En: Niños fuera de la ley. Niños y adolescentes en Uruguay: exclusión social y construcción de subjetividades. Mario Torres comp. Montevideo: Trilce, 2005. pp.54-63. Mario Torres LA TRAGEDIA MARGINAL Ley jurídica/ ley del sujeto CONSIDERACIONES GENERALES En su trabajo "Niños fuera de la ley", Marcelo Viñar1 sienta las bases de nuestro quehacer en el campo de la marginación social, y profundiza en la elaboración teórica del tema. A partir de ahí y con los avances logrados en nuestra investigación, intentaremos un nuevo esfuerzo de formalización conceptual como aporte al debate que la sociedad se debe a sí misma. "Niños fuera de la ley" es una fórmula que dice explícitamente que la sociedad se concede el derecho de sancionar marcos legales y castigar las transgresiones a las leyes que rigen un Estado, pero también permite introducir otro concepto de ley. más allá de su vertiente jurídica como lo fundamenta Viñar.2 Serían niños que quedarían fuera de la ley que se constituye en el interior de cada individuo como instancia psíquica, la ley del sujeto o ley antropológica. El otro aspecto a destacar tiene que ver con la ambigüedad fecunda de esa "violencia en la exclusión". En esa formulación cabe tanto la violencia que ejerce quien excluye como la violencia del excluido generada en buena medida por la exclusión misma. Tanto una violencia como la otra, por lo menos en el caso de niños y adolescentes, no está prefigurada en algún tipo de perversidad constitucional sino que en buena medida es efecto o síntoma de una situación compleja que involucra a gran cantidad de "actores" con responsabilidades diversas que no debemos soslayar y sobre el que no vamos a insistir ahora. DE LA LEY JURIDICA y SU PAR ANTROPOLÓGICO Para el derecho, las leyes la "reglamentación social del Estado escrita y promulgada, cuyo incumplimiento lleva aparejada la posibilidad de una sanción o la ejecución coactiva de lo señalado". 3 El texto de referencia aclara que el cumplimiento de la ley "no es automático ni ocurre necesariamente" porque si bien "cada Estado concreto, expresa su voluntad principalmente por medio de la ley, los demás entes sociales (personas, grupos o comunidades) pueden oponerse a la voluntad de ese Estado. En la definición misma de la ley según el Derecho, se reconoce que de hecho los individuos se oponen y transgreden la ley. Y se incluye la posibilidad de su trasgresión, porque "los preceptos, hechos y relaciones jurídicas, son fenómenos de carácter social, distintos a las relaciones inconscientes del mundo físico que se producen objetiva y necesariamente". Es que, se fundamenta, "el legislador, entre unas posibilidades limitadas, elige y decide (...) cuál conducta va a exigir y no puede esperar el acatamiento automático de los intereses recogidos en la ley". En definitiva lo que define a la ley jurídica) es su carácter de norma social que nace de una convención entre quienes legislan, que se impone sobre el cuerpo social como exigencia por su fuerza de ley más que por la justicia o injusticia de su letra y que determina un marco legal para el funcionamiento de una sociedad. Una construcción social en fin, que asume sus límites y a partir de ello pretende crear un orden de convivencia. Ley e ilegalidad, norma y trasgresión conforman pares antitéticos en una relación dialéctica y delimitan un adentro y un afuera. El ordenamiento jurídico de una sociedad crea un espacio circundante fuera de ella donde quedan ubicadas las violaciones a esa ley y conforman el mundo de lo "asocial", lo "antisocial" o lo "fuera de la ley". La ley antropológica por su parte refiere a un aspecto esencial del desarrollo de la subjetividad en el humano, aspecto que como ya hemos expresado, en las situaciones de marginación y carencias extremas; algunas veces nos resulta extraño e incomprensible, otras está profundamente perturbado o directamente es una carencia, como una suerte de agenesia moral. Esa ley antropológica, conjunto de mandatos y prohibiciones del universo