LA ESTACA VERDE DE LEÓN TOLSTÓI. José Luis Gordillo Para Paco Fernández Buey en su 60 cumpleaños; por sus muchas lecciones sobre la paz y la justicia. Cuentan los biógrafos1 de León Tolstói que en su niñez le entusiasmaba un relato inventado por su hermano mayor Nicolai. Éste explicaba, al pequeño León y a sus hermanos, que había descubierto un secreto que no les podía revelar. Únicamente les podía decir que, cuando se divulgase, el mal quedaría extirpado del corazón de los hombres, dejarían de pelear entre ellos, harían el bien, todos serían felices y constituirían lo que llamaba una gran «Hermandad de Hormigas». El secreto, añadía Nicolai, sólo podía ser desvelado gracias a unas palabras grabadas en una estaca verde enterrada en un barranco del bosque de Zakaz, muy cerca de Yasnaia Poliana. Mucho años después, de forma metafórica, Tolstói afirmó en cierta ocasión que todavía seguía buscando las palabras grabadas en la estaca2.Y cuando el gran escritor tenía ochenta años, al presentir su muerte, escribió en su diario que quería que se le enterrase, sin ceremonia alguna, en: «Un simple ataúd de madera y quien lo desee puede cargar o transportarlo hasta el bosque de Zakaz frente al barranco, allí donde se encuentra la estaca verde»3 1 Vid. TROYAT, H.: Tolstoi, I, Bruguera, Barcelona, 1984, pag. 24; y también en SHIRER, W. L.: Amor y odio. El tormentoso matrimonio de Sonia y León Tolstói, Anaya & Mario Muchnik, Madrid, 1997, pág. 231. El propio escritor había explicado este episodio de su infancia en unas notas autobiográficas recogidas en Obras, tr. del ruso de I. y L. Andresco, tomo III, Aguilar, Madrid, 1981, págs. 1187-1188. 2 Vid SHIRER, W. L.: Amor y odio, op. cit., pág. 231 3 Ibidem En lo que sigue me propongo realizar una aproximación4 al ideario pacifista de sus últimos años, esto es, de la época de su vida en la que más firmemente creyó haber desentrañado el «secreto» del relato de su hermano Nicolai. Crisis de madurez y ruptura ideológica El ideario pacifista de León Tolstói es posterior a su famosa depresión de la madurez, que padeció hacia 1879-1880, al principio de la cincuentena y después de finalizar Anna Karenina. Con anterioridad no se puede caracterizar su pensamiento como pacifista. Tolstói nació en el seno de una familia de la aristocracia rusa. Y, al igual que otros muchos aristócratas rusos, en su juventud sirvió durante cuatro años, de forma voluntaria y movido por sinceras motivaciones patrióticas, en el ejército del zar con el rango de oficial, y como tal participó en la Guerra de Crimea. Como todos los lectores de sus relatos sobre el sitio de Sebastopol5 pueden advertir enseguida, no volvió de su experiencia bélica como un apologeta de la vida militar y de la guerra, al modo de Ernest Jünger por ejemplo; pero tampoco, todavía, como un apóstol de la no violencia. Eso no ocurriría hasta después de su crisis de madurez. Si hemos de creernos al propio escritor6 dicha crisis le condujo a una ruptura ideológica radical; hasta el punto de afirmar que, una vez superada, dio lugar a «su segundo nacimiento» o, si se prefiere, a su resurrección que es como tituló, no por casualidad, su tercera gran novela. El crítico literario George Steiner opina, sin embargo, que las creencias de su vejez no fueron el resultado de cambios súbitos, sino de una lenta maduración de ideas y sentimientos expresados muchos años atrás7. Isaiah Berlin, otro autor que ha dedicado una especial atención al pensamiento de Tolstói, es del 4 Al desconocer la lengua rusa, sólo puedo proponer una aproximación al ideario pacifista del viejo Tolstói. Para ello he manejado, en lo fundamental, las numerosas traducciones o versiones al castellano de sus panfletos y ensayos. Me daría por satisfecho si con este trabajo consiguiese despertar el interés en estudiar esta parte de la obra tolstoiana en alguien que sí puediera leer a Tolstói en su lengua original. 5 Se trata de los tres relatos titulados respectivamente: Sebastopol en diciembre de 1854, en mayo de 1855 y en agosto de 1855. En castellano están recogidos en TOLSTÓI, L.: Obras, tomo III, op. cit., págs. 431-506. 6 Vid. TOLSTÓI. L.: ¿Cuál es mi fe?, tr. de JoaquÌn Gallardo, Editorial Mentora, S.A., 1927, págs. 7. y ss. 7 Vid.STEINER, G.: Tolstói o Dostoievski, Era, México, 1968, pág. 79. mismo parecer8. Avala este punto de vista el hecho de que a los 27 años ya hubiese anotado en su carnet que había tenido un pensamiento «grandioso e inmenso»: sentar las bases de una nueva religión «conforme al progreso de la humanidad, una religión de Cristo, pero despojada de la fe y el misterio; religión práctica que no prometerá la beatiud eterna sino que la procurará en la tierra.»9 Y también que dos años después, tras haber asistido en París a una ejecución pública, anotó en un cuaderno de apuntes que su ideal no era ninguna clase de Estado, sino la anarquía10. Pero, aun siendo verdad que Tolstói exagera acerca de su evolución ideológica, también es cierto que su concepción del mundo sufrió un cambio notable a raíz de su depresión de 1879-1880. Para entender este cambio en su especificidad –o, lo que es lo mismo, para entender el origen de sus ideas pacifistas- conviene, en primer lugar, dejar constancia de los rasgos de su pensamiento que no variaron con motivo de su “segundo nacimiento” o de su “resurrección”. Antes de nada es preciso tener en cuenta que Tolstói nunca se sintió identificado plenamente con ninguna de las dos grandes corrientes ideológicas que dividieron a la intelectualidad rusa de su tiempo: «occidentalistas» y «eslavófilos». Siempre compartió algo de ambas y siempre rechazó algo de las dos. Con los «occidentalistas» compartía su fe en la educación como medio para mejorar la situación de los más desfavorecidos, aunque después tuviese serios problemas para determinar qué había que enseñar y quién debía enseñar a quién. También compartía su condena de la represión política, de la censura, de la violencia arbitraria, de la servidumbre, del orden semi-feudal ruso y, en general, de toda clase de explotación desde una perspeciva muy cercana al Rousseau del Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Con éste último, en particular, siempre tuvo en común la creencia de que los hombres nacían con una predisposición natural a la bondad. Antes y después de su crisis de madurez, Tolstói siempre estimó que la vida debía consistir en una búsqueda de la «verdad», lo que incluía la observación sin engaños de la realidad y la necesidad de hallar la eterna e inmutable «verdad moral», si se me permite utilizar una expresión que 8 Berlin sostiene que las ideas positivas de Tolstói “variaron menos, durante su larga vida, de lo que a veces se ha dicho”. Vid, BERLIN, I:“Tolstói y la Ilustración” en Pensadores Rusos, F.C.E., México, 1980, pág. 442. 9 Cit. en TROYAT, H.: Tolstói, vol.I, Bruguera, Barcelona, 1984, pág.157. 