México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 POR ELLA HAGO MEMORIA. UN SECRETO PARA JULIA DE PATRICIA SAGASTIZÁBAL Emilia Perassi Universidad de Milán L legué a la novela de Patricia Sagastizábal, Un secreto para Julia, a través del estudio de Ana María Zubieta dedicado al “ciclo del secreto”, 1 o sea, a algunos aspectos de la literatura argentina en la elaboración del duelo del Proceso después de la confesión de Scilingo, en 1995 [Zubieta, 2008: 187-201]. Anteriormente, había sido el discurso de Pilar Calveiro el que me instó a seguir profundizando en los usos de la razón aleccionadora para sobrevivir entendiendo y ordenando lo trágico; usos, por cierto, bien subrayados sea en Poder y desaparición [Calveiro: 2004] como en las más recientes reflexiones de la autora sobre la “decibilidad” de la experiencia del dolor [Calveiro: 2008:119-142]. Por supuesto que mi acercamiento a la misma Calveiro se debió a las Madres, de las cuales derivé hacia la indagación del “saber materno” tal como se articula a través del trabajo filosófico y político de Luisa Muraro [Muraro, 1992; 2006] y del grupo Diotima [Diotima: 2002]. Hice pesquisa de unos cuantos conceptos básicos. Zubieta me permitió hacer hincapié en las escrituras que no se rinden a lo indecible, sino que se hacen cargo de lo no dicho. Calveiro me fue acompañando hacia la noción de que “si bien toda experiencia es única, esa cualidad que práctica fecundativa que reinstala la cultura de la vida mediante el abrazo. Las novelas que en opinión de Zubieta conforman el “ciclo del secreto” son: Villa (1995) de Luis Gusmán; El fin de la historia (1996) de Liliana Hecker; Un secreto para Julia (2000) de Patricia Sagastizábal. 1 Mujeres en la literatura. Escritoras Página las Madres aprendí el fundamento de la socialización del dolor como 595 la hace intransferible, no la convierte en incomunicable” [2008: 119]. De México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 Muraro y Diotima me llevaron hacia el orden simbólico de la madre, o sea hacia la posibilidad de pensar en las relaciones humanas de forma distinta, mediante la reivindicación del poder incluyente del saber materno: un saber al principio depositado en la fisiología de los cuerpos, pero en realidad dotado ―según las filósofas italianas― de la fuerza de un paradigma y de una epistemología del ser. En Un secreto para Julia he dado en una superficie literaria en la cual, con limpidez, repercuten reflejos de este recorrido, hecho de enciclopedia, vivencias e inquietudes sobre el destino propio y ajeno: un recorrido organizado alrededor de la búsqueda de ejemplos, paradigmas, palabras capaces de abastecer un pensamiento constructivo, a pesar del apocalipsis. Pienso que es por estas razones que la novela de Sagastizábal ―por ser enteramente narrada desde la perspectiva de la víctima, por la empatía de la autora con su personaje, por la exploración de su conciencia y sentimientos (sin que la dureza de los lenguajes contemporáneos afecte ―atemorizándolo― al yo que narra)― me provoca especial cariño e interés. Su anécdota es transparente. En opinión de Zubieta [2008: 191] la novela gira alrededor de dos ejes principales. El primero lo constituyen los temas de la memoria y del olvido: Mercedes Beecham, liberada por sus torturadores y exiliada en Inglaterra, trata de sobrevivir a sus recuerdos, negociando dramáticamente consigo misma para reprimir y silenciar su desesperada insurgencia. El segundo lo conforman los temas del secreto y de la verdad: violada por sus victimarios, en Inglaterra Mercedes da a la luz una niña, a la cual, con el pasar del tiempo, no quiere, no puede, decir la verdad sobre su padre. Para Julia, el silencio de la madre es “cruel”, “la enferma”, le impide articular su identidad. Necesita pues la verdad, en través del desgarramiento [Sagastizábal, 2000: 16]. Mujeres en la literatura. Escritoras y del dolor― de recordar para contar Página Y es por ella, por Julia, que la protagonista “hará memoria”, tratando ―a 596 nombre de la cual instaura un doloroso, y ulterior, conflicto con