvieron lo que pretendían: Joan Sardá fue catedrático de la Universidad de Santiago y Alberto Ullastres catedrático de la Universidad de Murcia. Por fin, el viejo propósito de Sardá de convertirse en catedrático de Universidad en Economía se cumplía así doce años después de haber sido nombrado primer ayudante de Economía Política en la Universidad Autónoma de Barcelona. Llegar a la cátedra no significó permanecer en ella, porque resultaba realmente difícil residir en Barcelona y enseñar en Santiago de Compostela. El lector debe imaginar las dificultades de viajar en ferrocarril, como era el caso, y desplazarse entre estas dos ciudades españolas. Como afirmó Joan Sardá, estaba más tiempo en el tren que en la Universidad de Santiago. Quedaba como alternativa investigar, y para eso la cátedra le daba oportunidades de tiempo no despreciables. Pero ¿qué tiempo y cómo aprovecharlo? Compañeros que ejercían en la cátedra en Santiago trataron de convencerle de que Santiago y Cambridge eran la misma cosa, a lo que Sardá respondía con humor que existían dos diferencias: el idioma, por una parte, y por otra, la biblioteca. Las dotaciones de ésta en aquellos tiempos difíciles de la posguerra eran dramáticamente reducidas. Apenas llegaban novedades y no existía presupuesto para adquirirlas. No obstante, aprovechó el tiempo que le dejaba su ocupación académica en investigar, y es durante esa etapa de Santiago cuando escribe La política monetaria y las fluctuaciones de la economía española en el siglo XIX, considerada una de sus obras más acabadas e interesantes. Al año siguiente, 1949, Sardá terminó presentando la excedencia en la Universidad de Santiago, y residió en Barcelona los cinco años siguientes. Cinco años dedicados por completo a la investigación, iniciada con un trabajo de largo alcance dedicado a Las uniones aduaneras y uniones económicas, que habría de formar parte del ambicioso proyecto de José Larraz promovido desde la Sociedad de Estudios y Publicaciones, que él había constituido con la ayuda y colaboración de los grandes bancos españoles para acumular los 35 documentos que pudieran inspirar la actitud española en el proyecto ya en marcha de la futura Unión Europea. Sardá invertiría dos años en la redacción de su trabajo en los que viajó a Ginebra, Bruselas y Kiel para disponer de la información necesaria. Con su competencia habitual, ofrecerá un estudio acabado sobre el tema dividido en dos grandes partes, en las que se analizaban, en primer lugar, las principales uniones aduaneras: el Zöllvearein (la gran unión aduanera alemana), la Unión Aduanera Astro-Húngara, la Suiza y la Italiana. En la segunda parte, se presentaban y evaluaban la integración de la economía alemana, tal y como se realizó en el período 1936-1941, la experiencia del Benelux y la unificación económica europea, con la creación de la Unión Europea de Pagos. Esta obra fue reeditada en los Escritos del profesor Sardá, ofrecidos en el homenaje que le dedicó el Banco de España en Barcelona en 1987: como afirmaba en la larga presentación que redacté para esa obra, la monografía de Joan Sardá mostraba «los resultados de un largo trabajo, sólidamente documentado, sobre las principales experiencias históricas disponibles de uniones arancelarias y uniones económicas». De estos años de Barcelona data también su Manual de introducción a la Economía, que tuvo una utilización extraordinaria en un lugar bien lejano: el de la Universidad Central de Caracas, en Venezuela. La explicación de que se utilizara en lugar tan distante es que un gran amigo suyo desde los tiempos de estudiantes —Pere Grases— fue consultado por el propio Sardá sobre si existirían posibilidades de desarrollar su ejercicio profesional como economista en Caracas, donde Grases se había exiliado y afianzado su posición en pocos años. Grases planteó esta posibilidad a la dirección del Banco Central de Venezuela, y su presidente —Doctor Gonzalo Gorrondona— aceptó de inmediato la posibilidad de incorporar al profesor español a las tareas del banco central venezolano. En junio de 1951 se formalizó el acuerdo por el que Sardá quedaba incorporado al Banco Central de Venezuela. Se trasladó, por tanto, inmediatamente a este país, integrándose en el equipo de expertos, consejeros del banco central. Así, desde 1951 a 1956, ejerció su profesión de economista en la república venezolana. En el banco central, pronto adquirió un prestigio extraordinario, corriendo a su cargo la coordinación del Informe Anual y la interpretación de la evolución económica de Venezuela en una Memoria anual que el banco central publicaba al fin de cada ejercicio. Por su parte, Sardá confesó que su estancia en el banco central venezolano le permitió conocer directamente los problemas monetarios y bancarios, que ocupaban un lugar prioritario en sus estudios y en su trabajo. El estudio de esos problemas y la búsqueda de sus soluciones para el caso de Venezuela le permitieron, además, conocer y tratar con los economistas y directivos de las instituciones nacidas de los acuerdos de Bretton Woods: Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial. Pero su profesión como economista no se agotaba en las labores de información y consejo desempeñadas en el banco central venezolano. Sardá era 36 también un profesor, que pudo ejercer su vocación probada e innegable en la Universidad Central de Venezuela en Caracas. En ella, y dentro de la cátedra de Teoría Económica de la Facultad de Ciencias Económicas, desarrolló unas lecciones que adquirieron singular prestigio, y en las que utilizó su Manual. Como ha afirmado Pere Grases 4, «En esa enseñanza Sardá adiestrará a las jóvenes generaciones de economistas venezolanos que iban a desempeñar puestos directivos clave en la sociedad y en la política de Venezuela». En 1953 aparecía por fin una convocatoria de oposiciones a la cátedra con la que había soñado Sardá: la de Economía Política y Hacienda Pública de la Facultad de Derecho de la Universidad de Barcelona. Cátedra a la que la convocatoria añadía la de Economía Política y Hacienda Pública de la Universidad de Murcia. Esta oposición habría de amargar la vida de Sardá y diferir, una vez más, la posibilidad de explicar Economía en el escenario en el que había deseado hacerlo desde 1934. A la presentación de los ejercicios de esa oposición comparecieron cinco opositores, entre ellos Joan Sardá, que era el único opositor con título de catedrático. Por otra parte, Sardá había ampliado considerablemente las publicaciones procedentes de su investigación, nunca interrumpida desde la obtención de la cátedra de Economía Política y Hacienda Pública de la Universidad de Santiago de Compostela. Se encontraba así, a sus 43 años, con una experiencia y una madurez indiscutibles, y con la prueba de una vocación docente que aspiraba a desarrollar en el lugar que siempre había deseado. Pese a todo ello, el tribunal decidió no votarle mayoritariamente para el número 1 de la oposición que era el que decidía la ocupación de la vacante de Barcelona. Más aún: le votó en segundo lugar, lo que equivalía a proponerle para ocupar la cátedra de Murcia, a la que ya habrá opositado cuando obtuvo, por preferencia personal, la cátedra de Santiago de Compostela. No puede extrañar que esta decisión disgustará profundamente a Joan Sardá, que conservaría un amargo recuerdo de este acontecimiento durante los años siguientes de su vida. Sardá no sería el único perdedor de esta decisión, porque en 1953 —el año en que se celebraron esas oposiciones— se creaba la Facultad de Ciencias Económicas y Comerciales en la Universidad de Barcelona. Sardá hubiera sido un excelente decano de esa nueva Facultad, en la que podía haber ingresado como catedrático si la plaza de la cátedra de Economía y Hacienda a la que opositó se le hubiese concedido. Así pues, la negativa del Tribunal que le juzgó obstaculizaba —si es que no impedía— además su desempeño de funciones directivas y docentes en la nueva Facultad de Ciencias Económicas y Comerciales de Barcelona. El coste oportunidad de esta decisión es difícil de estimar, aunque es obvio que fue muy elevado, al renunciar a un profesor que gozaba de un reconocimiento general por su calidad como economista entre quienes ejercían la profesión en Barcelona y entre quienes, más tarde, serían los profesores de la nueva Facultad. 4 Vid., su trabajo «El doctor Joan Sardá Dexeus a Venezuela (1951-1956)», publicado en la Revista Económica de Cataluña, n.º 5, 1987, pp. 63 y ss. 37 1.1. JOAN SARDÁ AL FRENTE DEL SERVICIO DE ESTUDIOS DEL BANCO DE ESPAÑA: UNA AFORTUNADA CASUALIDAD Sorprendentemente, esta reiterada desgracia va a verse compensada por la fortuna que no le había acompañado en el ejercicio de la función docente en Economía. A finales de 1956 una serie de circunstancias singulares van a llevar a Joan Sardá a la Dirección del Servicio de Estudios del Banco de España. La reorganización de nuestro banco central en el otoño de 1956 motivó que el director hasta entonces del Servicio de Estudios —el profesor Mariano Sebastián— pasara a ocupar el cargo de secretario general del Banco, dejando libre su puesto. Esa vacante contaba con muchos aspirantes desde dentro y desde fuera del Banco de España. Como testigo directo de esos acontecimientos, puedo afirmar que la intervención del profesor Mariano Sebastián resultó decisiva para el nombramiento de Joan Sardá. Convenció a éste para que aceptara la propuesta, logró incluirle en primer lugar en el tema de aspirantes a posibles directores que debía presentar al Gobernador, y éste al Consejo del Banco, y redactó la nota en la que se destacaba con especial acento sus méritos para el desempeño del puesto. En definitiva, una propuesta bien definida y tenazmente defendida que motivó que el Gobernador —Joaquín Benjumea— presentase a Joan Sardá «con preferencia a los otros dos candidatos». El Consejo del Banco eligió, por mayoría abrumadora, el 10 de noviembre de 1956, a Sardá para el desempeño de la dirección del Servicio de Estudios. Esta presencia del profesor Sardá al frente del Servicio de Estudios del Banco de España duraría hasta 1965, definiendo una época que el historiador Pablo Martín Aceña ha calificado con acierto como la «era Sardá» 5. Quizá sean tres los rasgos que caracterizan a esa «era Sardá». El primero es la mejora espectacular en la información del Banco de España sobre los datos y decisiones de la política monetaria del país, así como sobre los referentes a la economía general. La difusión de esta información y el prestigio que fue adquiriendo constituyeron un respaldo al acierto de su elección como director del Servicio de Estudios. El segundo será la mejora ostensible en la calidad de los dictámenes e informes con los que el Banco asesorará al gobierno, y sus enjuiciamientos valiosos sobre la política económica del país. El tercero, el ingreso en el Servicio de Estudios del Banco de España de los economistas salidos de las nuevas facultades universitarias, que demostraron sus capacidades para contribuir a consolidar una profesión que permitía el mejor desempeño de la política monetaria y la general del país. El Servicio de Estudios del Banco de España se iba a convertir desde entonces en el testimonio vivo de la llegada de los economistas al ejercicio de su profesión a su reconocimiento por la sociedad española. La obra más destacada del Servicio de Estudios del Banco de España en la que se ha denominado «la era Sardá» es, sin duda, la definición e instauración del Plan de Estabilización de 1959, que cambiaría decisivamente el rumbo de 5 38 Vid., su obra El Servicio de Estudios del Banco de España, Banco de España, Madrid, 1999. la economía española y edificaría las bases del desarrollo económico de España durante los años de la década de 1960. El profesor Sardá sería indiscutible intérprete de este programa económico que recibió el nombre oficial de Estabilización y que Joan Sardá preferiría calificar como Plan de Estabilización y Liberalización de la economía española. Al contenido de este programa y a los datos fundamentales de la contribución de Sardá a su redacción, implantación y difusión en la economía se refiere la segunda parte de este trabajo. En el Servicio de Estudios, la labor de Sardá se manifestó en otras direcciones: su constante defensa de la política de estabilización y liberalización de la economía española, a la que respondió el programa definido en 1959; la mejora de los instrumentos de la política monetaria, labor que no pudo culminar plenamente y que constituiría la herencia dejada a sus sucesores, que pudieron partir de su experiencia y sus ideas; la concentración en el Banco de España de la política monetaria exterior que desempeñaba el Instituto Español de Moneda Extranjera y el informe preparado en el Servicio de Estudios para la reforma bancaria interpretada por el Ministerio de Hacienda, que culminó en un conjunto de medidas entre las cuales figuró la tardía nacionalización del Banco de España. Sardá abandonaría el Servicio de Estudios del Banco de España en 1965, en un proceso que Pablo Martín Aceña califica como su «largo adiós» 6. Un largo adiós que se inicia en 1963, año a partir del cual la política económica española comenzaría a verse influida por los planes de Desarrollo, que interfirieron la operación estabilizadora y paralizaron el pleno desarrollo de sus medidas. Estas decisiones se hicieron notar en que la política de mayor flexibilidad de la economía no dio pasos adelante, y en que, en vez de más mercado y menos intervenciones, se fue hacia políticas que suponían más intervenciones y menos mercado, sin que tampoco se reforzasen las medidas que pudieran acelerar, de alguna manera, la integración de España en Europa. Sardá criticó este rumbo de la política económica desde los propios informes del Banco de España, puesto que, en su opinión, equivalía a abrir paso a una vuelta a los desequilibrios y distorsiones en la asignación de los recursos, lo que impediría —incluso a corto plazo— el propio desarrollo pretendido por los planes. En ese nuevo ambiente resultaba difícil colaborar con la política del gobierno, porque, del lado de las autoridades económicas, esas decisiones no se iban a cambiar. En julio de 1965, el ministro de Hacienda durante la estabilización —Mariano Navarro Rubio— abandonaba el cargo, pasando a desempeñar el de gobernador del Banco de España. Para apartar a Sardá del Servicio de Estudios se le ofreció el desempeño de la Dirección General de Banca, Bolsa e Inversiones, que él no aceptó, permaneciendo en el Servicio de Estudios como asesor del Gobernador. Años más tarde, en marzo de 1978, Sardá sería nombrado consejero del Banco de España, y en el mes de abril del mismo año, miembro del Consejo 6 Vid., op. cit., pp. 171 y ss. 39 Ejecutivo. Cargos en los que permaneció hasta 1980 en el Consejo Ejecutivo y hasta 1984 en el General. Los años de permanencia de Sardá en el Banco de España, y en especial su paso por el Servicio de Estudios, dejaron —concluye Pablo Martín Aceña— «una señal imborrable. Su recuerdo permanece vivo en todos los que allí le trataron cuando era director, así como en los que le conocieron después. Evocar su nombre despierta siempre 7 sentimientos de respeto y provoca manifestaciones de admiración. Para los economistas que han transitado por el Servicio, Sardá representa lo mejor de su pasado». Un pasado del que queda la rica herencia que el Plan de Estabilización y Liberalización de la economía española supuso para los estudios de Economía, y para el ejercicio de la profesión de economista en España, una ganancia innegable. La política económica aplicada en 1959 extendió un aval de credibilidad y de prestigio para afirmar los estudios de Economía, que habrían de atraer a la primera Facultad de Madrid y a las nuevas facultades creadas posteriormente una población escolar creciente. De esta manera, la política practicada por el Plan de Estabilización contribuyó a consolidar académicamente la Economía en España y, al mismo tiempo, concedió solvencia a los universitarios que habían decidido especializarse en Economía como profesionales. Esta fue, sin duda, la gran aportación de Joan Sardá a la consolidación académica de los estudios de Economía en España. En esos años de estancia en el Servicio de Estudios del Banco de España, y en los posteriores a partir de 1965, Sardá continuó —como siempre— investigando los problemas económicos de su tiempo, y especialmente los que más afectaban a la economía española. Investigando y publicando, porque si algún hecho sorprende de la vida de Sardá es la dilatada lista de sus obras. Atendiendo al desempeño de su profesión y a la importancia e interés de sus investigaciones. Sardá fue propuesto e ingresó como Académico Numerario en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en 1965 con un discurso bien construido bajo el título de Sobre la reforma del sistema monetario internacional. En 1977 desempeñó el cargo de presidente de la comisión nombrada por el Ministerio de Economía para la reforma del mercado de valores en España. Esa comisión actuó con diligencia, y pronto se dispuso de un informe que ha orientado las decisivas medidas reformadoras que han modernizado la estructura y el funcionamiento de dicho mercado en nuestro país. 1.2. 1960: LA VUELTA AL EJERCICIO DE LA FUNCIÓN DOCENTE A partir de 1960, también se presentarían novedades en la posibilidad de que Sardá ejerciera su función docente de forma continuada en la Universidad española, que había constituid el gran e inexplicable obstáculo para el ejercicio de su magisterio. Estas oportunidades fueron dos: la primera en Madrid y la segunda en Barcelona. 7 40 Vid., op. cit., p. 172. En el mes de septiembre de 1960 moría en Almoradí el profesor Manuel de Torres, que había venido desempeñando la cátedra de Teoría Económica III en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de la Universidad Complutense desde su creación. El contenido de la asignatura trataba de ofrecer unas enseñanzas en el campo de la teoría del dinero y la política monetaria, así como la teoría del comercio internacional. Un contenido que, justamente, coincidía con aquellos campos de Economía más cultivados por Sardá y a los que había concedido una importancia fundamental en sus investigaciones y en el desempeño de su profesión en los servicios de estudios del Banco Central de Venezuela y del Banco de España. No sería de extrañar, por tanto, que, como consecuencia de esa formación y especialización, Joan Sardá fuera propuesto para ocupar esa cátedra en el curso 1960-1961. No he comprendido nunca cómo esta situación no se consolidó definitivamente con su nombramiento como catedrático en la Universidad Complutense. Se trataba de una oportunidad singular en la que se contaba con la persona adecuada para desempeñar el puesto disponible, una ocasión singular que, de nuevo, no se aprovechó. La segunda oportunidad para esa incorporación definitiva a la Universidad española iba a presentarse en Barcelona. En efecto, en 1970, el Ministerio de Educación creaba las universidades autónomas de Madrid y Barcelona, con la diferencia de que, en la primera de ellas, se enumeraban las facultades de que constaría la nueva Universidad. No sucedió lo mismo en la Universidad Autónoma de Barcelona, para la que fue nombrado Rector el catedrático de Bioquímica Vicente Villar Palasí, que fue quien propuso que en esa nueva Universidad se creara una Facultad de Ciencias Económicas y Comerciales, disponiendo que su fundación y las condiciones de su funcionamiento se orientaran por una comisión de la que formaban parte, entre otros, Joan Sardá y Fabián Estapé, así como Antoni Serra, que sería nombrado secretario general de la nueva Universidad. Existía un acuerdo general en que el nuevo centro debía contar con un decano que dirigiera ese proyecto, y que ese decano no podía ser otro que el profesor Sardá Dexeus. El problema residía en la aceptación del cargo por éste, quien estuvo dispuesto, evitando cualquier reticencia, a poner a disposición de este nuevo centro docente su experiencia personal y la autoridad que le concedían los economistas de toda España y, por supuesto, los economistas de Cataluña, lo que fortalecía, sin duda, su capacidad de convocatoria para dirigir un equipo de economistas que pudieran colaborar en la tarea de puesta en marcha de este nuevo centro docente. Para aceptar el nuevo puesto —como cuenta Antoni Serra 8— Joan Sardá estableció una serie de condiciones al Rector. La primera fue que, si se deseaba una enseñanza de calidad, resultaba decisivo no improvisarla de inmediato montando un primer curso deprisa y corriendo. Resultaba fundamental 8 Vid., su trabajo «El profesor Joan Sardá i la creación de la UAB», publicado en el n.º 5 de la Revista Economica de Catalunya, pp. 84 y ss. Agradezco a Antoni Serra las valiosas notas que me ha suministrado sobre este proceso de creación de la Facultad de Ciencias Económicas y Comerciales de la Autónoma de Barcelona. 41 contar con un tiempo de reflexión y de programación. La nueva Facultad, en su propuesta, no comenzaría a funcionar a partir del primer año de la licenciatura, sino que se montaría un curso de Doctorado al que podrían acudir los economistas que lo desearan y dedicar asimismo, el primer año a convocar a posibles profesores de la nueva Facultad con los cuales discutir el Plan de Estudios, los programas de las asignaturas y los métodos de enseñanza. La segunda condición fue que el Ministerio de Educación no dotara ni convocara ninguna cátedra sin contar previamente con el decano y sus colaboradores. Como antes se ha afirmado, el nombre de Sardá se había ganado un prestigio indiscutible que permitió que jóvenes economistas con curricula excelentes aceptaran la invitación del nuevo decano para programar las enseñanzas de la Facultad. Entre sus colaboradores figuraban Jordi Nadal (discípulo del profesor Vicens Vives y que habría de convertirse en un gran historiador de la Economía). José María Bricall (catedrático de la Universidad más tarde y su Rector durante varios años), Joaquín Muns (catedrático más tarde de Organización Económica Internacional), Ramón Trías Fargas (catedrático entonces de Economía y Hacienda, que había de desempeñar papeles decisivos en el área económica durante la transición política española) y Antoni Serra (que había asumido las funciones de secretario general de la Universidad y que, más tarde, sería catedrático en el campo de la Economía de la Empresa, innovando el tratamiento de sus problemas). Estos economistas se reunían semanalmente y disponían las directrices y los detalles del Plan de Estudios futuro. Todos ellos aceptaban la autoridad moral, y no simplemente la formal, del nuevo Decano Sardá. La preocupación de éste —como antes se ha afirmado— era no dejar la enseñanza de la Economía a la improvisación y ofrecer al alumnado una dedicación continuada y una enseñanza de calidad. Cumplidas las condiciones anteriores, y transcurrido el año demandado por Joan Sardá para iniciar los estudios de licenciatura, éste pudo ejercer, además de cómo decano, como catedrático titular en la nueva Universidad al convocarse un concurso para cubrir la cátedra de Hacienda Pública de la Universidad Autónoma. Por fin se había conseguido que Sardá tuviera el doble puesto que le correspondía en la Universidad Autónoma de Barcelona, de la que sería decano y catedrático. En el ejercicio de su poder y función como decano, nombraría al profesorado del primer curso en las cinco asignaturas que lo componían, encargando su desempeño a Josep M. Bricall, Jordi Nadal, Ángel Latorre, Ramón Companys y Joaquín Muns. Un punto adicional que revelaba su experiencia y su sabiduría fue la última condición impuesta para que la nueva Facultad de Ciencias Económicas y Comerciales funcionara con la máxima eficacia: la selección del alumnado y que éste no sobrepasara las posibilidades de su enseñanza, bien por la dimensión del centro, bien por la existencia de grupos demasiado numerosos. Ese número se fijó, dada la capacidad del edificio y el profesorado disponible, en cien alumnos y no más. Condición que Sardá logró imponer al Rector de la Universidad, que era partidario de elevar el total de matriculados para resolver 42 los problemas de un desbordante alumnado que deseaba cursar sus estudios universitarios en aquellos años. El proyecto de Joan Sardá dentro de la Facultad de Ciencias Económicas y Comerciales de la Universidad Autónoma difícilmente podría ser duradero, porque su fundación necesitó del pleno apoyo personal del ministro de Educación, José Luis Villar Palasí, y de su Rector en Barcelona, que concedió plena confianza a Sardá y atendió a todas sus peticiones. Una situación bien singular, porque era muy difícil que la política educativa de aquellos años concediese esta autonomía a las autoridades académicas. Efectivamente, dos años después, el Ministerio de Educación cayó en manos de uno de los personajes más pintorescos que lo han desempeñado y Sardá presentó su dimisión como decano. Sin embargo, fiel a su vocación docente, continuó trabajando en la Universidad Autónoma de Barcelona en su cátedra hasta la llegada de la jubilación. Esa gestión del Decanato no fue duradera, pero ahí quedó su ejemplo. Un ejemplo que mostraba cómo se debía fundar y desarrollar un proyecto docente en una Facultad de Ciencias Económicas y Comerciales que, por desgracia, no se siguió en las numerosas facultades y centros superiores de formación en Economía que se establecieron en el país a partir de 1953. Quedó también la herencia de sus discípulos, que llegaron a la Facultad con el mayor entusiasmo para realizar las tareas de investigación y de enseñanza, todos los cuales han dado testimonio de su magisterio. En sus últimos años le llegaron reconocimientos públicos de su valía. La Generalidad le concedió la medalla de oro en 1988, y el Ayuntamiento de Barcelona, en 1993 la medalla al mérito científico. Esta última condecoración pudo celebrarla en compañía de sus últimos discípulos, que ejercían la función docente en la Autónoma con la satisfacción personal de Joan Sardá, ya que esto testimoniaba su deber cumplido al frente del Decanato de esta Universidad. En el mes de julio de 1994, finalmente, le fue otorgado el Premio Jaime I de Economía por la Fundación Valenciana de Estudios Avanzados. El Acta del Jurado afirmaba que esa concesión era un reconocimiento «a su labor investigadora y su presencia activa (y decisiva podríamos añadir) en la política económica española». 2. EL PROFESOR SARDÁ Y EL PLAN DE ESTABILIZACIÓN ECONÓMICA En la vida de todo buen economista profesional suelen producirse circunstancias en las que disfruta de la oportunidad singular de participar e influir decisivamente en las elecciones clave de la política económica de su país. Al profesor Sardá esa oportunidad vital se le ofrecería en una coyuntura difícil y crítica de la historia contemporánea española, que se abre cuando se incorpora al Servicio de Estudios del Banco de España en el año 1956 y se cierra en 1964, teniendo su punto culminante en el conjunto de decisiones económicas clave del año 1959, asociadas al Plan de Estabilización de 1959 constituyó un éxito tanto en el terreno económico como en el político. Nadie antes de julio de 1959 43 hubiera pensado que el saneamiento económico se conseguiría a un precio tan pequeño en términos de bienestar económico. Este resultado fue especialmente meritorio teniendo en cuenta las dificultades políticas que tuvieron que vencer los políticos y técnicos que inspiraron y pusieron en marcha la operación. El profesor Sardá fue uno de esos técnicos que inspiraron la marcha de la operación estabilizadora. Es indudable que, como se ha afirmado con acierto, «la maduración de la idea del Plan de Estabilización fue una obra colectiva, en la cual estuvieron empeñados tanto los reformistas que trabajaban para lograr un cambio en el enfoque de la economía española en el interior como los que lo hacían en los organismos internacionales» 9. El propio Joan Sardá reconoció esa autoría colectiva del Plan de Estabilización cuando afirmó que «como en muchas otras ocasiones de nuestra Historia era una minoría éclairé la que negoció» 10. Sin embargo, esas afirmaciones no pueden hacer olvidar otro hecho no menos cierto: el papel singular desempeñado por el profesor Sardá en la operación estabilizadora, hasta el punto de que la opinión general asocie su nombre al conjunto de medidas que integraron el Plan de 1959. Y ello por varias razones, entre las cuales quizá la más destacada sea que el Banco de España fue un eslabón decisivo para lograr la colaboración necesaria entre la política fiscal, la monetaria, la comercial y la cooperación de los organismos internacionales que constituyeron el eje en torno al cual giró la política económica del Plan de Estabilización. La capacidad de Joan Sardá para mantener el diálogo entre los equipos del Ministerio de Hacienda y de Comercio y para encauzar la cooperación de los organismos internacionales (FMI y OCDE) fue, en verdad, decisiva para el éxito de la operación. Este importante protagonismo suyo en el Plan de Estabilización Económica permite acercarse hoy con ventaja para entender su lógica económica y su planteamiento político a través de los testimonios escritos que nos ha dejado, y que prueban su buen hacer de economista y consejero económico en aquellos años 11. En primer lugar, se ofrece el artículo publicado en el «Baning Supplement» de la revista The Statist, de diciembre de 1958, que resume y valora los esfuerzos realizados por lo que ha venido denominándose política «preestabilizadora» del período 1957-59; en segundo lugar, se incluye la contestación del Banco de España de 9 de febrero de 1959 al cuestionario realizado por el gobierno sobre las decisiones de convertibilidad, de liberalización e integración adoptadas en la etapa 1957-59 por distintos países occidentales, y su repercusión sobre la economía española; a este informe siguen la «Nota dirigida al ministro de Hacienda por el Director del Servicio de Estudios del Banco de España» en febrero de 1959, nota de la que fueron autores Gabriel Ferrás, jefe de la División Europea 9 Vid., MUNS, J., Historia de las relaciones entre España y el FMI (1958-1962), 25 años de economía española, Ed. Alianza-Banco de España, Madrid, 1986, p. 271. La cursiva del texto es mía. 10 Vid., SARDÁ, J., Prólogo a la obra colectiva de CLAVERA, J.; ESTEBAN, J. M.; MONÉS, M. A.; MONTSERRAT, A., y ROS, J., Capitalismo español: de la autarquía a la estabilización (1929-1959), EDICUSA, Madrid, 1975, Vol. 1, p. 13. 11 Vid., estos trabajos en la obra Joan Sardá Dexeus: Escritos, 1949-1960, Ediciones Banco de España, 1987. 44 del FMI y el propio profesor Sardá, y que contiene la síntesis de las medidas que integrarían el Plan de Estabilización; la valoración personal del profesor Sardá de las medidas estabilizadoras del 59 se contiene en dos trabajos: en primer lugar, en su aportación a la Historia del Banco de España en el periodo 1931-62 cuyo Capítulo VI aborda extensamente la cuestión y, en segundo lugar, en su conferencia pronunciada en la Cátedra Luis de Olariaga: «Aspectos monetarios de la estabilización». Los aludidos Escritos del profesor Sardá se cierran con dos trabajos sobre «El control monetario» y «El control del crédito», realizados con carácter interno en el Servicio de Estudios del Banco de España, y en los que se abordan los problemas que planteaba la definición de la política y control monetarios en España, cuyas debilidades se habían manifestado al programar la estabilización, momento en el que se tuvo que acudir a las toscas decisiones del techo del crédito, ante la falta de mejores instrumentos disponibles. ¿Cómo se ordenan los hechos de esta etapa decisiva de nuestra historia económica contemporánea a partir del testimonio de los escritos del profesor Sardá? Tal es la cuestión a la que trataremos de dar respuesta seguidamente. Como ya se ha afirmado en la primera parte de este trabajo, el profesor llega al Servicio de Estudios del Banco de España, por casualidad afortunada, en 1956. El país vivía en ese año lo que iba a ser el fin de una etapa del franquismo que Sardá ha considerado posteriormente, como la tercera de su recorrido histórico 12. Las dos etapas anteriores que Sardá ha propuesto diferenciar discurren entre 1939 y 1953. La primera de ellas es la comprendida entre 1939 y 1945, de reorganización de las instituciones y de reconstrucción de la economía del país, etapa dominada por dificultades internacionales e interiores de todo tipo y en la que España, bajo la premisa de una ideología autárquica y el intervencionismo y control estatal de todas las actividades económicas, vive «una economía rígida de racionamiento, sin posibilidades de intercambios exteriores, registra un descenso de la productividad que tiene como consecuencia una baja en la renta per cápita. Los precios son contenidos malamente por medidas intervencionistas y las reivindicaciones salariales no hallan ningún cauce, ya que la desorganización y persecución de los elementos obreristas es total» 13. Sólo las medidas de reordenación monetaria de Larraz merecen un juicio favorable de Sardá en la política económica terrible y negativa de esta primera etapa del franquismo. La segunda etapa discurre para Sardá entre 1945 y 1953 14, enmarcada por dos hechos importantes: el fin de la Segunda Guerra Mundial y los acuerdos del gobierno español con Estados Unidos. Sardá ha visto esa fase de nuestra historia bajo el imperativo dominante del estancamiento pro12 La periodificación de la historia económica del franquismo a la que se refiere el texto es la que realiza el profesor Sardá en «El Banco de España, 1931-1962», ensayo incluido en El Banco de España, una historia económica, Ed. Banco de España, Madrid, 1970, pp. 479 y ss., trabajo incluido en su obra Juan Sardá Dexeus: Escritos…, op. y ed. cits. 13 Vid., Capitalismo español…, op. y ed., cits., 8 y 9. 14 Vid., «El Banco de España, 1931-1962», op. cit., pp. 455 y ss. 45 ductivo y la inflación. La ideología económica que inspira la política del país sigue siendo la misma de la etapa anterior, con las dos referencias clave de la autarquía y el intervencionismo, que se manifiestan en todas las facetas de la vida económica, desde la productiva a la financiera. Esas páginas tristes de las dos fases de la historia económica del franquismo alteran su argumento en la tercera etapa, que Sardá fecha entre 1953 y 1959. «La ayuda americana de 1953 —dice— riega España como el agua a la tierra sedienta». Las importaciones de materias primas permiten expansionar la producción industrial. Algunos bienes de inversión, financiados por créditos del Eximbank, permiten alguna modernización del aparato productivo. Se entra, por tanto, en una etapa de mayor crecimiento económico, la primera después de la Guerra Civil… Por otra parte, aparece entre 1951-54 un positivo aumento de la producción agrícola. Al mismo tiempo, desde el Ministerio de Comercio, Arburúa practica una política de mayor libertad que contribuye a la mejora general del panorama 15. Todo ello configura una etapa diferente que algunos análisis retrotraen a 1951 16, poniendo la calificación de decenio bisagra 17 para caracterizar el comportamiento de la economía española y de la política económica en los años 1951-59. Los fundamentos de esa calificación residen en los hechos destacados por Sardá del mayor desarrollo de la economía, confirmados con más precisión cuantitativa en investigaciones recientes 18 y en el goteo de medidas liberalizadoras en esta fase 19 que habrían de culminar en el Plan de Estabilización Económica de 1959. 15 Vid., Prólogo de la obra Capitalismo español…, op. y ed., cits., pp. 10 y 11. Vid., GARCÍA DELGADO, J., «Industrialización y desarrollo económico durante el franquismo», ensayo incluido en la obra de NADAL, J.; CARRERAS, A., y SUDRIÁ, C., La economía española en el siglo XIX, una respuesta histórica, Ed. Ariel, Barcelona, 1987, pp. 170 y ss., bajo el título El decenio bisagra. 17 La tesis que sostiene la interpretación de la historia económica del franquismo del profesor García Delgado destaca la importancia del cambio registrado a partir de 1951. En efecto, a partir de 1951 una apertura «cierta, aunque tímida», tuvo efectos importantes —afirma el profesor García Delgado— sobre el desarrollo económico general y la maduración del propio proceso industrial. Los datos reales de la economía indican la importancia del cambio (vid., op. cit., 176). En la importancia de esas decisiones insiste también la obra colectiva de VIÑAS, A.; VIÑUELA, J., EGUIDAZU, F.; PULGAR, C. F., y FLORENSA, S., Política comercial exterior de España, 1931-1975, Ed. Banco Exterior de España, Madrid, 1979, Capítulo VI. En el mismo sentido apuntan muchas de las conclusiones del ensayo de GONZÁLEZ, M. J., La Economía Política del franquismo, Ed. Tecnos, Madrid, 1979. Todo ello lleva a sostener al profesor García Delgado que el cambio del Plan de Estabilización no fue un cambio brusco, sino la culminación de un proceso inevitable de apertura al exterior que aparece ya en la etapa previa a la estabilización económica a partir de 1951. Esta tesis, sin embargo, o contabiliza debidamente, en mi opinión, los formidables desequilibrios financieros producidos en esa etapa, que hacían inevitable la estabilización y liberalización de la economía. Sin esa estabilización y liberalización, el desarrollo de los años sesenta hubiera resultado imposible. De forma que el salto del plan de estabilización-liberalización tuvo una importancia cualitativa capaz de definir una nueva etapa económica. 18 Vid., la estimación del índice de producción industrial elaborado por A. Carreras en «La producción industrial española en 1842-1891: Estimación de un Índice anual», artículo publicado en Revista de Historia Económica, n.º 1, 1984, pp. 127 y ss., y «Un nuevo índice de la producción industrial española en 1831-1981», artículo publicado en Papeles de Economía Española, n.º 20, 1984, p. 112. 19 La expresión es del profesor García Delgado, op. cit., p. 172. 16 46 Sin embargo, los pasivos de esta década bisagra eran muy importantes, y sin su reducción — que exigía un cambio profundo de política económica— era poco o nada lo que se podía hacer a favor de un desarrollo competitivo y continuado. A estos pasivos se ha referido Sardá en un inventario que abre la intensa inflación y que se continúa por una Hacienda Pública desequilibrada que impedía la práctica de una política monetaria que no se resignase a suministrar pasivamente la caja pedida por las necesidades de todo tipo de los agentes de la economía. El análisis de esos pasivos de la política económica de 1956 constituyó el motivo de los primeros informes realizados por Sardá en el Servicio de Estudios. Sus conclusiones principales se hallan resumidas en el artículo «La política económica en España» publicado en The Statist (1958). El proceso inflacionista que el país vivía en 1956 tenía para él un claro origen: el aumento del gasto público y privado financiado por una política monetaria acomodante. Los intensos aumentos del crédito al sector público y privado en 1956 no sólo sostenían un gasto excesivo, sino que impedían la práctica de una política monetaria, al financiarse el crédito privado mediante préstamos con garantías de fondos públicos dotados de la cláusula de pignoración automática en el Banco de España, un viejo vicio español convertido en continuada corruptela financiera en esta fase de nuestra historia económica. Esa inflación keynesiana de demanda se reforzaría por el aumento excepcional de los costes salariales en 1956 (del orden del 50 por 100) que, al carecer de contrapartida en los aumentos de productividad, agudizarían el proceso de alza de precios, situado en el año 56 al ritmo de 1% de crecimiento mensual. Obviamente, la balanza de pagos constituiría el escenario último en el que se registrarían las consecuencias de ese desequilibrio interno «con una pérdida de las pocas reservas internacionales acumuladas» 20, lo que hizo necesario extremar la rigidez en la concesión de las licencias de importación, dificultando así el aprovisionamiento exterior. Esa secuencia de acontecimientos de 1956, que Sardá denunció en sus primeros análisis oficiales al frene del Servicio de Estudios del Banco de España, testimoniaba la práctica de una política económica que había merecido ya acervas críticas de los economistas 21, sin conseguir, sin embargo, cambiarla. Lo que sí cambió, quizá como concesión última al desastre y falta de coordinación de la política económica de 1956, fue el gobierno. Los cambios introducidos en febrero de 1957 iban a resultar decisivos para la política económica 20 Vid., Prólogo a Capitalismo español…, op. cit., p. 12. Esas críticas tuvieron un protagonista fundamental: Manuel de Torres Martínez, en cuya lección inaugural del Instituto Social León XIII, en el curso 1953-54, se manifestaban con claridad los defectos de la política intervencionista. Esta conferencia sería recogida después en su obra La coordinación de la política económica en España, Ed. Aguilar, Madrid, 1955. Vid., asimismo, sobre esta opinión crítica de los economistas españoles, el artículo de GONZÁLEZ, J., «Los economistas españoles en el preludio de la planificación indicativa», publicado en Investigaciones Económicas, n.º 6, 1978, pp. 121 y ss. A esta posición de los economistas me he referido en mi trabajo, «El Plan de Estabilización Económica de 1959, 25 años después», publicado en Información Comercial Española, n.º agosto-septiembre de 1984, pp. 25 y ss. 21 47 del país, pues supusieron la entrada en escena de los economistas en cuatro puestos clave: Alberto Ullastres como ministro de Comercio, Manuel Varela en la Secretaría General Técnica del Ministerio de Comercio, Juan Antonio Ortiz Gracia en la Secretaría General Técnica del Ministerio de Hacienda, quienes iban a acompañar en sus inquietudes y a compartir sus preocupaciones con Joan Sardá al frente del Servicio de Estudios del Banco de España. En torno a esos tres centros se articularon equipos de economistas que venían trabajando en la Administración pública y que se habían licenciado en las primeras promociones de la Facultad de Ciencias Económicas. Creo que la profesión común de estos equipos y la amistad y complementariedad de sus directores constituyó uno de los factores 22 que explican el cambio de la política económica que sanciona finalmente el Plan de Estabilización de 1959. Pero en febrero de 1957 y julio de 1959 mediaron dos largos y costosos años cuyas incidencias principales cuenta el profesor Sardá en dos trabajos: «La política económica en España» y «El Banco de España en 1931-1962». Lo que de ellos se desprende es que la política de estabilización necesitó tiempo para su aceptación por el gobierno, y que esa aceptación se produjo por la pedagogía contundente de los acontecimientos económicos. Como afirma Sardá 23, «poco a poco el gobierno español fue entrando en las nuevas ideas, sin duda forzado por las dificultades de la situación». Los años 1957 y 1958 estuvieron ocupados por los primeros tanteos del cambio de la política económica. A mediados de 1957 el gobierno decidió aplicar por dos vías diferentes, y no bien coordinadas entre sí, actuaciones estabilizadoras: a través de un conjunto de decisiones monetarias (elevación del tipo de descuento del Banco de España, congelación de los límites de redescuento del Banco de España, congelación de los límites de redescuento de la banca privada, transferencia de los depósitos de los organismos estatales de la banca comercial al Banco de España e instrucciones a la banca para reducir ciertos tipos de crédito). Decisiones a las que acompañaron medidas de política comercial (devaluación de la peseta e intento de cierta unificación en los cambios especiales). A estas medidas se añadirían, a finales de 1957, las dirigidas a mejorar las posibilidades recaudatorias del sistema tributario con la reforma de 27 de diciembre de ese año. El gran defecto de todas esas decisiones fue su falta de coordinación y su propia timidez. Con todo, como señala el profesor Sardá, mostraron que era más de lo mismo y mejor dosificado lo que necesitaba el remedio de los desequilibrios de la economía española, puesto que la tasa de inflación cayó en 1958 respecto de 1957, disminuyó también la tasa de crecimiento de la cantidad de dinero y se logró un saneamiento notable de la Hacienda pública. Pero en los agentes sociales siguieron prevaleciendo las expectativas alcistas, cuya 22 Ese factor se destaca como primer ingrediente de la política de estabilización económica, conjuntamente con la propia marcha de la economía española y el ingreso de España en los organismos internacionales, en mi trabajo «El Plan de Estabilización Económica de 1959», op. cit., pp. 25-29. 23 Prólogo a Capitalismo español…, op. cit., p. 13. 48 corrección parecía pedir unas decisiones de más envergadura y continuidad para producir lo que Joan Sardá denominó «un shock traumático que eliminase el espíritu especulativo y fundamentase la estabilidad interior y exterior del dinero 24. Lo que se necesitaba, en suma, era «una acción de política económica de carácter global que comprendiera un conjunto de medidas que afectasen a diversos aspectos del cuerpo económico y que se aprobasen y anunciasen en bloque» 25. Esto es, un plan o programa de estabilización económica. La oportunidad para esa acción de política económica vinieron a concederla los hechos internos y exteriores de la economía. Los internos, con la prolongación del proceso inflacionista que, al obligar a intervenir en la balanza de pagos por el gollete de las licencias de importación, creaba una situación de ahogo insufrible en la industria, cuyo desarrollo perceptible había comenzado a romper, a finales de los años cincuenta, los principios de la autarquía. Esta acción contrastaba con la Europa que pactaba la destrucción de sus fronteras arancelarias para crear el Mercado Común en la misma época en que España las cerraba a sus empresas y consumidores para el abastecimiento exterior, y contrastaba también abiertamente con la corriente de convertibilidad de las distintas monedas, que registraría a finales de 1978 un paso importante al aprobarse la convertibilidad exterior para los residentes, lo que liberaba en forma importante los pagos exteriores. Como afirma el profesor Sardá 26, «los efectos psicológicos de esas medidas sobre la opinión pública española fueron muy fuertes. Esto movió al Ministerio de Hacienda a presentar al gobierno para su aprobación, en enero de 1959, un cuestionario dirigido a una serie de instituciones españolas para que emitieran su informe sobre una serie de cuestiones concretas del porvenir monetario, liberalización de intercambios, integración económica internacional». Se trataba con ello de aprovechar una situación en la que el país sentía su aislamiento para beneficiar en su ayuda las necesarias medidas de estabilización. Se comprobaba así la operatividad del axioma de Ullastres sobre la estrategia de la política de estabilización: «La estabilización hay que hacerla en España desde el extranjero». Una estrategia que debía entenderse en un doble sentido. En primer lugar, en el de aprovechar los acontecimientos exteriores para evaluar y capitalizar su importancia y consecuencias sobre la economía interna, y forzar así la aceptación de las medidas estabilizadoras como alternativa al aislamiento y a la posible marginación económica de España. En segundo lugar, debería obtenerse de las instituciones internacionales la mayor cooperación posible para difundir en el interior del país los mensaje estabilizadores en las instancias donde se decidía la política interna, presentando, desde una óptica internacional, los mismos argumentos en los que insistían los técnicos nacionales ante 24 Vid., su trabajo «Aspectos monetarios de la estabilización», incluido en Juan Sardá Dexeus: Escritos…, ed. y op. cits. 25 Vid., «Aspectos monetarios…», op. cit. 26 Vid., «El Banco de España, 1931-1962», op. cit., 417, incluido en Juan Sardá Dexeus: Escritos…, ed. y op. cits. 49 sus autoridades. Estas dos líneas de avance constituían las únicas alternativas con las que se podía lograr la penetración de las ideas de la nueva política económica en el reducto de la ciudadela económica del franquismo. Por esa doble vía, indicada por Ullastres, avanzaron las nuevas medidas en 1958 y 1959. Apoyándose en la situación psicológica de aislamiento interno creada por el comienzo de la integración europea siguiente al Tratado de Roma, firmado en 1957, y la convertibilidad monetaria de finales de 1958, se solicitaron por el gobierno, movido por el Ministerio de Hacienda y el de Comercio, las respuestas a un cuestionario beligerante sobre cuestiones de política monetaria y consecuencias sobre la economía española de los movimientos de los distintos países hacia la convertibilidad, la integración y la liberalización. La respuesta del Banco de España a ese cuestionario, redactada por el profesor Sardá, consistió en un documento bien elaborado con el propósito de justificar la necesidad de las medidas estabilizadoras, descartando la alternativa inviable de la autarquía y la independencia del exterior, y diseñándose, claramente, las medidas que deberían integrar un programa de estabilización económica. Los costes de no inclinarse por esa alternativa estabilizadora apuntaron con acierto al centro de preocupación de la opinión pública: «Una posición inevitable de aislamiento y contracción del comercio exterior español» con graves consecuencias sobre el desarrollo del país y sus oportunidades de empleo. Esa opinión del Banco de España, en sus respuestas al cuestionario del gobierno —afirma Sardá— «fueron coincidentes con las ofrecidas por la mayoría de los organismos consultados, con pocas excepciones, lo que probada que la opinión general tendía a cristalizar hacia la necesidad de un cambio general en la política económica» 27. La segunda línea de avance —esto es, la presencia de los técnicos españoles y su colaboración con los técnicos de los organismos internacionales para presentar desde ellos las críticas a la vieja política económica y la sugerencia de las medidas estabilizadoras— desempeñó asimismo un papel importante para los cambios realizados en 1959. En esa peculiar forma de «hacer la estabilización desde el extranjero», el profesor Sardá desempeñó un papel destacado, conjuntamente con Manuel Varela y José Antonio Ortiz Gracia. La presencia en España de misiones técnicas de los organismos internacionales desde 1957 fue numerosa, y sus análisis sobre la economía española plena y pactadamente coincidentes con las opiniones de los informes internos 28. Lograr, sin embargo, la redacción última del Plan llevaría algún tiempo, a consecuencia de lo que se ha calificado como el «forcejeo» entre la vieja y la 27 «El Banco de España, 1931-1962», op. cit., 471. Vid., un resumen de esas opiniones y de los principales informes que se contiene en mi trabajo «El Plan de Estabilización Económica…», op. cit., pp. 31 y ss. La colección de los principales documentos se glosa ampliamente en VIÑAS, A.; VIÑUELA, J., EGUIDAZU, F., PULGAR, C. F., y FLORENSA, S., Polítia comercial…, ed. cit., Vid., asimismo, sobre los informes del FMI la op. cit. de J. Muns, Historia de las relaciones entre España y el FMI (1958-1962), 25 años de economía española, Ed. Alianza-Banco de España, Madrid, 1986, pp. 271 y ss.; 351 y ss., y 437 y ss. 28 50 nueva política 29. Al fin, el FMI, después de distintas incidencias, propuso en febrero de 1959 a las autoridades españolas el envío de una misión que iba a resultar definitiva para culminar el Plan de Estabilización Económica. Al aceptar la propuesta del FMI, destaca Muns 30 que las autoridades españolas indicaron que la misión que vendría a España «podía aprovechar la visita para discutir la elaboración de un Plan cuya aplicación situase a la economía española en una posición que permitiera una mayor participación de España en las organizaciones europeas. Este Plan debería referirse a las medidas que deberíamos tomar, así como a la cooperación externa necesaria para conseguir esos objetivos». La misión llegaba a España, presidida por Gabriel Ferrás, el 14 de febrero de 1959, y trabajó en colaboración con la Administración española hasta el 6 de marzo de 1959. Gabriel Ferrás, director de la misión, manifestó al llegar a España —según afirma el profesor Sardá 31— «que estaba autorizado para ampliar las conversaciones a otros temas, además de los comprendidos en el artículo XIV». Esas «conversaciones» pudieron realizarse al fin, tras obtener la autorización del jefe del Estado transmitida a través del Ministerio de Hacienda, entre G. Ferrás y J. Sardá, que elaboraron conjuntamente, en febrero de 1959, la «Nota dirigida al Ministerio de Hacienda por el director del Servicio de Estudios del Banco de España 32. Esa «propuesta» contiene el esquema de política económica que habría de informar el contenido del Plan de Estabilización Económica. A su lógica se han referido dos trabajos posteriores del profesor Sardá: «El Banco de España en 1961-62» y «Aspectos monetarios de la estabilización». Si nos atenemos a su contenido, él creía que no era posible obtener resultados eficaces en la economía española sin cumplir con tres condiciones. Una actuación global de la política económica que, partiendo de la interdependencia de sus distintos aspectos, actuase sobre toda la economía. De ahí que la «propuesta» contenga numerosas y heterogéneas decisiones que actúan sobre la política monetaria y comercial exterior (tipo de cambio único realista, liberalización de los intercambios y eliminación de los acuerdos bilaterales), sobre la política monetaria y financiera internas (financiación no inflacionista de las inversiones públicas, contención del crecimiento del crédito bancario, eliminación de los subsidios sobre los precios, liberalización de precios en los mercados, contención de salarios) y sobre la política de capitales extranjeros (flexibilización de las inversiones extranjeras). De la unión de esas distintas decisiones resultaba un ingrediente básico del programa de estabilización eco29 El término es de Ros Hombravella (vid., ¿Qué es la economía franquista?, Barcelona, 1987, p. 53). A su contenido e intérpretes principales me he referido en mi trabajo «El Plan de Estabilización Económica…», art. y loc. cit., pp. 31 y ss. Asimismo, GARCÍA DELGADO, J. L., «Industrialización y desarrollo…», art. y loc. cit., pp. 172 y ss. 30 Vid., Historia de las relaciones…, pp. 28 y ss. 31 «El Banco de España…», op. cit. 472. 32 Vid., el texto de este documento que, bajo el título de «Propuesta de un Plan de Estabilización», se incorpora en la obra Joan Sardá Dexeus: Escritos, op. y ed., cits., 371 y ss. 51 nómica. Dicho en otros términos, se trataba de un programa indivisible con objeto de conseguir efectos claros sobre la economía. Obtener el máximo partido psicológico de la estabilización, lo que reclamaba su aprobación en bloque, tal y como se había diseñado, para producir el shock que doblegase las expectativas de inflación dominantes. Conseguir la financiación exterior condicionada a la aceptación de las medidas estabilizadoras por parte del gobierno, con objeto de que esa financiación externa las hiciera más aceptables para la política económica interna. Convertir esa «propuesta» esquemática en un plan articulado y lograr su aceptación de las autoridades españolas necesitó cuatro meses. El 30 de junio de 1959 se aprobaba un memorándum dirigido por el gobierno español al FMI y la OCDE que contenía las medidas del Plan de Estabilización Económica, cuyo desarrollo legislativo se realizaría en distintas disponisiciones, con especial mención para el Decreto-Ley de Ordenación Económica de 21 de julio de 1959, que constituyó el texto básico de la nueva política económica. Comenzaba así, como he afirmado en otro lugar 33, «una nueva etapa en la política económica española, largo tiempo preparada y sorprendentemente aceptada al fin». Sorprendentemente, se indica, porque la lógica del Plan se oponía de forma frontal a las concepciones económicas del franquismo, y esa lógica no hubiera sido aceptada si la situación exterior del país no la hubiera hecho inevitable. Una vez más, los números rojos de la balanza de pagos española habían obligado a aceptar, con su lógica inexorable, por un sentido de supervivencia, la que constituía la única alternativa posible para salir de la situación en la que se encontraba la economía española. ¿Cómo enjuició Joan Sardá los efectos del Plan de Estabilización, al que tan decisivamente había contribuido con su perseverante trabajo de asesoramiento? Sus valoraciones coinciden con la general, que afirma el éxito de la operación. «En pocos meses —indica el profesor Sardá— las perspectivas españolas cambiaron por completo en sentido favorable» 34. Sin embargo, su sentido crítico no le impidió apreciar, con objetividad, los pasivos de una operación que había protagonizado. Tres son los testimonios dejados en sus Escritos de esa preocupación por los pasivos del Plan de Estabilización Económica. Tratemos de referirlos. El primero se refiere al coste de la operación estabilizadora, sobre el que las evaluaciones críticas del Plan han puesto el acento de sus observaciones. Las medidas del Plan adoptado en 1959 operaron en una economía que había sufrido ya actuaciones correctoras anteriores: las decisiones preestabilizadoras, que, aunque insuficientes para cambiar la situación, se acusaron depresivamente en el año 1959 sobre la economía. Este efecto depresivo se manifestó desde el segundo semestre de 1959 al segundo semestre de 1960. Síntomas del coste de esta restricción fueron: a) la caída por ingresos en horas extraordinarias (que afectó a 500.000 trabajadores en un 23% de sus ingresos, según los cálculos del Banco de España); b) el aumento del paro (con cifras que hoy 33 34 52 Vid., «El Plan de Estabilización Económica…», art. y loc., cit., p. 35. Vid., «El Banco de España…», op. cit., p. 477. nos parecen muy bajas, pero que suponían su duplicación en aquella fecha); c) como consecuencia de los efectos anteriores, una caída del consumo privado, en particular de bienes de consumo duradero, y d) el cambio en la formación bruta de capital (construcción y existencias fundamentalmente, y no tanto en capital fijo). Esas consecuencias negativas desaparecieron en el segundo semestre de 1960, a partir del cual la economía española registró una tasa de desarrollo sin precedentes históricos. Sin embargo, es innegable que los efectos positivos del Plan habían hecho necesario pagar el coste de una recesión. ¿Fue ese coste excesivamente elevado o se limitó a lo imprescindible? Es ésta una pregunta de difícil, y quizá imposible, contestación. Sin embargo, es claro que al profesor Sardá le preocupaban muchos las consecuencias negativas del Plan de Estabilización, que juzgaba, en parte, inevitables si se deseaba ganar credibilidad para la nueva política, ya que tratar una inflación tan grave y prolongada como la española de aquellos años exigía doblegar las expectativas alcistas profundamente arraigadas en la población, lo que no podía hacerse con medidas efímeras y tímidas, como habían probado las decisiones de 1957 y 1958. Pero no se debía estar dispuesto a que coste recesivo de la operación estabilizadora superada el nivel de lo que se juzgaba inevitable y, por este motivo, intentó Sardá, desde comienzos de 1960 —cuando se hicieron presentes los efectos del retroceso en la actividad económica—, dulcificar la política monetaria, como la atestigua su correspondencia con Gabriel Ferrás conservada en el Archivo del Banco de España 35. Sardá proponía la posible eliminación de algunas medidas restrictivas, entre las que figuraban el depósito previo a las importaciones y la reducción de los tipos de interés. La respuesta de Ferrás aceptando esta propuesta matizaba sus efectos y apostaba, desde la lejanía, con gran intuición por lo que iba a suceder meses más tarde: la recuperación rápida de la economía española 36. La adopción de las medidas 35 La carta del profesor Sardá está fechada el 11 de marzo de 1960, y en un pasaje de ella se afirma: «Por último, me gustaría consultarle ciertos puntos que han sido discutidos por el Ministerio de Hacienda y el señor Ridruejo. Se refieren a la situación actual del tipo de descuento y de los restantes tipos. Como podrá comprobar en las citas que le envío, la situación monetaria, especialmente a juzgar por las cifras de febrero, continúa mostrando una tendencia que debemos calificar más bien de contractiva. Por otro lado sigue existiendo un cierto estancamiento en la evolución económica del país y en ciertos círculos se observa nerviosismo respecto a la continuidad de esa evolución. Es posible que ciertas indecisiones en el gobierno a la hora de poner en práctica diversos aspectos del Plan de Estabilización, especialmente en lo referente a la flexibilidad de la economía interna, puedan haber contribuido a esta situación. «No obstante, el Ministro de Hacienda piensa que tiene que hacer algo en los actuales momentos para ayudar a la economía española y recuperar un nivel alto de actividad y en su opinión podría ser útil una reducción en el tipo de descuento y en los restantes tipos de interés del Banco de España. Es indudable que entre el público existe la impresión de que con el nivel de tipos actualmente cargados por el sistema bancario es muy difícil mejorar la situación económica interna». 36 La respuesta de Gabriel Ferrás, conservaba en el Archivo Histórico del Banco de España, contesta en uno de sus pasajes a esa pregunta formulada por el profesor Sardá de la forma siguiente: «No nos es muy fácil aquí en Washington juzgar la situación actual de España, especialmente en cuanto a la inversión, la producción y el empleo. La falta de información y de datos recientes y precisos en un obstáculo tanto para nosotros como para ustedes. Personalmente yo creo que si la 53 de política monetaria a que se refería el profesor Sardá en su carta a Ferrás se adoptaron en abril y septiembre de 1960, y así, aunque el crecimiento fue lento en 1960, empezó a incrementar su ritmo en 1961 y 1962; el crecimiento del PNB a precios constantes fue de -0,5% en 1960, pasó a 3,7% en 1961 y a 7% en 1962 37. Creo que todo ello prueba la sensibilidad del profesor Sardá hacia ese pasivo de la operación estabilizadora y sus proyectos para limitarlo a la cuantía exigida por la lógica económica de la operación. El segundo pasivo de la operación estabilizadora del que se preocupó fue la tosquedad de la política monetaria aplicada en el 1959, operando con la instauración de «techos» de créditos como única alternativa viable. Mejorar los instrumentos de la política monetaria constituyó una de sus principales preocupaciones, como lo prueban dos de sus trabajos: «El control monetario» y «El control de crédito en España». Por desgracia, el conjunto de estas peticiones no fue atendido por la política financiera del país. El tercer pasivo de la política estabilizadora española, sentido por cuantos participaron en ella, residió en paralizar el desarrollo de las medidas que debían definir un sistema de economía de mercado. En tres direcciones se manifestó esa parálisis: en la flexibilización del mercado de trabajo, en la modernización del sistema financiero y en la flexibilización de la legislación industrial. Más aún, puede hablarse incluso de una mayor rigidez en la ordenación de los procesos economía todavía está estancada como usted afirma, la situación no puede ser demasiado grave y el cambio se ha producido o ya está a punto de hacerlo. Sin embargo, comprendo perfectamente el hecho de que exista cierta inquietud por las tendencias actuales y que tal inquietud pueda ser en sí misma una fuente de dificultades desde el punto de vista psicológico o de otra forma. No consideraríamos inconveniente una disminución de los tipos de descuento e interés cargadas por el Banco de España, supuesto que sea moderada (digamos 0,5% para el tipo de descuento oficial y no más de 1/4% para los créditos con garantía de fondos públicos). Desde luego, suponemos que la política del banco central se modificaría en caso —que no debemos desechar— de una expansión excesiva de los créditos bancarios que pudiera materializarse en un futuro no muy lejano. El crédito bancario ha estado aumentando progresivamente desde septiembre hasta final del año. Como usted sabe, no tenemos datos más recientes, pero me atrevería a apostar que desde esa fecha han tenido lugar nuevos aumentos y ha de esperarse que sigan aumentando en los meses venideros. Debe recordarse también que para un país tan necesitado básicamente de capital como es España, los tipos de descuento e interés aplicados por el banco central, incluso su nivel presente, no pueden considerarse altos. De hecho, los tipos del banco emisor por crédito contra garantía con fondos públicos son tan sólo ligeramente superiores a los similares tipos básicos que existen en la mayor parte de otros países europeos. Incluso son más bajos que los de ciertos países tales como Austria, Dinamarca, Finlandia, Suecia, etc. «Puedo recomendarle que cuando se lleve a cabo la disminución de los tipos del banco central se tenga mucho cuidado en no dar la impresión al público de que la medida constituye un abandono del programa de estabilización, sino que, por el contrario, supone una vuelta a condiciones más normales hechas posibles realmente por el éxito del programa». «Esta carta ha sido redactada después de consultar con Mr. Jacobson. Estoy autorizado para declarar que refleja tanto las opiniones del Director Ejecutivo como las mías propias. Por ello, en lo que atañe al Fondo, no sería necesario que las autoridades españolas consultasen con el Fondo antes de establecer la nueva lista de tipos, tal y como se sugiere en la carta enviada por el Ministro a Mr. Jacobson el 11 de enero». 37 Vid., «El Banco de España…», op. cit., p. 479. 54 económicos en esas tres áreas de la economía española después del Plan de Estabilización y en los años sesenta en particular a partir de 1964. El mercado de trabajo no alteraría, en efecto, los principios de rigidez que informaban los sistemas de contratación y de despido de la mano de obra, y además se elevaron los costes de la superestructura de la seguridad social, con la extensión impremeditada de sus prestaciones a colectivos deficitarios. El sistema financiero recibió la reforma de 1962, en la que no se definió una política monetaria activa que controlase el crecimiento de la cantidad de dinero ni se liberalizó el sistema financiero 38, sino que éste se sometía a una mayor intervención —que expresivamente ha calificado Raimundo Poveda 39 como «despotismo ilustrado financiero»—, la cual se manifiesta a través de una multiplicación de coeficientes de inversión y el ejercicio de un poder discrecional que interpretaba la Junta de Inversiones, decisora, en última instancia, del disfrute de privilegios financieros que caracterizaron a la economía recomendada de los planes de desarrollo a partir de 1964. Tampoco se eliminaron las trabas y obstáculos que dificultaban la creación de nuevas industrias, trabas y obstáculos que fueron siempre defendidos radicalmente por la concepción intervencionista que dominó la ejecutoria de los ministros de Industria de la década de los años sesenta. Las denuncias de los economistas a la parálisis, primero, y a la pérdida, después de la flexibilidad del sistema económico español, que alejaban a éste de los principios de la economía de mercado, fueron constantes. Basta seguir las páginas de Información Comercial Española para comprobar la referencia reiterada a las medidas pendientes del Plan de Estabilización. La OCDE y el FMI insistirían una y otra vez, en sus informes periódicos, en la necesidad de adoptar esas decisiones cuyos efectos tanto comprometían la asignación eficiente de los recursos económicos españoles. El profesor Sardá, al repasar la política económica aplicada por España desde la perspectiva de los informes de la OCDE en el período 1959-69 40, concluirá que «las observaciones de los informes de la OCDE a lo largo de los diez años que van desde que se emprendió la aventura del Plan de Estabilización permiten comprobar su éxito innegable en los primeros años, lo que permitió a España dar un paso adelante en el nivel de su desarrollo, pero después se dio un retorno a los desequilibrios y distorsiones amenazadores del futuro». Ese después al que el profesor Sardá se refiere es el que discurre bajo el intervencionismo de los planes de desarrollo, opuesto a la liberalización y flexibilización que habían inspirado las medidas de 1959. Es indudable que ese intervencionismo continuado de la economía discrecional de los planes de desarrollo, al 38 Sobre las características del sistema financiero tradicional, vid., Papeles de Economía Española, n.º 3, 8 y 18. 39 POVEDA, R., Vid., su trabajo «Funcionamiento del mercado financiero en España», publicado en Papeles de Economía Española, n.º 9, 42 y ss. 40 Vid., su trabajo «La OCDE y su papel del asesor económico: el caso de Españ», versión castellana de la contribución del profesor Sardá al Homenaje a Thorkil Kristensen publicado en castellano en Trece economistas españoles ante la economía española, Ed. J. Ros, publicado por Oikos-Tau, Barcelona, 1975, pp. 209 y ss. 55 tiempo que desaprovechaba una oportunidad histórica singular para implantar una economía de mercado, iba a constituirle en el origen de malformaciones importantes de la estructura productiva y de la asignación de recursos españoles que el país iba a pagar muy caro en los años críticos que se vivirían después. El profesor Sardá fue el primero de los economistas que intervinieron en la operación estabilizadora que vio el mundo de intervenciones arbitrarias y de parcial discrecionalidad a que llevaba al país la peculiar y aberrante concepción administrativa de los planes de desarrollo, y dimitió en 1965 del cargo de director del Servicio de Estudios del Banco de España, que había desempeñado con tanta eficiencia desde 1956. Atrás había dejado unos años de trabajo ejemplar que, como él juzgaría más tarde, permitieron que «la economía española subiese un importante escalón, reflejado en un más alto nivel de vida de los españoles al tiempo que se integraba mayormente con el mundo exterior. Todo ello, sin embargo, había de plantear nuevos problemas, ya sea por el resurgir de algunos que no habían sido atacados hasta entonces o por los que derivan del funcionamiento de la economía a un más alto nivel» 41. Pocos economistas españoles —si alguno— ayudaron tanto como Joan Sardá a subir este importante escalón de 1959 a nuestra economía. Es desde ese escalón de las medidas estabilizadoras de 1959 desde el que el profesor Sardá se ha ganado para siempre el respeto y el reconocimiento de los economistas y de los ciudadanos españoles. 41 56 Vid., «El Banco de España…», op. y ed. cit., p. 479. LA SITUACIÓN DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA EN LA HORA DE LAS AUTONOMÍAS por el Académico de Número Excmo. Sr. D. Enrique Fuentes Quintana * Señor Presidente, señores Académicos: Quisiera acotar —ante todo— con suficiente claridad el tema del que pretendo ocuparme y sobre el que desearía reclamar la atención de los señores Académicos. Es ésta una tarea sencilla. Trato de contestar con mis palabras a una pregunta elemental y —quizá por lo mismo— de nada fácil respuesta: «¿Dónde se encuentra y hacia dónde va la economía española en esta hora de las autonomías?». Dos serán, por tanto, los términos de referencia de mis reflexiones: 1.º Identificar los hechos que definen la situación económica española en los comienzos del año que acabamos de iniciar, y 2.º Valorar las posibilidades que esos hechos ponen en nuestras manos para construir el futuro inmediato. LA IMPORTANCIA DE UNA PREGUNTA: TRES MOTIVOS Sin embargo, antes de responder a esa doble interrogación, desearía dedicar unas pocas palabras a justificar la importancia de la propia pregunta: ¿Qué relevancia e interés tiene conocer la actual situación de la economía española? Creo que pueden adelantarse tres motivos fundamentales que justifican la importancia de ese conocimiento. * Conferencia pronunciada en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas el 27 de enero de 1981. 57 TRASCENDENCIA POLÍTICA DE LA ECONOMÍA El primero es quizás el que se ha aludido con más frecuencia en distintas valoraciones de la situación española. La trascendencia social y política de la crítica situación de la economía. España vive, desde hace ocho años, con las distintas economías occidentales, una crisis intensa que afecta de lleno a su convivencia social y política, hasta el punto de que no es posible separar, según se intenta torpemente en muchas ocasiones, los problemas políticos de los económicos. El punto de partida para entender la actual situación de España es aceptar la prioridad general de una empresa histórica, por cuyo éxito o fracaso se juzgará a las actuales generaciones: la de asentar una democracia estable. La experiencia disponible prueba que esta tarea dependerá de la legitimidad del régimen, la cual, a su vez, será función de la eficacia y efectividad con que éste aborde y resuelva los problemas planteados. La continuidad de la grave crisis económica la convierte en un problema político de primer orden, al afectar a la legitimidad del régimen establecido y, en consecuencia, a su consolidación. No cabe, pues, separar los problemas políticos de los económicos. La economía se ha convertido en un problema político de primer orden en la España de los ochenta. La política económica eficiente que el país necesita y está demandando, no puede ni debe apreciarse en términos estrictamente económicos, porque no se trata de conseguir más o menos desarrollo, más o menos equidad en el reparto de rentas y riquezas, más o menos inflación o de padecer más o menos paro. Se trata de algo diferente: de devolver a la sociedad, con la elaboración de una política económica eficiente, la creencia de que los partidos, las fuerzas e instituciones democráticas, se ocupan de sus problemas y les dan respuestas capaces de mejorar paulatinamente la situación a través de decisiones adoptadas sin demora y de programas bien articulados, ejecutados sin dilación. En definitiva, la importancia política de la economía deriva de la necesidad de resolver los problemas que ésta plantea para ganar más legitimidad popular a nuestra naciente democracia. Y resolver los problemas económicos pide una clara identificación de cómo éstos se configuran en el momento presente. CONCIENCIA DE LA SITUACIÓN ECONÓMICA, BASE PARA MEJORARLA El segundo argumento para justificar la importancia de ese conocimiento general de la situación económica española hace referencia a su importancia para el tratamiento de la crisis. No es posible afrontar la crisis actual sin una clara y generalizada conciencia de sus dificultades entre la población, capaz de hacer descansar sobre ella el gran esfuerzo costoso y perseverante que la solución de muchos de sus problemas reclama. Es un hecho, sin embargo, que gran parte de la población española ignora la comprometida situación de la economía española. Y lo es también que nos negamos a conjugar la crisis en primera persona del plural. Para muchos españoles estamos donde estamos 58 por culpa de los «demás»: el Gobierno, los empresarios, los sindicatos, los árabes. La crisis económica se considera como algo objetivo y distante que ni afecta ni se deriva de nuestro comportamiento. Conceder a este problema la prioridad que realmente tiene obliga a atribuir a la información y explicaciones sobre la crisis para crear una conciencia ciudadana, la máxima atención e importancia. Si esto no se hace, la crisis se agravará. LA TENTACIÓN DEL PARTICULARISMO, CONTRARIA A LOS RASGOS DE LA CRISIS Y DE LA SITUACIÓN ECONÓMICA El tercer argumento para defender la importancia de lograr un conocimiento de la situación económica española es prevenir la tentación de un tratamiento defensivo y particularista de sus problemas. Hay quienes creen que la crisis admite soluciones insolidarias en virtud de las cuales, por presión de un sector, de un grupo social o de una región, puede trasladarse sobre los restantes sectores, grupos o regiones el coste de la crisis. Buscar las soluciones a la crisis en actitudes insolidarias constituye la más grave tentación de las autonomías. Grave, no sólo porque puede romper la solidaridad nacional, sino porque caer en esa tentación no arreglará los problemas de la crisis para la comunidad autónoma que lo intente. El carácter y dimensión de los problemas económicos reclama —para hallarles respuestas eficientes— escenarios internacionales y/o nacionales en muchos casos. Huir de esos escenarios y encerrarse en soluciones particularistas y defensivas equivale, no sólo a defender posiciones injustas, sino también ineficaces. Creo que estos tres argumentos justifican que responder a la doble pregunta que me hacía al comienzo de mi intervención —¿Dónde está y hacia dónde va la economía española?— sea una tarea motivada. Si se acepta el interés de este planteamiento hay que comenzar nuestra tarea tratando de buscar los datos que nos ayuden a situar dónde se encuentra hoy la economía española. LOS CINCO RASGOS QUE DEFINEN LA SITUACIÓN ECONÓMICA Cinco rasgos caracterizan el presente y condicionan el futuro de la economía española al comenzar el ejercicio de 1981: 1.º Su débil crecimiento, con la secuela de la reducida tasa de actividad que se manifiesta en las elevadas cifras de desempleo. 2.º Una inflación de dos dígitos que, aunque haya reducido su intensidad del pasado, superará el 15 por 100 en sus cifras de fin de año, crecimiento su- 59 perior al de la media de los países de la OCDE y comunitario, cuya inflación no ha superado en 1980 el 12 por 100. 3.º El importante desequilibrio frente al exterior, que compromete la continuidad del desarrollo económico futuro. 4.º La caída del ahorro de todos los agentes de la economía: familias, empresas y Estado, con un crecimiento especialmente preocupante en las cifras del endeudamiento público. 5.º La agravación continuada de la crisis industrial, consecuencia directa de un sector secundario mal conformado en los años de fácil desarrollo de los sesenta, que la crisis económica presente ha puesto de manifiesto con todo dramatismo. RASGOS PERMANENTES, NO TRANSITORIOS Examinemos estas características con algún detalle, justificado, no sólo por ser el tema del día que la marcha del proceso económico manifiesta, sino, en especial, porque esas características condicionan las posibilidades con las que ha de construirse el futuro. Dicho en otros términos, esos cinco rasgos que definen el lugar donde hoy se encuentra la economía española no constituyen hechos episódicos o circunstanciales que desaparezcan con el paso del tiempo. Son hechos con profundas raíces en los comportamientos sociales y en los datos económicos de la propia crisis, de forma tal, que será imposible definir la marcha futura de la economía española sin enfrentarnos con los problemas que de ellos se derivan. CORTO DESARROLLO EN LA ERA DE LENTO CRECIMIENTO En primer lugar, parece claro que el desarrollo del año 1980 ha sido un desarrollo que forma parte de la era de lento crecimiento que nos aguarda en la década que acabamos de iniciar. Lento crecimiento, en efecto, porque, a pesar de que no se cuenta con cifras completas para trazar un balance acabado de la economía, está claro que la tasa de desarrollo se situará entre el 0,5 y el 1 por 100 del PIB. Los optimistas tirarán de la cifra hacia el 1 por 100, alegando el buen año agrícola en el que todos convienen, defendiendo una tasa mínima, pero positiva, para la industria, y un crecimiento del sector servicios próximo a la unidad. Otros analistas más cautos aceptarán el crecimiento derivado de la agricultura postulando para el sector industrial un crecimiento cero, derivado del mal año de la construcción y del desigual año para el conjunto de los sectores de la producción secundaria, aceptando un crecimiento positivo para el sector servicios, pero muy influido en sus realizaciones por el mal año de la industria. En cualquier caso, este pleito entre el 0,5 y el 1 por 100 no vale la pena alimentarlo. Discutir unas décimas con unos datos estadísticos que ape- 60 nas permiten calibrar enteros equivale a incurrir en el error del que ya advertía Flores de Lemus a los economistas españoles: no debe intentarse nunca pesar leña con balanza de precisión, y leña son los imprecisos datos estadísticos del sector de la industria y los servicios de que hoy disponemos en España. LA DEBILIDAD HEREDADA DE LA INFORMACIÓN ESTADÍSTICA Esta queja sobre la debilidad de la información estadística, una más de las que figuran en todos los análisis de la situación económica española, se repite por los economistas desde hace muchos años sin que se hayan escuchado y atendido por la organización estadística del país. La década del desarrollo de los sesenta olvidó lamentablemente la planificación de la información estadística. Existieron planes de desarrollo, pero no se elaboró ni se aplicó un programa para desarrollar la información estadística española. Hoy pagamos las consecuencias de esa falta de atención a las estadísticas que impiden conocer hechos vitales para adoptar decisiones económicas al Estado, a los centros de estudios nacionales y exteriores y a las propias empresas públicas y privadas. LENTO DESARROLLO IGUAL A BAJA ACTIVIDAD Y PARO ELEVADO Hay que convenir que cualquiera que sea la tasa exacta entre el 0,5 y el 1 por 100, se trata de una tasa de desarrollo débil que ha tenido una primera consecuencia: la caída en la actividad y en el empleo. Las cifras nos dicen que la reducción en el nivel de empleo afectó a cerca de 400.000 trabajadores en 1980 y el paro encuestado se aproxima al millón y medio de trabajadores, alcanzando la tasa del 12 por 100 de la población activa de más de dieciséis años. Es éste, sin duda, el dato social más grave e importante de todos los que se registran en el balance heredado por el año que acaba de comenzar. Una cifra que, para intensificar su gravedad, no reparte sus atributos con carácter homogéneo. Dicho en otras palabras, el paro presenta desigualdades importantes por edades, por sexos y por regiones dentro del territorio nacional. Aunque todo hay que decirlo, la percepción de subsidios de desempleo o ayudas al empleo comunitario y la existencia de ocupaciones marginales y subterráneas, alivian el dramatismo de la cifra de paro y explican que su presencia no haya creado los gravísimos problemas sociales que cabría presumir de su cuantía. LOS TRES DESEQUILIBRIOS DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA Esta economía con débil desarrollo y paro creciente entra en 1981 con tres desequilibrios importantes: el de precios, el exterior y el de sus cuentas de aho- 61 rro e inversión. Tres desequilibrios que comprometen la continuidad del débil crecimiento alcanzado en el ochenta. EL DESEQUILIBRIO DE LOS PRECIOS Es evidente que la política económica aplicada por el Gobierno ha conseguido sus mejores éxitos en el frente de los precios y es cierto también que en el afán de conseguir precios mejores ha contado con la providencial ayuda de la agricultura. Una cosecha excepcional ha permitido que el componente alimenticio del índice de precios de consumo frenase constantemente a lo largo del año —con la única excepción de los dos últimos meses— la aceleración que le imprimían al índice los otros componentes, y fundamentalmente los precios de los servicios, un sector inflacionista como pocos en el caso de la economía española, que ha estado y está detrás de los procesos de inflación en curso. Con todo, hay que decir que, aunque dentro del balance del año ochenta la inflación componga las mejores cifras, éstas son superiores a las de los países de la OCDE y que, dada la continuidad de las causas que actúan sobre el crecimiento de los precios, no puede en manera alguna considerarse que nos podamos despreocupar de la inflación en 1981. El desequilibrio de los precios subsiste y condiciona plenamente los resultados del presente y de sucesivos ejercicios. EL FUERTE DESEQUILIBRIO EXTERIOR El segundo de los desequilibrios es viejo conocido de la economía española. Se trata del desequilibrio exterior, cuyo déficit corriente arrojará para 1980 un saldo adverso del orden de los 5.000 millones de dólares, que supera todas las previsiones iniciales que estimaban como 3.500 millones el límite al que podría llegar este desequilibrio que tantas veces ha detenido la marcha del desarrollo de nuestra economía. ¿Qué hechos han producido esta agravación del déficit exterior? Cuatro fundamentales: 1.º Aumento de las importaciones El aumento de nuestras importaciones. Un aumento entre el 0,5 y el 1 por 100 del PIB ha ocasionado una elevación del 5 por 100 del total de las importaciones. Esta relación es en gran parte nueva, por cuanto supone que un corto crecimiento se manifiesta en una intensa importación. Detrás de ella están los pagos por importaciones de petróleo que superarán los 5.000 millones de dólares a los de 1979 al finalizar el año. Pero también están las importaciones de bienes de equipo que responden a un proceso de sustitución de trabajo por capital que las empresas españolas están realizando ante el crecimiento de los salarios y la necesidad de ganar productividad para mantenerse en los 62 mercados. Y también acusan un crecimiento la importación de manufacturas de consumo, síntoma de la debilitación competitiva de la industria española respecto de la exterior. 2.º La caída en el ritmo de desarrollo de la exportación La caída del ritmo de nuestra exportación. En términos reales, el crecimiento de la exportación apenas llegará al 1 por 100 en 1980. La exportación española no ha resultado competitiva en los mercados internacionales y no ha estado a la altura del crecimiento del comercio mundial. España no ganará, como lo hizo en 1978 y 1979, cuota de mercado en el comercio mundial. La perderá. No hemos logrado trasladar sobre el exterior el mayor coste de la factura petrolífera. 3.º La pérdida de la relación real de intercambio El tercer hecho es que, como consecuencia lógica del aumento de los precios de las importaciones y el mucho menor aumento de los de la exportación, la relación real de intercambio con el resto del mundo que expresa la capacidad adquisitiva de nuestras exportaciones en términos de importación, ha caído de forma apreciable en 1980. España ha perdido un 13 por 100 de su capacidad adquisitiva frente al resto del mundo, a consecuencia de la caída de su relación real de intercambio. 4.º El endeudamiento exterior España ha debido de enjugar este déficit exterior endeudándose. El endeudamiento bruto habrá alcanzado 5.000 millones de dólares en 1980. Por otra parte, las inversiones extranjeras en España no llegarán en 1980 a los 1.500 millones de dólares, acusando una tendencia al estancamiento que no deberíamos ignorar. LAS DESEQUILIBRADAS CUENTAS DE AHORRO-INVERSIÓN El tercero de los desequilibrios, frecuentemente silenciado, o al menos no resaltado con la importancia que realmente tiene, es el que registran las cuentas de ahorro de los tres grandes agentes de la economía: familias, empresas y sector público. Menor ahorro familiar El crecimiento de la renta disponible de las familias españolas en 1980 ha sido prácticamente coincidente con el alza incorporada a los precios de con- 63 sumo, con lo que el modesto crecimiento del consumo real de las familias que reconocen todas las estimaciones del año 1980 en proporciones variables, ha tenido que ser financiado disminuyendo la tasa de ahorro. Como consecuencia de ello, el ahorro familiar que se situaba en torno al 9 por 100 del producto interior bruto en los comienzos de la crisis, ha descendido en todos los ejercicios, con excepción del de 1978, hasta colocarse en un porcentaje del 6 por 100 del producto interior bruto en 1980. Caída en el ahorro empresarial El ahorro empresarial se ha visto sometido a idénticas fuerzas. En 1980 el excedente empresarial registró un crecimiento monetario ligeramente por encima del 12 por 100, cuando el PIB aumentó el 14 por 100 en términos monetarios. Esta caída en el ahorro deriva directamente del menor excedente de explotación de las empresas en el pasado ejercicio a consecuencia del peso del crecimiento de los costes. La desaparición del ahorro público El sector público, en fin, es el que registra en sus cuentas con más intensidad que ningún otro agente de la economía este fenómeno de la caída del ahorro total. Es además el que ha sido más aireado, pero no por ello remediado, ante los ojos de la opinión pública. El déficit público: su planteamiento Dos afirmaciones fundamentales desearía hacer respecto de la controversia del tema del déficit del sector público. La primera se refiere al intento de corregir el mal planteamiento habitual de este problema. Frecuentemente el déficit del sector público se presenta a la opinión de los ciudadanos como si alguien distinto de los consumidores y empresarios, alguien diferente a nosotros —quizás esa personalidad ficticia y tecnocrática que los hacendistas llaman «sector de administraciones públicas»— estuviese realizando por su cuenta y riesgo dispendios diarios y gastos despilfarradores. Es hora ya de acabar con esta ficción para justificar nuestro comportamiento. Nuestro comportamiento, en efecto, porque el sector de Administraciones Públicas no recoge otra cosa que el conjunto de las decisiones imputables a los ciudadanos en cuanto sociedad organizada. Somos los ciudadanos los que, a través de las presiones por recibir más gastos públicos —más sueldos o salarios, más subsidios a nuestras empresas, más pensiones o más transferencias—, o bien debido al éxito de nuestras gestiones para pagar menos impuestos (bien reclamando y logrando exenciones y bonificaciones fiscales, o bien, simplemente, defraudando), cargamos al sector de Administraciones Públicas con déficits crecientes de los que 64 luego nos escandalizamos en público con indeseable frecuencia. La Hacienda española no ha gobernado a lo largo de la crisis el crecimiento de sus gastos. Son los gastos públicos los que han impuesto sus ritmos de crecimiento a la Hacienda Pública. El aumento del gasto público ha tenido lugar en partidas a través de las cuales los españoles hemos trasladado los problemas que la crisis nos planteaba al Ministerio de Hacienda. Un déficit del sector público no puede presentarse como algo ajeno a los ciudadanos que lo viven. De una u otra manera, nos es imputable a todos. Cuando se analiza desde esta perspectiva el déficit del sector público, quizás no cambien los intereses de los ciudadanos y continúen presionando para lograr del Estado alivios que el presupuesto les da para hacerles llevadera la crisis. Pero si al menos los ciudadanos no cambian sus intereses o conveniencias, sí deberían rectificar sus razonamientos y repartir debidamente la responsabilidad social del déficit público. CAUSAS DE LA GRAVEDAD DEL DÉFICIT PÚBLICO El segundo punto sobre el que desearía llamar la atención es la gravedad del déficit público por sus consecuencias de todo tipo. Hay a quienes el déficit público no les preocupa, porque es mal de todos en un tiempo de crisis y visto desde esta perspectiva el déficit público español no es elevado, aunque esta afirmación sea cada vez menos cierta, pues los datos de 1980 lo sitúan por encima del 4 por 100 del PIB. Pero ahí está —se dice para nuestro consuelo— el sector público de Alemania Federal, con déficits de cuantía parecida, o el aterrador déficit italiano, situado por encima del 11 por 100 del PIB. Estas afirmaciones olvidan varios hechos fundamentales. Es el primero el de que las cifras del déficit público español no recogen plenamente los déficits económicos del sector público y, en especial, los de las empresas públicas, que aún no han aflorado y reconocido en sus cuentas y que lógicamente amenazan en el futuro. Hechos nuevos y graves además están pendientes sobre el sector público y le van a costar —nos van a costar a todos— cantidades ingentes en éste y en los próximos años. Me refiero a la construcción del Estado de las autonomías y a la reconversión de la mal conformada industria de los años sesenta. Por otra parte, las cifras de déficit que el sector público ya ha cantado tienen la suficiente intensidad para sembrar la preocupación en el ánimo de cualquier espectador responsable. Porque no es sólo que el déficit total del sector público sobrepase el 4 por 100 del PIB, sino que a esa cifra se ha llegado en cuatro años y se ha llegado con un aumento del gasto consuntivo y de las transferencias de las familias y empresas espectacular que sería increíble si las cifras, por esta vez precisas, no lo manifestasen irrefutablemente. Los sueldos y salarios se han multiplicado por 2,6 a lo largo de crisis; las transferencias a empresas privadas y públicas han pasado de 68.600 millones de pesetas (1975) a 201.000 miles de pesetas. Las pensiones se han multiplicado por tres. Sólo un dato ofrece porcentajes menores de participación en el PIB a lo largo de este año: las inversiones públicas, que pasan del 3,5 al 3 por 100, cuando justamente 65 sería la única partida capaz de justificar un aumento tan importante del gasto público y un aumento en la presión fiscal de más de dos puntos, que es el que se ha exigido del ciudadano para financiar el desarrollo del gasto. DÉFICIT PÚBLICO Y ECONOMÍA NACIONAL Estos hechos prueban claramente que el déficit del sector público es un fenómeno importante y grave en el momento actual, pues las consecuencias de este déficit público para toda la economía nacional son importantes: obstaculiza la transferencia de recursos desde el ahorro a la inversión, impide el crecimiento de la inversión privada, eleva los precios y disminuye la capacidad competitiva de la economía, obliga a la financiación exterior y disminuye recursos disponibles para la inversión privada, afecta, en fin, a la lógica del proceso de liberación del sistema financiero. Todas estas secuelas obligan a conceder una importancia decisiva al aumento del ahorro y a la reducción del déficit del sector público en los ochenta. LA CRISIS INDUSTRIAL, QUINTO PROBLEMA El quinto de los problemas que definen la presente situación donde se encuentra la economía española y condicionan su marcha hacia el futuro, es el que viene refiriéndose como problema de las industrias en crisis o crisis industrial. LA CRISIS ECONÓMICA COMO CRISIS DE LA OFERTA INDUSTRIAL La crisis económica no ha afectado a todos los sectores con la misma intensidad. Con la perspectiva que da el transcurso de los siete años de la crisis, parece claro que la industria se configura como el centro del que arrancan los más graves problemas planteados a la convivencia económica en los distintos países y cuya solución parece indispensable para acomodar la situación presente a los nuevos datos con los que la economía mundial cuenta desde 1974. Para referirse a esta situación los economistas hablan de crisis de oferta, pues la industria padece una situación peculiar en la que sus problemas arrancan justamente de un desajuste claro de estructura productiva. Esta calificación de la crisis actual como crisis de oferta, no refiere tan sólo el origen del que parten los problemas más graves del presente, sino que apuntan también hacia la negación rotunda de que esos problemas puedan encontrar soluciones por el camino de la demanda. Lawrence Klein, premio Nobel de Economía 1980, lo ha expuesto magistralmente: «Si se estimula a la demanda para reducir el paro se corre el riesgo de generar una inflación indeseable. Una política restrictiva anti-inflacionista corre el grave peligro de originar un paro excesivo sin redu- 66 cir apreciablemente la tasa de inflación». Son, pues, precisas nuevas políticas que miren el lado de la oferta en el que están nuestros problemas. SENTIDOS DE LA CRISIS DE OFERTA INDUSTRIAL Quedarnos con estas afirmaciones sin sacarles todo su contenido para informar nuestros comportamientos, no arreglará ciertamente la situación crítica que padecemos. Es preciso definir operativamente lo que por crisis de oferta industrial se entiende, tratando de identificar su complejo campo y las políticas que aconsejan su tratamiento. Cuando se afirma que la crisis industrial española es una crisis de oferta, se trata de expresar dos cosas bien elementales y diferentes: 1. 2. Que nuestra industria ofrece lo que no se demanda. Que nuestra demanda solicita lo que nuestra industria no produce. La industria puede ofrecer lo que no se demanda, ya por la caída de la renta y el gasto nacional Los sectores más dañados por la caída de la demanda La crisis de la oferta de la industria tiene un primer motivo en la caída de los ritmos de desarrollo. Las tasas medias de crecimiento tras la crisis apenas alcanza la tercera parte de las registradas durante la larga ola de prosperidad 1951-73. Esa caída en el ritmo del desarrollo ha dañado irreparablemente la oferta de la industria de dos maneras diferentes: 1.º Al afectar a las inversiones: ¿Qué empresario conocedor de que el gasto ha perdido la alegría que antes le daban los saltos de la producción y la renta se arriesga a invertir? La caída de la inversión en la industria, tras la crisis, manifiesta la respuesta a esa pregunta. 2.º Al dañar determinadas producciones industriales cuya expansión estaba basada en un crecimiento intenso de la producción, la renta y el gasto. Las diferencias entre las producciones posibles, ajustadas a las demandas tras la crisis, y las producciones previstas, ajustadas a la tendencia de la producción 1960-70, indican la desigual suerte en la que se colocan tras la crisis determinadas producciones. Esa diferencia es del 30 por 100 para la siderurgia, un 20 por 100 para la industria naval, 25 por 100 para maquinaria y aparatos mecánicos, 28 por 100 para maquinaria y aparatos eléctricos, 23 por 100 para industrias de la madera y papel, y no inferior al 13 por 100 para textiles, confección e industria del calzado. El diferente peso de esas industrias en cada país, tratadas adversamente por la caída de la producción y el gasto nacional, indican la magnitud de la crisis y la importancia de los necesarios procesos de reconversión. 67 El crecimiento de los costes reduce posibilidades de producción industrial El segundo gran motivo de esa inadecuación de la oferta industrial a la demanda se halla en el crecimiento de costes y precios y en la imposibilidad de colocar los productos en el mercado por este motivo. Los costes de producción han sufrido en la industria variaciones que alcanzan una violencia desconocida en el pasado. Los economistas hablan para adecuar su lenguaje a esta circunstancia, de shocks de oferta. A la cabeza de estos shocks que han afectado a la producción industrial están las variaciones de los precios de la energía y en el mismo sentido que ésta, aunque con menor intensidad, han operado también los precios de materias estratégicas de carácter industrial. No todas las industrias han sufrido con la misma intensidad los shocks energéticos. Los grandes consumidores de energía han sido los más perjudicados relativamente: la siderurgia, los sectores de metales no férricos, la industria química, las industrias de papel y la producción de cemento han sido claramente dañadas. A esta presión alcista de los costes se han sumado los costes del trabajo (salarios y seguridad social) cuyas elevaciones han sido diferentes por países. Cerrando el cuadro, los costes financieros han experimentado inquietudes alcistas con peso creciente en la oferta de muchos productos en razón directa del endeudamiento de los sectores industriales. En especial, aquellos peor tratados por la crisis lo han sido también por el peso de las cargas financieras, al no contar con autofinanciación ni tampoco con capital propio dada la desaparición de los beneficios en su situación presente y en un futuro previsible. LAS VARIACIONES EN LA VENTAJA COMPARATIVA DE LA PRODUCCIÓN INDUSTRIAL Los shocks de oferta no se han manifestado con la misma intensidad en todos los países. Sus diferentes dotaciones de recursos productivos y muy distinto comportamiento de los costes de trabajo explican la aparición de los nuevos países industriales, los que en la terminología del lenguaje económico internacional se designan como NIC («new industrial countries»), que se han quedado con parte de los mercados mundiales para determinados productos. Tres han sido las grandes oportunidades que han intentado aprovechar estos países: 1.º Realizar un proceso de sustitución de importaciones, que constituye la forma más antigua y tradicional para impulsar la producción de la industria. 2.º Quedarse con los mercados de determinados productos en los países industriales, esto es, producir no sólo para el mercado interno, sino, sobre todo, para la exportación. (Tal es el caso de aquellas mercancías con intenso contenido de trabajo y que utilizan una tecnología simple y accesible: los productos textiles, las industrias de la confección, el calzado, el caucho sintético, incluso la siderurgia y la construcción naval). 3.° Estos países han atraído determinadas industrias —antes localizadas en países desarrollados— que han buscado con ello los vientos favorables de 68 sus menores costes de trabajo o de determinadas materias primas o la facilidad de penetración, huyendo de las barreras arancelarias o comerciales opuestas a la penetración de los productos por estos países subdesarrollados. LAS «NUEVAS» INDUSTRIAS FACILITADAS PARA EL PROGRESO TECNOLÓGICO El cuarto motivo de la crisis de oferta reside en que han aparecido «nuevos» bienes adaptados a la situación actual y facilitados por la innovación tecnológica que la industria nacional no produce y que deben importarse. Las áreas de innovación tecnológica más importantes son las de la informática (que empieza a configurarse como el sector motriz del cambio técnico), la microelectrónica, el ahorro y la búsqueda de nuevas fuentes de energía, la bioingeniería, la agroalimentación, la sanidad y la conservación del medio ambiente. Todas estas innovaciones se incorporan a distintos productos que atraen, pese a la crisis, la demanda, pero la mayor parte de esos productos no se ofrecen por la industria nacional. LAS CUATRO CAUSAS DE LA CRISIS INDUSTRIAL: SU ARRAIGO Las cuatro causas que producen la crisis de la oferta industrial —lento crecimiento, shocks de oferta (elevación radical de los costes de producción), variación de la ventaja comparativa en el comercio internacional e innovación tecnológica— no constituyen hechos transitorios llamados a desaparecer con el transcurso del tiempo. Tienen clara vocación de permanencia porque están firmemente arraigados a los datos propios de la crisis económica actual. LA ECONOMÍA ESPAÑOLA Y LAS CAUSAS DE LA CRISIS INDUSTRIAL España, por las características que dominaron su incorporación a la ola de prosperidad que va de 1951 a 1973, se ha visto gravemente afectada por estas causas que han ocasionado la crisis de la oferta industrial. El desarrollo económico español estaba basado en un crecimiento intenso de la producción, de la renta que alimentó la demanda de los hogares españoles en un conjunto de bienes en los que se basó el crecimiento de la producción y del empleo: los bienes duraderos de consumo (automóviles y electrodomésticos), el sector químico (con sus innovaciones en la demanda familiar), la mayor demanda de viviendas, turismo y viajes y los mayores gastos públicos en salud y educación, eran fuertemente tributarios de una intensa expansión en la producción, en la renta y en el gasto nacional. 