10 Vid. SHIRER, W. L.: Amor y odio, op. cit., pág. 46 para nosotros constituye un absurdo y un indicio claro de dogmatismo. Eso, al mismo tiempo, iba acompañado de una crítica sin concesiones a la ciencia, a la técnica y al desarrollo industrial. Siempre mostró una aversión profunda hacia el liberalismo y nunca pensó que los males de Rusia se podían solucionar imitando en todo a los países de Europa occidental. Rechazaba, por ejemplo, que el parlamentarismo o la secularización fuesen factores de mejora y «progreso” social. Esto le aproximaba a los “eslavófilos”. Hacia ellos sentía una mayor proximidad en lo personal, pues no en vano defendían valores y principios muy arraigados entre la gente de su clase, como, por ejemplo, la creencia en la supremacía de los valores espirituales (toda su vida creyó que la conciencia determina el ser social de los hombres, para decirlo invirtiendo una conocida frase de Marx) y, al igual que los «eslavófilos» aunque no por idénticos motivos, veía en la religiosidad del campesinado ruso algo rico y valioso cuya desaparición sólo podía conducir hacia la barbarie. De ellos, sin embargo, le alejaba la animadversión que sentía hacia el orden social existente en Rusia, hacia la monarquía y la Iglesia Ortodoxa. En el plano político, por lo demás, Tolstói siempre manifestó un profundo odio hacia los partidos derechistas. Antes y después de su crisis de madurez, Tolstói nunca dejó de criticar todas las filosofías progresistas de la historia, fuesen materialistas o idealistas. En especial, rechazaba de forma categórica la historia vista como un proceso de autorrealización de la razón que se encarnaba en hombres geniales y poderosos para perfeccionarse (el mejor ejemplo de ellos sería Napoleón, una de sus bestias negras). La dirección de la historia humana no la podían decidir los hombres, según Tolstói, ya que éstos no eran libres para organizar su vida en común. Para él, los hombres únicamente eran libres para decidir lo que tenía que ver con su estricta vida individual, pero dejaban de serlo en el momento en que entraban en relación unos con otros. Las sociedades humanas, desde su óptica, se asemejaban a hormigueros o colmenas, y, al igual que éstas, estaban regidas por una eterna «ley natural» producto de la voluntad de Dios, la cual, asimismo, era la que realmente orientaba el curso de la historia humana. Para decirlo con sus propias palabras: «Sólo la expresión de la voluntad de Dios, independiente del tiempo, puede referirse a toda una serie de hechos que hayan de cumplirse en cierto número de años o de siglos; y sólo Dios puede, sin que nada lo origine, definir la dirección del movimiento de la humanidad, mientras el hombre actúa siempre en el tiempo y participa en el acontecimiento.»11 Se trata 11 Vid. TOLSTÓI, L.: “Epílogo” en Guerra y paz, Círculo de Lectores, Barcelona, 1991, pág. 764. Ver también “Algunas palabras a propósito de Guerra y Paz”, texto incluido asimismo en Guerra y paz, en especial pág. 793 y ss. El segundo texto también se ha publicado en TOLSTÓI, L.: Sobre el poder y la vida buena, ed. de J.L.Gordillo, Los Libros de la Catarata, Madrid, 1999, págs.57-68. Éste último se publicó en 1888, después de su crisis de madurez, y en él reitera las mismas ideas expresadas en el “Epílogo” escrito antes de aquella. de una concepción inspirada en el pensamiento del muy reaccionario Joseph de Maistre, a quien, al decir de Isaiah Berlin12, Tolstói estudió con mucho interés mientras escribía Guerra y paz. Por último, Tolstói fue durante toda su vida un misógino convicto y confeso. Valga como ilustración la siguiente afirmación contenida en una carta a su amigo A N.N. Strajov: «..., la vocación principal de la mujer es el nacimiento, la educación y la nutrición de los niños»; que escribe poco después de las siguientes y clarificadores palabras: « La mujer adulta y que ha encontrado marido sigue siendo mujer; si hemos de tener en cuenta no la sociedad humana que nos prometen crear los Mill y demás, sino la que existe y siempre ha existido por culpa de alguien que ellos no reconocen; y veremos que no hay necesidad de inventar una salida para las mujeres adultas que no han encontrado marido; para estas mujeres, sin oficinas, cátedras ni telégrafos, siempre hay y hubo una demanda que supera la oferta: comadronas, niñeras, amas de gobierno y heteras.»13 Tolstói nunca tuvo sensibilidad alguna respecto a la expecífica opresión sexista de que era y es objeto el 50% de la humanidad, ni siquiera la incipiente de contemporáneos suyos como Friederich Engels sin ir más lejos. El Evangelio según San León Como hemo visto, en el centro de su concepción del mundo se sitúa Dios y una eterna e inmutable «ley natural» producto de su voluntad. Ahora bien, ¿en qué Dios está pensando Tolstói y cuál es el contenido de esa «ley natural»? Como veremos a continuación, es precisamente en relación con estas dos cuestiones donde es más apreciable la ruptura ideológica desencadenada por su crisis de madurez . Antes de su crisis el Dios que rondaba por su imaginación era, en lo fundamental, el Dios del que hablaban los popes ortodoxos. Un Dios frente al cual sólo sentía un rechazo instintivo desde que era un adolescente14. Cuando Tolstói se vió sumido en las tinieblas de la depresión, lo primero que hizo fue buscar orientación moral en la Iglesia Ortodoxa; en otras palabras: intentó volver al redil del 12 Vid.BERLIN, I.: El erizo y la zorra, Muchnik Editores, Barcelona, 1998, pág. 97 y ss. TOLSTÓI, L.: Cartas, Bruguera, Barcelona, 1984, pág. 92. “Heteras” es sinónimo de prostitutas. Strajov era partidario de conceder derechos políticos a las mujeres sin familia y a las de edad avanzada. La carta está fechada el 19 de marzo de 1870. 13 que había huído en su adolescencia15. A ello contribuyó, en no poca medida, su deseo de imitar a los campesinos rusos en quienes creía ver la auténtica encarnación del buen salvaje rousseauniano. De ellos admiraba su tranquila aceptación de las enfermedades y la muerte, y creía que eso se debía a sus prácticas religiosas16. Pero pronto su fría razón le indicó que la Iglesia Ortodoxa no era nada más, al igual que el resto de iglesias existentes, que un aparato ideológico del Estado zarista. Tanto para desenmascararla como para hallar una vía de salida a su desconcierto, Tolstói decidió buscar por su cuenta, como siglos atrás habían hecho tantos sectarios surgidos en la estela de la Reforma luterana, su propia imagen de Dios y el verdadero significado de los Evangelios. El Dios resultante de esa búsqueda es ciertamente peculiar. Se trata de algo o alguién que no puede equiparase a persona alguna («toda idea antropomorfista de Dios está equivocada», dice Tolstói); a quien no considera creador del universo; que tampoco hace milagros, no cura a los enfermos, no resucita a los muertos y no garantiza ninguna clase de vida ultraterrena17. También niega el supuesto carácter divino de Jesucristo (en su concepción, Cristo es un hombre como otro cualquiera y por ello tan criatura de Dios como el resto de los seres humanos). Todo eso, según Tolstói, no eran nada más que supercherías y cuentos pueriles que las Iglesias predicaban para engatusar a la gente sencilla. Por lo que se refiere a la negación de alguna clase de vida más allá de la muerte, un tema central para entender las propiedades narcóticas de la religión judeo-cristiana, Tolstói es claro y tajante: «El hombre se une a una mujer, engendra hijos, los educa, envejece y muere. Sus hijos crecen y continúan su vida, que pasa de generación en generación, como todo el mundo: las piedras, la tierra, los metales, las plantas, los animales, los astros y todo el universo.»18 ¿Qué es Dios entonces para el viejo Tolstói? Como respuesta pública a la excomunión dictada en su contra por el Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa, Tolstói declaró: « Creo en Dios, al que entiendo como Espíritu, como amor, como el Origen de todo. Creo que Él es yo y yo soy Él. Creo que la voluntad de Dios nunca se expresó más claramente que en la doctrina del Cristo-hombre, pero considerar Dios a Cristo, rezarle, constituye para mí el mayor sacrilegio posible. [...] Creo que la intención de nuestras vidas individuales es la de aumentar la suma Vid. TOLSTOI, L.: Mi confesión, La España Moderna, Madrid, s.f.., pág. 74. Ibid., pág. 243 16 Ibid., págs. 210-213 17 Vid. TOLSTOI, L.: La salvación está en vosotros, Maucci, Barcelona, 1902, pág. 60 y ss. 18 Vid. TOLSTOI, L.: ¿Cuál es mi fe?, op. cit., pág. 163. Aunque, por otra parte, a veces habla en sus escritos de otra vida que denomina “espiritual” y que consistiría en algo así como el recuerdo que cada persona deja a las generaciones venideras. 