Los gemelos y la ogresa de la fuente (ATU 303 + ATU 300) Había una vez un sultán de un pueblo que se había casado con dos mujeres. Las dos dieron a luz a dos niños el mismo día, y las dos les pusieron el nombre de M’hand1 a sus hijos. Los dos muchachos eran tan parecidos que se diría que eran gemelos. Unos días más tarde la madre de uno de ellos murió. Y desde aquel día la madrastra tuvo que criar a los dos niños. La mujer quería mucho más a su hijo que a su hijastro, pero no sabía quién era su verdadero hijo. No podía distinguirlos, porque se parecían mucho. Los muchachos crecieron hasta que se hicieron hombres. Ella quería saber quién era su verdadero hijo para tratarlo mejor que al otro y para ayudarle a que consiguiera tanto poder como su padre, que era el sultán. Y ¿cómo se las apañó? Pues se fue a ver a un viejo del pueblo al que llamaban “abuelo anciano”. Se fue a verlo y le dijo: –¡Hola, abuelito! Hoy he venido para consultarte un asunto muy difícil. Solo tú puedes ayudarme a resolverlo. Y él le dijo: –Sí, hija mía. ¿Qué te ocurre? ¿Cuál es tu problema? Ella le respondió: –¡Padre anciano! Haré exactamente lo que tú me digas. Tú solo dime lo que tengo que hacer. Él le dijo: –¡No te preocupes, hija! Dime cuál es tu problema. Entonces ella empezó a contarle que ella era la sultana de tal pueblo. Le dijo que el sultán se había casado con ella y con otra mujer, que se había muerto y que había dejado a un hijo a su cargo. Aquel muchacho se parecía muchísimo a su propio hijo; daba la impresión de que fueran gemelos. Incluso llevaban el mismo nombre. Le dijo también que no podía distinguir a su verdadero hijo de su hijastro. Y después añadió: –Ahora, abuelo anciano, dime lo que debo hacer. Dame tu opinión. Y el anciano le dijo: –Pues lo que tienes que hacer es degollar un gallo. Tú degüella un gallo y luego quítale las tripas. Después rellénalas de sangre y póntelas en el cuello, como si llevaras un collar. Además, ponte en el pecho algo dulce, un higo seco, un dátil, un higo chumbo o un higo. Lo que tú quieras, pero algo que sea dulce. En cuanto veas que los dos muchachos entran en casa, grita y tírate al suelo. Haz como si te hubieras caído y estuvieras sufriendo. Tu verdadero hijo irá corriendo a ver lo que te pasa, tu hijastro, en cambio, se irá corriendo a comerse los dulces que llevas en el pecho en cuanto los vea desparramados por el suelo. Ella le dijo: –¡Gracias, anciano! 1 En muchos cuentos de la Cabilia, M’hand suele encarnar el héroe valiente y brillante que mata a los ogros y salva a las princesas. 1 Cuando llegó a casa, degolló a un gallo, le quitó las tripas y las rellenó de sangre. A continuación se las colgó del cuello, como si fueran un collar. Se puso unos higos, higos secos, dátiles y todo lo que era dulce por el pecho. Al ver que los dos muchachos entraban en casa, gritó e hizo como que se caía al suelo. Tiró a un lado los higos y todo lo que era dulce y luego pegó un grito. Enseguida los dos jóvenes fueron corriendo a ver lo que le había ocurrido. Su verdadero hijo corrió hacia ella y le preguntó: –¿Qué te pasa, madre? Mientras su hijastro se fue corriendo a comer los higos que estaban en suelo. Ella se dio cuenta que su verdadero hijo era el que había ido hacia ella para ayudarla. Entonces le puso un pendiente en la oreja derecha para que de allí en adelante pudiera reconocerlos y distinguir a su verdadero hijo de su hijastro. Y desde aquel día empezó a tratar mucho mejor a su verdadero hijo. Le daba a él todo lo que era bueno. Le preparaba cuscús con el mejor trigo que tenía, le daba higos e higos chumbos de excelente calidad... Todo lo que era bueno se lo daba a su verdadero hijo. En cambio, a su pobre hijastro, aunque no lo dejó que se muriera de hambre, no le prestaba mucha atención. No le daba nada de lo que era bueno; solo las sobras que dejaba su hijo. Hasta que por fin un día su hijastro terminó cansándose y decidió marcharse, dejar el pueblo e irse a vivir a otra parte. Les dijo: –Yo me voy ahora mismo. No puedo quedarme