Historia de España 1 Historia de España 2 CEUTA Y MELILLA CONVOCATORIA JUNIO 2009 SOLUCIÓN DE LA PRUEBA DE ACCESO AUTORA: Marta Monje Molina Opción A El documento 1 es un fragmento de un discurso pronunciado en el Congreso de los Diputados el 23 de febrero de 1899. Se trata, por tanto, de una fuente histórico-política de carácter primario. En él se intenta justificar la acción del Gobierno español durante la guerra contra Estados Unidos en 1898, que concluyó con el Tratado de París en diciembre de ese mismo año y la pérdida de los últimos restos del imperio colonial español. Quien pronuncia el discurso reconoce la situación de crisis profunda que atraviesan el país y el Ejército como consecuencia de esa derrota («…Su Señoría, que se lamenta de la situación en que se halla España…») y la impotencia del Gobierno frente a un enemigo superior («…no podíamos hacer más de lo que hemos hecho, defendiéndonos de la agresión como hemos podido y hasta donde hemos podido…»), pero aduce la necesidad de no abandonar sin luchar unos territorios en los que se había ejercido la dominación durante cuatrocientos años y de preservar el honor de la nación española y de su ejército; de no ser así, «…España hubiera quedado borrada del número de las naciones civilizadas…». No se indica quién es el autor del discurso, pero el tono de su intervención —habla en primera persona y asume una responsabilidad última en lo ocurrido— indica que podría tratarse del jefe de Gobierno en aquel momento —Práxedes Mateo Sagasta ejerció el cargo entre octubre de 1897 y marzo de 1899— o de uno de los ministros o altos cargos directamente implicados en la conducción de la guerra. El documento 2 es una fotografía del general español Valeriano Weyler (1838-1930), uno de los militares de mayor prestigio en la época de la Restauración. Ocupó los cargos de capitán general de Canarias (1878-1883) y Filipinas (1888-1893), y en 1896, el entonces presidente del Gobierno, Antonio Cánovas del Castillo, le encomendó la dirección del Ejército en Cuba, donde un año antes había estallado una rebelión independentista. Partidario de una postura de fuerza, impuso una estrategia de guerra total que provocó protestas en Estados Unidos. En 1897 fue relevado del cargo por el nuevo jefe de Gobierno, Sagasta. La fotografía, una fuente gráfica de carácter histórico-político, posee los rasgos de un retrato institucional. Weyler adopta un gesto grave y se reviste de todos sus atributos de autoridad, con uniforme de gala y el pecho cubierto de condecoraciones. Su imagen constituye un reflejo de la idea que muchos españoles tenían de su país: una nación poderosa perteneciente al grupo de las que poseían sobre un imperio. Esta idea quedó cruelmente destruida tras la derrota de 1898. España perdió la mayor parte de su imperio colonial en el primer cuarto del siglo XIX. Debilitada por un encadenamiento de crisis internas —las de 1808, 1814 y 1820—, en 1825 España solo mantenía de sus antiguas posesiones © Oxford University Press España, S. A. en ultramar Cuba y Puerto Rico en América, y Filipinas en Asia. En las décadas siguientes, el país se vio azotado por guerras civiles, crisis políticas constantes y una situación permanente de precariedad económica que debilitaron su posición frente a las posesiones de ultramar, sometidas a una presión creciente por parte de otras potencias coloniales. En Cuba se fraguó una aguda división interna entre los sectores partidarios de las reformas sociales y de un mayor grado de independencia con respecto a la metrópoli y los burócratas, comerciantes y azucareros españoles residentes en la isla, que se oponían a cualquier tipo de reforma política, social (como la abolición de la esclavitud) o económica, que liberase a Cuba del régimen de monopolio del que se beneficiaba España. La primera guerra de Cuba (1868-1878) fue un primer aviso de la gravedad que había alcanzado la situación. Liderada por el hacendado Carlos Manuel Céspedes, la insurreción estalló en Yara, en la parte oriental de la isla, y concluyó con la Paz de El Zanjón (1878), que permitió a España retener la colonia dos décadas más, aunque no se resolvieron los problemas de fondo que provocaron