14_los movimientos de la segunda mitad del siglo xix

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LOS MOVIMIENTOS DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX
1.- La revolución de los materiales en la arquitectura.
La segunda mitad del siglo XIX está marcada por la pugna entre los partidarios de la arquitectura
ecléctica y aquellos que veían las posibilidades de los nuevos materiales, producto de la
industrialización, para renovar la práctica arquitectónica.
La Revolución Industrial y el desarrollo de la industria en la Europa del siglo XIX pusieron de
moda materiales como el hierro, el cemento y el vidrio que, en principio, se usaron en obras
funcionales de ingeniería y de arquitectura industrial tales como puentes, invernaderos, estaciones de
ferrocarril, mercados, pabellones para exposiciones, etc.
El hierro se utilizaba anteriormente para la fabricación de vigas o como refuerzo de cúpulas, pero
en el siglo XIX se construyeron estructuras de hierro fundido o colado gracias a la mejora de su
dureza y flexibilidad como consecuencia de la mezcla con el carbono, que permitía obtener el acero.
Las columnas y las vigas de hierro se fabricaban en serie, abaratando su coste, y poco a poco fueron
usándose para hacer las estructuras de los edificios. También se podían fabricar en serie piezas de
hierro que podían transportarse y montarse fácilmente.
El cemento, empleado ya en 1840 en una de las exposiciones de París, mostró todas sus
posibilidades al aliarse con el hierro y el acero, lo que dio lugar al hormigón armado. Su
preponderancia constructiva fue plena a partir de finales de siglo.
El vidrio se utilizó asociado al hierro en la construcción de los pabellones de las exposiciones
industriales, muy en boga entonces para mostrar al público las innovaciones de la industria y la
tecnología. Su escaso peso y su resistencia hicieron de él un elemento excepcional para dotar a los
edificios de mayor luminosidad.
La popularidad del hierro se extendió gracias a los pabellones de las exposiciones universales
como el Crystal Palace, de Joseph Paxton (1803-1865) en la de Londres de 1851, o la Galería de las
Máquinas, de Carles Louis Dutert (1845-1906) y Víctor Contamin (1840-1893) en la de París de 1889.
En esta ocasión se levantó la Torre Eiffel, del ingeniero Gustave Eiffel (1832-1923).
El hierro fue utilizado en otro tipo de edificios, como la Sala de Lectura de la Biblioteca de Santa
Genoveva y la Sala de Lectura de la Biblioteca Nacional, realizadas por Henri Labrouste (1801-1875)
en el segundo tercio del siglo XIX, donde utilizó arcos y columnas de hierro para sostener las
cubiertas y dar claridad al interior.
En España se construyeron a finales del siglo XIX la Estación de Atocha por Alberto Palacio y el
Palacio de Cristal del Retiro por Ricardo Velázquez Bosco, ambos en Madrid.
La Torre Eiffel
La Torre Eiffel (París), del ingeniero Gustave Eiffel, fue ejecutada para situarla en un extremo del
Campo de Marte con motivo de la Exposición Universal de 1889, celebrada en París. Mide 300
metros de altura y está formada por piezas de hierro prefabricado. Consta de tres pisos y todo el peso
de la estructura apoya sobre cuatro enormes pilares inclinados unidos por arcos.
Su principal aportación reside en la aplicación de hierro pudelado a una estructura de ingeniería,
como esqueleto y forma del objeto. La torre Eiffel sorprendió tanto por su altura como por ser una
obra no funcional sino conmemorativa. Eiffel demostró que con el hierro podía levantarse cualquier
construcción y superar en altura a las obras tradicionales.
La obra es ejemplo del empleo decimonónico de nuevos materiales, principalmente el hierro y el
vidrio, como elementos creadores de espacio y no meros complementos de los materiales de
construcción. Su uso llevó a un enfrentamiento entre ingenieros y arquitectos que buscaron en la
veracidad del material uno de sus mayores valores estéticos. Se emplearon fundamentalmente en las
nuevas tipologías arquitectónicas destinadas a cubrir grandes espacios como fueron los edificios
expositivos.
El ingeniero francés Eiffel se especializó en la creación de estructuras metálicas que aplicó
fundamentalmente en puentes.
2.- El rascacielos y la Escuela de Chicago.
Tras el incendio de Chicago de 1871 que destruyó parte de la ciudad, se inicio su proceso de
reconstrucción que ofreció a los arquitectos un inmenso campo de experimentación. El resultado fue
una nueva arquitectura que tiene en el rascacielos su tipología característica y en la Escuela de
Chicago su principal núcleo de creadores.
La aparición de los rascacielos se debió a varios motivos:
• La carestía del suelo debido a la falta de espacio, que animó a los constructores a
aumentar la altura de los edificios.
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• La falta de tradición arquitectónica en Norteamérica, que hizo que sus arquitectos
estuviesen más abiertos a las novedades que los europeos.
• La invención de los ascensores (desde 1852), que permitió construir edificios de mayor
altura.
• La construcción con estructuras de hierro, que posibilitó suprimir los muros de carga. Así,
los muros de piedra o ladrillo de las fachadas no tenían función sustentante, sino tan solo
de cerramiento. Esto les permitió tener numerosas ventanas o incluso cubrirse de
cristaleras.
Los edificios podían tener entre diez o dieciséis plantas y se destinaban a almacenes, oficinas y
viviendas. Este concepto funcional significaba que la forma debía adaptarse a la función.
El arquitecto más importante fue Louis Sullivan (1856-1924), que trabajó asociado a otro
arquitecto, Dankmar Adler (1844-1900). En Chicago construyó los Almacenes Carson, con grandes
ventanales de cristal ocupando la fachada y el Auditórium, cuya fachada de piedra presenta algunos
motivos ornamentales. En Búfalo construyó el Guaranty Building y en San Luis el Wainwright Building,
de 10 pisos. Otros arquitectos fueron Henry Richardson (1838-1886), autor de los Almacenes
Marshall Field de Chicago, William Le Baron Jenney (1832-1907), autor del Home Insurance Building,
el Fair Store Building y del Manhatan Building de Chicago.
3.- La arquitectura modernista y la integración de las artes: Antonio Gaudí.
Antoni Gaudí (1852-1926) trabajó fundamentalmente para la burguesía barcelonesa que, como la
del resto de Cataluña, fue la principal promotora y cliente del Modernismo (Modernisme). Desde esta
comunidad se extendió este estilo al resto de España.