aquí por más tiempo. Voy a cambiar de país. Su hermano le dijo: –¡Imposible, hermano! ¡Tú no te vas a ninguna parte! ¡Quédate aquí conmigo! ¡No me dejes solo! Y el otro respondió: –Que no, hermano. Que te he dicho que yo me marcho ahora mismo. Su madrastra le dijo: –¡Quédate, por favor! No te vayas, M’hand, hijo mío. Tú también eres hijo mío. Si te he hecho algo malo, te ruego que me perdones. Si te quedas, te prometo que de ahora en adelante os trataré de la misma manera a mi hijo y a ti. Ya no voy a hacer diferencias entre vosotros. Les dijo: –¡Que no! ¡Que me voy ahora mismo! Y antes de despedirse plantó una higuera y le dijo a su hermano: –Querido hermano, si ves que las hojas de esta higuera siguen verdes y tiernas, que sus higos son buenos, será porque tu hermano se encuentra bien y está a salvo. Pero si un día ves que sus hojas empiezan a ponerse amarillas y que comienzan a caerse al suelo, será porque tu hermano habrá muerto o le estará sucediendo algo malo. Entonces cogió su fusil y dos perros de caza. Los cogió, montó en su caballo y, sin más, se marchó. Estuvo galopando y galopando hasta que se encontró con un viejo pastor que había sacado a sus pollos del corral para que pastaran. Como lo vio preocupado y muy triste, le dijo: 2 –¡Hola, sidi2! –¡Hola, hijo! –le respondió el otro. Y M’hand le preguntό: –¿Qué te ocurre? Parecéis tristes tú y tus pollos. El otro le dijo: –Pues es que tengo un gran problema. Entonces le preguntó: –Y ¿cuál es? –Lo que sucede es que todos los días pasa por aquí un halcón para robarme un pollito. Y a mí ya no se me ocurre qué excusa decirle al dueño de estos pollos. Yo no soy más que un simple criado. Estos pollos no son míos, y no sé qué decirle. Tengo un enorme problema. Y el muchacho le dijo: –No te preocupes, que yo voy a matar a ese halcón. A continuación M’hand se escondió y se quedó vigilando. En cuanto vio que aparecía el halcón y que se acercaba para llevarse al pollo, le disparó con su fusil de caza y lo abatió. El pobre pastor se puso muy contento y le dio una gallina como recompensa por ayudarle a matar al halcón. Pero M’hand no quiso llevársela. Le dijo: –Gracias, pero guárdame esa gallina, que un día volveré a recogerla. Después montó en su caballo y se puso a cabalgar y a cabalgar hasta que se encontró con un pastor que llevaba a pastar vacas. Y como le pareció que estaba muy triste, le preguntó: –¿Qué te ocurre? Y el otro le contestó: –Pues que todos los días pasa por aquí un monstruo y me roba una ternera pequeña. Y yo ya no sé qué hacer. Estoy desesperado, porque casi me ha robado todas las vacas. Le dijo: –No te preocupes, que yo me voy a esconder por aquí y, en cuanto llegue, lo voy a matar. Así que M’hand se quedó vigilando detrás de una roca, y, efectivamente, en cuanto llegó el monstruo, lo mató. Entonces el pastor se puso muy contento y le regaló una vaca. Se la dio y le dijo que era por haber matado al monstruo. M’hand se lo agradeció y le pidió que se la guardara. Luego volvió a montar en su caballo y se puso a cabalgar y a cabalgar hasta que se encontró con un pastor que llevaba a pastar un rebaño de ovejas. Entonces se acercó a él y le dijo: –Parecéis tristes tú y tus ovejas. Y el pastor le contestó: –Es que todos los días el chacal pasa por aquí y se lleva a una de mis ovejas. Y yo no he conseguido atraparlo. Por más trampas que le pongo, no consigo atraparlo. Entonces M’hand se puso a vigilar al chacal, y en cuanto llegó, lo mató. 2 Sidi: antenombre árabe que se usa para expresar respeto. 