SEMANARIO Año VI CIENTÍFICO. LITERARIO Y ARTÍSTICO Barcelona 2 de junio de 1888 C U A N D O EU A M O R E S J O V E N (cuadro de Gustavo Jacquet) Núm. 283 LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA 338 SUMARIO TEXTO: Madrid, por FenianñoT.—Ilusión y realidad, por Carolina de Soto y Corro.—/Sobre un premio!, por A. Sánchez Fi^r^z.—Sepulcros del siglo XV, por Eduardo Soler y Pérez.—ñimas ipoesía), por Pedro Bonet Alcantarilla.— Días de gala, por Eduardo de PedAcio.—estudios para un cuadro (continaación), por M. Almii Devar.—.Vítesíros grabados.—Mi prima Pepa (continuación), por Luis Cánovas. GRABADOS; Cuandoelamor OS joven. —Mistress Craik, célebre novelista inglesa.—Córner Honse, residencia de Mistress Craik.—Gabinete de Mistress Craik.—Llegada de S. M. la Reina üegente y SS. AA. al muelle de Barcelona la tarde en que se veriflearon las regatas.—Aspecto del puerto de Barcelona durante la celebración de la regata.—Bsrcelona: Inauguración de la Exposición Universal por Su Majestad la Keina Regente.—Copenhague.—Un buen libro.—Sobre mullido césped.-Barcelona: S. M, la Reina "Regente en las carreras de caballos.—Consejos paternales.—Las manos llenas de flores. MADRID El duque de F r l a s . - L a p r e s i d e n c i a del A l e n e o . R e y e s v a n y r e y e s v i e n e n . — D i v e r s i o n e s de v e r a n o y de i n v i e r n o . — L o que e s l a v i d a . nfYA muerto el duque de Ei-ias, un aristócrata Wi que disfrutó, durante muchos años, de las pompas, grandezas y placeres del mundo, y que en la edad cansada vino á ser gobernador, en medio de la sorpresa general; habiéndolo sido con aplauso de muchos y sin censura de ninguno. Quien ha nacido en alta cuna, recibido educación cortesana, y hase habituado á mostrarse superior sin parecerlo, tiene mucho adelantado para estos cargos, en que es preciso, más aún que los talentos del saber, los del trato de gentes. Amable, transigente, bien intencionado, el duque de Frías era un buen gobernador para estos tiempos y para este Madrid, donde no hay política definida ni luchas violentas de partido. 8u viuda (noble, joven y encantadora) se ha hecho digna también de las simpatías de todos por haber mostrado inconsolable dolor ante su cadáyer... Los políticos son menos sensibles; y, apenas muerto el duque, han lanzado á la publicidad un puñado de nombres en candidatura. Las diversas fracciones de que se forma el partido fusionista quieren llevar su representación al codiciado puesto. El gobierno de Madrid es cargo tan deseado como una cartera: es la antesala del ministerio, y además ser gobernador equivale á una credencial de hombre de buen tono. Este matiz de elegancia se viene acentuando más y más en el cargo; y si se nombra, como se dice, al duque de Veraguas, vendremos á parar en que para ser gobernador de Madrid es preciso descender, por lo menos, de Chindasvinto. Otras candidaturas traen meditabundos á los hombres políticos: entre ellas la del Sr. Martos para la presidencia del Ateneo de Madrid. Los diarios han publicado listas, según las cuales apoyan esta candidatura Castelar, Cánovas, el duque de Veraguas, Romero Robledo, Echegaray, marqués de la Vega de Armijo, el poeta Zorrilla, Silvela (D. Francisco), el marqués de Sardoal,Pidal y otros muchos hombres eminentes. Cualquiera creería, con esto, que el señor Martos no tiene calidades por sí mismo. No me parece así. Hace algún tiempo, la juventud ateneísta y el demento sesudo y liberal miraban con malos ojos al Sr. Martos por haber éste salvado la honesta distancia que le separaba del trono; pero en la presente actualidad son tantos los imitadores del famoso demócrata, y tantas las razones que pueden alegarse de buena fe para imitarle, que su anterior conducta no debe ser obstáculo para que el Ateneo le dé sus votos. Por el contrario, nadie como el señor Martos representa hoy el estado de las conciencias: la duda, la fluctuación, la resignación patriótica y fructífera del que sacrifica el triunfo rápido de sus ideales á la tranquila y reposada elaboración de las costumbres públicas que han de prepararlos y consolidarlos. Al votar presidente del Ateneo á D. Cristino, los socios votan al mejor hombre de Estado, pues votan al símbolo parlamentario del estado presente. Y, á propósito do esto, hablaré también de un folleto que acaba de publicarse, debido á la pluma castiza y gallarda del Sr. Gómez Sigura, ayer posibilista, hoy agregado al partido conservador. Al tratar de este asunto, nota un periódico que el partido conservador es un asilo de tristes y desengañados: algo como un panteón de ilusiones perdidas. Así es verdad. No he leído el folleto del celebrado escritor, mas parece afirmar en él que entra en el partido del Sr. Cánovas, porque era republicano, pero de ideas conservadoras. De esto á decir que Castelar es el Cánovas de la república no hay más que un error de nombres. D. Emilio se habrá indignado al leer esta terrible afirmación. Yo no lo creo tampoco. Mientras D. Emilio no sea poder, es forzosamente, por su amplísimo programa, demócrata indiscutible: si llegase al poder, impondría la democracia ordenada con el cañón... Esta es la diferencia. De todos modos, entre él y D. Antonio no puede haber semejanza ninguna: por efecto, precisamente, de las muchas notables cosas en que se parecen. En algo hemos de pasar el tiempo, encontrándonos, como nos encontramos, abandonados de la corte; y nada más á propósito para entretenerle, que estas contradanzas de los hombres de partido. Verdad es que si nuestros reyes nos abandonan, vienen á visitarnos los monarcas extranjeros. El rey de Suecia ha llegado. Es hombre instruido, y quizás ha venido para saber de buena tinta cómo es posible que un español se haga el sueco sin hacerse subdito suyo. El rey es de elevadísima estatura y de rostro moreno. Tiene la barba gris, los bigotes con guías largas y retorcidas; sus ojos son vivos; su fisonomía noble y simpática. En su reino parece que están bastante contentos con él y, por lo tanto, debemos procurar que él lo esté con nosotros. Ayer asistió á la fiesta que en su huerta de la Castellana daban los marqueses de la Puente y Sotomayor; y allí valsó con algunas damas madrileñas que le fueron presentadas, y que fueron reinas de Suecia durante algunos compases déla orquesta. Los reyes han venido á menos, especialmente en lo que se refiere á sus derechos sobre la belleza; pero siempre conservan algo de su antiguo prestigio, y no hay dama ni señorita que entre los brazos de unrey, siquiera sea eldeHaiti, no se sienta deslumbrada como si hubiese bajado á danzar con ella el mismo sol. Parece ser que el rey habló con el Sr. Cánovas de política sueca, y que le hizo proposiciones para que fuese de presidente del Consejo de Ministros á su reino.—En mi patria, — le dijo el rey,—no somos exclusivistas y tomamos lo bueno allí donde lo encontramos. Recuerde V.,—le dijo,— que en 1810, los que debían ser mis Estados, sintieron la necesidad de poner al frente de la gobernación un hombre que fuese al mismo tiempo feliz guerrero y sabio ad ministrador. Entonces se dirigieron á mi abuelo, á Bernadotte, el general y compañero del gran emperador; y, habiendo aceptado el ofrecimiento, rigió los ejércitos y los negocios suecos, coronándose luego y reinando larga, próspera y dichosamente. Cuando en nuestro país no encontramos un hombre,lo buscamos donde sabemosque existe... y no hace falta.—D. Antonio, conmovido, contestó que le era imposible abandonar la dirección del partido conservador:—¡Si hubiese allí destinos para todos los míos!—exclamó en tono dubitativo.—S. M. Osear quedó aterrado. Su contestación le hizo digno de ser rey de su reino: calló prudentemente. Fiestas como la de los marqueses de la Puente y Sotomayor, amenizan la vida de los cortesanos, sin que falte alguna otra que interrumpa sus tristezas. En casa de D. Francisco Uhagón se verificó una muy agradable. El Sr. Uhagón es muy conocido y estimado de los bibliófilos. En su severa biblioteca de roble tallado, guarda una preciosa colección de libros de caza, un ejemplar único de Jorge Manrique, y varias obras cuya impresión se remonta á los años de 1400 y 1500. Últimamente, y en unión de D. Enrique Leguina, ha publicado un catálogo de obras, folletos y artículos de caza españoles, curiosísimo y sumamente útil para los aficionados al llamado noble ejercicio. La variable condición de este mes de mayo permite estas reuniones de invierno. Sin embargo, hemos tenido algunos días de calor, y los madrileños han dado órdenes para la reforma que perturba sus viviendas todos los años como una revolución saludable: Bíadrid, en estos días, desestera. No es el momento de visitar á las madrileñas: el atildamiento de que éstas hacen gala en los teatros y en las reuniones, no avalora ya sus naturales encantos, porque se ponen los trapitos viejos, se atan un pañuelo en la linda cabeza, cogen quizás la escoba, empuñan tal vez el plumero, y aparecen y desaparecen entre nubes de polvo, regañando á los mozos, torpes y robustos, humildes y risueños, que no por carecer de ilustración y de principios dejan de complacerse en mirar y remirar, cuando es hermosa, la cara de la señorita. El hombre, ú hombres, de la casa, hnye y deja el campo libre á las mujeres y los mozos, porque nosotros no entendemos de arreglos domésticos. Pero sí que nos satisface