Antoni Gaudí es el representante de la vertiente más libre del Modernisme Catalán. Sus obras,
que responden a una versión particular tanto en planta como en alzado, se caracterizan, en la mayor
parte de las ocasiones, por estructuras sinuosas de clara influencia orgánica y el uso de la línea
curva para definir los espacios y cerrar los volúmenes. Para todo ello utiliza materiales de producción
industrial y de reciente creación (hierro y vidrio). Emplea los arcos parabólicos, paraboloides
hiperbólicos y los helicoidales e incorpora las formas antropomórficas y zoomórficas como elementos
creadores de espacios. En todos sus proyectos se ocupa además del diseño del mobiliario y de
trabajos ornamentales.
Algunas de sus obras más relevantes son la Casa Batlló, la Casa Milá, conocida como La
Pedrera, el Parque Güell y la Sagrada Familia. Todas ellas son obras emplazadas en Barcelona y
representativas de su quehacer arquitectónico, con las que respondía a los deseos de modernidad de
la burguesía catalana de finales del siglo XIX y principios del XX. La Casa Batlló, cuya fachada
ondulada está decorada con cerámica, los balcones se asemejan a antifaces y el tejado presenta
formas curvas; la Casa Milà tiene una planta totalmente asimétrica y curvilínea, la fachada está hecha
de piedra y tiene un aspecto ondulante a base de curvas y contracurvas, los balcones son de hierros
retorcidos y el tejado con sus chimeneas tiene un aspecto fantástico que anticipa el surrealismo; la
Sagrada Familia es un enorme templo inacabado, símbolo del misticismo cristiano frente al
materialismo de su época e inspirado en las catedrales góticas, su fachada está decorada con
esculturas de formas naturalistas, de animales y vegetales junto a escenas religiosas, utilizando
trozos de cerámica en las torres; en el Parque Güell combinó formas arquitectónicas curvilíneas,
decoración cerámica y arcos parabólicos con zonas ajardinadas.
Fuera de Cataluña destaca el Palacio Episcopal de Astorga (León) inspirado en los castillos
medievales y con arcos parabólicos.
La Casa Milá, Gaudí
La Casa Milá o La Pedrera. Antonio Gaudí. Construida entre 1906-1910, esta obra pertenece al
Modernismo catalán.
Sus principales elementos arquitectónicos: el edificio responde a la visión particular que este
arquitecto imprimió al Modernismo. Tanto su planta como su alzado aparecen dispuestos alrededor a
dos patios, presentando un movimiento sinuoso de formas cóncavas y convexas cercanas a las
referencias orgánicas. La textura de los materiales y diseño del mobiliario que lo componen responde
al concepto de obra total, que domina el Modernismo europeo en el cambio de siglo.
Las novedades que aporta este autor a la arquitectura de su época: Además de utilizar materiales
industriales y de reciente creación empleó los arcos parabólicos, paraboloides hiperbólicos y
helicoidales. Incorpora las formas antropomórficas y zoomórficas como elementos creadores de
espacios.
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El parque Güell, Gaudí.
Eusebio Güell encargó a Antoni Gaudí la ordenación urbana y el diseño de una especie de
ciudad-jardín a las afueras de Barcelona, en una zona irregular conocida con el nombre de
"muntanya pelada". Gaudí empezó los trabajos en 1900, construyendo caminos y algunos edificios
comunes, pero no los chalés, que quedaron sin hacer por falta de compradores.
A partir de 1898, Gaudí había dado una nueva orientación estilítica a su obra, acercándose
mucho a las curvas y sinuosidades del art nouveau. Esto es perceptible en la ordenación global del
parque: los caminos serpentean, adaptándose a los accidentes del terreno, las columnas tienen
formas arbóreas, la simulación de estalactitas, etc. Gaudí parecía estar próximo a los ideales de la
ciudad-jardín propugnados por Ebenezer Howard a partir de 1898, pero hizo una adaptación orgánica
y emotiva de lo que era en el autor inglés algo meramente funcional.
De los numerosos elementos del parque destacan los pabellones de la entrada, que parecen
ilustraciones de cuentos de hadas, así como el llamado "teatro griego", destinado inicialmente a
mercado. Encima de este ámbito hay una amplia terraza con un prodigioso banco corrido, construido
con "trencadís" (cerámica rota en fragmentos irregulares y pegada al muro con cemento), y donde
hay pequeñas inscripciones escondidas de carácter mariano.
Por todas partes hay elementos simbólicos: numerosas bolas de piedra junto a unos caminos
representan las cuentas del rosario; la serpiente de una fuente alude a Pitón, protectora de las aguas
subterráneas; el dragón de la escalinata principal hace referencia a San Jorge. Aunque no hay
acuerdo a la hora de dilucidar cuál puede haber sido el sentido global de aquella obra, sí parece que
Gaudí quiso exaltar algunos símbolos de Cataluña, enlazándolos con otros de tipo religioso.
4.- La renovación de la escultura: A. Rodin.
Aunque la escultura, como especialidad autónoma, mantiene su propia evolución, también refleja
las dos grandes actitudes intelectuales que dominan el periodo: el sometimiento a la realidad, que
tiende a presentarse como algo que se desvanece, fruto de una visión fugaz, al igual que en la
pintura, y la posibilidad de sugerir un impulso espiritual, simbólico, más allá de la materia. El artista
que mejor sintetiza esas dos alternativas es Auguste Rodin.
Toda la escultura de fines del siglo XIX está dominada, en gran parte debido al influjo de Rodin,
por un gusto hacia las superficies dúctiles, donde el mármol o el bronce adquieren un aspecto blando,
orgánico, como si estuviesen a punto de transformarse por el impulso vital que los artistas logran
sugerir en la materia. Pero, en general, cumple las mismas funciones tradicionales: el monumento
conmemorativo, las esculturas de los cementerios, la decoración arquitectónica, el busto y las
estatuillas domésticas de carácter ornamental y las piezas destinadas a las exposiciones públicas,
cuya crítica marca la evolución formal.
Auguste Rodin (1840-1917).
Auguste Rodin, discípulo de Carpeaux, estuvo formado dentro del realismo. Sus viajes por
Bélgica e Italia en la década de los setenta le permitieron estudiar la obra de Donatello, Miguel Ángel
y Rubens así como de los escultores medievales.
Utilizó generalmente el mármol y bronce como materiales. Muchas de sus obras fueron
modeladas en yeso y posteriormente fundidas en bronce.
