Unidad 12

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Unidad 12
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Pre-adolescencia
Una de las características más notables de este estadio es, sin duda, las
profundas transformaciones fisiológicas que afectan al sujeto tanto en su configuración
corporal como en el proceso de su maduración sexual. Estas transformaciones
fisiológicas incluyen, a su vez, transformaciones psíquicas tales como el cambio de
actitud del sujeto frente a su propio cuerpo (modificación en la percepción de su
esquema corporal, en las actitudes hacia su propia imagen, modificación de su yo, etc.),
así como la transformación de las actitudes del ambiente hacia el individuo
transformado físicamente; actitud que, al mismo tiempo, repercute secundariamente en
la representación que tiene de sí mismo.
En la evolución normal de estos cambios fisiológicos suelen distinguirse tres
períodos: un primero, prepubertario, que se caracteriza por una actividad de
crecimiento, así como por la aparición de algunos caracteres sexuales secundarios, en
particular la aparición del vello pubiano y axilar. La transpiración axilar aumenta en los
dos sexos. En el comienzo de este período se produce en el chico un crecimiento más
rápido de los testículos y del pene; y en la chica, el comienzo del desarrollo de los
senos.
Un segundo período puberiano vendría caracterizado porque en él, el crecimiento más bien se aminora. Los caracteres sexuales primarios se desarrollan: es la
época de la menarquía (primera menstruación en la chica) y de la primera eyaculación
(o polución nocturna en los chicos). En esta época se producen los grandes cambios de
voz.
Un tercer período postpubertario en el que las glándulas sexuales y los órganos
genitales adquieren su desarrollo y funcionamiento completo. Este período vendría a
extenderse ya más bien dentro de la adolescencia.
Junto a estas transformaciones, la preadolescencia se caracteriza también por
otro tipo de cambios de naturaleza cognoscitiva (tales como el paso progresivo del
pensamiento concreto al formal), social (descubrimiento y exaltación de sí y afán de
independencia) y actitudinal (aparición de nuevos valores e intereses).
DESARROLLO
FISIOLÓGICO
Y
COMPORTAMIENTO Y LAS VIVENCIAS
SUS
REPERCUSIONES
EN
EL
Mecanismos biológicos que estimulan las transformaciones fisiológicas
Todas las transformaciones fisiológicas y funcionales de este estadio son, según
parecer de los endocrinólogos, en gran parte activadas y controladas por las glándulas
endocrinas, en particular la hipófisis.
La hipófisis, ubicada en la base del cerebro, estimulada por el hipotálamo, centro
regulador del cerebro, produce dos tipos de hormonas estrechamente relacionadas con
el crecimiento y las transformaciones fisiológicas: las hormonas metabólicas, entre las
que se encuentra, como la más importante, la somatotropa, que constituye un factor
muy importante en el crecimiento de los individuos, y las gonadotrópicas, que estimulan
la maduración de las glándulas sexuales (testículos en los varones y ovarios en las
hembras) y de las suprarrenales (Tanner, 1962).
Por efecto del estímulo hipofisario se producen los espermatozoides en los
testículos y los óvulos en los ovarios. Simultáneamente son estimulados por dicha
hipófisis el desarrollo de las glándulas sexuales y el de una serie de hormonas o células
especiales androgénicas en el varón y ováricas en la hembra, que además de estimular
el crecimiento de los órganos sexuales y la aparición de los órganos sexuales
secundarios, provocan una tensión o excitación sexual en todo el sistema nervioso; en
particular en las porciones correspondientes a las zonas erógenas (órganos genitales,
mamas, etc.).
Representación anatómica de la situación de las glándulas endocrinas más importantes.
Este estado de excitación sexual provocado por estas hormonas o por el concurso de otros estimulantes (del medio exterior, de la misma vida psíquica del sujeto),
se manifiesta por una serie de síntomas característicos: los primeros de naturaleza
psíquica pueden resumirse en un cierto estado de tensión que tiene un carácter
impulsor y que desea ser satisfecho en breve plazo. Este estado comporta la búsqueda
de un objeto externo que le permita eliminar la tensión interna. Para satisfacer este
apetito, el varón busca a la hembra y ésta al varón.
Los síntomas fisiológicos constituyen una verdadera preparación para la
realización del acto sexual: en el varón el pene se vuelve rígido, es decir, se presenta la
erección, y en la mujer se excitan los órganos genitales. Esta excitación provoca en el
varón, por vía refleja, la eyaculación o emisión del esperma.
Modo de accion y reaccion funcional del sistema endocrino en el desarrollo de la maduracion
preadolecente (Nickel, 1976).
Desarrollo de los órganos sexuales primarios
En el varón estos órganos son internos y externos. Los externos son el pene y
los testículos. Los internos son los conductos deferentes y los órganos anexos (la
próstata y la uretra).
La primera aceleración en el crecimiento de los órganos sexuales masculinos se
inicia en la preadolescencia, antes de que pueda advertirse la aparición de los órganos
sexuales secundarios. El pene crece en longitud y circunferencia y los testículos
aumentan su tamaño y se tornan menos firmes debido al aumento de fluidos
testiculares y alteraciones en los tubos espermatógenos. Posteriormente a esta primera
aceleración, ya en la pubertad, crece en el adolescente la próstata, las vesículas
seminales y las glándulas bulbouretrales que elaboran el fluido seminal. Paralelamente
a este crecimiento, sigue desarrollándose el pene, que es capaz de erección no sólo en
respuesta a una estimulación local, sino ante pensamientos y sensaciones sexualmente
provocativos. Es el momento en que el adolescente comienza a tener sus primeras
eyaculaciones espontáneas o inducidas.
Edad
Antes de 10
11-12
13-14
15-16
Más de 17
Chicos
1,7%
27,4%
62,3%
7,9%
0,7
Chicas
1,6%
45,0%
49,6%
3,5%
0,3%
Figura 24. Comienzo de las poluciones y menstruaciones. Porcentajes sobre 644 sujetos (Moraleda,
1980).
La edad promedio de estas primeras eyaculaciones en el adolescente español se
extiende, según hemos podido constatar (Moraleda, 1980), entre los 11-14 años; de
modo más acentuado entre los 13-14.
Este momento de la eyaculación está en cierta manera determinado tanto
cultural como biológicamente; pero por lo común se da aproximadamente un año
después del crecimiento acelerado del pene. En este momento el preadolescente es
habitualmente estéril; sólo después de uno o tres años progresará la espermatogénesis
lo suficiente como para que aparezca en la eyaculación una cantidad de
espermatozoides móviles adecuados para la fertilidad.
Los órganos sexuales femeninos se encuentran en su mayor parte dentro del
organismo. Los órganos sexuales más importantes en la mujer son los ovarios que dan
origen a los óvulos. En los años de la pubertad, la dilatación de los ovarios, que se
encuentran en la concavidad denominada fosa ovárica a ambos lados de las paredes
de la pelvis, puede provocar un aumento en el tamaño del abdomen. En la pubertad,
como consecuencia de la dilatación del útero y de los cambios cíclicos en el
endometrio, comienza la menstruación o pérdida periódica de sangre que se produce
con mayor o menor regularidad cada mes lunar; de ahí su nombre de menstruación.
La mayoría de la gente cree que el flujo menstrual consta enteramente de
sangre. De ahí proviene la conciencia de que constituye una experiencia muy
debilitadora para la chica y exige de ésta un cuidado muy especial para evitar todo
esfuerzo físico. Mas el derrame menstrual consta de cuatro componentes: sangre
proveniente de los capilares de los tejidos que tapizan el útero; mucus similar al que se
expulsa por la nariz; sales de calcio y otros minerales; tejido celular destruido. El mucus
constituye la mayor parte del flujo menstrual, mientras que la sangre no llega a 60
gramos durante todo el período. No es raro que los primeros años de menstruación
vayan acompañados de molestias. Los trastornos más comunes son los dolores de
cabeza, espalda, abdomen, vómitos, fatiga, dolores de los órganos genitales, etc.
Al comienzo, los períodos menstruales no son acompañados por la ovulación; de
modo que por lo común la chica, en la primera parte de la adolescencia es estéril. La
ovulación o capacidad de concebir aparece entre uno o tres años después.
1.3. Desarrollo de los órganos sexuales secundarios
La aparición de los caracteres sexuales secundarios es paralela al crecimiento
de los órganos sexuales primarios. No todos los caracteres sexuales secundarios son
los mismos para el chico y la chica. Tampoco se desarrollan al mismo ritmo ni alcanzan
su madurez a la misma edad.
Para los adolescentes, el primer carácter sexual en aparecer es el vello púbico.
Dicho vello, pigmentado, áspero y recto, forma al principio un triángulo invertido en la
base del pene, extendiéndose posteriormente por el ombligo. De ordinario aparece dos
años después del vello púbico el vello axilar. Su aparición coincide con la cima de la
velocidad del crecimiento en la estatura. Por el mismo tiempo se agrandan las
glándulas sudoríparas de las axilas y aumenta la sudoración axilar. También comienza
a aparecer el vello facial en los ángulos del labio superior y poco después en la parte
superior de los carrillos, región del cuello y borde inferior del mentón. El vello
pigmentado del muslo, pantorrilla, abdomen y antebrazo aparece antes que el del tórax.
Edad
Talla
Peso
(metros)
(kilos)
Vello público Cambio de
voz
(sujetos)
(sujetos)
11-12
1,453
38,28
35,5
26,1
13-14
1,526
44,24
59,9
66,0
15-16
1,653
54,69
4,3
7,5
17
1,691
66,10
3,0
3,1
Figura 25. Desarrollo de la talla y peso y aparición de algunos fenómenos puberales. Porcentajes sobre
644 sujetos (Moraleda, 1980).
El cambio de voz y la falta de control sobre ella, que suele acontecer en estos
años, provoca frecuentemente en los preadolescentes tanta incomodidad que a veces
no quieren hacer éstos uso de la palabra en clase o prefieren permanecer callados en
presencia de quienes temen que pueden ridiculizarles.
Para la chica, el carácter más visible entre los caracteres sexuales secundarios
es, sin duda alguna, el crecimiento de los senos; de ordinario aparece entre los 11-14
años y normalmente tardan en desarrollarse unos tres años.
Con frecuencia, el comienzo de su desarrollo se sitúa en el momento de la aparición del vello pubiano, aunque no siempre coincide exactamente. Esto demuestra que
hay cierta variabilidad en el orden de aparición de los diferentes fenómenos.
1.4. Aceleración del crecimiento
La preadolescencia, junto con la adolescencia, es un período de crecimiento
acelerado en el desarrollo humano (figura 26).
El crecimiento en estatura sigue un patrón bastante regular. Este patrón difiere,
no obstante, algo en ambos sexos. En las niñas, el estirón mayor suele darse en el año
que precede a la menarquía y en el año que sigue. Después tiende a disminuir el ritmo
de crecimiento y los aumentos anuales son muy pequeños.
En los chicos, el comienzo de la preadolescencia marca el principio del crecimiento rápido en estatura. Al contrario de lo que ocurre en las chicas, en éstos
Varones
Hembras
Años
Talla
Peso
Talla
Peso
12
145,3
38,28
152,3
42,08
13
150,0
42,15
157,9
47,83
14
155,2
46,34
161,5
51,84
15
162,0
51,36
163,0
53,58
16
168,7
58,03
163,9
56,32
17
169,1
66,10
164,0
58,20
Figura 26. Talla y peso de los preadolescentes y adolescentes españoles (Moraleda, 1980).
no hay una detención brusca en el crecimiento al lograr la madurez sexual. En cambio,
el crecimiento se detiene de forma más gradual (Tanner, 1978).
Hacia los 15 años las diferencias en el crecimiento entre los que se han desarrollado precozmente y los que se han retrasado, empieza a desaparecer.
El aumento de peso (figura 26) se inicia después del aumento de la estatura.
Como el aumento de peso se encuentra estrechamente vinculado a la maduración
sexual, el mayor incremento del mismo se produce al final de la preadolescencia y
continúa durante la adolescencia.
Entre los 10-15 años, por lo general, las chicas son más pesadas que los varones porque, en esta edad, su maduración sexual es más precoz. Después de esta
edad los varones sobrepasan en peso a las niñas.
Es común que tanto chicos como chicas atraviesen por un período de "gordura"
al principio de la maduración sexual. Este período coincide o se halla próximo en los
chicos al período de crecimiento del pene. En este período los varones tienden a
presentar notable acumulación de grasa alrededor de los pezones y sobre el abdomen,
las caderas y los muslos. El aspecto facial se halla alterado por el aumento de las
grasas alrededor de las mejillas, el cuello y la mandíbula. Este período de "gordura"
persiste aproximadamente dos años, después de los cuales el organismo recobra sus
proporciones normales.
El período de "gordura" se produce en las niñas al comienzo de la preadolescencia. El origen de esta obesidad femenina a menudo tiene sus raíces en la
alteración del crecimiento premenstrual normal. Al igual que los varones, las niñas
desarrollan grasa en las regiones del organismo en que ésta se considera inadecuada,
especialmente sobre el abdomen y las caderas.
Las diferentes partes del cuerpo se desarrollan a distinto ritmo y alcanzan su
máxima evolución en diferentes etapas. Entre el final de la niñez y los comienzos de la
preadolescencia el crecimiento afecta, sobre todo, a las extremidades inferiores, las
cuales llegan a ser más largas que el tronco. El rápido crecimiento de la anchura de los
hombros es característico de los varones; mientras que el rápido aumento del ancho de
las caderas es característico de las niñas.
Igualmente sufre transformaciones la cabeza y la cara. Las desproporciones en
el tamaño relativo de los diversos rasgos de la cara son especialmente notables en este
estadio, cuando el crecimiento en longitud es más rápido que la anchura. La nariz
achatada de la niñez se transforma en una nariz más larga y ancha. La boca se
ensancha y los labios planos del niño se transforman en carnosos. La línea de la
mandíbula se torna de líneas definidas.
1.5. Repercusiones del desarrollo fisiológico en el comportamiento y la educación
En un estudio sobre la preadolescencia no se pueden pasar por alto los fenómenos psicológicos que van unidos a las transformaciones fisiológicas. Algunos son
consecuencias directas de los cambios endocrinos; otros son más indirectos, aparecen
a menudo de forma velada y representan reacciones personales ante el cuerpo
transformado.
Por una parte nos encontramos con la reelaboración del esquema corporal; por
otra, las actitudes ante el propio cuerpo percibidas de forma inmediata o a través del
medio que le rodea. El cuerpo, que sirve de soporte para todas las identificaciones y
que es uno de los puntos fijos de nuestra experiencia existencial, se inserta igualmente
en la opinión que uno tiene de sí mismo, del sentimiento del yo y, sobre todo, del
sentimiento que puede tener del propio valor o no valor personal.
El esquema corporal o imagen del propio cuerpo
Pieron (1926) da la siguiente definición de la imagen del cuerpo: representación
que cada uno se hace de su propio cuerpo y que le sirve de punto de referencia en el
espacio, fundada en los datos sensoriales múltiples propioceptivos y extereoceptivos...
La construcción de la imagen del cuerpo se hace a través de la coordinación de
las diferentes formas de sensibilidad y por intermedio de actividades diversas; incluso a
partir de representaciones visuales. En primer lugar (en los primeros meses de vida)
resulta una imagen del cuerpo por trozos; después se integran las zonas de más
contenido libidinal, pues como dice el psicoanálisis, las zonas erógenas representan el
papel de líneas directrices en el desarrollo de la estructura de nuestra imagen. Así
pues, la imagen del cuerpo se hace a través de una integración y una diferenciación
progresivas.
Al principio, los límites entre el cuerpo y el exterior no son precisos. Después de
haberse reconocido el individuo por "trozos separados", va integrando las diferentes
partes de su cuerpo por medio de datos visuales y de las sensaciones. Algunas partes
resultan más difíciles de integrar. Por ejemplo, la espalda, que no se percibe
visualmente y no constituye un núcleo de sensaciones diferenciadas. Entre los 6-8 años
la imagen del cuerpo se consigue y estabiliza. Después de esta edad sólo cambia
imperceptiblemente, pues los cambios reales del cuerpo a partir de entonces son muy
progresivos.
Al llegar la preadolescencia y durante toda ella se producen, como hemos visto,
transformaciones rápidas en los caracteres sexuales primarios y secundaríos, en las
proporciones corporales, en los rasgos de la cara, etc., hasta tal punto que, como dice
Ausubel (1954) la antigua imagen del cuerpo se hace incompatible con la nueva
percepción de apariencia física y de las dimensiones corporales del yo.
La imagen del cuerpo se modifica e igualmente la importancia que se le concede.
Favorecen la integración de las diferentes partes del esquema corporal ahora
transformadas, no sólo las percepciones visuales, sino también las dolorosas, las
cinestésicas experimentadas en ciertas partes del cuerpo.
No resulta, con todo, siempre fácil al preadolescente integrar todas las modificaciones corporales; a veces su cuerpo le parece como algo extraño (despersonalización transitoria). El sujeto está incómodo en su cuerpo, que no le resulta
familiar. Aquí también los aspectos de más contenido libidinal son los asimilados más
rápidamente; por lo que un retraso en el desarrollo psicosexual corre el riesgo de
manifestarse a través de deficiencias en la imagen del cuerpo.
Ligadas a esta transformación de la imagen del cuerpo se encuentran, como lo
demuestra Frazier y Lisonbee (1950), ciertas conductas del preadolescente, como la
necesidad de conocer los límites de resistencia de su cuerpo, el recurso contradictorio
de las marchas lentas y rápidas, etc., en las que éste hace pruebas con el propio
cuerpo para, de alguna manera, fijar sus límites.
Estas modificaciones de la imagen del cuerpo constituyen igualmente una de las
razones, aunque no la única, del interés del preadolescente por su propio cuerpo.
Jersild (1961) preguntó a unos estudiantes muy jóvenes lo que más les gustaba y lo
que menos les gustaba de ellos y sus respuestas hicieron alusión a su aspecto físico
principalmente.
Las prolongaciones psíquicas de la imagen del cuerpo
Existen en el preadolescente reacciones psíquicas en relación directa con las
modificaciones físicas que se producen en él y que no hay que confundirlas con la
imagen del cuerpo en sí misma. Estas reacciones psíquicas dependen en gran manera
de las actitudes y juicios de los otros, sobre todo de las que los padres manifiestan
hacia sus hijos. El cuerpo representa al individuo; es, como dice Brookover (1964),
símbolo del yo, de la personalidad. No es algo que uno se representa dentro de sí, que
es personal e íntimo, sino que es también la frontera entre el yo y el mundo. Es la
primera cosa que el otro ve, se quiera o no (es también lo que ve uno mismo, aunque
no lo vean los otros). El cuerpo es, pues, un estímulo social; y a partir de la
preadolescencia, un estímulo sexual.
Por esto el preadolescente concede un gran valor a su cuerpo en cuanto éste
significa algo para los otros; percibe también su cuerpo en función de la significación
que posee, según él, para los otros y en función de la mayor o menor conformidad con
las normas del grupo (figura 27). Vamos a estudiar a continuación la importancia del
cuerpo: en primer lugar, en la evolución psicosexual y, en segundo lugar, en la
personalidad del preadolescente.
CHICOS
Motivos de preocupación
CHICAS
%
1. Caracteres sexuales
primarios:
%
1. Caracteres sexuales primarios:
- Genitales
12
- Poluciones
16
2 Caracteres sexuales
secundarios:
Motivos de preocupación
3
- Menarquía
2. Caracteres sexuales
secundarios:
8,2
9,0
- Senos
- Carencia de barba
- Barba espesa
14
- Cambio de voz
7
3. Desarrollo corporal:
3. Desarrollo corporal:
- Desarrollo temprano
7
- Desarrollo temprano
17
- Desarrollo lento
42
- Desarrollo lento
37
- Flaco
25
- Flaco
50
- Grueso
25
- Grueso
56
- Bajo
35
- Bajo
23
- Alto
25
- Alto
51
- Fuerza
30
- Cicatrices y lunares
30
- Granos, espinillas
50
- Granos, espinillas
80
- Piel grasienta
28
- Piel grasienta
53
- Hombros estrechos
20
- Cutis seco
45
- Nariz larga
9
- Nariz larga
25
- Dientes malformados
15
- Dientes malformados
43
- Gafas
25
- Gafas
35
- Rostro estrecho
16
- Rostro circular
27
- Orejas largas
9
- Rostro vulgar
45
Figura 27. Características corporales consideradas por los preadolescentes españoles
como motivo de preocupación (Moraleda, 1980).
Relación entre las transformaciones corporales y la orientación psicosexual del
preadolescente.
La orientación psicosexual de un sujeto parece estar en función de cuatro
factores unidos de forma compleja: el hormonal, la estructura corporal, los factores
sociales y los factores educativos. Entre estos factores, la estructura corporal del
preadolescente, según el criterio de muchos psicólogos, no parece que determine
necesaria ni directamente la identificación sexual. Así, por ejemplo, un homosexual no
tiene por qué presentar necesariamente una morfología femenina.
Con todo, sí que determina indirectamente dicha identificación u orientación
psicosexual. Una morfología feminoide de un chico hará a éste menos apto físicamente
para hacer ciertos trabajos o entregarse a ciertas actividades consideradas como viriles,
por lo que en su momento se sentirá menos "hombre". Aquí vemos que empieza a
contar un factor muy importante: la influencia de los otros. En efecto, sólo
comparándose con los otros preadolescentes podrá percibirse más o menos masculino
morfológicamente.
Entre los diversos rasgos físicos de la estructura corporal que más influyen en la
identificación u orientación psicosexual, los más importantes son los siguientes:
a) La modificación de los órganos sexuales. En este estadio hemos visto que
el cuerpo del preadolescente adquiere un valor eminentemente sexuado y sexual. Ante
este fenómeno algunos preadolescentes reaccionan aceptando la imagen de su cuerpo
sexuado; otros, insatisfechos de su maduración, tratan incluso de acentuar o hacer que
alguno de sus rasgos sexuales sea más manifiesto; otros, finalmente, llegan a negar,
por el contrario, las transformaciones de su cuerpo que hacen de él un hombre o una
mujer. Así, entre los muchachos en los que existe la creencia muy generalizada de que
los genitales masculinos pequeños significan un desarrollo sexual inapropiado, cuando
la maduración sexual sea lenta, será esto para ellos motivo de preocupación. Otras
veces por el contrario, cuando los genitales crecen normalmente, el muchacho teme
que su pene pueda notarse a través de la ropa y esto le produce angustia. Además, no
son raras en él las erecciones involuntarias como respuesta a algún estímulo erótico, tal
como la desnudez femenina, lo cual le lleva también a perturbarse.
Un problema que suele igualmente causar preocupación a los preadolescentes
es el de las poluciones nocturnas, pues según una tradición bastante extendida entre
padres y educadores, pese a la ausencia de base científica, es que dichas poluciones
pueden provocar la pérdida de fuerzas y de masculinidad o, lo que es peor, provocar
enfermedades.
Entre las chicas, las modificaciones de su cuerpo, especialmente en lo que
concierne a los genitales, al ser menos pronunciadas que en los chicos, son para ellas
motivo de menor preocupación. Sí lo suele ser a veces el abombamiento del abdomen
al crecer los órganos genitales, así como la aparición de los procesos de menarquía.