volver después de algunas horas y encontrarnos los suelos desnudos, lavados, frescos, con ese aroma de la limpieza y pidiendo calor, ventanas entreabiertas, ventanas entornadas, el botijo en el balcón, flores sobre los muebles, y limón helado y horchata. Todo esto se resiste venir este año. Las horchaterías aparecen desiertas, con sus mesillas en fila, sus garrafas inclinadas sobre el mostrador, y sus horchateritas, tan insinuantes y peiipuestás. La gente pasa por delante de la tienda y dirige una mirada á las jóvenes servidoras, que contestan con otra invitatoria en alto grado... Pero la vista de las garrafas produce escalofrío, y el transeúnte aplaza la conquista de las horchateras para la canícula; contentándose, cuando más, con acercarse á la puerta, señalar el lebrillo que está en ella y pedir un perro grande de chufas. Para maj'or desventura, el tiempo y el acaso les privan de torcs y de toreros á los aficionados. El temporal convierte la plaza de toros en un lago: la imprudencia de los diestros les ocasiona graves cogidas. Frascuelo y el Espartero se curan y reponen en el lecho de sus torpezas ó de sus audacias. Los teatros concluyen. Dentro de poco se inaugurarán los teatrillos de verano. Sin embargo, en el Teatro de la Comedia se abre un nuevo abono por veintiuna representaciones de la compañía de Novelli. Entre otras obras se pondrán en escena, traducidas. Quien debe paga, de Núfiez de Arce; y El sombrero de copa, de Vital Aza. Madrid, pues, se alimenta de esperanzas. Mientras tanto, en Barcelona, según nos dicen, se construye un teatro para que Calvo y Vico representen los dramas de Ecliegaray; en otro se ha estrenado el baile Excelsior; y el inmenso público de la Exposición vive, por así decirlo, en un hormiguero de placeres. Un madrileño distinguido no puede permanecer decorosamente más tiempo en Madrid. Este año la emigración empezará más pronto; y para que tome grandes proporciones, sólo es necesario que el cielo se despeje, el sol abrase, el aire sofoque, y las moscas, mosquitos y todos los insectos con alas, que todavía duermen, se decidan á invadir el espacio y á llenar con sus músicas desesperantes nuestras silenciosas casas. La vida, después de todo, es una tela cuj'a única variedad consiste en que tiene derecho y revés. El verano es el revés del invierno, y viceversa. Ha llegado el momento de cambiar de traje... Volvamos la tela. FKHNANFLOR -^.- LA ILUSTRACIÓN ILUSIÓN Y REALIDAD No se habían visto jamá_s; pero los dos se amaban, y se amaban con locura, con frenesí. Cómo, sin conocerse, habíase verificado el choque, ese imprescindible golpe de efecto, ó, mejor dicho, ese cruzamiento de dos almas que se mezclan y se confunden á la vez en un solo sentimiento, on una misma pasión, es lo que vamos •á decir. Claiidio era un hombre de excelente corazón, ardiente, arrebatado, poseedor de una cantidad inmensa de ternura que nadie había sabido apreciar en toda su extensión, porque jamás había tenido la fortuna de que ninguna mujer le comprendiera; y su pecho, ansioso de emociones, de las dulces corrientes de amor, era como raudal caudaloso que se desborda en vano, sin encontrar el cauce por donde deben resbalar sus aguas en provecho de los prados y do las flores. Su imaginación de poeta, y poeta enamorado, le había sugerido más de una vez mil fantásticas ilusiones, que no lograba ver realizadas nunca; pero, á pesar de su desdicha, él mantenía viva en su ideal la imagen de sus sueños, la figura bendita y encantadora de la mujer que adoraba, de aquella mujer que él se había forjado á sus antojos, con todas las bellezas y perfecciones que ambicionaba en la elegida de su corazón. Un día trabajaba Claudio, como de costumbre, en su gabinete. Las letras eran su principal ocupación, y á ellas se dedicaba de continuo, escribiendo para varios periódicos donde estimaban su firma y la pagaban regular, cosa no muy frecuente en nuestros tiempos. Ocupábase, á la sazón, en escribir un artículo para una ilustrada revista, eco de las artes y de las letras, sobre las excelentes condiciones de la mujer y la conveniencia de atender y contribuir á su educación artística y literaria. Había desarrollado perfectamente el pensamiento y gozaba con la idea del buen efecto que habría de producir su trabajo, especialmente en el ánimo de las artistas y literatas, de las que era eterno y entusiasta defensor; cuando llegaron á sus oídos las vibraciones de un piano, tocado con notable buen gusto y afinación. Instintivamente abandonó Claudio la pluma, y, dejando su asiento, se aproximó al balcón. La música provenía de una de las casas inmediatas de la derecha, y era imposible ver nada; pero, si no el sentido de la vista, el del oído al menos podía solazarse á su placer escuchando los aimoniosos acordes del instrumento, herido, sin duda, por manos femeniles, según la suavidad con que agitaban las teclas. Así debió pensarlo nuestro escritor, que permaneció como enclavado contra los hierros del balcón, de espaldas á la calle, relacionando tal vez, allá en su mente, aquellos sonidos con lo que acababa de escribir. La pieza que ejecutaban con tal primor, era una melodía dulcísima, desconocida, improvisada quizá por la misma profesora; y aquel torrente de sentimiento, de inspiración y de armonía, se iba infiltrando sutilmente, de una manera particular y extraña, en el corazón de Claudio, cuyas delicadas fibras se estremecían al compás de cada nota. Cuando más abstraído se hallaba, la música cesó, y el silencio repentino le impresionó dolorosamente. Aguardó, sin embargo, con la esperanza de volver á escuchar el piano, pero inútilmente: el instrumento no volvió á sonar más, y una hora después Claudio se retiró del balcón, disgustado, aunque acariciando, en lo profundo del pecho, aquella preciosa melodía, cuyas vibraciones repercutían en su alma. —¡Oh! ¡La mujer que siente así, y que de tal modo sabe expresar sus sentimientos, debe ser un ángel de ternura!—pensaba el joven, dando rienda á las ideas que se agolpaban 'á su mente soñadora.—La veo con los ojos de la imaginación, y es encantadora. Sí, no me cabe duda: es ella, la mujer de mi pensamiento, la imagen divina que se destaca en mi fantasía como la más bella y constante aspiración de mis deseos. E s IBÉRICA ella: aunque no he visto su rostro, lo adivino; la pulsación de sus dedos sobre el teclado, me ha revelado lo bastante para conocerla, i Dios mío! ¿Será esta la realidad do mis ensueños? Pero ella... ella no me conoce; y si me conoce... ¡Oh! No. ¿Por qué esa ruindad de pensamiento? Mi alma es hermosa, y el alma es lo que vale. Esa mujer debe asentir y estar conforme con mis ideas. Es preciso que yo me acerque y que le hable. Le explicaré lo que ha hecho sentir en mi pecho con sus acordes, la rara identidad de nuestros sentimientos, y ella me comprenderá, sí, me comprenderá; y con esa nobleza de espíritu que debe distinguirla en todos sus actos, posponiendo á las consideraciones sociales de ese mundo tirano y cruel, que veja y que mar- 339 Consecuente en su empresa, continuó igual aquel día, con la misma mala fortuna del anterior; pero, decidido á adelantar algún paso, procuró inquirir por un criado de la casa sitiada, y de sus investigaciones sacó, al fin, en claro, que allí vivían los Sres. de Ruiz; que quien había tocado el piano era una señorita llamada Ernestina Méndez, amiga de los señores, con quienes había pasado algunos días, marchando, hacía ya dos noches, hacia Cádiz, su país natal. No fué preciso saber más: era lo bastante para Claudio; y aunque se retiró á su gabinete, mortificado por la idea de la distancia que le separaba de ella, no por eso desistió de su empeño, antes al contrario, pensó en la realización de su deseo con más vivo ardor. MISTRESS CRAIK, CELEBRE NOVELISTA INGLESA tiriza, en vez de compadecer y amar al infortunado; posponiendo la delicadeza y bondad de un verdadero afecto, me dejará oir el eco de su voz, tan deliciosa como los suaves sonidos que ha derramado en mi corazón, haciéndome experimentar estos gratos ardores que siento. Si, sí: nos pondremos do acuerdo, y después... ¡la felicidad ! ¡el cielo 1 En estas y otras meditaciones pasó Clau.dio la noche, y á la mañana siguiente despertó arrullado por los mismos fantásticos pensamientos. Dispuesto á llevar á cabo su plan de conquista, activo lidiador, comenzó por sitiar la fortaleza, paseando unos ratos por la calle y pasando otros colocado de atalaya en su balcón. Sus gestiones de aquel día fueron vanas: ni el piano, en el que fundaba tan lisonjeras ilusiones, volvió á resonar siquiera. Triste con no haber adelantado nada, y excitado aun más por la remora que aquella dificulta! ponía á su vehemencia, no durmió la segunda noche, y el nuevo día le sorprendió de mal humor y dolorida la cabeza por las cavilaciones y el insomnio. ¡Ernestina! Se llamaba Ernestina, y aquel nombre precioso era el complemento de la mujer adorada. —Le escribiré,—decía;—le escribiré unos versos. No: un poema de amor en prosa es más persuasivo todavía. Le diré todo lo que siento, no con las galas del escritor, sino con el fuego de una sincera pasión, de un verdadero afecto. Le contaré también mi historia, mis desdichas pasadas, mis afanes del presente, mis esperanzas del porvenir... Manos á la obra. ¿Qué me importa no conocer la dirección de su casa? Confio que mi carta ha de llegar hasta ella tan sólo con su nombre. Y con febril entusiasmo cogió la pluma y escribió la misiva amorosa, retratando fielmente en ella, sin afección ni vanidosos alardes, sus leales propósitos, la bondad de sus condiciones morales, y la confianza de un porvenir seguro, debido sólo á su trabajo é inteligencia. CAROLINA DE SOTO Y COREO (Se continuará) I^^WHPBiWPPBP" w i»fft!''Bgg<?p»ggBiBl!