FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:19 Página 192 192 LAS VOCACIONES DE CLAUSURA. UN SILENCIO PERPETUO El mundo de las mujeres, tan desconocido, tan poco estudiado, tan temido como silenciado, tiene sin embargo espacios y tiempos auténticamente gloriosos. Los espacios son lugares formidables aun en pie que continúan maravillando el espíritu del viajero sensible. Monasterios grandes o pequeños, reales o discretos, habitados todavía o ya sin la presencia de sus moradoras pero aún con su esencia, imborrable, tangible para quien sepa o pueda entender. Los tiempos, indefinidos, imposibles de concretar, pero que para este texto pueden abarcar una época ideal entre el S. X y el XIV. historia Un monasterio. Un monasterio femenino. Un monasterio femenino de clausura… Y el misterio está servido. Pocas cosas fascinan tanto como intentar ver por el ojo de la cerradura el mundo secreto de la vida de una comunidad femenina de clausura. Poder penetrar en ese mundo cerrado y único de una mujer ensimismada. Cuanto más si no es una sola mujer sino docenas de ellas, con sus secretos personales y sus mundos que nadie conocerá jamás. Hoy nos sorprende, desde “el siglo” (como en el lenguaje monacal intemporal, se le llama al mundo exterior, más allá de sus muros) que pueda encontrarse atractivo alguno a la negación de todo lo inventado para hacer la vida placentera y preferir el silencio y la vida interior. Esa decisión y lo que la ha movido es un misterio que nos inspira rechazo y nos cautiva en la misma medida. Nunca sabremos de su vida y de sus miedos, de sus dudas y de su gloria, de si han encontrado la paz o la felicidad, pero conociendo algunas señales y leyendo lo mucho que han escrito y dibujado muchas de ellas, intuimos un universo riquísimo, unas mentes extraordinariamente brillantes que despiertan una gran curiosidad a la vez que un profundo respeto y un irreprimible interés. La vida monacal puede ser un verdadero horror o la máxima delicia según cuáles sean los motivos que han empujado a cada monja a ingresar en el convento. Estos serán siempre un misterio, ya que no es posible conocer que es lo que realmente ha movido a cada mujer, en un momento de su vida, a retirarse del mundo. De todos modos, hay una larga lista de móviles posibles en los que pensar y que, históricamente, pueden acercarnos a sospechar y entender cuáles han podido ser esas razones, a veces llamadas vocaciones. FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:19 Página 193 Carolina Camanyes Sánchez 193 LA FE En primer lugar, sin duda, y muy por encima de todas las demás causas, está la fe. La piedad, el misticismo y la creencia más profunda y absoluta en Dios y en su presencia viva en su pensamiento y en su corazón. Su fuerza poderosa, llama de amor total, sentimiento irracional que está por encima de la vida y de todas las consideraciones y que vuelve irrisorio el lenguaje universal de la razón, es motivo más que suficiente para que esa mujer desee irresistiblemente alejarse de todo cuanto pueda distraerla de esa plenitud, que ya posee, y que no puede, ni quiere, dejar de vivir en su totalidad. Esa fuerza que mueve montañas puede con todo, y hay historias increíbles de creaciones de pequeños cenobios que luego han sido grandes monasterios, pero que en sus orígenes fueron posibles solo gracias a la fuerza de la fe. EL MIEDO Autorretrato de Hildegarda de Bingen recibiendo la inspiración divina Durante mucho tiempo, en las épocas convulsas de guerras, violencia, ignorancia, enfermedades y plagas, el convento era un refugio, un lugar seguro de salvación para los miembros más frágiles de la sociedad, las mujeres. Así que en muchos casos lo que las movía a cerrarse entre sus muros era el miedo. LA FRUSTRACIÓN A veces un terror irresistible a un padre autoritario, un entorno inseguro, un marido brutal, y sobre todo el miedo a morir de parto como veían morir a su alrededor a sus hermanas, sus amigas y vecinas después de penurias sin fin en un entorno insalubre de higiene inexistente. El convento en esos casos era el mal menor, en el que la fe era solo un pretexto que encubría la verdadera razón, un miedo espantoso en un entorno hostil. La frustración también ha propiciado muchas enclaustraciones. La decepción por un amor no correspondido, por un enamoramiento inoportuno, no conveniente o imposible, ha llevado a no pocas muchachas a vestir el velo de novicia y a autoconvencerse de que no había lugar para ellas en el mundo de afuera. Esta decisión, tomada en una edad temprana y sin tiempo para tener experiencias de ninguna clase, llevaba a aumentar el equivocado motivo de su toma de hábito, ya que la frustración seguía… y con más fuerza, aunque era de otro tipo. Eso puede comprobarse hoy, siglo XXI, en Valladolid, en el actual Museo del Monasterio de San Joaquín y Santa Ana, donde viven toda- vía dos docenas de monjas en unas dependencias, mientras