el conflicto. Estos se mantuvieron latentes y consecuencia de ellos fueron la Guerra Chiquita (1879) y las rebeliones de 1883 y 1885, que siguieron alimentando el nacionalismo popular en Cuba, al que se sumaron tanto esclavos como criollos ricos. La acción de los gobiernos españoles en este tiempo fue tímida: la abolición de la esclavitud fue tardía (1880-1886), el proyecto de autonomía, que hubiese moderado el crecimiento de los sentimientos nacionalistas, no se llevó a cabo y se intentó convertir a la isla en una provincia española enviando allí unos 700 000 emigrantes entre 1868 y 1894. En esta época, Estados Unidos se había convertido en un factor de primer orden en el contexto cubano. La isla exportaba a este país el 90 % de su producción de azúcar y tabaco y la presión estadounidense para defender sus intereses fue aumentando progresivamente. En 1892, el Gobierno de Washington logró un arancel favorable para sus productos; en años posteriores comenzó a financiar a los independentistas con la intención de ejercer un papel de intermediario en el conflicto entre los cubanos y la metrópoli. Finalmente, la guerra de la independencia cubana estalló en febrero de 1895 con el Grito de Baire, nombre con el que se conoce el levantamiento que tuvo lugar en la zona oriental de la isla. Poco después se proclamó el Manifiesto de Montecristi, redactado por José Martí y Máximo Gómez, líderes civil y militar de la rebelión, respectivamente. A la muerte de Martí, al poco de iniciarse la guerra, Gómez y Antonio Maceo, un mulato muy popular, asumieron la dirección militar de los rebeldes. Historia de España 3 CEUTA Y MELILLA Un año después estalló la rebelión en Filipinas, encabezada por Emilio Aguinaldo. El general Polavieja, al mando de las tropas españolas, actuó con extrema dureza y ejecutó al principal líder independentista, José Rizal. La rebelión fue sofocada en 1897, pero rebrotó a principios de 1898. En el caso cubano, y tal y como se indica en el documento 1, España envió un contingente cada vez mayor de tropas, cuya actuación se vio condicionada por la falta de medios y la alta incidencia de enfermedades tropicales. Weyler, nombrado jefe militar de la isla por el presidente del Gobierno Antonio Cánovas, desarrolló una política de gran dureza contra los insurrectos, lo cual generó una oleada de protestas y una fuerte campaña en la prensa estadounidense a favor de la intervención militar. El asesinato de Cánovas por un anarquista en 1897 provocó una crisis gubernamental que se saldó con el regreso al poder de Sagasta y un cambio en la política seguida hasta el momento. Se relevó a Weyler de su puesto y se optó por una estrategia de negociación que incluía la concesión de la autonomía a Cuba. En este contexto, se produjo en febrero de 1898 la voladura del Maine, un acorazado estadounidense que había fondeado en el puerto de La Habana; en el incidente murieron 250 marinos norteamericanos. Aunque la causa más probable de la explosión fue un accidente, la prensa y el Gobierno estadounidenses culparon a España de la explosión y le ofrecieron comprar la isla. Tal y como queda de manifiesto en el documento 1, el Gobierno prefirió una derrota honrosa CONVOCATORIA JUNIO 2009 a una paz comprada, opción que fue mayoritariamente compartida por la opinión pública. Estados Unidos declaró la guerra a España en abril y aplastó a las escuadras españolas en Cavite, frente a Manila (mayo de 1898), y en las proximidades de Santiago de Cuba (mayo-julio de 1898). España apenas pudo ofrecer resistencia y el 10 de diciembre de 1898 se firmó el Tratado de París, por el cual España reconocía la independencia de Cuba y cedía a Estados Unidos Puerto Rico, la isla de Guam, en las Marianas, y Filipinas. Un año después, vendía a Alemania el resto de su Imperio en el Pacífico: las islas Carolinas, las Marianas (excepto Guam) y Palaos. La derrota puso de manifiesto a los españoles las carencias de su país y acentuó la tensión entre los militares —a quienes acusaban del desastre sectores cada vez más amplios de la población—, y las clases populares, ya que el reclutamiento para la guerra en Cuba afectó especialmente a quienes no tenían recursos, pues la