Las vocaciones de clausura. Un silencio perpetuo

Anuncio
FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:19 Página 192
192
LAS VOCACIONES
DE CLAUSURA.
UN SILENCIO
PERPETUO
El mundo de las mujeres, tan desconocido, tan poco estudiado, tan
temido como silenciado, tiene sin embargo espacios y tiempos
auténticamente gloriosos. Los espacios son lugares formidables aun en
pie que continúan maravillando el espíritu del viajero sensible.
Monasterios grandes o pequeños, reales o discretos, habitados todavía
o ya sin la presencia de sus moradoras pero aún con su esencia,
imborrable, tangible para quien sepa o pueda entender.
Los tiempos, indefinidos, imposibles de concretar, pero que para este
texto pueden abarcar una época ideal entre el S. X y el XIV.
historia
Un monasterio.
Un monasterio femenino.
Un monasterio femenino de clausura…
Y el misterio está servido.
Pocas cosas fascinan tanto como
intentar ver por el ojo de la cerradura el mundo secreto de la vida de
una comunidad femenina de clausura. Poder penetrar en ese mundo
cerrado y único de una mujer ensimismada.
Cuanto más si no es una sola mujer
sino docenas de ellas, con sus secretos personales y sus mundos que
nadie conocerá jamás.
Hoy nos sorprende, desde “el siglo” (como en el lenguaje monacal
intemporal, se le llama al mundo
exterior, más allá de sus muros) que
pueda encontrarse atractivo alguno
a la negación de todo lo inventado
para hacer la vida placentera y preferir el silencio y la vida interior.
Esa decisión y lo que la ha movido
es un misterio que nos inspira rechazo y nos cautiva en la misma
medida.
Nunca sabremos de su vida y de
sus miedos, de sus dudas y de su
gloria, de si han encontrado la paz
o la felicidad, pero conociendo algunas señales y leyendo lo mucho
que han escrito y dibujado muchas
de ellas, intuimos un universo riquísimo, unas mentes extraordinariamente brillantes que despiertan
una gran curiosidad a la vez que un
profundo respeto y un irreprimible
interés.
La vida monacal puede ser un verdadero horror o la máxima delicia
según cuáles sean los motivos que
han empujado a cada monja a ingresar en el convento. Estos serán
siempre un misterio, ya que no es
posible conocer que es lo que realmente ha movido a cada mujer, en
un momento de su vida, a retirarse
del mundo.
De todos modos, hay una larga lista
de móviles posibles en los que pensar y que, históricamente, pueden
acercarnos a sospechar y entender
cuáles han podido ser esas razones,
a veces llamadas vocaciones.
FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:19 Página 193
Carolina Camanyes Sánchez
193
LA FE
En primer lugar, sin duda, y muy por
encima de todas las demás causas,
está la fe. La piedad, el misticismo
y la creencia más profunda y absoluta en Dios y en su presencia viva
en su pensamiento y en su corazón.
Su fuerza poderosa, llama de amor
total, sentimiento irracional que
está por encima de la vida y de
todas las consideraciones y que
vuelve irrisorio el lenguaje universal
de la razón, es motivo más que suficiente para que esa mujer desee
irresistiblemente alejarse de todo
cuanto pueda distraerla de esa plenitud, que ya posee, y que no
puede, ni quiere, dejar de vivir en su
totalidad. Esa fuerza que mueve
montañas puede con todo, y hay
historias increíbles de creaciones de
pequeños cenobios que luego han
sido grandes monasterios, pero que
en sus orígenes fueron posibles solo
gracias a la fuerza de la fe.
EL MIEDO
Autorretrato de Hildegarda de Bingen recibiendo la inspiración divina
Durante mucho tiempo, en las épocas convulsas de guerras, violencia,
ignorancia, enfermedades y plagas,
el convento era un refugio, un lugar
seguro de salvación para los miembros más frágiles de la sociedad, las
mujeres. Así que en muchos casos
lo que las movía a cerrarse entre
sus muros era el miedo.
LA FRUSTRACIÓN
A veces un terror irresistible a un
padre autoritario, un entorno inseguro, un marido brutal, y sobre todo
el miedo a morir de parto como
veían morir a su alrededor a sus
hermanas, sus amigas y vecinas
después de penurias sin fin en un
entorno insalubre de higiene inexistente. El convento en esos casos era
el mal menor, en el que la fe era
solo un pretexto que encubría la
verdadera razón, un miedo espantoso en un entorno hostil.
La frustración también ha propiciado
muchas enclaustraciones. La decepción por un amor no correspondido,
por un enamoramiento inoportuno,
no conveniente o imposible, ha llevado a no pocas muchachas a vestir
el velo de novicia y a autoconvencerse de que no había lugar para
ellas en el mundo de afuera. Esta decisión, tomada en una edad temprana y sin tiempo para tener experiencias de ninguna clase, llevaba a
aumentar el equivocado motivo de
su toma de hábito, ya que la frustración seguía… y con más fuerza, aunque era de otro tipo.