psico-afectivo, se adquiere en los grupos de pertenencia, esa fragua donde se forjan los sujetos. Es la apropiación de modelos normativos, del deber ser y del no poder hacer, con fuertes cristalizaciones en las nociones de falta, pecado, culpa, etcétera, y que constituye uno de los polos de una relación dialéctica, naturalmente conflictiva y problemática con nuestros impulsos y deseos. Así como en el campo social la ley jurídica) crea el espacio que deja afuera sus transgresiones, en el psiquismo, la internalización de la ley social (antropológica) constituye las prohibiciones del sujeto alrededor de las cuales se genera el impulso a transgredirlas o a ignorarlas en una suerte de irresponsabilidad social. Uno de nuestros intereses principales es comprender el modo singular de "estar en el mundo" de los niños y jóvenes en situación de marginalidad y familiarizamos con sus desencuentros y conflictos entre la ley jurídica y la ley del sujeto. Ley jurídica y ley antropológica definen y problematizan un campo vasto y complejo de dependencias e interacciones recíprocas. Los vínculos de cada sujeto con la ley jurídica dependen del mundo micro y macro social en que cada uno se desarrolla y marcan el destino en función de ese complejo indivisible del niño y su entorno, sobre un origen verosímil, ya sea de la ley del sujeto, la familia, la calle, el hogar sustituto o aun la cárcel. SOBRE UN ORIGEN VEROSIMIL DE LA LEY DEL SUJETO Y es por esa fuerte impronta de lo social que la reflexión sobre marginalidad debe incluir además de los sujetos singulares y sus realidades, lo que la sociedad en tanto estado organizado aporta a este campo de problemas desde sus políticas para la minoridad desamparada o desde la ausencia de ellas. Si las condiciones de vida tienen incidencia en el acatamiento o no de la ley (y esto no significa desconocer la incidencia de otros factores), también debemos decir que esa ley, con una frecuencia indeseable, adopta formas contradictorias o demasiado arbitrarias que hacen que fracasen en su función reguladora o fomentan más que inhibir la trasgresión y el desacato. En ese trabajo formidable, Freud elabora el mito de la horda primordial y del asesinato del padre como origen de las instituciones sociales y culturales: la ley, la familia, la religión, etcétera. A la hipótesis darwiniana de la horda en que "un padre violento y celoso se reserva todas las hembras para sí y expulsa a los hijos varones El segundo tiempo está marcado por la imposición de ese tercero Desde "Tótem y tabú", 4 en el interior del Psicoanálisis aprendimos de Freud un camino verosímil para pensar y comprender el origen de la cultura. En ese trabajo formidable, Freud elabora el mito de la horda primordial y del asesinato del padre como origen de las instituciones sociales y culturales: la ley, la familia, la religión, etcétera. A la hipótesis darwiniana de la horda en que "un padre violento y celoso se reserva todas las hembras para sí y expulsa a los hijos varones cuando crecen", Freud le agrega el hallazgo clínico de la ambivalencia de sentimientos (amor y odio) del niño varón con el padre, y articula ese mito fundacional. Lo califica de "hazaña memorable" y lo expresa así: "Un día los hermanos expulsados se aliaron, mataron y devoraron al padre y así pusieron fin a la horda paterna. Unidos osaron hacer y llevaron a cabo lo que individualmente les había sido imposible". 5 A partir de esa conjetura, de ese inicio mítico (el "había una vez" del cuento), de esa "ficción de trayecto regresivo" como dice Daniel Gil,6 se argumenta en forma verosímil (lógica), la transformación de la naturaleza en cultura con la instauración de la parentalidad, que introduce la ley y regula el deseo en la subjetividad del sujeto. En el mito de la horda ya partir del parricidio, los hijos se prohíben a sí mismos el lugar deseado del padre muerto. Ahora saben por experiencia propia que podrían correr igual suerte. "Lo que antes él había impedido con su existencia -dice Freud- ellos mismos se