simplemente a bañarte desnudo. Y es que los cir

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Historias para no prohibir.
Juana Renovales.
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Los que tenemos cierta edad gustamos de llamar al presente siglo XXI el de las prohibiciones,
no sé si debido al neoliberalismo que nos invade,
al culto a lo personal e intransferible (que más
que estar de moda, arrasa) o a la “adoración”
a ese supremo absoluto que es la Propiedad
Privada y que consiste no tanto en el disfrute de
algo como propio sino en impedírselo al resto de
los mortales.
A los que vivimos otras épocas que consideramos más solidarias (aunque muchos se limitaran
sólo a obedecer), las prohibiciones, sean políticas
o no, nos producen urticaria. Además no acabamos de aceptarlas, en ocasiones sin ningún motivo concreto sino sólo por combatir la imposición,
a la que nunca nos acabamos de acostumbrar.
No sé si es por influencia del mayo francés
y su “prohibido prohibir” o porque todavía nos
quedan enzimas antisistema, pero el caso es que
a los de mi generación de cuarentones las prohibiciones nos la traen... Y no omito adjetivos porque me haya dicho la redacción de ESETÉ que
están prohibidas las palabras malsonantes, sino
porque escribir vocablos soeces es de verdadero
mal gusto.
Los que conocimos en vivo y en directo la
transformación de las prohibiciones en ridículo
propio para el poder político, recordamos todavía
con malicia cómo al cartel de “No pises la hierba” le añadíamos el famoso “fúmatela”, y se nos
hace ciertamente cuesta arriba vivir en una sociedad donde todo son círculos rojos de prohibido
referentes a fumar, aparcar, entrar con perros, o
Historias para no prohibir.
Juana Renovales.
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simplemente a bañarte desnudo. Y es que los circulitos rojos son tal invasión que en otro artículo
me gustaría explicar la vinculación del color rojo
–sí, el de la libertad, los claveles y la solidaridadcon las prohibiciones. Una verdadera pena, malgastar de esa manera un color precioso.
de más de 3 personas en los trabajos y universidades, tener determinada religión o elegir compañera/o. Así que no me extraña que tengamos
alergia, aunque lo que nos debería invadir es la
rabia y la impotencia cuando no una enorme tristeza por nuestra (la de todos) Tibieza.
El poder, o mejor dicho quien en él se instala, sea político, mediático, religioso, social, etc. se
exhibe a través de prohibiciones. Más adelante
comentaremos alguna anécdota sobre las prohibiciones de las confesiones religiosas que si en
tiempos pasados rayaban la neura, en la actualidad resultan cuasi–exóticas, aun cuando, sorprendentemente por lo menos para mí, tienen un
número de adeptos absolutamente desmesurado
que incluso están dispuestos a inmolarse por sus
convicciones.
Pero es que en este siglo XXI las prohibiciones son, por una parte, casi más ñoñas que los
vetustos carteles de “prohibido jugar a la pelota”
(siempre me he preguntado quién y con qué autoridad es el que prohíbe algo así en plazas públicas
o junto a las iglesias de los pueblos) y, por otra
parte, mucho más sutiles. Las verdaderas prohibiciones son las que no están escritas, las que
forman parte de la Moral Imperante y del Orden
Social que sufrimos y alimentamos, y que sólo en
contadas ocasiones nos atrevemos a transgredir.
Es que poco a poco vamos entre todos creyéndonos la ideología del poder y convirtiendo la
disidencia en delincuencia.
Hemos padecido la censura e incluso la autocensura a través de las prohibiciones de los poderes fácticos. A mi generación le han vetado infinidad de lecturas, unas porque el régimen político
vigente prohibía su publicación, otras porque
aparecían en la famosa lista de libros prohibidos
por la Iglesia Católica. ¡Increíble! Prohibido leer.
Hoy en día la autocensura es todavía más fuerte
y está relacionada con la influencia de los poderes mediáticos que imponen criterios y que poco
a poco están sustituyendo la palabra LIBERTAD
(con mayúsculas) por la de “seguridad”, con
minúsculas y entre comillas.
En la actualidad todavía quedan muchas
zonas de nuestro planeta en las que está prohibido hablar en tu propia lengua y hacer reuniones
Qué decir de las películas prohibidas cuya
exhibición no se permitía o de los 2 rombos que
aparecía en la televisión y que nos indicaban a
la cama, o la calificación de 4 R que significaba
exclusivamente para mayores con reparos, porque en las mismas aparecían algunas escenas de
sexo... (a cualquier cosa llamaban sexo).
Sin embargo, quien hasta ahora se ha mantenido fiel a la ausencia de prohibiciones es el
Código Penal, la última ratio que nos hemos
otorgado para quien más gravemente transgrede
la legalidad vigente. Y es que el Código Penal no
prohíbe expresamente, sino que se limita a enun-
Historias para no prohibir.
Juana Renovales.
ciar conductas y resultados imponiendo una pena
más o menos grave, pero sin enunciarlo literalmente. Según quién sea el partícipe del tipo penal
(autor o cómplice) y su grado de desarrollo (consumación o tentativa) alude a la responsabilidad
penal en que incurre aquel que realizare dicha
actividad (matar, robar, etc.).