14 15 de amor por Él. Creo que ese mayor amor nos brindará diariamente una felicidad en aumento en esta vida y en la otra [...]Creo que sólo hay una forma de avanzar en el amor: la oración. No la oración pública en los templos, que fue condenada explícitamente por Cristo (Mateo 6,5-13), sino la oración como Él mismo nos la ha enseñado, la oración solitaria, que consiste en restablecer y fortalecer, dentro de uno mismo, una conciencia del significado de nuestra vida y la creencia de que debemos regirnos por la voluntad de Dios.»19 Como se puede ver, se trata de una concepción más bien «panteísta» de la divinidad. En relación con el sentido último del cristianismo, llegó a una serie de conclusiones después de una reflexión personal al hilo de una relectura de los Evangelios. Su estudio lo emprendió en principio con una actitud de investigador erudito que le llevó, entre otras cosas, a aprender griego antiguo para bucear en las fuentes originarias y poder traducir, versículo a versículo, los cuatro evangelios. Pero, al final, como acostumbra a suceder en estos casos y dicho con sus propias palabras: «no fue el estudio metódico de la Teología y de los textos evangélicos, sino una repentina inspiración lo que me hizo ver el verdadero sentido de la doctrina, ...»20. Esta supuesta y repentina inspiración (supuesta pues, de forma un tanto contradictoria, el mismo reconoce en la página siguiente que tenía que ver con lo que le había gustado de los Evangelios ... ¡desde la niñez!21), le llevó a considerar que el núcleo de la doctrina moral cristiana se encontraba en el Sermón de la Montaña, en concreto en el versículo 39 del capítulo 5 del Evangelio según San Mateo, en donde se dice: «Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo y diente por diente". Yo, empero, os digo que no hagáis resistencia al agravio»22 . A esta visión de la doxa moral de Jesucristo la bautizó con el desconcertante nombre de “la doctrina de la no resistencia al mal” y la calificó como la única y verdadera interpretación de los Evangelios, así como de radicalmente nueva. Conmueve la sinceridad con la que lo explica: «Todo me confirmaba la exactitud de la doctrina de Jesucristo que se me había revelado. No obstante, en mucho tiempo, no pude acostumbrarme a la extraña idea de que al cabo de 1.800 años, durante los cuales la ley de Cristo ha sido profesada por miles de millones de seres humanos y estudiada por millares de hombres, que consagraron a ese estudio toda su existencia, descubriera yo esa ley de Jesucristo como algo nuevo[ cursiva mía]. Pero, por muy chocante que esto pudiera parecerme, así lo era.»23 19 Cit. en SHIRER, W. L.: Amor y odio. op. cit., págs. 203-204. Vid TOLSTÓI, L. ¿Cuál es mi fe?, op. cit., pág. 11. 21 Ibid., pág. 11-12 22 Ibid., pág. 17 23 Ibid., pág. 59. 20 Ésta explicación, como se puede ver, denota arrogancia y desconocimiento de la historia del cristianismo, como los cuáqueros le hicieron ver con posterioridad al escribirle y recordarle que ellos hacía más de dos siglos que habían hecho una interpretación semejante24. De su interpretación dedujo cinco mandamientos que pasarían a ser el eje central de su ideario pacifista: a) no montar en cólera; b) no cometer adulterio; c) no jurar en falso, lo que incluía no jurar fidelidad a Estado alguno; d) no resistir al mal con la violencia; y e) amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. Según él, estos sencillos mandamientos habían sido inscritos por Dios en el corazón de todos los hombres y eran, al mismo tiempo, las normas básicas que debían regir las sociedades humanas. Por tanto si las personas deseaban de verdad mejorar el estado de cosas existente, no tenían mas que escuchar los dictados de su corazón y actuar en consecuencia. Si eso ocurría, se daría paso a lo que denominaba «el Reino de Dios en la Tierra» y que caracterizaba como una sociedad armoniosa y pacífica en la que desaparecerían las guerras, la opresión y la violencia. Sólo entonces se podría ejercer la «verdadera» libertad, ya que: «El hombre no puede escoger. Debe ser esclavo de otro esclavo más desvergonzado y más malo, o el esclavo de Dios, porque el hombre no tiene más que un medio para ser libre: unir su voluntad a la de Dios.»25 De ahí el título y subtítulo de uno de sus ensayos más famosos: La salvación está en vosotros. El Reino de Dios está en vosotros, que fascinó a Mohandas Gandhi cuando estaba iniciando su etapa de abogado y dirigente de la comunidad hindú en Suráfrica 26. «Autoperfeccionamiento moral» y desobediencia Para instaurar el Reino de Dios en la Tierra, los hombres debían llevar a cabo un esfuerzo de «perfeccionamiento moral» consistente en intentar vivir de acuerdo con los mandamientos de su credo; puesto que: «... la verdadera salvación de los hombres está en el cumplimiento de la voluntad de Como el propio escritor admite, con una admirable honestidad, al principio de La salvación está en vosotros, op. cit., pág. 6 24 25 Vid. en TOLSTÓI, L.: “¡Hombres, despertad!” en Objeciones contra la guerra y el militarismo, Lípari Ediciones, Pozuelo de Alarcón, 1998, pág. 64 26 Vid. GANDHI, M.: Autobiografía. Historia de mis experimentos con la verdad, Ediciones Aura, Barcelona, 1991, pág.144. En el último año de su vida, Tolstói mantuvo una corta correspondencia con Gandhi, ver BORI,. y SOFRI,: Gandhi e Tolstoj. Un carteggio e dintorni, Il Mulino, Bologna, 1985. Dios por cada hombre aisladamente.»27 Este es el mensaje básico de Resurreción, la verdadera novela «pacifista» de Tolstói y no Guerra y paz como a veces se cree. El «autoperfecionamiento moral», la viga maestra de su ideario pacifista, debía impulsar a cada hombre a desobedecer los mandatos del Estado, a negarse a cumplir el servicio militar, a no ocupar cargo alguno en su estructura administrativa y a rechazar el uso de la fuerza coactiva como medio para resolver los conflictos o para proteger sus propiedades. Este último punto es crucial porque tiene que ver con su rechazo de la propiedad privada de la tierra, el principal factor que en su opinión engendraba miseria y violencia en la Rusia de su tiempo. Para Tolstói, la función primordial del Estado (que él sólo veía como