lo prohibieron ahora en la situación psíquica." "El muerto se volvió más fuerte de lo que fuera en vida." Los hijos parricidas "revocaron su hazaña declarando no permitida la muerte del sustituto paterno, el tótem, y renunciaron a sus frutos denegándose las mujeres liberadas"? La parentalidad, mediante el acto psíquico de la identificación se instala en el sujeto como prohibición del incesto y del parricidio. A su vez aquella satisfacción del odio al padre en el acto parricida del mito, da paso a la culpa, al arrepentimiento y al amor por él en la estructura psíquica. Este complejo representacional y afectivo constituye, para la concepción psicoanalítica centrada en el deseo inconsciente, el núcleo fuerte del psiquismo del sujeto de la cultura. Buena parte de la identidad se constituye mediante la identificación con el padre mítico muerto. A partir de este punto de la teoría, Lacan discrimina en ese padre primordial a los padres simbólico, imaginario y real. En el desarrollo de la peripecia esencial del Complejo de Edipo hace jugar esa concepción tridimensional de la función parental, para articular tres tiempos de la estructura. En un primer tiempo, el niño que se inserta en la familia puede ser tomado por la madre como su atributo y encamar su ilusión de completud con la satisfacción narcisista que implica. Pero si ella reconoce la paternidad, no concreta un vínculo binario cerrado con su hijo (el reino de tú y yo) sino que con ese tercero se configura el núcleo social del nosotros. como ley que separa al hijo de la madre privándola del atributo narcisista. Este segundo tiempo momento estructural de enorme trascendencia, tiene varios aspectos que conviene discriminar. Primero la ley en tanto es enunciable en palabras (no reintegrarás el fruto de tu vientre), sitúa las cosas en el terreno del lenguaje y la cultura. Segundo, es una ley que el padre enuncia por sí y ante sí, por tanto, rige para los otros pero no necesariamente para él. Aun dispone de todas las posibilidades, como el macho de la horda primitiva que dispone de todas las hembras Aunque ley al fin, es despótica y arbitraria e instala la estructura triangular de la parentalidad (el Complejo de Edipo) en el campo de "la ley del más fuerte" a pesar de lo cual enuncia una doble prohibición: de hecho, le prohíbe a la madre hacer del niño aquello que la completa, con lo que rescata a éste de quedar alienado en la madre siendo todo para ella y nada para sí, y le prohíbe al hijo el incesto con la madre. El tercer tiempo se instala si el padre también se somete a la ley que pasará a ser igual para todos, El padre arbitrario y déspota corre el riesgo de sufrir igual suerte que el padre de la horda. El buen resultado será aceptar la limitación (castración) de que no dispondrá más de todas las mujeres para sí. La ley en lo psíquico, que no es más que la prohibición del parricidio y del incesto, no está encarnada en nadie en tanto resulta de la muerte (imaginaria) del padre (déspota). Esta leyes una presencia por encima de todos y que marca una ausencia. A esa ausencia Lacan la llamó Padre simbólico. Si el padre imaginario es el que enuncia y encarna la ley, si por la vía de la identificación con el padre muerto se instala una prohibición igual para todos y que llamamos padre simbólico, ¿cómo juega el padre real en la estructura? El padre real, en tanto se asume no disponiendo de todas las prerrogativas (castración simbólica), es el que instaura en esa negativídad al padre simbólico en tanto no habla por sí y ante sí sino en nombre de otro. Habla en nombre de una ley que no es la suya y que por tanto también lo somete a él. Habla "en nombre del padre, y es su propio acatamiento a la ley lo que le confiere la legitimidad y la autoridad para transmitirla. LA PATERNIDAD EN LA HISTORIA El mito freudiano de la horda primitiva, enriquecido con los tiempos lógicos del Complejo de Edipo y los tres padres de Lacan, da cuenta del pasaje (mítico) del hombre de la naturaleza a la cultura. La historia