el resto del edificio es museable y el público puede visitarlo sin interrumpir su vida conventual. En esas estancias visitables se comprueba el modo de vida de las monjas hasta hace pocos años. Lo más chocante de la visita es el espacio que estuvo dedicado a dormitorio donde un largo corredor central vertebra una serie de pequeños reductos a ambos lados, sin puertas ni ventanas, en los que hay el espacio justo para un catre minúsculo con sábanas de color indeterminado y una manta marrón cuya aspereza salta a la vista. Un bacín en un rincón, un aguamanil con palangana, un crucifijo, un sencillo libro de oraciones y una vela en una diminuta estantería y, casi afuera en el pasillo una sillita para depositar la ropa. historia Pero hay más, mucho más. FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:19 Página 194 LAS VOCACIONES DE CLAUSURA. UN SILENCIO PERPETUO Miniatura de Hildegarda de Bingen con su autorretrato historia Quizás no es la pobreza notoria que ejemplifica uno de sus votos (recordando que los otros dos son la obediencia y la castidad) lo que más impacta del lugar, sino la obvia y total falta de privacidad que tal forma de vivir hace evidente. La abadesa paseaba sin avisar por el centro del pasillo y todo cuanto hicieran las monjas quedaba a la vista de su autoridad sin posible disimulo. En épocas anteriores, en los lugares de descanso se alternaban las hermanas jóvenes con otras mayores para evitar la frivolidad o la tentación carnal. Del mismo modo el lavado del pelo se hacía un día determinado y a la vista de todas. Una negación absoluta de la vida privada y de todo cuanto pudiese propiciar acciones poco piadosas. de más peso para elegir vivir en un monasterio. Pero lo que impacta realmente en ese lugar, es la, llamémosle celda, situada al final de la gran habitación comunitaria, cerrada hoy por un cristal, donde hay una enorme bandeja sobre una mesa, repleta de zapatitos primorosamente tejidos, para minúsculos pies de Niños Jesús desde tallas para figuritas de diez centímetros, hasta medidas de bebé recién nacido de talla normal. Esos zapatitos, de lana de colores, de telas bordadas, de ganchillo o de fieltro lucen incrustaciones de pedrerías de todas clases y hay tantos modelos distintos como pares, en número casi increíble. Las niñas no recibían ninguna enseñanza intelectual, no había donde aprender, pues su papel era puramente reproductor y su opinión, inexistente, estaba bajo la tutela del padre y el esposo sin ninguna alternativa posible. Sus inquietudes, caso de tenerlas, se ahogaban en el duro trabajo, la familia y nada más. Para las clases privilegiadas, que sospechaban otras cosas, tenían la posibilidad del monasterio como lugar de cultura donde poder saciar su afán de saber y, para muchas, fue su salvación y el terreno abonado donde saber, donde crecer y donde hacerse un lugar de primer orden en el mundo. Pero la guardarropía completa de los “Niños Jesús de vestir” es absolutamente indescriptible. Algunas de esas monjas han pasado 50 ó 60 años de vida claustral tejiendo y cosiendo, con una destreza admirable, una colección de ropita para un Jesusito de madera o de porcelana o de trapo, remedo de ese hijo que nunca tendrían y al que trataban con un amor cuya evidencia encoge el corazón. Hay una habitación llena de vitrinas que llenan las paredes desde el suelo hasta el techo en las que se pueden ver cientos de Niños Jesús vestidos con un primor admirable, con ropitas de bebé, de niño de andar, de Buen Pastor, de peregrino, de fraile, de obispo e incluso uno de ellos verdaderamente llamativo, llevaba un chocante atavío con capote y tricornio de guardia civil. Así que, con esos trabajos de costura, con la fantasía de un hijo de trapo, que nunca sería nada más, llenaban el hueco que su elección hacía imposible de llenar. LA CULTURA Después de la fe, quizás sería el afán cultural el otro de los motivos Los orígenes del monacato femenino se pueden rastrear hasta la fundación de un convento por el obispo Cesáreo de Arlés en el S. VI que fue regido por Cesárea, hermana del obispo, el cual dejó escrito que “entre salmos y vigilias las vírgenes de Cristo copien bellamente libros santos”, lo cual demuestra que las que copiaban “bellamente” sabían Representación de la primera visión en «Liber divinorum operum» FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:19 Página 195 195 leer y escribir y tenían acceso a la cultura de la época. Y eso era la máxima felicidad para las mujeres deseosas de conocimiento, con una inteligencia formidable y una más que magnífica habilidad para ilustrar los “libros santos” que resultaban unos tesoros que hicieron famosos algunos monasterios europeos y les enriquecieron justamente. En el siglo IX el emperador Carlomagno fundó el monasterio de Chelles, que estuvo dirigido por su hermana, la abadesa Gisela, y otros muchos, de tan noble origen que sembraron Europa