Eso puede comprobarse hoy, siglo
XXI, en Valladolid, en el actual
Museo del Monasterio de San Joaquín y Santa Ana, donde viven toda-
vía dos docenas de monjas en unas
dependencias, mientras el resto del
edificio es museable y el público
puede visitarlo sin interrumpir su
vida conventual. En esas estancias
visitables se comprueba el modo de
vida de las monjas hasta hace
pocos años. Lo más chocante de la
visita es el espacio que estuvo dedicado a dormitorio donde un largo
corredor central vertebra una serie
de pequeños reductos a ambos
lados, sin puertas ni ventanas, en
los que hay el espacio justo para un
catre minúsculo con sábanas de
color indeterminado y una manta
marrón cuya aspereza salta a la
vista. Un bacín en un rincón, un
aguamanil con palangana, un crucifijo, un sencillo libro de oraciones y
una vela en una diminuta estantería
y, casi afuera en el pasillo una sillita
para depositar la ropa.
historia
Pero hay más, mucho más.
FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:19 Página 194
LAS VOCACIONES DE CLAUSURA. UN SILENCIO PERPETUO
Miniatura de Hildegarda de Bingen con su
autorretrato
historia
Quizás no es la pobreza notoria que
ejemplifica uno de sus votos (recordando que los otros dos son la obediencia y la castidad) lo que más
impacta del lugar, sino la obvia y
total falta de privacidad que tal
forma de vivir hace evidente.
La abadesa paseaba sin avisar por
el centro del pasillo y todo cuanto
hicieran las monjas quedaba a la
vista de su autoridad sin posible disimulo. En épocas anteriores, en
los lugares de descanso se alternaban las hermanas jóvenes con
otras mayores para evitar la frivolidad o la tentación carnal. Del
mismo modo el lavado del pelo se
hacía un día determinado y a la
vista de todas. Una negación absoluta de la vida privada y de todo
cuanto pudiese propiciar acciones
poco piadosas.
de más peso para elegir vivir en un
monasterio.
Pero lo que impacta realmente en
ese lugar, es la, llamémosle celda,
situada al final de la gran habitación
comunitaria, cerrada hoy por un
cristal, donde hay una enorme bandeja sobre una mesa, repleta de zapatitos primorosamente tejidos,
para minúsculos pies de Niños Jesús
desde tallas para figuritas de diez
centímetros, hasta medidas de bebé
recién nacido de talla normal. Esos
zapatitos, de lana de colores, de
telas bordadas, de ganchillo o de
fieltro lucen incrustaciones de pedrerías de todas clases y hay tantos
modelos distintos como pares, en
número casi increíble.
Las niñas no recibían ninguna enseñanza intelectual, no había donde
aprender, pues su papel era puramente reproductor y su opinión, inexistente, estaba bajo la tutela del
padre y el esposo sin ninguna alternativa posible. Sus inquietudes,
caso de tenerlas, se ahogaban en el
duro trabajo, la familia y nada más.
Para las clases privilegiadas, que
sospechaban otras cosas, tenían la
posibilidad del monasterio como
lugar de cultura donde poder saciar
su afán de saber y, para muchas, fue
su salvación y el terreno abonado
donde saber, donde crecer y donde
hacerse un lugar de primer orden en
el mundo.
Pero la guardarropía completa de
los “Niños Jesús de vestir” es absolutamente indescriptible. Algunas
de esas monjas han pasado 50 ó 60
años de vida claustral tejiendo y
cosiendo, con una destreza admirable, una colección de ropita para
un Jesusito de madera o de porcelana o de trapo, remedo de ese hijo
que nunca tendrían y al que trataban con un amor cuya evidencia
encoge el corazón. Hay una habitación llena de vitrinas que llenan las
paredes desde el suelo hasta el
techo en las que se pueden ver
cientos de Niños Jesús vestidos con
un primor admirable, con ropitas
de bebé, de niño de andar, de Buen
Pastor, de peregrino, de fraile, de
obispo e incluso uno de ellos verdaderamente llamativo, llevaba un
chocante atavío con capote y tricornio de guardia civil. Así que,
con esos trabajos de costura, con
la fantasía de un hijo de trapo, que
nunca sería nada más, llenaban el
hueco que su elección hacía imposible de llenar.
LA CULTURA
Después de la fe, quizás sería el
afán cultural el otro de los motivos
Los orígenes del monacato femenino
se pueden rastrear hasta la fundación de un convento por el obispo
Cesáreo de Arlés en el S. VI que fue
regido por Cesárea, hermana del
obispo, el cual dejó escrito que
“entre salmos y vigilias las vírgenes
de Cristo copien bellamente libros
santos”, lo cual demuestra que las
que copiaban “bellamente” sabían
Representación de la primera visión en «Liber
divinorum operum»
FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:19 Página 195
195
leer y escribir y tenían acceso a la
cultura de la época. Y eso era la máxima felicidad para las mujeres deseosas de conocimiento, con una inteligencia formidable y una más que
magnífica habilidad para ilustrar los
“libros santos” que resultaban unos
tesoros que hicieron famosos algunos monasterios europeos y les enriquecieron justamente.