^^gWMPWW»SII!'pW»^ P!*,! lili, •ílll'lljil" l|iílí|i||[Í,if •»^. '" "I i^^m i«!«l lllllllliill'i'lM .',' lllÍllillll||,| A S P E C T O D E L P U E R T O DE B A R C E L O N A D U R A N T E LA C E L E B R A C I Ó N DE L A S R E G A T A S (dibujo de Asarla) minf^^mm"'^^^ LLEGADA DE S. M. LA REINA R E G E N T E Y S S . AA. A L M U E L L E DE B A R C E L O N A LA T A R D E EN Q U E S E V E R I F I C A R O N L A S R E G A T A S (dibujo de P. y V alor) 342 LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA ¡SOBRE UN PREMIO! Me lo figuraba: el fallo de la ACADEMIA E S PAÑOLA adjudicando el premio de cinco mil pesetas, ofrecido por la Regente para la mejor obra dramática estrenada en los teatros de España durante el año de 1887, al insigne S E R A F Í PITARRA por su drama Batalla de Beynas, ha dado ya mucho que decir, y ha de dar más que hablar todavía. Nosotros somos como Dios nos ha hecho y muy parecidos á los famosos guardias walonas en aquello de llegar siempre tarde á la procesión: cuando seria de oportunidad, y hasta de provecho, discutir, guardamos silencio; cuando la discusión resulta ociosa, inútil, y hasta impertinente, se nos antoja buscar polémicas acerca de pleitos fallados ya y ejecutoriados. el encargo recibido, y acerca de esto no me parece que cabe discusión ni duda siquiera. La Regente de España, entendamos esto, de España, no de Castilla, habla otorgado un premio á la mejor obra dramática representada en los teatros de España (de España) durante el año próximo pasado: este era el hecho. Los encargados de adjudicar ese premio eran los académicos de la Española. Habría entre ellos quienes juzgasen poco político premiar obras escritas en catalán ó en bable, en valenciano ó en basco; habría también quienes, por el contrario, estimasen muy hábil y muy conveniente traer al concurso dramas catalanes y gallegos, valencianos y éuscaros. Pero la cuestión no era esa: ni los señores académicos estaban llamados á dilucidarla, ni siquiera á emitir opinión acerca de olla. El deseo de la donante era claro, y estaba claramente expresado: quería premiar la mejor obra dramática re- C O R N E R H O U S E , R E S I D E N C I A DE M I S T R E S S CRAIK Cuando los señores académicos de la Española celebraron sesión á fin de cumplir el honroso encargo recibido de Palacio, surgió entre ellos la cuestión previa de si habían de concurrir al certamen todas las obras dramáticas estrenadas en España, ó si debía entenderse que el premio concedido había de ser adjudicado precisa y necesariamente á una obra estrenada en Madrid. La discusión fué borrascosa: aparecieron allí las tendencias de los defensores de la literatura regional y las aspiraciones de los partidarios del unitarismo; por una parte y por otra se sostuvieron con empeño las respectivas doctrinas y sus legitimas consecuencias; y después de acaloradísimos debates, y hasta, si no estoy mal informado, de dos votaciones distintas en sus resultados, quedó resuelto que debían ser admitidas al concurso, como obras españolas, las estrenadas en toda la tierra de España, escritas en cualquiera de los idiomas que son conocidos como españoles. Para mí (entonces lo dije y lo repito ahora) esta determinación era la sola razonable, la única admisible. Confieso que, á fuer de federal, soy muy partidario de las literaturas regionales; pero prescindo en absoluto, para pensar así en este caso de que ahora se trata, de mis opiniones políticas y de mi odio inveterado á todo lo que sea absoluto, centralizador y tiránico: sólo se trata de la manera de interpretar presentada en los teatros de España. ¿Barcelona es España ó no? ¿Valencia es España ó no? Pues Valencia y Barcelona estaban incluidas, lo mismo que Madrid, en la orden y eft el encargo. Que pudo haberse hecho otra cosa; que debiera aconsejarse distinto procedimiento á la Regente: cosas serán para discutidas y comentadas por el público y por los particulares, según sus opiniones; pero no eran para ventiladas en la sesión á que me refiero. Como era natural, y como debía ocurrir, prevaleció la idea de que se incluyesen en el concurso todas las obras estrenadas en España. El acuerdo se hizo público, dieron noticia de él casi todos los periódicos, y, sin embargo, nadie, que yo recuerde, prestó atención alguna al asunto; ningún autor dramático le concedió importancia. Creo que me cupo la honra de ser la excepción única: di noticia de lo acaecido en aquella sesión ruidosa, y expuse mi parecer de que, en efecto, los autores catalanes, gallegos, valencianos y bascos debían ser admitidos al concurso. Como nadie dijo absolutamente nada en contra, como ningún literato combatió este acuerdo de la Academia, pudo creerse, y yo lo creí á pies juntillas, que la cosa había parecido á todos razonable y la determinación justificada; pues si es cierto que la lógica dice que el que calla ni otorga ni niega, ocasión hay, y ésta era precisamente una de ellas, en que tiene más fuerza que el precepto científico el adagio vulgar: quien calla otoi ga. Oportunísimo habría sido entonces combatir la resolución de la Academia, tronar contra aquella especie de estímulo á las literaturas regionales, aducir, en una palabra, las razones que se han aducido después... después... cuando se ha visto que era catalán el poeta premiado. ¿Se pretendía, por ventura, que los poetas no castellanos entrasen en el concurso como simples figuras decorativas para dar más realce al triunfo de la literatura de la corte? ¿Se juzgó, quizá, que los catalanes eran aptos para enti'ar en el concurso, pero no para obtener el premio? Tal manera de discurrir no deja de ser peregrina. No conozco el drama Batalla de Reynas; pero conozco muchas obras de su autor, y me parece muy capaz de escribir obras dignas de premio. Si ésta lo es ó no lo es, no puedo decirlo, á bien que tampoco se trata ahora de aquilatar la mayor ó menor justicia del fallo de la Academia. Doy por supuesto que es justo; pero, suponiendo que no lo fuera, no probaría esa injusticia sino la falibilidad inevitable d e l o s juicios humanos. Lo que digo y repito es que, dentro de las condiciones i n d i c a d a s terminantemente por la donante, han debido ser llamados á concurrir no solamente los poetas castellanos, sino todos los que cultivan la literatura dramática de España; que dentro de esas condiciones cabe que haya sido premiado un dramaturgo catalán, no por las o b r a s que antes haya hecho, como lo dice un corresponsal, sino por la estrenada en 1887, que es la que se trataba de premiar; y que otro modo de proceder h a b r í a s i d o , no quiero decir impolítico, porque no q u i e r o mezclar en esto la política para nada, sino injusto y nada conforme con los deseos de quien había concedido el premio. A los que pretenden juzgar esos deseos ó analizar los medios empleados para realizarlos, les abandono en su tarea, que ni me compete ni me agrada. A. SÁNCHEZ P É R E Z -•3je- SEPULCROS DEL SIGLO XV I. Lucha de las escuelas italiana y del norte.—II. Escuela italiana.—Iir. Escuela del norte: Museo Arcmeológico. Miraflores, Itatalha.—IV. Particularidades.—V. Estatuas orantes. I. Dos escuelas artísticas, totalmente opuestas en su modo de concebir y en la ejecución, pugnan en el siglo xiii, y más declaradamente en el xiv, por imponer sus cánones, venciéndose recíprocamente ó mezclándose en diferente medida sus respectivos ideales y procedimientos. Esas escuelas, venidas de afuera, bajo cuya dirección permanece el arte nacional, primero en sumisión completa, más tarde osando mostrar su propia genialidad tímidamente y en alguno que otro rasgo, estaban representadas por artistas italianos y flamencos, ó del norte, como más comunmente se les suele denominar. Los escultores españoles adoptan la manera S43 LA ILUSTRACIÓN IBÉRÍCÁ de unos y de otros, y pocas veces intentan fundirlas en otra que fuese propia y original. En Sevilla puede estudiarse esta contraposición en el mismo templo. La iglesia catedral posee (cap. de San Hermenegildo) el sepulcro del arzobispo Cervantes, obra celebrada por su delicadeza, finura y armonía; del bretón ó flamenco Lorenzo de Mercadante, y en otra capilla (la llamada de la Antigua) el del arzobispo Hurtado de Mendoza, debido al cincel del toscano Miguel, el Florentino, ambas obras separadas por corto número de años; pues si la primera es de fines del xv, la segunda fué hecha en los primeros del xvr. Si en aquélla el estilo ojival, flamenco para otros, se acusa en todos los pormenores y en las estatuas que la adornan, que son de barro cocido; en ésta, sin caer en las exageraciones del Renacimiento, que convertía en personajes de la Historia Sagrada los dioses del paganismo, poniendo en vez de una Eva una Venus, como tnicede en el sepulcro del Tostado en Avila, se hace uso de aquella profusión de figurillas y motivos de ornato, tomados del reino vegetal, que tanta elegancia imprimía á sus obras. (1) I I . En la misma catedral (capilla de Santiago) está otro sepulcro, el del arzobispo D. Gonzalo de Mena, que muriera en 1401, compuesto de estatua yacente y urna con zócalo y relieves, en el cual un crítico observa, juntamente con el predominio de la escuela italiana, que mejora el estudio de las formas, de las proporciones y de la composición, al par que ofrece un ideal más elevado, la aceptación de estas cualidades por parte del artista español que pretende hacer suyo el estilo y expresarlo como tal. Conato este, nada más, de emancipación. (2) El uso del baldaquino, que tan notables ejemplos tiene en el siglo Xiv, especialmente en la corona de Aragón (Santas Creus, Poblet, El Puig) se conserva en el xv: lo hay en el monasterio de San J u a n de Ortega (á 4 leguas de Burgos). (3) I I I . En cambio el estilo flamenco ú ojival caracteriza multitud de obras, entre las cuales las hay de mérito extraordinario. En el Museo Arqueológico de Madrid está el sepulcro de D."