En los inicios su obra estuvo ligada al Realismo en forma y contenido si bien, pronto, evolucionó
hacia formas igualmente expresivas y en ocasiones desgarradoras. En el tratamiento de los temas
abandonó el rigorismo académico y el pulimentado de las superficies para mostrar los personajes con
cierto abocetamiento, sin perder un ápice de figuración. Con él se inicia la modernidad de la escultura
contemporánea, prescindiendo de elementos antes característicos como era el pedestal.
Su dilatada actividad como escultor supuso la producción de un elevado número de obras, de las
que podemos destacar Las puertas del Infierno, el Pensador y Los Burgueses de Calais. Todas ellas
son representativas de los rasgos señalados anteriormente: abocetamiento de las figuras,
expresividad de los rostros, planteamientos innovadores en la composición y, en especial, su
preocupación por el devenir del ser. Otras obras son el retrato de Balzac, El beso y La catedral.
Los burgueses de Calais, Rodin
Se trata de un grupo escultórico de bronce compuesto de seis figuras. Su autor fue el escultor
francés
Auguste Rodin y pertenece al estilo impresionista. La obra fue un encargo del Ayuntamiento de
Calais que quería de este modo homenajear el heroísmo de sus antepasados.
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El monumento representa a los burgueses de Calais en el momento de marchar al campamento
inglés. El tema de la obra hace referencia a un episodio de la Guerra de los Cien Años entre
Inglaterra y Francia en el año 1347. El rey inglés Eduardo III asediaba con su ejército la ciudad
francesa de Calais y prometió respetar la vida de los vecinos si la ciudad se rendía y seis ciudadanos
notables se entregaban respondiendo con sus vidas del resto. Debían presentarse ante él descalzos,
con la cabeza descubierta, vestidos con camisones, atados con una soga por el cuello y con las
llaves de la ciudad en la mano, en señal de humillación.
Rodin dispuso el grupo casi al nivel del suelo para que el espectador pudiera apreciar bien la
escena e incluso meterse entre los personajes aprovechando el espacio existente entre unos y otros;
por eso, la escultura no es una obra compacta sino abierta y con huecos.
Rodin no quiso hacer una escultura en tono épico o heroico, al estilo romántico. Quiso expresar la
angustia ante la muerte próxima, el espíritu de sacrificio y la resignación de los ciudadanos de Calais.
Hizo un estudio psicológico de las distintas reacciones humanas ante su próxima muerte: algunos
altivos, otros abatidos, otros resignados, otros desesperados. No existe ninguna jerarquización y, más
que un grupo compacto, vemos individuos aislados afrontando la muerte.
Los rostros expresan emoción contenida, algunas partes de los cuerpos están desproporcionadas
y son muy grandes (manos, pies), los paños que cubren sus cuerpos tienen pliegues muy
geométricos y profundos, los gestos y actitudes son dramáticos y el conjunto tiene una gran fuerza
expresiva. Esta viene dada por el dramatismo de las figuras y por los fuertes contrastes de luz y
sombra que producen los amplios y marcados pliegues de las ropas, que sugieren un movimiento
continuo.
Las Puertas del Infierno, Rodin.
Las puertas del infierno es un monumental grupo escultórico en bronce creado por el artista
francés Auguste Rodin en el último curto del siglo XIX. Mide 6,35 m de alto, 4 de ancho y 1 de
profundidad. Contiene 180 figuras cuyas dimensiones fluctúan entre los 15 cm y más de un 1 m.
La iconografía está basada en La Divina Comedia de Dante y en los poemas de Baudelaire de su
obra Las flores del Mal, tratando de realizar una gran alegoría del amor y la condena. Representa a la
humanidad sufriendo tras la caída de Adán y Eva.
Algunas de las numerosas figuras representadas las reprodujo el autor más tarde de modo
independiente, como es el caso de su famosa representación de El pensador, que se aprecia en el
dintel de esta puerta, así como Las tres sombras que aparecen en el ático. Predomina el altorrelieve,
llegando incluso a lo exento como es el caso de los dos ejemplos citados. El conjunto recuerda al
Juicio Universal de su admirado Miguel Ángel, así como a las obras de Gustave Doré para ilustrar la
obra de Dante o las obras de William Blake.
Las referencias clásicas son claras: el dintel a modo de tímpano o el ático, así como las pilastras
en las jambas, como también los es su referencia a las puertas del Baptisterio de la Catedral de
Florencia.
Realismo y simbolismo se aprecian en esta obra, que precisamente por su temática se aleja de
los intereses de los impresionistas, a los que, sin embargo, se acerca dada su preocupación por los
efectos de la luz y por afinidad artística y personal. Efectivamente, el papel de la luz, los claroscuros y
la poco definida línea de sus figuras, que parecen inacabadas (al igual que Miguel Ángel), son
elementos netamente modernos que nos permiten aproximarlo a los impresionistas y que determinan
claramente su modernidad. En todo caso, la obra revela una fuerte expresividad y tensión, impronta
de su autor.
Rodin fue muy influyente en su captación expresiva y anatómica sobre toda la generación
posterior de escultores.
5.- La pintura realista: G. Coubert. E. Manet.
El realismo fue un movimiento histórico que aspiró a ofrecer una representación verdadera y
objetiva del mundo sensible, basada en la observación detallada de la vida contemporánea. A partir
de mediados del siglo XIX, y con una vigencia que se extiende, con matices, hasta el fin de siglo, el
realismo afectó, sobre todo, a la literatura y a las artes visuales del mundo occidental, que se vieron
desprendidas de los convencionalismos narrativos y figurativos que, hasta entonces, las habían
vinculado a una idea de belleza preconcebida, basada en una fórmula consagrada. Por eso, el
realismo, en virtud de un análisis del mundo libre de prejuicios y, llevado a cabo sistemáticamente,
constituye el indispensable punto de partida teórico para las revoluciones posteriores.
La reivindicación de aquello que se percibe desde la realidad, como campo específico de la
creación artística, trajo consigo la defensa de la contemporaneidad, frente la historicidad; la
incorporación de lo banal, frente a lo trascendente; la sensación de improvisación casual, frente a la
tensión narrativa; y la uniformidad de lo representado, frente a la jerarquización intelectualizada.
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La época del realismo fue un momento de grandes transformaciones tanto técnicas como
sociales: la segunda revolución industrial, la introducción del ferrocarril y el auge del colonialismo. El
realismo aparece específicamente vinculado, en su origen, a las nuevas ideas sociales, que
reclamaban un papel en la historia para las clases más desfavorecidas. Para muchos artistas
plásticos, la representación de campesinos o trabajadores explotados, constituyó una forma de
reivindicación política, más o menos subversiva, frente a quienes seguían manteniendo que el arte
debía ser un mero espectáculo complaciente.