incorporación a filas se podía evitar pagando una determinada cantidad de dinero; el descontento se acentuó con el regreso de los soldados heridos y mutilados. En el ámbito político e intelectual, el Desastre provocó el surgimiento del regeneracionismo, un movimiento que rechazaba el sistema de la Restauración, al que consideraba corrupto y poco representativo, y propugnaba una política de reformas radicales que sacasen al país de la situación de decadencia en que se encontraba. Opción B El documento 1 es un fragmento del decreto de unificación, firmado por el general Francisco Franco el 19 de abril de 1937. En virtud de dicho decreto dispuso la fusión de las dos principales fuerzas políticas que apoyaban la sublevación del 18 de julio de 1936 contra la Segunda República española, falangistas y carlistas, en una nueva formación: Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Se trata, por consiguiente, de una fuente primaria de carácter jurídicopolítico. El texto seleccionado refleja las dos partes, expositiva y dispositiva, en que se dividió el decreto. En la primera de ellas se manifiesta la necesidad de un gobierno eficiente al que se subordinen las diferencias de partido («…acción individual y colectiva de todos los españoles…»). El tono expeditivo (se utilizan los verbos urgir y exigir) refleja la posición de predominio absoluto de Francisco Franco, Generalísimo y jefe del Gobierno del Estado español desde el 1 de octubre de 1936 en la zona sublevada. En el texto se mezclan términos próximos a la ideología fascista de Falange (Estado Nuevo, Revolución Nacional) con otros de corte tradicionalista (unidad y grandeza de España) o religioso (mártires por España). El segundo párrafo indica además la confianza de los sublevados en la victoria en la Guerra Civil, pese al fracaso en la toma de Madrid (noviembre de 1936-marzo de 1937), y la necesidad de constituir las instituciones propias de un Estado. De la parte dispositiva © Oxford University Press España, S. A. se reproduce el artículo primero, en el que se decreta la fusión de falangistas y carlistas en una nueva formación bajo la jefatura personal del propio Franco. La denominación del nuevo partido, larga y farragosa, refleja, además de la indiferencia de los autores del decreto frente a la gran distancia existente en las ideologías de ambas formaciones, las vicisitudes por las que atravesó la constitución de un partido fascista en España. En octubre de 1933, José Antonio Primo de Rivera fundó Falange Española. Meses después, en febrero de 1934, se produjo la fusión de esta formación con las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS) de Ramiro Ledesma Ramos y Onésimo Redondo, de la que surgió FE de las JONS. Los Requetés eran las milicias armadas del movimiento carlista, que en la década de 1930 pasó a llamarse Comunión Tradicionalista. Los carlistas fueron un factor clave en la sublevación del 18 de julio en Navarra. Sin embargo, estaban divididos y carecían de dirección (su líder, Fal Conde, fue expulsado a Portugal por Franco en diciembre de 1936). Los carlistas no opusieron resistencia a la fusión. El documento 2, una fuente gráfica de carácter históricopolítico, es una fotografía de una calle de Madrid durante el ataque franquista a la capital de España, iniciado en noviembre de 1936. Tras varios meses de lucha, las tropas de Franco fracasaron en su intento de tomar la ciudad, pero mantuvieron sus posiciones en torno a ella hasta la Historia de España 4 CEUTA Y MELILLA conclusión del conflicto, en abril de 1939. Domina la parte superior de la fotografía una pancarta que atraviesa la calle de lado a lado en la que en grandes caracteres se lee «¡No pasarán!», lema que se convirtió en el grito de guerra de quienes resistían en Madrid y al que se adhirieron los partidarios de la República, en España y en otros países del mundo. Debajo, en caracteres más pequeños se ha escrito: «El fascismo quiere conquistar Madrid. Madrid será la tumba del fascismo». Este era otro de los mensajes que se transmitió constantemente desde las filas republicanas: en España no solo se estaba dilucidando un conflicto interno, estaba en juego, además, el destino de Europa