^ Constanza, nieta del rey D. Pedro de Castila, que procede de Santo Domingo el Real, lonvento destruido de aquella capital. El bulto yacente, bastante bien ejecutado, la expresión del rostro tomada del natural, las figuras colocadas en distintos puntos de la urna, que simbolizan las cuatro virtudes, de buen estilo y notables por los partidos de los paños, á la manera alemana: tales son los rasgos más culminantes (4). También en el propio Museo merece notarse la eátatua yacente, hecha con gran primor, de D.'i Aldonza de Mendoza, traída, con lo demás del sepulcro, de Lupiana (Guadalajara). (5) Pero donde este estilo alcanzará su ijiás elevada expresión, hecho lo cual se extingue y muere, cediendo el puesto al Renacimiento, es en la cartuja de Mirallores. «Parece que allí dio las boqueadas el goticismo,» escribía en el siglo pasado un erudito (Posarte); y en aquel monumento arquitectónico, Gil de Siloe, padre de Diego, el famoso arquitecto que uniera su nombre á la catedral de Granada, dejó todas sus obras, por lo menos las que como de él son conocidas: el retablo del altar maj'or, y los sepulcros de don J u a n I I de Castilla y de su mujer, y el del infante, D. Alfonso, su hijo, éste con estatua orante. El sepulcro de los reyes de Castilla, que el grabado y la fotografía han reproducido en muchas ocasiones, de planta octógona, teniendo á los lados varias figuras (las virtudes teologales y cardinales), y so'bre la urna los cuatro evangelistas, con profusión de labores y ornatos, en los que se llega al detalle más insignificante, con escudos que sostienen grandes leones de relie(1) Tubino: Mus. esp. de antigüedades, viii: el crucifijo de Roldan. (2) Boutelon: Sev. de FU: Sevilla, v. (3) Assas: Mus. esp. vi,, pág. 241. (4) Rada: * í s . esp., V, lám.". (h) Oh. rit.. II, lóni.». • , • ve, es obra que, aunque inspirada en el arte ojival, trasparenta la influencia del renacimiento, bien visible en todo. Comenzada en 1483, es conceptuada como la más importante del estilo ojival y digna de poderse poner al lado de otras del mismo género que existen en el extranjero. (1) Portugal puede envanecerse de poseer sepulcros muy notables en la famosa iglesia del convento de Batalha y algunos otros en el Musen do Canno (Lisboa). Aquellos, influidos ya por el Renacimiento, ó por lo menos anunciándolo, figuran en el panteón de D. Juan I, cuyo sepulcro, el mejor de los del reino lusitano, ostenta un grupo expresivo, compuesto de las estatuas yacentes del rey y de la reina, en el que, más atento el artista á la representación realista de los difuntos, la figura de la segunda resulta más corta que la del primero, y ambas cabezas abultadas con exceso, (2) en vida, si ésta se limitaba á representarlo muerto. Hay quien censura esta posición nueva, que hace perder al monumento funerario su significación adecuada, por más que aumente artísticamente su mérito. Admitida, necesariamente se habían de modificar ciertos pormenores: así los almohadones que sirvieran para sostener la cabeza de la estatua yacente, se colocan ahora delante de los reclinatorios en que parecen orar la?! estatuas arrodilladas; los libros ó devocionarios, puestos en las manos y cerrados, figuran luego sobre los mismos reclinatorios abiertos. Con estas mudanzas se pierde el espíritu antiguo: ¿gana el arte? (1) Las más antiguas de esta clase de estatuas son las del marqués de Villena y su mujer, acompañadas ambas, aquélla de un paje, ésta de una doncella, que existen en el monasterio del Parral (Segovia) y pasan por ser obras del escultor Sebastián de Almonacid. (2) G A B I N E T E DE M I S T R E S S CRAIK IV. A la mayor perfección que los sepulcros de este siglo ostentan sobre los del ir^mediato precedente; al lujo, no siempre contenido en los límites del buen gusto, con que se construyen y decoran; hay que añadir, como rasgos peculiares que aparecen ahora por primera vez, el empleo de estatuas, que unas veces se colocan en los ángulos de la urna ó arca, como sirviéndole de sosten; otras á los pies del bulto yacente, donde en posiciones adecuadas se ven pajes, doncellas ó dueñas. De esto último os ejemplo el sepulcro del primor conde de Tendilla y su mujer, en la iglesia de San Ginés de Guadalajara. De lo otro se encuentran muestras en la capilla llamada de Santiago (Toledo: cat.). (3) V. Tan característico como lo indicado es la novedad que aparece en fines de este siglo, cuando formas más sencillas permitían al artista intentar otras de mayor dificultad. Nos referimos á la estatua orante en que se convierte la yacente, representando aquélla, al sepultado, (1) Rada: 06. cit., n i , pág. 814. (2) Amador de los Rios, J.: Ob. cit. v n , pág. 4,'i. lám.» (:!) ,\ss»s: Ob cit., VI, pág. 242. En el Museo Arqueológico se guarda la del rey D. Pedro de Castilla, que se hizo en tiempo de los Reyes Católicos y que merece fijar la atención, especialmente por el partido de los paños. (3) Una de las más bellas en su género y estilo es la de D. Juan de Padilla en el monasterio de Predesval, cercano á Burgos. (4) Todavía en ella se ve el arte de la edad media, tan distinto |y opuesto al arte del Renacimiento, que á muy poco había de embellecer el Escorial con otras estatuas orantes, las que figuran en la capilla mayor de su iglesia, ¡Cuan interesante fuera el estudio comparativo de una y de otras! EDUARDO SOLER Y PÉUKZ (1) Amador de los Rios: 06. cit. (2) Asi lo dice el Sr. Carderesa: Iconogr. V. además Assas: Mus. esp. vi, pág. 241. (Z) Se reproduce, mediante dibujo del Sr. Casado, en el Mus. esp. IV. (4) Assas: 06. c«., VI, pág. 242. BARCELONA: INAUGURACIÓN DE LA EXPOSICIÓN UNlV^f^SAL POR S. M. LA REINA REGENTE (dibujo de J. Serra Pausas) 346 LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA RIMAS En oti'O tiempo, de memoria triste, tus miradas buscaba con anhelo, y á mis ojos subía desde el alma la ardiente llama de mi amor intenso. Tú, ingrata y desdeñosa, despreciaste aquel cariño que anidó en mi pecho, y jamás conseguí que me miraran tus grandes ojos negros. II Hoy que el tiempo pasó, y qvie he olvidado aquel profundo amor que me inspiraste, lo buscas en mi pecho, no i)ensando que huyó con tu i-ecuerdo á otros lugares. Hoy no apartas tus ojos de los míos buscando sus miradas anhelante, y suspiras al ver que indiferente me fijo en otra parte. PEDKO BONKT ALCANTARILLA Era indispensable aprovechar la festividad para pasear y lucir la ropa. Da gusto cuando se tiene una levita reservada para esas solemnidades y no se saca á luz en otros días, si no es para que le dé el aire, también frase técnica en lenguaje casero, y librarla de polillas y demás contingencias posibles. E s imposible que llegue en su vida á ser persona importante, ni siquiera de bien, en opinión de las familias pacíficas y cursiles, quien no cuide las prendas de vestir. El hombre descuidado no pasará de ser un hombre oscuro, sin representación, y en poco no añaden: y sin vergüenza. No exceptúan de este anatema, las mujeres de su casa ni los hombres de su oficio, á las personas que tienen criados que se encarguen de la policía del dueño ó de las prendas de su dueño. Llega un día solemne, y el hombro de la levita conservada casi en lata, como las sardinas y los pimientos riojanos, puede lucirse. Como la señora que conserva un vestido de seda negra ó de color, para un día, y un sombrero ó una mantilla ó un velo de encaje. COPENHAGUE DÍAS DE GALA —Pues si en un día como el de hoy no se viste una,—decía la esposa del Sr. de Z., empleado probo ó recatado en aduanas, en la clase de tropa, es decir, de funcionarios de poco sueldo y de poco pelo,—(ipara cuándo se quiere la ropaV Hay días clásicos, como por ejemplo el de Corpus, el de Viernes Santo y otros de igual solemnidad. Desde las primeras horas de la mañana se nota en la casa excesivo movimiento, algo anormal. —¿Qué ocurrirá en el tercero?—me preguntaba en uno de esos días, oyendo ruido de pasos en el piso inmediato superior al mío.