69 Por otra parte, el comportamiento de los precios de los factores de producción fue enormemente favorable para el crecimiento industrial de 1959 a 1974. La energía barata, el aprovisionamiento fluido y económico de materias primas industriales, la disponibilidad de factores productivos y el coste relativo favorable de la mano de obra permitieron que España desarrollase con gran intensidad un crecimiento industrial importante. Los nuevos datos de la crisis iban a golpear con enorme dureza estas columnas que sostenían el desarrollo industrial del pasado. La producción, la renta y el gasto no han podido crecer más allá de la tasa del 2 por 100 anual tras de la crisis, y este desarrollo corto se ha logrado además de forma irregular, afectando así de lleno al caudal de la demanda de bienes duraderos de consumo e indirectamente a todas las industrias suministradoras. El alza de los precios de la energía, de los costes de trabajo y de los costes financieros justifica en el caso de España, probablemente más que en ningún otro país, el calificativo de shock de oferta con el que generalmente se le designa. La aparición, en fin, de la competencia de nuevos países industriales se ha sentido por España con especial intensidad en los últimos años por la pérdida relativa de las bases en las que descansaban sus anteriores ganancias en el mercado internacional (costes de trabajo y acceso a productos que emplean tecnología intermedia). La oferta de la industria, por otra parte, no ha contado en España con la flexibilidad suficiente para aceptar su desplazamiento tecnológico hacia nuevas producciones ajustadas a los datos de su economía; y hemos continuado con las cada vez más envejecidas y costosas líneas productivas en las que nos embarcamos durante los años sesenta y cuya continuidad carece de todo sentido económico en la situación presente. LAS CONSECUENCIAS DE LA FALTA DE AJUSTE DE LA INDUSTRIA Es evidente que esta crisis de la oferta industrial no puede ignorarse como lo ha hecho la política económica en el pasado ejercicio de 1980. Porque si los españoles ignoramos la crisis, como la crisis industrial no nos ignorará a nosotros, resultará evidentemente, o que las industrias en crisis reciben subsidios y ayudas del Estado, o desaparecerán. Esa política proteccionista para que la industria establecida no desaparezca ha sido la que se ha practicado en 1980, pagándose por ella el enorme coste social de anclarnos a producciones sin futuro, que no dejará tras de sí otra cosa que la decadencia y la degradación de la industria y la ruina de la sociedad que la consiente. EL IMPOSIBLE RELANZAMIENTO DE LA ECONOMÍA Con todo, puede afirmarse que esta política proteccionista es aún empeorable y no han faltado voces ciertamente dentro de la sociedad española que hayan propuesto decisiones alternativas peores, como sería, por ejemplo, la 70 de un relanzamiento del gasto nacional que increíblemente propugnan aún algunos intereses. Tratar de remediar los problemas de la crisis presente —que son problemas de oferta— con actuaciones de la demanda, no hará otra cosa que agravar la situación hasta límites insostenibles. Como ha afirmado con acierto el economista estadounidense Otto Eckstein, «la crisis actual es una crisis de oferta y no saldremos de ella de ninguna manera con un estímulo a la demanda». LA RECONVERSIÓN INDUSTRIAL, TEMA PENDIENTE El reajuste de la oferta industrial constituye el gran problema pendiente de la política económica, como revelan con claridad los años de crisis que hemos vivido. Durante ellos, la política económica se ha aproximado al tema de la reconversión de la industria, pero, como sucede con frecuencia con los problemas conflictivos, se han dado vueltas alrededor de él sin entrar en su solución y, naturalmente, las consecuencias de la prolongación de este problema no han sido otras que las de ensombrecer y agudizar la crisis general. LA INTERDEPENDENCIA DE LOS CINCO PROBLEMAS QUE CONFIGURAN LA SITUACIÓN ECONÓMICA ESPAÑOLA Hay que afirmar que los cinco problemas que definen la situación económica presente y que hemos referido —el corto vuelo de los ritmos de desarrollo (el crecimiento lento con la secuela de las crecientes cifras de desempleo que le acompañan), la aguda inflación, el desequilibrio frente al exterior, la caída en el ahorro de todos los agentes de la economía y la crisis industrial— constituyen fenómenos cerradamente interdependientes. La agudización de cada uno de esos problemas intensifica a los demás y no es posible mejorar las respuestas a la crisis tratando de contestar a las preguntas en un solo frente de los indicados. La crisis económica o tiene una solución general, es decir, o busca a los cinco hechos anteriores mediante un conjunto articulado de respuestas, o no tiene ninguna. De ahí la considerable dificultad de articular una política económica coherente y satisfactoria. SHOCKS PROFUNDOS NO SE REMEDIAN CON TRATAMIENTOS GRADUALES EL CARÁCTER CONFLICTIVO DE LOS PROBLEMAS DE LA CRISIS ECONÓMICA Otras dos condiciones fundamentales para resolver los problemas expuestos residen en la magnitud de las causas y las limitadas posibilidades de ofrecer respuestas de la misma entidad. Por otra parte, es evidente que una era de lento 71 crecimiento, como la que vivimos, fuerza a que las medidas para abordar muchos de los problemas de la crisis actual se plantean en términos de lo que Lester Thurow ha denominado «juegos de suma cero», es decir, que mientras determinadas decisiones beneficien a unos sujetos es necesario que perjudiquen a otros, o, lo que es igual, que no es posible encontrar respuestas a los graves problemas críticos presentes sin redistribuir la renta nacional existente. Y esta redistribución no se acepta para los ciudadanos, porque se ha dejado de creer en que existen reglas de funcionamiento inevitables para el sistema económico y porque se ha facilitado por los distintos sistemas políticos la construcción de cauces de presión con los que los grupos perjudicados intentan oponerse a cualquiera de las decisiones en que pueden encontrarse medidas viables para salir de la crítica situación presente. El bloqueo de muchas sociedades actuales por esta circunstancia, es obvio. Es tan obvio como lamentable. AÑO 1981: PERMANENCIA DE PROBLEMAS La pauta que marcan en los acontecimientos económicos las cinco líneas expuestas estarán, sin duda, presentes en el recorrido de la economía española durante 1981. Cuando se contemplan los acontecimientos del ejercicio económico actual, hay que afirmar con realismo que no cabe esperar del lado de la oferta productiva crecimientos mayores del nivel de producción que los alcanzados en 1980. Examinemos detenidamente las perspectivas que ofrece cada uno de los sectores: • Perspectivas agrícolas y pesqueras desfavorables. La producción vegetal —no se sabe cuánto— será inferior a la de 1980. Las condiciones climatológicas son adversas y en algunos casos irreversibles. El sector ganadero lucha con dificultades. Si puede trasladar al mercado, vía precios, la elevación registrada en los costes de producción, podría mejorar algo. No hay síntomas que favorezcan el aumento de las capturas de pescado. • El nivel de cartera de pedidos y las expectativas de producción en el sector industrial son muy bajas. Los empresarios esperan disminución de la producción y acusada debilidad de la demanda. El sector exterior, a pesar de la depreciación de la peseta, practicada en los últimos meses del año, no recupera su capacidad exportadora. No hay síntomas que favorezcan la recuperación de la industria española, al menos en el primer semestre de 1981. • La debilidad del turismo, la caída en las ventas del comercio y las tensiones inflacionistas que se advierten, no permiten pronosticar el resurgimiento de las actividades terciarias que se verán contagiadas de la debilidad económica interior y exterior. Solamente la expansión en la Administración Pública puede incorporar algún crecimiento real. • La demanda de consumo no tiende a recuperarse. Los empresarios contemplan nivel muy deprimido de sus carteras de pedidos. El crecimiento 72 • • de la renta familiar disponible será absorbido por el alza de los precios. Al comienzo de 1981 siguen presentes los síntomas de debilidad de la demanda de bienes duraderos y de uso personal (automóviles, electrodomésticos, calzado y vestido). La inversión en equipo y material de transporte se mantiene en ligero crecimiento, como consecuencia de la necesidad de renovación de equipo obsoleto y sustituciones que favorezcan una mayor productividad. La demanda de equipo importado podrá crecer, pero la demanda de equipo nacional, según los empresarios, se sitúa en nivel muy bajo. Tan sólo los programas de inversión pública, o con apoyo público, fortalecidos por el reciente presupuesto, por el desarrollo y aplicación del programa energético y por la puesta en marcha del programa de relanzamiento del sector vivienda, constituyen la gran novedad —quizás cabría decir mejor, la única alentadora novedad— que la economía nos ofrece en los comienzos de este año. LA APUESTA DEL AÑO 1981, FACTORES CONDICIONANTES Vistas así las cosas, podría decirse que la apuesta del año 1981 reside en evaluar la potencia del relanzamiento del sector de la construcción, del sector energético y del sector vivienda, basados en la inversión pública sobre la actividad económica general. Estos sectores podrían actuar a través del conocido principio del multiplicador, elevando el consumo privado, para conseguir ese objetivo, en apariencia poco ambicioso, pero enormemente arriesgado, del 2 por 100 del PIB al que ha apostado la política económica del Gobierno. Si se supone que todos los procesos de la inversión pública funcionan como se ha previsto —y esta hipótesis es muy generosa, porque hace salvedades importantes sobre los riesgos que amenazan esos proyectos— la posibilidad de que ese aumento de la inversión alimente el consumo privado, depende, en primer lugar, de la tasa de inflación. Si la tasa de inflación eleva sus ritmos respecto del año 1980, no sería posible lograr crecimientos del consumo privado más que a costa del ahorro familiar, lo que dañaría los equilibrios a largo plazo de la economía. La lucha contra la inflación se convierte de esta manera en un objetivo fundamental para conseguir los propósitos del Gobierno en el actual ejercicio. y esta lucha no la van a hacer fácil el año agrícola que se espera, el presupuesto del Estado que se ha aprobado y la negociación colectiva del Acuerdo-Marco Interconfederal que ha admitido un crecimiento de los salarios en una banda excesiva. El segundo gran condicionante del año actual es el desequilibrio exterior. España va a tener que pagar 3.000 millones de dólares más en 1981 por sus importaciones de crudos de petróleo, en el mejor de los casos. Este hecho va a elevar las cifras del déficit corriente a más de 6.300 millones de dólares, supo- 73 niendo un comportamiento absolutamente excepcional de las exportaciones (un crecimiento del 5 por 100 en términos reales). LA SITUACIÓN DE LA ECONOMÍA, FACTOR DE PREOCUPACIÓN GENERAL Todos estos datos configuran una situación económica difícil de la economía española en la hora de las autonomías. Una situación que preocupa profundamente a los economistas que la conocen. Que hace dar consejos singularmente graves a los organismos internacionales que han estudiado la marcha de la economía española, como, por ejemplo, el reciente y poco divulgado del Fondo Monetario Internacional. Que se manifiesta en las palabras de solemne advertencia que el Banco de España ha dirigido al Gobierno durante el pasado ejercicio. Porque está claro que con todos estos datos en la mano, resulta muy difícil que sin un esfuerzo político secundado por la voluntad de todos los ciudadanos que asuma la pérdida que a España ha impuesto la crisis económica, que acepte los elevados costes de la reconversión industrial no va a ser posible hablar de un futuro para la economía española que es necesario para dar viabilidad y fundamento cualquier proyecto político. 74 LOS PELIGROS DE LA DIVERGENCIA ENTRE EL MUNDO REAL Y EL MUNDO FINANCIERO por el Académico de Número Excmo. Sr. D. Enrique Fuentes Quintana * Comentarios a las Intervenciones de José Angel Sánchez Asiaín en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, días 3 y 10 de noviembre de 1987 El creciente divorcio entre la vida económica real y el mundo financiero constituye uno de los fenómenos más perceptibles en la actualidad, tras la crisis bursátil del 19 de octubre. Pero esa percepción actual no significa que el fenómeno cuente con poco menos de un mes de vida. Por el contrario, lo que hoy se percibe con claridad se ha originado por una evolución del sistema financiero a lo largo de unas líneas marcadas por un conjunto de fenómenos que arranca de bastantes años atrás. Esos fenómenos son: 1.º La crisis del sistema monetario internacional de Bretton Woods, que establecía unos tipos de cambio fijos pero ajustables que obligaban a los distintos países a adoptar unas medidas de disciplina de su economía interna en caso de desequilibrios fundamentales en sus balanzas de pagos. Ese sistema monetario internacional, por muchos que fueran sus defectos, tenía una virtud fundamental: admitir la existencia de una autoridad mundial que, con el respaldo del poder de los Estados Unidos, forzaba los ajustes precisos de la economía real, evitando las divergencias prolongadas con la vida financiera en los distintos países que la registraban. Excesos en la creación de dinero interno se acusarían sobre el tipo de cambio y su reconocimiento en una devaluación debía venir acompañado por los correspondientes ajustes de la economía real a través de los planes de estabilización impuestos por la disciplina de las políticas defendidas por el Fondo Monetario Internacional. * Sesión del día 17 de noviembre de 1987. 75 Esa autoridad central global (el Fondo Monetario Internacional) —y el poder de Estados Unidos que la avalaba— facilitaban la necesaria administración o gestión internacional de las corrientes financieras de la que precisaba una economía que se había globalizado. La ruptura del sistema monetario internacional al establecerse los tipos de cambio flotantes supuso el sacrificio de la autoridad del Fondo Monetario Internacional, puesta en entredicho por la propia autoridad que sostenía el sistema —Estados Unidos, causante de esos desequilibrios con su política de inflación de dólares creados por los déficit de la balanza de pagos americana en la segunda mitad de los sesenta— desequilibrios que están tras la caída del sistema monetario internacional de Bretton Woods a partir de 1971. Desde entonces, el mundo vive sin la disciplina del sistema monetario internacional que ha tenido que sustituir con arreglos provisionales, consejos suasorios del Fondo Monetario Internacional y con las llamadas a la cooperación económica internacional, de limitado valor para imponer los ajustes necesarios en la actividad financiera y económica de los distintos países. 2.º A partir de esa premisa esencial, los tres grandes movimientos que afectan al sistema financiero: la desreglamentación, la innovación y la titularización, que acompañan a la globalización que refuerza sus consecuencias, han provocado el creciente divorcio entre la economía real y la financiera en los distintos países. La innovación ha permitido que el crecimiento en la cantidad de dinero discurra al margen de la política monetaria de los bancos centrales originando una creación indisciplinada de liquidez que no ha podido evitar el control monetario. Se han financiado así —por múltiples medios— las alternativas disponibles para aplazar los ajustes reales de las distintas economías reclamados por la crisis económica interna a partir de 1973. La titularización, ha permitido que los sistemas financieros incurriesen en riesgos mayores antes vigilados en su cuantía por la relación directa bancaclientes, consustancial a la política de créditos. Hoy esa relación banca-clientes se ha roto por la titularización y por la falta de una supervisión eficiente del banco central sobre los instrumentos e instituciones que han operado en ese proceso de titularización. Se ha producido así la paradójica situación de que el sistema financiero se ha globalizado, innovando al margen de la disciplina financiera (escapando a la regulación y al control de la política monetaria) y extendiendo el proceso de titularización que dificulta —cuando no impide— la supervisión eficiente de los bancos centrales. Por otra parte, esas actividades del sistema financiero, han facilitado el alargamiento de los ajustes reales impuestos por la crisis económica. Dicho en otras palabras: cuánto más necesario era evitar el divorcio entre la economía real y la financiera menos disponibles han estado los medios necesarios para conseguir ese propósito por la carencia de una autoridad global que disciplinase la creación de medios financieros y la operatoria de las instituciones que los administraban. 76 De estos dos fenómenos se siguen dos consecuencias de excepcional gravedad: a) Los ajustes reales de la economía han sido diferidos y aplazados por el sistema financiero. El sistema financiero ha ofrecido los medios precisos para demorar o no realizar los ajustes productivos en el tiempo preciso, ajustes exigidos imperativamente por la crisis (reestructuraciones industriales de todo tipo, rigideces en los mercados de bienes o factores, desequilibrios internos y exteriores), manteniendo unas apariencias de normalidad que ocultaban la existencia de esos ajustes y desequilibrios trasladándolos al futuro que los iba a reclamar como inexorables. Este aplazamiento de las políticas de rigor gracias a los medios e instituciones financieras, supone una utilización discutible de los fondos de ahorro disponibles, ya que, en efecto, lo que realmente ha importado en todas esas operaciones financieras es que fueran posibles, lo que equivalía a que fueran financieramente rentables y no que esas operaciones resolvieran los problemas económicos planteados a los diversos países. b) El sistema financiero ha aumentado su fragilidad porque ha incurrido en riesgos no supervisados por las autoridades monetarias debidamente, al utilizarse medios y vías institucionales para las que se carecía de alternativas eficientes de control bancario y de inspección por parte de los bancos centrales. El tratamiento de todos estos problemas ha despertado la necesidad de restablecer la disciplina de las instituciones financieras a lo largo de determinadas líneas recogidas en el discurso de ingreso de José Ángel Sánchez Asiaín 42. Sin embargo, ninguna de esas actuaciones ha tenido el carácter preventivo y suficiente que debe tener siempre la inspección financiera y, al estallar la crisis bursátil, el divorcio de esos comportamientos con la economía real va a suponer el pago de un coste elevado, tanto mayor cuanto mayor haya sido la proliferación de esas operaciones. Este coste está en gran parte por llegar y constituye motivo de fundada preocupación en el momento económico que vivimos. El divorcio entre lo real y lo financiero ha venido, fundamentalmente en el pasado, de que el mundo financiero por distintas instancias y procedimientos, ha exagerado notablemente lo que sucedía en la economía real. Es decir, es un divorcio que se ha producido por un alejamiento de la realidad de la economía financiera. Sin embargo, el peligro actual reside en que esas divergencias, ya existentes, entre economía real y economía financiera, que suponen una deformación exagerada de la economía financiera respecto de la real, cobren en el futuro una mayor importancia, es decir, un mayor desnivel. Ese peligro futuro reside en que si la economía real no resuelve sus actuales problemas, las divergencias entre economía real y economía financiera se producirán en 42 Reflexiones sobre la banca. Los nuevos espacios del negocio Bancario, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Madrid, 1987. 77 este caso por una caída de la economía real, reforzándose así la futura caída de la economía financiera para ajustarse a los comportamientos reales. Por este motivo, resulta del máximo interés prevenir ulteriores deterioros de la economía real en el momento presente, con el fin de que esa caída de la economía real no se produzca y dé lugar a sucesivas y más graves caídas de la economía financiera. Prevenir estas caídas de la actividad económica real debería ser el objetivo prioritario de la política económica. Y, ¿cuáles son los problemas que actualmente amenazan a la economía real cuya continuidad puede dar lugar a un divorcio aún mayor entre economía real y economía financiera? Una respuesta a esta pregunta sería la de que la economía real debe atender en los momentos presentes a dos grupos de problemas diferentes: 1. Los más urgentes planteados por la contención de los efectos de la crisis bursátil sobre la economía real, y 2. Los más importantes planteados por los desequilibrios del comercio internacional que constituyen la más seria amenaza al desarrollo de los distintos países. 1. Atajar las consecuencias inmediatas de la crisis bursátil constituye el origen de una serie de decisiones de política económica. Esas decisiones se han manifestado: a) En el campo de la política monetaria, que ha tratado de acomodar las demandas de liquidez nacidas de la crisis por los bancos centrales. Esta política, hoy generalmente seguida en todos los países, afronta el riesgo de caer en sus excesos, con el riesgo de alentar la inflación. Debe evitarse, tanto que esa política de acomodo de la liquidez sea insuficiente, como que sea excesiva. b) Desde todas las instancias internas e internacionales se ha acentuado la conveniencia de no caer bajo ningún pretexto, en una política comercial proteccionista que constituiría la puerta del suicidio. En todo caso, la cura de los males creados por la crisis bursátil, necesitará de un reacomodo de las expectativas, tanto empresariales como de los consumidores, las cuáles serían muy alentadas por la existencia de pruebas de una cooperación internacional a lo largo de las líneas indicadas. Con todo, los costes ya registrados por la crisis bursátil, no serán leves, afectando en los meses próximos a la demanda de consumo y a las tasas de desarrollo del PIB. Especular hoy en cuanto constituye un juego más abierto al azar que a la predicción fundada. 2. Los problemas planteados por los desequilibrios del comercio internacional constituyen, sin duda, la amenaza más importante para el desarrollo continuado de las economías occidentales. El tratamiento de esos desequilibrios debe desarrollarse en tres escenarios: a) En Estados Unidos; b) En las políticas de cooperación de Japón y Alemania Occidental, y c) En un tratamiento mejor de los problemas de la deuda del tercer mundo. Ad. a) En el fondo de los desequilibrios del comercio mundial está presente el desequilibrio de los procesos de ahorro e inversión que muestran los dos déficit gemelos de los Estados Unidos: el de la balanza de pagos y el déficit 78 del sector público. Quizás la manera más simple de traducir es la que se expresa en una ecuación elemental: el ahorro privado americano se cifra en el 16 por 100 del PIB. De ese 16 por 100, un 4 por 100 corresponde al ahorro de las familias, 12 por 100 al ahorro de las empresas. El Estado aparece como un desahorrador neto, siendo su endeudamiento del 3,5 del PIB. Dicho en otros términos, el ahorro neto americano (descontado el desahorro del sector público) se cifra en 12,5 puntos del PIB. La inversión interna americana está situada en el 16 por 100 del PIB. Por tanto, la insuficiencia del ahorro interno respecto de la inversión americana es del 3,5 por 100 que coincide con el déficit de su balanza de pagos por cuenta corriente. Estados Unidos vive por encima de sus medios en un 3,5 de sus recursos totales. De ese comportamiento se siguen los desequilibrios de su balanza de pagos y de los intercambios internacionales. El reequilibrio de la economía mundial demandaría que los Estados Unidos ajusten su economía para vivir con arreglo a sus medios. Ese ajuste de la demanda interna a la oferta interna de Estados Unidos exige actuar sobre el déficit presupuestario, problema real número 1 de la economía americana y de la economía mundial. La reducción del déficit público americano debe de producirse de una manera programada, lo que constituye su gran problema interno como demuestran los acontecimientos recientes. Es claro, sin embargo, que si ese problema del déficit público no se resuelve, los desequilibrios de la economía mundial continuarán porque de él se desprenderá inmediatamente el desequilibrio de su balanza de pagos y ésta afectará al mercado de cambios y a los mercados de valores. Por otra parte, el dólar debe buscar una nueva paridad, coherente con la situación actual y futura de sus pagos exteriores, facilitada por una política presupuestaria realista y la coordinación de las políticas económicas de Japón y Alemania Occidental. Esa nueva parídad del dólar, asistida y avalada por las medidas de acompañamiento debe realizar la costosa y dilatada tarea de ajustar la balanza de pagos americana. Ad. b) La cooperación de Alemania Occidental y Japón es básica para evitar una nueva depresión mundial. La práctica de políticas expansivas internas para suplir a la demanda internacional de Estados Unidos constituye su objetivo fundamental. Japón ha adoptado recientes medidas expansivas de carácter fiscal y monetario, pero sus mercados continúan siendo poco hospitalarios a las mercancías extranjeras. Una mayor apertura externa de Japón podría mejorar además los desequilibrios del comercio internacional y reducir o al menos mantener los precios internos. El ajuste estructural de la economía japonesa debería realizarse a lo largo de las líneas previstas en el Informe Maekawa destacando, en particular, la importancia de aquellas medidas que proponen un uso mejor del espacio a través de una reforma agraria que pueda llevar a una expansión de la oferta de productos agrícolas. También debería discurrir en el sentido previsto de una reducción de la protección agraria que permita mantener los precios internos. 79 Alemania Occidental se desarrolla por bajo de su crecimiento potencial. Este es el otro gran problema de la economía internacional presente. Esa falta de crecimiento alemán debería ser estimulado por medidas de política fiscal y monetaria. Ese objetivo no es fácil de conseguir porque su actual pasividad se basa en convicciones profundas de la sociedad alemana y en las dificultades de introducir a corto plazo reformas en sus políticas internas. Pero, en cualquier caso, si estas reformas no se adoptan, la continuidad de la recuperación de la economía occidental será muy difícil. Ad. c) Resolver los problemas de la deuda externa en los países en desarrollo constituye, sin duda, otra gran cuestión pendiente en los momentos presentes. Es difícil que en una economía mundial que crece lentamente y que se muestra progresivamente cerrada a las exportaciones de los países en vías de desarrollo, éstos puedan realizar el esfuerzo necesario para afrontar a las obligaciones resultantes de los viejos préstamos. Condonaciones, reestructuraciones de deuda, renovaciones de préstamos, créditos adicionales, han supuesto en años pasados una ayuda estimable pero insuficiente para permitir que los países en vías de desarrollo cumplieran con las dos funciones básicas que hoy deben desempeñar en el contexto mundial. Una es conseguir el crecimiento que se necesita para la mejora social y para satisfacer las aspiraciones democráticas de los ciudadanos de estos países sometidos a unas enormes tensiones sociales debidas al corto crecimiento de sus rentas y a la desigualdad de su distribución. La otra es proporcionar un mercado en expansión para las exportaciones industriales de los países desarrollados. Adoptar unas medidas conjuntas para aligerar sustancialmente el peso de la deuda en los países en vías de desarrollo ha sido una aspiración constante de la política económica en años pasados pero, hasta ahora, insuficientemente satisfecha. Articular esa política, utilizando los múltiples medios abiertos a la misma, constituye una acción de importancia difícil de exagerar en los momentos presentes. 80 CONVERGENCIA DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA CON LA COMUNIDAD ECONÓMICA: PROBLEMAS PRINCIPALES por el Académico de Número Excmo. Sr. D. Enrique Fuentes Quintana * Señores Académicos: Pocos problemas —si alguno— han atraído las preocupaciones y la reflexión de los economistas españoles como lo ha hecho el atraso relativo de nuestra economía respecto de la europea y ningún objetivo de la política del país ha contado con la aceptación pública y popular que ha disfrutado, a lo largo del tiempo, la convergencia real de la economía española con las economías desarrolladas europeas. Fue el atraso relativo de la economía española frente a la Europa desarrollada el problema que situaría en el centro de sus reflexiones a la mejor tradición del pensamiento económico español que inicia en este siglo el magisterio y la obra de Flores de Lemus, que extienden los trabajos y aportaciones posteriores de Francisco Bernis y Román Perpiñá y que seguirán y enriquecerán los fundadores de los estudios universitarios de economía en España y Académicos destacados de esta Casa: Valentín Andrés Álvarez, Manuel de Torres y José Castañeda. Aplicando la lógica económica vigente en su tiempo y utilizando y mejorando la información estadística disponible, el quehacer de estos economistas fue acumulando un conjunto de conocimientos que definieron un modelo interpretativo de las causas del atraso económico español, capaz de inspirar un programa de política económica con el que tratar de superarlo. Este modelo interpretativo del atraso de la economía española y las causas de su divergencia con las economías europeas desarrolladas, perfilado en sus líneas básicas en el primer tercio de este siglo, ha recibido en nuestro tiempo * Sesión del día 1 de junio de 1993. 81 las aportaciones complementarias de dos líneas de investigación. La primera, procedente de la joven generación de los economistas dedicados al estudio de la historia económica española y de los problemas que han dificultado/impedido su desarrollo a largo plazo, estudio que ha discurrido a través de un análisis comparado del comportamiento económico de España con el de los países latinos y la Europa desarrollada. La segunda línea de investigación se ha manifestado en un conjunto de estudios que han aplicado a nuestro país los modelos y conclusiones disponibles de una de las ramas más prolíficas del pensamiento económico actual: la que trata de desvelar los factores que condicionan la convergencia real (o acercamiento económico) entre los distintos países. La preocupación dominante de los economistas por los problemas de la convergencia se corresponde con la importancia —social y política— atribuida al objetivo de lograr un crecimiento sostenido que permita reducir las divergencias que separan aún a la economía española de la media comunitaria. Un objetivo omnipresente en el recorrido de nuestra historia contemporánea que ha alcanzado una importancia y prioridad indiscutibles con la decidida integración de la economía española en Europa. Hoy es posible afirmar que el futuro de la economía española no puede improvisarse porque lo tiene firmado y, aún podría afirmarse con propiedad que cuádruplemente firmado, con la Comunidad Europea: por el Tratado de Adhesión con la Comunidad Europea de 1985, por el Acta Única Europea de 1986, por la pertenencia al mecanismo de cambios del Sistema Monetario Europeo decidida en junio de 1989 y por la firma y ratificación del Tratado de Maastricht en 1992. Esos compromisos prueba que España es un país europeo de iure, como atestigua su pertenencia de pleno derecho a las Comunidades y a las instituciones europeas. Pero, ¿es la España económica un país europeo de facto? Si la respuesta a esta pregunta crucial debe tener alguna significación operativa y concreta ésta no puede ser otra que preguntamos si la economía española ha alcanzado los niveles medios de producción y desarrollo que caracterizan a la Europa Comunitaria. Y cuando esto se hace, se comprueba la discrepancia entre ser miembros de pleno derecho de la Comunidad Europea, por una parte, y, de otra, igualar, de hecho, el nivel de desarrollo de la Comunidad Europea. Si una imagen vale más que mil palabras, la que expresa y valora la posición española es bien elocuente. Apreciado el PIB por habitante español en términos de capacidad adquisitiva constante y en relación con el PIB medio comunitario, el Gráfico 1 traduce nuestros niveles de desarrollo a lo largo de los últimos treinta y tres años. Pese a todas las imperfecciones que puedan alegarse a las bases estadísticas en que se apoya esa comparación, una conclusión evidente se apunta en sus cifras: la lejanía de los resultados productivos españoles respecto de los alcanzados por la media de los países que integran la Comunidad Europea. Al finalizar 1992, el PIB por habitante de España alcanzaba el 76,6 por 100 del PIB medio de la Comunidad Europea, con un alejamiento real de 23,4 puntos que muestra la posición relativa actual de la economía española que no permite calificada como una economía europea de facto. 82 GRÁFICO 1 Ahora bien, si el fin de la política económica española es la integración en la Comunidad Europea, un entendimiento correcto de esta pretensión constituye una exigencia para alcanzarla. Es evidente que la integración no puede ser nunca un fin en sí misma, sino un medio para lograr un objetivo superior. En este caso, aprovechar las oportunidades de mayor desarrollo de la producción, renta y bienestar de España que facilita la integración en el Mercado único. Dicho en otros términos: es el acercamiento o convergencia real con la Comunidad Europea el que se convierte en el objetivo final de la integración de España en la Comunidad Europea, la finalidad que debe legitimar los compromisos formales que España ha firmado con Bruselas. Es ese planteamiento el que concede a los problemas de la convergencia real de la economía española con la europea una importancia difícil de exagerar y el que me ha decidido a traer a la atención de los señores Académicos esos problemas dramáticos de convergencia con Europa en esta Sesión Ordinaria de nuestras actividades. Para cumplir con este compromiso dividiré mi exposición en tres partes bien diferenciadas. En primer lugar, trataré de identificar la posición española respecto de la convergencia real en 1992, cómo se ha alcanzado esa posición relativa a través del recorrido histórico que parte del Plan Nacional de Estabilización Económica de 1959 tratando de obtener, asimismo, algunas de las enseñanzas principales que evidencia esa rica experiencia histórica. En segundo lugar, procuraré identificar los que estimo problemas básicos actuales de la convergencia real de la economía española y la comunitaria, apoyándome en las aportaciones realizadas por la que he denominado la mejor tradición de nuestro pensamiento económico, las investigaciones de los 83 historiadores de la economía española y las conclusiones alcanzadas por los análisis realizados sobre la convergencia real. En tercer lugar, me referiré a los escenarios en los que —en mi opinión— se decide el éxito o el fracaso del proceso de integración de España en Europa a los que debería atender la sociedad y la política económica española. Conocer el presente de la convergencia de la economía española respecto de la Comunidad Europea exige valorar la experiencia histórica que ofrece la larga marcha de nuestro país hacia la Europa Comunitaria. Ese proceso histórico es el que relata la curva del Gráfico 1 que une dos puntos en el tiempo: 1959, que marca la situación inicial de partida, y 1992, que indica la posición final de llegada, colocados ambos en niveles bien diferentes. Cuando, hace treinta y tres años, la economía española iniciaba la década de los años sesenta, su PIB por habitante se situaba en el 58,3 por 100 del PIB medio por habitante de la Comunidad Económica Europea. Al finalizar 1992, el PIB por habitante español había alcanzado el 76,6 por 100 del PIB medio comunitario por habitante de la Comunidad Europea. Un salto importante, porque ha supuesto pasar de 468.030 pesetas por habitante en 1960 (pesetas constantes de 1992) a 1.506.055 pesetas por habitante en 1992 (pesetas constantes de 1992). España ha ganado, así, convergencia real con mejores posiciones relativas respecto de la economía europea y ha aumentado sustancialmente el nivel absoluto de sus propios resultados productivos. Sin embargo, ese desarrollo y aproximación a Europa que discurre entre 1959 y 1992 no ha sido lineal. Ha recorrido cuatro etapas diferentes que contribuye a delimitar, con precisión, el Gráfico 1. Esas cuatro etapas son: 1.ª La que va de 1959 a 1975, que supone un importante acercamiento de la economía española al nivel medio de la producción europea por habitante. Su punto inicial y la premisa de desarrollo, logrado con posterioridad, se halla en el Plan Nacional de Estabilización de 1959, causa del auge productivo que domina en los años sesenta y que se prolonga hasta la mitad de los años setenta, una etapa en la que la economía española gana una aproximación de 17,7 puntos porcentuales respecto al PIB medio por habitante de la Comunidad Europea. 2.ª La guerra del Yom-Kippur fecha la llegada de la crisis energética de 1973 y abre una crisis multiforme con la que la economía mundial va a vivir, desde ese año. Crisis que llega a España con un retraso de dos años —en 1975—, coincidiendo con el fin del régimen franquista y la oportunidad de construir una democracia. Las fechas clave de esta etapa son, además de la que supone la llegada de la crisis en 1975, los tardíos programas de ajuste de octubre de 1977 en que se firman los Pactos de la Moncloa y el Programa Económico a Plazo Medio del gobierno socialista de 1983. La dura traducción a la economía española de los factores de la crisis de los setenta y la demora de los ajustes necesarios para superarla explican la larga duración de la crisis que marca un claro alejamiento de la Europa Comunitaria en los diez años que van de 1975 a 1985. 3.ª La tercera fase corresponde a la etapa de recuperación económica que va de 1985 a 1991. Las fechas fundamentales de esta fase son: la firma del Tratado de Adhesión con la Comunidad Europea a mediados de 1985 y la recupe- 84 ración de la economía mundial que, iniciada en Estados Unidos en 1983, llega a Europa en 1984 y a España en 1985, coincidiendo con los datos favorables de las políticas de ajuste de la fase anterior y con el efecto estimulante del ingreso de España en la Comunidad Europea. Todos esos factores abren una etapa de convergencia real o acercamiento de la economía española a la comunitaria que supuso la ganancia de 1 punto porcentual por año respecto del desarrollo europeo, lo que situó el PIB por habitante de la economía española, en 1991, en el 76,6 por 100 del PIB medio por habitante de la Comunidad Europea. 4.ª La cuarta y última etapa de la economía española hacia la Comunidad Europea es la que registra la llegada de la desaceleración del desarrollo que afecta a la economía de Estados Unidos en 1988-1989, que Europa recibe con retraso de un año y que España acusa, plenamente, en 1992, con el final de la aproximación o convergencia real con la Comunidad Europea que se había vivido desde 1985 a 1991. Cinco enseñanzas fundamentales se siguen de esa experiencia que expresa el acercamiento/alejamiento de la economía española con la Comunidad Europea en los últimos treinta y tres años: 1.ª Las fases de convergencia real (1959-1975; 1985-1991), han estado presididas por etapas favorables del desarrollo de la economía mundial. Un hecho que proclama una evidencia que no pude olvidarse: el condicionamiento que establece la coyuntura exterior para la marcha de la economía interna y para la convergencia real. Lo que fuera pasa es fundamental para lo que dentro sucede. No es posible aspirar a un acercamiento real a la Comunidad Europea olvidando la coyuntura exterior. 2.ª Ratificando esa primera conclusión, una segunda se desprende de las etapas de alejamiento de la economía española y la comunitaria. La primera de ellas se vive en la década crítica que va de 1975 a 1985 y la segunda se inicia en 1992. Ambas experiencias coinciden con crisis profundas de la economía internacional y, como parte de ella, de la economía europea. Las dos experiencias prueban la mala adaptación de la economía española en fases críticas de adversa coyuntura. El comportamiento divergente de nuestra economía en esas etapas evidencia las dificultades del ajuste de la economía española para realizar los cambios reclamados por la crisis, lo que se traduce en alejamientos de la producción por habitante de la lograda por los países desarrollados de Europa. 3.ª Las dos fases de convergencia real de la economía española y la comunitaria —1959-75, 1985-91— han constituido etapas decisivas de apertura exterior de la economía española registrando una multiplicación de los intercambios de bienes, servicios y capitales con el exterior que han favorecido nuestro crecimiento interno. No es cerrando nuestra economía al exterior, sino abriéndola, como hemos conseguido la convergencia real con Europa. 4.ª La convergencia real con la Europa Comunitaria ha incorporado, inicialmente, como parte de la política económica aplicada, el objetivo de la estabilidad de precios. No en vano el desarrollo de los años sesenta se inicia con el Plan Nacional de Estabilización de 1959 y la etapa de acercamiento a Europa, tras la integración, estuvo precedida por los Programas de Ajuste 1977 85 y 1983, que incorporaron, como medidas fundamentales, las del saneamiento de los equilibrios de la economía. Una realidad que reconocía en ambos casos, la imposibilidad de lograr un desarrollo económico sostenido en un ambiente inflacionista. 5.ª La convergencia real ha mostrado, también, la necesidad de apoyarla en las reformas que traten de lograr una mayor flexibilidad de la economía interna, conseguida merced a una mayor liberalización y competencia de nuestros mercados. Un objetivo inicialmente presente en el Plan Nacional de Estabilización Económica de 1959 y también en los Programas de Ajuste de 1977 y 1983. Las tres últimas enseñanzas del proceso histórico de convergencia que acabo de relatar venían a ratificar las conclusiones alcanzadas por la que he denominado, con anterioridad, la mejor tradición de nuestro pensamiento económico en el primer tercio de este siglo. El modelo interpretativo de nuestro atraso económico frente a la Europa desarrollada, que expusieron Flores de Lemus y los restantes autores a que me he referido, destacaba la importancia de tres condiciones que deberían informar la política económica y los comportamientos sociales si se deseaba un acercamiento real a las cifras de producción y renta de la Europa desarrollada. Era preciso contar, ante todo, con una liberalización exterior que permitiera un intercambio creciente de bienes, servicios y capitales, eliminando el proteccionismo integral que había inspirado nuestra política arancelaria, asentar la práctica de un tipo de cambio realista de la peseta que otorgara sus oportunidades al aumento de las importaciones y suprimir las restricciones cuantitativas a los intercambios. En segundo lugar, resultaba indispensable atacar el carácter crónicamente inflacionista de nuestro desarrollo al que había conducido una política de reserva del mercado interno por la protección, la práctica ausencia de una política monetaria (que se seguía del hecho de que España careciera de la disciplina de un patrón monetario a lo largo de su historia contemporánea) y la existencia de una política presupuestaria crónicamente deficitaria como la interpretada por nuestro sector público. Reformar estos comportamientos constituye una condición de estabilidad económica sobre la que debería construirse el desarrollo de la economía. En tercer lugar, la defensa de la apertura exterior y la estabilidad interna tendrían que completarse con las reformas dirigidas a liberalizar y flexibilizar la economía interna mediante la adopción de un sistema de economía de mercado que aligerase las intervenciones públicas asistemáticas y discrecionales que habían perjudicado, a lo largo de nuestra historia, una administración eficiente de los recursos económicos con los que contábamos. Esos tres principios de una política de convergencia negaban rotundamente la vigencia de tres ideas que no podían informar el acercamiento a la producción de la Europa desarrollada: una protección integral que frene los intercambios, una inflación desestabilizadora y un intervencionismo generalizado. Esas negaciones podían expresarse en forma positiva para referir los tres 86 principios que debían orientar una convergencia real duradera de España con el resto de los países de Europa: la liberalización frente a la protección, la estabilidad frente a la inflación y el mercado como principio de asignación y regulación de la economía en vez del intervencionismo. Los tres principios básicos del modelo de convergencia elaborado por nuestros economistas fueron aceptados por las tres grandes operaciones de política económica que el país ha vivido en los treinta y tres últimos años: el Plan Nacional de Estabilización Económica del 59, las políticas de ajuste a la crisis de 1979 y 1983, y la integración en Europa. Y es esa aceptación la que ha producido el acercamiento a Europa que registra el indicador del PIB por habitante. Sin embargo, la fidelidad a estos tres principios rectores del acercamiento no ha sido completa: la apertura exterior se ha detenido con frecuencia, no se han practicado con la virtud y perseverancia debidas las políticas de estabilidad y la tentación del intervencionismo discrecional ha llevado en muchas oportunidades a no conceder al mercado y a la competencia el desempeño de sus insustituibles papeles en favor de la eficacia en la administración de la economía. El déficit de nuestra convergencia real con la CE no es otra cosa que la traducción de la falta de fidelidad de nuestros comportamientos a las tres ideas rectoras que debían producirla y de la política del país para estimularla. Dos actitudes han sido especialmente costosas, expresadas en términos de unos mejores resultados productivos y una mayor convergencia económica de las variables españolas y europeas. La primera de esas actitudes negativas es la propensión de quienes han interpretado la política del país en las dos etapas brillantes de la convergencia a dejar marchar el ritmo del desarrollo interno al aire libre del gasto nacional sin dosificarlo para que pudiera atenderlo el crecimiento real de la producción potencial del país en condiciones de estabilidad. Se han descuidado así los equilibrios de la economía, con lo que la mayor inflación y el mayor déficit exterior han hipotecado el futuro del desarrollo, obligando a su paralización con costosas operaciones estabilizadoras. En segundo lugar, ha resultado también evidente en nuestro proceso de convergencia la tardanza en adoptar las medidas que ajustaran la economía española a los nuevos datos que traían las crisis que hemos padecido. La falta de flexibilidad en el funcionamiento de las instituciones públicas y privadas para adaptar su conducta a los cambios reclamados por la crisis constituye un hecho que ha causado el detenimiento de la convergencia real con Europa en esas fases. España ha dejado así para mañana los ajustes que debería haber realizado ayer y esta pereza individual y colectiva se ha pagado costosamente con la divergencia de nuestro atraso económico. Se han definido hasta aquí la posición en la que la economía española se encuentra colocada en su convergencia real con Europa y los rasgos fundamentales de la experiencia que nos ha llevado hasta esa posición. Nuestra tarea debe ser ahora la de identificar los problemas con los que hoy nos enfrentamos para proseguir el proceso de convergencia real con los países de la Europa Comunitaria. 87 Dos rasgos negativos caracterizan la actual posición de la economía española: 1.º El proceso de convergencia real/acercamiento con Europa se ha detenido en 1992, y 2.º La economía ha entrado en recesión (retroceso económico) desde el último trimestre de 1992. Entender, en esta circunstancia crítica, las causas que han llevado a esa posición constituye una condición necesaria para superarla. Es evidente que la comprometida situación actual de la economía española hay que situarla en un espacio económico con tres referencias fundamentales: la situación crítica de la economía internacional que la condiciona, el momento difícil de la integración europea que nos afecta y los males propios de nuestra economía que lastran su capacidad de desarrollo e impiden la convergencia real con el mundo europeo más desarrollado. El reconocimiento de las dos primeras referencias —la crisis mundial y la pausa y dudas de la integración europea— son dos datos muy negativos para el proceso de convergencia real. Sabemos que en etapas críticas la economía española se ha alejado y no acercado a Europa. Sabemos, también, que en esas etapas críticas la economía española ha perdido mucho tiempo antes de aplicar las imprescindibles políticas de ajuste. Un tiempo costoso en términos de convergencia. Una respuesta pragmática basada en la experiencia aconsejaría aprovechar, con diligencia, el tiempo económico disponible para realizar dos tareas. La primera consistente en conocer y definir lo que antes he denominado males o problemas propios de la economía española. Y la segunda contar cuanto antes con un diagnóstico compartido sobre los mismos capaz de inspirar un acuerdo sobre las políticas necesarias para remediarlos y resolverlos. Si un país de tamaño medio, como España, nada puede hacer por sacar a la economía mundial de la compleja crisis que padece, si el proceso de integración europea atraviesa por evidentes dificultades, parece claro que nuestra economía debe responder a estas dificultades aprovechando el tiempo crítico para remediar los males principales que la permitirán incorporarse en las mejores condiciones a la recuperación de la economía mundial cuando ésta llegue y que la consentirán participar con mayor ventaja desde el momento actual en el proceso de integración europea. La experiencia histórica de la convergencia real de la economía española y los análisis disponibles sobre la misma permiten identificar los que he denominado males o problemas propios que responden a comportamientos y actitudes de nuestra sociedad que, al no ser corregido por la política económica, han arraigado como costumbres establecidas y, por lo mismo, difíciles de cambiar y reformar. Esos males y problemas recurrentes, que muestra el corte histórico del comportamiento de nuestra economía y su observación en el momento actual, son fundamentalmente cuatro: 1.º La existencia de una propensión a la inflación del nivel de precios. 2.º La insuficiencia del ahorro nacional y una propensión al gasto que revelan tanto la presencia crónica del déficit en la liquidación de las cuentas de nuestras Administraciones Públicas como la incapacidad del ahorro para financiar los procesos de inversión. 88 3.º El desequilibrio de nuestros intercambios con el exterior, que manifiesta el saldo adverso de la balanza de pagos por cuenta corriente y su difícil sostenibilidad en el tiempo, que han obligado a detener, con frecuencia indeseable, el proceso de desarrollo de nuestra economía. 4.º La propensión hacia el intervencionismo discrecional de los poderes públicos en la vida económica y la resistencia a admitir la disciplina del mercado y de la competencia para asignar los recursos disponibles en los mercados de bienes y servicios, en los mercados financieros y en el mercado de trabajo. Esos cuatro males o problemas están en el fondo de la comprometida situación actual de la economía española condicionando las oportunidades de convergencia real con la Europa Comunitaria, por lo que su conocimiento constituye una premisa obligada para sugerir sus remedios o soluciones posibles. A la cabeza de los males propios de la economía española figura la inflación. Este lugar prioritario del mal de la inflación está sólidamente documentado por los análisis disponibles, por más que resulte sorprendente para muchas valoraciones políticas que siguen creyendo que puede convivirse con la inflación sin peligro alguno para el desarrollo de la economía e incluso que es posible y conveniente el cambio de un poco más de inflación por un poco menos de paro. Estas creencias y las valoraciones del proceso inflacionista que las sostienen constituyen uno de los errores más graves para conseguir la convergencia real de la economía española y la comunitaria. Los análisis disponibles de la experiencia española y de otros países contrastan que la inflación ocasiona un conjunto de efectos negativos sobre la convergencia real que parten del hecho probado de que la inflación impide el funcionamiento eficiente de los mercados a los que inutiliza como mecanismo de asignación eficiente de los recursos. Por otra parte, la falta de control de la inflación aumenta su variabilidad y hace impredecible su comportamiento, lo que ocasiona una inseguridad creciente sobre el futuro económico que obstaculiza las inversiones de la economía. A estos efectos negativos deben añadirse los que la inflación genera en los países que aspiran a aprovechar las oportunidades de la integración europea. Una inflación diferencial de España con los países de la Comunidad Europea, asociada a un tipo de cambio estable que fijan los compromisos del Sistema Monetario Europeo, ocasiona a una pérdida de competitividad que impedirá alcanzar las ventajas del Mercado Único, motivo básico de nuestra integración en él. Esta suma de efectos negativos convierte a la inflación en un problema grave que reclama su reconocimiento y su tratamiento prioritario por la política económica. Y ese tratamiento pide, a su vez, un conocimiento de los rasgos que caracterizan a la actual inflación española. Dos son los rasgos que definen a nuestra inflación: su carácter dual y su comportamiento diferencial con la registrada por nuestros socios comunitarios. Desde 1987, al año de comenzar a vivirse la integración europea, la inflación española ofreció un comportamiento muy diferente en el sector de los servicios y en el de los bienes industriales. Mientras los servicios han sostenido una inflación situada en torno a tasas de dos dígitos o próximas a ellos, los bienes 89 GRÁFICO 2 GRÁFICO 3 industriales han registrado crecimientos de precios situados en menos de la mitad. Este comportamiento dual ha ocasionado que la inflación total se situara en niveles elevados, toda vez que el peso de los servicios domina la producción total española (60% del PIB son servicios). Las consecuencias de este comportamiento dual de la inflación no son sólo que la inflación española haya crecido como consecuencia de la presión alcista de los servicios, sino que los precios 90 crecientes de los servicios ahogan la capacidad competitiva de la industria, perjudicando su rentabilidad y la posibilidad de atraer hacia ella las inversiones. Tratar esa inflación dual española reclama conocer las causas que la producen. Es evidente que un motivo general del aumento del precio de los servicios se encuentra en las diferentes productividades de los mismos respecto a las que rigen en la industria. La menor productividad de los servicios fuerza al crecimiento de sus costes y de sus precios. Este motivo universal afecta a todos los países, pero no explica, sin embargo, las diferencias existentes entre la inflación del sector servicios en España y la del resto de los países comunitarios. En éstos también existe una dualidad entre precios de los servicios-precios de los bienes industriales. La diferencia del crecimiento del precio de los servicios en España es, sin embargo, notable. La inflación española del sector servicios supera en 2,5 puntos a la media europea, es decir, nuestra inflación dual es más acusada, lo que obliga a encontrar otras explicaciones adicionales a su comportamiento. Éstas se encuentran, en primer lugar, en la falta de competencia interna existente en sus mercados, lo que, unido a que se trata de una oferta no comercializable, esto es, de difícil o imposible exportación e importación, permite trasladar los mayores costes de los servicios a sus precios, lo que no pueden realizar los bienes industriales, comercializables y, por tanto, disciplinados por la competencia exterior. Esa falta de competencia de los mercados de los servicios se deriva del hecho de que, en muchos de ellos cuentan con un monopolio público como oferente (transportes o comunicaciones) o con regulaciones y concesiones que determinan sus precios o tarifas al margen de la competencia. Por otra parte, muchos de los servicios cuentan con una oferta limitada de sus prestaciones, lo que ha garantizado que los aumentos de la demanda provoquen crecimientos de sus precios más que de su producción. Finalmente, los aumentos salariales que han venido caracterizando la marcha de la economía española que pesan más en los costes de los servicios resultan trasladables en los servicios y no en la industria, lo que ha afectado a la marcha de la inflación y a los beneficios de la industria que, al no poder repercutir sus mayores costes laborales sobre los precios, ha visto comprimidos sus márgenes de beneficio con efectos bien negativos sobre las inversiones y el empleo. A este rasgo dual de la inflación española se añade su carácter diferencial con la media de los países de la Comunidad Europea, como prueba elocuentemente el Gráfico 3. Tanto la inflación de los doce como la vigente en los tres países con menor inflación es superada por la inflación española, lo que aleja a nuestra economía de la competitividad en el Mercado Único y de nuestra participación en la Unión Monetaria. El segundo mal actual de la economía española que dificulta la convergencia es la falta de ahorro que se manifiesta, en primer lugar, en el déficit público. El déficit público que ha asolado la marcha de nuestra Hacienda a lo largo de su historia se configura en el presente como un rasgo permanente de su comportamiento. El Gráfico 4 recoge las cifras disponibles para el déficit público y el crecimiento de la deuda para tratar de financiarlo. Tres son las etapas que cabe 91 distinguir en ese recorrido zigzagueante del déficit público español: 1.ª La de creación y consolidación del déficit y la deuda pública que va de 1975 a 1985. El déficit público se crea en la etapa que va de 1979 a 1982, en la que los gobiernos débiles de UCD y la oposición fuerte del PSOE sitúan su nivel en el 5,6 por 100 del PIB y la deuda pública en el 28 por 100. Ese déficit se afirma de 1983 a 1985 por el gobierno del PSOE hasta llegar al 7 por 100 del PIB en 1985, lo que aumenta el nivel acumulado de la deuda pública para financiarlo hasta el 39 por 100 del PIB; 2.ª De 1985 a 1988 se inicia una etapa de reducción del déficit público, favorecida por dos acontecimientos: la práctica de una política de saneamiento financiero interpretada por la gestión del Ministerio de Economía y Hacienda y la llegada de la reactivación económica que el país vive con la economía mundial y europea de esos años, recuperación económica que posibilita una mayor recaudación impositiva que propicia, a su vez, una recaudación presupuestaria favorable menos desequilibrada, y 3.ª Esa etapa brillante finalizaría en 1989, abriéndose una nueva fase en ese año que hoy continúa y que no se cierra en 1992. Los déficit públicos anuales manifiestan su persistencia en torno al 5 ó 6 por 100 del PIB, situando el nivel de deuda pública en cotas constantemente más elevadas, hasta concluir en el 48,5 por 100 del PIB en 1992. GRÁFICO 4 La imagen que presenta el déficit público, al caer el telón del tiempo que lo contempla en el Gráfico 4, es la de un fenómeno con una fuerza indomable que no ha logrado contener el único resorte con el que cuenta una sociedad democrática organizada para intentarlo: el presupuesto. Los presupuestos españoles no han sido los instrumentos precisos de previsión y control del gasto público. Las desviaciones entre previsiones y realizaciones presupuestarias han sido y son tan importantes que la credibilidad pública del documento cen- 92 tral de la vida financiera se ha perdido en las diferencias anuales entre gastos presupuestados y realizados y entre previsiones y realizaciones de los ingresos para financiarlos. Las cifras de liquidación de los presupuestos anuales no sólo padecen estos defectos, sino, también, el de la deformación contable con la que se presentan sus resultados. La credibilidad de las cuentas públicas se halla en entredicho por la existencia de partidas que no están computadas a la hora de calcular el déficit público anual. Lo que es evidente en la liquidación presupuestaria de 1992, como rectifica el Gráfico 4 al elevar las cifras publicadas por el Ministerio de Economía y Hacienda del 4,4 al 5,4, al menos, en la que cabe situarlas por el cómputo correcto de las partidas disponibles. GRÁFICO 5 La economía española registra, también, un déficit importante del ahorro respecto de las necesidades de inversión. El ahorro se ha movido siempre por debajo de las necesidades de inversión y, además, ese ahorro interno ha caído desde 1988. Circunstancias que nos obligan a buscar en el ahorro exterior los fondos precisos para financiar los gastos de familias, empresas y administraciones públicas, manteniendo así una dependencia peligrosa respecto del exterior para financiar el gasto interno y, especialmente, la partida decisiva de las inversiones. A este respecto, lo sucedido en 1992 es aleccionador, pues, en ese ejercicio la inversión exterior directa, destinada al sector privado, ha disminuido el 26,5 por 100, caída que ha debido compensarse con un aumento de los préstamos y créditos extranjeros dotados de mayor inestabilidad y negociados con una prima de riesgo importante que han elevado los costes financieros de la empresa española, al mismo tiempo que se perdían oportunidades de sostener establemente la financiación de las inversiones externas. El tercer mal de la economía española es la pérdida de competitividad que denuncia la marcha de las importaciones y exportaciones que recoge el Gráfi- 93 co 6. Como puede comprobarse, desde el ingreso de España en la Comunidad Económica, se ha abierto una tijera que separa las hojas de la importación y de la exportación española y que se acusa en el déficit de la balanza comercial (el más elevado de la Comunidad Económica) y de la balanza de pagos por cuenta corriente. La limitada capacidad de reacción de las exportaciones ante la integración europea, denuncia la debilidad en una variable que todos los análisis de la convergencia real vienen denunciando como estratégica. GRÁFICO 6 El cuarto de los males de la economía española es el que presenta como cara la preponderante presencia de un intervencionismo discrecional del Estado en la vida económica y como cruz, en estricta correspondencia, la negativa a aceptar la liberalización de los mercados y el fomento de la competencia como principio para asignar con eficiencia los recursos del país. Ese intervencionismo está presente en la regulación y falta de competencia de los mercados de bienes y, sobre todo, en los de servicios, en los mercados financieros y en los mercados de trabajo. En los mercados de servicios la propiedad y la oferta pública y la multiplicación de las regulaciones deben ceder a la liberalización y la competencia. En los mercados financieros, pese a la importancia del proceso de reforma que ha ido experimentando el conjunto de sus instituciones, se continúa observando, de una parte, una falta de integración entre los diferentes mercados y, de otra, una característica lentitud en el proceso de extensión de las ventajas de la competencia hacia los usuarios de los servicios financieros. Las barreras de hecho existentes en la competencia dentro de un sistema crediticio permiten el mantenimiento de elevados gastos de explotación que consiguen trasladarse sobre el precio de ciertos servicios financieros y encarecen, en general, el crédito a familias y empresas no financieras. En el 94 mercado de capitales predomina una orientación hacia la negociación de activos a corto plazo —en su mayoría públicos— sin que la reforma del mercado de valores haya llenado aún el importante vacío existente de títulos privados a largo plazo, lo que acentúa la dependencia financiera de las empresas respecto al crédito bancario, esencialmente a corto plazo. La mayor rigidez se registra en el mercado de trabajo cuyo mal funcionamiento prueban tres hechos: la elevada tasa de paro española, la más alta de la Comunidad Europea, una tasa que casi duplica la media comunitaria y cuyo contenido es, además básicamente, un paro de larga duración. Esa elevada tasa de paro se produce, además, sobre unas cifras de población activa que representan una tasa de actividad comparativamente baja respecto de la europea. Pese a ello, las remuneraciones de los trabajadores con contrato fijo continúan elevándose con absoluta insensibilidad respecto a la situación económica general y a la situación del mercado laboral, en particular. Las rigideces del mercado de trabajo hacen que los niveles de la tasa de paro que se requerirían para flexionar las pretensiones de crecimiento salarial en España sean los más elevados de los países de nuestro entorno económico. En este contexto, de mal funcionamiento del mercado de trabajo, merecen ser destacados tres aspectos al menos. En primer lugar, la rigidez de los salarios reales cuya tendencia, sólo frenada a raíz de los Pactos de la Moncloa hasta 1987, es hacia su formación mediante la indiciación por el crecimiento de precios del pasado más 1 ó 2 puntos. Como prueba el Gráfico 7, este ha sido el criterio al que han respondido los convenios colectivos en la etapa que va de 1989 a 1992. Esa perturbadora indiciación de salarios se practica, además (por la forma centralizada en la que los convenios laborales se negocian) con referencia al salario de los trabajadores en empresas industriales líderes, lo que no permite tener en cuenta las diferencias de productividad entre las empresas, a la vez que ignora la situación de aquellos sectores o empresas con exceso de oferta en una determinada coyuntura. Finalmente, la vigencia de ordenanzas laborales anacrónicas resta movilidad a la oferta de trabajo en la triple perspectiva sectorial, funcional y geográfica. Esos cuatro problemas fundamentales que denuncia el comportamiento de la economía española, que dificultan cuando no impiden, la convergencia real con la Comunidad Europea reclaman un conjunto de actuaciones coordinadas de la política económica que han sido expuestas con reiterada coincidencia en los principales Informes de los centros de estudio de dentro y de fuera del país, llamando la atención hacia cinco escenarios que deberían merecer el conocimiento y la reflexión de la sociedad y la atención de la política económica. El primero y más definido de esos escenarios es el del comportamiento inadecuado de nuestras Administraciones Públicas. Desde el nacimiento de nuestra democracia han sido cinco los rasgos que lo definen: un crecimiento explosivo del gasto público que ha impulsado, a su vez, un aumento importante, aunque insuficiente, de la imposición para financiarlo, registrándose así la presencia de un déficit público continuado. La aparición de las Haciendas 95 autonómicas y la intensificación del papel de las Haciendas Municipales constituye una cuarta característica de la actividad financiera de la democracia española con el resultado final de una multiplicación del gasto que no ha encontrado ingresos impositivos suficientes para su cobertura. Finalmente, a lo largo de esos quince años de nuestra democracia, los presupuestos de nuestras Administraciones Públicas han ido perdiendo su fuerza como instituciones encargadas de la previsión y el control de sus actividades. La reforma de esos cinco comportamientos delimita un primer y decisivo escenario de actuación pública, pues en él arraigan los desequilibrios de precios y balanza de pagos de nuestra economía, al igual que la limitación del ahorro interno. GRÁFICO 7 Los efectos negativos de ese comportamiento de nuestras Administraciones Públicas concede a su reforma una importancia difícil de exagerar. Reformas que deben discurrir en el doble plano de los gastos y los ingresos públicos. Una opinión unánime destaca la urgente necesidad de controlar el nivel del gasto público y mejorar su eficiencia. La consolidación del nivel del gasto público reclama, en primer lugar, un repaso detenido y una revisión de las funciones públicas y las leyes que las condicionan. En segundo lugar, resulta fundamental incorporar los mecanismos públicos y técnicos que impidan las desviaciones de las previsiones presupuestarias y forzar, por las reformas de la Contabilidad Pública, la presentación de una imagen veraz y fiel de los gastos públicos. En el plano de los ingresos públicos tres son las líneas de actuación preferente: la protección y estímulo del ahorro empresarial y familiar, la lucha contra el fraude fiscal y la aplicación de un programa exigente de privatización de empresas públicas y de una parte de la actividad de las Administraciones Públicas. Reformas 96 que deberían acompañarse en las Haciendas Territoriales, haciendo realidad una exigencia eternamente reconocida y aplazada: la co-responsabilidad fiscal. El segundo escenario problemático de la economía española es el que define la política monetaria. Se ha afirmado, con diaria reiteración, que los españoles hemos padecido la aplicación de un monetarismo perturbador para orientar la convergencia de nuestra economía con la comunitaria. Es esta una afirmación demasiado general y descalificadora y, por eso mismo, peligrosamente equívoca. La política monetaria estricta constituye un componente fundamental para el ajuste de nuestra economía por lo que su diseño y aplicación revisten una importancia singular. Sin embargo, esa política monetaria no puede aplicarse en soledad. Debe contar con la compañía y con su mezcla con la política presupuestaria. Es la mezcla inadecuada de una política monetaria (estricta) y una política presupuestaria (laxa) la que constituye el pasivo fundamental de nuestra política económica de estabilidad que es preciso corregir. La aplicación de la política monetaria como medida estabilizadora en una costosa soledad sin apoyo de la política presupuestaria ni medidas que galvanizaran el ahorro privado ha provocado una elevación de los tipos de interés contra la que se ha originado un clamor general en el país favorable a su reducción por parte del Banco de España. Es importante afirmar que esa petición no cuenta con apoyo técnico alguno y que sus consecuencias serían gravísimas para nuestra economía. Los tipos de interés accesibles a la reducción por parte de un banco central son los tipos de interés a corto plazo y cualquier intento simplista de reducirlos a golpes de su voluntad unilateral produciría un conjunto de consecuencias negativas en los mercados. En primer lugar, porque los mercados cambiarios derrumbarían la cotización de la peseta con consecuencias inflacionistas en los precios de nuestras indispensables importaciones que trasladarían sobre los costes y precios internos una carga alcista que se prolongaría con la indiciación de salarios y otras rentas, poniendo en marcha la espiral salarios-precios que ha hecho la desgracia de todas las economías que la han padecido. La rebaja de tipos de interés a corto plazo no se traduciría en tipos de interés menores a plazo medio y largo, que son los condicionantes de las inversiones. Los tipos más bajos de interés que la economía española necesita no pueden decretarse por la política monetaria. Tienen que ganarse pacientemente por una política económica y un comportamiento social que logren reducir el déficit público, aumentar el ahorro privado y ganar una estabilidad de precios venciendo a la inflación. Sobre esas premisas, la reducción general de los tipos de interés será una consecuencia duradera. El tercer escenario que reclama la atención de las reformas es el de las reformas estructurales. Porque nuestra inflación no cederá, ni administraremos nuestros recursos con eficacia, ni competiremos con ventaja en mercados exteriores y propios si no logramos instaurar la libertad y la competencia en los mercados de bienes, de servicios y de capitales que constituyen las exigentes líneas en las que debe probar su voluntad de cambio la política económica. 97 Las reformas del mercado de trabajo constituyen el cuarto escenario de las medidas de las que depende la disponibilidad de una política económica que restablezca la competitividad de nuestra economía y su capacidad para crear empleos. Es la conciencia compartida de esta valoración la que ha llevado a todos los informes técnicos a acentuar el carácter vital de estos cambios en el mercado de trabajo. La limitada movilidad funcional y geográfica de la mano de obra, el elevado coste comparado de la contratación y resolución de sus indefinidos contratos de trabajo, los desequilibrios entre oferta y demanda de trabajo ocasionados por las carencias y limitaciones de la formación profesional, la segmentación del mercado de trabajo (contratos temporales/contratos indefinidos) y el comportamiento de los sindicatos que se sigue de esa segmentación con la generalizada práctica de la indiciación de los salarios fijados por la inflación del pasado más medio punto, constituyen características imprescindibles de reformar, pero difíciles de conseguir, porque a ellas se opone, con contundencia, el poder político sindical. Mientras esas características dominen el mercado de trabajo serán claras sus consecuencias: la imposibilidad de reducir la inflación, la pérdida de competitividad de nuestros productos y el aumento en las cifras de paro. Evitar esa cadena de efectos negativos debería estimular un cambio de esos comportamientos basado en el acuerdo y en la transacción capaz de corregir la rigidez del mercado de trabajo y pactar el crecimiento de los salarios por la guía de la productividad y su contribución a reducir la inflación prevista de la que depende la supervivencia económica de nuestras empresas y de nuestros empleos frente a la competencia europea. El quinto escenario, revelador de los problemas españoles, es el de la pérdida de competitividad de nuestras empresas y sectores productivos que reclaman una constante atención a la marcha de los costes, los precios relativos y el tipo de cambio, pero que exigen, además, el despliegue de medidas que puedan beneficiar la capacidad competitiva de nuestra agricultura, industria y servicios, con actuaciones que favorezcan el acceso a nuevas tecnologías y su difusión en el tejido productivo español, con mejoras en la calidad de los productos, en su diseño, en la política de marcas y en el desarrollo de la comercialización, actuaciones sectoriales que deberían hacer sensible la conducta de nuestras empresas a esos comportamientos y cuyo cumplimiento debería verse estimulado por nuestra política económica, porque esas actuaciones sectoriales mejorarían la competitividad de nuestra economía que tanto la necesita para frenar el déficit de su balanza de pagos. Los cinco escenarios en los cuales debe ganarse el futuro de la economía española reclaman, de nuestra sociedad y de los distintos grupos sociales, no sólo el conocimiento de su importancia, sino una voluntad decidida de apoyo, y piden del gobierno el ejercicio de la función de liderazgo y pedagogía políticos para conseguir que el país se enfrente con realismo a sus problemas, suscitando el consenso necesario para resolverlos con fortuna. Sólo así será posible ganar ese futuro europeo de España, nuestra gran empresa colectiva en esta década del fin de siglo. 98 LA RECUPERACIÓN ECONÓMICA ESPAÑOLA * por el Académico de Número Excmo. Sr. D. Enrique Fuentes Quintana * 1. Los dos términos más utilizados para referir la situación de la economía española, a lo largo del año 1993 y en los meses transcurridos del actual de 1994, han sido los de recesión y recuperación económicas. Dos términos empleados en el lenguaje ordinario de forma imprecisa pero que asocian ideas y evaluaciones personales claramente opuestas: las pesimistas que acompañan a la recesión, las esperanzadoras que suscita la recuperación. No puede extrañar, en consecuencia, que cuando una economía padece la que se califica como situación recesiva, la sociedad que la vive anhele la llegada de la fase de recuperación para abandonar la triste compañía de expectativas y datos negativos propios de toda recesión económica. Esta circunstancia explica que el mensaje más repetido en una economía dominada por la recesión sea el de «hemos tocado fondo» para referirse a la situación que se alcanza cuando las expectativas de quienes interpretan la vida económica y los indicadores objetivos que aprecian sus variaciones dejan de empeorar y anuncian el abandono paulatino del fondo de la situación recesiva y del cerrado horizonte pesimista que la domina. La economía española ha vivido el año 1993 una fase de recesión económica profunda, la más importante en los últimos treinta años, por lo que el anuncio de la llegada de la recuperación se ha convertido en el deseo generalizado de su sociedad y en el objetivo dominante de su política económica. ¿Es este deseo social y político de la recuperación económica española un objetivo posible? ¿Qué variables y comportamientos condicionan su consecución? ¿Cuáles lo obstaculizan o lo impiden? Obtener respuestas fundadas en el conocimiento económico a estas preguntas, que creemos se hace actualmente * El contenido de este trabajo se expuso en la Sesión Ordinaria de 8 de marzo de 1994. Sus cifras se han actualizado a septiembre de 2004. 99 nuestra sociedad, es el propósito al que se dirigirán las intervenciones de los Académicos de la Sección de Economía en ésta y en las sucesivas sesiones a su cargo. Al asumir el riesgo de ofrecer respuestas a esas decisivas preguntas me importa destacar el ánimo compartido con el que esa tarea se emprende: afrontar —y no eludir— un problema prioritario de nuestra sociedad, en cuyo planteamiento adecuado y búsqueda de posibles soluciones se decide nuestro futuro y hacerlo desde una reflexión responsable avalada por el análisis y la mejor interpretación económica a nuestro alcance de los hechos disponibles. He entendido que mi papel en esta tarea anual de la Sección de Economía de la Real Academia, es el propio de una introducción general que sirva de marco de referencia a los análisis más detallados que darán su argumento a las restantes intervenciones. La tesis a la que responderá mi exposición y cuyo adelanto trata de facilitar su seguimiento y discusión por los señores Académicos, parte del reconocimiento de que la recuperación duradera de la economía española sólo será posible si se cumplen tres condiciones: 1.ª Conocer la situación actual de la economía española en los hechos objetivos y en la interpretación subjetiva de los mismos por la sociedad que la vive. 2.ª Disponer de un diagnóstico de las causas que pueden contribuir a explicarla y mejorarla. 3.ª Evaluar las posibilidades de aplicar una política económica que, basada en el conocimiento de los hechos y en el diagnóstico de sus causas, pueda fundamentar la recuperación duradera que todos deseamos. De modo que mi exposición responderá así a la magia del número tres: describir la situación actual de la economía española, analizarla con el apoyo del conocimiento económico para obtener un diagnóstico fundado y evaluar las posibilidades de aplicar las medidas de una política económica eficiente al servicio de la recuperación. 2. Mi punto de partida será, así, el de inventariar y describir los hechos que definen la situación actual de la economía española. Hechos objetivos, en primer lugar, tal y como los perfilan los indicadores económicos disponibles y estimación subjetiva de estos hechos, en segundo lugar, tal y como los valoran los agentes económicos —familias y empresas— y la opinión de los ciudadanos. Los hechos objetivos que definen la situación actual de la economía española deben contemplarse desde la perspectiva que ofrecen los datos que la definen a partir del inicio de la desaceleración de su crecimiento y actividad en la fase que comprende el año 1991 y el primer semestre en 1992, que continúa en la etapa de recesión productiva del segundo semestre de 1992 y en los primeros meses de 1993, seguida de un estancamiento recesivo prolongado en los últimos trimestres de 1993, año que concluye con atisbos y síntomas de reactivación económica que se confirmarán en los meses transcurridos de 1994. Entender la situación económica actual de recuperación precisa valorar, ante todo, el largo proceso de desaceleración y recesión que la precede para 100 conocer el punto de partida y las posibilidades de superarla. Contemplados los valores de las principales magnitudes económicas en la etapa recesiva del ejercicio de 1993, cinco partidas permiten describir esa situación partida de nuestra economía: 1.ª La caída de la producción; 2.ª El retroceso histórico del consumo privado; 3.ª El desplome de la inversión, a la que ha acompañado la caída del empleo; 4.ª La existencia de los desequilibrios que se registran en tres frentes: en los mercados de bienes y servicios (a preciados por la tasa de inflación), en las cuentas públicas (valoradas por su déficit) y en el mercado de trabajo (atendiendo al comportamiento de los salarios, de los precios y de la productividad del trabajo que concluyen en la destrucción de empleos y en el crecimiento del paro), y 5.ª El desarrollo espectacular de las exportaciones, la caída de las importaciones y la reducción del saldo desfavorable de la balanza de pagos por cuenta corriente. Demos cantidades a estas cinco partidas según los datos disponibles. La presentación de esos valores que el Cuadro n.º 1 ofrece, se refiere a los datos trimestrales y media anual para todas las series, con excepción del déficit público que registra las cifras anuales. La situación de 1994 se refiere a los dos primeros trimestres y a su media semestral según los datos disponibles. La marcha de la producción se aprecia según el comportamiento del PIB. Desde mediados del 91 se registra un estancamiento del crecimiento productivo que finaliza en sus cortos valores positivos de 1992, presentando ya en su último trimestre tasas negativas que dominan todo el año 1993 que ha concluido con un crecimiento negativo medio del punto porcentual del PIB. El que se ha denominado anteriormente retroceso histórico del consumo privado de las familias está presente solo desde 1993 pero con un importante crecimiento negativo e histórico del -2,3 por 100. Caída histórica, se afirma, porque las series disponibles de las estimaciones anuales de Contabilidad Nacional no presentan en el pasado valores negativos semejantes. El desplome final de la inversión en 1993 anuncia ya sus primeros síntomas de debilidad en 1991, entrando en números rojos permanentes a lo largo de 1992 que finaliza con una caída anual del -3,9 por 100, anticipo de su derrumbamiento hasta el -10,3 por 100 de 1993. Asociado a esa caída de las inversiones aparece el dato más dolorosamente negativo de los que componen el balance de la situación económica: la destrucción de empleos presente desde el último trimestre de 1991 y en todos los trimestres de 1992, con retroceso anual de -1,9 puntos que, en 1993, aumentaría hasta el -4,3 por 100 (lo que ha supuesto la pérdida de 422.000 empleos). La situación de los tres fundamentales desequilibrios, antes mencionados, presenta datos elocuentes en el primero de ellos, ya que la inflación ha mostrado una fuerte resistencia a su descenso por debajo del límite del 5 por 100 anual, pese a la desaceleración productiva de 1991 a 1992 el crecimiento del IPC no baja del 5,9 por 100 en 1991 y 1992 Y la recesión existente en 1993 sólo reduce la inflación en 4 décimas del 5 por 100 (4,6%). Lo que significa el registro de una inflación diferencial con la Comunidad Europea de 1 a 2 puntos 101 porcentuales. Las cuentas públicas arrastran déficit constante en sus liquidaciones anuales que se elevan en 1993 hasta más allá del 7 por 100 del PIB. Los mercados de trabajo, en fin, revelan su desequilibrio a través del registro de tres valores: los salarios creciendo a más del 8 por 100 en 1991 y 1992, esto es, con tasas superiores al aumento de los precios (5,9% en ambos ejercicios) y de la productividad aparente del trabajo (2% en 1991; 2,8% en 1992), cifras incoherentes entre sí y con la propia situación de la economía. En 1993 los salarios crecerían a una tasa anual del 6,6 por 100, mientras la productividad aparente del trabajo lo haría al 3,4 por 100 y la inflación al 4,6 por 100. Esas cifras llevarían inexorablemente a la destrucción de empleos y a un aumento del paro hasta el 23,9 por 100 de la población activa española para restablecer el equilibrio entre salarios y productividad. Junto a esos números rojos, que expresan los valores negativos de las partidas anteriores, surgen los valores positivos de las exportaciones de mercancías con aumentos del 15,4 por 100 que superan el crecimiento del comercio mundial (2,6%) y la caída de las importaciones, consecuencia del retroceso de la producción interna y de sus precios más realistas debidos a la necesaria devaluación de la peseta. La exportación creciente de bienes y servicios de 1993 (8,8%) y la importación menguante de bienes y servicios del mismo año (-3,2%) han permitido alcanzar, en 1993, un saldo de la balanza de pagos por cuenta corriente que ha corregido su alarmante propensión al déficit hasta situarlo en un -0,8 por 100 del PIB, bien distante del 3,2 y 3,3 por 100 de 1991 y 1992. La recesión económica que manifiestan las partidas anteriores se vive por los agentes sociales —consumidores y empresarios— y por los ciudadanos desde unas valoraciones que es preciso conocer porque definen el ambiente económico del país que condiciona la salida de la recesión. A ese conocimiento contribuyen los indicadores del sentimiento de los consumidores y la confianza industrial de las empresas, cuyos datos revelan las encuestas de sus opiniones que ofrece el Cuadro n.º 1 en sus partidas finales. El índice de sentimiento del consumidor revela la presencia de un acusado pesimismo desde la segunda parte de 1992 que se sostiene durante todo el año 1993 en valores negativos acusados. El indicador del clima de la industria responde a parecido comportamiento desde valores más negativos en 1991 que el índice de sentimiento de los consumidores pero con tendencia muy semejante a los que expresan las opiniones de estos. Sin embargo, a partir de julio de 1993, el indicador de confianza de la industria desacelera su comportamiento negativo (toca fondo) aunque mantiene aún sus valores adversos hasta finales del ejercicio del 1994. A esos dos indicadores de la confianza de familias y empresas pueden añadirse, para conocer las opiniones y actitudes de los ciudadanos ante la situación económica, dos recientes encuestas realizadas por CIRES 43. Tres revelaciones de las opiniones de esas encuestas me parecen importantes: 1.ª La conciencia 43 Entidad sin fin de lucro creada por la Fundación Banco Bilbao-Vizcaya, Caja de Madrid y Bilbao-Bizkaia-Kutxa de investigación sociológica. Monografías n.º 28 (junio 1993) bajo el título de Cultura política y económica, y 30 (noviembre 1993) sobre La crisis. 102 103 9.0 1.6 7.3 8.2 1.6 6.5 8.7 6.0 -2.7 -8 -22 5. SECTOR EXTERIOR: a) Exportación (bienes y servicios) b) Importación (bienes y servicios) c) Saldo balanza de pagos (CTC) II. INDICADORES DE OPINIÓN a) Sentimiento del consumidor b) Confianza industrial -5 -21 10.6 9.9 -2.0 8.4 2.0 63 5.9 – 2.2 2.8 1.1 0.2 III 1991 -7 -21 10.6 10.6 -3.6 8.5 2.7 56 5.6 – 2.2 3.1 1.3 -05 IV -6 -22 10.0 8.7 -3.2 8.5 2.0 64 5.9 4.9 22 29 1.7 0.2 AÑO -9 -19 7.5 8.7 -3.7 8.5 3.1 5.2 6.6 – 1.9 2.8 -0.3 -1.0 I -13 -20 7.0 8.1 -4.9 8.5 3.0 53 6.4 – 1.5 2.7 -2.3 -1.3 II -25 -25 6.6 6.8 -2.4 7.9 2.7 5.1 5.6 – 0.5 2.1 -5.0 -2.1 III 1992 -31 -35 5.7 3.0 -1.9 7.8 24 5.3 5.2 – -0.7 0.8 -8.1 -3.3 IV -20 -25 6.7 6.6 -3.3 8.2 2.8 5.2 5.9 4.5 0.8 2.1 -3.9 -1.9 AÑO -33 -34 5.6 -1.2 -2.2 7.5 3.6 3.8 4.2 – -1.2 -0.8 -10.1 -4.6 I -33 -33 73 -4.8 -3.0 6.4 34 2.9 4.7 – -1.5 -24 -11.2 -4.7 II -35 -27 9.2 -5.4 0.6 6.3 3.5 2.7 4.6 – -1.1 -3.3 -10.9 -4.3 III 1993 FUENTE: Contabilidad Nacional Trimestral (INE). Encuesta de Población Activa (INE). Aduanas. Banco de España. EUROSTAT y Ministerio de Industria. -5 -22 9.9 8.0 -4.4 6.1 – 2.1 2.8 1.5 0.5 II 6.2 – 2,4 3.0 3.0 0.8 I 4. LOS TRES DESEQUILIBRIOS a) Inflación (IPC) b) Cuentas Públicas (déficit público) c) Mercado de trabajo: – Crecimiento salarial (por persona) – Productividad aparente – Coste laboral unitario 1. COMPORTAMIENTO DEL PIB 2. CONSUMO PRIVADO 3. a) INVERSIÓN b) EMPLEO I. INDICADORES OBJETIVOS: Tasa de variación interanual (%) -35 -22 13.0 -1.4 1.2 6.2 34 2.7 4.8 – -0.2 -2.8 -8.9 -3.5 IV CUADRO 1 INDICADORES BÁSICOS DE LA SITUACIÓN ECONÓMICA ESPAÑOLA -34 -29 8.8 -3.2 -0.8 6.6 34 31 4.6 7.3 -1.0 -2.3 -10.3 -4.3 AÑO -33 -14 18.1 4.6 -1.0 5.4 2.9 24 5.0 6.5 0.7 -1.9 -5.3 -2.1 I TR. 1994 -30 -7 17.4 7.5 -2.3 4.6 2.5 2.0 4.8 6.5 1.6 -0.3 -2.1 -1.2 II TR. -31 -10 17.8 6.0 -1.6 5.0 2.7 2.2 4.9 6.5 1.2 -1.1 -1.8 -1.7 1 SM extendida de la recesión que se valora como grave y larga por el 66 por 100 de la población encuestada; 2.ª El temor generalizado al paro como dato más destacado de la recesión (un 73% conoce a familiares y amigos en situación de desempleo y la mitad de la población teme perder su puesto de trabajo, y 3.ª Las acusaciones de los culpables de la recesión suscitan más acuerdo social que las medidas necesarias para superarla. La recesión tiene, para la opinión pública, tres responsables: el gobierno, el exterior y las empresas. Las medidas que merecen acuerdo para salir de la recesión se encuentran en la reforma de la Administración Pública (reduciendo sus dimensiones pero no sus gastos sociales) y en la reforma del mercado de trabajo que se acepta con tal de alcanzar un deseo prioritario de los ciudadanos: conservar el empleo por el que la opinión mayoritaria (un 54%) está dispuesta a moderar los salarios y un 67 por 100 otras conquistas sociales. En conclusión, y atendiendo a sus interpretaciones subjetivas, la recesión vivida por la economía española aparece dominada por dos rasgos preocupantes: 1.º El temor de las familias y la prudencia de las empresas ante el futuro, y 2.º El desconcierto de los ciudadanos ante la ausencia de una política económica articulada y coherente, que integre las distintas medidas en un programa expuesto con claridad y comprometido públicamente por el gobierno. Ese temor familiar al futuro se manifiesta en la caída de su consumo y el aumento de su ahorro por un arraigado motivo de precaución ante el riesgo elevado de perder el empleo. Por su parte, las empresas que han mejorado ligeramente su confianza —aunque la mantengan aún en valores negativos— no han decidido invertir todavía por su estimación elevada de las incertidumbres del futuro. De esta manera, las opiniones y expectativas temerosas y cautelosas de la sociedad constituyen una herencia de la recesión vivida en 1993 que condiciona el proceso de recuperación económica en 1994. Por otra parte, las ideas y opiniones de los ciudadanos sobre la recesión no facilitan la aceptación de una estrategia coherente para favorecer la recuperación económica que, además, no ha sido expuesta, comprometida y defendida con voluntad resuelta por el gobierno. Los indicadores de la marcha de la economía en los meses transcurridos de 1994 han ido mostrando la lenta y difícil recuperación que debía lograrse desde la grave recesión vivida en 1992/1993 y que afectó, de forma tan profunda, a las valoraciones y decisiones de los agentes de la economía y a las opiniones de los ciudadanos. Es desde esa crisis profunda, que toca fondo en el segundo trimestre del 1993 afectando a los indicadores objetivos y subjetivos de la economía, desde la que han debido reconstruirse las condiciones para cambiar la fase del ciclo económico español. Los indicadores de la coyuntura en 1994 destacan como heraldo más significativo de la recuperación a las cifras del sector exterior y, como signos menos favorables, el difícil cambio de los componentes de la demanda interna —el consumo y las inversiones— cuyos descensos en 1993, cifrados en una 104 caída de 3,9 puntos porcentuales, se habían convertido en intérpretes decisivos de la grave recesión padecida por la economía española. Es hoy evidente que la recuperación de la economía española se inició por donde debía: en el sector exterior, y con un vigor desconocido en el pasado que revelaba el modelo de desarrollo económico por el que España había optado en 1985: su integración en la Europa Comunitaria. En efecto, esa decisión histórica a favor de la integración europea de la economía española suponía afianzar, el que nuestro compañero Juan Velarde ha denominado, un modelo abierto para orientar nuestra estrategia de desarrollo. Un modelo que apuesta por la apertura exterior de la economía para ganar, con un crecimiento del mercado y una multiplicación de los intercambios, las oportunidades de su progreso. Ese modelo abierto que España inicia, con limitaciones, en el Plan Nacional de Estabilización Económica de 1959, es el que se compromete en el Tratado de Adhesión a la Comunidad Europea y el que opera desde marzo de 1986. La apertura exterior de la economía española, de 1986 a 1993, ha aumentado considerablemente (en más de 5 puntos porcentuales respecto del PIB) y se ha producido una desviación del comercio hacia la Comunidad Europea (el porcentaje de importaciones procedentes de la Comunidad Europea ha pasado del 35% en 1985 al 60% en 1993 y las exportaciones a la Comunidad Europea del 49 al 71%). Las lecciones de esa mayor interdependencia España-Comunidad Europea son dos: 1.ª La situación económica española está condicionada por la coyuntura internacional a través de la situación económica europea. Dentro de la tónica de la coyuntura exterior europea, la gestión económica española podrá administrar, mejor o peor, sus oportunidades de crecimiento pero no podrá alterarlas radicalmente en el mundo globalizado e interdependiente que nos ha tocado vivir. No puede extrañar, por ello, que la recesión española de 1993 se corresponda con la recesión europea en el mismo año, y 2.ª A esa primera lección debe añadirse una segunda. La experiencia disponible prueba que la economía española ha vivido con más intensidad las fases de la coyuntura europea: ha crecido más que la media comunitaria en las etapas expansivas y ha caído más en las etapas recesivas. No puede sorprender, por tanto, la mayor intensidad de la recesión española de los 90, respecto de la comunitaria. El Gráfico 1 presenta claramente este doble fenómeno que tipifica la marcha de nuestra coyuntura. La sincronía y asociación de la coyuntura española con la Comunidad Europea aparece evidente en el Gráfico 1 y la aprecia la elevada correlación entre ambas series. El comportamiento más intenso de la coyuntura española es una propiedad que ratifica, asimismo, el Gráfico 1 que expresa los comportamientos de las series del PIB español y el de la Comunidad Europea. Pues bien, el signo de la coyuntura europea comenzaría a cambiar en 1994. Un cambio hacia una recuperación que se ha ido revelando mucho más vigorosa de lo esperado y previsto en los análisis de la coyuntura. En efecto, 105 a comienzos del ejercicio, el crecimiento esperado se cifraba en el 1 por 100 del PIB comunitario. Pronto esa previsión se alteraría al alza situándola en el 1,5 por 100 a finales del 1.er Trimestre, elevándose a mitad del año, según los pronósticos generalizados, al 2 por 100, admitiéndose incluso la posibilidad de posteriores revisiones hasta llegar al 2,5 por 100. GRÁFICO 1 EVOLUCIÓN DEL CICLO ECONÓMICO AÑOS 1955-1993 Media móvil del tres periodos Ese mayor crecimiento europeo constituiría un poderoso aval para empujar a la economía española hacia la recuperación deseada. Esa recuperación tenía así un camino trazado: el que mostraba el comportamiento de las economías europeas que la estaban logrando por las oportunidades ofrecidas por su sector exterior. Y este es el camino por el que discurriría también la economía española, con realizaciones sorprendentes, según muestran los indicadores disponibles. Como indican las cifras del Cuadro n.º 1, las exportaciones españolas de bienes y servicios crecerían en 1993, en un 8,8 por 100, respecto de sus valores en 1992 (11,6% en bienes; 2,7% en servicios). Las importaciones de bienes y servicios, a consecuencia de la recesión, caerían en un 3,2 por 100 (-4,3% en bienes; 3,9 en servicios), tasa 10 puntos inferior a la de 1992. Un comportamiento del sector exterior que aportaría 2,9 puntos al crecimiento de la economía en 1993, lo que disminuiría la fuerte aportación negativa de la demanda interna sobre la caída del PIB, dejándola en solo el -1 por 100. Ese comportamiento positivo del sector exterior ha continuado con fuerza en 1994. En el primer semestre del año, en efecto, las exportaciones de bienes y servicios registrarían un nuevo aumento estimado en el 17,8 por 100, mientras que las importaciones volverían a sus valores positivos habituales como prueba su tasa de crecimiento del 6 por 100. Ese doble comportamiento del sector exterior permitirá asegurar un crecimiento del PIB del 1,7 por 100, según las 106 previsiones dominantes para todo el año 94, siendo sus valores realizados en el 1.er Semestre de 1,2 por 100, según muestra el Cuadro 1. De esta forma, es el sector exterior el que ha permitido sacar a la economía de los resultados recesivos de 1995. Ese comportamiento favorable de la exportación en que, hoy por hoy se fundamenta la recuperación española, tiene tras de sí razones poderosas. Las más evidentes residen en el tipo de cambio realista de la peseta tras las devaluaciones de 1995. La devaluación de la peseta ha permitido mejorar el margen de beneficio de los exportadores, como atestigua el aumento de sus precios en pesetas, y en parte, ha permitido también, mantener/reducir los precios en divisas de las exportaciones a los que se ha pasado parte del margen de la devaluación, ganando así competitividad en los mercados exteriores. El valor más realista de la peseta, reconocido en 1995, ha cerrado una larga etapa crítica de la exportación española en que ésta perdió mercados y dejó en el camino a muchas empresas con vocación y capacidad exportadora. Ahora bien, es evidente que sólo el realismo del tipo de cambio de la peseta no explica el despertar de nuestras exportaciones. Es justo reconocer que no todo ha sido especulación e «ingeniería financiera» en las actividades empresariales de los últimos años. Muchas empresas españolas no financieras han realizado en la fase expansiva de la economía (1985-1989) un fuerte esfuerzo inversor, a la vez que se han producido en ellas cambios organizativos derivados de la incorporación a las cúpulas directivas de profesionales jóvenes, con formación económica y empresarial adecuadas, que han dado origen a nuevas formas de administración más eficientes, a mejoras sustanciales en la calidad de los productos y a incrementos significativos en la productividad. El test final de este importante proceso de transformación empresarial es, lógicamente, el aumento registrado en la cuota de mercado de la exportación española en el comercio mundial a través de una vigorización de las exportaciones que no se regala a ninguna empresa sino que debe ganarse con el arma de la competitividad. Si la prueba de la competitividad de las empresas reside en probada con la exportación, no cabe duda de que la empresa española ha revalidado su competitividad como lo demuestran sus ganancias en el mercado internacional. Donde la recuperación económica se hace más difusa —vista a través de los datos disponibles de 1994— es en el comportamiento de los componentes fundamentales de la demanda interna, esto es, en el consumo de las familias y en las inversiones de las empresas. El consumo de las familias rompió, en 1995, el crecimiento constante que se había registrado —año a año— hasta entonces. El hecho de que el consumo de las familias registrara una caída profunda del -2,3 por 100 en términos reales, manifiesta, con toda claridad, ese cambio, en principio sorprendente, de su comportamiento histórico. Sin embargo, ese hecho estadístico sorprendente constituía una respuesta coherente de las familias a los factores que condicionan sus gastos de consumo. En primer lugar, en esa conducta pesaban las perspectivas pesimistas sobre el empleo que afectan a las rentas derivadas del trabajo y una 107 valoración, negativa también, de la evolución futura de la economía nacional, valoraciones recogidas en el desplome del índice de sentimiento de los consumidores en la segunda parte de 1992, del que no se ha recuperado con claridad en las encuestas posteriores a las familias (años 1993 y parte de 1994). Solo la última encuesta realizada, en junio de 1994, parece corregir el comportamiento anterior, si bien con muy poca firmeza (el índice mejora en solo tres puntos sus valores del 1.er Trimestre). Por otra parte, estaba el endeudamiento mayor de las familias heredado de la etapa expansiva 1985-1992 y la caída de su tasa de ahorro para sostener el gran aumento del consumo en esa etapa de expansión. Un comportamiento que debió revisarse a la luz de las expectativas pesimistas sobre el empleo y la producción futuras por las unidades familiares a que obligaba la llegada de la recesión de 1992-1993. No puede extrañar que, en esta circunstancia, las familias ajustaran a la baja su consumo y decidieran aumentar su ahorro por motivo precaución en una cuantía del orden del 12 por 100 que se colocó en activos financieros líquidos, rentables y con menor presión fiscal (los fondos de inversión fueron el activo preferente elegido por las familias junto a los depósitos en moneda extranjera). Colocaciones que acentuaban el carácter precautorio y la desconfianza en el futuro que dominó a las expectativas familiares. La caída del consumo familiar afectó, fundamentalmente, a la compra de bienes duraderos que cayeron en más del 10 por 100 (automóviles, equipo del hogar…). Pero también, descendió el consumo de bienes no duraderos de bienes y servicios en torno al 1 por 100, lo que afectó intensamente a la demanda nacional y a la producción interna. No puede olvidarse que el consumo de las familias supone dos tercios de la demanda nacional. ¿Ha variado ese comportamiento negativo del consumo de las familias en 1994, tonificando la demanda nacional y vigorizando la producción interna? Los indicadores disponibles a la altura del mes de junio suministran una información que arroja luces y sombras sobre ese comportamiento del consumo familiar. Luces que dominan en las cifras de matriculación de automóviles que apuntan, en el 1.er Trimestre de 1994, a un cambio positivo del consumo de las familias, ciertamente estimulado por la operación renove de la compra de vehículos. En igual sentido se comporta la importación de bienes de consumo. Las sombras las arroja el indicador de ventas en grandes superficies, con tasas negativas en el 1.er Semestre, aunque inferiores a las de 1993 y los datos de la errática Encuesta Continua de Presupuestos Familiares con caídas en el consumo en el 1.er Semestre de 1994 de -1,4 por 100. Algunos análisis de coyuntura confían en que el comportamiento del consumo de las familias aumente en el futuro, basándose en la disponibilidad de ahorro acumulado en 1993 que puede aumentar el gasto de consumo, pese a que la renta disponible de las familias no haya aumentado en 1994. Algo de esto parece estar ocurriendo toda vez, que las mayores compras de bienes duraderos que confirman los indicadores disponibles deben estarse financiando a costa de los ahorros acumulados en 1993. Sin embargo, resulta difícil creer que el aumento del consumo se extienda y vigorice rápidamente, a lo largo de 1994, dada la desconfianza vigente de las familias en este año que, como 108 muestra la experiencia, condiciona sus gastos. Las mejores expectativas de los consumidores sobre el futuro se convierten, así, en una variable decisiva del comportamiento de magnitud tan importante de la demanda interna. Y ese clima de optimismo no se vive aún por las familias españolas. La etapa recesiva del ciclo de la economía española ha ofrecido su comportamiento más negativo en la inversión privada de la que depende, crucialmente, el empleo. Resulta hoy evidente que la sociedad española no creerá en la recuperación mientras la inversión no presente tasas positivas de crecimiento y el empleo no mejore sustancialmente, lo que hasta la fecha no ha ocurrido puesto que los indicadores de empleo lo que muestran en el 1.er Semestre es una tendencia a la disminución del paro registrado y un menor descenso de la afiliación a la Seguridad Social, signos de una ocupación mayor pero que aún no ha vencido los empleos perdidos en la recesión. Sin embargo, este cambio radical e instantáneo que la sociedad española desea, en ambas variables —inversión y empleo— no puede producirse en un corto período de tiempo porque los ajustes que precisa la materialización de esos deseos sociales reclama tiempo para que las decisiones de inversión se reemprendan por las empresas españolas, así como la adopción de medidas y comportamientos de los agentes sociales coherentes con esa tendencia deseada en las inversiones y en el empleo. Como antes se ha afirmado, los datos disponibles de la inversión en capital fijo muestran —por ahora— signos de crecimiento que minoran sus valores negativos de 1993, pero que no manifiestan crecimientos positivos. Por otra parte, las inversiones en construcción están tocando fondo pero no crecimientos positivos por ahora. Sin embargo, lo que sí puede afirmarse es que se han producido cambios importantes en las condiciones que ejercen influencia sobre las decisiones de inversión. Tres son las fundamentales: el descenso de los tipos de interés, la moderación de los salarios y los costes laborales unitarios, los efectos favorables de las reformas del mercado de trabajo y la importante recomposición de los resultados de las empresas en el primer trimestre de 1994, variables todas ellas que se orientan en el sentido correcto para afianzar las perspectivas favorables a un aumento de las inversiones. Sin embargo, la debilidad de la demanda interna mantiene, aún, una capacidad ociosa del capital instalado que no justifica alterar los planes de inversión empresarial. El esfuerzo inversor realizado por las empresas españolas en el inmediato pasado (1985-1990) ha elevado la capacidad productiva de la economía española en forma considerable. No es por ello extraño que, pese a las muestras de reactivación económica y a la evidente mejora de los resultados empresariales, éstas no se hayan transmitido aún, con vigor suficiente, sobre la demanda de inversión, mientras la capacidad ociosa de la economía mantenga —como aún ocurre— niveles elevados (la capacidad productiva utilizada se mantenía en el fin del 2.