CÓMO PARAR A LOS BANCOS: LA CLÁUSULA “REBUS SIC STANTIBUS” Hay una doctrina jurisprudencial antigua del Tribunal Supremo que viene a decir que, aunque en los contratos privados no se prevea, siempre hay una cláusula implícita, conocida como “rebus sic stantibus”, que puede afectar a aquellos contratos. El efecto y consecuencia de la aplicación de esta cláusula contractual implícita es que, basándose en el principio del equilibrio de las prestaciones de las partes y en la equidad, se pueden modificar los pactos acordados entre las partes en el contrato, si ha habido una alteración extraordinaria de las circunstancias, imprevisible, sobrevenida y que implique una desproporción exorbitante en las prestaciones de las partes. Sólo para poner un ejemplo, la Sentencia del Tribunal Supremo número 969/1992, de 6 de noviembre, dice literalmente lo siguiente: “Todos los expresados requisitos concurren en el atípico caso aquí debatido, pues cuando Don B.G. compró a Don S.M. el cincuenta por ciento de la explotación del negocio de discoteca al precio de seis millones de pesetas, lo hizo sobre la lógica base de una permanencia o continuidad en la explotación, la base negocial de la cual quedó radicalmente alterada por la sobrevenencia de la imprevisible circunstancia de la resolución del contrato de arrendamiento de la discoteca”. Ante la situación económico –financiera que estamos viviendo y ante la actitud adoptada por las entidades de crédito de no dar ningún crédito, pese a la contradicción con su denominación genérica, llevando a la ruina súbita a las pequeñas y medianas empresas catalanas, no se podría defender que nos hallamos en uno de aquellos casos excepcionales en que podríamos apelar a la cláusula implícita en todos nuestros contratos con aquellas entidades de crédito nombrada “rebus sic stantibus”?. Si lo hiciéramos qué ganaríamos con ello? Si un juzgado nos estimara la aplicación de la cláusula “rebus sic stantibus”, esto nos podría permitir conseguir, por ejemplo, dejar de pagar una póliza a su vencimiento, forzar a la entidad a renovar una póliza, impedir a una entidad recortar el límite de una póliza o de una línea de descuento, dejar de pagar un tiempo las cuotas de un crédito sin que venza automáticamente en su totalidad y sea exigible y ejecutable, etc, etc, etc. Se imaginan que todo el mundo, ahora de golpe, fuera a los juzgados alegando la aplicación de la cláusula contractual implícita “rebus sic stantibus”? De entrada, aunque parezca imposible, la sola insinuación de la intención de ir por ese camino, ya haría que se informara a los servicios jurídicos de lo que un cliente “loco” le ha dicho a un director de oficina. En segundo lugar, al recibir servicios jurídicos la llamada de más de un director, le empezarían a dar importancia y podría ser que la ocurrencia fuera elevándose i elevándose de nivel dentro del edificio central de la entidad de crédito hasta llegar al despacho del Consejero Delegado o del Presidente Ejecutivo, hombre de experiencia que enseguida vería que no se trata de una tontería, previa consulta a sus asesores jurídicos externos. Podría muy bien ser que no hiciera falta acudir a juicio y que milagrosamente y como por arte de magia, la aplicación de la cláusula “rebus sic stantibus” fuera aceptada voluntariamente por la entidad de crédito y con un acto de honestidad y de realidad forzada, aceptara que la situación es tan grave que se debe soportar entre todos y que nos tenemos que ayudar los unos a los otros para salir de ella y no vale intentar salvarse del naufragio ahogando a los demás. Mi preocupación por la supervivencia de las pequeñas y medianas empresas es en estos momentos tan grande, que me ha llevado a desenterrar la cláusula “rebus sic stantibus” como último recurso para hacer reaccionar a las entidades de crédito para que se den cuenta de que dejar sin crédito a sus clientes, empresas, es matarlas, es, con permiso, una eutanasia activa empresarial. Si por la vía amistosa, la cláusula “rebus sic stantibus” no causara los efectos deseados, aunque sólo fuera para intentarlo, por impotencia e indefensión, se podría intentar conseguir que un juzgado reconociera la aplicación de aquella cláusula contractual implícita, cosa que no puede descartarse de entrada y, ya de paso, en la misma demanda podrían reclamarse daños y perjuicios por la falta de crédito y, si fuera el caso, responsabilidades contra el órgano de administración y directivo por haber llevado la entidad bancaria a tal situación, que no puede cumplir con su objeto social, con su finalidad y razón de ser, la concesión de crédito. Es importante salvar a nuestro sistema financiero y adoptar medidas adecuadas para conseguirlo, pero no a costa de que por el camino y mientras no haya una recuperación de su situación, se queden una gran cantidad de pequeñas y medianas empresas. No es justo. No hay derecho. Jordi Bellvehí