—¿Habrá algún enfermo? No, señor, nada de eso: era la familia de 7J., que aquel día estaba libre de servicio, esto es, el jefe ó cabeza visible no tenía oficina, como dicen en lenguaje técnico los funcionarios. Y no tenía oficina porque era el día del Corpus el que celebraba la Iglesia., [Y que disfrutan poco padres y chiquitines, si los poseen, en semejantes fiestas! Lia noche que precede al día de gala, apenas pueden dormir los miembros de la familia. Sueñan con la felicidad que han de proporcionarse en el día siguiente. El padre se ve, entre imaginaciones pintorescas, al lado del ministro de su ramo, en besamanos ó en consejo. Todos sus compañeros de gabinete y el cuerpo diplomático miran con envidia la levita y el pantalón, y el conjunto, en fin, de Z. Y ¡ con cuánta soltura, cuáu superior se considera en el uso de las prendas de vestir! Apenas da importancia á tanto lujo. Solamente al subir ó al bajar del carruaje, oye una voz, para él conocida, que dice: —Ahí va Z. con su levita y su pantalón de Colmenar Viejo. Parece que se la han hecho de piel de toro colmenareño. Es una levita con melenas. Aquella voz es la de un escribiente, su compañero en la oficina, que se perece de envidia porque no tiene ropa negra. —¿Sabes lo que he soñado?—pregunta á Z. su señora, en cuanto ambos despiertan. —No. —He soñado que había asistido á un banquete en palacio. —¡Caramba! Lo mismo que yo. —¿Sí? —Pero tú ¿con clase de qué ibas á palacio? —En clase de título. —¡Ah! Vamos; pues adiós, titulo. —¡Toma! ¿Por qué no había de ser yo titulo? —Porque no lo eres. ~ ¿ Y tú? —Comprenderás que en mí sería más fácil • qite se cumpliese parte del sueño. No digo yo que suceda; pero, al fin, soy hombre, y estoy en una carrera del Estado, siquiera sea en un puesto humilde; y de menos hizo Dios á algunos ministros. Nadie nace personaje, sino que llega á serlo en fuerza de tiempo. Esta discusión suele producir algún disgusto entre los consortes. Pero en tal día no hay enojo duradero. Es preciso concentrar la atención en vestirse bien. Digo, relativamente al gusto del consumidor. Apenas se desayunan grandes y chicos de la familia, empieza el abrir baúles, armarios y cómodas para sacar la ropa. El orden del espectáculo es éste: Primero: sinfonía. Esto es: primero un jabón general á los niños para limpiarles la cara y las manos, y hacerles dignos de las prendas que van á vestir. Segundo: extracción de las dichas prendas y de las pertenecietites á personas mayores. Sobre las mesas, sobre las sillas, en todas ])artes, hay alguna prenda cuidadosamente colocada. Las amenazas únicas que ocurren al padre y á la madre, para contener á los chiquitines, que saltan y chillan de, alegría pensando en que los van á vestir de lujo, son las siguientes: —Si no estáis quietos y calláis, no os visto ni salís á la calle. ¡Pobres nenes! ¿Qué mayor castigo? ¡ Cuando también alguno de ellos se ha visto entre sueños vestido de pájaro del Paraíso, con plumas y todo!... En cuanto se ven vestidos, empiezan las carreras y las voces subversivas. Y como los padres se ocupan en vestir?e, no cuidan tanto del orden y se contentan con decir de cuando en cuando, desde su habitación : —Ahora voy á desnudaros. Tei-mina la toilette de los padres. Ya íistán disfrazados todos los individuos de la familia. A la calle, previas las precauciones para evitar un incendio, ó demasías del gato, etc. ¡Cómo van! Nadie negará que todos ellos pertenecen al mismo grupo. Son troncos y ramas del mismo árbol. —¡Buena familia!—dice un transeúnte. —¡Qué sombrero el de la señora!—opina otro individuo.—Es el ejemplar más curioso que he visto en la especie. —¡Pobres niños! ¡Cómo los han puesto! —¡Un caballero con casco! ¿Con qué habrá untado el sombrero que brilla tanto? La familia da golpe donde quiera que va. No falta quien les dirija algún piropo á boca de jarro. Pero ellos van superiores á la envidia y desdeñan la maledicencia. El afán de lucirse es el único que los embriaga. Suele suceder que el tiempo varía. Parece que hay un demonio burlón encargado de molestar á las personas pacíficas, y aun do mancharles la ropa. De pronto empiezan á presentarse algunas nubecillas. 347 LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA El sol se retira para reirse con libertad de las familias de gala. Vuelve á asomar con alevosía para engañar á los incautos, y repite el juego, como significando : —No se alarmen Vds.: estoy á la mira para evitar complicaciones. —Se ha estropeado el dia,-^piensa y dice la señora de Z. i Desgraciada! Lo que se estropea pocos minutos después es su vestido de seda, su sombrero de forma de queso de Villalón, y el sombrero de su esposo y la levita de pelo largo, y los trajes de colibrí de los niños... La señora empieza á ennegrecer; y cuando penetra la familia en un portal para guarecerse del agua que cae á torrentes, ya la infortunada esposa tiene la cara negra del todo. Las gentes ríen á costa de la señora culotada. —¡Dios mío! i Te has vuelto negra!—exclama el esposo, aterrorizado. E s que se le han desteñido los guantes. ¡ Adiós gala y adiós ilusiones! Parece que el demonio anda mal de ropa, según el odio que demuestra á las personas bien vestidas, enviando la lluvia. Porque, según ellas, es el autor de esas sorpresas. III En el nombre del Padre, etc.... confiieor. Yo soy Pablo, hijo de J u a n Antonio Gorbea y Úrsula Calvete. Ya os he contado la santa muerte de mi padre, el honrado timbalero de Puen de Luna del Cinca, que se fué al otro mundo amando la libertad por presentimiento, como una doncella de quince años que abraza en sueños al Ángel de su Guarda con bigote. Mi pobre madre siguió en su muerte, muy de cerca, al fiel compañero de su vida, y quedé 3^0 con esto en una espantosa soledad, sin más compañeras que mis lágrimas y mi inexperiencia. Ahora mismo, al recordar estos días nublados de mi vida, siento correr por mi cuerpo un temblor nervioso semejante al rizo pasajero de la superficie de un estanque cuando pasa una ráfaga de viento; y aun casi era ayer cuando, asis- y enjugar mis lágrimas, sin esperanza material de que yo le pagara sus desvelos, sentí un deseo vehemente de hacer por él algo que demostrara mi afecto; y ¡cuan apenado me hallaba de no poder agradecer, aun al precio de mi sangre, la amistad y desinteresada solicitud que no se compran ni se pagan con todo el oro de este mundo! Noté, en esto, como en la herencia no se hacía mención de el caballico, y tomé el partido de hacer saber á Botaya como era mi voluntad hacerle donación. Pero él me objetó, y dijo como quedaba más que pagado con mis deseos; é insistiendo 3'o con fundadas razones, accedió por fin; y cuando saqué el tal caballo, todo tiznado entre la ceniza del fogón, echó á reír, con grandes ganas, de mi inocencia, y de su burla en creer caballo verdadero lo que en Castilla no pasa de trébedes ó trípode de sartén. —Así como así,—le decía yo,—un caballete EDUARDO D E PAI,ACIO ^^^ ESTUDIOS PARA UN CUADRO (OONTINUACII'IN) II ¡Bendito Dios! ¡Y cómo desmaya mi ánimo, y cuan flaco y rebelde se muestra el espíritu, para emprender esta dolorosísima y sincera confesión de mis pecados, los cuales, por ser tantos y tan grandes, piden, que, no en secreto sino á grandes voces, los saque á la pública execración, para que mi vergüenza comience la obra redentora del arrepentimiento! No me mueve ciertamente á emprender este trabajo, que por lo inaudito bien pudierais creer obra de un loco, ni escrúpulos monjiles, ni aun hipócritas nimiedades de conciencia; y como la verdad debe quedar siempre en su punto, dígoos que ha sido muy gran parte para moverme á ello ol pensar que la magnitud de la pena debe ser bien proporcionada á los puntos de malicia del delito, y la consideración de que los crímenes que escapan á la justicia de los hombres no se esconden á Dios, que es la justicia y la verdad eternas. Encontraréis la razón suficiente de lo que intento, en el capítulo de mis yerros, para el que guardo, según es costumbre entre noveladores y retóricos, la confesión de una hazaña que por lo terrible puede muy bien llamarse epilogo y síntesis en el triste discurso de mis pecados. Barréname la conciencia algo punzador que me atormenta en tanto grado que humildemente pido á Dios me dé y conserve voluntad y poder para echar de mí esta espina, aun cuando el acero despiadado me arranque gritos de dolor al sondear la malicia en mis entrañas. Soy viejo, porque mi espíritu es algo que muere. Duro es el trance y amargo el cáliz: sólo pido fuerzas para sorber de un trago hasta las heces. Y vosotros, generaron nueva, que traéis en el cerebro fermentos de luz y levadura de esperanza, en el alma el eco generoso de caridad regeneradora, y en la frente el ósculo de paz, símbolo del verbo que consagró á los hombres como hermanos; no hagáis de mí escarnio, al verme en el ominoso calvario de mis crímenes, porque mi ánimo no vacile: cuando muera, mostrad este relato como lección provechosa á Vuestros hijos, y aventad mis cenizas. \ UN B U E N tiendo á una clase de humanidades y como el profesor analizara aquello de: Témpora si fuerint niibila; solas eris, sentí un ahogo como si una culebra me subiera del pecho á la garganta, y, con el rostro lívido y rebeldes los nervios, rompí á llorar, con general asombro de los compañeros que me rodeaban. Muerta mi pobre madre, que en gloria esté, el párroco hubo de hacer el inventario de la herencia, en lo que se emplearon tan pocos puntos, ítemes, ni otrosís, que trascendía á eternidad en lo de no tener ni fin ni principio. El amigo Botaya, que se había portado como un héroe disputando al tifus la vida de mi madre, no me abandonó en tan duros trances, supliendo mi falta de fuerzas y esforzámlose por serenar ron textos y refranes mi ánimo dolorido. Encargóse voluntariamente de realizar el corto mobiliario, maltrecho y