Historias para no prohibir. Juana Renovales. [48] Los que tenemos cierta edad gustamos de llamar al presente siglo XXI el de las prohibiciones, no sé si debido al neoliberalismo que nos invade, al culto a lo personal e intransferible (que más que estar de moda, arrasa) o a la “adoración” a ese supremo absoluto que es la Propiedad Privada y que consiste no tanto en el disfrute de algo como propio sino en impedírselo al resto de los mortales. A los que vivimos otras épocas que consideramos más solidarias (aunque muchos se limitaran sólo a obedecer), las prohibiciones, sean políticas o no, nos producen urticaria. Además no acabamos de aceptarlas, en ocasiones sin ningún motivo concreto sino sólo por combatir la imposición, a la que nunca nos acabamos de acostumbrar. No sé si es por influencia del mayo francés y su “prohibido prohibir” o porque todavía nos quedan enzimas antisistema, pero el caso es que a los de mi generación de cuarentones las prohibiciones nos la traen... Y no omito adjetivos porque me haya dicho la redacción de ESETÉ que están prohibidas las palabras malsonantes, sino porque escribir vocablos soeces es de verdadero mal gusto. Los que conocimos en vivo y en directo la transformación de las prohibiciones en ridículo propio para el poder político, recordamos todavía con malicia cómo al cartel de “No pises la hierba” le añadíamos el famoso “fúmatela”, y se nos hace ciertamente cuesta arriba vivir en una sociedad donde todo son círculos rojos de prohibido referentes a fumar, aparcar, entrar con perros, o Historias para no prohibir. Juana Renovales. [49] simplemente a bañarte desnudo. Y es que los circulitos rojos son tal invasión que en otro artículo me gustaría explicar la vinculación del color rojo –sí, el de la libertad, los claveles y la solidaridadcon las prohibiciones. Una verdadera pena, malgastar de esa manera un color precioso. de más de 3 personas en los trabajos y universidades, tener determinada religión o elegir compañera/o. Así que no me extraña que tengamos alergia, aunque lo que nos debería invadir es la rabia y la impotencia cuando no una enorme tristeza por nuestra (la de todos) Tibieza. El poder, o mejor dicho quien en él se instala, sea político, mediático, religioso, social, etc. se exhibe a través de prohibiciones. Más adelante comentaremos alguna anécdota sobre las prohibiciones de las confesiones religiosas que si en tiempos pasados rayaban la neura, en la actualidad resultan cuasi–exóticas, aun cuando, sorprendentemente por lo menos para mí, tienen un número de adeptos absolutamente desmesurado que incluso están dispuestos a inmolarse por sus convicciones. Pero es que en este siglo XXI las prohibiciones son, por una parte, casi más ñoñas que los vetustos carteles de “prohibido jugar a la pelota” (siempre me he preguntado quién y con qué autoridad es el que prohíbe algo así en plazas públicas o junto a las iglesias de los pueblos) y, por otra parte, mucho más sutiles. Las verdaderas prohibiciones son las que no están escritas, las que forman parte de la Moral Imperante y del Orden Social que sufrimos y alimentamos, y que sólo en contadas ocasiones nos atrevemos a transgredir. Es que poco a poco vamos entre todos creyéndonos la ideología del poder y convirtiendo la disidencia en delincuencia. Hemos padecido la censura e incluso la autocensura a través de las prohibiciones de los poderes fácticos. A mi generación le han vetado infinidad de lecturas, unas porque el régimen político vigente prohibía su publicación, otras porque aparecían en la famosa lista de libros prohibidos por la Iglesia Católica. ¡Increíble! Prohibido leer. Hoy en día la autocensura es todavía más fuerte y está relacionada con la influencia de los poderes mediáticos que imponen criterios y que poco a poco están sustituyendo la palabra LIBERTAD (con mayúsculas) por la de “seguridad”, con minúsculas y entre comillas. En la actualidad todavía quedan muchas zonas de nuestro planeta en las que está prohibido hablar en tu propia lengua y hacer reuniones Qué decir de las películas prohibidas cuya exhibición no se permitía o de los 2 rombos que aparecía en la televisión y que nos indicaban a la cama, o la calificación de 4 R que significaba exclusivamente para mayores con reparos, porque en las mismas aparecían algunas escenas de sexo... (a cualquier cosa llamaban sexo). Sin embargo, quien hasta ahora se ha mantenido fiel a la ausencia de prohibiciones es el Código Penal, la última ratio que nos hemos otorgado para quien más gravemente transgrede la legalidad vigente. Y es que el Código Penal no prohíbe expresamente, sino que se limita a enun- Historias para no prohibir. Juana Renovales. ciar conductas y resultados imponiendo una pena más o menos grave, pero sin enunciarlo literalmente. Según quién sea el partícipe del tipo penal (autor o cómplice) y su grado de desarrollo (consumación o tentativa) alude a la responsabilidad penal en que incurre aquel que realizare dicha actividad (matar, robar, etc.). Ciertamente esa es una de las distinciones entre el Código Penal, una Ley Orgánica y esas Ordenancillas Municipales que prohíben llevar perros sin bozal, ir en monopatín o bañarse desnudo en la playa. Como decía un catedrático de Derecho Penal cuanto más grave es la consecuencia menos prohibitiva es la norma en su literalidad, ya que nadie cuestiona que está prohibido matar dado que el asesinato esta penado con más de 15 años de