º Trimestre de 1994 en el 74,6%). Resulta, pues, claro que hasta que las empresas eleven el nivel de utilización de su capacidad en forma significativa y extraigan las mejoras de productividad que esa utilización más intensa de la capacidad instalada les permite, no será probable que aumente la demanda de inversión y esta se traduzca en una elevación de la capacidad productiva de las empresas. 109 De modo que la recuperación económica de 1994, si se atiende a los hechos que conforman los indicadores de la coyuntura, descansa en el sector exterior y en un comportamiento de la demanda interna que, si ha corregido sus cifras negativas de 1993, no lo ha hecho con la fuerza suficiente para aportar crecimientos positivos que contribuyan a impulsar el desarrollo de la producción. La mayoría de los análisis disponibles de coyuntura apuestan por un crecimiento cero de la demanda interna, que las previsiones más optimistas llevan hasta un crecimiento de solo décimas en el año. De esta suerte, la innegable recuperación de la economía en el 1994 se fundamenta en el sector exterior cuya sola fuerza, contando con un crecimiento cero de la demanda interna, llevaría el crecimiento del PIB, en 1994, hasta un máximo del 1,7 por 100. 3. Contemplar desde ese presente la recuperación económica española, apoyada tan solo en el sector exterior y, por lo tanto, limitada, obliga a preguntarse por cómo asegurarla, intensificarla y extenderla en el tiempo. Dicho en otros términos: obliga a conocer el ciclo económico con el que nos enfrentamos para encontrar, tras su diagnóstico, las líneas estratégicas a que habría de responder una política eficiente para lograr el objetivo de conseguir la recuperación intensa y duradera que deseamos. Esa estrategia que consolide e intensifique la recuperación del ciclo económico actual tiene un punto de partida obligado: la de situarla en el marco de una economía abierta por el que España ha apostado con su integración en Europa. Esa condición de partida plantea una exigencia para la recuperación económica y la salida de la recesión y es que esa pretensión no puede lograrse sin mejorar las condiciones de competitividad de la economía española. De modo que la recesión actual que padecemos no es una recesión cíclica simple de la que pueda salirse con una indiscriminada expansión del gasto impulsada solo por medidas de política monetaria y fiscal. Reclama la puesta en práctica de una compleja estrategia de competitividad que actúe simultáneamente en los múltiples escenarios en los que se decide la competitividad real de las producciones de una economía y cuya aplicación condiciona el futuro de la economía española a partir de 1994. La competitividad de la economía española, condición inexcusable de una recuperación prolongada, viene urgida así, por el modelo abierto de la integración europea. Pero a la misma conclusión lleva —como ha afirmado el gobernador del Banco de España— el proceso de globalización de las estrategias empresariales vigente en la actualidad y en cuya virtud se produce un desplazamiento de las inversiones hacia los países con más bajos costes. Estos desplazamientos pueden ser especialmente negativos para países como España, en segunda línea del desarrollo económico, cuyas industrias responden, en general, a niveles tecnológicos modestos, en relación con los costes. Sin ofrecer ventajas de competitividad, la economía española no ganará oportunidades de desarrollo. Se atienda, pues, a las condiciones impuestas por la integración europea o a la globalización de las estrategias empresariales, las ganancias de la competitividad se configuran como la alternativa para superar la recesión y asentar una 110 recuperación duradera. Ahí reside el diagnóstico básico de nuestra situación económica. 4. Ganar competitividad para una economía es, ante todo, una tarea compleja pues son muchos los escenarios en los que se decide y numerosas y variadas las decisiones y medidas que es preciso adoptar para mejorarla. Seis son, al menos, los escenarios a los que debe atender la ganancia de la competitividad de cualquier economía, cuyo contenido trataré de desarrollar seguidamente: 1. El primero de ellos es el de afirmar las condiciones de su estabilidad. La desfavorable evolución de los precios españoles, en relación con los vigentes en mercados internacionales y, especialmente, los europeos —lo que los economistas llamamos inflación diferencial con la Comunidad Europea— constituye un pesado lastre para competir a corto plazo. Por otra parte, también resulta imposible, sin estabilidad, competir a medio y largo plazo porque sin un clima de estabilidad es imposible asegurar la continuidad de las inversiones y el funcionamiento eficiente de los mercados. Esa estabilidad indispensable demanda de una economía la práctica de una política presupuestaria que discipline el crecimiento del gasto nacional, de una política monetaria que contribuya a afirmar esa tarea y favorezca un tipo de cambio realista de la peseta que atienda a los datos fundamentales de la economía y un comportamiento moderado de salarios, intereses y márgenes de beneficio. Esas condiciones elementales no han sido cumplidas por nuestra política económica de estabilidad. Su defecto capital y continuado ha sido realizar una mezcla muy desequilibrada de las decisiones que deben integrarla. Se ha aplicado una política presupuestaria permanentemente expansiva que se ha asociado a un déficit público omnipresente en todos los años vividos por nuestra democracia y hemos acumulado así una deuda pública que ha elevado sus niveles desde el 13 por 100 (a que ascendía en 1975) a más del 60 por 100 (que se alcanzará en diciembre de este año). Esa fuerza expansiva de la política presupuestaria no se ha programado ni ordenado. En gran parte ha sido consecuencia de aumentos no previstos de gasto público facilitados por la laxitud de los mecanismos de nuestro presupuesto. Esa política presupuestaria laxa y expansiva ha tenido que ser compensada —para reducir la inestabilidad de los precios de la economía— con una política monetaria rígida y contractiva que ha obligado a aplicar unos tipos elevados de interés como freno al gasto. Esta combinación de política presupuestaria y monetaria ha sido muy costosa y no ha logrado, pese a ello, la estabilidad deseada. Por otra parte, la fijación del tipo de cambio de la peseta no ha atendido, durante muchos años, a los datos fundamentales de la economía. Se ha mantenido una sobrevaloración de la peseta gracias a los elevados tipos de interés impuestos por la política monetaria como condición y garante último de estabilidad y para facilitar la financiación del déficit público que con una deuda rentable, seducía el ahorro de los no residentes. Esa decisión obligada de nuestra política monetaria, que desempeñaba en soledad sus deberes de estabilizar la economía por la disciplina de los tipos de interés, sostenía unos 111 tipos de cambio sobrevalorados de la peseta que ocasionaban pérdidas importantes en la competitividad del sector exportador. El ajuste del tipo de cambio de la peseta, tras sus tres devaluaciones en 1993, parece haber corregido su perjudicial y costosa sobrevaloración. Sin embargo —y como ha advertido el gobernador del Banco de España— «nuestra inflación diferencial incorpora una rápida pérdida de competitividad, capaz si no se corrige, de anular al cabo de poco tiempo las ventajas transitorias derivadas de la devaluación del tipo de cambio». Revisar, por tanto, la mezcla inadecuada de una política presupuestaria laxa y expansiva y una política monetaria rígida y contractiva, constituye la primera y aún no cumplida condición para afianzar la competitividad de cuyo asentamiento depende la recuperación de la economía española. 2. El segundo escenario que decide la competitividad de una economía es el de las actuaciones tendentes a evitar la elevación de los costes relativos de los factores de producción. A este respecto la posición española presenta debilidades perceptibles a partir de los resultados que ofrecen tres mercados: el de trabajo, los mercados financieros y los de materias primas (en especial, el de energía). El funcionamiento del mercado de trabajo en España ha venido acumulando un conjunto de críticas basadas en las pérdidas de competitividad que su regulación, o bien, su práctica, ocasionaban a nuestras producciones. Críticas que han discurrido en cuatro direcciones: 1.ª El sistema de determinación de los salarios y la financiación de la Seguridad Social han elevado los costes de trabajo por encima del aumento de los precios de consumo (intensificando así la inflación), han superado, ampliamente, el crecimiento de los precios de la industria (perjudicando así a su competitividad) y han inducido a una sustitución de trabajo por capital (creando así más desempleo). A ese comportamiento del nivel salarial y de los costes laborales no salariales (Seguridad Social), se han añadido otros dos aspectos —muy perjudiciales para la competitividad de las empresas— y derivados ambos de la estructura salarial española, aspectos, por otra parte, muy relacionados entre sí: la débil —más bien nula— relación entre las variaciones de los salarios y la situación de las empresas (rigidez de salarios) y la escasa importancia de los componentes variables del salario percibido (poco más del 5% de las retribuciones de los trabajadores dependen del cumplimiento de objetivos de productividad y solamente un 15% de las grandes empresas españolas incorporan en sus convenios cláusulas de productividad para modular los pagos por salarios). Estos comportamientos son una consecuencia de la estructura centralizada de la negociación colectiva que no ha contado con la compañía de acuerdos salariales a nivel de empresa. Esta combinación ha llevado a subidas salariales de forma homogénea para todas las empresas y trabajadores, sin que ello se compensara por un crecimiento moderado de los salarios respecto a las condiciones de la economía. A ese marco de la negociación a nivel centralizado se ha añadido la estrategia seguida por los sindicatos. En materia salarial, ha consistido en presionar por el crecimiento de los salarios con toda clase de cláusulas de protección respecto de la marcha de los 112 precios. En materia de empleo, la estrategia sindical ha residido en garantizar los empleos con contratos indefinidos. Esto es así —como afirmó el profesor Segura en su intervención del pasado Curso de la Real Academia— porque defienden los intereses de sus afiliados (los trabajadores con contrato ilimitado) y porque las elecciones sindicales se hacen entre los ocupados. 2.ª Las limitaciones impuestas por los sistemas de contratación, que elevan los costes laborales implícitos ocasionando, así, pérdidas en la competitividad de las empresas. Estas limitaciones de la regulación del mercado de trabajo, que ocasionan el aumento de costes laborales implícitos, son fundamentalmente tres: a) Las que regulan y condicionan la decisión de alterar la cantidad de trabajo empleado por las empresas (costes de despido y autorización administrativa previa en expedientes de crisis o regulación de empleo). Los contratos ordinarios de duración indeterminada suponen unos costes de ajuste que, en la práctica, superan ampliamente a los vigentes en los países comunitarios. La excesiva rigidez de estos contratos ordinarios se ha intentado compensar con los contratos temporales (que superan 1/3 de la población asalariada frente al 5% en Comunidad Europea). Se ha creado, así, una dualidad del mercado de trabajo muy perjudicial que origina un conjunto de efectos negativos que deberían ser la base para homogeneizar las condiciones de contratación y aumentar las oportunidades para crear empleo; b) Por otra parte, las regulaciones que limitan las decisiones de la empresa en la forma de organizar el trabajo (empleo por tiempo inferior al establecido legalmente, movilidad intervenida o dificultada respecto del puesto de trabajo o al lugar en que éste se desempeña —movilidad geográfica—, movilidades ampliamente limitadas en España por las arcaicas Reglamentaciones Nacionales de Trabajo). Todas estas restricciones tienen un punto en común: elevan el coste de uso del trabajo y disminuyen, por lo mismo, su demanda, y c) Otras restricciones legales que actúan sobre los términos de los contratos (grado de detalle excesivo en la regulación que introduce restricciones innecesarias e inconvenientes para la organización productiva de las empresas). 3.ª Los sistemas de protección al desempleo, a través del pago de subsidios, presentan en el caso español dos defectos capitales: el fraude que padece su percepción y su interferencia con la asignación de recursos humanos, al reducir la búsqueda de empleo y al presionar sobre el nivel de salarios intensificando, así, su rigidez. Esta situación es especialmente perceptible en etapas de expansión económica (en España han coincidido aumentos en las prestaciones del subsidio de desempleo con fases de expansión y con disminuciones de la tasa de paro). Las reformas propuestas en el subsidio de desempleo destacan la necesidad de evitar el fraude y la de regular su percepción en función de la situación de la economía (disminuyendo su cuantía en etapas de auge o expansión). También se plantea el problema de que su percepción no demande la realización de una prestación por parte de los desocupados, lo que crea una situación que corrompe la moral del trabajo. 4.ª Las distorsiones ocasionadas por la regulación y funcionamiento del mercado de trabajo que se han enunciado, se ven agravadas por un sistema 113 de intermediación en el mercado de trabajo poco eficiente, centralizado en el INEM cuyas propuestas de reforma se han sucedido en el tiempo y que encuentran una sólida fundamentación en dos direcciones. La primera, la de renunciar al monopolio de la intermediación en el mercado de trabajo del INEM, admitiendo la presencia de agencias privadas de empleo con la debida regulación. La segunda, la de dotar al INEM de una estructura y recursos que permitieran las intervenciones activas de empleo y la descentralización de sus actividades en las Comunidades Autónomas. Todas las opiniones técnicas sobre la economía española han coincidido que sin reformar esas características del mercado de trabajo, resultaba imposible ganar competitividad para nuestras producciones. El segundo de los mercados que condiciona la competitividad de nuestras empresas son los mercados financieros que arrojan unos tipos de interés excesivos y carencia de fondos para la financiación a largo plazo. Dos datos que obligan a revisar las políticas de ahorro del país, el coste elevado de la intermediación financiera y a reducir el pesado fardo del déficit público que invade los mercados financieros presionando al alza los tipos de interés. Reformas todas ellas importantes para ganar competitividad. Los precios de las materias primas y de la energía constituyen el tercer factor condicionante de la competitividad. Las encuestas de opinión entre nuestros empresarios destacan a los precios de la energía como un factor desfavorable que figura entre sus preocupaciones básicas para competir. Se trata, además, de un problema al que no da respuesta alguna el PEN vigente de 1991-2000 y cuya crítica apenas ha suscitado comentarios con los que ganar una conciencia pública que inspire su corrección y ajuste, tal y como afirmaba y la pedía nuestro compañero Juan Velarde en la publicación de la Real Academia España y la Unión Europea». 3. Un tercer escenario de la estrategia de la competitividad de una economía —y, por supuesto, de la española— es el complejo de los servicios cuyos elevados precios originan nuestra intensa inflación dual y ocasionan pérdidas de demanda de los bienes comercializables (básicamente los industriales). La liberalización e introducción de la competencia en los mercados de servicios y la defensa posterior y permanente de la competencia, constituyen dos actuaciones inevitables para poder competir. 4. Cuarto y fundamental escenario de la competitividad de nuestra economía es el que define la eficiencia del sector público. El sector público administra hoy, prácticamente, un 50 por 100 del PIB en España (su simple cuantía indica la resonancia de sus actuaciones). Mejorar la productividad del sector público reclama un conjunto de actuaciones orientadas en cuatro direcciones: a) Las dirigidas a aumentar la eficiencia real del gasto, mejorando las condiciones de su gestión, lo que implica el conocimiento de sus costes y su reducción. b) La creación de una red organizada de infraestructuras que reduzcan los costes de las empresas y aumenten las oportunidades de la inversión privada y el comercio. Unos gastos de infraestructura que no pueden convertirse —como 114 ha sucedido— en las partidas de ajuste presupuestario para intentar la reducción del déficit. c) La mejora en la eficiencia de las empresas públicas acompañada de un programa de privatizaciones que brilla por su ausencia en nuestra política económica. d) Reducir el fraude fiscal y evitar la actual beligerancia del sistema fiscal a favor del consumo y en contra del ahorro y de las inversiones arriesgadas. 5. El enfoque sectorial y empresarial de la competitividad, cuyo interés acentúan muchas opiniones disponibles, subraya la importancia decisiva de tres actuaciones que deben integrar una estrategia eficiente de la competitividad: las medidas tendentes a mejorar nuestro déficit tecnológico, las dirigidas a favorecer el desarrollo del capital humano y las orientadas a mejorar nuestro capital comercial. Sobre el déficit tecnológico de España disertó en la Real Academia nuestro compañero José Ángel Sánchez Asiaín, en una intervención en las Sesiones Ordinarias del pasado año, publicado en nuestros Anales de 1993. Sobre dos aspectos de esa intervención desearía reclamar la atención de los señores Académicos. El primero es la importancia del déficit tecnológico de España, del que no existe clara conciencia colectiva. Cualesquiera que sean los indicadores que se utilicen para apreciarlo, los resultados son abrumadores. En efecto, mientras el PIB por habitante de España se sitúa en el 80 por 100 del PIB medio por habitante de la Comunidad Europea, los indicadores del déficit tecnológico España-Comunidad Europea son muy superiores. Así, por ejemplo, los gastos de investigación y desarrollo se mueven en España en valores del 0,82 por 100 del PIB que son duplicados por los realizados en el país con menor participación en la Comunidad Europea de esos gastos en el PIB dentro de ella. El número de investigadores y el personal auxiliar de investigación, por cada 1.000 personas de población activa, se sitúa en España en la mitad del país con menor dedicación de la Comunidad Económica. La contribución a la generación de innovación tecnológica, medida por el número de patentes registradas por nacionales o residentes, vuelve a repetir idéntica situación relativa: 15 por 100 en España, 30 por 100 en la Comunidad Europea. Y, en la balanza tecnológica, la cobertura española no supera la cuarta parte frente a las tres cuartas partes de la Comunidad Europea. Corregir esa situación tan desfavorable define un campo de actuación necesaria que debería tener dos finalidades inmediatas: de una parte, la urgente necesidad de coordinar los esfuerzos de todos los agentes que integran el sistema tecnológico y científico del país (universidades, centros públicos de investigación, centros privados de las instituciones sin fines de lucro y empresas); por otra parte, es indispensable que el ámbito de actuación de la política tecnológica se atienda en su integridad, un ámbito que va desde la investigación básica hasta la difusión de las nuevas tecnologías en todo el proceso productivo. La importancia del capital humano, como fundamento de la competitividad, acota un campo de responsabilidad destacada del sector público que corrija los 115 defectos importantes de los procesos de educación en todos los niveles, especialmente en la educación superior y en la formación profesional. A esa mejora del capital humano deberían, también, sumarse la actuación de las propias empresas que deben contar, en este sentido, con el estímulo de la acción pública. Algo parecido sucede con el capital comercial, que constituye un área sensible de la competitividad que comprende las políticas de imagen de los productos, el desarrollo de operaciones comerciales y de inversión exterior directa y la presencia de nuestras empresas en el mercado internacional. La promoción de la internacionalización de las empresas forma parte vital de esta política como fundamento del fomento de las exportaciones. Actuaciones, todas ellas, de una estrategia de la competitividad de imposible concreción y éxito sin contar con la colaboración activa de las empresas privadas. 6. Un enfoque de la competitividad de importancia destacada consiste en situarla en el propio ámbito empresarial, lo que destaca de inmediato la importancia estratégica de la diferenciación del producto por parte de las empresas, basada en la actuación y el fortalecimiento de las llamadas inversiones en intangibles (conocimientos tecnológicos y consecución de innovaciones propias, política de recursos humano, reputación de la empresa ligada a la calidad del producto y, sobre todo, a su marca). Inversiones que reclaman un largo período de maduración, con mayor incertidumbre en sus resultados finales y con rentabilidades no siempre apropiables por las empresas que las realizan; todo lo cual eleva el riesgo de esas inversiones, lo que requiere contar con empresarios que asuman su realización en estas condiciones y que dispongan de una financiación apropiada. Esas actuaciones, respecto de la diferenciación del producto, deben de complementarse con una segmentación de los mercados, esto es, la presencia de las empresas en distintos lugares para aprovechar sus diferencias en costes, demanda y precio, en beneficio de la estrategia de la diversificación del producto. Una estrategia que tiene un campo de aplicación preferente en las industrias más dinámicas (las de demanda y contenido tecnológico altos) en las que la presencia y competencia de empresas multinacionales añaden un factor de dificultad adicional a la penetración de las empresas españolas, algunas de las cuales —pero solo algunas— han vencido la inercia de esos factores adversos mejorando, ejemplarmente, los resultados de nuestra exportación y de sus producciones. 5. Dos conclusiones fundamentales desearía obtener de la exposición realizada hasta aquí: 1.ª La situación recesiva de la economía española de los noventa no es la propia de un ciclo más de la que pueda salirse con simples medidas expansivas que aumenten el gasto nacional para impulsar la producción y el empleo. El modelo abierto, por el que España ha apostado a través de su integración en la Comunidad Europea, obliga a mejorar las condiciones de competitividad de nuestra economía para lograr una recuperación productiva duradera. A la misma conclusión lleva la contemplación de los problemas actuales de la economía española desde la perspectiva del proceso de globalización de las 116 estrategias empresariales que domina en la actualidad el desplazamiento de las inversiones y la intensidad de los intercambios internacionales. España arriesga el futuro de sus procesos de inversión y la participación en ellos de la inversión extranjera si no logra mantener las condiciones de competitividad en sus mercados de bienes y servicios, mercados de factores productivos y si no desarrolla una política presupuestaria y monetaria convincente, capaces de restablecer la confianza en un comportamiento equilibrado y estable de nuestra economía. 2.ª La estrategia de la competitividad constituye una tarea compleja que he tratado de presentar refiriendo sus seis escenarios fundamentales y las medidas que en ellos deben adoptarse: estabilidad económica lograda por una mezcla afortunada de una política presupuestaria estricta y de una política monetaria más flexible que permita asentar tipos de interés menores; liberalización y competencia en los mercados financieros que permitan reducir los tipos de interés; reforma del mercado de trabajo que corrija la rigidez de los salarios y mejore las condiciones de empleo; vigilancia de competencia y precios en los mercados de materias primas y, especialmente, en el precio de la energía tan mal enfocado en el PEN vigente; liberalización y mayor competencia en los mercados de servicios, eficiencia en el gasto público y la imposición, atención a la innovación tecnológica y a las mejoras del capital humano y comercial y atención, en fin, a la competitividad de las empresas ganada con la diferenciación de sus productos y la segmentación de los mercados en los que operan las empresas. 6. La pregunta final, a la que prometí referirme al comienzo de mi exposición es la de si esa estrategia compleja de la competitividad, en que se encierra el diagnóstico de la situación actual de la economía española, ha informado o no nuestra política económica para asentar la recuperación duradera que la misma promete. La respuesta a esta pregunta decisiva es que la política económica española no ha aplicado, en totalidad y con decisión, los componentes de esa estrategia de la competitividad que he inventariado en la segunda parte de mi intervención. ¿Por qué? El profesor Segura ha contestado con acierto: por la existencia de «divergencias importantes sobre la terapia de la competitividad» que manifiestan las actitudes de los agentes sociales (sindicatos y empresarios) y el gobierno en torno a las medidas y decisiones con las que ganar una mayor competitividad para nuestras producciones. Estas divergencias afectan a las medidas decisivas que deben componer la política de competitividad. En el campo de la política presupuestaria, los sindicatos consideran que el sector público no padece ineficiencias, sino insuficiencias que deben ser remediadas con una ampliación básica de los gastos en servicios sociales; que la empresa pública es un instrumento adecuado de política industrial que no se debe privatizar, sino administrarse con mayor participación de los trabajadores; que el mantenimiento del déficit público actual es compatible con los equilibrios básicos de la economía y que no produce efectos negativos sobre ésta. Las organizaciones empresariales se oponen radicalmente al carácter público de las actividades productivas y defienden 117 como posible y necesaria una reducción decisiva del déficit público, con una contención y poda súbitas en el gasto público, aunque manifiesten, al mismo tiempo, la necesidad de una urgente reducción de la fiscalidad al servicio de una política de incentivos. El gobierno, en fin, afirma, con reiteración diaria, su deseo de reducir el déficit público, sin que sepa oponerse a las presiones sociales y políticas que elevan el gasto público —origen del déficit— y sin que la administración pública revele la capacidad de gestión necesaria para mejorar las ineficiencias del gasto público y para controlar su crecimiento. No puede extrañar que, en presencia de esas encontradas actitudes, la política presupuestaria española no haya sido capaz de disciplinar sus actuaciones asegurando el marco de estabilidad económica que necesita, como ingrediente básico, la política de competitividad. Las divergencias son igualmente profundas en la necesaria y nueva regulación del mercado de trabajo, pieza fundamental de una política de competitividad. Los sindicatos se han opuesto, con contundencia, a las reformas del mercado de trabajo que traten de eliminar sus factores de rigidez actuales. En la formación de salarios, la defensa del aumento de los salarios nominales de los trabajadores con empleo se ha convertido en objetivo dominante, sin considerar la alternativa de ganar capacidad adquisitiva de los salarios por la disminución de los precios, argumentando —contra toda evidencia— que los salarios no afectan ni al empleo ni a la inflación, ni tienen relación con la competitividad. Se han opuesto a la movilidad funcional y geográfica de la mano de obra, a toda revisión de las condiciones y costes del despido y a las reducciones de plantilla y regulaciones de empleo en empresas públicas no viables. Han exigido, por otra parte, la eliminación de toda forma de contrato de trabajo temporal no derivado de causas técnicas o estacionales de la actividad de la empresa, urgiendo la concesión de aumentos en la tasa de cobertura del desempleo y en la cuantía y tiempo de su percepción, sin comprometer propuestas operativas que trataran de disminuir el fraude existente. Las representaciones empresariales han denunciado, con insistencia, las rigideces del mercado de trabajo solicitando su reforma, pues su situación actual constituye para ellas una de las motivaciones más importantes de la pérdida de competitividad, al elevar los costes del trabajo. El gobierno, en fin, ha afirmado la necesidad de esa reforma de nuestro mercado laboral y aunque la haya demorado con exceso y reducido las propuestas técnicas mayoritarias, ha terminado concretándola en las disposiciones, cuya aprobación final en 1994 constituye un paso loable y difícil en la dirección correcta que es preciso terminar de dar con la aplicación decidida de las nuevas disposiciones e incorporando las correcciones necesarias exigidas por la experiencia. La liberalización de los servicios de las restricciones que la impiden y el afianzamiento de una competencia continuada en sus mercados ha merecido un informe comprometido y valiente del Tribunal de Defensa de la Competencia que no ha terminado plasmándose, por ahora, en las reformas legales que se precisan y que garanticen la liberalización de algunos servicios claves a los que el informe se refiere (telecomunicaciones, energía eléctrica, transpor- 118 tes y monopolios locales). Ni tampoco se dispone del prometido Presupuesto de Restricciones a la Competencia que tan útil sería para conocer el coste de mantener los privilegios que sostienen situaciones monopolísticas en los mercados. Animar la aprobación de estas propuestas del Tribunal de Defensa de la Competencia permitiría que el gobierno contara con realizaciones en la estrategia de la competitividad que tanto se necesitan. Esas ausencias y limitaciones en la política española de la competitividad se registran, también, en el escenario del sector público que, hasta la fecha, ha aportado poco —si algo— en las inventariadas exigencias de reforma a que antes nos hemos referido, y que, por esta vez, alcanzan una clara prioridad en la agenda económica de nuestra sociedad, algo que debería reconocerse por el gobierno. La debilidad de las restantes políticas de competitividad —innovación tecnológica, inversiones en capital humano y comercial- y el planteamiento de la lucha en los mercados basada en el valor del producto, se encuentra más bien en el campo de la empresa privada que en el de la actuación del sector público. Como ha afirmado nuestro compañero José Ángel Sánchez Asiaín, existe una tendencia profundamente arraigada en la sociedad española a traspasar la responsabilidad a los poderes públicos en tareas económicas que afectan a las empresas y que son de su exclusiva iniciativa y responsabilidad. Estimular y reclamar esa iniciativa empresarial en campos como el de la innovación tecnológica, la formación de la mano de obra y el capital comercial, que constituyen componentes decisivos de la política de competitividad, debería convertirse en una tarea de la mayor importancia en España, que debería contar con apoyo público. 7. Cuando se concluye cualquier repaso responsable de nuestra situación económica en los días que corren de 1994, lo que más preocupa a quien lo realiza no son los datos objetivos que configuran una economía en recuperación que es posible intensificar y que, por ahora, no cuenta sino con las realizaciones positivas del comercio exterior. Lo preocupante está en el mundo de valoraciones y expectativas de la sociedad, dominada por el miedo al futuro de las familias ante los riesgos de perder su empleo, en la prudencia y abstención de las empresas ante las inversiones y en el desconcierto de los ciudadanos respecto de las medidas que pueden llevar a nuestra sociedad hacia su recuperación duradera. Un desconcierto que alimenta la división de los agentes sociales y del gobierno sobre la terapia de la competitividad que tanto necesitamos y sin cuya aplicación no lograremos una recuperación intensa y duradera. Los españoles no hemos logrado entendemos en las causas de la pérdida de la competitividad de nuestra economía, y el gobierno no ha sido capaz de ejercer su poder y desarrollar las tareas de información y de persuasión necesarias para justificar la conveniencia y urgencia de esta política, ganando para ella el futuro que la economía española necesita. Sin embargo, los hechos económicos son tercos, y su coste para la sociedad española es tan elevado que resulta difícil creer que la política de competitividad no consiga abrirse paso entre los 119 intereses contrapuestos de los distintos agentes sociales y la falta de decisión del gobierno. Tanto más cuanto que las ideas económicas que deben informar esa política de competitividad en España cuentan con un amplio consenso técnico hacia el que deberá gravitar el futuro de la política económica española. Si como John Maynard Keynes dijo en una oportunidad, «son las ideas y no los intereses los que gobiernan el destino económico del mundo», a su opinión desearía acogerme para desear y creer en la recuperación económica española a la que se han referido mis consideraciones. 120 EL MODELO DE ECONOMÍA ABIERTA Y EL MODELO CASTIZO EN EL DESARROLLO ECONÓMICO DE LA ESPAÑA DE LOS AÑOS NOVENTA por el Académico de Número Excmo. Sr. D. Enrique Fuentes Quintana * INTRODUCCIÓN Cuando España firma solemnemente, en el Palacio Real de Madrid, el Tratado de Adhesión con la Comunidad Europea, el 12 de junio de 1985, se iniciaba una etapa histórica nueva para la economía española. Una etapa en la que nuestro país aceptaba el compromiso de orientar su desarrollo económico con la incorporación definitiva —tras numerosos intentos fallidos anteriores— de un modelo de economía abierta al exterior, que ratificarían sus posteriores acuerdos con las autoridades comunitarias: Acta Única suscrita por España el 28 de febrero de 1986; ingreso en el mecanismo de cambios del Sistema Monetario Europeo (SME) el 19 de junio de 1989; ratificación de los Acuerdos de Maastricht el 2 de febrero de 1992. Bien podría afirmarse así que, desde 1985, la aceptación por España del modelo de economía abierta estaba comprometida y firmada. Cuádruplemente firmada, si se atiende a los compromisos citados y contraidos con la Comunidad Europea, primero, y la Unión Europea, después, todos los cuales responderán a la lógica de un modelo de economía abierta. Ese futuro europeo de la economía española y su opción por el modelo de economía abierta para lograr su desarrollo contaba con buenas razones. En primer lugar, con las razones negativas del aislamiento de la integración, que limitaban severamente las posibilidades de desarrollo de la economía es* Sesión del día 13 de diciembre de 1994. 121 pañola al margen de Europa. Como ha afirmado Peter Drucker, con rotunda elocuencia; «Las relaciones económicas se han ido desarrollando cada vez con mayor intensidad entre bloques (o uniones económicas) y no entre países aislados. La gran novedad de la década de los noventa la constituye, sin duda, el bloque asiático, articulado en torno a Japón que será el interlocutor con los otros dos grandes bloques o uniones económicas: la Comunidad Europea y Norteamérica (Estados Unidos y Canadá con la problemática ampliación a Méjico). Las relaciones de la vida económica de los noventa se establecerán a través de acuerdos entre estos bloques económicos, tanto por lo que se refiere al comercio exterior como a las decisivas inversiones empresariales. No hay margen ni posibilidad para que un país pequeño o mediano pueda situarse fuera de los bloques y actuar con ventaja. El futuro económico pasa por la integración» 44. Nos guste o no, los grandes bloques de países integrados condicionan los intercambios internacionales y la dirección de las inversiones exteriores por lo que la marginación de un país pequeño y dependiente como es España de la Unión Europea, reducirá sus posibilidades no solo para alentar su comercio exterior o para atraer las inversiones precisas con las que complementar su limitado ahorro interno con el propósito de desarrollar su economía, sino lo que es más importante, simplemente para sobrevivir a la competencia diaria de los países de la Unión Europea si nos situábamos al margen de ella. ¿Cuál de los problemas que hoy tiene planteados la economía española se resolvería mejor estando fuera de la Unión Europea que estando dentro? El coste de la no Europa era —y es— tan elevado y negativo para la economía española que supera a todos los imaginables que puedan seguirse de la integración. Por otra parte, no solo eran esas consecuencias negativas de la marginación de los procesos de integración económica las que fuerzan la pertenencia de un país a un espacio económico integrado en la actualidad. Están, también, los efectos positivos que se siguen de la pertenencia de un país al área de un mercado común y su participación en los procesos de unión económica y monetaria entre los distintos países que la integran. La teoría de la integración económica ha probado —en general— las ventajas decisivas de un gran mercado competitivo para asignar eficientemente los recursos productivos, para acceder a las ventajas de la especialización y para aumentar los bienes y servicios ofrecidos a los consumidores. Esas ventajas generales del proceso de integración han sido evaluadas, en el caso de la Unión Europea, por distintas investigaciones que abren las estimaciones pioneras realizadas por el Informe dirigido por Paolo Cecchini 45, 44 Vid., «Peter Drucker’s 1990s. The futures that already happened», artículo publicado en The Economist, 21 de octubre de 1989, pp. 21 y ss. 45 La mayor dimensión de mercado interno europeo y el coste de no lograrlo —lo que se denominó el coste de la no Europa— fue el que Jacques Delors trató de preciar encargando, en 1986, un estudio con este propósito a una Comisión de expertos dirigida por Paolo Cecchini. El resumen de ese estudio, aparecido en español bajo el título «Europa 1992: una apuesta por el futuro», se 122 que situaban las ganancias de eficiencia resultantes del programa del mercado interior —tan solo— entre el 2,5 y el 6,5 por 100 del PIB comunitario. El Informe Emerson 46 evaluaría, más tarde, las ganancias directas y dinámicas de la UEM (mercado interior más unión monetaria) entre el 3,6 y el 16,3 por 100 del PIB comunitario con un valor central del 9,8 por 100 del PIB comunitario, A esas estimaciones deberían añadirse las ganancias dinámicas derivadas de una reducción del riesgo que puede producirse al realizar las inversiones dentro del amplio espacio económico de la Comunidad. Se ha estimado que esa reducción de la prima de riesgo al operar los inversores en un ambiente más amplio (el comunitario) podría situarse en torno al 0,5 por 100 lo que posibilitaría un aumento del PIB comunitario en torno al 5 por 100 a largo plazo 47. Por otra parte, Richard Baldwins 48 ha afirmado que la realización de la Unión Económica y Monetaria Europea variaría no solamente el nivel de producción, sino también la tasa de crecimiento del PIB comunitario. Además de ese efecto, olvidado por el Informe Cecchini, Baldwin utiliza la idea de que el capital puede aumentar indefinidamente ante un estímulo externo. De esta forma, cualquier hecho (por ejemplo, la llegada de la Unión Económica o el inicio de la Unión Monetaria) que eleve la tasa de inversión puede elevar permanentemente la tasa de crecimiento. Baldwin calcula que el aumento de inversión después de 1992 incrementará permanentemente la tasa de crecimiento del PIB comunitario entre 0,25 y 0,65 puntos porcentuales. Expresado como un alimento equivalente en el nivel de producción, este efecto a medio y largo plazo podría representar un mínimo del 9 por 100 y un máximo del 29 por 100 del PIB total de la Comunidad europea. Si estos resultados se añaden a los efectos nivel de Cecchini, el margen que podría ganarse con la realización del mercado interior europeo se situaría entre un 11 y un 35 por 100 del PIB comunitario. Ganancia que avalaría la gran importancia económica de la realización del mercado interior europeo para los países que lo integran. La apreciación de las consecuencias negativas de quedar al margen de la integración europea y de los efectos positivos de formar parte del proceso de la UEM, son las poderosas razones que están detrás de la insistente petición de los países europeos para negociar su adhesión a la Comunidad, que ha culminado con la ampliación del espacio de la Unión Europea en el año 1994. Y a esa misma apreciación de las consecuencias negativas y de los efectos positivos de la integración en la Europa comunitaria, respondería la previa opción española de 1985. Una elección histórica fundada en una apreciación correcta de las alternativas abiertas al desarrollo de nuestra economía. ha publicado por Alianza Editorial. Madrid, 1988, estimando tan sólo los beneficios del mercado interior que se contienen en el texto. 46 COMMISSION DES COMMUNAUTÉRS EUROPÉENNES, «Marché Unique, Monnaic Unique», por MICHAEL EMERSON (Director); GROS, D.; ITALIANER, A.; PISANY-FERRY, J., y REICHENHACH, H., citaré por la edición francesa realizada por Economica, París, 1991. 47 Vid., op. cit, p. 90. 48 Vid., HALDWIN, R., «The growth fffects of 1992», artículo publicado en Economic Policy, octubre, 1989. 123 Por todo ello, la plena inserción de España en el área comunitaria constituía una opción económicamente fundada que contó, además, con una aceptación social generalizada y un consenso político unánime frente al cual no han surgido alternativas de arraigo social y político dignas de consideración. Se ha afirmado con anterioridad que esa incorporación de España a la Unión Europea suponía abrir (o consolidar, si se quiere 49) una etapa histórica nueva para su economía. Y ello porque la firma de nuestros compromisos europeos manifestaba una opción definitiva por un modelo de economía abierta de implantación imperativa si la economía española deseaba aprovechar las oportunidades que la ofrecía la integración en el área europea y, sobre todo, etapa nueva porque España no contaba con ese modelo que había que implantar con la práctica de las reformas estructurales de su sistema económico en un proceso en el que la sociedad y la política del país deberían poner el máximo empeño. Dicho en otros términos: la firma del Tratado de Adhesión imponía el cumplimiento de unos deberes de coherencia que se manifestaban en conocer bien los principios sobre los que se asentaba el modelo de economía abierta (base del Tratado) y procurar implantarlos midiendo sus diferencias con el sistema económico vigente para eliminarlas. Porque esa instauración del modelo de economía abierta no debía realizarse en el vacío, ya que el espacio de las decisiones económicas de la sociedad española estaba densamente ocupado por un modelo alternativo con extraordinaria vigencia temporal, sostenido por poderosos intereses y mantenido por comportamientos reiterados y convertidos, por ello, en costumbres establecidas de los agentes sociales y del gobierno. De esta manera, cada uno de los cambios exigidos por la vigencia del modelo de economía abierta afrontaba la oposición de los hábitos heredados de un sistema económico existente, que originaba numerosos conflictos y tensiones, dificultando, impidiendo en ocasiones y retrasando siempre, ese necesario proceso de reforma del modelo tradicional existente para que la economía española pudiera vivir y competir en el espacio europeo. Ese modelo tradicional es el que —de acuerdo con el profesor Velarde— he venido denominando modelo castizo del desarrollo económico de España. Es la querella permanente entre esos dos modelos de desarrollo la que ha mostrado el comportamiento de la economía española desde la firma del Tratado de Adhesión, querella parcialmente ocultada por el intenso crecimiento económico de España que siguió a nuestro ingreso en la Unión Europea, pero que se revelaría en toda su magnitud e importancia en la fase crítica del bienio 49 El proceso de implantar un modelo de economía abierta en 1985 puede considerarse como la culminación de la iniciativa que inspiró, en 1959 el Plan Nacional de Estabilización Económica, año en el que se registra el fracaso del modelo castizo por la insostenible posición padecida por el sector exterior. En 1959 se produce en efecto una importante apertura exterior con la liberalización parcial de los intercambios de España con el resto del mundo acompañándose del intento de estabilizar la economía y flexibilizar su funcionamiento. Sin embargo este proyecto de implantar un modelo de economía abierta en España no sería seguido en su integridad en años siguientes apareciendo desde 1964 interferencias en el proceso de liberalización exterior e interna (vid., sobre este punto FUENTES QUINTANA, E., «El Plan de Estabilización 25 años después», artículo publicado en Información Comercial Española, agosto-septiembre, 1984). 124 1992-1993 y que se halla reveladoramente presente también en la nueva etapa del ciclo abierta con la recuperación de la economía española y europea en 1994 y con su posible consolidación en el año actual. Creo, justamente, que los principales problemas económicos de los años noventa se derivan del hecho de que ha faltado en España una conciencia clara y un cumplimiento puntual y riguroso de los difíciles deberes de coherencia que se seguían de la firma del Tratado de Adhesión y que imponían a una economía como la española, conformada en su estructura y en sus comportamientos por la larga vigencia del modelo castizo, una profunda adaptación reformadora a los principios de una economía abierta por la que habíamos apostado. España no ha contado, ni con la definición precisa, ni con la aplicación decidida y perseverante de una política económica reformadora cuyos deberes fueran objeto de una atención permanente y un cumplimiento puntual en la medida que transcurrían los plazos del proceso de integración que consumían y agotaban el tiempo disponible —a nuestra costa— concedido por el Tratado de Adhesión. Nuestros problemas de los años noventa se derivan, así, de que hemos sobreestimado las posibilidades de adaptación de la economía española a los principios de funcionamiento de una economía abierta, que eran justamente los contrarios a los que se habían vivido durante más de un siglo bajo las costumbres y los dictados del modelo castizo. Esas posibilidades las hemos sobreestimado y no hemos practicado las reformas necesarias. La realidad es que hemos dejado para mañana la realización de las necesarias reformas estructurales que debíamos haber practicado ayer. Una sobreestimación de las posibilidades de adaptación y un retardo en su práctica que muestran, elocuentemente, los tardíos e increíbles programas de convergencia de 1992 y 1994, carentes de realismo y que, más que testimoniar y comprometer la paulatina y calendada realización de las reformas estructurales, han constituido una oportunidad utilizada por el gobierno para prometer cambios demorados en el tiempo, arrastrando así la continuidad —y el coste— de los comportamientos derivados de la vigencia continuada del alternativo modelo castizo. El propósito principal de este trabajo es mostrar las razones de esa querella, permanentemente actualizada, entre el modelo de economía abierta y el modelo castizo, que dificulta —cuando no impide— nuestro desarrollo económico y que ha detenido en la actualidad el proceso de convergencia nominal de la economía española con la de los países de la Unión Europea, que constituye una condición necesaria para lograr la convergencia real de nuestros niveles de desarrollo con Europa, objetivo último que legitimaba —y legitima— la opción integradora decidida en 1985. Exponer, en consecuencia, los principios a los que obedecen ambos modelos debe ser nuestra tarea inmediata para tratar de entender la raíz de los problemas españoles de los años noventa y para definir la agenda reformadora que debería inspirar la política económica y el comportamiento de nuestra sociedad si desea cumplirse con la histórica opción europea por el modelo de economía abierta comprometida en 1985. 125 LA OPCIÓN ESPAÑOLA POR EL MODELO DE ECONOMÍA ABIERTA: SU SIGNIFICACIÓN Y LOS DEBERES DE COHERENCIA La implantación del modelo de economía abierta, al que España debía jugarse su destino económico —esto es, su propio desarrollo— integrándose en la Unión Europea, suponía la aceptación de cuatro criterios para organizar su economía: 1. La plena apertura frente al exterior en los intercambios de bienes, servicios y capitales. 2. La afirmación de la estabilidad económica como condición para lograr un crecimiento duradero. 3. La liberalización y la implantación de la competencia en los mercados internos de bienes, servicios y capitales, extensión interna obligada por el principio de apertura exterior. Una importancia especial reviste en este modelo la disponibilidad de una regulación del mercado de trabajo que, bajo el principio de autonomía de las partes en la negociación colectiva, permita lograr la mayor eficiencia en la asignación del recurso básico de una sociedad que es la mano de obra. 4. La modernización del sector público que pusiera a sus instituciones en línea con los rasgos que caracterizaban al sector público de los países europeos para su utilización en el proceso de unión económica y monetaria. Sin la implantación de esos cuatro criterios para la ordenación de su economía, España no podría lograr el desarrollo al que aspiraba con su integración en la Europa comunitaria. Aceptar e incorporar esos criterios constituían condiciones absolutamente necesarias para lograr la coherencia entre nuestra pretensión integradora y nuestro comportamiento económico. Desarrollemos con mayor extensión el contenido de esos cuatro criterios, que deberían informar el modelo abierto por el que España optó en 1985 al firmar su Tratado de Adhesión a la Comunidad Europea y las decisiones posteriores que afirmaban esa decisión (firma del Acta Única Europea, ingreso en el SME y ratificación del Tratado de Maastricht). El primero y más obvio de esos criterios era el de la apertura exterior, que constituyó la base del Tratado de Adhesión de 12 de junio de 1985 y que suponía la aceptación de las cuatro libertades que caracterizan al Mercado Común: • 126 Libertad de circulación de mercancías, articuladas en un período transitorio pivote de siete años durante los cuales se eliminarían todos los aranceles industriales por las dos partes y se produciría la adaptación del arancel español a la tarifa exterior comunitaria. Las restricciones cuantitativas se eliminarían en un período máximo de cuatro años. La agricultura contaría con el período pivote de siete años, con la importante excepción de las frutas y hortalizas frescas a las que se las imponía un periodo de diez años. La pesca tendría el mismo periodo de siete años, con excepciones transitorias adicionales, que aún duran, con gran coste • • • para el país, en la actualidad por la situación conflictiva suscitada por las capturas en determinados caladeros. Libertad de circulación de trabajadores, sometida también al periodo pivote de los siete años, si bien, en principio, quedaban garantizados los derechos de los súbditos españoles que ya residían en países comunitarios. Libertad de movimientos de capital. España aceptaba el acervo comunitario en materia de movimientos de capital, pagos corrientes y transacciones invisibles con ciertos períodos transitorios: tres años para liberalizar las inversiones directas de residentes españoles en empresas de los Estados miembros y en títulos extranjeros negociados en Bolsa y cinco años para liberalizar las inversiones de tales residentes en inmuebles de los Estados miembros. Libertad de establecimiento y de prestación de servicios. Aunque esta libertad tiene un marco muy amplio de hecho, los problemas se circunscriben, principalmente, a las instituciones de crédito y seguros. España disponía, en el caso de los Bancos e instituciones de crédito, de un período transitorio de ocho años para aplicar la paridad de trato. En el caso de compañías de seguros, el lapso disponible era de seis años para mantener la reserva de coaseguro a favor de aseguradores establecidos en España. La importancia de esa decisión de apertura de la economía española al exterior era fundamental por dos razones básicas. En primer lugar, porque todas las obligaciones españolas lo eran a fecha fija, de forma que no sería posible dilatar las transformaciones correspondientes. Pasados los siete años que, en general, definía el período transitorio, España se habría integrado en la Comunidad con todas las ventajas y todos los inconvenientes del caso. Dicho en otros términos, el proceso de apertura exterior tenia un carácter irreversible, En segundo lugar, y esta es la razón, quizás, más importante, porque los agentes económicos españoles tendrían que adaptar su mercado a la presencia en el comunitario que era, en aquel entonces, catorce veces más amplio que el español, lo que ocasionaría una competencia mucho más intensa con países, en general, más desarrollados que el nuestro. Importa destacar que esa apertura exterior de la economía española, que sancionaba el Tratado de Adhesión, obligaba a un cambio histórico en los niveles de protección arancelaria que España debería adoptar frente a terceros países con la implantación de la Tarifa Exterior Común (TEC) y obligaba, también, a abandonar —lo que con frecuencia se olvida— la protección encubierta que España aplicaba al comercio con los países comunitarios a través del juego de la llamada tarifa fiscal. Por lo que respecta a la primera cuestión, es evidente que el elevado proteccionismo concedido por el Arancel de 1960 frente a terceros países, había evolucionado tras las negociaciones en el seno del GATT, de 1961 a 1963, hacia niveles de protección menos agudos y con menores «crestas» arancelarias, de los que partiría la vigencia de la TEC que alteraría definitiva- 127 mente nuestro proteccionismo frente al exterior. A esa reforma se añadiría la importante eliminación de la protección encubierta de la tarifa fiscal aplicada al comercio intracomunitario. España disponía, en el momento de la Adhesión de un impuesto múltiple sobre el volumen de ventas (el llamado Impuesto sobre el Tráfico de las Empresas —ITE—) que permitía aumentar el gravamen sobre las importaciones más allá de los impuestos efectivamente pagados por la producción interna de las empresas nacionales y permitía devolver —en virtud de la Regla III del GATT— algo más que los impuestos que, efectivamente, habían soportado las mercancías producidas y exportadas por España. La imposibilidad de calcular, con precisión, estos gravámenes fiscales indirectos equivalentes, había permitido aplicar gravámenes adicionales sobre las importaciones, respecto del ITE pagado efectivamente por similares mercancías nacionales. De la misma suerte, el cálculo de las devoluciones fiscales a la exportación excedía a los impuestos soportados por ésta. Así, la tarifa fiscal se convertía en una tarifa protectora, añadida a la arancelaria. Esta protección fiscal desaparecería con el ingreso de España en la Comunidad, al obligar ésta, por la presión francesa, al cambio del ITE por el IVA desde el momento inicial de la incorporación de España a la Comunidad. Este cambio fue de gran importancia para definir la apertura exterior de la economía española respecto de los países comunitarios. De forma que la TEC más la supresión de la tarifa fiscal por la adopción del IVA definiría una situación nueva a la que nos llevaba la firma de nuestros compromisos comunitarios con lo que el modelo de economía abierta por el que habíamos optado se aplicaría rigurosamente por el Tratado de Adhesión. Ese primer criterio del modelo de economía abierta venía acompañado por un segundo; las condiciones exigentes que establecía el ingreso de España en un área de estabilidad económica que suponía negar la alternativa de la inflación como medio para el desarrollo económico, creencia de la que participaba la Europa Comunitaria que juzgaba decisivas las ventajas de la estabilidad de precios y estimaba negativamente la inflación para organizar la convivencia económica. Este principio del modelo de economía abierta debía partir del reconocimiento general —del gobierno y de la propia sociedad— de que la inflación ocasiona unos costes muy considerables y que la estabilidad de precios genera ventajas económicas decisivas para las sociedades que la consiguen. Los costes de la inflación cuentan con un amplio reconocimiento en toda la literatura económica y en la experiencia de las inflaciones vividas por los distintos países del que partían las exigencias de estabilidad de la Unión Europea. Esa experiencia negativa de la inflación llevaría a las autoridades de la Unión Europea a considerar la estabilidad de precios como una condición del crecimiento sostenido a largo plazo de los países que la integraban y a asegurar su consecución con la práctica de propuestas de reforma institucional al servicio de ese objetivo prioritario. La principal de esas reformas reside en la existencia de un banco central autónomo e independiente que tenga por mandato principal garantizar la estabilidad de los precios. Lo que a su vez exige: a) Independencia de las instrucciones que puedan emanar de los poderes públicos, esto es, independencia del banco central de las instancias comunitarias y nacio- 128 nales; b) Independencia de los miembros de la dirección y consejo del banco central (lo que a su vez reclama una duración prolongada de su mandato, sin presiones políticas sobre su designación y sin prolongación en el ejercicio de su mandato), y c) Carácter de ley de este reconocimiento de la autonomía del banco central que dificulte al máximo su modificación oportunista. El reconocimiento de la autonomía del banco central y la subordinación de su política monetaria al servicio prioritario de la estabilidad de precios (reforma institucional con la que España no contaba en el momento de la adhesión a la Unión Europea) resultaba una condición necesaria para que el público pudiera creer que no se acudiría por la política económica a una inflación no anticipada para aumentar temporalmente la producción o tampoco se decidiría una reducción temporal de los tipos de interés para aliviar el peso de la deuda pública sobre el presupuesto. De darse estas expectativas, su existencia podría suponer un incremento de la inflación o bien una dificultad en el proceso de su reducción; por otra parte, los trabajos empíricos disponibles probaban —y prueban— que existe una interdependencia relevante entre la independencia del banco central y la consecución de tasas más bajas de inflación 50. La autonomía del banco central y su deber prioritario de mantener la estabilidad de precios constituyen condiciones necesarias de una política anti-inflacionista coherente y creíble. Sin embargo, esas condiciones no eran suficientes para garantizar la estabilidad de precios. Porque otros comportamientos económicos pueden hacer imposible la lucha contra la inflación a través sólo de la política monetaria. Por ejemplo, un crecimiento excesivo de los salarios monetarios que no deje al banco central más alternativa para conseguir la estabilidad que la práctica de una severa política monetaria restrictiva, con consecuencias nefastas sobre el nivel de empleo, puede situar al banco emisor ante un dilema difícil; o bien, acomodar monetariamente las presiones inflacionistas de los salarios y asumir el riesgo de elevar los precios, o bien, provocar, a través de las medidas monetarias rigurosas, una tasa de paro elevado. Estas situaciones prueban que la política monetaria en su misión de estabilizar de los precios debe ser ayudada por las distintas ramas de la política económica si se desea una actuación eficiente: política presupuestaria, política de rentas, política de competencia en los mercados. La opción por el modelo de economía abierta, que España realizó a partir del Tratado de Adhesión a la Comunidad en 1985, convertía en un objetivo apremiante lograr la necesaria estabilidad de precios, pues sólo con el cumplimiento de esta condición podía tener éxito la convivencia de la economía española en la comunitaria cumpliendo con el primer principio de apertura y libertad de las relaciones comerciales y financieras. Conseguir un nivel general de precios que evitase la inflación diferencial con los países de la Unión Europea constituía así un importante deber de coherencia con la decisión de nuestro ingreso en la Unión Europea. 50 Vid., a este respecto REPULLO, R., «Sobre la independencia de los Bancos Centrales», artículo publicado en Papeles de economía española, n.º 57, 1993, pp. 71 y ss. 129 La tercera condición para un funcionamiento del modelo de economía abierta por el que España optó en su ingreso en la Unión Europea es, en gran medida, una extensión lógica de la apertura y liberalización de los intercambios con el exterior pues esa apertura externa imponía la liberalización de la economía interna y la expansión de las fuerzas de la competencia en los mercados de bienes, servicios y capitales. Precisamente esa liberalización interna de la economía española contaba, como fuerza principal, con los compromisos asumidos por nuestro ingreso en la Unión Europea que nos obligaban a aceptar el marco regulatorio europeo y por la fuerza de la competencia que imponía su peculiar ley del cambio de las normas institucionales y comportamientos que impidieran o dificultaran una respuesta eficiente de los sectores productivos nacionales. La exposición a la competencia exterior postulaba, así, un nuevo marco de liberalización y competencia, obligado para los bienes objeto de comercio exterior (bienes comercializables) y los servicios financieros, mientras que ese nuevo marco más desregulado, libre y competitivo, no venía urgido por compromisos europeos o por la competencia de los mercados y podría retrasarse en los mercados de bienes y, en particular, en el de los servicios menos expuestos a la competencia exterior (bienes y servicios no comercializables), si no se realizaban las correspondientes reformas estructurales de sus mercados por decisiones de la política económica interna. Reformas estas indispensables porque resultaba evidente que el modelo de economía abierta por el que España había optado para integrarse en la Europa comunitaria obligaba a aceptar los riesgos inherentes al funcionamiento de los mercados y hacía necesario remover aquellas regulaciones e instituciones que suministraban protección y seguridad a los sectores productivos a cambio de impedir el funcionamiento de la competencia. Dicho en otros términos; de nuevo un deber de coherencia con el funcionamiento del modelo de economía abierta exigía la asunción de sus reglas de juego en todos los mercados internos, cualquiera que fuese la índole de los bienes y servicios que en ellos se intercambiaban. El cumplimiento de esta condición del modelo de economía abierta al exterior, consistente en cambiar la regulación e intervención públicas en los mercados para facilitar la competencia y la competitividad de nuestra economía, ha contado en España con graves dificultades, dada la tendencia a recurrir al Estado en búsqueda de protección para preservar determinados intereses particularmente perceptibles en los mercados de servicios no comercializables que les convertían en baluartes de difícil pero imprescindible reforma. Como han afirmado los Informes del Tribunal de Defensa de la Competencia, los costes de la intervención pública constituyen obstáculos importantes a la integración de la economía española en la comunitaria que deben ser removidos si apostamos por la consecución de un desarrollo estable en el área europea. Entre los mercados existentes y consideradas las cosas desde la perspectiva española, pocos necesitaban reformas más urgentes y transcendentes al ingresar en la Unión Europea que las que denunciaban las regulaciones existentes en nuestro mercado de trabajo. Esas regulaciones del mercado de trabajo español afectaban a varios aspectos del mismo, como ha denunciado el profesor Carlos 130 Sebastián 51, regulaciones que elevaban el coste de uso del trabajo limitando severamente las posibilidades de empleo, perjudicando la competitividad de la economía y afectando al nivel de inflación. Como afirma el profesor Carlos Sebastián, los componentes del coste de uso del trabajo pueden agruparse en tres núcleos fundamentales: a) Los costes salariales, que registraban en España en el momento de la integración aumentos superiores a la productividad, a la elevación de los precios y ritmos de crecimiento de los costes salariales mayores a los de nuestros competidores; b) Costes laborales no salariales, formados fundamentalmente por los costes de la Seguridad Social, relativamente altos en España respecto a otros países, con un comportamiento alcista en los últimos veinte años, y c) Costes laborales implícitos que representan las valoraciones económicas de las limitaciones impuestas a la utilización óptima del factor trabajo por las empresas que son mayores en nuestro país respecto de los requisitos vigentes en la mayoría de los países industriales y que han disminuido de forma insuficiente e inadecuada en España. Estos costes implícitos presionan al alza el coste de uso del trabajo y contribuyen a elevar los costes salariales, afectando a los resultados empresariales. a la inflación y al crecimiento del empleo. El elevado nivel de los distintos componentes del coste de uso del trabajo y su excesivo crecimiento en España eran, en buena medida, consecuencia —como se ha afirmado— de las regulaciones inadecuadas del mercado de trabajo español que necesitaban una reforma pendiente durante muchos años pero que resultaba indispensable para nuestra convivencia en el área comunitaria. Una reforma que aparecía como indispensable desde los años ochenta que recibiría una primera e insuficiente respuesta de los contratos temporales a finales de 1984. Diez años después, en 1994, se ensayaría una segunda reforma más general pero insuficiente. Sobre estas disposiciones reformadoras del mercado de trabajo se volverá después porque constituyen una de las consecuencias más costosas de la pervivencia, aún hoy, del modelo castizo que dificulta la competitividad y el empleo en la economía español dentro del área comunitaria. La cuarta condición para el funcionamiento eficiente del modelo de economía abierta residía en un comportamiento coherente del sector público en sus dos componentes de las Administraciones Públicas y las empresas públicas. Ese comportamiento coherente del sector público debía manifestarse en su política presupuestaria que ha de cumplir —como indica el Informe Emerson 52— con la aceptación y aplicación de la norma fundamental de la autonomía y la flexibilidad que permitan utilizar los programas presupuestarios para cumplir con las exigencias de la estabilización a corto plazo y realizar aquellos ajustes a medio plazo en caso de perturbaciones que afecten a un país determinado tan sólo. Las limitaciones que la disciplina de la UEM establece para utilizar la política monetaria o los ajustes del tipo de cambio con ese propósi51 Vid., «El desequilibrio en el mercado de trabajo», artículo publicado en Papeles de economía española, n.º 62, 1995, pp. 344 y ss. 52 Vid., op. cit., pp. 109 y ss. 131 to, planteaban a la política presupuestaria exigencias nuevas que debía estar en condiciones de atender. Para desempeñar ese papel la situación del sector público español no disponía de las mejores condiciones. Sus debilidades iniciales residían en la falta de modernización de la Hacienda del Sector Público que había sido demandada con reiteración por los economistas españoles, sin que sus opiniones e incluso los informes elaborados por los centros de estudios de la Administración Pública 53 consiguieran impulsar la realización de las reformas necesarias que se pretendían en la etapa favorable del desarrollo de la economía española (1960-1975). Esa situación comprometida del atraso del Sector Público para servir a la norma de autonomía y flexibilidad de la política presupuestaria en el proceso de integración con la Europa comunitaria «estaba engañosamente silenciada» —como ha afirmado José Luis Malo de Molina 54— por los datos «aparentemente robustos» con los que se inicia la transición democrática por el sector público español. Los rasgos aparentes de esa situación de partida eran los de su reducida dimensión en comparación con otros países industriales (25 por 100 del PIB era la dimensión del gasto público español en 1975 frente al 45,4 por 100 de la media de los países comunitarios) y una situación sólida de sanidad financiera (apreciada por el bajo nivel de deuda pública acumulada: 13 por 100 del PIB era, en 1975, el nivel de la deuda pública española, frente al 48,6 por 100 de la media de los países de la Unión Europea, situación a la que se añadía el equilibrio del presupuesto español en ese ejercicio de 1975). Paradójicamente, esas dos características no evidenciaban ni la fortaleza ni la sanidad financieras del Sector Público español sino que constituían un signo de su atraso y falta de modernidad de sus instituciones que contenían —como afirma José Luis Malo 55— «el embrión de una tendencia al desequilibrio presupuestario» que impediría cumplir, cuando se inicia el proceso de integración en la Unión Europea, con la norma de la autonomía y flexibilidad del presupuesto. En efecto, el reducido nivel del gasto público español no se correspondía en absoluto, al iniciarse el proceso de transición democrática, con la que el profesor Lagares 56 ha denominado norma comunitaria del gasto público (un criterio que toma en consideración no solo los valores del gasto público por habitante, sino además la capacidad económica de cada país, sus circunstancias especiales y sus magnitudes demográficas más relevantes). Ese atraso relativo del gasto público español respecto del realizado por los países comunitarios, contemplado desde una posición semejante, se situaba en el nivel del 63 por 100 53 Me refiero a los Informe, sobre la Reforma del Sistema Tributario Español, realizados en el Instituto de Estudios Fiscales bajo mi dirección: Informe sobre el Sistema Tributario Español, Ed. en facsímil del Ministerio de Hacienda, Madrid, 1973 (libro verde) y Sistema Tributario Español, criterios para la reforma, Ed. Ministerio de Hacienda, Madrid, 1976. 54 Vid., «Diez años de economía española», trabajo incluido en Historia de una década. Sistema financiero y economía española, 1984-1994, Ed. AB Asesores, Madrid, 1994, pp. 91 y ss. 55 Op. cit., p. 91. 56 «Niveles de cobertura del Gasto Público en España: Evolución y tendencias del gasto Público», publicado en Papeles de economía española, n.º 37, 1988, pp. 150 y ss. 132 en 1976. Por otra parte, esa media tan distante de la europea encubría una de las propiedades más importantes de la falta de modernización de la Hacienda Pública española: la inadecuada composición del gasto público, con gastos públicos sobredimensionados respecto de la norma comunitaria del gasto como, por ejemplo, los gastos de servicios generales —situados en 130,7 por 100 de la norma comunitaria— consecuencia, fundamentalmente, del costoso entramado burocrático y de la limitación del papel del mercado en nuestra economía; frente a esos gastos públicos, otros se quedaban por debajo de la norma comunitaria del gasto que en el inicio del proceso de transición —año 1976— se situaban para la educación en 34,8 por 100 de la norma comunitaria y los de la vivienda y desarrollo comunitario en el 33,2 por 100. Otros gastos públicos se situaban en valores superiores a la media española pero muy inferiores a la norma comunitaria del gasto público como sucedía con la seguridad social que alcanzaban el 62 por 100, y la sanidad que se quedaba en el 77 por 100. Gastos públicos todos ellos distantes de la línea de modernización y con gran fuerza expansiva respecto de la que marcaba la norma comunitaria de gastos públicos. Era, por tanto, de esperar que una elección democrática del gasto público produjera una auténtica explosión en ese nivel reducido del gasto público aproximando, súbita y peligrosamente, los niveles del gasto público español con los comunitarios; explosión a la que invitaba su rígida contención en la fase previa del desarrollo español de los sesenta. Faltó así en España un proceso de modernización del gasto público para que este hubiera registrado un crecimiento gradual y asumible en relación con el desarrollo económico de España. Esa modernización no se practicó sustituyéndose, al llegar la democracia, por una alternativa indeseable: el rápido y acelerado crecimiento del gasto público hasta los niveles comunitarios en un corto período de tiempo imposible de asimilar con un equilibrio presupuestario. En efecto, el sector público español aproximará sus reducidas dimensiones a las mucho más elevadas de los países europeos en solo quince años, un proceso que duró el doble y se asimiló en mejores condiciones en los países comunitarios. Por otra parte, la situación de sanidad financiera y equilibrio presupuestario proclamada en 1975 no podía olvidar, para evaluarla correctamente, los motivos que la sostenían. Esta no descansaba sobre los rendimientos recaudatorios de un sistema tributario suficiente y actualizado y adaptado a los impuestos componentes de las Haciendas desarrolladas de Europa. Precisamente, el sistema tributario español heredado por nuestra democracia respondía a una estructura anticuada, asentada en el dominio de los viejos tributos de producto, en los gravámenes múltiples sobre el gasto y en la proliferación de los impuestos sobre consumos específicos. Sistema fiscal corto y rígido en su recaudación, injusto en su distribución y obstaculizador del desarrollo al bloquear la provisión de bienes y servicios públicos que el crecimiento del país demandaba. La reforma del sistema tributario, pedida con reiteración por los estudiosos de nuestra Hacienda Pública no se realizó a tiempo, lo que —paradójicamente— no fue óbice para obtener una situación de equilibrio presupuestario y reducido volumen de deuda pública porque esos objetivos se 133 alcanzaron utilizando mecanismos de financiación privilegiada por el sector público (que distorsionaban gravemente la asignación de recursos financieros) y por los excedentes impropios y mal utilizados de la Seguridad Social. Esas circunstancias excepcionales, que contenían el nivel del gasto público y lograban la financiación equilibrada de la Hacienda Pública, eran contradictorias con el modelo de economía abierta por lo que la aparición de éste iba a obligar a modernizar, con rapidez y en las peores condiciones, gastos e impuestos si quería definirse esa política presupuestaría autónoma y flexible que dosificara el crecimiento del gasto público y evitara una situación permanente de déficit público. Si, como se ha afirmado, la falta de modernización de la Hacienda Pública española, al llegar la hora de la integración europea, constituía «el embrión de una tendencia al desequilibrio presupuestario» que dificultaría el ajuste de sus comportamientos a la norma de suficiencia y la flexibilidad, es lo cierto, asimismo, que el comportamiento efectivo de la política presupuestaria en los años siguientes, terminaría, finalmente, por impedir el comportamiento demandado por la política de economía abierta. En efecto, a partir del ingreso de la economía española en la Unión Europea en 1985, se inició una prometedora etapa de saneamiento de las cuentas públicas aprovechando el viento favorable de la recuperación económica que logró reducir en dos años —de 1985 a 1987— el déficit público a niveles del 3 por 100, a partir del 7 por 100 al que se había llegado en 1985, con una deuda estabilizada en el 46 por 100 del PIB. Datos favorables de un comportamiento acertado que se alteraría radicalmente a partir de 1988, año en el que la huelga general origina un cambio importante y expansivo de la política presupuestaria con un aumento en el componente estructural de sus gastos públicos, de los que se derivaría la pérdida de autonomía y flexibilidad de las decisiones presupuestarias a las que afectaría, además, el cambio de la fase del ciclo en 1992-1993, todo lo cual llevaría el déficit público y el nivel de deuda hasta dimensiones prohibitivas para nuestra participación en el proceso de la UEM, convirtiendo al proceso de reforma del sector público en el requisito primero y fundamental para sobrevivir dentro del modelo de economía abierta. Un punto sobre el que se volverá más adelante. De lo expuesto hasta aquí se llega a la conclusión de que el aprovechamiento de las oportunidades de desarrollo que la integración europea ofrecía a la economía española dependía crucialmente del cumplimiento de los que hemos denominado deberes de coherencia derivados de la opción por el modelo de economía abierta que debía ordenar nuestro comportamiento económico en la convivencia en el área comunitaria y en el proceso de nuestra participación en la UEM. Era evidente que aceptar la apertura frente al exterior, que constituía una exigencia inicial para nuestra integración en la Unión Europea y que asumíamos obligatoriamente con el Tratado de Adhesión, nos forzaba a cumplir con los tres criterios complementarios de ese modelo de economía abierta que se han expuesto anteriormente; afirmar la estabilidad de los precios y reducir la inflación, liberalizar e implantar la competencia en los mercados internos de bienes, 134 servicios y capitales de la que formaban parte la reforma de las regulaciones del mercado de trabajo y modernizar el sector público para que éste pudiera desempeñar los exigentes deberes que establecía a la política presupuestaria la participación española en el proceso de la UEM. Ni el desarrollo económico español ni la convergencia real con los países de la Unión Europea serían posibles sin cumplir con las condiciones, absolutamente necesarias, que establecían los criterios que definían el modelo de economía abierta que se han expuesto. El cumplimiento de esos criterios del modelo de economía abierta constituiría, así, una condición permisiva para lograr que una economía nacional discurriera por la senda de un crecimiento no inflacionista y para mejorar la eficiencia de la estructura productiva de un país, condiciones ambas necesarias para aumentar el ahorro y la inversión de las que directamente depende el desarrollo económico y las posibilidades de lograr la convergencia real. Admitiendo que así sea: ¿constituyen éstas condiciones necesarias expuestas, condiciones suficientes? Esto es, ¿la afirmación de la estabilidad de precios, la mejora de la eficiencia productiva lograda por la liberalización y competencia en los mercados y la modernización del sector público aseguraban, por sí mismas, la realización de las inversiones que impulsaran con intensidad el mayor desarrollo de un país y contribuyeran a lograr su convergencia real con los países desarrollados que se integran en la Europa comunitaria? La respuesta que a esta decisiva pregunta ha venido ofreciendo la moderna literatura del desarrollo económico 57 añade al cumplimiento de las condiciones que aseguran la estabilidad de precios, la eficiencia de los mercados de bienes, servicios y capitales y la modernización del sector público, posibilitando así el aumento de las inversiones, la condición adicional de que la composición de que éstas atendiera a dos criterios básicos: • En primer lugar, que el esfuerzo inversor intenso y sostenido en distintas formas de capital privilegiara las inversiones en capital humano y tecnológico (conocimientos tecnológicos no incorporados en el capital físico de los bienes de equipo), lo que acentuaba la importancia estratégica de las inversiones en educación, formación de mano de obra, actividades en I+D encaminadas a la generación de innovaciones propias y asimilación y adaptación de las producidas en otros países. Las inversiones en ese tipo de activos intangibles están guiadas por los mismos criterios de rentabilidad que las inversiones en capital físico pero comparten algunas características de los bienes públicos por lo que su realización precisa de la intervención pública (no necesariamente de la producción pública) que asegure su presencia necesaria en los procesos de inversión (para que éstos puedan beneficiarse del plus de productividad que ese tipo de inversiones estratégicas ocasiona). 57 Vid., sobre este punto la excelente síntesis ofrecida en el trabajo de la profesora CARMELA MARTÍN: «La convergencia real con Europa: un referente clave a la política económica española», publicado en Papeles de economía española, n.º 63, 1995. 135 • En segundo lugar, la composición del gasto público afecta, asimismo, al desarrollo económico y al proceso de convergencia real de una economía. La evidencia empírica disponible muestra que la participación del consumo público en el PIB está inversamente relacionada con el crecimiento económico mientras que la participación de la inversión pública respecto del PIB lo está positivamente. Lo que significa que cuidar los factores de los que depende esa estrategia de la inversión pública constituye un ingrediente fundamental de la política de desarrollo y convergencia real. La importancia de ese doble componente de las inversiones acentúa la necesidad de su disponibilidad para intensificar el desarrollo y favorecer la convergencia real. Precisamente los déficit en esas inversiones (y la menor acumulación de capital en esas partidas) constituye la gran diferencia entre los países centrales y desarrollados de la Unión Europea y las regiones periféricas y menos desarrolladas, lo que dificulta el desarrollo y la convergencia real de estas. El reconocimiento de esta posición diferencial frente a las oportunidades de crecimiento de los países menos desarrollados de la Unión Europea es la que ha dado su fundamento a la política regional comunitaria. Como subraya el Informe Emerson 58, la evolución de la política comunitaria ha ido tomando conciencia de esa peor situación competitiva en la que se sitúan los países menos desarrollados y las empresas que en ellos operan para acceder a un mayor desarrollo y cerrar las diferencias que los separan de los países centrales más desarrollados y ha concretado esa situación desigual en la ausencia/ deficiencia de ciertos tipos de infraestructuras (transportes, comunicaciones) y de las inversiones en educación, formación de la mano de obra y en actividades en I+D. Son las inversiones en esas partidas las que tratan de asistir y favorecer las ayudas de los fondos estructurales comunitarios. Justamente las partidas que las modernas teorías del desarrollo económico consideran como fundamentales para favorecer su intensificación. Si se atiende a los razonamientos anteriores, puede concluirse que el ingreso de España en la Unión Europea constituyó una decisión histórica fundada para acceder a un espacio económico que nos ofrecía oportunidades claras e importantes para nuestro desarrollo y para conseguir la convergencia real de la economía española con la de los países comunitarios. Sin embargo, aprovechar estas oportunidades nos reclamaba el cumplimiento de un conjunto de deberes y nos concedía un conjunto de derechos que constituían una premisa de nuestro desarrollo en el espacio europeo. Deberes de coherencia sobre los que se ha insistido en la exposición anterior, en primer lugar, lo que suponía implantar el modelo de economía abierta con la vigencia de los cuatro principios que lo definen: apertura exterior, estabilidad interna de precios, liberalización e implantación de la competencia en los mercados internos de bienes, servicios y capitales con una nueva regulación del mercado de trabajo y modernización del sector público. Aceptar estos principios para organizar nuestro sistema económico constituía 58 136 Vid., op. cit., pp. 251 y ss. un obvio deber de coherencia implícito en nuestra decisión de ingreso en la Unión Europea para lograr las oportunidades de desarrollo que este ingreso prometía. En segundo lugar, la intensificación de nuestro desarrollo y el acercamiento económico a la Europa comunitaria por el proceso de convergencia real, nos obligaba, adicionalmente, a atender al desarrollo de las inversiones —imposible sin cumplir con los deberes de coherencia— y a priorizar en su composición los componentes de capital humano y tecnológico así como la dotación de infraestructuras impulsadas por la inversión pública. Las dotaciones de estos tipos de inversión podían y debían obtener el derecho de España a recibir las ayudas de la política regional comunitaria mediante los fondos estructurales tendentes a compensar las debilidades de las dotaciones de ese tipo de capital que dificultaban las posibilidades de nuestro crecimiento. De este modo, aceptar e implantar el modelo de economía abierta se convertía en una necesidad para conseguir la pretensión final de nuestro ingreso en la Unión Europea: intensificar el desarrollo económico interno y lograr la convergencia real con los países comunitarios. Implantar ese modelo de economía abierta no constituía ciertamente una tarea sencilla porque obligaba a la práctica de un conjunto de reformas estructurales que lo hicieran factible. Reformas estructurales cuya principal dificultad residía en que esas reformas no actuaban en el vacío —como se ha reiterado anteriormente— sino que suponían alterar actitudes, comportamientos e instituciones arraigados profundamente en nuestra vida económica por la prolongada vigencia en España de un modelo de desarrollo económico alternativo que respondía a criterios opuestos al que el pais necesitaba para desarrollarse en la Europa comunitaria. Ese modelo existente es el que había gobernado y gobernaba aún nuestras decisiones económicas en el momento del ingreso de España en la Comunidad Europea, orientando el desarrollo económico español; modelo existente que era el que antes he calificado como modelo castizo o tradicional. Un modelo cuyo conocimiento resulta indispensable para entender la magnitud y las dificultades de las reformas que precisa la implantación del modelo de economía abierta necesario para servir a nuestra decisión de buscar el desarrollo del país en el espacio europeo. La tesis fundamental que sostengo en este trabajo es que resulta obligado entender y explicar el conflicto entre esos dos modelos del desarrollo económico español. Un conflicto de conocimiento indispensable para evaluar los problemas y afrontar las dificultades con las que se enfrenta nuestra integración y desarrollo en los años noventa en la Europa Comunitaria, la gran empresa política y económica de España en este fin de siglo. La querella entre la lógica económica de esos dos modelos del desarrollo —el castizo o tradicional y el de economía abierta— es la que permite calibrar la dimensión del cambio histórico que ha supuesto nuestra decisión de integración en Europa y la que explica sus formidables dificultades. Por otra parte, el cómo se resuelva ese conflicto entre el modelo castizo y tradicional y 137 el modelo de economía abierta, condicionará el éxito o el fracaso de nuestro proyecto de integración en Europa. Conocer y exponer esa oposición y conflicto entre el modelo castizo y el de economía abierta constituye una condición indispensable para evaluar los problemas del desarrollo de España de los años noventa. Este será nuestro propósito inmediato. EL CONFLICTO DEL MODELO CASTIZO Y EL MODELO DE ECONOMÍA ABIERTA DEL DESARROLLO ECONÓMICO DE ESPAÑA: SUS CAUSAS Y CONSECUENCIA España contó con un modelo que inspiró la estrategia de su desarrollo histórico contemporáneo que fue definiendo su contenido a partir de la aceptación de cuatro principios o criterios de presencia claramente perceptible a partir del fenómeno que el profesor José María Serrano ha denominado el viraje proteccionista de la Restauración y cuyo comienzo puede fecharse en 1875 59. Esos cuatro principios del estilo castizo son los siguientes: 1. Cierre del mercado interno mediante la protección arancelaria que evoluciona hacia un proteccionismo integral (1887-1931) y que describe una fase distinta y más intensa de cierre y protección en el período 1931-1959 por el empleo de restricciones cuantitativas al comercio exterior. Un modelo que se abre parcialmente al exterior desde ese último año de 1959, pero que conservará importantes vestigios de protección exterior hasta su definitiva apertura con el ingreso de España en la Unión Europea. 2. La inexistencia de una política que garantizase la estabilidad de los precios y del tipo de cambio. La política de estabilidad macroeconómica no contaría, desde el viraje proteccionista de la Restauración, en sus dos componentes básicos —la política monetaria y la política presupuestaria— con las instituciones precisas para una articulación eficiente. Por lo que respecta a la política monetaria, desde la temprana fecha de 1883 España no dispuso de un patrón metálico que disciplinase la creación de dinero, al margen de la voluntad política del Estado, ni ha dispuesto tampoco, de hecho, de los medios adecuados para instrumentar un control activo y continuo de las magnitudes monetarias en un patrón fiduciario hasta 1973 ni ha contado, hasta 1994, con un Banco Central autónomo que diera credibilidad a la política monetaria como garante de la estabilidad económica. La política presupuestaria tampoco ha contado con las instituciones que permitieran asegurar la disciplina de ingresos y gastos públicos y ha carecido de un sistema tributario que cum59 El peculiar cierre del mercado español por la protección y la posición de Cánovas respecto de los restantes principios integrantes de lo que en el texto se denomina modelo castizo se refieren en la obra de JOSÉ MARÍA SERRANO: «El viraje proteccionista de la Restauración y la política comercial española, 1875-1895», Ed. Siglo XXI, Madrid, 1987. 138 pliera con el principio existencial de la suficiencia financiera. La propensión al déficit crónico de la política presupuestaria y su financiación al margen del mercado han dominado en la práctica a la política monetaria, impidiendo así una combinación eficiente de política monetaria y fiscal al servicio de la estabilidad económica. Por otra parte, la política microeconómica tampoco ha contribuido a la estabilidad de los precios. La liberalización y la introducción de mayor competencia en los mercados de bienes, y especialmente de los servicios, ha constituido una reforma pendiente a lo largo de nuestra historia contemporánea. Finalmente, la sociedad española ha carecido de una conciencia compartida sobre los costes elevados, impuestos por la inflación —y la devaluación del tipo de cambio— lo que ha arraigado su indeseable presencia en nuestro comportamiento económico. 3. Regulación discrecional de la actividad económica con un dominio del intervencionismo en los mercados y en las decisiones de los agentes económicos, alejándolos de la liberalización y la competencia. La regulación de los mercados y las limitaciones de entrada a los mismos por concesiones interventoras del sector público favoreció la que Ortega denominaría «cautela del empresariado español», limitando la asunción de riesgos y la presencia de un espíritu de innovación y cambio, al servicio del desarrollo del país. Esta regulación de los mercados afectaba, en primer lugar, a los mercados de factores productivos —capital y trabajo—; en segundo lugar, a los mercados de bienes que condicionaban la utilización de los recursos productivos y, finalmente, a los mercados de servicios que fueron cobrando una importancia creciente con el desarrollo económico del país y la terciarización de su economía. Debe acentuarse la presencia de un modelo castizo de relaciones laborales que, con una regulación peculiar, se convertiría en causa de su extrema rigidez que impediría la utilización eficiente del factor trabajo. 4. Un sector público atrasado con cuatro características: raquitismo presupuestario, inadecuada composición del gasto público, un sistema fiscal insuficiente y arcaico y una propensión al déficit y a su financiación al margen de la disciplina de los mercados financieros. Tratemos de desarrollar el contenido de esos cuatro principios fundamentales del que hemos denominado modelo castizo o tradicional que orientó la estrategia contemporánea del desarrollo económico español. La primera de las características del modelo castizo o tradicional es la del cierre del mercado interno frente a la apertura exterior de la que parte el modelo de economía abierta Un cambio transcendente que tiene que ser bien entendido para valorar las diferencias entre nuestro peculiar cierre y reserva del mercado interno y el que dominó en los principales países industrializados. ¿Qué significó el principio de la economía cerrada en el que la economía española buscó —a través del modelo castizo— el desarrollo de su economía? 139 La respuesta a esta pregunta ha motivado en los últimos años numerosas y luminosas investigaciones de los jóvenes historiadores de nuestra economía 60 y ha ofrecido valiosos trabajos realizados por los encargados de las enseñanzas de economía española en nuestras Facultades Universitarias 61. Esas aportaciones han permitido conocer mejor la significación y el sentido del peculiar cierre impuesto al intercambio exterior por el modelo castizo. La decisión española de regular la apertura de su economía al exterior arranca y se inscribe en un movimiento universal que sancionaba el fin del cosmopolitismo económico que había dominado, desde un enfoque económico liberal, hasta 1870 y, desde el punto de vista de la política comercial, hasta 1879 62. Fue ese viento externo de la historia, que favorecería la llegada general de la protección a prácticamente todas las naciones (con la excepción de Gran Bretaña y Holanda) el que empujó el oportunismo de la política proteccionista de Cánovas 63 que inicia el cierre peculiar del mercado interno español como alternativa del desarrollo económico del país y cuyo enfoque protector y su solución final, forzada por las circunstancias, van a decidir la suerte del carácter integral de nuestro proteccionismo en la década final del siglo XIX. Ese proteccionismo canovista se complementará más tarde con la reserva del mercado interior para la industria merced al arancel de Amós Salvador de 1906 que, como afirma Marcela Sabaté 64, legitimaba el viraje español hacia el proteccionismo de 1890 y 1891. Esa línea de una protección acentuada discurrirá a lo largo del siglo actual de 1906 al 12 de febrero de 1922, en que se aprueba el Arancel Cambó con una vida muy dilatada que proclama la fecha del nuevo arancel que le sigue: el de 1960. El Arancel Cambó consolidará el proteccionismo en España, precisando los derechos que trataban de reservar el mercado interno a nuestras producciones, en especial a las de carácter industrial. La larga vigencia de la regulación protectora de nuestros intercambios con el ex60 Vid., a este respecto el relato de los trabajos e ideas principales de los historiadores de nuestra economía: FUENTES QUINTANA, E., «Prólogo» a BERNIS, F., La Hacienda Española, Ed. Fundación F.I.E.S., Madrid. 1988, pp. 18 y ss. 61 Esos trabajos los encabeza el que ha sido maestro de quienes hoy enseñan Economía Española en las Facultades de Economía, el profesor Juan Velarde, cuyo planteamiento histórico de sus problemas ha sido seguido por muchos de sus discípulos; J. L. García Delgado y S. Roldán, en primer término y, más tarde, por el profesor José María Serrano y los componentes del departamento de Economía Pública de la Universidad de Zaragoza. 62 Como afirma Schumpeter s partir de 1870, se «rompe la alianza de la economía con el liberalismo económico» que había impulsado el intento de una economía cosmopolita. (Vid., SCHUMPETER, J. A., Historía del Análisis Económico, versión castellana de SACRISTÁN, M., Ed. Ariel, Esplugas de Llobregat, Barcelona, 1971, pp. 841). El fin del cosmopolitismo se iniciaría en su aplicación a la política comercial tras la definitiva unificación de Alemania, con la elevación de los derechos arancelarios en 1879, revisiones proteccionistas que proseguirían en la década de 1880. Movimiento protector que afecta a otros países europeos (Austria-Hungría, Italia, Rusia, Suiza y finalmente Francia) y que se reforzaría en Estados Unidos por su Ley MacKinley en 1890. 63 Sobre la actitud de Cánovas en torno al proteccionismo y al oportunismo político de basar en él su acceso y permanencia en el poder, vid., la excelente exposición de SERRANO, J. M., «El Viraje…», op. cit., pp. 143 y ss. 64 Vid., «El arancel de 1906: la protección legitimada», Tesis doctoral. 140 terior (1890-1930), marcará de forma indeleble la producción española y definirá las oportunidades y limitaciones del desarrollo del país. La etapa siguiente de cierre de la economía al exterior se diferenciará claramente de la descrita en el período 1890-1930. Porque, en efecto, desde 1930 el Arancel Cambó perderá defacto su carácter de intérprete de la regulación de la apertura exterior en beneficio de métodos más contundentes de cierre del mercado interno, iniciados en la década de 1930 (contingentes a la importación, restricción en la utilización de divisas y aparición del bilateralismo). Ese sistema protector se prolongará en su vigencia en España en los años cuarenta y cincuenta de este siglo, ahora en abierta discrepancia con los sistemas de comercio dominantes en el mundo occidental, que vivían su lenta pero perceptible liberalización, en esas décadas. Aunque, a partir de finales de los años cincuenta, se irá corrigiendo el cierre extremo del mercado interno español 65, el modelo castizo registrará el fracaso final de su aplicación en 1959, para lograr su fundamental objetivo: alcanzar, con la política de sustitución de importaciones, el desarrollo económico del país. Como ha afirmado el profesor Velarde 66 fue la situación insostenible de la balanza de pagos en 1959 para financiar las importaciones más indispensables, reclamadas por nuestro sistema productivo y el aumento de las inversiones, a los que no pudieron atender nuestras exportaciones, los que forzarían el desequilibrio dramático de nuestra balanza de pagos que impondría la adopción del Plan Nacional de Estabilización Económica de 1959. El principio básico del Plan —la apertura exterior— constituía la confesión de la inadaptación total del primer principio del modelo castizo a la hora económica que vivía el mundo en los años finales de los cincuenta, en los que la apertura exterior y la expansión del comercio mundial se habían convertido en la fuerza que arrastraba el crecimiento del producto y el desarrollo de las economías nacionales. Esa liberalización-crecimiento del comercio mundial constituiría el secreto de la que Rostow 67 denominaría la larga etapa de auge económico mundial de 1951-1973. Presionada por este espectacular desarrollo exterior y ahogada por la situación interna de la balanza de pagos, la política económica española aceptaría —al fin— el principio de la apertura exterior y la liberalización de sus intercambios con el resto del mundo en 1959. Sin embargo, la liberalización exterior, decidida en 1959, fue parcial (con segmentos internos del comercio exterior sustraídos a la misma: por ejemplo, comercio de Estado y el comercio 65 Esta evaluación es la que el profesor José Luis García Delgado sitúa en los años cincuenta que expresivamente denomina La década bisagra en su ensayo «La industrialización y el desarrollo económico de España durante el franquismo», publicado en NADAL, J.; CARRERAS, A. y SUDRIÁ, C. (Eds.): La economía española en el siglo XX. Una perspectiva histórica, Ed. Ariel, Barcelona, 1987, p. 70. 66 VELARDE, J., «El nuevo planteamiento del comercio exterior español», Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, n.° 70, 1993; Vid., asimismo: «El nuevo planteamiento del comercio exterior español», trabajo publicado en Papeles de economía española, n.º 62, 1995. 67 Vid., ROSTOW, W. W., The World Economy. History and Prospects, MacMillan Ed. Nueva York, 1978. 141 sometido a contingentes) y debió realizarse aceptando un Arancel que, como el de 1960, era claramente proteccionista, al que se añadiría la importante protección de la tarifa fiscal, ya aludida en el epígrafe anterior. Habrá que esperar al Tratado de Adhesión con la Comunidad Europea para que, a partir de 1986, se inicie un cambio definitivo en la apertura y liberalización exterior de la economía española que, con la supresión de los contingentes, la adopción de la protección definida por la tarifa exterior común y la supresión de la tarifa fiscal, alterarían la vigencia prolongada de una regulación del comercio exterior que había dominado —gracias a la implantación del modelo castizo— durante casi un siglo. Esa reforma explícita en el Tratado de Adhesión, supondría el ingreso definitivo de la economía española en un modelo abierto, que obligaba a adoptar las decisiones coherentes de política económica y de cambio de comportamiento económico para evitar la consecuencia previsible de esa decisión: el aumento del déficit exterior que anunciaba una estructura productiva que, como la española, no había atendido a criterios de competitividad sino a los de protección a lo largo de su historia y que informó, también, los años inmediatos del desarrollo de los sesenta. El profesor Velarde 68 ha denunciado cómo ese temido déficit comercial se produce con la Comunidad Europea a partir de 1986 y su peligroso crecimiento hasta el año 1993. Ese crecimiento del déficit comercial era consecuencia de una falta de competitividad anunciada por nuestra estructura productiva (no compensada con la aplicación de una política de competitividad interna) pero su agudización extrema fue causada por el lanzamiento de la demanda interna a partir de 1986 y por una política del tipo de cambio que situó a éste en unos niveles elevados que suponían una sobrevaloración de la peseta de enorme coste para la competitividad de nuestra economía y para el mantenimiento de un déficit financiable de la balanza comercial. Son esas consecuencias vividas de la aplicación del primero de los principios del modelo de economía abierta y de la oposición al primero de los criterios del modelo castizo, las que denuncian un hecho —al que he aludido reiteradarnente con anterioridad— que juzgo de importancia capital: la sobreestimación que ha dominado en nuestra sociedad y en nuestra política económica sobre las posibilidades de adaptación de una economía conformada durante un siglo en su estructura productiva y en su competitividad por un modelo de desarrollo castizo a uno de economía abierta cuyos principios de ordenación de la vida económica eran justamente los opuestos. La apertura exterior y la protección arancelaria de la tarifa exterior común pedían a la economía española la definición y aplicación decidida y perseverante de una política de competitividad cuyos deberes fueran objeto de implantación política y de permanente atención y colaboración social. Una política de competitividad con la que desgraciadamente España no ha contado. Y en esa ausencia residen los principales problemas de la economía española en esta década del fin del siglo. 68 142 Vid., supra nota 23. El segundo principio del modelo castizo de nuestro comportamiento económico contemporáneo es la despreocupación por asegurar la estabilidad interna de los precios y la del tipo de cambio de la peseta. Nuestras quejas —las de los políticos y las de los ciudadanos— sobre los males de la inflación y las consecuencias negativas de la devaluación de la peseta, cuando han existido, han sido siempre retóricas, oportunistas y pasajeras. La historia contemporánea de España desde la Restauración prueba que la estabilidad de los precios y tipo de cambio de la peseta no han contado ni con la garantía de las instituciones que las aseguraran ni con la aplicación decidida y continuada de las políticas macro y microeconómicas de estabilidad que trataran de servirlas, lo que explica las numerosas secuencias inflacionistas padecidas por el pais, seguidas de devaluaciones de la peseta y las estabilizaciones que las acompañaron que han detenido, con frecuencia indeseable, nuestro desarrollo económico. Esa apertura permanente de la economía española a la inestabilidad de precios y tipos de cambio de la peseta, data, de nuevo, de la etapa de la Restauración y se fundamenta en la carencia de las tres bases institucionales encargadas de evitarla: 1.