En el siglo IX el emperador Carlomagno fundó el monasterio de Chelles, que estuvo dirigido por su hermana, la abadesa Gisela, y otros
muchos, de tan noble origen que
sembraron Europa de fuentes de
saber y centros de cultura y arte
protagonizados por mujeres sabias
y grandes artistas, silenciosas y encerradas pero que ahora su obra y
su voz suenan ya, alto y claro, y se
reconoce su personalidad y su grandeza. La cantidad de mujeres artistas con nombres propios que han
salido de los archivos polvorientos
de cientos de monasterios de toda
Europa, llenarían muchos trabajos
como este. Abadesas extraordinarias, autoras de tratados de todos
los temas de las ramas del conocimiento de su tiempo, de poesía y de
religión, de filosofía y mística y,
sobre todo, grandes ilustradoras
que transformaban los manuscritos
en verdaderas obras de arte, muchos de los cuales han llegado
hasta nuestros días.
Entre todas las grandes mujeres,
sabias y artistas, brilla con luz propia, deslumbrante e inmortal, una
benedictina alemana: Hildegarda
Von Bingen, convertida en santa y
de vida fascinante, que hoy tiene
una legión de admiradores y estudiosos de su obra y su pensamiento por toda Europa. Nació en
1098 en Alemania, décima hija de
una familia noble. Desde muy pequeña tuvo unas visiones tan sorprendentes que sus padres, sobrecogidos, no supieron hacer otra
cosa que ingresarla en un convento. Tenía 8 años y a los 15 profesó como monja con los votos definitivos. Su vida la dedicó al
estudio profundo y a los 38 años
fue la abadesa de su convento. En
1141 recibe el encargo divino de
poner por escrito el contenido de
sus visiones, lo cual hizo acompañándolos de maravillosos dibujos,
sobre vitela, dorada e iluminada
que mantienen toda su belleza
ocho siglos más tarde.
Escribió tratados de teología,
moral, ascética, exégesis, comentarios a los Evangelios, a la Regla de
San Benito, escritos científicos, médicos, de historia natural, física, botánica y zoología. Solemnizó las celebraciones litúrgicas con montajes
teatrales, haciendo que sus monjas
representaran el papel de novias de
Cristo, compuso poemas y los musicó, 159 obras litúrgicas de carácter monódico, 77 cantos espirituales, 44 antífonas, 17 responsorios,
8 himnos y, en 1151, la letra y música de una excepcional representación teatral sacra “Ordo Virtutum”
(Drama de las Virtudes) uno de los
pocos dramas medievales latinos de
los que se conoce el autor. Narra la
lucha entre 16 Virtudes y un villano,
el Diablo. El vocabulario empleado
es uno de los más insólitos de la lírica medieval, sutil, sugerente, extraño y atractivo. Su música es de
primerísima línea dentro del panorama medieval.
Fue consejera de tres papas y tuvo
correspondencia con reyes y príncipes, se comunicó con Leonor de
Aquitania y Enrique III de Inglaterra y con San Bernardo de Claraval,
el cual alertó de su sabiduría y su
historia
Claustro del Real Monasterio de Santa Maria de Pedralbes
FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:21 Página 196
LAS VOCACIONES DE CLAUSURA. UN SILENCIO PERPETUO
196
EL MENOSPRECIO SOCIAL
Tumba de la reina Elisenda de Montcada en el ábside de la iglesia del Monasterio de Pedralbes
inteligencia al papa y este la nombró protectora y guía de la Iglesia.
Creó fundaciones, viajó predicando,
dio sermones en monasterios masculinos y femeninos y finalmente murió
en Bingen en 1179 a los 81 años.
Es un ejemplo maravilloso de lo que
ofrecían los monasterios en los
tiempos medievales, lugares de privilegio donde las mujeres inteligentes podían brillar como la estrella
rutilante que fue Hildegarda, cuya
luz continúa fascinando hoy.
historia
Detalle de la tumba de la Reina Elisenda
El más accesible de sus manuscritos se encuentra custodiado en la
Biblioteca Estatal de la ciudad italiana de Lucca, y su contemplación
es una experiencia única, por la belleza de sus dibujos, por el estado
excelente de la obra y por la emoción que trasmite cada página1.
Su música está grabada con un exquisito tratamiento y un profundo
respeto y algunos de sus “Cantos
del Éxtasis”2 no pueden comentarse, hay que escucharlos, van directamente al alma.
Otros motivos menos intelectuales
y mucho más tristes, movían a algunas mujeres a mirar hacia el convento. Algunas niñas, hijas de familias demasiado numerosas a la que
el padre no puede casar por falta de
dote o porque padecen alguna desgracia física o mental, no tiene otra
opción que la claustral, consiguiendo con suerte la entrada gracias a la caridad, en condiciones
casi de esclavitud. A veces, si no se
encontraba un candidato matrimonial adecuado y pasaba el tiempo,
también se las mandaba al convento. Nada tenia que ver con la vocación, desgraciadamente.
EL RECHAZO ABSOLUTO
El motivo más terrible que empujaba a algunas desgraciadas al encierro más vergonzante era por
haber quedado embarazadas fuera
del matrimonio. Su alternativa ante
el desastre era el monasterio o la
muerte, pues las familias solían repudiarlas y arrojarlas con desprecio
de las casas ya que se convertían en
una deshonra para todos. El novio
cariñoso se desentendía y si el causante de la calamidad era un cura
(algo muy habitual) negaba todo
protagonismo y aconsejaba la reclusión para la “culpable”.