cárcel. Sin embargo el que permitas que tu perro orine en la calle no sólo está prohibido por la letra de la norma sino que además en la misma te dan todo lujo de detalles sobre la consecuencia de dicha infracción, así como la forma de ejecución y está claro que en la mayoría de las ocasiones lo cumplen. Es como si ante una prohibición de dudosa entidad la coacción tuviera que ser más explícita para que nos veamos obligados a cumplirla. Ante normas tan graves y en general tan aceptadas como el Código Penal no es necesario explicar la forma de ejecución, sin embargo ante cuestiones tan discutibles como el recurrente “prohibido pegar carteles“ quien prohíbe se encuentra en la obligación de acudir a la amenaza para hacer cumplir la norma, cuando en realidad lo que debería hacer es justificarla debidamente y dotarla de consenso social para que nadie la cuestionara. [50] Contrasta la sobriedad del Código Penal con toda la parafernalia de prohibiciones respecto de los abogados, quienes en la Sala deben llevar traje oscuro y corbata negra, e ir cubiertos por una toga, amén de dar el trato de Señoría al Magistrado que instruya o juzgue el caso. Otros dos temas que no hemos abordado en relación con las prohibiciones son el de la edad y el género. Las leyes penales abordan con naturalidad y eficacia el tema de la edad, refiriéndose siempre a la edad cronológica para valorar la responsabilidad penal correspondiente. Así el Código Penal establece que no se regirán por dicha norma los menores de 18 años, es decir los menores de dicha edad son inimputables a los efectos de dicho Código y se deben regir por la Ley 5/2000 sobre Responsabilidad Penal de los Menores. En dicho texto legal se articula la inimputabilidad de los menores de 14 años que si cometieran hechos susceptibles de ser calificados como delitos primero sería competencia de los Responsables de Protección del Menor. A partir de los 14 hasta los 18 años, los menores están sujetos a la Ley 5/00 y sus comportamientos pueden tener como consecuencia una serie de medidas que van desde la mera amonestación al internamiento en un centro cerrado. Por último, aunque no ha entrado en vigor, cuando se trate de delitos menores habrá que aplicar la Ley del Menor 5/00 a personas entre 18 y 21 años en determinadas circunstancias. Las que de verdad han sufrido prohibiciones en la historia, y aun hoy sufren prohibiciones absolutamente vejatorias, son las mujeres, quie- Historias para no prohibir. Juana Renovales. nes por ejemplo en España tuvieron prohibido el derecho a voto hasta la II Republica Española. Qué decir de las prohibiciones legales a manejar su propio patrimonio sin permiso de su padre o marido que han perdurado hasta los años 70, a elegir compañero o a ocupar determinados puestos de trabajo. Aunque algunas se han superado legalmente, muchas siguen socialmente en vigor. En este momento me estoy acordando de algunos sucesos ciertamente penosos como los que sucedieron con ocasión de la prohibición de torear a las mujeres o de desfilar en los alardes de Irún y Hondarribia. No me gustaría que pasásemos por alto cuestiones como la prohibición del consumo de sustancias estupefacientes, el beber alcohol en las calles o incluso fumar en determinados recintos, que hacen correr ríos de tinta. Y para más paradoja las prohibiciones de viajar de un país a otro de esta Tierra que es de todos y que nos la hemos robado unos pocos -aunque bien es cierto que algunos más que otros-. Este asunto de la extranjería es uno de los más penosos: prohibido viajar de un país a otro, prohibido trabajar en un estado distinto al que te vio nacer, prohibido residir en un país más rico que el de tu origen, en fin, prohibido acercarte a los ricos. Por esto inventamos cientos de artículos que componen las Leyes de Extranjería y Emigración que sólo sirven para poner puertas al hambre y a la miseria, eso sí, con una buena dosis de hipocresía y disimulo. Nunca he entendido por qué si gustamos de consumir café de Colombia, té de la India, cacao brasileño, no que- [51] remos tener un vecino de dichos países. La realidad es que no queremos tener un vecino pobre. Cuando hablamos de prohibir siempre me acuerdo de aquellas noticias extravagantes que los medios de comunicación daban de epílogo con prohibiciones de otros continentes y otras culturas que nos causan risa. Sin embargo, cuando imagino la prohibición siempre va vestida de uniforme, de uniforme de niñas de colegios de monjas a quienes no se permite ir con chicos, uniformes de policías y militares que han pasado por 4 formas de gobierno en sus vidas pero que siguen siendo funcionarios (los ejemplos de la Alemania de Hitler hasta la actual Alemania reunificada pasando por la RDA o por la RFA, de la España de la 2a República hasta ahora o de la Francia colaboracionista darían lugar no sólo a jocosos comentarios sino a verdaderas “historias para no dormir”). Uniformes de partidos de pensamiento único, uniformes en el estilo de vida, en la razón social imperante, en fin una pena. Y qué diremos de las prohibiciones no sólo de hacer, sino de las de sentir o incluso las de ser uno mismo. En definitiva, que sólo nos saltaríamos el mítico “prohibido prohibir” para Prohibir de verdad, con mayúsculas, las guerras, la injusticia, el hambre, la censura, etc. En realidad, nos bastaría con prohibir a unos pocos que ejercen el poder sin medida. Bienvenidos a la alergia antiprohibicionista.