Michael Jackson: ese híper valorado Por Goyo Cárdenas Jr. La muerte suele sobrevalidar a las personas; les hace el gordo favor de embellecerlas, de ennoblecerlas en el recuerdo. La muerte borra o al menos disminuye los defectos y potencia las virtudes, incluso aquellas que resultan inexistentes. Dicen que hay que saber morir a tiempo. No sé si Michael Jackson lo hizo, pero su fallecimiento se convirtió desde el primer segundo en grandilocuente espectáculo, en cursi aguacero de cursilerías, en ridículo torneo de calificativos, en oportunista muestrario de egos, en demencial histeria colectiva y, sobre todo, en anchuroso y fructífero negocio. El rey del pop le dicen aquellos que aman las frases hechas y los sobrenombres fáciles. Michael lo nombran quienes tratan de sentirse cercanos a su ídolo, al privarlo de su apellido y tutearlo desde años luz de distancia. Jackson ha sido encumbrado hasta las alturas que rayan con lo absurdo y lo grotesco. Hay muchos que lo definen como el más grande músico popular que jamás ha existido, por encima de cualquiera. Su más notoria (que no notable) invención, el pasito del moonwalk, ha sido elevado a rangos tales que superan a los más grandes aportes que ha recibido la humanidad, desde la rueda hasta el desarrollo de las tecnologías cibernéticas, pasando por la creación de la escritura, el descubrimiento de la penicilina, el arte pictórico renacentista, el impresionismo, la música clásica, el automóvil, etcétera. Nadie puede decir palabra alguna que cuestione “la genialidad artística” de Michael Jackson y mucho menos su calidad como ser humano generoso e impoluto. Es una vaca sagrada en toda la extensión de la palabra y ay de aquél que se atreva a ponerlo en duda…y sin embargo –para parafrasear a Galileo Galilei- esta certeza se mueve y se mueve demasiado. Michael Jackson no fue ese genio que los medios se han empeñado en imponernos. Fue tan sólo un negrito bailarín que quiso blanquear su piel y sus orígenes raciales. Que cantaba bien, eso es cierto, como tantos otros vocalistas negros, entre los cuales sobran quienes lo superan históricamente. ¿Acaso puede decirse que Jackson era mejor cantante que Nat King Cole, Otis Redding, Smokey Robinson, Wilson Pickett o Marvin Gaye? ¿Era mejor compositor que Lamont Dozier, Brian Holland o su mentor Quincy Jones (de quien siempre he tenido la sospecha de que era él quien le escribía sus canciones)? En cuanto a capacidades individuales, pueden compararse los talentos de Michael Jackson y Stevie Wonder? A mi modo de ver, el segundo se lleva de calle al primero y para comprobarlo están los discos de ambos. Incluso músicos posteriores, como Prince o hasta la genial y muy actual Janelle Monáe, poseen mayores méritos artísticos que el autor de “Thriller”. Todo lo anterior para hablar únicamente dentro de los parámetros de los músicos de raza negra. Pero, ¿qué pasa si nos abrimos a la música popular en general, incluidos el soul, el funk, el blues, el jazz y el rock? Puedo nombrar a cien músicos infinitamente superiores a Jackson, desde Miles Davis y Willie Dixon, hasta Jimi Hendrix, Thelonius Monk, Jimmy Page, Ray Davies, Pete Townshend, Brian Wilson, Roger Waters, David Bowie y un larguísimo etcétera que culminaría con los Beatles. Desmitifiquemos a Michael Jackson, bajémoslo de su pedestal y situémoslo en el lugar que le corresponde. ¿Qué tiene muy buenas canciones? Pues sí, como las tienen tantos otros en el mundo del pop y del rock. Lo que hizo con su vida privada, francamente me tiene sin cuidado.