Ciertamente esa es una de las distinciones
entre el Código Penal, una Ley Orgánica y esas
Ordenancillas Municipales que prohíben llevar
perros sin bozal, ir en monopatín o bañarse desnudo en la playa. Como decía un catedrático de
Derecho Penal cuanto más grave es la consecuencia menos prohibitiva es la norma en su literalidad, ya que nadie cuestiona que está prohibido
matar dado que el asesinato esta penado con más
de 15 años de cárcel. Sin embargo el que permitas que tu perro orine en la calle no sólo está prohibido por la letra de la norma sino que además
en la misma te dan todo lujo de detalles sobre
la consecuencia de dicha infracción, así como la
forma de ejecución y está claro que en la mayoría
de las ocasiones lo cumplen. Es como si ante una
prohibición de dudosa entidad la coacción tuviera que ser más explícita para que nos veamos
obligados a cumplirla. Ante normas tan graves y
en general tan aceptadas como el Código Penal
no es necesario explicar la forma de ejecución,
sin embargo ante cuestiones tan discutibles como
el recurrente “prohibido pegar carteles“ quien
prohíbe se encuentra en la obligación de acudir
a la amenaza para hacer cumplir la norma, cuando en realidad lo que debería hacer es justificarla
debidamente y dotarla de consenso social para
que nadie la cuestionara.
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Contrasta la sobriedad del Código Penal con
toda la parafernalia de prohibiciones respecto
de los abogados, quienes en la Sala deben llevar traje oscuro y corbata negra, e ir cubiertos
por una toga, amén de dar el trato de Señoría al
Magistrado que instruya o juzgue el caso.
Otros dos temas que no hemos abordado en
relación con las prohibiciones son el de la edad
y el género. Las leyes penales abordan con naturalidad y eficacia el tema de la edad, refiriéndose siempre a la edad cronológica para valorar
la responsabilidad penal correspondiente. Así el
Código Penal establece que no se regirán por
dicha norma los menores de 18 años, es decir
los menores de dicha edad son inimputables a
los efectos de dicho Código y se deben regir por
la Ley 5/2000 sobre Responsabilidad Penal de
los Menores. En dicho texto legal se articula la
inimputabilidad de los menores de 14 años que
si cometieran hechos susceptibles de ser calificados como delitos primero sería competencia de
los Responsables de Protección del Menor. A
partir de los 14 hasta los 18 años, los menores
están sujetos a la Ley 5/00 y sus comportamientos pueden tener como consecuencia una serie de
medidas que van desde la mera amonestación al
internamiento en un centro cerrado. Por último,
aunque no ha entrado en vigor, cuando se trate
de delitos menores habrá que aplicar la Ley del
Menor 5/00 a personas entre 18 y 21 años en
determinadas circunstancias.
Las que de verdad han sufrido prohibiciones
en la historia, y aun hoy sufren prohibiciones
absolutamente vejatorias, son las mujeres, quie-
Historias para no prohibir.
Juana Renovales.
nes por ejemplo en España tuvieron prohibido el
derecho a voto hasta la II Republica Española.
Qué decir de las prohibiciones legales a manejar
su propio patrimonio sin permiso de su padre o
marido que han perdurado hasta los años 70, a
elegir compañero o a ocupar determinados puestos de trabajo. Aunque algunas se han superado
legalmente, muchas siguen socialmente en vigor.
En este momento me estoy acordando de algunos
sucesos ciertamente penosos como los que sucedieron con ocasión de la prohibición de torear a
las mujeres o de desfilar en los alardes de Irún y
Hondarribia.
No me gustaría que pasásemos por alto
cuestiones como la prohibición del consumo de
sustancias estupefacientes, el beber alcohol en
las calles o incluso fumar en determinados recintos, que hacen correr ríos de tinta. Y para más
paradoja las prohibiciones de viajar de un país a
otro de esta Tierra que es de todos y que nos la
hemos robado unos pocos -aunque bien es cierto
que algunos más que otros-.
Este asunto de la extranjería es uno de los
más penosos: prohibido viajar de un país a otro,
prohibido trabajar en un estado distinto al que te
vio nacer, prohibido residir en un país más rico
que el de tu origen, en fin, prohibido acercarte
a los ricos. Por esto inventamos cientos de artículos que componen las Leyes de Extranjería y
Emigración que sólo sirven para poner puertas
al hambre y a la miseria, eso sí, con una buena
dosis de hipocresía y disimulo. Nunca he entendido por qué si gustamos de consumir café de
Colombia, té de la India, cacao brasileño, no que-
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remos tener un vecino de dichos países. La realidad es que no queremos tener un vecino pobre.
Cuando hablamos de prohibir siempre me
acuerdo de aquellas noticias extravagantes que
los medios de comunicación daban de epílogo
con prohibiciones de otros continentes y otras
culturas que nos causan risa. Sin embargo, cuando imagino la prohibición siempre va vestida de
uniforme, de uniforme de niñas de colegios de
monjas a quienes no se permite ir con chicos,
uniformes de policías y militares que han pasado por 4 formas de gobierno en sus vidas pero
que siguen siendo funcionarios (los ejemplos de
la Alemania de Hitler hasta la actual Alemania
reunificada pasando por la RDA o por la RFA,
de la España de la 2a República hasta ahora o de
la Francia colaboracionista darían lugar no sólo a
jocosos comentarios sino a verdaderas “historias
para no dormir”). Uniformes de partidos de pensamiento único, uniformes en el estilo de vida,
en la razón social imperante, en fin una pena.
Y qué diremos de las prohibiciones no sólo de
hacer, sino de las de sentir o incluso las de ser
uno mismo.
En definitiva, que sólo nos saltaríamos el
mítico “prohibido prohibir” para Prohibir de verdad, con mayúsculas, las guerras, la injusticia, el
hambre, la censura, etc. En realidad, nos bastaría
con prohibir a unos pocos que ejercen el poder
sin medida.
Bienvenidos a la alergia antiprohibicionista.
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