de fuentes de saber y centros de cultura y arte protagonizados por mujeres sabias y grandes artistas, silenciosas y encerradas pero que ahora su obra y su voz suenan ya, alto y claro, y se reconoce su personalidad y su grandeza. La cantidad de mujeres artistas con nombres propios que han salido de los archivos polvorientos de cientos de monasterios de toda Europa, llenarían muchos trabajos como este. Abadesas extraordinarias, autoras de tratados de todos los temas de las ramas del conocimiento de su tiempo, de poesía y de religión, de filosofía y mística y, sobre todo, grandes ilustradoras que transformaban los manuscritos en verdaderas obras de arte, muchos de los cuales han llegado hasta nuestros días. Entre todas las grandes mujeres, sabias y artistas, brilla con luz propia, deslumbrante e inmortal, una benedictina alemana: Hildegarda Von Bingen, convertida en santa y de vida fascinante, que hoy tiene una legión de admiradores y estudiosos de su obra y su pensamiento por toda Europa. Nació en 1098 en Alemania, décima hija de una familia noble. Desde muy pequeña tuvo unas visiones tan sorprendentes que sus padres, sobrecogidos, no supieron hacer otra cosa que ingresarla en un convento. Tenía 8 años y a los 15 profesó como monja con los votos definitivos. Su vida la dedicó al estudio profundo y a los 38 años fue la abadesa de su convento. En 1141 recibe el encargo divino de poner por escrito el contenido de sus visiones, lo cual hizo acompañándolos de maravillosos dibujos, sobre vitela, dorada e iluminada que mantienen toda su belleza ocho siglos más tarde. Escribió tratados de teología, moral, ascética, exégesis, comentarios a los Evangelios, a la Regla de San Benito, escritos científicos, médicos, de historia natural, física, botánica y zoología. Solemnizó las celebraciones litúrgicas con montajes teatrales, haciendo que sus monjas representaran el papel de novias de Cristo, compuso poemas y los musicó, 159 obras litúrgicas de carácter monódico, 77 cantos espirituales, 44 antífonas, 17 responsorios, 8 himnos y, en 1151, la letra y música de una excepcional representación teatral sacra “Ordo Virtutum” (Drama de las Virtudes) uno de los pocos dramas medievales latinos de los que se conoce el autor. Narra la lucha entre 16 Virtudes y un villano, el Diablo. El vocabulario empleado es uno de los más insólitos de la lírica medieval, sutil, sugerente, extraño y atractivo. Su música es de primerísima línea dentro del panorama medieval. Fue consejera de tres papas y tuvo correspondencia con reyes y príncipes, se comunicó con Leonor de Aquitania y Enrique III de Inglaterra y con San Bernardo de Claraval, el cual alertó de su sabiduría y su historia Claustro del Real Monasterio de Santa Maria de Pedralbes FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:21 Página 196 LAS VOCACIONES DE CLAUSURA. UN SILENCIO PERPETUO 196 EL MENOSPRECIO SOCIAL Tumba de la reina Elisenda de Montcada en el ábside de la iglesia del Monasterio de Pedralbes inteligencia al papa y este la nombró protectora y guía de la Iglesia. Creó fundaciones, viajó predicando, dio sermones en monasterios masculinos y femeninos y finalmente murió en Bingen en 1179 a los 81 años. Es un ejemplo maravilloso de lo que ofrecían los monasterios en los tiempos medievales, lugares de privilegio donde las mujeres inteligentes podían brillar como la estrella rutilante que fue Hildegarda, cuya luz continúa fascinando hoy. historia Detalle de la tumba de la Reina Elisenda El más accesible de sus manuscritos se encuentra custodiado en la Biblioteca Estatal de la ciudad italiana de Lucca, y su contemplación es una experiencia única, por la belleza de sus dibujos, por el estado excelente de la obra y por la emoción que trasmite cada página1. Su música está grabada con un exquisito tratamiento y un profundo respeto y algunos de sus “Cantos del Éxtasis”2 no pueden comentarse, hay que escucharlos, van directamente al alma. Otros motivos menos intelectuales y mucho más tristes, movían a algunas mujeres a mirar hacia el convento. Algunas niñas, hijas de familias demasiado numerosas a la que el padre no puede casar por falta de dote o porque padecen alguna desgracia física o mental, no tiene otra opción que la claustral, consiguiendo con suerte la entrada gracias a la caridad, en condiciones casi de esclavitud. A veces, si no se encontraba un candidato matrimonial adecuado y pasaba el tiempo, también se las mandaba al convento. Nada tenia que ver con la vocación, desgraciadamente. EL RECHAZO ABSOLUTO El motivo más terrible que empujaba a algunas desgraciadas al encierro más vergonzante era por haber quedado embarazadas fuera del matrimonio. Su alternativa ante el desastre era el monasterio o la muerte, pues las familias solían repudiarlas y arrojarlas con desprecio de las casas ya que se convertían en una deshonra para todos. El novio cariñoso se desentendía y si el causante