ª España no contaría con un sistema monetario metálico que disciplinara la creación de dinero desde el fracaso del sistema monetario bimetálico introducido por el Real Decreto de 19 de octubre de 1868. Las dificultades de sostener ese sistema bimetálico forzarían, en 1883, a la suspensión del cambio de billetes por oro. Disposición ésta de importancia histórica fundamental pues la misma supuso que, a partir de entonces, el sistema monetario español pasase a ser un sistema de patrón fiducidario con un tipo de cambio flexible para la peseta. Como afirma el profesor Gabriel Tortella 69, España ingresó en el patrón fiduciario precózmente en 1883 y jamás se volvió a establecer un patrón metálico pese a los numerosos intentos posteriores articulados en torno al patrón oro. España viviría así su recorrido económico contemporáneo con la vigencia continuada de un patrón fiduciario, sin limitación institucional alguna para la creación de dinero y el mantenimiento del tipo de cambio de la peseta. Esa larga vigencia del patrón fiduciario sin regulación institucional es la que se altera con el ingreso de España en la disciplina del mecanismo de cambios del SME que se realiza en junio de 1989. Una decisión que modifica la precoz y antigua aceptación del patrón fiduciario sin disciplina adicional alguna con la que España había vivido desde 1883. De nuevo aquí nos encontramos —al igual que sucedió con la apertura exterior aceptada en nuestro Tratado de Adhesión a la Comunidad Europea— con un principio exigido por el modelo abierto de nuestro desarrollo, bien diferente del principio del modelo castizo que había regido hasta entonces porque la disciplina del SME obligaba a contar con una política monetaria y económica garante de la estabilidad de precios y tipo de cambio a que nos obligaba nuestra convivencia en la Unión Europea y en el SME 69 Vid., TORTELLA, G., El desarrollo de la España contemporánea. Historia económica de los siglos XIX y XX, Ed. Alianza, Madrid, 1994, pp. 148-149. 143 y que condicionaba —y condiciona— nuestra participación en el proceso de la UEM. De modo que ese cambio en nuestro patrón fiduciario, con la disciplina del SME abría un conjunto de tareas reformadoras a la política económica de cumplimiento obligado para que el comportamiento de la economía del país fuera coherente con esa decisión. Para la administración del patrón fiduciario por la economía española resultaba fundamental disponer de un banco central y de una política monetaria que garantizase la estabilidad de los precios y del tipo de cambio previniendo la apertura de procesos inflacionistas y devaluatorios de la peseta. Una tarea bien difícil por la laxitud del patrón fiduciario que no ayudaba en nada a conseguir esos objetivos. Cuando se analiza la larga experiencia española de la utilización del patrón fiduciario se comprueba que ésta no contó con ese doble apoyo necesario de un banco central independiente que aplicara una política monetaria con la que conseguir la estabilidad del nivel general de precios. 2.ª España, en efecto, no dispondría tampoco de un verdadero Banco Central, que generalizara la disciplina monetaria para administrar el patrón fiduciario en el que el país vivió desde 1883. Dos de los mejores conocedores del nacimiento y evolución del Banco de España —los profesores Luis Olariaga y Luis Ángel Rojo— coinciden en afirmar que nuestro banco central no fue creado para desempeñar las funciones que permitieran identificarle como tal y, en su evolución posterior, tampoco desarrollaría esas funciones durante casi un siglo. Como afirma el profesor Olariaga, el propio preámbulo del Decreto de 1874, configuró al Banco de España «como una institución única emisora con el fundamental destino de abastecer de fondos al Estado y, como misión secundaria, asegurar el desenvolvimiento del crédito comercial. Y no hubo en su creador ni el menor barrunto —en aquella época eran ya otra cosa los bancos emisores— de los fines esenciales que en una comunidad bancaria, ya desarrollada, tienen ese tipo de instituciones» 70. Si como afirma el profesor Rojo: «Un banco central de un país se define como el órgano ejecutivo básico de la política monetaria del gobierno, entonces hay que concluir que el Banco de España no era un verdadero banco central» 71. El problema básico, por lo tanto, que se planteó al Banco de España desde que se le atribuyó el privilegio de emisión de billetes es, como afirma el profesor Rojo —en coincidencia con lo denunciado por el profesor Olariaga— que sus funciones quedaron reducidas «a simple categoría de banco emisor que proporcionaba, pasivamente, la caja necesaria para la expansión del sistema» 72. Dicho en otros términos: «Durante muchas décadas, y sin más excepciones que algunas actuaciones transitorias, las autoridades españolas han practicado un sistema de dinero pasivo en el que 70 Vid., OLARIAGA, L., La política monetaria en España, Ed. V. Suárez, Madrid, 1933, pp. 89 y ss. 71 Vid., «Política monetaria», trabajo incluido en la obra El desarrollo Económico de España, juicio crítico del Banco Mundial, obra recopilada bajo la dirección de FUENTES QUINTANA, E., Ed. Revista de Occidente, Madrid, 1963, p. 98. 72 Vid., op. cit, p. 98. 144 la oferta monetaria tendía a adaptarse a los requerimientos de la demanda de dinero» 73. Esa política monetaria de dinero pasivo que el Banco de España practicó, con daño para la estabilidad de precios y tipos de cambio, obligaba a reformar su comportamiento histórico para convertida en un verdadero Banco Central, lo que, a su vez, exigía disponer de los medios adecuados para instrumentar un control activo y continuo de las magnitudes monetarias y obtener la autonomía de sus decisiones sobre política monetaria en orden a lograr el objetivo fundamental de la estabilidad de precios. 3.ª La práctica de una política de estabilidad ha estado condicionada durante la vigencia del modelo castizo por una permanente subordinación institucional de la política monetaria a las necesidades de la política presupuestaria. Es esta servidumbre la que ha dado lugar a los procesos de monetización directa de la deuda pública, primero, e indirecta, más tarde. Deuda esta última automáticamente pignorable convertida —como afirman los profesores Olariaga y Rojo— en la verdadera base de la expansión del crédito. Ambas fases de la servidumbre impuesta por la política presupuestaria a la política monetaria de acomodación al déficit público practicada por el Banco de España, definen el rasgo más destacado del modelo castizo en cuanto a la falta de garantía de la práctica de una política monetaria y presupuestaria que asegurasen la estabilidad de precios y del tipo de cambio de la peseta. Así pues, el cuadro monetario y financiero que define el modelo castizo de la Restauración sumó cuatro fundamentos sobre los que descansaba su funcionamiento: patrón fiduciario (desde 1883), carencia de un banco central independiente desde su creación, falta de medios para el control de las magnitudes monetarias y subordinación de la política monetaria a la política presupuestaria. Ese cuadro monetario, que favorecía la discrecionalidad de la política económica del gobierno para ampliar la cantidad de dinero y obtener la máxima ventaja de la flexibilidad de los tipos de cambio de la peseta, podía haberse empleado para intentar favorecer el desarrollo económico del país. Sin embargo, no se utilizó, de forma permanente y sistemática, con ese propósito por los gestores de la política económica española. Gabriel Tortella 74 atribuye ese comportamiento indeciso de los gobiernos al deseo de ganar «respetabilidad monetaria», un comportamiento que dominó con mayor o menor intensidad en etapas determinadas de nuestra vida económica y que explica que no se produjeran tensiones inflacionistas en largos períodos en los que, además, el déficit del presupuesto no fue excesivo. Sin embargo, cuando el déficit presupuestario se intensificaba la política monetaria se plegó a sus exigencias, acomodando las variables monetarias a su financiación. Lo más sorprendente del cuadro monetario y financiero del modelo castizo es su larga presencia temporal porque los cuatro principios que lo sostienen han 73 74 Vid., op. cit, p. 98. Vid., op. cit., supra nota 26. 145 estado vigentes durante más de un siglo y han llegado prácticamente hasta nuestros días y es en éstos donde se plantea la urgente necesidad de su reforma pues resulta incompatible con nuestros compromisos europeos. Esa larga vigencia del modelo castizo ha creado una fuerza que es, quizás, la que dificulta más su reforma actual: ha acostumbrado a vivir a la sociedad española con la inestabilidad de los precios y el tipo de cambio flexible de forma que ese comportamiento histórico ha dificultado y dificulta el logro de la estabilidad y la lucha contra la inflación. Porque, como se afirmaba por el Banco de España en su Informe de 1994: «sólo si los agentes económicos y la sociedad española en su conjunto comparten el objetivo de lograr un crecimiento sostenido y no inflacionista y lo refrendan con sus decisiones, ese objetivo podrá alcanzarse» 75. Algo de lo que depende, además, el logro de nuestra convergencia real con los países comunitarios, fin prioritario de nuestra integración en la Unión Europea. Esa posición del modelo castizo frente a la estabilidad económica es el que ha debido reformarse para ajustarlo a los principios de una economía abierta. Esos cambios inspirados y exigidos, al mismo tiempo, por la integración en Europa de nuestra economía son cuatro: 1. La aceptación de un sistema monetario con el ingreso de España en junio de 1989 en el mecanismo de cambios del SME. Vivimos hoy en un patrón fiduciario pero con la vigencia de las reglas de disciplina que establece el SME y que sabemos que conceden una prioridad —bajo la que no hemos vivido durante más de un siglo— a asegurar institucionalmente las condiciones de estabilidad monetaria y tipo de cambio de la peseta; 2. Contamos hoy con un Banco de España cuya autonomía ganaba, en 1994, la independencia de las decisiones del Ejecutivo y le obligaban a atender al objetivo prioritario de la estabilidad de precios y al mantenimiento del tipo de cambio fijado por el gobierno; 3. Para lograr esas finalidades nuevas el Banco de España debe contar con los medios adecuados que permitan instrumentar un control monetario eficaz, lo que le compromete a fijar los objetivos de la política monetaria, aprovechando y renovando la experiencia acumulada desde que, en 1973, se abandona el sistema de dinero pasivo y se inicia el control activo y continuo de las magnitudes monetarias, y 4. Hoy no es posible aceptar por la política monetaria la financiación directa ni indirecta del déficit público porque lo prohiben nuestros compromisos europeos. El déficit debe encontrar su cobertura en los mercados financieros en condiciones de competencia con otras demandas de fondos. Vivir en el mundo que definen esas cuatro condiciones, sancionadas por reformas irreversibles e incorporadas a las instituciones que condicionan nuestra política monetaria y presupuestaria, impone el reconocimiento de la magnitud del cambio que suponen esas características del modelo de economía abierta para alcanzar la estabilidad y que nos exige la convivencia de la economía española en el área de la Unión Europea. Porque esas cuatro condiciones, al igual que ocurría con las derivadas de la apertura exterior, no es que sean distintas a las que definían el modelo castizo sino que son, justamente, las opues75 146 Vid., BANCO DE ESPAÑA, Informe anual, Ed. Banco de España, 1994, p. 21. tas. Es esta situación la que nos obliga a tomar conciencia de sus dificultades y de la necesidad de contar con la voluntad social y política que haga factibles esas nuevas condiciones de estabilidad monetaria y las incorpore a nuestro comportamiento económico como un deber de coherencia fundamental con el que lograr la convergencia real de la economía española con la de los países de la Unión Europea, propósito último que legitimó —y legitima— nuestra pretensión de integrarnos en el área europea. La tercera característica que define al estilo castizo, es la protección de los sectores productivos por la regulación intervencionista del Estado, alejando a los mercados de la liberalización y la competencia. Un intervencionismo de claro signo corporativista, instado por y concedido a los agentes económicos. Este peculiar intervencionismo español, que asienta el modelo castizo durante los largos años de su vigencia, es el que ha dado su origen a un sistema económico intervenido, que puede denominarse capitalismo corporativo, acentuando con ello la presencia de los intereses económicos de los distintos grupos sociales sobre las decisiones de la política económica. Una presencia ésta de antigua data, como han revelado los trabajos de los profesores Román Perpiñá 76 y Juan Velarde 77. El origen de este rasgo identificador del modelo castizo, se encuentra en el proceso de concentración de sectores productivos que precede al llamado gobierno largo de Maura, en 1907, Y en las medidas intervencionistas con las que se favorecieron sus intereses de 1907 a 1909 78. Un proceso que se extiende en la etapa que va de 1916 a 1923, contando con la inspiración dominante de Cambó y que consolida la política intervencionista y corporativista de la Dictadura con dos áreas diferentes de actuación: la del corporativismo productivo y las relaciones laborales a través de un corporativismo corporativo paritario 79. El régimen corporativo de los Comités paritarios se alterará con la implantación de los Jurados mixtos en la II República, provocando un enfrentamiento continuo con la patronal. De otra parte, el corporativismo productivo continuará 76 Vid., «De economía hispana», apéndice al Comercio Internacional de HABERLER, G., Ed. Labor, Barcelona, 1936, pp. 445 y ss. 77 «La organización del capitalismo corporativo español», artículo publicado en Papeles de economía española, n.º 21, 1984, pp. 12 y ss. Vid., asimismo, «Nace una política industrial corporativista, intervencionista, populista y nacionalista: la del gobierno largo de Maura (1906-1909)», trabajo inédito que he podido consultar por la amabilidad de su autor. 78 Vid., VELARDE, J., «Nace una política industrial», op. cit., supra nota 34. 79 Entre los principales análisis de la fase de la Dictadura deben destacarse el trabajo pionero de VELARDE, J.: Política Económica de la Dictadura, 2.ª Ed., Guadiana, Madrid, 1973; el estudio posterior de SHOLOMO BEN-AMI, «La dictadura de Primo de Rivera 1923-1930», Ed. Planeta, Barcelona 1983, con amplia información, no siempre bien interpretada, y el conjunto de ensayos del número 10 de Cuadernos económicos de ICE, 1979, compilados por Carlos Velasco. Deben destacarse asimismo los trabajos contenidos en el volumen editado por GARCÍA DELGADO, J. L., «La crisis de la Restauración, España entre la I Guerra Mundial y la II República», Ed. Siglo XXI, Madrid, 1986; y el trabajo de este mismo autor: «Autoritarismo político y tensiones económicas: un balance crítico de la política económica de la Dictadura de Primo de Rivera en España (1923-1930)», publicado en El trimestre económico, n.º 198, 1983, pp. 807-828. 147 con la intensificación de la protección exterior durante los años treinta y con la ortopedia intervencionista directa sobre los sectores productivos de la Dictadura con simples cambios de denominación en los organismos corporativos que la protagonizaban y con la adopción de otras medidas en favor de una mayor protección y control de la vida económica de España, que probarían los trabajos del profesor Perpiñá 80. Esa evolución vive, de 1939 a 1959, bajo el franquismo, un reforzamiento extremo en el que el corporativismo y la intervención estatal serán los medios utilizados al servicio de la autarquía —primero— y de la tutela y desarrollo de la producción industrial —más tarde—. De esta manera —como concluye el profesor Velarde— «la intervención y el corporativismo, de consuno, provocan un vasto catálogo de instituciones que pasan a ser actores nuevos de una nueva vida económica, preludio maurista de las largas listas que tuve que construir cuando estudié la política económica de la Dictadura de Primo de Rivera, que precedieron, a su vez, a las largas y completas listas que para la II República publicó el profesor Perpiñá Grau, antecedente de las que constituyen buena parte del entramado de la política económica de la era de Franco, que en este sentido solo han sufrido algunas alteraciones y nunca recortes sustanciales en la transición y en la II Restauración» 81. Es importante destacar, en efecto, que la crisis del modelo castizo en 1959, no supuso, sin embargo, ni la liberalización y la generalización de la competencia en los mercados de bienes y servicios, ni en los mercados de trabajo y financieros, pese a que el llamado Plan de Estabilización de ese año incorporaba esas decisiones bajo el epígrafe de «flexibilización de la economía» que encubría, más bien que aclaraba, el verdadero propósito de instaurar una economía de mercado. Este propósito reformador, que constituía el objetivo más importante a medio y largo plazo de la política programada en 1959, fue «languideciendo conforme se agotaba el empuje inicial del PNE», según ha afirmado, con acierto, en un trabajo convertido posteriormente en clásico, Luis Martín 82. En cuatro frentes se registró este hecho: en el abandono de la liberalización de la industria, en el intervencionismo creciente de los mercados financieros, en la rigidez permanente del mercado de trabajo y en la —ni siquiera intentada— liberalización del mercado de servicios. La aproximación a una economía de mercado en 1959 debería haber supuesto la eliminación de las trabas y obstáculos que dificultaban la creación de nuevas industrias y la ampliación de las existentes, una reforma que despertó la oposición radical del Ministerio de Industria que conseguiría su propósito. Esa política proteccionista de la industria contó, también, con el nuevo instrumento protector que había creado el franquismo: las empresas públicas del INI, cuyos defectos de administración, hasta bien entrada la década de los años setenta, serían tan costosos como importantes. 80 Vid., «De economía hispana», ed. cit., pp. 446 y ss. Vid., «La organización del…», ed. cit., p. 15. 82 Vid., «Estabilización y desarrollo», articulo publicado en Información comercial española., n.º 500, 1975, pp. 42 y ss. 81 148 Por otra parte, el sistema financiero que registró la reforma de 1962, no recibiría en ella los cambios necesarios capaces de definir una política monetaria activa que controlase el crecimiento de la cantidad de dinero, ni tampoco incorporaba la necesaria liberalización del sistema financiero. Muy al contrario de este último propósito, el sistema financiero se sometería a una mayor intervención que, gráficamente, ha calificado Raimundo Poveda 83 como un despotismo financiero ilustrado, que se manifestó a través de una multiplicación de los coeficientes de inversión y el ejercicio de un poder discrecional sobre los fondos financieros disponibles a través de la llamada Junta de Inversiones que pondría los fondos precisos —sustrayéndolos a los mercados y las instituciones financieras— al servicio de los sectores productivos decididos por la economía recomendada de los Planes de Desarrollo. En tercer lugar, el modelo castizo del mercado de trabajo respondía a unas características de antigua data que es necesario conocer porque su fuerte arraigo en las instituciones y en las conductas colectivas de los agentes sociales comportaban unas rigideces extraordinarias en su funcionamiento, que concluían en una utilización ineficiente y costosa del recurso básico que, para toda sociedad, supone el empleo de su fuerza de trabajo. Esta versión castiza del mercado de trabajo, plenamente vigente tras la adopción del Plan Nacional de Estabilización de 1959, ha ido prolongando su perturbadora presencia hasta el momento actual, convirtiéndose en el problema económico en el que se aprecian, con mayor intensidad, las contradicciones y querellas entre el modelo de economía abierta demandado por nuestra integración en la Unión Europea y el modelo castizo a que respondió históricamente —y aún responde— el mundo español de relaciones laborales. ¿Cómo se construye y con arreglo a qué principios se conforma esta regulación castiza del mercado de trabajo? Se ha afirmado anteriormente que sus raíces son lejanas y en gran parte denunciadas por las investigaciones de los profesores Juan Velarde 84, Julio Segura 85 y José Luis Malo de Molina 86. Apoyándose en sus trabajos es posible describir el origen de este modelo castizo peculiar de relaciones laborales, los principios que lo conforman y los motivos que explican su singular pervivencia entre nosotros. 83 Vid., «Los circuitos privilegiados del sistema crediticio», articulo publicado en Papeles de economía española, n.º 3, 1980, pp. 114 y ss. 84 Vid., «Sindicalismo y recuperación económica en España: una reflexión obligada», trabajo publicado en los Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Vol. 71, 1994, pp. 287 y ss. 85 Vid., «Algunas reflexiones sobre la reforma del Mercado de Trabajo», publicado en Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Vol. 70, 1993, pp. 77 y ss. Vid., asimismo «La industria española y la competitividad», discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Ed. Espasa-Calpe, Madrid, 1992. 86 Vid., «El debate sobre la flexibilidad del mercado de trabajo», Ed. Fundación FIES de las Cajas de Ahorros, Madrid, 1988. Vid., asimismo: «Diez años…», op. cit., nota 11. 149 El origen del modelo castizo de relaciones laborales españolas se encuentra, en opinión del profesor Velarde 87, en el «miedo colosal» a la inflación y al paro que invade a los países centroeuropeos al fin de la I Guerra Mundial y que agudiza la llegada de la gran depresión de los años treinta. De ese miedo partirían las políticas de un nuevo populismo autoritario que prometían el pleno empleo y una serie de seguridades ante la situación crítica de la economía a cambio de una adhesión ciudadana, que fue peligrosamente entregada, sacrificando sus libertades. Son esas políticas las que dominarán en Alemania y Austria en los años treinta y que se extenderán a otros lugares de América (el peronismo fue una de sus manifestaciones). La España de los años treinta registraría, con un régimen político diferente, la presencia de esa preocupación por el empleo que recoge la Constitución de 1931 y que se traduce en la regulación del mercado de trabajo a través de la Ley de Jurados Mixtos de 27 de noviembre de 1931 que asienta el primero y principal de los principios del modelo castizo: la inamovilidad del empleo. En lo fundamental, sin embargo, el modelo castizo de relaciones laborales, se afirmaría bajo el régimen autoritario del franquismo. Sus principios básicos serían los siguientes: 1.ª La construcción de un suelo firmísimo, que dificultaba/impedía la salida del mercado de trabajo. La contratación del trabajo descansaba en los compromisos de su duración ilimitada, que requerían la previa autorización administrativa para modificar, por cualquier concepto, las reducciones de plantilla. Las Delegaciones Provinciales de Trabajo, la propia Dirección General del Trabajo y los previos Informes de la Inspección de Trabajo y la Organización Sindical, frenaban los despidos en el límite de lo posible. El artículo 76 de la Ley del Contrato de trabajo fijaría las indemnizaciones por despido en cuantías muy elevadas y, sobre todo, establecía el trámite de la intervención de las Magistraturas de Trabajo para su sanción definitiva, elevando así los llamados costes laborales implícitos que suponían la fijación de unas limitaciones rígidas a las posibilidades de despido y a la utilización óptima del factor trabajo por las empresas. 2.º Afirmando este carácter ilimitado de la contratación del trabajo, aparecía el principio de desconfianza ante el trabajo temporal cuya utilización fue severamente condicionada. 3.º Frente a esa concesión de la fuerte estabilidad del empleo, el modelo castizo dejaba la fijación de salarios y las condiciones del trabajo en manos del Estado. Las reglamentaciones y ordenanzas laborales disponían una regulación prolija y rígida de la utilización del trabajo en la empresa, cerrándose las posibilidades a su movilidad funcional y geográfica. La huelga se condenaba explícitamente y se volvía, para su prohibición, a los viejos planteamientos y sanciones del Código Penal de 1870. 87 150 Vid., Op. cit, nota 41, supra p. 285. 4.º Cuando el sistema de contratación colectiva se introduce por la Ley de 16 de octubre de 1958, su aplicación estaba desvirtuada por la inexistencia de la autonomía de las partes en la negociación colectiva, impedida por la falta de libertad sindical y la intervención del poder público como árbitro de los contactos que pudieran producirse. 5.º El mercado de trabajo estaba, así, regulado en la cantidad (empleo) y en los precios (salarios). Para evitar que el mercado se encontrara, en estas condiciones, fuera del equilibrio, se admitió una estructura salarial compleja en la que los llamados «flecos salariales» y el recurso a las horas extraordinarias constituyeron las formas de evadir el exceso de retribuciones impuestas a la contratación y negociación de las partes. 6.º La inexistencia de una protección al desempleo como mecanismo de la Seguridad Social. Esos seis principios del modelo del mercado de trabajo, quizás podrían resumirse, como afirma el profesor Segura 88 por el intercambio en que el modelo se basaba entre una fuerte estabilidad del empleo (con gran estimación pasada y actual entre los trabajadores) y la existencia de unos menores valores absolutos de los salarios y tasas moderadas de crecimiento salarial que posibilitaran la competitividad de nuestras producciones. Es evidente que ese modelo castizo de relaciones laborales era incompatible con las libertades de una economía de mercado y con los principios de una democracia política. De esta manera, la transición a la democracia y el reconocimiento de las libertades económicas, alterarían radicalmente la coherencia del modelo castizo que el país heredaría en 1975. Sin embargo, el cambio institucional del mercado de trabajo castizo hacia el modelo de economía abierta resultaría uno de los más problemáticos de realizar, encontrándose con grandes obstáculos la aplicación de sus principios. Porque ese modelo castizo, asentado por el franquismo, se recibiría como herencia irrenunciable por unos sindicatos que habían adquirido el protagonismo que les correspondía en una organización democrática del mercado de trabajo y contaron, también, con el apoyo de los propios partidos políticos al llegar la democracia. Esa situación produciría unas consecuencias de la mayor importancia sobre el coste de uso del trabajo, a las que antes nos hemos referido, que exigían la realización de reformas estructurales del mercado de trabajo, constantemente aplazadas en el tiempo pero de una importancia difícil de exagerar para la inserción competitiva de la economía española en la comunitaria. Sobre el significado y los criterios de esas reformas del mercado de trabajo se volverá después porque componen una parte fundamental de la agenda de la política española, que definen nuestras obligaciones para competir en la Europa comunitaria. Lo que importa consignar ahora es que ese modelo castizo de relaciones laborales no se vio afectado por las políticas que hicieron frente a la crisis general del modelo en 1959 y que éste se trasmitiría 88 Vid., «Algunas reflexiones…», op. cit., p. 79. 151 en la regulación de las relaciones laborales, con todos sus problemas abiertos, en 1975. Una pesada herencia que no hemos liquidado aún tras los dos intentos reformadores de finales de 1984 y de 1994. Finalmente, las intervenciones padecidas por los mercados de servicios que constituían, sin duda, las más limitativas de la liberalización y la competencia necesarias no se intentaron con la vigencia del modelo castizo. Porque constituían un ingrediente fundamental de su funcionamiento en el que la concesión y el disfrute de privilegios monopolísticos por los distintos sectores de los servicios y la existencia y defensa de las restricciones gremiales se habían convertido en una forma de defender y extender el poder político y en un recurso para asegurar el beneficio de los concesionarios de los servicios situándolos al margen de la competencia. Es este comportamiento de nuestro sistema económico el que ha acostumbrado a nuestros empresarios y profesionales a buscar el privilegio que les preservara de la asunción del riesgo y la competencia para afirmar su presencia en los mercados. De esta manera, la llegada de la integración europea y la instauración del modelo de economía abierta obligaba a reformar el sistema del capitalismo corporativo del modelo castizo en cuatro frentes económicos de enorme transcendencia: en el de liberalización de la industria y el sistema financiero, en primer lugar y en el de la flexibilización del mercado de trabajo y liberalización y competencia en los mercados de servicios que habíamos heredado. Reformas indispensables para instalar el modelo de economía abierta que deberían emprenderse y realizarse en el nuevo y complejo contexto político, social y económico del país, venciendo la resistencia que a la aceptación de los riesgos de la libertad y la competencia se planteaba a cada uno de esos cambios del modelo castizo por los agentes económicos que disfrutaban de sus privilegios. Las dificultades de realizar esas reformas en tales circunstancias explican —aunque no justifican— el costoso retraso con el que se abordaron las condiciones y limitaciones que afectaron a esos cambios indispensables. Cualquier valoración del proceso de implantación del modelo de economía abierta en España no puede ignorar el contexto político, social y económico en que hubo de intentarse 89. El cambio político del país variaba radicalmente el marco de referencia de la economía y las competencias de la política económica. Pasar de un sistema autoritario a uno democrático, de un Estado centralizado a uno descentralizado con diecisiete Comunidades Autónomas, suponía alterar la administración económica y fiscal del país y sus intérpretes y motivaciones. En segundo lugar, la sociedad española registraba cambios críticamente importantes en las fechas en las que las reformas del sistema castizo deberían realizarse. Citaré solo tres de gran transcendencia: el demográfico, el ocupacional y el económico. Demográficamente España dejará en esos años de ser un país de emigración para convertirse en receptor de inmigrantes mientras la pirámide de población presentará la preocupante burbuja de las 89 y ss. 152 Estas observaciones son las alegadas con acierto por MALO DE MOLINA, J. F. , op. cit., pp. 83 cohortes de población de 20-25 años, consecuencia de la etapa de excepcional crecimiento de población de los años sesenta con las dificultades consiguientes de ocupación y paro juvenil. Ocupacionalmente, además, se registrará la presencia creciente de la mujer en los mercados de trabajo que alteraría, radicalmente, su ocupación tradicional en el hogar. Económicamente, España registrará, con gran fuerza, en esos años, la crisis de su industria que reclamará costosos, conflictivos y poco prometedores programas de reconversión, mientras la agricultura seguirá perdiendo peso en la economía nacional y en la población activa del país con la correspondiente emigración a la industria y a los servicios. Todos esos cambios planteaban retos graves al desarrollo de la economía española y exigencias imperativas a su Hacienda Pública. La definitiva apertura exterior, pactada en el Tratado de Adhesión —que hubo de aceptarse por España como premisa del proceso de integración— se convertiría en el motor para introducir la liberalización y competencia en los mercados españoles afectando, desde un principio, a los bienes comercializables, con especial incidencia en el sector industrial, cuyos precios se fijarían, desde entonces, con la sola y obligada referencia del mercado exterior. A esa liberalización, primera y forzada, seguiría la del sector financiero que supondría la eliminación del peculiar proteccionismo subvencionado que dominaba la utilización de los flujos de ahorro disponibles y cuya aplicación final se decidiría a partir de entonces libremente en un mercado abierto a través de los niveles relativos de los tipos de interés. Estos importantes pasos en el proceso de liberalización y competencia de los mercados originaron una reacción frente a los riesgos que suscitaban, consistente en pedir protección presupuestaria del sector público que sustituyera al anterior proteccionismo intervencionista regulador y concesionario. Ese intercambio entre intervenciones no presupuestarias (regulaciones, controles y nacionalización de la actividad productiva) y presupuestarias (gastos públicos y gastos fiscales), es el que ha facilitado la instauración de la libertad y el mercado a costa de un crecimiento del sector público excesivamente facilitado por la política económica que ha consentido y acomodado, con mayores gastos públicos o fiscales, la conducta pasiva del sector privado cuya asunción de riesgos y competencia debería haber ahorrado las ayudas públicas. De este modo, se ha producido en España la situación paradójica de que la extensión de la liberalización y competencia de los mercados coincida con el aumento y expansión del sector público que las ha financiado. Cuando este intercambio de liberalización por gastos públicos o fiscales no ha podido producirse, la reforma, reducida a puro cambio en la regulación, se ha retrasado o desvirtuado (caso de la reforma del mercado de trabajo y en los mercados de ciertos servicios). El cuarto principio que integraba la aproximación tradicional española al desarrollo de su economía, que caracterizó la vigencia del modelo castizo, residió en un comportamiento del sector Público dominado por cuatro características: la primera y fundamental, la fuerte restricción presupuestaria derivada de un sistema tributario que jamás pudo cumplir con el principio de 153 suficiencia que ha angustiado la liquidación de los presupuestos españoles a lo largo de toda su historia y ocasiona el raquitismo presupuestario que ha caracterizado los gastos de nuestras Administraciones Públicas hasta la llegada de la democracia. Un raquitismo del presupuesto del gasto al que se añadirían la inadecuada composición del gasto público respecto a su referencia europea, la permanente o potencialmente invariada situación de déficit y su financiación al margen de la disciplina de los mercados financieros. La necesidad de la reforma de esos rasgos que caracterizaban a la Hacienda Pública castiza fue sentida con reiteración a lo largo de su vigencia contemporánea. Reforma de la Hacienda Pública siempre detenida en su realización por el cambio indispensable que ésta pedía de la restricción presupuestaria que establecía un sistema fiscal rígido y arcaico cuya modernización y cambio encontró, en todos los intentos, una oposición social y una debilidad política, suficientes para paralizarlos. De esta manera, ni el raquitismo del presupuesto de gastos se corrigió, ni varió su composición inadecuada, ni se mejoraría tampoco la situación financiera real de nuestra Hacienda Pública. Tan solo, y a partir de 1973, se dispuso de un proyecto elaborado de reforma tributaria que trataba de modernizar, europeizándolo, nuestro sistema de imposición y que podría utilizarse para romper con el inmovilismo que había caracterizado a la estructura de nuestro sistema fiscal. Con estas condiciones, que habían gobernado la Hacienda Pública española durante más de un siglo, la llegada de la democracia supuso un cambio dramático de ese comportamiento tradicional. Un cambio que se ha manifestado en seis escenarios diferentes con rasgos bien definidos: • • • 154 En el del Gasto Público, que muestra concluyentemente su literal explosión cuantitativa. De un 24,9 por 100 del PIB, en 1975, el Gasto Público alcanzará el 48,3 por 100 del PIB en 1994. Causas múltiples explican ese aumento formidable: el crecimiento de las prestaciones de la Seguridad Social, que extiende e intensifica la red de protección del Estado del bienestar: el apoyo a los sectores productivos para su subsistencia en un clima de liberalización y competencia; el aumento continuo de los gastos de consumo y del empleo público y, en menor medida, el crecimiento de la inversión pública, escandalosamente reclamado por el desarrollo de la producción privada y al fin atendido desde 1989, cuando más comprometida era la situación presupuestaria. En el aumento de la presión fiscal, que pasará del 21,6 por 100 del PIB en 1975, a 36,2 por 100 del PIB en 1994, aumento posible gracias a la reforma programada con anterioridad a 1975 y ejecutada, posteriormente, con limitaciones y retrasos, pero que permitió aumentar sustancialmente los ingresos públicos y reducir, pero no impedir, el déficit presupuestario. En la omnipresencia del déficit público, en particular desde 1982, y el aumento espectacular de la deuda pública, que pasará del 13 por 100 del PIB en 1985 al 63,5 por 100 del PIB en 1994. • Propiedad notable de la Hacienda Pública de nuestra democracia es la descentralización del gasto público (que no de la imposición) y en el déficit y endeudamiento de las Administraciones Territoriales. De un 9,9 por 100 a que ascendían los gastos de las Administraciones Territoriales en 1975 respecto de las AA.PP., éstos se pasarían al 26,8 por 100 del gasto total en 1994, mientras el déficit de estas Administraciones Territoriales de -0,4 por 100 del PIB en 1975, pasaría al -1,2 por 100 del PIB en 1994. La deuda pública de estas Administraciones Territoriales, situada en el 2 por 100 del PIB en 1975, crecería hasta el 10,6 por 100 del PIB en 1994. • En la pérdida de eficacia del presupuesto como instrumento de control y como medio de presión de la actividad financiera. • En la ausencia de criterios sobre el papel y funcionamiento de la empresa Pública y en la presión de sus cuentas de resultados sobre el presupuesto. Los comportamientos de las Administraciones Públicas en esos seis escenarios han situado en un lugar prioritario en la agenda de la política económica española a la reforma de esas conductas para ajustarlas a las demandadas por un modelo de economía abierta, capaz de conceder suficiencia y flexibilidad a la política presupuestaria de la que hoy carece, dominada —como está— por el rígido y permanente desequilibrio de sus cuentas. La experiencia vivida desde 1975 por la Hacienda Pública española transmite un conjunto de mensajes de necesaria contabilización para su posible reforma 90. Primero, el obvio y fundamental de su propia y prioritaria necesidad. La colaboración de la política presupuestaria con la reducción de su déficit y la contención de su endeudamiento a una política económica de estabilidad, constituye un comportamiento básico y permanentemente ausente. Es obvio que la política de estabilidad no puede dejarse al solo cuidado de la política monetaria o a una «mezcla» ineficiente de política monetaria y presupuestaria, debida a la falta de colaboración de esta última. En segundo lugar, la restricción presupuestaria para lograr su contribución a las tareas de la estabilidad no puede encomendarse a las medidas ineficientes de los aumentos de la presión fiscal (que, como demuestra la experiencia española, relajan la disciplina del gasto público provocando su crecimiento, al tiempo que afectan negativamente a los alicientes de la producción privada), ni a la disminución de las inversiones públicas (con efectos transitorios sobre el déficit público pero con consecuencias negativas y perdurables sobre la productividad general de la economía). En tercer lugar, la existencia de tres problemas estructurales que disminuyen el margen de maniobra a corto plazo para la reducción del déficit público y que deben corregirse por actuaciones perseverantes a medio y largo plazo como son: un fraude fiscal estimado, conservadoramente, en un 5 por 100 del PIB, la inercia existente en el crecimiento del gasto y la presencia de un incrementalismo en las decisiones 90 Esos mensajes han sido sugeridos, con todo acierto en mi opinión, en el trabajo de GONZÁLEZ PÁRAMO, J. M., «Presupuestos Generales del Estado para 1995: el difícil anclaje de la credibilidad presupuestaria», publicado en Cuadernos de información Económica, n.º 91, 1991, pp. 16 y ss. 155 presupuestarias anuales y la descentralización territorial del gasto público (y no de la imposición) que duplica partidas del gasto público y fomentan el déficit público. En cuarto lugar, es preciso reconocer la existencia de unas instituciones y procedimientos presupuestarios españoles sesgados al déficit por su laxitud como prueban los índices elaborados por von Hagen, que la sitúan entre los más elevados de la Unión Europea 91. Se han examinado hasta aquí los principios que deben inspirar las decisiones económicas en el modelo de economía abierta por el que España optó definitivamente con su integración en la Unión Europea y se han expuesto los comportamientos que han gobernado la marcha de la economía española bajo el largo dominio del que hemos denominado modelo castizo o tradicional, que no se ha improvisado en el país en pocos años, ni se crea por el sistema político autoritario del franquismo, sino que se afirma desde la lejana fecha de la Restauración canovista y, precisamente, desde su definición del proteccionismo en 1890 y 1891. Los problemas fundamentales de la economía española en los años noventa son los que se derivan de nuestra integración europea y las posibilidades de orientar su desarrollo en el marco de referencia de la UE. Esos problemas económicos de los años noventa encuentran su raíz profunda y poderosa en los cambios y reformas que el modelo de economía abierta reclama del modelo castizo en el que los españoles hemos vivido durante más de un siglo. En definitiva, nuestros problemas actuales se encuentran en una economía que se resiste a su apertura exterior y que, cuando lo hace, se resiente en los saldos de su comercio internacional por falta de competitividad, que no es capaz de vivir con una inflación europea porque carece de las instituciones con las que lograrla y la sociedad no siente la necesidad de reducirla, que no cuenta con mercados flexibles y competitivos de servicios y trabajo sino intervenidos y regulados y que no ha logrado disponer, en fin, de una política presupuestaria capaz de embridar el gasto público, reducir el déficit anual de sus cuentas y evitar el crecimiento explosivo de su deuda. Ese conflicto permanente entre nuestros comportamientos económicos, convertidos en costumbres arraigadas por la vigencia continuada del modelo castizo, de una parte, y, de otra, por los nuevos comportamientos que reclama imperativamente el cumplimiento de nuestros deberes de coherencia con el modelo de economía abierta, cuádruplemente firmado con la Unión Europea, es el que explica el drama económico que hoy vive la sociedad y la política españolas. Este conflicto de los años noventa, entre el modelo castizo y el modelo de economía abierta, puede y debe apreciarse desde otra perspectiva diferente al análisis en sus cuatro componentes opuestos realizado hasta aquí, consistente en mostrar sus consecuencias sobre el propósito fundamental del proceso de integración de España en la Unión Europea: el de su convergencia real con los países de la Europa comunitaria. Esta será nuestra tarea inmediata. 91 Vid., VON HAGEN, J., «Budget procedures and fiscal performance in the EC», Economic Paper, n.° 96, Ed. European Commission, Directorare-General for Economic and Financial Affairs, Bruselas, 1992. 156 LA CONVERGENCIA REAL DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA Y LA COMUNITARIA. EVOLUCIÓN Y SITUACIÓN ACTUAL Desde el ingreso de España en la Unión Europea su economía ha vivido un ciclo completo bajo la tradicional influencia dominante de los países comunitarios. El Gráfico 1 muestra las distintas fases de ese ciclo y su relación con el de los países de la Unión Europea, apreciada por el crecimiento interanual del PIB. Sobre tres conclusiones fundamentales, mostradas por el Gráfico 1, desearía llamar la atención del lector: • La sincronía del ciclo económico español y el de la Unión Europea. La economía española ha vivido, en el período 1984-1994, un ciclo completo en compañía de la economía europea. En compañía pero bajo el dominio de las economías de Europa. Esa sincronía del ciclo español y comunitario se registra en las tres fases representadas en el Gráfico 1: la de recuperación, iniciada en 1985 que alcanza su máximo en 1988, manteniendo sus elevados valores de crecimiento en 1989-90, para iniciar su descenso en 1991 y registrar la fase de recesión en el cuarto trimestre de 1992 y su punto más bajo en el segundo trimestre de 1993. A partir del cuarto trimestre de 1993 cesaría la agudización del proceso recesivo, emprendiéndose la tercera fase de recuperación del ciclo, que alcanza con rapidez cifras mejores que consolidan esta fase en 1994 y en el primer trimestre de 1995. • Los valores del último ciclo en España se han caracterizado por su intensidad. La tendencia de nuestra economía a sobre-reaccionar a los impactos exteriores de crecimiento/recesión constituye una característica que confirman los datos cuando se utilizan series históricas más dilatadas que las recogidas en el Gráfico 1, pero que ratifican también las del último ciclo, que el Gráfico 1 recoge, tanto por la magnitud del proceso de expansión como por la intensidad de la recesión (más acusadas en la economía española que en las de la Unión Europea). • La sincronía del ciclo español y comunitario indica que el aval de la recuperación/expansión exterior constituye una condición necesaria para la recuperación/expansión de la economía española. Es imposible esperar una recuperación de la economía española si ésta no se inserta en el entorno de la recuperación europea, que a su vez depende de la evolución de otros espacios económicos (Japón y Estados Unidos, fundamentalmente). Ahora bien, la solidez y duración de la recuperación económica española depende, crucialmente, del mantenimiento de sus equilibrios básicos. En particular, de la inflación diferencial con la Unión Europea (que condiciona su competitividad), del déficit público (condicionante de su estabilidad y de los tipos de interés que afectan a la financiación y crecimiento de las inversiones privadas y públicas a través de la Deuda) y del déficit exterior (resultado que ha supuesto, tradicionalmente, en las fases expansivas del ciclo económico un freno 157 decisivo al crecimiento de nuestra economía). De modo que sólo en un contexto del mantenimiento de sus equilibrios, la economía española puede aprovechar, de forma adecuada, la onda expansiva de la Unión Europea. Lo que acentúa el hecho de que nuestra economía depende de la europea pero, como subraya el profesor Raymond, «depende también de las políticas internas que favorezcan la estabilidad que, sentando las bases de un desarrollo sostenido, permitan potenciar a medio y largo plazo la convergencia real de la economía española y las de la Unión Europea» 92. GRÁFICO 1 CICLO DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA Y DE LA UNIÓN EUROPEA (Media móvil orden tres del crecimiento interanual del PIB) Y bien, analizado este comportamiento cíclico que la economía española ha vivido desde su integración en la Unión Europea, ¿cómo se ha traducido ese ciclo peculiar sobre la convergencia real de la economía española y la comunitaria? Para contestar a esta pregunta crucial que, en último término, debe legitimar nuestra integración en la Unión Europea se dispone de un conjunto de indicadores que ayudan a obtener unas posibles respuestas a cuestión tan fundamental. El primero y más elemental de esos indicadores es el que refiere la marcha del PIB relativo por habitante de España, respecto de la media del PIB de los países de la Unión Europea, cuyos valores se representan en el Gráfico 2 para el largo período de los últimos catorce años (1960-1994). La historia de la convergencia real en ese período comprende cuatro etapas la del desarrollo de los 92 Vid., «Análisis del ciclo económico», artículo publicado en Papeles de economía española, n.º 62, 1995, pp. 34-35. 158 años sesenta (1960-1975), la de la crisis económica y los ajustes a la crisis que ocupa la década 1975-1985, la de la integración en la Unión Europea vivida bajo la recuperación económica europea y española que domina los años 19851991 y la cuarta y final, dominada por la desaceleración productiva, la recesión de 1992-93 y el comienzo de la recuperación en 1994. Como puede observarse, la economía española, bajo la influencia del Plan de Estabilización de 1959, describe una primera etapa larga y brillante de convergencia real con los países de la Europa comunitaria, permaneciendo al margen de la integración europea, aunque logrando, en 1970, el Acuerdo Preferencial con la Comunidad Económica, con efectos muy beneficiosos sobre la economía española. Esa etapa favorable está presidida por un proceso de convergencia real que eleva el PIB por habitante relativo de España desde el 59 por 100 de 1960 hasta el 79,3 por 100 de 1975, logrando así un salto importante de su PIB per cápita desde las 514.806 pesetas de su PIB por habitante (en pesetas de 1994) hasta el 1.194.397 (pesetas de 1994), que se alcanzan en el año 1975. GRÁFICO 2 CONVERGENCIA REAL CON LA UNIÓN EUROPEA (PIB per cápita español en porcentaje del PIB medio de la Unión Europea) Un proceso de convergencia real, que no podrá sostenerse en la década crítica de 1975-1985, en la que los factores causantes de la crisis afectan mucho más a la economía española que a la comunitaria. La convergencia real caerá, en 1985, hasta el 70,3 por 100 del PIB por habitante comunitario, un valor que España había logrado ya en 1966. Dicho en otros términos, la crisis económica supondría para la economía española prácticamente una pérdida de 159 veinte años económicos de convergencia real en los diez que duró la crisis económica. El ingreso de España en la Unión Europea, en 1985, inaugura una nueva fase de convergencia real que nos lleva, con la recuperación cíclica de su economía —más intensa que la de los países de la Unión Europea— a ganar 5,9 puntos porcentuales en el índice de convergencia real, situando el PIB por habitante, en 1.631.864 (pesetas de 1994) en ese ejercicio de 1991. En la cuarta etapa histórica, la economía española registraría, bajo el peso de la desaceleración productiva de 1991 y la recesión de 1992-1993, un retroceso en su convergencia real con Europa que ha continuado en el año de recuperación de 1994. España perdería en esta última etapa 0,5 puntos de PIB por habitante relativo, situando su nivel absoluto en 1.648.614 (pesetas de 1994). De esta manera, el hecho más destacado que el Gráfico 2 revela, como testimonio de la convergencia de la economía española con la de los países de la Unión Europea, es, como afirma José Viñals, que nuestra convergencia no ha avanzado de forma consolidada y continua en los últimos veinte años. Como concluye Viñals, al analizar ese comportamiento «el proceso de convergencia real de la economía española muestra una excesiva dependencia de las condiciones cíclicas y parece tener un límite por lo que se refiere a su acercamiento a los niveles del PIB por habitante medio de la Unión Europea. Límite que puede cifrarse en un PIB per cápita español en torno al 80 por 100 del PIB per cápita europeo» 93. Un hecho importante que merece una explicación: ¿qué es lo que ha sucedido para provocar la paralización del proceso de convergencia real de la economía española en ese límite insatisfactorio del 80 por 100 del PIB per cápita europeo?, ¿por qué la integración de la economía española en la Unión Europea no ha logrado superar ese límite e incluso ha caído en los últimos años de ese nivel de convergencia real? Permítaseme aplazar la respuesta a estas preguntas fundamentales para tratar de evaluar la convergencia real por otros indicadores disponibles que ayuden a situar a la economía española frente a los complejos problemas que plantea el proceso de su convergencia real con Europa. Estos indicadores adicionales para evaluar la convergencia real de España y la Unión Europea apuntan a dos debilidades tradicionales e importantes de nuestro comportamiento económico: la capacidad de generar empleo de la economía española, apreciada por la evolución de sus cifras relativas de paro en relación con las de la Unión Europea, y las liquidaciones de la balanza comercial como indicador básico de su competitividad y factor limitativo reiterado de su crecimiento a largo plazo, liquidaciones de la balanza comercial que se compararán, asimismo, de nuevo, con las de la Unión Europea. 93 Vid., VIÑALS, J., «¿Es posible la convergencia normal de España? En busca del tiempo perdido», artículo publicado en Papeles de economía española, n.º 62, 1995, p. 386. 160 El Gráfico 3 ofrece al lector la evolución relativa del paro respecto de la Unión Europea, apreciado por las cifras de la EPA, respecto de la población activa. Como puede observarse, la divergencia real de las cifras españolas y comunitarias de paro se inicia con claridad en la década crítica de 1975-1985 en que la tasa de paro española pasa del 4,5 por 100 al 20,8 por 100 de la población activa. Esto es, un salto de 16,3 puntos porcentuales, mientras el PIB por habitante pierde 9 puntos porcentuales de convergencia real. Dicho en otros términos: una caída de 9 puntos porcentuales de PIB costó casi el doble en términos de empleo. Es difícil encontrar una economía como la española con más capacidad de destrucción de empleos en las fases críticas. Una característica que volvió a mostrar el comportamiento económico español en la etapa 1991-1994, en que un retroceso del PIB por habitante de 0,5 puntos supuso un aumento de la tasa de paro de 6,7 puntos porcentuales. A ese comportamiento de la economía española, tan adverso para multiplicar las caídas del producto en términos de paro, se añade la escasa sensibilidad para traducir los aumentos de producción en reducciones del desempleo. En la etapa del desarrollo de los sesenta, España ganó 20 puntos porcentuales en el PIB por habitante respecto de la Unión Europea, testimoniando así la existencia de un crecimiento excepcional de su producción. Pues bien, ese comportamiento no logró reducir la tasa de paro sino elevarla 2,2 puntos porcentuales. Una elevación del paro que no computa la emigración a Europa de un millón de trabajadores, lo que proclamaba las dificultades de la creación de empleo de la economía española. Comportamiento repetido en la etapa de la recuperación económica 1985-1991. GRÁFICO 3 EVOLUCIÓN DEL PARO EN LA UNIÓN EUROPEA, PAÍSES CENTRALES Y ESPAÑA (porcentaje de paro sobre la población activa) 161 El análisis comparado de los indicadores de producción y paro de España y la media de los países de la Unión Europea prueba que el indicador de convergencia real del paro ofrece un comportamiento diferente del que presenta la evolución del PIB por habitante. Dos son las diferencias básicas que ofrecen esos índices: las etapas críticas han supuesto una importante destrucción de empleos con aumentos intensos y prolongados de la tasa de paro mientras que las etapas expansivas no se han traducido en aumentos importantes del empleo en relación con el crecimiento del PIB. En cualquier caso, el suelo alcanzado por el paro, en la reciente etapa de recuperación de la economía española, 1985-1991, no ha logrado reducirse del elevado nivel situado en las proximidades del 16 por 100 de la población activa. Las diferencias de los indicadores de paro con los países de la Unión Europea han sido permanentemente importantes: situándose en 10 puntos porcentuales en 1985, en 7 puntos porcentuales en 1991 (su valor mínimo en la fase expansiva española) y en 12,2 puntos porcentuales en 1994. Cifras que agudizarían sus diferencias si la comparación se realizara, como el Gráfico 3 permite, con los países centrales de la Unión Europea. Esa enorme divergencia real de las tasas de paro españolas y europeas exigen explicaciones adicionales a las que pueden darse para encontrar las razones de las variaciones y divergencias del PIB por habitante. Unas explicaciones que obligan a contemplar, al menos, dos hechos fundamentales: los importantes aumentos de la población activa española a partir de los años ochenta y la dificultad para generar empleo en las etapas expansivas, así como evitar las caídas intensas y prolongadas del empleo en las fases de recesión. El primero de esos hechos tiene dos causas fundamentales a las que anteriormente se ha aludido: la burbuja demográfica causada por el aumento de natalidad de los años sesenta que ha producido un aumento importante de las cohortes de población activa en los años ochenta y la elevación de la población activa femenina que hace acto de presencia en la población activa total a finales de los años setenta. Sin embargo, el factor más importante de esta divergencia real de las cifras de paro encuentra en esa dificultad de la economía española para crear empleo en las fases expansivas y en la crónica facilidad para destruirlo en las contractivas. Ese comportamiento negativo del paro encuentra su explicación dominante —como ha afirmado el profesor Carlos Sebastián 94, y se ha aludido anteriormente— en el crecimiento de los tres componentes del coste de uso del trabajo (salarios, costes laborales no salariales y costes laborales implícitos), imputables a la rigidez e inadecuación del mercado de trabajo cuyas reformas, parcial e ineficiente de 1984 y tardía e insuficiente en 1994, nos han legado uno de los más costosos pasivos del mercado intervenido que caracterizó al modelo castizo de relaciones laborales. Sobre esa explicación del comportamiento del mercado de trabajo y la valoración de las reformas del mismo se volverá más adelante en este trabajo. 94 162 Vid., op. cit, nota 8 supra, pp. 344ss. GRÁFICO 4 EVOLUCIÓN DE LA BALANZA COMERCIAL EN LA UNIÓN EUROPEA, PAÍSES CENTRALES Y ESPAÑA (saldo comercial en porcentaje del PIB) El tercero de los indicadores de la divergencia real España-Unión Europea es el que ofrecen las liquidaciones comparadas de la balanza comercial, que se recogen en el Gráfico 4. Como indica la profesora Carmela Martín 95, el testimonio más importante que este indicador transmite es su comportamiento sistemáticamente negativo a lo largo de todos los años observados, situado en mucha peor posición que el de la media de los países de la Unión Europea y muy alejado del registrado por sus países centrales. Su evolución temporal está asociada a la evolución cíclica de la economía española que tiende a generar un empeoramiento en los saldos comerciales de las fases expansivas y una mejora relativa —dentro de sus permanentes valores negativos— en las etapas de desaceleración del producto y de la renta. Si se repasan los valores de la serie de los 34 años representados en el Gráfico 4, se comprobará que éstos no se han reducido por debajo del nivel del -3 por 100 del PIB en España, valor negativo que no se ha alcanzado por la media de los países europeos en ningún ejercicio. Esta divergencia real en el saldo del comercio exterior de mercancías prueba la limitada capacidad competitiva de nuestra economía que obliga a buscar sus causas y a operar sobre ellas, porque en esa debilidad se encuentra 95 Vid., Op. cit, nota 14. 163 uno de los motivos básicos que han detenido la convergencia real del PIB español con el comunitario a lo largo del tiempo. Entre esas condiciones limitativas de nuestra competitividad exterior, adquieren especial importancia para muchas opiniones los déficit existentes en las inversiones de capital humano, tecnológico y comercial y en las inversiones en infraestructuras que constituyen una causa destacada de la debilidad competitiva existente entre los países centrales y desarrollados de la Unión Europea y las regiones periféricas y menos desarrolladas como es la economía española. Tres son las conclusiones hacia las que desearía llevar la atención del lector sobre los indicadores de convergencia y divergencia reales que muestran las cifras expuestas del PIB por habitante, paro y saldo comercial en relación con las de la Europa comunitaria: 1.ª España no ha logrado avanzar, consistentemente, en su PIB relativo por habitante respecto de la Unión Europea en los últimos veinte años. Las variaciones del PIB han estado asociadas al comportamiento cíclico de la economía que ha chocado con el límite del 80 por 100 del PIB por habitante comunitario. La integración en la Unión Europea no ha mejorado ese comportamiento que constituía nuestro objetivo para legitimar el proceso de integración en Europa. 2.ª Contempladas las cosas desde la perspectiva del paro, los resultados son aún más preocupantes y muestran la existencia de problemas adicionales que se resumen en la escasa capacidad de nuestra economía para generar empleo en etapas expansivas y su enorme fuerza destructiva en las fases criticas y recesivas, que deben encontrar sus causas y remedios en explicaciones adicionales a las que se ofrezcan para las variaciones en la producción. La regulación del mercado de trabajo constituye un centro de preocupación decisiva de esta importante divergencia real española. 3.ª El carácter crónico del déficit comercial, incluso en los años críticos y recesivos, testimonia la presencia de una débil competitividad que constituye un problema adicional que debe encontrar un lugar destacado en la agenda reformadora de la economía española para asegurar su crecimiento duradero. Esas pobres realizaciones, que muestran los tres indicadores de convergencia-divergencia real de la economía española y la comunitaria, han originado un empeoramiento del clima de la opinión pública respecto a nuestra integración en la Unión Europea. Podría afirmarse así, que los españoles hemos pasado del extremo de un europeísmo entusiasta e incondicional en el momento de la integración a la posición opuesta de dudar de su conveniencia en el momento presente. Una oscilación pendular que suele caracterizar a nuestros comportamientos. En ese ambiente de duda y escepticismo ante el proceso de integración europea, que hoy domina entre muchos ciudadanos, parece conveniente preguntarse los «porqués» de esas pobres realizaciones que muestran los indicadores de convergencia y tratar de encontrar en sus causas los remedios para esa desilusión y escepticismo. 164 LOS PROBLEMAS DE FONDO DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA EN LOS AÑOS NOVENTA Y EL CONTENIDO DE UNA AGENDA REFORMADORA PARA SU PLANTEAMIENTO CORRECTO Y POSIBLES SOLUCIONES Toda desilusión colectiva, como la que hoy padece el proceso de integración de la economía española en la Unión Europea, encuentra siempre una explicación que no puede olvidarse: la falsa ilusión inicial de que esa integración en Europa resolvería los problemas del desarrollo de la economía española con la simple firma del Tratado de Adhesión. El feliz momento de ingreso en la economía española en la fase expansiva del ciclo europeo y su contagio natural a nuestra economía contribuyó a fortalecer esa generalizada creencia ilusionada en nuestro crecimiento económico futuro casi automático en el seno de la Unión Europea. Sin embargo, para quien conociera las exigencias que la integración económica planteaba de definir y aplicar con rigor los principios de una economía abierta y el conflicto que esos principios planteaban con el modelo castizo que gobernaba nuestros comportamientos y nuestras costumbres económicas, ese crecimiento de la fase expansiva del ciclo 1985-1991 no podía ocultar las extraordinarias dificultades de ese cambio histórico de nuestra conducta económica. La propia experiencia de nuestra política económica probaba que la exigida apertura exterior, la necesaria estabilidad interna, la instauración de la libertad y competencia de los mercados de bienes, servicios y financieros, la modificación del rígido mercado de trabajo, la reforma imprescindible de nuestra Hacienda Pública, constituían retos formidables ante los que se habían estrellado las propuestas fundadas de la mejor tradición de nuestros economistas a lo largo del tiempo 96 y los numerosos intentos fallidos de abandonar las características que definían el modelo castizo al que propendían nuestros hábitos económicos. De esta manera, y como se ha afirmado, con reiteración, a lo largo de este trabajo, el desarrollo de la economía española, derivado del escenario de la integración, despertaría, inevitablemente, esa sorda querella entre el modelo de economía abierta y el modelo castizo que se negaba a abandonar la escena española porque estaba dentro de nuestras conciencias. Y es esa querella la que explica los problemas de fondo que nos envuelven todos los días en esta década de los noventa y sin cuyo planteamiento, conciencia social de su importancia y decisión política para abordar su solución, la convergencia de la economía española y la europea resultará imposible. El planteamiento de los problemas económicos de los años noventa tiene, pues, un comienzo obligado: el análisis del cumplimiento de los que hemos denominado deberes de coherencia con nuestra decisión de integramos en Europa. Es imposible lograr la convergencia real con los países de la Unión Eu96 Vid., sobre esta posición de los economistas españoles de la que participaron los profesores Flores de Lemus, Bernis, Perpiñà, Sardá, Torres y V. Andrés Álvarez, una síntesis en E.F.Q.: «Tres decenios largos de la economía española en perspectiva», trabajo incluido en España Economía, Ed. Espasa Calpe. Madrid, 1993, pp. 14-15. 165 ropea sin cumplir con esos deberes cuyo enunciado comienza con el repaso de los que figuran entre los llamados criterios de convergencia nominal. Esos criterios destacan la importancia condicionante que, para lograr la convergencia real, tiene el reconocimiento, planteamiento y solución de tres problemas fundamentales: el logro de una estabilidad que reduzca nuestra inflación con Europa, el dominio y reducción del déficit y la limitación/reducción de la deuda pública y la consecución de tipos de interés capaces de permitir una financiación suficiente de las inversiones privadas y públicas. Estos tres problemas son los que delimitan los conocidos criterios de Maastricht fijados para la convergencia comunitaria de cara a participar en el proceso de la Unión Monetaria. Las cifras contenidas en el Cuadro 1 nos dicen cómo los españoles hemos afrontado esos problemas a lo largo de la experiencia vivida en la década transcurrida desde que firmamos el Tratado de Adhesión. Cuando se analiza el cumplimiento de los criterios de convergencia nominal por la economía española, lo primero que destacan las cifras del Cuadro 1 es el alejamiento de la economía española de su observancia. Nuestra inflación ha mejorado, desde 1985 a 1994, pero en este último ejercicio nuestra tasa de inflación continuaba manifestando su carácter diferencial respecto de la media europea (1,6 puntos porcentuales) y también sobre la condición establecida en Maastricht (en 1,2 puntos porcentuales). Una tasa de inflación resistente a la pérdida de sus diferencias y, al parecer, anclada en ese nivel del 4 al 5 por 100 de su crecimiento anual, que la convierte en un problema fundamental de los años noventa. El déficit público ha permanecido, en los años cubiertos por las cifras del Cuadro 1, en el crecido nivel del 6/7 por 100 del PIB porque, aunque en los años intermedios del período que va de 1985 a 1989 se corrigieron esos crecidos déficit, el comportamiento de nuestra Hacienda Pública desde el último ejercicio volvería a llevarnos, en 1994, a donde estábamos en 1985. Punto de vuelta a un déficit público intenso al que se añade la mucha peor situación relativa en que nos colocaba el crecido nivel de la deuda pública, que pasa del 50,8 por 100 del PIB en 1985 al 63,5 por 100 del PIB en 1994, nivel que excede el límite del criterio de convergencia nominal de Maastricht, fijado en el 60 por 100 del PIB. Finalmente, los tipos de interés mejoran sus niveles relativos de 1985, situados en el 13,4 por 100 (2,5 puntos porcentuales superiores a la media de la Unión Europea y 3,5 puntos porcentuales mayores que los exigidos por el Tratado de Maastricht). Valores que, pese a su mejora en 1994, mantenían sus diferenciales con la media de la Unión Europea (en 1,5 puntos porcentuales) y con el criterio de Maastricht (en 0,4 puntos porcentuales). La economía española no cumplía, así, al llegar el año 1994, con ninguno de los criterios de Maastricht y mantenía unas diferencias generalizadas e importantes en su convergencia nominal con la Unión Europea. Importa destacar que ese deficiente comportamiento de los indicadores de convergencia nominal ocasiona dos consecuencias de la mayor importancia: 1.ª La dificultad de participar en el proceso de la Unión Monetaria. El coste de quedar marginados de ese proceso no puede subestimarse por la economía es- 166 167 3,5* -3,0* -9,1* -2,0* -1,2* -14,0* -6,9* -2,9* -10,7* -12,6* (7,2)* -3,6* -10,1* -2,8* -2,5* (3,0)* -3,8* -4,5* -3,0* -5,5* -4,3* -2,9* -14,1* -7,0* -5,6* -2,4* -9,6* (1,3)* -3,8* -6,2* -6,3* -4,4* -4,7* -11,7* -5,6* 1994 60,0* 126,0* 64,1* 42,5* 57,9* 50,8* 38,6* 104,3* 84,3* 5,4* 68,4* 66,5* 52,7* 49,6* 18,9* 67,6* 55,8* 1985 60,0* 140,1* 78,0* 51,0* 121,3* 63,5* 50,4* 89,0* 123,7* 9,2* 78,8* 70,4* 50,4* 58,5* 58,0* 92,9* 68,9* 1994 Deuda Pública (3) 9,9* 11,6* 11,6* 7,0* 15,8* 13,4* 10,9* 12,6* 14,3* 9,5* 7,3* 27,7* 10,6* 7,8* 10,7* 13,0* 10,9* 1985 9,5* 7,7* 7,8* 6,9* (..)* 9,9* 7,2* 8,0* 10,5* 7,4* 6,9* 10,6* 8,1* 6,7* 8,4* 9,5* 8,4* 1994 Tipos de interés (4) (*) Indicador situado dentro de las condiciones establecidas en los acuerdos (1) Los precios de consumo no deben superar en 1,5 puntos al que registren los tres países menos inflaccionistas. (2) El déficit de las Administraciones Públicas no debe superar al 3% del PIB. (3) La deuda pública consolidada de las Administraciones Públicas, no debe superar el 60% del PIB. (4) Los tipos de interés (Bonos del Estado) no deben superar en dos puntos a los registrados por los países con un menor crecimiento del IPC. 4,4* Condición de Maastricht 2,4* 2,0* 3,0* 10,9* 4,7* 1,6* 2,3* 4,0* 2,2* 2,8* 5,2* 2,5* 2,9* 1,5* 3,2* 3,1* 1994 1985 4,9* 4,7* 2,2* 19,3* 8,8* 5,8* 5,5* 8,6* 4,1* 2,3* 19,6* 6,1* 3,2* 5,9* 7,4* 5,8* 1985 Bélgica Dinamarca Alemania Grecia España Francia Irlanda Italia Luxemburgo Holanda Portugal R. Unido Austria Finlandia Suecia Media Europa-12 Déficit Publico (2) Precios de consumo (1) CUADRO 1 LA CONVERGENCIA NOMINAL EN LOS PAÍSES DE LA UNIÓN EUROPEA (cumplimiento de las condiciones de Maastricht. Años 1985 y 1994) – 0 1 4 1 1 2 0 0 4 2 0 2 4 2 0 – 1985 – 2 2 4 0 0 3 3 0 4 2 0 3 3 3 2 – 1994 Número de indicadores que cumplían pañola. Como afirma José Viñals 97, el coste de quedar marginados de la Unión Monetaria supone renunciar a una mayor integración comercial y financiera con la Europa comunitaria y a padecer las consecuencias de la incertidumbre cambiaria que ello ocasionaría a la economía española. La confianza de los mercados exteriores en nuestra unidad monetaria y en los activos en pesetas se vería seriamente afectada por esa exclusión de España de la Unión Monetaria, con costes evidentes para nuestra economía, y 2.ª El incumplimiento de las condiciones de la convergencia nominal afecta directamente al proceso de convergencia real. No es posible alcanzar el objetivo de la convergencia real, sin cumplir con las condiciones de la convergencia nominal. De forma que el fin que, en última instancia, legitima nuestra integración en la Unión Europea no podrá alcanzarse sin cumplir con los requisitos indispensables de la convergencia nominal. Ambos procesos, como indica acertadamente José Viñals 98, tienen raíces comunes y resultan complementarios. Por esa doble consecuencia, el logro de una mayor estabilidad, la reducción del déficit y de la deuda pública y la consecución de tipos de interés menos divergentes, se convierten, así, en condiciones indispensables del desarrollo de la España de los años noventa y en urgente deber de coherencia de nuestro proceso de integración en la Unión Europea. Se ha afirmado con reiteración anteriormente, que la estabilidad de precios constituye una condición para sobrevivir en un modelo de economía abierta y competitiva como la que define el espacio europeo. Y se ha insistido, también, en que este requisito no contaba con una tradición española que afianzase su importancia y garantizase su cumplimiento. La falta de instituciones que concedieran credibilidad a la lucha contra la inflación y el incumplimiento reiterado de los objetivos fijados para la estabilidad de precios, han sembrado en nuestra sociedad una desconfianza permanente hacia las medidas estabilizadoras que han concedido su motivación profunda a la presencia de mecanismos de indiciación de rentas con las que sus perceptores han tratado de defenderse de la inflación no prevista y, sin embargo, muchas veces registrada. Por otra parte, esa inestabilidad continuada de nuestros precios, no solamente ha sembrado la desconfianza en su accesibilidad sino también —lo que es aún más grave— las dudas en su propia deseabilidad frente a otras metas de política económica. Es evidente que esa experiencia y actitudes tan negativas para definir y aplicar una política de estabilidad de precios se han traducido en la presencia continuada de nuestra inflación diferencial con la Unión Europea, que revelan con tanta elocuencia los indicadores expuestos de convergencia nominal. Corregir esa situación constituye el primer requisito para lograr la convergencia real de la economía española con la de los países de la Unión Europea. Es a ese propósito al que trata de servir la reforma institucional contenida en la Ley de Autonomía del Banco de España de 1 de junio de 1994. Como 97 98 168 Vid., op. cit., supra nota 46, pp. 392 y ss. Vid., op. cit., supra nota 46, pp. 386 y ss. afirma en su artículo 7 «el Banco de España definirá y ejecutará su política monetaria con la finalidad primordial de lograr la estabilidad de los precios. Sin perjuicio de ese objetivo, la política monetaria apoyará la política general del Gobierno». Como afirma el documento del Banco de España «objetivos e instrumentación de la política monetaria en 1995»: «Al enunciar ese objetivo, la Ley refleja el convencimiento de que la inflación es costosa para la sociedad y no resuelve problema alguno. Una inflación elevada y variable obstaculiza el ahorro, perturba la asignación de los recursos, acentúa las oscilaciones de la producción y el empleo, aumenta las desigualdades y, en el presente momento, dificulta la integración de la economía española en un área europea de estabilidad». Para conseguir ese propósito de tanta transcendencia resulta fundamental, en primer término, que el Banco de España explique, pública y periódicamente, con transparencia y claridad, su política monetaria y responda de sus actuaciones ante las Cortes. El artículo 10 de la Ley reconoce esos deberes: «Al menos anualmente, y siempre que se produzcan cambios significativos, el Banco de España habrá de publicar los objetivos generales de la política monetaria que establezca y los procedimientos de instrumentación previstos». Y se dispone, también, que «el Banco de España dará cuenta regularmente a las Cortes Generales y al Gobierno de los objetivos y de la ejecución de la política monetaria, debiendo informarles, en su caso, de los obstáculos que dificultan a ésta el mantenimiento de la estabilidad de los precios». En segundo lugar, la política monetaria deberá contar con la independencia de los órganos de gobierno del Banco de España, con la garantía de independencia respecto de sus decisiones de la política del Gobierno así como con la expresa prohibición de que ningún integrante de las Administraciones Públicas tenga acceso directo o indirecto a la financiación del Banco de España. ¿Garantiza esa reforma institucional del Banco de España el logro del objetivo prioritario de las condiciones de estabilidad, contribuyendo así a la convergencia nominal de la economía española con la Unión Europea, requisito de su convergencia real? La respuesta a esa pregunta decisiva cuenta con un intérprete obligado: el propio Banco de España que ha tratado de ofrecerla en los propios documentos de la institución y en las comparecencias de su Gobernador en las Cortes. Como ha afirmado, con razón, Raimundo Ortega 99, esa respuesta puede resumirse en la existencia de una afirmación básica reiteradamente realizada en todas las valoraciones de sus tareas por el Banco de España y en el cumplimiento de un conjunto de condiciones de las que depende el asentamiento efectivo de la estabilidad de precios. Afirmación básica: la independencia del Banco de España no es una panacea para lograr la estabilidad. Los males de la inflación diferencial no se remediarán si la sociedad no apoya y hace suyo el valor de la estabilidad monetaria y se convence de que los beneficios a largo plazo derivados de la misma son superiores con mucho a los 99 Vid., su trabajo: «La Autonomía del Banco de España: ¿un empeño imposible?», publicado en Cuadernos de información económica, n.º 96, 1995, pp. 32 y ss. 169 costes que su logro pueda suponer a corto plazo. En palabras del Gobernador del Banco de España: «Para que el banco central autónomo tenga éxito en esta tarea es necesario que la sociedad le respalde en el convencimiento de que la inflación no resuelve los problemas sino que los agrava, de que la inflación es un gran engaño que devora los ahorros de las familias, aumenta las desigualdades, perturba la asignación de los recursos productivos, acentúa las fluctuaciones de la producción y el empleo y, en nuestro caso, obstaculiza la deseada integración en el área europea de estabilidad y para que el respaldo nacido de esa convicción sea eficaz es preciso que se exprese en el comportamiento de los agentes económicos, privados y públicos, cuyas decisiones afectan, contribuyen o acompañan al objetivo de la estabilidad» 100. La autonomía del Banco de España solo podrá reforzar eficazmente la necesaria política de estabilidad y, con ella, la convergencia real de la economía española con la Unión Europea si se cumplen cinco condiciones 101 fundamentales: 1.ª Condición previa: Contar con una política presupuestaria que permita una «mezcla» eficiente con la política monetaria y no deje a ésta en una soledad costosa e ineficiente para lograr la estabilidad económica. Como ha afirmado el Gobernador del Banco de España: «El ajuste fiscal tiene una gran importancia desde el punto de vista de la política monetaria. A largo plazo, el mantenimiento de déficit elevados y autoalimentados por una carga financiera creciente acaba siendo incompatible con las políticas monetarias de estabilidad. En horizontes más cortos, la persistencia de fuertes déficit públicos echa una carga excesiva sobre las políticas monetarias de estabilidad y conduce a elevaciones de los tipos de interés que imposibilitan una expansión sostenida de la economía. El ajuste fiscal es imprescindible para desarrollar una combinación adecuada de las políticas monetaria y fiscal y ganar credibilidad ante los mercados, jueces fríos y, a menudo, certeros de la evolución y perspectivas de las economías» 102. 2.ª Para la consecución del objetivo de la estabilidad de precios reviste una gran importancia la estabilidad del tipo de cambio cuya fijación, según la Ley de Autonomía y los compromisos de Maastricht, es competencia del Gobierno. En el marco de la formulación de los objetivos monetarios del Banco de España, el compromiso con la estabilidad cambiaria se entiende como el resultado de un conjunto de políticas económicas orientadas a la convergencia con las economías más estables de la Unión Europea. Es evidente que la autonomía del Banco de España puede verse limitada y sus posibilidades para alcanzar la estabilidad de precios reducidas en el caso de que España utilizara la política 100 Vid., «Presentación por el Gobernador del Banco de España, ante la Comisión de Economía del Congreso de los objetivos de la política monetaria para 1985», publicada en Boletín económico del Banco de España, diciembre, 1994, p. 14. 101 Las cinco condiciones expuestas en el texto varían las propuestas en el trabajo de ORTEGA, R. (vid., supra nota 52). Son coincidentes las tres primeras, no la cuarta y quinta. 102 Vid., «Presentación por el Gobernador...», op. cit., supra nota 52, p. 12. 170 cambiaria para compensar las deficiencias registradas en otras políticas económicas o sustituir, con la depreciación de la peseta, la ausencia de medidas estructurales en campos decisivos de la actividad económica. 3.ª La política de reducción de la inflación y la mejora de las posibilidades de desarrollo de la economía española debe contar, según subraya el Gobernador del Banco de España, con la realización de «las denominadas reformas estructurales, expresión que siempre corre el riesgo de convertirse en una referencia ritual y de dudoso contenido pero que, en la realidad, oculta, en la mayoría de los casos, la conveniencia de adoptar medidas de signo liberalizador frente a intervenciones excesivas o innecesarias, posiciones monopolísticas o restricciones gremiales cuyo resultado habitual es el encarecimiento de los bienes y servicios y el desaliento de la inversión, el avance tecnológico y el empleo» 103. 4.ª Condición destacada para que se mantenga la desaceleración de la inflación —y para favorecer la creación de empleo— según ha acentuado en distintas oportunidades el Banco de España y, con especial insistencia, su Gobernador al presentar los objetivos de la política monetaria para 1995, es la moderación de las rentas salariales tardíamente iniciada en España en 1994 y cuya continuidad debe ser asegurada así como la flexibilización del mercado de trabajo: «España —ha subrayado el Gobernador del Banco de España— solo podrá hacer frente a los nuevos retos de la competencia internacional, crear empleo a un ritmo adecuado y mejorar la retribución real del trabajo si genera y atrae inversión, no sustituye en exceso trabajo por capital, desarrolla actividades con valores añadidos superiores a los actuales, mejora la calidad y el nivel tecnológico de su capital físico o aumenta la cualificación de su fuerza de trabajo y acepta la movilidad resultante de la transformación necesaria de su estructura productiva. Para todo ello son necesarias tanto la moderación en el avance de los salarios monetarios como una mayor flexibilidad del mercado de trabajo en el marco de unas mejores relaciones industriales» 104. 5.ª Sólo en el marco del conjunto de las existentes condiciones anteriores encuentra su sentido la definición de una política monetaria cuyos objetivos se definan en términos de una tasa de inflación para un horizonte apropiado y a medio plazo, que sitúe la evolución de los precios españoles en la senda de convergencia con el área de estabilidad europea. Ello supone colocar, de manera gradual y estable, la tasa de inflación, medida por el IPC, por debajo del 3 por 100 a lo largo de los tres próximos años. Para apreciar ese comportamiento de la economía se utilizarán un conjunto amplio de indicadores que permitan vigilar la marcha de la estabilidad económica deseada: tasa de inflación atendiendo al IPC y sus componentes y a otros índices (precios industriales, precios percibidos por los agricultores, valor unitario del comercio exterior, evolución de los salarios, costes unitarios del trabajo, márgenes empresariales, presión de la demanda y cuentas exteriores así como de la política 103 104 Vid., «Presentación por el Gobernador…», op. cit., p. 8. Vid., «Presentación por el Gobernador…», op. cit., pp. 7-8. 171 fiscal). Todas estas variables contribuirán a mantener una vigilancia constante de la inflación y de sus perspectivas a medio y largo plazo y a evitar reacciones de la política monetaria, tanto retrasadas como precipitadas, que pudieran carecer de justificación. A esa valoración de la política monetaria deberá contribuir también el análisis de otros indicadores: configuración de la curva de rendimientos y de los diferenciales de los tipos de interés con otros países que ayudan a conocer las expectativas de los mercados. El hecho de que la inflación constituya, a medio y largo plazo, un fenómeno básicamente monetario, obliga a añadir, a los indicadores anteriores, el comportamiento de la cantidad de dinero. Ese había sido el proceder tradicional de la política monetaria del Banco de España que venía definiendo sus objetivos, desde 1978, en términos de un agregado considerado como dinero o como expresión básica de la liquidez en manos del público. Esa estrategia suponía que la demanda del público de la magnitud considerada como dinero respondía a una función estable de un conjunto de variables (renta real, precios y tipos de interés) y que el Banco de España podía controlar y afectar razonablemente al comportamiento del gasto nominal del público en bienes y servicios a lo largo del tiempo mediante su actuación sobre la magnitud considerada como dinero. Ese esquema de la política monetaria española obligó a ampliar el conjunto de activos considerados como dinero por la utilización del público de los mismos, que terminó concretando en los activos líquidos en manos del público (ALP) la magnitud objeto del control monetario. Sin embargo, los movimientos de esta magnitud ampliada —ALP— se han visto profundamente afectados en su significación precisa por la liberalización de los tipos de interés, la liberalización creciente de los movimientos de capitales y la globalización de los mercados financieros. De este modo los movimientos observados en los agregados monetarios ha oscurecido el significado de sus variaciones sobre el comportamiento del gasto nominal del público en bienes y servicios, obligando a interpretar los movimientos de una magnitud consideraba como dinero para obtener una aclaración de su significado. Este problema universal ha llevado a distintas soluciones por los bancos centrales para evitar que las desviaciones de la magnitud considerada como dinero —en España, los ALP— llevase a inspirar decisiones monetarias erróneas para orientar el gasto nominal del público en bienes y servicios. Esa misma oscuridad interpretativa afecta a otros agregados monetarios, incluso en mayor medida que a los ALP (M0, M1, M2). La decisión tomada por la nueva política monetaria del Banco de España ha consistido en abandonar la fijación de sus objetivos en términos de ALP y restantes agregados monetarios representativos de la magnitud dinero. Sin embargo, todos los agregados monetarios se utilizarán como indicadores por el Banco de España, concediendo a los ALP el carácter de indicador privilegiado capaz de contribuir a una valoración de la situación y perspectivas de la inflación en el país Los estudios del Banco de España sitúan, a largo plazo, el crecimiento de ALP por debajo del 8 por 100 como valor coherente del comportamiento deseado de la inflación. A más corto plazo, las desviaciones de los ALP por encima de esa tasa de crecimiento no señalan, necesariamente, 172 un aumento peligroso del gasto y la inflación pero sí deben utilizarse como indicadores de alerta, lo que exige vigilar e interpretar sus desviaciones para realizar un diagnóstico de la situación y actuar en consecuencia. Asimismo se utilizarán como indicadores relevantes de la política monetaria el crecimiento del crédito interno (a los sectores privado y público) y las variaciones de los activos exteriores netos impulsores del crecimiento de la liquidez. Partiendo de los objetivos e indicadores de la política monetaria que se han expuesto y del esquema complejo de análisis al que obliga su interpretación, las decisiones finales de la política monetaria se instrumentarán por los procedimientos habituales que viene utilizando el Banco de España para regular las condiciones de oferta de liquidez de base del sistema monetario. Esa presentación de las tareas prioritarias de la estabilidad de precios, desde la perspectiva a que obliga a entenderlas la concesión de la autonomía al Banco de España para su realización efectiva, es la que revela el campo complejo al que deben extenderse las decisiones económicas y las importantes reformas de fondo que reclama el logro de sus propósitos, sin cuya disponibilidad será imposible lograr la pretendida estabilidad de precios y conseguir la convergencia nominal y real de la economía española con las de la Europa comunitaria. Permítaseme insistir sobre estas afirmaciones. Ante todo, para posibilitar la necesaria estabilidad de precios en España es preciso destacar lo obvio que, por su carácter, corre siempre el riesgo de su olvido. Atribuir a la política monetaria tan sólo, nacida de la autonomía del Banco de España, la exclusiva responsabilidad de estabilizar los precios, constituye una imputación irresponsable. La responsabilidad de las tareas de la estabilidad de precios reside en la sociedad que la precisa y en el sentimiento compartido de los crecidos costes que ocasiona la inflación que la impide. La larga vigencia del modelo castizo ha creado en España unas tendencias al desequilibrio y a la inflación poderosamente arraigadas en la cultura de los agentes económicos (empresas, familias y gobierno) e incorporadas a las deficiencias estructurales de la economía. Los fracasos en los intentos de accesibilidad de nuestra economía a unos precios estables y la lucha, perdida tantas veces, con la inflación, encuentran su causa más eficiente en las dudas permanentes de nuestra sociedad y de nuestra política económica en la propia deseabilidad del objetivo de conseguir unos precios estables para cuya implantación carecíamos de las instituciones con las que lograrlo. Seria un grave error creer que podemos improvisar unas instituciones estabilizadoras con el solo apoyo de su simple definición legal. O las instituciones se basan en la conciencia colectiva del servicio a los objetivos que pretenden o la defensa de esas finalidades por las instituciones creadas enfrentará a éstas, todos los días, con la debilidad de sus apoyos sociales. Traducida al campo de la autonomía del Banco de España esa afirmación significa que, sin un consenso social suficiente sobre la importancia de preservar la estabilidad económica, nuestro Banco Central no podrá perseguir, con independencia y autonomía, el fin prioritario que la Ley le adjudica de estabilizar los precios españoles. Es evidente que la cultura de la 173 estabilidad sobre la que se fundamenta la política económica de la lucha contra la inflación no puede improvisarse en un país que no la ha adquirido a lo largo de su historia pero no es menos cierto que la España de hoy, integrada en la Unión Europea como vía a su desarrollo económico, viene obligada a forzar su aceptación y aprendizaje de la estabilidad si quiere lograr la convergencia real de su producción y renta con la de los países comunitarios 105. En segundo lugar, la política de estabilidad reclama la atención a las condiciones de las que depende la eficacia de las medidas de política monetaria y la primera de esas condiciones es la antes enunciada de contar con la colaboración de la política presupuestaria. Nuestra experiencia reciente de los indicadores de convergencia nominal denuncia que la debilidad más escandalosa de nuestra política macroeconómica de estabilidad ha residido en la combinación inadecuada de las medidas de política fiscal y política monetaria. Combinación impedida siempre en sus dosis correctas por la soledad en la que la política presupuestaria ha dejado a la política monetaria, condenando al país a un sacrificio de su estabilidad o a la consecución de resultados muy pobres y costosos. No puede extrañar tampoco que, por este motivo, el Gobernador del Banco de España haya dirigido sus advertencias más reiteradas y dramáticas a lo que él denomina el ajuste fiscal necesario. Pues bien, ese ajuste de la política presupuestaria resultará imposible sin realizar reformas de fondo que posibiliten su presencia. En efecto —y como se ha expuesto anteriormente— el modelo castizo de nuestra Hacienda Pública —que dominaría la concepción del presupuesto, gastos e ingresos públicos desde la reforma moderada de 1845— no ofreció el apoyo preciso para disponer de unas instituciones fiscales capaces de asentar la disciplina del gasto público y la suficiencia y flexibilidad del sistema tributario con lo cual nos hemos encontrado con que, al llegar la democracia, los comportamientos de la Hacienda Pública manifestaran la omnipresencia de un déficit en todos los años vividos desde la etapa de la transición y con el actual crecimiento explosivo de la deuda pública. Hoy sabemos que la voluntad política, proclamada en cada ejercicio presupuestario para reducir el gasto público, no constituye sino el abuso reiterado de una retórica estéril y que la única solución del permanente problema del déficit público español y el aumento de su deuda, resultará imposible si las instituciones y procedimientos presupuestarios que lo impulsan no se reforman. Sabemos, también, que las medidas restrictivas para reducir el déficit deben orientarse hacia la limitación del gasto público y no hacia el aumento de la imposición y que padecemos la presencia de tres pasivos estructurales cuya permanente reducción 105 Ese aprendizaje no es fácil. La inexistencia de una cultura de la estabilidad de precios y la poca apreciación ciudadana por el mantenimiento del valor del dinero dificultan la aceptación de la independencia del Banco Central y su servicio a la tarea prioritaria de la estabilidad de precios. Una muestra de la dificultad latina de ese aprendizaje de la estabilidad es la que ha mostrado la reciente e interesante controversia entre el consejero del Banco de Francia, Jean Boissonnat y Philippe Séguin, Presidente de la Asamblea Nacional francesa y que ha discurrido en el diario francés Le Monde (21, 22 y 26 de abril de 1995). Polémica recogida en Cuadernos de Infomación Económica, n.º 97-98 (abril-mayo, 1995), pp. 165 y ss. 174 constituye un comportamiento vital para aliviar el déficit público. Conocemos, así, que es indispensable reducir el fraude fiscal situado en un 5 por 100 del PIB según las estimaciones más conservadoras. Sabemos que es preciso evitar el incrementalismo en la elaboración de los presupuestos que afianza y amplia el crecimiento del gasto en cada ejercicio, conocemos que la descentralización territorial del gasto público (y no de la imposición) contribuyen a duplicar partidas de gasto y a propiciar el gasto y el déficit público. Es esa experiencia vivida la que apunta a las reformas estructurales necesarias de nuestra política presupuestaria para reducir déficit público y deuda y que deberían discurrir en dos direcciones: 1.ª En el remedio, con reformas programadas, de los tres defectos estructurales que perpetúan y amplían el déficit público antes aludido, y 2.ª Variar la restricción laxa del presupuesto español que arranca de los defectos que plagan la forma de elaboración del presupuesto (con la presencia multiplicada de los créditos ampliables, los créditos que generan determinados ingresos, la utilización abusiva de los créditos incorporados de ejercicios anteriores, las transferencias de crédito, alterando su finalidad inicial). Laxitud presupuestaria presente, asimismo, en la fase de discusión y aprobación del presupuesto en las Cortes (con la presencia de delegaciones al poder ejecutivo que arrancan de los supuestos anteriores y el abuso de los suplementos de crédito y créditos extraordinarios) y laxitud final en la ejecución del presupuesto que motiva la discrepancia continuada entre autorizaciones de gasto y gastos efectivamente realizados en los cinco últimos ejercicios que se sitúan en el 25 por 100. No puede extrañar que esta laxitud presupuestaria, que domina en todas las fases del ciclo vital del presupuesto, sitúen al presupuesto español entre los más defectuosos de los países comunitarios al apreciar su laxitud según la estimación de van Hagen 106. Reformar esa situación del presupuesto español obliga a plantear cambios fundamentales en la Ley General Presupuestaria de 1977, variaciones en su contabilización y mejoras definitivas en la información que el presupuesto suministra, información tan abundante hoy en documentos como escasamente transparente para conocer y evaluar las partidas presupuestarias que definen su estrategia. La situación presupuestaria española y el ajuste fiscal necesario acotan un campo de reformas de fondo sin cuya práctica será imposible lograr la convergencia nominal y real de la economía española con las de los países de la Unión Europea. Conceder autonomía al Banco de España, responsabilizándole de la estabilidad de precios sin practicar el ajuste de disciplina presupuestaria, equivale a encomendarle una tarea imposible y, lo que es peor, obligar al Banco de España a una querella continua con la denuncia reiterada, impopu106 Vid., op. cit, supra nota, 44. Este trabajo de Von Hagen se ha aplicado al caso de la Hacienda Pública Española y se ha actualizado y extendido por GONZÁLEZ PÁRAMO, J. M., «Presupuestos generales del Estado para 1995: el difícil anclaje de la credibilidad presupuestaria», Cuadernos de información económica, n.º 91, 1994, pp. 16 y ss. 175 lar y estéril de la falta de colaboración de la política presupuestaria a las tareas de la estabilidad de precios 107. Uno se pregunta ante esta situación inexplicable (reforma del Banco de España con la Ley de Autonomía, carencia de una reforma estructural de la política presupuestaria) por la lógica a que pueda responder este desequilibrio escandaloso. Quizás no se encuentre otra explicación plausible de esta paradoja que la de buscar un responsable de la estabilidad de precios, sin desearla en el fondo, para seguir practicando una política presupuestaria que permita seguir gastando para gobernar sin gravar, reclamando la sola responsabilidad de la política monetaria en la inestabilidad de los precios. Esa situación de déficit público permanente, asociada a la continuidad de la inflación diferencial española, explica la divergencia de los tipos de interés españoles y comunitarios que constituye el cuarto de los criterios de divergencia nominal que recoge el Cuadro n.º 1 y que condiciona la marcha de las inversiones privadas y el mayor coste de las inversiones públicas, dificultando así el desarrollo de la economía española y su proceso de convergencia real con la Europa comunitaria. Para la consecución del objetivo de la estabilidad de precios, la política monetaria debe contar, también, con la propia estabilidad del tipo de cambio de la peseta, cuya fijación es competencia del Gobierno. El Banco de España, como se ha indicado anteriormente, entiende que el compromiso de la estabilidad cambiaria debe ser el resultado de un conjunto coherente de políticas económicas orientadas a la convergencia con las economías más estables de Europa. Tendencias depreciadoras del tipo de cambio —situadas más allá de las fluctuaciones transitorias del mismo— constituyen un indicador de la conveniencia de adoptar políticas de signo más restrictivo. Esta condición revela las posibles limitaciones de la política monetaria si el Gobierno no cooperara con las restantes decisiones de las que depende la política de estabilidad que el mantenimiento de un tipo de cambio realista de la peseta necesita y, más aún, si la alternativa de la devaluación del tipo de cambio se utilizara como medida compensatoria para obviar las reformas estructurales de las que depende la estabilidad de precios y la del propio tipo de cambio. 107 Sin duda, el problema más aludido en todas las intervenciones del Gobernador del Banco de España, como condicionante de la política monetaria de estabilidad, es el comportamiento de la política presupuestaria. La existencia de un déficit público continuado y la falta de reformas institucionales que disciplinen el crecimiento del gasto e impidan la elevación del déficit público, están en el fondo de la ausencia de una política presupuestaria y de las dificultades de la política monetaria en nuestro país. Anibal Cavaco Silva, con motivo de su ingreso como Académico de Honor de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, insistió en este condicionante de la política presupuestaria a la política monetaria de estabilidad (Vid., CAVACO SILVA. A.: Combinación de políticas de estabilización en un marco de integración: la experiencia portuguesa, Discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Madrid, 1994). Creo que es una opinión acertada y relevante la que Cavaco sostiene al afirmar que la mayor independencia y autonomía de un flanco central es la que le concede un presupuesto riguroso y bien ejecutado. Algo de lo que carecemos en España. 176 La experiencia de la convergencia nominal de la estabilidad de precios ha probado, en el caso de la economía española, la importancia que reviste junto a la combinación adecuada de política monetaria y presupuestaria, el funcionamiento eficiente de los mercados bajo los principios de liberalización y competencia de sus transacciones. El capitalismo corporativo español ha constituido un componente fundamental del modelo castizo cuya reforma constituye una condición decisiva para el funcionamiento de una economía abierta y para el asentamiento de una estabilidad de precios indispensable para sobrevivir en el espacio europeo. La liberalización de la economía y la expansión de las fuerzas del mercado han avanzado, desde nuestra integración en la Unión Europea, por la exigencia de cumplir con la armonización del marco regulatorio europeo, que ha condicionado las reformas de nuestra legislación. Pero ese avance de la liberalización y la competencia ha sido desigual e incompleto. El Banco de España ha insistido, con razón, como se ha indicado, en la necesidad de completar la agenda reformadora española incorporando los cambios estructurales que precisan los mercados de bienes y, más aún, los de servicios que aún viven al margen de la competencia, si es que deseamos contar con una inflación europea. Se ha afirmado, con fortuna y con verdad, que las dos propiedades más destacadas de nuestra inflación son las que se derivan de su doble carácter diferencial (con la de los países de la Unión Europea) y dual que registra el comportamiento diferente entre el componente de los precios de los servicios y de los bienes comercializables de la industria. Esa dualidad está causada, como han probado elocuentemente los informes del Tribunal de Defensa de la Competencia 108 por la capacidad de ciertos y fundamentales servicios de trasladar a sus precios aumentos de coste, con independencia de su productividad, contando con el dominio de estos sectores de sus mercados, cerrados a la comercialización exterior y la competencia interna y externa. Un comportamiento que afecta a todas las economías europeas pero, con especial intensidad, a la española cuyos crecimientos de precios en el sector servicios discurren con valores superiores a la media comunitaria. Los efectos de ese comportamiento no solo son un motor de la inflación sino que se dispersan en distintas direcciones y todas ellas negativas, como han subrayado Miguel Ángel Fernández Ordóñez y Carlos Ocaña 109 pues dañan la competitividad de la industria, reducen la eficiencia económica y limitan las posibilidades de empleo. Por todos esos motivos, las reformas estructurales tendentes a implantar la liberalización y la competencia en los mercados de servicios constituyen un cambio estructural de la mayor importancia al servicio de la convergencia nominal y real de la economía española con las de los países de la Unión Europea. Esta po108 Vid., TRIBUNAL DE DEFENSA DE LA COMPETENCIA, Remedios políticos que pueden favorecer la libre competencia en los servicios y atajar el daño causado por los monopolios, Madrid, 1994, e Informe sobre el libre ejercicio de las profesiones: propuesta para adecuar la normativa sobre las profesiones colegiadas al régimen de libre competencia vigente en España, Madrid, 1992. 109 Vid., FERNÁNDCZ ORDÓÑEZ, M. Á.; OCAÑA, C., y PÉREZ DE TUDELA: «Un balance de liberalización de los servicios», trabajo publicado en Papeles de economía española, n.º 62, 1995. 