Pintores realistas destacados fueron Gustave Coubert, Jean-François-Millet (El ángelus o Las
espigadoras), Honoré Daumier (El vagón de tercera y La lavandera) y Édouard Manet.
La lavandera, Daumier.
Daumier capta a la mujer en el momento que sube la escalera del Sena. No le importa el
detallismo, sino la impresión de una mujer que sufre por el esfuerzo realizado. La complexión fuerte
de la mujer se ve compensada por la dulzura con que ayuda a subir a su niña. La niña lleva la pala
con la que han golpeado la ropa. Daumier ha utilizado un sabio juego de luces que hace que
percibamos las figuras en silueta recortadas sobre un fondo claro. Por otro lado, la rapidez de la
técnica y el abocetamiento del trazo anuncian lo que será el Expresionismo. Sus figuras son
esculturales y geométricas y tiene influencias del grabado y del dibujo en sus líneas marcadas, en la
tendencia a la monocromía y al claroscuro.
Gustave Courbet (1819-1877)
Gustavo Courbet es el pintor que acaudilla y teoriza el realismo pictórico que se produce entre
1840-1880. Aunque en su formación como pintor no siguió los cauces habituales, que obligaban al
riguroso aprendizaje con un maestro consagrado, tuvo un conocimiento directo de los viejos pintores
naturalistas del siglo xvii que entonces no formaban parte todavía de los grandes mitos de la historia
del arte: Caravaggio, la pintura holandesa y la pintura española. Con ese bagaje se acercó a
representar las gentes de su entorno y a mirarse a sí mismo (pintó numerosos autorretratos).
La pintura de Courbet se opone a las composiciones académicas, a la artificialidad del gesto y
tiene presente la observación directa del natural, pinta con grandes manchas y con gruesos toques de
color. En alguna de sus obras todos los personajes representados son reales, retratos certeros; en
otras, cuando trata la naturaleza capta su movimiento y fuerza, imponiéndose el protagonismo de la
realidad.
Con él aparece en el arte el interés por la clase trabajadora, el proletariado, unido a la dureza del
trabajo y las condiciones de su vida; la crítica contra lo religioso y a la nueva clase burguesa. Es un
pintor comprometido socialmente con los nuevos tiempos. Entre sus obras destacan Los
Picapedreros, El entierro de Ornans, El estudio del pintor y la Ola.
El estudio del pintor, Courbet.
Francés Courbet detalló las características del cuadro en carta fechada en diciembre de 1854 y
dirigida a su conocido Bruyas: "Tiene treinta figuras de tamaño natural. Es la historia moral y física de
un taller. Están todas las personas que me sirven y que participan en mi trabajo …”. Esta bella
escena es considerada como un verdadero manifiesto del estilo que Courbet defendía. La obra
muestra al pintor en su taller, trabajando en un cuadro de temática paisajística; junto a él, a la
derecha, una mujer desnuda se cubre con un paño, es identificada como alegoría de la Verdad. A la
izquierda contemplamos a un niño de espaldas, la representación de la Inocencia. El grupo de figuras
que se sitúa en la zona de la derecha son "los amigos, los trabajadores, los aficionados del mundo del
arte" y el de la izquierda es el "otro mundo de la vida trivial, el pueblo, la miseria, la pobreza, la
riqueza, los explotados, las gentes que viven de la muerte". Ante estos dos mundos contrastados el
pintor se coloca en el medio, quizá en su intención de no olvidar nada de la sociedad que le rodea,
quizá como un modelo para esa sociedad al trabajar con total libertad.
El estilo de Courbet continúa siendo seguro y firme, mostrando un poderoso dibujo y un interés
por las tonalidades oscuras inspiradas en el arte barroco que tanto admiró en su juventud, durante
sus visitas al Louvre. La iluminación impacta en la zona central, destacando el paisaje que pinta el
maestro y la figura de la Verdad, quedando el fondo en semipenumbra. Al incluir el retrato del pintor
en el lienzo se especula sobre una inspiración en Las Meninas de Velázquez, uno de sus pintores
más admirados junto a Rembrandt. Cuando Courbet presentó esta obra a la organización de la
Exposición Universal de París del año 1855 fue rotundamente rechazada, organizando una exhibición
paralela en un barracón frente a los recintos de la muestra oficial, que tuvo un considerable éxito de
público y crítica.
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E. Manet (1832-1883)
Édouard Manet fue un pintor realista influido por Hals, Velázquez y Goya. Por su voluntad
consciente de desprender a la pintura de la importancia del tema, representa un papel mítico en la
historia del arte. Dotado de una profunda formación histórica y un fino sentido irónico, descubrió las
contradicciones que pesaban sobre la supuesta valoración artística de las pinturas enviadas a los
salones, dependiente, en realidad, de convenciones morales.
Edouard Manet marca un antes y un después en la Historia del arte a partir de la realización de
dos grandes obras que constituyen el cambio radical al que se aboca la pintura moderna: la Olimpia
y el Almuerzo sobre la hierba. En ambas Manet introduce una serie de cambios en la utilización del
color, el modelado de las figuras, el concepto de perspectiva y el tratamiento de los temas, que no
serían fácilmente asimilados por sus contemporáneos, por lo que recibirán con rechazo y burla su
obra. Pero es precisamente este combinado de innovación y enfrentamiento al arte oficial, que
derivará inevitablemente en rebeldía, lo que convertirá a Manet en el adalid de una serie de jóvenes
artistas llamados a revolucionar el arte moderno.
Aunque no sería justo reducir la obra de Manet a esa única valoración. En sus cuadros, Manet es
además un pintor de una exquisita sensibilidad, que entremezcla con maestría el dibujo firme y la
pincelada suelta, que modela sus figuras con un vibrante artificio de la luz, y cuyas obras nos deleitan
por sus colores radiantes y nos sorprenden siempre por la hondura de su expresividad.
Además de las obras citadas, destacan El bar del Folies-Bergère, El Pífano, El Balcón, etc.
El almuerzo sobre la hierba, Manet.
Esta obra fue presentada por Manet al Salón de París de 1863 con el título de El Baño. El jurado
elegido al efecto la rechazó, junto a otras 2.000 obras de diferentes artistas.
Los críticos fueron muy tajantes con la escena de Manet, mientras que los jóvenes artistas quienes, más tarde, conformarán el grupo impresionista - consideraron la obra como una muestra de
vanguardismo, animando a Manet a crear imágenes de esas características y agrupándose en torno a
él.