Mercedes. México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 El relato irá rápidamente exhibiendo las líneas de máxima tensión que lo dinamizan y que constituyen su armazón dialéctica y dialógica: por un lado, la relación de Mercedes consigo misma, cruzada por los efectos intolerables del trauma y al mismo tiempo por la necesidad de llegar a un orden interior en nombre de Julia; por el otro, la relación entre la madre y la hija, en la cual el pasado reprime el presente, hasta que la memoria recobre la voluntad de organizar lo que Huyssen denomina “el recuerdo productivo”, el que discierne “los pasados utilizables de aquellos descartables” [Huyssen, 2002: 40]. Todo el proceso de construcción del personaje se realiza a partir de ese “por ella hago memoria” puesto al principio de la novela. Un “hacer” que implica un acto de la voluntad y al mismo tiempo un acto de amor, un programa y una práctica, pues, cuya fuerza ordenadora concreta está en la determinación ética asumida en nombre del otro (en este caso de Julia). Aunque muy diferente en cuanto a opciones estilísticas, la obra de Sagastizábal establece vínculos posibles con el camino trazado por otras escritoras como por ejemplo Libertad Dimitrópulos, Reina Roffé o Matilde Sánchez, 2 tal como las estudia Marta Morello-Frosch [1997: 185-208], ya que todas sus narraciones se refieren a los procesos de reconstitución de subjetividades desarticuladas y despojadas de función social, política, existencial. La sensación de estar ausente, “la intolerable sospecha de que había abandonado este mundo, pero con el agravante de estar viva” [Sagastizábal, 2000: 84] metaforiza en Mercedes ―recién llegada a Inglaterra― el vacío de sentido y de sentidos (no puede hablar, ni andar ni respirar), provocado en ella por su Historia. Al mismo tiempo, este vacío traduce la mutilación de los lazos entre individuo, sociedad y Estado, o secreto para Julia en un clima narrativo de profundos cambios ―en cuanto Libertad Dimitrópulos, Río de las congojas (1981); Reina Roffé, La rompiente (1987); Matilde Sánchez, El Dock (1983). 2 Mujeres en la literatura. Escritoras Página mencionadas, la distancia temporal de los hechos narrados introduce Un 597 sea, entre el yo y los otros. Sin embargo, a diferencia de las obras arriba México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 a poéticas de las escrituras― con respecto de la narrativa argentina sobre el Proceso descrita por Reati en su conocido ensayo sobre violencia, política y literatura desde 1975 hasta 1985. Apelarse ahora a lo “real” ya no suena como simplificación de lo que excedió la realidad, volviéndola inimaginable, y por eso inenarrable, sino que se da como actividad incesante y manifiesta de la memoria. Su ambición ya no es recordarlo ni entenderlo todo, sino construir la que Adriana Imperatore define una “memoria crítica”, que “no pretende un recuerdo total, sino que enfatiza los criterios de selectividad; por lo tanto, admite los cambios que el presente ejerce sobre el pasado; cuestiona los relatos cristalizados y reconoce los matices; se propone comprender sin por eso justificar el horror” [Imperatore, 2008: 78]. Por eso la producción de textos literarios sigue manteniéndose constante, si bien dichos textos se configuran como historias cada vez más subjetivas, inscritas preferentemente dentro de los códigos de las biografías ficticias. 3 Y detrás de estos códigos, es perceptible en muchos casos un matiz autobiográfico por parte de sus autores: se vuelve a rememorar un pasado generacional y de época que puede no haber sido de militancia, pero que impone el recuerdo de amigos y conocidos, de miedos e imágenes, de pesadillas y discursos. Un recuerdo que ahora puede mostrar la capilaridad de la infamia, su no haber sido algo que no se sabía, sino que penetraba en la imaginación y en el pensamiento de todos. La novela de Sagastizábal captura minuciosamente esta relación entre miedo y silencio. La inscribe en el cuerpo de Mercedes, en sus cicatrices y resquemores, en sus asfixias y parálisis, para que sean los signos a delatar lo que a la palabra se le resiste. No se trata de sacar a la Pienso, entre otras y otros, en Laura Alcoba, La casa de los conejos (2008), Sergio Chejfec, Lenta biografía (2007, Cristina Feijóo, Memoria del río inmóvil (2001), Daniel Guebel, La vida por Perón (2004), Alberto Manguel, El regreso (2005) Andrés Rivera, Traslatierra (2007). 