una gran máquina represiva) era el mantenimiento por la fuerza de la propiedad de los medios de producción en beneficio de una pequeña minoría y en perjuicio de la gran mayoría de la población. En consecuencia, el objetivo que había que proponerse era la colectivización de las tierras para alcanzar de este modo una sociedad patriarcal de campesinos cristianos que detentarían en común la tierra que cultivaran, sin división del trabajo de ninguna clase, aunque eso comportase la desaparición de la investigación científica y del progreso técnico (según Tolstói, los campesinos ya sabían toda la ciencia y la técnica que necesitaban para vivir). Para llegar hasta ahí era preciso, con carácter previo, que los terratenientes aceptasen desprenderse voluntariamente de sus posesiones tras haber escuchado a su corazón y haber aceptado perseguir su «autoperfeccionamiento moral». Era muy importante que en todo este proceso no se recurriese a la violencia, pues de lo contrario lo único que se conseguiría sería sustituir una tiranía por otra y un tipo de esclavitud por otro. También se mostraba contrario a la estatalización de los medios de producción. Con una sorprendente capacidad profética afirmaba que, en ese caso, lo único que se conseguiría sería cambiar el dominio socio-político de los terratenientes por el dominio de los burócratas del Estado, sin que en ningún momento aminorase el sometimiento y la explotación de los campesinos28. La crítica pacifista de Tolstói 27 28 TOLSTÓI, L.: “¡Hombres, despertad!” en Objeciones contra la guerra ..., op. cit., pág. 83. Cfr. TOLSTÓI, L: La esclavitud moderna,tr. de Augusto Riera, Maucci, Barcelona, 1901 (reproducida fragmentariamente en Sobre el poder y la vida buena, op. cit., por donde se cita, pág. 89-90) A partir de este conjunto de ideas el escritor ruso arremetió con una virulencia notable contra Estados, religiones de Estado, dirigentes políticos, ejércitos, sentimientos patrióticos y también contra las «conferencias internacionales por la paz». Con motivo del asesinato por un anarquista de Umberto I, rey de Italia, escribió en 1900 un demoledor artículo en el que, por un lado, criticaba los atentados magnicidas de los anarquistas por considerarlos inmorales e inútiles, pero por otro afirmaba que el asesinato de un rey tampoco se podía considerar como «un acto de crueldad insoportable»29 porque los reyes, los zares, los emperadores o los presidentes de repúblicas, habían ordenado «la matanza de muchas decenas de millones de hombres que han caído en los campos de batalla, sin contar las víctimas de la maldad de la policía»30. Y todo ésto era incomparablemente peor que los asesinatos de los anarquistas. Si el zar Alejandro II o el rey Umberto I no merecían la muerte, menos la merecían los millones de inocentes masacrados por la represión policial o por las guerras emprendidas por toda clase de Estados. Los Estados, sostenía en La salvación está en vosotros, aducían que necesitaban aumentar los ejércitos para la defensa exterior. Pero a menudo lo hacían en realidad «para su propia defensa contra los súbditos oprimidos y reducidos al estado de esclavos»31. A lo que se añadía que no había un Estado solo, sino que existían a su lado otros que se imponían también por la violencia y que siempre se mostraban dispuestos «a arrancar al vecino el producto de sus súbditos, ya reducidos a la esclavitud»32. En consecuencia los ejércitos eran necesarios: « ..., no sólo para mantenerse cómo se hallan, sino para defender su botín contra todo el mundo. Los Estados se ven, pues, reducidos a rivalizar en el aumento de sus ejércitos, y este aumento es contagioso, como lo hizo notar Montesquieu hace ciento cincuenta años. Todo aumento de efectivos verificado en un Estado, tórnase inquientante para el vecino, haciendo que también aumente su ejército.»33 Semejante rivalidad había inducido a los gobiernos europeos a perpetrar el mayor crimen imaginable: la implantación del servicio militar obligatorio. Gracias a él los ciudadanos eran llamados a TOLSTÓI, L.: “El asesinato del rey Humberto” en La aurora social,tr. o versión de Ramón Sempau, Tip.Lit. de Pertierra, Bartolí y Ureña, Barcelona, 1901, pág.155 (en sus Obras completas se titula “¡No matarás!”). 30 Ibid., pág. 153 31 TOLSTÓI, L.: La salvación está en vosotros, op. cit, pág.132 32 TOLSTÓI, L.: La salvación está en vosotros, op. cit, pág. 133. 33 Ibid.. 29 las armas «para mantener las injusticias que se cometen entre ellos, de manera que los ciudadanos se conviertan en sus propios tiranos»34. Los hombres aceptaban cumplir el servicio de armas porque estaban como «hipnotizados», debido a la manipulación y perversión del mensaje original de Jesucristo llevada a cabo desde que Constantino otorgó al cristianismo la condición de religión del Imperio romano (gran operación ideológica rematada después con el Concilio de Nicea). A lo cual se había superpuesto el patriotismo -sentimiento calificado por él de artificial e irrazonable- difundido por gobiernos, intelectuales, escritores y periodistas, al que consideraba «manatial funesto de la mayor parte de los males que aquejan a la humanidad»35 En 1899 y en 1907, por iniciativa del zar Nicolás II, se convocaron en La Haya dos Conferencias Internacionales para discutir sobre el desarme, la codificación de las normas del ius in bello (reguladoras de la conducta de los ejércitos en el transcurso de los conflictos armados) y la creación de un Tribunal internacional con el que dirimir pacíficamente las controversias entre Estados. La iniciativa de Nicolás II había estado precedida por un amplio debate sobre la guerra y la paz entre la opinión pública europea que había cristalizado en el Congreso de Londres, celebrado en 1891. Para el autor de Resurreción, este tipo de iniciativas estaban destinadas al más aboluto de los fracasos. En primer lugar por la evidente hipocresía y cinismo de quien las había propuesto, el cual, sólo unos pocos años después de hacerlo, no había dudado en declarar una guerra contra Japón. Pero también por otro tipo de razones en las que conviene detenerse. En 1898, dos revistas encuadrables en lo que entoces se llamaba el «pacifismo democrático», la italiana Vita internazionale y la belga Humanité nouvelle, enviaron un cuestionario a quienes juzgaron que ocupaban en Europa un lugar destacado en el arte, la ciencia, la política, la milicia y el movimiento obrero, que contenía las siguientes preguntas: 1) ¿La guerra entre las naciones civilizadas es exigida aún por la historia, por el derecho y por el progreso? 2) ¿Cuáles son los efectos intelectuales, morales, físicos, económicos y políticos del militarismo? 3) ¿Cuáles son las soluciones que conviene dar en interés del porvenir de la civilización universal a los grandes problemas de la guerra y el militarismo? 4) ¿Cuáles son los medios que conducen lo más rápidamente posible a estas soluciones?36 34 Ibid. Vid.TOLSTÓI, L.: “Patriotismo y Gobierno” en La aurora social, op. cit., pág.165. 