Manet pareció inspirarse en una jornada de baño en el Sena para realizar un desnudo en un
paisaje, el sueño de todo pintor según el escritor Émile Zola. Para ello empleó a su modelo favorita,
Victorine Meurent, junto al escultor holandés Ferdinand Leenhoof - hermano de Suzanne, su futura
esposa - y a su propio hermano, Gustave. Los tres se sitúan entre los árboles, apreciándose el Sena
al fondo y a otra joven que sale del baño; la mujer desnuda ha colocado sus vestidos a su izquierda,
junto a una cesta de fruta. Por supuesto resulta chocante el contraste entre la desnudez de la joven y
los dos hombres que la acompañan, siendo ésta la gran novedad de la imagen.
¿Y por qué esta escena, aparentemente continuadora de la tradición clásica, sí motivó un fuerte
escándalo en el Salón? Porque suponía una muestra de la modernidad, al ser una joven burguesa
cualquiera la que posaba desnuda ante dos hombres.
En referencia a los tonos empleados, resulta sorprendente el contraste entre los negros trajes
masculinos y la clara desnudez de la modelo, que elimina las tonalidades intermedias para marcar
aún más ese contraste. El empleo del negro puro no era muy académico, por lo que las obras de
Manet siempre eran censuradas por críticos y jurados oficiales. Al fondo recurre al abocetado que
caracteriza sus primeras escenas, quizá para marcar la sensación de profundidad y de aire, como
hizo Velázquez, uno de sus pintores favoritos. El fuerte foco de luz incide directamente sobre el
grupo, sin apenas crear sombras, apreciándose aquí la influencia de la estampa japonesa. Resulta
interesante mencionar el excelente dibujo del que siempre hará gala el artista.
El bar del Folies-Bergère, Manet
El Bar del Folies-Bergère supone la culminación de los cuadros dedicados a la temática nocturna
que tanto habían atraído a Manet desde la década de 1870, apreciable en obras como La Ciruela o
Café concierto. El tema será uno de los favoritos de los impresionistas, como Degas o ToulouseLautrec: el café, el cabaret, el bar y la noche de París. El Folies Bergère era uno de los numerosos
cafés-concierto de la noche parisina. Situado en Montmartre, había sido el cabaret preferido por la
clase proletaria, pero pronto se puso de moda entre la burguesía, que encontraba allí emociones
diferentes y algunas prostitutas.
La modelo era una de las dos camareras del local llamada Suzon - que posó para el pintor en su
estudio, de donde apenas podía moverse debido a su enfermedad - y el cliente que vemos reflejado
en el espejo sería el pintor Gaston Latouche. Entre los parroquianos que se reflejan en el espejo se
ha identificado a Méry Laurent, de blanco, y al pintor Henry Dupray. En la imagen se recrea un
complejo sistema de ilusión y realidad, que mezcla lo artificial con lo natural: el cuadro es en su mayor
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parte tan sólo el reflejo de un gran espejo tras la camarera, que impide que la mirada del espectador
profundice en la escena, y que lo devuelve con fuerza hacia el exterior. El espacio es angosto,
oprimido por la presencia de la barra; ante la camarera, de mirada vacía, perdida, agotada y sin
ningún interés, se encuentra la figura del cliente, que sólo apreciamos en el reflejo del cuadro. El
cliente, igual que el espectador, parece estar entablando una negociación con la camarera, una de las
atracciones de la sala. En primer plano se puede contemplar una magnífica naturaleza muerta,
relacionada completamente con la vida moderna. En cuanto a la técnica pictórica, el repertorio del
Impresionismo está detallado al máximo: intención de modernidad, fascinación por el mundo urbano,
inmediatez de la escena en pro de la objetividad, color fluido en largas pinceladas yuxtapuestas... Lo
mejor de Manet se ofrece en esta imagen, emblemática del movimiento impresionista. Cuando la obra
fue expuesta en el Salón de 1882 obtuvo un gran éxito, recibiendo numerosas críticas positivas.
6.- Los pintores impresionistas: C. Monet.
El impresionismo es una escuela pictórica desarrollada en Francia, en la segunda mitad del siglo
XIX. La aparición de esta escuela estuvo acompañada de una serie de circunstancias:
• Una reacción contra los contenidos narrativos de la pintura de los salones oficiales que
defendían la aplicación de un recetario histórico-artístico, frente a los verdaderos valores de la
creación y del lenguaje plástico.
• La conciencia de fugacidad de la vida moderna, que parece un perpetuo devenir dominado
por sensaciones.
• Diversas experiencias ópticas, que los pintores aplicaron intuitivamente, como la influencia
que producen unos determinados colores al lado de otros o la llamada «mezcla óptica», es
decir, la combinación de pinceladas de distintos colores al ser contempladas en la distancia.
• Innovaciones técnicas en los útiles del pintor, como los lienzos industriales y los tubos de
colores, que produjeron una fascinación por su viveza y contraste, además de fomentar la
materialidad de la superficie pictórica.
• El auge de las experiencias fotográficas y, en particular, de la instantánea, que introdujo
múltiples puntos de vista en los encuadres y acabó con la idea de composición ordenada en
términos tradicionales.
• La recepción de estampas japonesas, que revelaban un gusto muy distinto del occidental, con
colores claros y luminosos y un espacio plano.
Las experiencias impresionistas se dieron a conocer en 1874, cuando el crítico Jules Castagnary
utilizó el título de un cuadro de Monet, Impresión. Salida del sol, para identificar la nueva manera de
pintar que contribuyeron a caracterizar los siguientes artistas: Edouard Manet (en alguna de sus
obras), Claude Monet, Edgar Degas, Auguste Renoir, Camille Pissarro, Alfred Sisley y Gustave
Caillebotte.
Sus propuestas son el resultado de la adaptación de la experimentación y leyes ópticas al campo
de las artes plásticas enunciadas, entre otros, por Chevreul. En general, utilizan los pigmentos puros,
sin mezclar, aplicándolos con pincelada corta y dividida. Trabajan al aire libre. Pretenden la captación
de la luz y la atmósfera que les rodea en el instante de su ejecución.
El género principal es el paisaje con caminos o cursos de agua, en los que poder aplicar sus
principios sobre el color y atrapar la realidad cambiante. Cultivaron también escenas con figuras en
ambientes festivos (bailes), interiores (habitaciones o cafés) y retratos.