3 Mujeres en la literatura. Escritoras Página en escena el secreto, o sea, los límites del contar, dándose la posibilidad 598 luz nada nuevo, apunta acertadamente Zubieta [2008: 197], sino de poner México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 de trascenderlos a través del catálogo de emociones universales que actúan en la conciencia de la protagonista y que pervaden cada instante de su tiempo y cada paso en su espacio. Cuando el Zurdo reaparece en su vida, arrogante por su impunidad, es el cuerpo de Mercedes que se mantiene como el único lugar donde alcanzan a expresarse sentimientos de otra manera indecibles: [...] volvieron el pánico, el asco y el rencor que tenía guardados, grandes partículas comenzaron a agruparse de una forma vertiginosa. [...] Me levanté gritando durante las noches, volvió la sensación de no tener aire en el pecho, taquicardia, mareos, adelgacé varios kilos. Y no podía llorar, no podía gritar que me estaba persiguiendo un asesino. [Sagastizábal, 2000: 154]. El miedo es síntoma de un pasado que compromete totalmente el presente e impide la elaboración de un futuro digno. Certifica, además, que el tiempo del horror no es un tiempo cronológico, sino ontológico, un tiempo cuya duración está inscrita en la memoria traumática, y por eso ilimitada y fantasmal, de las víctimas sobrevivientes. El miedo a sus perseguidores, a la reaparición de sus sombras, justifica la obstinación de Mercedes en su secreto: un secreto para ella y para Julia, ya que se impide a sí misma el recuerdo (“no deseaba recordar aquel dolor”) [Sagastizábal, 2000: 87], y a su hija le niega la verdad (“¿pero cuál verdad debía contarle?”) [Sagastizábal, 2000:16]. El proceso de negación y de autonegación provocados por la vergüenza, el dolor, el trauma de la humillación, por un lado se narrativiza en la reivindicación del silencio, por el otro se metaforiza en la obscuridad que se le mete en las entrañas de Mercedes al ser violada. La negrura marca su cuerpo y lo borra, lo sustrae a la luz, a la mirada de los otros y de sí misma, de nuevo desapareciendo, volviéndose Mujeres en la literatura. Escritoras Página es como la noche, pero no de las cerradas, es de bruma y de silencio, es una oscuridad de sombras que apalean mi espíritu y mi cuerpo, y yo me hundo en un pozo profundo, que no termina nunca, que no tiene fondo. [...] No me fue permitida la indolencia, tuve que 599 invisible, silencioso, fugitivo. Esa obscuridad México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 callar la indignación y el desamparo dejó una herida en mi cuerpo, en mi mente, en todos mis actos [Sagastizábal, 2000: 198]. Si el silencio ha marcado tanto los cuerpos reales como los textuales; si dicha marca ha provocado una literatura que muy a menudo ha preferido la alusión, la elipsis, la alegoría y el símbolo; si los textos fundadores de la elaboración del trauma se han vaciado de presencias para llenarse de ausencias; ahora ―en el distanciamiento temporal― puede darse la opción contraria. Sagastizábal elige pues darle voz al silencio acudiendo a un testigo ficticio ―Mercedes― capaz de contarse a sí misma por su literariedad. Una literariedad que asume no como derrota, sino como estructura legítima, su fundamento en los silencios del enunciado: silencios que provocan la espera del sentido, que estimulan su formación en la conciencia receptora del lector, que dejan de ser totalizadores para abrirse ―con cierta humildad o, mejor diría, con honestidad intelectual y humana― al juego con lo relativo y parcial como rasgo propio de toda expresión. El “conjuro de palabras y silencios” [Sagastizábal, 2000: 84] que Mercedes experimenta durante las sesiones de análisis queda también como modelo de una comunicación literaria que no radicaliza