de la calamidad era un cura (algo muy habitual) negaba todo protagonismo y aconsejaba la reclusión para la “culpable”. La infeliz se conformaba a ser maltratada en el convento y a ser despreciada por algunas monjas poco caritativas, hasta que nacía la criatura, y a ser la criada de la comunidad para siempre. Si el recién nacido era un niño se le podía buscar acomodo en alguna casa, pero si era una niña y sobrevivía, se quedaba con su madre iniciándose así su vida claustral por no conocer jamás el mundo exterior, creando de ese modo un nuevo motivo de enclaustración: vivir en un convento por haber nacido en él. De todos modos esas criaturas llegaron FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:21 Página 197 Carolina Camanyes Sánchez a ser, en algunos casos, una bendición y una alegría para el resto de las monjas que podían tenerlas en sus brazos y jugar con ellas llenando las silenciosas estancias con risas infantiles como algo excepcional. EL INFORTUNIO Nacer en una familia siendo el primogénito o el último de sus miembros, puro azar, solía convertirse en la más terrible de las maldiciones para quién le tocara un papel no deseado. En el caso de las muchachas, era un honor para una familia acomodada tener una hija en el monasterio más importante de su lugar de residencia, ya que en él solía vivir como monja o no, en un retiro dorado, alguna dama de alta alcurnia, a veces una reina viuda o una parienta directa del rey, lo cual “despertaba vocaciones” entre las hijas de la nobleza de la región. Pero dichas novicias, poco interesadas, tenían ilusiones en el mundo exterior y su enclaustración era un tormento y una desesperación. Un encierro peor que una prisión. En el Real Monasterio de Santa María de Pedralbes de Barcelona hay un mensaje en una pared, hoy le llamamos “graffitti”, en el que una monjita que no deseaba serlo escribe: “Decidle a Juan que no me olvide” en catalán medieval, en una celda dedicada a una abadesa donde un pintor muy famoso estaba pintando unos maravillosos murales en el siglo XIV, que aún lucen en su pared. El pintor, Ferrer Bassa, debió de transmitir el mensaje pero, además, dejó el grabado en el muro, donde todavía grita su pena el re- Claustro del Real Monasterio de Santa Maria de Pedralbes con el pozo renacentista cuerdo de la monja que tuvo que vivir lejos de su amor. En otra pared muy próxima, otro casi medio borrado y lleno de desesperanza dice: “Mi mal celar me es la muerte”, así que la mayor felicidad y la fe más encendida se hermanaban en el maravilloso claustro, con la más grande desdicha. LA SOBERBIA Poseer un monasterio era la mayor muestra de poder e influencia para una familia. Un signo externo de piedad, de riqueza y de privilegios reales y eclesiásticos. Conseguir ponerlo en pie y dotarlo es una cuestión muy complicada que precisa un gran capital monetario, y una gestión diplomática de altura. Hay que pactar voluntades entre el poder político, la clase noble (que podrán enviar a sus hijas posteriormente) y los eclesiásticos, desde los monjes y los obispos hasta llegar al papa. Todos han de ponerse de acuerdo para dedicar tierras, conceder derechos, obtener privilegios y repartir bendiciones. Pero todo ello elevaba el “status” social de la familia constructora y protectora del edificio hasta el más alto nivel. Solía ser el retiro dorado de una o más hijas de la familia, lugar de descanso para miembros de ella, esporádicamente, y de custodia de las viudas que decidían acabar sus días en paz. De la misma forma solía ser también depositario del panteón familiar donde, en bellísimos sepulcros, tenían asegurado el reposo definitivo todos los miembros que la formaban. historia Esas vocaciones no solían ser sinceras, sino inducidas por la familia, que veían en la profesión de la hija una forma de tener contactos provechosos por la proximidad de dichas damas influyentes. FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:21 Página 198 198 Lo cual demuestra que esos monasterios eran el mayor foco de cultura, saber y educación para las mujeres de su tiempo. La menor de las hijas de Don Lope y Doña Aldonza, María Urraca López de Haro y Ruiz de Castro fue la única que profesó como monja y llegó a ser la cuarta abadesa de esa comunidad. Fue una mujer llena de virtudes y santidad y es reconocida como Beata. Tuvo una gran habilidad diplomática para conseguir grandes privilegios y donaciones obtenidos por reyes y nobles, lo cual posibilitó incrementar las obras de mejora del edificio y la formación espiritual de la Casa. Por tantos beneficios conseguidos y por su perfil de nobleza, dignidad y distinción es considerada como la Segunda Fundadora. Murió en 1262 y sus restos, veneradísimos y, según la comunidad, incorruptos, yacen en un hermoso sepulcro labrado en piedra, mostrado en la Sala Capitular del monasterio. Tumba de la reina Elisenda de Montcada historia En algunos casos, los