Algunas de sus obras más señaladas son las siguientes: Impresión, sol naciente La estación de
Saint Lazare, la catedral de Rouen, Ninfeas (Claude Monet); Los tejados rojos (Camille Pissarro); La
inundación en Port-Marle. (Alfred Sisley); El columpio, El Moulin de la Galette, El palco, Almuerzo de
remeros, Las bañistas o la Oda a las flores (Auguste Renoir); Los bebedores de absenta, Mujer en el
baño, Delante de las tribunas, La clase de danza, Bailarina con ramo (Edgar Degas)
La clase de danza, Degas.
Quizá sea ésta la escena de ballet más popular de Degas. En ella recoge uno de los salones del
Teatro de la Ópera de París, donde dirige la clase el gran Jules Perrot, quien a sus 64 años era uno
de los maestros más prestigiosos. A su alrededor gira la escena que contemplamos, formando las
bailarinas un círculo imperfecto para escuchar los consejos y observaciones del ya legendario
bailarín. En primer plano se sitúa una joven de espaldas y otra subida en el piano, rascándose la
espalda. Las demás muchachas se recortan sobre la pared verde y el gran espejo enclavado en el
vano de una puerta. Al fondo se sitúan las butacas reservadas para las madres que vigilaban la
actuación individual de sus hijas, aunque aquí no se recoja ningún ensayo concreto.
El gran protagonista del lienzo no es el anciano profesor sino el magnífico efecto de profundidad,
obtenido a través de las líneas diagonales del suelo, la disposición de las bailarinas en el espacio y la
esquina del fondo de la sala, que juega con la influencia de la fotografía al cortar los planos pictóricos
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- vemos una parte del zócalo del techo mientras que en la zona de la izquierda no lo podemos
contemplar -. La sensación de movimiento es otra de las atracciones del maestro, que coloca a sus
personajes siempre en diferentes posturas. Por supuesto, no debemos olvidar el interés por la luz, en
este caso un potente foco de luz procedente de las ventanas de la derecha - una de las cuales se
refleja en el espejo, dejando ver el cielo de París - que inunda la sala, resbala por los vestidos de las
bailarinas y resalta los verdes, rojos y amarillos de cintas y lazos. Precisamente es la luz la que crea
una sensación atmosférica especial, que llega a recordar a la de Velázquez, diluyendo los contornos
de las figuras y otorgando aire al espacio. La mayoría de las escenas de danza de Degas muestra el
esfuerzo y el intenso trabajo de las muchachas por poner una obra en escena. Se convierte de esta
manera en el pintor de lo que hay al otro lado del telón, del maravilloso mundo del aprendizaje, más
que del esplendor del espectáculo.
Claude Monet (1840-1926).
Claude Monet fue el más representativo de todos. Un impresionista puro que trató de captar la luz
y el color a distintas horas del día, pintando varias series de cuadros de un mismo tema, como los
dedicados a la catedral de Rouen y a la estación de San Lázaro de París. Su cuadro titulado
Impresión, sol naciente presentado en 1874 significó el nacimiento del nuevo estilo y su título fue
utilizado por los críticos para calificarlo de forma despectiva. En su última serie de cuadros pintados
desde 1910 y titulada Ninfeas, se inspiró en estas plantas acuáticas del estanque de su jardín para
disolver casi las formas de las mismas mediante el color, evolucionando a la abstracción e influyendo
en la pintura abstracta posterior.
La Catedral de Rouen, Monet.
La catedral de Rouen, pintura impresionista de Claude Monet, de la última década del siglo XIX.
La serie sobre la catedral de Rouen refuerza las teorías de Monet iniciadas años antes con los
Almieres. Según éstas, los objetos varían dependiendo de la luz que se les aplique. No es lo mismo
una iluminación matutina que vespertina cuando incide sobre un mismo elemento. Aquí observamos
la fachada de la catedral a pleno sol por lo que las líneas de sus contornos se difuminan y casi
desaparecen. Los arcos de las portadas, el rosetón o la decoración gótica son absorbidos por el sol,
provocando profundos contrastes de luz y sombra, sombra que ahora es más oscura aunque
dominan en ella las tonalidades malvas. Encuadre aparentemente casual, de primer plano, influido
por la fotografía. Pintado del natural (aunque por la fecha en que lo firmó parece haberlo terminado en
su estudio), lo que permite la precisa captación atmosférica, a través de la pincelada dividida y los
colores puros, que se mezclan en la retina del espectador.
Los motivos predilectos de Monet y los impresionistas fueron los paisajes rurales y urbanos, los
retratos y las naturalezas muertas. Todos ellos exigían una observación natural y los primeros,
además, una especial atención a las cambiantes condiciones atmosféricas, que trataban de captar
con su nueva técnica.
Los nenúfares, Monet
Cuando Monet se construyó un impresionante jardín en su casa de Giverny decidió cultivar en él
exóticos nenúfares importados de Japón. Para ello fue necesario elevar la temperatura del agua del
estanque, instalándose presas que provocaron las protestas de los habitantes del pueblo aconstumbrados a lavar en las aguas del río que pasaba por la finca y que formaba el estanque - ya
que temían que esas plantas venidas de lejos pudieran envenenar su agua o cuando menos
ensuciarla. Estos nenúfares adquirirán reconocida fama al ser los protagonistas de los últimos
cuadros de Claude quien había planeado revestir una habitación circular con una serie de estas
plantas. A pesar de las cataratas que dificultaban su visión, Monet realizó una de las obras más
espectaculares que en conjunto recibe la denominación de Capilla Sixtina del Impresionismo. La
disposición de los nenúfares en el agua y los reflejos de los sauces son los únicos motivos
interesantes para el artista, en un proceso de desaparición de la forma que es eliminada casi por
completo. Las pinceladas son cada vez más sueltas, trabajando con manchas de tonalidades oscuras
que se animan con los colores de las ninfeas. Este proceso de desaparición formal tendrá su reacción
en las imágenes de Cézanne primero y más tarde con el cubismo.
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7.- Los pintores postimpresionistas precursores del siglo XX: P. Cézanne, P. Gauguin y V. van
Gogh.
Seurat y el neoimpresionismo
La obra pictórica y teórica de Georges Seurat (1859-189 1) constituye el punto de partida de una
corriente pictórica denominada divisionismo o puntillismo, que pretendió hacer del impresionismo un
procedimiento de representación científica, basado en el análisis de cómo son percibidos los colores
por el ojo humano. Se trata de una técnica que reproduce las cosas mediante pequeños puntos de
colores yuxtapuestos, cada uno de los cuales traduce los distintos tonos de color que vemos.