177 lítica de reforma estructural del sector servicios cuenta con una excelente guía para su realización, diseñada por el Tribunal de Defensa de la Competencia, tanto en los criterios que deben inspirar su estrategia general 110 como en los sectores que deben atraer la atención prioritaria de la reforma. Las listas ofrecidas por el Tribunal de Defensa de la Competencia han seleccionado los principales sectores que deberían polarizar la atención social y política: el de los transportes (con logros importantes bajo la inspiración de los informes y propuestas del Tribunal de Defensa de la Competencia en el transporte aéreo pero con reformas pendientes, denunciadas por el Tribunal, en el transporte ferroviario), en las telecomunicaciones (con el adelanto logrado del proceso de liberalización instado por la política de la Unión Europea, merced al impulso del Tribunal, pero con decisiones pendientes aún de ejecución), en el sector de la energía eléctrica (en que se cuenta ya con la Ley del Sector Eléctrico cuyo desarrollo es indispensable así como la revisión de los procesos de concentración del sector), en el mercado del suelo (la reforma más urgente, importante y pendiente de realización), en el sector de las profesiones (reforma aplazada en 1992 y que no ha conseguido formulación legal precisa ni menos aún su aplicación efectiva), en los monopolios locales (en los que no se ha logrado remover los obstáculos de ciertos servicios a la competencia como los funerarios o los de transporte urbano), en el del comercio (en el que no sólo no se ha extendido la liberalización y la competencia sino que se ha retrocedido en aspectos fundamentales como el de los horarios comerciales y la restricción a la implantación de nuevas grandes superficies) y en otros sectores (entre los que destacan las farmacias, puertos, cines y distribución de carburantes) que el Tribunal de Defensa de la Competencia tiene en estudio. Aunque los cambios en las ideas sobre la necesidad de liberalizar los mercados de servicios e instaurar las condiciones de una mayor competencia hayan ganado presencia en la sociedad española en los últimos años, es lo cierto que solo unos pocos cambios se han llevado a la práctica. La reforma estructural del sector servicios está, en su mayor parte, por hacer y sin su realización la convergencia nominal y real de la economía española con la economía europea resultará imposible. Excluido de los criterios de convergencia nominal de Maastricht y muchas veces propuesto, figura el indicador comparado de las tasas de paro que manifiesta la divergencia más acusada, más permanente y más grave de la economía española con la comunitaria, según se expuso anteriormente. Un indicador que ofrece una evolución divergente en sus valores con los que registra la marcha del PIB por habitante, lo que en principio reclama explicaciones adicionales de ese comportamiento. Esta afirmación tiene que ser bien entendida porque el crecimiento del empleo tiene que basarse siempre en una condición necesaria: la intensificación 110 Lineas de política económica general sobre la defensa de la competencia expuestas en los informes del Tribunal. Vid., «Remedios políticos…», op. cit., supra nota 65, Capítulo 3 («Criterios para diseñar las políticas de liberalización», pp. 35 y ss) y Capítulo 4 («Recomendaciones generales», pp. 45 y ss). 178 de la tasa de desarrollo de la producción. Sin un ritmo de desarrollo económico sostenido y próximo a la tasa de desarrollo potencial de la economía, no cabe esperar un aumento del empleo. Quiere ello decir que el carácter del empleo como variable derivada obliga a partir del desarrollo de la producción como una condición necesaria. De ahí que deba colocarse un acento de importancia sobre las condiciones de las que depende el desarrollo de la producción y de la inversión cuya vigorización es indispensable para favorecer el empleo en nuestra sociedad. Es evidente que, entre estas condiciones para el aumento de la inversión, figuran las ya expuestas y que se refieren a la mejora de los indicadores de la convergencia nominal: sin una mayor estabilidad de precios no será posible crear el marco necesario para esperar un aumento de las inversiones; sin una combinación adecuada de política presupuestaria y monetaria el logro de la estabilidad resultará imposible y el riesgo de la inflación se acusará sobre los procesos de inversión; sin unos tipos de interés menores no se posibilitarán las mayores inversiones privadas y públicas; sin una política fiscal que propicie el aumento del ahorro no contaremos con la base precisa para fortalecer las inversiones y ese aumento del ahorro reclama una reducción del déficit público y un estímulo del ahorro familiar y empresarial que debe provenir de medidas de política tributaria. A la creación de ese clima propicio para la inversión y el desarrollo económico debe contribuir también, como se ha expuesto, una política del tipo de cambio realista y estable fundamentada en la propia estabilidad de la economía. Las reformas estructurales de los mercados de servicios constituyen, asimismo, un fundamento necesario para acrecer la competitividad de la industria, mejorar la eficacia de la economía, aumentar las posibilidades de su crecimiento y reducir la tasa de inflación. Esa estrategia condicionante de la expansión de la producción y la derivada del empleo deben completarse con la ya expuesta en la primera parte de este trabajo, consistente en favorecer las inversiones en capital humano y tecnológico, lo que acentúa la importancia crítica de las inversiones en educación, actividades en I+D orientadas a generar innovaciones propias y, sobre todo, las tendentes a conseguir la asimilación y adaptación de las logradas en países más desarrollados que el nuestro que acentúen, particularmente, las que afectan a los procesos más que a los nuevos productos. Añadir a esas inversiones el mantenimiento de las públicas que favorezcan las infraestructuras constituye, asimismo, una parte de esa estrategia condicionante del desarrollo de la economía que añade un plus de productividad y posible expansión del producto. Esa estrategia del desarrollo de las inversiones debería beneficiarse de una política regional más beligerante que la actual procedente de la Unión Europea para fomentar y ayudar a su realización. Todas esas condiciones constituyen datos de partida necesarios para crear empleo en cuanto favorecen el desarrollo de la producción y las inversiones pero no constituyen condiciones suficientes para reducir los indicadores de divergencia del paro. Existe un conjunto adicional de variables de las que la desocupación depende y cuya presencia explica la enorme divergencia existente entre el indicador del paro y del PIB por habitante entre España y la Unión 179 Europea. Ya se han mencionado anteriormente las que se refieren a la población activa: su intenso crecimiento proveniente de la burbuja demográfica de la población joven, efecto lejano del aumento de la natalidad de los años sesenta y, por otra parte, la irrupción de la mujer en los mercados de trabajo desde finales de los años setenta. Por otra parte, no puede ignorarse que el paro de larga duración y el de ciertos colectivos marginales plantea problemas específicos que reclaman explicaciones y medidas adicionales para su reducción. Factor decisivo de esa disparidad entre aumentos de inversiones y producción y crecimiento del empleo es el cambio tecnológico que se manifiesta en requerimientos cada vez menores de trabajo por unidad de producto y que plantean, en todo caso, el problema de la adecuación de los conocimientos de la mano de obra para atender a la demanda de trabajo. Adicionalmente, la ocupación viene condicionada por el comportamiento del coste de uso del trabajo cuyos tres componentes, reiteradamente aludidos con anterioridad, salarios, costes laborales no salariales y costes laborales implícitos, dependen de la rigidez e inadecuación del mercado de trabajo español cuya reforma y aplicación condiciona severamente las oportunidades de empleo. La contemplación de las condiciones de empleo y el paro, a partir de la exposición anterior, es la que delimita las posibilidades y las medidas de la política dirigida a elevar la ocupación y reducir el paro en nuestra sociedad. Esa política, según las opiniones dominantes, debería orientarse en tres direcciones: 1.ª En el aumento del PIB y de las inversiones que posibiliten su desarrollo. Sin asentar el cumplimiento de las condiciones de la convergencia nominal no será posible crear el marco del que depende el desarrollo de las inversiones. Exigencia que concede toda la importancia que realmente tienen a las reformas estructurales del sector público para definir una política presupuestaria que permita cooperar con la política monetaria en una combinación eficiente para contribuir a la estabilidad de la economía, a la fijación de un tipo de cambio realista de la peseta y a las reformas estructurales de los mercados de servicios. A esos condicionantes de la inversión y del crecimiento del producto es preciso añadir, como factor adicional, el estímulo de las inversiones, al que nos hemos referido, en activos intangibles (educación, actividades en I+D que favorezcan las innovaciones tecnológicas y la asimilación de las producidas en otros países) y las inversiones públicas en infraestructuras, condicionante de la intensificación del desarrollo en una economía. 2.ª Las políticas de formación profesional, tanto ocupacional como continua, deben constituir un componente prioritario de las políticas de empleo. La alta rentabilidad de estas inversiones es algo que ha probado la moderna literatura disponible, siempre que se atienda más a su programación cuidadosa que a la cuantía de los gastos en que se manifiesta y concediendo la debida prioridad, que la experiencia avala con gran fuerza, a la formación en el seno de las empresas. Los defectos de la política de formación profesional en España otorgan a la corrección y mejora de esta política una importancia prioritaria. 180 3.ª Las necesarias reformas en el mercado de trabajo. Nos hemos referido en varias oportunidades, a lo largo de la exposición anterior, a la regulación existente del mercado de trabajo y a sus consecuencias sobre la inflación, el empleo y la competitividad de la economía. Se han expuesto los rasgos a que responde el modelo castizo de relaciones laborales, afirmado durante el régimen autoritario del franquismo e incompatible con el modelo de economía abierta y los principios de la democracia política. Una incompatibilidad que parecía favorecer su reforma. Sin embargo, los componentes fundamentales de la regulación del modelo castizo de relaciones laborales se incorporaron al comportamiento del mercado de trabajo en la democracia, evaluándose como privilegios heredados por el acrecido poder de los sindicatos, lo que no fue capaz de cuestionar el nuevo orden democrático del país. Esto es: el poder sindical entendió que había que mantener la estabilidad del empleo (a través del carácter indefinido de los contratos de trabajo), la limitación y desconfianza frente al empleo temporal y aumentar las prestaciones sociales de un Estado de Bienestar que habían adquirido ya cierta importancia al llegar la transición democrática. Desde estas bases, ganadas por la herencia del modelo castizo, la presión sindical se orientaría en tres direcciones: aumentar el poder de los sindicatos en la empresa, lograr fuertes incrementos salariales que superaran y previnieran el crecimiento de la inflación del pasado y una ampliación de los «mecanismos de voz», en este caso sindicales, en la vida social y política. Estas actitudes sindicales en el contexto de la grave crisis económica, iniciada por el shock petrolífero de 1973, que había llegado a nuestro país en 1975, produciría el que se ha calificado por Carlos Sebastián 111 como shock salarial (esto es: nada menos que un 41,7% de aumento en el salario real entre 1974 y 1981), que superaría en entidad al propio shock petrolífero (con un aumento del precio real del petróleo entre esas mismas fechas del 25,2%). Por otra parte, los costes laborales no salariales, representados por las cotizaciones empresariales de la seguridad social, crecieron con especial intensidad en la década crítica (197585), llegando a representar, en esta última fecha, el 25 por 100 de la remuneración de los asalariados a partir del 19 por 100 en 1975. Los costes laborales implícitos (limitaciones impuestas a las empresas que las impiden utilizar de forma óptima el factor trabajo) se situaban en niveles muy elevados, debido a los crecidos costes del despido que sumaban los de las indemnizaciones (situadas entre las más elevadas de la OCDE) y los de tramitación judicial y autorización administrativa que aumentaban muy apreciablemente los costes totales por despido reforzando la rigidez del empleo. La experiencia de la crisis económica, que dominaba a la llegada de la transición democrática y que se manifestaba a través de sus tres indicadores más significativos (una tasa de inflación de dos dígitos, un aumento significativo y constante de la tasa de paro y una caída continuada del empleo así como un aumento del déficit de la balanza de pagos que acumulaba una deuda externa 111 Vid., op. cit., nota 8. p. 347. 181 de más de 12.000 millones de dólares en 1977) hizo inevitable la práctica de una política de ajustes convertida, en 1977, en una prioridad irrenunciable de la economía española. Fue esa política de ajustes de la crisis económica la que intentó llevarse a cabo en los Pactos de la Moncloa. Como indicaba el texto que contenía sus criterios orientadores, la reforma en el mercado de trabajo constituía una parte fundamental de su contenido. Esos criterios de reforma debían incorporar dos cambios fundamentales: la moderación salarial, de una parte, y, de otra, la adecuación del modelo de relaciones laborales a las exigencias de una economía abierta y competitiva. Para afrontar el primer problema se proponía que los salarios adecuasen su marcha a la inflación prevista y no a la realizada o histórica. Para el segundo problema, se proponía ampliar el margen de contratación temporal y reducir los costes de despido para las nuevas contrataciones. La primera de esas propuestas fue aceptada por los partidos políticos y los sindicatos, lo que quebró espectacularmente el crecimiento de la inflación. Las propuestas para abordar el segundo y fundamental de los problemas padecido por el mercado de trabajo, trasunto del modelo castizo dominante, se pospusieron para tratar de recogerlas en el Estatuto de los Trabajadores que debía elaborarse por el Gobierno. Esta norma se aprobaría, al fin, en 1980 pero, por desgracia, no supuso, pese a la racionalidad y mayor claridad de algunas de sus disposiciones, cambio fundamental alguno en los elementos constitutivos del modelo castizo de relaciones laborales que prolongó su vigencia, con la rigidez en los sistemas de contratación, subsistiendo las elevadas indemnizaciones por despido y la limitación de los contratos temporales cuyas consecuencias negativas se agudizaron por la grave crisis económica dominante. Esas consecuencias negativas de la permanencia del modelo castizo de relaciones laborales se manifestaron, con toda elocuencia, en los niveles de empleo. En efecto, como prueba el Gráfico 5, que muestra la evolución del nivel de empleo, éste caería de los 12.758.900 trabajadores ocupados en 1975, a los 10.869.300 ocupados en 1985. Un hecho aleccionador que proclamaba dos enseñanzas que no podían ser olvidadas para inspirar cualquier reforma del mercado de trabajo en nuestro país: 1.ª La formidable capacidad de la regulación castiza del mercado de trabajo existente y del comportamiento de la economía española para destruir empleos en las etapas recesivas, y 2.ª Que un sistema de contratación ilimitada, con elevados costes de despido, no constituía garantía alguna para defender la ocupación en etapas críticas. Como ha afirmado Pilar García Perea 112: «pese a esa legislación protectora del empleo ilimitado, que caracterizaba al modelo de relaciones laborales, en las etapas recesivas se producen en la economía española intensas —y, sobre todo, prolongadas— pérdidas de puestos de trabajo, ligadas al deterioro de las empresas, siendo el resultado la aparición de un importante volumen de desempleo y la destrucción de una parte sustancial de la capacidad productiva». 112 Vid., «Generación de empleo en España: perspectivas y condicionantes», trabajo publicado en Economistas, n.º 64, 1995, p. 358. 182 GRÁFICO 5 EVOLUCIÓN DEL EMPLEO (Ocupados) (*): 1995 (1.er Trimestre). FUENTE: EPA (INE). Fue ese comportamiento del mercado de trabajo, que había precipitado al nivel mínimo histórico el total de la ocupación en la economía española en la primera mitad de los años ochenta (ver Gráfico 5), el que llevaría a realizar la primera reforma en el modelo castizo de relaciones laborales a finales de 1984. En la práctica de esta reforma influyó, también, el crecimiento de la economía sumergida a la que empresas y trabajadores acudían para obviar la perturbadora rigidez de la regulación legal de la contratación existente. Empujada por esas dos fuerzas —la crisis del empleo del año 1984 y la alarmante extensión de la economía sumergida— la reforma del modelo castizo de relaciones laborales se dirigió hacia la que constituía su línea de menor resistencia: la desconfianza permanente y de difícil justificación a las severas limitaciones padecidas por la contratación del trabajo temporal. La naturaleza dinámica de la empresa y las necesidades cambiantes de su organización, llevaban a rechazar una absoluta inamovilidad laboral, de radical y definitiva cristalización de las relaciones de trabajo, tanto en su contenido como en sus condiciones de lugar y tiempo. Como concluía el profesor Montoya Melgar, refiriéndose a esta característica de nuestro modelo de relaciones laborales: «Si la idea de un poder empresarial, sin límite, es socialmente inaceptable, la idea de un derecho del trabajador a la inamovilidad absoluta de su puesto laboral es económicamente indefendible 113. 113 Citado por VELARDE, J., op. cit, supra nota 41, p. 312. 183 A partir de esa concepción más flexible de la contratación laboral discurriría la opción reformadora del mercado de trabajo de finales de 1984. Esta se realizó por una modificación del Estatuto de los Trabajadores, que ampliaba sustancialmente las modalidades de la contratación temporal no causales (principalmente, por la figura del contrato temporal de fomento del empleo y los de formación y prácticas). Esas nuevas fórmulas de contratación laboral abrían oportunidades nuevas al empleo al evitar los elevados costes de despido de los contratos ilimitados y al ofertar crecimientos de salarios más moderados. Esas oportunidades de mejorar la ocupación, posibilitadas por las reformas de finales del 1984, iban a ser plenamente aprovechadas por la economía española cuando ésta, tras la firma del Tratado de Adhesión con la Comunidad Europea en 1985, inicia el ciclo expansivo que dominará hasta 1991. El Gráfico 5 muestra como, de 1985 a 1991, la economía española crearía 1.740.000 empleos, retomando así a la cifra de ocupación lograda al comienzo de la crisis económica en 1975, que se creía perdida para siempre pero que suponía, en ese año, una tasa de paro del 15,7 por 100 de la población activa, distante del 4,5 por 100 que esa misma ocupación registraba en 1975. La reforma laboral de finales de 1984 no constituiría, sin embargo, una respuesta completa a los problemas planteados por la vigencia del modelo castizo del mercado de trabajo pues evadió el planteamiento de las cuestiones de fondo, dejando intocado el sector dominante de los trabajadores con contrato indefinido, que mantuvieron todas las garantías concedidas por el modelo castizo, asentadas por el franquismo y heredadas y mantenidas por la democracia. GRÁFICO 6 EVOLUCIÓN DEL EMPLEO ASALARIADO (Fijos y temporales) 184 Ahora bien, esa reforma del mercado de trabajo de finales del 1984, pese a no abordar el cambio profundo necesario en las relaciones laborales, ocasionaría un conjunto de consecuencias sobre su funcionamiento de la mayor importancia. En primer lugar, la reforma produciría una segmentación del mercado de trabajo derivada del crecimiento excepcional de la contratación temporal a partir de la consolidación del proceso recuperador de la economía española en 1987. El Gráfico 6 presenta la partición relativa del mercado de trabajo motivada, básicamente, por la figura del contrato temporal de fomento del empleo por un máximo de tres años y sin tener que justificar la temporalidad del vínculo. Los valores que alcanzó la ocupación de estos trabajadores, apreciada en el gráfico 6, representados en el eje de ordenadas de la derecha, sumaban, al finalizar el año 1991, 3.111.000 trabajadores, frente a los 6.226.100 trabajadores con contrato indefinido, apreciados en el gráfico 6 por los valores del eje de ordenadas de la izquierda, que registraba, desde 1987, una pérdida de 428.500 empleos con contratación ilimitada. Esa segmentación del mercado de trabajo se correspondía no sólo con la reforma legal de 1984, sino también con la propia segmentación del comportamiento sindical. Como ha afirmado el profesor Segura 114, fue el carácter corporativo de los sindicatos la causa de su actuación dual. En la medida que los parados no pueden sindicarse y que los contratados temporales presentan tasas de afiliación sindical mínimas, resultaba coherente que los sindicatos defendieran los intereses de quienes tienen un puesto de trabajo indefinido y que, en consecuencia, presionaran más en favor de la estabilidad en el empleo y el aumento de los salarios y no sobre la flexibilidad controlada y la defensa de los intereses de los parados. Son estos intereses corporativos de los sindicatos los que les han llevado a defender posiciones erróneas que afirman la evidencia de que el empleo no está relacionado con los salarios o que la contratación temporal ha reducido el empleo efectivamente creado en la economía española. Esta actuación sindical reafirma la dualidad del mercado de trabajo con la consecuencia final de que los ajustes de ese mercado en cantidades (empleo) y precios (salarios) recaen diferencialmente sobre los dos segmentos de trabajadores que lo integran. Como la determinación de los salarios se realiza en función de los intereses de los trabajadores con contrato indefinido que tienen costes mayores de despido que los temporales, si la elevación negociada de los salarios induce a que la empresa tenga que ajustar el empleo, este ajuste recaerá entre los trabajadores con contrato temporal cuyos costes de despido son menores. El resultado final es la existencia de un núcleo de trabajadores con contratos estables y crecimientos salariales garantizados por la presión sindical desatada sobre los salarios en los convenios colectivos. Frente a ellos, los trabajadores temporales, carentes de protección sindical de sus intereses, serán quienes paguen las consecuencias de esta falta de adaptación salarial a las condiciones de la economía con la condena de vivir una historia laboral de contratos temporales interrumpidos por períodos de desempleo en función de los ciclos económicos de la producción. 114 «La industria española y…», op. cit., supra nota 42, pp. 66-67. 185 En tercer lugar, la segmentación del mercado de trabajo con la existencia de un amplio y creciente núcleo de contratos temporales, ocasionaba un conjunto de efectos negativos denunciados insistentemente por la doctrinan 115: la falta de equidad en el tratamiento de ambos grupos de trabajadores y sus consecuencias en la formación de capital humano, ya que los contratados temporales vendrán obligados a alternar, indefinidamente, periodos limitados de empleo con otros de paro, lo que no avala, ciertamente, la mejora de su formación en el puesto de trabajo y sus aportaciones a la productividad de la economía. La segmentación del mercado de trabajo, introducida por su reforma en 1984, iba a mostrar con la recesión de 1992-1993, sus efectos sobre el nivel de empleo. Como indica el Gráfico 5, la ocupación total cayó, de 1991 a 1993, en 871.900 empleos, situándose así en los niveles alcanzados treinta años antes: en 1963, lo que suponía elevar la tasa de paro, ante el aumento de la población activa en ese último ejercicio de 1993, hasta el 21,8 por 100. La segmentación del mercado de trabajo contribuyó al registro de estos resultados negativos pues los elevados costes de ajuste de los ocupados con contratos indefinidos no favorecía el necesario y rápido reajuste del empleo, mientras que sus salarios continuaron aumentando a pesar de la situación crítica de la economía. Con todo, el ajuste del empleo terminó afectando, también, a los contratos de duración ilimitada y, obviamente, a los contratos temporales, como se observa en el Gráfico 6. A esa segmentación del mercado de trabajo y de la estrategia sindical, que reforzaban sus consecuencias, se añadían una segunda y fundamental propiedad del modelo castizo que no afrontó la reforma de 1984 y que se derivaba de la existencia de los contratos con duración ilimitada. Esta característica eminente del mercado de trabajo español es la rigidez de los salarios 116, no resuelta por la contratación temporal, rigidez que debería ser entendida en dos sentidos: la débil correlación entre los crecimientos salariales nominales y la evolución del paro y escasa correlación entre los crecimientos salariales y las condiciones de demanda y productividad de las empresas, que evidenciaban un alto grado de grave esclerosis del mercado de trabajo 117. Las causas de esa doble rigidez salarial, que caracteriza a nuestro mercado de trabajo, son múltiples, según han denunciado los estudios disponibles sobre su funcionamiento 118. En primer lugar, el ámbito de la negociación colectiva de los convenios. La existencia de numerosos convenios de ámbito estatal y sectorial han generalizado horizontalmente tasas de aumento salarial desajustadas de la realidad empresarial. El grado de dispersión de los incrementos 115 Vid., por todos SEGURA, J., «Algunas reflexiones…», Op. cit, supra nota 42, p. 82. Vid., SEGURA, J., «Algunas reflexiones…», op. cit., nota 42, p. 83. 117 Vid., SEGURA, J., «Algunas reflexiones…», op. cit., nota 42, p. 81; Vid., asimismo JIMENO, J. F., y TOHARIA, L. : «La penúltima reforma del mercado de trabajo», artículo publicado en Economistas, n.º 64, 1995, p. 371. 118 Vid., SEGURA, J. : «Algunas reflexiones…», op. cit, nota 42, pp. 8 y ss. Vid., asimismo JIMENO, J. F., y TOHARIA, L., «La penultima…», op. cit., nota 74, pp. 371 y ss. 116 186 salariales pactados en los convenios colectivos es muy reducido, lo que prueba la existencia de una escasa relación entre las condiciones de los convenios colectivos y la situación económica de las empresas. Esa negociación revela el predominio de la negociación sectorial, favorecida por las normas reguladoras del mercado de trabajo en cuanto a la representatividad sindical y el principio de la eficacia erga omnes de los convenios 119. En segundo lugar, la existencia de los llamados convenios insignia 120 firmados para determinadas actividades cuyas bases de crecimiento se toman como referencia para los restantes. Por otra parte —y en tercer lugar— los altos costes de despido de los contratos con duración ilimitada, insensibilizan a los trabajadores que los disfrutan y refuerzan la presión y el poder sindical para negociar salarios que no se ajustan a las condiciones agregadas del mercado de trabajo 121. Finalmente, la existencia de la contratación temporal hace que los trabajadores con contrato indefinido estén menos expuestos al despido que pueda ocasionar el desajuste de los salarios. Son los trabajadores con contrato temporal los que soportan los riesgos mayores del ajuste de plantillas en las etapas recesivas. Esta mayor seguridad del empleo de los trabajadores con contrato ilimitado favorece sus peticiones de elevación salarial. Fue a partir de los resultados negativos del mercado de trabajo durante la fase crítica 1992-93 y de las reiteradas denuncias de la rigidez de las relaciones laborales y sus consecuencias sobre la ocupación, como se fraguó la segunda reforma del mercado del modelo castizo de relaciones laborales en 1994. Valorar críticamente esta reforma del modelo castizo de relaciones laborales de 1994 reclama un reconocimiento de las características fundamentales que han presidido su elaboración y conocer los efectos de la reforma. Los datos disponibles en la actualidad no permiten investigar detenidamente esas consecuencias que la reforma ha producido sobre la contratación laboral y el comportamiento preciso de los agentes económicos respecto de sus disposiciones innovadoras, aunque no se ignoren algunas de las características a que parecen responder los convenios firmados bajo su vigencia. Por tanto, la valoración que aquí se hará de la reforma del mercado de trabajo de 1994 tratará de comprobar hasta qué punto la estrategia de la reforma aborda los problemas de funcionamiento del mercado de trabajo, tal y como se han expuesto anteriormente y contrastar en qué medida esa estrategia reformadora plantea esos problemas con acierto y los riesgos que asuma al tratar de resolverlos 122. Este análisis concluirá apuntando la presencia de la reforma laboral en los convenios firmados en este ejercicio. 119 Vid., JIMENO, J. F., y TOHARIA, L., «La penúltima…», op. cit., supra nota 74, p. 576. Vid., SEGURA, J., «Algunas reflexiones…», op. cit., supra nota 42, p. 82. 121 Vid., JIMENO, J. F., y TOHARIA, L., «La penúltima…», op. cit., supra nota 74, p. 372. 122 Esa posición es la que adopta el análisis de JIMENO, J. F., y TOHARIA, L., Vid., «La penúltima…», op. cit., supra nota 74, p. 370. 120 187 Una primera característica de la reforma que ha conseguido el consenso general de sus analistas y de las opiniones empresariales es la de su carácter tardío. Desde los comienzos de la década de los ochenta resultaba claro que la vigencia del modelo castizo ni era coherente con los principios de una economía abierta al exterior y gobernada por la competencia ni era capaz de generar empleo, que se había convertido en la principal necesidad económica del país. Sin embargo, el que hayan transcurrido catorce años para reconocer esas evidencias constituye, cuando menos, un retardo tan costoso como injustificado. La segunda característica a la que ha respondido la reforma de 1994, es la de su generalidad. Sus cambios afectan a la contratación indefinida y a la temporal. Precisamente ese planteamiento es el que define la estrategia a que ha tratado de responder la reforma. Como con acierto sugiere la valoración ofrecida por José Luis Malo de Molina 123 es la de partir de que la idea fundamental de los reformadores del 1994 fue la de encontrar un equilibrio entre una cierta flexibilización de los contratos indefinidos y una menor permisividad frente a la contratación temporal, de forma que se consiguiera una mayor igualdad en las oportunidades de utilización por las empresas de ambos tipos de contratos, con la ambiciosa pretensión de posibilitar el paso de la contratación temporal a la indefinida. Esa estrategia equilibradora entre ambos tipos de contratos era una operación llena de riesgos que difícilmente podría resolver los problemas de fondo del mercado de trabajo y, tanto más, si se seguía —como así sucedió— un gradualismo complejo que pretendía minimizar la resistencia sindical y política a los cambios en los mecanismos de seguridad que concedía el modelo castizo del mercado de trabajo en los contratos de duración ilimitada. De esta manera, lo que la reforma del mercado de trabajo decidió en la indispensable flexibilización de los contratos con duración ilimitada comenzaba por una negativa de capital importancia, pues afectaba a la considerada como causa principal de la rigidez del mercado de trabajo: mantener la cuantía de las indemnizaciones por despido y la autorización administrativa para los despidos colectivos. Tras esta negativa fundamental, la reforma ofrecía un conjunto complejo de modificaciones con las que tratar de paliar las consecuencias de esa decisión. Se ampliaban, así, los supuestos de despido por causas objetivas. Se trataba de reducir el coste de las indemnizaciones por la extinción del contrato de trabajo y se agilizaban los procedimientos de tramitación de los despidos. La valoración abrumadoramente mayoritaria de la doctrina de esa regulación de la reforma es la de que ha sido tan compleja como insuficiente para lograr la flexibilización de los contratos ilimitados y para romper la dualidad del mercado de trabajo. Por otra parte, la reforma del 1994 intenta introducir una menor permisividad en la contratación temporal, ordenando sus principales supuestos. Se mantienen, así, los supuestos de contratos previstos en el Estatuto de los Trabajadores y se potencian los contratos de formación, de aprendizaje y a tiempo parcial pero los contratos de fomento del empleo que permitieron la gran ex123 Creo que esa valoración es la que enfoca con más acierto la estrategia a que respondió la reforma del mercado de trabajo de 1994. Ese planteamiento es el que se sigue en el texto. 188 pansión de la contratación temporal a partir de 1987 y la creación de empleos se regulan severamente, limitando su utilización a supuestos excepcionales. De esta manera resulta claro que la restricción de la permisividad de la contratación temporal se consigue, mientras que la flexibilización de la contratación ilimitada no se logra. La pérdida de los contratos temporales sin causas específicas a consecuencia de la reforma, que desempeñaron un papel tan destacado en la creación de empleos en la etapa expansiva 1985-1991, adquiere una importancia singular para dudar de la ganancia neta de ocupación que pueda suponer la estrategia de la reforma de cambiar la flexibilización de la contratación ilimitada que tan tacañamente se concede contra la restricción de la permisividad de la contratación temporal que tan eficaz y concretamente se logra al suprimir los contratos temporales sin causa. Si la continuidad de la segmentación del mercado de trabajo constituye el principal desacierto de la reforma de 1994, destacada en la mayoría de los análisis realizados de su contenido, hay también una coincidencia general en el que constituye su principal acierto; la apertura de espacios mayores para la negociación colectiva y de decisión y negociación conjunta de empresas y representantes de los trabajadores 124. La ampliación del ámbito de materias desreguladas que pudieran ser objeto de negociación colectiva, la posibilidad de utilización de nuevas fórmulas contractuales, la ordenación más flexible del salario, la utilización más eficiente de la llamada «cláusula de descuelgue», para permitir una mayor adaptación a la situación concreta de las empresas individuales (con el establecimiento de las condiciones y procedimientos por los que podrían exceptuarse del régimen salarial del convenio colectivo las empresas cuya situación económica se viera severamente dañada por su aplicación), la autorización de la existencia de marcos independientes de relaciones laborales por CC.AA., constituyen todas ellas pruebas del reconocimiento de un espacio mayor abierto a la negociación colectiva entre las partes. Todas esas reformas responden a la línea dominante del Derecho del Trabajo en la actualidad, como destaca el profesor Federico García Durán 125, consistente en facilitar las posibilidades de la negociación, restringir las oportunidades de intervención administrativa y propiciar el acuerdo y decisión conjunta de empresarios y representantes de los trabajadores. Obviamente este paso del legislador para ofrecer nuevos horizontes de la negociación colectiva, supone un cambio importante del rumbo histórico de nuestra regulación de las reformas laborales, orientado siempre por el dominio de las intervenciones y reglamentaciones administrativas. Cambiar un comportamiento ajustado a esos criterios de intervención por otro basado en la negociación libre llevará tiempo para la utilización y el recorrido de las vías de flexibilización de la negociación colectiva y de mejora consiguiente del mercado de trabajo. Esa tarea 124 Vid., sobre este punto: «Perspectiva económica de la reforma del mercado de trabajo», publicado en Cuadernos de información económica, n.º 96, 1995, pp. 59 y ss; Vid., asimismo GARDA PEREA, P., «Generación de empleo…», op. cit., supra nota 69, pp. 359 y ss. 125 Vid., «Perspectiva económica…», op. cit, supra nota 81, pág. 47. 189 de aplicación de la reforma en los puntos en que ésta consiente una mejora de la negociación colectiva no dependerá, en ningún caso, del Gobierno sino de quienes deben interpretarla: sindicatos y empresarios. Por este motivo, la experiencia de la reforma con el conocimiento de los convenios colectivos formados bajo su vigencia, constituye el único testimonio con el que debe concluir su valoración. El testimonio hoy disponible es parcial pues afecta a pocos convenios, aunque su tendencia resulte significativa y peligrosa. Consiste ésta en que, en los convenios firmados, se están proponiendo por los sindicatos con subidas salariales moderadas con la condición de que no se aplique el contenido de la reforma en todos los extremos que permiten las nuevas posibilidades abiertas a la negociación colectiva. Condiciones aceptadas por los empresarios en muchos de los convenios firmados 126. Si esta tendencia dominara, efectivamente, la negociación colectiva bajo la vigencia de la nueva Ley, sería evidente que la reforma intentada en 1994 padecería la peor de las suertes posibles: la anomía, lo que equivaldría afirmar, una vez más, la vigencia del viejo modelo castizo de relaciones laborales, lograda por esta vía de desprecio e inobservancia de la Ley, con todas sus consecuencias perturbadoras sobre el empleo, la inflación, la competitividad y el desarrollo de la economía española que hemos padecido con tanta intensidad desde nuestro ingreso en la Europa comunitaria. El repaso de las reformas de fondo, que la economía española precisa para lograr el objetivo de la convergencia real en los países de la Europa comunitaria, que es el que legitima en última instancia nuestro ingreso en la Unión Europea, nos enfrenta una y otra vez con las costumbres arraigadas por el modelo castizo que es el que ha decidido el destino económico del país a lo largo del último siglo. Un modelo castizo que abandonamos, formalmente, con nuestra firma del Tratado de Adhesión, paro que los españoles seguimos diariamente con nuestros comportamientos y actitudes que manifiestan las dudas y, en definitiva, la negativa a apostar por las grandes elecciones económicas que deciden la suerte de una sociedad en la Europa comunitaria: • Desear y secundar una vida económica asentada en la estabilidad de sus precios y en la lucha contra la inflación. • Demandar unas instituciones y procedimientos presupuestarios capaces de garantizar la reducción del déficit público. • Contar con una política monetaria verdaderamente autónoma de facto y no sólo de iure que vele por el mantenimiento del valor de nuestro dinero. • Implantar la liberalización y competencia en nuestros mercados y desterrar de ellos la concesión del privilegio monopolizador o la pervivencia de restricciones gremiales. • Disponer de un modelo de relaciones laborales capaz de eliminar la segmentación actual del mercado de trabajo y la rigidez extrema que pre126 190 Vid., GARCÍA DURÁN, F., «Perspectiva económica…», op. cit, supra nota 81, pp. 47 y ss. side su funcionamiento, herencias directas del modelo castizo que testimonia su actual esclerosis en nuestro tiempo y que resulta irrenunciable reconocer y corregir. • Aportar y privilegiar, con decisión, las inversiones en capital humano y tecnológico, permitiendo la importancia de las inversiones en educación, formación profesional, actividades de I+D. Conceder un lugar prioritario a las partidas presupuestarias que aseguran la provisión suficiente y eficiente de inversiones públicas en infraestructuras. En todos esos frentes de actuación la economía española ha estado dominada por la inercia impuesta por el pasado modelo castizo y no por la decisión reformadora que demandaba la implantación del modelo de economía abierta, decisión reformadora en la que los españoles nos jugamos el futuro. Para no perderlo es condición necesaria el abandono de las costumbres creadas por el modelo castizo cuya omnipresencia histórica en el último siglo he tratado de mostrar en este trabajo, costumbres creadas y vigentes del modelo castizo, incompatibles como he tratado de probar con el modelo de economía abierta que reclama nuestra convivencia competitiva en el área de los países de la Unión Europea. Cambiar nuestras costumbres económicas es el gran problema de los años noventa. Una tarea bien difícil porque, como afirmara un clásico de nuestra mejor época: «Para los españoles cambiar de costumbre es muerte». Es con el reconocimiento de ese coste y esfuerzo singular con el que deberían enfrentarse los problemas decisivos que vivimos en esta década que cierra el siglo. 191 ESPAÑA ANTE EL EXAMEN DE CONVERGENCIA DE 1998 por el Académico de Número Excmo. Sr. D. Enrique Fuentes Quintana * Es bien sabido que el proyecto de la integración europea, del que forma parte la Unión Monetaria, ha cubierto tres etapas con compromisos diferentes. Esas tres etapas están referidas al Tratado de Roma, firmado en la capital italiana por los seis países fundadores el 25 de marzo de 1957; el Acta única Europea, acordada por los países comunitarias en diciembre de 1985 y aplicada a partir de 1986; Y el Tratado de la Unión Europea para la formación de la Unión Económica y Monetaria, firmado en Maastricht el 7 de febrero de 1992, ratificado por los Parlamentos de los Estados Miembros de la Comunidad a finales de 1993. Estos tres Tratados, dirigiéndose a objetivo común de la integración europea, han servido a propósitos diferentes de ese proceso. El Tratado de Roma concentró su atención primordial en crear un mercado común. Un Mercado Común Europeo entre los seis países fundadores que, al ampliar las fronteras de los Estados nacionales que lo constituían, permitiera impulsar su desarrollo económico. Como afirmó Adam Smith, el desarrollo económico de un país depende de la extensión del mercado y era la creación de ese mercado extenso, sin fronteras, entre los países de una Europa con elevada producción y renta nacionales la fuerza que permitiría generar demandas potentes de los distintos productos y servicios que avalaban e impulsaban el desarrollo económico de los diversos países, especializándose en las producciones en las que tenían ventaja comparativa, fomentando así sus intercambios, sus producciones y el empleo de sus recursos. El funcionamiento inicial del Mercado Común Europeo ratificó las esperanzas de los países que lo constituyeron, permitiendo desarrollar con más intensidad las producciones de los * Sesión del día 4 de noviembre de 1997. 193 países fundadores que lo integraron y firmaron el Tratado de Roma. Un resultado final, que animaba a los países europeos que no estuvieron presentes en la firma del Tratado constitutivo de la Comunidad Económica Europea, a solicitar su adhesión. Se abriría con ello la línea de ampliación de la Comunidad Económica Europea que ha permitido pasar de los seis miembros fundadores a los quince actuales, con la perspectiva de futuras ampliaciones. España llegó tarde a ese primer proyecto de la integración europea, constituido por el Mercado Común, a pesar de haber manifestado su voluntad de hacerlo en fecha bien temprana: el 9 de enero de 1962. Han sido, pues, veintitrés años largos los que transcurren entre esa fecha y la firma solemne del Tratado de Adhesión a las Comunidades Europeas suscrito en el Palacio Real de Madrid el 12 de junio de 1985. Tres han sido los efectos fundamentales conseguidos por España del Tratado de Adhesión con las Comunidades Europeas como han destacado distintos análisis. En primer lugar, el reconocimiento de nuestra democracia por los países europeos integrados en la Comunidad Económica Europea. Esta consecuencia es la que los gobiernos democráticos habían perseguido desde 1977, conocedores de que la negativa comunitaria a la negociación con el régimen autoritario del franquismo y el ingreso de la España democrática constituiría una conquista política que avalaría al nuevo Estado español, nacido con la Constitución de 1978, pactada por todos los partidos políticos con representación parlamentaria. En segundo lugar, la posición europea de España permitía definir una política exterior con sentido. En tercer lugar, estaban los efectos económicos de la adhesión que supuso aceptar el llamado acervo comunitario a través de un período transitorio, en el que se optó por un modelo lento para la adaptación de nuestra economía, fijándose un período transitorio pivote de siete años para los distintos sectores productivos. El Tratado de Adhesión suponía la apuesta por una economía de mercado que incluía: la apertura exterior y la aplicación de la política comercial exterior de la Comunidad Económica Europea que eliminaba los residuos autárquicos con los que aún contaba nuestra política comercial; se afirmaba, asimismo, la libre circulación de trabajadores, capitales y servicios; se conseguía la aplicación de las políticas comunitarias (agrícola, comercial y de competencia) y se acentuaba la necesidad de conceder a la estabilidad económica la importancia de convertirse en una condición indispensable para asegurar un crecimiento duradero. La aceptación de España de ese modelo de crecimiento europeo concedió al sistema económico español nuevas oportunidades de desarrollo, clarificando el futuro del país y generando así unas expectativas económicas favorables de las que España carecía antes de su integración. Adicionalmente, Europa vivía, en el momento de firmarse el Tratado de Adhesión con España, una fase de recuperación y expansión económicas, lo que explica, con todos los efectos anteriores, que la economía española comenzara a vivir una etapa de singular crecimiento económico a partir de 1985. Con ser importantes esas consecuencias del Tratado de Adhesión, lo que resultaba realmente decisivo de nuestro ingreso en la Comunidad Europea era 194 el hecho de que el país iba a participar en el proceso de intensificación de la integración europea con el Acta única Europea y, posteriormente, con la entrada en vigor del Tratado de la Unión Europea, reformas con las que podría lograrse —con la práctica de una política activa por parte de España— nuevas oportunidades para su desarrollo económico. En efecto, pocos meses después de la integración de España en la Comunidad Económica Europea, el proceso de integración europea iba a verse afectado en forma decisiva por la firma del segundo proyecto de la integración europea: el Acta Única Europea, cuyo contenido se había venido forjando en años anteriores que concluía en el año en el que España negociaba su fase final del Tratado de Adhesión y que contaba con motivaciones profundas. Con la reforma impulsada por el Acta Única se trataba de salir del «europesimismo» que venía dominando en Bruselas y los países comunitarios durante la larga fase que va de 1973 a 1984 y que Stanley Hoffman calificaría como «la etapa oscura y decadente de la Comunidad Económica Europea». Los años de esa década mostraron que la unión aduanera, lograda pronto por los países de la Comunidad Económica Europea tras el Tratado de Roma, no había creado un verdadero mercado interior y que las distintas economías continuaban suprimidos sus límites arancelarios nacionales, ofreciendo diferencias y discriminaciones en las formalidades fronterizas. Una red de normas y reglamentaciones técnicas diferentes separaban a los diversos países, mientras que las compras públicas —que suponían el 10 por 100 del PIB comunitario en su componente contractual— estaban interferidas por prácticas restrictivas con fines proteccionistas: las prestaciones de servicios se hallaban, asimismo, cautivas en los límites nacionales y las disposiciones sanitarias y su aplicación —frenaban cuando no impedían— los intercambios comunitarios. Por otra parte, las reglas de decisión comunitarias, al responder al principio de unanimidad, paralizaban, con frecuencia, el proceso integrador europeo. En conclusión: como ha afirmado un economista europeo para referirse a esta situación de 1985 «el Mercado Común Europeo era el menos común de los mercados». No podía extrañar, en consecuencia, que esa situación se manifestara en una pérdida de competitividad alarmante de la Comunidad Económica Europea: en 1985 la productividad medía de la industria de los países más desarrollados de la Comunidad se situaba en torno al 40 por 100 de los niveles alcanzados por Japón y Estados Unidos. Esas economías europeas, escasamente eficientes, eran, además, incapaces de crear empleo como los que la economía americana había generado entre 1973 y 1985. El retraso tecnológico de los países comunitarios constituyó una señal adicional de alarma pues, en muchas áreas de alta tecnología, Japón y Estados Unidos habían desplazado a los países de la Comunidad Económica Europea. Poner fin a esa decadencia europea sería el propósito al que respondería la política de la Comunidad, definida bajo el mandato de Jacques Delors, a partir de 1985. El camino a través del cual se intentaría lograrlo era el más obvio e inmediato: aprovechar la fuerza disponible del gran mercado comunitario europeo para definir una demanda potente —e igualmente accesible a todos los países— de 320 millones de consumidores con alta renta, una demanda capaz 195 de despertar una oferta impulsada por las fuerzas de la competencia, y la innovación para atenderla. La creación de ese mercado interior verdadero exigía la adopción de un conjunto amplio de decisiones. En primer lugar, caminar hacia un objetivo final: el Mercado Único Comunitario al que se concebía como un espacio sin fronteras en el que estaría garantizada la libre circulación de mercancías, personas, servicios y capitales». En segundo lugar, el mercado interior precisaba —para su culminación— de un conjunto de políticas de acompañamiento: cooperación monetaria, cohesión económica y social, política social, políticas de investigación y desarrollo tecnológico y de medio ambiente. Ese camino exigente para llegar al Mercado Único Europeo, consistente en asentar las libertades y adoptar las políticas de acompañamiento, es el que se programaba en su primer y esperanzador diseño operativo contenido en el Libro Blanco sobre el Mercado Interior, elaborado por la Comisión Europea y adoptado por el Consejo Europeo reunido en Milán el 30 de junio de 1985, documento inspirador del Acta Única Europea, que iba a entrar en vigor en 1986. Diseño operativo y esperanzador, se afirma, porque el Libro Blanco abordaba el problema de la creación del Mercado Único Comunitario como un objetivo movilizador de las decisiones de los agentes económicos que debería ganar, para serlo, credibilidad y a cuyo servicio el Libro Blanco ponía un calendario preciso con 328 medidas (Reglamentos, Directivas y Recomendaciones) que deberían ser propuestas por la Comisión y adoptadas por el Consejo de las Comunidades en el transcurso de un período estricto que terminaría el 31 de diciembre de 1992. Pese a las denunciadas dificultades de lograr la construcción del Mercado Único Comunitario en ese plazo comprometido, lo cierto es que, a finales de 1992, ese proyecto quedaba finalizado. Fue en la cumbre celebrada en Madrid en junio de 1989, coincidiendo con el ingreso de la peseta en el Sistema Monetario Europeo, cuando se aprobaría el Informe Delors que, partiendo de las ideas rectoras del Informe Werner de comienzos de la década de los setenta, se expondrían las ideas básicas que configuraban un nuevo objetivo de la integración europea: crear la UME. El Informe Delors orientaría este nuevo proyecto comunitario con algunas rectificaciones a su contenido en su versión final. Esa versión final de la UME tendría dos etapas preparatorias para llegar a la tercera etapa de su constitución efectiva. La primera de esas etapas preparatorias debería ocuparse de sentar las bases de un Tratado que, de una parte, ofreciera los rasgos fundamentales de la UME y, de otra, definiera las condiciones de cumplimiento necesario para el ingreso de los países comunitarios que lo deseasen en ese nuevo proyecto. El Tratado que regula la UME quedó finalizado a principios de 1992, aprobándose en la ciudad holandesa de Maastricht. La segunda etapa preparatoria de la UME atendería a dos objetivos distintos. El primero, analizar el cumplimiento por los distintos países comunitarios de los criterios condicionantes del ingreso en la UME, mostrando sus principales dificultades y aconsejando a los distintos países comunitarios sobre como superarlas. Por otra parte, en esta etapa debería prepararse técnicamente la 196 Unión por la Comisión de las Comunidades de la Unión Europea y por el Instituto Monetario Europeo (IME), creado por los Bancos Centrales de los países comunitarios como precedente del futuro Banco Central Europeo. Esa segunda etapa, iniciada en 1994, finalizaría al término del año 1998. El 1 de enero de 1999 comenzaría la tercera etapa con la constitución de la UME con los países fundadores de la misma a través de las decisiones reglamentadas en el TUE y de acuerdo con el calendario fijado por el Consejo de Europa en su reunión de Madrid de 1995. El proceso unificador del Mercado Único alcanza su máxima intensidad al incorporar la Unión Monetaria de la que el funcionamiento del Mercado Único podía derivar importantes y decisivas ventajas. Figuran entre estas: la reducción de los riesgos asociados a las variaciones del tipo de cambio (la moneda Única mejoraría así la eficacia económica y favorecería la inversión y el comercio internacionales); la disminución de los costes de transacción por la sustitución de las distintas monedas nacionales; la unificación monetaria favorecería la integración al hacer más transparentes las diferencias entre los precios de los bienes y servicios de los distintos países; la Unión Monetaria contaría con una ventaja decisiva al permitir el logro de una mayor estabilidad económica y conseguiría, por esta vía, una mayor eficiencia en la asignación de los recursos disponibles, contribuyendo a la consecución de una senda de crecimiento más estable; finalmente, la moneda única —el euro— podría aspirar a convertirse en una moneda de reserva internacional con la posible ventaja de aislar a la economía europea de las fluctuaciones del resto de las monedas reserva. El principio obligado de cualquier análisis de la economía española frente al proyecto de la UME, lo constituye el examen de convergencia, que según el Tratado de la Unión Europea firmado en Maastricht el 7 de febrero de 1992, deberán aprobar los países integrantes de la Unión Europea que deseen participar como fundadores en la Unión Monetaria Europea. Ese examen de convergencia, de aprobación necesaria para el ingreso en la UME, supone, como todo examen, el conocimiento de tres componentes bien diferenciados: El conocimiento del temario del examen de convergencia que es preciso preparar y aprobar. Esto es; el cumplimiento de los criterios de convergencia, establecidos en el TUE, en que debería basarse la decisión responsable de cada país comunitario de presentarse o no como candidato y en esos criterios se basará, también, el juicio de los órganos que intervienen en la apreciación final de esta pretensión. La fecha del examen, la referencia temporal de los datos con los que se juzgará el cumplimiento de los criterios de convergencia de los distintos países que a él comparezcan y el conocimiento de los órganos calificadores que intervienen en la decisión del ingreso. Los fundamentos en que descansa en la actualidad la pretensión de cada país para la aprobación del examen de convergencia y la evaluación de los riesgos que afectan a esa pretensión. 197 El propósito de este trabajo es analizar esos tres componentes del examen de convergencia, refiriendo mis consideraciones a la economía española y a la regulación establecida en el TUE. El primero de los componentes del examen de convergencia es el conocimiento del temario de ese examen. Un temario que define el cumplimiento de los criterios, bien conocidos y establecidos en el TUE. Esos criterios, enunciados con la mayor brevedad, son los siguientes: a) Inflación. Definida como un blanco móvil relativo (media de los tres países con menor inflación +1,5 puntos). La inflación se medirá utilizando el Índice de Precios al Consumo Armonizado (IPCA), calculado por Eurostaat. b) Déficit Público del Sector de las Administraciones Públicas que no podrá superar el blanco fijo del 3 por 100 PIB. c) La Deuda Pública de todas las Administraciones Públicas no podrá ser superior al blanco fijo límite máximo del 60 por 100 PIE. El cumplimiento de los criterios b) y c) anteriores contará con los márgenes de flexibilidad establecidos por el TUE (art. 104 C). Esa flexibilidad interpretativa establece para el criterio b) que si el déficit público superase el 3 por 100 del PIB por causa excepcional y temporal (con descenso sustancial y continuado aproximándose al nivel de referencia) se admitirá al país que así se comporte. Por lo que se refiere al criterio c) la Deuda Pública podrá superar el límite del 60 del 100 del PIB siempre y cuando se registre una disminución del ratio con aproximación a ritmo satisfactorio al nivel de referencia del Tratado pudiendo ser admitido en la UME el país en el que concurran esas circunstancias. • Tipos de interés a largo plazo (apreciado por bonos del Estado a diez años) no deben superar a los registrados por los tres países con un menor crecimiento del IPC +2 puntos. • Estabilidad cambiaria que establece el respeto durante dos años como mínimo de los márgenes normales de fluctuación del mecanismo de cambios del SME, sin que se haya producido devaluación frente a la moneda de ningún estado miembro en los dos años anteriores. • Sostenibilidad: en los niveles de convergencia alcanzados es el sexto y fundamental criterio del TUE, criterio frecuentemente olvidado pero condicionante básico para la aprobación del examen de convergencia. • Otros factores: El examen de convergencia tomará en consideración asimismo la evaluación del ECU, los resultados de la integración de los mercados, la solución y evolución de las balanzas de pagos por cuenta corriente y un estudio de los costes laborales unitarios y de otros índices de precios. La tercera de las referencias al examen de convergencia la constituye el conjunto de las siguientes informaciones necesarias: la fecha del examen, la de los datos económicos en que debe basarse su realización y el conocimiento de los órganos que deben decidir el ingreso. 198 La fecha del examen será la del año 1998, con tres fases que culminarán con la decisión final del Consejo Europeo, en su composición de Jefes de Estado y de Gobierno, que harán públicos en los primeros días de mayo (puente del 1 al 3) los países fundadores de la UME. El cumplimiento de los criterios de convergencia se evaluará con los resultados económicos de 1997 y su sostenibilidad en el futuro. Es importante destacar que será la convergencia sostenible el criterio calificador del examen. Son varios los órganos calificadores del examen de convergencia que intervendrán en las diversas fases en que el mismo se divide. Ese proceso parte de dos informes técnicos: el del IME y el de la Comisión europea. Ambos informes se referirán al cumplimiento de los criterios de convergencia por distintos países. Esos informes evaluarán país por país el cumplimiento de los requisitos de convergencia en términos de los resultados económicos de 1997 y su sostenibilidad. La Comisión realizará con su informe una recomendación al Consejo al nivel de Ministros de Economía y Hacienda (ECOFIN), el cual, por mayoría cualificada, adoptará una decisión evaluando para cada país miembro si cumple o no las condiciones para el ingreso en la UEM. El ECOFIN elevará y recomendará sus conclusiones al Consejo reunido en su formación de Jefes del Estado o de Gobierno. El Parlamento Europeo será consultado paralelamente y emitirá, asimismo, un dictamen al Consejo reunido en su formación de Jefes de Estado o de Gobierno. Es este Consejo el que, sobre la base de las recomendaciones del ECOFIN y los informes técnicos del Instituto Monetario Europeo y de la Comisión, así como del dictamen del Parlamento Europeo, adoptará la decisión política final, por mayoría cualificada, que seleccionará a los países que iniciarán el proceso de la Unión Monetaria. De esta forma, sobre una base técnica (informes de la Comisión y su recomendación y del Instituto Monetario Europeo) se adoptará la decisión política de seleccionar a los países que formarán parte de la Unión Monetaria (decisiones del Consejo a nivel de Ministros y a su nivel de Jefes de Estado o de Gobierno). Así, pues, con distintos propósitos y con diversas competencias, los órganos o instituciones que intervendrán en el proceso de decisión son: el IME, la Comisión Europea, el ECO FIN, el Parlamento Europeo y el Consejo reunido en su formación de Jefes de Estado o de Gobierno, órgano decisorio final. El calendario previsto para la adopción de esas decisiones se inicia, con la emisión de los informes de la Comisión y el IME en marzo de 1998, la recomendación del ECOFIN en abril de 1998, emitiéndose en parecida fecha el dictamen del Parlamento Europeo. Todo ello para permitir que el Consejo en su nivel de Jefes de Estado o de Gobierno, teniendo a la vista los trabajos de las instituciones mencionadas, adopte una decisión final a comienzos de mayo de 1998. El examen de convergencia ajustado a los criterios que constituyen su temario y a los preceptos del TUE, que regulan el proceso de su calificación que se han expuesto, debe contar, como premisa clave de la decisión de cada país de la Comunidad de afrontarlo. Refiriendo este problema a la economía española hay que afirmar que, cuando se constituía el nuevo gobierno del país, tras las 199 elecciones generales de 1996, el gobierno decidió orientar su política económica con la referencia atenta y diaria de todas sus medidas a la superación del reto que suponía cumplir con los criterios de Maastricht para el ingreso en la UME en diciembre de 1997. Esta opción transcendental se fundamentaba en dos grupos de argumentos: Como se ha afirmado, con razón que reconozco, hay que concluir que, por duras que fueran las exigencias de ese ajuste económico que planteaba el ingreso en la UME, y aún existiendo dudas razonables sobre la medida en qué España podría beneficiarse de todas las ventajas de la UME, existían tres razones para obrar así: a) La autoexclusión de un país no podía significar la aplicación de políticas diferenciadas para lograr mejores resultados. Cualquier desviación de las políticas nacionales de los criterios de disciplina fiscal y estabilidad económica —impuestos por el TUE para la participación en la UME— serían sancionadas severamente por los mercados financieros (globalizados) y por los mercados de cambios de divisas; b) El Tratado de Maastricht y los acuerdos posteriores establecían para los países out (países con derogación, esto es, situados al margen de la UME) una disciplina igual o superior a los países in (países que decidieran ingresar en la UME); c) Por otro lado, no formar parte de la UME conllevaba a la marginación de las decisiones adoptadas en el seno de la UME, sin dejar de sentir por ello sus consecuencias, y d) Los criterios de Maastricht de equilibrio económico y estabilidad financiera constituían principios básicos para el desarrollo estable de la economía española (como afirmaría expresivamente el Gobernador del Banco de España: «lo que es bueno para Maastricht es bueno para la economía española»). Esa política económica española, plegada al reto del ingreso en la UME, trataba de lograr una conducta acorde de la sociedad española para estabilizar sus precios y alcanzar una situación equilibrada y saneada de su Hacienda Pública. Unos objetivos que precisaban la aplicación de políticas impopulares que no han logrado definirse y aplicarse nunca autónomamente por nuestra política económica. En efecto, la historia de la política económica española prueba que los ajustes integrados por medidas de disciplina económica y fiscal, como los que demandaban nuestro ingreso en la UME, tendrían que lograrse presentándolos como retos y exigencias planteados a la economía es pan ola por el exterior. A ese reto a la capacidad de adaptación de la economía española realizado desde fuera, ha respondido positivamente casi siempre nuestra sociedad. El ejemplo más destacado de esta afirmación quizás se encuentre en el Plan de Estabilización de 1959, en el que las exigencias de las organizaciones internacionales (FMI, OCDE) constituyeron una premisa indispensable para la aprobación política y la aceptación social de sus medidas. Como afirmaría el profesor Ullastres en aquella oportunidad: «la estabilización de la economía española hay que hacerla en nuestro país desde el extranjero». Pues bien, el gobierno de mayo de 1996 planteó su política económica con el objetivo de entrar en la UME como un desafío al país, derivado del cumplimiento de las exigencias exteriores establecidas en Maastricht y comprometidas por España. Un planteamiento que ha llevado a nuestra sociedad y a nuestros agentes 200 económicos a aceptar el reto y a variar sus comportamientos para lograrlo, secundando a la política económica del gobierno. Esa pretensión de la política económica española de aprobar el examen de convergencia constituía un objetivo ambicioso y arriesgado para el gobierno que lo asumía a mediados de 1996. Quizás la mejor manera de evaluar las dificultades de ese objetivo sea la de conocer el grado de cumplimiento de los criterios de Maastricht. En diciembre de 1996 la situación era la siguiente: • La inflación apreciada por el IPC se situaba en un crecimiento del 3,6 por 100 frente al 2,5 por 100 que era el exigido para el ingreso en la UME. • El déficit público había alcanzado, con esfuerzos presupuestarios importantes desde mayo a diciembre de 1996, el 4,4 por 100 del PIB frente al 3 por 100 en que se situaba el listón de Maastricht. • La deuda pública ascendía al 69,6 por 100 del PIB, que excedía en 9,6 puntos porcentuales al nivel al que debería situarse según los criterios del TUE. • Se incumplía también el criterio del tipo de cambio pues éste prescribía que ningún país podía ingresar en la UME si había practicado una devaluación en los dos años anteriores. La peseta no cumplía este criterio pues en marzo de 1995 se había depreciado en un 7 por 100. • Los tipos de interés a largo plazo, situados en el 8,7, eran inferiores en 4 décimas de punto al límite superior fijado por el criterio de Maastricht (9,1 por 100). Ese nivel de tipos de interés se había alcanzado por España en diciembre de 1996. • Obviamente, el criterio de sostenibilidad no se cumplía por la economía española, toda vez que había logrado alcanzar uno tan solo de los criterios de Maastricht —el de los tipos de interés— y ello por cuatro décimas y en el mes de diciembre. Una situación ciertamente comprometida para llegar en el plazo de un año a rectificarla para convertir a España en candidato solvente para su ingreso en la UME. Pues bien, la sorpresa reservada por el comportamiento de la economía española en 1997 es doble e importante y se registra en el cumplimiento de los criterios de convergencia exigidos para el ingreso en la UME y en la credibilidad generalizada de ese ingreso en las opiniones técnicas y en las cotizaciones de los mercados financieros. Ante todo están los datos, es decir, los valores que alcanzan, al final de 1997, los criterios de Maastricht para la economía española. Estos valores son los siguientes: • Inflación: 1,9 por 100 según IPCA, valor inferior al 2,7 por 100, en que se ha situado en 1997 el criterio de Maastricht. • Déficit Público: según el Ministerio de Economía y Hacienda la cifra final alcanzará el 2,9 por 100 del PIB, por debajo del 3 por 100 permitido por el TUE. 201 • • • Deuda Pública: 68,1 por 100 del PIB frente a 69,5 por 100 del PIB en 1996. Criterio incumplido pero registrándose una disminución del porcentaje de la deuda en 1997, que la acerca al valor de referencia del TUE. Tipos de interés a largo plazo: 6,8 por 100 frente al 8 por 100 en que se encuentra el criterio de Maastricht. Estabilidad del tipo de cambio. La peseta ha mantenido su paridad sin devaluar desde hace más de dos años (marzo de 1995) y con cotización estable de la peseta dentro del SME (requisitos de Maastricht). La conclusión que se desprende de esos valores de los criterios de convergencia para España es que, en 1997, España cumple todos los criterios con excepción del de Deuda Pública. Una excepción que debe salvarse con una interpretación flexible permitida por el Tratado de Maastricht. En segundo lugar, no sólo datos prueban el fundamento de la candidatura de España para su ingreso en la UME. Como antes se afirmaba, también ese comportamiento de la economía española ha alcanzado una credibilidad generalizada de las principales opiniones técnicas y la menos retórica, pero más importante, de los mercados financieros. El Director del Fondo Monetario Internacional afirmaría en Santander el pasado verano: «Hace un año ustedes se preguntaban ¿entrará España en la UME? Hoy se preguntan ¿quién entrará con nosotros?». El Comisario de Asuntos Económicos Yves Thiebaut de Silguy, al presentar las predicciones de la Comunidad este otoño, afirmó: «La situación económica española ha evolucionado muy favorablemente y es una de las más alentadoras de Europa» y la misma opinión se contiene en el Informe de la OCDE sobre 1a economía española aparecido en 1998. Los mercados, a través de las cotizaciones de los tipos de interés (utilizando los diferenciales implícitos en los tipos de interés entre España y Alemania), manifiestan una probabilidad de la entrada de España en la UME en 1999 superior al 90 por 100. Y lo más significativo: los mercados han dejado de cotizar la probabilidad de que España entre con retraso en la UME. A juicio de los mercados, España no sólo va a entrar en la UME sino que lo hará en el grupo de cabeza en 1999. Dos son las preguntas que plantea este comportamiento sorprendente de la economía española que nos abre las puertas de la UME: 1.ª ¿Qué causas explican este comportamiento de nuestra economía en 1997?, lo que equivale a referirse a las medidas de política económica y a los acontecimientos que están detrás de esas causas, y 2.ª ¿Es sostenible este comportamiento en el futuro de nuestra vida en el área del Euro y, en todo caso, qué decisiones resultan fundamentales para vivir en ese nuevo espacio europeo que define la UME? Tratemos de contestar a estas dos preguntas fundamentales. La experiencia de la economía española en 1996 y 1997 y sus resultados no pueden entenderse sin la concurrencia de sus dos factores causantes: la firme decisión del nuevo gobierno del país desde mayo de 1996 para lograr la con- 202 vergencia de la economía española con la comunitaria con el fin de conseguir su ingreso en la UME y la definición por la política monetaria autónoma del Banco de España de una estrategia eficiente para conseguir ese propósito del gobierno. El protagonismo del Banco de España, ganado por su autoridad en las decisiones clave de la política económica, ha constituido un factor decisivo para los resultados alcanzados a finales de 1997. La política monetaria autónoma del Banco de España, concedida por la Ley de 1 de junio de 1994, respondió a una estrategia consistente en definir como su objetivo prioritario el logro de la estabilidad de precios a medio plazo (apreciado por el comportamiento del IPC). Desde 1995 el Banco de España fijó ese objetivo de estabilidad de precios de forma que el IPC pudiera situarse en 1996 entre el 3,5 y 4 por 100 y en 1997 por debajo del 3 por 100. Esas previsiones se han cumplido, ganando así la credibilidad que se consigue cuando las palabras de los compromisos públicos coinciden con los hechos. El secreto de ese cumplimiento de los objetivos de inflación reside en el diseño de una política general de estabilidad de la que debería partirse para reducir, de forma sostenible, la inflación. Esa política de estabilidad debería estar constituida por la colaboración de tres políticas con la política monetaria del Banco de España. A saber: Una política presupuestaria, que redujera el déficit público y detuviera primero y disminuyera después el nivel de la deuda pública. Esa reducción del déficit público tendría que lograrse por una política de consolidación del gasto público y no por aumentos de la imposición. Los niveles elevados que alcanza la presión fiscal en la actualidad no aconsejaban su elevación por sus efectos negativos sobre los incentivos al trabajo, sobre el ahorro y la asunción de riesgos empresariales en los procesos de inversión. Por otra parte, la experiencia de la Hacienda Pública española muestra que los mayores ingresos derivados de una presión fiscal mayor tienden a aumentar los gastos públicos y no a reducir el déficit y la deuda pública. La liberalización y competencia creciente en los mercados de bienes y servicios constituye, asimismo, una condición fundamental para lograr la estabilidad de precios. La moderación del crecimiento de los salarios y la flexibilización del mercado de trabajo, comportamiento y reforma indispensables para reducir la inflación, aumentar el empleo y sostener la competitividad de nuestras producciones frente al exterior. Dos de esos componentes de la política de estabilidad han estado presentes en 1997: la política presupuestaria y la liberalización de los mercados de bienes y servicios (medidas adoptadas en telecomunicaciones, colegios profesionales y eliminación de las intervenciones en precios vigilados). Menos satisfactorio ha sido el comportamiento salarial y del mercado de trabajo (crecimiento de salarios por encima de la inflación y la productividad, con un crecimiento de los costes unitarios del trabajo y su repercusión sobre los precios). 203 Aún contando con esa limitación, el comportamiento del IPC en 1997 ha sido muy favorable. Tras ese comportamiento está, sin duda, la política monetaria autónoma del Banco de España, la política presupuestaria de 1997 y la liberalización de los mercados de productos y servicios. A esa caída del IPC, en 1997, han contribuido, también, otras causas afortunadas: por un lado, la estabilidad de precios de las materias primas y de los valores unitarios de las importaciones que no se experimentaba desde hace muchos años. Por otra parte, las condiciones de estabilidad de los tipos de cambio han sido excepcionales. Por último, los precios de los alimentos han jugado un papel muy importante a los valores alcanzados por el IPC. La caída de la inflación y la reducción del déficit público han permitido que la política monetaria redujera sustancialmente los tipos de interés, cuyos efectos sobre la economía española abrirían, en 1997, una clara y perceptible etapa de expansión de su economía. Las causas de la fuerte expansión que ha llegado a disfrutar nuestra economía en 1997 son complejas y su conocimiento precisa remontarse en el tiempo para contabilizadas debidamente. Tres son, en mi opinión, las premisas de las que han partido los favorables resultados económicos de 1997 que el Informe de la OCDE sobre España califica como «los mejores alcanzados desde finales de los años 80»: La mejora del entorno internacional en la que la recuperación económica y la apreciación del dólar han reforzado la competitividad exterior de los productos españoles y han permitido una aportación positiva del sector exterior al crecimiento del PIB. Ese cambio de expectativas sobre la situación económica internacional y la aportación positiva del sector exterior lograrían iniciar una fase de recuperación cíclica de la economía española, convirtiéndose así en una premisa importante de su desarrollo actual. A esa premisa, marcada por la economía internacional para impulsar el desarrollo interno, se añadía una segunda premisa de importancia decisiva que revelaba el balance de la situación heredado por la economía española a comienzos de 1996. En efecto, el análisis de ese balance mostraba la existencia de un activo fundamental para avalar el desarrollo futuro de la economía española: la saneada posición competitiva de las empresas españolas. Una posición saneada a la que habían contribuido tres hechos: a) El costoso y duro ajuste de las plantillas practicado en las empresas coincidiendo con la crisis económica de 1992-1993; b) La moderación salarial registrada tras la crisis económica en 1994 y 1995, y c) Los ajustes del tipo de cambio de la peseta a los datos fundamentales de la economía que se decidiría en los mercados de cambios y se aceptarían por el gobierno socialista a partir de 1993. Ese activo fundamental de la economía española, a comienzos de 1996, contrastaba con la importancia del primer y elevado pasivo que resaltaba en el análisis económico de ese ejercicio: la existencia de unos elevadísimos tipos de interés que establecían una prima de riesgo penalizadora sobre la inversión y el consumo privados frenando así su crecimiento y que elevaban los costes 204 financieros de una deuda pública creciente impulsada por un déficit público continuado. Era esa situación de la economía española, a comienzos de 1996, la que concedía una resonancia excepcional a una política de reducción de los tipos de interés al permitir liberar de su principal obstáculo al crecimiento del consumo y la inversión privadas convirtiéndolas en la base de un proceso duradero de expansión económica. Esa reducción de los tipos de interés es la que perseguiría la política monetaria del Banco de España basada en la consolidación fiscal que redujera el déficit público hasta un límite capaz de cumplir con los criterios de Maastricht y, por otra parte, con una política de liberalización y competencia de los mercados de bienes y servicios que contribuyera a reducir la tasa de inflación, condición indispensable para legitimar una caída de los tipos de interés. Esta política de estabilidad, aconsejada y diseñada por el Banco de España, debería ser la base para el ingreso de España en la UME y para fundamentar económicamente las reducciones de los tipos de interés. El Banco de España destacó siempre en sus Informes que esas reducciones de los tipos de interés tendrían efectos positivos sobre el desarrollo de la economía. Porque esos menores tipos de interés animarían —como antes se afirmó— la marcha de los motores del gasto privado nacional (consumo/inversión) intensificando el desarrollo del PIB y del empleo. Es la creencia en esa política de estabilidad, definida por el Banco de España, y su seguimiento por el Gobierno a partir de 1996 la que diferencia la política aplicada en estos dos últimos años de la que dominó la etapa socialista. Los gobiernos socialistas no creyeron en esa estrategia de consolidación presupuestaria como fundamento del desarrollo económico español pues la consideraron portadora de efectos contractivos sobre el PIB y el empleo. Pensaban que el mayor gasto público y el déficit público sostenían el tono vital de la economía y que cualquier disminución de los mismos acarrearía consecuencias negativas sobre los resultados productivos de la economía. Cuando la reducción del déficit público se impuso como política obligada por el TUE, los gobiernos socialistas trataron de conseguirla por la vía prohibitiva y estéril del aumento de la imposición y no por la contención del gasto público. Una alternativa —como hemos afirmado— que ha probado en España, hasta el límite de la experiencia cierta, su incapacidad para contribuir a la minoración del déficit público, pues los mayores ingresos públicos derivados del aumento de la imposición han llevado siempre a gastos públicos mayores sin influencia perceptible en las cifras del déficit público. La política económica aplicada, a partir de 1996, ha creído, por el contrario, en los efectos expansivos de una política económica de estabilidad interpretada por la política monetaria asistida, en primer lugar, por la política presupuestaria y, en segundo lugar, por la política de liberalización y competencia en los mercados. Esa estrategia estaba avalada por la literatura económica reciente que ha venido insistiendo en los efectos económicos positivos de un 205 ajuste presupuestario basado en el control/reducción del gasto público y en la disminución por esa vía del déficit público que permitiera la adopción fundada de unos menores tipos de interés. Esas conclusiones de la literatura económica sobre los efectos de los ajustes del gasto público y de su composición sobre la actividad productiva se han destacado por el IME como la alternativa más eficiente de la política presupuestaria. En efecto, esa política presupuestaria lograría efectos importantes sobre la inflación y tendría, también, efectos positivos, incluso a corto plazo, sobre la actividad económica. Esa ha sido justamente la estrategia aconsejada por el Banco de España para su aplicación por la política económica española. Como ha afirmado el Banco de España, el progreso en la senda de la convergencia de la economía española en 1997 no habría sido posible si la política monetaria no hubiera estado acompañada por un esfuerzo estimable de consolidación presupuestaria. La política presupuestaria ha adoptado, en el año 1996 y sobre todo en 1997, una actitud restrictiva en las políticas de gasto público que ha conseguido en dos años la reducción del déficit público desde el 6,6 por 100 en 1995 al 2,9 por 100 para 1997, que establecían los criterios de Maastricht. Esas decisiones de la política presupuestaria han permitido una mejor combinación de la política estabilizadora (política monetaria+política presupuestaria) que ha reforzado su eficacia antiinflacionista, al mismo tiempo que permitía, por la reducción de los tipos de interés, crear las condiciones necesarias para una recuperación de la actividad económica que se ha manifestado, con toda claridad, en los distintos indicadores del, crecimiento de la economía española desde el segundo trimestre de 1997. Basadas en las políticas de estabilidad aplicadas en 1996 y, sobre todo, en 1997, la economía española se ha situado en una posición favorable que definen, de una parte, su cumplimiento de las condiciones fijadas en el TUE, para su pretendido ingreso en la UME y, de otra, el crecimiento de la economía que testimonian los resultados del ejercicio de 1997. De esta forma se ha logrado alcanzar un crecimiento económico estable, objetivo básico de las políticas económicas aplicadas en los dos últimos ejercicios. A ese crecimiento con estabilidad que manifiestan los indicadores de la economía española en el momento actual y que hemos heredado de 1997, desearía referirme, seguidamente, para conocer, con detalle, sus características. Aunque los datos definitivos del comportamiento de la economía española no están plenamente disponibles en el momento actual (enero de 1998) no resulta aventurado avanzar el cuadro macroeconómico del pasado ejercicio. El Servicio de Estadística de la Fundación de las Cajas de Ahorros Confederadas ha estimado sus valores que son los que se recogen en el Cuadro n.º 1. La lectura de los valores que contiene el Cuadro 1 debe iniciarse por el análisis del comportamiento de los componentes de la demanda interna que refleja su primera parte. Esos valores nos dicen que el proceso de expansión económica cuenta con tres causas positivas que lo justifican: • Un aumento de la inversión (formación bruta de capital) cuyas tasas de crecimiento actual se sitúan en valores del orden del 5 por 100 (4,9%, en 206 207 3,41 4.370 73.572 PIB a los precios de mercado 5,63 9,73 5,26 1,65 5,82 4,9-1 5,29 5,32 1,06 7,36 13,15 4,36 (0,10)* 5,12 14,12 12,78 5,53 Nominal TASAS DEVARIACIÓN 1997/96 Estimación de Julio Alcaide a partir de Contabilidad Nacional Trimestral 1996 (INE). *Aportación al crecimiento del PIB (en por 100 del PIB I). 3,64 3,65 3,94 4,41 2,46 3,49 69.202 2.548 17.250 5.727 43.677 Sectores productivos (VAB) Agricultura Industria Construcción Servicios Impuestos ligados a la importación e IVA 3,14 -0,80 4,95 9,90 2,38 (0,10)* 2,95 11,61 9,11 3,64 45.669 12.122 14.871 5.081 9.790 269 72.931 18.762 18.121 73.572 Real Consumo privado Consumo público Formación bruta de capital fijo Bienes de equipo Construcción Variación de existencias Demanda interna Exportación de bienes y servicios Importación de bienes y servicios PIB a los precios del mercado MILLARDOS 1996 1,82 6,11 1,55 -2,20 1,35 2,42 1,74 2,11 1,87 2,30 2,96 1,03 1,17 2,11 2,25 3,36 1,82 Precios 76.247 4.519 71.728 2.648 18.011 5.868 45.201 47.103 12.025 15.607 5.584 10.023 344 75.079 20.940 19.772 76.247 Precios 1996 77.637 4.795 72.842 2.590 18.254 6.010 45.988 48.099 12.250 15.966 5.749 10.217 348 76.663 21.411 20.437 77.637 Precios Corrientes 1997 (MILLARDOS DE PESETAS) CUADRO 1 EL CUADRO MACROECONÓMICO DEL AÑO 1997 (Ajustado a las estimaciones de la Contabilidad Nacional de 1996) (31 de diciembre de 1997) APORTACIÓN 3,640 0,203 3,437 0,136 1,036 0,192 2,074 1,951 -0,132 1,002 0,684 0,317 0,102 2,923 2,964 2,247 3,640 EN DEL PIB 1997 AL CRECIMIENTO el Cuadro n.º 1), con un crecimiento en los bienes de equipo aún mayor (9,9%), habiéndose recuperado la inversión en construcción situada en el 2,38 por 100. Destaca, asimismo, una presencia vigorosa del consumo privado que, según todas las estimaciones, superará el 3 por 100 en el ejercicio de 1997 (la que refleja el Cuadro n.º 1 la sitúa en el 3,14%). Ese fortalecimiento del consumo privado se apoya en la importante mejora de las expectativas de los consumidores, que reflejan una percepción cada vez más optimista de la situación económica general, de la propia familiar y del momento de compra de los bienes duraderos de consumo. Por otra parte, el descenso de la inflación y el aumento del empleo han favorecido el impulso del consumo de las familias al fortalecer las bases que deciden sus gastos, También las sucesivas reducciones de los tipos de interés han supuesto un estímulo inequívoco para el consumo privado, a través de la revalorización que han experimentando los activos financieros de los hogares como consecuencia, en parte, del fuerte descenso de los tipos de interés a lo largo de los dos últimos ejercicios, Por otro lado, el efecto adverso que han podido tener estos recortes de los tipos de interés sobre la renta disponible, al afectar negativamente a los flujos de intereses netos recibidos por las familias, se ha visto atenuado —como afirma el Banco de España— por el hecho excepcional de que los tipos con los que se remuneran los activos financieros de las familias han caído menos que los tipos que han de pagar por sus pasivos durante este ejercicio, Todas esas fuerzas han consolidado el consumo privado convertido hoy en un motor potente de la expansión del gasto interno. A esas dos fuerzas expansivas del consumo privado y la inversión se añade el buen comportamiento del sector exterior que muestran las cifras del Cuadro 1. Un comportamiento que no había caracterizado en el pasado a los procesos de expansión de la economía española. En efecto, la tasa de crecimiento de las exportaciones de bienes y servicios se ha situado en el 11,61 por 100, mientras que las importaciones han alcanzado una tasa del 9,11 por 100. Ese comportamiento del sector exterior ha supuesto una aportación al crecimiento del PIB de 0,7 puntos porcentuales. De esta manera, el crecimiento de la economía española se sitúa, en 1997, en el 3,6 por 100 que permite ganar una convergencia real de 1 punto real del PIB con las economías europeas que registran, en 1997, una tasa de desarrollo del 2,5 por 100 inferior a la lograda por la economía española. A ese crecimiento de la economía española, en 1997, tal y como lo presentan os valores del Cuadro 1, ha contribuido, de forma decisiva, el impulso de la demanda interna que supone una aportación al crecimiento del PIB de 2,92 puntos porcentuales (consumo privado con una aportación del 1,95 por 100, inversión [formación bruta de capital] que explica el 1 por 100 del crecimiento del PIB). Esas aportaciones se completan con una contribución positiva del sector exterior cifrada en 0,7 puntos. Esas contribuciones componen la tasa de aumento de la economía española cifrada en el 3,6 por 100 del PIB en 1997. 208 Contemplado el ejercicio de 1997 desde el lado de la producción (parte inferior del Cuadro 1) se comprueban las aportaciones positivas al crecimiento del PIB de todos los sectores productivos. El sector servicios encabeza las aportaciones a nuestro crecimiento (con una aportación al PIB de más de 2 puntos porcentuales) seguido de la industria que contribuye al crecimiento del PIB en 1,03 puntos porcentuales, mientras la construcción aporta a ese crecimiento de 1997 0,19 puntos. La agricultura, finalmente, a partir de los datos oficiales, aporta al crecimiento del PIB 0,13 puntos. Esas aportaciones al crecimiento del PIB de los distintos sectores productivos quizás no refleje con la debida claridad el dinamismo que han desarrollado a lo largo del ejercicio de 1997, ya que las aportaciones al crecimiento del PIB, no sólo dependen de su desarrollo en el ejercicio sino también del peso que los distintos sectores tienen en las tasas de producción española. Ese dinamismo de los sectores productivos se traduce mejor en la tasa del crecimiento real en 1997 que recoge el Cuadro 1. Sus valores indican que la recuperación avance del sector servicios cifrada en una tasa del 3,49 por 100. La construcción sitúa su variación positiva (en 2,4%) en valores inferiores a la industria y los servicios, mientras la agricultura, registró una tasa de crecimiento real en 3,94 por 100, según los datos del Ministerio de Agricultura. Ese comportamiento de la economía española en 1997 ha permitido alterar las cifras de empleo. En efecto, el nivel de empleo no sólo ha acompañado a la expansión de la actividad económica sino que advierte una mayor elasticidad o capacidad de generación de empleo por cada punto ganado en el crecimiento del PIB. El ritmo anual de crecimiento del empleo se sitúa hoy en 364.000 empleos anuales. Los afiliados a la Seguridad Social han alcanzado, en 1997, 384.000, lo que permite lograr el hito histórico de 13.176.000 de cotizantes. Estas cifras se han traducido en una disminución del paro, siempre mediatizada por el aumento de la población activa. Así la tasa de paro se ha situado en el 20,7, que dobla prácticamente la tasa europea, con el agravante de la baja tasa de actividad de nuestra población, situada en el 52% de la población actual frente al 58% de la Unión Europea. Esta expansión de la economía española, impulsada por los aumentos del gasto nacional, reclama una atención diligente de la política económica, capaz de administrar con prudencia ese crecimiento de la economía para hacerlo duradero y evitar cualquier amenaza del mismo a las condiciones de estabilidad. Ese análisis de las causas que han hecho viable la candidatura española para su ingreso en la UME, nos lleva a la segunda pregunta que nos hacíamos anteriormente: ¿Es sostenible este comportamiento de la economía española en 1998 y, en todo caso, qué decisiones resultan fundamentales para vivir y desarrollar nuestra economía en ese nuevo espacio europeo que define la UME? Al tratar de ofrecer respuestas a esta pregunta fundamental, nuestros economistas han centrado sus preocupaciones en dos objetivos: afirmar la estabilidad lograda en 1997 y prevenir que la expansión económica en curso no degenere en un desbordamiento incontrolado del gasto nacional que arriesgue 209 lo mucho que se ha conseguido en los equilibrios de la economía, condicionantes de su desarrollo sostenido a medio plazo. Esos dos objetivos de la política económica conceden una importancia destacada a las medidas que se adopten en tres escenarios de la política económica en 1998: 1.º En la política de liberalización y competencia de los mercados de bienes y, especialmente, de servicios; 2.º En la política presupuestaria a la que las limitaciones de la política monetaria frente a la fecha límite de mayo de 1998 en que sus competencias serán asumidas por el Banco Central Europeo conceden un papel de protagonista en la vigilancia y la consecución de los objetivos de estabilidad. 3.º En el comportamiento del mercado de trabajo, que condiciona la estabilidad económica, las posibilidades de empleo y la competitividad de nuestras producciones. La sostenibilidad del comportamiento del IPC la ha fijado el Gobierno en mantener la tasa de la inflación en 1998 en el entorno del 2 por 100. 2,1 por 100 es el objetivo cifrado en los presupuestos para este año. Alcanzar ese objetivo no va a ser fácil. En primer lugar, porque no puede contarse con que se repitan las excepcionales condiciones de estabilidad de 1997 —precios favorable de las materias primas, valores unitarios sostenibles de la importación sin alza, tipos de cambio estables— y sobre todo precios de la alimentación decrecientes. Estos han iniciado ya su ciclo alcista y su comportamiento en 1998 se moverá en esa línea, sin que pueda preverse con precisión su futuro comportamiento, sometido siempre a las variaciones de las cosechas y los mercados. El IPC de 1998 se va a jugar así a la suerte de la evolución del precio de los servicios y de los precios industriales. Los precios de los servicios han marcado en España lo que los economistas llamados la inflación dual española, esto es: el IPC de los servicios crece a un ritmo que supera claramente al IPC general. Esa inflación dual de los servicios se debe a las intervenciones y regulaciones que dificultan —cuando no impiden— una competencia activa en los mercados. Por este motivo, debe concederse una gran importancia a la política de liberalización y competencia del sector y a su vigilancia constante. El gobierno ha manifestado conocer ese problema y ha actuado sobre él con las liberalizaciones y fomento de las competitividad de las medidas introducidas en junio y diciembre del pasado año. La política de liberalización y competencia del sector servicios debería merecer de nuevo la atención inmediata del Gobierno, expresada en decisiones y medidas que transmitan una clara voluntad política para extender y vigilar la competencia en el sector servicios. No puede mantenerse un índice del IPC general. Una situación tan intensamente dual no se registra en otros países europeos. Es esa circunstancia la que da su fundamento a una rápida y decidida liberalización y política de defensa de la competencia en los mercados de servicios de importancia crucial sobre su IPC (suelo, energía, transportes, servicios profesionales, entre otros). El comportamiento del otro conjunto de precios sobre el que habrá que actuar es el de los precios industriales, condicionado por dos grupos de factores. 210 De una parte, por la elevación de los precios en materias primas, los productos intermedios y las manufacturas, determinada por las cotizaciones de los mercados internacionales y la apreciación del dólar, factores sobre los que resulta difícil/imposible cualquier actuación de la política económica interna. En segundo lugar, el comportamiento de los salarios industriales está liderando los aumentos de los distintos sectores productivos con una desviación importante en su cuantía con la tasa de inflación. El Banco de España ha denunciado a este respecto, como un factor causante de este comportamiento, las rigideces todavía existentes en el mercado de trabajo con sus consecuencias de una escasa diferenciación salarial, a pesar de los diferentes ritmos y avances de las productividades del trabajo por sectores y empresas. Tratar de vencer esta rigidez de la contratación del trabajo contribuiría, muy positivamente, a evitar un despegue alcista de los precios industriales. La política presupuestaria ha adquirido un papel central para atender a los dos objetivos que dominan en el año del examen de convergencia y en la consolidación de sus resultados en 1998: oponerse a cualquier brote inflacionista del IPC y administrar el actual proceso de expansión de la economía española. Ese papel dominante que los economistas españoles atribuyen a la política presupuestaria descansa en distintos argumentos que se apoyan y refuerzan entre sí. El primero es el que le conceden las limitaciones de la política monetaria para actuar como política de estabilización en el futuro inmediato. Si España aprueba el examen de convergencia en la primavera de 1998, es evidente que va a vivirse una etapa de convergencia de los tipos de interés a corto plazo, que en el caso de España significa un aterrizaje —que se desea suave— respecto de los tipos de interés de Alemania y que, en opinión del Banco de España, debería retrasarse todo lo posible dada la situación expansiva de la actividad económica y del rebrote alcista del IPC. Esa aproximación de los tipos de interés podría producirse en el nivel del 4,3 por 100-4,50 por 100 (que es el que avanzan los mercados de futuros referidos a Alemania en el último trimestre de 1998). Ahora bien, por lento que sea ese proceso de convergencia de los tipos de interés. España deberá bajar los suyos en el horizonte 1997-1998, con lo que la actividad económica se beneficiará durante un tiempo de unos tipos de interés más bajos de lo que sería conveniente. Esta situación de la política monetaria supone un obligado desplazamiento de las responsabilidades de la política de estabilidad hacia la política presupuestaria. En segundo lugar, esa relevancia de la política presupuestaria se deriva de los compromisos que el «Pacto de Estabilidad y Crecimiento», aprobado por el Consejo de la Unión Europea en diciembre de 1998. Según el «Pacto de Estabilidad y Crecimiento», el límite de déficit público del 3 por 100 respecto del PIB, debe ser interpretado como un nivel máximo que sólo puede ser superado en circunstancias excepcionales claramente definidas en el «Pacto». De facto, las políticas presupuestarias nacionales en la Unión Europea deberían orientar sus objetivos hacia el equilibrio presupuestario, dejando un margen para que 211 se registren liquidaciones desequilibradas del presupuesto en las fases de desaceleración de la economía que acompañan la caída del cielo económico, sin que esos desequilibrios sobrepasen el 3 por 100 del PIB. El compromiso de esa obligación de las políticas presupuestarias nacionales será objeto de una vigilancia multilateral con un conjunto de sanciones que penalizarán su incumplimiento. Esa revisión de la política presupuestaria por el «Pacto de Estabilidad y Crecimiento» resulta necesaria para afianzar las posiciones financieras de los distintos países que respalden la cotización del euro en los mercados de cambios y para devolver a la política presupuestaria su capacidad de estabilizar la economía, una capacidad que hoy no tiene y que se necesita en la Europa del euro. Esos nuevos deberes de la política presupuestaria significan tareas importantes y pendientes en el caso del presupuesto español en la consolidación de los gastos públicos y en la reducción del déficit y la deuda públicos. Unas tareas que obligan a reformas estructurales que deberían realizarse —como ha afirmado el Gobernador del Banco de España— «en períodos de expansión —como el actual— que son los más favorables, porque sólo los países que muestren más decisión y tino en la adopción de las reformas estructurales en esta fase son los que más ventajas obtendrán de la creación de la UME». El tercer grupo de argumentos que destacan a la política presupuestaria como instrumento de estabilidad y, al mismo tiempo, como elemento de expansión de la economía, proceden de los análisis de las estrategias presupuestarias aplicadas por los países de la OCDE. Las conclusiones principales de esos análisis realizados destacan la importancia de tres decisiones: a) Consolidar el gasto público y no elevar la imposición como instrumento de equilibrio fiscal; b) Dentro del gasto público, las medidas con mayores efectos residen en la revisión de los gastos de protección social y en los salarios y empleo del sector público; c) Cuanto menor sea la reducción del gasto productivo (inversiones en infraestructuras, gastos de educación) menores serán las consecuencias económicas sobre el desarrollo de la actividad. Conclusiones a las que debería atender la política presupuestaria española. El papel central de la política presupuestaria, que se deriva de los argumentos anteriores, obliga a conocer los principios que se han aplicado en España y evaluar esos principios de cara a comprobar la situación presupuestaria actual frente a los compromisos de estabilidad y de una expansión ordenada de la economía española. Esta evaluación exige reconocer, ante todo, el esfuerzo realizado en 1996 y en 1997 para reducir el déficit público en esos dos ejercicios y cumplir en el año actual con el límite del 3 por 100 del PIB fijado en el Tratado de Maastricht, 2,9 es el límite final fijado por el Gobierno al déficit público en este ejercicio. El reconocimiento de ese esfuerzo meritorio no puede ignorar, sin embargo, las causas que lo han hecho posible. Aunque el rendimiento de las cuentas públicas del ejercicio de 1997 está todavía por llegar, los análisis del sector público han avanzado algunas características preocupantes de las partidas que han contribuido a ese ajuste presupuestario Esas denunciadas características son tres: a) el protagonismo logrado por el aumento de los ingresos púlicos debido a la expansión de la economía que ha sido superior a la prevista por el gobierno que 212 ha supuesto, a través de los mayores ingresos, una contribución a la reducción del déficit público. Una contribución, cuantitativamente, más importante que la realizada por la reducción del gasto; b) la reducción del gasto público en partidas que la experiencia de los países de la OCDE manifiesta como perjudiciales para el desarrollo de la economía a largo plazo, han afectado al ajuste presupuestario español (formación bruta de capital) y otras que no son sostenibles en el futuro (congelación de los sueldos de los funcionarios), y c) la caída en los tipos de interés, fruto del acierto de la política económica del gobierno, que ha estado muy presente dentro del ajuste presupuestario de 1997. Por otra parte —y lo que es más importante— ese ajuste de la política presupuestaria de 1997 no ha afectado a tres reformas estructurales imprescindibles para ganar una consolidación duradera del gasto y el déficit públicos: prestaciones sociales (con sus tres partidas de pensiones, subsidio de desempleo y sanidad); situación y financiación de la empresa pública y reorganización y reforma de la administración de los distintos servicios públicos. Estas debilidades del ajuste presupuestario de 1997 eran difíciles de evitar, dada la urgencia que presidió su elaboración y la necesidad de otener resultados inmediatos por actuaciones expeditivas sobre el déficit público del ejercicio. Se creyó entonces que, en el presupuesto para 1998, se abordarían esas reformas estructurales pendientes del sector público y constantemente denunciadas por nuestros hacendistas y economistas. Sin embargo, nada de esto ha sucedido. El presupuesto para 1998 levanta la preocupación fundada de quien lo analice desde la perspectiva económica de su contribución a un crecimiento estable. El problema del presupuesto del 98 no está en el cumplimiento del criterio del déficit público establecido para el ingreso en la UME. Ese criterio se cumplirá sin problemas. La cuestión reside, no el déficit público, sino en el crecimiento del gasto público previsto para 1998 que lleva hacia el futuro unos mayores niveles de gasto público, que no incorporan reformas estructurales que reduzcan permanentemente su cuantía ni alteran tampoco su composición. De esta manera, sobre los presupuestos de 1998 se aplicará la norma del comportamiento presupuestario de validez más probada en España: el incrementalismo del gasto público que convertirá a 1999 en un ejercicio de ajustes presupuestarios heróicos. La cara más preocupante para nuestros hacendistas de los presupuestos de 1998 es, así, el aumento del gasto no financiero que comprometen. No hay partida del gasto público —con la excepción de los gastos por intereses— que no experimente un crecimiento apreciable en el presupuesto de 1998. Partiendo de bases ajustadas del presupuesto de 1997, estas elevaciones del gasto público no financiero del presupuesto de 1998 se registran con una tasa próxima al 6 por 100 en los gastos corrientes y próxima al 6,5 en los gastos de capital, ambos valores superiores a la tasa prevista de aumento del PIB nominal en el próximo ejercicio: 5,67 por 100. Desde el punto de vista funcional, los aumentos del gasto público han sido claramente seleccionados por criterios que se estiman políticos, bien sea por la presión que sobre los mismos mantienen los partidos de las Comunidades Autónomas que apoyan al gobierno, bien sea por 213 la popularidad y amplio apoyo social de estos gastos públicos (sanidad, con aumentos del 8,6 por 100; educación, con aumentos del 6,2 por 100; formación bruta de capital, con aumento del 7,2 por 100; o el mantenimiento de los gastos sociales en términos reales que significan más del 40 por 100 de gasto de las Administraciones Públicas). Ciertamente, y pese a ese comportamiento, ese presupuesto del gobierno limita las aspiraciones de mayor gasto público de numerosos grupos de nuestra sociedad y de todos los partidos políticos. Nadie defiende hoy en la sociedad española la contención y consolidación del gastro público, de forma que esta política que España necesita se rechaza democráticamente y ningún ideario político está dispuesto a defender públicamente lo que es económicamente necesario. El presupuesto para 1998 podrá resultar, de ser así, políticamente inevitable pero es económicamente arriesgado por la presión del gasto público sobre el gasto nacional en un año en que los componentes de ese gasto nacional —el consumo privado y el público y las inversiones— amenazan con desbordar las condiciones de estabilidad de la economía. Reiteramos que, situados los programas de gasto público en el cuadro de la economía de 1998, el presupuesto podrá ser políticamente inevitable pero es económicamente muy arriesgado, tanto más si se considera que, por esta vez, la política monetaria, invirtiendo el comportamiento histórico, tendrá que dejar en una peligrosa soledad a la política presupuestaria. En estas circunstancias, sólo cabe pedir el máximo rigor en la ejecución del gasto para que este no supere, en modo alguno, sus previsiones presupuestarias y que todo ingreso adicional que se recaude sobre las previsiones y que, probablemente se producirá dada la expansión previsible del PIB en 1998, se dedique a disminuir el déficit público o a amortizar la deuda pública. En este sentido de reforzar la disciplina presupuestaria y conseguir para ella la necesaria credibilidad, resulta necesario cumplir la promesa del Gobierno que cuenta con más de un año de antigüedad, de disponer de una nueva Ley General Presupuestaria cuyos principios aseguren la disciplina en la ejecución del presupuesto español, acabando con la práctica y usos presupuestarios arbitrarios que consiente la regulación actual y la arbitraria amplitud con la que se le ha interpretado. El tercero de los campos de la política económica en el que sería conveniente registrar actuaciones y medidas que favorezcan un mejor comportamiento de la economía española para su convivencia en el euro es el del mercado de trabajo. Existe hoy un convencimiento firme en los economistas españoles en que la regulación del mercado de trabajo y las prácticas que genera esa regulación no son eficaces para permitir que la economía española se acerque a su tasa de crecimiento potencial sin crear situaciones inflacionistas Y existe, también, la convicción de que esa senda de crecimiento elevado y sostenido, sin tensiones inflacionistas, constituye la única forma de crear empleo el gran déficit de la economía española. Las tres reformas realizadas en el mercado de trabajo español en 1984, en 1994 y en mayo de 1997, no han supuesto la superación de esas deficiencias. Una superación de importancia vital para la convivencia 214 de España en la Europa del euro. Esos problemas del mercado de trabajo reclaman reformas en puntos vitales de su regulación actual y en las prácticas de como esa regulación se aplica por empresarios, sindicatos y magistraturas de trabajo. No entraré en el análisis de estos problemas de la regulación y funcionamiento del mercado de trabajo pues a él se reservan dos intervenciones de las dedicadas por la Real Academia al análisis del proceso de la Unión Monetaria: la del profesor Segura y la del profesor Alonso Olea, que el lector encontrará en las colaboraciones que incluye esta publicación. Quisiera concluir mi trabajo sobre el examen de convergencia de la economía española destacando la importancia de su aprobación porque el cumplimiento de los criterios que esa aprobación exige nos obliga a la práctica perseverante de políticas económicas dirigidas a una administración eficiente de los recursos escasos de los que España dispone. En una economía abierta —como es la española actual— no es posible ser europeos de facto, cerrando la brecha que nos separa de los países comunitarios, sin garantizar la posición competitiva del país que la inflación y los desequilibrios presupuestarios comprometen. El Tratado de Maastricht ha venido a poner precisión y calendario a estos imperativos universales de solvencia y competitividad. Junto a esta aportación del examen de convergencia a nuestra convivencia económica, resulta necesario no olvidar sus limitaciones. Porque, además de esas políticas de Maastricht, dirigidas a lograr y mantener la convergencia nominal, es preciso abrir el horizonte temporal a las medidas a medio y largo plazo dirigidas a aumentar la convergencia real de España con la Unión Europea mediante la mejora de la estructura y eficiencia del sistema productivo y la reducción del paro, que obliga a intensificar y orientar las inversiones con atención especial a sus deficiencias en capital tecnológico y humano a la disponibilidad de infraestructuras. Unas actuaciones a las que se refiere más adelante la colaboración del profesor Sánchez Asiaín. Es esta prolongación de las medidas que exige la aprobación del examen de convergencia con las que precisa el logro de la convergencia real con Europa, las que conceden su fuerza y su sentido al cumplimiento de los criterios de Maastricht sin el cual las actuaciones dirigidas a lograr la convergencia real carecerían del fundamento que su aplicación reclama. 