La infeliz se conformaba a ser maltratada en el convento y a ser despreciada por algunas monjas poco
caritativas, hasta que nacía la criatura, y a ser la criada de la comunidad para siempre. Si el recién nacido era un niño se le podía buscar
acomodo en alguna casa, pero si
era una niña y sobrevivía, se quedaba con su madre iniciándose así
su vida claustral por no conocer
jamás el mundo exterior, creando
de ese modo un nuevo motivo de
enclaustración: vivir en un convento por haber nacido en él. De
todos modos esas criaturas llegaron
FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:21 Página 197
Carolina Camanyes Sánchez
a ser, en algunos casos, una bendición y una alegría para el resto de
las monjas que podían tenerlas en
sus brazos y jugar con ellas llenando las silenciosas estancias con
risas infantiles como algo excepcional.
EL INFORTUNIO
Nacer en una familia siendo el primogénito o el último de sus miembros, puro azar, solía convertirse en
la más terrible de las maldiciones
para quién le tocara un papel no deseado. En el caso de las muchachas,
era un honor para una familia acomodada tener una hija en el monasterio más importante de su lugar de
residencia, ya que en él solía vivir
como monja o no, en un retiro dorado, alguna dama de alta alcurnia,
a veces una reina viuda o una parienta directa del rey, lo cual “despertaba vocaciones” entre las hijas
de la nobleza de la región.
Pero dichas novicias, poco interesadas, tenían ilusiones en el mundo
exterior y su enclaustración era un
tormento y una desesperación. Un
encierro peor que una prisión. En el
Real Monasterio de Santa María de
Pedralbes de Barcelona hay un
mensaje en una pared, hoy le llamamos “graffitti”, en el que una monjita que no deseaba serlo escribe:
“Decidle a Juan que no me olvide”
en catalán medieval, en una celda
dedicada a una abadesa donde un
pintor muy famoso estaba pintando
unos maravillosos murales en el
siglo XIV, que aún lucen en su
pared. El pintor, Ferrer Bassa, debió
de transmitir el mensaje pero, además, dejó el grabado en el muro,
donde todavía grita su pena el re-
Claustro del Real Monasterio de Santa Maria de Pedralbes con el pozo renacentista
cuerdo de la monja que tuvo que
vivir lejos de su amor.
En otra pared muy próxima, otro
casi medio borrado y lleno de desesperanza dice: “Mi mal celar me es
la muerte”, así que la mayor felicidad y la fe más encendida se hermanaban en el maravilloso claustro, con la más grande desdicha.
LA SOBERBIA
Poseer un monasterio era la mayor
muestra de poder e influencia para
una familia. Un signo externo de
piedad, de riqueza y de privilegios
reales y eclesiásticos.
Conseguir ponerlo en pie y dotarlo
es una cuestión muy complicada
que precisa un gran capital monetario, y una gestión diplomática de
altura. Hay que pactar voluntades
entre el poder político, la clase
noble (que podrán enviar a sus hijas
posteriormente) y los eclesiásticos,
desde los monjes y los obispos
hasta llegar al papa.
Todos han de ponerse de acuerdo
para dedicar tierras, conceder derechos, obtener privilegios y repartir
bendiciones.
Pero todo ello elevaba el “status”
social de la familia constructora y
protectora del edificio hasta el
más alto nivel. Solía ser el retiro
dorado de una o más hijas de la familia, lugar de descanso para
miembros de ella, esporádicamente, y de custodia de las viudas
que decidían acabar sus días en
paz. De la misma forma solía ser
también depositario del panteón
familiar donde, en bellísimos sepulcros, tenían asegurado el reposo definitivo todos los miembros
que la formaban.
historia
Esas vocaciones no solían ser sinceras, sino inducidas por la familia,
que veían en la profesión de la hija
una forma de tener contactos provechosos por la proximidad de dichas damas influyentes.
FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:21 Página 198
198
Lo cual demuestra que esos monasterios eran el mayor foco de cultura,
saber y educación para las mujeres
de su tiempo. La menor de las hijas
de Don Lope y Doña Aldonza, María
Urraca López de Haro y Ruiz de Castro fue la única que profesó como
monja y llegó a ser la cuarta abadesa
de esa comunidad.
Fue una mujer llena de virtudes y
santidad y es reconocida como
Beata. Tuvo una gran habilidad diplomática para conseguir grandes privilegios y donaciones obtenidos por
reyes y nobles, lo cual posibilitó incrementar las obras de mejora del
edificio y la formación espiritual de la
Casa. Por tantos beneficios conseguidos y por su perfil de nobleza, dignidad y distinción es considerada como
la Segunda Fundadora. Murió en
1262 y sus restos, veneradísimos y,
según la comunidad, incorruptos,
yacen en un hermoso sepulcro labrado en piedra, mostrado en la Sala
Capitular del monasterio.
Tumba de la reina Elisenda de Montcada
historia
En algunos casos, los monasterios
femeninos eran piezas añadidas a
otros, ya construidos, de monjes,
donde hacían su vida aparte, pero
con la protección asegurada.