3 Y al final volvió a suceder lo mismo de siempre: el pastor se lo agradeció y, en recompensa, le dio una oveja. A continuación M’hand montó en su caballo y se puso a cabalgar y a cabalgar hasta que se encontró con un camellero que había sacado a sus animales para que pacieran. Lo encontró llora que te llora. Y como vio que estaban muy tristes él y sus camellos, el muchacho le dijo: –¿Qué te ocurre? El otro le respondió: –¡Pues que hay un león en este bosque que todos los días pasa por aquí y se lleva a uno de mis camellos! Y volvió a suceder lo mismo: el joven mató al león, y luego el pastor le dio un camello como recompensa por haberle ayudado. M’hand le dio las gracias y le dijo que se lo guardara. Después continuó su camino. Estuvo cabalgando, cabalgando y cabalgando hasta que se encontró con una muchacha joven y guapa que estaba llorando. A su lado había un cuenco de cuscús y carne. Entonces la saludó: –¡Buenos días, muchacha! ¿Qué te ocurre? ¿Se puede saber por qué estás llorando tanto? Y ella le dijo: –¡Es mejor que no te lo cuente! Si empiezo a contártelo, no tendré suficiente con varios días y varias noches para terminar mi historia. Y él insistió: –¡Dime qué te sucede! Entonces ella empezó a contarle: –Pues resulta que hay una ogresa de siete cabezas que vive por los alrededores, en el río. Se niega a dejarnos coger el agua del rio. A principios de cada año debemos entregarle un cuenco de cuscús de buena calidad y un cordero para que se los coma. Lo malo es que también nos exige una muchacha. Quiere que le demos a una joven para comérsela. Solo así nos permitirá coger agua del río. Si no lo hacemos, todo el pueblo morirá de sed, y no habrá agua. Y siguió diciéndole: –Esta vez me ha tocado a mí. Yo soy la hija del sultán de este pueblo. Hoy le toca al sultán entregar a su hija a la ogresa. M’hand habló y le dijo: –Tú vuelve a tu palacio, a la casa de tu padre, que yo me voy a encargar de matar a esa ogresa de siete cabezas. Ella le dijo: –¡No, no puedo irme! Si me voy, mi padre va a pensar que me he escapado y me va a matar. ¡Yo no me voy! Él le dijo: –De acuerdo. Tú dame el cuscús y la carne, que me los voy a comer. La muchacha le dijo: –Tampoco puedo hacer eso. Ahora vendrá la ogresa de siete cabezas y, si no encuentra algo que comer, no le va a devolver el agua a la gente del pueblo, y todos se morirán de sed. 4 Pero él insistió: –Te digo que me des de comer. Cuando venga la ogresa, ya me encargaré yo de matarla. Así que a ella no le quedó más remedio que darle la comida. El muchacho se comió el cuscús, la carne y luego le dijo: –Bueno, pues ahora que ya he comido voy a echarme a dormir un poco. Despiértame cuando llegue la ogresa. Y M’hand se quedó dormido enseguida. Al momento la muchacha se puso a temblar, porque tenía mucho miedo y sabía que la ogresa iba a llegar de un momento a otro. En cuanto vio que se asomaba, lo despertó. Le dijo: –¡Mira, ya ha venido la ogresa! Él se levantó al instante. La ogresa preguntó: –¿Dónde están el cuscús, el cordero y la muchacha? ¡Si no me los dais ahora mismo, no os dejaré que bebáis agua! Él sacó su espada, con la que solía luchar. Le pegó un golpe con ella a la ogresa y le arrancó una cabeza. La ogresa gritó: –¡Yo tengo siete cabezas, y esa no era mi última cabeza! Y M’hand le dijo: –¡Y ese no era mi último golpe! Volvió a darle otro golpe con la espada y le arrancó la segunda cabeza. Entonces ella le dijo: –Esa tampoco era mi última cabeza. ¡Todavía me quedan cinco! Y él le dijo: –¡Y ese no era mi último golpe! Y continuó dándole tajos y cortándole las cabezas hasta que llegó a la última. En aquel momento la ogresa le dijo: –¡Esa sí que era mi última cabeza! M’hand le respondió: –¡Y ese era mi último golpe! Y así fue como mató a la ogresa de siete cabezas. Entonces M’hand le dijo a la muchacha: –Ahora que la ogresa está muerta, ya puedes volver a la casa de tu padre, a palacio. Diles que ya has matado a la ogresa. Ella le dijo: –No me van a creer si les digo eso. Tienes que venir conmigo para demostrarles que la has matado. Pero él se negó a acompañarla. Se quitó un zapato, se lo dio a la muchacha, y le dijo: –Enséñales este zapato a los hombres del pueblo y diles que quien mató a la ogresa es el dueño de este zapato. Así vendrán a llevársela de aquí y a limpiar de sangre este río. Ella se marchó al palacio y, al verla llegar, el sultán del pueblo se quedó pasmado. No se creyó lo de que la ogresa estaba muerte. Se quedó pasmado… 5 Después comprobó que, efectivamente, su hija le había dicho la