A los Cuadernos de Agroindustria y Economía Rural (luego metamorfoseados en Cuadernos de Desarrollo Rural), en su vigesimoquinto cumpleaños de lucha a contracorriente para afianzar y divulgar un meritorio esfuerzo de investigación PIERRE RAYMOND No me gusta hablar de mí, sino a los íntimos. Será un rezago de las influencias de mi educación en mi país de origen, donde la tradición clásica, a la cual temo también pertenecer sin querer queriendo, legisla que: “le moi est haïssable”1. Pero ante la insistencia de mi entrañable amigo RICARDO DÁVILA, y sus argumentos sobre mi responsabilidad en estas aventuras, como investigador y como editor de varias ediciones de esta revista, cedí… Los que vivieron dichas aventuras aguantarán de pronto la lectura de estas líneas. Supongo que la mayoría de los demás tendrán la sensatez de saltar estas páginas y mejor se tomarán el tiempo de leer la parte no conmemorativa de la entrega número cincuenta de los Cuadernos. Me uní en enero de 1980 a un grupo de idealistas que estaban intentando realizar una obra novedosa en la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Javeriana: acercarse a la realidad nacional y más específicamente a sus aspectos rurales. Había llegado a Colombia a mediados del año anterior, en pos de amores que no prosperaron, y me había quedado por un nuevo y más aterrizado amor: el de esta tierra, su gente, el combo de amigos que tan generosamente me acogió en lo que entonces se denominaba el “comité de investigación” de la facultad. Me pareció que la facultad, en esto reflejo fiel del país, daba en ese entonces la espalda a la realidad nacional. A mi sentir, estudiantes y profesores vivían en un mundo muy alejado de las realidades cotidianas del pueblo colombiano. Se soñaban 1 “el yo es aborrecible”, BLAISE PASCAL, Pensamientos. Cuadernos de Desarrollo Rural (50), 2003 182 Pierre Raymond en un país que fuera aséptico, sin pobres con sabor a hambre, sin campesinos con olor a sudor y leña. Sin restarle importancia a la contaduría, las finanzas internacionales o la econometría, se presentaba un déficit humano, una ausencia del país real, una economía abstracta, de manuales estadounidenses. Muchos, desde la engañosa perspectiva del norte de Bogotá, con sus bancos, conjuntos cerrados, Unicentros y otras pistas de bolos, creían que el país ya se había modernizado, ya estaba en la era posindustrial, ya se parecía a las naciones llamadas “desarrolladas”. No se daban cuenta de que vivían en un ghetto dorado que les escondía el país real. Al preguntarle a los estudiantes qué conocían del país, muchos no pasaban de Cartagena, Melgar y Miami. Al preguntarles qué sabían de Bogotá, muchos no pasaban de la cuarenta para el sur, de la quinta para el oriente y de la séptima para el occidente. Y si posiblemente algunos se daban cuenta que todavía faltaba algún trecho por recorrer para llegar al Nirvana del desarrollo, la meta era clara: parecerse a los deslumbrantes países del Norte. Para lograr tan loable meta, había que seguir las instrucciones de los expertos venidos del frío y de paso por esta tierra y de las filosofías de Europa y Estados Unidos. A semejanza e imagen de los ideólogos radicales del siglo XIX que tenían la mente colonizada por el estrépito industrial de Manchester y los placeres y pensares de la cuidad-luz, se pensaba con los ojos puestos en la bolsa de Nueva York o en los dictámenes del Fondo Monetario Internacional y del Banco Interamericano de Desarrollo. La enseñanza no ayudaba a superar estos defectos. Era demasiado teórica, abstracta, alejada de lo que es el país. Y en particular, olvidadiza de la importancia del mundo rural y de la agricultura. Creo que a muchos de nuestros colegas, debía parecer absurdo que uno se interesara por el atrasado mundo rural. Para la inmensa mayoría de los estudiantes, lo rural era sinónimo de vergüenzas por tapar. Nadie entendía que perdiéramos días y hasta la salud patoneando los campos en lugar de instruirse leyendo buenos manuales redactados por premios Nobel. Sin embargo, insistimos. LEÓN ZAMOSC y JUAN-GUILLERMO GAVIRIA habían mostrado una vía con su estudio del fique. RICARDO DÁVILA y FRANCISCO GONZÁLEZ, otra, con su trabajo con la Pastoral Social de la diócesis del Socorro y San Gil. Se contó con el invaluable apoyo del entonces decano de la facultad, GABRIEL ROSAS