destrozado en aquellas noches de lucha angustiosa, y apenns pudo vender una mesa un tanto coja y dos sillas mugrientas; porque las ropas, jergones y demás, conservaban un vaho de hospital que no se cotizaba á ningún precio. Volvió, pues, luego, con un pañuelo de yerbas lleno de monedas de cobre, y lo vació en mis manos. Aquella solicitud del amigo fiel de mi padre me enterneció. La atmósfera de desengaños en que había vivido contribuía á hacerme pesimista; y al encontrarme con un hombre que había expuesto seriamente su vida por salvarme á mi madre, y que, estando yo en la desgracia, no dudaba en tenderme una mano LIBRO con solos tros pies, y atm éstos flacos y torcidos, no me hará ir muy lejos; y si es cierto que el tal jaco no come, tampoco podrá darme de comer; y, en fin, que más quiero el caballo de San Francisco, que aligera el paso y con él saldré por el mundo á recorrer mis propiedades, que son sendas roubadas de tierra en montes propios, y sino díganlo los fueros; y, cuando el hambre apriete y no de treguas, no sino comer el sabroso pan de aguces y beber el agua de los cielos. Quedó Botaya contento de mi buena disposición de ánimo, y prometió ayudarme en lo de montar las de San Francisco; y aquel mismo día fué á hablar á Franchirol, un arriero con hazañas de contrabandista, que hacia dos ó tres viajes á Francia, de mayo á octubre, sin perjuicio de pasar en cualquier época los prófugos de todas especies por sendas del Pirineo que, no ya los carabineros, sino hasta las cabras monteses ignoraban. Despedíme, con lágrimas, del buen Botaya, que me recomendó muy eficazmente al arriero. Entregó al mismo un duro para que por mi cuenta pagara las posadas, y á mí una carta de recomendación para Mr. Miguel C , cura español expatriado en Tarbes; y al rayar el día siguiente emprendí la primera peregrinación, calvario ó destierro, con una brisa del Cinca que cortaba el aliento y erizaba los penachos rojos de los machos de Franchirol. Varias veces me volví para mirar atrás, pero el frío de la mañana, que me azotaba de lleno la ^i«ftM«^;MlLJlipWl^llíl«l,l,p»!|ITOU.|l|MÍP/!pyil!MI »wuiipip)B^jppjjluii>ii|i»ji|.üiiupuji|i|.^j4jU|J,«^^ S O B R E EL M U L L I D O C É S P E D {dibujo de Welile B A R C E L O N A : S. M. LA R E I N A R E G E N T E EN LAS CARRERAS DE C A B A L L O S (dibujo de P. y Valor) LA ILUSTRACIÓN 350 cara, amargaba más las lágrima.s y embotaba los miembros. Vi en una altura el campo do los muertos: me arrodillé y oré uu momento; envié á las cenizas de mis padres un Viltimo adiós, que corearon las alondras y loscisverdes; y, sintiendo un escalofrío de tristeza dulcísima, miré al campo santo, después al cielo, y eché á correr en pos de la reata, cuyas campanillas sonaban ya algo lejos. M. ALMU DEVAK (Se ctfíUinuarn) f- NUESTROS GRABADOS CUANDO EL AMOR EB .lOVEN Cuadro de Gustavo Jacquet (^onocido es M. G. Jacquet como uno de los más eminentes acuarelistas de la moderna escuela francesa, y sus cua- CONSEJOS dros gozan, en el mercado artístico, de subido precio. Su elegante factura y habilísimo pincel so bucen bien patentes en la obra cuya reproducción acompañamos. M I S T E E S 8 CRAIK, D I S T I N G U I D A NOVELISTA INGLESA tiran fama alcanzó en vida esta señora, dignísima compañera de Carlota Bronte, Enriqueta Martineau, María Edgeworth, Jorge Eliot, Sasquell, Barret, Brownins y otros insignes atitorcss, con la publicación de numerosos libros, m u y recomendables p o r sus tendencias morales; lo cual hizo fuesen traducidos á casi todas las lenguas europeas. Su nombre era Dinah María Mnlock, y era de linaje irlandés. Nació en 182G, y á los 2,S años publicaba su primera novela. En 180."> casó con Mr. Craili, historiador y crítico notable. Por entonces habla publicado ya la autora su famoso John llali/ax, que le valió innumerables plácemes, muchos regalos de sus admiradores y una pensión de 60 libras esterlinas de la real casa, pues la reina Victoria era grande aficionada á sus escritos. Desde 1869 mister y mistress Craik, felices en su dorada medianía, residieron en Comer House, precioso chalet, en el condado de Kent, donde la ilustre ti- IBÉRICA terata falleció en octubre último á consecuencia de u n a enfermedad del corazón. Todos los libros de mistress Craik se reconocieron por su optimismo y su excelente espíritu cr:^tiano con tendencias democráticas. ]iARCKr.ONA: KEÍÍATAS CEI.EBIÍAUAS E l . RKAL CI.EB DE EN HONOR DE S.S. MM. POR RECATAS Con numerosa concurrencia, que algunos hacen ascender á ochenta mil personas, verificáronse el 21 de mayo las regatas organizadas por el Real Club. A las tres de la tarde el muelle de Barcelona, destinado en u n a buena parte á tribuna, estaba completamente lleno de señoras y señoritas. En la punta se habla levantado u n a tribuna glorieta destinada á SS. MM., muy elegante y bien dispuesta. En el muelle de la Capitanía, la Junta de Obras del I'uerto habla dispuesto otra tribuna. KI puerto y el antepuerto estaban llenos de embarcaciones de todas clases, atestadas de curiosos. Los buques empavesados y las cubiertas de los que tenían vista al antepuerto, asi como los muelles y el dique del Oeste, también cuajados de especiado- PATERNALES res. La montaña de Montjnich era un hormiguero de gente. La Reina Regente llegó á las cuatro y cuarenta minutos de la tarde, acompañada de la princesa y la infantita. Le rindieron homenajes el príncipe de Baviera, el duque de Genova, los ministros, etc., y el presidente y el vicepresidente del Real Club de Regatas. Vencieron los botes JícMmpaf/o, Franginí^, Latot, ^'eremos y Flecha, pertenecientes, respectivamente, el 1.», 4.» y 5." al Real Clul) de Regatas, y el 2.» y ¡i." á la Sociétc des Regales Lyonnaises; iiabiendo conctirrido, además, á la fiesta las sociedades náuticas de Burdeos, Toulouse, VilleneuvesurLot, París, Marsella, Cette, Barcelona y otros puntos. Los premios ofrecidos eran del Rey, Ministerio de Marina, Diputación Provincial, Ayuntamiento de Barcelona, Sociedad do Regatas, de Marsella y Real Club de Barcelona. La Reina presenció parte de la fiesta desde el Real Club de Regatas y parte en el Real Club Náutico de Barcelona. A cansa de la grande aglomeración de botes durante las últimas regatas, quedó obstruido el canal, p o r lo cual fué imposible continuar, y hubo que dejar las tres que faltaban. La fiesta terminó á las seis y media, habiendo resultado sumamente animada y pintoresca. INAUGURACIÓN DE LA E X P O S I C I Ó N U N I V E R S A L DE BARCELONA 2 0 DE MAYO DK 1 8 8 8 Fecha inolvidable será para Barcelona la del día en que quedó declarada abierta la Exposición Universal, y sin duda de trascendentales resultados para el porvenir de España. • El éxito obtenido, á pesar de lo apremiante del plazo, de la indiferencia esquiva de tantos, de la escasez de recursos, délo enervante y desconsolador de la crisis económica, — escribía un corresponsal de un reputado periódico madrileño,—podrá ser un triunfo p á r a l o s que temieron caer vencidos luchando contra todos; pero la victoria corresponde en primer término al pueblo catalán y es una realidad gloriosa para toda España. «El acto de hoy es la suma de nuestro carácter, abierto á todas las audacias redentoras; de nuestras energías, más avasalladoras cuanto más combatidas; de nuestra importancia industrial y artística. No nos admirarán los países extranjeros, pero vendrán á conocernos y estimarnos. No se sorprenderán ante las maravillas de nuestras industrias, pero reconocerán que hay muchas que pueden competir dignamente con las más adelantadas de Europa. No verán en nosotros la presunción de eclipsar los recuerdos de París y Londres, pero nos harán la justicia de creer que tenemos derecho á ufanarnos de haber superado á otros muchos certámenes. •Aquí tenemos hoy las principales escuadras de Europa y los diplomáticos de todos los países del mundo. Ellos llevarán unidos por el m u n d o entero, en señal de triunfo, dos nombres: España, Barcelona.» No es u n catalán quien dice esto, y, por lo tanto, nadie podrá tachar de apasionamiento tan elevadas frases en favor de nuestra capital. Pero reseñemos ya la inolvidable ceremonia que puso en movimiento á todo Bareeiona y á los sesenta mil forasteros que albergaba ya aquel día, por más que sólo una insignificante minoría hubiera conseguido hacerse con Invitaciones. A las tres y media salió de palacio la familia real en un lando á la d' Amnont, tirado por cuatro caballos, y seguido de la escolta real y de buen número de otros carruajes con la alta servidumbre, pasando por las calles de Fernando, Rambla, paseo de Gracia, Cortes y paseo de San Juan. Con el ceremonial de palacio entró S. M. en el magnífico salón de fiestas del Palacio de Bellas Artes. S. M., en brazos del ama, entró el primero, rodeado de los guardias alabarderos, siguiéndole SS. AA. RR. la princesa de Asturias, doña María de las Mercedes, y la infanta D.» María Teresa. Venían inmediatamente la Reina Regente, vestida de negro, con elegantes bordados de oro, dando la derecha á la duquesa de Edimburgo, ricamente ataviada. Seguíanles el regio séquito de príncipes, embajadores, dignatarios con vanados uniformes, algunos de los cuales, como los de ios húngaros, recordaban las espléndidas y vistosas vestimentas del Oriente. El trono estaba colocado en la pared frontera á la puert a de entrada, cerrando el espacio que