215 BALANCE DE LLEGADA AL AÑO 2000. LA ECONOMÍA por el Académico de Número Excmo. Sr. D. Enrique Fuentes Quintana * La Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, desde el curso académico 1995-1996, ha venido programando sus actividades con el propósito de responder al mandato que establece su estatuto fundacional de 29 de mayo de 1859: ocuparse de las cuestiones de mayor importancia, transcendencia y aplicación, según los tiempos y circunstancias, en el campo de las ciencias sociales, que constituyen el área de su competencia y responsabilidad. Ese mandato estatutario lo hemos interpretado quienes integramos la Real Academia de forma que nuestra opinión contribuyera a crear un ambiente de información responsable sobre las cuestiones políticas, sociales y económicas, con el propósito final de alcanzar un conocimiento mejor de nuestros problemas para tratar de plantearlos con acierto y resolverlos con fortuna. Con este propósito, la Mesa Directiva de la Real Academia ha venido proponiendo, desde el curso 1995-1996, el estudio de un conjunto de temas monográficos sobre los que los Académicos deberían elaborar sus ponencias para su exposición y debate posterior realizado en las sesiones semanales celebradas por la Corporación. Justamente, para este curso académico 1999-2000, la Mesa Directiva de la Real Academia propuso, como tema común de los trabajos de sus distintas secciones, la realización de un Balance de llegada al año 2000, contemplando desde la realidad española las distintas perspectivas de las ciencias morales y políticas: la política, la social y la económica. El calendario de las sesiones ordinarias de la Real Academia para el Curso 1999-2000 se ha ajustado a esta propuesta de la Mesa Directiva, ordenándose las intervenciones de los Académicos por el turno correspondiente, que * Sesión del día 19 de octubre de 1999. 217 en el actual ejercicio establecía que éstas se iniciaran por las referidas al balance económico, continuando por el social y el político. EL CONTENIDO DEL BALANCE DE LLEGADA DE LA ECONOMÍA AL 2000 Los trabajos que componen este ciclo se refieren, como antes se ha afirmado, a la presentación y análisis de aquellas cuestiones o problemas que se han considerado importantes por sus autores para incluidos en un balance con el que la economía española llega al año 2000. Llega y parte —podría afirmarse mejor—porque, en cada caso, los análisis aquí recogidos se refieren a cuestiones que condicionan decisivamente nuestro futuro económico, cuestiones convertidas muchas veces en problemas duraderos que no hemos sabido plantear y resolver en el pasado; o bien a cuestiones en las que hemos aprendido, como prueba la experiencia acumulada, a plantearlas y a resolverlas con acierto gracias a la colaboración indispensable de los agentes económicos. Comportamientos en los que es costoso pero necesario perseverar para ganar el futuro. En la elección de las partidas que componen nuestro balance de llegada al 2000, los Académicos han optado libremente por aquella cuestión o problema que han considerado más relevante, una elección influida, obviamente, por sus investigaciones anteriores o por haber ocupado un lugar preferente en su dedicación profesional. La realización de un proyecto tan ambicioso como el de ofrecer un balance de llegada de la economía española al 2000 tropezaba, ante todo, con la dificultad del número tan limitado de Académicos que componen la Sección de Economía de la Corporación, que impedía ofrecer el tratamiento y valoración de todas aquellas cuestiones con las que la economía española llega al nuevo milenio. Quiere esto decir que nuestro balance de llegada tenía que ser por fuerza selectivo. Insistimos en el carácter selectivo de nuestro balance. No figuran en él todas las partidas que son relevantes para computar las múltiples características presentes en la llegada de la economía española al 2000. Pero sí podemos afirmar que todas las partidas que se exponen y analizan en los trabajos que publicamos son de vital importancia para componer el cuadro de las realizaciones y problemas con los que la economía española llega al 2000. EL AMBIENTE ACTUAL DEL BALANCE DE LLEGADA DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA AL 2000 Referir los propósitos a que obedecen las partidas de llegada de nuestra economía al 2000 debe dar su contenido a esta introducción, pero este 218 ejercicio no puede ignorar el ambiente económico en el que ese balance se realiza. Tanto más cuando ese ambiente económico presenta rasgos bien singulares que no es posible ignorar a la hora de contabilizar sus partidas. Ese ambiente económico de 2000 se manifiesta en el hecho que proclaman todos los análisis disponibles de la economía española y la mundial: el optimismo desbordante asociado a las previsiones de crecimiento ofrecidas para éste y próximos ejercicios. La coincidencia de las cifras difundidas por el Fondo Monetario Internacional, la OCDE y la Comisión Europea apuestan por tasas de crecimiento del orden del 4 por 100 en el año actual, un nivel que, por otra parte, se sostendría en próximos ejercicios. A ese optimismo que domina las previsiones de crecimiento de la economía española y mundial se añade, por la mayoría de los analistas, la seria advertencia sobre las incertidumbres que podrían comprometer su logro efectivo. Conocer con algún detalle esta situación alcanzada por las economías en el momento en que se realiza y se presenta un análisis de sus principales aspectos y problemas, en el caso de España aquellos a los que se refieren las partidas de nuestro balance de llegada, constituye una condición necesaria, pues sin ese conocimiento parece difícil entender y evaluar la relevancia, la oportunidad y el interés de las partidas contables ofrecidas en las distintas intervenciones contenidas en este ciclo. La disponibilidad de esta información previa la ha facilitado una espléndida síntesis realizada por el Académico Luis Ángel Rojo. En efecto, en una conferencia bien reciente 127, el profesor Rojo presentaba sus «Reflexiones sobre la situación económica internacional», que constituyen un marco excelente para situar en él el balance de llegada ofrecido por la Real Academia. Tres son los escenarios económicos hacia los que esta conferencia del profesor Rojo lleva la atención de sus lectores, porque es en ellos donde pueden contemplarse mejor las oportunidades y las incertidumbres que condicionan la realización del esperanzador desarrollo económico que prometen las generalizadas previsiones optimistas sobre el futuro de las distintas economías. El primero de esos escenarios es aquel del que arranca el optimismo en el desarrollo económico futuro y en el que figura a la cabeza, como factor preponderante, el proceso de innovación tecnológica en el ámbito de la información y de las telecomunicaciones, que tiene por epicentro a los Estados Unidos. Ese cambio se ha interpretado como el comienzo de una nueva economía en la que las oportunidades para reducir el desempleo —sin provocar inflación— han alterado claramente su comportamiento del pasado reciente. Desde 1995, el comportamiento relacionado de tasas de paro e inflación en Estados Unidos se ha alterado claramente. Antes de ese año, cuando la tasa de paro alcanzaba el 6 por 100 de la población activa (y más aún si se situaba por debajo de esta cifra), se desataban las presiones inflacionistas que dificultaban —hasta impe127 Conferencia pronunciada en el Club Siglo XXI el 27 de marzo de 2000 (véase, Papeles y Memorias de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, n.º VII, abril, 2000, Madrid). 219 dirlo— el crecimiento de la economía. Hoy el paro ha llegado al 4 por 100 de la población activa, y esta situación se ha logrado en un régimen de estabilidad. Tras este cambio histórico, que los partidarios de la nueva economía consideran como esencial componente de una nueva era de intenso crecimiento, está el formidable crecimiento de la productividad estadounidense (estimado en un 3% anual). Un crecimiento —se afirma— logrado merced al efecto de producción y de aplicación de las nuevas tecnologías. Efectos derivados, en primer lugar, del peso creciente que los sectores innovadores (con alta productividad) han alcanzado en la producción total y, en segundo lugar y sobre todo, del impacto del desarrollo tecnológico sobre los costes de la economía (tanto de los sectores de producción como en los de distribución), con la mejora añadida, por otra parte, en la disponibilidad de información (alcanzada por el uso intensivo de procesos informáticos con las posibilidades que ofrece el acceso a la red). Con este efecto mencionado en segundo lugar, el proceso de innovación consigue impulsar el salto en la eficiencia productiva del sistema económico, con la consiguiente elevación de la tasa de productividad. Esa difusión de las mejoras de la productividad total de la economía es, justamente, la que da su mejor fundamento al optimismo en el crecimiento continuado de la producción. El aumento de la productividad generalizado a todos los sectores de la economía constituye la clave de las previsiones optimistas del desarrollo general futuro. Por este motivo, las reflexiones del profesor Rojo llevan a los lectores hacia las posibles incertidumbres que plantea este crecimiento general de la productividad. Las preguntas que surgen aquí son importantes: ¿cuál es la verdadera causa del aumento de la productividad? ¿Qué importancia tienen en la mejora de la productividad las nuevas tecnologías de la información y las telecomunicaciones? ¿Hasta qué punto ese aumento de la productividad es consecuencia de la fase favorable del ciclo económico que se vive —y sería por tanto transitorio— o bien constituye una mejora permanente de la productividad? Todas estas preguntas se contestan por el profesor Rojo partiendo de los análisis disponibles, que extienden algunas sombras de duda importantes sobre el carácter permanente de las mejoras de la productividad y sobre la generalización de esas ganancias de la productividad a todos los sectores de la economía nacional, así como sobre la imputación satisfactoria de sus causas a la sola mejora aportada por las innovaciones tecnológicas. El segundo escenario sobre el que llama la atención el profesor Rojo es el hecho de que ese envidiable crecimiento de la economía estadounidense está impulsado por un aumento importante del gasto nacional (consumo e inversión) financiado no con el ahorro interno, sino con un endeudamiento exterior creciente que proclaman los déficit acumulados por el saldo de la balanza de pagos por cuenta corriente, que ha aumentado a lo largo de anteriores ejercicios y que hoy se sitúa en el 4 por 100 del PIB. Corregir esos desequilibrios de la balanza de pagos estadounidense constituye un objetivo deseable para lograr un desarrollo duradero, de forma tal que se garantice un aterrizaje suave hacia tasas 220 de crecimiento más moderadas y sostenibles que eviten un choque brusco que pudiera conmocionar a la economía mundial. Nada garantiza que este aterrizaje suave pueda lograrse, y aquí se encuentra una fuente de incertidumbre respecto de la materialización de las optimistas tasas de desarrollo que hoy auguran la mayoría de las previsiones. El tercer escenario económico referido por el profesor Rojo, íntimamente relacionado con los dos anteriores, es la situación de la Bolsa de valores. La intensa revalorización que han registrado los mercados bursátiles de Estados Unidos, sobre todo desde 1995, con un aumento espectacular en los precios de las acciones, constituye, en verdad, un hecho imposible de olvidar en cualquier recuento de la situación económica internacional. Esos aumentos en los precios, desde el año 1995 a finales de 1999, han alcanzado el nivel del 200 por 100. Esta alza bursátil constituye una de las causas fundamentales de incertidumbre sobre la sostenibilidad de la tasa de crecimiento de Estados Unidos. Y ello, sobre todo, por los motivos que están detrás de este auge bursátil. Los analistas de la Bolsa de valores americana han destacado el hecho de que las grandes apreciaciones de los valores de las acciones están basadas en la marcha excepcional de los valores de los sectores tecnológicos de información y telecomunicaciones, cuya cotización observada tiende a anticipar, en muchos casos, un futuro de muy difícil o imposible realización. Esa apreciación extraordinaria de los valores bursátiles tiene efectos transcendentes sobre la economía a través del llamado «efecto riqueza», que impulsa el consumo de las familias, ya que el aumento del valor de sus carteras de títulos genera una confianza en esa riqueza familiar potencial que eleva su consumo, provocando una caída simultánea del ahorro, que se ha situado en niveles bajísimos respecto de su pasado y de cualquier comparación con otras economías nacionales. Por otra parte, el alza de las cotizaciones favorece, también, las inversiones, y ello por dos motivos principales que refiere el profesor Rojo: en primer lugar, porque la fuerte elevación en el precio de las acciones, al reducir el coste del nuevo capital respecto del capital existente, constituye un estímulo para la inversión. En segundo lugar, el precio de los activos mejora el balance de las empresas, lo cual favorece las inversiones que pueden obtener con más facilidad financiación externa, lo que proporciona así un estímulo adicional a la inversión. La suma de estos efectos sobre el gasto nacional tiende a agudizar los problemas de la inestabilidad de la economía, extendiendo la fundada preocupación de que la política monetaria tenga que practicar intervenciones enérgicas para evitar presiones inflacionistas importantes. Es de esta eventualidad de la que derivan las preocupaciones por una caída de la Bolsa, por sus efectos sobre las expectativas de los distintos agentes (familias y empresarios), que tendrían consecuencias muy importantes para el resto del mundo. La inquietud que hoy se vive en las bolsas de valores, y en especial la volatilidad de los valores tecnológicos, con descensos importantes en sus cotizaciones, extendida ya a otros mercados de valores distintos, prueban los peligros que pueden derivarse de este escenario y las incertidumbres que de él parten respecto de 221 la materialización efectiva de las tasas optimistas de desarrollo previstas para el futuro. Los factores de incertidumbre expuestos hasta aquí, siguiendo el análisis del profesor Rojo, y que afectan a la realización efectiva de las previsiones optimistas sobre el crecimiento futuro, no niegan la existencia de factores positivos sobre la productividad que pueden impulsar un desarrollo económico más intenso, aunque afirman con insistencia que ese desarrollo futuro y continuado no podrá alcanzarse de forma pasiva porque no está garantizado. Los peligros de la inflación y la existencia de fluctuaciones cíclicas siguen presentes en las economías actuales, y la prevención de estos peligros exige practicar políticas económicas basadas en comportamientos exigentes de los agentes de la economía. Por de pronto —como señala el profesor Rojo— beneficiarse de los progresos de la productividad que se derivan de la incorporación de las innovaciones tecnológicas reclama la práctica perseverante de reformas estructurales para dotara los mercados de bienes y servicios de una mayor flexibilidad. Las ganancias de eficiencia registradas en la economía norteamericana han contado con la desregulación de la economía y la generalización de una mayor competencia, que se ha vigilado atentamente. Por otra parte, no puede olvidarse la necesidad de contar con una mayor flexibilidad en los mercados de trabajo, de la que Estados Unidos ha dispuesto y que ha permitido lograr efectos positivos de esas ganancias de productividad sobre el mejor comportamiento de los salarios y el empleo. Es importante advertir, además, que la incorporación de las innovaciones del tejido productivo estadounidense se han logrado en un régimen de competitividad empresarial que es preciso preservar con una política económica que logre un marco legal adecuado que ayude y no obstaculice la incorporación tecnológica, facilitando la solución de los problemas que puedan plantearse (imposición, publicidad, jurisdicción en los conflictos entre partes, protección de los consumidores), pero en ningún caso este cuadro legal ha cedido a la tentación de que el Estado protagonice el desarrollo tecnológico, sino que ha logrado que ayude a su implantación y difusión, en las que el protagonismo corresponde al sector privado. Tampoco cabe olvidar la práctica de una política macroeconómica que asegure la estabilidad de precios y que —en el caso de Estados Unidos— ha estado presente en los últimos años con la ejecución de una política fiscal estricta, que se ha manifestado en la conquista del superávit presupuestario, política fiscal que ha supuesto un gran cambio respecto de los clamorosos déficit presupuestarios del pasado. Esa política presupuestaria se ha visto complementada con la sabiduría de una política monetaria que ha sabido combinar el crecimiento de la economía con la estabilidad de precios. Estas consideraciones resultan especialmente oportunas cuando se considera la situación de las economías europeas y sus posibilidades de desarrollo económico, un tema del que el profesor Rojo se ocupa en la parte final de sus «Reflexiones» Como en ellas se afirma, Europa ha iniciado su participación en 222 esa tendencia general dominante del desarrollo económico, una vez pasada la etapa de sus problemas de crecimiento débil, causado por las crisis financieras internacionales a finales de 1998 y comienzos de 1999. Sin embargo, el ritmo de crecimiento europeo ha sido muy inferior al dinamismo de Estados Unidos. Es cierto que Europa ha ganado una mayor estabilidad como consecuencia de las políticas aplicadas para la realización de la Unión Monetaria, y ha adquirido una nueva moneda, con consecuencias favorables para el presente y para el futuro desarrollo de su economía, y también es cierto que las perspectivas de crecimiento económico europeo han mejorado con toda claridad. Las preguntas claves en esta situación son: ¿en qué medida la incorporación de las nuevas tecnologías de la información y las telecomunicaciones pueden favorecer y reforzar adicionalmente el desarrollo de Europa? ¿Qué factores y condiciones permitirían avanzar en el desarrollo con la incorporación de las nuevas tecnologías? Las respuestas a estas preguntas se ofrecen en la conferencia del profesor Rojo con su envidiable claridad expositiva, y a ella les remitimos, no sin aconsejarles recordar que este proceso exige no olvidar los fundamentos antes referidos, entre los que, según la experiencia de Estados Unidos, resultan imprescindibles para incorporar los desarrollos tecnológicos: reformas de mercados que logren la competencia y la flexibilidad, protagonismo del sector privado en el proceso de innovación, con ayuda de la política económica que favorezca ese proceso, estabilidad macroeconómica, en fin, como fundamento continuado e indispensable. Las graves rigideces de algunos mercados y sectores europeos constituyen un obstáculo importante para lograr esa penetración generalizada en el tejido productivo del proceso innovador, rigideces que es preciso eliminar con las reformas estructurales oportunas. La alusión final de la conferencia del profesor Rojo a la reunión extraordinaria del Consejo Europeo de Lisboa, referida a la posición mantenida por España y el Reino Unido, apoyada por Italia y Portugal, y orientada a impulsar las nuevas tecnologías, parece haber entendido los fundamentos en los que debe descansar ese compromiso europeo de disponer de unos mercados de telecomunicaciones plenamente liberalizados e integrados, lo cual llevará indudablemente a reducir el coste de las llamadas telefónicas y el acceso a Internet —hoy dos veces más altos en Europa que en los Estados Unidos, en promedio— y a aumentar el número de usuarios del comercio electrónico. Otras decisiones del Consejo se orientan a mejorar el contexto general en el que habrán de avanzar las nuevas tecnologías, y así se proponen abaratar y abreviar los trámites administrativos para la creación de empresas, favorecer a las empresas de pequeña dimensión que desempeñan un papel importante en la innovación tecnológica, mejorar la eficiencia de los mercados financieros europeos, estimular la disponibilidad del capital-riesgo y, en fin, dedicar más recursos a la investigación, la educación y la formación técnica y profesional requeridas por la denominada «sociedad de la información y el conocimiento» que los gobiernos desean para Europa. 223 Lograr que esas líneas de actuación no se vean interrumpidas por desavenencias, muchas veces registradas en el complejo mundo de la política europea, es algo necesario, así como que esos programas de actuación se articulen —como concluye el profesor Rojo— con el objetivo, también formulado en Lisboa, de incrementar fuertemente el empleo en esta década y con el propósito de encontrar sistemas sólidos y sostenibles de protección social en Europa. Porque éstos no son objetivos ni propósitos que deben ser erosionados por un mayor dinamismo tecnológico, sino que han de ser abordados y resueltos teniendo en cuenta el probable futuro tecnológico de Europa y la realidad firme de las tendencias demográficas y de las condiciones que de ellas derivan para diseñar sistemas de protección social adecuados y sostenibles. Insistamos en que nada de esto será posible sin resolver las graves rigideces de mercados y sectores productivos europeos que afectan a la utilización de las nuevas tecnologías y a la difusión de sus efectos en el tejido productivo, y sin asegurar, por otra parte, las condiciones de estabilidad imprescindibles para el desarrollo económico. Hasta aquí las Reflexiones sobre la situación económica internacional ofrecidas por el profesor Rojo, que tanto ayudan a entender el ambiente de las distintas economías cuando elaboramos nuestro balance de llegada de la economía española al año 2000. Podríamos preguntar adicionalmente por las peculiaridades que, dentro de esta situación económica internacional, presenta la economía española para lograr un mayor desarrollo. UNA REFERENCIA A LA SITUACIÓN DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA A LA HORA DE REALIZAR EL BALANCE DE LLEGADA AL AÑO 2000 Partiendo del análisis de la situación económica internacional y del conocimiento y evaluación de sus problemas principales, ¿qué rasgos caracterizan la situación económica española y qué cuestiones son las que definen el marco en que debe situarse un balance de nuestra economía frente al 2000? Cinco son las cuestiones transcendentes que apuntan con claridad en su comportamiento actual: 1.ª La economía española está viviendo el proceso de expansión económica dominante en el mundo actual, y lo está interpretando con especial intensidad. Su tasa de desarrollo, apreciada por el crecimiento del PIB, se ha situado, en el promedio de 1999, en el 3,7 por 100, registrándose una aceleración a lo largo del año que anuncia un crecimiento igual o mayor para el año actual. Los pronósticos más solventes parecen asegurar el crecimiento español del pasado ejercicio (3,7%) e incluso situarlo en las proximidades del 4 por 100. 2.º Dentro de ese comportamiento expansivo de la economía española, aparece como un problema destacado el cambio de tendencia de la evolución de los precios al consumo, que de 1,4 por 100 en diciembre de 1998 han pasado 224 al 2,9 por 100 en marzo de 2000. La media de la tasa de inflación de la Unión Europea, apreciada por el IAPC (Índice Armonizado de Precios al Consumo) ha alcanzado el 2 por 100, de modo que nuestra inflación se sitúa en cerca de un punto porcentual por encima de la media de la Unión Europea. En esa variación del comportamiento inflacionista de la economía española ha tenido una fuerte presencia la marcha de los precios de la energía, marcados, fundamentalmente, por la subida de los precios del petróleo, con especial incidencia sobre el nivel de precios español, por sus importantes efectos directos e indirectos en costes y mercados españoles. Esta situación revela hasta qué punto los problemas del sector de la energía —su dependencia del abastecimiento exterior y de la estructura y configuración de nuestros mercados energéticos— condicionan la evolución del proceso inflacionista. Si se tiene en cuenta, además, que el sector de los servicios constituye un campo que ha probado su enorme resistencia a la penetración de medidas liberalizadoras, obtendremos la consecuencia obligada: cualquier alteración en los precios de suministros energéticos a España generará un proceso inflacionista de muy importantes consecuencias, tanto más cuanto que existe una gran sensibilidad, probada por los hechos, de las respuestas alcistas de los salarios a esta elevación inicial de los precios del sector energético. Lo que la OCDE llamó hace muchos años la —segunda ronda de la crisis energética— adquiere en España una fuerza singular, esto es, la respuesta inmediata de los salarios a la subida de los precios de la energía y el consecuente mayor coste salarial, con influencia adicional sobre los precios. Es esta situación la que debe conceder su oportunidad a la práctica de políticas de estabilización de precios que afecten a la liberalización y a la introducción de la máxima competencia en los distintos mercados del sector energético. Una actuación costosamente presente que es preciso afrontar con valentía y perseverancia, y que debería acompañarse con medidas liberalizadoras en el mismo sentido en los mercados de servicios. Una decisión ésta, por desgracia, persistentemente desatendida por nuestra política de competitividad, pacata y atemorizada ante la impopularidad y la complejidad de actuar en los múltiples mercados en que se fragmenta el gran sector productivo que son los servicios en España. Esa imprescindible estabilidad de precios para nuestra convivencia dentro de la Unión Europea obliga a desplegar, por otra parte, una política de estabilidad macroeconómica que se ha alterado profundamente desde nuestro ingreso en el euro. En efecto, España ha cedido su política monetaria al Banco Central Europeo, y la gestión de esta política monetaria comunitaria, atendiendo al comportamiento conjunto de los países que integran la UME, puede no ajustarse —como ha sucedido desde su inicio hasta abril de 1999— a las necesidades de estabilización de la economía española. Un comportamiento previsto en cualquier interpretación del Tratado de Maastricht, que obliga a buscar instrumentos y medidas estabilizadoras en otros campos diferentes (política presupuestaria y política de reformas estructurales). Es este problema de la dependencia española de la política monetaria aplicada por el Banco Central 225 Europeo la que obliga a conocer bien la evolución de las condiciones monetarias y financieras dominantes en España, que condicionan nuestro nivel de gasto nacional y, por tanto, la estabilidad de nuestros precios. Es evidente que la forma peculiar —aunque previsible— con la que el Banco Central Europeo ha administrado su política monetaria ha creado unas condiciones monetarias y financieras en España que favorecían holgadamente la fácil cobertura del aumento de las decisiones del gasto nacional que podían adoptar los agentes de la economía, y justamente son esas condiciones monetarias y financieras holgadas las que han empujado con fuerza los intensos crecimientos anuales del gasto nacional del orden del 5,5 por 100, aumentos que, dada la limitada elasticidad de la oferta interna de nuestra producción (condicionada por las rigideces de la estructura productiva), han ocasionado los dos efectos más visibles y preocupantes en la coyuntura económica española: el aumento de los precios y el desequilibrio en la balanza comercial. De esa experiencia cabe obtener una lección que debemos aprender bien, y que no es otra que la importancia del cambio que ha supuesto en la definición de las condiciones monetarias y financieras nuestro ingreso en la UEM y la política del Banco Central Europeo, que obliga a considerar los problemas de la estabilidad de precios desde una perspectiva bien diferente, con atención permanente a la política monetaria del Banco Central Europeo y la adopción de las medidas de política presupuestaria y la ganancia de mayor flexibilidad de los mercados por las correspondientes políticas de reforma estructural, una partida destacada que condiciona nuestro balance de llegada a 2000. 3.ª Por otra parte, 1999-2000 han registrado la presencia en la situación económica internacional, y desde luego en Europa y en España, de una inflación distinta a la que se concreta en el IPC (que se refiere a los bienes y servicios traficados en los distintos mercados de la economía nacional). Esta nueva inflación es la que los economistas llamamos, en nuestro afán de expresamos en el lenguaje imperialista inglés, asset inflation, una inflación nueva, pero inflación al fin, cuyos efectos son tan nocivos como los de la inflación tradicional de precios de los bienes y servicios, y cuyas causas conviene conocer para tratar de buscar remedio a las distorsiones que en la economía pueden introducir los efectos de esta asset inflation. Un remedio bien difícil de alcanzar porque presupone conocer bien las políticas para lograr/o, algo que hasta ahora no ha sucedido. Dicho de otro modo, el control de la asset inflation constituye un problema que los economistas transmiten —sin resolverlo— al siglo XXI. Una cuestión ésta que merece analizarse como partida importante del balance de llegada. 4.ª El crecimiento de la economía española ha traducido sus consecuencias —como era esperable— sobre el aumento de la ocupación. Las cifras son aquí espectaculares. El empleo ha registrado por tercer año consecutivo una gran firmeza en su crecimiento, concretada en una variación media anual, en términos de puestos de trabajo equivalentes, según la Contabilidad Nacional, del 3,4 por 100. Información ratificada por la que ofrece la EPA, según la cual en los últimos cuatro años se han creado casi dos millones de puestos de trabajo, reduciendo la tasa de paro en 4,7 puntos porcentuales, hasta situarse 226 en el 15,4 por 100 de la población activa. El dinamismo del empleo ha sido especialmente importante en el empleo asalariado, que ha crecido en 1999 en el 6,7 por 100, Y en los contratos indefinidos, cuyo ritmo de crecimiento se ha situado en el 25,5 por 100, aunque, ciertamente, la relación trabajo temporalempleo se ha mantenido en cotas elevadas: por encima del 30 por 100. Pese a que todos los indicadores del empleo indican un comportamiento positivo, no cabe duda de que la alta tasa de paro, que diverge de la europea en 5 puntos porcentuales a pesar de la menor población activa española, constituye uno de los problemas permanentes de nuestra economía que resulta preciso analizar en sus causas y, sobre todo, conseguir acciones eficientes que tiendan a su reducción. Evaluar las perspectivas que la economía española ofrece en la realización de esta tarea inaplazable debe constituir objeto de preocupación de todos los análisis de nuestra economía y, desde luego, constituir una partida de nuestro balance de llegada de la economía a 2000. 5.ª Dato relevante de la situación de la economía española en la actualidad es el déficit de la balanza de pagos por cuenta corriente, que ha sembrado siempre profunda preocupación en todos los analistas de nuestros problemas económicos; en especial, la liquidación adversa de la balanza comercial. Ese déficit ha paralizado en muchas ocasiones la marcha de la economía española exigiendo ajustes estabilizadores tan imperativos como costosos. Por este motivo, y aunque el significado de un déficit de la balanza de pagos por cuenta corriente sea muy distinto en una economía integrada en Europa como es hoy la española que en momentos anteriores, concebida como unidad nacional, no deja de ser preocupante que el déficit registrado en el componente decisivo de esa balanza de pagos, es decir, la balanza comercial, haya arrojado en 1999 un déficit que se sitúa en el 4,6 por 100 del PIB. Desentrañar el contenido y significado de ese déficit constituye una tarea necesaria para conocer las causas que lo han generado, con el propósito final de evaluar su gravedad y las alternativas abiertas a su corrección. En primer lugar, no puede ignorarse que el desarrollo económico español ha sido más intenso —y anticipado— que el que ha dominado en la media de la Unión Europea, y esta posición española de adelanto en el proceso de su recuperación ha aumentado la propensión a importar, influyendo negativamente sobre el saldo de la balanza comercial. En segundo lugar, está el encarecimiento del petróleo en 1999 y principios de 2000, que ha actuado adversamente, también, sobre el saldo de la balanza comercial. A estas dos causas se añade una tercera, que denuncia males más profundos que afectan a la peor posición de nuestra estructura productiva respecto de su productividad con los países desarrollados. Investigaciones recientes realizadas por distintos economistas han probado que las exportaciones españolas descansan, en buena medida, sobre producciones con uso intensivo de mano de obra no calificada, sometidas, por tanto, a una dura y desventajosa competencia con las producciones de los países recientemente industrializados. Cuando se repasan las exportaciones de estos productos intensivos en mano de 227 obra se comprueba su inicial caída en la crisis internacional de 1997 y su debilidad en 1999, explicada por nuestra desventaja comparativa, a la que se han añadido las mayores devaluaciones registradas en las monedas de los países competidores en vías de desarrollo, que han reforzado así su presencia ventajosa en los mercados internacionales. Por otra parte, no cabe ignorar que el crecimiento de nuestros salarios, respecto del débil crecimiento de la productividad del trabajo, ha producido un comportamiento temido y anunciado por todos los economistas de nuestro proceso de integración: el posible aumento relativo de los costes unitarios del trabajo españoles respecto de los otros países integrantes de la UEM, que, con un tipo de cambio fijo irreversible, establecido por nuestros compromisos con la Unión Monetaria, no permite su traslación vía devaluaciones y precios, sino que termina ocasionando una pérdida de la competitividad en nuestros productos que, obviamente, se transmite hacia nuestra capacidad de exportación. Por otra parte, el análisis realizado sobre la estructura de nuestras importaciones ha mostrado el predominio de capital y de tecnología en la composición de los bienes objeto de nuestro comercio de importación. Importación que ha registrado, además, un crecimiento más intenso en los últimos años. Ese aumento de las importaciones se ha debido a que el intenso crecimiento registrado en la demanda interna (consumo e inversión) no ha podido atenderse por la producción interna, dado el atraso relativo de nuestra estructura productiva respecto al logrado en condiciones competitivas por los países más desarrollados. Esa estructura de nuestra balanza comercial muestra una deficiencia que revela la existencia de un atraso en la estructura productiva española y proclama la necesidad de atender al dinamismo de nuestra productividad, cuya imprescindible mejora pide un esfuerzo inversor continuado con incorporación de nuevas tecnologías. Un problema que, de nuevo, debe contabilizar nuestro balance de llegada a 2000. LAS DOS PERSPECTIVAS DESDE LAS QUE JUZGAR LA MARCHA DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA ANTE 2000: ASEGURAR LAS CONDICIONES DE CONVERGENCIA NOMINAL Y AVANZAR HACIA LA CONVERGENCIA REAL CON EUROPA Cualquier discurso sobre la economía española frente a 2000 viene obligado a preguntarse por dos objetivos que demandan el conocimiento y atención de nuestra sociedad y de la política económica del gobierno. Estos dos objetivos son: • 228 Mantener las condiciones de la convergencia nominal de la economía española con las europeas, asegurando las condiciones de estabilidad económica establecidas en el Tratado de Maastricht, criterios cumplidos por la economía española en la fecha histórica de la aprobación de su • examen de convergencia e ingreso en la UEM: 2 de mayo de 1998, pero con incumplimientos importantes en la actualidad. Lograr, aprovechando las oportunidades que concede nuestra pertenencia a la UEM, el ambicioso y segundo objetivo de la convergencia real, cuyo cumplimiento supone acercar nuestro PIB per cápita y, con él, los niveles de nuestro bienestar económico a la media de los países europeos, de la que aún estamos distantes (83,4% respecto del 100 alcanzado por la media europea en 1999). Es importante no olvidar los principios con los que debe cumplir ese recorrido de la economía española dentro de la UEM con el propósito de alcanzar los objetivos de la convergencia nominal y de la convergencia real. Esos principios son tres: 1. Conceder la debida prioridad al mantenimiento de la convergencia nominal. Cualquier intento de olvidar el cumplimiento de los criterios que aseguren la convergencia nominal con el propósito de obtener mayores ganancias a la convergencia real equivaldría a un alejamiento de la convergencia real España UEM. 2. El cumplimiento de los criterios que aseguran la convergencia nominal a lo largo de nuestra convivencia en la UEM deberá atender a la instrumentación de la política monetaria única del Banco Central Europeo, lo que requiere que las políticas de estabilidad que se mantienen bajo soberanía nacional deben dirigirse a compensar el efecto expansivo (contractivo) de las condiciones monetarias y financieras definidas por la política monetaria del Banco Central Europeo. Esa situación, que establece nuestra pertenencia a la UEM, obliga a conceder la máxima atención a la política fiscal y a las políticas de oferta para asegurar el cumplimiento de los criterios que aseguren permanentemente la convergencia nominal. 3. Sobre la base del cumplimiento de los criterios de la convergencia nominal (que deben garantizar la estabilidad de la economía), la economía española debe avanzar en su convergencia real con la UEM, lo que precisa ganar competitividad para nuestra economía y conceder el debido relieve y atención a las variables que la condicionan. Sobre la importancia del primero de los principios anteriores han insistido todos los análisis de nuestra economía que han llamado la atención de la sociedad española y de sus políticos, transmitiendo un mensaje elemental, pero de importancia vital para nuestro desarrollo, destacando que no es posible alcanzar la pretensión loable de ser europeos de facto (situando nuestra producción y bienestar en el nivel medio de los países europeos) sin asegurar el cumplimiento escrupuloso y constante de las condiciones de la convergencia nominal. Un objetivo éste con apariencia menos brillante y atractiva de la que posee la convergencia real, pues reclama siempre de la sociedad la aceptación de la disciplina, precisa en la marcha de la economía, de los impopulares y costosos comportamientos y medidas de política económica que garanticen la estabilidad. Es este 229 mensaje el que trataba de hacer llegar al público el Volumen IV de Papeles y Memorias de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Un mensaje que reiteramos de nuevo hoy, convencidos de su decisiva importancia. El segundo principio, antes expuesto, obliga a conceder la máxima atención a las políticas internas dirigidas al mantenimiento de las condiciones de estabilidad en un ambiente cambiante, determinado por la situación económica y por la política monetaria del Banco Central Europeo a que antes nos hemos referido, destacando que ha contribuido a crear hasta hoy unas condiciones monetarias y financieras en España relativamente holgadas desde el punto de vista del mantenimiento de la estabilidad de precios. Esta experiencia muestra la necesidad —antes aludida— de utilizar la política presupuestaria para ajustar la marcha de la demanda interna a las posibilidades de crecimiento de la producción potencial, evitando así presiones indeseables sobre el nivel general de precios. Quizás la enseñanza más destacada para España que puede derivarse de los primeros pasos de la política monetaria del Banco Central Europeo es la de conseguir, cuanto antes, una situación de equilibrio presupuestario de todas las administraciones públicas que asegure la disponibilidad, sin la servidumbre del déficit, para desplegar aquellas actuaciones de política fiscal que precise el tratamiento estabilizador de la economía compensando las actuaciones de la política monetaria del Banco Central Europeo. Por otra parte, es evidente que esta disciplina de la demanda interna, manteniéndola en línea con el crecimiento de nuestra producción potencial, merced a las medidas de política fiscal, vería facilitada su tarea si se aplicaran simultáneamente las correspondientes políticas que, liberalizando y garantizando la competencia en los mercados de factores productivos y de sectores productivos, contribuyera a lograr una flexibilización de la oferta, reforzando así la respuesta a los posibles aumentos de la demanda, evitando las presiones sobre el nivel general de precios. La convergencia real de la economía española constituye el principal objetivo del proceso de integración de España en la Unión Europea y de su participación en la UEM. El campo problemático de la convergencia real lo define la mejora de la competitividad, y ésta depende, a su vez, de las ganancias de la productividad. El escenario de la convergencia real y los factores que lo determinan han sido contemplados por muy distintos análisis recientes de la economía española, que destacan tres partidas en las que debía concentrar su atención la política económica dirigida a recorrer el aún largo camino que nos queda para lograr la convergencia real con los países de la UEM: 1.ª Dado el nivel de ocupación de la población activa y la cuantía relativa del paro, las mayores ganancias potenciales en la convergencia real se encuentran en una mayor utilización del trabajo. Si la tasa de paro española se igualara con la media europea, la convergencia del PIB por habitante España/UEM, según las estimaciones disponibles, se aproximaría a los 7,7 puntos porcentuales, y 2.ª Una alternativa básica que debe inspirar las políticas de convergencia y de la que participan la mayor parte de los analistas reside en intensificar las inversiones y dar prioridad continuadamente 230 a las dirigidas a reforzar las dotaciones de capital tecnológico, capital humano y capital público en infraestructuras básicas, partidas todas ellas que cuentan con una evidencia robusta en las investigaciones disponibles como factores condicionantes de la convergencia real. Es desde la perspectiva general que presenta la actual situación económica internacional, y con el conocimiento de las características con las que la economía española vive esa situación, desde las que deben interpretarse y entenderse el sentido y el papel de las partidas del balance de llegada ante 2000 que se ofrecen en este ciclo. LAS PARTIDAS DE NUESTRO BALANCE SELECTIVO DE LLEGADA AL AÑO 2000: ALGUNOS COMENTARIOS Las intervenciones de este ciclo responden a un mismo propósito: que sus autores cuenten, desde la particular perspectiva elegida, cómo llega la economía española a 2000. Esa contemplación de la situación española, desde las heterogéneas partidas que ofrece cada autor, debe ir precedida de un conocimiento de los lectores del cuadro general en que nuestra economía llega al nuevo milenio. Un cuadro general desde el que evaluar la oportunidad y la conveniencia de los juicios y propuestas contenidos en las intervenciones de los ponentes. Como ya se ha afirmado con reiteración en esta introducción, facilitar ese marco general para entender nuestro balance constituye el motivo por el cual hemos hecho amplia referencia a las «Reflexiones sobre la situación económica internacional» del profesor Luis Ángel Rojo. El carácter independiente de cada una de estas intervenciones permite realizar su lectura según el gusto o el interés de cada cual. El que seguimos en los comentarios siguientes a cada una de las colaboraciones es tan sólo uno de los órdenes posibles. POLÍTICA MONETARIA Y BANCO CENTRAL ANTE EL AÑO 2000 Sin duda, el gran cambio de nuestra economía y de la política económica ante el 2000 es el que ha supuesto el ingreso de España en la Unión Monetaria. La intervención del profesor Rojo sobre «Política Monetaria y Banco Central ante el 2000» ofrece una exposición completa, que él ha vivido en primer plano, de la evolución de las ideas y de los acontecimientos que han llevado desde la propuesta inicial de la Unión Monetaria contenida en el Informe Delors de 1989, pasando por las distintas etapas recorridas por este proyecto pautadas por situaciones económicas de especial dificultad, hasta el 2 de mayo de 1998 en el que, tras la aprobación de los exámenes de convergencia de los países europeos, 231 iniciaba su andadura la Unión Monetaria. Esa densa historia de la creación de la Unión Monetaria Europea y la escrita desde su arranque en 1998 hasta la actualidad la ofrece el trabajo del profesor Rojo con .su claridad y brevedad habituales. La parte final del trabajo del profesor Rojo se refiere al clima polémico creado por la política monetaria común en su puesta en marcha, polémica manifestada en los conflictos abiertos por la fijación de sus objetivos y la elección de los tipos de interés de partida. Es claro que la fijación del tipo de interés de intervención constituye el instrumento básico de la política monetaria del Banco Central Europeo. Una fijación que, según establecen las normas de su funcionamiento, corresponde establecer al Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo, teniendo en cuenta la situación media de los países que integran la UEM. Esa afirmación general debe leerse, sin embargo —según afirma el profesor Rojo—, teniendo en cuenta que «es inevitable que, como consecuencia de los diferentes tamaños de las economías nacionales participantes, el tono de la política monetaria común se vea más influido por las condiciones imperantes en los países más grandes y con mayor peso económico y que, por lo mismo, la política monetaria común se vea menos afectada por las condiciones particulares de las economías medias y pequeñas que, en este sentido, hacen una mayor dejación relativa de soberanía monetaria al incorporarse a la UEM. Todo lo cual lleva a una conclusión que no deben olvidar sus destinatarios y que expresa así el profesor Rojo: «Los países miembros de dimensión media y pequeña deberían, por su parte, reflexionar sobre la conveniencia de estar preparados para realizar ajustes rápidos en otras medidas de la política económica cuando la política monetaria común, adoptada a partir de las condiciones generales del área, no se adapte bien a sus situaciones particulares». Una situación que hemos comenzado a vivir en España en 1999, y a cuyo tratamiento nos hemos referido ya extensamente, con anterioridad, en esta introducción. EL SECTOR PÚBLICO EN ECONOMÍAS DE MERCADO: ¿QUÉ HEMOS APRENDIDO A FINES DEL SIGLO XX? Si algún sector de las economías nacionales ha registrado cambios importantes en el último siglo en sus objetivos, en sus papeles y funciones dentro de una economía nacional y en sus propias dimensiones es el sector público. Estos cambios del intervencionismo estatal se inician en España en la última década del pasado siglo con las decisiones de los gobiernos de la Restauración, y en la interpretación dominante de Cánovas, empujadas por la urgencia de la cuestión social y la gran crisis agraria a partir de 1883. Fue para afrontar estos problemas para lo que Cánovas promueve la posterior adopción de las medidas de política social y logra la aprobación del llamado «arancel de guerra de 1891» de signo claramente proteccionista. Toda la historia posterior de este siglo está repleta de medidas de intervención pública en producciones, en mercados, en comercio internacional e interno. Esta ola creciente de interven- 232 ción pública alcanzará su apoteosis en los años que van de 1939 a 1959, en los que apenas quedó parcela alguna de la vida económica sin la correspondiente legislación interventora del sector público. Es a partir de julio de 1959 cuando se inicia la marea descendente de esa intervención pública omnipresente por su extensión, caótica por sus fines contradictorios y dañina por sus efectos sobre la actividad económica. Mientras esa carrera de la intervención pública en la economía se producía, algo que sucedió en todos los países (España se limitó a vivir este proceso con su extremismo acostumbrado), los economistas fueron aprendiendo las lecciones que convenía difundir para racionalizar la intervención pública en nuestras sociedades. Es a estas lecciones a las que se refiere el trabajo de Julio Segura, que promete en su título contestar a la pregunta que contiene: «El sector público en las economías de mercado: ¿qué hemos aprendido a fines del siglo xx?». Se trata de un trabajo académico, escrito con un conocimiento profundo de la extensa literatura que el tema ha suscitado y expuesto, para fortuna de lector no especialista, ofreciendo una panorámica literaria que no sacrifica el rigor del razonamiento. El trabajo del profesor Segura ofrece, así, un esquema magistral de la evolución en el siglo xx de los fundamentos analíticos, los objetivos perseguidos y los instrumentos utilizados por el sector público en las economías de mercado. La lectura atenta del trabajo del profesor Segura es, quizás, el único comentario que debe añadirse en esta introducción, en el convencimiento de que quien realice esta lectura dispondrá de una perspectiva envidiable para enjuiciar la red de intervenciones en que se han visto envueltas las distintas economías nacionales —y, desde luego, la española— una red tejida tantas veces desde objetivos contradictorios y con ignorancia de la disponibilidad de los instrumentos más convenientes. Quizá quepa añadir a esa consideración la conveniencia de una lectura especialmente atenta del largo y penúltimo epígrafe del trabajo del profesor Segura, en que repasa la actualización de los instrumentos de intervención del sector público, siguiendo las tres áreas en las que Richard A. Musgrave dividía —clarificadoramente— las funciones interventoras del sector público en las economías de mercado: asignación de recursos, redistribución de la renta y estabilidad económica. Un área general que el profesor Segura reordena iniciando su examen por las políticas de estabilización, continuándolas por la asignación de recursos y finalizándolas con la redistribución de la renta. Entre esas funciones del sector público encontrará el lector las novedades importantes ganadas por la experiencia vivida y los análisis de los economistas, que han ido alterando viejas ideas y ofreciendo alternativas mejores para desempeñar esas funciones públicas con mayor eficiencia. Llamemos la atención sobre algunas de esas ganancias que pueden alcanzarse en el desempeño actual de esas tres funciones tradicionales definidas por Musgrave. En primer lugar, el desempeño de la estabilidad ha partido de 233 la aceptación del objetivo principal que debe guiar a la política de estabilización, que se encuentra en el mantenimiento de unas condiciones de estabilidad globales que faciliten el desarrollo de la actividad productiva al que deben servir las políticas monetarias y presupuestarias nuevamente definidas. Por otra parte, las políticas de asignación de recursos deben partir del que constituye su propósito rector: facilitar la adaptación de las economías actuales a las situaciones muy volátiles que las dominan, y que deben inspirar las políticas de oferta que persigan hacer más eficiente el funcionamiento del mercado. Un criterio que descalifica la veracidad de algunos tópicos peligrosos como el de ampliar el área de las empresas públicas o el de creer que basta con privatizar y desregular cuando el eficiente desempeño de la función pública de asignación de recursos necesita hoy, ante todo, políticas regulatorias de la propia competencia y una defensa constante y amplificada de la competencia en todos los sectores y mercados. En la función de redistribución, la novedad más destacada es la gravitación que se ha producido en el desempeño de esa función hacia los gastos públicos, sin apoyarse tanto en la tributación progresiva cuyo protagonismo se defendió en el pasado. Esas políticas redistributivas del sector público se han visto afectadas por los graves problemas que plantea su funcionamiento eficiente en el lado del gasto, a cuya enunciación y aplicación, llenas de interés, se refiere el trabajo del profesor Segura en su parte final y a cuya detenida consideración se remite a nuestros lectores. DÉFICIT PÚBLICO COMO HERENCIA NEGATIVA: ¿HEMOS APRENDIDO A CONTROLARLO? El segundo trabajo referido al sector público considera una partida del balance de llegada a 2000 que es el déficit público, cuya importancia a lo largo del siglo xx constituye una característica fundamental del comportamiento de la Hacienda Pública española. El trabajo del profesor Barea pretende identificar esta partida en su cuantía, en su persistencia y en sus causas. Déficit frecuente que se registra prácticamente desde los comienzos del siglo xx, como prueba el profesor Barea con los datos precisos que ofrece para ese conocimiento del carácter deficitario del sector público. A esa estimación de la cuantía del déficit la sigue la detallada relación y análisis de sus causas. Es a partir de esa experiencia conocida —y vivida, podría afirmarse mejor— por el profesor Barea, como su trabajo concreta las reformas institucionales necesarias para erradicar el déficit público español. El subrayado anterior de las reformas institucionales trata de llamar la atención de los lectores sobre la pretensión de este trabajo. Porque la pretensión del profesor Barea no es la de indicar tan sólo qué actuaciones políticas coyunturales deben corregir la situación del déficit público actual. De lo que se trata es saber lo que hemos aprendido sobre el déficit público y de lograr que cualquiera que sea el gobierno del país, unas instituciones presupuestarias reformadas 234 garanticen la disciplina de una liquidación equilibrada de las cuentas públicas más allá de la voluntad de quienes las administran. Es sobre este propósito del trabajo del profesor Barea y sobre el contenido de sus propuestas reformadoras de nuestras instituciones presupuestarias sobre los que desearíamos llamar la atención de los lectores. Porque son esas reformas institucionales pendientes, por desgracia, las que conceden toda su importancia al déficit público y su continuidad en el futuro si esas reformas institucionales se posponen o se abandonan. Esta actitud garantizaría que quienes la ignoran no han aprendido nada de la presencia del déficit público español a lo largo de nuestra historia contemporánea. Existen dos razones fundamentales para justificar la importancia actual de este propósito de equilibrar continuadamente el presupuesto español erradicando el déficit. La primera, por la transcendencia del compromiso permanente asumido por España, que establece el Pacto de Estabilidad y Crecimiento incorporado como anexo al Tratado de la Unión y que obliga a una presentación equilibrada —en situaciones de normalidad— de las cuentas públicas. Objetivo que debe alcanzarse y mantenerse a partir del año 2002. A esa obligación, derivada de nuestra pertenencia a la UEM, se añaden las propias y fundamentales conveniencias que impone el cumplimiento de las condiciones de convergencia nominal a nuestra economía. Mantener la estabilidad interna constituye un objetivo básico para el éxito de nuestra convivencia dentro del área de la UEM. Ni la estabilidad ni la competitividad de nuestra economía frente al exterior pueden garantizarse sin el cumplimiento de la convergencia nominal. Para alcanzar hoy este objetivo prioritario, no contamos con la política monetaria, en manos hoy del Banco Central Europeo, cuyas decisiones, como ya hemos reiterado anteriormente, se adaptan a las condiciones monetarias y financieras emanadas de las necesidades de la evolución del conjunto del área europea. Como ha probado la experiencia reciente —y como ya hemos reiterado anteriormente— esas decisiones han resultado relativamente holgadas, desde el punto de vista de los requerimientos nacionales de España, sin contribuir, por esta razón, a la estabilidad interna de nuestra economía. Con este propósito, es imprescindible insistir en que la política fiscal se convierta en un flexible instrumento de carácter restrictivo con el propósito de reducir la presión de la demanda interna, ajustando estrictamente la programación y ejecución del presupuesto a los gastos e ingresos públicos programados que aseguren el equilibrio presupuestario. Si la Hacienda Pública española no mejora la sostenibilidad de sus liquidaciones presupuestarias a medio plazo, careceremos del arma necesaria para disciplinar el gasto nacional y el crecimiento desbordante que éste ha venido registrando respecto del producto potencial en el pasado, y en los últimos años arrastrará hacia el desequilibrio el comportamiento de la economía española. Por ello, lograr cuanto antes un equilibrio presupuestario sostenible en todas las áreas de las administraciones públicas —según se ha afirmado anteriormente— se con- 235 vierte en un arma fundamental para lograr la estabilidad económica del país y para alcanzar ritmos de crecimiento elevados y sostenibles. ¿Por qué la necesidad de las reformas institucionales del proceso presupuestario para asegurar la desaparición del déficit público y por qué no contentarnos con simples correcciones no regladas que consigan el mismo propósito? La respuesta que ofrece el profesor Barea la tiene el lector en el epígrafe 4 de su trabajo, en él se muestran los caminos por los que se ha abierto paso el déficit público en España, las deficiencias y la falta de disciplina presupuestaria nacidas de los defectos en su regulación actual, las corruptelas consentidas por esa misma regulación, la existencia, en fin, de presiones políticas que han invadido, con frecuencia, el presupuesto sin que las disposiciones vigentes garantizaran a los ciudadanos que gastar y no gravar constituyen vías abiertas para gobernar con déficit en nuestra sociedad. Un comportamiento que no debería consentirse en una sociedad que aspire a ser democrática. Las reformas institucionales del proceso presupuestario español se resumen en las once propuestas que el profesor Barea ofrece. A ellas remitimos su atención. Son esas once propuestas las que deberían inspirar el contenido de una Ley General Presupuestaria prometida al país desde hace nueve años sin que, hasta ahora, se haya registrado más iniciativa que la presentación, en 1995, del proyecto de nueva Ley Presupuestaria elaborado por el gobierno socialista y rechazado por el Congreso por sus evidentes y clamorosas deficiencias. ¿Contará España con la voluntad política necesaria para darle a nuestra sociedad la garantía de que esa herencia negativa del déficit público con la que hemos llegado a 2000 desaparezca de nuestra convivencia económica y política? Nada sería tan deseable como que ello ocurriera. Por de pronto, la intervención del profesor Barea muestra cómo las lecciones de la experiencia de nuestro déficit público permiten comprobar que hemos aprendido a controlarlo. Sólo falta que los políticos no olviden estas lecciones y muestren que el santo temor al déficit que siempre han proclamado no sea una fe sin obras. Una retórica de evasión culpable. EL SISTEMA ESPAÑOL DE INNOVACIÓN EN LA UNIVERSIDAD. NOTAS PARA UN DEBATE En la interpretación del actual ciclo expansivo, los economistas adjudican hoy un papel de protagonista a la innovación tecnológica que, iniciada en los sectores de la información y las telecomunicaciones, se extiende al tejido productivo de un país, originando un salto decisivo en la productividad que define una situación cualitativamente diferente. Considerar y evaluar este papel de la innovación en el proceso económico español ante el 2000 constituye una partida inolvidable en cualquier balance de llegada que intente contabilizar las perspectivas de crecimiento económico de España. 236 No hemos querido, pues, que faltara en nuestro balance de llegada a 2000 un trabajo que abordara esta cuestión, y que ha aportado la laboriosidad ejemplar de José Ángel Sánchez Asiaín, que contempla la situación actual del sistema español de innovación presentando uno de sus aspectos esenciales y que es quizá el que más difíciles reformas necesita: definir el papel de la Universidad en este proceso de innovación tecnológica. El subtítulo de su trabajo describe su propósito, puesto que su autor lo califica como «Notas para un debate», subtítulo justificado porque, como se afirma en el principio y se ratifica en el final de este trabajo, «las nuevas políticas públicas en el plano de la ciencia y la innovación y la sensibilidad de los agentes ante la importancia de la innovación de cara al nuevo siglo permiten, y hacen imprescindible, atender las cuestiones cruciales de la misión del sistema público de universidades e investigación, de su arquitectura organizativa y de sus modos de relación con el entorno. Aunque, para que esa tarea pueda abordarse con los necesarios estándares de respeto y rigor exquisitos, se precisará abrir un debate nacional basado en la mejor evidencia disponible y en las interpretaciones más potentes». Las ideas que el profesor Sánchez Asiaín aporta a este debate constituyen las reflexiones que sobre el papel de la Universidad en el sistema nacional de innovación se ofrecen ahora. Esas reflexiones se inician con un expreso reconocimiento del papel central que la Universidad debe desempeñar en nuestro sistema de innovación, un reconocimiento que obliga a tratar de diseñar los trazos más gruesos del que debería ser el modelo de Universidad con el que alcanzar ese objetivo. Tres son los aspectos que considera como básicos el profesor Sánchez Asiaín: 1. La que denomina «paradoja europea», consistente en lo que el Libro Verde de la Innovación de la Comisión Europea (1995) calificaba como «una llamada explícita a la movilización, necesaria porque Europa está en una situación paradójica: los resultados científicos excelentes alcanzados en la investigación y, simultáneamente, el deterioro de la presencia europea en los resultados tecnológicos, industriales y comerciales de los sectores de punta (electrónica y tecnología de la información, por ejemplo). El problema europeo consiste así en transformar el potencial científico y tecnológico en innovaciones rentables. Tal es la paradoja europea: contar con unas instituciones científicas bien desarrolladas que, sin embargo, cuentan con poca capacidad de innovación, que es, en el mejor de los casos, modesta y limitada. Esa situación se imputaba por la Comisión Europea al incumplimiento por las instituciones educativas de las condiciones para contribuir al desarrollo científico y empresarial actual y, especialmente, a la rigidez institucional y a los modelos formativos de la Universidad. 2. Es este punto de partida el que lleva las reflexiones del profesor Sánchez Asiaín hacia una revisión del papel de la Universidad, al que dedica buena parte de su trabajo. El perfil de la Universidad europea de hoy está modelado —afirma el profesor Sánchez Asiaín— por tres fuerzas: el progreso espectacular de las ciencias naturales, la democratización de la Universidad y la profunda transformación de la base económica de las sociedades avanzadas, cada vez más intensas en conocimiento y tecnología. 237 Esas tres fuerzas han ocasionado una obsolescencia manifiesta de los elementos centrales de la Universidad tradicional, tal y como la contemplaba la brillante visión de Ortega (La misión de la Universidad). Es bien conocido que las tres funciones históricas de la Universidad destacadas por Ortega y Gasset eran la creación y transmisión de la cultura, la formación para el ejercicio profesional y la práctica de la investigación científica. De esas tres funciones, Ortega descartaba esta última como núcleo esencial del quehacer universitario. Justamente, la evolución de las ciencia naturales desde el tiempo de Ortega al nuestro ha variado radicalmente esta concepción. El centro de gravedad del quehacer universitario se ha desplazado hacia la función investigadora, que aparece intensamente unida a la función docente, pues no se concibe hoy docencia sin investigación. Es la calidad investigadora la que debe combinarse con la capacidad docente. Esta circunstancia ha llevado a que la Universidad polarice sus objetivos en mejorar la capacidad investigadora y docente de quienes componen su equipo de profesorado y que la calidad de la enseñanza de cualquier centro se aprecie por este ensamblaje entre investigación y docencia. Por otra parte, este desplazamiento de la Universidad hacia la investigación ha venido a dar al tercer ciclo de los estudios universitarios una importancia muy destacada. Es justamente en este tercer ciclo donde se maduran las preparaciones de universitarios para la investigación, donde, con el ejemplo viviente de quienes ejercen funciones docentes y de los alumnos que conviven en un mismo centro y actividades formativas del tercer ciclo, se consigue que un conjunto de universitarios alcance la oportunidad de aportar, con sus investigaciones, nuevos avances a la ciencia y a su aplicación. Un extremo especialmente importante dentro de la evolución de la misión de la Universidad en este siglo es el tema de la democratización del acceso a aquélla y los peligros que esa democratización —y la masificación que la acompaña— supone para el desempeño de los papeles rectores que a la Universidad se le atribuyen en orden a impulsar la investigación y los procesos de innovación. El profesor Sánchez Asiaín, al enfrentarse con este gran tema de nuestro tiempo, ofrece la que es probablemente única alternativa viable: la posibilidad y el fomento para que constituyan centros de calidad universitaria que diferencien los modos, las enseñanzas y la investigación que en ellos se aprenda de los de otros centros. Sólo la distinción entre centros universitarios y el reconocimiento de la calidad de los que la logren gozando de los beneficios otorgados por la política administrativa del país por esa consecución, puede atraer el alumnado y el profesorado necesarios para mejorar el nivel educativo e investigador de un país. Opción dominante, sin duda, en los centros universitarios americanos, pero de dificilísima instauración en el quehacer de las universidades públicas europeas. Los intereses corporativos, la rígida estructura del profesorado, el poder del alumnado mediocre en el desarrollo y organización de las enseñanzas, constituyen obstáculos formidables a una atención prioritaria a la calidad de las enseñanzas y a una incentivación pública de estas diferencias necesarias. 3. Lo que la mayor parte de los analistas considera como causa de mejores prácticas o modelos de Universidad que marquen una ruta que debe seguirse 238 por las economías avanzadas, representadas por las universidades americanas después de la Segunda Guerra Mundial, constituye la tercera referencia para orientar el posible futuro de la Universidad española. Aquí la opinión que prevalece en la excursión del profesor Sánchez Asiaín sobre este problema es, en primer lugar, una permanente experimentación y disposición a modificar los departamentos y las áreas de conocimiento y especialización formativa e investigadora, creando los centros y unidades oportunas, cerrando otros o alterando su peso relativo y favoreciendo, en fin, las interacciones entre especialidades para el tratamiento de problemas emergentes que desborden a una única disciplina. En cualquier caso, las instituciones de la empresa y la Universidad deben constituir un espacio físico común —un parque de aprendizaje mutuo— para lograr el progreso tecnológico y que éste se plasme en una innovación en los procesos productivos empresariales. Convertir la peseta de investigación en peseta del PIB debe ser el gran objetivo de esa relación íntima entre Universidad y empresa. Cuando esas consideraciones se enfrentan con la situación actual de la Universidad española, se comprueba la dimensión y las enormes dificultades de la tarea reformadora si es que se desea que la Universidad constituya ese centro vital del sistema nacional de investigación. La reforma de la Universidad es, sin duda, una reforma de largo alcance plagada de obstáculos en España que necesita, indudablemente —como concluye el profesor Sánchez Asiaín—, de un gran debate nacional. Sería bueno que este debate se iniciara con textos tan sugerentes como el que ha escrito el profesor Sánchez Asiaín, y no con otros que procedan de los intereses corporativos propuestos y defendidos por los órganos de gobierno de nuestras instituciones universitarias. LA BANCA ESPAÑOLA ANTE LOS RETOS DEL PRÓXIMO SIGLO El Académico Rafael Termes contribuye a nuestro balance de llegada al nuevo milenio con el análisis de su bien conocida partida referente a la banca española, un concepto que entiende como la agregación de los 143 bancos españoles y las 51 cajas de ahorros. Sector que intermedia el 90 por 100 del flujo de ahorro e inversión que circula por nuestro sistema financiero. Tres son los principales propósitos a los que se dirige el análisis de Rafael Termes: presentar el cuadro que caracteriza el funcionamiento actual de la banca española, contrastar su posición relativa con la banca europea y definir aquellas actuaciones más convenientes para responder a los retos del futuro. El análisis de la situación actual de la banca parte de la base realista que le ofrece la composición de su cascada de resultados, cuya estructura y evolución en España tan bien conoce Rafael Termes, quien tanto ha contribuido a generalizar su uso con sus elaboraciones anuales y difusión de sus resultados. Las cuestiones principales en que se centra la atención del análisis de Rafael Termes son cuatro: la evolución favorable de los resultados de la banca (que 239 debería expresarse siempre correctamente utilizando la relación con los activos totales medios, lo que no siempre ocurre), el estrechamiento del margen de intermediación (que domina en los resultados de la banca española desde la liberación del sector financiero en la década de los setenta), la reacción de la banca contra el estrechamiento del margen de intermediación (básicamente a través del cobro de comisiones), la marcha favorable del concepto de eficiencia desde 1994 y la mejoría que acusa la evaluación de la eficiencia operativa (gastos de explotación como porcentaje de la suma de productos totales y resultados extraordinarios), si bien en este concepto la importante presencia de resultados extraordinarios no debe ocultar la necesidad de contener los costes operativos cuya reducción es básica para lograr la mejora de la eficiencia operativa. Un consejo permanente del Banco de España a nuestras instituciones bancarias que tanto cuesta conseguir en la banca española. Finalmente, el análisis de Rafael Termes se centra en la rentabilidad del activo a través del coeficiente conocido por las siglas inglesas de ROA, con mejoría en el último año. El segundo tema del análisis de Rafael Termes es —como antes se ha afirmado— la comparación de la situación de la banca española con los bancos europeos, que resume en cuatro conclusiones: la bancarización mayor en España (oficinas bancarias por habitante); si bien ese mayor número de oficinas bancarias se caracterizan por un número menor de empleados con el que operan en las mismas en Europa (20 de media europea, 8 de media española); las mejores rentabilidades de la banca española sobre activos totales (ROA), y el mejor nivel de activos de capitalización de nuestra banca y de su rentabilidad sobre fondos propios (ROE). Son estas características las que sitúan a la banca española en su balance de llegada a 2000 en condiciones de competitividad, capitalización y rentabilidad respecto de la banca europea. Queda pendiente, sin embargo, el problema de la dimensión de la red de sucursales que denuncia el primer rasgo antes mencionado, y que apunta hacia la necesaria reducción precisa para mejorar la eficiencia. El análisis de los modelos de banca en España y sus ventajas e inconvenientes se han presentado por Rafael Termes en anteriores intervenciones. Su posición frente a los dos modelos que polarizan las actividades de la banca, definidos por los objetivos, bien del crecimiento del negocio o el de la rentabilidad (manteniendo el modelo de banca comercial doméstica al por menor, sirviendo a su clientela mediante conciertos y alianzas, pero sin tomar participaciones en bancos extranjeros ni en empresas no financieras que caracterizan al primer modelo) es bien conocida, y Rafael Termes la ratifica en su trabajo: dejar la opción entre estos dos modelos a la banca, a la voluntad y conveniencia de las entidades. El tema importante y polémico del riesgo de las expansiones crediticias, que han impulsado en los últimos años la caída de los tipos de interés y la onda expansiva que en España se vive, se analiza en el trabajo de Rafael Termes antes de abordar en sus conclusiones las líneas más convenientes para enfrentar los retos del futuro. Ese problema de los riesgos 240 de la expansión del crédito, que tanto preocupa al Banco de España por el desequilibrio que ha creado entre créditos y depósitos y las vías a las que se ha acudido buscando sus soluciones por la financiación extranjera, por la emisión de deuda subordinada y por la emisión de acciones preferentes, configura la necesidad de constituir provisiones suplementarias de cara a futuras contingencias, solución propuesta por el Banco de España que plantea problemas a la banca que Rafael Termes apunta en su trabajo. ¿Qué hacer para afrontar el futuro de la banca española?, constituye —como hemos afirmado— la conclusión del trabajo de Rafael Termes. Siete líneas de actuación son las recomendadas: 1. Libertad en la elección del modelo de banca; 2. Atención a los cambios de la globalización para adaptar la financiación a estas alteraciones; 3. Atención prioritaria a la innovación tecnológica y prioridad en los gastos que garanticen su incorporación; 4. Mejorar la preparación del personal, esto es, la calidad del capital humano de la banca; 5. Mejorar el coeficiente de eficiencia ganando la batalla a la reducción del gasto, con especial atención al redimensionamiento de las oficinas bancarias; 6. Consolidar la sanidad del activo con un riguroso seguimiento del crédito y aplicando criterios conservadores y prudentes a los niveles de cobertura de los deudores, y 7. Creación de valor para el accionista fundamentado en la mejora de la rentabilidad. LA HERENCIA QUE RECIBIMOS EN EL AÑO 2000 DE LOS INVESTIGADORES ECONÓMICOS MÁS DESTACADOS DEL SIGLO ACTUAL Una partida muy particular de nuestro balance ante 2000 es la que ha presentado el profesor Fabián Estapé, quien ha venido dedicándose, con destacable perseverancia, al estudio y la enseñanza de la historia del pensamiento económico, en la que ha ofrecido trabajos en los que se contienen interpretaciones llenas de interés para situar obras básicas de los economistas españoles y de quienes no lo son. Trabajos convertidos en referencia obligada de cuantos hoy se acercan al estudio y conocimiento del pensamiento económico. Es ese aval el que llevó a la Real Academia a encargar al profesor Estapé, Académico de nuestra Corporación en la Sección de Economía, un trabajo que diese contenido y respuesta con el título que antecede en una ponencia elaborada y presentada a la Academia. El profesor Estapé aceptó la indicación, rogándonos que en su ponencia colaborase el profesor Ernest Lluch. Una propuesta que nos permitiría contar con dos de nuestros mejores especialistas en la materia y maestros de la mayoría de los que hoy investigan y enseñan en la Universidad española la historia del pensamiento económico. El trabajo presentado por el profesor Estapé responde plenamente a la personalidad de sus autores: a su sano escepticismo para evaluar los progresos de la economía, a sus preferencias bien marcadas por los grandes pensadores de 241 la economía de este siglo y a su prosa muchas veces enigmática, con la que les gusta dar forma a sus ideas para sembrar la perplejidad de los lectores. Los temas abordados en el trabajo que ahora publicamos se extienden a un campo amplísimo que abarca multiplicidad de materias que han presidido las investigaciones y propuestas de los economistas en el siglo xx. Como contraste de esta afirmación, basta realizar un breve inventario sobre los tópicos de los que se ocupa el profesor Estapé: la actitud de los investigadores económicos ante el criterio de refutabilidad de Popper, que no se ha seguido con disciplina suficiente —según la enérgica crítica de Mark Blaug— por muchas investigaciones económicas, lo que ha dado lugar a que proposiciones refutadas por los hechos sigan presentes en los manuales o en los ensayos sobre pensamiento económico; la discusión de las alternativas de estabilización de las economías en el campo de la teoría y en el de la política económica; la presentación de las que denominan corrientes de pensamiento inquietantes de fin de siglo (el significado de las condiciones matemáticas para un sistema de equilibrio general formuladas por Arrow y su negativa de que esas condiciones supusieran la defensa de una política económica neoclásica); las incongruencias denunciadas por Lawrence Summers, que alcanzan algunas orientaciones del pensamiento económico contemporáneo; la peculiar composición del consejo de asesores económicos del presidente Clinton, con la presencia de cerca de un 50 por 100 que no son economistas; el abandono por muchos economistas en sus trabajos de la referencia de éstos a problemas económicos cruciales con los que se enfrenta la sociedad de hoy; cuestiones a las que se añade la gran controversia sobre el formalismo y la matematización de la economía, en el que vuelve a jugar un papel de intérprete la posición crítica de Mark Blaug. Esa relación de las principales cuestiones abordadas por el profesor Estapé contiene tantas ideas y se asoma a tantos trabajos que el comentario de esta introducción debe limitarse a aconsejar al lector interesado por la evolución del pensamiento económico la lectura —por fuerza lenta y laboriosa— del contenido y los matices tratados en esta intervención. En el epígrafe del trabajo en el que se presenta el balance de la caja de herramientas de los economistas, como calificaría Joan Robinson a los instrumentos de análisis económico, el lector encontrará una evaluación de las aportaciones que reúnen para los autores más interés: el concepto de los costes de transacción, la ley de Okun, los conceptos de Hirschman de «salida, voz y libertad», el enfoque de las expectativas racionales, la regla monetaria de John Taylor; el enfoque de David Aschauer sobre las causas de las variaciones de la productividad. Esta ingeniosa selección motivará, sin duda, la curiosidad del lector por conocer su contenido y los motivos de esa selección de la caja de herramientas del economista. Una curiosidad que sólo debe satisfacer su lectura de este trabajo. Una cuestión que destaca la aportación que comentamos es la existencia de ciclos de ideas y de hechos económicos, es decir, la vuelta a enfoques de los problemas actuales tratados con instrumentos ya conocidos que se reformulan 242 y que se corresponden con valores vigentes y circunstancias semejantes en la actualidad a su comportamiento pasado. Epígrafe importante del trabajo presentado por el profesor Estapé es la selección y comentario de los que denomina «economistas incómodos o aparte». Quizá no sorprenda la selección a quienes conozcan sus preferencias. Pero hay que convenir que la selección reúne a un conjunto de figuras destacadas cuyo derecho a ser seleccionadas se defiende muy bien en este trabajo. No revelaremos en esta introducción quiénes componen esa selección para motivar al lector en su búsqueda y en la exposición realizada por los autores del trabajo. El colofón final de este trabajo es la conclusión que nos ofrece de la herencia que recibimos del pensamiento económico del siglo xx. Una herencia con activos (los temas que hemos aprendido a dominar), y una herencia con pasivos (el conjunto de problemas fundamentales que quedan pendientes). Esa agenda se refiere a cómo los economistas hemos sabido responder al título de la obra de Adam Smith: Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones. Las lecciones bien aprendidas y los activos de esta historia del pensamiento económico en el siglo xx son cuatro: la primera es que, a largo plazo, la capacidad de un país para producir bienes y servicios determina el nivel de vida de los ciudadanos; la segunda es que, a corto plazo, la demanda agregada es la que determina la cantidad de bienes y servicios que produce un país; la tercera es que, a largo plazo, la tasa de crecimiento del dinero determina la tasa de inflación, pero no afecta a la tasa de paro; y la cuarta es que, a corto plazo, la política monetaria y la fiscal se enfrentan a una disyuntiva entre inflación y paro. Hay, también, lecciones de respuesta pendiente que constituyen el pasivo, y éstas se concretan en cuatro cuestiones: la primera es conocer las mejores maneras de aumentar la tasa tendencial de la producción; la segunda es la concreción de cómo estabilizar la economía aunque las prácticas en las políticas de estabilización recientes han constituido un considerable avance; la tercera es que el coste de la inflación, sobre todo el coste de su reducción, constituye un debate abierto para tasas reducidas de inflación; y, en último lugar, se registra la cuestión de si, en cualquier situación del ciclo económico debe mantenerse la misma actitud contraria a los déficit de los presupuestos públicos. 243 LA PESETA Y LA REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS Enrique Fuentes Quintana Presidente de la Real Academia de Ciencia Morales y Políticas 1. UN RECUERDO OBLIGADO PARA LA REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS Hay fechas difíciles de olvidar y que obligan a su celebración tratando de encontrar su significado y su sentido histórico y actual. Pocas fechas —si alguna— pueden competir en el campo económico con la del 19 de octubre de 1868 y la del 2 de mayo de 1998. La primera va asociada a un decreto del ministro de Hacienda del gobierno provisional del general Serrano —Laureano Figuerola i Ballester— que disponía que «la peseta, moneda efectiva equivalente a 100 céntimos» reemplazara como unidad monetaria al escudo. Esa nueva unidad monetaria de la peseta tendría larga vida, ya que no sería sustituida sino a partir de la fecha —antes citada— que corresponde a la firma solemne de la Unión Monetaria Europea por los doce países fundadores, y que completaría su fase más visible y culminante el 24 de febrero de 2002, en que finalizaría el cambio a la nueva unidad monetaria europea, el euro, y la retirada del efectivo denominado en las antiguas divisas nacionales, lo que señalaba en nuestro caso el final efectivo de la peseta y, al mismo tiempo, la participación de España en un área económica europea comparable con la de Estados Unidos y superior a la del Japón. Una nueva moneda que aspiraba a ganar un protagonismo creciente en el sistema monetario internacional. Entre esas fechas históricas —octubre de 1868, febrero de 2002— ha transcurrido más de un siglo en el que la peseta ha escrito su larga historia con capítulos que es imposible ignorar por quienes aspiren a conocer la vida económica, social y política de España. 245 Una historia ésta de la peseta y la iniciada por el euro en la que está presente, hasta convertirse en intérprete, la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, pues la peseta nace por iniciativa de un académico de los fundadores de la Corporación, y que presidiría la Real Academia desde el 5 de diciembre de 1898, fecha en que fue elegido, hasta su muerte el 28 de febrero de 1903: Laureano Figuerola i Ballester. Esa presencia académica domina también la etapa final de la peseta y el nacimiento del euro, que no pueden entenderse sin el protagonismo en ese proceso del Banco de España autónomo que dirigirá como Gobernador otro académico ingresado en esta casa el 6 de noviembre de 1984 con la medalla número 10: Luis Ángel Rojo Duque. No es sólo esta presencia rectora de nuestros académicos en la creación de la peseta y su fin, con la aparición del euro, la que proclaman los anales de nuestra Corporación. Las cuestiones monetarias han constituido un tema de estudio y debate continuados en las sesiones de trabajo semanales que celebra desde su fundación la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Estudios y debates sobre el sistema monetario español y la política monetaria que cuentan con una legitimidad indiscutible y una fundada autoridad. Legitimidad, pues nuestro viejo Estatuto de 1857 obligaba a la Real Academia a ocuparse de —aquellas cuestiones de más importancia y actualidad según los tiempos y circunstancias», condición siempre cumplida por los temas monetarios españoles, que han figurado permanentemente a la cabeza de las ocupaciones y preocupaciones de la sociedad española contemporánea. Los estudios y debates sobre las cuestiones monetarias no sólo cuentan con la legitimidad derivada del cumplimiento de nuestros Estatutos fundacionales. Constituyen materias en las que los académicos de nuestra Corporación de cualquier etapa histórica han contado entre los principales especialistas del país, y sus propuestas y consejos sobre el sistema y la política monetaria han ganado la atención pública porque han partido y han contado con el fundamento firme de su competencia y con el valioso complemento de la experiencia ganada con el desempeño de puestos clave en la política financiera y económica española. Es precisamente de esa presencia de los académicos en la política monetaria de España de la que debería partir este relato histórico sobre la peseta y la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. El trabajo del catedrático, y actual académico correspondiente de la Corporación, José María Serrano, que abre el número XI de Papeles y Memorias contabiliza nada menos que 31 académicos de la Corporación que han desempeñado el cargo de ministro de Hacienda o de Economía, desde los que se ha dirigido la política monetaria española, y son 16 los académicos que han sido gobernadores del Banco de España desde la fecha en que a éste se atribuyese el monopolio de la emisión de billetes en el territorio nacional en 1874. A esta referencia deben añadirse los muchos académicos que han ocupado puestos de relieve en la alta administración monetaria en calidad de consejeros del Banco de España, altos cargos ministeriales o miembros de instituciones significadas, como la Junta Consultiva de la Moneda. Todo ello sin contar aquellos que han dejado sentir 246 su influencia desde el ámbito universitario o han sido personajes de peso en el sistema financiero español. La referencia de este volumen a la vida económica de la peseta hacía necesario disponer de un cuadro general que ofreciera los datos básicos de nuestra unidad monetaria desde su creación (1868) hasta su fin (2002). Un cuadro general que presenta el trabajo de Dolores Gadea y Marcela Sabaté en la segunda de las colaboraciones que incluye el número XI de Papeles y Memorias. Ese trabajo contempla la marcha del valor de la peseta en esos 134 años a los que se extiende su existencia. Una existencia prolongada que se sigue a través del dato revelador de su valor interno, apreciado por el nivel general de precios, que se complementa —para suministrar una mayor información— con la comparación de los precios españoles con los de Italia, como representante de la Europa mediterránea, y también con los de Gran Bretaña, como ejemplo canónico en historia económica. Ese comportamiento español permite distinguir las principales etapas en la vida de la peseta y aludir a la política monetaria en la que se sustentó. A ese análisis básico del valor de la peseta a través del índice de inflación se suma un comentario sobre la trayectoria seguida por el valor de la peseta atendiendo a su valor externo, es decir, a la cotización y variaciones del tipo de cambio de la peseta. Una información siempre imprescindible para trazar un balance final con el que conocer el comportamiento histórico de nuestra unidad monetaria de 1868 a 2002. Ese balance final se ofrece a los lectores en la recapitulación que presentan Dolores Gadea y Marcela Sabaté al concluir su trabajo, y que puede resumirse en las afirmaciones siguientes: a pesar de que la peseta no ha estado sometida a la disciplina exterior que impone un patrón metálico sino en una etapa breve que va de 1868 a 1883, la historia de la peseta, marcada por la discrecionalidad del patrón fiduciario, ha mantenido mejor su valor que otras monedas como el franco francés o la lira italiana, que han participado más tiempo en sistemas monetarios internacionales, aunque ese comportamiento haya sido peor que el de la libra esterlina. El significado de esta conclusión es que las autoridades españolas que decidieron el destino de la peseta desde 1883, a pesar de gozar de amplia discrecionalidad, procuraron, en términos generales, imponer una cierta disciplina. En otras palabras, redujeron por propia voluntad los costes indudables de permanecer al margen de la corriente dominante en el ámbito internacional impuesta por el patrón oro. Ciertamente, existen etapas en las cuales la discrecionalidad de la política monetaria permitió alimentar procesos inflacionistas, que se derivaron fundamentalmente de la indisciplina que emanaba de la Hacienda Pública y de la falta de una política monetaria más responsable. Sin embargo, en otras ocasiones España contó con excelentes administradores de su discrecionalidad, que ejercieron con dignidad ejemplar, como fue el caso de un académico ilustre —Don Raimundo Fernández Villaverde— capaz de enderezar la Hacienda y el valor de la peseta en la delicada coyuntura que siguió a la pérdida de Cuba. 247 Es en ese cuadro general que relata la vida de la peseta en el que han actuado nuestros académicos, marcando etapas inolvidables en la vida de nuestra unidad monetaria. Esta tradición nos obliga a quienes hoy integramos la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas a considerar esas fechas históricas del nacimiento y el fin de la peseta, con la aparición del euro, como motivo fundado para rendir el homenaje de nuestro recuerdo a quienes han desempeñado papeles decisivos en la política monetaria española, refiriendo aquellos episodios capitales que marcan la historia de la peseta y el nacimiento del euro como la nueva unidad monetaria nacida en el proceso de integración europea. De nuestro obligado homenaje dan testimonio los trabajos que incluye el Volumen XI de Papeles y Memorias de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en las dos secciones que habitualmente integran la publicación. A ese volumen se añade la Antología de textos sobre la cuestión monetaria en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (1857-1935), cuya selección y estudio introductorio han corrido a cargo del académico correspondiente y catedrático de la Universidad de Zaragoza José María Serrano Sanz, y que se ha editado y distribuido simultáneamente con el Volumen XI de Papeles y Memorias. 2. DOS ELECCIONES DECISIVAS EN LA HISTORIA DE LA PESETA El primer problema que la elaboración del Volumen XI de Papeles y Memorias ha debido resolver ha sido seleccionar los temas y los académicos que han interpretado los acontecimientos que definen las etapas básicas en la historia de la peseta y su fin con la llegada del euro. El resultado de nuestra elección es el que puede comprobarse repasando su índice. Permita el lector que quienes hemos intervenido en su elaboración le ofrezcamos los temas elegidos, que dan argumento a su contenido, los personajes que han desempeñado en nuestra historia el papel de intérpretes principales y su fundamento, así como el orden y el contenido al que responden las colaboraciones que contiene. La historia de la peseta y su fin con el ingreso en el euro se articula por la fuerza de dos elecciones transcendentales para entender las incidencias de su marcha y explicar las causas de su sentido. La primera de esas elecciones es la del sistema monetario, la segunda la configuración del banco central y sus funciones, esto es, en nuestro caso, el Banco de España. A) LA ELECCIÓN DEL SISTEMA MONETARIO 1. El bimetalismo y el Decreto de 19 de octubre de 1868 La elección del sistema monetario en el que se encuadró y que disciplinó la unidad monetaria se establecería por el Decreto de 19 de octubre de 1868, 248 que realizó esta opción fundamental, inclinándose por el sistema bimetálico, definiendo la peseta en términos del oro y la plata con una razón bimetálica oficial de 15,5 (es decir, que el oro valiera 15,5 veces más que la plata). Esa razón bimetálica oficial entre el oro y la plata comenzó a discrepar de la razón que dominaba el valor relativo del oro y la plata en los mercados de metales a partir de 1873, año en el que el precio del oro en el mercado internacional de metales se situaba en un 2 por 100 más respecto del establecido como razón monetaria oficial en 1868, llegando en 1873 esa diferencia al 14 por 100. Esa situación provocó su natural consecuencia: la huida del oro hacia los mercados de metales. Esa apreciación relativa del oro respecto de la relación bimetálica oficial se aproximaba en 1879 al 20 por 100. A partir de ese momento, las reservas de oro del Banco de España pasaron de 125 millones a finales de 1881, a 50 millones a finales de 1882. El Banco de España, comprobando que esta caída en nuestras reservas continuaba, ordenó en 1883 a todas sus sucursales que, desde mediados de ese año, dejasen de hacer pagos en absoluto en oro. Ésta sería una decisión fundamental, que alteraba el sistema monetario bimetálico que se adoptó en 1868. La circular del Banco de España que suprime los cambios de la peseta en oro, pese a su transcendencia, no ha quedado reflejada en ningún documento oficial. Parece que fue consultada con el Gobierno, pero no hay reflejo alguno en documentos oficiales de esa decisión y tampoco ha quedado reflejada en las actas del Banco de España, como comprobaría nuestro académico el profesor Sardá. De esta manera, el sistema bimetálico de 1868 se convirtió en 1883 en un sistema bimetálico cojo, que otros autores han calificado como patrón plata y que, en realidad, debía denominarse sistema de patrón fiduciario, ya que la peseta tenía establecido un precio superior en su acuñación al de cotización en el mercado de metales, lo que dejaba el control monetario —como ha afirmado el profesor Gabriel Tortella— al «uso juicioso de la discrecionalidad de nuestras autoridades», con daño irreparable para su credibilidad pública, ya que no existía otro límite a la creación de dinero que la conducta de quienes ordenaban la emisión. Por otra parte, esta decisión se adoptaba en un mundo que iba a registrar, a partir de 1871, lo que Gallarotti ha denominado la estampida hacia el oro, es decir, la general adopción del patrón oro. Una decisión iniciada por el imperio alemán de instaurar el sistema monetario del patrón oro precisamente en ese año de 1871. Decisión que se generalizaría a partir de entonces a la mayor parte de los países. 2. Los intentos de la implantación del patrón oro La historia de la peseta a partir de esa situación se escribe por los numerosos intentos de implantar el sistema del patrón oro, que cuentan en España como mejor intérprete a Raimundo Fernández Villaverde, a pesar de que su excelente proyecto de Ley de 21 de octubre de 1903 no lograría su aprobación, ya que ni siquiera fue discutido en el Parlamento. Esa historia continúa con otros intentos en la década de los años veinte, llegando a su fin en la década de 249 los años treinta, que registran, con la llegada de la Gran Depresión, el sucesivo y al fin general abandono del patrón oro en todos los países y la instauración del patrón fiduciario. 