Una tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte, Seurat.
Es la obra más representativa del neoimpresionismo, divisionismo o puntillismo, estilo sucesor de
la pintura impresionista.
El tema del cuadro es un paisaje con figuras a orillas de un río donde abundan los paseantes
disfrutando de un día festivo. Hay hombres, mujeres, niños y animales de compañía que disfrutan de
una tarde de ocio. Representa la isla de la Grande Jatte, a orillas del Sena, lugar de paseo y
descanso. Es una escena intrascendente y optimista que refleja el modo de vida de la burguesía
francesa de la época.
La composición es un conjunto de líneas horizontales y verticales, con tendencia al recargamiento
de figuras que aparecen en distintos planos de profundidad y a diferentes tamaños.
El estudio de las teorías de Chevreul sobre la luz y los colores llevó a Seurat a sistematizar y
expresar de forma científica y racional lo que los impresionistas hacían de forma espontánea e
intuitiva. Para ello empleó una pincelada a base de pequeños puntos de colores puros que distribuía
de forma estudiada y matemática en la superficie del cuadro, para que la retina del espectador los
mezclara y pudiese contemplar una representación rigurosa de la luz y el color. El resultado fue una
tendencia a las formas geométricas y al estatismo donde se ha perdido el aspecto espontáneo,
dinámico y cambiante de los cuadros impresionistas. Se aprecia una preferencia por la simplificación
y por las formas cilíndricas y monumentales. El paisaje de Seurat se dirige más a la razón que al
sentimiento, parece poco natural y frío, y las figuras están acartonadas, parecen muñecos más que
personas y son inexpresivos.
La influencia en la pintura neoimpresionista es evidente, sobre todo en Cézanne.
El Postimpresionismo
El término «postimpresionismo» se reserva a aquellos pintores vinculados al grupo impresionista
que, en un momento dado de su evolución, hacia los años ochenta, emprenden un camino de
radicalización formal, que lleva la pintura hacia metas completamente distintas. Sus propuestas
marcan el nacimiento de la pintura moderna.
Los pintores postimpresionista pretendían ir más allá de los efectos de la luz y el color para
explorar las posibilidades formales y de expresión de la pintura. Cézanne se centró en la
investigación de la forma. Van Gogh pretendía la representación de las emociones subjetivas.
Gauguin defendió la necesidad de abandonar la imitación de la naturaleza pues consideraba que la
pintura, como el dibujo y el color son autónomos.
La pintura de Cézanne inspiró el cubismo y la de Van Gogh y Paul Gauguin influyeron en la
configuración del expresionismo y el fauvismo.
Paul Cézanne (1839-1906)
La obra de Paul Cézanne es el resultado de una búsqueda individual, que aspira a devolver a la
pintura la solidez y monumentalidad que había perdido con el impresionismo. Para ello se fija siempre
en los mismos motivos, bodegones o paisajes con figuras, que repite con objeto de explorar su
dimensión volumétrica, pero sin recurrir al claroscuro; para ello, yuxtapone tintas de color, por medio
de pinceladas con toques uniformes y paralelos, que generan una estructura armónica de planos, en
la que se basa la composición del cuadro, que cobra sentido propio al margen del motivo. Además,
empieza a representar las cosas, dentro del mismo cuadro, como si fueran vistas independientemente
unas de otras, de manera que produce imágenes incongruentes con la perspectiva tradicional,
anuncio del final de la visión sometida a un punto de vista único habitual desde el Renacimiento.
Entre sus obras podemos citar Los jugadores de cartas, Naturaleza muerta, Las grandes bañistas, La
mujer de la cafetera, La montaña Santa Victoria, etc.
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Los jugadores de cartas, Cézanne
Durante la década de 1890 Cézanne pintó una serie de cuadros con la temática de los jugadores
de cartas, siendo este lienzo que contemplamos el más famoso de la serie. Los protagonistas de las
telas son los campesinos de Aix y el jardinero del Jas de Bouffan, Vallier. Las fuentes de inspiración
empleadas por Cézanne posiblemente fueran los jugadores de cartas pintados por Le Nain y Chardin.
Las dos figuras se sientan a ambos lados de una pequeña mesa sobre la que apoyan los codos.
Una alta botella nos da paso hacia la cristalera del fondo, por la que se intuye un abocetado paisaje.
Los dos hombres están concentrados en el juego, interesándose el maestro en captar sus
expresiones, y se presentan tocados con sendos sombreros típicos de las clases sociales humildes
de la Provenza. El espectador se convierte en uno de los frecuentes observadores que contemplan
estas partidas en las tabernas, al situarnos el maestro en un plano cercano a la escena y no hacer
apenas referencias espaciales. La iluminación artificial se manifiesta en las sombras, especialmente
en el reflejo blanco de la botella.
Pero una vez más, el protagonista del lienzo es el color que inunda todos los rincones de la tela.
El hombre de la derecha viste una chaqueta de tonalidades grises amarillentas que tiene su
continuidad en el pantalón de su compañero, vestido éste con una chaqueta de tonalidades malvas
que se mezclan con diversos colores. El fondo se obtiene gracias a una mezcla de tonos aunque
abunden los rojizos, en sintonía con la mesa y el mantel. La aplicación del color se realiza a base de
fluidas pinceladas que conforman facetas, elementos identificativos del cubismo.
A diferencia del impresionismo del que Cézanne parte, en este trabajo prima el volumen y la
forma sobre la luz, obteniendo ese volumen gracias al color en estado puro. De esta manera, el
objetivo del maestro provenzal -conseguir que el impresionismo sea un arte duradero como el que se
expone en los museos- se ha alcanzado.
Paul Gauguin (1848-1903)
Frente a la sofisticación de la vida urbana contemporánea, Paul Gauguin representa un esfuerzo
creciente y continuado por hallar en el mundo primitivo lo esencial de la condición humana. Para ello
se establece, primero, en Bretaña, donde configura un estilo pictórico denominado sintetismo,
inspirado en las vidrieras y esmaltes del arte medieval, donde las figuras están definidas por líneas
que componen un ritmo ondulante en una superficie plana rellena de colores brillantes e irreales que
producen un efecto mágico. En esa aparente simplicidad Gauguin descubre las posibilidades de la
pintura para expresar contenidos simbólicos, siempre enigmáticamente presentes. Después, en 1891
se instala en Tahití, donde funde símbolos religiosos de oriente y occidente, que imagina idílicamente
armonizados, fruto de una pureza ancestral. Entre sus obras están El Cristo amarillo, La visión
después del sermón, El caballo blanco, Mujeres deTahití, Arearea, etc.
