El Periódico 9 de enero de 2005 HISTORIA DE UN SUPERVIVIENTE E sta es la historia de un muchacho indonesio de 23 años, que aguantó ocho días tras el maremoto navegando sobre ramas de árboles en el océano índico, bebiendo agua de lluvia y comiendo cocos que flotaban en el mar tras el tsunami, hasta que la tripulación de un carguero malayo lo localizó y rescató cuando la tierra por la que pisa el buey era un cementerio, y Moisés, Jonás, Robinson Crusoe jugaban a las cartas del azar más antiguo y fatal. Esta es su historia, Rizal Shahputra, un joven-milagro (hay, por fortuna, algunos otros) en la desolación de una tragedia que ha puesto unas nuevas líneas de piedad e incertidumbre al aún recién llegado siglo XXI, ese tiempo en que, como en tantos otros, el ser humano considera que la pena es una lejanía y que siempre se caen los tejados de las chabolas de otros continentes. Es mentira, Rizal, lo de la globalización y sus cofradías de palmeros. Tu lancha improvisada, sobre la fatal intención de aquél naufragio, tan sólo les sugiere a muchos una escena de película de supervivencia, o acaso el relato de Gabriel García Márquez en que contó minuciosamente la historia de Luis Alejandro Velasco en el mar del Caribe: aquél tripulante de un destructor de la guerra de la marina colombiana que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza, hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre… Cuando las olas arrasaran tu pueblo, Rizal, estabas limpiando la mezquita, en el rito diario de un trabajo que ejercías en tu provincia. “Todo el mundo se ahogó, mi familia también, había cadáveres por todas partes a mi alrededor”, has declarado, mientras las olas te llevan mar adentro, manteniendo en una mano, como un talismán, como el último nexo con la tierra anegada, un picaporte que te sirvió, ya sobre el diminuto bosque marino de tu supervivencia, parar abrir varios cocos y para alimentarte. En un desierto estremecido cuando las olas han vuelto a sus cavernas y cuando miles de turistas han regresado obscenamente a su sol ensangrentado, siempre serás, el rostro de un milagro en un lugar del mundo en que el único prodigio es que amanezca cada día para que los más pobres, resignados, cobre un euro por servirles el té o armarles las hamacas a una muchedumbre de turistas, unos de buena fe en su Carta de Faustino F. Álvarez a Rizal Shahputra El Periódico 9 de enero de 2005 búsqueda de un paraíso más o menos barato, y algunos estrictamente delincuentes de abusos vergonzosos. Calculan los expertos que el sudeste asiático tardará años en recuperar su antiguo aspecto aunque los más fríos analistas mantienen que no hay porque echarse las manos a la cabeza ni al corazón, y que rey muerto, rey puesto, y que las aguas siempre vuelven a su cauce. No me aíslo como pretexto del azar voluntarioso, en el zar de tu aventura, Rizal Shahputra, sino que sólo veo en ella la metáfora de una resurrección entre más de ciento cincuenta mil cadáveres, y la magia de un brochazo de bosque llevando sobre sus ramas marineras a un hombre cuya aventura ilustra más no agota, tantas ansias agónicas por sobrevolar, desalentados, las olas, y tocar con las manos aturdidas de barro las estrellas que jugaban a la gallina ciega con los desesperados. Siempre, en todas las mitologías, hay alguien que se salva: no exactamente en héroe, ni siquiera un justo, sino más bien un azaroso testigo para que aún sea más llamativo el relato, más minuciosa la crónica, la evidente la desesperación. se admiran por tu fortaleza. Esta es la épica inversa de un muchacho que se salva cuando un pueblo entero se ha muerto. Quizá sea la antorcha que mantiene alguna esperanza, cuando los vientos y los maremotos regresen a sus cuarteles de invierno. En su fortaleza, Rizal, se cimenta una enorme y larga y triste y aturdida sensación de fragilidad que, como una mala hierba, recta, escala, trepa y llega a la garganta a quienes dicen que la vida es una mercancía con precio en los zocos bursátiles. El mar del que formas parte y el agua con salitre de tu sangre, te han salvado para que nadie se derrote ante lo imposible, y para que nos quede la esperanza de que unos inesperados arbustos, sin brújula y sin puerto, siempre serán un regazo posible en el terrible cementerio marino. En tu vida, Rizal, la memoria se poblará para siempre de silencios, de peces, de pañuelos, de árboles, de barcos que pasan de largo mientras clamas sobre las olas, y de ese instante en que llega el carguero y te llevan a tierra, cuando lo médicos Carta de Faustino F. Álvarez a Rizal Shahputra