Cuando la menstruación va acompañada de dolores de cabeza, lasitud, calambres o
incomodidad en general, el efecto psicológico sobre la muchacha es habitualmente
deplorable: experimenta estos fenómenos como cargas de la que se ven libres los
varones y se muestra irritable e insociable.
b) La aparición de los caracteres sexuales secundarios. Cuando comienzan
a aparecer los caracteres sexuales secundarios, el chico, al no darse cuenta de que
esto es un episodio normal pero pasajero de crecimiento, se imagina que el aspecto lo
conservará toda su vida y esto le llena de preocupación. Al encontrarse asociada la
masculinidad con la aparición del vello pigmentado en el cuerpo, cuando esta aparición
se encuentra retrasada o es escasa, es motivo de preocupación para el muchacho. El
cambio de voz y la falta de control sobre la misma suele también provocar no poca
incomodidad entre los chicos.
La chica también comienza a sentirse incómoda por ciertas modificaciones que
sufre su organismo, en particular por el desarrollo de sus caderas y mamas. El leve
bozo que aparece a veces en la cara femenina provoca igualmente gran preocupación
en las chicas. A diferencia de lo que ocurre entre los chicos, el cambio de voz no suele
ser preocupación en las chicas.
c) La adquisición del tipo constitucional ideal. Un factor que influye también
poderosamente en la identificación u orientación psicosexual del preadolescente es el
modo como éste logra alcanzar en su proceso de desarrollo aquellos rasgos que, según
él, constituyen en el grupo en que vive, el tipo constitucional propio de su sexo (figura
28). Según los datos proporcionados por una encuesta nacional (Moraleda, 1980),
parece ser que las características más importantes para el chico es ser alto, fuerte,
ancho de hombros y "masculino". Para las chicas, por el contrario, las características
más importantes que constituyen el ideal del cuerpo femenino es la belleza, la
elegancia y poseer un cuerpo de mediana estatura. De ahí que el motivo de mayores
preocupaciones sea entre los varones el desarrollo lento, la baja estatura y poseer
hombros estrechos, así como la poca fuerza. Mientras que entre las chicas estas
preocupaciones se centran, sobre todo, en aquello que pueda afectar a su belleza y
elegancia (granos en la cara, piel grasienta o cutis seco, ser demasiado pequeña o alta,
etc.).
Características
Chicos (%)
Chicas (%)
Belleza-elegancia
23,9
46,2
Fuerza
22,4
2,4
Agilidad
6,2
5,6
Estatura: Alto
22,6
21,8
Medio
8,5
10,7
Pequeño
2,8
3,2
Corpulencia: Grueso
2,8
1,3
Normal
4,1
4,2
Delgado
4,5
10,5
Cabello rubio
5,1
14,2
Cabello negro-castaño
9,3
15,9
Peinado
6,8
17,6
Ojos azules-verdes
4,3
12,7
Ojos negros-castaños
4,1
8,5
Atractivo sexual
27,8
8,0
Figura 28. Características del cuerpo ideal de los preadolescentes españoles (Moraleda, 1980).
Este deseo del adolescente de poseer una constitución morfológica ideal no es
con todo, sino una parte del yo ideal del chico y de la chica nacido del complicado
contexto de la infancia y en las relaciones precoces con sus padres. Así, un muchacho
que no ha sido amado por sus padres como chico, podrá rehusar su virilidad tratando
de ignorar la aparición de los caracteres sexuales primarios o secundarios. O a la
inversa: un chico que desea parecerse intensamente a su padre, fuerte y viril, si se
retrasa su desarrollo tratará por todos los medios de ignorar su apariencia infantil e
incluso intentará compensar con una práctica intensiva de deporte o una actitud
decidida o brutal aquellos rasgos viriles que le faltan.
Pero los rasgos morfológicos determinan, a menudo, de otra manera la aceptación del yo, chico o chica. Ya no se trata de ser como los otros del mismo sexo, sino
de ser como los otros me ven. Son los otros los que juzgan mi propio cuerpo; y estos
juicios nos reflejan su valor y su significación; determinan nuestro propio juicio.
De acuerdo con un estereotipo muy extendido, la conducta de un individuo está
muy ligada a su morfología. La opinión dice que un hombre de un cuerpo muy
afeminado posee también rasgos de carácter afeminado. Los individuos del grupo le
tratan en consecuencia; adoptan hacia él una actitud parecida a la que tendrían con una
mujer. Poco a poco el sujeto en cuestión termina viéndose como le ven los otros y
conformándose a la imagen que tienen de él. Acabará por entrar en el juego y asimilar
su comportamiento al papel que le han adjudicado.
De modo análogo puede ocurrir que a una chica de físico un poco masculino se
la trate como marimacho y se espere de ella comportamientos dominantes y agresivos.
Es posible que adopte la actitud que se espera de ella y que trate, efectivamente, de
parecerse a un hombre.
Pero a veces existe incompatibilidad entre esta imagen de los otros y el ideal del
yo del chico y la chica. Entonces puede ocurrir que intente negar esa imagen que le
reflejan los otros, vistiéndose, por ejemplo, de forma notoriamente femenina la chica o
masculina el chico; lo que a veces resulta discordante. O que, víctima de sus
sentimientos de inferioridad, tienda a ocultarse; lo cual le lleva a volverse tímido y a
replegarse sobre sí mismo. O que, por el contrario, se afirme acentuando sus rasgos
viriles, lo que en definitiva, le llevaría a la homosexualidad o lesbianismo.
Relación entre la valoración del cuerpo, la valoración de sí y la constitución
personal del sujeto
Las profundas y rápidas transformaciones que se efectúan en el organismo del
preadolescente no sólo influyen en el modo de identificarse psicosexualmente, sino que
también son causa de un cambio notorio en él de su actitud total con respecto a sí
mismo y a toda una serie de sentimientos significativos que caracterizan la personalidad
de los preadolescentes. He aquí los más importantes:
a) Sentimiento de incertidumbre ante las nuevas situaciones. Al despertar de
la pubertad, los chicos sienten confusamente que misteriosas fuerzas biológicas
aparecen en ellos y van a desencadenarse, sin que puedan, por su parte, hacer nada.
Esta evolución irremediable se asemeja mucho al cumplimiento de un extraño e
incomprensible destino. No informados o mal preparados, se sienten desbordados por
lo que está pasando. Sorprendidos e inquietos acogen las transformaciones de la
pubertad con vergüenza, como si fueran anomalías, o con miedo, como si fuera una
enfermedad. Incluso cuando saben que estas transformaciones son normales y deben
acabar por proporcionarles una morfología nueva, la del adulto, el preadolescente
ignora lo que esta morfología le reserva. Sometido a la perplejidad y la duda, se
interroga por sí mismo tal cual es hoy y tal cual será mañana. Hipersensible a los juicios
de los que le rodean, se preocupa por conocer si no será diferente de los demás
compañeros. A veces, incluso, llega a acudir a un médico para pedir que le examine.
b) Sentimiento de insuficiencia para integrar las diversas modificaciones
puberales que le acontecen a ritmo rápido y que afectan al conjunto de su cuerpo.
Esta dificultad para integrar dichas modificaciones tiene su origen, en gran parte, en los
rápidos y profundos cambios que le acontecen. El adolescente es como un ciego que
se sumerge en un medio en el que las dimensiones han cambiado.
La rapidez de crecimiento con que empieza la adolescencia hace que el sujeto
pronto alcance a su padre en la talla e incluso le supere. Llega a ser más fuerte que su
madre. La fuerza muscular se acrecienta de modo vertiginoso, y las dimensiones del
cuerpo, bruscamente modificadas, ponen en duda las dimensiones del propio cuerpo y
las del medio en que se encuentra. Esta pérdida de la percepción unificada del propio
cuerpo que hasta ahora le servía de punto de referencia, constituye en la adolescencia
una especie de déficit instrumental transitorio. Incierto en sus gestos, se muestra a
veces desmañado y a veces involuntariamente brutal. Le falta un punto de referencia. A
estas dificultades de reestructuración de la imagen corporal se añade una timidez
paralizante que le hace aún más torpe e inhábil, sobre todo cuando se siente
observado. Encerrado en este cuerpo que cambia, el preadolescente desea conocer
sus límites y posibilidades nuevas; de ahí su gusto por las pruebas, juegos, ejercicios
físicos llevados hasta el límite de lo posible. De ahí también sus largas horas ante el
espejo, en el que busca fijar, al menos por un instante, su imagen.
e) Sentimiento de extrañeza de sí mismo; de no reconocerse. Los preadolescentes se sienten extraños de sí mismos, singulares, raros, no como los demás, a
veces anormales. Les es necesario aprender los volúmenes, las distancias, aprender
las medidas del medio material y humano en que se desarrollan. Les es necesario
volver a reconocer su cuerpo situado en ese espacio reevaluado. Pero apenas lo han
logrado, todo vuelve a cambiar de nuevo. La rapidez e intensidad de las
transformaciones corporales les obligan a correr sin cesar en el conocimiento de su
cuerpo.
Cogidos en medio del torbellino pasional de su sexualidad, los preadolescentes
se sienten como extraños a sí mismos, sorprendidos de su propio comportamiento y a
veces incluso condenados a vivir marginados de su yo, lo que les puede llevar hasta
negarse.
Los preadolescentes traducen estos sentimientos por expresiones diversas como
cuando dicen que "les parece que flotan en el aire", que "no terminan de encontrarse".
Esta vivencia les lleva a veces al sentimiento angustioso del cambio corporal y de la
despersonalización. Este sentimiento conocido como primer estadio de la psicosis
(esquizofrenia), se observa aquí de modo pasajero y, con más o menos intensidad,
suele ser normal en casi todos los preadolescentes. El espejo llega entonces a ser el
indispensable testigo y aliado preciso. Zulliger (1976) dice a este propósito que muchos
chicos y chicas se miran en el espejo con intención de defenderse de la angustia,
muchas veces imaginaria, referente a sus rasgos faciales o corporales modificados. Y
es que el preadolescente no puede aceptar lo real, en efecto, sino en la medida en que
se reconoce a sí mismo. El sentimiento de extrañeza o rareza que el preadolescente
tiene en esta edad es de la misma naturaleza que el sentimiento de no lograr
identificarse de modo seguro.
d) Sentimiento de inquietud y soledad. Ocurre a veces que el mismo espejo
parece perder su azogue, la imagen se enturbia, luego desaparece. El preadolescente
se encuentra solo entre los suyos, extraño, diferente; o, lo que es peor, no se siente a sí
mismo. No sabe ya qué es ni dónde se encuentra.
El espejo ya no le sirve. De este sentimiento de carencia, de ausencia, de vacío,
nace una inquietante impresión. La ilusión fugaz de una inverosímil desaparición. Se
instala en él un cierto malestar, intenso, aunque breve, que recuerda en parte al que
sueña y cae en el vacío. En el fondo del vacío, tras el espejo, la muerte. No ciertamente
la auténtica muerte, pero al menos sí su sombra; la destrucción, la desfiguración.
La impresión de inquietante extrañeza que acompaña a esta experiencia nace,
según Freud (1905), de la toma de conciencia, que revela un fallo transitorio de la
organización defensiva del Yo. La realidad que entonces medio se percibe, se revela
tanto más angustiosa, cuanto que se presenta incierta. El adolescente experimenta un
intenso deseo de autonomía, de independencia, busca librarse de sus ataduras
infantiles. Rechaza en bloque a sus padres, educadores, ideologías familiares, etc. Para
encontrarse y afirmarse, se centra en sí mismo en un movimiento de repliegue
narcisista. Pero arrastrado en su movimiento de rechazo, llega a negar lo que, en él
mismo, se asemeja a las imágenes parentales: su propio cuerpo sexuado que no puede
aceptar sin conflicto.
Por ansiógena que parezca esta experiencia de inquietante extrañeza, supone
generalmente un aspecto positivo. El sentimiento ansiógeno que implica la emergencia
súbita de lo reprimido tiene como consecuencia el lanzar al sujeto a una serie de
refuerzos integradores del yo.
e) Narcisismo ansioso. Sin pretender analizar aquí las características de este
narcisismo, quisiéramos señalar que este amor de sí no es sólo fuente de placer. Esta
vuelta sobre sí del interés y amor que niega a los objetos externos es, sin duda alguna,
fuente de un gran gozo para el sujeto. Pero también es fuente de angustia y sufrimiento.
Amar su cuerpo y sobreestimarlo no es fácil. Supone renuncias costosas y pérdidas
dolorosas. El narcisismo es una posición de repliegue más inconfortable de lo que
parece. Si el preadolescente obtiene intensas satisfacciones de su cuerpo y las
posibilidades nuevas que le ofrece, experimenta también no poco desagrado. "¡Ah, si
pudiera llegar a disociarme de mi propio cuerpo!", suspiraba el Narciso de Ovidio.
Por poner un ejemplo: la masturbación es para el preadolescente un compromiso
insatisfactorio entre el rechazo total, la aceptación incondicional de la maduración
genital y las exigencias del instinto. Empujado a la búsqueda del placer, experimenta,
cuando lo ha llegado a conseguir, angustia y culpabilidad. Se percibe como indigno
masturbador; imagen poco satisfactoria que debe aceptar, aunque sea transitoriamente,
a menos de renunciar a toda satisfacción sexual.
El cuerpo con sus exigencias propias que hay que satisfacer en detrimento de
una imagen ideal de sí, secretamente querida, se percibe entonces como desvalorizante. Este sentimiento provoca en ciertos preadolescentes tentativas de negación
corporal: ascetismo o angelismo.
Cuando contempla su cuerpo, tan odiado como amado, experimenta ante él una
insatisfacción narcisista dolorosa. Tiene miedo de su cuerpo, que frecuentemente le
traiciona (sudor intempestivo, torpeza de gestos, voz incontrolada, tentaciones
masturbatorias, etc.) y no osa servirse de él por miedo a hacerlo mal. Numerosas
inhibiciones encuentran su fuente en este miedo ansioso.
2. PROGRESOS EN EL DESARROLLO COGNITIVO Y COMPORTAMIENTO
VERBAL
Existen datos convincentes a favor de la interpretación del desarrollo cognitivo
durante este estadio como una situación de transición en el que los sujetos van dejando
progresivamente los modos de actuar del estadio anterior (pensamiento concreto) a la
par que se exhiben competencias aún no consolidadas propias de la adolescencia
(pensamiento formal).
2.1. Cambios en la percepción y representación
Las modificaciones que experimenta la percepción del preadolescente se caracterizan por dos rasgos más destacados (Nickel, 1975): 1) El perfeccionamiento
progresivo, si bien atemperado, de la percepción visual y auditiva, con un acercamiento
paulatino al punto máximo; 2) la creciente complejidad de la percepción cada vez más
influida por los factores intelectuales.
Respecto a la percepción visual cabe señalar una mayor agudeza así como una
mayor finura en la diferenciación de los colores y la luminosidad (Rubinstein, 1973).
Algunos investigadores señalan igualmente un incremento de la agudeza auditiva y una
mejor percepción de los patrones acústicos hasta los quince años (Wohlwill, 1971).
Pero la transformación más significativa tal vez sea el mayor nivel de complejidad
perceptiva que consigue el preadolescente por influencia del pensamiento abstracto. Si
el niño de la edad escolar temprana se caracteriza por su acusada tendencia a una
captación analítica y espontánea de la realidad, que le posibilita una aguda capacidad
de observación, en la preadolescencia y por influencia del pensamiento abstracto,
indica Rubinstein (1973), el sujeto es capaz de establecer categorías perceptivas más
generales. Es como si al comprobar los contenidos de su percepción los sometiera a un
sistema cada vez más diferenciado de conocimientos teóricos.
Con este tipo de percepción se modifica también el carácter de las representaciones que se tornan más generales y abstractas y por lo mismo, más apagadas y
menos plásticas. En consecuencia, disminuye el rendimiento reproductivo de los
preadolescentes cuando se le presentan modelos visuales, si lo comparamos con el del
niño; pero aumenta el de los contenidos abstractos. Nickel (1978) llegó a probar esto
mediante un sencillo experimento en el que presentó a dos grupos de sujetos, uno de
niños y otro de adolescentes, dos láminas, una con una escena determinada y otra con
una serie de cifras. El promedio de resultados de la reproducción memorística estuvo a
favor de los niños en la lámina de la escena, mientras que en la de cifras, la ventaja
estuvo a favor de los adolescentes.
De estos resultados no cabe deducir una capacidad reproductiva de la misma
especie para todos los preadolescentes, pues no cabe duda que cada uno se encuentra
determinado por sus especiales circunstancias de formación así como por su mayor
facilidad o dificultad en el acceso al pensamiento abstracto.
De cuanto acabamos de decir se infieren consecuencias importantes para el
quehacer pedagógico. Si en el período de la niñez escolar temprana constituye una
esencial misión pedagógica la promoción de la capacidad de observación y de las
representaciones visuales, ahora hay que conceder mayor relevancia a la formación de
la facultad abstracto-formal en la solución de problemas. Con todo y si tenemos en
cuenta, según indicábamos al comienzo de este apartado sobre el desarrollo cognitivo,
que este estadio se caracteriza por una situación de transitoriedad, habrá que evitar,
tanto como fundar la enseñanza en aspectos exclusivamente concreto-visuales, el
hacerlo sólo en aspectos abstracto-formales.
2.2. Perfeccionamiento del aprendizaje y la memoria
Característica del aprendizaje en este período es la de una complejidad creciente
sobre el estadio anterior así como la de una organización jerárquica de lo aprendido
(Gagné, 1970). Complejidad y organización que está en función no sólo del desarrollo
de las estructuras y procesos que intervienen en el sujeto para regular la información,
sino también por las propias exigencias del currículo y los nuevos contenidos
académicos.
En relación con el desarrollo del pensamiento abstracto-formal, el aprendizaje
ejecutivo, propio del estadio de la niñez, pasa progresivamente a segundo plano en
favor del aprendizaje verbal, cada vez también más abstracto.
Otro factor que influye en el perfeccionamiento del rendimiento del aprendizaje
en este estadio es el intenso aumento de la retentiva tanto de material pobre de sentido
como dotado de sentido (Weinert, 1963). De todos modos, el rendimiento de la memoria
lógico-discursiva está en este estadio por encima de la memoria mecánica (Moraleda,
1980). Este incremento de la retentiva hay que atribuirlo, con todo, más a la mayor
capacidad de comprensión del sujeto (como consecuencia de su desarrollo intelectual)
así como a su mayor capacidad para ordenar los correspondientes contenidos, que a
esta modificación de las funciones mnémicas.
Ciertamente, el desarrollo de este aprendizaje presenta notables oscilaciones de
unos sujetos a otros, que dependen de múltiples factores tanto personales como
ambientales e institucionales. En algunos casos, cuando alguno de estos factores falla,
el sujeto puede encontrarse con dificultades más o menos graves para este aprendizaje
que, circunstancialmente, pueden llevarle al fracaso escolar. De él hablaremos más
adelante.
2.3. Naturaleza del pensamiento en la preadolescencia
Comparado con el pensamiento infantil, el pensamiento preadolescente implica
una serie de características nuevas. Primero es más abstracto, es decir, menos ligado a
conceptos concretos; segundo es más lógico; tercero es más introspectivo.
Este estadio, con todo, según ya ha quedado anteriormente apuntado, se caracteriza por ser una fase de transición del pensamiento concreto, al abstracto y formal.
Estas nuevas formas de pensamiento y operaciones mentales no aparecen de forma
brusca en el sujeto, sino que se irán consolidando poco a poco, alternándose con las
formas de pensamiento concreto propias del estadio anterior. Según Flavell y Wohlwill
(1969), este paso progresivo se da a través de estas cuatro fases: 1) fracaso en todas
las tareas que exijan operaciones formales; 2) exhibición de algunas competencias
formales poco significativas; 3) aplicación de operaciones formales de modo poco
consistente; 4) razonamiento formal plenamente consistente. Esta última fase se daría
más bien en la adolescencia y juventud.
Estas mejoras en el desarrollo del pensamiento preadolescente se ponen de
manifiesto sobre todo en la comprensión y elaboración de conceptos y en la solución de
problemas.
2.4. Pensamiento abstracto y formación de conceptos
La creciente capacidad de abstracción del pensamiento preadolescente afecta
especialmente a la elaboración de conceptos. En esta elaboración se buscan ahora
categorías cada vez más generales y complejas paró los rasgos comunes abstraídos de
los objetos aislados. Pero al mismo tiempo esta formación de categorías conceptuales
se va desligando cada vez más de los fundamentos concreto-sensoriales a la par que
se va ciñendo al plano de las representaciones simbólicas; lo cual no acontecía sino de
modo muy restringido en el estadio anterior (Elkind, 1969).
2.5. Pensamiento lógico-formal y solución de problemas
Los progresos esenciales del pensamiento lógico-formal del preadolescente, en
la resolución de problemas, se pueden resumir en los siguientes puntos (Flavell, 1966):
a) Capacidad para plantear hipótesis acerca de un problema planteado y
comprobarlas de modo sistemático. El púber, cuando quiere encontrar la solución de un problema, ya no necesita proceder, como ocurría al niño, mediante
pruebas de ensayo y error, sino que es capaz de imaginarse posibles
soluciones y tras razonar sobre ellas, deducir la solución real.
b) Capacidad para elaborar posibilidades de solución, por vía deductiva, sobre
problemas hipotéticos que carecen de fundamento real y que incluso pueden
ser fantásticos.
c) Capacidad para utilizar operaciones lógicas cono procesos abstractos, es
decir, independientemente de un contenido concreto. Como, por ejemplo,
cuando el preadolescente emplea este silogismo: "todos los isma son daro,
luego todos los daro son mamíferos". El niño necesita, para razonar, saber las
características concretas de los isma y los daro; el preadolescente es capaz
de sobrepasar dichas características y llegar a una conclusión mediante su
razonamiento lógico-formal.
d) Capacidad para tratar relaciones complejas: relación de relaciones. Por
ejemplo, relacionar elementos múltiples que guardan entre sí dependencia
(velocidad X por tiempo X = velocidad Y por tiempo Y); o bien razonar sobre
subconjuntos de diversas categorías (el color y el tamaño que existen por
pares combinados en diversos objetos).
e) Capacidad para elevar las distintas operaciones de pensamiento a un plano
más elevado y utilizarlas, como reglas abstractas, en la solución de una
amplia gama de problemas. Como ocurre, por ejemplo, en la mayor parte de
los principios y leyes matemáticas, físicas, etc.
f) Capacidad para reflexionar sobre su propio pensamiento de volverse sobre él
para criticarle o justificarle (metapensamiento). Esto no obstante y aunque
esta capacidad sea en los preadolescentes mayor que en los niños, en este
tipo de tareas éstos no alcanzan, de ordinario, el estadio del pensamiento
reflexivo. Igualmente los preadolescentes son capaces de pensar sobre los
pensamientos de los otros; si bien algunas veces fracasan en sus intentos, al
no ser capaces de diferenciar entre lo que ellos están pensando y lo que
piensan los otros (Looft, 1972).
2.6. Pensamiento técnico
En algunos preadolescentes, al pensamiento técnico-práctico que empieza ya en
la infancia se asocia ahora el pensar técnico, que supone una inteligencia práctica,
habilidad constructiva y un cierto rigor lógico en el pensar. Según Wetherik y Davies
(1972), hacia los doce o trece años se produce una escisión entre los chicos: la mayoría
(el 58,1 %) se sigue desenvolviendo en la dirección del comportamiento técnico-práctico
que ya irrumpió a los nueve años; el 28 % comienza el desarrollo del pensar técnico,
mientras disminuye el comportamiento técnico-práctico; y el 39,9 % figura tanto en uno
como en otro.