36 Vid. SALOMONI, Antonella: Il pensiero religioso e politico di Tolstoj in Italia (1886-1910), Leo S. Olschi, Firenze, 1996, pág. 58 y ss 35 Tolstói recibió el cuestionario y su respuesta al mismo no podía empezar de forma más negativa: «No puedo ocultar los sentimientos de repulsión, de indignación y hasta desesperación, que esta carta ha provocado en mí.»37. Para el escritor, la mera formulación de las preguntas era en sí misma una buena muestra del extravío en el que se encontraban los intelectuales de las naciones llamadas civilizadas, ya que consideraba evidente que la Historia, el Derecho o el Progreso sólo eran ficciones imaginadas por los hombres que nunca podían exigir el desconocimiento del «principio moral y fundamental de nuestra vida»38. Asimismo, tampoco tenía mucho sentido preguntarse acerca de los efectos de las guerras cuando, en su opinión, era notorio que aquellos serían «eternamente la desgracia general y la perversión del universo»39. Los procedimientos propuestos (que él llamaba “exteriores”) con más frecuencia para evitar las guerras, tales como los tribunales, los arbitrajes o las conferencias internacionales por la paz, no eran nada más que «engaños» porque ocultaban lo que estimaba que era el medio “más simple, real y evidente” para acabar con las guerras, a saber: “Que aquellos a los cuales no reporta la guerra ningún provecho y que consideran como un crimen el tomar parte en ellas, se abstengan de guerrear ...”40. Por consiguiente, el único procedimiento para alcanzar la paz perpétua consistía en el rechazo individual al uso de las armas, como estaban haciendo en Rusia los doubojoris del Cáucaso cuando se negaban a cumplir el servicio militar. Es esta una idea que la repite una y otra vez en otros escritos como, por ejemplo, en “¡Hombres, despertad!”, un texto ampliamente difundido y reproducido en varias revistas y periódicos europeos de la época: «(...), las más evidente de todas las calamidades y a la vez la más horrible, o sea la guerra, sería extinguida, no por medidas generales exteriores, sino por este simple llamamiento a la conciencia de cada individuo, que mil novecientos años atrás propuso Cristo. Que cada hombre se pregunte quién es, por qué vive, qué debe hacer y qué no debe hacer»41 Tolstói y la revolución Como se ha sugerido más arriba, las ideas del viejo Tolstói no encajan en ninguno de los movimientos intelectuales, políticos y sociales de finales del XIX y principios del XX. Si se le intenta meter en alguna de las «categorías-cajón» habituales siempre quedará fuera algún aspecto de su concepción del mundo. Desde las categorías más difundidas sólo es posible utilizar expresiones 37 Vid.TOLSTÓI, L.: “Cartago delenda est” en Objeciones contra la guerra ..., op. cit., pág.96. Ibid., pág.97. 39 Ibid. 40 Vid.TOLSTÓI, L.: “Cartago delenda est” en Objeciones contra la guerra ..., op. cit., pág.98. 41 Vid. TOLSTÓI, L.: “¡Hombres, despertad!” en Objeciones contra la guerra y el militarismo,op. cit., pág.61 38 paradójicas, como, por decir algo, «místico ilustrado», «nihilista utópico», o bien «reaccionario rebelde» como le llamó Stefan Zweig42. Un reaccionario rebelde, se debe añadir, de cuya sinceridad y coherencia no cabe dudar. Así, fiel a su condena de la propiedad privada, le transmitió a su mujer la titularidad de sus tierras y de los derechos de todas sus obras publicadas antes de 1881, al tiempo que renunciaba a los derechos de autor de todo lo que pudiera publicar después de esa fecha. Por el mismo motivo manifestó en varias ocasiones su deseo de abandonar Yasnaia Poliana43. No dudó, por otra parte, en implicarse personalmente, antes y después de su crisis de madurez, en actividades en las que creía firmemente. Antes, por ejemplo, fundó en sus posesiones escuelas para los niños campesinos. Asimismo intentó, sin éxito, liberar a los siervos que trabajaban en sus propiedades cinco años antes de que se dictara el Decreto de emancipación. Cuando éste fue promulgado, en 1861, aceptó el cargo de «árbitro de paz» para mediar en los conflictos generados por su aplicación. Después de su crisis de madurez organizó la recogida y el reparto de alimentos con el objetivo de paliar la gran hambruna desencadenada en Rusia en 1891. También se dedicó a la redacción de cartas, peticiones y panfletos en defensa de objetores de conciencia pertenecientes a diversas sectas religiosas. En concreto, la recaudación obtenida por Resurreción la donó íntegra para financiar la emigración en masa de los «doubojoris», que estaban siendo encarcelados por negarse a cumplir el servicio de armas. Pero su máximo empeño práctico, de todas formas, lo dedicó a difundir su doctrina mediante ensayos, panfletos, novelas, relatos y obras de teatro, al creer que su simple lectura provocaría algo así como una conversión en masa44. En 1884, junto con Vladimir Chertjov, fundó una editorial para poder poner al alcance de los más pobres la literatura que estimaba más adecuada para su educación moral. Cabe subrayar que en esto obtuvo un gran éxito: sólo seis años después de su fundación la editorial había vendido más de veinte millones de libros45. 42 Vid. SWEIG, S.: “Presentación” a El pensamiento vivo de Tolstoi, Losada, Buenos Aires, 1939, pág. 40 43 Que no vio satifecho hasta pocos días antes de su muerte, cuando decidió huir para poder morir en una humilde casa de campesino. Algo que no consiguió ya que acabó muriendo, como es bastante conocido, en la casa del jefe de estación del pequeño pueblo de Astapovo. Las tribulaciones del anciano Tolstói en el último año de su vida están bien explicadas en: PARINI, Jay: La última estación en la vida de Tolstoi, Península, Barcelona, 1995. 44 Esta creencia le indujo también a enviar varias cartas a Alejandro III y a Nicolás II para, se supone, intentar “hacerles ver la luz”. 45 Vid. SHIRER, W..: Amor y odio., op. cit., pág.116. Sin embargo, siempre se mantuvo alejado de todo movimiento organizado y nunca aceptó colaborar con otros escritores, intelectuales o con alguna clase de corriente, partido o club de opinión. No podía ser de otra manera en quien creía haber «descubierto», después de 1.800 años, nada menos que el «verdadero» sentido de los Evangelios. Lo que se conoce como «tolstoismo» consistió en un reducido grupo de discípulos que se dedicaron a difundir la buena nueva del maestro y a fundar «colonias» organizadas de acuerdo con sus ideas. Humildes actividades no exentas de riesgos en la Rusia de los Romanov. Varios seguidores suyos, por el mero hecho de serlo, padecieron penas de destierro o se vieron obligados a marchar al exilio. El propio escritor estuvo vigilado y controlado de forma permanente por la policía zarista, la cual introdujo informadores en su entorno más inmediato. Fue también excomulgado públicamente por el Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa, como ya se ha apuntado más arrriba, y la práctica totalidad de sus ensayos y escritos no literarios fueron prohibidos por la censura. Los tolstoianos, a pesar de eso, consiguieron hacerlos circular en copias a mano o mecanografiadas. Fuera de Rusia, el pensamiento tolstoiano tuvo una gran difusión a partir de dos focos: uno en Londres, entre 1898-1905, en torno a la revista Svobodnaja slovo («La palabra libre»), dirigida por Vladimir G. Certkov ; y otro en Ginebra, entre 1899-1901, en torno a la revista Svobodnaja mysl («El pensamiento libre»), editada por un grupo de exiliados capitaneados por Pavel I. Birjukov. Gracias a ello millones de personas, dentro y