VEGA, quien nunca dudó de la importancia de la obra emprendida y de la validez de la introducción en la facultad de aspectos investigativos y docentes orientados hacia el mundo rural. Como no dudó, cuando JORGE LADRÓN DE GUEVARA y LEÓN ZAMOSC, primeros editores de Cuadernos, le propusieron sacar una nueva revista en la facultad, que permitiera publicar los resultados de la investigación rural. Así nace Cuadernos de Agrondustria y Economía Rural, en febrero de 1979. Este mismo decano tenía una clara conciencia de que la investigación exigía lo que se podría llamar una libertad de creación y de desenvolvimiento. Que no podía Cuadernos de Desarrollo Rural (50), 2003 A los Cuadernos de Agroindustria y Economía Rural (luego metamorfoseados en Cuadernos… 183 depender exclusivamente de fuentes externas de financiación ni reducirse a consultorías con sus fechas demasiado imperativas de culminación. Que parte de los recursos de la facultad debía ir a proyectos de lento desarrollo. Así fue que, con la complicidad de RICARDO y PACHO, se me dejó, al lado del cumplimiento de mis demás obligaciones, continuar el lento y detallado estudio de las haciendas paneleras santandereanas. Iniciado en 1981, interrumpido en varias oportunidades (1985, 1988-1994), tan sólo se logró terminar en 1997. Tengo un inmenso agradecimiento a los que permitieron, tanto en la facultad como por fuera (principalmente AMADO GUERRERO en la Universidad Industrial de Santander y la Fundación para la Promoción de la Ciencia y de la Tecnología del Banco de la República) que se hiciera posible la feliz culminación de esta obra. En estos procesos, se quiso vincular a los estudiantes al campo y a los procesos investigativos. El curso de “agroindustria y economía rural”, tal como se llamaba inicialmente, se dividió en dos semestres, uno dedicado a una introducción teórica a los problemas rurales, el otro, en el cual los estudiantes, solos o en grupo, desarrollaban una pequeña investigación. En cuatro oportunidades, tuve la oportunidad de llevar grupos de estudiantes a trabajo de campo, en Charalá y en Suaita; en Aquitania, me acompañaron tres estudiantes, dos de los cuales trabajaron más adelante, una vez graduados, como investigadores en el Instituto de Estudios Rurales de la universidad. Varios de los trabajos estudiantiles se publicaron en nuestra revista, lo cual resultó un magnífico incentivo para la producción y divulgación de valiosas contribuciones al conocimiento del país. Mientras tanto, el grupo de investigadores había crecido, a pesar de algunas oposiciones a la importancia que tomaba lo rural en la Facultad de Economía. En los tiempos que me corresponden relatar, ingresaron tan importantes investigadores como EDELMIRA PÉREZ, JAIME FORERO, GUILLERMO RUDAS y ELCY CORRALES. La responsabilidad de los cursos se compartía entre los miembros del equipo de ruralistas, y una renovada diversidad de temas y de enfoques regionales enriqueció el panorama de la investigación. Ahora, esta perspectiva está más afianzada que nunca. Pero salió de su primera ubicación en la Facultad de Economía al crearse la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales. Esto refleja por un lado la crecida importancia que tuvieron los temas de estudio de nuestro inicialmente pequeño y desdeñado grupo (nos apodaban “Los Amerindios”, en una clara muestra de un desprecio clasista hacia la identidad nacional). Con el tiempo, a los temas rurales se habían agregado las inquietudes ambientales. Pero es de lamentar que nuestra desvinculación de la Facultad de Economía haya podido volver a alejar a los estudiantes de esta carrera de la preocupación por lo rural, lo ambiental, el estudio concreto de las realidades nacionales. Pero siendo ahora apenas profesor de cátedra, al haberme retirado de la planta por motivos personales en 1990, es posible que algunas de mis apreciaciones no Cuadernos de Desarrollo Rural (50), 2003 184 Pierre Raymond correspondan ya a las realidades de la facultad, que dejé de conocer en sus intimidades desde ese entonces. Tan sólo puedo decir que siento que ella ha continuado la obra iniciada a finales de los setenta por JUAN-GUILLERMO, LEÓN, PACHO y RICARDO. Y sería deseable para la universidad y el país que esta revista y esta facultad sigan cumpliendo muchos cumpleaños más. Cuadernos de Desarrollo Rural (50), 2003