2.7. Comportamiento verbal
Sobre el desarrollo del comportamiento verbal del preadolescente actúan de
modo significativo los cambios en el pensamiento a que acabamos de aludir. Pues si
bien es verdad que el lenguaje no es condición necesaria para adquirir el pensamiento
formal, sin un adecuado desarrollo de este pensamiento el sujeto no podrá ver
evolucionar su lenguaje, al menos hasta un cierto nivel de abstracción.
Sobre el desarrollo verbal actúan también factores específicamente ambientales
con más intensidad que en el período escolar. Si bien es cierto que ya en la etapa de
escolarización temprana el código lingüístico y posibilidades verbales de cada niño
venían influidos por la procedencia sociocultural de los diferentes niños (Bernstein,
1970; Bereiter y Engelman, 1977; Moraleda, 1989), en esta primera etapa de
escolarización la enseñanza verbal está orientada fundamentalmente a satisfacer las
necesidades de la vida diaria; lo que estimula a los alumnos procedentes de las clases
menos favorecidas, para los que les es más familiar dicha forma de lenguaje. Pero al
ingreso en la enseñanza secundaria obligatoria la orientación en la formación de la
lengua es más bien literaria. Lo que lleva a levantar ciertas barreras entre chicos
procedentes de distintas clases socioculturales, por verse los menos favorecidos,
menos hábiles y motivados en el uso de este tipo de lenguaje.
Si queremos comprender adecuadamente el desarrollo del comportamiento
verbal de los preadolescentes, tal como lo vamos a exponer, habremos de tener en
cuenta ambos factores de influencia mencionados.
Una de las primeras manifestaciones de este desarrollo se refiere al léxico.
Hurlock (1970) hace notar que desde los diez años a los quince el número de palabras
de que dispone un individuo pasa de 50.000 a 80.000. Ciertamente que esta cifra ha de
ser interpretada con cautela, ya que puede verse sometido a enormes variaciones entre
unos individuos u otros. Más importante aún es el progreso que experimentan en la
comprensión del significado de las palabras. El enriquecimiento de su vocabulario no se
encuentra determinado sólo por el acopio de nuevos vocablos, sino también por el
aprendizaje de significados suplementarios y diferenciados de las voces que ya posee
(Werner y Kplan, 1950; Russell y Saadeh, 1962). Bajo la influencia del pensamiento
abstracto comienza el preadolescente a usar palabras de contenido abstracto, tanto en
el vocabulario pasivo como en el activo (Obereber, 1930; Neuhaus, 1962).
Otra manifestación del desarrollo verbal de los preadolescentes es el empleo de
construcciones sintácticas cada vez más complejas (Hillebrand, 1966), así como el uso
de funciones y estrategias verbales también cada vez más complejas (Halliday, 1982;
Tough, 1987).
Hetzer (1970), hace resaltar como peculiaridad del lenguaje oral y escrito de los
preadolescentes y adolescentes el hecho de que éstos cuiden sobremanera su estilo.
La explicación que da es que la expresión verbal es para ellos un medio de compensar
sus sentimientos de inferioridad; a través del lenguaje acentúan conscientemente su
estatus de adulto. Courage (1962) llegó también a encontrar, a través del análisis de
numerosas producciones de preadolescentes, esta tendencia a imitar el lenguaje de los
adultos (personas de prestigio de la TV, del cine, la canción, el deporte, etc.), aunque
algunas palabras no vengan al caso o incluso no las entiendan del todo.
La ampliación y profundización en las vivencias personales suele reflejarse
también en la expresión escrita de los preadolescentes. Valentiner (1916) destaca en
una de sus investigaciones sobre las formas de expresión cómo los preadolescentes
tienden a destacar los sentimientos de los protagonistas. Y Busemann (1925) encontró
en un trabajo similar cómo los preadolescentes tienden a destacar en sus redacciones
las descripciones cualitativas de los personajes antes que la narración de los actos.
3. AFECTIVIDAD Y SOCIALIZACIÓN
3.1. Excitabilidad y labilidad afectiva
Las profundas transformaciones del metabolismo hormonal y las perturbaciones
del equilibrio físico o psíquico en el púber traen como consecuencia profundas
perturbaciones en la vida afectiva. Una de ellas es la intensa excitabilidad de su vida
afectiva. Esta excitabilidad se manifiesta, en general de dos modos:
a) Por una predisposición a las emociones: la tendencia a los arrebatos de ira y
cólera, a la indignación e impaciencia, a la irritación y hostilidad, llevan a designar a
este estadio como segunda edad de la obstinación.
Tanto Kroh (1958) como Remplein (1969) comprobaron en una encuesta que, en
efecto, esta tendencia al mal humor y obstinación es frecuente en los muchachos de
esta edad; con todo hacen observar que la tendencia al mal humor es doblemente
frecuente en los chicos que en las chicas, mientras que la tendencia a la obstinación
ocurre a la inversa. Buseman (1948), relaciona esta tendencia del chico con la
predisposición a la lucha propia del hombre.
b) Por un aumento de la tensión nerviosa, que se manifiesta en ciertos hábitos,
tales como morderse las uñas o la piel circundante, el chuparse el pulgar, el morderse
los labios, el tirarse del pelo, el manosearse la cara, la vuelta a la enuresis, etc.
c) Por un aumento de la labilidad afectiva. Otra de las muestras de las profundas
alteraciones de la vida afectiva en el púber son las frecuentes oscilaciones de la vida
afectiva. El púber se ve expuesto a estados afectivos extremos y frecuentes en los que
se alternan estados de relajamiento como cansancio y sentimiento de fuerza;
satisfacción como disgusto; alegría y simpatía como tristeza y mal humor evidente.
Estos cambios de estado de ánimo se efectúan, por lo general rápidamente y sin
transiciones: el púber que acaba de estar alegre, acto seguido se encuentra
desanimado y harto por cualquier motivo importante; tan pronto se encuentra alborotador, despreocupado cual niño travieso, como a renglón seguido se nos muestra
con la seriedad de un adulto. Esta excitabilidad y oscilación de la vida afectiva
repercute, en general, en su rendimiento.
3.2 Disposición a la ansiedad
Durante la preadolescencia, la ansiedad es particularmente intensa, según
afirmaciones de Schenk-Danzinger (1972). El origen de esta ansiedad se encuentra,
según Remplein (1969), en la excitabilidad y labilidad afectiva del preadolescente. Pero
también pudiera encontrarse, según las interpretaciones de
Sullivan (1948). en la lucha interior entre las fuerzas antagónicas que en esta
edad, como en todos los momentos críticos de desarrollo, se da en el preadolescente:
las fuerzas que surgen de las profundidades del inconsciente del individuo ante el
hecho de tener que desarrollarse, hacerse hombre, con lo que se prevé en ello de
reductor y, a la vez, de posibilidades insospechadas y golpes amenazadores. Esta
ansiedad se manifiesta sobre todo en las chicas en forma de pesadillas, miedo a la
oscuridad, etc. La arrogancia en el comportamiento suele ser la máscara tras la que se
esconde el miedo. El gusto por películas e historias terroríficas suele ser un medio para
objetivar el miedo interior y librarse de él.
Con todo y a juzgar por una investigación de Nickel (1973), parece ser que
superior a esta ansiedad general inespecífica es en los preadolescentes la ansiedad
ante los exámenes. Aunque este tipo de ansiedad, al parecer, tiende a ir disminuyendo
con la edad.
3.3. Descubrimiento y exaltación de sí y afán de independencia
a) Oscilación entre la exagerada confianza en sí mismo y el sentimiento de
inferioridad. Durante la infancia el niño vivía en las cosas, sumergido en los acontecimientos sin casi conciencia de sí mismo. Al llegar la preadolescencia, con el nacimiento
de la introspección, el chico llega a descubrir su yo como un mundo insospechado, a
descubrir los valores de su persona. Esto le lleva, según expone magníficamente
Debesse (1942), a una exaltación de su yo, es decir, a la creencia de que en sí hay algo
único y grandioso, así como a un afán de liberar y actualizar todas las energías
descubiertas en sí. El adolescente, dice Freud (1905), vive encerrado, como Narciso, en
sí mismo.
Este modo de narcisismo se manifiesta en el preadolescente de dos formas:
tinas veces su afán de hacerse valer le lleva a un deseo casi obsesivo de batir marcas
(sobre todo en los chicos): sirviéndose de marcas deportivas, quiere hacer ver que es
algo extraordinario. El poder que realmente le falta para ganar la estima y la admiración
lo suple con la jactancia. El afán de renombre es también un rasgo típico de la edad.
Mientras tal afán se limita en los chicos a sus proezas físicas y hechos heroicos, las
chicas recurren en ciertas circunstancias a las conquistas amorosas. Pero el
preadolescente no sólo intenta engañar a los demás con sus apariencias, sino que se
engaña también a sí mismo; con su comportamiento exagera artificialmente el
sentimiento de su propio valor, hasta que, por fin, él mismo llega a creerse un individuo
extraordinario. En esto le ayuda la fantasía, que se pone al servicio de esa manía de
hacerse valer. Al fantasear, el chico se ve como futuro hombre, como campeón,
investigador, descubridor; la muchacha, análogamente, como mujer admirada en todas
partes, como estrella de cine y como dama de gran mundo.
Tras el comportamiento bullicioso e impertinente, el preadolescente oculta un
afán de hacerse valer; hablando alto, con palabras soeces, lanzando ruidosas
carcajadas y alardeando de fuerza, intenta atraerse la atención de los demás.
De la misma forma, la necesidad de hacerse valer constituye la raíz del afán de
crítica propio de la edad; concede poco valor a las personas y las desacredita, no por
fidelidad a su propio pensar, sino por la necesidad que tiene de distinguirse y mostrarse
superior. Esta crítica la dirige tanto contra los de su propia edad como contra sus
padres y educadores.
Edad
13
14
15
16
17
M
F
Total
1. Muy mala
05
05
0,5
05 15
0,5
0,5
0,5
2. Mala
1,0
10
05
1,5 0 0
05
1,0
1,0
3. Aburrida
6,0
65
7,0
6,0 4,5
7,0
5,5
6,5
4. Incómoda
9 0 10,0 6,5
6 5 8,0
9,0
4,5
7,5
5. Buena
41,0 42,5 425 440 40,0 41,0 445
42,1
6. Muy buena
10,0 12,5 12,5 9 5 11,0 11 5 12,0 11,5
7. Feliz
17,0 17,5 19 0 20,0 240 180 21,0 19,5
8. Indiferente
10,0 100 11,5 12,0 11,5 12,0 10,5 11,5
Figura 29. Calidad de la convivencia con los padres (%) (Moraleda, 1980).
Edad
13
14
15
16
17
M
F
Total
1. Mayor comprensión
100 10,0 8,5
125 11,5 10,5 9,0
100
2. Mayor autonomía
7,0
75
80
4,0
5,5
8,5
4,5
6,5
3. Menor exigencia
2,5
2,5
3,0
2,5
1,5
3,5
2,0
25
4. Respeto de mis ideas
21,0 20,5 20,5 21,0 19,0 200 21,5 20,5
5. Esfuerzo por conocerme mejor 17,0 17,5 17,5 195 15,5 15,0 21 5 17,5
6. Que me traten como amigo
11,0 11,5 10,5 105 14,5 10,5 13,0 11,5
7. Que me den más dinero
1,0
8. Que sigan como hasta ahora
29,5 29,5 305 285 300 305 28,5 30,0
10
1,0
1,0
2,0
1,5
05
1,5
Figura 30. Expectativas respecto a los padres (%) (Moraleda, 1980).
Pero al mismo tiempo y junto a esta exaltación del yo, junto a esta presunción, a
este endiosamiento, el preadolescente se ve sometido a profundos y frecuentes
sentimientos de inferioridad, de falta de confianza en sí mismo, de pusilanimidad, de
abatimiento. En realidad muchas de las manifestaciones de conducta que acabamos de
describir están relacionadas con este sentimiento de inferioridad; son movimientos
reaccionales, por los que el púber intenta defenderse contra dicho sentimiento.
Los orígenes de este sentimiento de inferioridad son múltiples. Entre ellos cabe
citar la propia labilidad y excitabilidad de los sentimientos, la no integración de las
nuevas experiencias que por desconocidas le resultan amenazadoras, las limitaciones
que a su fantasía y no pocas veces a su impertinencia, le impone el principio de la
realidad: descenso en el rendimiento escolar ya señalado, llamadas a la obediencia por
los padres, frustraciones en la vida, etc.
Según esto encontramos que en la pubertad el chico se nos presenta con un
carácter típicamente contradictorio, en el que el sentimiento de exagerada confianza en
sí, en sus propias fuerzas y propio valer, se alterna con el desaliento, la desconfianza.
Un pequeño éxito o un insignificante elogio basta para que el preadolescente confíe con
desmedido optimismo en su propio valer. Y a la inversa, un fracaso insignificante o un
ligero reproche bastan para quebrantar la confianza que tiene en sí el preadolescente y
desanimarle. Dicho de otro modo, el sentimiento de sí es lábil y oscila continuamente
entre el sentirse satisfecho y sentirse insatisfecho de sí mismo.
b) Afán de emancipación. Segunda edad de la obstinación. El afán de
hacerse valer, por una parte, como los sentimientos reaccionales contra su propia
seguridad, por otra, intensifican en el preadolescente su afán de independencia y
necesidad de libertad: ya no es niño y, por tanto, no quiere ser tratado como tal; le
molesta la relación de dependencia con los adultos; intenta librarse del yugo que
supone hacer siempre lo que éstos le ordenan; quiere imponer sus propios objetivos y
hacer lo que le agrada. Este afán de independencia y autodeterminación es la raíz de
una serie de formas de comportamiento que han llevado a designar a este estadio
como la segunda edad de la obstinación, de la insubordinación, de la oposición, de la
mala educación (o "edad del pavo").
Preferencia de los padres como compañeros durante la pubertad (Musgrove, 1963).
Entre estas formas de conducta, la más característica tal vez sea la menor unión
con la familia. Los preadolescentes denotan frecuentemente una terrible indiferencia
frente a la vida íntima de la familia; se comportan en casa casi como extraños, no tienen
ganas de salir con la familia a pasear, en algunos casos se avergüenzan de sus padres
y empiezan a distanciarse de ellos de modo manifiesto. Pero sobre todo, oponen
resistencia a tenerles que obedecer, se sublevan ante toda sujeción y tutela y
responden con "obstinación" ante toda intromisión en sus asuntos.
Esta emancipación se dirige también contra las autoridades educadoras, sobre
todo contra sus profesores. En las encuestas realizadas por Hopkins (1987) abundan
los casos de inadaptación a la escuela en los muchachos de doce a catorce años y en
las muchachas a partir de los diez.
Por supuesto que la intensidad del fenómeno de la obstinación es muy distinta
en los individuos según su disposición personal y la influencia del medio ambiente. Así
tenemos que en los sujetos de naturaleza más tenaz se da esta obstinación con más
fuerza que en los de poco tesón debido a su mayor capacidad de adaptación y
sumisión. También es distinto en los chicos que en las chicas. En las muchachas, por lo
general, es menos frecuente. El enfadarse, la separación de forma brusca, es más
propio de los muchachos. Además, cada sexo reacciona de forma diversa según se
trate del padre o de la madre. El chico protesta más contra el padre, que quiere a toda
costa mantener su autoridad; la muchacha contra la madre, porque no desea que se
meta en sus asuntos y la haga participar en las faenas del hogar.
También el medio ambiente influye en estas diferencias; cuanto más rígida,
opresiva y autoritaria sea la educación, tanto más vehementes serán los fenómenos de
la obstinación; cuanto más tacto se emplee y más comprensión y libre sea la educación,
tanto más se aminora (Becker, 1964).
El ambiente, según sea rural o urbano, la clase social, según sea económicamente alta o baja, son factores también que influyen en el grado de obstinación. Por lo
general, dice Reuchlin (1972), los chicos de ambiente rural y clase socioeconómica baja
son más dóciles a la familia que los chicos de ambiente urbano y clase superior que
suelen ser más obstinados y tercos.
3.4. Tendencia a reunirse con los compañeros de la misma edad
El impulso a la camaradería y a formar grupos y pandillas entre compañeros de
vecindad o de colegio veíamos que tenía un profundo empuje ya durante el anterior
estadio. Estas pandillas o grupos solían organizarse de modo espontáneo entre los
compañeros de vecindad o colegio, en torno a ciertas actividades. Con el paso a
preadolescente esta apertura al grupo es aún mayor. El grupo ahora ya no está
formado por lazos frágiles de buena camaradería de clase o vecindad, sino que toma
un carácter más cerrado y estructurado, de más cohesión entre los miembros. Esto se
refiere particularmente a los chicos, pues. aunque entre las chicas, la tendencia a
formar grupos es también notable, dichos grupos son poco consistentes (existe una
tendencia a disgregarse en subgrupos de 2-3 amiguitas), dura poco tiempo y se enfría
cuando entran nuevos valores en juego (por ejemplo, la atracción por los chicos), o
cuando un defecto de una compañera se hace demasiado desagradable; lo que
demuestra la mayor superficialidad de su formación.
Motivos que impulsan a los preadolescentes a asociarse
Volviendo en particular a los grupos de chicos, aunque mucho de cuanto ahora
digamos se aplica también a los grupos de chicas, parece ser que, según Secadas
(1970), son cuatro los motivos principales que impulsan a los preadolescentes a
asociarse:
a) La evasión. Uno de los motivos que impulsa a los adolescentes a asociarse
es, sin duda, el evadirse del mundo del hogar e incluso del de los adultos con el que,
según hemos visto, entran frecuentemente en conflicto. El grupo de camaradas se
convierte así en el lugar privilegiado donde el preadolescente normal, es decir, no
paralizado por la timidez y el temor de los contactos, podrá relajarse, evitar los choques
y disputas familiares con sus padres y hermanos y encontrarse en medio de sujetos que
sienten como él, experimentan las mismas necesidades y saborean los mismos
placeres.
b) La necesidad de ser aceptado. Una de las fuerzas que más incitan a la
aproximación mutua es la necesidad primaria de ser aceptado. El individuo, dice
Schmuck (1983), tiene tres necesidades interpersonales: la aceptación, la de control y
la de afecto.
La de aceptación es, según los psicólogos, condición fundamental de bienestar,
sobre todo en estas edades tempranas. La seguridad de ser acogido en compañía y de
no encontrar, de buenas a primeras, actitudes defensivas, es condición primaria para
dar salida a la espontaneidad en el comportamiento. Lo contrario retrae, sobre todo en
estas edades en que se tiene tanto miedo al ridículo y a la soledad. A ello se agrega
una necesidad de apoyo, sentida por los que están todavía en edad de dependencia,
particularmente si buscan refugio en la frustración. El rigor le mueve a acogerse a un
grupo de convivencia menos exigente. Como consecuencia, el aumento de tensiones
que le incitan a escapar de la tutela familiar hacia el grupo y la panda, caería en una
incontrolada soledad interior, acaso atormentado por sentimientos de culpabilidad, si no
encontrara un ambiente acogedor, un clima más grato de relajación y de ocio, libre del
control y lejos de la norma estricta.
La aceptación por un grupo, no obstante, puede tener diversos grados. Hay
adolescentes que son muy populares, agradan a todo el mundo, son los más elegidos
por los otros miembros del grupo y constituyen el centro de un núcleo de admiradores,
todos los cuales se lo disputan como amigo más íntimo. Estos individuos se denominan
estrellas o líderes. De ellos hablaremos en otro lugar.
En otro extremo están los aislados sociales, que no tienen amigos íntimos, que
no pertenecen a camarillas y que piensan que nadie les quiere ni se interesa por ellos.
Un motivo por el que los aislados no pertenecen a las unidades sociales de sus
compañeros de edad puede ser porque éstos los rechazan; o quizás ellos quieran
participar en las actividades sociales de sus compañeros, pero se ven impedidos de
hacerlo por diversas razones. También pueden no participar de manera voluntaria
porque no están interesados en las actividades del grupo a causa de su maduración
más rápida, lo que les lleva a considerar infantiles a sus coetáneos; o porque poseen un
interés propio absorbente que prefieren a las actividades de grupo.
Entre estos dos extremos, la estrella y los aislados, existen grados variables de
aceptación o popularidad. Algunos muchachos son razonablemente populares porque
poseen un amigo íntimo, pertenecen a una camarilla o están incluidos en la mayoría de
las actividades de sus coetáneos. Muy pocos preadolescentes son unánimemente
populares. Sólo de un 15 a un 25 por 100 suele tener un nivel mínimo de aceptación
inferior a las necesidades mínimas de desarrollo de su popularidad.
Los efectos que ejerce el grado de aceptación sobre la conducta del preadolescente de once a trece años son varios. El preadolescente popular se siente seguro y
feliz. Al sentirse seguro de la posición que ocupa en el grupo, puede alejar su atención
de sí mismo y de sus problemas e interesarse por otras cosas. Esto le convierte en un
miembro cooperador del grupo y en un amigo simpático para quienes no tienen la
misma suerte que él. En contraste, el amigo muy popular, la estrella, se halla a veces
más apartado del grupo y no está a la recíproca con éste, ya sea por indiferencia o
porque no desea mostrar favoritismos y enemistarse así con los amigos.
El preadolescente impopular se siente infeliz e inseguro. La falta de popularidad
puede ejercer sobre la conducta del preadolescente cualquiera de estos efectos:
-
El primer efecto, actuar como forma de motivación para adquirir prestigio por
otras vías, en la esperanza de merecer así la aceptación del grupo. Por ejemplo,
el aislado puede esforzarse por lograr un extraordinario rendimiento escolar, en
el deporte, etc. Esta tendencia puede prolongarse en la vida adulta,
especialmente si estas actividades compensatorias son reconocidas por aquellos
que le desdeñaban en su preadolescencia.
-
El segundo efecto es tornarse agresivo en sus relaciones sociales; fanfarronea,
miente, es fátuo y busca una posición de notoriedad. Estas son compensaciones
a su frustración.
-
El tercer efecto es que este aislamiento fomenta el desarrollo de satisfacciones
sustitutivas, tales como los ensueños excesivos, las formas solitarias de
diversión (lectura, TV, estudio, etc.), de modo que le queda poco tiempo para las
actividades sociales.
-
El cuarto efecto, finalmente, de este aislamiento es la evasión del ambiente en
que se ve forzado a vivir aislado. Muchos preadolescentes abandonan la
enseñanza al final del período obligatorio, no acaso por el fracaso escolar o falta
de interés, sino a falta de su aceptación social.
Los efectos ejercidos por la falta de aceptación social sobre la persona del
preadolescente son mucho más duraderos y profundos de lo que generalmente se cree.
Ningún adolescente puede evitar el desarrollar sentimientos de incapacidad e
inferioridad cuando nota que los demás no le aceptan.