formaba el estrado los alabarderos. Llamaba la atención la magnifica alfombra colocada delante del trono. Bajo el dosel se habla colocado u n sillón con corona real y otro con la condal de Barcelona. A ambos lados del salón se habían colocado palmeras, plantas, tiestos y varias estatuas, y del techo pendían infinidad de banderas de todos los países. El augusto Rey niño, que iba con traje blanco, sombrero de igual color con plumas, se sentó en el sillón real. Delante del Rey, sentadas en almohadones, se colocaron la princesa y la infanta; á la derecha de S. M., SS. AA, RR. el duque de Edimburgo, el príncipe Ruperto de Baviera y el principe Jorge de Gales; y á la Izquierda de S. M., la Reina Regente, la duquesa de Edimburgo y el duque de Genova. Detrás del trono estaban colocados el duque de Medina Sidonia, mayordomo mayor; general Castillo y elevados funcionarios de Palacio. A la derecha del Rey, bajo las gradas, encontrábanse el presidente del Consejo de Ministros, Sr. Sagasta; el general Cassola, ministro de la Guerra; el general Rodríguez Arias, ministro de Marina; el Sr. Navarro Rodrigo, ministro de Fomento; el señor obispo, el alcalde, Sr. Rius y Taulet; los Sres. D. Manuel Girona, comisario regio, y don Manuel Duran y Has, vicepresidente del Consejo General de la Exposición; el capitán general Sr. Blanco; el Sr. Antúnez, gobernador civil de la provincia; diputados, senadores, generales y otras personas de distinción. K la izquierda de S. M. la Reina, bajo las gradas, se bailaban las damas de Palacio, el cuerpo diplomático y el consular, y los jefes y oficiales de las diferentes escuadras y buques de guerra surtos en el puerto. El acto dio comienzo leyendo el alcalde, Sr. Rius y Taulet, un discurso muy elocuente y breve, siguiéndolo otro del Sr. Girona, comisario regio; después de los cuales speechs, previa la venia de la Reina^ el presidente del Consejo, señor Sagasta, dijo, con voz fuerte y clara entonación, que, por mandato d a l a Reina en nom"ljre de su augusto hijo D. Alfonso XIII, declaraba abierta la Exposición Universal de Barcelona de 1888. La orquesta y la banda ejecutaron inmediatamente u n a marcha en la que figuran los temas de las marchas reales é himnos nacionales de varias naciones, abriéndola y cerrándola la marcha real de España. A la salida del Palacio de Bellas Artes, con el mismo ceremonial de la entrada, SS. MM. y AA. se dirigieron á pie, LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA por la avenida de los tilos, al Palacio de la Industria, en el qu» penetraron por la nave central, recorriendo luego sus distintas naves. Los augustos visitantes se detuvieron largo rato en la sección oficial, en las diversas instalaciones españolas, y en las extranjeras que están terminadas ya ó á punt'> de terminarse. Eran ya cerca de las siete cuando la Keina Regente entró en el paliellón real. En la plaza de la Ciudadela un orfeón de trescientas voces y cien tiples, con la banda municipal, ocuparon la gigantesca tribtma que se levanta frente al pabellón real, y ejectitaron un grandioso himno, letra del señor Palau y miisica del maestro Rodoreda. El himno resultó una obra hermosísima, lanío por su composición como por su instrumentación. La ejecución, excelente. Al finalizar el himno disparáronse veintiuna bombas. El público inmenso que llenaba la plaza aplaudió entnsiasraado. La Regente quiso oírlo olra vez y salió al t)alcón, sentándose con la duquesa de Edimburgo. Repilióse el himno, y la segunda audición permitió apreciar las bellezas de la obra. La fiesta terminó á las siete y media, á cuya hora regresó S. M. la Reina Regente á Palacio en medio de los más vivos testimonios de adhesión y respeto. COPENHAGUE Ksta corle es uim de Ins más distinguidas de líuropa, si no precisamente por su animación y lujo, cuando menos por el excelente trato de los dignísimos dinamarqueses que allí habitan. Predomina el gusto francés en todo, y es el centro comercial de todo el reino. Posee 22 iglesias, igual niimero de hospitales y más de 4,000 casas, contando unos 150,000 habitantes. UN BUEN L I B R O . — C O N S E J O S P A T E R N A L E S Inspirados amljos grabados en la cariñosa solicitud de un padre para con su hija, constituyen dos bellas páginas que mirarán con gusto los amantes de las escenas apacibles y consoladoras. ¿Qué mayor encanto que el que presenta la dignificación de la bondad paterna y del respeto fllialV SOBRE E t . MULLIDO CfíSPEU Este grabado, á pesar de no pertenecer á asunto alguno de la Exposición Universal, es muy de circunstancias, y con esto tan interesante como suelen ser siempre los dibujos que tienen por objeto representar á jóvenes de buen palmito. BARCELONA: S. M. LA REINA REGENTE EN LAS CARRERAS DE CABALLOS Animadísimas estuvieron las carreras de caballos celebradas el 19 del pasado mayo. Las tribunas presentaban un golpe de vista espléndido, viéndose completamente atestatadas, luciendo las señoras ricos y elegantes trajes. En la pelouse era también mucha la gente. Poco antes de la cuarta carrera llegó al Hipódromo, en un lando con cuatro caballos de la real casa, S. A. el príncipe Ruperto de Baviera, con el duque do Genova, que vestían de paisano. Momentos después se presentó la comitiva de S. M. la Reina. Los dos primeros carruajes estab in ocupados por las damas y ayudantas de S. M.; y en el tercero, que, como todos, era á la grande d'Aumont, iba D.» María Cristina, que daba la derecha á la duquesa de Edimburgo, y al vidrio el duque de Edimburgo y el principe .Jorge de Gales, vistiendo ambos el uniforme de la marina británica. La llegada de S. M. fué saludada con numerosos y entusiastas vivas, que se repitieron al aparecer la Reina en la tribuna que al efecto se había levantado á la derecha de la de libre circulación. Su Majestad la Reina tomó asiento en la tribuna, colocándose á su derecha la duquesa de Edimburgo, á la izquierda el duque de Edimburgo y el duque de Genova, y detrás los principes Ruperto de Baviera y Jorge de Gales. Se hallaban también en ella las damas, el Sr. Sagasta, otros funcionarios de palacio y varias personas distinguidas de esta capital. Las carreras estuvieron brillantísimas, por manera que el corresponsal de uno de los más importantes periódicos de la corte pudo telegrafiar que nunca se habla visto en el Hipódromo de Madrid tanta animación, tanto lujo y tanto interés como los ofrecía aquella tarde el Hipódromo de Barcelona. LAS MANOS LLENAS DE F L O R E S Bonita imagen en medio de su sencillez. Cnalquier señora cargada de flores, no en el sombrero, si llevándolas en las manos, constituye un tipo delicioso, de gracia .seductora, sin que, por supuesto, estorbe en nada el buen palmito que pueda tener afortunadamente la protagonista, como sucede en nuestro caso. -•ap- MI PRIMA PEPA (CONTINUACIÓN) Todos los Soalzas, Lotheringios y Lambertuccios improvisados clamaban con santa ira por la muerte de Bocaccio, mientras, en varios rinconcitos do la estancia, enamoradas parejas representaban escenas más ó menos escabrosas de las novelas del ilustre florentino. VIII -Démostenos, la princesa Micasilda y My llegaron con toda puntualidad á la mañana siguiente. El príncipe de los oradores griegos estaba, en efecto, muy grave; no me había engaitado su hijo. Bastará á demostrarlo el inaudito flujo de elocuencia que se había desarrollado en él. A no dudar, previendo el hasta entonces taciturno marqués sii fin cercano, dábase prisa á derrochar #1 precioso tesoi-o de frases peregrinas, ideas ingeniosas y períodos rimbombantes que había acumulado en toda una vida de mutismo. -De todo hablaba, pero su tema favorito era la historia clínica de su padecimiento. Como el más aplicado alumno de Hipócrates, trazaba él la etiología de su mal, su anatomía patolégica, su curso, sus complicaciones y su tratamiento; y era maravilloso escuchar á lengua tan habituada al reposo, luchar á brazo pai-tido con tanta frase técnica que parecían inventadas adrede para gimnasia lingual. No hablaba él de este síntoma del charlatanismo, pero á mí me pareció el de peor agüero. La marquesa venía con dos mundos llenos de ropa, decidida á variar de traje cuatro ó cinco veces al día, segiin fuese hora de almorzar, comer, pasear, beber el agua ó estarse en su cuarto. Intimó pronto con la señora de Muceta, declaró que Joaquina y Elisita eran elegantísimas y lamentó en extremo que la necesidad de acompañar á su madre hubiese hecho precLsa la permanencia de Casilda en Villafresca. Por lo que toca á Fly, ya os podéis figurar lo que haría á su llegada. Buscarme, preguntarme dónde vivía Pepa, desesperarse al saber que habitaba en el lado opuesto de la fonda, y quedarse como D. Bartolo en El Barbero de Sevilla, cuando, en el seno de la amistad y dándole una prueba de confianza, le dije que Pepa era mi novia. Salió, al fin, de su atolondramiento, y prorrumpió en una de sus arengas estramiDÓticas. —Nada temas de mi, amigo Fernando. Esa mujer... ¿qué digo mujer?... queW angelo é sacro gia per me. Tú la amas... ella te ama... —No cabe poner primera persona en esa conjugación, —interrumpí riendo. —Pero déjame al menos el goce de mi dolor. Mientras Angélica y Medora huyen abrazados por el bosque. Orlando ruge y hace partícipes de su pena á los árboles y á las i'ocas, á los ríos y á las montañas. ¡Qué bien dice Horacio: Non est dolor sicut dolor mem! Estuve