fuera de Rusia, leyeron con interés su narrativa, sus ensayos y sus panfletos y los discutieron con pasión; aunque pocos quedaron convencidos de su hipotética utilidad para solucionar los grandes males de la época. La maduración del credo tolstoiano coincide con el ascenso de la marea revolucionaria en Rusia y con el fortalecimiento del movimiento obrero en el resto de Europa. Tolstói, sin embargo, nunca se sintió próximo a quienes compartían una parte sustancial de sus ideas; antes bien: concebía su ideario en competencia directa con el de populistas, socialistas o anarquistas. Las siguientes palabras, contenidas en una carta que envió en 1881 al zar Alejandro III, son muy ilustrativas en ese sentido: «¿Qué son, pues, los revolucionarios? Personas que odian el orden de cosas existentes por considerarlo destestable y sustentan los principios de un futuro orden de cosas que sea mejor. Matando, exterminándolos, no se puede luchar con ellos. Lo importante no es su número, sus ideas son importantes. Para luchar con ellos hay que luchar espiritualmente. Su ideal es la abundancia para todos, la igualdad y la libertad. Para luchar con ellos hay que contraponerles un ideal más alto y que encierre en sí el que ellos propugnan. Franceses, ingleses y alemanes luchan ahora con ellos y también sin fruto. Hay un sólo ideal que se les puede contraponer. Y es el mismo del que ellos proceden, sin comprenderlo y profanándolo: un ideal de amor, perdón y pago del bien con el mal, en el que va implícito el propio ideal que ellos sustentan. »46 Cuando estalló la revolución de 1905, largamente presentida y temida por Tolstói, criticó por igual al zarismo y a todos los partidarios de los cambios políticos y sociales47. No obstante, nombres relevantes de la intelectualidad rusa y europea próxima al movimiento obrero socialista o anarquista del cambio de siglo discutieron sobre sus ideas con más detenimiento y respeto (en especial los anarquistas, que siempre le han profesado una crítica pero generosa devoción), que los que él nunca tuvo hacia unos u otros. Y, de hecho, fue sobre todo el “tolstoismo” el que provocó un cierto debate sobre la no violencia tanto entre anarquistas como entre socialistas48. En ambos casos éste se saldó, como es suficientemente conocido, con un rechazo generalizado a sus ideas. Casi todos coincidieron en valorar que de su «quietismo», de su «fatalismo» y de su propuesta de «autoperfeccionamiento» individual no cabía esperar grandes avances para el movimiento obrero. Desde entonces en el movimiento socialista y comunista el «tolstoismo» se conviritó en anatema y, salvo en la cuestión de la abolición de la propiedad privada de la tierra, en el reverso de lo que siempre se entendió en esa tradición por política revolucionaria. En ese debate llama la atención, dicho sea de paso, la disparidad de calificativos que mereció el escritor ruso, lo cual contituye otro síntoma más de la dificultad de encasillar su pensamiento. Así, por ejemplo, mientras que para Vid. TOLSTÓI, L.: Cartas, op. cit., pág.119. La carta a Alejandro III, todo sea dicho, es de una valentía notable. En ella Tolstói le pide al nuevo zar que perdone a los populistas que habían sido condenados a muerte por haber matado a su padre, Alejandro II. 46 47 Como se sabe, la revolución estalló tras la represión sangrienta en San Petesburgo de una marcha pacífica de miles de obreros encabezada por el padre Gapón, que tenía como objetivo entregar al zar una petición en la que se exigían cosas tan “revolucionarias” como la jornada laboral de ocho horas. La reacción de Tolstói fue condenar ... ¡a quienes habían organizado la marcha de trabajadores! Vid.SHIRER, W..: Amor y odio., op. cit., pág. 223. 48 Sobre las discusiones que motivó el “tolstoismo” entre el anarquismo europeo, con especial atención al italiano, se puede consultar: SALOMONI, Antonella: Il pensiero religioso e politico di Tolstoj in Italia (1886-1910), op. cit., 1996, en concreto el capítulo titulado “Anarchismo e antimilitarismo”, págs. 175223. Sobre la discusión en la socialdemocracia europea, con especial referencia a la alemana, ver: LUXEMBURG, R., Scritti sull'arte e sulla letteratura, (a cura de F. Volpi), Bertani editore, Verona, 1976, págs. 48 y ss. Plejanov, Trostski o Lenin49 se trataba de un gran escritor y un gran reaccionario representante a lo sumo de un cierto «socialismo feudal», para Rosa Luxemburg50 se trataba de un «socialista utópico» cuyos escritos contra la guerra y los Estados resultaban muy estimables. Pacifismo «quietista», pacifismo revolucionario y utopía campesina Hasta los años ochenta del siglo XX, cualquier trabajo parecido a éste concluía en el apartado anterior. Si hoy tiene algún interés volver al viejo Tolstói se debe a que lo ocurrido en el «corto siglo XX», y en especial la experiencia de la guerra fría, nos ha llevado a pensar, como decía Manuel Sacristán51, que también socialistas y comunistas debían revisar su particular concepción de la «guerra justa» y asimilar «en algún grado» los motivos básicos del pacifismo y el antimilitarismo. Ahora bien: ¿qué tipo pacifismo y antimilitarismo necesitamos en los umbrales del siglo XXI? No parece que sea de gran ayuda un pacifismo que se fundamente en la creencia de que hay un Dios que gobierna la historia humana y que ha inscrito en el corazón de todas las personas una inclinación instintiva hacia el amor fraternal. Dicho con otras palabras: no parece muy pertinente un pacifismo que se fundamente en alguna clase de pensamiento mágico (y esa parte del ideario tolstoiano lo es). Parece de más interés un pacifismo que actúe sobre la base de un conocimiento exhaustivo de la realidad social, institucional e incluso antropológica que combate, y que se proponga, a partir de él, la búsqueda y exploración de un modo de dirimir los conflictos que exluya (o convierta en muy excepcional) el uso de la violencia militar. Eso comporta la adquisición del saber proporcionado por el mejor método de conocimiento de que dispone la humanidad, esto es, del saber científico, tal y como hace la llamada «Investigación por la paz». Tampoco parece muy útil un pacifismo que únicamente propugne un «perfeccionamiento moral» individual y rechaze la acción y la movilización colectivas, sin que por ello, por supuesto, haya que despreciar la importancia que en determinados momentos puede tener «dar ejemplo», así como el aprendizaje individual de contención que exige la acción no violenta. En ese sentido, el pensamiento pacifista de Tolstói pertenece más a la prehistoria que a la historia de 49 Vid. PLEKHANOV, Georges.: “Tolstoi”, en L'art et la vie sociale, Éditions Sociales, París, 1949, pág. 313-317. Prefacio de TROTSKI, L.: “León Tolstoi” en TOLSTÓI, L.: Cuestiones sociales, Gráficas Alfa, Barcelona, 1929, págs. 7-25. LENIN:”León Tolstói y su época” en Artículos sobre Tolstoi, Progreso, Moscú, 1986, pág. 25. 50 Vid. LUXEMBURG, R.: “Tolstoj come pensatore sociale”,“Tolstoj” y “L'opera postuma di Tolstoj” en: Scritti sull'arte e sulla letteratura, (a cura de Franco Volpi), Bertani editore, Verona, 1976, págs. 4870. Vid. SACRISTÁN, Manuel: “Los partidos marxistas y el movimiento por la paz” en mientras tanto, nº 23, mayo 1985, págs. 45-48. 