monasterios femeninos eran piezas añadidas a otros, ya construidos, de monjes, donde hacían su vida aparte, pero con la protección asegurada. Pero los de mayor categoría eran enormes edificios de nueva planta al gusto de los protectores que financiaban el conjunto y siguiendo el estilo y la moda imperante en el momento de su institución. Los fundadores decidían todo en la construcción, incluso la advocación bajo la que ponían la vida y protección del edificio. Un caso de los muchísimos que aparecieron en Europa y en España en el siglo XII, es el de Cañas en la Rioja, puesto bajo el amparo de la Santísima Virgen con el título se Santa María, haciendo honor a las ordenanzas del Císter que mandaban dar dignidad máxima al lugar poniéndolo bajo la advocación de la Madre de Dios. Santa María de Cañas fue fundada por Don Lope Díaz de Haro, XI Señor de Vizcaya, que en el año de 1170 murió, dejando viuda a su segunda esposa Doña Aldonza Ruiz de Castro, la cual decidió consagrarse a Dios en la iglesia del monasterio por ellos creado, apartándose de los placeres que su elevado rango social le tenían reservados. En esta total entrega a Dios trajo consigo al claustro algunas de sus hijas que vivieron con ella, se educaron esmeradamente y una de ellas, llamada Apolonia, llegó a ser la tercera esposa del rey de León, don Fernando II. Todo el edificio es un lugar espléndido, lleno de obras de arte góticas, renacentistas y barrocas, pero lo que llama más poderosamente la atención es el ya citado sepulcro extraordinario de Doña Urraca. Una pieza de piedra magníficamente labrada, exenta, con caja rectangular de 2,38 m de largo por 0,88 de ancho y 0,52 de alto. Apoya sobre tres parejas de ménsulas labradas representando lobos, perros y cerdos, referencias heráldicas, que la levantan del suelo 0,34 m. Las cuatro caras del sepulcro están decoradas. A los pies vemos el tránsito del alma al cielo, figurilla sin ropa, suspendida por dos ángeles que la llevan en un paño. En la cabecera unas escenas de la vida de la Beata con la compañía de San Pedro. Pero es en los laterales donde las imágenes son verdaderamente chocantes, aparte de la gran calidad de los relieves que narran a la perfección lo que desean explicar. FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:21 Página 199 Carolina Camanyes Sánchez 199 En el lateral derecho vemos los funerales, con tres abades y tres obispos y otras figuras tonsuradas que, llorando con desesperación se abalanzan sobre el sarcófago. Esas muestras de dolor exagerado fueron prohibidas por normas eclesiásticas poco tiempo después. También lloran con gran expresividad cuatro damas nobles de alto tocado cilíndrico, mientras seis frailes rezan. Lo más llamativo es que esa escena de complicidad entre abad y monja, sujetos a voto de castidad que, obviamente, se han saltado o se saltarán, aparezca esculpida en piedra, con voluntad de permanencia, Pintura mural de Teresa Díaz en Toro. Imagen de la Adoración de los Reyes como explicando algo muy habitual y muy sabido, y lo haga decorando el sepulcro de una abadesa enterrada en aromas de santidad, presuntamente incorrupta, y cuya exposición está pensada para continuar a la vista de muchas generaciones. Y sigue mostrándose y nadie ha pretendido corregir o romper nada, como si esas relaciones y esas risas fueran tan normales que incluso pudiesen convertirse en piedra, sin conflicto alguno, por los siglos de los siglos, sin que le temblara la mano al escultor, y sin que Pintura mural de Teresa Díaz en Toro. Imagen de «Noli me tangere» nadie en su momento viera desdoro en que semejante escena formara parte de la tumba de Doña Urraca. Así que, en los monasterios se cumplían los votos, pobreza, obediencia y castidad, o no. Y entre sus paredes, hoy miradas con ojos ignorantes, podían vivir mujeres devotas y fieles cumplidoras, junto a otras que entendían su vida entre sus muros libres de toda obligación, según el carácter de la abadesa de turno. La vida entre ellas podía ser muy difícil y ha habido épocas de desorden y descontrol, peleas internas y verdaderas batallas por el poder, por la libertad y por muchas otras cosas, todas ellas muy distintas a la piedad y muy lejanas a la verdadera vocación. No siempre un monasterio ha sido un remanso de paz y una antesala a la Gloria. LA LIBERTAD Aunque parezca un contrasentido, muchas mujeres elegían la vida claustral para encontrar la libertad, para estar a salvo, para vivir sin sobresaltos, para conseguir respeto y protección, para no servir más que a un Señor. historia En el lateral izquierdo es donde la elocuencia asombra, pues en un cortejo de once monjas, precedidas por un abad y otro eclesiástico con báculo en el otro extremo, puede verse de forma sorprendentemente explícita, como la última monja de la fila, apoyada en el hombro de la hermana que la precede para no perder el paso, se vuelve hacia el jovencísimo abad que