. L A VA N G U A R D I A DOMINGO, 11 FEBRERO 2007 Telaraña nazi en Catalunya Centenares de agentes secretos espiaron en Barcelona durante la Segunda Guerra Mundial Jordi Finestres l 23 de octubre de 1940, el Reichsführer de las SS, Heinrich Himmler, aterrizó en Barcelona. Poco le preocupaba encontrarse ante una ciudad hundida después de una guerra de tres años. Su único interés era comprobar la robustez de una densa red de funcionarios, agentes y policías alemanes que propagaban los ideales del nazismo en la capital catalana. En el primer lustro de los años cuarenta, la población germana en Catalunya superaba las 20.000 personas, concentradas en Barcelona y en algunas poblaciones de la Costa Brava. Cuando Himmler se aposentó en el Ritz de la Gran Via –entonces de José Antonio Primo de Rivera– aún no actuaba en la Parrilla del hotel el músico francés Bernard Hilda, el mítico violinista judío que interpretó las notas más románticas de nuestra posguerra mientras observaba los clientes nazis para informar después a la Resistencia francesa de Barcelona. En 1940 no estaba Hilda, pero sí alemanes a sueldo de la Abwehr (servicio de inteligencia), la Sicherheitsdienst (servicio secreto) y la Gestapo (policía secreta), cuerpos adscritos a la Kriegsorganisationen (organización de guerra) nazi en España. El Ritz fue, ciertamente, uno de los puntos de encuentro de los nazis en nuestro país, pero hubo otros, como el restaurante Otto Lutz, de la calle Mallorca, regentado por un alemán de Hamburgo; la Casa Alemana, de la calle Aragó, 275, donde se editaba la publicación pro-nazi Signal, o la Librería Alemana, en la Rambla Catalunya. La mayoría de alemanes nazis afincados en Catalunya en aquellos años disfrutaban de un ni- E un estante de la pared. Era un escondite secreto donde los alemanes instalaron una de sus emisoras de radio. Los contactos radiofónicos, en clave, permitían abastecer de combustible a los submarinos del Reich en las playas de El Prat sin levantar sospechas. El coronel Karl Resenberg, máximo representante del Tercer Reich en Barcelona en 1940, informó a Himmler que todo iba sobre ruedas. Desde el consulado alemán de la plaza Catalunya se controlaba una oficina de la Ab-I-Luftwafe, organismo dedicado a buscar información sobre la aviación aliada, o una estación de radio, la AbI-i-W/T, donde se enviaban y recibían mensajes en clave. Incluso funcionaba una sección de la KO-Spanien, centrada en labores de contraespionaje. Himmler podía estar complacido, como lo estaba con las autoridades españolas, que hicieron la vista gorda con los nazis. Incluso muchos de los secretas de la Via Laietana colaboraron con los hombres de la esvástica en el uniforme. Algunos recibían del Reich un sobresueldo a su nómina oficial por los trabajos de delación, persecución, detención y tortura de aquellos ciudadanos contrarios al régimen. Ya en 1938, Himmler y el ministro de Orden Público de Franco, Martínez Anido, habían firmado un convenio según el cual las policías de ambos países “se ayudarán mutuamente en la labor de investigación sobre personas, aunque éstas se encuentren fuera del territorio alemán o español”, según un documento secreto. Con este acuerdo se entiende por qué la Gestapo detuvo y entregó a Franco al presidente de la Generalitat, Lluís Companys –fusilado cinco días antes de la visita de Himmler visitó Montserrat y acusó a los benedictinos de esconder el Grial vel de vida elevado, con cargos de responsabilidad en sus empresas. Es el caso de los laboratorios Productos Químico-Farmacéuticos SA, en el paseo Pujades, regentado por Hermann Karl Andress Mosser, que utilizó sus empresas como tapadera para labores de espionaje. Estos datos los desvela la revista de historia Sàpiens, que en su próximo número publica un extenso reportaje a partir de una investigación realizada en los archivos nacionales de Estados Unidos en Washington, donde existen cientos de documentos que