3. Las incidencias en el patrón fiduciario La peseta vivió los años de la Gran Depresión con las dificultades que padecieron todos los países, aunque el patrón fiduciario con el que España convivía, desde 1883, no creó los agudos problemas que se plantearon en todos los países con el abandono del patrón oro, con lo que debieron afrontar graves incidencias y resolver agudos problemas en muy poco tiempo. Tres etapas pueden diferenciarse en el comportamiento de la peseta y la política monetaria en los años que van de 1939 a 2002: a) La dominada por el aislamiento y la autarquía de la economía española, con una intervención estatal muy aguda de toda la actividad económica, incluida, desde luego, la actividad financiera. Esta política económica y la historia de ella derivada ocupa los años que van de 1939 a 1959; b) De 1959 a 1985 discurre una etapa dominada por el Plan de Estabilización de la economía española de julio de 1959, que abre nuestra economía al exterior, liberaliza en parte la actividad económica interna y la exterior e integra España en los organismos de Bretton Woods (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, GATT). En esa época se realizará también el ingreso de España en la OCDE, y c) Un paso más se da con el ingreso en la Comunidad Económica Europea el 12 de junio de 1985, que reforzará la liberalización de los mercados exteriores y la posibilidad de liberalización de los mercados de bienes y servicios, no siempre conclusa. Dentro de la Comunidad Europea, España ingresará en el Sistema Monetario Europeo en 1989, una época en la que la peseta atravesará la situación crítica derivada de la propia crisis del Sistema Monetario Europeo a partir de 1992. Una crisis que no se cerrará hasta el mes de agosto de 1993, con la ampliación de las bandas de fluctuación permitida sobre los tipos de cambios centrales definidos en el mecanismo cambiario del Sistema Monetario Europeo. La crisis de este Sistema reveló la dificultad/imposibilidad de lograr tipos de cambio fijos para cada una de las monedas que formaban parte de él, al admitirse simultáneamente la libertad en el movimiento de capitales. Este fracaso orientó el futuro hacia la creación de una Unión Monetaria de Europa. España adoptó ante este proyecto —como ha afirmado el profesor Rojo— dos líneas de acción fundamentales para buscar su futuro: apostar por la viabilidad de ese proyecto y considerar que, si se creaba una Unión Monetaria Europea, España no podía quedar al margen. Para jugar esta carta decisiva, se apostó en 1994 por el otorgamiento al Banco de España de autonomía, con la principal aportación de que permitió elaborar una política monetaria cuyo acierto convertiría en realidad el ingreso de España como país fundador de la Unión Monetaria Europea. Esta situación dejaba abiertas las puertas para que, en el futuro (año 2002), España sustituyese la peseta por el euro. 250 La historia de la elección del sistema monetario en España en el decreto fundacional de Figuerola, con la instauración del sistema bimetálico y los intentos de su evolución hacia el patrón oro, intentos fracasados porque en España no tuvo nunca vigencia este sistema, se aborda en el número XI de Papeles y Memorias de la Real Academia por dos trabajos. El primero de ellos, debido a los profesores Francisco Comín y Miguel Martorell, se publica con el título «Laureano Figuerola y el nacimiento de la peseta como unidad monetaria». Por su parte, los profesores José María Serrano y Marcela Sabaté estudian la segunda fase de esta historia, es decir, el fracaso del sistema bimetálico y el intento de sustitución por el patrón oro, que presenta su mejor planteamiento —como se ha afirmado anteriormente— en el proyecto de ley de 1903 presentado por Raimundo Fernández Villaverde. El trabajo de los profesores Serrano y Sabaté se titula Raimundo Fernández Villaverde y la cuestión monetaria. B) LA HISTORIA DE LA PESETA A PARTIR DE 1868 La historia de la peseta y la política monetaria aplicada en España desde el 18 de octubre de 1868 hasta la llegada del euro en el año 2000 se ha referido hasta aquí ordenándola a través de las dos opciones históricas realizadas por España: la correspondiente al sistema monetario y la que supuso la configuración de nuestro banco central, es decir, el Banco de España. Ambas elecciones respondieron a una característica común: la singularidad. España eligió un sistema monetario bimetálico para la peseta, pero sin formar parte de la Unión Monetaria Latina que había encabezado Francia (con Bélgica, Suiza e Italia, con la adhesión posterior de Grecia) y que introdujo el sistema bimetálico. España fue invitada a participar en la Unión Monetaria Latina, pero no aceptó la invitación, lo que los historiadores de la época atribuyen al dominio de otros problemas que afectaban trágicamente a la situación española y que se derivaban de los episodios revolucionarios que se padecían en esos años. Sin embargo, el sistema bimetálico español copió fielmente la regulación implantada por la Unión Monetaria Latina. Con esta decisión, España terminó quedándose sola con el bimetalismo elegido en 1868. Sola porque el sistema de patrón oro se generalizó a partir de 1871, año en que el imperio alemán lo adoptó, decisión a la que se adherirían un gran número de países. De forma tal que a partir de 1875 España se quedó sola con su peculiar patrón bimetálico, con cuya vigencia no podría continuar más allá de la década de 1880. En efecto, en 1883, una circular del Banco de España adoptó la decisión de prohibir a sus sucursales cualquier convertibilidad en oro de sus monedas de plata y billetes del banco. La historia de la peseta, a partir de 1883, vendría a padecer la singular posición que había elegido: el bimetalismo. Un bimetalismo que pronto registraría el temido y pronosticado efecto del cumplimiento de la Ley de Gresham y su conversión en un bimetalismo cojo, que en realidad sería un sistema de pa- 251 trón fiduciario. Esa singularidad española al no seguir la tendencia general no significó que España y los hombres que dirigieron su política económica no manifestaran sus preocupaciones y sus proyectos a favor de ese ingreso en el patrón oro, a lo que responden los intentos que se quedaron en tales a lo largo de la primera mitad del siglo XX. ¿Cómo se contemplan en los trabajos contenidos en el número XI de Papeles y Memorias esas dos decisiones, que analizan, respectivamente, los profesores Francisco Comín y Miguel Martorell, José María Serrano y Marcela Sabaté? La respuesta a estas dos preguntas es la que el lector encontrará en los siguientes epígrafes (pp. 280 a 298). La segunda opción que ha marcado la historia de la peseta fue la configuración de las funciones desempeñadas por nuestro banco central, esto es, por el Banco de España. Una opción interpretada por José Echegaray y plasmada en el Decreto de 24 de marzo de 1874, que convertía al Banco de España —un banco privado— en un banco que recibía el privilegio de emisión de billetes. Una decisión que no pudo ser más desafortunada, y cuya prolongación en el tiempo justificaba la dura crítica del profesor Olariaga: «El Banco de España se configuró como una institución única emisora con el fundamental destino de abastecer de fondos al Estado y, como misión secundaria, asegurar el desenvolvimiento del crédito comercial, y en su creador no hubo ni el menor barrunto —en aquella época eran ya otra cosa los bancos emisores— de los fines esenciales que en una comunidad bancaria ya desarrollada tienen ese tipo de instituciones». Esta crítica domina la obra de cuantos economistas han juzgado la torpe configuración de nuestro banco central, esto es, de nuestro Banco de España. Esas críticas son las que dan el argumento a los distintos trabajos que publica el Volumen XI de Papeles y Memorias y que comentamos en el apartado III. El comienzo obligado de una historia de la peseta: la opción por el sistema bimetálico Los profesores Francisco Comín y Miguel Martorell, que han contribuido decisivamente con excelentes trabajos al conocimiento de muchas de las etapas de la Hacienda Pública española, son los que llevan a los lectores hacia el análisis de las características que gobernaron el nacimiento de la peseta. En su trabajo encontrará el lector una trayectoria biográfica bien trazada del ministro de Hacienda de la revolución, un análisis detenido de las distintas medidas que integraban su detallado programa de reforma económica, inspirado por los principios de la llamada escuela economista, que encabezaba Figuerola y a la que pertenecería una mayoría de los economistas españoles de entonces. Este programa definido por Figuerola respondió a un conjunto de objetivos y medidas de obligado cumplimiento por la política económica. Esas medidas comenzaban con el reconocimiento constitucional de la libertad de industria, 252 trabajo, tráfico y crédito. Principio que suponía la eliminación de todo tipo de limitaciones al libre comercio, y en particular la abolición de cualquier privilegio en los establecimientos de crédito, así como la derogación de la legislación restrictiva sobre sociedades anónimas que dominaba a la llegada de la revolución, derivada de las imposiciones de los gobiernos anteriores y que había hecho imposible la constitución de sociedades anónimas, que eran una palanca fundamental para el desarrollo de la economía. Se reformaban también las leyes hipotecarias para la inmediata creación de bancos de crédito territorial y agrícola. Se disponía asimismo la desamortización absoluta civil y eclesiástica, a la que se añadiría la enajenación a censo entre los proletarios de todos los terrenos comunes y patrimonios de la Corona. Se ordenaba el desestanco de la sal y el tabaco y de todos los demás artículos que formaban parte de los monopolios del Estado, así como la supresión de las loterías como renta del Estado. Por otra parte, debían eliminarse las contribuciones indirectas, y muy expresamente la contribución de consumos, que había sido suspendida ya por las algaradas populares que trajo la revolución y que se sustituía por el establecimiento de una contribución única, directa y personal que, ciertamente, carecía de cualquier viabilidad en las circunstancias que dominaban los tiempos de la revolución. Finalmente, pero en manera alguna en último lugar, se encontraba la práctica de una reforma arancelaria inspirada en los principios del librecambio, que daban su contenido esencial al arancel de 1869 y su futuro, porque el arancel incluía su célebre Base 5.ª, que proponía la reducción gradual al límite de los derechos calificados como estadísticos alcanzados mediante una reducción gradual del tipo de gravamen establecido por los aranceles vigentes. Reforma básica adicional propuesta por el ministro de Hacienda, y que encabezó en el tiempo a todas las demás, fue la creación de la peseta, que debía operar en un sistema bimetalista. Resulta necesario subrayar las afirmaciones que, en opinión de los profesores Comín y Martorell, definieron ese bimetalismo en el que se encuadró la peseta. En primer lugar, la rapidez con la que el ministro realizó esta reforma monetaria. A las tres semanas de la revolución, la peseta ya era la moneda oficial. En noviembre ya estaba definido su programa iconográfico, y en el primer trimestre de 1869 salieron los primeros ejemplares de la nueva moneda de la ceca. Figuerola estaba convencido de que esa nueva unidad monetaria tenía un importante valor simbólico y político. Lo más curioso del caso es que Figuerola no era un bimetalista, pues ya en 1864 defendería el empleo de un solo metal (el oro) como moneda, y mucho después de abandonar el Ministerio seguía siendo monometalista, apostando definitivamente por el patrón oro en 1884. Sin embargo, en 1868 aceptaría el bimetalismo que imperaba en la Unión Monetaria Latina, a cuyas reuniones constitutivas había asistido España. En 1867, una delegación gubernamental española participaría en la Conferencia Internacional celebrada en París, convocada por Francia, para culminar los trabajos de la Unión. A su regreso a España, los comisionados realizaron un informe que recomendará el ingreso de nuestro país en la Unión Monetaria Latina. La Junta Consultiva de la Moneda, 253 organismo asesor del Estado, aceptó la propuesta y elaboró un plan de reforma monetaria basado en la aceptación del bimetalismo. El Consejo de Estado dictaminaría y aprobaría ese proyecto. En estas circunstancias, Figuerola, pese a sus convicciones monetaristas favorables al patrón oro, no dudó en la aceptación de este proyecto bimetalista por dos razones. La primera, porque el estudio para implantar el patrón bimetálico estaba hecho y su tramitación político-administrativa se había realizado, lo que constituía un paso importante para la práctica de la reforma monetaria, siguiendo la pauta marcada por la definición en términos de oro y plata de la nueva unidad monetaria. Por otra parte, aunque Figuerola prefiriese un sistema monometalista oro, no dejaba de reconocer que la opción por el bimetalismo permitía reforzar los lazos con Europa mediante la Unión Monetaria Latina, lo que facilitaría el logro del gran objetivo del ministro de Hacienda: instaurar la libertad comercial y multiplicar los intercambios con el exterior. En consecuencia, como reconocía honestamente Figuerola, para instaurar la peseta: «yo no tuve que poner de mi parte más que la voluntad y la decisión para aprobar un proyecto heredado». La ulterior evolución de este proyecto heredado de instaurar en España el sistema bimetálico no pudo pasar del año 1883, cuando no fue posible seguir con la convertibilidad de la peseta en oro por las razones que antes se han indicado, por lo que España, a partir de ese año, contaría con un patrón fiduciario que cubre toda su historia contemporánea. Tras comentar con detalle la etapa de Figuerola en el Ministerio de Hacienda y la estrategia de la reforma presupuestaria, las incidencias en la creación de la peseta, así como su aportación decisiva en la política arancelaria, el trabajo de los profesores Comín y Martorell finaliza con una evaluación de Figuerola como ministro de Hacienda, que inician con la afirmación, evidentemente cierta, de que la etapa que le tocó vivir como ministro de Hacienda de la revolución se hizo en las peores circunstancias concebibles: en el contexto histórico de una revolución con destronamiento de la Reina; sublevaciones en el país; insurrección de Cuba; fracasos en encontrar un monarca; existencia de conflictos internacionales y de una gran inestabilidad política y social en el interior, y la existencia de unos grupos sociales en el interior refractarios a toda la reforma tributaria. En estas circunstancias, era bien difícil definir y aplicar la política económica española soñada y defendida por Figuerola y la escuela economista. Ciertamente, Figuerola conocía estas circunstancias, lo que le llevó a afirmar que «no se le considerase como ministro de Hacienda, sino como el liquidador de épocas pasadas y que iba al Ministerio de Hacienda como el soldado va a la brecha a morir al pie de ella para que otros, sobre su cadáver, suban a las almenas y planten su bandera». Como destacan los profesores Comín y Martorell, las vísperas de la Navidad de 1868 ese juicio de Figuerola sería angustiosamente vivido por él y por cuantos compartían sus labores de Gobierno. Quizás el principal error de Figuerola fue no conceder a la situación dramática en que se encontraba la Hacienda Pública del país una atención prioritaria. Figuerola creía y defendió que las reformas de la Hacienda podían apla- 254 zarse para entrar rápidamente en las reformas económicas, y a éstas dedicó toda su atención, demorando los imprescindibles retoques de la tributación para elevar los ingresos públicos y, por otra parte, reducir el gasto público, decisiones imprescindibles para evitar el calamitoso estado de la Hacienda Pública. Decisiones que hubiesen sido capaces de evitar la carrera suicida hacia los déficit y multiplicación de la deuda pública que dificultaban, hasta impedida, la normalización y el desarrollo de la vida económica del país. Como afirman los profesores Comín y Martorell, Figuerola confesaría en una oportunidad «que si hubiera contado como ministro de Hacienda, con un presupuesto nivelado, habría hecho milagros». Un pensamiento que debía completarse con otra afirmación: sin un presupuesto nivelado, no era posible hacer milagro alguno en la España de su tiempo. Un pensamiento que nunca informaría la conducta y decisiones de Figuerola. La estampida hacia el patrón oro Una pacífica coincidencia de todos los economistas e historiadores de la peseta se ha producido sobre la conducta que supuso que la evolución de la historia de la peseta en el primer tercio del siglo XX se desarrollara en torno a una idea rectora: la implantación del patrón oro. Una idea rectora con vigencia internacional, pues esta etapa se vivirá en todos los países bajo el dominio de lo que el economista Gallarotti calificaría descriptivamente como la estampida hacia el oro, que se registraría con especial intensidad en los finales del siglo XIX y en los comienzos del XX. Este proceso de estampida hacia el patrón oro se iniciaría con el liderazgo en Europa de la decisión alemana que en 1871 proclamó al oro como su exclusivo metal monetario. Una decisión que se impondría en Europa, en gran parte de América y en otras economías como las de Rusia y Japón. El fundamento de esta decisión radicaba en la mala experiencia del bimetalismo, que había planteado los problemas de su inestabilidad derivados de la Ley de Gresham, y, por otra parte, en la propia expansión del patrón oro en los principales países, lo que favorecería su implantación para acceder y participar en un sistema monetario convertido en universal. Ante un movimiento como éste, es obligado preguntarse: ¿por qué el patrón oro: qué se pretendía con su vigencia? Con su habitual agudeza, Schumpeter ha dado respuesta a esa pregunta inquietante que reclama las razones por las cuales el patrón oro se instauró en casi todos los países, convirtiéndose en un ideal al que había que aspirar. Según Schumpeter, «Las razones hay que buscarlas en que el patrón oro es un componente natural de una economía de laissez-faire y de librecambio, que era la que dominaba en el mundo en esta época. El patrón oro vinculaba los tipos monetarios en los niveles de precios de cada nación con los de todas las demás naciones que lo aceptaron, ofreciendo un dato firme para sus intercambios. Por otra parte, este patrón es sumamente sensible al gasto público, e incluso a actitudes políticas 255 que no implican directamente el gasto público, como por ejemplo la política internacional o ciertas políticas fiscales o, en general y precisamente, todas las políticas que violan los principios de un Estado gobernado por principios liberales. El oro impone restricciones a los gobiernos y a las burocracias con mucha más fuerza que una interpelación parlamentaria, dando credibilidad a sus decisiones y contribuyendo a asegurar que no se produciría cualquier desviación del gobierno de los países hacia conductas que consintieran una administración inadecuada de sus programas públicos». Dicho en otros términos, el patrón oro constituía una garantía para la disciplina de la Hacienda Pública, principio fundamental del liberalismo. España no tuvo nunca un patrón oro, pese a la vigencia general de este sistema monetario. Una afirmación rotunda que plantea varias preguntas de obligada respuesta: 1.ª ¿Existieron proyectos en nuestro país para implantar el patrón oro? ¿Cuál fue su contenido? ¿Cuál fue la presencia de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en este proceso? 2.ª ¿Cuáles fueron las causas principales que dejaron estos proyectos de la instauración del patrón oro en tales, sin llegar a su conversión en leyes vigentes? 3.ª ¿Qué consecuencias produjo esta peculiar posición española sobre nuestra economía? ¿Cómo evolucionaron estas consecuencias en la larga etapa que va de los comienzos del siglo XX hasta nuestra Guerra Civil? Ofrecer unas respuestas a esas distintas cuestiones constituye, sin duda, un capítulo fundamental en la historia de la peseta. Una historia con tres etapas: a) la que va de 1903 a 1918; b) la que comprende el paréntesis de los años 1918 a 1930, y finalmente, y c) la que discurre desde 1931 hasta la llegada de la Guerra Civil. Los proyectos para la implantación del patrón oro en la primera década del siglo XX: las ideas y el proyecto de ley de 21 de octubre de 1903, de Raimundo Fernández Villaverde, y su actualización por Augusto González Besada en 1918 Quizá la etapa en la que mejor se plantearon en nuestra economía los proyectos para instaurar el patrón oro sea la que hemos calificado anteriormente como primera, y que discurre desde el comienzo del siglo XX hasta 1918. En ella nos encontramos además con la destacada presencia de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, a la que pertenecían los dos intérpretes que batallaron para lograr que España contase con un patrón oro: Raimundo Fernández Villaverde y Augusto González Besada. Como afirman los profesores José María Serrano y Marcela Sabaté en el trabajo que incluye el número XI de Papeles y Memorias, la exposición de los proyectos españoles para instaurar el patrón oro exige partir de una fecha y de un académico. La fecha es la del 26 de enero de 1890, en que nuestra Real Academia celebraba el aniversario de su fundación. El intérprete de este acto 256 solemne fue el más joven de sus académicos: Raimundo Fernández Villaverde. El discurso pronunciado para la ocasión testimonia su profundo conocimiento de los problemas que planteaba la cuestión monetaria y de su influencia para construir una política económica con fundamento en nuestro país. En este discurso, Villaverde postulará para España el que era su permanente ideal monetario de por vida: un sistema monetario con un patrón metálico de pleno contenido, con moneda sana y sólida y tipo de cambio estable. Este joven académico desempeñará la cartera de Hacienda en el gobierno presidido por Silvela desde comienzos de 1899, y realizará su gran obra de nivelar el Presupuesto, practicar una conversión decisiva de la deuda pública y reformar el sistema tributario, modernizando y poniendo al día los impuestos españoles. Una obra inolvidable que el profesor Flores de Lemus calificaría con las siguientes y laudatorias palabras: «Acaso ninguna obra política de la historia moderna de España haya conseguido tan amplio reconocimiento como el arreglo de nuestra Hacienda tras el desastre colonial». Este ganado aval de reconocimiento y credibilidad pública conseguido por Fernández Villaverde, por su valiosa y brillante gestión de la Hacienda española, hacía posible que éste se planteara con fundamento acometer la ambiciosa empresa que había deseado realizar a lo largo de su vida: regularizar la circulación fiduciaria y establecer en lo posible el patrón oro. A este doble propósito respondería el proyecto de ley preparado por Villaverde como presidente del Consejo de Ministros, y presentado al Parlamento el 21 de octubre de 1903 con el objetivo de «regularizar y mejorar el cambio exterior para procurar el restablecimiento de la circulación y libre acuñación de la moneda de oro». Por desgracia, su dimisión, impuesta por circunstancias políticas, dejaría este proyecto sin discutir en el Parlamento, lo cual no ha impedido que cuantos análisis se han hecho de él hayan reconocido la solidez de su argumentación y el profundo conocimiento que revelaba de toda la literatura entonces existente y referida a los temas financieros. El trabajo de los profesores Serrano y Marcela Sabaté permite realizar una aproximación realista y ordenada a la vida y la obra de Raimundo Fernández Villaverde, que llena una etapa brillante de nuestra historia financiera y monetaria. Tres son las partes en que José María Serrano y Marcela Sabaté ordenan su exposición: 1. La figura de Raimundo Fernández Villaverde; 2. El saneamiento financiero, requisito para la estabilización monetaria, y 3. El camino hacia el patrón oro. La presentación de la personalidad de Fernández Villaverde arranca del reconocimiento que ha merecido a prácticamente todos los que se han acercado a la lectura y evaluación de su obra. Quizá —como dicen los autores— el mejor elogio que de su figura puede hacerse es el que le tributó nuestro académico José Larraz en 1947: «Cuando se contemplan las magníficas piezas académicas (y puede y debe añadirse sus aportaciones decisivas para la reforma de nuestra Hacienda), fuerza es reconocer que en el medio político de la Restauración vivieron hombres 257 de altura de miras, de densidad cultural, de claridad de juicio, entre los cuales destacó la figura del ministro de Hacienda de 1899-1900». José María Serrano y Marcela Sabaté subrayan como principio básico de su conducta la fidelidad y competencia con las que Raimundo Fernández Villaverde ejerció su gran vocación política en los múltiples cargos que desempeñó: diputado ya en 1872 por la provincia de pontevedra, puesto para el que sería elegido en las Cortes republicanas de 1873 y, más adelante, en todas las elecciones de la Restauración desde 1876 hasta su muerte, en 1905; asimismo, en 1877 también sería nombrado Interventor General de la Administración del Estado, y en el propio Ministerio de Hacienda sería subsecretario desde 1880; gobernador civil de Madrid en 1884-1885, donde desarrollaría una labor inolvidable ante la epidemia de cólera que padeció la capital de España; ministro de Hacienda en 1899, donde realizaría la gran obra, ya aludida anteriormente, de nivelar el Presupuesto, realizar la conversión de la deuda y practicar una reforma tributaria plena de aciertos; presidente del Consejo de Ministros en dos ocasiones, de julio a diciembre de 1903 y de enero a julio de 1905, año en el cual le sorprendería la muerte en plena madurez intelectual. La monografía elaborada por el profesor Serrano sobre La cuestión monetaria en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (1857-1935), editada por nuestra Corporación conjuntamente con el Volumen XI de Papeles y Memorias, muestra hasta qué punto Fernández Villaverde estuvo presente en todas las propuestas y discusiones que llenan el quehacer de la Academia durante su vida. Sus aportaciones fundamentales serían, sin duda, la de nivelar el Presupuesto, convertir la deuda y reformar los tributos españoles y la de diseñar el camino que España debía recorrer para llegar al patrón oro. Estas dos tareas —subrayan José María Serrano y Marcela Sabaté— no eran casuales ni producto de improvisaciones políticas. La gran diferencia de él con los políticos de su tiempo se encuentra en el hecho de que la política económica concebida por Fernández Villaverde era una política programada que se proponía alcanzar tres objetivos decisivos y coherentes: 1.º La estabilización presupuestaria; 2.° La estabilidad monetaria, y 3.° Lograr una Hacienda que favoreciese el desarrollo, que sólo debía abordarse estando bien aseguradas las dos etapas anteriores. El saneamiento financiero como requisito previo para la estabilización monetaria se expone en el trabajo de los profesores Serrano y Sabaté en su segunda parte. En ella, se detallan el conjunto de decisiones a las que ya se ha aludido con anterioridad. En su examen, se subraya como decisión básica la práctica de la reforma tributaria, que debería aportar los ingresos necesarios para esta operación estabilizadora. Sin embargo, la nivelación del Presupuesto no se intentaría conseguir por esta sola vía, sino también por la economía y reducción del gasto, que hacía de la conversión de la deuda un objetivo fundamental y prioritario, pues los gastos recurrentes de ésta suponían el 50 por 100 del contenido del Presupuesto. Esa conversión de la deuda se describe con detalle y acierto en el estudio de los profesores Serrano y Sabaté, ofreciendo una interpretación de ella que denuncia algunos errores cometidos por otras 258 interpretaciones que no han hecho la justicia debida a esta operación reformadora del ministro de Hacienda. El camino hacia el patrón oro se aborda en la tercera parte del trabajo y cuenta con dos documentos fundamentales: la intervención de Villaverde en la Academia de Ciencias Morales y Políticas el 26 de enero de 1890, a la que ya nos hemos referido, y el proyecto de ley de 24 de marzo de 1903 «para regularizar y mejorar el cambio exterior y para procurar el establecimiento de la circulación y libre acuñación de la moneda de oro». Como afirman Serrano y Sabaté, la exposición de motivos de este proyecto constituye un análisis magistral en el que destaca la visión de Villaverde del equilibrio en la balanza de pagos que el patrón oro permite, merced al papel jugado por el movimiento de valores mobiliarios (movimientos de capital) en la estabilidad de los cambios entre monedas del citado patrón. Y efectivamente, si el patrón oro mantuvo los cambios estables, no fue tanto por ajustes en la balanza comercial como a consecuencia de los flujos de capital. Es también llamativa la atención que Fernández Villaverde presta a la importancia de un factor del que depende el éxito de la política monetaria; la credibilidad en que, a largo plazo, el cambio siempre se restauraría a la vieja paridad. Ello era clave porque, para eliminar el riesgo de devaluación, los bancos centrales amenazados por la pérdida de oro sólo deberían señalizar la posición con una ligera elevación de los tipos de interés para que la compra de valores mobiliarios sostuviera el cambio a corto plazo. Una proposición sobre la que se extiende el proyecto de Fernández Villaverde, quien muestra, así, sus conocimientos monetarios, que intentaba poner al servicio de su proyecto. Por desgracia, ese proyecto de Villaverde no sería aprobado porque no llegó siquiera a ser examinado por el Parlamento, al producirse la dimisión de su autor por razones políticas que amargaron sus días, y tras las cuales estaban las disidencias con Maura, con el que se enfrentaría por la jefatura del Partido LiberalConservador. Un enfrentamiento que Villaverde perdió en un momento trágico, pues en ese año (1905) se produciría la muerte del que había sido el gran ministro de Hacienda de la España de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. El proyecto de Fernández Villaverde para instaurar el patrón oro (1903) no estuvo sólo. Le acompañaron una serie de propuestas de los ministros de Hacienda de la época, hasta un total de siete (estos proyectos se iniciaron con el de Ángel Urzáiz, que incluso se anticipó al de Villaverde, pues estaba fechado en enero de 1892; Tirso Rodrigáñez, en mayo del mismo año; Navarro Reverter concluiría el suyo en 1906; el primero de los proyectos de González Besada en 1908, y el propio Tirso Rodrigáñez insistiría en este propósito reformador con su proyecto de enero de 1912). Todos estos proyectos correrían la misma suerte que el de Fernández Villaverde: quedarse en tales proyectos, sin pasar a ser leyes vigentes. Obviamente, esta conclusión demostraba la dificultad de la tarea de implantar el patrón oro, pues ésta reclamaba el cumplimiento de dos condiciones: contar con un banco central saneado con reservas de oro suficientes para responder a las demandas de metálico del público y, en segundo 259 lugar, conseguir de forma continuada el equilibrio del Presupuesto, lo que debía permitir cerrar las puertas del Banco de España al Tesoro para evitar que su deuda se monetizase por el Banco directa o indirectamente. Estas dos exigentes condiciones de potencia económica y de equilibrio presupuestario no se cumplirían simultáneamente en el momento en el que fueron presentados los distintos proyectos reformadores antes aludidos. El mejor proyecto, desde este punto de vista, sería, sin duda, el de Fernández Villaverde, que cumplía con toda claridad el principio del equilibrio presupuestario en el momento de su presentación. Sin embargo, la fortaleza demandada de las reservas oro suficientes del país para poder atender a los pagos de los ciudadanos contaba con debilidades de las que se quejaba el propio Villaverde. La llegada de la Primera Guerra Mundial y la neutralidad española durante el conflicto parecieron ofrecer una oportunidad para que España intentase de nuevo figurar entre los países con patrón oro. En efecto, durante los años en que duró el conflicto, la balanza de pagos de España constituyó el mejor escenario para comprobar la mejora radical en los resultados de nuestra economía. El auge excepcional de las exportaciones de materias primas, de productos alimenticios y de bienes manufacturados se traduciría en una decisiva mejora de la cotización de la peseta y en una acumulación extraordinaria de reservas oro, como prueba el hecho de que el Banco de España llegara a ser uno de los bancos centrales con mayores reservas del mundo. En efecto, la cuantía de las reservas oro españolas sólo era superada por la de tres bancos centrales: la Reserva Federal de Estados Unidos y la de los bancos centrales de Francia e Inglaterra. No cabe duda de que en estas circunstancias cabía anticiparse a la llegada de la paz europea elaborando, por parte de España, un proyecto que restableciese la convertibilidad de la peseta en oro y que, al normalizarse la situación económica tras la paz, España estuviese en condiciones de actuar bajo la disciplina del patrón oro. La oportunidad de este proyecto se derivaba del supuesto razonable de que, terminada la guerra mundial, Alemania, Francia y Gran Bretaña restablecerían la convertibilidad de sus monedas lo antes posible, y si España aprovechaba su situación económica, estaría en condiciones de incorporarse al comercio y a la actividad económica de la postguerra contando con un sistema monetario de patrón oro. Ése es justamente el paso que el académico de nuestra Corporación y ministro de Hacienda Augusto González Besada trataría de dar con su reforma, contenida en el proyecto presentado en 1918. Una reforma para la que propondría como paridad el exigente nivel legal al que se situaba la peseta en 1868. El proyecto de Augusto González Besada corrió la misma suerte que todos los anteriores: el de su desaprobación y abandono, en los que el Consejo del Banco de España jugó un papel decisivo al destacar que la pretensión de González Besada de restaurar el patrón oro en Europa era una previsión arriesgada que sólo podrían confirmar los acontecimientos posteriores. Resultaba así prudente «esperar y ver», lo que descartaba, por el momento, la aceptación del proyecto. 260 El patrón oro en España a partir de los años veinte: muchos deseos, algunos proyectos y ninguna reforma Con el rechazo de los proyectos de los académicos Villaverde y González Besada se iniciará una nueva etapa en la historia de la peseta, que abarca toda la década de los años veinte, etapa que España va a recorrer sin contar con el patrón oro, pero dominada por una insistente demanda por incorporado. Los hechos que van a condicionar lo sucedido arrancan de un mal principio: la crisis económica registrada en Europa y España, que afectó especialmente a los mercados financieros y bancarios. La crisis duró de 1919 a 1924. Sus causas principales quisieron encontrarse en las medidas adoptadas en los distintos países que participaron en la Primera Guerra Mundial y que deseaban volver a un cuadro institucional y del funcionamiento de la economía semejante al que dominó antes de 1914. Este buscar el futuro en el pasado para resolver problemas del presente constituyó un gran fracaso. Las medidas de esta vuelta al pasado consistían en derogar el conjunto de intervenciones y controles que la guerra obligó a adoptar en las economías de los distintos países. Ello suponía: restaurar la libertad de los movimientos de capitales, admitir de nuevo plena libertad en el tráfico de divisas, liberalizar los mercados de bienes y servicios, así como la formación de precios y salarios en todos los mercados de factores productivos y, en cualquier caso, facilitar los intercambios internacionales derogando cualquier obstáculo al comercio exterior. Como antes se ha afirmado, estas decisiones no lograron el restablecimiento del pasado, sino la aparición de graves desequilibrios en las distintas economías que se manifestaron muy especialmente en los mercados de cambios y que afectaron con especial intensidad a todas las economías europeas. La apariencia más destacada de esta crisis residió en la depreciación de las monedas. La cotización de la peseta registró a finales de 1919 las consecuencias de esta agitación en los mercados de cambios con devaluaciones espectaculares, soportando además una gran volatilidad en sus cotizaciones derivada de las incertidumbres de los mercados y la presencia en ellos de intensos movimientos especulativos de capital. Sólo cuando, a partir de 1924, llegó la calma a los mercados monetarios de Londres y París la peseta volvió a una situación normal. Este prólogo de la crisis económica y financiera que domina de 1919 a 1924 constituye la premisa mayor que explica lo sucedido con la peseta en las dos etapas que antes se han propuesto al dividir su historia que va de 1919 a 1936. En efecto, tanto el período 1919-1931 como el 1931-1936 están dominados por una obsesión permanente sobre el cambio de la peseta que convirtió a los políticos españoles en obsesos de la cotización de nuestra divisa, que se elevó a la categoría de primer problema de la economía nacional. Un problema que desesperaba a los políticos cada día al conocer las cotizaciones de las divisas nacionales. Esta presencia continuada de las devaluaciones de la peseta como problema dominante en los mercados de divisas se correspondió con el diseño y la aplicación de distintas políticas económicas con la pretensión de estabilizar los 261 cambios. Políticas que fueron vividas en España con singular intensidad por todos los políticos que dirigieron la economía española entre 1919 y 1936. Resulta curioso comparar a este respecto las actitudes de dos políticos tan opuestos como el dictador Miguel Primo de Rivera e Indalecio Prieto, primer ministro de Hacienda de la II República Española. Pese a la distancia ideológica y personal entre ellos, ambos estuvieron dominados por la misma obsesión: mantener el cambio de la peseta y sufrir cada día con su depreciación. No puede extrañar, por ello, que la historia económica de España de 1919 a 1936 esté repleta de proyectos elaborados con el propósito de estabilizar los cambios, asegurar la convertibilidad de la peseta e introducir el patrón oro. El inventario de estos proyectos realizado por el profesor Pablo Martín Aceña permite seguir esa historia y concluir, en todo caso, proclamando el fracaso en conseguir esos objetivos. Desde su llegada, en septiembre de 1923, la Dictadura trató de enfrentarse con la devaluación de la peseta —que se creía dependiente de especulaciones animadas políticamente— mediante el asentamiento del nuevo régimen y las medidas aprobadas por el Directorio, que coincidieron en su estrategia con el viejo rumbo que utilizan las dictaduras para resolver los problemas de una economía: multiplicar el intervencionismo. Un intervencionismo dirigido, en este caso, a los mercados de cambios, en los que se prohibieron las operaciones de venta a plazos, se restringieron los movimientos de capital y se limitaron los pagos exteriores. Decisiones que no sólo carecieron de eficacia, sino que contaron con una clara oposición del mundo empresarial, que denunció que esas medidas de control podían ocasionar consecuencias negativas para el comercio exterior. Por otra parte, y en contra de la hipótesis de partida del Directorio, no se admitió —como éste suponía— que esa devaluación de la peseta se debiera a causas especulativas contra el nuevo régimen, sino que estaban presentes causas económicas fundamentales que actuaban de manera directa y decisiva sobre la cotización de la peseta: los desequilibrios del Presupuesto y de la balanza de pagos, sobre los que era necesario actuar. Uno de los más ambiciosos proyectos para estabilizar el cambio de la peseta es el que discurre a partir de 1928, y que inspirará José Calvo Sotelo, nombrado ministro de Hacienda del Gobierno Civil de la Dictadura en 1925. Su proyecto de estabilización del cambio de la peseta debía lograr ésta consiguiendo el que era el sueño de la época. Esto es, conjuntamente con la implantación del patrón oro, la convertibilidad de la peseta y estabilización en el más ambicioso de los niveles: el que la peseta registraba en su momento fundacional de 1868. Inicialmente, estos objetivos parecieron posibles, pues desde 1925 a 1927 la cotización de la peseta mejoraría espectacularmente y, por otra parte, el deseo del ministro de introducir el patrón oro y estabilizar el cambio despertaba una clara aceptación de las distintas instituciones económicas y de la opinión de muchos de los técnicos del país. A ello se añadirían acontecimientos políticos positivos que crearon, hacia 1927, el ambiente más favorable que cabía esperar para las reformas pretendidas. 262 Ese panorama se alteró bruscamente en 1928, año a partir del cual la peseta registró una caída persistente que motivó la instauración de la intervención en el mercado de cambios, proyecto que contó con unos medios increíblemente insuficientes para afrontar sus deberes y, al mismo tiempo, con una oposición frontal y activa desde dentro y desde fuera del país. Esa intervención de los cambios se atribuyó a un Comité que contó como secretario con el competente economista, profesor y académico Luis Olariaga, que ha explicado magistralmente la marcha de los acontecimientos de esa intervención en un ensayo inolvidable (La intervención de los cambios en España) publicado en 1929. Las limitaciones financieras del proyecto y los factores exteriores muy adversos que condicionaban su éxito obligaron a suspender las actividades interventoras en octubre de 1929. El lector puede encontrar una información precisa y detallada de este proceso en el trabajo del profesor Velarde publicado en el Volumen XI de Papeles y Memorias. En el curso de este proceso, dominado por posiciones políticas encontradas, surgió una polémica que arrancó de la crítica de Cambó a la intervención de los cambios, que se centraba en uno de sus aspectos: el objetivo perseguido y confesado por Calvo Sotelo de reafirmar los límites fijados para la estabilidad de los cambios volviendo a los vigentes en 1868. Cambó juzgaba ambiciosa y perjudicial para nuestras exportaciones esa cotización. Una afirmación sobre la que volverán algunas opiniones posteriores. Esa crítica de Cambó apuntaba hacia un aspecto limitado sobre el proceso de intervención de los cambios, cuyo juicio justo debía incorporar —como afirmará el profesor Olariaga— muchos factores adicionales, entre ellos la situación y el condicionamiento del tipo de cambio de la peseta por factores internacionales que ocuparían el centro de la escena de la caída de la peseta en 1928 y 1929. Asimismo, la puesta en marcha del proyecto contó con las limitaciones impuestas por la inadecuada reordenación bancaria de 1921 (Ley Cambó), que, increíblemente, no consideró la estabilidad del tipo de cambio como una función básica del Banco de España. Las consecuencias de todo ello serían que la etapa de la Dictadura finalizaría sin lograr la estabilización de los cambios y, por supuesto, sin conseguir la implantación del patrón oro. Los catorce meses que van desde la caída de la Dictadura a la llegada de la II República registran la presencia, de nuevo, de la estabilización de la peseta como problema prioritario de la política económica española. El proyecto se elaboró bajo la dirección del ministro de Hacienda Julio Wais, y se continuó por quien heredó su cartera, Juan Ventosa, quien contaría con muy escaso tiempo, dada la llegada inmediata de la II República. El proyecto de Julio Wais pretendía estabilizar el cambio aproximando su cotización en todo lo posible a la vigente en 1868. Un propósito de revalorización que no fue acompañado de aquellas medidas que este ambicioso fin exigía. La intervención en el mercado de cambios, por una parte, y la búsqueda de créditos exteriores, por otra, constituían los dos posibles fundamentos del éxito de su política. Con el propósito de controlar los cambios, surgió el Centro Oficial de 263 Contratación de Moneda, en el que se centralizaba el comercio de divisas, que pretendía regular con él el mercado de la peseta. Se aceptó, asimismo, lograr un préstamo internacional garantizado con oro, con el apoyo correspondiente del Banco de España, al que se opuso con energía el Consejo de éste, como lo había hecho tradicionalmente a la exportación de oro. Con todo ello, el Gobierno no fue capaz de frenar la caída de la peseta en los mercados exteriores. El mantenimiento del tipo de cambio de la peseta constituyó en la II República española un objetivo prioritario de política económica. Elevado a la categoría de obsesión por Prieto, no convertiría esa actitud en medidas de estabilización. Hubo de ser el gobernador del Banco de España —Julio Carabias— el autor de un plan urgente de estabilización basado en diversas medidas: intervención por parte del Centro Oficial de Contratación de la Moneda para adquirir las pesetas que fuesen ofrecidas en el mercado de cambios a tipos que superaran cierto nivel, con la reducción automática de la circulación fiduciaria en el mismo importe de las pesetas que fuesen adquiridas para evitar cualquier influencia negativa sobre la cantidad de dinero interior; la regularización del stock de oro del Banco de España y una utilización del tipo de descuento del Banco de carácter flexible y continuo para lograr los fines pretendidos por la política económica respecto de la regulación monetaria. Ese plan de Carabias contaría con muy escasos meses para su aplicación, por lo que careció de efectos importantes sobre el objetivo pretendido de regular los cambios. La peseta continuó su camino de depreciación después de que Prieto y Carabias abandonasen sus puestos. El sucesor de Prieto en el Ministerio de Hacienda fue el catalán Carner, que centró sus preocupaciones y su trabajo en la preparación de un Presupuesto General, del que la República no había dispuesto hasta entonces. Por otra parte, los mercados de la peseta le dieron al ministro la tranquilidad suficiente para realizar esta tarea que consideraba prioritaria. Sin embargo, a finales del invierno de 1932, la peseta volvió a registrar una baja persistente, que obligaría a actuar a Carner. Su decisión ante este problema sería la prudente de consultar sobre qué hacer en estas circunstancias. Una consulta que dirigió a los economistas que habían entrado a formar parte del Consejo General del Banco de España tras la reforma de Prieto, que constituían una trilogía excepcional: Flores de Lemus, Gabriel Franco y Agustín Viñuales. Su respuesta sería contraria a montar una nueva intervención para sostener la cotización de la peseta. En esa misma línea habían discurrido los informes del Servicio de Estudios con que contó el Banco de España a partir de su constitución en 1931, Y del que eran directores el profesor Olegario Fernández Baños y el economista Germán Bernácer, que habían manifestado una y otra vez que «tratar de mantener a todo trance un tipo de cambio de la peseta constituiría una equivocación perniciosa que, en definitiva, sólo habría de conducir a la emigración del oro de España, con desastrosas consecuencias para la economía del país». Con objeto de afirmar la estabilidad de los cambios en España, la política económica optó, en el período 1933-1935, por ligar la cotización de la peseta al 264 franco francés, decisión que vinculaba la peseta al bloque oro, lográndose así una estabilización de hecho del tipo de cambio, al mismo tiempo que la peseta se apreciaba respecto del dólar. Esa decisión estabilizó el cambio de la peseta en los mercados internacionales. Sin embargo, la medida no sería gratuita. En primer lugar, porque el tipo de cambio a que se estabilizó la peseta aceptaba su sobrevaloración, lo que influiría negativamente sobre las posibilidades de exportación y el saldo correspondiente de la balanza de pagos. Este recuerdo histórico de la experiencia de la política de estabilización de los tipos de cambio en España no debe dejar sólo el sabor reiterado y amargo de su fracaso, sino también la intención de tratar de aprender de esa experiencia las enseñanzas capaces para actuar con más acierto en el futuro. Un propósito que obliga a contestar a las dos preguntas que se formularon anteriormente en esta introducción: 1.ª ¿Por qué no se instauró el patrón oro en España y por qué fracasaron los proyectos de estabilizar el tipo de cambio de la peseta? 2.ª ¿Qué consecuencias tuvo para la economía española la ausencia del patrón oro como sistema monetario y cómo debería orientarse la política monetaria para superar esta circunstancia? Justamente fue la incapacidad de la Hacienda Pública para cuadrar sus presupuestos uno de los motivos —quizás el principal— para ir aplazando los proyectos que pretendían la implantación del patrón oro, pues, a partir de 1910, el saldo presupuestario de nuestro Estado comenzó a vivir una nueva etapa deficitaria que impedía adoptar cualquier intento de implantar el patrón oro o, simplemente, de estabilizar el cambio de la peseta. Causa alegada con frecuencia de la acumulación de los proyectos fracasados de estabilización de la peseta o implantación del patrón oro en los años veinte y treinta la constituyó la inestabilidad política y el cambio constante de los equipos que dirigieron el Ministerio de Hacienda. En estas circunstancias, resultó imposible que los partidos políticos contaran con el tiempo suficiente para programar la política monetaria imprescindible para lograr que pasaran de meros proyectos. Esa serie de factores que dominaron el escenario político y económico de la España de 1918 a 1936 hicieron imposible convertir en realidad el propósito más pregonado por los políticos de la época: instaurar el patrón oro, estabilizar el cambio de la peseta y volver a su vieja paridad de 1868. Esta conclusión nos obliga a preguntarnos: ¿qué consecuencias produjo este comportamiento?, ¿fue conveniente que el manejo de la política monetaria estuviera gobernado por la discrecionalidad de los gobiernos? Estas preguntas han contado en España con dos respuestas encontradas. La primera de ellas subraya el punto de partida de nuestro sistema monetario adoptado en 1868 (sistema bimetalista) y su evolución hacia un patrón «cojo» basado en la plata, a partir de lo dispuesto en la tan citada como modesta circular del Banco de España de 1883, que suprimía la convertibilidad de la peseta 265 en oro. De esta manera, y como ya se ha afirmado, la peseta contó sólo con una referencia a la plata a partir de ese año 1883, convirtiéndose, de esta manera, en un patrón bimetálico «cojo», que algunos historiadores han denominado patrón plata. Un término incorrecto, porque el valor de la plata amonedada era superior al que alcanzaba en el mercado de metales, con lo que, de suyo, la acuñación de plata no establecía límite alguno a la circulación. Acuñar plata era un gran negocio para el Estado, y especialmente para el Banco de España. El sistema monetario plata era así, en verdad, un patrón fiduciario. Esta situación impuesta por las circunstancias ha dado pie a afirmar que España, con la adopción de este sistema de patrón fiduciario, se anticipaba a los restantes países occidentales, que se vieron obligados al abandono del patrón oro y a instaurar un patrón fiduciario en los años críticos de la Gran Depresión de los años treinta. La consecuencia fundamental de este ingreso de España en 1883 en un patrón fiduciario posibilitaba utilizar la discrecionalidad en la administración del control monetario del país que lo adoptase. Una discrecionalidad con efectos dependientes de la prudencia y responsabilidad de los políticos situados al frente de la política monetaria del país. Por el contrario, el patrón oro imponía un comportamiento a las autoridades monetarias sin ámbito para su discrecionalidad. Esta disciplina que el patrón oro obligaba a adoptar a las autoridades monetarias tendrá como fundamental activo la ganancia en la credibilidad de un comportamiento ortodoxo de las políticas monetaria y presupuestaria. Evaluar la alternativa patrón oro/patrón fiduciario obliga a destacar la importancia de la situación económica en la que esa evaluación se realiza. Así, parece evidente que, en una etapa crítica como la vivida por España a partir de 1931, con una crisis económica profunda, agravada por el cambio político que el país vivía en esos momentos y por el abandono continuado del patrón oro por distintos países, disponer de un gobierno discrecional de la política monetaria constituía una ventaja considerable. Y es igualmente cierto que una situación como la definida en la etapa 1890-1913, con un patrón oro dominante en el mundo que definía un marco monetario estable, la aplicación del criterio de la discrecionalidad para el manejo de la política monetaria carecía de la credibilidad necesaria para favorecer el desarrollo de las inversiones exteriores que podían afluir a España. Fue esta situación de grandes inversiones internacionales la que convirtió a la etapa de 1880-1913 en una era decisiva para el desarrollo económico apoyado por la vigencia del patrón oro. España perdió gran parte de esas oportunidades por la ausencia de un patrón oro, ausencia que negaba a la peseta la necesaria credibilidad para los inversores dispuestos a embarcarse en préstamos con el país. En definitiva, no resulta prudente aconsejar, y mucho menos decidir, sobre la implantación del patrón oro ni sobre la convertibilidad de su moneda o sobre la estabilidad de su cambio exterior ignorando las condiciones económicas que definen la situación del país aconsejado, porque sin referencia a esas condiciones carecerá de fundamento el consejo o la decisión que se adopte. 266 La etapa de la economía española que discurre entre 1918 y 1936 no contó sólo con la experiencia de las propuestas a que nos hemos referido anteriormente. Contó también con un documento que no cabe ignorar. Un documento publicado bajo el título Dictamen de la Comisión del Patrón Oro, que apareció al final de la década de los años veinte, dictamen del que era director —o mejor redactor— el profesor Antonio Flores de Lemus. Este dictamen constaba de dos partes bien diferenciadas: una primera referida al estudio de las relaciones y variables fundamentales que condicionaban la formación del tipo de cambio en España, y una segunda que desarrollaba las propuestas y consejos al Gobierno sobre el tema sometido a su consideración: la adopción del patrón oro y la estabilidad del cambio exterior. Desde esa fecha de 1929, la política económica española contó con una valiosa orientación para conocer los comportamientos económicos en que debería basarse la implantación del patrón oro y la política de cambio exterior que sería conveniente aplicar en tanto no se dispusiera de ese patrón. Desde entonces, es sabido que todo intento de estabilizar nuestra economía debe afirmarse en una política presupuestaria «que dé su base a una Hacienda Pública tan sólidamente establecida que no sólo pueda saldar sus obligaciones presentes, sino que permita mirar con tranquilidad a las contingencias de lo por venir». Se conoce también que es preciso disponer de una política monetaria anti-inflacionista como acompañante inevitable de toda política estabilizadora. Es sabido igualmente que la estabilidad de la economía obliga a contar con un comportamiento de la política social que encauce las relaciones de los trabajadores y empresarios, ofreciendo una cooperación que contribuya al aumento del empleo y evite las alzas salariales que no se ajusten al crecimiento de la productividad del trabajo. Asimismo, se conoce el papel decisivo que debe desempeñar en una política estabilizadora la liberalización de la actividad económica y la eliminación de aquellas intervenciones estatales perturbadoras de la competencia en los distintos mercados de bienes y servicios. Se sabe, en fin, que la política de cambio exterior debe ajustar su cotización a la norma fundamental de que ésta no se sitúe por debajo del nivel relativo de los precios, evitando incurrir así en la práctica que el «Dictamen de la Comisión del Patrón Oro» denominó tipo de cambio arbitrario, cuya vigencia produciría cinco efectos negativos de la máxima importancia: 1.º El tipo de cambio arbitrario tiende a frenar y castigar las exportaciones; 2.º El cambio arbitrario tiende a primar las importaciones; 3.º El cambio arbitrario tiende a favorecer con una prima la exportación de capital nacional allende las fronteras; 4.º El cambio arbitrario produce la pérdida de las reservas de oro y divisas, y 5.º El cambio arbitrario propende a endeudar progresivamente a la economía que lo practique con el resto del mundo. Todos esos consejos, ofrecidos por el Dictamen de la Comisión del Patrón Oro, no sólo conservan el valor histórico que tenían en la época en la que el Dictamen los propuso y defendió, sino que han probado también su vigencia en todos los proyectos de estabilización económica concluidos con éxito en nuestro tiempo. 267 3. LA CREACIÓN DEL BANCO DE ESPAÑA Y SUS FUNCIONES La segunda opción histórica, que explica la marcha de la política monetaria que está detrás de la evolución de la peseta y su final, con el ingreso de España en la Unión Monetaria Europea y la adopción del euro, es la que va unida a la creación y funciones de nuestro banco central, el Banco de España, en 1874. 3.1. EL DECRETO DE 24 DE MARZO DE 1874 Y EL OTORGAMIENTO DEL PRIVILEGIO DE EMISIÓN DE BILLETES EN TODO EL TERRITORIO NACIONAL Como ha afirmado el profesor Gabriel Tortella, es imposible entender la concesión al Banco de España del privilegio de emisión de los billetes sin referir esa decisión a la catastrófica situación en que se encontraban la economía y la Hacienda españolas al llegar el año 1874. Los males padecidos venían de antiguo. Ante todo, de la grave crisis económica iniciada en 1864, a la que se sumarían los errores en el tratamiento de sus problemas por los hombres que compusieron los gabinetes isabelinos, errores que alimentarían a la revolución liberal de septiembre de 1868. La crisis económica se agravaría por la lamentable situación que dominó la Hacienda de Amadeo I y de la Primera República española que siguió. Fue justamente esa gravedad de la situación de la Hacienda la que llevó a José Echegaray, ingeniero, dramaturgo y político (de gran influencia entre los liberales de la escuela economista y al que Figuerola encomendó la cartera de Fomento en el primer gobierno de la revolución), a ocupar la cartera de Hacienda en 1874. Desde ese cargo dictaría el Decreto de 24 de marzo de ese mismo año. Ese decreto otorgaba el monopolio de emisión de billetes en todo el país al Banco de España, y el Estado obtenía por esta cesión del privilegio de emisión de billetes unos ingresos de 125 millones de pesetas en condiciones excepcionales. Cifra muy elevada en aquel entonces. Una cantidad, por otra parte, juzgada indispensable ante las dificultades extremas de la Hacienda para obtener los ingresos imprescindibles con el fin de que el Estado saliese adelante en el cumplimiento de sus obligaciones. La exposición de motivos de la disposición que concedió el privilegio de emisión de billetes al Banco de España confesaba con toda claridad esa situación, con una fuerza trágica salida de la pluma de Echegaray: «Abatido el crédito por el abuso, agotados los impuestos por vicios administrativos, esterilizada la amortización por el momento, forzoso es acudir a otros medios para consolidar la deuda flotante y para sostener los enormes gastos de la guerra. En tan críticas circunstancias, el Ministro que suscribe se propone crear un banco nacional como nueva potencia financiera que venga en ayuda de la Hacienda Pública». El Banco de España era entonces un banco privado, que contó con el privilegio de emisión. Una concesión extraordinaria que trató de compensar el 268 Ministerio de Hacienda con la contrapartida de la ayuda a la Hacienda Pública al mismo tiempo. Estos dos hechos anunciarían el futuro del Banco de España, que se encontraría con dos consecuencias: beneficios extraordinarios para sus accionistas y servidumbre a las necesidades del Tesoro. El Banco de España aprovechó la oportunidad que le concedió este privilegio para crear una extensa red de sucursales y aumentar la circulación fiduciaria. La circulación de billetes se multiplicó nada menos que por 16 en los 35 últimos años del siglo, con un crecimiento medio anual de 8,2 por 100, cuando la economía crecía a cifras mucho más reducidas, del orden del 1,5 por 100. Se alteró también la circulación de billetes en las distintas provincias españolas porque, a diferencia de los antiguos bancos de emisión, el Banco de España obtuvo —como antes se afirmaba— el privilegio adicional de lograr la circulación nacional de todos los billetes en 1884. Este crecimiento de la circulación de billetes produjo un efecto muy importante: el arraigo de la peseta, puesto que ésta se convirtió en un medio general de pago en todo el país. Por otra parte, el Banco de España aumentaría de manera decisiva la emisión de billetes, intensificando así la creación de dinero; una decisión que iba a originar graves consecuencias. Éstas se encontraban en el hecho de que la creciente circulación de billetes venía explicada por las necesidades de una Hacienda Pública carente de otros recursos financieros. En efecto, los años de la Guerra de Cuba 0895-1898) no sólo registrarían un aumento considerable de la base monetaria, creciendo casi un 65 por 100, sino también una trayectoria explosiva de las disponibilidades líquidas, que crecieron a un ritmo anual del 15% en el cuatrienio de la guerra. Ese crecimiento procedía de los gastos derivados de la guerra, que se financiaron en gran medida por cauces monetarios a través del recurso al Banco de España, vía anticipos directos al Tesoro que el Banco de España podría suministrar al Estado. Ese proceso terminaría con una inflación importante y con una devaluación acusada de la peseta (la peseta cotizaba en el comienzo de la guerra a 27,5 pesetas por libra y lo haría, en mayo de 1898, a 49,2 pesetas por libra). El proceso de monetización de la deuda pública por el Banco de España, al servicio de las necesidades de la Hacienda, continuó durante muchos años, con daño evidente para la economía y la Hacienda del país, y ese comportamiento del Banco de España, junto con el abandono en el desempeño de lo que debían ser sus principales funciones como banco central, suscitaron la crítica general que el Banco recibió de economistas y políticos españoles. 3.2. LAS CRÍTICAS A LA CONFIGURACIÓN DEL BANCO DE ESPAÑA Y LAS PROPUESTAS PRINCIPALES DE SU REFORMA Sin duda, las críticas más fundadas y mejor orientadas al Banco de España serían las formuladas por tres maestros de la economía española, todos ellos miembros de nuestra Academia: los catedráticos Luis Olariaga, Joan Sardá y Luis Ángel Rojo. Sus aportaciones llenan una larga etapa, iniciada el 5 de 269 febrero de 1915, fecha en la que el profesor Olariaga expone por primera vez sus críticas radicales al Banco de España, sobre las que insistirá en 1932, en su obra La política monetaria española, con nuevos argumentos contundentes que negaban al Banco de entonces su carácter de verdadero banco central. A esa crítica, repitiendo la negación del carácter de nuestro banco emisor como banco central, se añadiría más tarde Joan Sardá. Estas crítica la motivó la Ley de Bases del Crédito y la Banca del 14 de abril de 1962, a la que Sardá negó rotundamente que atribuyese al Banco de España las funciones que eran básicas de un verdadero banco central. Al mismo tiempo, Sardá precisaba las funciones que debería desempeñar el Banco de España, cuyo cumplimiento podía haber orientado acertadamente su reforma en aquellos años, y a las que el poder monetario que residía en el Ministerio de Hacienda no hizo el menor caso. Para esta transformación del banco emisor en un verdadero banco central habrá que esperar a la llegada de las críticas primero, y a su aceptación después, realizadas por el profesor y académico Luis Ángel Rojo a partir de 1971. El desarrollo por el Banco de España de una política monetaria, que iba modificándose a medida que lo propugnaba el Servicio de Estudios, culminaría con la concesión del principio de autonomía. Concesión que figuraba entre los objetivos de la Unión Monetaria Europea, en la que España iba a ingresar. De esta manera, se llegaría a la Ley de 1994, que reconocía al Banco de España su carácter autónomo. A partir de aquí, y merced a la política monetaria autónoma definida por el Banco, nuestro país ingresaría como país fundador en la Unión Monetaria Europea con la implantación final del euro. Al análisis de la personalidad y las aportaciones de estos tres profesores y académicos se dedican tres largos ensayos que constituyen la parte central de el Volumen XI de Papeles y Memorias de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. 3.3. LA APORTACIÓN DEL PROFESOR LUIS OLARIAGA La primera de las críticas dirigidas a la organización y funciones que venía desempeñando el Banco de España desde 1874 se expone magistralmente por el profesor Velarde en su excelente trabajo. Olariaga y el Banco de España». Comentar con detalle este trabajo constituye una tarea imposible. En primer lugar, por su extensión, y en segundo lugar, y sobre todo, por los magistrales matices que el trabajo del profesor Velarde ofrece a los lectores sobre los personajes y ambientes académicos y políticos que dominaron la larga vida del profesor Olariaga. Sin embargo, sí cabe recomendar, en cualquier caso, la lectura —en la seguridad de que con ella disfrutará quien la realice— de las páginas que dan cuenta de una vida llena de interés como la del profesor Olariaga, al que el profesor Velarde trata con un afecto que compartirá el lector que gane su tiempo leyendo su ensayo. 270 El punto de partida del trabajo del profesor Velarde sobre Olariaga es la identificación de éste con lo que él denomina el «triple talante de la generación de intelectuales españoles de su tiempo», integrado por tres creencias fundamentales: el convencimiento de que las transformaciones y reformas de la sociedad constituyen una alternativa fundamental para su progreso. Esa creencia se acompaña del deseo de poner en práctica las ideas y proyectos que sirvan a ese objetivo. Cualquier reforma de la sociedad se basa en unas ideas que necesitan decisivamente su difusión por todas las vías disponibles (conferencias, charlas, discusiones públicas, artículos periodísticos, folletos) con el propósito de conseguir su aceptación social. La reforma debe basarse, asimismo, en un asesoramiento a la clase política por parte de los cultivadores de las ciencias sociales, los cuales pueden aceptar, incluso, su participación en el poder, siempre que sea provisional, para volver después al desarrollo del magisterio y la investigación. En tercer lugar, y finalmente, los integrantes de esa generación a la que Olariaga pertenecía dedicarían una atención destacada a la formación de discípulos a los que orientarían en su formación, y que serían, a la postre, continuadores en la investigación y la aplicación de las ideas de reforma en las sociedades del futuro. La vida de Olariaga fue, en opinión de Juan Velarde, una muestra clara de fidelidad a esas creencias. Los detalles de esa vida los cuenta Velarde a partir de su división en tres grandes etapas. La primera es la que va desde sus primeros estudios en Vitoria, donde había nacido en 1885, hasta su obtención de la cátedra en la Universidad de Madrid (1917). Esa primera etapa corresponde a la peculiar formación de Olariaga, que inicia el contacto con los problemas económicos partiendo de su servicio en el sistema financiero y de su conocimiento de las operaciones realizadas por la banca; en efecto, trabajó en el Credit Lyonnais de Londres (1905 y ss.), y en Londres conocería y trabaría una amistad íntima con Ramiro de Maeztu que resultaría decisiva en su vida, pues fue él quien le introdujo en el conocimiento de un mundo cultural británico que cautivaba a Olariaga. Es también Maeztu quien le relaciona con Unamuno y, sobre todo, con Ortega y Gasset, quien orientaría decisivamente sus pasos en el futuro. Por consejo de Maeztu, y con ayuda de Unamuno, cursaría la licenciatura de Derecho en distintas universidades españolas y se doctoraría en Madrid. Cumplida su condición de doctor, obtuvo, la cátedra de Política Social y Legislación Comparada del Trabajo, que había quedado vacante por el fallecimiento de Justino Azcárate y que formaba parte de los estudios del Doctorado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid. Fruto de su deseo de darse a conocer públicamente y atender a la propuesta de Ortega de que los trabajos respondiesen a problemas españoles, Olariaga iniciaría sus colaboraciones en la prensa ordinaria y las revistas de signo cultural. Publicaría en la revista España, dirigida por Ortega, sus célebres colaboraciones críticas sobre el Banco de España, que aparecieron bajo un título común y detonante: El Banco de Epaña plaga nacional. Como afirma el profesor Velarde, esa 271 crítica, desarrollada muy espectacularmente, parecía escrita para contestar a la pregunta de Azcárate, quien, refiriéndose al Banco de España, se preguntaba: ¿El Banco es de España o España es del Banco? En esa crítica radical, Olariaga destacaba y condenaba el carácter privado y lucrativo del Banco de España y su completo abandono de las funciones que un banco central debía desempeñar. A partir de 1917, Olariaga comenzará sus clases en la Universidad de Madrid con un éxito extraordinario. Se abriría, a partir de aquí, una segunda etapa en su vida, que va de 1917 a 1935, y que el profesor Velarde clasifica bajo el título: Un economista en acción o El comienzo de esa etapa viene marcado por el año 1920, en el que Olariaga volverá a Gran Bretaña, en un viaje en el que el profesor Velarde atribuye gran importancia a la conexión establecida con la persona y la obra de Keynes, un economista sobre cuya obra tendría unas valoraciones cambiantes a lo largo de su vida. Ese primer contacto con Keynes tuvo como motivo la lectura y comentario de Las consecuencias económicas de la paz, la gran obra keynesiana que glosará en sus comentarios en la prensa española. Asimismo, los escritos posteriores de Olariaga volvieron a ser elogiosos para A tracf of monetary reform, obra de Keynes que estimaba extraordinariamente. Cuando vuelve a España, la demanda de sus servicios como economista fue extraordinaria en una etapa que va de 1922 a 1931. Un interesante desempeño de ese ejercicio profesional de Olariaga es el que tuvo lugar como Secretario del Comité Interventor de los Cambios, para el que se le designó en 1928. De esa experiencia profesional partiría uno de sus ensayos más celebrados: La intervención de los cambios en España, publicado en 1929 y cuyo contenido glosa de manera luminosa y acertada el profesor Velarde. En 1931, Olariaga abandona su papel de actor en la política económica y se dedica en exclusiva, hasta 1935, al estudio, la preparación y la edición de su mejor obra, La política monetaria en España, cuya lectura aún hoy resulta fundamental para conocer la evolución y los problemas de nuestra política monetaria, y el desempeño de un desafortunado papel por el Banco de España. De esa obra proviene su mejor crítica al funcionamiento del Banco de España, con la denuncia definitiva de su abandono de funciones fundamentales como banco central. Como afirma el profesor Olariaga, esas deficiencias arrancaron del propio preámbulo del decreto de 1874, que configuró al Banco de España «como una institución única emisora con el fundamental destino de abastecer de fondos al Estado y, como misión secundaria, asegurar el desenvolvimiento del crédito comercial. y no hubo en su creador ni el menor barrunto —en aquella época eran ya otra cosa los bancos emisores— de los fines esenciales que en una comunidad bancaria, ya desarrollada, tienen ese tipo de instituciones». El Banco de España conservó su carácter privado al recibir ese privilegio de emisor Único y continuó operando como banco de depósito, lo que le permitió obtener unos beneficios excepcionales y repartir a sus accionistas unos dividendos extraordinarios a tenor de los vigentes en otros países. Esa subordinación del Banco de España a lo que el profesor Olariaga denomina «su fundamental destino de ayudar en sus apuros financieros al Tesoro» 272 es un rasgo que conservaría en todo su recorrido histórico, hasta llegar a la Ley de Autonomía de 1994. Como se ha afirmado anteriormente, esa función dominante de financiar al Tesoro se combinará con la calificada por Olariaga como «misión secundaria» de facilitar el crédito preciso al sector privado, que se extendió más allá de cualquier límite prudente. Es el desempeño de ese doble papel el que mejor caracteriza el comportamiento histórico del Banco de España. Un comportamiento que ha producido los efectos negativos que Olariaga destaca con estas clarividentes palabras: «El capitalismo español ha renunciado a las ventajas que podría representar una moneda estable, en orden a los negocios internacionales, a cambio de tener las manos libres en la proliferación del crédito. La inestabilidad monetaria ha sido en España un seguro contra la escasez de recursos financieros y contra las particulares desazones de los cambios de coyuntura internacional. Gracias a ella, entidades financieras españolas que, sin el auxilio de la emisión de billetes por el Banco de España, hubiesen tenido que ceñir más modestamente sus negocios a las proporciones de su capital efectivo pudieron hallar márgenes de crédito indefinidos para promover toda clase de empresas. Y, gracias a ella, España ha sido la única tierra de promisión en que las quiebras a granel de los períodos de liquidación se han desconocido. Todo ello a costa, naturalmente, de que el país tuviese reducida al mínimo la intensificación de riqueza que las compenetraciones de las economías nacionales siempre provocaron y a costa de que el consumo nacional no haya encontrado jamás defensa contra la tendencia a la constante elevación de precios y de que los españoles no hayan sabido nunca a ciencia cierta el valor real de su dinero. Es maravilloso esto último sobre todo: con qué indiferencia han visto en España mermar, día a día, la capacidad de compra de sus haberes, en períodos de depreciación monetaria, rentistas, intelectuales, empleados y obreros». Poco o nada hicieron cambiar ese desempeño de nuestro banco central las leyes de 1921 (reforma Cambó), 1931 (reforma Prieto) y 1946, ninguna de las cuales conformó al Banco de España como un verdadero banco central. A las reformas necesarias del Banco de España se referirá el profesor Olariaga en distintas oportunidades, insistiendo en los componentes de una agenda reformadora que él consideraba integrada por las siguientes actuaciones: independencia del Banco de España respecto del Tesoro Público; sistema de reserva proporcional en la regulación legal de la emisión, principio universalmente admitido; la cartera de renta del Banco, que posee valores públicos que si se cancelan súbitamente podrían originar una intensa contracción de la masa de dinero circulante y una perturbación en las cotizaciones correspondientes, lo que obliga a ir eliminando esos rastros de la vida pasada para tener sólo títulos del Estado destinados a regular la circulación de las operaciones, que del—,en ser las de un banco de bancos, incluyendo además las intervenciones en Bolsa para regular el mercado de dinero, tanto en el aspecto nacional como en el internacional, sin intromisión alguna del Estado; los tipos de interés, fijados de manera independiente respecto del Estado, deben dejar de tener los diferenciales que se presentan; finalmente, la necesidad de implantar 273 el patrón oro que obligue a una disciplina internacional de la que se ha huido siempre, precisamente, en España. Aunque en los escritos de Olariaga dominasen los temas de teoría y política monetaria, ello no significa, sin embargo, que esos temas monopolizasen en exclusiva su obra. Un gran interés para definir la orientación de la política económica española tiene el conjunto de artículos suyos a los que el profesor Velarde se ha referido como «La reforma del capitalismo nacional». Esta aportación de Olariaga se contiene en un conjunto de artículos que van a ir ofreciendo sus colaboraciones en la revista España y en el periódico El Sol. En esas colaboraciones, mostraba el mal del parasitismo económico, que sus trabajos describen con clara evidencia y que precisa de una reforma que debe realizarse si se desea que ese sistema económico contribuya al desarrollo general del país. En esa categoría caerán los estudios sectoriales, que se inician con su referencia crítica, aparecida en la revista España, contra la construcción naval, a la que antecede un interesante ensayo titulado Política económica de Maura, contra las azucareras y contra ciertas inversiones extranjeras como Río Tinto. También con un preludio en la revista España aparecerá el folleto La cuestión de las tarifas y el problema ferroviario español, que se editaría en 1921, en el que se agregaría multitud de puntos de vista expuestos previamente en El Sol. Esa crítica continúa en dos folletos: Por la riqueza de España, aparecido en 1924, y La crisis siderometalúrgica en España, que se publicaría en 1933. En un lugar prioritario deben situarse aquellos análisis que se refieren al diagnóstico y remedios de la crisis económica de los años treinta, entre los que ocupa un lugar central su artículo Orientaciones para la reconstrucción económica española, en el cual, tras un diagnóstico detenido de los elementos que definían la crisis, el profesor Olariaga avanza un conjunto de propuestas con cuya aplicación podría dinamizarse la marcha de la economía española de la época. Un buen consejo para el lector sería dedicar su tiempo al conocimiento de este trabajo magistral a partir del excelente resumen que le ofrece el profesor Velarde en las páginas 93 y siguientes del Volumen XI de Papeles y Memorias. La colaboración del profesor Velarde aborda otros muchos temas para conocer a Luis de Olariaga y su tiempo. Quizás el mayor número de páginas y las más interesantes para el lector sean las que se refieren a las cambiantes valoraciones que Olariaga mantuvo respecto de Keynes y la evolución del pensamiento keynesiano. El Keynes interesante para él lo descubre con su deslumbrada lectura de Las condiciones económicas de la paz, y se cierra con la detenida meditación a que le obliga el Treatise on Money. Por el contrario, el Keynes de 1936, con la General Theory, abre una valoración del pensamiento keynesiano muy crítica y crecientemente hostil, hasta denunciar el peligro de su obra como fuente de inspiración de una política económica cuya aplicación podría causar males muy graves a la economía y a las sociedades que se decidiesen a inspirar en ella sus decisiones. Este cambio en la evaluación de la obra de Keynes por Olariaga discurrió, a partir de 1933, estimando el enfoque del profesor F. A. Hayek, quien desarrolló 274 en la London School of Economics unas muy célebres conferencias en las que proponía una alternativa a la interpretación que se seguía del pensamiento keynesiano sobre la crisis mundial que entonces afectaba muy gravemente a todos los países. Olariaga trabaja, traduce y prologa la obra de Hayek La teoría y el ciclo económico. Una traducción a la que acompaña un artículo glosando las aportaciones de Hayek que, bajo el título La teoría del ciclo económico del profesor Hayek, publica en enero de 1935. Esta incursión hacia el pensamiento del gran economista austríaco le llevó a afirmar que su enfoque del ciclo interpretaba mejor que ningún otro la realidad y la posible solución de los problemas que estaba creando la Gran Depresión de los años treinta. Esa evaluación de la obra de Hayek no le llevó, sin embargo, a perder su interés por el seguimiento del keynesianismo. En efecto, como antes hemos afirmado, el Keynes del Treatise on Money fue un punto de referencia obligado para su estudio y sus escritos posteriores de teoría y política monetaria. «Lea usted el Treatise que le vendrá, en cualquier caso, muy bien y cuyo estudio ustedes han abandonado», era el consejo que repetía muchas veces Olariaga a los discípulos que querían escucharle. Sin embargo, lo cierto es que esa actitud laudatoria, e incluso entusiasta, de la obra keynesiana anterior a la Teoría General desaparece al enfrentarse con su lectura de la gran obra de Keynes que marcaría una época decisiva en el pensamiento económico. Las causas de esa crítica de Olariaga, que culminan en su trabajo Lord Keynes explorador de la ciencia económica, se exponen en el ensayo del profesor Velarde con toda claridad, y a ellas se remite a los lectores de su trabajo. La tercera parte que el profesor Velarde diferencia en la vida de Olariaga es la que se abre en 1937, y que está monopolizada por el Consejo Financiero, la enseñanza en la Universidad y su presencia en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. La primera función la desempeña en el Consejo del Banco de España, en el que ingresa en plena Guerra Civil, cuando éste se reconstruye a partir del gobierno de Burgos y, posteriormente, en el Consejo Superior Bancario. La labor docente de Olariaga es una historia con distintos escenarios. El primero es, sin duda, el más brillante, y se refiere a su llegada como catedrático a la Universidad de Madrid. Como ya se ha afirmado anteriormente, esto sucederá al ganar su oposición a la cátedra de Doctorado en la Facultad de Derecho. Sus enseñanzas revelaron la presencia de un gran maestro. Larraz afirmaría que esta cátedra sería fuente de enseñanza viva para entender el fondo dramático de la sociedad contemporánea. Los apuntes tomados en sus clases se conservaron por los alumnos y circularon como testimonio de su calidad. Entre los puestos docentes desempeñados por Olariaga destaca su participación en los Cursos Especiales de Estudios Económicos y Administrativos que tuvieron lugar en la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid en los cursos académicos de 1933 a 1935. En ellos, la materia que le asignaron fue la Política Monetaria, que, según uno de los profesores de estos cursos (José Castañeda), los alumnos siguieron con el mayor interés. 275 Quizá lo más sorprendente que le ocurrió a Olariaga en este campo fue el que no protagonizara la enseñanza de Teoría y Política Monetaria en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas creada en 1943. El hecho de que tuviera una asignatura bajo esa denominación como curso voluntario no fue, naturalmente, de su agrado, pero lo desarrolló con el mayor interés para los alumnos. La difícil convivencia en la nueva Facultad, por razones de rivalidad personal con el catedrático de Teoría Económica Manuel de Torres, motivó su salida como profesor, con lo que la nueva Facultad de Ciencias Políticas y Económicas perdió alguien que era fundamental para la formación de los economistas españoles. Posteriormente, el profesor Olariaga continuó desarrollando sus enseñanzas en la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid, ocupándose desde 1939 de la cátedra de Economía Política, asignatura que no podía colmar en absoluto sus aspiraciones en el ejercicio docente. De esta cátedra se jubilará en 1955, fecha en la que se crea en su honor una cátedra denominada Luis de Olariaga de Economía Bancaria, que explicó hasta el año de su fallecimiento (1976). Otro aspecto que el profesor Velarde destaca en la vida de Olariaga es el de su ingreso y su labor en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, en la que ingresó con un discurso sobre el tema que había sido prioritario a lo largo de su vida como economista: la política social. Bajo el título La orientación de la política social leyó su discurso ante la Real Academia el 25 de junio de 1950. Se trata de un discurso erudito en el que, después de unas precisiones metodológicas, plantea el problema social moderno, estudiándolo en la etapa liberal, en la etapa revolucionaria y en los regímenes nacionalistas, concluyéndolo con una extensa referencia a la política moderna de la ocupación total, sus características y sus consecuencias. Este discurso se convertiría en una referencia básica para las enseñanzas de la Facultad de Derecho y la de Ciencias Políticas y Económicas, aunque él no tuviera la fortuna de explicar de forma continuada un curso sobre Política Social. El académico Olariaga —como destaca el estudio de Juan Velarde— asistió asiduamente a las reuniones de la Academia, interviniendo fundamentalmente en las materias hacia las que había manifestado mayor interés (política monetaria, economía internacional, instituciones económicas internacionales de la segunda posguerra, etc.). Los veintiséis años que van desde su ingreso en la Real Academia hasta su fallecimiento en 1976 dejaron una inolvidable huella de su dedicación, su competencia y sus facultades expositivas, que siempre admiraron a sus compañeros académicos. 3.4. LLEGADA DE JOAN SARDÁ AL SERVICIO DE ESTUDIOS TRAS LA FASE INTERMEDIA GUERRA CIVIL DE LA Joan Sardá llegará al Servicio de Estudios al comienzo del año 1957, permaneciendo en ese cargo hasta 1965. Las fechas indican que la política monetaria y la historia de la peseta habían cubierto desde el final de la República dos 276 largas etapas de influencia decisiva en la marcha de la política y la economía españolas: la que va de 1936 a 1939, dominada por la gran tragedia de la Guerra Civil, y la que transcurre entre 1939 y 1956, etapa a la que el historiador del Servicio de Estudios del Banco de España, Pablo Martín Aceña, calificará como «los años sombríos del Servicio de Estudios». Una calificación que podría extenderse a la economía española y a la vida de la peseta. El curso de la historia de la peseta que ofrece el número XI de Papeles y Memorias se sigue —como hemos reiterado— a través de la presencia en ella de los académicos de nuestra Corporación. La pregunta, en este caso, es: ¿ese propósito puede seguirse también en la etapa trágica de la Guerra Civil? La respuesta positiva a esta pregunta la ha ofrecido el profesor y académico José Ángel Sánchez Asiaín en su trabajo Larraz y la tormenta monetaria del 36. Un título con cuya justificación se inicia su trabajo: «He incluido en el título el nombre de Larraz porque la historia monetaria de ese período es también una parte sustancial de la historia vital del propio José Larraz, en la medida en que la descripción, definición y tratamiento de las alteraciones monetarias de esa época y la preparación de la siguiente de paz fue obra suya desde el punto de vista intelectual. Como obra suya fue pilotar la economía de la zona nacional a través de esa tormenta sugiriendo medidas, creando instrumentos y marcando rumbos y ritmos para contribuir a ganar la guerra y para que, una vez alcanzada la paz, se alcanzara la normalidad monetaria» Esa referencia a José Larraz, para seguir y contar lo que fue de la peseta y la política monetaria que la acompañó, obliga a ampliar los años de referencia al trabajo del profesor Sánchez Asiaín, toda vez que Larraz interpreta aspectos decisivos de esa historia monetaria y económica española hasta el 20 de mayo de 1941, fecha en la cual el Jefe del Estado aceptaría su dimisión, presentada por tercera vez y, en esta oportunidad, como mandan las ordenanzas militares: por escrito. Esta prolongación de la historia contada por el profesor Sánchez Asiaín le permite referirse a tareas importantes desempeñadas por Larraz y relacionadas con la historia de la peseta como fueron la operación de refinanciar la deuda, la de restaurar el régimen presupuestario y definir una reforma tributaria que llevará la fecha de 16 de diciembre de 1940, que se convertiría en una referencia destacada en la historia de la Hacienda Pública española, como se comenta con detalle a partir de la página 330. Los quince años siguientes, que van de 1941, fecha en la que finaliza la presencia de Larraz, a la llegada de Sardá al Servicio de Estudios, constituyen una larga etapa crítica en la vida de nuestra economía y de la moneda que la acompañaba. Una larga etapa, imposible de contar a través de la presencia o la obra de nuestros académicos. La triste historia de esos quince años no se escribió por economistas de la Real Academia, aunque la haya contado muy bien un destacado académico de nuestra Corporación: Joan Sardá Dexeus. En su Historia de la peseta: 1931-1962, el profesor Sardá ha destacado los principios a los que respondió en esa etapa 277 la nueva ordenación monetaria de nuestro país. Esos principios básicos fueron los siguientes: 1.º Declaración del billete como medio de pago de pleno poder liberatorio; 2.° Dejar en suspenso el sistema de garantías metálicas de la emisión que provenía de la Ley de Ordenación Bancaria de 1921 y eliminar las restricciones de la cuenta de la Tesorería con el Banco de España; 3.° Autorizar al Banco de España para la adquisición por cuenta propia de títulos de deuda y del Tesoro que podían formar parte de la contrapartida de la circulación fiduciaria; 4.° Independizar la política monetaria exterior de la política monetaria interna ejecutada por el Banco de España. La llamada política monetaria exterior se interpretaría por una nueva institución que aparecía en 1939: el Instituto Español de Moneda Extranjera (IEME), a quien se encomendaba, a partir de entonces, de forma exclusiva la compra y venta de divisas en España, la compra y venta de oro y plata amonedada o en lingotes y títulos extranjeros o españoles de cotización internacional, así como constituir depósitos en tales especies, abriendo cuentas en moneda extranjera y pudiendo tomar a préstamo y conceder créditos en divisas, poseer fondos en dinero español y recibir créditos y demás operaciones necesarias para la realización de todas las funciones expuestas. Esta disposición independizaba completamente a la política monetaria exterior, competencia del IEME, de la interior, dirigida por el Ministerio de Hacienda y ejecutada por el Banco de España, y 5.° Finalmente, una disposición de 19 de octubre de 1939, para reglamentar el uso de los nombres de banco y banquero, establecería, de hecho, el statu quo bancario, es decir, un numerus clausus para la entrada en el negocio bancario, lo que se convertiría en una de las características más destacadas de nuestro sistema financiero. La Ley de Ordenación Bancaria de 31 de diciembre de 1946 consolidaría los principios monetarios y bancarios adoptados de 1939 a 1942. Según esa disposición, las decisiones bancarias básicas que integraban la política monetaria interna dependerían del Ministerio de Hacienda. Las de política monetaria exterior, del Instituto Español de Moneda Extranjera. Importa destacar en esa disposición el artículo 38, que sancionará la presencia del Registro de Bancos y Banqueros, cuya inscripción obligatoria y limitada determinaría el ejercicio del comercio de banca y consagraría definitivamente el statu quo bancario. Se reglamentaban también las condiciones de las operaciones bancarias (tipos de interés y condiciones mínimas de las operaciones activas), se regulaba la obligación de establecer y publicar los balances por parte de las entidades, y se dictaban las normas generales de carácter obligatorio sobre el reparto de dividendos. Por otra parte, también se reglamentaban otras operaciones que requerían un breve informe del Consejo Superior Bancario (de nuevo regulado por esta disposición) y que prácticamente cubrían el conjunto de las actividades bancarias cuya disposición y aprobación final dependería del Ministerio de Hacienda. En definitiva, como concluye el profesor Sardá, esta disposición aumentaría la rigidez y el reglamentismo administrativo en materia monetaria que dominan esta etapa, cuyos rasgos definitorios serían, según él, los siguientes: a) Un aumento del control del Banco de España por el Ministerio de Hacienda, continuando la separación entre la vertiente interna (Banco de España) y la exterior 278 de la autoridad monetaria (IEME); b) La política monetaria no se utilizaría como instrumento de política económica; los tipos de interés continuarían anclados a niveles bajos e invariables; c) La financiación de la Hacienda Pública a través de emisiones de deuda pública con cláusula de pignoración automática dominaría el comportamiento del Tesoro, con sus efectos negativos sobre la estabilidad interior y exterior de la economía española; d) La política monetaria exterior, atribuida al IEME y situada al margen de la política monetaria interna, tendría como rasgo dominante de su comportamiento la congelación del tipo de cambio de la peseta a niveles muy alejados de su capacidad de compra, instaurando así la práctica del tipo de cambio arbitrario, que produciría todas las graves consecuencias negativas referidas en el Dictamen del Patrón Oro y a las que nos referiremos más adelante; e) En relación con la banca privada, se acentuaría la tendencia a mantener el monopolio de los bancos existentes con la continuidad del statu quo bancario, y f) La reglamentación bancaria se extendería no sólo a aquellos aspectos de estructura bancaria en que, lógicamente, la autoridad debe fijar normas generales con obligada continuidad (capitales mínimos, proporciones máximas entre recursos propios y ajenos a utilizar en fusiones y participaciones), sino que, además, se actuaría de la misma manera en aquellos otros a los que el propio dinamismo de la economía obliga a continuos cambios y reajustes: tipos de interés, condiciones mínimas de los préstamos. Como concluye el profesor Pablo Martín Aceña, las consecuencias de estas disposiciones: «Alteraron de forma radical el orden monetario hasta entonces imperante. Desaparecieron los obstáculos al acceso del Tesoro Público a los recursos del Banco de España y éste vio cercenadas sus tradicionales competencias como entidad central, transformándose en un mero apéndice del Ministerio de Hacienda, con la única función de ejecutar sus órdenes. La Ley de 1946 significó un retroceso en la andadura del Banco de España hacia una transformación en un verdadero banco central. Por su lado, la aparición del IEME supuso la disociación, que duraría varias décadas, de las dos vertientes, interior y exterior, de la política monetaria, con la consiguiente imposibilidad material de llevar a cabo un control monetario efectivo». Bien podía afirmarse aquí, de nuevo, la vigencia que adquirían, para caracterizar esta circunstancia, las palabras que Olariaga dejó escritas en 1932, con las que definía así el quehacer del Banco de España: «Se trata de una institución única emisora con el fundamental destino de abastecer de fondos al Estado, ayudándole en todos sus apuros financieros, y realizar la misión secundaria de facilitar el crédito preciso al sector privado que se ha extendido más allá de cualquier límite prudente». A todos esos rasgos que caracterizaron el marco de la política financiera debe añadirse, para conocer la realidad económica de España en esa época, el aislamiento patológico de nuestro país frente al exterior. Un aislamiento que contó con dos fuerzas distintas e importantes que lo sustentaron. 279 La primera tiene procedencia internacional, y se derivaba de la exclusión de España de todos los organismos internacionales. Las Naciones Unidas cerraron las puertas a España, al igual que sus instituciones económicas (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, GATT). Tampoco participó España en la OCDE ni disfrutó de la ayuda del Plan Marshall. Esta situación se prolongaría, con una repercusión muy negativa sobre el desarrollo económico del país y sobre el comercio exterior. A esa fuerza exterior debe añadirse la interior de la propia política económica interna, basada, en principio, en la delirante autarquía y, más tarde, en el costoso e ineficaz proceso de sustitución de importaciones llevado más allá de cualquier límite imaginable. A este panorama se añadiría la existencia, ya aludida anteriormente, de un tipo de cambio arbitrario de la peseta, fijado muy lejos de la capacidad adquisitiva de nuestra unidad monetaria y de su cotización en los mercados libres exteriores. España padeció, así, las consecuencias de un tipo de cambio arbitrario que convertía en ruina cualquier actividad exportadora y alimentaba —al límite de la especulación cierta— cualquier autorización de importaciones. Con todos esos comportamientos, no puede extrañar que la realidad económica española sufriese en la década de los años cuarenta dos efectos graves: 1.º Una inflación continuada, no siempre bien apreciada a través de los precios oficiales, cuyos valores tasados estaban muy alejados de los precios del mercado libre, precios pagados en muchas ocasiones a través del llamado estraperlo, y 2.º Un déficit clamoroso de la balanza de pagos, que convirtió al aprovisionamiento exterior de bienes y servicios en un obstáculo decisivo para el desarrollo económico del país. El 26 de septiembre de 1953 España firma los acuerdos con Estados Unidos relativos a la ayuda para la mutua defensa y al convenio de ayuda económica, que abren una nueva etapa en la evolución de la economía española. Nueva etapa que sería analizada por el Servicio de Estudios del Banco de España, bajo la dirección de Joan Sardá, en distintos trabajos que constituyen las primeras manifestaciones públicas y las iniciales aportaciones de éste a la política económica española. Esos informes destacaban la aparición, con la ayuda americana, de una nueva coyuntura exterior que aumentaba estratégicamente la inversión del país y que beneficiaba —con otros factores— al crecimiento que registraba España en los años centrales de la década de los cincuenta. Pero, como Sardá insistió en sus análisis, era preciso conocer en todos sus detalles esa evolución de la economía española a partir de 1953. Cuando esto se hacía, resultaba evidente que las actividades económicas con el extranjero (debido a la mayor apertura exterior) estuvieron detrás del desarrollo económico logrado en esta etapa. Sin embargo, como ya sucediera con anterioridad hasta 1953, los años siguientes tampoco estuvieron exentos de fuertes desequilibrios y tensiones en la economía. El crecimiento económico de esa fase no ahorró las notables presiones inflacionistas anteriores y el acusado desequilibrio de 280 la balanza de pagos, que detenía, con frecuencia, el desarrollo del país. Por otra parte, como Sardá afirmaba en sus informes, la financiación interior de la creciente demanda pública y privada se sostuvo en esta etapa por mecanismos idénticos a los ya registrados en los años 1940-1953, lo que generaba un proceso inflacionista tan intenso como el registrado anteriormente, o más. Siguió asimismo vigente un tipo de cambio sobrevaluado de la peseta, que se corrigió torpemente a través de un sistema de cambios especiales que añadieron un arbitrismo confuso e ineficiente a nuestras posibilidades exportadoras. Todo ello generó un ambiente económico que hacía imposible alcanzar la meta de un desarrollo económico continuado y estable. Para lograr ese ambicioso objetivo era preciso disponer de una nueva política económica. Denunciar esta situación, e insistir en la necesidad de dotar al Banco de España de los medios para que pudiera realizar sus funciones como banco central, fue una constante de la obra de Joan Sardá, como subraya el trabajo del profesor y académico Enrique Fuentes Quintana en el número XI de Papeles y Memorias bajo el título de «Joan Sardá y el Plan de Estabilización y Liberalización de la economía española». Un título que anticipa la aportación decisiva de Sardá a la política económica española, que cambiaría el rumbo de nuestra economía situándola en una circunstancia bien distinta de la que se ha descrito para España en la larga etapa que va de 1939 a 1959. Este trabajo del profesor Fuentes Quintana comienza por destacar el gran avance que supuso la presencia en el Servicio de Estudios de Joan Sardá, que consistió, ante todo, en recuperar los mecanismos de voz del Banco de España, con el lanzamiento de la serie de informes económicos anuales que fueron presentando y definiendo las nuevas evaluaciones de los problemas de la economía española, así como las críticas a la vieja política de autarquía y al sistema de sustitución de importaciones que ocupará más tarde el lugar de la anterior. Por otra parte, la publicación del nuevo Boletín Estadístico durante el mandato de Sardá permitió conocer los datos fundamentales para enjuiciar la marcha de la política monetaria del país. Ahora bien, la referencia central de la obra de Sardá como economista será el Plan de Estabilización y Liberalización de la economía española de 1959, cuya autoría reclama un conocimiento detallado del principal intérprete de esa operación. Y ése es el propósito que domina una parte del trabajo que publicamos, partiendo de una aproximación a su biografía desde la doble perspectiva de la Universidad y la política económica de su tiempo. Serán su destacada, trabajada y costosa presencia en la enseñanza universitaria —que tuvieron la suerte de disfrutar sus alumnos y colaboradores, quienes conservan el recuerdo de su inolvidable magisterio— y su trabajo ejemplar al frente del Servicio de Estudios del Banco de España los factores que llevarán a Joan Sardá a nuestra Real Academia, en la que ingresó con la medalla 22 de la Corporación. Una medalla que se había adjudicado en la fundación de la Real Academia a Laureano Figuerola, creador de la peseta y un liberal convencido, cuya precedencia en esa medalla resultaba grata al nuevo académico. Su discurso de ingreso se ocuparía del sistema monetario internacional 281 y de sus propuestas de reforma, especialmente numerosas y contradictorias en aquellos años de la década de los sesenta. En la aproximación y evaluación de un personaje que ha dejado tantos activos en las cuentas de la economía española existe el peligro de no destacar los pasivos que denunció en la economía y la política económica españolas, y que él no pudo corregir. Partir de estos pasivos resulta necesario para definir la situación en la que dejaba la política monetaria y la económica general, que deberían constituir centro de atención y de trabajo de las generaciones que vinieran detrás. Una lectura de los textos escritos por el profesor Sardá permite conocer sus diagnósticos, expuestos también en múltiples intervenciones orales ante distintos auditorios, en los que siempre subrayaba sus dos preocupaciones dominantes: 1.ª La de afirmar el valor de la conjunción «y» que debía colocarse tras Estabilización y que lo convertiría en Plan de Estabilización y Liberalización Económica, que pretendía definir mejor y entender su mensaje, y 2.ª La urgente necesidad de que el Banco de España dispusiera de la configuración y de los instrumentos necesarios para atender al desempeño de sus funciones fundamentales como banco central, funciones hasta entonces desatendidas. Esos pasivos constituían deberes básicos para mejorar los rendimientos de la economía española y la actuación en ella de la política monetaria. Sin embargo, y pese a la importancia que les concedió Joan Sardá, con especial insistencia desde el propio Servicio de Estudios del Banco de España, no serían atendidos por quienes dirigieron la política económica española en aquellos años y en los inmediatamente posteriores. En efecto, por una parte, la necesidad de liberalización de nuestra economía fue contrariada por el intervencionismo administrativista de los planes de desarrollo. Por otra, las reformas necesarias que Joan Sardá pedía en la configuración y funciones del Banco de España no serían atendidas por quienes trataron de definir la organización y el desarrollo de la política monetaria española, que darían una respuesta negativa a las propuestas de Joan Sardá al memorandum que precedió a la Ley de Bases de Ordenación del Crédito y la Banca de 14 de abril de 1962. Por el contrario, el Decreto Ley de 7 de junio de 1962, sobre nacionalización y reorganización del Banco de España, merecería un juicio muy distinto del profesor Sardá. Así, en el informe que Joan Sardá preparó para la Comisión del Consejo del Banco de España, de la que fue nombrado Secretario, constituida para evaluar esas dos disposiciones, se contiene un conjunto de criterios que permiten conocer lo que opinaba tanto sobre las competencias y funciones del Banco de España como sobre aquellas a las que se respondía y que se manifestaban en el memorandum del Gobierno. En esas opiniones, Sardá manifestaría una conformidad plena con el principio del Decreto que disponía la nacionalización del Banco de España («la nacionalización permitiría que dominaran siempre las decisiones del banco inspiradas en el interés público, ya que sus órganos rectores estarían ocupados por representantes del Estado»). Sin embargo, el 282 cumplimiento de esa condición —de antiguo solicitada por todos los análisis de la política monetaria del Banco de España— no aseguraba la existencia de un banco central eficiente, capaz de cumplir satisfactoriamente las funciones de la política monetaria y que debían orientar su reforma. Juzgadas las cosas desde esta perspectiva exigente, el Banco de España, como destacaba el profesor Sardá, debía tener como responsabilidades exclusivas las siguientes: 1. Ser el órgano asesor del Gobierno en todo lo relativo a política monetaria y crediticia; 2. Ser la entidad en la que estuviesen centralizadas todas las operaciones del Tesoro Público y las operaciones de la autoridad monetaria con el sistema financiero; 3. Ser la institución responsable de las reservas internacionales, del ejercicio de las operaciones exteriores y de todo lo relativo a la determinación del tipo de cambio, y 4. Asumir las funciones de inspección y coordinación de las entidades de crédito. En síntesis, el dictamen de Sardá defendía la idea de un banco nacionalizado con un elevado nivel de autonomía y plena capacidad en materia de política monetaria interior y exterior. Como antes se ha afirmado, nada de esto se atendió por los inspiradores verdaderos de la Reforma de 1962 que residían en el Ministerio de Hacienda. El protagonismo de la política monetaria en la Reforma del 62 correspondería al Ministerio de Hacienda, al Tesoro, que tendría reservada no sólo la facultad de fijar los objetivos de la política monetaria, sino también competencias muy amplias sobre su instrumentación. Incluso en las funciones reservadas al Banco de España (asesoramiento e inspección de la banca privada) éste tuvo que compartir competencias con una serie de organismos con facultades asesoras en materia de crédito y finanzas. Todo ello hacía de la Ley de 1962 una disposición que no configuraba al Banco de España como un verdadero banco central. 