á punto de desmayarme. —No: no hay dolor semejante al que yo sufro. ¡Helas, helas! ¡Venir lleno de ilusiones á Villatibia, y encontrarme, al llegar, con que la amistad me cierra el camino del amor! ¿Has soñado alguna vez en situación más trágica? Poro, te lo repito: no temas. Sabré dominarme. Pepe Alzóla será digno de tu confianza. Ya no deseo volverla á ver. ¡Oh! La suerte me ha sido propicia alejándome del sitio donde ella vive. Ha disminuido mi suplicio. Creo, Fernando, que no te ofenderán mis lamentaciones. —No. De ningún modo. Puedes lamentarte á tu sabor. No me opongo. Y así estuvo un día entero. Se quejó en todos los idiomas posibles. Fué, durante veinticuatro horas, una especie de Jeremías políglota. En el cuarto del marqués no se sabía qué cara era la más compungida: si la del ilustre Demóstenes, atormentado por sus dolores físicos, ó la de Fly, que se proclamaba el más desdichado de los nacidos. Por fin pasó aquel ciclón de lamentos y suspiros, y se desvaneció toda su profundísima pena ante la vista de la inglesa. Ignoro cómo trabarían conocimiento, aunque supongo que su vecindad daría motivos suficientes para ello: lo cierto del caso es que, á los dos ó tres días de su llegada á Villatibia, ya Fly era la 351 sombra de Miss Ida. La acompañaba á todas partes, y destrozaba, en su presencia, la lengua de Milton. La inglesa, por su parte, parecía complacidísima de su nuevo amigo; y de su actitud deduje, con gran placer, que las palabras de Federico no pasaban de ser una broma: jamás aquella sirena de alquiler había pensado en aprisionarme en la red de sus hechizos. Como todas las de su clase, por más que otra cosa dijeran las apariencias, no tenía corazón. Rotas sus relaciones non sánelas con Serafín por una cuestión de amor propio, y vista la inutilidad de sus esfuerzos para arrancar chispas del durísimo pedernal de Federico, había aceptado en seguida, y sin vacilar, la amistad íntima de Fly, buscando únicamente en él, como en todos los que le habían precedido, un bolsillo que se prestase á satisfacer sus costosos caprichos. También yo fui entonces profeta. Vi, com« en lejana visión y á través de vaga niebla, la muerte del marqués, la partición de su herencia y el caudal entero y saneadísimo de Pepito consumido en breve tiempo por la insaciable devoradora de hombres. Vi la desesperación de la princesa Micasilda, las lágrimas y sollozos de Norma y las imprecaciones de la severísima Cañasabia. Y Pepa y yo reimos juntos, no la ruina del pobre Babel, sino la muerte repentina de la que él llamaba ardiente pasión á manos de la rubia cortesana. Tocaba ya, en esto, á su fin la temporada balnearia, y los escasos agüistas que quedábamos en Villatibia decidimos despedirnos con una jira monumental. Acordóse que iríamos al derruido convento de Jerónimos; y hasta mi padre, tío Joaquín y Serafín, que habían formado una partida de tresillo para todas las horas del día, determinaron ser de la expedición. Fly pretextó la necesidad de no dejar solo al marqués para quedarse. La verdad era que como Miss Ida no podía figurar en la caravana campestre, él quería permanecer á su lado en vez de divertirse en nuestra compañía. Federico sacudió su murria habitual, y se comprometió á ir, añadiendo que con la secreta idea de quedarse á hacer vida contemplativa en el arruinado monasterio si el sitio le placía. Prometíle influir con Eliseta para que se quedara con él á hacerle más tolerable la vida de anacoreta. La tarde fué serena y apacible. Descansaba el sol de su ardiente trabajo de fecundación en el pasado estío, y acariciaba amoroso á la tierra con rayos que ya no le envolvían con el ardor del deseo, sino la demostraban cariño perdurable. En los escasos árboles que, como soldados desplegados en guerrilla, animaban el paisaje, comenzaban á amarillear las hojas; y el vientecillo precursor de los huracanes invernales suspiraba, al oído de las pobrecillas moribundas, la trova falaz de su pasión, convidándolas á huir con él del árbol en que gemían prisioneras y emprender vertiginosa carrera de amor y de placeres por montes y collados. Algunas, ya seducidas, lloraban su desengaño, revueltas entre la tierra negruzca, ó pisoteadas entre el polvo del camino por las herraduras de los cuartagos de la diligencia. A lo lejos se distinguía el ruinoso convento, con una torre en pie, de la que habían huido las golondrinas que con sus nidos y gorjeos llenaban el hueco silencioso, semejante á la órbita de una calavera, donde antes habían vibrado las campanas llamando á la oración. Del pórtico románico sólo quedaba enhiesto un arco que parecía recordar el paso de algún triunfador ó esperar que saliera del convento la prolongada procesión de frailes de hábitos blancos y buches repletos, como bandada de palomas. Unas cuantas nubéculas grises jugueteaban por el espacio, atrepellándose ó disolviéndose como revoltoso grupo de chiquillos. No sé de dónde salió una guitarra. En el mismo sitio en que habían entonado los frailes sus plegarias y murmurado sus rezos, sonaron las alegres peteneras y toda su dilatada familia de cantares flamencos. Serafín era en esto una especia'-idad; y, deseoso de lucir su arte, preterido la noche del concierto, nos obsequió con todo linaje de coplas y estilos. Según él, asi 1>A ILUSTRACIÓN 352 como había música di camera, había música de aire libre: la primera era una flor de estufa que no podía resistir el rudo halago del viento; la segunda, robusta planta silvestre que se ahogaba en la artificial atmósfera del invernadero. Tan impropio era un andante de Haydn á la puerta de un ventorrillo, como una soleá en un salón de estilo Luis XV. Tederico le supli- IBÉRICA —Todos los pillos tienen suerte,—me dijo Joaquina al darme la mano. —¡Muy pillo debe ser Juanito, según eso! Joaquina sonrió, y Pepa vino á colocarse de nuevo á mi lado. Tres 6 cuatro días hacía no más que nos habíamos confesado nuestro mutuo cariño, y me parecía á mí que luengos años habían trascurrido desde aquel inolvidable mo- época infantil de travesuras y confianzas; en el conocimiento de su hermoso carácter; en los mil y mil recuerdos á que iba unido su nombre; en el hechizo incopiable de su discreción y su gracejo; y, por fin, en su belleza, que se me había revelado tras ocho años de ausencia como último é invencible argumento para apoderarse de mi alma. Quizá, quizá, la ridicula pasión de Fly había sido acicate poderoso para despertar mi cariño: tal vez sin esta causa eficiente hubiera yo permanecido en el error de suponer afecto fraternal lo que era semilla, que pugnaba por brotar, de cariño más hondo. Sea de ello lo que fuere, mi amor me parecía ya árbol frondosísimo, de tan añejas y arraigadas raíces que podía resistir victorioso todos los contratiempos y adversidades; y, no llevando sino breves días de existencia, fingíale mi mente remotísima y sabrosa historia. Así que, pasadas las primeras expansiones ( desagües necesarios de un torrente contenido tanto tiempo, y que á la postre rompía el dique que le sujetaba), nuestro cariño prescindía de esos largos y melosos diálogos llenos de frases triviales, sin cesar repetidas. Al encontrarnos, nuestras miradas se buscaban y aplacianse y reposábanse la una en la otra, como si todo nuestro paraíso y las mayores delicias de la tierra consistieran en esta compenetración de su alma y la mía á través de los expresivos cristales de nuestros ojos. L u i s CÁNOVAS (Se r.óntinnarái Vigor del Cabello del Dr. Ayer. P r e p a r a d o Bajo B a s e s Científicas Y Fisiológicas, p a r a el Tocador. El Vigor del Cabello Del Dr. A y e r , LAS M A N O S L L E N A S DE FLORES có que, en honor á la santidad pretérita del lugar, entonase alguna melodía religiosa; pero él atendió más al ruego del sexo bello, y, constituyéndose en un pulpitillo bajo, á guisa de orquesta, preludió unos rigodones. Bien pronto se formó el cuadro; y en él, como en la noche de mi llegada á las termas, Joaquina y Juanito nos hicieron el vis-á-vis á Pepa y á mí. Ellas y yo pensamos lo mismo al comenzar la primera figura, porque vi que Joaquina y Pepa cuchicheaban mirándose de reojo, y que esta vez mi encantadora prima hacía signos afirmativos con la cabeza. mentó. Y e s que en mí (permitidme este análisis psicológico de mi pasión) el amor a Pepa existía desde la infancia. No había, en el hondo afecto que hacía latir mi corazón, ni. átomo siquiera de esas pasiones novelescas en que, apenas el apuesto doncel y la fermosa castellana llegan á columbrarse, quedan malamente feridos de mal de amores, y, de allí en adelante, grábase en ambos pechos la fugitiva imagen del ser entrevisto y adorado, como si la hubiesen estampado con hierro enrojecido. Yo siempre amé á Pepa. La causa verdadera de mi amor estribaba en miles de cosas: en aquella Devuelve, con el brillo y froscura de la juventud, al cabello m a r c h i t o ó c a n o s o , un rico c o l o r n a t u r a l castaño ó negro, como se desea. Por medio de su uso al pelo claro ó rojo puede dársele un color oscuro, y espesor al cabello delgado, mientras que, frecuentemente, cura la calvicie, aunque no siempre, impide la caída del cabello, estimulando al débil y enfermizo acrecer vigorosamente. Reprime el progreso, y cura la tifia y la caspa, sanando casi todas las dolencias peculiares del pericráneo. 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