La forma como el preadolescente descubre lo que los otros piensan de él o si le
aceptan, no constituye un asunto de pura casualidad e intuición. Existen, en la conducta
de los demás, indicios que le expresan cómo se le considera:
-
El tratamiento de los demás. El popular se ve solicitado, rodeado por todos, le
llaman por teléfono, le invitan a participar en las actividades y sus opiniones son
respetadas. El impopular, por el contrario, no se siente bien recibido, se le ignora,
ridiculiza o critica. No se le invita a las fiestas, en los deportes es el último en ser
elegido pese a que sus habilidades sean buenas.
-
El término (nombre o sobrenombre) con que los compañeros designan a uno
dice mucho de lo que piensan de él. Se ha encontrado que los que son llamados
por sobrenombres y por nombres abreviados suelen ser más populares.
-
Los comentarios; lo que los demás dicen de uno. Habitualmente los comentarios
de muchos preadolescentes son de una franqueza brutal. Además, a los
adolescentes les encanta chismorrear; adquieren un sentimiento de superioridad
al poder transmitir lo que han oído sobre los otros. Con frecuencia la versión es
adornada por el narrador para aumentar su interés.
No existe un factor particular que determine la aceptación social del preadolescente, si bien algunos de ellos desempeñan un papel más importante que otros. Los
siguientes factores influyen en mayor o menor grado: 1) la primera impresión que se
han formado de un chico los compañeros al presentarse ante ellos; 2) su aspecto
personal, su apariencia exterior atractiva; 3) el concepto que tiene de sí mismo: existe
notable relación entre la aceptación del propio yo y la aceptación de los demás, así
como una notable relación entre el rechazo de uno mismo y el rechazo por parte de los
demás; 4) la salud puede ser un factor decisivo; 5) la posición socioeconómica; 6) la
inteligencia: al menos la posición de un nivel lo suficientemente alto como para permitir
al individuo que tome iniciativas en las actividades de grupo; 7) el grado de actividad: el
adolescente aprende mucho haciendo algo para los demás, adquiere aplomo y
confianza en sí mismo y se hace reconocer por los otros; 8) la posesión de habilidades;
9) la aceptación de los valores del grupo; 10) el tipo de personalidad: es quizás el factor
más decisivo en la aceptación del adolescente. El individuo aceptado suele ser
expansivo, simpático, objetivo, dinámico, generoso, entusiasta y afectuoso. En
contraste, el rechazado suele ser reservado, aletargado, introvertido, reconcentrado,
tacaño, frío. Los problemas y perturbaciones de la personalidad también disminuyen la
posibilidad de aceptación del individuo.
c) El impulso a la agresión gregaria. La tercera fuerza que más favorece el
desarrollo social en esta edad de los once-trece años es la necesidad de asociarse a
los demás, de pertenecer a un grupo como medio de recuperación de la seguridad que,
al emanciparse del hogar, se va perdiendo. Pero este impulso asociativo es aún en esta
edad de naturaleza gregaria. En los grupos, la característica dominante es la masa; en
su magma colectivo, de vínculos emocionales, se sumerge el individuo de modo
anónimo e impersonal.
A esta tendencia a pertenecer a un grupo se agrega cierta propensión a ser
subyugado por un líder y ser dirigido por él. De este modo, la cohesión del grupo se
logra en parte extrínsecamente. El líder surge de modo más o menos espontáneo y su
prelación se debe a formas primarias de energía: inteligencia, fuerza, estatura,
habilidad, posesión de instrumentos o medios de diversión, etc. La función de líder es
en esta fase inorgánica, como ya indicábamos, la de pastor de rebaño.
En este grupo-masa, el individuo, al romper con él, se desasosiega y sólo
encuentra alivio, como las ovejas acostumbradas a ir siempre juntas, cuando logra
incorporarse nuevamente a la grey. Esta satisfacción que le produce el re-agrupamiento
refuerza en él la tendencia de modo que, cuando vuelve a rezagarse, sentirá un mayor
impulso a la incorporación. El pertenecer al grupo se convierte en gratificante y la
simple aglomeración se transforma en un estado y casi en una manera de ser.
d) La rivalidad. La rivalidad aparece en el ser humano desde los primeros
meses de su existencia. Con todo, cuando más se acentúa es al aparecer la preadolescencia. Según el psicoanálisis, esta reactivación de la rivalidad está relacionada
con la agresividad del instinto sexual en el período puberal. Pensamos que, sin
desechar esta hipótesis, la rivalidad puede estar relacionada con las numerosas
frustraciones que tanto las limitaciones personales como la realidad externa imponen en
estos años a los preadolescentes.
Esta rivalidad suele manifestarse en forma de riñas y peleas. Mas las peleas no
tienen, con todo, por qué ser siempre expresión de hostilidad; en ocasiones pueden
servir al preadolescente para demostrar simplemente su prestigio o superioridad ante
los otros. La rivalidad puede ser interindividual, grupal o intergrupal.
-
En la rivalidad intragrupal la pelea suele producirse generalmente por la
provocación de uno de los componentes del grupo que suele ser más agresivo,
al cual responde otro o los demás con una forma de defensa que devuelve la
agresión; por ejemplo, la verbal. No implica, como hemos dicho, enemistad y,
casi siempre termina con la reconciliación, libre de resentimientos. Esta
agresividad individual suele aumentar en los muchachos preadolescentes de
hogares donde impera el castigo o cuyos padres han demostrado hostilidad o
rechazo. Existen otros modos de expresar agresividad en el grupo: la tozudez, el
egocentrismo, el dominio, la discusión, la obstinación, la impulsividad.
-
La tensión agresiva acumulada de los individuos puede trasladarse al conjunto
del grupo. Esta agresividad puede manifestarse entonces de modo antisocial con
actividades delincuentes. Pero también en formas adaptadas, tales como las
competiciones en clase, las carreras, los equipos de juego, etc. La impulsión
agresiva, en ocasiones puede nacer del líder del grupo que impregna al mismo
de la atmósfera que induce a los miembros a la participación en la agresión.
-
La rivalidad, por último, puede ser intergrupal. A medida que van apareciendo
razones intrínsecas para las actividades asociativas, la rivalidad con otros grupos
se convierte en cooperatividad de todos los componentes del equipo ante las
dificultades y el riesgo de la empresa.
La experiencia de Sherif (1965) demuestra la fuerza cohesiva de la rivalidad. De
dos pandas rivales formó dos nuevos grupos para competir en juegos deportivos, de
suerte que todas las parejas de amigos estuvieran enfrentados, cada uno con su
contrario. Pronto la mayoría de los amigos habían reñido. La rivalidad del equipo había
podido más que la amistad. La rivalidad, con todo, puede adquirir grados violentos de
encono y enfrentar a grupos numerosos; choque entre diferentes grupos de la misma o
distinta barriada por afán de disputarse la hegemonía o un objeto apetecido por todos.
Cuando las pandillas se manifiestan a un nivel bajo de organización, obedecen a
tendencias gregarias y se convierten en fácil rebaño de líderes poco escrupulosos de
maneras rudas.
e) La diversión. El muchacho se divierte en compañía de otros de su edad.
Necesita jugar y emplear el ocio en la forma en que lo hacen los demás. Las clases de
juego y los estilos cambian. Hay modos y temporadas en las diversiones. Por otra parte,
el grupo da importancia a las habilidades que son fundamento de prestigio en su
momento evolutivo: la fuerza, la agilidad, el ingenio... Más adelante asedia al
preadolescente el aburrimiento, el tedio, la soledad; todo ello se desvanece como nube
en el bullicio del juego y del deporte.
3.5. Las pandillas entre los preadolescentes
A las pandillas de la infancia, grupos más bien gregarios y frágiles, sucede en la
preadolescencia un tipo de pandilla o grupo, más evolucionado y estructurado; de
mayor cohesión entre sus miembros.
La pandilla de preadolescentes es un pequeño grupo, exclusivo, no integrado por
parientes, informal y de relaciones cara a cara. No posee reglas de organización, pero
existe un común conjunto de valores. Un sentimiento del nosotros hace que los
miembros de la pandilla piensen y actúen de manera similar. La pandilla se halla
reunida alrededor de un conjunto de preferencias y aversiones compartidas que
vinculan a los miembros y que los separa de otros grupos, y alrededor también de una
posición social semejante en la comunidad o clase.
Existe una inmensa participación emocional que se expresa de dos maneras:
-
Entre los componentes incluye profundos sentimientos de amistad y responsabilidad de prestar ayuda en épocas de necesidad.
-
Con relación a otros grupos y a las experiencias externas, la pandilla tiene
prioridad, incluso, por encima de la familia de sus miembros.
a) Formación de la pandilla de los preadolescentes
La pandilla suele estar integrada al principio de la preadolescencia por individuos
del mismo sexo. A medida que se desarrollan los intereses heterosexuales, las
pandillas suelen ser mixtas. En una investigación realizada al respecto (Moraleda,
1980) se encontró que, a partir de los trece años, en el 62 % de los chicos y el 44 % de
las chicas, las pandillas son ya mixtas.
La pandilla típica suele estar integrada por cuatro o cinco individuos de intereses
similares y entre los que existe un vínculo de admiración y afecto mutuo. Cuando crece
la pandilla, por lo común se divide en varios grupos más pequeños. Existe acentuada
tendencia a limitar la filiación de una pandilla cuando el aumento de número de
integrantes pone en peligro la intimidad del grupo.
Una pandilla puede durar poco tiempo. Pero la mayoría persiste, incluso, hasta
los años de la madurez. Las pandillas femeninas suelen estar ligadas más
estrechamente que las masculinas y mostrar más resistencia a la integración de nuevos
miembros. Esto plantea problemas a veces a ciertas chicas que tienen que cambiar de
barrio o escuela.
b) Normas de la pandilla
Las pandillas no se forman según reglas fijas ni son planeadas de modo
consciente por los preadolescentes. Sus integrantes se eligen puramente sobre una
base intuitiva de preferencias o aversiones sin tener en cuenta ningún objetivo
consciente determinado por los valores. Los individuos con valores e inquietudes
análogas se sienten atraídos de modo informal, clase similar, etc. Cuando un
preadolescente ingresa en una pandilla, se considera que habrá de adaptarse a las
normas de los demás miembros y que comparta sus inquietudes. Cuando no ocurre así
o no se sienta dispuesto a adaptarse al patrón de conducta adoptado por el grupo, se
separa o es separado por los otros integrantes.
La admisión de nuevos miembros y el rechazo o expulsión de constituyentes
antiguos se realiza sobre la base de controles informales. Sin embargo, la mayoría de
los preadolescentes son cautos en cuanto a admitir en su grupo a un miembro sin
asegurarse primero de que el individuo encajará. Como señala Hollingshead (1965), la
pandilla posee una tabla de valores más o menos común, la cual determinará a quién
habrán de admitir, lo que habrán de hacer y cómo habrán de censurar al miembro que
no se ajuste a los valores.
c) Papeles de la pandilla
En cualquier grupo existe siempre una organización y una estructura. A grandes rasgos
funciona así:
1) El líder. Reúne distintas cualidades: popularidad, simpatía, competencia; goza
de prestigio aunque no siempre sea la persona más popular, sino más bien la más
competente y eficaz. Es capaz de reunir al grupo en torno suyo y darle cohesión.
Generalmente la información se concentra en torno a él. Él sabe todo y está al corriente
de todo. El grupo le concede la autoridad y, por consiguiente, él escoge y decide.
Puede comportarse como un tirano o ser comprensivo o democrático -depende de lo
que el grupo le tolere- pero normalmente el grupo funciona siempre con un líder.
2) El segundón. Es el hombre de confianza del líder y le ayuda. Soluciona
problemas inmediatos, recibe quejas, trasmite deseos, etc. Sirve de intermediario entre
el jefe y los demás miembros del grupo y a veces también en el exterior. Con frecuencia
es también un buen organizador, pero que carece de la autoridad para funcionar como
líder; puede darse el caso de que en una pandilla haya varios segundones, pero
entonces suelen producirse fricciones y oposiciones.
3) El contralíder. Posee cualidades que le hacen apto para ser líder. Si hay
alguna oposición se pone a la cabeza de la misma. Si no la hay, procura fomentarla y
reunir a los descontentos a su alrededor. Surge entonces el conflicto entre los dos
líderes. Si la crisis es demasiado fuerte y no se consigue una conciliación, el grupo
estalla, aunque más tarde puede reconstruirse la unidad, si el enfrentamiento no ha sido
demasiado violento.
4) El disidente. Casi todas las pandillas poseen un disidente: es el que nunca
hace nada como los otros, el que se salta las normas del grupo y obra como si no
existieran. Con frecuencia siembra la confusión insinuando ideas nuevas, rechazando
las costumbres comunes. A veces el grupo acepta trabajar con él, otras veces no le
puede tolerar. Casi siempre atrae y repele a la vez.
5) Los indecisos. Forman el grueso de la pandilla. Pero eso no quiere decir que
no piensen o que no tengan opinión: lo que pasa es que se sienten arrastrados por el
líder (o el contralíder).
Toda esta descripción es un poco general y teórica. Corresponde a tendencias
naturales y es el resultado de la dinámica normal del grupo, que le lleva a organizarse y
jerarquizarse. Sin embargo, en la actualidad, los preadolescentes viven un ansia tan
grande de igualdad, que rehusan este reparto de papeles e intentan afanosamente
encontrar otro tipo de estructura.
d) Actividades de la pandilla.
El rasgo más característico de una pandilla es la forma en que los miembros de
ésta planean estar juntos y encarar las situaciones juntos. Suelen reunirse antes de
empezar la clase, entre clase y clase, en los recreos, después de las clases, en los
ratos libres y en las actividades recreativas y extraescolares. Hollingshead (1949)
encontró que, el estar juntos y hacer las cosas juntos consume de un 64 % a un 99 %
del tiempo libre de un preadolescente.
La pandilla se integra alrededor de una serie de actividades o inquietudes
orientadas a conseguir diversos objetivos (evasión, aceptación, diversión, etc.). En una
investigación realizada por Moraleda (1980) se encontró que las actividades más
frecuentes en las pandillas de los adolescentes españoles de trece años eran las
siguientes, por orden de preferencia:
Actividades más frecuentes
Chicos
Chicas
Salir juntos y hablar de sus cosas
61 %
60%
Practicar un deporte
34 %
24 %
Salir de excursión
31 %
27 %
Bailar
31 %
21 %
Ir al cine
30 %
38 %
Reunirse en un club
21 %
25%
e) Problemas que puede plantearla pandilla
Unos pueden ser problemas relacionados con los individuos que la forman, otros,
concernientes al grupo en general. Los principales son los siguientes:
-
Siempre hay enfrentamientos individuales entre algunos miembros del grupo que
no llegan a entenderse: rivalidad, agresividad, divergencias.
-
Cuando el contralíder tiene peso, agrupa alrededor suyo a la oposición y a los
descontentos. Entonces pueden ocurrir dos cosas: se echa mano de la violencia
o uno de los dos se va, a no ser que se llegue de alguna forma a la reconciliación.
-
Cuando el disidente hace la guerra por su cuenta, siembra la discordia y la
confusión en el grupo, sobre todo cuando el bloque no es suficientemente fuerte
para resistirle y no sabe ni excluirle ni integrarle.
-
El líder puede resultar demasiado autoritario o, al contrario, muy blandengue;
entonces el liderazgo cae en crisis. Ni el "dejar hacer" ni la tiranía satisfacen al
grupo porque sus miembros tienen entonces la impresión de no poder realizarse
ni llevar adelante nada.
-
Por otra parte están también los innovadores, los que siempre quieren cambiarlo
todo (con frecuencia son muy mal acogidos). Modificar las costumbres, introducir
nuevos métodos o ideas, suscita desconfianza y resistencia.
-
Ser miembros de una pandilla implica que cada uno acepte las reglas de
funcionamiento, los valores, sus principios particulares y se adapte a ellos. Estos
son signos distintivos que definen claramente a la pertenencia a la pandilla.
Siempre aparecen tensiones cuando se critican las normas, se rehusan o se las
retira del juego.
El lazo de un objetivo común es fundamental para cimentar el grupo; sin
embargo, los participantes pueden sentirse decepcionados y manifestarlo claramente, si
no funcionan las cosas como ellos quisieran. En este caso pueden surgir los problemas.
-
Una causa muy corriente de conflicto es la falta de cohesión en la pandilla. Sus
miembros se reúnen para realizar una serie de actividades en común, pero a
veces los objetivos que se persiguen en cada una de esas actividades pueden
ser diversos, según los miembros. De ahí que se produzca a veces el clásico
"cada uno para sí", pero en colectividad.
-
Finalmente, una pandilla puede morir de muerte natural después de muchas
convulsiones y disputas. Es natural, porque la pandilla responde muchas veces a
necesidades pasajeras de sus miembros y éstos evolucionan y cambian. La
pandilla pierde su sentido y su utilidad.
3.6. El ajuste en la escuela. El fracaso escolar
La escuela desempeña durante los años de la llamada Educación Secundaria
Obligatoria, un importante papel en el desarrollo personal del preadolescente. La
escuela le ayuda, en efecto, a dominar destrezas intelectuales nuevas, a adquirir un
sentimiento de orgullo por la calidad de su propio trabajo, a perseverar en la solución de
problemas y a formular metas de largo alcance, a adquirir relaciones más amplias y
más significativas con los compañeros de su misma edad.
En estos aprendizajes, muchas veces decisivos de su desarrollo personal, están
involucrados no pocos elementos diferenciales que hacen que este desarrollo no sea
igual para todos los preadolescentes. Los más significativos son:
-
Factores relacionados con el propio preadolescente: aptitudes intelectuales,
estrategias de aprendizaje, historia personal de éxitos o fracasos en el estudio,
motivaciones intrínsecas, expectativas, etc. (Beltrán y Moraleda, 1987).
-
Factores relacionados con la interacción profesor-alumno. La investigación actual
se ha centrado sobre todo en dos: los estilos de enseñanza ejercidos por el
profesor y las expectativas de éste sobre el rendimiento de sus alumnos (Beltrán
y Moraleda, 1987).
Sobre el primero de los factores, el estilo de enseñanza, Bennet (1976) ha
encontrado que existe una relación entre dicho estilo, según sea progresista, tradicional
o formal y el rendimiento de sus alumnos y su comportamiento en el aula.
Coherentemente, los alumnos de clases tradicionales o formales se ocupan, al parecer,
más a menudo de la actividad del trabajo y tienen mejor rendimiento que los de las
clases progresistas o liberales.
Sobre el segundo de los factores, las expectativas del profesor sobre sus
alumnos, Rosenthal y Jacobson (1968) han encontrado que éstas son un poderoso
determinante de la interacción en la clase hasta tal punto que estas expectativas llevan
al profesor a reaccionar de una manera diferenciada, positiva o negativa, con respecto
de dichos alumnos. Pero que al mismo tiempo estas expectativas llevan a los alumnos
a responder de forma diferenciada, acercándose a los niveles de exigencia de las
expectativas que, de esta forma, influyen decisivamente en el rendimiento académico.
Es la profecía que se cumple automáticamente. Cuando estas expectativas son
positivas, sus efectos son beneficiosos; pero cuando son negativas, sus efectos pueden
comprometer seriamente no sólo el rendimiento académico, sino incluso la autoestima
personal y los mecanismos motivacionales de los alumnos (Beltrán, 1986).
-
Factores relacionados con la familia. Varios son los factores que pueden
encontrarse en la base de muchos ajustes o desajustes escolares en esta edad.
Uno de ellos es el nivel cultural de la familia. Este nivel presenta unas características que, según Douglas (1964), Bernstein (1975), Bereiter y Engelman
(1966) y Moraleda (1987), condicionan en muchas ocasiones el éxito escolar de
los preadolescentes. Otro factor es el modo de valorar la familia el trabajo escolar de sus hijos. Existen padres para los que el ir a la escuela es poco menos que
perder el tiempo; otros que, por falta de cultura o de tiempo, se niegan a seguir el
trabajo de sus hijos; y otros, por ultimo, que si se preocupan de dicho trabajo
escolar, es de modo minucioso, abusivo e irritante, movidos muchas veces por
ambiciones excesivas sobre sus hijos (Martínez, 1980). El resultado es que les
llevan a desanimarse e incluso a abandonar los estudios tan pronto como pueden. Un tercer factor, finalmente, es el clima familiar que, según sea equilibrado
o problemático, incide de modo decisivo en la adaptación escolar y rendimiento
académico de los alumnos (Arana y Carrasco, 1980).
-
Factores relacionados con el grupo de iguales. Es un hecho evidente que, aparte
de las variables anteriormente citadas, los compañeros de clase juegan también
un papel muy importante en el ajuste o desajuste escolar de cada
preadolescente. Los compañeros sirven de modelo o punto de referencia de normas, valores, actitudes respecto al estudio y formas de comportamiento escolar.
El hecho de que, para la mayoría de los compañeros, el buen rendimiento escolar vaya asociado al prestigio personal será mucho más estimulante que en el
caso contrario. Pero los compañeros son también fuente de refuerzo de las conductas escolares; lo que contribuye muchas veces de modo decisivo a que los
alumnos acepten ciertas normas o valores o bien los rechacen, según la acogida
gratificante o aversiva de sus compañeros (Solomon y Kendan, 1979).
Un tema de plena actualidad en estos años es el del fracaso escolar. La deserción y abandono de los estudios se presenta candente sobre todo al final de esta
etapa, al coincidir con el término de la educación secundaria obligatoria.
Una forma de estudiar el fracaso escolar en este período es tener en cuenta sus
aspectos cualitativos, es decir, los resultados obtenidos en el estudio. Los criterios que
suelen manejarse en esta consideración son los siguientes: 1) El de la repetición de
curso. Encuestas realizadas en Francia, Bélgica e Italia entre los años 1960-70 llegan a
encontrar que los alumnos repetidores en los últimos cursos de la 2' etapa de educación
general básica oscilan entre el 27 % y el 50 %; 2) el criterio de insuficiencia. Según los
datos publicados por el periódico español de información educativa "Comunidad
escolar" del 15/30 de noviembre de 1984 (MEC), en el curso escolar 1980-81 no
obtuvieron el certificado escolar el 34 % de los preadolescentes y en el curso 1981-82,
el 33 %. Es decir, que según esta encuesta, uno de cada tres preadolescentes
españoles aproximadamente no logró el título de graduado escolar; lo que, en términos
sociológicos equivale a un fracaso académico. Fracaso que, en la mayoría de las
veces, suele ir acompañado por el abandono de los estudios.
Otra forma de abordar el fracaso escolar en este período es su consideración
cualitativa. Es decir, como estado de frustración al que llega el preadolescente al no
conseguir las metas escolares normales que se había propuesto. Según Beltrán y
Moraleda (1987), dos son los componentes psicológicos que pueden intervenir en el
fracaso escolar: 1) Una experiencia interiorizada de dicho fracaso, vivido ya sea como
fuente de conflicto, sentimiento de culpabilidad, fuente de humillación, sentimiento de
impotencia, falta de expectativas de logro, miedo o ansiedad neurótica. 2) Un
sentimiento de frustración en relación con la experiencia negativa del aprendizaje
escolar. Esta experiencia negativa de falta de éxito escolar sólo se convierte en
frustración, en sentimiento de fracaso auténtico, cuando es interpretada por el alumno
como amenaza para su personalidad; sobre todo, para la opinión que tiene el alumno
de sí mismo y para su seguridad psicológica. No todos los alumnos reaccionan, en
efecto, ante la experiencia del fracaso del mismo modo. La diferencia estriba en cómo
cada uno ha desarrollado su capacidad de tolerancia a la frustración o capacidad para
resistir las dificultades inherentes al fracaso escolar sin recurrir a un comportamiento
inadecuado.