3.5. LUIS ÁNGEL ROJO Y LA LARGA MARCHA HACIA LA UNIÓN MONETARIA Y EL EURO El paso siguiente en la historia de la peseta y de la política monetaria que orientó su rumbo es una obra singular del profesor y académico Luis Ángel Rojo Duque. Obra singular —se afirma— porque discurre a lo largo del desempeño inicial de su trabajo en los diecisiete años cumplidos en el Servicio de Estudios, del que sería nombrado Director en 1971. Un trabajo que continúa como Subgobernador, nombrado en 1988, ascendiendo al puesto de Gobernador en 1992. En el desempeño de ese cargo se registraría la fundamental decisión, que se contiene en la Ley de 1 junio de 1994, que reconocía al Banco de España plena decisión en el ámbito de la política monetaria con la finalidad de alcanzar y preservar el objetivo de la estabilidad de precios. Esa disposición, que abría una etapa nueva en la historia monetaria de la economía española, se había forjado por quien era entonces su Gobernador y pasó a consolidarse como el primer Gobernador de un Banco de España autónomo, cargo que habría de 283 desempeñar hasta el año 2000, y en cuyo ejercicio cesaría por imperativo de la Ley de Autonomía. Todo ello totaliza veintinueve años de servicios continuados en el desempeño de tres puestos clave y ascendentes en las competencias y responsabilidades del Banco de España. Un hecho excepcional, sin precedentes históricos. Pero lo más importante es que en ese desempeño Luis Ángel Rojo culminaría su labor reformadora del Banco de España, al que lograría configurar, al fin, como un banco responsable de una política monetaria que llevaría al ingreso de España en la Unión Monetaria Europea, pasando de la peseta al euro como nueva unidad monetaria. El análisis de la labor reformadora de Luis Ángel Rojo merece y necesita muchas más páginas que las que se le han podido dedicar en el número XI de Papeles y Memorias para destacar su obra extraordinaria en el desempeño de sus veintinueve años de servicios al Banco de España, de tanta transcendencia para la economía española. Luis Ángel Rojo ingresó en el Servicio de Estudios del Banco de España el 4 de marzo de 1971, cuando desempeñaba la cátedra de Teoría Económica en la Universidad Complutense desde siete años atrás, por lo que conocía muy bien las deficiencias de la política monetaria que se venía aplicando en España, y había expuesto ya los principios básicos de su reforma. Por otra parte, estudiantes y colaboradores de su Seminario de Teoría Económica de la Facultad se habían vinculado al Banco de España merced a la concesión por éste de un conjunto de becas otorgadas con el propósito de que continuasen sus estudios al tiempo que participaban en las tareas del Servicio de Estudios. Todo ello significa que el nuevo Director del Servicio de Estudios ocupaba su cargo con un conjunto de conocimientos y convicciones respecto de las directrices que debería seguir la política monetaria y la propia oficina de estudios desde la que debía orientarse. La primera convicción del profesor Rojo la había expuesto bastantes años antes de ocupar la Dirección de Estudios del Banco de España, cuando negó rotundamente que el Banco de España en esas fechas fuera un banco central, al no cumplir con las funciones que definían a esas entidades. Y lo afirmó en un momento solemne: en 1963, cuando el Banco de España acababa de ser nacionalizado, decisión que, por sí sola, no permitía calificar al Banco de España como un verdadero banco central. El profesor Rojo afirmaría a este respecto: «Con frecuencia y con error se ha afirmado que, para definir a un banco central, ha de atenderse a su carácter de banco público y que, en España, su inicial carácter de banco privado y no público, carácter que dominó muchos años al Banco de España (1874-1962), le había incapacitado para actuar como instrumento eficaz de la política monetaria. Es evidente que un banco central debería estar nacionalizado y creo que la decisión recientemente adoptada por nuestro país (1962) es muy razonable a este respecto. Sólo deseo subrayar 284 que la nacionalización constituye un tema secundario y que el verdadero problema consiste en dotar al banco de los medios adecuados para instrumentar un control monetario eficaz. No puede extrañar que, en consecuencia —y por este motivo— el Banco de España no fuera, desde su nacimiento y a lo largo de su historia, un verdadero banco central. Un banco central de un país se define como el Órgano ejecutivo básico de la política monetaria del gobierno y si esto es así hay que concluir que el Banco de España no era un verdadero banco central. El problema básico, por lo tanto, que planteó el Banco de España desde que se le atribuyó el privilegio de emisión de billetes es que sus funciones quedaron reducidas a la simple categoría de banco emisor que proporcionaba pasivamente la caja necesaria para la expansión del sistema. Dicho en otros términos, durante muchas décadas y sin más excepciones que algunas actuaciones transitorias, las autoridades españolas han practicado un sistema de dinero pasivo en el que la oferta monetaria tendía a adaptarse a los requerimientos de la demanda de dinero». Con ese punto de partida, no puede extrañar que la primera tarea del profesor Rojo en el Servicio de Estudios fuera la de convertir a este Banco de España de 1971 en un verdadero banco central. Tarea bien difícil, porque el Banco llevaba cerca de un siglo funcionando exclusivamente como banco de emisión, una larga vigencia que había convertido su reforma en el cambio de una costumbre arraigada, aceptada y practicada por la sociedad y la política económica españolas. Esa difícil reforma del Banco de España y la definición de su política monetaria deberían contar de partida con un conocimiento y programación de los fines que tendrían que inspirar la nueva política monetaria del nuevo Banco de España. A los componentes fundamentales de esa nueva política monetaria española se había referido también el profesor Rojo años antes de su ingreso en el Servicio de Estudios, destacando las tres finalidades principales que deberían guiar la práctica reformadora: 1. La necesidad de aplicar una política monetaria activa, continua y previsible por el público, interpretada por una autoridad con la suficiente independencia. 2. La necesidad de conseguir la mejor asignación posible de los recursos financieros disponibles y la máxima eficiencia técnica operativa del sistema financiero, lo que precisaba incorporar dosis crecientes de liberalización y competencia, tanto interna como exterior, y de flexibilidad en la organización del sistema financiero existente, eliminando las distintas formas de coacción que pudieran perturbar el uso de los recursos financieros del país. 3. La necesidad de asegurar la supervisión adecuada del sistema financiero, capaz de conseguir las mejores cotas posibles de seguridad y solvencia de las decisiones que integraban ese sistema, objetivo cuya importancia se derivaba de la concesión de la mayor libertad a los agentes que operaban dentro de ese sistema financiero. 285 Esas convicciones del profesor Rojo habría que fundamentadas, desarrolladas y contrastadas para realizar las distintas reformas pertinentes. Todo ello exigía una labor de estudio e investigación continuada que fuera capaz de documentar las decisiones de la política monetaria y contribuir al mejor conocimiento de los problemas económicos del país, y de difundir los resultados obtenidos en sus líneas de actividad a través de las publicaciones del Servicio de Estudios del Banco de España. Es precisamente frente a esa doble exigencia donde se encuentra la gran aportación del profesor Rojo a la historia de nuestra peseta y de la política monetaria en que se fundamentó. Esa respuesta se halla en la creación de un nuevo Servicio de Estudios, con su decisiva influencia en la reforma y en los cambios del Banco de España y de nuestra política monetaria. Efectivamente, esa reforma del Servicio de Estudios debería de orientarse con el fin de que la reorganización de su estructura, competencia y dedicación pudiera llevar a cabo la tarea de convertir al Banco de España de 1971 en un verdadero banco central. El profesor Rojo supo cumplir esta reforma ambiciosa de una manera ejemplar. En primer término, decidiendo la incorporación de jóvenes economistas que se responsabilizaran de las múltiples actividades que el Servicio de Estudios debía atender. En esta labor de selección, el profesor Rojo tuvo el acierto y la suerte de contar con un conjunto de colaboradores de su cátedra de Teoría Económica, que desempeñaba —como antes se ha dicho— desde siete años atrás, con jóvenes economistas cuya preparación y rendimiento conocía bien. Por otra parte, la atracción de ejercer la profesión de economista en un escenario como el del Servicio de Estudios del Banco de España, bajo la dirección y competencia del profesor Rojo, añadía para todos los economistas que salían de las facultades el atractivo necesario para opositar a las plazas que se iban creando en el Cuerpo de Titulados del Servicio de Estudios. Pablo Martín Aceña, en su cuidada monografía sobre el Servicio de Estudios del Banco de España, ha afirmado con verdad que esta etapa del Servicio bajo la dirección del profesor Rojo se caracterizó, ante todo, por el aluvión de economistas que se incorporaron a las tareas del Banco para contribuir a esa ambiciosa y vieja aspiración de hacer del Banco de España un verdadero banco central. La primera y principal contribución del Servicio de Estudios fue la de definir, practicar y ganar la autoridad del reconocimiento de la sociedad y la política españolas en la práctica de una política monetaria que —según se ha expuesto anteriormente— el profesor Rojo definía «como una política activa, continua y previsible por el público, interpretada por una autoridad con suficiente independencia». Cumplir con esas tres exigentes características, que deberían definir la nueva política monetaria, hacía necesario destinar al análisis y al logro de este objetivo el esfuerzo prioritario de los economistas que trabajaban en el Servicio de Estudios. 286 El punto de partida de esa tarea prioritaria fue la situación de la economía española en el período de los años 1971-1973, que ofrecería un comportamiento que definía claramente la existencia de un campo problemático cuyo análisis debía atraer, forzosamente, a cuantos se interesasen por la economía española. Se trataba del formidable crecimiento de la cantidad de dinero, que estaba financiando un proceso inflacionista intenso y acelerado. En 1973 culminaría ese proceso con un crecimiento de la masa monetaria que superaba el 26 por 100 anual y un ritmo de inflación que se colocaba en un 14 por 100. Esta situación obligaba a ganar posiciones a quienes reclamaban una atención privilegiada al control estricto y continuo de las magnitudes monetarias, y a la creación de los instrumentos adecuados para hacer efectiva esa regulación. Ese control se diseñaría por el Servicio de Estudios del Banco de España desde el momento del ingreso en él del profesor Rojo, y comenzaría a aplicarse en los años 1973 y 1974. El proceso de control monetario propuesto por el Servicio de Estudios y aplicado por el Banco de España se expondría con todo detalle en una obra —hoy convertida en clásica— escrita por Luis Ángel Rojo y José Pérez, y difundida con el título La política monetaria de España: objetivos e instrumentos (1977). En 1997, el Banco de España, que había logrado su autonomía por Ley de 1 de junio de 1994, ofrecería a través del Servicio de Estudios una publicación que recogía la experiencia del control monetario que inspiró la política monetaria propuesta por dicho Servicio durante veinticinco años, y que se venía aplicando por el Banco. La obra llevaba por título Política monetaria e inflación en España (1997). Estas dos obras básicas del Servicio de Estudios permiten conocer con detalle el largo camino recorrido por la política monetaria española para cumplir con las exigencias que el profesor Rojo reclamaba para reconocer su presencia, y a las que nos hemos referido con anterioridad reiteradamente: política activa, continuada y previsible por el público, ejecutada por una autoridad con la suficiente independencia. La primera versión de esa nueva política monetaria que estudió y definió el Servicio de Estudios se describe detalladamente en la primera de las publicaciones citada: La política monetaria en España... Una política que ha recibido tal denominación en dos niveles. En el primero, partiendo de los objetivos últimos de la política monetaria (las tasas de inflación y de crecimiento del producto), se aspiraba a conseguir este objetivo mediante la regulación de un agregado monetario amplio —inicialmente M3; es decir, la suma del efectivo más el total de los depósitos bancarios en poder del público (que se consideraba relacionado con los objetivos últimos perseguidos en la medida en que afectaban al gasto nominal del público en bienes y servicios). Ese control del M3 constituía la variable intermedia del esquema del control monetario, y su realización se buscó a través del control de los activos de caja mantenidos por bancos y cajas de ahorros en forma de depósitos en el Banco de España. La 287 aplicación de este control al caso de la economía española no era fácil, pues requería una base estadística, econométrica y analítica compleja y sólida, cuyas enseñanzas permitieron introducir modificaciones en las formas de control a medida que variaban las circunstancias. Es precisamente en la segunda obra (Política monetaria e inflación en España) en la que se encuentra una descripción de esa trayectoria de la política monetaria española desde 1973 hasta la actualidad. Esa obra, como afirma el Director del Servicio de Estudios, José Luis Malo de Molina, «debe entenderse como una obra colectiva. Una autoría que no se limita a los firmantes de sus distintos capítulos. Por el contrario, todos los trabajos incorporados en el libro se han beneficiado del trabajo y del debate intelectual de todo el equipo que forma el Servicio de Estudios y son herederos de la fecunda aportación de los economistas que han pasado por el mismo en los últimos años, y no habrían sido posibles sin el empuje y el liderazgo de los que han sido artífices del gran centro de estudios e investigación que hoy tenemos». Una lectura, o más bien un estudio cuidadoso, de esta obra permite dar respuesta a tres preguntas básicas para conocer la política monetaria española: 1.ª La evolución del tipo de control utilizado por la política monetaria en nuestro país; 2.ª Las causas de los cambios introducidos con el tiempo en el control de la política monetaria, y 3.ª El nuevo esquema de la política monetaria española a partir de 1995. Desarrollemos el contenido de estos tres temas, atendiendo a lo que de ellos se afirma en la obra Política monetaria e inflación en España. La trayectoria de la política monetaria española registra una serie de cambios producidos de forma relativamente continuada que pueden periodificarse en etapas diferentes. Las colaboraciones de Juan Ayuso Huertas y José Luis Escrivá en la obra de referencia diferencian cuatro grandes etapas: • 1973-1983: esquema de control monetario característico de una economía aislada financieramente del exterior (economía cerrada). El período de 1973 a 1983 se caracteriza por la aplicación de un esquema de este tipo. • 1984-junio de 1989: esta etapa marca el cambio hacia un nuevo esquema de control, y constituye una etapa de transición en la que se conjuga el mantenimiento de objetivos para un agregado monetario con el uso de alguna referencia para el comportamiento del tipo de cambio. • Junio 1989-1995: esta etapa corresponde a la política monetaria aplicada cuando España ingresa en el Sistema Monetario Europeo. Los problemas planteados al control monetario están influidos por la propia evolución del sistema monetaria, en el que se distingue entre el período de «luna de miel», que tuvo lugar en el contexto de una gran estabilidad de la parrilla de paridades fijadas para las distintas monedas de los países integrados en el Sistema Monetario Europeo, y la etapa posterior, en que 288 • esa estabilidad se altera por las turbulencias desatadas por las sucesivas crisis del mecanismo cambiario. 1995-hasta el momento actual: el control monetario cambia respecto de las etapas anteriores claramente, y se corresponde con lo que se ha denominado nuevo sistema de objetivos directos de inflación. Por lo que respecta a las causas de los cambios en la instrumentación de la política monetaria, quienes han analizado éstos destacan las tres siguientes: Las innovaciones resultantes del deseo de las entidades bancarias de atender las demandas del público, que buscaba activos con rentabilidad adecuada para defenderse de la inflación, y el desigual y cambiante tratamiento fiscal de los activos financieros, que produjo desplazamientos del público entre una gama cada vez más compleja de activos, lo que erosionaba la confianza que las autoridades podían depositar en la estabilidad de la demanda del agregado M3 (efectivo más depósitos bancarios), que constituía el soporte de los objetivos intermedios de la política monetaria practicada en la primera etapa a la que nos hemos referido anteriormente. Para responder a esta situación, el Banco de España sustituyó el agregado M3 por otro más amplio (ALP) que incluía, junto al contenido de M3, las tenencias del público de otros activos (bonos de caja y tesorería, letras y pagarés del Tesoro y otros). Pese a ello, las perturbaciones continuaron, y con ellas el retoque del contenido de ALP y la pérdida de confianza en el agregado monetario hasta su abandono final al llegar la autonomía del Banco (1994). En segundo lugar, las cantidades dinerarias mantenidas en forma de depósito en el Banco de España (variable instrumental para controlar el agregado básico: M3 o ALP) registraron modificaciones a lo largo del tiempo. La regulación estricta de esos activos de caja por el Banco de España obligó a aceptar movimientos importantes en los tipos de interés a corto plazo, y éstos, a su vez, afectaron al coste de la financiación obtenida por los sectores público y privado. La apertura al exterior del sistema financiero daría lugar a variaciones decisivas de los tipos de interés que afectaron a los movimientos de capitales y, por tanto, al tipo de cambio y a la liquidez del sistema, todo lo cual obligó al Banco de España a introducir una mayor flexibilidad y el control de los activos de caja para moderar las fluctuaciones de los tipos de interés, y a pasar más tarde a utilizar los tipos de interés a corto plazo como variable operativa con la que afectar al ritmo de expansión de la cantidad de dinero. Por lo que respecta a la tercera cuestión antes planteada, es decir, al nuevo esquema de la política monetaria española introducida a partir de 1995, la exposición que del mismo realiza el Director del Servicio de Estudios del Banco de España en Política monetaria e inflación en España es un ejemplo de concreción y claridad en el que se basa el esquema de ideas siguiente. Este esquema está fundamentado en tres pilares: a) Asunción de un compromiso institucional explícito con la persecución y el mantenimiento de la estabilidad de los precios. 289 b) c) Plena autonomía del Banco de España para diseñar e instrumentar la estrategia que juzgue más adecuada para alcanzar dicha meta. Elección de un sistema de fijación de objetivos directos de inflación, frente a las alternativas tradicionales basadas en el seguimiento de objetivos intermedios para los agregados monetarios o el tipo de cambio. Ad. a) El punto de partida del control monetario instaurado por el Banco de España a partir de 1995 reside en el compromiso institucional con la estabilidad de precios (asumido por el Banco tras la Ley de Autonomía, principio aplicado también por el banco central europeo). La base de ese compromiso arranca de la convicción de que el crecimiento a largo plazo está determinado por factores reales y que la inflación es un fenómeno predominantemente monetario, con la evidencia histórica de que los movimientos inesperados en el nivel de precios originan oscilaciones indeseables en la producción y en el empleo e introducen distorsiones en los procesos productivos, todo lo cual lleva a que la política monetaria tome en consideración esta circunstancia y convierta a la estabilidad de precios a medio y largo plazo en el objetivo de la política monetaria. Ese objetivo, sin embargo, no manifiesta cuál es la composición que caracteriza a la llamada función de reacción del banco central que debe lógicamente contenerse en el esquema de la política monetaria elegida. ¿En qué principios puede inspirarse el control monetario de la inflación? El primer problema que surge al dar respuesta a esta decisiva pregunta es si ese control debe responder a reglas preestablecidas o bien a la discrecionalidad de las autoridades que definen la política monetaria. Lo que muestra el comportamiento de la política monetaria aplicada es la preferencia por la discrecionalidad frente a las reglas, algo que tiene varios motivos: creciente complejidad de los mercados financieros actuales y, sobre todo, de los mecanismos de transmisión de la política monetaria, que han desvanecido la ilusión de utilizar reglas fijas, que tan cómodas serían para los bancos centrales. La causa de este hecho está en que los impulsos de la política monetaria se transmiten por un conjunto muy amplio de variables y están afectados por las expectativas de los intermediarios financieros, que han afectado a una variada gama de países y de rentabilidades diferentes que inciden de forma desigual sobre la renta disponible y la riqueza de éstos, y sobre sus disponibilidades líquidas y facilidades de financiación. Se generan así efectos de sustitución entre los activos financieros y reales que influyen en los distintos componentes de la demanda y en la formación de costes y expectativas. Todo ello hace inevitable la interpretación de esta serie de factores, imposibles de atender con una respuesta automática. Es la discrecionalidad la única alternativa para definir la política monetaria que debe elegirse para determinar la mayor importancia de muy distintas causas: mercados financieros fuertemente desregulados, plena movilidad internacional de los fondos, presiones de la innovación y riesgos considerables de inestabilidad. Ad. b) ¿Qué marco asegura que la política monetaria quede al margen de las presiones de determinados intereses sectoriales, de las conveniencias de- 290 rivadas de los ciclos electorales o de las oscilaciones de las corrientes de opinión?: ante todo, la independencia de los bancos centrales, que exige, a su vez, que ésta no niegue la responsabilidad democrática de las decisiones de un banco central independiente. El principal argumento de la independencia del banco central es la necesidad de proteger sus actividades de presiones que puedan llevar a decisiones incoherentes con los objetivos a medio plazo de la política monetaria. Ahora bien, esa política monetaria tiene que ser conocida en todos sus detalles por la representación popular (lo que obliga a comparecencias del Gobernador ante distintas comisiones del Congreso y el Senado para exponer objetivos de la política monetaria y situar en el tiempo los resultados alcanzados con informes semestrales de precios). La eficacia anti-inflacionista de la independencia de los bancos centrales dependerá también del comportamiento de los restantes componentes de la política económica y de los hábitos de reacción de los agentes económicos. Especialmente, la vigilancia y disciplina de la política presupuestaria constituye un ingrediente fundamental para hacer viable una política de estabilidad de precios. Ad. c) La estabilidad de precios como objetivo de la política monetaria constituye un cambio transcendente en la valoración de la inflación y de sus efectos, que en el esquema de la política monetaria destaca ante todos los ciudadanos, como componente básico de la política económica, la estabilidad de precios frente a la inflación. El modelo de seguimiento directo de la inflación consiste en fijar el objetivo cuantificado para el comportamiento del índice de precios que se considere más relevante en un horizonte de medio plazo. Cumplir con esta referencia a la estabilidad de precios obliga a las autoridades monetarias a reaccionar cuando aparezca un riesgo de desviación significativa y persistente del compromiso de evitar la inflación. Este seguimiento de la inflación debe mejorar en lo posible el diagnóstico de la situación inflacionista, basándose en indicadores conocidos y aplicando periódicamente la política monetaria adoptada. La ventaja del objetivo de la inflación se manifiesta en su comunicación y transparencia, que hace más comprensibles los objetivos directos de inflación, con efectos sobre expectativas, mientras que la definición en términos de cantidad de dinero requiere interpretaciones más confusas para el público. El esquema de objetivos de la política monetaria es más importante como código de comunicación y mecanismo de transparencia que como regla de conducta o función de reacción. La aplicación prudente de esta nueva política monetaria, basada en el objetivo de reducir la inflación a plazo medio y largo del IPC, constituye la causa del éxito de la reducción inflacionista del país para llegar a ser miembro fundador de la Unión Monetaria Europea. A la definición del contenido de la política monetaria del Banco de España debía acompañarle la creación de las instituciones encargadas de su aplicación. Un objetivo para el que resultaba preciso crear los correspondientes mecanis- 291 mos institucionales que debían utilizarse al mismo tiempo que se eliminaban los viejos vicios del sistema financiero establecido, que dificultaban —cuando no impedían— que las nuevas líneas de actuación de la nueva política monetaria pudieran desarrollarse. Esta labor reformadora del sistema financiero constituía una condición indispensable para la aplicación efectiva de la política monetaria. El objetivo básico de esta reforma institucional consistía en lograr el buen funcionamiento de un auténtico mercado monetario para que desde él pudiera interpretarse la realización de la nueva política monetaria a través de procedimientos de mercado abierto. Al mismo tiempo, la realización de esa nueva política monetaria exigiría la eliminación de viejos vicios del sistema financiero español vigente mediante una progresiva liberalización del sistema financiero existente, lo que —como antes se ha indicado— constituía, según había afirmado el profesor Rojo, la segunda de las líneas reformadoras de la nueva política monetaria. Proponer estas reformas institucionales para la aplicación efectiva de la nueva política monetaria constituyó la segunda aportación del Servicio de Estudios, con la peculiaridad de que algunos de los economistas que dirigieron la aplicación efectiva de la nueva política monetaria procedieran de las oficinas del propio Servicio de Estudios. Como concluye el profesor Rojo, «la política monetaria se pensó en el Servicio de Estudios y se llevó a cabo, al menos al principio, desde nuestros propios despachos; puede decirse que nosotros, desde el Servicio de Estudios, contribuimos a la transformación del Banco de España en un verdadero banco central». La aportación decisiva del profesor Rojo a la definición de las tareas del Banco de España se manifestaría en los documentos y publicaciones impulsados por cuantos economistas integraban el Servicio de Estudios. Sin duda, el cambio más importante por su difusión, influencia y calidad es el que se registró en las tres publicaciones emblemáticas del Servicio: el Boletín Económico, el Boletín Estadístico y el Informe Anual. Estas tres publicaciones han constituido la mejor vía para que el Servicio de Estudios transmitiese a la sociedad española su posición ante los problemas más destacados en el campo de las instituciones financieras y en el de la política económica general. Los tres nacieron en fechas diferentes. El Boletín Económico, con periodicidad mensual, apareció por vez primera en enero de 1979, y ha ido aumentando desde esta fecha las colaboraciones que integraban su contenido. Lo que puede afirmarse hoy es que el Boletín mensual ofrece unas interpretaciones de la marcha de las economías española y mundial que se ha ganado una merecida autoridad entre los economistas y quienes se interesan por los temas económicos españoles. El Boletín Estadístico había nacido en 1963, antes de la llegada del profesor Rojo al Servicio de Estudios, pero ha transformado de tal manera su contenido bajo la dirección de éste que sus números actuales no pueden compararse con los volúmenes que se editaron en el pasado. Ese cambio del Boletín Estadístico cuenta con una poderosa razón: la importancia de la base estadística 292 para los estudios e investigaciones realizados en el Servicio de Estudios. Una importancia que exigía cuidar al máximo la elección de quien debía dirigir estos trabajos. El profesor Rojo tuvo el acierto de nombrar para ese puesto al economista y estadístico Rafael Álvarez Blanco. Quizá la más importante de las aportaciones del Boletín Estadístico, y de quienes se han ocupado de él bajo la dirección de Rafael Álvarez Blanco, es su propósito de ofrecer estadísticas que respondan directamente a la satisfacción de las necesidades de la investigación económica, contrariando así una tendencia dominante en España de suministrar datos laboriosamente elaborados, pero sin posible uso por los investigadores económicos. La elaboración de las cuentas financieras ha sido una contribución más —y muy importante— de la oficina de Estadística del Servicio de Estudios, mediante su trabajo Cuentas financieras de la economía española, a la información del sector financiero en España. El Informe Anual del Banco de España se publica coincidiendo con la celebración del fin de cada ejercicio económico, y ofrece el mejor análisis disponible en España sobre cómo se ha vivido la coyuntura económica en el ejercicio vencido y cuáles han sido las reformas registradas en el marco institucional en que se ha desarrollado. Las opiniones del Banco de España a este respecto han constituido una referencia constante para el conocimiento de la economía española, y se han utilizado como referencia básica en todos los estudios sobre nuestra economía. Estas tres publicaciones, decisivas para dar a conocer los trabajos del Banco de España y sus investigaciones a la sociedad española, han adquirido una importancia difícil de exagerar. Sin embargo, esto no significa que se limiten a ellas las que edita y difunde el Banco de España. Por el contrario, el conjunto de publicaciones del Banco, previamente preparadas por el Servicio de Estudios, abarca un campo amplísimo que el propio Servicio ha agrupado en cuatro conceptos diferentes. A Boletín Económico, Boletín Estadístico e Informe Anual se han venido a añadir otras publicaciones periódicas: Balanza de Pagos de España (anual), Central de Anotaciones en Cuenta (anual), Boletín de Anotaciones en Cuenta (diaria), las Circulares a las entidades de crédito (publicación periódica y regular), Memoria del Servicio de Reclamaciones (anual), Estabilidad Financiera (semestral). Como su propia denominación indica, estas publicaciones se refieren (con la excepción de Balanza de Pagos) a la difusión de distintos documentos de especial interés para el sector financiero. Dentro del concepto de Estudios Económicos, serie azul, se ha publicado un conjunto de ensayos que responde a los intereses de los titulados como investigadores individuales y que recoge el fruto de sus distintos trabajos de investigación. El número total de ensayos editados en esta serie azul, que se inicia con la presencia de Luis Ángel Rojo al frente del Servicio de Estudios, es realmente abrumador. La colección se abre en 1972 con el estudio monográfico de Julio Rodríguez López Una estimación del producto interior bruto bimestral de España: 1958-1971, y se cierra en el año 2000 por Javier Andrés, Ignacio 293 Hernando y David López Salido con el ensayo dedicado a la exposición de los Problemas derivados de la estabilidad de precios: experiencia internacional. El Servicio de Estudios comenzaría a publicar un conjunto de Estudios de Historia Económica, que integran la llamada serie roja, cuyas primeras publicaciones aparecen bajo el mandato de Luis Ángel Rojo en el Servicio de Estudios (a partir de 1980), y muchos de cuyos ejemplares han sido producto de las becas de investigación convocadas periódicamente por el Banco de España. Los Documentos de Trabajo tienen un origen heterogéneo: muchos de ellos son breves notas dirigidas a la alta Administración o solicitadas por ésta para tomar decisiones, el estudio de los temas de la política del momento o aquellas que manifestaban el parecer del Servicio sobre alguna cuestión o referencia de interés. En el Soporte Informático se incluyen los Resultados anuales de las empresas no financieras, que se suministran en CD Rom. En el último catálogo de publicaciones efectuado por el Banco de España (2003) figuran en el epígrafe Ediciones varias un conjunto de obras de gran calidad e interés histórico que principiaron por la creación de una unidad de historiadores dedicados exclusivamente a la investigación en esta área de economía aplicada, que se puso en marcha antes de la llegada de Luis Ángel Rojo. Figuran como trabajos destacados de ese grupo y editados por el Banco de España, en primer lugar: El Banco de España, una teoría económica, concluido en 1970, y los Ensayos sobre economía española de mediados del siglo XIX, publicado en 1971. Ambas obras tuvieron un gran éxito que movió al profesor Rojo, cuando ingresó en el Servicio de Estudios, a encargar a ese grupo de investigadores que preparasen un trabajo sobre la historia del Banco de España y la evolución de la moderna banca en España. De este grupo de trabajo, dirigido por el profesor Gabriel Tortella, saldría la publicación en dos volúmenes La banca española en la Restauración, aparecida en 1974. Posteriormente, este grupo de historiadores eligió otros destinos, quedando como único historiador el profesor Pedro Tedde. Rojo encomendó a Miguel Artola que dirigiese una obra sobre la historia de los ferrocarriles españoles, que aparecería en 1978 bajo el título Los ferrocarriles en España 1844-1943. En este grupo de Ediciones varias debe también consignarse la aparición de la obra de homenaje al profesor Sardá, que contó con una edición completa de sus Escritos 1948-1980, precedida de una 1arga introducción del profesor y académico Enrique Fuentes Quintana y que se publicaría en 1987; Y las reediciones de las Memorias históricas sobre bancos, publicada en el año 1982, y las Memorias 1818-1856, publicada en 1996, debidas al economista y hacendista Ramón Santillán. Esta colección se cerraría con dos obras extraordinarias debidas al historiador Pedro Tedde de Lorca: El Banco de San Carlos 1782-1829 y El Banco español de San Fernando 1829-1856, aparecidas en 1999. Como antes se ha indicado, esta colección de obras básicas con temas históricos no es la única publicación que el Banco de España dedica a investigar y 294 difundir los temas de historia económica, ya que la serie roja de publicaciones de historia económica difunde el conjunto de las investigaciones realizadas con las becas convocadas por el banco emisor. Esta contribución singular del profesor Rojo a la historia de la peseta y a la política monetaria que nos llevaría a la Unión Monetaria Europea y al euro es el argumento que da su contenido al trabajo que, bajo el título Luis Ángel Rojo y la integración en el euro, ha escrito para este volumen el profesor y académico José Luis García Delgado, con la colaboración del profesor titular Juan Carlos Jiménez. Este trabajo, como comprobará el lector, se inicia con una presentación de la rica personalidad del profesor Rojo, encuadrada por los autores en la llamada generación de los años cincuenta. Luis Ángel Rojo pronto dará muestras de su vocación por la docencia universitaria, combinándola con el desempeño de la función pública, que tendrá como escenario inicial el Ministerio de Comercio, en el que dejará una huella imborrable con trabajos como el de la elaboración de la balanza de pagos española (no disponible en aquellas fechas) y con su contribución destacada al Plan de Estabilización y Liberalización de la economía española de 1959. No olvidan los autores de este trabajo recordar los espléndidos artículos del profesor Rojo publicados en Información Comercial Española, en los que se encuentran análisis decisivos para probar la importancia que para la economía española tendría la liberalización interna y exterior de nuestra economía, y el asentamiento de una estabilidad interna y exterior para asegurar la continuidad de su desarrollo. La segunda parte de este trabajo se dedica a destacar la influencia de Rojo en la política económica española, que ha tenido como escenario el Banco de España y su reforma hasta convertirlo en un verdadero banco central autónomo, una tarea que ocupa veintinueve años en su vida, los que van desde su ingreso en el Servicio de Estudios en 1971 hasta el año 2000, en que finaliza su mandato como Gobernador en un Banco de España autónomo y con la integración de España en la Unión Monetaria Europea. El trabajo de los profesores José Luis García Delgado y Juan Carlos Jiménez concluye en un apunte final, en el que destacan los rasgos que definen la personalidad y aportaciones del profesor Rojo: un profesor y académico que ha sabido conjugar una formación teórica completa con un afán decidido por el conocimiento de la realidad, ya que su buen manejo de los resortes teóricos y prácticos de la economía le ha erigido en el reformador más importante de su generación. Ése será el signo más distintivo de una biografía por muchos conceptos admirable. Este trabajo se complementa con una colaboración singular de Luis Ángel Rojo, que aparece en esta publicación con el título de El sector financiero. En ella se ofrece una aproximación a los dos grandes temas que han dominado el decisivo cambio en España del sistema financiero y la política monetaria a través de la interpretación auténtica de quien ha sido su principal protagonista. Por una parte —y como afirma el profesor Rojo—, las instituciones que integran el sistema financiero estaban sometidas hace veinticinco años a un inter- 295 vencionismo agudo: su ámbito de actuación y sus operaciones, los precios que podían practicar y el destino que habían de dar a buena parte de sus recursos se encontraban regulados. Hoy la situación es muy diferente: la competencia se ha extendido sobre las instituciones del sector financiero, lo cual ha motivado la aparición de nuevos productos en el mercado, la proliferación de innovaciones financieras y una mejoría generalizada en la eficacia del sistema. Junto a estas reformas del sistema financiero, surge la política monetaria del Banco de España, que hoy cuenta con un objetivo de la mayor importancia: el mantenimiento de una estabilidad de precios a medio plazo y la lucha contra la inflación. Un objetivo que da contenido a la política monetaria a partir de 1995, al que nos hemos referido con detalle anteriormente y al que el profesor Rojo se refiere en este ensayo con la autoridad y el conocimiento de quien ha sido su principal intérprete. Este cambio profundo en el sistema financiero y la política monetaria ha discurrido con la larga marcha de los últimos veinticinco años de España hacia el euro, que culminaría con nuestra integración en el sistema monetario europeo. Narrar ese recorrido de la peseta al euro, destacando las reformas que han resultado necesarias en el sistema financiero de partida y en los cambios de la política monetaria que han facilitado ese recorrido, constituye el propósito principal del artículo del profesor Rojo que cierra las colaboraciones que integran el Volumen XI de Papeles y Memorias. 3.6. LA TORMENTA MONETARIA DE 1936 A TRAVÉS DE LA OBRA DE LARRAZ: UNA HISTORIA CONTADA POR EL PROFESOR Y ACADÉMICO JOSÉ ÁNGEL SÁNCHEZ ASIAÍN Como ha afirmado el profesor y académico José Ángel Sánchez Asiaín, su trabajo en el Volumen XI de Papeles y Memorias parte de una paradoja. Ésta es la que se encierra en el hecho de que la Guerra Civil española constituya uno de los períodos de nuestra historia que más interés ha despertado en los investigadores e intelectuales nacionales y extranjeros. En efecto, el inventario bibliográfico sobre la Guerra Civil española es realmente notable. Los títulos publicados que monográficamente tratan de la Guerra Civil superan los 20.000. Sólo la Universidad de Sofía en Tokio tiene registrados más de 5.000 volúmenes. Sin embargo, y aquí reside la paradoja, no pasan de unas pocas decenas los títulos que se refieren directamente a los aspectos económicos y financieros de la Guerra Civil, siendo prácticamente desconocidas algunas cuestiones básicas en relación con aspectos monetarios durante la contienda. Tratar de remediar este desequilibrio constituye el propósito al que han respondido una serie de trabajos del profesor José Ángel Sánchez Asiaín. Esas investigaciones parten del discurso pronunciado en la Real Academia de la Historia para su ingreso en la misma como académico numerario, que aparecería publicado con el título La banca española en la guerra civil: 1936-1939. En esa obra, Sánchez Asiaín analizaba las consecuencias sobre el sistema ban- 296 cario de la escisión del territorio nacional en dos zonas. Dos zonas con situaciones de partida distintas desde el punto de vista de su economía, con diferentes maneras de entender el orden financiero y con dos sistemas monetarios diferentes. Esa dualidad de dos pesetas y dos bancos de España constituía un campo de análisis de notable interés histórico, porque se trataba de una experiencia insólita, especialmente apta para poner a prueba y ponderar los límites de la flexibilidad de un sistema bancario y un sistema monetario nacionales bajo la presión de una profunda y gravísima crisis estatal. Tratar de ofrecer una respuesta a esta división y a los incidentes de los sistemas monetarios vividos en ambos bandos durante la contienda, así como a la evolución de la economía en dos estados, constituían problemas mal conocidos que animaban a continuar la investigación para dar respuestas a muchas incógnitas planteadas, respuestas que vendrían a complementar su primera incursión en los problemas de la banca española en la Guerra Civil. Obtener esas nuevas respuestas hacía necesario disponer de más fuentes de información, que había que encontrar y ordenar. La búsqueda de esa nueva información se dividió —según confesión del profesor Sánchez Asiaín— en dos grandes grupos: la generada por los propios actores, es decir, la documentación producida por las entidades financieras en el ejercicio diario de su actividad, documentación que era notablemente amplia y muy bien conservada. Así resultó posible disponer y clasificar el caudal informativo que proporcionaban las actas de las sesiones de los consejos de administración de muchos de los grandes bancos y las cajas de ahorros, así como de los comités ad hoc que se crearon durante la contienda. Esta información completaría la abundante documentación oficial. La segunda fuente informativa consistía en acceder a, y filtrar, la recogida de información por transmisión oral, por la que se trató de conocer las vivencias y experiencias personales en períodos de conflicto revolucionario e inestabilidad política de la Guerra Civil, y que explicaban la realidad del funcionamiento de las instituciones financieras mucho mejor, a veces, que las propias disposiciones legales, e incluso que la misma documentación primaria. Una parte importante de la información manejada en la investigación del profesor Sánchez Asiaín se obtuvo —según confiesa nuestro académico— directamente de las personas que vivieron aquellos momentos, algunos desde posiciones muy importantes, lo que proporcionó una visión más precisa del marco y de los actores que habían interpretado fases históricas vividas en la Guerra Civil. Sánchez Asiaín destaca, especialmente, la interesante información que le suministraron personas que vivieron con un conocimiento preciso las consecuencias financieras de la guerra civil, como Pablo de Garnica y Luis de Usera. También tuvo nuestro académico la posibilidad de disponer de documentos originales de los archivos personales de Luis Olariaga y del propio diario personal de Víctor Artola, y la ocasión provechosa de conversar ampliamente con miembros de las familias Argüelles y Ridruejo, que enriquecieron su conocimiento de aquella época. No contento con estos resultados, puso los medios para que las personas con mayor caudal informativo del Banco de Bilbao, que habían vivido con 297 especial intensidad la crisis de 1929, la República y la Guerra Civil, fueran entrevistadas con magnetofón abierto a los solos efectos de acarrear materiales para la redacción, en su momento, de una historia bancaria de esta época. Se entrevistó, así, a 45 personas en encuesta individual y a 116 en entrevistas colectivas. Un total de 800 entrevistas grabadas, cuya recogida —afirma nuestro académico— constituye un auténtico filón informativo para inspirar un mejor conocimiento de los problemas financieros vividos en la etapa de 1936 a 1939. Una tercera fuente de información, a la que se refiere también José Ángel Sánchez Asiaín, fueron los documentos hallados fortuitamente, de gran interés e importancia. Los documentos principales fueron los siguientes: documento interno del Banco de España en Burgos firmado por el Comisario de la Banca Oficial en que se daba cuenta de que el Ministerio de Hacienda había dictado un «decreto reservado» por el que se tomaban unas disposiciones para utilizar en beneficio del Estado nacional los billetes capturados a los republicanos en el avance de las tropas nacionales; tres «decretos reservados» regulando diversos aspectos sobre el canje de billetes y la creación del comité gestor de un denominado Fondo de Papel Moneda puesto en curso por el enemigo, y que había de utilizarse para conocer el curso de los billetes de la zona republicana en el mercado exterior. Formaban, también, parte de estos documentos las Memorias del General Ungría a cuyo contenido se refiere detenidamente el trabajo que publica Papeles y Memorias en su Volumen XI. Finalmente, una información de gran interés para la realización del trabajo del profesor Sánchez Asiaín que se publica en el Volumen XI de Papeles y Memorias fue el hallazgo y lectura de algunos de los capítulos de las Memorias de José Larraz, no editadas aún, pero sí conservadas por su familia, y que nuestro académico pudo consultar gracias a la amabilidad de los herederos de Larraz. Sobre los cimientos de esa información acumulada con perseverante trabajo, José Ángel Sánchez Asiaín ha podido ofrecernos esta nueva e interesante visión de la historia de la peseta, la política económica y las instituciones financieras en esa etapa dramática de la guerra civil española. El extenso trabajo del profesor Sánchez Asiaín, que publica el Volumen XI de Papeles y Memorias bajo el título de «Larraz y la tormenta monetaria del 36», divide su contenido en cinco grandes epígrafes: 1.º «Larraz: finanzas de guerra y finanzas de paz»; 2.º «El marco económico y financiero»; 3.º «Dos modelos monetarios»; 4.º «La guerra monetaria de Larraz», y 5.º «La vuelta a la normalidad». El trabajo concluye con una cuidada bibliografía. Bien se comprende que resulta imposible detallar los temas tratados por este ensayo en sus cincuenta páginas, densas y llenas de detalles. La alternativa por la que se ha optado es la de destacar y glosar los temas que se consideran básicos de los estudiados y expuestos en el trabajo, así como sus principales aportaciones dignas de ganar la atención preferente de los lectores. La primera tarea del profesor y académico José Ángel Sánchez Asiaín es la de enfrentar al lector con la vida de un personaje que no ha motivado la 298 realización de biografía, y cuya actitud personal le ha llevado a silenciar aspectos decisivos de su vida. Al propósito de presentar a los lectores un retrato fiel de José Larraz responde el primer epígrafe de su trabajo. En la biografía de Larraz ha visto el profesor Sánchez Asiaín cuatro etapas diferenciadas. La primera, la de su formación. La segunda, su llegada al trabajo profesional y su presencia en la política como ministro de Hacienda, así como su rápida y fundada dimisión. Se abriría, tras estas dos etapas, una tercera que puede denominarse académica y de dedicación a la enseñanza. Los años de formación de José Larraz transmiten claramente el área que configuraría su vida profesional, política y académica, y el desempeño de sus enseñanzas. Se trata de un jurista con una sólida preparación iniciada en sus estudios en la Facultad de Derecho de la entonces denominada Universidad Central, concluidos con una brillantísima licenciatura en 1924, que le valió la concesión del premio extraordinario. Su formación jurídica continuaría con el ingreso en el cuerpo de Abogados del Estado con el número 1 de la promoción de 1926. Un jurista preocupado, además, por el estudio y conocimiento de los temas económicos, como lo revela su solicitud ante la Junta de Ampliación de Estudios para la obtención de una beca, que al fin conseguiría, para acudir a la Universidad de Lovaina con el propósito de conocer un problema real: el desarrollo económico de Bélgica. Esta investigación se publicará en 1928, y ello permitirá comprobar a sus lectores hasta qué punto había conseguido el acierto de exponer con claridad y sistemática las causas del notable proceso de crecimiento de la renta y la riqueza de los belgas. El modelo económico que Larraz ofrecía del desarrollo de Bélgica en su obra adquirió un éxito notable y una amplia difusión entre los lectores españoles. De esa etapa formativa de Larraz destacan, finalmente, sus estudios personales, seguidos por él con una disciplina y provecho que le permitirían conocer muy bien los clásicos jurídicos y políticos españoles. La segunda etapa en la vida de Larraz es la dedicada al ejercicio de su profesión, que se inicia con la asesoría jurídica, como abogado del Estado, de la Presidencia del Consejo de Ministros durante la Dictadura de Primo de Rivera. En 1930, Larraz será llamado a integrarse en el Servicio de Estudios creado en el Banco de España en ese año, y que dirigirá junto con Olegario Fernández Baños. En ese mismo año, y hasta 1935, Larraz desempeñaría la dirección de la sección económica y financiera del gran diario que fue entonces El Debate, en el que sus trabajos disfrutarían de una difusión y estimación pública extraordinarias. Al Banco de España y a su Servicio de Estudios volvería de nuevo José Larraz en plena Guerra Civil para ocuparse de su dirección. Es en esta etapa en la que realizaría una extraordinaria labor, de la que sería fundamental exponente su admirada monografía Estudio sobre la restauración de la comunidad dineraria española, obra dedicada al estudio de las causas y el proceso de división monetaria de España y su origen, para analizar debidamente sus consecuencias y, finalmente, exponer las vías para la refundición de las dos pesetas creadas por la Guerra Civil. 299 Ese director del Servicio de Estudios del Banco de España en Burgos será nombrado ministro de Hacienda en agosto de 1939, y en ese cargo permanecerá hasta el 20 de mayo de 1941, mes y año en que se atiende a su dimisión presentada verbalmente diez días antes. Un hecho hasta hoy ignorado, cuyo ambiente y causas se cuentan en el trabajo del profesor Sánchez Asiaín, cuya lectura, sin duda, interesará a quienes la realicen. La tercera y última etapa que ocupa la vida de Larraz es la que se inicia con su ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en abril de 1943. Este ingreso se produce con un discurso que constituye uno de sus mejores y más atractivos ensayos. Bajo el título La época del mercantilismo en Castilla (1500-1700), José Larraz ofrece una interpretación cuidadosamente elaborada del significado económico de Castilla en la Europa occidental, tomando dos fechas —la de 1500 y la de 1700— y realizando una comparación entre ellas. Una comparación que revela que en el Occidente europeo de 1700 la economía castellana tenía una significación relativa inferior a la de 1500. Es ese hecho el que le lleva a preguntarse las causas que estuvieron detrás de esa pérdida de posiciones económicas de la Castilla de 1700 respecto de la de 1500, de las que ofrece un estudio detallado en el Capítulo II de su obra La evolución económica castellana, que concluye con la identificación de las cuatro causas que frenaron entre 1500 y 1700 el desarrollo de Castilla: la inferioridad de su potencia industrial, ya registrada en 1500; la desviación de los precios de Castilla del nivel internacional; la falta de espíritu capitalista, y una política de intervención en Europa que arruinó a nuestra Hacienda Pública. El Capítulo III tiene una importancia histórica porque en él se ocupa del cuantitativismo monetario de la Escuela de Salamanca, cuyos conocimientos constituyen aportaciones decisivas a la historia del pensamiento económico. Contrariando una tendencia general, Larraz afirma que la teoría cuantitativa y la formación del tipo de cambio no derivan de la obra de Bodin ni se hallan tampoco en las propuestas adelantadas por Cassel en nuestro tiempo, sino que forman parte de los análisis de la enseñanza de la escuela española de Salamanca, integrada por la serie de pensadores del siglo XVI: Vitoria, Soto, Azpilcueta, Mercado, Molina y Bañes. Cierto es que la política económica propuesta como contraria a la practicada por entonces —que Larraz sintetiza magistralmente y que media entre 1500 y 1700— no fue la mejor para conducir nuestros asuntos económicos, y cierto también que sus gobernantes no apreciaron debidamente los consejos que podrían obtenerse de los escritos de nuestros maestros de Salamanca. Tras ese examen, concluirá afirmando que Castilla no logró disponer de un crítico que tuviera la fortuna de formular la política económica conveniente a la índole del país y de su imperio colonial, y cuando esa crítica aparecía en algunos análisis —como en los integrantes de la Escuela de Salamanca— nuestros gobernantes no la escucharon. Es tras el estudio de la evolución económico-nacional del Occidente europeo, y la posición en él de España, donde Larraz compromete su propio juicio como conclusión a su estudio. Bajo el título «La política que 300 debió seguir Castilla desde el punto de vista económico-nacional», Larraz adelanta los elementos que compondrían esa agenda reformadora que Castilla no elaboró. De la comparación entre los que deberían ser elementos integrantes de esa política y la realidad de los hechos, Larraz concluye que Castilla tuvo una política de fines desmesurados, de estimación hiperbólica de las posibilidades nacionales, de posposición total de lo económico y de grandes errores en este campo. En definitiva, no puede haber una gran nación ni un gran imperio sin una política acorde con la economía y sin una prestación continua por el pueblo de trabajo permanente, tenaz e inagotable. Esas condiciones no se cumplieron. La dedicación de Larraz a la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas reclama la elaboración de una monografía que identifique y difunda sus principales aportaciones. Entre ellas figuran aquellos trabajos que muestran un conocimiento profundo del curso histórico de la Hacienda Pública española a lo largo de los últimos siglos. De ellos se conservan sus retratos elaborados ocasionalmente sobre los grandes rectores de la vida financiera de España: del Bravo Murillo, hacendista, que ordenará la contabilidad pública que permitiría disciplinar la elaboración del Presupuesto español; de Ramón de Santillán, el gran reformador de la imposición española en 1845, fundadora de nuestra Hacienda contemporánea; de José Echegaray, que difundirá el principio del santo temor al déficit público como fundamento obligado de una Hacienda bien administrada; de Fernández Villaverde, retratado fielmente en el epílogo que Larraz puso a la biografía escrita por R. Mazo sobre el gran maestro de finales del siglo XIX y comienzo del xx. De todos ellos Larraz ofrece retratos en pocas y magistrales pinceladas, tanto por el acierto del juicio de su obra como por el conocimiento que revelan de las interioridades de nuestra historia financiera. Larraz dedicará también una atención destacada a diseñar una reforma de las tareas y el papel de la Real Academia a través de un programa que no recibió la atención que quizá merecía. Esas tareas académicas se continuarán más tarde en un escenario distinto: la Fundación de la Sociedad de Estudios Económicos Españoles y Europeos, que constituyó el lugar de encuentro y trabajo conjunto de toda una serie de destacados economistas que, entre 1950 y 1960, trataron de difundir el contenido y la previsible evolución del Tratado de Roma, sobre cuya importancia intentaba llamar la atención José Larraz a los españoles de su tiempo. Las referencias a Europa animarán, también, muchas de sus intervenciones en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, y en todas ellas Larraz ofrecerá sus aportaciones sobre Europa, destacables por la coherencia de su enfoque histórico y su línea doctrinal. En cualquier biografía de Larraz no puede faltar la referencia a su participación e interpretación de la enseñanza. Sus clases se iniciarán en la Escuela Social de Madrid de 1933 a 1936, tareas que proseguirían en el Centro de Estudios Universitarios (CEU), en el que celebró tres cursos libres de Economía para explicar la Historia de los Sistemas Económicos. Colaboró, asimismo, en los cursos de verano organizados en Santander por 301 la Junta Central de Acción Católica y, finalmente, la Facultad de Ciencias Económicas en Madrid le encargó, en 1947, la cátedra de Sociología, que ocupó solamente un curso académico; un curso montado sobre su obra La meta de dos revoluciones. En las páginas que el trabajo del profesor Sánchez Asiaín dedica a la exposición de las vicisitudes de la peseta y el funcionamiento del Banco de España en la etapa que él denomina «La tormenta monetaria de 1936», se ordenan y evalúan los hechos y comportamientos básicos que permiten seguir las peculiaridades que caracterizaron a esa etapa que va de 1936 a 1939. El primer hecho que debe destacarse es la existencia de dos bancos de España. En la zona dependiente del gobierno republicano, el Banco de España continuaría en su sede tradicional de Madrid, aunque más tarde, siguiendo la residencia fijada para el presidente del Gobierno, se desplazaría a Valencia (en noviembre de 1936) y, finalmente, a Barcelona, traslado que se consolidaría después de vencer algunas dificultades producidas por la intervención de la Generalidad de Cataluña que no pudieron solucionarse plenamente hasta mayo de 1938. Ese Banco de España del gobierno republicano contaría con el mayor número de sucursales en el país y, sobre todo, con la gran reserva de oro que España había ido acumulando a través de los resultados muy favorables del comercio exterior durante la primera guerra mundial. Aquí residía, en verdad, el secreto a voces de la fortaleza y superioridad de la situación bélica de la zona republicana respecto a los medios económicos de que disponía la llamada zona nacional. Indalecio Prieto, en un discurso pronunciado en las fechas iniciales de la Guerra Civil, creía y afirmaba que seguía la opinión de Napoleón: «no hay más que tres cosas imprescindibles para ganar una guerra: dinero, dinero y dinero». Pues bien, el dinero estaba garantizado por el Tesoro del Banco de España, y lo iba a utilizar quien lo tenía a mano: el gobierno de la República española que presidiría Largo Caballero con Negrín como Ministro de Hacienda. En la zona llamada nacional era preciso disponer de un banco central que, lógicamente, se apellidaría como Banco de España, y que se constituiría tras una reunión de la Junta de Defensa Nacional celebrada en la ciudad de Burgos el 24 de septiembre de 1936, en la que se convocó el Consejo del Banco de España bajo la presidencia de Pedro Pan y Gómez, quien había desempeñado, en la etapa previa a la Guerra Civil, el cargo de primer subgobernador del Banco de España, que había abierto en Burgos. El Banco de España, con sede en Burgos, cubrió, a partir de esta última fecha, la labor obvia de hacerse cargo de las sucursales sitas en territorios bajo el control de los nacionales, realizando el obligado recuento de las existencias en cajas de esas sucursales y organizando la circulación fiduciaria. Junto a esta obligación, existía una primaria y muy transcendente: notificar a las entidades de crédito extranjeras y al mundo bancario que se consideraba ilegal la exportación y la venta de oro del Banco de España. Mientras se montaba la sede burgalesa del Banco de España, se produjo, el16 de diciembre de 1936, el cese de Suárez Figueroa, subgobernador segundo del Banco de España, que seguía desempeñando ese puesto en el Banco de España 302 en Madrid. Se nombró a Ramón Artigas para ocupar ese cargo y, por fin, el 12 de marzo de 1938, se nombraría gobernador a Antonio Goicoechea, quien simultáneamente, se encargaría de la presidencia de un nuevo organismo: la Comisaría de la Banca Oficial, en la que se centralizaban las competencias de los tres directores de los bancos oficiales (el de España, el Hipotecario y el Exterior) más la delegación del Estado en el Banco de Crédito Industrial. Se nombrarían, también, en esas fechas, los tres nuevos consejeros del Estado en el Banco previstos en la regulación de 1931 (José Larraz, Ángel Gutiérrez y Eduardo Aunós). El Banco de España en Burgos y la Junta de Defensa Nacional tuvieron noticias de la más importante decisión adoptada por el gobierno republicano, aprobada el día 14 de septiembre por el Consejo del Banco de España en Madrid. Para llegar a esa decisión, el gobierno utilizó la fórmula de un decreto reservado que disponía que «ante la sublevación militar, el gobierno se ve obligado a tomar las medidas precautorias que considere necesarias para la mejor salvaguarda de las reservas metálicas del Banco de España a través de una disposición que permanecería reservada por voluntad del Gobierno». De acuerdo con el Consejo de Ministros celebrado el día 13 de septiembre, y a propuesta del ministro de Hacienda, se venía a disponer, con carácter reservado, en dos artículos lo siguiente: «1.º Se autoriza al Ministro de Hacienda para que, en el momento que lo considere oportuno, ordene el transporte con las mayores garantías al lugar que estime de más seguridad de las existencias de oro, plata y billetes que hubiese en aquel momento en el establecimiento central del Banco de España». La disposición se cerraba con un segundo artículo que era en realidad una cláusula de estilo: «el Gobierno dará cuenta en su día a las Cortes de este Decreto». Como antes se ha indicado, el 14 de septiembre, el gobernador Nicolau d’Olwer, los subgobernadores Carabias y Suárez Figueroa, los señores Viñuales y Rodríguez Mata, representantes del Estado, y Álvarez Guerra y Martínez Fresneda, representantes de los accionistas privados, conocerían el texto del decreto reservado enviado por el gobierno. Los subgobernadores y los consejeros del Estado dieron su consentimiento al mismo, si bien los consejeros del Estado pusieron múltiples reparos, mientras que los dos representantes de los accionistas se opusieron frontalmente al traslado y presentaron su dimisión. La existencia de un acta detallada de estas deliberaciones en el Consejo del Banco de España y la meritoria investigación realizada por nuestros economistas permiten reconstruir día a día lo ocurrido con esta gran reserva metálica del país 128. En efecto, según esa información, el mismo día 14 de septiem128 Vid., a este respecto, ÁNGEL VIÑAS MARTÍN, El oro español en la Guerra Civil, Madrid, 1976. Vid., asimismo, PABLO MARTÍN ACEÑA, El oro de Moscú y el oro de Berlín, Ed. Taurus, Madrid, 2001. Quizá la novedad más importante para conocer la utilización de las reservas oro del Banco de España sea la que suministra la apertura parcial de los archivos rusos en 1992, documentación que logró reproducir la realizadora de TV3 de Barcelona, María Dolores Genovés, y quienes han utilizado e interpretado ese documento (Gerald Howson y Pablo Martín Aceña). Esa documentación permite comprobar la defraudación sistemática practicada por las autoridades soviéticas, aplicando a las facturas que daban cuenta de la utilización de los fondos españoles un tipo de cambio arbitrario del rubio y otras alteraciones de la contabilidad que encarecían notablemente 303 bre se abría la gran puerta de acero, situada a treinta metros de profundidad en la calle de Alcalá, donde se guardaban las reservas del país. Bajo la vigilancia del primer subgobernador, Carabias, y del director general del Tesoro, Méndez Aspe, los lingotes y los sacos de moneda comenzaron a embalarse en cajas de madera construidas al efecto en los patios interiores del edificio del Banco de España. De aquí se trasladarían a la estación del Mediodía y, de ella, en la madrugada del día 15 de septiembre, partirían hacia Cartagena, donde las primeras reservas de oro llegarían el día 16 de septiembre a las cuatro de la tarde. El lugar de destino sería La Algameda, un polvorín con grandes mecanismos para prevenir cualquier intento de robo y con la disponibilidad de los cuerpos armados que sirvieron de custodia hasta que esas reservas oro del Banco de España partieron del puerto de Cartagena en los buques soviéticos que habrían de trasladarlas a la URSS, destino en el que se hizo cargo de las mismas el Comisariado de Hacienda de la URSS. Esa reserva aurífera, que España había acumulado con esfuerzo singular y mantenido con codicia extraordinaria, sería utilizada para financiar la Guerra Civil. Un destino trágico. Sería utilizada además totalmente, como Joan Sardá revelaría por vez primera tras conocer los archivos del Banco de España. De la lectura del trabajo del profesor Sánchez Asiaín se deduce que la relación de Larraz con la evolución de la peseta y la política monetaria que debería adaptarse para gobernar su marcha estuvo gobernada por dos actitudes encontradas. En primer lugar, cuando Larraz llegó como director del Servicio de Estudios al Banco de España que se organizaba en Burgos, la primera decisión en la que intervino fue la de definir la doble finalidad a que debería responder el gobierno en el campo monetario: por una parte, crear una nueva unidad monetaria —una nueva peseta— escindida de, y enfrentada con, la peseta republicana. Esta decisión pretendía oponer a la peseta del Banco de España en Madrid la peseta del Banco de España en Burgos y contribuir a los costes de los materiales suministrados. Por otra parte, la compra de armamento se realizó en muchas oportunidades a través de agentes intermediarios que carecían de toda honestidad comercial, aplicando precios increíbles a sus suministros de armas, como ha calculado en su obra Gerald Howson (publicada bajo el título Armas para España. La historia no contada de la Guerra Civil Española, Ed. Península, Barcelona, 1990). Todas esas irregularidades llevarían a que las reservas oro del Banco de España se gastaran con inusitada rapidez. También intervino en ese despilfarro la Banque Comérciale pour l’Europe du Nord, situada en París, que operaba como agente de las autoridades soviéticas, en la que quedaron pendientes de justificar gastos que Howson calcula en 204 millones de dólares. Todas esas prácticas irregulares y dolosas no agotan esta evaluación traducida en suministros de armamento a la República. Las investigaciones actuales han probado también —como afirma Gerald Howson— que el material bélico suministrado al gobierno republicano era un material de deshecho de la guerra ruso-japonesa y de la Primera Guerra Mundial. Es así cierto que las autoridades soviéticas aprovecharon la oportunidad que les brindaba la Guerra Civil española para desprenderse de unos arsenales que no deseaba en manera alguna (Vid., un desarrollo más detallado de los argumentos contenidos en esta nota en la obra de Pablo Martín Aceña antes citada, pp. 124 a 130). 304 crear, así, una desconfianza en la peseta monopolizada hasta entonces por el gobierno del Banco de España en Madrid. Con esa separación se buscaba, asimismo, que el sistema monetario que nacía en Burgos pudiera definir frente a la peseta actitudes contrapuestas o distintas de las que se aplicaban en Madrid. Desde el momento de su creación, el Banco de España en Burgos, inspirado por las ideas de Larraz, aspiraba a conducir la marcha de la peseta con la máxima prudencia, cuidando la defensa contra la inflación, en el convencimiento de que quien venciera en ese comportamiento de las dos pesetas terminaría ganando la guerra monetaria. La declaración de guerra de la peseta nacional a la peseta republicana se manifestó a través de tres decisiones contenidas en el Decreto de 12 de noviembre de 1936: 1.ª No reconocer validez a los billetes del Banco de España de Madrid puestos en circulación con posterioridad al 18 de julio de 1936; 2.ª Considerar como requisito indispensable para la legitimación de los billetes emitidos con anterioridad al 18 de julio de 1936 el estampillado de dichos billetes con un sello en seco que contenía la expresión Estado español-Burgos, y 3.ª Además se adoptó la decisión, aprobada por el Consejo del Banco de España en Burgos, de la emisión de nuevos billetes, que se pondrían en circulación por esta entidad. En efecto, a partir de marzo de 1937 se dispuso de las nuevas series de billetes y se prescindió del trámite del estampillado, ordenándose el canje directo de los billetes republicanos emitidos antes del 18 de julio de 1936 por los nacionales, así como por los estampillados en circulación. Larraz concluye, al examinar esta operación, que «la separación monetaria jurídicamente acordada se materializó exteriormente». Estas decisiones del Gobierno, inspiradas por el Banco de España en Burgos, iban pronto a ser contestadas por el gobierno de la República a través de un Decreto fechado en Valencia (lugar donde se había trasladado el Banco de España de Madrid) el 4 de enero de 1937. En esa disposición se prohibía la tenencia y circulación de billetes estampillados, que se consideraban desvinculados de las reservas metálicas, sancionando a los contraventores con sanciones del Código Penal que se señalaban al efecto. Estas dos decisiones, al tiempo que escindían la comunidad monetaria inicialmente existente con la peseta, sancionaban la independencia de dos monedas opuestas, dos pesetas diferentes, y en la supervivencia de una de ellas se jugaba la peculiar Guerra Civil en el campo monetario. Como afirma el trabajo de José Ángel Sánchez Asiaín, la declaración de nulidad de los billetes puestos en circulación por la República desde el 18 de julio dejó muchas secuelas. La más importante es que fue la causa de que, a la altura del verano de 1937, los billetes legítimos, es decir, los emitidos con anterioridad al 18 de julio de 1936, fueran ya de circulación muy escasa y de que, para finales de ese año, prácticamente hubieran desaparecido, convirtiéndose de medio de pago en una mercancía que comerciaba con fuertes primas desfavorables. Las repetidas noticias difundidas por Radio Nacional y otros medios respecto de la carencia de validez de los billetes republicanos tuvo una 305 fuerte incidencia en el territorio que seguía controlando la República. Esto se tradujo en un atesoramiento de la moneda buena, huyendo del llamado dinero legal emitido por el gobierno republicano, situación que dificultaba, cuando no impedía, las transacciones, lo que creaba hacia ese dinero un clima de desconfianza generalizado. A este efecto se sumaría más tarde la tercera de las disposiciones contenidas en el Decreto de 12 de noviembre de 1936, en cuya virtud los saldos de los depósitos existentes en la banca se reconocerían en sus valores en la fecha del 18 de julio de 1936 y, en cuanto a los incrementos registrados en las cuentas después del 18 de julio, quedarían a resultas de su depuración posterior. Debe afirmarse —como subraya Sánchez Asiaín— que los motivos fundamentales por los que la peseta republicana perdería, con intensidad creciente a medida que transcurría el conflicto, su credibilidad pública y su cotización internacional se derivaban del crecimiento excesivo del dinero en circulación y del nivel relativo de precios registrado en las dos zonas monetarias. La devaluación de la peseta republicana se registraría también en los mercados internacionales. En esa devaluación de la peseta republicana influirían muy negativamente las consecuencias de lo que el profesor Sánchez Asiaín denomina la proliferación de los signos monetarios periféricos. Esta situación partiría del hecho de que, junto a la moneda de soberanía española respaldada por el Estado, en la República convivieron durante períodos más o menos largos, los sistemas monetarios vasco y catalán. Junto a ellos, la dispersión de fuerzas en el seno del Estado republicano propició también la creación de otras unidades territoriales que respetaron la distribución administrativa provincial y regional, pero que se convirtieron en unos verdaderos enclaves autónomos que llegaron a emitir moneda. Este proceso lo analiza detenidamente en las páginas 131 y siguientes de su trabajo, donde ofrece una catalogación minuciosa y detallada de estas emisiones de dinero en Cataluña, el País Vasco, Aragón, Santander y Oviedo. Una variante importante de esta guerra entre la peseta nacional y la peseta republicana tomaría otro sesgo, en cuyo diseño participaría decisivamente José Larraz. Se trataba de que en los territorios en los que iba extendiéndose el poder del gobierno nacional se entregaran o confiscaran todos los billetes del gobierno republicano posteriores al 18 de julio de 1936. Esos billetes, válidos aún en el territorio republicano, no lo serían en el nacional, lo cual no impediría una utilización importante de los mismos que fue cuidadosamente programada por Larraz. Esa guerra particular de las dos pesetas tuvo como arma la recogida de las pesetas republicanas emitidas con posterioridad al 18 de julio de 1936 y su utilización en los mercados de divisas con el propósito de hundir la cotización de esa peseta. Esta guerra peculiar tomaría más tarde otro destino, igualmente contrario a los intereses de la República, consistente en la utilización de esas pesetas republicanas para financiar la llamada quinta columna, que estaba dirigida en la zona nacional desde el Servicio de Información y Policía Mili- 306 tar en el gobierno de Burgos. Para conocer las características de esta última utilización, el profesor Sánchez Asiaín ofrece una información adicional que procede de las Notas elaboradas por el General Ungría, que contienen, como el lector podrá comprobar, reveladoras afirmaciones sobre la cuantía y el objetivo de esos fondos (Vid., a este respecto, las páginas 144 a 146 del trabajo del profesor Sánchez Asiaín). Como antes se ha afirmado, la posición de José Larraz sobre la peseta estuvo orientada por dos actitudes. Nos hemos referido hasta aquí a la primera de ellas, la guerra monetaria de las dos pesetas (nacional y republicana), y a las decisiones que Larraz definió para ganar la guerra utilizando, con propósitos diferentes pero bélicos, las pesetas republicanas emitidas con posterioridad al 18 de julio de 1936 que caían en poder de los ejércitos de Burgos en la marcha de la guerra. Existe, sin embargo, un segundo grupo de las decisiones de Larraz sobre la peseta que discurría por un escenario y propósitos bien diferentes, consistente en definir el significado y las necesidades de la restauración de la comunidad dineraria de España al término de la Guerra Civil. Cuantos análisis se han hecho de la obra de Larraz en «la tormenta monetaria del 36» coinciden en evaluar esta contribución como la más importante y que dispone de los trabajos e informes elaborados al respecto de los muchos realizados en el Servicio de Estudios del Banco de España en Burgos bajo su dirección. Esa contribución parte de un documento inicial que, bajo el título «Estudios sobre la restauración de la comunidad dineraria española», se ultimaría y entregaría por Larraz al gobierno el 25 de enero de 1938. Un informe encargado por Pedro Pan que, como antes se afirmó, desempeñaba el cargo de subgobernador del Banco de España en Madrid y que había huido al estallar la Guerra Civil a Burgos, ejerciendo en 1938 las funciones de gobernador. Pedro Pan había decidido nombrar a Larraz Director del Servicio de Estudios del Banco de España, encargándole de forma inmediata de la necesaria preparación de un informe que estudiara la restauración de la unidad monetaria de las dos pesetas vigentes durante la Guerra Civil. Un encargo que se realizaría en los siguientes términos: «Elaborar de forma inmediata la preparación de la necesaria restauración de la unidad monetaria realizando los adecuados estudios de los problemas económicos, financieros y monetarios, teniendo presentes las enseñanzas de otros países, cuyos institutos nacionales de emisión habrían atravesado por crisis si no iguales sí parecidas a las nuestras. Todo ello con el fin de tener previstas las soluciones de acuerdo con las realidades que esos conflictos ofrecen para nuestro país». El subgobernador pretendía también que el Servicio de Estudios tuviese dispuestos «los materiales necesarios, acopiados los datos y antecedentes precisos para que el crédito y el cambio, que son la razón de ser de los institutos nacionales de emisión y a la vez pasos fundamentales de la economía 307 y finanzas nacionales, funcionaran desde el primer momento con la posible normalidad». Debe reconocerse que ese encargo constituía una demanda anticipada, pero fundada, y con ella se pretendía resolver un problema complejo y gravísimo cuyo estudio y solución inexcusables demandaban tiempo por los datos y estudios necesarios que habrían de reunirse y por la definición de una metodología que no se podía improvisar. A esta conciencia de la importancia de la materia y la necesidad urgente de iniciar su estudio se referiría el propio director del Servicio de Estudios, José Larraz, con estas palabras: «En tanto la Guerra Civil no cese, las dos comunidades dinerarias seguirán vivas. Además la sucesiva expansión geográfica del gobierno nacional en la zona ocupada inicialmente por el gobierno republicano, planteaba ya un problema complejísimo: la refundición de la circulación de la moneda, problema que alcanzaría su máxima envergadura el día de la victoria final». Tres son los documentos que se refieren al estudio y decisión final para restaurar la comunidad dineraria española: 1.º El estudio inicial, debido a José Larraz —antes citado—, elaborado en el Servicio de Estudios del Banco de España en Burgos; 2.° El dictamen de la comisión presidida por el catedrático Joaquín Garrigues, nombrada por orden del Ministerio de Hacienda en septiembre de 1939, presentado el 11 de noviembre del mismo año, y 3.° La Ley Reguladora del Desbloqueo de 7 de agosto de 1939 y las disposiciones complementarias sobre el desbloqueo de las operaciones bancarias y extra-bancarias de octubre de 1938 y abril de 1939, respectivamente. Sin duda, el documento más importante, por su extensión, por el método utilizado para su elaboración y por las conclusiones alcanzadas, es el redactado por José Larraz en el Servicio de Estudios del Banco de España en Burgos. Sus 150 páginas obedecen a un ordenado contenido que se inicia con la descripción de las dos comunidades monetarias surgidas en el país con la Guerra Civil. Se presentan, asimismo, los rasgos que caracterizaron a la marcha de algunas variables en las dos zonas en que se dividió España. Ese análisis permite conocer los cambios desiguales registrados en la circulación fiduciaria (muy superior en la zona republicana). Las cifras estimadas de billetes en circulación reflejan con claridad esta diferencia entre las dos zonas, tanto en el nivel total alcanzado por la circulación fiduciaria como en el ritmo de su crecimiento. Larraz atribuía la diferencia de estos comportamientos a tres hechos: la mayor financiación por el Banco de España a las necesidades del Tesoro durante la estancia del Banco de España en Valencia, que, a su vez, había contribuido a la expansión del crédito bancario en las instituciones bancarias privadas en la zona republicana. La conclusión a la que Larraz llegaba no era otra que esta: «la financiación crediticia de la España republicana fue muy superior a la de la España nacional». A este descontrol monetario se añadieron las elevaciones salariales producto de los ímpetus revolucionarios junto a las demandas de un Tesoro voraz que había provocado, en su opinión, que el poder adquisitivo de la zona republicana se hubiese deteriorado hasta límites 308 extremos. Este crecimiento singular de los precios en la zona republicana había situado en 1938 la inflación en algo más del doble de la que correspondía a la peseta nacional. Sobre ese crecimiento de los precios no sólo había operado el aumento en la creación de dinero, sino también la evolución del sistema económico. La colectivización y la socialización radicales de fábricas y empresas en la zona republicana habían ocasionado un descenso de la productividad laboral y una brusca caída en la producción agraria e industrial. El diferencial de inflación también se dejaba sentir sobre la cotización exterior de ambas pesetas, de forma que el Comité de Moneda de Burgos adquiría la libra esterlina a 42 pesetas en 1937, mientras que el Comité de Valencia lo hacía a 77 pesetas republicanas. Este comportamiento diferenciado y crecientemente dispar de las dos pesetas no facilitaba ciertamente la restauración de la comunidad monetaria española, que tendría que adoptar parte de sus decisiones con el valor diferenciado y cambiante de las pesetas republicana y nacional. El proceso de restauración de la comunidad dineraria española debía iniciarse, según Larraz, con la aplicación de un criterio de justicia que debía dar respuesta a las siguientes cuestiones: «¿La moneda fiduciaria emitida por el Banco de España en la zona republicana, como consecuencia de los créditos concedidos al gobierno de esta zona, debe, en derecho, ser reconocida por el gobierno vencedor y por el Banco de España sometido a su jurisdicción? Supuesta la solución que se dé a esta cuestión, ¿qué prescripciones proceden para los saldos de cuenta corriente de la zona republicana y en general para las obligaciones en dinero?». La base esencial del pensamiento de Larraz para dar respuestas a las anteriores interrogantes descansaba en la idea de la continuidad del Estado que, por su propia naturaleza, debía asumir tanto los actos del vencedor como los del vencido, pues éste también, en sus actos políticos y en sus medidas legislativas, había intervenido en su calidad de poder público. El corolario que se desprendía de este examen llevaba a Larraz a una propuesta central consistente en afirmar que, cualquiera que fuera la solución que se acordara, ésta debía ser equitativa y basarse en la inalienable función protectora de los poderes públicos. Este presupuesto exigía que el nuevo Estado reconociese la deuda del vencido. «Esa doctrina jurídica sobre los actos de la parte beligerante vencida nos lleva— concluía Larraz—, en principio, al reconocimiento de los créditos otorgados a la misma por el Banco de España en su zona y la contrapartida (billetes, talones especiales, certificados de plata e incrementos de cuenta corriente)». Este enfoque de Larraz al problema de la refundición monetaria —concluye el profesor Sánchez Asiaín— fundamentaba, en último término, que ese problema era un problema de paz, y que el espíritu ofensivo que había informado la guerra de las dos pesetas debería ser sustituido por medidas justas en lo posible. La aplicación del criterio de justicia resolvía el primer problema respecto de la restauración de la comunidad dineraria española, pero quedaba pendiente el otro aspecto a que antes se ha aludido: la razón de convalidación o conver- 309 sión entre las dos pesetas, que estaban sometidas, como antes se ha expuesto, a riesgos muy distintos de inflación, lo que obligaba a convertir los derechos y obligaciones fijados en pesetas republicanas en derechos y obligaciones definidos en pesetas nacionales. Larraz afirmaba que había, frente a este problema, tres opciones: 1. Reconocimiento total y conversión a la par de los valores de las dos pesetas; 2. Reconocimiento parcial y conversión por una determinada escala y, finalmente, y 3. Repudio total de los derechos y obligaciones nacidos en territorio republicano. De estas tres opciones, la aplicación del principio de justicia, tal y como lo había formulado Larraz, rechazaba de plano la tercera. Larraz también se opuso, a pesar de su sencillez, a la primera de las soluciones por sus graves inconvenientes: «Un criterio semejante convertiría el nivel de inflación de la economía española unificada en un puro efecto de la voluntad de los gobiernos republicanos, ciertamente poco escrupulosos en el manejo del dinero, sin que estuviera presente la voluntad del gobierno de la España nacional. Habríamos de pechar así con una inflación cuantiosísima, sobre todo tan veloz como fuera el canje entre ambas unidades monetarias. Esta consideración de la rapidez con que pasaríamos a un nivel de inflación muy apartado del de la España nacional es importantísima por sus efectos. Sobrevendría pronto la rápida subida de los precios, la baja del cambio y la pérdida enorme del poder adquisitivo en las fortunas de renta fija, todo ello en proporción superior a la determinada por el coeficiente de inflación de la España nacional. Al fundirse las dos zonas de España en una y los dos mercados en uno, los habitantes de la zona republicana ejercitarían una capacidad de compra relativamente superior a los de la España nacional». Una actuación de canje con arreglo a esos principios quebrantaba el principio de justicia, además de ocasionar las consecuencias económicas que se han expuesto. Eliminadas las dos posturas extremas, Larraz defendió la intermedia. La regla general que debía aplicarse, en consecuencia, haría que las pesetas republicanas, en cuanto dinero o en cuanto obligaciones en dinero, deberían convertirse en nacionales según la proporción de sus respectivos valores. La última parte del informe de Larraz se dedicaba a exponer el procedimiento administrativo para llevar a cabo la unificación de las dos comunidades. Recomendaba tener funcionarios seleccionados y adiestrados, una existencia de billetes suficiente para realizar el canje, moneda fraccionaria en abundancia, impresos, bandos de información, y criterios claros y uniformes de contabilidad. El segundo documento que analizaba y dictaminaba el proceso de unificación monetaria era —como antes se ha indicado— debido a la comisión nombrada por Larraz al frente del Ministerio de Hacienda, y se concluyó el 11 de noviembre de 1939. Tres son los temas sobre los que dictamina esa comisión. No puede olvidarse que la legislación de guerra había originado tres hechos difícilmente reversibles: a) la anulación de billetes puestos en circulación por las autoridades republicanas después del 18 de julio de 1936; b) el canje a 310 la par por moneda nacional de los billetes que circulaban en zona republicana antes de dicha fecha, y c) el reconocimiento a la par de los saldos de depósitos existentes en los institutos de crédito el 18 de julio de 1936. Todo ello había provocado una separación excesivamente radical entre dos clases de dinero, que, sin embargo, vivieron confundidas en el territorio republicano y desempeñaron los mismos cometidos. La comisión entendía que «la riqueza que había quedado transformada en la zona republicana después del 18 de julio de 1936 no era menos legítima ni había servido a fines distintos que la existente en la misma zona en esa fecha y que, por razones de evidente equidad, procedía recoger igualmente los signos monetarios que representaba, si bien corrigiendo su valor nominal en la medida aproximada en que se hallaba desfigurado a causa de la inflación». Sin embargo, aunque el criterio expuesto coincidía con el defendido por el propio ministro de Hacienda en su estudio de 1938, la comisión se veía obligada a admitir que, en lo concerniente a los billetes republicanos, la situación era irreversible y nada podía hacerse. Los billetes se habían anulado e ilegalizado. Sin embargo, para el dinero bancario la política había sido otra, y por eso el dictamen insistió a favor de su reconocimiento, si bien corrigiendo su valor teniendo en cuenta el grado de inflación registrado. En concreto, la propuesta de la comisión era reconocer como válidos los incrementos de dinero bancario y de crédito registrados en el territorio republicano, pero no a la par, sino con arreglo a una escala de coeficientes que reflejasen el grado de desvalorización del dinero de la República frente al dinero nacional. Los otros dos temas de preocupación para los miembros de la comisión fueron el relativo a la revisión de pagos y a los posibles efectos inflacionistas del desbloqueo. En cuanto al primer tema, la norma general debía ser la subsistencia de todos los pagos hechos y, sólo en casos excepcionales y tipificados, acceder a la revisión. De más interés para las consecuencias económicas era la advertencia que contenía el dictamen acerca de que el desbloqueo de cuentas bancarias pudiese contribuir a agravar la inflación. Para evitar este peligro, recomendaba que sólo una cuarta parte de las cantidades desbloqueadas quedase a la libre disposición de sus titulares, liberándose el resto cuando el ministro de Hacienda así lo acordara. Con estas restricciones no iba a desaparecer el riesgo de inflación, pero al menos no se complicaba aún más el problema del exceso de recursos líquidos frente a la producción menguante con unos precios controlados. Éstas fueron las tres consideraciones que atendió el dictamen de la comisión, sin que, en su trabajo, se dijera nada sobre el problema técnico de los coeficientes de corrección que deberían aplicarse a los pasivos bancarios de las instituciones de crédito situados en zona republicana. Considerado ese problema de estimar los índices aplicables para convertir los valores monetarios de la zona republicana en los valores correspondientes de la zona nacional, Larraz encargó una serie de estudios a diversos especialistas, habiendo sido publicados los del estadístico Antonio de Miguel y el secretario del Consejo de Economía Nacional, Higinio Pares Eguilaz. Ambos 311 autores emplearon los mismos procedimientos, con resultados parecidos, que servirían de base para la fijación definitiva de los porcentajes de conversión de los coeficientes del desbloqueo. Estos valores oficiales se publicaron en un nuevo documento público del Servicio de Estudios, aparecido en noviembre de 1939. El documento, calificado como Cálculo de coeficientes de desbloqueo, pretendía contar con el criterio que la banca aplicaba para llegar a un sistema monetario unificado para todo el territorio nacional. La Ley de Desbloqueo de 7 de diciembre de 1939 comenzaba por aceptar la norma de 18 de julio de 1936, que había dispuesto —como se ha afirmado— que las emisiones de dinero republicano posteriores a esa fecha padecerían la sanción de la nulidad definitiva. A esta sanción se agregó la pérdida de los saldos de los titulares de cuentas que hubiesen sido proveedores del gobierno o del ejército republicano, lo que entonces se llamó saldos improtegibles. En cuanto al resto del proceso de desbloqueo, se partiría de un hecho que el profesor Sánchez Asiaín califica como irrefutable: «La peseta republicana había perdido poder de compra en forma harto brusca durante el segundo trimestre del 36 y sobre todo en 1937, en el que quedaría reducida a la cuarta parte de su valor económico en 1936. Por otra parte, en 1938 su descenso había llegado a reducirse a unos límites tan estrechos que acusaban la inminente desaparición del Estado republicano al que servía de exponente monetario. Finalmente, en el primer trimestre de 1939 su poder adquisitivo fue prácticamente nulo, y esto no por deformación de los cálculos para obtener mediante ellos la confirmación de una idea apriorística, sino por una exigencia imperiosa de la propia realidad». Respecto de los saldos bancarios, la fórmula empleada consistió en aplicarles los mismos coeficientes de corrección, según la valoración de las dos pesetas en cada momento. La Ley establecía las paridades de conversión de una moneda en otra partiendo de la inmovilización o bloqueo de los incrementos producidos en los saldos deudores y acreedores bancarios con posterioridad al 18 de julio de 1936, a los que se aplicaban unos determinados coeficientes de reducción en función de la depreciación sufrida por la moneda en la zona republicana en cada período. De esta manera, a los aumentos de saldos registrados, por ejemplo, entre el 19 de julio y el 31 de octubre de 1936 se los valoraba en un 90%. A los correspondientes a los cuatro meses siguientes, en un 80%, y así sucesivamente hasta llegar a una valoración de sólo el 10 por 100 de los incrementos de saldos del segundo semestre de 1938 y del 5 por 100 de los registrados en los tres últimos meses de guerra. Por otra parte, el desbloqueo de las operaciones bancarias activas, créditos y descuento de efectos de las operaciones interbancarias, y de las obligaciones extra-bancarias de pagos en metálico se llevó a cabo utilizando criterios y coeficientes semejantes de reducción. Por otro lado, cada entidad bancaria quedó obligada a equilibrar su balance unificado después de las conversiones necesarias, revirtiendo al Banco de España la diferencia. 312 La evaluación de la Ley Reguladora del Desbloqueo por los economistas que la han realizado es, en general, positiva. Como ha afirmado Joan Sardá, «la Ley del Desbloqueo de 1939, técnicamente compleja, dada la naturaleza del problema, logró, ciertamente, el objetivo requerido: restablecer la comunidad monetaria de todo el país y anular los efectos inflacionistas que pudieran derivarse de aquella disposición». Fue este segundo objetivo de la Ley del Desbloqueo el que más preocupó a José Larraz, que había advertido desde el principio que el ritmo al que estaba creciendo la oferta monetaria en zona republicana era desconocido, y ello constituiría un peligro cierto al llegar la hora de la paz. A este objetivo de frenar los peligros de la inflación obedecieron las correcciones que se introdujeron en el principio de justicia general que Larraz pensaba que debería aplicarse. Los efectos de las disposiciones del desbloqueo supusieron una anulación de dinero legal de 13.251 millones de pesetas (que importó la suma de los billetes republicanos en circulación y de los certificados de plata) y un total de 10.536 millones de pesetas procedentes de la anulación del dinero bancario. Esos dos conceptos suman un total de 25.536 millones de pesetas, cantidad que supuso un freno no despreciable para el crecimiento del dinero y sus efectos sobre el nivel correspondiente de los precios. Las críticas que ha recibido la operación de desbloqueo residen en sus consecuencias sobre el principio de justicia, en el que Larraz colocaba un acento prioritario de preocupación. En efecto, como afirma el profesor Sánchez Asiaín, Larraz pensaba —y así lo manifestó— que existían dos aproximaciones a la cuestión de la unificación monetaria y la Ley del Desbloqueo. Por una parte, la aproximación al problema desde los fundamentos jurídicos, morales y éticos de la unificación de la moneda; fundamentos que llevaban a los técnicos del Banco de España a admitir la peseta republicana y su carácter legítimo en una economía de guerra, como había propuesto Larraz. Ese criterio obligaba a afirmar el reconocimiento de todo el dinero depositado en establecimientos bancarios de crédito, aunque fuera aplicando baremos, al computar los procesos de inflación, distintos en la zona nacional y en la republicana. Por otra parte, estaban vigentes las disposiciones que habían legislado la nulidad de las emisiones de billetes por el gobierno republicano posteriores al 18 de julio de 1936. Era imposible que el problema del desbloqueo llevara a revisar esta legislación. En consecuencia, se impuso un criterio político al cómputo del desbloqueo, a cuyo contenido —según expone el profesor Sánchez Asiaín— se ha referido anteriormente este trabajo. Quizá los extremos en los que la aplicación de los criterios del desbloqueo es más discutible residan en las injusticias que se siguieron de la aplicación de la Ley, derivadas tanto de su propia mecánica como de la arbitrariedad y discrecionalidad de que disponían las diversas instituciones bancarias que administraron el proceso y que, en la práctica, tomaron decisiones muy dispares en la defensa de los intereses de su clientela. Objeción sobre cuya importancia insiste el trabajo del profesor Sánchez Asiaín. 313 Por otra parte, un tratamiento injusto fue el recibido por el dinero legal republicano, al admitirse finalmente la nulidad de los billetes emitidos con posterioridad al 18 de julio de 1936, con lo que no recibiría el mismo tratamiento que el dinero bancario. Tras este detallado estudio del proceso de unificación monetaria, el trabajo del profesor Sánchez Asiaín se cierra con cinco breves notas referidas al abandono del patrón oro, al cierre del balance del Banco de España de 1942, a la reforma institucional de la ordenación monetaria, al proceso de normalización del sistema financiero y al coste de la guerra. Notas que el lector encontrará en las páginas 150 a 154 del Volumen XI de Papeles y Memorías. Queda fuera del análisis del profesor Sánchez Asiaín el proceso de liquidación del coste monetario de la Hacienda nacional, que obligó a Larraz a plantear y resolver la regularización de la deuda pública, a practicar la operación de su conversión, cuya oportunidad destacan cuantos la han analizado, y sus efectos positivos en la presión de la cantidad de dinero sobre la economía española, que Larraz trató de reducir. Todas estas actuaciones en la política de deuda pública deberían haber recibido el refuerzo de una política presupuestaria rigurosa que ayudara a la lucha contra la inflación, y que Larraz intentó con la elaboración de los presupuestos de los años 1940 y 1941. Este saneamiento de la economía española era el precedente de la aplicación de una nueva política fiscal que no obtuvo la aprobación del Jefe del Estado, y éste sería —como muestran las Memorias de Larraz— el determinante de su dimisión como ministro de Hacienda, producida el 20 de mayo de 1941. Esta etapa final de Larraz al frente del Ministerio de Hacienda es el tema en el que hoy trabaja el profesor Sánchez Asiaín, y que dará su argumento a un próximo artículo que Papeles y Memorias de la Real Academia confía en ofrecer a sus lectores. 4. UN HOMENAJE A LAUREANO FIGUEROLA Y BALLESTER (1816-1903) La habitual sección de Memorias está integrada en el Volumen XI de Papeles y Memorias por el conjunto de textos que la Real Academia logró reunir para tributar un sentido homenaje al que fuera presidente de nuestra Corporación y el ministro de Hacienda que introduciría la peseta como unidad monetaria en la economía española. Estos trabajos obedecieron a la participación de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en el ciclo de actos de homenaje al ilustre economista, intelectual y político de Calaf con ocasión de la desaparición de la peseta. Atendiendo la petición del alcalde de Calaf, José Casulleras Closa, presidente de la Comisión de Homenaje a Laureano Figuerola, la Real Academia se incorporó al proyecto de testimoniar el homenaje debido al que fuera un miembro apreciado en nuestra Corporación. 314 El alcalde de Calaf, con muchos de sus vecinos acudió a estos actos organizados por la Academia, de los que hemos querido dejar testimonio en la sección de Memorias. En esas páginas, el lector encontrará, en primer lugar, una introducción al homenaje, trabajo preparado por el profesor Juan Velarde, en el que se repasan los hitos principales de la vida de Figuerola. A ese texto se añade el expediente personal de Laureano Figuerola que ha quedado en el archivo de nuestra Academia, y que ha confeccionado nuestro Bibliotecario, Pablo Ramírez. El lector encontrará, a continuación, el texto de la necrología de Figuerola realizada en la Real Academia por Gumersindo de Azcárate Menéndez, destacado académico de nuestra Corporación. La sección de Memorias incorpora seguidamente los textos de los discursos pronunciados en el Salón de Actos de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, con los cuales nuestros académicos participaron activamente en el ciclo de homenaje a nuestro compañero y antiguo presidente. Estos discursos son tres: • «Figuerola o un radical en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas» es el título con el que el profesor Juan Velarde presenta la Academia de entonces y los acontecimientos que estuvieron presentes en la etapa de su fundación, así como la referencia a los principales intérpretes que dieron vida a la Academia en aquellos años de la presidencia activa de Figuerola. • El profesor Fabián Estapé se ocupa del interesante tema de la evolución de Laureano Figuerola desde su residencia en Barcelona a su estancia posterior en Madrid, y destaca, con la amenidad y acierto habituales del autor, su postura en la regulación del comercio exterior de España y el papel fundamental de las importaciones para el desarrollo de la economía española, así como la crítica de Figuerola a la opinión de que los aranceles tenían que ser un manto protector y eterno. Una idea opuesta a las que Figuerola sustentaba, y que le llevó a la redacción de la célebre Base quinta de su Arancel, informada por un proteccionismo dinámico y por la obligación de ir adecuando las estructuras productivas a los datos de importancia internacional. La discusión de estas ideas en Barcelona y Madrid conceden especial interés a esta intervención de Fabián Estapé. • Las colaboraciones del homenaje a Figuerola se cierran con el trabajo que estudia su pensamiento como moralista y reformador, un trabajo del que es autor Antón Costas Comesaña, catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona, invitado especialmente por la Real Academia para que participara en este acto. El trabajo de Antón Costas presenta un retrato lleno de interés de Laureano Figuerola, en el que destacan los testimonios que han dejado de su vida y de su obra los que se han acercado a ella con rigor. Un perfil en el que todos le dibujan como una persona íntegra, con carácter enérgico y voluntad de hierro. 315 Un moralista y reformador inolvidable. Se aborda, asimismo, en este trabajo su ida a Madrid y las encontradas posiciones ante esta presencia en la capital, que tantas críticas suscitaría en Barcelona. En la última parte de su trabajo, el profesor Costas Comesaña se refiere a lo que Gumersindo de Azcárate ha destacado como rasgo decisivo de su personalidad: «vivió y murió creyendo que la libertad debe ser la única señora del mundo y de la vida». Su defensa radical del liberalismo individualista se apoyaba en la idea de que los derechos individuales tienen sustantividad propia y son deseables por sí mismos, independientemente de sus efectos. Esta defensa del contenido sustantivo de la libertad dio una imagen a Figuerola de doctrinario y de utópico. Sin embargo, su defensa de la libertad estaba apoyada, también, en una visión instrumental que veía la libertad como un medio para fomentar el progreso material de la sociedad y la mejora de las condiciones de vida de los individuos. El trabajo del profesor Costas concluye con estas palabras: «Creo que estas tres pinceladas sobre otros tantos aspectos de la personalidad, vida y pensamiento de Laureano Figuerola pueden contribuir a perfilar una imagen más fiel de un hombre que encarnó como ningún otro una aproximación liberal a los problemas de la España del siglo XIX y que contribuyó, en gran medida, a hacerla caminar por la senda de la modernización industrial, económica, social y política. El centenario de su muerte, que se celebra en el año 2003, es una buena oportunidad para continuar esta labor de recuperación de su memoria». 316 AeEncarteF.Quintana-0409 28/5/09 10:05 Página 1 Enrique Fuentes Quintana y la Asociación Española de Contabilidad y Administración de Empresas La colaboración de Enrique Fuentes Quintana con la Asocia- ción se puso de manifiesto en multitud de oportunidades, siendo su participación en distintos Congresos y Encuentros AECA una constante durante muchos años. En estas pági- nas se recogen algunos de estos momentos, en los que el querido profesor compartió con la Asociación sus conoci- mientos e investigaciones en materia económica. AeEncarteF.Quintana-0409 28/5/09 10:05 Página 2 IV Encuentro AECA en Canarias La Palma, 9 al 11 de octubre de 1990 Discurso de Clausura José Barea, presidente de AECA, hace entrega a Enrique Fuentes de la medalla conmemorativa y la publicación del 10º Aniversario de la Asociación AeEncarteF.Quintana-0409 28/5/09 10:05 Página 3 V Encuentro AECA en Canarias Fuerteventura, 8 al 11 de octubre de 1992 Conferencia inaugural De izquierda a derecha: José Barea, Jerónimo Saavedra (presidente del Gobierno Canario) y Enrique Fuentes VI Encuentro AECA en Canarias Sur de Tenerife, 8 al 11 de octubre de 1994 Conferencia inaugural En las últimas páginas de este encarte se reproduce el artículo publicado en la Revista AECA del Encuentro AeEncarteF.Quintana-0409 28/5/09 10:05 Página 4 IX Congreso AECA La Unión Europea, un reto para las empresas y profesionales españoles Salamanca, 25 al 27 de septiembre de 1997 Mesa presidencial del Simposio III: El euro, una zona de estabilidad, presidida por Enrique Fuentes. De izquierda a derecha: José Barea, Juan Velarde, Enrique Fuentes y José Luis Feito Conferencia de Clausura: España ante la Unión Europea AeEncarteF.Quintana-0409 28/5/09 10:05 Página 5 XI Congreso AECA Empresa, euro y nueva economía Madrid, 26 al 28 de septiembre de 2001 Intervención de Enrique Fuentes, presidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en el Simposio Contabilidad Nacional y Sector Público Clausura del Congreso, presidida por el Alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano AeEncarteF.Quintana-0409 28/5/09 10:05 Página 6 Enrique Fuentes Quintana, Socio de Honor de AECA Madrid, 21 de febrero de 2002 Intervención de Enrique Fuentes Quintana Socios de Honor de AECA AeEncarteF.Quintana-0409 28/5/09 10:05 Página 7 AeEncarteF.Quintana-0409 28/5/09 10:05 Página 8