La visión después del sermón, Gauguin
Una de las obras más interesantes de las que realizó Gauguin durante su estancia en Pont-Aven
en 1888. Siempre se considera como una de las primeras del estilo simbolista en el que empieza a
trabajar desde ahora. Fue pintado para una iglesia de la zona pero el párroco la rechazó; en primer
plano vemos a una serie de figuras de mujeres bretonas con sus características cofias, en actitud de
rezar, mientras al fondo coloca la supuesta visión que tienen las devotas bretonas tras el sermón,
donde aparece Jacob luchando con el ángel, siendo esta escena la parte simbólica, aunque el artista
represente ambas imágenes de manera simultánea.
Gauguin utiliza, como en obras anteriores, la influencia de la estampa japonesa ya que rehúsa
manejar la perspectiva tradicional, por lo que consigue un efecto de figuras planas. Los colores
también han experimentado un cambio importante, son colores puros, sin mezclar, que reafirman el
efecto de la planitud. El contorno de las figuras empieza a estar muy delimitado, siguiendo un estilo
típico de estos momentos llamado "cloisonnisme", inspirado en la realización de esmaltes y de
vidrieras, rellenando esos contornos con colores muy vivos. Gauguin está orgulloso de esta pintura y
sobre todo de las figuras, "muy rústicas y supersticiosas", como él mismo escribe a Van Gogh.
Vincent Van Gogh (1853-1890)
Vincent Van Gogh es un caso singular; dada su condición de artista no profesional, plasmó en su
pintura una necesidad creativa salida de lo más hondo de su personalidad. Nacido en Holanda, entró
en contacto con las novedades impresionistas a partir de su instalación en París en 1886, en concreto
el toque puntillista y la claridad de la estampa japonesa, pero fue en el soleado sur de Francia donde
realizó su obra más característica. Allí, la pincelada se hace más gruesa, se agita y ondula como si
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estuviera arrastrada por un torbellino que va definiendo la forma de las cosas, más allá incluso de
ellas mismas. Los colores son planos, pero fuertemente empastados, dados con energía, reflejo de la
intensidad que emana del alma interior del artista. En efecto, en su pintura se establece una relación
profunda entre sus vivencias y el motivo en el que se fija, ya sean paisajes, retratos o, sobre todo,
autorretratos. Pintó gran cantidad de obras, destacando El cartero Roulin, Los girasoles, Paisaje con
cipreses La habitación de Van Gogh en Arlés, La noche estrellada, La iglesia de Auvers, etc.
La noche estrellada, Van Gogh
Esta famosa escena resulta una de las más vigorosas y sugerentes realizadas por Vincent. En
pocas obras ha mostrado la naturaleza con tanta fuerza como aquí. Vincent se encuentra recluido en
el manicomio de Saint-Rémy desde el mes de mayo de 1889 y muestra en sus imágenes lo que
contempla desde su ventana. La noche le había atraído siempre - Café nocturno o La terraza del café
- especialmente porque se trataba de una luz diferente a la que se había empleado hasta esos
momentos.
Es de destacar el tratamiento de la luz de las estrellas como puntas de luz envueltas en un halo
luminoso a su alrededor, obtenido con una de las pinceladas más personales de la historia de la
pintura: un trazo a base de espirales que dominan el cielo y los cipreses de primer plano, tomando
como inspiración a Seurat y la estampa japonesa. Al fondo se aprecia la silueta de un pueblo con la
larga aguja de la torre de la iglesia presidiendo el conjunto. Las líneas del contorno de los edificios
están marcadas con gruesos trazos de tonos oscuros, igual que las montañas que recuerdan la
técnica del cloisonnismo empleada por Gauguin y Bernard. Los tonos que Van Gogh utiliza son
comunes a todas las obras de esta primavera del 89: malvas, morados y amarillos que muestran el
estado de ánimo eufórico del artista, aunque da la impresión de predecir la grave recaída que tendrá
Vincent en el mes de julio.
Henri Toulouse-Lautrec (1864-1901).
Fue un gran dibujante y colorista francés que cultivó, además de la pintura, la litografía y el cartel.
Realizó obras cuya temática se inspiró en los espectáculos nocturnos, cabarés, burdeles y bajos
fondos de París. Utilizó líneas onduladas y colores planos para pintar artistas, bailarinas, juerguistas,
prostitutas, retratos, etc., generalmente en movimiento. Su obra manifiesta la influencia de la
fotografía por ser reflejo de una realidad que ni idealiza ni critica, y de la estampa japonesa, por sus
colores planos. Sus personajes tienen una gran expresividad y, en ocasiones, aspecto caricaturesco,
e influyeron en el arte modernista. Como ejemplos están Jane Avril bailando, La Goulue, Aristide
Bruant, El salón de la rue des Molins, etc.
En el Moulin Rouge, el baile, Toulouse Lautrec
La inauguración del "Moulin Rouge" en 1889 supuso para Toulouse-Lautrec uno de los momentos
más felices de su vida ya que se iniciaba una fructífera relación con el local de moda más importante
de París. Los bailes, las atracciones musicales y las bailarinas harían famoso este lugar. En el Moulin
siempre había ambiente, como refleja esta escena en la que encontramos las inconfundibles figuras
de Valentin le Désossé - el deshuesado, por su tipo delgado y ágil - y de una bailarina que puede ser
la Goulue - la Golosa, por su insaciable apetito -. Tras ellos vemos a un grupo de amigos del pintor
con sombreros de copa, indicando que es un lugar de mayor categoría que "Le Moulin de la Galette",
el lugar de diversión más popular famoso por el cuadro de Renoir. En primer plano y cerrando el
círculo se encuentran dos mujeres de perfil - una de ellas, con un alegre vestido rosa - y un hombre
cuya silueta se recorta debido a la influencia de la fotografía, muy habitual en aquellos años como
había puesto de moda Degas.
El colorido empleado por Toulouse-Lautrec es más vivo, más alegre que en obras anteriores, lo
que puede indicar la atracción del pintor hacia el lugar que está representando. La pintura de Henri se
hace más personal y olvida el poso realista de sus primeras obras. Su interés por el dibujo - que
duraría toda su vida - se puede apreciar en el gusto por la línea que observamos en las figuras. La
alegría del local ha sido captada perfectamente, lo que demuestra su integración plena en él.
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