3.7. Desarrollo de la conducta moral y formación de juicios de valor
Como ya quedó explicado en capítulos anteriores, la moralidad es un tema
multidimensional. Al considerar su desarrollo en los preadolescentes necesitamos saber
no sólo cómo cambia la ideología moral en ellos, sino también el desarrollo de su
pensamiento, de su interés hacia las demás personas, su habilidad para expresar este
interés y estos criterios en la práctica y su voluntad de transformarlos en acción
apropiada, en conducta moral.
a) El pensamiento moral de los preadolescentes
Ya en la niñez comenzaba el sujeto, según veíamos anteriormente, a dar a los
preceptos y prohibiciones una validez propia distinta del valor que les pudieran dar con
su autoridad los padres. Con todo, es en este estadio cuando el preadolescente,
gracias al progreso del pensamiento y a la facultad de juicio crítico, va siendo capaz de
captar el significado de los principios morales en su valor objetivo y universal distinto de
las normas puramente arbitrarias o convencionales.
En relación con este progreso de la razón, pero sobre todo con el descubrimiento
de su mundo interior, hay que situar el descubrimiento de la importancia que tienen las
motivaciones en la conducta de los hombres; este descubrimiento va a repercutir de
modo decisivo en su concepción de la moral: el valor moral de las acciones no se
definirá ya sólo por la conformidad material con la ley, sino también y sobre todo por la
intención de respetarla en su espíritu más que en la letra. Una ley que no cuenta con la
intencionalidad y circunstancias de quien realiza los actos éticamente enjuiciados es,
piensa el preadolescente, éticamente injusta.
En relación igualmente con este progreso de la razón y con el descubrimiento de
su mundo interior -descubrimiento que suele ir acompañado frecuentemente de una
profunda tendencia egoísta, de inflación del yo- hay que situar también la inclinación de
los preadolescentes a apoyarse sobre su juicio personal para decir lo que está bien o
mal. El preadolescente piensa que puede ser correcto el que un individuo adopte una
actitud contraria a las expectativas de los otros si la conciencia así se lo dicta.
La objetividad en los criterios morales no siempre es constante en los preadolescentes y se ve amenazada en ellos frecuentemente por diversos factores: el
intenso tono afectivo de la vida de los preadolescentes que hace que sus juicios sean,
muchas veces, más afectivos que racionales; la inseguridad unas veces y el deseo de
autoafirmación otras, que le llevan también a una serie de situaciones típicas: la
oscilación entre una moral de obediencia y sometimiento a los criterios morales de los
padres o el rechazo de plano de dicha moral, entre sentimientos de culpa e insuficiencia
originados por el análisis continuo de motivos y la intransigencia hacia los demás.
Criterios
1980
1992
1. Por los criterios que han enseñado mis mayores a los que respeto
17,2
22 %
2. Por lo que me indica mi propia conciencia y reflexión personal
39,6
38%
3. Por mis propios criterios. Pero cuando dudo, consulto conciertos 42,9
adultos
65%
Figura 31. Criterios por los que se guían los preadolescentes para saber si una cosa es
moralmente buena o mala. (Tanto por ciento de preadolescentes que responden a cada
cuestión en los años 1980 y 1992.) (Moraleda, 1992).
b) Naturaleza y orientación de los motivos morales
Según Norman Willian (1970), los motivos morales pueden estar relacionados
con dos dimensiones: la irracionalidad o racionalidad (dimensión a la cual ya hemos
aludido en cierto modo en el apartado anterior) y la referencia al yo o a los otros.
Combinando ambas dimensiones se obtendría el siguiente esquema en el cual pueden
encontrarse cuatro tipos de moralidad distinta:
Racional
Yo
Otros
Obediencia
Conveniencia
Inhibición raciona,
Evitación de culpa
«Ego ideal»
Simpatía
Autoritarismo
Generalización teórica
Conformismo
Utilitarismo racional
Legalismo
Medios masivos de comunicación
Según Peck y Havighurt (1960) existe entre estos tipos de moralidad una secuencia de desarrollo que en líneas generales vendría a quedas representada en el
siguiente esquema:
Desde estos principios teóricos cabe preguntar: ¿A cuál de estos tipos corresponde la moralidad de los preadolescentes y cuál es su orientación? Según los
datos de una investigación de Moraleda (1992), parece so-r que pueden llegarse a las
siguientes conclusiones (figura 32):
a) La mayor parte de los preadolescentes dan respuestas de tipo racional o
altruista (items d y e). Es decir, justifican su comportamiento moral de un modo
racional, pero al mismo tiempo lo basan en una percepción e!,-- los sentimientos y
necesidades de los otros. Esta justificación racional se refiere no tanto a captar el
significado de los principios morales en su valor universa.- y objetivo a que aludíamos
en el párrafo anterior, como a la aptitud del preadolescente para reflexionar sobre los
motivos que le impulsan a actuar y sobre todo a la aptitud para actuar racionalmente y
de acuerdo con unos principios morales. Ambas aptitudes son distintas, aunque se
complementan.
La orientación altruista, el más alto nivel de madurez r.-toral según el esquema
de Peck y Havighurst, supone en estos preadolescentes no sólo la posesión de un
conjunto de principios morales, sino su aplicación con flexibilidad y objetividad, teniendo
en cuenta si las consecuencias de los a( -.;tos son buenas o perjudiciales para los
demás.
Años
1980
1992
a) Si eres bueno con los demás, terminarán éstos por quererte
57,1
61 %
b) Portarse mal te degrada como persona
70,5
51 %
c) No sé por qué, pero ser inmoral me repugna
68,1
40%
d) No se debe hacer nada que perjudique a los demás
89,3
69%
e) Si todos evitáramos el mal, el mundo sería mejor
90,0
73%
f) Existen unas leyes divinas que debemos cumplir
66,2
29 %
g) Yo no me privo de nada. Eso es de tontos
17,9
14%
h) Hay que ser fiel a lo que nos han enseñado
37%
36%
Figura 32. Motivos por los que los preadolescentes se conducen moralmente. (Tanto por ciento de
adolescentes que evalúa cada cuestión como "bastante" o "mucho'. Los resultados corresponden a los
años 1980 y 1992.) (Moraleda 1992).
b) Aunque la característica general sea la de una moralidad racional y altruista, las respuestas de los preadolescentes denotan, no obstante, restos de estadios
de evolución aún no superados. Así, un porcentaje considerable junto a las respuestas
racionales y altruistas da también otras de tipo irracional (items a, b y c). Se trata de un
juicio moral intuitivo que a veces puede ser debido, es verdad, a la inhabilidad de los
sujetos para expresarse adecuadamente, pero que en general denota algo más
profundo: la presencia de una inhibición irracional, como lo demuestra el hecho de que
muchos de estos sujetos son capaces de razonar muy bien en otras cuestiones. Pero
también son juicios morales orientados primariamente al bien del propio yo, en los que
se hace referencia a alguna versión ideal de sí como norma de comparación. No ha de
extrañar la presencia de este tipo de juicios morales en este estadio, que se caracteriza,
como se sabe, por un idealismo narcisista.
c) Cabría señalar la presencia igualmente en este estadio de un tercer tipo
de respuestas significativamente representativas. Se trata de respuestas
obedienciales (items f y h): fidelidad a Dios o fidelidad a padres y educadores.
c) La conducta moral
Según Wright (1974), existe una tendencia a que el altruismo moral y la resistencia a la tentación se den de forma simultánea. Esto tal vez explique, al menos en
parte, el hecho de que paralelamente a los progresos de la socialización en esta edad
se de una mejora en la conducta moral: casi la mitad de los sujetos encuestados
(Moraleda, 1980-1992) indican que "casi siempre actúan conforme a sus principios
morales". Ambos rasgos, en efecto, tanto el deseo de ayudar a los otros como el deseo
de no causarles daño, son dos caras de una misma moneda.
Con todo, también es un hecho constatado por la mayor parte de los psicólogos
que en un sector representativo de la preadolescencia suele darse un descenso en la
conducta moral y un aumento en la delincuencia y el gamberrismo. El hecho de que los
preadolescentes tengan un conocimiento de lo que es bueno o malo o incluso logren
una cierta madurez de pensamiento moral, no garantiza
¿Actúas siempre conforme a tus principios
morales?
1980
a) Casi siempre
41,2
b) A veces
49,0
c) Casi nunca
6,8
d) Nunca
2,6
Figura 33. Conducta moral de los preadolescentes. (Tanto por ciento de preadolescentes que evalúa
cada cuestión. Los resultados corresponden al año 1980.) (Moraleda, 1980).
una conducta concordante con dicho conocimiento y maduración. En nuestra citada
investigación hemos encontrado, en efecto, que la mitad de los preadolescentes
encuestados manifiesta no actuar sino a veces, casi nunca o nunca, conforme a sus
principios morales, pese a que traten de hacerlo (figura 33).
Se han intentado dar explicaciones de tal discrepancia. Uno de los motivos más
poderosos, se ha dicho, es la presión del grupo de compañeros; a la que habría que
añadir la de ese otro grupo más global, el de su generación, el de la sociedad en
general, portadores muchas veces de auténticos contravalores, cuya renuncia por parte
del preadolescente, de personalidad poco estructurada y en plena crisis de identidad,
puede llevarle a la sensación de inadaptación.
Otra explicación de esta discrepancia se encuentra en la escisión que encuentra
el preadolescente entre los impulsos instintivos y la atracción de los valores. La
voluntad de los individuos casi nunca puede frente a los violentos impulsos que ahora
aparecen en su interior. Por eso, en estos momentos de crisis en los que el
preadolescente se deja hundir de una forma apática o tratándose de naturalezas
particularmente débiles, descarga el impulso por encima del pensar y el querer en una
reacción mecánica; en estos momentos se producen acciones de cortocircuito debido a
la desconexión del estrato personal: huida repentina de la escuela y del hogar,
vagabundeo, robo, vandalismo, etc. Todas estas acciones sirven al preadolescente
para librarse de la opresión interior. También es frecuente en estos casos que el
preadolescente, para librarse de la angustia que le produce el conflicto de ambas
tendencias, recurra al mecanismo de la intelectualización. Debido a él es posible
escuchar al preadolescente hablar sobre valores morales y defenderlos con el más alto
entusiasmo, a la par que su conducta dista lejos de acomodarse a los mismos.
Una tercera explicación cabría añadir, aunque esta es más bien propia de
edades más avanzadas: la delincuencia en sus múltiples formas es para algunos
preadolescentes fenómeno de rebelión violenta contra las normas de una sociedad a la
que no aceptan. Es asombroso constatar cómo en nuestra investigación citada
(Moraleda, 1980-1992), un porcentaje bastante significativo de sujetos manifiesta no
aceptar la moral de la sociedad adulta en que viven, por hipócrita y puramente
convencional (figura 34). De ellos, un grupo importante opta por actuar
espontáneamente sin preocuparse de dichas normas y otros romper violentamente y
provocar a los adultos para hacerles ver con su conducta lo ridículo de su modo de
proceder.
Años
1980
1992
a) La moral de la sociedad es hipócrita e
interesada. Lo importante es actuar sin
preocuparse de tantas normas
convencionales.
29%
39%
b) Como no es fácil cambiar la moral de la
sociedad, lo mejor es romper con ella y
provocarla para hacerla ver su modo ridículo
de proceder.
10%
22
c) Acepto la moral de la sociedad, pues, pese a
sus fallos, creo que es lo mejor para mí.
59%
18%
Figura 34. Actitud ante la moral de la sociedad. (Tanto por ciento de preadolescentes
que evalúa cada cuestión como "bastante" o "mucho". Los resultados corresponden a los años 19801992.) (Moraleda, 1992).
d) La conciencia moral y las reacciones ala transgresión
Uno de los factores que más contribuyen, sin duda alguna, al conocimiento de la
conciencia del preadolescente es el descubrimiento de su vida interior que ya en este
estadio comienza el niño a realizar. Esto le lleva no sólo a un mayor y más profundo
conocimiento de su propia responsabilidad personal, sino a la de los otros.
Mas no todos los preadolescentes alcanzan por igual en esta edad el mismo
nivel de desarrollo de la conciencia moral. A través de los resultados de nuestra
investigación (1980-1992), nos ha sido posible distinguir tres tipos de reacciones ante la
transgresión, que son expresiones de otros tantos niveles de desarrollo moral (figura
35):
a) Reacciones de despreocupación e incluso complacencia ante la transgresión, en
un número escaso de sujetos. Supone en estos sujetos la ausencia de
conciencia moral.
b) Reacciones, en más de la mitad de los sujetos, de sentimientos de culpabilidad.
Sentimientos de angustia por la herida narcisista causada en su yo ideal (me
avergüenzo de mí mismo porque esto me rebaja como hombre), o de miedo a
ser desechado por el grupo a que pertenece (miedo y desasosiego de que los
demás se puedan enterar). Esta angustia y este miedo lleva a los
preadolescentes a perder la paz, desalentarles y hacerles pensar que no hay
nada que hacer.
Años
1980
1992
a) No me preocupo en absoluto.
4,9
18%
b) Me avergüenzo porque me rebaja como hombre.
27,3
34%
c) Tengo temor de que los demás se enteren.
12,7
35
d) Lo siento y trato de remediar, pero no por eso me desasosiego.
29,2
51 %
e) Me preocupa haber ofendido a Dios.
22,7
37%
Figura 35. Reacciones de los preadolescentes ante la transgresión. (Tanto por ciento de preadolescentes
que evalúa cada cuestión como "bastante" o "mucho". Los resultados corresponden a los cursos 19801992.) (Moraleda, 1992).
c) Reacciones de un grupo menos numeroso en el que la disonancia cognitiva que
ha producido en ellos la falta priva sobre el sentimiento. El sujeto se da cuenta
de que existe una contradicción entre lo que ha hecho y sus actitudes y
sentimientos básicos. Puede entonces revisar simplemente la valoración de su
propia virtud e intentar reparar lo hecho; pero si está mal dispuesto para hacerlo,
puede en cambio demostrarse a sí mismo que el acto, en general incorrecto, era
excusable en ese caso; o que la gente que sufrió por su causa se lo merecía. En
todo caso, en este grupo no existen sentimientos de culpabilidad inconsciente,
sino que el sujeto reflexiona sobre la infracción y toma las opciones adecuadas
de modo consciente.
e) Ideología moral
Cabe hacer una distinción entre lo que una persona dice creer y lo que auténticamente cree. Por ejemplo, si alguien afirma que está mal exceder el límite en las
ciudades pero lo hace a menudo sin mostrar ningún signo de pesar, podemos
inclinarnos a pensar que esa persona no cree "auténticamente" que está mal lo que
hace.
En este apartado nos ocuparemos sólo de las creencias expresadas o reconocidas verbalmente y dejaremos de lado las auténticas. Para ser más exactos, nos
interesa lo que los preadolescentes piensan y creen tomando como índice su informe
verbal. Bien entendido que entre todas estas creencias y las auténticas suele existir en
los preadolescentes una frecuente disparidad, como ya hemos apuntado anteriormente.
Según los datos recogidos en la investigación de Moraleda (1980-1992), el valor
concedido por los preadolescentes al siguiente cuadro de faltas morales (figura 36) es
el siguiente (si aceptamos que a cada vicio se opone una virtud, fácil será deducir de
Faltas morales
1980
1992
a) Faltas relacionadas con la vida (matar a otro, quitarse la
vida)
91,1
88
b) Faltas relacionadas con las relaciones familiares (no
atender a los padres, abandono de los hijos)
87,5
82
c) Faltas relacionadas con la justicia conmutativa (no dar el
salario justo, abusar de los obreros)
90,8
78
d) Faltas relacionadas con la justicia social (robar,
calumniar, no ser fiel a los amigos)
85,2
65
e) Faltas relacionadas con la religión (blasfemar, no rendir
culto a Dios)
79,0
32
f) Faltas relacionadas con la moral personal (drogas,
alcohol, actos sexuales)
69,6
61
g) Faltas relacionadas con los deberes cívicos
(contrabando, no pagar las multas, desobedecer las
leyes)
75,5
54
h) Faltas relacionadas con la moral sexual (divorcio,
adulterio, relaciones prematrimoniales)
67,0
38
Figura 36. Faltas morales consideradas como más graves por los preadolescentes. (Tanto por ciento de
preadolescentes que evalúa cada cuestión como "bastante" o "mucho". Los resultados corresponden a
los cursos 1980-1992.) (Moraleda, 1992).
aquí la importancia concedida por los preadolescentes a las virtudes morales que el
rechazo de estas faltas implica):
"Grosso modo" varias son las características que se hacen notar en esta catalogación
de faltas morales:
a) Las faltas morales más graves para los preadolescentes son las que están
relacionadas con los valores más primitivos: la vida y la familia. Valores que en
esta edad presentan frecuentes características tabú.
b) Las faltas relacionadas con la justicia conmutativa y la justicia social son
consideradas también entre las más graves. Ciertamente que esta sensibilidad
hay que relacionarla con los progresos de la socialización. Pero también, qué
duda cabe, con las influencias del medio social que en nuestros últimos años
está privilegiando estos valores. Con todo, un grupo significativo de estos
preadolescentes no valorizan adecuadamente las faltas relacionadas con los
deberes cívicos o con la sociedad organizada en su función de control. Ello
entraña una implícita y relativa indiferencia por los valores sociales que están en
la base de la sociedad en que se vive y una concepción pesimista de dicha
sociedad organizada.
c) Entre las faltas consideradas como menos importantes están las relacionadas
con la moral sexual familiar y las relacionadas con la moral personal o conductas
antiascéticas (drogarse, masturbarse, etc.). La actitud de indiferencia ante tales
conductas puede explicarse en parte por factores personales: el individualismo
personal y el deseo de que se respete la libertad propia y ajena. Pero también se
encuentran en su raíz ciertos factores socioculturales: la influencia de la
sociedad en estos casos es tanto más fuerte cuanto que con frecuencia viene
avalada por personas de gran prestigio para el preadolescente; la debilitación de
la estructura familiar, el tono marcadamente hedonista de nuestra sociedad
contemporánea, etc.
4. DESARROLLO PSICOSEXUAL
4.1. La masturbación. Extensión y significado de la misma
Se podría definir la masturbación como la autoestimulación de los órganos
genitales para provocar sensaciones agradables. En ella se busca la descarga de la
tensión sexual fuera de toda relación real y afectiva con otro. En esto se distingue, por
un lado, de la polución o emisión espontánea del semen, que no es buscada y, por otro,
de cualquier otra descarga que se espere en el marco de una relación interpersonal, ya
sea hetero u homosexual.
a) Extensión y frecuencia de la masturbación entre los preadolescentes
El constatar con qué extensión y frecuencia se da la masturbación entre los
preadolescentes puede ser ya un primer paso que nos ayude a comprender no sólo el
rango e importancia que ésta ocupa en su vida psicosexual, sino incluso su significado.
De los resultados obtenidos en una investigación de Moraleda (1980), pueden
desprenderse varias conclusiones (figuras 37 y 38):
-
La masturbación se presenta como una conducta que se da frecuentemente en
la preadolescencia.
-
Existen diferencias significativas entre la frecuencia masturbatoria entre chicos y
chicas. En las chicas se presenta con una menor incidencia.
Edad
Sexo
13
14
M
F
15
M
F
16
M
17
F
M
F
8,9
8,6
9,3
M
F
1. La represión
7,6 14,7 5,1 14,1 3,7
2. La masturbación
49,2 16,3 482 14,0 59,2 8,9 63,7 4,6 54,5 17,9
3. La imaginación de
actividades homo
sexuales
40,0 278 12,0 5,8
4. La imaginación de
actividades hetero
sexuales
32,3 393 37,5 37,1 29,6 38,8 44,8 406 50,0 41 0
3,7
5,9
0,5
0,0
9,0 31,0
0,2
0,0
5. Las caricias con otros
15,3 8,1 13,7 12,8 16,6 22,3 29,3 35,9 29,5 28,2
de distinto sexo
6. Otras actividades
heterosexuales
7,7
0,0
1,7
0,0
1,8
0,0
1,7
0,0
2,2
0,0
7. Actividades homo
sexuales
3,3
0,0
1,7
0,0
5,5
0,0
3,4
1,5
4,5
0,0
Figura 37. Cómo canalizan los preadolescentes su instinto sexual. (Tanto por ciento de sujetos que
evalúa cada cuestión como "bastante" o "mucho".) (Moraleda, 1980).
- Entre los chicos se aprecia un incremento progresivo con los años, incluso
como veremos, a través de toda la adolescencia. En las chicas, por el contrario, esta
frecuencia tiende a disminuir. Esto parece contradecir la opinión mantenida por algunos
psicólogos en el sentido de que la masturbación es un fenómeno típico de los primeros
años puberales.
Edad
Sexo
13
M
14
F
M
15
F
M
16
F
M
17
F
M
F
1. Nunca
27,6 37,7 10,3 52,5 11,1 64,1 6 9 71,8 4,5 56,4
2. Rara vez
38,8 50,8 37,9 41,0 12,9 23,8 27,6 18,7 27,2 33,3
3. Varias veces por semana 15,3 1,6 13,7 1,3 31 5 1,5 26,0 0,0 22,7 2,5
4. Casi todos los días
3,0
1,6
8,6
0,0 13,0 2,9 10,3 4,6
9,0
2,5
Figura 38. Prácticas masturbatorias entre los preadolescentes (%) (Moraleda, 1980).
- En los chicos este crecimiento corre paralelo a la mayor frecuencia de las
actividades heterosexuales imaginarias. Es decir, la fantasía sexual va unida a la
satisfacción genital. No ocurre lo mismo en las chicas, quienes canalizan su sexualidad
preferentemente a través de la imaginación de actividades heterosexuales y en las que
no se presenta sino de forma muy secundaria la satisfacción genital.
Tras este rápido recorrido por los datos estadísticos, sería precipitado deducir de
esta aparente relación positiva en los chicos y negativa en las chicas entre la frecuencia
del fenómeno masturbatorio y la edad, el hecho de que esta relación sea forzosamente
necesaria. Si en las chicas la ausencia y desaparición progresiva de la masturbación
puede confirmar la opinión de que éste es, en efecto, un fenómeno puberal, también
puede ser un síntoma de una mayor represión. Si en los chicos la presencia masiva y
recrudecimiento progresivo de la masturbación puede ser la manifestación de un
fenómeno natural y necesario en ellos, también lo puede ser de unos controles sociales
que le impiden mantener unas relaciones heterosexuales normales, en cuyo caso esta
presencia y recrudecimiento sería un fenómeno artificial que en condiciones sociales
permisivas tal vez no se daría.
b) Motivos y formas diversas de masturbación
Una aproximación al conocimiento del fenómeno masturbatorio puede ser
también el estudio de los motivos conscientes por los que los preadolescentes realizan
la actividad masturbatoria. Según los resultados de nuestra investigación (Moraleda,
1980), los motivos por orden de importancia son los siguientes (figura 39):
Edad
Sexo
13
M
14
F
M
15
F
M
16
F
M
17
F
M
F
1. Curiosidad por los
fenómenos sexuales
52,0 50,0 45,0 49,0 37,0 51,0 20,0 36,0 20,0 21,0
2. Eliminar la tensión
acumulada
33,1 37,1 43,3 26,2 53,3 23,1 47,3 20,1 50,3 39,2
3. La soledad - tristeza
29,3 45,0 21,3 41,2 34,2 36,0 26,5 30,0 22,2 37,5
4. El cansancio
16,0 31,2 16,2 23,2 15,4 23,4 15,5 19,0 6,0
5. El fracaso – los
contratiempos
22,0 41,3 17,3 24,0 24,6 31,4 22,0 26,5 15,0 27,3
6. La alegría por algún
éxito
30,1 36,2 20,0 28,3 23,3 16,6 26,1 10,2 18,2 9,0
6,1
7. El imaginar una relación
41,0 40,2 49,3 31,2 62,5 34,3 55,0 26,4 48,3 24,3
heterosexual
8. El placer genital
44,0 40,4 45,3 29,0 54,6 20,3 43,3 31,6 34,5 16,3
9. Otros motivos
10,0 15,1 13,2 7,0 11,0 8,4
1,0
0,0
3,2
6,2
Figura 39. Motivos que llevan a los preadolescentes a masturbarse (%) (Moraleda, 1980).
a) La masturbación es para un 51 % de los chicos y un 32 % de las chicas un acto
sustitutivo de la heterosexualidad.