51 los movimientos pacifistas del siglo veinte, ya que, a partir de sus ideas, éstos difícilmente hubieran llegado a existir. La principal razón que justifica dedicar cierto espacio al ideario de León Tolstói es la de haber sido un puente entre el pacifismo más bien «quietista» de las sectas religiosas protestantes, y el pacifismo activo de Mohamas Gandhi, en el que hay una clara vocación de incidencia social y política52. La obra dicha y hecha de Gandhi53, a pesar de no estar exenta tampoco de pensamiento mágico, ha tenido por ello mucha más influencia que la de Tolstói. Dicho esto, conviene apuntar ahora que en el pacifismo tolstoiano hay una clara consciencia de la relación entre la violencia estatal y lo que hoy, siguiendo a Johan Galtung, llamamos «violencia estructural». También hay consciencia de que la consecución de una sociedad más pacífica y armónica está ligada a la transformación social (en Tolstói, como hemos visto, a la abolición de la propiedad privada de la tierra). Al gran escritor ruso le hubiera horrorizado la expresión, pero ese rasgo de su pensamiento le convierte en un legítimo antecesor de lo que hoy llamamos «pacifismo revolucionario», es decir, un pacifismo que, además de ser consciente de la necesidad de luchar contra las manifestaciones externas del militarismo, sabe que también hay que actuar contra las causas últimas de los procesos sociales que generan guerras y violencia social; y que, por eso, debe fundir sus esfuerzos con los de los movimientos sociopolíticos que luchan por la supervivencia y la emancipación. Como hemos visto Tolstói, por otro lado, exigía que en el proceso de transformación social no se utilizase la violencia, pues eso sólo conduciría a nuevas formas de tiranía y esclavitud. Aún considerando muy estimulantes las críticas que ha hecho Pietro Ingrao a lo que ha llamado la «vía militar al comunismo»54, que sería en lo fundamental la seguida en lo que fue la Unión Soviética y en otros países en donde se han producido revoluciones con intención socialista a lo largo del siglo XX, el 52 Vid. BROCK, Peter: Pacifism in Europe to 1914, Princenton University Press, Princenton, 1972, págs. 468-469. 53 Gandhi, por cierto, fue más benévolo con los revolucionarios rusos que Tolstói. El 15-11-1928, en una entrevista publicada en el Young India afirmaba: “Creo firmemente que nada duradero puede construirse sobre la violencia. Pero prescindiendo de esto, no se puede negar que el ideal de los bolcheviques contiene el sacrificio más puro de innumerables hombres y mujeres que han renunciado a todo por él. Un ideal consagrado por los sacrificios de hombres del temple espiritual de Lenin no puede resultar vano. El noble ejemplo de su renuncia serán para siempre digno de la máxima admiración y con el paso del tiempo vivificará y purificará el ideal”. Cit. en GANDHI, M.: Teoria e pratica della non violenza, Einaudi, Torino, 1973, págs.122-123. 54 Vid. INGRAO, P.: “La via militare al comunismo” en A.A.V.V., Sul libro nero del comunismo, Manifestolibri, Roma, 1998, pág. 49-55. tipo de pacifismo que necesitamos no puede en este punto pecar de ingenuidad. Tolstói creía que no sería necesario recurrir a la violencia porque esperaba conseguir, mediante la publicación de sus escritos, la conversión inmediata de las clases dominantes a su credo, lo que les llevaría a renunciar voluntariamente a sus privilegios. Tolstói, conviene recordarlo, ni siquiera consiguió convencer de una cosa así a su propia familia. Nunca ha ocurrido tal cosa y no es razonable esperar que ocurra. En todo proceso de cambio social que comporte una amenaza a los privilegios de los de arriba, lo razonable es esperar resistencia y además resistencia violenta. En este punto, Plejanov, Trotski, R. Luxemburg o Lenin tenían mucha más razón que el viejo Tolstói. La apuesta por la no violencia llevada hasta sus últimas consecuencias implica que, en momentos tan críticos, los muertos sólo los pongan los partidarios de los cambios sociales y políticos y que, a pesar de ello, al final se consiga la derrota de los privilegiados. Los movimientos que asociamos a los nombres de Gandhi o de Martin Luther Ling en parte consiguieron algo parecido. Vale la pena, pues, explorar su potencialidad revolucionaria, pero teniendo presente siempre el gran esfuerzo de educación y aprendizaje social que comporta llevar a la práctica una estrategia semejante. Hay finalmente otro punto del ideario tolstoiano que vale la pena comentar. Su rechazo frontal de la industrialización, de la ciencia y de la técnica, como factores de progreso social, lo convierte en un digno antecesor de la llamada deep ecology. Y tan irracional parece lo uno como lo otro. Ahora bien, a la vista de las dimensiones de la crisis ecológica del presente y de los costes humanos que han tenido todos los procesos de industrialización, también parece anacrónico criticar a Tolstói repitiendo en este tema, punto por punto, los mismos argumentos que emplearon hace noventa o cien años Plejanov, Lenin o Trotski. Si se piensa, por un lado, en su declarado amor por los campesinos rusos y, por el otro, en la degradación ecológica y en las consecuencias que tuvo para aquéllos «la industrialización a marchas forzadas» de Stalin y su equipo, no se puede sentir mas que simpatía por aquel viejo escritor que siempre puso el acento en el progreso moral y que, en sus últimos años, afirmaba querer vivir y morir como un humilde mujik. Claro está que la industrialización acelerada e impuesta por medios despóticos no fue el proyecto original de la Revolución de Octubre. Éste fue «los soviets más la electrificación», esto es, la democracia consejista más la industrialización. Y ese proyecto, como señaló por cierto el último Lenin55, sólo podía apoyarse en la alianza entre obreros y campesinos que había hecho posible la revolución misma. Pero también es cierto que «la electrificación», en el proyecto original, tenía mucho peso, como también la confianza en la función dirigente y vanguardista que se suponía debía 55 Vid. LENIN: “Más vale poco y bueno” en Obras escogidas,Tomo III, ed. Progreso, Moscú, 1961, en especial págs. 805-808. cumplir el proletariado europeo y el minoritario proletariado ruso. Ambas cosas tenían más importancia, por ejemplo, que la que luego tuvo, por convicción, rectificación o por hacer de la necesidad virtud, en los proyectos que orientaron la lucha antimperialista en la India o en las insurrecciones y revoluciones china, cubana, argelina, vietnamita o nicaragüense. Conviene recordar, en ese sentido, que para el marxismo de la Segunda Internacional, en el que se formaron los dirigentes bolcheviques, era casi un dogma incuestionable que el sujeto revolucionario por excelencia era el proletariado industrial. El campesinado en esa concepción formaba parte de las clases atrasadas, como cabía deducir, según los análisis al uso, de lo ocurrido en la revolución francesa, en las revoluciones burguesas de 1848 o en la efímera Comuna de París de 1871. Su papel en el proceso revolucionario se concebía como retardatario y subalterno en comparación con el de los obreros industriales. Al fin y al cabo ¿no habían arremetido Marx y Engels, en el Manifiesto comunista, contra el idiotismo de la vida rural? Pues bien, una de las