Pero los de mayor categoría eran
enormes edificios de nueva planta
al gusto de los protectores que financiaban el conjunto y siguiendo
el estilo y la moda imperante en el
momento de su institución. Los fundadores decidían todo en la construcción, incluso la advocación bajo
la que ponían la vida y protección
del edificio.
Un caso de los muchísimos que
aparecieron en Europa y en España
en el siglo XII, es el de Cañas en la
Rioja, puesto bajo el amparo de la
Santísima Virgen con el título se
Santa María, haciendo honor a las
ordenanzas del Císter que mandaban dar dignidad máxima al lugar
poniéndolo bajo la advocación de la
Madre de Dios.
Santa María de Cañas fue fundada
por Don Lope Díaz de Haro, XI
Señor de Vizcaya, que en el año de
1170 murió, dejando viuda a su segunda esposa Doña Aldonza Ruiz
de Castro, la cual decidió consagrarse a Dios en la iglesia del monasterio por ellos creado, apartándose de los placeres que su elevado
rango social le tenían reservados.
En esta total entrega a Dios trajo
consigo al claustro algunas de sus
hijas que vivieron con ella, se educaron esmeradamente y una de
ellas, llamada Apolonia, llegó a ser
la tercera esposa del rey de León,
don Fernando II.
Todo el edificio es un lugar espléndido, lleno de obras de arte góticas,
renacentistas y barrocas, pero lo que
llama más poderosamente la atención es el ya citado sepulcro extraordinario de Doña Urraca. Una pieza de
piedra magníficamente labrada,
exenta, con caja rectangular de 2,38
m de largo por 0,88 de ancho y 0,52
de alto. Apoya sobre tres parejas de
ménsulas labradas representando
lobos, perros y cerdos, referencias
heráldicas, que la levantan del suelo
0,34 m. Las cuatro caras del sepulcro
están decoradas. A los pies vemos el
tránsito del alma al cielo, figurilla sin
ropa, suspendida por dos ángeles que
la llevan en un paño. En la cabecera
unas escenas de la vida de la Beata
con la compañía de San Pedro.
Pero es en los laterales donde las
imágenes son verdaderamente chocantes, aparte de la gran calidad de
los relieves que narran a la perfección lo que desean explicar.
FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:21 Página 199
Carolina Camanyes Sánchez
199
En el lateral derecho vemos los funerales, con tres abades y tres obispos y otras figuras tonsuradas que,
llorando con desesperación se abalanzan sobre el sarcófago. Esas
muestras de dolor exagerado fueron prohibidas por normas eclesiásticas poco tiempo después.
También lloran con gran expresividad cuatro damas nobles de alto
tocado cilíndrico, mientras seis
frailes rezan.
Lo más llamativo es que esa escena
de complicidad entre abad y monja,
sujetos a voto de castidad que, obviamente, se han saltado o se saltarán, aparezca esculpida en piedra, con voluntad de permanencia,
Pintura mural de Teresa Díaz en Toro. Imagen de la Adoración de los Reyes
como explicando algo muy habitual
y muy sabido, y lo haga decorando
el sepulcro de una abadesa enterrada en aromas de santidad, presuntamente incorrupta, y cuya exposición
está
pensada
para
continuar a la vista de muchas generaciones. Y sigue mostrándose y
nadie ha pretendido corregir o romper nada, como si esas relaciones y
esas risas fueran tan normales que
incluso pudiesen convertirse en
piedra, sin conflicto alguno, por los
siglos de los siglos, sin que le temblara la mano al escultor, y sin que
Pintura mural de Teresa Díaz en Toro. Imagen de «Noli me tangere»
nadie en su momento viera desdoro
en que semejante escena formara
parte de la tumba de Doña Urraca.
Así que, en los monasterios se
cumplían los votos, pobreza, obediencia y castidad, o no. Y entre sus
paredes, hoy miradas con ojos ignorantes, podían vivir mujeres devotas y fieles cumplidoras, junto a
otras que entendían su vida entre
sus muros libres de toda obligación, según el carácter de la abadesa de turno. La vida entre ellas
podía ser muy difícil y ha habido
épocas de desorden y descontrol,
peleas internas y verdaderas batallas por el poder, por la libertad y
por muchas otras cosas, todas ellas
muy distintas a la piedad y muy lejanas a la verdadera vocación. No
siempre un monasterio ha sido un
remanso de paz y una antesala a la
Gloria.
LA LIBERTAD
Aunque parezca un contrasentido,
muchas mujeres elegían la vida
claustral para encontrar la libertad,
para estar a salvo, para vivir sin sobresaltos, para conseguir respeto y
protección, para no servir más que
a un Señor.
historia
En el lateral izquierdo es donde la
elocuencia asombra, pues en un
cortejo de once monjas, precedidas
por un abad y otro eclesiástico con
báculo en el otro extremo, puede
verse de forma sorprendentemente
explícita, como la última monja de
la fila, apoyada en el hombro de la
hermana que la precede para no
perder el paso, se vuelve hacia el
jovencísimo abad que la sigue y le
lanza una mirada juguetona y una
sonrisa seductora tan evidente que
pasma por su veracidad y por lo
que ello da a entender…
FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:21 Página 200
LAS VOCACIONES DE CLAUSURA. UN SILENCIO PERPETUO
200
Y así era, debían comprometerse jurando tres votos, eran sus obligaciones, pero ganaban a cambio muchos
derechos, los cuales eran protegidos
y salvaguardados por toda la sociedad y severamente castigadas sus
trasgresiones por la violencia. El
muro del monasterio no era el de una
prisión, era un elemento protector
del mundo de afuera y de sus brutalidades. Nadie podía molestarlas.