No sería exacto decir que la masturbación proporciona un placer al sujeto
idéntico al coito. El espasmo amoroso u orgasmo vivido en la unión, proporciona una
seguridad de la que carece la masturbación. En el coito, además, puede existir un
aspecto festivo, eufórico, de plenitud excepcional que suele faltar en la repetición
monótona de la masturbación, sobre todo cuando en un contexto educativo
culpabilizante se ve obligado a encubrirla. Quizá esto explique la decepción y
desagrado que un alto porcentaje de los preadolescentes encuestador manifiestan
sentir en ella (figura 40), sobre todo a medida que aumenta la edad y la necesidad de
una relación heterosexual es en ellos más fuerte.
Edad
13
14
15
16
17
Sexo
M
F
M
F
M
F
M
F
M
F
1. Agrado
60
41
51
19
48
38
34
28
39
34
2. Desagrado
34
30
18
20
31
9
23
8
16
20
3. Vergüenza
27
39
23
34
20
27
17
15
20
20
4. Culpabilidad
25
29
25
28
31
26
34
26
20
25
5. Decepción
20
27
18
19
23
8
21
17
33
27
6. Indiferencia
40
28
17
24
17
13
26
18
15
46
7. Otras reacciones
5
6
4
3
5
1
0
0
2
1
Figura 40. Reacciones ante la masturbación (%) (Moraleda, 1980).
Constatar esto no es desvalorizar la masturbación, sino situarla en su justa
medida. Pocos preadolescentes existen, según W. Reich (1973), que teniendo la
posibilidad de opción entre las dos formas de placer, eligen la masturbación. Si los
preadolescentes y adolescentes se refugian en la masturbación, es porque no les
queda otro remedio, ya sea debido a sus dificultades personales o, sobre todo, a las
dificultades para comprometerse en una relación heterosexual.
Pese al optimismo de W. Reich en torno a las relaciones heterosexuales entre
preadolescentes y adolescentes pensamos que a éstos, debido a su falta de
preparación, les resulta difícil dicha relación, por lo que la masturbación les es útil como
conducta sustitutiva. El coito resulta a estos sujetos un acto difícil, frecuentemente
conseguido por sorpresa o de modo violento. Para una comunicación satisfactoria, es
necesario más tiempo y confort del que estos sujetos suelen disponer. Es necesario
una adhesión de todo el ser que a ellos les falta aún. Este descubrimiento lento y
progresivo de dos seres que se compenetran, es difícil de conseguir para las jóvenes
parejas de preadolescentes y adolescentes.
Las novelas, revistas y los filmes suelen idealizar el acto amoroso en estas
edades. Pero la experiencia del coito en las mismas es, como lo confirman los
testimonios recogidos en nuestros sondeos, tan frustrantes como la masturbación.
Si la masturbación reemplaza entre los preadolescentes y adolescentes al intercambio heterosexual, no sucede a la inversa. Pese a que en los sujetos encuestados, las experiencias heterosexuales aumentan progresivamente con la edad
(figura 37), éstas no hacen desaparecer la masturbación, sino que experimenta, por el
contrario, como hemos visto, un recrudecimiento. Espaciadas estas primeras
experiencias heterosexuales, alimentan en estos sujetos períodos frecuentes de
masturbación. Sólo una vida heterosexual vivida en plenitud puede lograr disminuir la
masturbación. Pero aun en este caso, suele tender a aparecer en períodos de
aislamiento y decepciones, siendo entonces una conducta de sustitución y evasión
solitaria.
El miedo de muchos sexólogos es que tanto preadolescentes como adolescentes
se instalen en la conducta masturbatoria por satisfacerles plenamente y no salgan de
ella. Hay que admitir, con todo, que este riesgo, aparte de los casos patológicos, no
suele ser frecuente.
b) La masturbación es para el 45 % de los chicos y el 29 % de las chicas la
descarga de una tensión acumulada
La masturbación es, en segundo lugar de importancia para preadolescentes y
adolescentes encuestados, una descarga convulsiva que sigue a un estado de hiperactividad.
Esta hiperactividad puede ser causa de una tensión específicamente sexual. La
masturbación se convierte entonces en un medio de distensión, no tanto con miras a la
consecución de un placer sexual, cuanto para acabar con una tensión que ha llegado a
ser insoportable. Pero esta tensión puede ser también de origen no específicamente
sexual. Por ejemplo, un esfuerzo deportivo que ha llegado a crear en el chico una
tensión general y un sentimiento de vacío; una noche de fiesta o un día de juerga que
ha creado en él un estado de excitación; un fracaso, una ruptura, un examen, la pérdida
de algo querido, acontecimientos queridos, acontecimientos todos ansiógenos que
crean un sentimiento de opresión en el que es difícil descansar. La masturbación viene
a ser entonces la recuperación de la fatiga; trae un sentimiento de bienestar. Si va
unida a la ansiedad, se presenta como posible acto regulador de la misma.
Cuando se habla de los inconvenientes que acarrea la masturbación a los estudios (fatiga, pérdida de atención, etc.) creemos que frecuentemente se toma el efecto
por la causa. La mayor parte de las veces, según hemos podido comprobar a través de
los numerosos testimonios recogidos en nuestro sondeo, estos trastornos se producen
por la hipertonicidad de las situaciones anteriormente citadas o por la fuerza obsesiva
de las representaciones sexuales; deseos de unión heterosexual con otro del que se
está enamorado. Toda represión personal o inducida de la masturbación reactiva estas
representaciones, aumenta la hipertonicidad, fatiga al adolescente y le perturba.
En estos casos la masturbación alivia al preadolescente mejor que la unión
heterosexual, ya que aquélla siempre es posible, no necesita compañero y permite
barrer de la imaginación las imágenes sexuales perturbadoras y vaciar el cuerpo de su
agitación motriz. Con esto el pensamiento se torna otra vez lúcido, apto para el trabajo;
o bien el espíritu se tranquiliza, lo que permite al sujeto entregarse dulcemente a un
descanso nocturno reconfortador. De este modo la masturbación viene a ser como una
especie de somnífero; actúa como un reflejo condicionado.
Según esto, la hipertonicidad lleva a los preadolescentes a masturbarse lo
mismo que el hambre les lleva a comer. Hablar sin más de los peligros de la
masturbación en estos casos sería como hablar de los riesgos de una indigestión por
glotonería, olvidando la función biológica de una equilibrada alimentación.
No pretendemos ignorar con esto todas esas situaciones de fatiga, pérdida de
atención, etc., concomitantes a los abusos masturbatorios y a las cuales aluden muchos
educadores. Mas volvemos a repetir una vez más que la concomitancia no supone
forzosamente causalidad. Si encontramos que un preadolescente se masturba, da
muestras de fatiga, no es fácil decir si esa fatiga es la consecuencia de los abusos
masturbatorios o tal vez a la inversa, es decir, la que le lleva a masturbarse. Repetimos
que el material recogido en nuestro sondeo nos lleva a pensar que es más bien esto
último.
c) La masturbación es para el 20,3 % de los chicos y el 30,1 % de las chicas un
medio para regular su agresividad.
La agresividad es una forma de tensión que corrientemente está en estrecha
relación con la frustración. Si la hemos querido distinguir como categoría aparte sin
incluirla en el epígrafe anterior como a primera vista parece normal, es a causa de la
importancia que presenta esta forma de tensión en el fenómeno masturbatorio de los
preadolescentes y adolescentes encuestados.
Es cierto que la masturbación comporta ciertos componentes agresivos. Su rol
regulador sobrepasa a veces su objetivo y las pulsiones más controladas pueden
bloquearse o volverse contra el propio sujeto en forma de autoagresión o culpabilidad,
como puede observarse concretamente en las respuestas de la figura 40. Pero esta
culpabilidad atañe a la estructura global de la personalidad. No es efecto de la
masturbación, sino el resultado de una educación represiva de la sexualidad y de la
agresividad. En sí misma la masturbación no es más agresiva o autodestructiva que lo
puede ser el acto de comer o beber. Quien es agresiva es la sociedad.
El rol de catarsis reguladora lo ejerce la masturbación gracias a la función de
descarga tensional, por supuesto. Pero sobre todo por la compensación de la
frustración en el preadolescente y adolescente, al asegurarle en la posesión de sus
capacidades vitales, mediante el autoconocimiento y autodemostración de las mismas.
Esta forma de masturbación determinada por un deseo de exploración y
autoconocimiento (figura 39), así como por el deseo de asegurarse en la posesión de
sus capacidades vitales, se distingue todavía por su carácter superficial y periférico en
comparación con otras formas más elaboradas de estos sujetos. Se da, como puede
comprobarse por los datos recogidos en esta investigación, sobre todo en los primeros
años de la preadolescencia y en circunstancias vitales especiales, como compensación
a situaciones de inseguridad o en circunstancias ocasionales de competitividad con los
compañeros, por ejemplo. Algún preadolescente ya lo explica en nuestro material de
sondeo: "me masturbo cuando me encuentro irritado..."; "para conocer por mí mismo
algo que nadie me enseñaría..."; "para ver si soy normal , etc.
d) La masturbación es para el 45,4 % de los chicos y para el 28,3 % de las chicas
la reivindicación de un derecho a la libre disposición de su cuerpo, el placer.
La sexualidad que tradicionalmente se ha entendido como orientación a la
procreación, actualmente se entiende por algunos psicólogos y pedagogos como una
relación con el otro. Así lo expresa López Ibor en su obra "Libro de la vida sexual"
(1968, p 301): La sexualidad es un gesto psicofisiológico, una manera visible de cómo
mi yo se dirige al otro. Un medio privilegiado que ayuda a romper el egoísmo, pues es
el encuentro de dos seres a nivel de totalidad. A esta luz aparece de manera meridiana
cómo la procreación no agota, ni con mucho, los fines de la sexualidad.
Pero no pocos psicólogos van más allá y llegan a preguntarse: ¿Y si la búsqueda
de placer fuera el objetivo primero de la sexualidad y no un simple efecto, bienhechor,
pero secundario? ¿Y si el orgasmo fuera más bien una transfiguración de sí mismo en
la expansión y gozo íntimo, que la posesión de otro? ¿Y si el acto sexual fuera en
primer lugar un proceso biológico que responde a una necesidad de equilibrio orgánico,
que tiende a asegurar la liberación de una cierta tensión y no exige sino
secundariamente la presencia en él de un otro ni la unión copulativa para procrear la
especie?
No sé si las investigaciones biológicas pueden aclarar algo a este respecto. El
hecho es que en sexología tiende a considerarse cada vez con más fuerza a la masturbación como la conducta básica más elemental y simple de autosatisfacción sexual,
cuya función puede estudiarse como un proceso psicofisiológico regulador.
Si hemos preferido comenzar este apartado con estas consideraciones es
porque consideramos que puede ayudarnos tal vez a comprender con más claridad el
por qué, un sector importante de nuestros preadolescentes y adolescentes
encuestados, señala como uno de los motivos más importantes que les lleva a
masturbarse, dicha autosatisfacción sexual. El placer genital tiene para ellos un valor.
Es algo que buscan en su cuerpo porque piensan que es algo bueno; algo a lo que
legítima y naturalmente tienen derecho, como lo tienen al comer, dormir o incluso
pensar.
e) Para el 26,5 % de los chicos y el 38,3 % de las chicas la masturbación es un
esfuerzo por romper su sentimiento de soledad y tristeza.
¿Qué buscan los preadolescentes y adolescentes al masturbarse en estas situaciones de soledad y tristeza? Frecuentemente, la comparación entre la masturbación
y el coito lleva a la supervaloración de este último debido a su carácter relacional. Se da
el coito, se ha dicho, cuando se encuentra a un objeto sexual satisfactorio, se le palpa,
se le estrecha contra sí, se le besa. De esto se sigue una excitación de las zonas
erógenas táctiles, orales y musculares, concentrándose parte de esta excitación en la
zona genital. En la masturbación, esta excitación con el objeto sexual se da sólo a nivel
imaginario y la excitación sexual se reduce a lo genital.
La verdad es que esto no es exactamente cierto. La posibilidad de fantasear en
torno a la vida sexual que cultiva la masturbación es una fuente de enriquecimiento
para el sentimiento amoroso que tiene su parte, también, en la excitación del coito. Las
representaciones que se hacen los amantes, como las que tiene el masturbador,
aportan un elemento de idealización y erotismo que favorece el orgasmo. La diferencia
es que en el coito los amantes sueñan a dos, en lugar de soñar solos como en la
masturbación.
Tampoco es cierto que en la masturbación la excitación sexual se reduce a la
zona genital. En ella se encuentran presentes la sensación de su propia caricia y el
espectáculo de su propio cuerpo imaginados por el sujeto como fuentes de excitación
en cierto modo exteriores a él.
Todo esto ha llevado a Alsteen (1967) a decir que la masturbación del preadolescente es una llamada al "otro". Las imágenes que la acompañan, los fantasmas
que la alimentan nos indican que este gesto está orientado hacia otros objetos
exteriores, distintos de su propio cuerpo. En otros términos, detrás de la conducta
solitaria se adivina que el preadolescente y adolescente viven de modo solidario. Como
hace observar muy finamente Schwartz (1975), en la masturbación una existencia
humana toma contacto con otra en el plano de lo imaginario.
Pero si el otro se encuentra ahí, en imagen, también se encuentra realmente
ausente. La masturbación señala lúcidamente la soledad del preadolescente y
adolescente, los límites de cada uno, su finitud. Las criaturas del sueño permanecen
irreales. Cada positivo revela su negativo. Únicamente es un esfuerzo de conjugación,
un intento de combatir el vacío, la soledad. Pero sólo un intento. Porque el
masturbador, en la experiencia existencial de su "muerte", se encuentra ciertamente
solo. Nos estamos refiriendo a esa pérdida momentánea de control de sí, sentimiento
de vacío, reducido a estado cuasi biológico acompañado de un ligero enloquecimiento
análogo a la angustia frente a la muerte que suele acompañar al acto masturbatorio. En
el coito, por el contrario, el otro se encuentra ahí, con su ternura; su presencia
aseguradora hace que no te encuentres solo en la prueba, mientras que el masturbador
no cuenta con nadie.
El preadolescente y el adolescente tienen un agudo sentido de la soledad inherente a su condición humana y a sus dificultades para comunicarse. Es normal que
se refugien en la masturbación mucho más que el adulto, entretenido éste por la vida
cotidiana, asegurado por una mayor integración social y una vida familiar que le hacen
olvidar su abandono y soledad y le proporciona ilusiones. Aspira a un amor ideal
imposible y se masturba para encontrarlo en su imaginación. Su compañero de
ensueño no le traicionará jamás, responde a sus deseos del amor más loco, se
precipita en él, incluso le supera. No le es necesario ninguna conquista laboriosa del
compañero sexual. Por medio de estos amores eufóricos y poderosos, la comunicación
se idealiza y la imaginación ofrece una secreta y eficaz compensación a la soledad.
f) Para el 13 % de los chicos y el 22 % de las chicas la masturbación es un refugio
contra el aburrimiento y el cansancio de la vida.
Aunque con menos frecuencia que las anteriores motivaciones, la masturbación
es también para los preadolescentes y adolescentes un refugio en el que se esconden
cuando se encuentran excesivamente frustrados u oprimidos; un medio que les permite
evadirse a un mundo irreal, abierto a su discreción como una televisión interior en la
que los individuos tuvieran plena libertad para elegir programa.
Se sabe que hoy día la necesidad de soñar es esencial para la sobrevivencia del
hombre en la misma medida que lo es la necesidad de dormir. Ambas permiten al
sujeto recrear la unidad del yo que la fatiga de la vida moderna compromete y el trabajo
alienador perturba. Es la función, también, de todo placer. La ciudad moderna lleva
fatalmente a cuantos la pueblan a la tensión y excitación. Acumula, principalmente
sobre los seres más frágiles, los niños y preadolescentes, un aburrimiento difícilmente
soportable, la fatiga y lasitud, el sentimiento de la mediocridad del entorno, la impresión
de vaciedad ante las formas de la vida organizada, la insatisfacción ante unas
relaciones sociales privadas de placer y reducidas al anonimato. Pero la ciudad, al
mismo tiempo, anuncia por todos los sitios modos idealizados de placer a través de
imágenes publicitarias, cine, TV, que como el sueño pretenden en cierto modo
compensar los anteriores sentimientos negativos. Hasta tal punto que ha podido decirse
que la ciudad moderna, opresora y oprimida, aspira colectivamente a masturbarse.
Busca un placer, del que ha perdido, si no el gusto, sí el uso. Esto explica el porqué en
el campo la masturbación suele ser menos frecuente y las personas en vacaciones
suelen tener menos necesidad de ella.
Este aburrimiento creado por las condiciones de la vida se encuentra alimentado
por un aburrimiento aún más fundamental que es el aburrimiento de vivir, típico de la
preadolescencia. Aburrimiento porque no encuentra a su vida objetivo ni significado
alguno y de ahí que se evadan de ella por la comunión onírica con un amor fantástico,
como es el que les procura la masturbación. En esto se encuentran los mismos
determinantes, harto conocidos del mundo de la droga: el deseo de ser otro, cuando
uno se siente a disgusto e impotente para vivir dichoso. La sociedad rechaza esta forma
de satisfacción de igual modo que otras tales como la droga, el coito, el alcohol, etc.
Con todo hay que reconocer que la masturbación es la menos peligrosa de todas ellas.
g) Para las chicas, la masturbación es un acto sin sentido.
Al estudiar la frecuencia y extensión de la masturbación en la preadolescencia
veíamos que entre las chicas su práctica era más bien rara y, por supuesto, menos que
entre los chicos. Esta realidad diferencial decíamos que podía tener su base en la
represión de las normas sociales interiorizadas por las chicas y que en lo referente a la
sexualidad son más exigentes con ellas que con los chicos.
No obstante, aparte de esta razón justificativa, pensamos que los motivos de
esta menor frecuencia de actos masturbatorios hay que buscarlos en el modo diferente
como la chica vive su sexualidad. Para el chico la sexualidad se presenta de modo
preferente, como una necesidad genital que debe ser satisfecha. En la chica, por el
contrario, la sexualidad aparece como algo vago, indefinible, que invade toda su
personalidad de una necesidad de ternura. De ahí que si la sexualidad masculina puede
bastarse a sí misma para satisfacerse, la chica, por oposición, necesita ser
acompañada en su despertar a la sexualidad.
La verdad es que esto no es exactamente cierto. La posibilidad de fantasear en
torno a la vida sexual que cultiva la masturbación es una fuente di enriquecimiento para
el sentimiento amoroso que tiene su parte, también, en la excitación del coito. Las
representaciones que se hacen los amantes, como las que tiene el masturbador,
aportan un elemento de idealización y erotismo que favorece el orgasmo. La diferencia
es que en el coito los amantes sueñan a dos, en lugar de soñar solos como in la
masturbación.
Tampoco es cierto que en la masturbación la excitación sexual si reduce a la
zona genital. En ella se encuentran presentes la sensación de su propia caricia y el
espectáculo de su propio cuerpo imaginados por el sujeto como fuentes de excitación in
cierto modo exteriores a él.
Todo esto ha llevado a Alsteen (1967) a decir que la masturbación del preadolescente es una llamada al "otro". Las imágenes que la acompañan, los fantasmas
que la alimentan nos indican que este gesto está orientado hacia otros objetos
exteriores, distintos de su propio cuerpo. En otros términos, detrás di la conducta
solitaria se adivina que el preadolescente y adolescente viven de modo solidario. Como
hace observar muy finamente Schwartz (1975), en la masturbación una existencia
humana toma contacto con otra en el plano de lo imaginario.
Pero si el otro se encuentra ahí, en imagen, también si encuentra realmente
ausente. La masturbación señala lúcidamente la solidad del preadolescente y
adolescente, los límites de cada uno, su finitud. Las criaturas del sueño permanecen
irreales. Cada positivo revela su negativo. Únicamente es un esfuerzo de conjugación,
un intento de combatir el vacío, la soledad. Pero sólo un intento. Porque el
masturbador, en la experiencia existencial de su "muerte", se encuentra ciertamente
solo. Nos estamos refiriendo a esa pérdida momentánea de control de sí, sentimiento
de vacío, reducido a estado cuasi biológico acompañado de un ligero enloquecimiento
análogo a la angustia frente a la muerte que suele acompañar al acto masturbatorio. En
el coito, por el contrario, el otro se encuentra ahí, con su ternura; su presencia
aseguradora hace que no te encuentres solo en la prueba, mientras que el masturbador
no cuenta con nadie.
El preadolescente y el adolescente tienen un agudo sentido de la soledad inherente a su condición humana y a sus dificultades para comunicarse. Es normal que
se refugien en la masturbación mucho más que el adulto, entretenido éste por la vida
cotidiana, asegurado por una mayor integración social y una vida familiar que le hacen
olvidar su abandono y soledad y le proporciona ilusiones. Aspira a un amor ideal
imposible y se masturba para encontrarlo en su imaginación. Su compañero de
ensueño no le traicionará jamás, responde a sus deseos del amor más loco, se
precipita en él, incluso le supera. No le es necesario ninguna conquista laboriosa del
compañero sexual. Por medio di estos amores eufóricos y poderosos, la comunicación
se idealiza y la imaginación ofrece una secreta y eficaz compensación a la soledad.
f) Para el 13 % de los chicos y el 22 % de las chicas la masturbación es un refugio
contra el aburrimiento y el cansancio de la vida.
Aunque con menos frecuencia que las anteriores motivaciones, la masturbación
es también para los preadolescentes y adolescentes un refugio en el que se esconden
cuando se encuentran excesivamente frustrados u oprimidos; un medio que les permite
evadirse a un mundo irreal, abierto a su discreción como una televisión interior en la
que los individuos tuvieran plena libertad para elegir programa.