verdad. La ogresa estaba muerta. Así que reunió a los hombres del pueblo y les dijo: –Entregaré la mano de mi hija a quien haya matado a la ogresa de siete cabezas y haya salvado a la princesa. Al momento todos se pusieron a buscarlo por todas partes, pero no lo encontraron. Fueron probando el zapato, uno por uno, en los pies de cada hombre del pueblo. Aquella era la manera de dar con el salvador del pueblo. Sabían que al héroe que había matado a la ogresa le quedaría bien el zapato. La muchacha acompañó a los hombres para reconocerlo. Pero no consiguieron encontrarlo por ningún lado... Hasta que por fin un día fue un hombre a decirles que había un forastero que vivía en el bosque que había bajo el pueblo. Les dijo que creía que había sido él quien había matado al monstruo del bosque y quien había salvado a la hija del sultán. El sultán y su hija se fueron enseguida a buscarlo. Probaron el zapato en su pie y se dieron cuenta de que era el suyo. Además, la hija lo reconoció y le dijo a su padre que había sido él quien había matado a la ogresa. El sultán se puso muy contento y casó a su hija con el forastero. Y de aquel modo M’hand se convirtió en sultán de aquel pueblo. El día de la boda el sultán le dijo: –Todo, todo lo que ves aquí es tuyo; el bosque, las casas, todo… Todo lo que ves aquí te pertenece. A M’hand le gustaba cazar y tenía dos perros de caza y un fusil. Un día su suegro le dijo: –Tienes mi permiso para ir adonde quieras. Ve adonde quieras, excepto al bosque que está detrás de los palacios. Le dijo que aquel era el bosque de la ogresa y que sería mejor que no pasara por allí. Si lo hacía, la ogresa se lo comería. Pero un día M’hand salió de caza con sus dos perros y su mulo. Se metió en el bosque prohibido, porque se le cayó el fusil en el bosque de la ogresa y tuvo que bajar a recuperarlo. En cuanto la ogresa lo encontró, se lo comió. Se comió a M’hand, a sus dos perros y a su mulo. Se los comió a todos. En su verdadero pueblo, donde había dejado a su hermanastro, a su padre y a su madrastra, el árbol que había plantado se puso amarillo. Su hermanastro se dio cuenta de que las hojas habían empezado a caerse. Enseguida comprendió que algo malo le había sucedido al otro M’hand. Pensó que se había muerto o que algo muy malo le había ocurrido. Entonces se preparó y le dijo a su madre: –Me voy a buscar a mi hermano, que estoy seguro de que algo muy malo le ha sucedido. Le dijo que las hojas del árbol habían empezado a caerse y que tenía que ir a buscar a su hermano. Su madre le dijo: –No, no puedes ayudarlo. Ya no puedes hacer nada por salvarlo. ¡Se ha muerto, y ya está! Él le respondió: –Te he dicho que me voy a buscarlo. ¡Así que me voy! Lo traeré de vuelta aquí, vivo o muerto. No volveré sin mi hermanastro. 6 A continuación cogió sus dos perros y su fusil, montó en su caballo y se marchó. Empezó a cabalgar y a cabalgar hasta que se encontró con el pastor de las gallinas, que le dijo: –¡Bienvenido, M’hand! ¡Cuánto tiempo! ¡Ven a llevarte tus gallinas! Tu gallina ha puesto huevos y ha tenido otras gallinas. ¡Llévatelas todas! Le dijo: –¡Ah, no! Déjalas para otro día. Y después le volvió a ocurrir lo mismo: se encontró con el pastor de ovejas, quien le dijo: –¡Sé bienvenido, M’hand! Tu oveja ha parido varias ovejas más. ¡Puedes llevártelas todas! Y el muchacho le respondió: –Muchas gracias, pero déjalas. De aquella manera se dio cuenta de que su hermano había pasado por aquel lugar, y estaba seguro de que lo iba a encontrar. Le volvió a suceder lo mismo cuando se encontró con los pastores de caballos y de camellos. Y así y así hasta que llegó al pueblo del sultán. En cuanto lo vio llegar, el sultán le dijo: –¡Bienvenido, M’hand! ¿Se puede saber de dónde vienes? Hemos estado buscándote por todas partes. Ya estábamos convencidos de que la ogresa te había atrapado y te había comido. No hemos tenido noticias tuyas desde que te fuiste a cazar al bosque de la ogresa. Entonces el hermanastro comprendió que la ogresa había matado al otro M’hand. ¿Y qué