Y es que la vida religiosa libera de la
servidumbre del sexo a las mujeres
que a ella se entregan. La exaltación
del matrimonio místico coloca a
estas esposas en la situación ideal de
evasión hacia lo alto, hacia las relaciones inmediatas con Dios, rechazando los deseos del cuerpo pero ganando
dulces
compensaciones
sobrenaturales.
Los monasterios poseían tierras que
les pagaban rentas, a veces muy
cuantiosas, las abadesas tenían potestad incluso para impartir justicia
en los territorios que estaban bajo su
jurisdicción y el báculo que lucían en
su mano izquierda era una señal de
su poder y su dignidad que, en algunos casos, era mucho.
Eran las dueñas de su vida y de su
mundo, en un claustro cerrado por
sus cuatro costados, pero inmensamente abierto hacia arriba. Es una
metáfora de libertad, claustro protector, armónico, equilibrado, paseo interior, privilegio de la tierra, promesa
del más allá. El claustro es la Jerusalén celeste, un centro cósmico en relación con los tres niveles del universo: el mundo subterráneo por el
pozo (siempre presente en el jardín
central de un claustro), la superficie
del jardín por la tierra, y el mundo celestial por el árbol que hunde las raíces hacia abajo y eleva sus ramas
hacia el infinito, junto a los rosales
símbolo de nuestra condición mortal.
Además su forma geométrica, cuadrada o rectangular, abierta bajo la
historia
Real Monasterio de Cañas. Tumba de Doña Urraca López de Haro (1225-1262)
cúpula del cielo, representa la unión
de este con la tierra. El claustro es el
símbolo de la intimidad con lo divino.
Para las monjas que elegían esa
vida, conociendo lo que iban a encontrar y con una vocación clara,
su vida conventual resultaba el paraíso en la tierra.
Así que, la realidad del monasterio
y la vida de clausura tenía y tiene
tantos matices como motivos por
los que cada mujer traspasa esa
puerta sabiendo que se cerrará para
siempre detrás de ella.
Hay un caso en un monasterio de la
ciudad de Toro, en la provincia de
Zamora, que podría ejemplificar esa
espléndida libertad ya que unas pinturas murales de primer orden
están firmadas por Teresa Díaz, una
mujer, ¡en el año 1300!
Dónde aprendió Teresa es un misterio por el momento, pues en su
FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:21 Página 201
Carolina Camanyes Sánchez
201
Real Monasterio de Cañas. Detalle de la tumba de Doña Urraca López de Haro (1225-1262)
El caso de Teresa Díaz, estudiado
con gran interés, no es muy esclarecedor en cuanto a biografía, pero
su obra, espléndida, la ha hecho ya
inolvidable de pleno derecho.
Estas pinturas, después de haber
sido arrancadas de los muros para
los cuales fueron pensadas, se encuentran hoy en la iglesia de San
Sebastián de los Caballeros en Toro.
La historia de su descubrimiento en
1955 y su accidentado periplo entre
estudios y restauraciones y políticas
de saqueo que no lograron su cambio de ubicación parece una novela,
pero finalmente regresaron a casa
en 1977 después de 22 años de
aventuras de largo recorrido.
Es un conjunto mural extraordinario
con la historia de Santa Catalina,
una figura intelectual, la santa que
lee y que su sabiduría, superior a la
de los sabios de su tiempo, costó
las cabezas de los sabios. También
está pintado su intento de martirio,
milagrosamente no logrado, y su
decapitación posterior.
y peligrosas. En muchas ocasiones
eran recluidas en un convento en
contra de su voluntad y, naturalmente, eran elementos distorsionadores para la rutina conventual,
a pesar de que solían acomodarse
con el tiempo.
El estilo pictórico se ha ubicado
cronológicamente en torno a 1320
y pertenece a una etapa llamada del
gótico lineal, espacio de transición
entre el románico y el gótico. Son
pinturas exquisitas dispuestas con
un buen gusto sorprendente que cubrían todas las paredes del coro de
las clarisas del Monasterio de Santa
Clara, de monjas de clausura,
donde fueron descubiertas.
El gran número de ellas, en algún
momento histórico, llevó a las autoridades eclesiásticas a crear casas
de retiro exclusivas para que las llamadas “arrepentidas” tuvieran
donde cobijarse y retirarse del
mundo, en una suerte de monasterios que les llamaron de “Las Magdalenas”. También hacían sus votos
y estaban bajo llave, pero sus características variaban según las necesidades de donde se crearan dichas casas. Solían ser muy útiles en
trabajos manuales, labores, enseñanza, cuidado de enfermos…
En ese entorno, que fuese una artista-mujer hubiera tenido sentido y
la firma “TERESA DÍAZ me fecit”
(me hizo) milagrosamente salvada
entre el obvio deterioro de los murales arrancados y traspasados, es
como un premio a su esfuerzo que
ha conseguido la inmortalidad3.