Se sabe que hoy día la necesidad de soñar es esencial para la sobrevivencia del
hombre en la misma medida que lo es la necesidad de dormir. Ambas permiten al
sujeto recriar la unidad del yo que la fatiga de la vida moderna compromete y el trabajo
alienador perturba. Es la función, también, de todo placer. La ciudad moderna lleva
fatalmente a cuantos la pueblan a la tensión y excitación. Acumula, principalmente
sobre los seres más frágiles, los niños y preadolescentes, un aburrimiento difícilmente
soportable, la fatiga y lasitud, el sentimiento de la mediocridad del entorno, la impresión
de vaciedad ante las formas de la vida organizada, la insatisfacción ante unas
relaciones sociales privadas de placer y reducidas al anonimato. Pero la ciudad, al
mismo tiempo, anuncia por todos los sitios modos idealizados de placer a través de
imágenes publicitarias, cine, TV, que como el sueño pretenden en cierto modo
compensar los anteriores sentimientos negativos. Hasta tal punto que ha podido decirse
que la ciudad moderna, opresora y oprimida, aspira colectivamente a masturbarse.
Busca un placer, del que ha perdido, si no el gusto, sí el uso. Esto explica el porqué en
el campo la masturbación suele ser menos frecuente y las personas en vacaciones
suelen tener menos necesidad de ella.
Este aburrimiento creado por las condiciones di la vida se encuentra alimentado
por un aburrimiento aún más fundamental que es el aburrimiento de vivir, típico de la
preadolescencia. Aburrimiento porque no encuentra a su vida objetivo ni significado
alguno y de ahí que se evadan de ella por la comunión onírica con un amor fantástico,
como es el que les procura la masturbación. En esto se encuentran los mismos
determinantes, harto conocidos del mundo de la droga: el deseo de ser otro, cuando
uno se siente a disgusto e impotente para vivir dichoso. La sociedad rechaza esta forma
di satisfacción de igual modo que otras tales como la droga, el coito, el alcohol, etc. Con
todo hay que reconocer que la masturbación es la menos peligrosa de todas ellas.
g) Para las chicas, la masturbación es un acto sin sentido.
Al estudiar la frecuencia y extensión de la masturbación en la preadolescencia
veíamos que entre las chicas su práctica era más bien rara y, por supuesto, menos que
entre los chicos. Esta realidad diferencial decíamos que podía tener su base in la
represión de las normas sociales interiorizadas por las chicas y que en lo referente a la
sexualidad son más exigentes con ellas que con los chicos.
No obstante, aparte de esta razón justificativa, pensamos que los motivos de
esta menor frecuencia de actos masturbatorios hay que buscarlos en el modo diferente
como la chica vive su sexualidad. Para el chico la sexualidad se presenta de modo
preferente, como una necesidad genital que debe ser satisfecha. En la chica, por el
contrario, la sexualidad aparece como algo vago, indefinible, que invade toda su
personalidad di una necesidad de ternura. De ahí que si la sexualidad masculina puede
bastarse a sí misma para satisfacerse, la chica, por oposición, necesita ser
acompañada en su despertar a la sexualidad.
Estas diferencias explican, entonces, el hecho de que para la chica la masturbación se presente como una cosa sin sentido. Muchas de las que llegan a
masturbarse lo hacen por curiosidad o bien en situaciones ocasionales de trastorno
emocional. Si a veces se sienten impulsadas a masturbarse, no lo hacen, por lo
general, ya que su sexualidad necesita ser compartida, referida a otro, tener una
mutualidad real. Por esta razón, una situación unilateral como es la masturbación se
presenta para la chica normal sin interés alguno y sin sentido.
Significado profundo del comportamiento masturbatorio en la preadolescencia
Según el psicoanálisis, la masturbación preadolescente no es sino la prolongación de la masturbación infantil expresada de modos diferentes a través de las
etapas por las que pasa la libido. Entendida de este modo, la masturbación preadolescente no constituye la primera manifestación del despertar sexual, sino la
continuación de toda una serie de experiencias autoeróticas a las que puede calificarse
de masturbatorias.
Mas lo característico de la masturbación preadolescente es, según Alsteen
(1967), que, aunque por su ejecución es autoerótica, ya se muestra abierta a la
heterosexualidad por los fantasmas que la acompañan. Estos fantasmas pueden ser
conscientes o inconscientes. Para captar estos últimos es preciso recurrir a la técnica
psicoanalítica. No así los conscientes. A través, de nuestra investigación (Moraleda,
1980) nos ha sido relativamente fácil detectar la frecuencia con que estos fantasmas se
dan entre los preadolescentes interrogados: el 45 % de los chicos y el 39 % de las
chicas manifiestan que cuando se masturban "se imaginan una relación sexual con otra
persona que les atrae
Es decir, viven en plan imaginario la realización de su
comunión con otro (figura 41).
Edad
Sexo
13
14
15
16
17
M
F
M
F
M
F
M
F
M
F
1. Sí; me imagino a otra persona 83
44
71
46
83
37
83
33
75
65
2. No; sólo pienso en mí
56
29
54
17
63
17
67
25
35
17
Figura 41. ¿Te imaginas, cuando te masturbas, que te relacionas sexualmente con otra persona? (%)
(Moraleda, 1980).
Estos fantasmas son, con frecuencia, imágenes sexuales reales que implican un
compañero, una persona conocida, con la que tienen amistad o les es familiar. Para
otros, por el contrario, se trata de representaciones totalmente fantásticas, imaginarias
e idealizadas (figura 42). Un rasgo esencial de estos fantasmas es el de servir de
expresión a los deseos íntimos del individuo. Estos deseos aparecen claramente
orientados para el 66 % de los chicos hacia la heterosexualidad o valores relacionados
con la misma. En las chicas, esta heterosexualidad aparece menos explícita,
Edad
Sexo
13
14
15
16
17
M
F
M
F
M
F
M
F
M
F
1. No existe; me la imagino
12
18
18
16
25
13
32
22
26
47
2. Tenemos amistad mutua
57
21
46
22
46
25
43
11
40
12
3. Ella no me conoce a mí
12
0
5
8
10
0
6
0
7
6
4. Somos familiares
0
5
2
0
0
0
2
0
2
0
5. Otro tipo de relación
2
0
0
0
2
0
0
0
0
0
Figura 42. En caso afirmativo, ¿qué relación guardas con esa persona en la vida real? (%) (Moraleda,
1980).
orientándose esos deseos hacia la intimidad y el amor platónico con otras personas por
cuyos valores personales se sienten atraídos: simpatía, carácter, belleza, etc. (figura
43).
Otro rasgo importante de estos fantasmas, ya se refieran a personas conocidas
ya sean de naturaleza ideal, es su carácter irreal. Esta irrealidad de las personas con
las que se relaciona el adolescente puede convencerle de la ausencia de una
verdadera satisfacción sexual y con ello contribuir a que abandone su práctica.
Eidelberg (1945) muestra cómo la frustración acarreada por una estimulación genital sin
posibilidad de un encuentro real, suele determinar al sujeto sano a poner término a una
descarga sexual que para él no puede ser plenamente adecuada si no es en el
encuentro real con una persona amada.
Edad
Sexo
13
M
F
14
M
15
F
M
16
F
M
17
F
M
F
Mayor que yo
25 29 23 30 33 21 22 22 14 53
Igual
30 11 27 5 33 0 37 6 21
0
Menor que yo
0
0
Distinto sexo
55 39 73 35 75 33 69 33 57 53
Del mismo sexo
7
0
0
6
0
0 10
Su personalidad y carácter 15 16 12 14 6
8 19 6
7
24
Su inteligencia
0
8
2
0
Su atractivo sexual
34 0
27 0 46 0 37 6 19
6
Su simpatía
15 26 23 24 38 21 13 11 29 29
Su belleza física
32 24 31 37 42 8 39 22 31 24
0
0
6
0
3
0
0
3
2
0
2
0
5
0
0
0
0
Figura 43. En caso afirmativo, ¿cómo te imaginas a esa persona cuando te masturbas? (%) (Moraleda,
1980).
Pero esta ausencia de verdadera gratificación ocasionada por la irrealidad de los
fantasmas, puede llevar al adolescente, por el contrario, a redoblar el ejercicio
masturbatorio a la búsqueda incesante de una satisfacción que nunca alcanza
plenamente.
En el caso de los preadolescentes nos encontramos también otro posible riesgo
relacionado con este carácter irreal de los fantasmas: la gratificación que ofrece la
masturbación al preadolescente, aunque insatisfactoria, es para él más fácil y accesible
que la de la relación heterosexual. En esto reside el riesgo, en que el preadolescente,
por miedo a las dificultades que entraña en sus comienzos esta relación, se instale en
el mundo imaginario de la masturbación, corriendo con ello el peligro de quedar
definitivamente desconectado de la realidad. E incluso de llegar a un empobrecimiento
de los fantasmas, cayendo en una masturbación centrada en el placer de la genitalidad.
Se desprende de esto cuán importante es para el preadolescente hallar ocasión
de encontrarse con el sexo contrario; encuentros que le permitirán esta progresiva
apertura necesaria. Asimismo se desprende que no hay que extrañarse de la
persistencia de la masturbación en esta edad. Hemos visto a través de nuestra
investigación cómo, especialmente en los chicos, esta masturbación, lejos de disminuir,
aumenta con la edad. Es el signo de sus dificultades para afrontar unas
responsabilidades futuras.
La ausencia de fantasmas, por último, puede significar un cierto carácter regresivo que impide a ciertos sujetos la expresión de la heterosexualidad genital.
Hemos nombrado dos rasgos importantes que caracterizan a los fantasmas
masturbatorios. Existe un tercero, que es el que nos da la clave de su última y más
profunda significación: estos fantasmas están relacionados, según el psicoanálisis, con
la situación edípea. La investigación psicoanalítica ha probado, en efecto, cómo el
despertar de las glándulas sexuales proporciona nuevas fuerzas al preadolescente que
reactivan de nuevo su orientación hacia sus antiguos objetos infantiles de amor, los
padres. Pero estos deseos se encuentran con la barrera de la prohibición del incesto. Al
preadolescente no le es lícito amar al progenitor del sexo contrario sino tiernamente, no
sexualmente, y de modo idealizado. La tensión encuentra entonces un cauce en la
masturbación. Bajo la masturbación el preadolescente vive a nivel inconsciente esa
relación heterosexual con sus padres representados, a nivel simbólico, por los
fantasmas de amigos u otras personas.
Pero esta relación heterosexual que se establece a nivel imaginario en la
masturbación, conserva, aunque a nivel inconsciente, su carácter incestuoso. De ahí
que cuando los fantasmas que la acompañan son genitales, reactiven, según Alsteen
(1967), los antiguos miedos a la castración, que algunos preadolescentes expresan en
nuestra investigación a través de miedos tales como "posibilidad de caer enfermos, de
recibir daños en los genitales, desgastar su virilidad, tener algún accidente, etc."; así
como de miedos sociales, tales como la vergüenza de ser descubiertos, perder aprecio
de los padres, ser castigados, etc.
4.2. Tendencias homoeróticas
Según Schwarz (1975), a la etapa masturbatoria sigue, a finales de este estadio
y durante el siguiente, una etapa homoerótica, llamada así porque en ella es frecuente
la aparición de amistades de alto tono afectivo entre preadolescentes y adolescentes
del mismo sexo.
Esta etapa representa un avance sobre la anterior. Es un paso hacia la maduración heterosexual, dado que el individuo no busca ya el placer consigo mismo, sino
que lo busca en relación con otra persona. Así como la etapa masturbatoria es
fundamentalmente física, esta etapa de homoerotismo es más bien psíquica.
Esta etapa se caracteriza por dos fenómenos complementarios, según el psicoanálisis: el abandono, por un lado, de las imágenes parentales, primeros objetos de
amor e intensificación de la infancia y, por otro, el desplazamiento de la sexualidad
hacia nuevos objetos de amor e identificación.
Del primero de estos fenómenos, el abandono progresivo de los padres como
primeros objetos de amor e identificación ya hablamos anteriormente. Es un hecho
constatable a través de nuestra investigación cómo las relaciones entre los
preadolescentes y sus padres se modifican profundamente (figuras 29 y 30).
Curiosamente, los datos nos ofrecen el panorama de unas relaciones con un carácter
de ambivalencia que puede desconcertar al lector poco avezado. Por un lado, el 73,1 %
manifiesta sentirse contento con sus padres y califica su convivencia con ellos de modo
positiva (figura 29), mas por otro, un buen sector de estos mismos preadolescentes, el
66 %, se queja de ellos y manifiesta que desearía de ellos una mayor comprensión,
autonomía, respeto por sus ideas, un mayor esfuerzo por conocerles mejor y un mayor
trato de amigos (figura 30).
¿Cómo explicar el sentido ambivalente de este amor y este rechazo simultáneos? El psicoanálisis, que es quien mejor ha estudiado este fenómeno, nos dice que
este rechazo de los padres y esta búsqueda de la autonomía tiene un carácter
netamente defensivo: de lo que huye el preadolescente es de un padre y una madre
edípeos, así como de las propias pulsiones frente a ellos. Si huye de ellos es porque les
quiere; pero también porque teme su amor, que puede fijarles al mundo de la infancia.
Este miedo tiene un fundamento real, ya que a veces los padres tratan de que el
preadolescente siga siendo niño y no quieren que crezca.
Al dejar el preadolescente de convertir a sus padres en objeto preferencial de
amor e identificación, tenderá a llenar el vacío que esta ruptura le ocasiona con nuevas
identificaciones capaces de restaurar en él el sentimiento de identidad y estima de sí,
remitiéndole a una imagen segurizante y proporcionándole un ideal a su yo, hacia estas
nuevas personas, con las cuales se identificará el preadolescente, desplazará en
adelante su afecto que antes le apegaba a sus padres. En este caso caben dos
soluciones: una que es el culto al ídolo y la otra que es el enamoramiento.
a) El culto al ídolo
Es el afecto absorbente que el preadolescente experimenta por personas ligeramente mayores que él, pero con las cuales no se encuentra en contacto personal,
como ocurre en el caso del enamoramiento.
La adoración de ídolos o héroes es más común entre los varones, mientras que
el enamoramiento lo es entre las chicas.
Hoy en día, como consecuencia de la gran influencia que han adquirido los
medios de comunicación, los divos, estrellas, ídolos del mundo deportivo y político, de
la canción, etc., son los motivos más comunes de adoración por parte de los
preadolescentes, sobre todo en los chicos. Los agentes de publicidad, al divulgar los
detalles íntimos de la vida de estos ídolos, contribuyen a que aparezcan éstos ante sus
admiradores jóvenes como personajes reales.
La conducta típica de este culto al ídolo consiste en admirar y adorar desde lejos
al ser amado. Preocuparse por recoger información sobre sus actividades e intereses,
imitarle en el vestir, modales y conducta, procurarse su fotografía, escuchar sin respirar
cada una de sus palabras, etc.
Según los pedagogos, la adoración de los ídolos puede actuar como incentivo
para que el preadolescente se esfuerce por lograr éxito; ayudarle a establecer objetivos
y valores que le guíen en la vida. La influencia del culto al ídolo en el desarrollo de la
psicosexualidad preadolescente puede ser tan importante como el enamoramiento, ya
que como éste, puede ser un fenómeno positivo que le ayude a salir al individuo de sí
mismo y prepararle a la relación heterosexual.
Pero, aparte de esto, el ideal personificado al que el preadolescente rinde culto,
por el que se enamora, puede ser un medio a través del cual logre aprender su papel
sexual así como otros papeles que deberá desempeñar más tarde como adulto.
Pero este ideal objeto de enamoramiento u objeto de culto puede tener sus
riesgos. Entre ellos el que genere en el preadolescente un culto ciego o termine en un
profundo desengaño al descubrir los fallos de la persona idealizada.
Edad
13
Sexo
14
15
16
17
M
F
M
F
M
F
M
F
M
F
1. Próximos:
6
9
5
7
4
6
5
5
3
6
Padres
7
8
5
6
4
4
5
4
3
3
otros familiares
6
7
5
7
5
5
4
6
3
7
Profesores
6
7
5
7
5
5
4
6
3
7
Adultos simpáticos
14
14
14
14
15
13
14
13
14
14
Amigos
10
21
11
22
11
24
10
22
10
20
8
8
7
10
6
6
4
2
5
3
9
3
9
3
10
4
9
4
7
4
Deportistas, cantan
23
tes, etc.
12
19
12
22
13
20 1 1 20
7
Superhombres
5
4
5
4
3
3
1
1
1
1
12
14
14
15
20
22
28
29
37
35
2. Lejanos:
Santos
Héroes
3. Personalizados
Figura 44. Personas a las que más quieren asemejarse los preadolescentes y por las que más se sienten
atraídos sentimentalmente (%) (Moraleda, 1980).
b) El enamoramiento
Es una especie de afecto absorbente que el preadolescente experimenta unas
veces hacia sustitutos de los padres (profesores, adultos amigos de casa, etc.) y otras
hacia compañeros del mismo sexo.
A juzgar por los datos recogidos en nuestra investigación, el enamoramiento es
frecuente sobre todo en los primeros años de la preadolescencia y de modo particular
en las chicas. Esta superioridad de las chicas es debida a que éstas, al desarrollarse
sexualmente antes que los varones, necesitan antes que éstos una vía de escape para
la expresión de su impulso sexual.
La frecuencia de estos enamoramientos varía según los sujetos. Entre las
principales circunstancias que suelen facilitar el enamoramiento se encuentran las
siguientes:
-
El diferente tipo de relación mantenida con la madre: la pérdida de la madre;
primera ausencia de un hogar en el que la madre ha sido la figura central;
rechazo por parte de la madre unido a una cierta envidia de las buenas relaciones que tienen los compañeros con sus madres; ausencia del hogar.
-
El tipo de relación mantenida con los compañeros: la no aceptación por ellos.
-
Las posibilidades de relación heterosexual: falta de posibilidad para establecer
contactos normales con los compañeros de distinto sexo; rechazo por parte de
ellos; temor a establecer dichos contactos, etc.
Edad
Sexo
13
14
M
F
76
67
- Responsabilidad sentido del
26
deber
- Servicio a los demás
15
16
F
M
M
F
M
F
63
90
67 100 57
20
37
40
33
30
37
35
37
35
40
39
42
27
35
29
36
32
38
32
41
33
46
- Sensibilidad
16
33
19
36
21
34
20
37
19
37
- Sociabilidad
18
28
24
35
30
39
34
46
42
51
- Voluntad
8
5
13
11
18
14
21
20
28
25
- Vitalidad
15
23
20
26
24
32
28
40
33
42
- Valor
7
2
9
4
8
5
8
6
9
6
- Calma-tranquilidad
9
11
9
13
11
14
13
13
16
15
- Religiosidad
19
22
21
23
21
20
22
23
21
25
- Éxito profesional
19
8
26
11
27
13
26
13
31
13
- Sencillez
4
10
6
12
10
15
11
17
13
18
- Autonomía-independencia
2
3
4
5
5
7
7
12
15
18
- Inteligencia
36
11
40
15
38
18
33
20
28
23
Rasgos de personalidad:
- Cariño, ternura
F
17
Figura 45. Valores que más atraen a los preadolescentes en las personas elegidas como objeto de
identificación (%) (Moraleda, 1980).
La base de esta atracción suele estar constituida por cualidades o habilidades
que el preadolescente admira o bien necesita: el sentido del deber, la entrega a los
demás, la sociabilidad, etc. (figura 45). Pero por encima de todas estas cualidades está
de modo preponderante el cariño, la ternura, el afecto de esa persona por la que se
siente atraído el preadolescente. Por regla general las chicas dan más importancia que
los chicos a los valores de la persona relacionados con la afectividad, la relación y el
aspecto exterior de la persona (figura 45), mientras que los chicos dan más importancia
que las chicas a los valores relacionados con la inteligencia, la voluntad y el éxito
personal.
La conducta de estos enamoramientos suele ser una forma de adoración en la
cual el valor predominante es la ternura: la sexualidad, por el contrario, aun tratándose
de atracción por un compañero y sobre todo en las chicas, se encuentra casi ausente.
Los chicos, durante los primeros años de la pubertad manifiestan sentirse más atraídos
que las chicas por los rasgos sexuales de los otros e incluso imaginarse relaciones
sexuales que no quieren o no pueden mantener con otra persona del mismo sexo. Con
todo, para la generalidad, en el enamoramiento se encuentra casi ausente el contacto
físico y aun mucho más las prácticas homosexuales: sólo un 10,7 % de los chicos y un
5 % de las chicas manifiestan mantener alguna práctica sexual de este tipo.
En el enamoramiento, el preadolescente no desea tanto la posesión del otro en
el sentido corporal cuanto la mayor asimilación posible de la persona amada en ese
momento.
La conducta en los enamoramientos posee ciertas características similares a las
del amor romántico. El enamorado quiere estar siempre en compañía del ser amado y
se siente desgraciado cuando no se encuentra ante su vista. Los sentimientos hacia la
persona amada suelen demostrarlos abiertamente escribiéndoles cartas, haciéndoles
pequeños regalos, realizando pequeños sacrificios personales por satisfacerle en algo,
empleando en extremo términos cariñosos, imitando su modo de vestir, sus modales y
actitudes, etc.
Cuando en un intento de deshacer el encantamiento de esta atracción, la
persona amada se porta de modo antipático o brusco, esto puede provocar en el
preadolescente un estado transitorio de choque emocional al que puede seguir una
perturbación más o menos transitoria o permanente de la personalidad.
Las relaciones amorosas de los enamoramientos suelen resultar tan apasionadas y exclusivas como breves, siendo pronto abandonadas al surgir un nuevo objeto
de amor o aparecer nuevos intereses, sobre todo al aparecer los intereses
heterosexuales. Esta versatilidad es un claro signo, indica A. Freud (1958), de que en el
enamoramiento no se dan auténticas relaciones objetales en el sentido que puede
darse a esta expresión en la vida adulta, sino identificaciones de las más primitivas
similares a las de la primera infancia. Así, esta inconstancia en la relación de que da
muestras el enamoramiento, no supondría cambio alguno en el amor, sino más bien
cambio de su personalidad condicionada por el cambio en las identificaciones.
Schwarz (1975) indica que los enamoramientos, cuando se dan en los primeros
años de la preadolescencia, no sólo no constituyen un obstáculo para las vinculaciones
heterosexuales posteriores, sino que las preparan ayudando al sujeto a salir de su
sexualidad narcisista. Únicamente cuando los obstáculos del ambiente tornan
imposibles las relaciones heterosexuales normales o existe alguna actitud desfavorable
en el preadolescente que interfiere dichas relaciones, el enamoramiento puede
presentar el riesgo de conducir a éste a la homosexualidad.
4.3. Relaciones heterosexuales
a) Características de estas relaciones
Las vinculaciones homoeróticas (enamoramiento y culto a los ídolos) suelen
ceder paso poco a poco (en muchos casos incluso alternándose con ellas a través de la
preadolescencia) a las atracciones heterosexuales. Los resultados obtenidos en nuestra
investigación (Moraleda, 1980) nos indican que ya a los 13 años el 62 % de los chicos y
el 44 % de las chicas prefiere salir con compañeros de distinto sexo, si bien estas
salidas aún se realizan en grupos formados por chicas y chicos (figura 46).
Edad
Sexo
13
14
15
16
17
M
F
M
F
M
F
M
F
M
F
1. No; prefiero salir con
amigos
20
33
22
23
17
10
12
17
14
13
2. Sí; pero salimos en
grupo
62
44
51
51
59
54
57
53
63
49
3. Sí; salgo con una chica
8
11
12
11
19
22
26
26
34
33
Figura 46. Primeros encuentros heterosexuales. ¿Sales frecuentemente con chicas/os? (%) (Moraleda,
1980).