a su vez, da pruebas de la paternidad como categoría cultural y no biológica. Para Julien, es la primera definición de ser padre en Occidente es "el Amo, el que dirige la cuidad". Lacan dice: "El padre es el Rey", y agrega: "La paternidad en el origen de toda cultura es de entrada política y religiosa y no es familiar sino por vía de consecuencia". Julien explica la paternidad (cultural) de este modo: "El vocablo patrius -paternidad en latín- no se refiere a la paternidad física sino en su dimensión clasificatoria. Patrius, adjetivo latino que dio lugar a la palabra padre, califica a un poder, una potestad: Potestas Patrius -la Patria Potestad-, es un poder de engendramiento que crea una clasificación de tipo social". 10 Y Gil, 11 citando a J. Reingt dice: "En Grecia antigua Zeus es el Padre de los dioses, Padre de los hombres, Padre de todas las cosas, Padre omnipotente (pater pantocrator) y su acción no creaba lazos personales entre él y el hombre, tampoco el engendramiento establecía necesariamente un lazo ético personal del padre al hijo, como tampoco entre el marido y la esposa. El lazo social se mantenía inmerso en la comunión con el cosmos". En el Antiguo Testamento la relación del hombre y Dios pasa del plano cosmológico al antropológico y las relaciones entre los sujetos serán mediadas por el parentesco familiar y patriarcal. Pero de todos modos "la paternidad es la transmisión de un depósito sagrado", "un hecho transbiológico" según Lacan, y se determina a través de lo social engendrando hijos como sujetos sociales. Un hombre engendra un hijo porque es padre y no es padre por engendrar un hijo. Un padre hace un hijo y no a la inversa. Si la madre a su vez trasmite la ley del padre, ambos inscriben al hijo como sujeto social en la ley (de prohibición del incesto) y por ende en la cultura. Sobre la afirmación de que ambos padres inscriben al niño en la cultura, conviene hacer algunas precisiones. Para ayudar a la reflexión sobre la subjetividad en la marginación recurrimos a una teoría de la formación de sujetos sociales a la luz de la noción de ley. Tomamos el mito freudiano de la horda primitiva y lo complementamos con las ideas de Lacan sobre los tres tiempos del Edipo, lo que nos llevó a movemos en la línea de fuerza dominante del padre, la paternidad, la función paterna, etcétera. Pero por otro lado, el sesgo de esa mirada no le hace justicia a la "función materna" que va más allá del deseo de apropiarse del hijo como su prolongación narcisista. La idea de "parentalidad" intenta rescatar el efecto combinado de la acción de los padres en la inscripción del hijo en la cultura. Este intento tiene dos efectos importantes. Primero rescata en su valor estructurante esa etapa o estado de fusión del bebé con los padres y en nuestra cultura, sobre todo con la madre, donde se cumple algo absolutamente esencial para la vida del sujeto que tiene que ver con los cuidados básicos y la construcción de un vínculo de amor y confianza, y que llamamos "función de narcisización". La función complementaría de separar al niño de la madre y evitar la patología de ese vínculo, la denominamos función de corte y no función paterna. De este modo se pone el acento en la función misma y no en el progenitor que la ejerce. De hecho, una observación cuidadosa muestra que las funciones de narcisización y corte, cuando las cosas marchan bien, en general las cumplen ambos padres. LA PATERNIDAD O PARENTALIDAD EN EL DETERIORO SOCIAL DE HOY Ahora bien, ¿quién ejerce la función de generar sujetos sociales cuando en determinados grupos o situaciones históricas no se ven "titulares" claros de ese "poder de engendramiento" que dice Julien? ¿Qué pasa con la ley, los límites, la discriminación de roles y lugares en los niños sin familia o que viven en hogares que hasta la figura materna, en general la única que muchas veces, no siempre, sobrevive al desastre, es débil, insuficiente o falta? ¿Qué figuras ofician de modelos para las criaturas desamparadas? Y por otro