LA SALVACIÓN
En algunos casos, el monasterio
era la única salida para algunas
mujeres de mala vida conocida, mujeres públicas, que su posible falta
de discreción las volvía incómodas
LA OBEDIENCIA
En el siglo IX y en el X aparece un
tipo de mujeres consagradas, las
hijas obedientes de padres muy devotos que, a pedido de estos, abrazan el voto de castidad.
Nada se sabe de la vocación de esas
niñas sumisas que, no sabiendo o
no pudiendo oponerse a la voluntad
paterna, ingresan en el convento.
historia
tiempo las chicas no tenían acceso
al conocimiento artístico ni a ningún otro. Pero hay casos excepcionales de grandes obras (sin firma,
claro) que con el tiempo se han revelado de mano femenina porque la
artista fue hija de pintor y trabajó
con su padre con un aprovechamiento tal que le superó, y a su lado
estuvo “perpetua virgo” toda su
vida por su vocación, esta vez artística. Trabajadoras sin sueldo ni reconocimiento… hasta hoy.
FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:21 Página 202
digno de su nobleza familiar y su categoría de reina viuda. Tal como
pensó, no tuvo hijos y el rey ya tenía
10 herederos o sea que su papel
podía crear confusión y era necesario que la corte entera supiera enseguida de sus futuros planes.
Real Monasterio de Cañas. Detalle de la tumba de Doña Urraca López de Haro (1225-1262)
Quizás el fatalismo de aceptar su
desdicha les consuela de la decisión
no tomada por ellas, o la ignorancia
y el temor probablemente debido a
su corta edad les impide pensar
nada. Vidas terminadas antes de
empezar, imposibilitadas a tomar su
decisión libremente, por un padre
cobarde incapaz de enseñar a una
muchacha a vivir, y una madre ignorante engañada por una piedad
equivocada e inexistente, que las
dejaba inútiles para todo.
Y la reina no se retiraba sola: algunas o muchas damas de su compañía y confianza iban con ella, y también sus hijas mientras no decidieran
casarse. El monasterio elegido vivía
alterada su paz por un tiempo…
Un caso profundamente estudiado
ya que es mi tesis doctoral: “Salvaguarda del Patrimonio Nacional. La
conservación y restauración en el
Real Monasterio de Santa María de
Pedralbes de Barcelona”4 es el prototipo de lo acabado de decir.
LA VIUDEDAD
historia
De todos los motivos por los que
una mujer decide irse a vivir a un
monasterio, esta es la más prestigiosa históricamente. Es el final
elegante para una noble dama o
una digna reina, que puede permanecer entre sus muros sin dejar de
tener la categoría de reina aunque
no reine.
La historia está llena de casos de
reinas que pasaron sus últimos
años lejos de las agotadoras intrigas de la corte de turno, pues sin la
protección real del esposo y pudiendo ser mal interpretado su
papel, sea cual fuese su actuación,
era más inteligente apartarse dignamente del “campo de batalla” y retirarse a algún monasterio que, en
la mayoría de los casos, ya había
sido elegido, dotado y acomodado,
previendo tal eventualidad.
La reina Elisenda de Moncada (12921364) fue la tercera esposa del rey
Jaime el Justo (1267-1327) y se casó
con él cuando ya era un hombre
mayor, estaba enfermo y muy cansado de guerrear. Este había tenido
otras dos esposas, Blanca de Anjou,
amadísima, con la que tuvo 10 hijos
y murió muy joven, y una segunda
esposa María de Chipre, casado por
conveniencias territoriales, con la
que no tuvo descendencia y oportunamente murió a los pocos años.
Cuando Elisenda se casó con Jaime,
el día de Navidad de 1322, ya sabía
que su papel en la corte iba a ser difícil y que además vestiría pronto el
velo de viuda, así que se dio prisa.
Mujer muy piadosa, caritativa y juiciosa fue también muy previsora e
intuyó, con buen criterio, un futuro
no muy lejano de soledad, en el que
necesitaría un lugar de retiro seguro
Elisenda mandó construir su Monasterio con el máximo interés y su
buen gusto se hace evidente en cada
piedra y en cada detalle. Es una
larga historia llena de aventuras y
desventuras, de anécdotas milagrosas y de emoción y generosidad. La
primera piedra se puso con gran ceremonial el 26 de marzo de 1326 y
14 meses después, en un prodigio de
velocidad, entraban a vivir su vida
conventual las primeras 14 monjas
que iniciaron esa entrañable familia
que no se ha roto hasta hoy.
No se sabe el nombre del arquitecto
responsable de tan formidable obra,
purísimamente gótica, con claustro
cuadrado de 54 m de lado, uno de los
más grandes del mundo, que con el
tiempo ha llegado a tener tres pisos.