la sigue y le lanza una mirada juguetona y una sonrisa seductora tan evidente que pasma por su veracidad y por lo que ello da a entender… FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:21 Página 200 LAS VOCACIONES DE CLAUSURA. UN SILENCIO PERPETUO 200 Y así era, debían comprometerse jurando tres votos, eran sus obligaciones, pero ganaban a cambio muchos derechos, los cuales eran protegidos y salvaguardados por toda la sociedad y severamente castigadas sus trasgresiones por la violencia. El muro del monasterio no era el de una prisión, era un elemento protector del mundo de afuera y de sus brutalidades. Nadie podía molestarlas. Y es que la vida religiosa libera de la servidumbre del sexo a las mujeres que a ella se entregan. La exaltación del matrimonio místico coloca a estas esposas en la situación ideal de evasión hacia lo alto, hacia las relaciones inmediatas con Dios, rechazando los deseos del cuerpo pero ganando dulces compensaciones sobrenaturales. Los monasterios poseían tierras que les pagaban rentas, a veces muy cuantiosas, las abadesas tenían potestad incluso para impartir justicia en los territorios que estaban bajo su jurisdicción y el báculo que lucían en su mano izquierda era una señal de su poder y su dignidad que, en algunos casos, era mucho. Eran las dueñas de su vida y de su mundo, en un claustro cerrado por sus cuatro costados, pero inmensamente abierto hacia arriba. Es una metáfora de libertad, claustro protector, armónico, equilibrado, paseo interior, privilegio de la tierra, promesa del más allá. El claustro es la Jerusalén celeste, un centro cósmico en relación con los tres niveles del universo: el mundo subterráneo por el pozo (siempre presente en el jardín central de un claustro), la superficie del jardín por la tierra, y el mundo celestial por el árbol que hunde las raíces hacia abajo y eleva sus ramas hacia el infinito, junto a los rosales símbolo de nuestra condición mortal. Además su forma geométrica, cuadrada o rectangular, abierta bajo la historia Real Monasterio de Cañas. Tumba de Doña Urraca López de Haro (1225-1262) cúpula del cielo, representa la unión de este con la tierra. El claustro es el símbolo de la intimidad con lo divino. Para las monjas que elegían esa vida, conociendo lo que iban a encontrar y con una vocación clara, su vida conventual resultaba el paraíso en la tierra. Así que, la realidad del monasterio y la vida de clausura tenía y tiene tantos matices como motivos por los que cada mujer traspasa esa puerta sabiendo que se cerrará para siempre detrás de ella. Hay un caso en un monasterio de la ciudad de Toro, en la provincia de Zamora, que podría ejemplificar esa espléndida libertad ya que unas pinturas murales de primer orden están firmadas por Teresa Díaz, una mujer, ¡en el año 1300! Dónde aprendió Teresa es un misterio por el momento, pues en su FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:21 Página 201 Carolina Camanyes Sánchez 201 Real Monasterio de Cañas. Detalle de la tumba de Doña Urraca López de Haro (1225-1262) El caso de Teresa Díaz, estudiado con gran interés, no es muy esclarecedor en cuanto a biografía, pero su obra, espléndida, la ha hecho ya inolvidable de pleno derecho. Estas pinturas, después de haber sido arrancadas de los muros para los cuales fueron pensadas, se encuentran hoy en la iglesia de San Sebastián de los Caballeros en Toro. La historia de su descubrimiento en 1955 y su accidentado periplo entre estudios y restauraciones y políticas de saqueo que no lograron su cambio de ubicación parece una novela, pero finalmente regresaron a casa en 1977 después de 22 años de aventuras de largo recorrido. Es un conjunto mural extraordinario con la historia de Santa Catalina, una figura intelectual, la santa que lee y que su sabiduría, superior a la de los sabios de su tiempo, costó las cabezas de los sabios. También está pintado su intento de martirio, milagrosamente no logrado, y su decapitación posterior. y peligrosas. En muchas ocasiones eran recluidas en un convento en contra de su voluntad y, naturalmente, eran elementos distorsionadores para la rutina conventual, a pesar de que solían acomodarse con el tiempo. El estilo pictórico se ha ubicado cronológicamente en torno a 1320 y pertenece a una etapa llamada del gótico lineal, espacio de transición entre el románico y el gótico. Son pinturas exquisitas dispuestas con un buen gusto sorprendente que cubrían todas las paredes del coro de las clarisas del Monasterio de Santa Clara, de monjas de clausura, donde fueron descubiertas. El gran número de ellas, en algún momento histórico, llevó a las autoridades eclesiásticas a crear casas de retiro exclusivas para que las llamadas “arrepentidas” tuvieran donde cobijarse y retirarse del mundo, en una suerte de monasterios que les llamaron de “Las Magdalenas”. También hacían sus votos y estaban bajo llave, pero sus características variaban