lado, como contrapartida no menos relevante, ¿cuántas leyes han sido violadas o por lo menos ignoradas por el cuerpo social y el propio Estado antes que decenas de niños y adolescentes se constituyan en síntomas dramáticos de las carencias? El derecho a una familia, a un hogar, a un nombre, a una educación, etcétera, están garantizados en la Constitución y ella debiera ser la ley suprema para todos. El Estado por el contrario, tolerando y aun fomentando el descaecimiento progresivo de un orden justo y respetuoso de los derechos, cada vez incumple más la ley y en todo caso remeda más y mejor la ley del padre arbitrario. Pongamos un ejemplo sencillo y responsabilidades desvirtuadas u olvidadas. muy pertinente de El Estado por vía de la ley y ante el fracaso de las estructuras familiares muchas veces toma niños y jóvenes a su cuidado y asume así responsabilidades de amparar y educar o rehabilitar. De hecho pone ese fin mayor por encima de la preservación del ámbito casi sagrado de la familia en tanto decide separarlo de ella. Pero al hacerlo también toma a su cargo, quiera o no, otras atribuciones y responsabilidades que giran alrededor de la noción de Patria Potestad. Esto quiere decir que cuando el Estado toma bajo su tutela a un niño o a un adolescente ya sea para ampararlo o privarlo de su libertad como medida educativa, asume por añadidura la responsabilidad de la construcción o reconstrucción de un sujeto, reasume una función que históricamente ha ido delegando al ámbito familiar. Proteger, educar o sancionar son medidas para cumplir junto con otras responsabilidades mayores. Rubén Effron 12 se refiere a la necesidad de un diálogo con el discurso jurídico en lo referente a nociones como la Patria Potestad citada, la imputabilidad del menor, el riesgo, la falta, etcétera, temas donde las lecturas desde lugares diferentes pueden coincidir o resultan opuestas. "El derecho que tienen los jueces sobre la Patria Potestad -dice Effronpone en consideración algunas categorías teóricas nuestras como la del 'Nombre del padre' en este caso asumida por el Estado." Ciertamente, la categoría legal y jurídica de la Patria Potestad en tanto poder, queda muy próxima (y en armonía o en conflicto) con la categoría psicoanalítica del Nombre del Padre. La falta (delito), que jurídicamente alude a las transgresiones a la ley de Estado, en el campo subjetivo es falta (carencia) que marca la sumisión a la ley del padre (muerto). ¿El Estado puede hablar legítimamente en nombre del padre? LA TRAGEDIA MARGINAL En nuestro país, de los parias sociales mientras son menores de 18 años se encargan una serie de instituciones, entre estatales y no estatales, que conforman una extensa red para atender, cuidar y rehabilitar desamparados sociales. Nos consta el esfuerzo que el país hace desde la creación del Consejo del Niño, hoy INAU. En la historia de esta lucha siempre desigual y agravada hoy hasta limites inimaginables a causa principalmente del deterioro social, hay logros y fracasos, luces y sombras muy difíciles de disimular. A pesar del reconocimiento de esos esfuerzos, nuestro intento de aproximar los conceptos expuestos a algunos extremos de la realidad social en lo que refiere a la marginación social infantil y adolescente hoy en día, han de cuestionar el modelo que se aplica a estos problemas y los métodos en uso. Nos referiremos a los dos extremos del espectro social para refrendar nuestras afirmaciones una vez más. Cuando pensamos en los "niños de la calle" por ejemplo, faceta visible y ominosa de la pobreza y la marginación social, debemos antes que nada interrogar esa denominación estigmatizante. ¿Qué se quiere decir con "niños de la calle"? Este fenómeno de tantas esquinas montevideanas, pone en escena un hecho doloroso que hiere nuestra sensibilidad y nos interpela a todos como ciudadanos. "Niño de la calle" es el modo de definir y delimitar (discriminar) un problema. Viñar, al referirse al menor peligroso dice que "discriminar es el mismo verbo, la misma