y la supervivencia de los regímenes democráticos; esa fue la razón de la participación extranjera en favor del régimen republicano. El uso de una pancarta sugiere la idea de que la defensa de Madrid fue una causa popular y que en buena medida se llevó a cabo de forma improvisada. Ambos documentos pertenecen a un momento de inflexión en la Guerra Civil (1936-1939). Hasta el asalto a Madrid, las tropas franquistas habían avanzado sin encontrar apenas resistencia por parte de unas fuerzas republicanas escasas e improvisadas. La ayuda exterior a la República, procedente de la Unión Soviética y de los voluntarios extranjeros de las Brigadas Internacionales, llegó justo a tiempo, al inicio de la batalla por Madrid, lo que permitió plantear por primera vez una resistencia consistente a las tropas de Franco. El éxito de los defensores de la capital evitó una conclusión rápida de la guerra y transformó su naturaleza. Desde ese momento, ambos bandos organizaron sus recursos y los emplearon masivamente para derrotar al adversario. El estallido de la Guerra Civil fue producto de una sublevación militar que se inició el 17 de julio de 1936 en Marruecos, donde se encontraba la guarnición mayor y mejor preparada del Ejército español. Precedió al levantamiento una conspiración que se inició tras la victoria del Frente Popular en las elecciones de 1936. En ella colaboraron elementos civiles (monárquicos alfonsinos, carlistas, fascistas de Falange), además de importantes sectores del Ejército. Al frente de la misma se encontraba el general Emilio Mola, a quien el Gobierno republicano había destinado a Pamplona por ser sospechoso de golpismo. El general José Sanjurjo —líder de una asonada fallida que tuvo lugar en agosto de 1932 y es conocida como la Sanjurjada— era la personalidad designada para presidir un directorio militar. El también general Francisco Franco, futuro caudillo de España, no se incorporó a la sublevación hasta el último momento. Los golpistas previeron un golpe breve y rotundo que les hubiese permitido tomar el poder en pocos días. Sin embargo, la muerte del general Sanjurjo en un accidente de aviación en las primeras horas del golpe dejó a los sublevados sin un líder claro, y la resistencia inesperada por parte de la población afín a los sindicatos y organizaciones de izquierda, junto a las fuerzas aún leales al Gobierno republicano, provocó el fracaso del golpe en buena parte del territorio español y el inicio de un largo conflicto armado. El Gobierno legítimo, compuesto por una coalición de partidos republicanos a cuyo frente se encontraba Santiago © Oxford University Press España, S. A. CONVOCATORIA JUNIO 2009 Casares Quiroga, dimitió a las pocas horas. Se produjo entonces un intento frustrado de constituir un Gobierno de conciliación con los rebeldes liderado por Diego Martínez Barrio. Al fracasar esta opción, se formó un gabinete presidido por José Giral, quien cedió a la pretensión de las fuerzas de izquierda de armar a las milicias obreras, que se convirtieron así en defensoras de un Gobierno republicano en el que ni participaban ni creían. Se trataba de un Gobierno débil, que no pudo controlar la formación de poderes locales revolucionarios y la extensión de una oleada de violencia indiscriminada. En un primer momento, los militares rebeldes lograron el control de dos grandes áreas separadas entre sí. Al sur dominaban Canarias, Marruecos y la costa andaluza situada alrededor del estrecho de Gibraltar, además de núcleos aislados como la ciudad de Sevilla. Más al norte se impusieron en una franja de territorio que incluía Galicia, Castilla, León, Navarra y las tres capitales aragonesas, junto con las islas de Palma de Mallorca e Ibiza en el archipiélago balear. La zona leal a la República también quedó dividida en dos: al norte, la cornisa cantábrica y el País Vasco, excepto Álava; al sur, Madrid, Cataluña, Valencia, Castilla-La Mancha, Málaga y Murcia. El Gobierno republicano conservaba la mayor parte del territorio y mantenía el control sobre las principales ciudades y núcleos industriales. Asimismo, se mantuvieron fieles al Gobierno legalmente constituido buena parte de las fuerzas de orden público (guardias