hizo? Pues fue a buscar muchas serpientes y escorpiones. Luego los metiό todos en un saco. Se puso de acuerdo con su caballo y sus perros para tenderle una trampa a la ogresa. Les dijo a los animales que iban a meterse en el bosque y que, cuando viesen a la ogresa, él le iba a tirar las serpientes a la cabeza para que se asustara. Le dijo al caballo que en ese momento le diera una coz a la ogresa y que la tirara al suelo. Y a los perros de caza les pidió que le abrieran el vientre con mucho cuidado para que él pudiera sacar a su hermano. Se fueron, se metieron en el bosque, y, nada más ver al muchacho, la ogresa salió a recibirlo. Le dijo: –¡Sé bienvenido! Y le dijo a M’hand: –Baja del caballo y descansa un poco. Él se bajó, y ella les dijo: –¿Qué es lo que os ha traído por aquí? ¿Qué necesitáis? Entonces M’hand se puso a hablar con ella un rato para distraerla. Cuando se dio cuenta de que la ogresa tenía hambre y de que estaba buscando algo que llevarse a la boca, le dijo: –Mi caballo es gordo. Tiene las patas muy gordas, porque están llenas de grasa. Si quieres comer, te recomiendo que empieces por la parte trasera de sus patas, que están llenas de grasa. Entonces la ogresa se puso muy contenta y se fue a comerse las patas del caballo. En aquel momento el caballo le soltó una coz, y la ogresa se cayό al suelo. Después M’hand le tiró las serpientes y empezaron a darle picotazos. Y mientras tanto los dos perros 7 fueron abriendo el vientre de la ogresa poco a poco. Entonces M’hand aprovechó para sacar a su hermanastro, a los perros y al caballo que se había tragado la ogresa. Su hermanastro ya se había muerto, porque se había quedado demasiado tiempo en el vientre de la ogresa. Así que él lo colocó a un lado y se echó a llorar. Decía: –¡Oh, querido hermanastro! ¡Te has marchado para siempre! Ya no volverás nunca más. A continuación pasaron a su lado dos salamanquesas. Y como vio que las dos se ponían a discutir y a hacer ruido, él les dijo: –¡Marchaos de aquí! ¡Dejadme tranquilo! ¡Id a pelearos a otra parte! Mi querido hermanastro ha muerto, y vosotras me molestáis con vuestros gritos. ¡Id a pelearos a otra parte! Pero las dos salamanquesas no hicieron caso. Continuaron peleándose al lado del joven, hasta que una de ellas por fin terminó matando a su hermana. En aquel momento empezó a llorar y a dar gritos: –¡Ay, he matado a mi hermana! ¡La he matado! Y siguió diciendo: –Pero no es tan grave, porque sé cómo resucitarla. Ahora mismo voy a devolverla a la vida. ¿Y qué hizo la salamanquesa? Pues se marchó y arrancó una hierba del bosque. La escurrió y le sacó el jugo. Después se lo puso en la boca a su hermana, y al momento resucitó la otra salamanquesa. Entonces M’hand se puso muy contento y fue a buscar la misma planta. Le sacó el jugo y se lo dio de beber a su hermanastro. Al momento el otro M’hand resucitó y se despertó. Sin perder un instante, volvieron a la casa del sultán y le contaron lo que había sucedido. Le dijeron que ellos eran gemelos y le contaron todas sus aventuras desde que se separaron… El sultán se puso muy contento y preparó una boda para el segundo M’hand. Les pidió a los dos hermanastros que se quedaran en aquel pueblo. Les prometió que los haría sultanes. Pero los muchachos no aceptaron. Le dijeron que ellos ya tenían un pueblo y que querían regresar. El primer M’hand se llevó a su mujer y se marchó con su hermanastro a casa de su padre, a su verdadero pueblo. Y toda la familia se quedó a vivir allí. Su madrastra se puso enferma, pero ni aun así cambió de comportamiento con su hijastro. Siguió haciéndoles todo tipo de jugarretas a M’hand y a su mujer. Hasta que un día, por fin, decidieron dejarla sin comer ni beber durante siete días y siete noches para ver si cambiaba de actitud. Pasado ese tiempo, se la llevaron de casa y los demás siguieron viviendo todos juntos. [Informante: S. I., de 24 años. Se lo contó su tía, que es originaria de Taksebte (Gran Cabilia). Recogido el 12/12/2013. Recolector: O. A. Versiόn traducida del cabileño] 8