En estas primeras atracciones, los dos componentes de la sexualidad, la ternura
y la genitalidad, permanecen independientes e incluso pueden orientarse a diversas
personas. Es decir, manifestarse esta atracción en los preadolescentes bajo el signo de
un amor ideal depurado de toda sexualidad, mientras que la genitalidad se oriente a
otra persona distinta.
La tendencia a idealizar estas primeras relaciones heterosexuales suele ser
común en chicos y chicas de esta edad. Los preadolescentes, en particular las chicas,
prefieren satisfacer su necesidad activa y pasiva de vinculación heterosexual en la
fantasía antes que en la realidad. Ensoñando pueden entregarse uno a otro sin peligro
de la pasión amorosa y vivir las situaciones tal cual desean verlas realizadas,
compensando o atribuyéndose todas las gracias, seducciones y virtudes de los héroes
y heroínas: su falta de destreza en la relación heterosexual, su timidez, su frigidez ante
la experiencia amorosa real, etc.
El descubrimiento de los primeros amores o primeras vinculaciones heterosexuales suele presentar, tanto en chicos como en chicas, el carácter de acontecimiento único que transforma su vida. He aquí varios testimonios que expresan del
modo más elocuente esta realidad: "El descubrimiento más bonito de esta edad es el
amor. El primer amor pasa muy rápido, casi sin darse cuenta, pero no se olvida nunca.
De pronto un día estás muy contenta, te sientes feliz. No sabes por qué; pero luego te
das cuenta: te gusta ese chico, sólo le ves a él en el mundo como si no existiera nadie
más. Sales con él unos días, haces todo lo posible por verle... Después tus padres se
enteran y te lo prohiben. Sufres la gran decepción de tu vida: te quitan lo que más
querías".
b) Los primeros encuentros y experiencias heterosexuales
Los encuentros entre preadolescentes son los conocidos genéricamente como
"coqueteo", "mariposeo" o "flirteo". Los encuentros más duraderos y selectivos son
propios, más bien, de la adolescencia y estadios posteriores de desarrollo.
Estos primeros encuentros entre chicos y chicas que, como ya ha quedado
indicado, son ocasionales o en grupo, no son realidad sino una búsqueda de algo que
el propio preadolescente no comprende. Por eso suelen ser una búsqueda vacilante, un
juego mal concertado del instinto y la ternura. Por eso también el chico pronto cambia a
la chica por otra (y viceversa) en quien ha descubierto un nuevo atractivo (figura 47). 0
al mismo tiempo saldrá con una chica del barrio y con otra del colegio. Estamos en el
juego llamado coqueteo, mariposeo o flirteo, que es un juego agradable y aventurado;
un intento de aproximación, sin seriedad real.
Edad
Sexo
13
M
14
F
M
15
F
M
16
F
M
17
F
M
F
1. Conocía una chica y salgo
24 25 22 18 24 33 19 16 16 15
desde entonces con la misma
2. He cambiado varias veces de
30 26 35 39 29 44 40 47 50 67
pareja
Figura 47. Constancia en las relaciones heterosexuales (%) (Moraleda).
Con frecuencia se denomina a este tipo de conductas en ciertos países anglosajones "amor de cachorros", ya que se caracterizan por la torpeza, jugueteo y
tienen reminiscencias de los cachorrillos. Lo que parece tonto para los adultos, indica
Hurlock (1961), en realidad es un intento por parte de los preadolescentes de adaptarse
a las nuevas situaciones, de buscar a tientas su camino, intentando primero un tipo de
conducta y luego otro.
Por lo regular, este tipo de conducta suele presentarse bajo la forma de intercambios de bromas, pullas, forcejeos. Según Blos (1971), estas conductas son formas
sarcásticas de demostrar su interés mutuo a las cuales se recurre con mayor frecuencia
si hay observadores.
En vez de la conducta tímida, característica de la anterior etapa homoerótica, la
conducta del preadolescente en estas primeras relaciones heterosexuales suele ser
osada y agresiva. Tanto ellos como ellas buscan el modo de llamar la atención del otro
sexo. Por ello recurren a veces a técnicas rudas y de mal gusto, algunas de las cuales
son resabios de las que usaban en la infancia: uso de ropa de color o confección
llamativa, peinado, maquillaje, etc. En contraste con lo que solían hacer en la infancia,
se miran ahora con frecuencia al espejo y pasan ratos interminables ante él estudiando
su aspecto físico y la forma de mejorarlo.
Por lo que respecta a las primeras y más frecuentes experiencias sexuales,
éstas vienen a limitarse en la mayor parte de los preadolescentes a miradas insinuantes, darse la mano, besarse la mano o la mejilla y a los abrazos. Como característica específica de estas experiencias cabe señalar también que estas son más
precoces en los chicos que en las chicas, así como que en ellas los muchachos
desempeñan la parte más activa (figura 48).
Edad
13
Sexo
14
15
16
17
M
F
M
F
M
F
M
F
M
F
1. Miradas insinuantes
80
49
45
55
57
57
57
52
66
79
2. Darse la mano
42
28
38
33
50
40
53
61
64
72
3. Besar la mano
17
8
6
6
11
10
31
20
41
54
4. Besar la mejilla
18
11
29
17
35
28
45
44
48
72
5. Abrazos
18
7
31
13
39
19
40
42
59
69
6. Besar la boca
12
8
22
9
46
18
48
42
52
57
7. Caricias en los pechos
8
5
12
4
33
3
29
14
43
36
8. Caricias internas en los
pechos
8
0
6
1
15
3
19
6
36
26
9. Caricias en las piernas
12
2
10
0
30
6
21
2
43
26
10 Caricias en los genitales
6
0
4
0
17
6
17
3
27
26
11. Contactos externos en
los genitales
5
0
2
0
8
5
12
3
18
18
12. Unión sexual completa
5
0
2
0
6
3
9
2
9
10
Figura 48. Experiencias sexuales en la preadolescencia (%) (Moraleda, 1980).
5. INTERESES Y ACTITUDES
En cualquier edad los intereses del individuo ejercen una inmensa influencia
sobre su conducta; son impulsos que hacen que el individuo reaccione de manera
selectiva ante ciertos aspectos de su ambiente y que descarte otros. Constituyen así un
reflejo de su personalidad, de sus inquietudes y de los medios empleados para
satisfacer sus necesidades y deseos. Por consiguiente, para el conocimiento de los
preadolescentes, el estudio de sus intereses constituye un valioso aporte que nos
acerca a la comprensión de ellos como individuos.
Para estudiar los intereses de los preadolescentes existen diversas fuentes de
información: una de ellas, la más directa, es preguntar a los preadolescentes por sus
intereses y deseos. Otra es estudiar las actividades a que se dedican voluntariamente y
el tiempo que dedican a ellas. No es un método éste del todo fiable,
Completan este grupo los valores relacionados con la familia, de gran presencia
en su vida afectiva, pese a sus conflictos en muchos casos con ella.
Como valores menos apreciados figuran el poder mandar y el ser propietario,
ganar dinero y hacer negocios.
5.2. Intereses religiosos
Ya desde los primeros estudios evolutivos sobre la preadolescencia y adolescencia aparece en casi todos ellos la experiencia religiosa como una dimensión
importante del desarrollo en estos períodos. De hecho, en nuestra investigación
(Moraleda, 1980-1992), la mayor parte de los preadolescentes manifiesta creer de
alguna manera en Dios (figura 50) y un considerable número de ellos señala los valores
religiosos como uno de los más importantes en su vida (figura 49).
Años
1980
1992
1. Me considero creyente.
86
73
2. Me considero entre los que dudan.
10
22
3. Me considero entre los que no creen.
3
3
4. No responden.
1
1
Figura 50. Creencia en Dios de los preadolescentes (%) (Moraleda, 1980-1992).
Según Gruber (1967), el desarrollo de la experiencia religiosa de los diez años a
los veinte años pasa por tres fases: una de despertar religioso, otra de ajuste y otra, por
último, de gradual fijación o bien deterioro. De estas tres fases, la primera se extiende,
sobre todo, en la preadolescencia.
Tres son los factores psicológicos propios de este estadio, que influyen, mayormente, en el despertar religioso:
a) La crisis afectiva. Como consecuencia de las profundas transformaciones
que experimenta en su equilibrio físico y psíquico, pero también en relación con la lucha
interior que en este estadio debe mantener entre las fuerzas antagónicas de la edad, el
preadolescente se encuentra inclinado a la ansiedad. Esta ansiedad, tanto más
dolorosa para él cuanto que suele desconocer los orígenes de la misma, lleva al
preadolescente a acudir a Dios como único sostén en los embates de la vida (figura 51).
La religiosidad puede aparecer entonces para el preadolescente, según observa
Moraleda (1977), como un factor reductor de sus tensiones emotivas y esto lo logra de
tres modos: presentándole una visión de la realidad y el sentido de la vida en la que
toman su justa proporción y se desdramatizan los sucesos dolorosos y perturbadores;
reforzando en él las motivaciones para resistir a la tentación y la certeza de la victoria;
manteniendo en él la conciencia atenta a la presencia divina coadyuvante y
perdonadora; ofreciéndole medios poderosos para fortalecer, confortar y calmar el
ánimo del preadolescente. Pero también puede aparecer la religión como un factor de
inestabilidad emotiva; un factor que acentúa su "stress" emotivo. Esto sobre todo ocurre
en relación con la excesiva culpabilidad proyectada por una religión desviada respecto
a ciertos comportamientos sexuales de la preadolescencia. En este caso la religión
puede ensalzar el carácter ambivalente del tabú. El recurso a la religión como factor de
estabilización de la emotividad puede revelarse a la larga insuficiente e inadecuado. A
medida que el preadolescente aprende a manejar su emotividad con medios
adecuados, decaerá el fin principal del recurso a la experiencia religiosa.
b) El nacimiento de la vida interior y el narcisismo idealista. El nacimiento de
la vida interior va unido a la experiencia de la soledad que les hace padecer, pero que
sin embargo, no deja de amar, ya que les permite descubrir su propio yo. Esta
experiencia de la soledad se ve acompañada del descubrimiento de la amistad. El
preadolescente añora aún otro que le complete, con el cual pueda contrastar sus
propias vivencias y dar libre curso a su necesidad de amar y sobre todo de ser amado y
apreciado. Estas primeras tendencias están teñidas de un intenso idealismo narcisista.
Toda esta sensibilidad se encuentra también en las raíces del despertar religioso
del preadolescente e impregna su religiosidad. El preadolescente ve en Dios, antes que
nada, al confidente de sus monólogos interiores, al amigo comprensivo y único sostén
en el dolor que le produce la soledad afectiva. Todo esto contribuye, sin duda alguna, a
hacer al preadolescente más sensible a los valores religiosos y a hacer más íntima,
interiorizada, su experiencia religiosa (figura 51).
Pero este despertar religioso, como la necesidad de amistad, está en el preadolescente fuertemente teñido de idealismo narcisista. Este idealismo es un factor de
desarrollo psicológico poderoso, pero también presenta, como hemos visto
anteriormente, un germen de decepción susceptible de degenerar en odio. La
religiosidad preadolescente no escapa a este proceso afectivo.
Imagen de Dios
1. Dudo de su existencia, por eso me es difícil imaginarlo
1980 1992
-
9
2. Como fuerza superior o principio de vida que gobierna el
60
universo
24
3. Como providencia que gobierna el mundo y al que puedo
73
acudir en busca de ayuda
47
4. Como padre misericordioso que me perdona cuando soy
77
débil y peco
52
5. Como juez al que temo me castigue cuando soy débil y
32
peco
5
6. Como modelo al que admiro y al que quisiera parecerme
83
en su modo de tratar a los hombres
46
7. Como amigo que me escucha y comprende y a quien
86
puedo confiar mis secretos
61
8. El que me ha creado, se fía de mí y me da responsabilidad
80
para realizarme como hombre
52
Figura 51. Imagen que tienen de Dios los preadolescentes. (Tanto por ciento de preadolescentes que
evalúan la cuestión como "bastante" o "mucho". Los resultados corresponden a los años 1980-1992.)
(Moraleda, 1992).
c) El eticismo. Con la preadolescencia, según parecer de la mayor parte de los
psicólogos evolutivos, da comienzo un período de intensa connotación ética. Esta
actitud ética se centra netamente sobre la perfección del sujeto mismo; o, expresándolo
en términos más técnicos, está fuertemente impregnada de narcisismo. El resurgir de la
religiosidad está relacionado también no poco con esta orientación ética de la edad. La
religión, en efecto, aporta al preadolescente poderosos motivos en su búsqueda de una
perfección moral en cuanto se presenta como soporte y garante de dicha búsqueda: las
antiguas motivaciones de origen parental son ahora sustituidas por una motivación
racional y religiosa. Pero al mismo tiempo, el ideal ético del preadolescente ofrece a
éste un apoyo considerable porque ésta aparece ante él como algo importante una vez
que es puesta al servicio de la perfección moral del sujeto (figura 51).
El carácter funcional que le imprime su orientación ética reduce, con todo, la
religiosidad de la preadolescencia a una finalidad humana, ya que en cierta medida el
individuo pone a Dios al servicio de la realización de su yo ideal, lo cual puede
presentar serios peligros a su progresiva maduración.
Otro de los índices del despertar religioso en la preadolescencia es sin duda
alguna la práctica o tipos de conducta a que le lleva su fe en Dios (figura 52). A través
de los resultados de nuestra investigación es posible llegar a varias constataciones: una
de ellas es la relativa frecuencia con que los preadolescentes se acuerdan de Dios y
acuden a Él en el interior de su conciencia. Una segunda constatación es la importancia
que adquiere para ellos la conducta éticamente buena y el trabajo por los demás como
expresión de su fe en Dios. La tercera, finalmente, es la relativa poca o nula frecuencia
de su participación en los actos de culto de la institución religiosa a que pertenecen.
Mi creencia en Dios me lleva:
1. A pensar en Él, hablar con Él en el interior de mi
conciencia.
1980 1992
87
51
2. A participar en actos del grupo religioso al que
pertenezco.
58
24
3. A ser mejor, a trabajar más por los demás.
66
50
Figura 52. Práctica religiosa de los preadolescentes. (Tanto por ciento de preadolescentes que evalúan
cada cuestión como "bastante" o "mucho". Los resultados corresponden a los años 1980-1992)
(Moraleda, 1992).
5.3. Intereses políticos
A medida que se ensancha el horizonte de los preadolescentes, éstos empiezan
a pensar en sí mismos como miembros de la sociedad en general y no sólo de la
escuela o barrio. Esta apertura y este interés se acrecienta también en ellos gracias a
sus estudios en el colegio, la escucha por la TV de los acontecimientos nacionales y
mundiales y la participación en las conversaciones en el hogar sobre temas actuales de
política. De ahí que este interés se mostrará de modo diferente en los chicos y chicas
según su grado de apertura a los demás, pero también según el nivel de sensibilidad a
estos temas de cuantos les rodean y el grado de participación que encuentren éstos,
tanto en las discusiones sobre dichos temas como en posibles actividades en relación
con los mismos.
Vickery (1946) encontró, además, que el interés por las cuestiones políticas se
hallaba influido en los preadolescentes por su propia adaptación social del individuo.
Cuanto más éxito tenga un preadolescente en sus relaciones interpersonales, tanto
entre sus coetáneos como entre su familia, tanto más liberado se encontrará, en lo
intelectual y emocional, para interesarse por los problemas que se planteen al grupo
social más amplio.
De una investigación realizada por Moraleda (1992) entre preadolescentes
españoles se ha encontrado que este interés por la política ocupa el 14° lugar entre los
chicos y chicas (figura 49), es decir, muy bajo.
Nada
85,0%
Regular
8,0%
Bastante
6,8%
Figura 53. Interés por la política (Moraleda, 1992).
1. Es algo complicado que no termino de
entender.
24
2. A los jóvenes no se nos permite participar.
13
3. La política no arregla nada; es ineficaz.
15
4. Es un engaño; una manipulación de la gente.
24
5. Sólo se aprovechan de ella los que mandan.
40
6. No me importa; es algo aburrido.
29
7. Es algo apasionante y que me agrada.
10
8. Los jóvenes tenemos en ella mucho que hacer.
18
9. Pienso que puede transformar la sociedad.
22
10. Para estar al día y enterarme de lo que pasa.
17
Figura 54. Motivos de interés o desinterés por la política. (Tanto por ciento de preadolescentes que
evalúan cada cuestión como "bastante" o "mucho") (Moraleda, 1992).
1. Que todos nos responsabilicemos del país.
67%
2. Que un grupo de políticos o técnicos se responsabilicen y decida
por nosotros
12%
3.Que sólo un hombre destacado tenga la responsabilidad y decida
por nosotros
3%
Figura 55. Preferencias por formas de gobierno (Moraleda, 1992).
1. Las cosas deberían seguir en la sociedad como han sido
siempre, tradicionalmente
7%
2. Hay que cambiar por completo las cosas para construir una
sociedad totalmente nueva
24%
3. Hay que cambiar nuestra sociedad poco a poco y aprovechar lo
bueno que hay en ella
81%
Figura 56. Actitud ante el cambio político (Moraleda, 1992).
1. No pertenezco a ningún partido
68%
2. Sí pertenezco a un partido
3%
Figura 57. Pertenencia a partidos políticos (Moraleda, 1992).
1. Que haya justicia
57
2. Que haya paz y orden
61
3. Que haya libertad
58
4. Reformas politicas
26
5. Aumento del nivel de vida
28
6. Que haya democracia
50
7. Que haya cultura
53
8. Trabajo para todos
61
Figura 58. Objetivos políticos preferidos. (Tanto por ciento de preadolescentes que han valorado como
"bastante" o "mucho" cada una de las cuestiones.) (Moraleda, 1992).
Otros datos ilustrativos que reflejan más detalles sobre este interés político de
los preadolescentes españoles se recogen en las figuras 54, 55, 56, 57 y 58.
5.4. Intereses recreativos
Con el comienzo de la preadolescencia se producen intensas modificaciones en
los gustos recreativos tanto en los chicos como en las chicas. En ninguna época tal vez
tanto como en la preadolescencia, dice Hopkins (1987) varían tanto los gustos y
atracciones de manera tan súbita y radical. Este ritmo en las modificaciones está
determinado por el ritmo en las modificaciones semánticas.
Pese a que las diferencias individuales en atracción y oportunidades recreativas
son grandes entre los preadolescentes españoles, sin embargo, existen ciertas formas
de recreación que, al parecer, son de preferencia universal. Estas son las siguientes,
por orden de preferencia, según los resultados de una investigación realizada por
nosotros (Moraleda, 1980) en un grupo de 1.200 preadolescentes españoles:
o charlas con los amigos
o practicar deporte
o salir de excursión
o ver la TV
o escuchar música o tocarla
o ir al cine
o leer
o coleccionar
a) Charlar con los amigos. A los preadolescentes les gusta charlar continuamente.
Pero en general son malos escuchadores. Los locuaces callan generalmente por
inadaptación o complejo, refugiándose por compensación en ensoñaciones o
recluyéndose con los adultos.
Entre los temas más frecuentes de conversaciones están:
-
La simple charla. Esta forma intrascendente ayuda a los preadolescentes a
derribar barreras sociales y constituye una compensación de la timidez.
-
Discusión sobre temas serios. Es el tema que más les satisface debido al interés
que despierta en ellos.
-
Altercados. Son por lo general producto de las discusiones y surgen cuando
existen diferencias entre los puntos de vista.
b) El deporte. El punto máximo de popularidad de los deportes se encuentra
entre los 12-17 años, sobre todo en los varones. Está relacionado, por lo general, con el
nivel de desarrollo físico y coordinación muscular de cada individuo.
c) Las marchas y excursiones por el campo. Ofrecen al preadolescente infinidad de ocasiones de disfrute. Libre de las órdenes y prohibiciones familiares, sin el
lastre de las obligaciones escolares, responde a los impulsos de los muchachos. Al
principio se camina por caminar. La naturaleza aún no es fuente de emociones para los
chicos de esta edad, sino más bien el campo de acción en el que da rienda suelta a sus
fuerzas inagotables. Al vencer las fatigas de una marcha, el muchacho pone a prueba
sus fuerzas físicas y alcanza la afirmación de sí mismo, el ansiado dominio de su vida.
Al mismo tiempo, la marcha, como una meta lejana, ofrece satisfacción a sus impulsos
de conquista, de dominar comarcas y personas lejanas, etc.
d) La televisión. Por lo asequible que resulta este medio de recreación ocupa
uno de los primeros lugares en la ocupación de su tiempo. Lo que no supone que sea el
de mayor interés. Ven la televisión, porque no tienen otras posibilidades de ocupar su
tiempo de modo fácil.
En una encuesta realizada por nosotros (Moraleda, 1978), encontramos que el
52 % dedica de una a tres horas diarias delante del aparato; el 33 %, un máximo de una
hora. Los días festivos este tiempo tiende a aumentar.
Las investigaciones que se han realizado en este campo se han orientado casi
todas ellas a estudiar los efectos de la televisión sobre las tareas escolares, sobre las
diversas formas de diversión y sobre los gustos y preferencias de los preadolescentes.
La conclusión más unánime de estas investigaciones es que la televisión proporciona a
éstos una fuerte tentación para distraer su tiempo y su atención de las tareas escolares
así como de sus juegos y deportes con los amigos.
e) Las lecturas. Éstas pueden dividirse en dos bloques: las revistas y los libros.
Entre las revistas las más leídas son, por orden de preferencia, según los datos de una
investigación realizada entre preadolescentes españoles (Moraleda, 1980), las
siguientes: las deportivas, las de humor, las musicales, las técnicas (motos, coches,
máquinas de todo tipo, etc.), las políticas y las eróticas.
Entre los libros, los más leídos son, por orden de preferencia, los siguientes: las
novelas policíacas y de misterio, los libros históricos y biografías, los diarios.
Los libros propiamente científicos y de pensamiento se encuentran a bastante
distancia. Quizás una explicación de esta restricción se encuentra en el hecho de que
este tipo de libros se leen ya en las tareas escolares, por lo que en los tiempos libres
acuden más a los temas de evasión o recreativos. No obstante y pese a los temas
marcadamente no científicos, al preguntarles por los motivos que les llevan a estos
libros, las razones más frecuentes giran en tomo a un interés por su formación
personal.
J) Escuchar música. Este interés se acrecienta a medida que se acerca el
preadolescente a la adolescencia. En una investigación realizada entre preadolescentes
españoles (Moraleda, 1980) se encontró que el tiempo dedicado por éstos a su música
preferida se distribuía del modo siguiente:
- Menos de 1 hora semanal........................ 15,0%
- De 1 a 3 horas semanales....................... 26,6%
- De 4 a 6 horas semanales....................... 28,3%
- Más de 6 horas semanales...................... 16,0%
A través de esta misma investigación se pudieron comprobar igualmente varios
puntos de interés: los temas y estilos musicales se encuentran en gran parte influidos
por los medios de propaganda: TV, radio, discotecas, etc.; el cantante o músico ejerce
un poder fascinante en la elección de dichos temas; salvo raras excepciones, la
formación musical es escasa.
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