de asalto y Guardia Civil) y algunas unidades militares, así como la mayor parte de la flota y la aviación. Durante los meses siguientes, entre julio y noviembre de 1936, se desarrolló la llamada «guerra de columnas». En esta fase del conflicto, las fuerzas sublevadas, compuestas por tropas del ejército regular, se impusieron fácilmente a las improvisadas formaciones republicanas, integradas por milicianos voluntarios. Mola se dirigió a Madrid desde Navarra, pero su avance quedó detenido al norte del Sistema Central por una inesperada resistencia. Franco, por su parte, logró que sus tropas cruzasen el estrecho con la ayuda de la aviación alemana e italiana, y a lo largo de agosto y septiembre avanzó hacia Madrid, tomando Badajoz, Talavera y Toledo. Aprovechó sus victorias para alcanzar una posición de predominio en la Junta de Defensa Nacional de Burgos, organismo que agrupaba a los principales mandos de la sublevación y, finalmente, logró el mando militar y político único al ser nombrado Generalísimo y jefe del Gobierno del Estado español el 1 de octubre de 1936. Los republicanos, por su parte, intentaron reconducir la revolución espontánea surgida durante los primeros meses del conflicto en las zonas leales al Gobierno legítimo. Para ello se formó un Gobierno de coalición presidido por el socialista Francisco Largo Caballero que agrupó a republicanos moderados, Esquerra Republicana, PNV, PSOE, UGT y PCE; a partir de noviembre, también se integró la CNT-FAI. En Cataluña se integraron en el Gobierno de la Generalitat el PSUC, la CNT y el POUM. El Gobierno de Largo Caballero se fijó como principales objetivos la legalización de las incautaciones hechas por los campesinos, la integración de Historia de España 5 CEUTA Y MELILLA las milicias en el Ejército para reconstruir la operatividad de las fuerzas armadas republicanas y la instauración de tribunales para contener la represión indiscriminada llevada a cabo por grupos de incontrolados. En el ámbito diplomático, las potencias extranjeras acordaron la no injerencia militar y política en los asuntos españoles y la constitución de un comité de no intervención que velara por el cumplimiento de los acuerdos. Alemania e Italia ignoraron desde el principio los dictados de dicho comité y prestaron una amplia ayuda a los sublevados en forma de unidades militares, cobertura naval y aérea y material bélico. Las potencias democráticas, encabezadas por el Reino Unido, cuyo Gobierno temía el triunfo de una Revolución social en España, promovieron una política de apaciguamiento con respecto a las potencias fascistas y no apoyaron la causa de la República. El Gobierno republicano solo recibió ayuda de la Unión Soviética (a partir de septiembre de 1936 y tras muchas reticencias) y de México, presidido en esa época por Lázaro Cárdenas. Este último proporcionó municiones y acogió a exiliados republicanos al término de la guerra. El apoyo soviético se debió a una política de acercamiento a las democracias para hacer frente a la amenaza del nazismo. Consistió en entregas de armamento, que se realizaron de forma clandestina y lenta a cambio de las reservas de oro del Banco de España, y en el reclutamiento de voluntarios; asimismo, el Gobierno soviético ordenó a la Internacional Comunista el reclutamiento de las Brigadas Internacionales e impulsó movimientos de solidaridad antifascista en los países occidentales. La siguiente fase de la guerra, la batalla de Madrid, se desarrolló entre noviembre de 1936 y marzo de 1937. El Gobierno republicano, que dio la capital por perdida, se desplazó a Valencia dejando Madrid en manos de una Junta de Defensa. La ciudad, sin embargo, paró el avance de Franco. Gracias a la llegada de los primeros envíos de armamento soviético y de los contingentes de voluntarios extranjeros, se resistió un primer ataque frontal por el oeste. Franco decidió entonces desarrollar varias maniobras envolventes —batallas de la carretera de La Coruña (hasta enero de 1937), del río Jarama (febrero de 1937) y de Guadalajara (marzo de 1937)— que no dieron el fruto esperado. Al mismo tiempo, cortó expeditivamente los conflictos internos en Falange con la promulgación del decreto