operación mental con la que designamos un momento excelso de nuestra inteligencia, la operación de afinar un conocimiento y discernir las diferencias, y que en otro contexto discursivo, designa el segregar y excluir una categoría como la no deseable: la discriminación étnica o racial, religiosa o política". "Niños de la calle" tiene sobre todo esta última resonancia y bajo esa cubierta descriptiva se esconde una categorización. No es sinónimo de niño a secas, de niños (o también adolescentes) como los nuestros, sino que evoca niños sin hogar, sin familia o con hogares y familias precarias que no han sabido o no han podido atender sus necesidades básicas y marca el escepticismo sobre su futuro. ¿Qué se puede esperar de estos chiquilines, si la calle es sinónimo de malas juntas y el caldo de cultivo de la vagancia, la mendicidad, la droga, el delito, etcétera? Esto lo puede afirmar cualquier ciudadano común y en definitiva no es más que una de las tantas formas de condena y exclusión. "Niño de la calle" es entonces una semiología, un signo y la descripción de un síntoma pero además una estigmatización social condenatoria. Es un corte en la vida de un sujeto por añadidura indefenso, que lo aísla de contextos y causas y que la sociedad coagula en un futuro marcado y supuestamente predecible. Al estigma o marca de ser "de la calle", se lo redoblará casi automáticamente con el de ser un "peligro potencial", "un futuro delincuente" o algo equivalente. Así opacamos y encubrimos su indefensión y ocultamos una peripecia humana de carencias, dolor, soledad y miedo. Lavamos las culpas, damos la espalda al problema y los ponemos al margen de las convenciones sociales que regulan la vida en sociedad. Hay que decir una y otra vez que "niño de la calle", "menor", marginal" y tantas otras, categorizaciones, son construcciones sociales que se basan en el recorte de la mirada y lo mirado según los parámetros de cada momento y cada cultura. Debemos desmantelar esta situación y construir formas adecuadas de reinserción social para estos desheredados, reinserción que pasa necesariamente por políticas sociales que incluyan el abordaje de las verdaderas causas del problema y les devuelvan o les ayuden a construirse una historia y la condición de sujetos. Esta tarea es compleja y no admite atajos, pero seguramente será menos onerosa para el futuro de la sociedad de lo que se cree. La peripecia humana más allá de la biología, consiste en nacer a la cultura y ser sujeto. Se nace en un grupo social que prefigura, para bien o para mal, la sociedad que encontrará luego. En ese marco social primario el niño comenzará a construir su identidad personal, no sólo desde las carencias que señalamos. No habrá sólo un hueco o una falta, sino que construirá necesariamente algo ahí donde las funciones básicas fallaron. En esa confluencia abrevará el sujeto que se relacionará con los otros y con la ley. A partir de los efectos negativos de esas carencias, una construcción sustitutiva, hecha con lo poco o diferente que se tenga a menor será la que determinará formas de socialización, aberrantes o no, pero singulares. Debemos corregirlas. conocerlas y comprenderlas antes que pretender El otro extremo, el más abyecto y donde cabe el cuestionamiento más radical, es la privación de libertad en menores. Las políticas de rehabilitación por el castigo del encierro han fracasado históricamente en forma estrepitosa y en todo el mundo. Los resultados distan de los propósitos y en muchos casos son opuestos. Las prácticas carcelarias han dejado en claro no sólo su incapacidad rehabilitad ora sino además cierta capacidad intrínseca para fomentar o perpetuar las actitudes antisociales que pretenden corregir. A pesar de todo, el incremento del delito y la violencia que parece acompañar a las crisis sociales, hace clamar a la sociedad una y otra vez por nuevas cárceles y aumento de recursos para la represión. Las fallas en el desarrollo a que hemos aludido, pueden formularse también como fallas