muchas paradojas que nos ha deparado el siglo XX ha sido que los campesinos pobres de Asia, África o América Latina, en alianza con otros sectores sociales, se han mostrado más predipuestos a la revolución o a la insurreción política de masas (de tipo anticolonial, por ejemplo) que el proletariado industrial de Europa, Japón o los Estados Unidos. Ciertamente, esas masas de campesinos se han movilizado porque no se han dedicado precisamente al pasivo «autoperfeccionamiento moral» que les proponía el viejo Tolstói. El recordatorio de lo anterior no se hace para afirmar ahora que los campesinos constituyen el nuevo «sujeto revolucionario», aunque no sea marginal, por cierto, el protagonismo de los campesinos pobres en las luchas contra los peores efectos de la mundialización en lugares como México o Brasil, sino simplemente para traer a colación hechos que dan qué pensar acerca de los extravíos derivados de los dogmatismos del pasado. Dejando de lado este complejo asunto, parece interesante subrayar que en la sociedad sin Estado de campesinos cristianos soñada por Tolstói son fácilmente reconocibles algunos rasgos de lo que John Berger ha denominado la utopía campesina de una sociedad justa56. Ésta se formula siempre a partir de un ideal de restauración, es decir, se presenta como el retorno a unas condiciones de vida que se supone existieron hace mucho tiempo (en el caso de Tolstói, las primeras comunidades cristianas o los cosacos del Cáucaso) y que supuestamente la maldad de algunos destruyó. La sociedad justa que se pretende restaurar es siempre una sociedad donde no desaparecerá la necesidad de trabajar, porque se parte del axioma de que siempre habrá escasez. Lo que la hace 56 Vid. BERGER, John: “Epílogo histórico” en Puerca tierra, Alfaguara, Madrid, 1989, págs. 254-279. atractiva no es la expectativa de una abundancia ilimitada que elimine para siempre los conflictos de distribución de la riqueza, sino la promesa de que habrá más ayuda mutua en la dura lucha contra la escasez y un reparto igualitario de los productos del trabajo. Tras haber tomado consciencia de «los límites del crecimiento» y del caracter quimérico de una hipotética sociedad de la abundancia (prometida por el ideal burgués en sus diferentes versiones liberal, keynesiana o neoliberal, así como por el ideal marxiano original), resulta sorprendente comprobar que a nuestra imaginación le parece más actual el hincapié tolstoiano en el progreso moral y algunos rasgos de su sociedad igualitaria de pacíficos campesinos, que el anacrónico sueño del cuerno de la abundancia del que Marx57 se hizo eco en la Crítica al programa de Gotha. El «Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra» (MST) de Brasil, en el otoño de 1995, aprobó los siguientes “mandamientos” sobre el aprendizaje de la ciudadanía: «APRENDIENDO A SER CIUDADANO/A. MANDAMIENTOS PARA ACTUAR EN EL BRASIL DE HOY 1) Sentirás una profunda indignación contra toda forma de injusticia que percibas esté siendo cometida contra cualquier persona. Debes sentirla como si fuese contra ti mismo y debes encontrar una forma de expresar concretamente este sentimento. 2) Lucharás por el derecho y el deber de dar y recibir lo que es justo. 3) Combatirás las mentiras que intentan explicarnos todos los días, a través de los más diversos medios: la mentira sobre la derrota de la dignidad y la esperanza; la mentira sobre la victoria del cinismo y la servidumbre; la mentira acerca de la victoria del neoliberalismo. 4) Lucharás por el derecho colectivo a pensar y a construir, día a día, una sociedad alternativa al modelo capitalista, contraponiéndolo a sus principios fundamentales que son la exclusión de las mayorías, la desigualdad social, el individualismo y la mercantilización de todas las relaciones sociales y humanas. 5) Pensarás y actuarás con libertad, pero con una libertad que no se ejerza sobre la esclavitud de los otros. 6) Participarás en algún tipo de organización de la sociedad civil, como medio para potenciar tu actuación rebelde y como aprendizaje político y de convivencia social a partir de una nueva ética. 7) Ejercerás la solidaridad, el compañerismo y la rebeldía ante toda situación social que atente contra la dignidad humana. 8) Valorarás el estudio y lucharás por el acceso a la escolarización, como un importante instrumento para el aprendizaje de la ciudadanía. 9) Tendrás una preocupación permanente por tu formación profesional, política, ideológica y ética, y procurarás estar al día sobre lo que sucede en el mundo, desarrollando de esta forma una visión internacionalista de las luchas y de las posibilidades de los cambios sociales. 10) Valorarás y conocerás la historia, la tuya y la de la humanidad. Buscarás en ella con un criterio de verdad y con una actitud tolerante lo que se entiende por sujeto, nunca solitario, del proceso histórico. 11) Te preocuparás por la educación de tus hijos, así como por la de todos los niños y jóvenes de tu pueblo. Prestarás atención al tipo de enseñanza que reciben de la familia, de la escuela, de los medios de comunicación. Deberás reaccionar con decisión contra todas las formas de educación que domestiquen a las personas para hacerlas cómplices con el proyecto histórico de destrucción social. 12) Cultivarás la flor de la esperanza, que es aquella que nace del combate contra el conformismo y contra el sentimiento de derrota. Cantarás el canto de la vida. Vida para la humanidad toda. 13) ¡Asumirás el mandato! »58 ¿Hubiera considerado el viejo Tolstói incluidos algunos de estos mandamientos en su querida «estaca verde»? Vivimos tiempos desconcertantes y preñados, como se puede ver, de extrañas paradojas. RECOMENDACIONES BIBLIOGRÁFICAS: BORI, Pier Cesare y SOFRI, Gianni.: Gandhi e Tolstoj. Un carteggio e dintorni, Il Mulino, Bologna, 1985. MARKOVITCH, M. J.: Tolstói et Gandhi, Champion, París, 1928. 57 Lo que no debe hacer olvidar que también para el viejo Marx la tradicional comuna rural rusa contenía potencialidades que podían facilitar una rápida transición al socialismo. Vid. FERNÁNDEZ BUEY, F., Marx (sin ismos), El Viejo Topo, Barcelona, 1998, págs. 219-226. 58 Cit. en Caderno de Educaçao nº 8. Princípios da eduaçao no MST, (tr. mía), Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra, Sao Paulo, 1999, pág.30. ROLLAND, Roman: Vie de Tolstoï, (édition définitive), Editions Albin Michel, Paris, 1978. SHIRER, William L.: Amor y odio. El tormentoso matrimonio de Sonia y León Tolstói, Anaya & Mario Muchnik, Madrid, 1997 TÓLSTOI, León.: Mi confesión, La España Moderna, Madrid, s.f.., -¿Cuál es mi fe?, tr. de Joaquín Gallardo, Editorial Mentora, S.A., Barcelona, 1927 -La esclavitud moderna, tr. de Augusto Riera, Maucci, Barcelona, 1901. -La salvación está en vosotros, tr. de Eusebio Heras, Maucci, Barcelona, 1902. -Objeciones contra la guerra y el militarismo, tr. de Carmen de Burgos, Lípari Ediciones, Pozuelo de Alarcón, 1998. -Lo que yo pienso de la guerra, tr. Rosendo Dieguéz, Centro editorial Presa, Barcelona, s.f. -Sobre el poder y la vida buena, ed. de José Luis Gordillo, Los Libros de la Catarata, Madrid, 1999. TROYAT, Henrí (seudónimo del escritor de origen ruso Lec Tarassov): Tolstoi, tres volúmenes, Bruguera, Barcelona, 1984. ________________________ .