según las necesidades de donde se crearan dichas casas. Solían ser muy útiles en trabajos manuales, labores, enseñanza, cuidado de enfermos… En ese entorno, que fuese una artista-mujer hubiera tenido sentido y la firma “TERESA DÍAZ me fecit” (me hizo) milagrosamente salvada entre el obvio deterioro de los murales arrancados y traspasados, es como un premio a su esfuerzo que ha conseguido la inmortalidad3. LA SALVACIÓN En algunos casos, el monasterio era la única salida para algunas mujeres de mala vida conocida, mujeres públicas, que su posible falta de discreción las volvía incómodas LA OBEDIENCIA En el siglo IX y en el X aparece un tipo de mujeres consagradas, las hijas obedientes de padres muy devotos que, a pedido de estos, abrazan el voto de castidad. Nada se sabe de la vocación de esas niñas sumisas que, no sabiendo o no pudiendo oponerse a la voluntad paterna, ingresan en el convento. historia tiempo las chicas no tenían acceso al conocimiento artístico ni a ningún otro. Pero hay casos excepcionales de grandes obras (sin firma, claro) que con el tiempo se han revelado de mano femenina porque la artista fue hija de pintor y trabajó con su padre con un aprovechamiento tal que le superó, y a su lado estuvo “perpetua virgo” toda su vida por su vocación, esta vez artística. Trabajadoras sin sueldo ni reconocimiento… hasta hoy. FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:21 Página 202 digno de su nobleza familiar y su categoría de reina viuda. Tal como pensó, no tuvo hijos y el rey ya tenía 10 herederos o sea que su papel podía crear confusión y era necesario que la corte entera supiera enseguida de sus futuros planes. Real Monasterio de Cañas. Detalle de la tumba de Doña Urraca López de Haro (1225-1262) Quizás el fatalismo de aceptar su desdicha les consuela de la decisión no tomada por ellas, o la ignorancia y el temor probablemente debido a su corta edad les impide pensar nada. Vidas terminadas antes de empezar, imposibilitadas a tomar su decisión libremente, por un padre cobarde incapaz de enseñar a una muchacha a vivir, y una madre ignorante engañada por una piedad equivocada e inexistente, que las dejaba inútiles para todo. Y la reina no se retiraba sola: algunas o muchas damas de su compañía y confianza iban con ella, y también sus hijas mientras no decidieran casarse. El monasterio elegido vivía alterada su paz por un tiempo… Un caso profundamente estudiado ya que es mi tesis doctoral: “Salvaguarda del Patrimonio Nacional. La conservación y restauración en el Real Monasterio de Santa María de Pedralbes de Barcelona”4 es el prototipo de lo acabado de decir. LA VIUDEDAD historia De todos los motivos por los que una mujer decide irse a vivir a un monasterio, esta es la más prestigiosa históricamente. Es el final elegante para una noble dama o una digna reina, que puede permanecer entre sus muros sin dejar de tener la categoría de reina aunque no reine. La historia está llena de casos de reinas que pasaron sus últimos años lejos de las agotadoras intrigas de la corte de turno, pues sin la protección real del esposo y pudiendo ser mal interpretado su papel, sea cual fuese su actuación, era más inteligente apartarse dignamente del “campo de batalla” y retirarse a algún monasterio que, en la mayoría de los casos, ya había sido elegido, dotado y acomodado, previendo tal eventualidad. La reina Elisenda de Moncada (12921364) fue la tercera esposa del rey Jaime el Justo (1267-1327) y se casó con él cuando ya era un hombre mayor, estaba enfermo y muy cansado de guerrear. Este había tenido otras dos esposas, Blanca de Anjou, amadísima, con la que tuvo 10 hijos y murió muy joven, y una segunda esposa María de Chipre, casado por conveniencias territoriales, con la que no tuvo descendencia y oportunamente murió a los pocos años. Cuando Elisenda se casó con Jaime, el día de Navidad de 1322, ya sabía que su papel en la corte iba a ser difícil y que además vestiría pronto el velo de viuda, así que se dio prisa. Mujer muy piadosa, caritativa y juiciosa fue también muy previsora e intuyó, con buen criterio, un futuro no muy lejano de soledad, en el que necesitaría un lugar de retiro seguro Elisenda mandó construir su Monasterio con el máximo interés y su buen gusto se hace evidente en cada piedra y en cada detalle. Es una larga historia llena de aventuras y desventuras, de anécdotas milagrosas y de emoción y generosidad. La primera piedra se puso con gran ceremonial el 26 de marzo de 1326 y 14 meses después, en un prodigio de velocidad, entraban a vivir su vida conventual las primeras 14 monjas que iniciaron esa entrañable familia que no se ha roto hasta hoy. No se sabe el nombre del arquitecto responsable de tan formidable obra, purísimamente gótica, con claustro cuadrado de 54 m de lado, uno de los más grandes del mundo, que con el tiempo ha llegado a tener tres pisos. Ello es porque trabajaron en la obra, por voluntad