Ello es porque trabajaron en la obra,
por voluntad de la reina, todos los arquitectos, escultores y artistas de
todas clases del reino, pues pasó a
ser la mayor prioridad ante todas las
otras numerosas creaciones arquitectónicas que se levantaban en la
Ciudad Condal en uno de los momentos más brillantes de su historia.
La muerte del rey fue oportuna. Elisenda había acabado su monasterio
e inmediatamente después falleció
su esposo, pudiendo retirarse como
quería, con el beneplácito, la simpatía y el respeto de toda la corte, ya
que su desaparición simplificaba
todos los problemas protocolarios.
Pero a pesar de residir en el monasterio, no dejó de ser reina, y como tal
apadrinó a un hijo del heredero y
continuó asistiendo a algunos actos
religiosos en la catedral como dama
de máxima categoría, y como reina
murió, en su monasterio, y fue hono-
FA27_E_05 Historia 30/01/2013 11:21 Página 203
Carolina Camanyes Sánchez
A Elisenda no le costó vivir en Pedralbes. Su piedad y religiosidad la
predisponían a la vida conventual,
pero además su clausura no lo fue
del todo pues vivió en un palacete
adosado a los muros consagrados,
recibía visitas de la corte en algunas
ocasiones y podía salir si le apetecía.
Nunca tomó los hábitos, ni juró
votos, ni fue su primera abadesa,
como erróneamente a veces se ha
publicado.
La vida de la reina Elisenda fue amable y plácida, gozando de la paz y serenidad acordes con su carácter
bondadoso y apacible, que dejó un
gratísimo recuerdo en todos los que
la trataron.
No era así en otros casos, aparentemente parecidos, en que las que se
retiraban a los monasterios eran esposas de alcurnia que eran repudiadas y para salvar sus vidas fingían
una repentina y apasionada vocación,
suplicando retirarse a un convento,
dejando así expedito el camino sin
peligro para su integridad a los esposos con vocación de bígamos.
La familia conventual era, como se
ha visto, una mezcolanza de mujeres
con muy distintos intereses, lo cual
facilitaba muy poco la convivencia.
pudieran estorbar la vida de una
comunidad, el orden estricto de
sus actividades, el silencio perpetuo y la oración son un conjunto
de condicionantes que llenaban de
paz las vidas de las religiosas que
elegían el monasterio con convencimiento y esperanza.
Según la categoría de la Casa, las
distintas clases sociales, el afán de
poder, las envidias y antipatías podían llegar a extremos gravísimos
que terminaban incluso en pleitos
que llegaban hasta Roma.
En el claustro, el silencio y la reflexión profunda y continuada hacen
que el corazón y los sentimientos se
serenen, y encuentren la armonía
con el ritmo y la pulsión de la tierra
y los demás elementos.
Las abadesas debían tener una
mano de hierro y un carácter de jefe
de estado.
Hay que andar muchas horas por las
piedras centenarias del claustro, un
pie delante del otro, un pie delante
del otro…, como en un peregrinaje
interior, consiguiendo hacer cada
vez menos ruido, andar casi sin
rozar el suelo, para que nada estorbe
el silencio, para conseguir desmaterializarse y comulgar con lo inefable… casi desaparecer.
De todos modos, lo más importante
es que fueron focos de conocimiento,
de saber, de cultura, de arte y de
creatividad en un absoluto desierto
en el que se desenvolvían las mujeres.
Fueron su lugar de salvación y donde
pudieron desarrollar sus capacidades,dejando en ellos la evidencia de
su calidad humana, de su inteligencia
formidable y de la grandeza de su
arte en un contexto que de otra
forma hubiera sido imposible.
Pero, dejando aparte los conflictos
internos que, en algunos casos,
Real Monasterio de Cañas. Detalle de la tumba de Doña Urraca López de Haro (1225-1262)
203
Es un largo trabajo, de muchos días
y noches, de escuchar la lluvia y sentir el sol, de sufrir el frío y el calor, de
ver florecer y secarse las rosas como
un implacable reloj superior, muchas,
muchas veces, un año y otro, y otro,
hasta que un día el oído se vuelve tan
fino que consigue adivinar el susurro
de las piedras, esas maravillosas “pedras que falan quedo” pero que tienen las respuestas a todo.
Y eso bien puede ser casi la felicidad.
Notas
1
La obra tiene por titulo “Liber Divinorum Operum” y
es el Manoscritto nº 1942.
2
“Canticles of ecstasy”. Deutsche Harmonia Mundi.
Sequentia. Ensemble für Musik des Mittelalters.
3
“Pinturas murales del Convento de Santa Clara de
Toro (Zamora)”. Gloria Fernández Somoza. Cuadernos
de investigación nº 17. Instituto de Estudios
Zamoranos Florián de Ocampo. Zamora 2001.
4
Tesis doctoral leída y defendida en la Facultad de
Bellas Artes de la Universidad de Barcelona el día 15
de marzo de 1992, y calificada “cum laude” por
unanimidad del tribunal que la juzgó.
historia
rablemente enterrada en un formidable arcosolio en el ábside a la derecha del altar mayor, en un sepulcro
de piedra policromada en el que se la
representa coronada y con todos los
atributos propios de lo que era, una
reina. Hoy sus restos continúan allí.
Descargar