en la intemalización de un mandato moral que implica la prohibición y la ley como límites en el campo subjetivo. Si partimos de una resolución defectuosa del conflicto psíquico entre deseo y prohibición, defecto que aporta la textura de una supuesta agenesia moral, una moral sádica destructiva para con el otro o aun autodestructiva, en lo social nos encontraremos con el vasto campo de las transgresiones a la ley. La conducta socializada o antisocial será siempre el resultado de la elaboración suficiente o insuficiente de un conflicto interior y de su encuentro con el mundo. Pero para la sociedad, las falencias en la subjetividad no cuentan como atenuantes (el desconocimiento de la ley no nos exime de su acatamiento), y las infracciones ponen en movimiento mecanismos de castigo que no toman en cuenta la esencia histórica del sujeto. En la privación de libertad de jóvenes, la cárcel impone en su inmediatez y realidad no simbolizable, el imaginario de un poder omnípodo, arbitrario y despótico, el imperio de la ley del mas fuerte (que siempre es el otro) es un escenario donde se representa la tragedia extrema de la marginación social. La Ley con mayúscula, la que aún con errores ordena la convivencia entre el hombre quedo afuera de las rejas, en el mismo lugar inalcanzable donde queda situado lo bueno y deseable, empezando por la libertad. Escenario de vínculos casi exclusivamente binarios, la cárcel. a partir del modelo de la relación preso carcelero, instala por ambos lados un trasfondo de violencia y odio a muerte que evoca aquella rivalidad primordial de la horda en el mito freudiano. ¿Qué roles juegan el joven preso que viola la ley y la sociedad que lo encierra, en esta dramatización social que es la cárcel? En el mismo texto de "Tótem y tabú", Freud toma la tragedia griega como puesta en escena de las huellas del fantasma del asesinato del padre primordial en la historia de la humanidad y dice: "El héroe debía padecer. La culpa trágica que carga es la sublevación contra una autoridad divina o humana...". El padecimiento del personaje trágico se debe a que queda identificado con ese padre y "es el héroe de aquella gran tragedia de los tiempos primordiales". Debe asumir ese padecimiento como si fuese culpable "para descargar al coro de su propia culpa". Lo mismo se dirá de Cristo, redentor de los pecados de los hombres. La clave de toda tragedia y de la condición de héroe, está en ser redentor de las culpas de otros. "Refmada hipocresía" dice Freud porque "en aquella antigua y efectiva realidad (mítica), fueron justamente los miembros del coro quienes causaron el padecimiento del héroe". El niño o el joven desclasado, marginado, infractor de las leyes, nos agrede con la impudicia de su pobreza, con sus faltas, con su rebeldía y su odio y nos obliga a ensayar mecanismos para negar la culpa y la responsabilidad que nos corresponde por su condición. El "joven infractor", como se dice eufemísticamente, debe pagar por su falta. Pero quizá también como el héroe trágico, encarna el destino (¿inevitable?) de pagar por una falta que no es la suya. Una falta que es nuestra tolerancia con el desamparo y la complicidad con la injusticia. La sociedad, como el coro de la tragedia, parece transferir al joven descarriado la función de redentor de nuestros pecados sociales. Quizá aun nuestro propio trabajo pensando y actuando en la marginalidad sea el intento culposo de reparar al desamparado del trágico papel de redentor de nuestros pecados al que lo hemos condenado. Debemos buscar formas altemativas de manejo de las situaciones sociales conflictivas, comprendiendo mejor la peripecia del desamparo con relación a la ley jurídica. Si en ese campo pudiéramos generar pequeños espacios que nombren y habiliten esa ley de la cultura que parece estallada y ayudáramos a que cada quien ocupe el lugar que le corresponde, sentiríamos cumplida, aunque sea en parte, la principal misión. Sería una buena forma de empezar a saldar una deuda necesariamente siempre impaga.