de la reina, todos los arquitectos, escultores y artistas de todas clases del reino, pues pasó a ser la mayor prioridad ante todas las otras numerosas creaciones arquitectónicas que se levantaban en la Ciudad Condal en uno de los momentos más brillantes de su historia. La muerte del rey fue oportuna. Elisenda había acabado su monasterio e inmediatamente después falleció su esposo, pudiendo retirarse como quería, con el beneplácito, la simpatía y el respeto de toda la corte, ya que su desaparición simplificaba todos los problemas protocolarios. Pero a pesar de residir en el monasterio, no dejó de ser reina, y como tal apadrinó a un hijo del heredero y continuó asistiendo a algunos actos religiosos en la catedral como dama de máxima categoría, y como reina murió, en su monasterio, y fue hono- FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:21 Página 203 Carolina Camanyes Sánchez A Elisenda no le costó vivir en Pedralbes. Su piedad y religiosidad la predisponían a la vida conventual, pero además su clausura no lo fue del todo pues vivió en un palacete adosado a los muros consagrados, recibía visitas de la corte en algunas ocasiones y podía salir si le apetecía. Nunca tomó los hábitos, ni juró votos, ni fue su primera abadesa, como erróneamente a veces se ha publicado. La vida de la reina Elisenda fue amable y plácida, gozando de la paz y serenidad acordes con su carácter bondadoso y apacible, que dejó un gratísimo recuerdo en todos los que la trataron. No era así en otros casos, aparentemente parecidos, en que las que se retiraban a los monasterios eran esposas de alcurnia que eran repudiadas y para salvar sus vidas fingían una repentina y apasionada vocación, suplicando retirarse a un convento, dejando así expedito el camino sin peligro para su integridad a los esposos con vocación de bígamos. La familia conventual era, como se ha visto, una mezcolanza de mujeres con muy distintos intereses, lo cual facilitaba muy poco la convivencia. pudieran estorbar la vida de una comunidad, el orden estricto de sus actividades, el silencio perpetuo y la oración son un conjunto de condicionantes que llenaban de paz las vidas de las religiosas que elegían el monasterio con convencimiento y esperanza. Según la categoría de la Casa, las distintas clases sociales, el afán de poder, las envidias y antipatías podían llegar a extremos gravísimos que terminaban incluso en pleitos que llegaban hasta Roma. En el claustro, el silencio y la reflexión profunda y continuada hacen que el corazón y los sentimientos se serenen, y encuentren la armonía con el ritmo y la pulsión de la tierra y los demás elementos. Las abadesas debían tener una mano de hierro y un carácter de jefe de estado. Hay que andar muchas horas por las piedras centenarias del claustro, un pie delante del otro, un pie delante del otro…, como en un peregrinaje interior, consiguiendo hacer cada vez menos ruido, andar casi sin rozar el suelo, para que nada estorbe el silencio, para conseguir desmaterializarse y comulgar con lo inefable… casi desaparecer. De todos modos, lo más importante es que fueron focos de conocimiento, de saber, de cultura, de arte y de creatividad en un absoluto desierto en el que se desenvolvían las mujeres. Fueron su lugar de salvación y donde pudieron desarrollar sus capacidades,dejando en ellos la evidencia de su calidad humana, de su inteligencia formidable y de la grandeza de su arte en un contexto que de otra forma hubiera sido imposible. Pero, dejando aparte los conflictos internos que, en algunos casos, Real Monasterio de Cañas. Detalle de la tumba de Doña Urraca López de Haro (1225-1262) 203 Es un largo trabajo, de muchos días y noches, de escuchar la lluvia y sentir el sol, de sufrir el frío y el calor, de ver florecer y secarse las rosas como un implacable reloj superior, muchas, muchas veces, un año y otro, y otro, hasta que un día el oído se vuelve tan fino que consigue adivinar el susurro de las piedras, esas maravillosas “pedras que falan quedo” pero que tienen las respuestas a todo. Y eso bien puede ser casi la felicidad. Notas 1 La obra tiene por titulo “Liber Divinorum Operum” y es el Manoscritto nº 1942. 2 “Canticles of ecstasy”. Deutsche Harmonia Mundi. Sequentia. Ensemble für Musik des Mittelalters. 3 “Pinturas murales del Convento de Santa Clara de Toro (Zamora)”. Gloria Fernández Somoza. Cuadernos de investigación nº 17. Instituto de Estudios Zamoranos Florián de Ocampo. Zamora 2001. 4 Tesis doctoral leída y defendida en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona el día 15 de marzo de 1992, y calificada “cum laude” por unanimidad del tribunal que la juzgó. historia rablemente enterrada en un formidable arcosolio en el ábside a la derecha del altar mayor, en un sepulcro de piedra policromada en el que se la representa coronada y con todos los atributos propios de lo que era, una reina. Hoy sus restos continúan allí.