desvelan cómo se tejió la telaraña nazi. Cómo escribió Josep M. Huertas en este diario (17/VI/2002 y 28/IV/2003), la presencia alemana era notoria en la ciudad. Huertas recuerda una torre en el barrio del Coll, que disponía de una dependencia secreta que aparecía al presionar levemente Himmler–, y por qué el destino de miles de republicanos españoles fue los campos de la muerte que supervisaba el mismo Himmler. El histriónico jefe de las temidas SS tuvo un encuentro con el nada sospechoso alcalde Miguel Mateu, que lo recibió con un encomiable apretón de manos. Con Mateu y con el omnipresente capitán general de Catalunya, Luis Orgaz, visitó la checa de la calle Vallmajor. La cortesía de las autoridades municipales con el jerarca alemán no fue un caso aislado. Hay documentos gráficos de actos de exaltación nazi en el Palau de la Música, donde se celebró la Fiesta del Día de Gracias a Dios por la cosecha con un inmenso retrato de Hitler presidiendo el escenario. O las demostraciones deportivas de las Juventudes Hitlerianas en el edificio de la Escuela Industrial, engalanada con esvásticas. Celebraciones que hoy causan asombro, aunque cabe recordar que el monolito levantado a los caídos de la Legión Cóndor, inaugurado en 1941 en la avenida Diagonal, no fue retirado hasta 1980. Antes de las recepciones oficiales, Himmler había realizado personalmente una gestión que escapaba de lo estrictamente político. El artífice del horror nazi había sido el impulsor, en 1936, de la Ahnenerbe, la Oficina del ocultismo, que gastó millones de marcos en proyectos de investigación por todo el planeta con el fin de hallar elementos históricos que avalaran la supremacía de la raza aria. Obsesionado con las cuestiones esotéricas y mitológicas, Himmler se obsesionó por hallar el Santo Grial, ya que, según sus teorías, le otorgaría un poder sobrenatural. Estaba seducido por la leyenda del Parsifal, la ópera de Richard Wagner inspirada en los misterios del Grial. Según esta representación musical –en Barcelona se estrenó la Nochevieja de 1913–, el Grial podría estar en Montsalvat, un castillo celestial situado en un monte imaginario. Los wagnerianos de Barcelona creyeron que Montsalvat era nada menos que Montserrat. Himmler también participaba de esta teoría y por la mañana de aquel 23 de octubre, acompañado de su séquito, se presentó en la abadía benedictina, orden que él persiguió en Alemania. El padre Andreu Ripol, que dominaba la lengua germana, lo atendió a regañadientes. Antes de morir, a finales del 2004, Ripol me contó que Himmler fue muy maleducado con la comunidad de Montserrat, a quien acusó de esconder el Grial. La escritora Montserrat Rico acaba de publicar la novela La abadía profanada (Planeta), inspirada en este hecho real, y José Calvo dio a conocer en el 2005 La orden negra (Plaza y Janés), un relato construido a partir de la visita de Himmler a Barcelona. Son dos interesantes aportaciones literarias a la misteriosa relación entre lo esotérico y el nazismo, una línea de trabajo que inició Christian Bernadac en 1978 con Le mystère Otto Rahn: le Graal et Monsegur. Himmler se fue de Barcelona, pero no su red de agentes, que siguió en Catalunya incluso después de la guerra. Algunos huyeron hacia tierras sudamericanas, otros estuvieron confinados en los balnearios de Caldes de Malavella. Y hubo quien siguió en la ciudad a pesar de las reclamaciones de los tribunales de justicia aliados. En algunos casos, consiguieron una nueva identidad. Franco les debía su ayuda en la Guerra Civil y la araña nazi, aunque más debilitada, siguió tejiendo su red en nuestras calles.c Himmler (tercero por la derecha), el 23/X/1940, en la checa de la calle Vallmajor de Barcelona Himmler llegó a Barcelona cinco días después del fusilamiento del president Lluís Companys CARLOS PÉREZ DE ROZAS ARCHIVO Acto pronazi en 1940, en el edificio que hasta enero de 1939 acogió el Parlament de Catalunya revista 5