de unificación en abril de 1937 y la fundación de FET y de las JONS, partido único en el que se fusionaron carlistas y falangistas. El poder indiscutible de Franco en el bando sublevado le permitió constituir sin ninguna cortapisa un primer Gobierno (febrero de 1938) en el que integró a militares, falangistas, carlistas y monárquicos alfonsinos. Ramón Serrano Súñer, su cuñado, era el hombre fuerte de este Gobierno. Pese al éxito en la defensa de Madrid, Largo Caballero estaba sometido a una presión creciente por parte de los miembros que formaban parte de su coalición de Gobierno; la caída de Málaga (febrero de 1937) no hizo sino agudizar esta situación. Esas tensiones estallaron finalmente en mayo, cuando se produjo un enfrentamiento entre la Generalitat y la CNT por el control de los servicios públicos de © Oxford University Press España, S. A. CONVOCATORIA JUNIO 2009 Barcelona, que desembocó en una batalla campal en esta ciudad entre las fuerzas de la Generalitat, UGT y el PSUC, por un lado, y las milicias de la CNT y el POUM, por otro. La crisis, que se saldó con la salida de los anarquistas del Gobierno y el inicio de una oleada de represión contra los miembros del POUM, arrastró consigo a Largo Caballero, quien se vio obligado a dimitir. El presidente de la República, Manuel Azaña, designó al socialista Juan Negrín presidente de un nuevo Gobierno, que se marcó como objetivos completar la normalización institucional de la República y tomar la iniciativa en las operaciones militares. Para ello se impulsaron varias ofensivas —Brunete (Madrid, junio de 1937), Belchite (Zaragoza, agosto de 1937) y Teruel (invierno de 1937-1938)— que concluyeron con escasos avances y grandes pérdidas de vidas y material. Con las dos primeras, además, se intentó retrasar el avance franquista en el norte, sin resultado, ya que, tras la caída de Bilbao en junio de 1937, el ejército vasco se rindió al ejército italiano dos meses después. Posteriormente, cayeron Santander y Asturias (agosto y octubre de 1937 respectivamente). En los primeros meses de 1938, Franco desencadenó una ofensiva a lo largo del frente de Aragón. La resistencia republicana se hundió y en abril las tropas franquistas alcanzaron el Mediterráneo a la altura de Vinaroz (Castellón), partiendo en dos el territorio republicano. La derrota provocó una grave crisis en el Gobierno encabezado por Negrín. Uno de sus pilares, Indalecio Prieto, dimitió, dando la guerra por perdida, y rompió con Negrín de forma traumática agudizando la división en el PSOE. El presidente de la República, Manuel Azaña, encabezaba el grupo de quienes eran partidarios de una conclusión rápida de la guerra; como respuesta, Negrín publicó los llamados Trece puntos (mayo de 1938), en los que exponía las bases para un fin negociado del conflicto. El presidente del Gobierno estaba convencido de la proximidad de una guerra a gran escala en Europa entre la Alemania de Hitler y las potencias democráticas, por lo que consideraba vital mantener la resistencia. Para alcanzar ese objetivo, impulsó la última gran ofensiva republicana de la guerra: la batalla del Ebro (julio-noviembre de 1938). Sin embargo, tuvo como resultado el quebrantamiento definitivo del ejército popular. Franco emprendió entonces la conquista de Cataluña. Barcelona cayó en manos franquistas en febrero de 1939. Se produjo una fuga masiva de civiles y militares hacia Francia; el presidente Azaña y los miembros del Gobierno también cruzaron la frontera. Fiel a su política de alargar el conflicto, Negrín propuso una resistencia a ultranza, planteamiento al que se opusieron importantes políticos y militares republicanos, encabezados por el coronel Casado y el general Miaja, socialistas (Julián Besteiro) y anarquistas (Cipriano Mera). Casado y sus partidarios organizaron un golpe de Estado en marzo de 1939 que provocó una breve guerra civil en el bando republicano. Tras vencer todas las resistencias, Casado y sus partidarios entregaron los territorios que aún estaban en manos de los republicanos. El 1 de abril de 1939 finalizó la Guerra Civil española. Cinco meses después, el 1 de septiembre, estalló la Segunda Guerra Mundial. Historia de España 6