las polaridades de “decirlo todo” o “decir la nada”, sino que vuelve a la construcción del personaje como presencia plena y realizada en el plan textual: una presencia sensible y conmovedora, capaz de no avergonzarse por sus emociones ni por las del lector, y que asume de nuevo como imperativo ético de su estética lo narrable, dejando al poder adicional del receptor su consiguiente perlaboración. Cito una conversación mía con Rafael Flores, de paso en Milán para hablar de su novela, Otumba [Flores, 1990]. Recordando su período de encarcelamiento y sus miedos inabar- contada y “hecha” memoria. Y, en efecto, Un secreto para Julia es definitivamente un relato, narrado, narrable, memorializable. El miedo sigiloso que provoca la imposibilidad de decir y por ende de contar, es exorcizado Mujeres en la literatura. Escritoras Página una experiencia se vuelve cuento o leyenda, puede ser transmitida, o sea, 600 cables, me comentó que había llegado a la conclusión de que sólo cuando México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 por la negociación entre palabras y secretos, una negociación honesta, autorizada tanto por el distanciamiento temporal como por las instancias de superación de la impasse escritural provocada por el quiebre de los grande relatos. El texto formaliza este trato al generalizar los recuerdos de Mercedes, respetando sus huecos, escenificando el “conjuro” tal como se da en el momento en que Mercedes consigue finalmente decirle la verdad a Julia: Fue un relato, en mayor o menor medida reflejaba lo oculto. Innumerables imágenes se plantaron en ese escenario del presente. Expulsé los terribles hechos inmersa en la memoria, pronuncié nombres, deletreé apodos, señales inconfundibles de aquella época. Todo un alfabeto guardado de consignas, y rituales adquirieron forma y representación aquella noche. Lo indecoroso fue indecoroso, así como el oprobio tuvo su representación en las escenas brutales. No tuve necesidad de adjetivar cuando le conté cómo había sido violada, y no pude evitar llorar mientras traducía para ella esos momentos. Sólo sentí un roce en mi rostro, era su palma que me acariciaba [Sagastizábal, 2000: 217]. Indecible pero no incomunicable, el dolor de Mercedes encuentra reparación y alivio en la caricia de Julia. Un detalle nimio, que convoca todo el poder de los gestos y al mismo tiempo de los símbolos, capaces por un lado de exceder la realidad y, por el otro, de manifestar una de las pocas verdades indiscutibles: la verdad del cuerpo, la que torna innecesarias las palabras. Y Mercedes descubre, a través de, y gracias a, Julia, su cuerpo anterior, el impoluto, el no tocado por la violencia, capaz de amor y de entrega, confiado y tierno. El momento del horror ya no es el punto cero de su historia, sino una temporalidad susceptible de ciertos deslices, una coordenada en la cual se insinúa un sorpresivo principio de movilidad, no un axis irrevocable que mide cada espacio, cerrándolo en sí trámite de la relación maternal, Mercedes empieza a dibujar su “nuevo” pasado. Lo reconfigura alrededor de lo que puede utilizar para el presente, o sea, el sentimiento de rabia, de furia y rencor que “me había permitido la Mujeres en la literatura. Escritoras Página Julia, vigilado por el derecho de tanteo que a los cuerpos se le ofrece por el 601 mismo. Desde este aquí, suscitado por el contacto originario y original con México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 sobrevivencia” [Sagastizabal, 2000: 196]. Un sentimiento hecho arma punzante que golpea una y otra vez su cuerpo memorioso, que lo despierta del miedo anestésico en que estaba sumergido y lo devuelve, por fin, a su actuación (en el) presente. Emblemáticamente, Sagastizábal centra su relato en una relación maternal semantizada como antítesis, o revés, o catarsis, de las leyes trágicas del padre totalitario. Sin embargo, se me ocurre pensar que Julia, de haber sido un Julio, no habría trastornado en exceso la lógica de la narración. Su papel es el de la otredad indiferenciada que se encarna en “el hijo”. En cambio, Mercedes “debía” ser una madre para que el texto pudiera escenificar poéticamente un discurso sobre actitudes (ética, social, psicológicamente) fecundativas, esto es, sobre prácticas renovadas y eufóricas de relación (humana): unas prácticas que se encargan de restaurar el orden de la vida, de reparar las heridas y restablecer esos lazos empáticos entre individuo y mundo quebrados por el orden de la muerte. En este sentido, leo en el exemplum de Mercedes los elementos básicos trazados por el discurso de las Madres: esas Madres que renacen gracias a sus hijos y establecen nuevos vínculos, nuevas palabras para la relación entre el yo y los otros. La madre, pues, tal como la piensan y realizan las Madres, “ya Mercedes es justamente la madre que renace gracias a su hija, haciéndose responsable de ella y, con ello, de sí misma. A través de esta Mujeres en la literatura. Escritoras Página sino también la que hace crecer la potencia del otro haciéndose responsable de él, y el “hijo” no es sólo quien recibe la vida, sino también el que la restituye. [...] en el orden simbólico de las Madres, incluso la palabra “muerte” cambia de signo: no señala más el final de la vida, sino algo irremediablemente extraño a ella, que por contragolpe obliga a aferrar a ambas ―la muerte y la vida― y a pensarlas juntas. En realidad la autoridad de la Madre no se manifiesta en el ejercicio del poder, sino en el hecho de expandir y cuidar la vida. [...] la maternidad sale de su ámbito natural, del instinto, para llegar a ser una práctica social, una estructura de disciplina, una regla cultural. En definitiva: una forma distinta de racionalidad. [Silvestri, 2006: 33-34] 602 no es sólo quien da a luz” ―escribe Laura Silvestri, México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 relación, su muerte simbólica (“ya no soy la misma”, “habían logrado derribarme”) [Sagastizábal, 2000: 43] deja de ser final de su vida, sino iniciación a otra vida (“me tocó salvarme y tener el gran premio de ser la madre de Julia”) [ Sagastizábal, 2000: 222]. 4 La nueva racionalidad que se instaura a partir de este recuerdo finalmente productivo le permite a la protagonista una mirada cada vez más ajena de fantasmas, es decir, capaz de discernir sus sombras ilimitadas (“me di cuenta de que no había dejado de sentirme perseguida por mis captores nunca”) [ Sagastizábal, 2000: 202] de su cuerpo concreto y finito. Se fija pues en la silueta de Dapuonte, nombrándolo ahora por su apellido y no por su execrable apodo de “El Zurdo”. Este acto de nominación certifica que el perseguidor ha sido devuelto al presente y que ha perdido su poder fantasmático. Y es a partir de este fragmento lingüístico que el personaje realiza un ulterior desarrollo hacia la recuperación de su fuerza y derecho, lo que le permite mirar a Dapuonte como a “un tipo suelto. Acaso un ente. Sin el aparato del Estado, no podía hacer más que amenazarme e intranquilizarme” [ Sagastizábal, 2000: 202] Todas las tensiones que han impregnado el sistema narrativo de Un secreto para Julia llegan a un estado de quietud definitivo al reconocerse Mercedes parte implicada en un todo solidario: un Estado confiable, ya no delictivo, sin el cual los asesinos son asesinos, proscritos y desautorizados. A través de su límpido recorrido temático y formal, la novela de Patricia Sagastizábal reincide en la afirmación de esos valores comunes que se habían dado como excepcionales en la dictadura. Su mayor logro, para mí, es el de haber tenido el valor de negarse al nihilismo, de haber reivindicado con pulcritud “el misterioso poder de reparación que reside en pelear sin 4 El subrayado es mío. Mujeres en la literatura. Escritoras Página 603 violencia por una vida justa” [Sagastizábal, 2000: 84]. México, Distrito Federal I Marzo-Abril 2009 I Año 4 I Número 19 BIBLIOGRAFÍA Alcoba, Laura, La casa de los conejos. Edhasa: Buenos Aires, 2008 [ed. or.: París, 2007]. Calveiro, Pilar, Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina. Colihue: Buenos Aires 2004. ________, “Tortura y desaparición de personas. Nuevos modos y sentidos”. En Zubieta, Ana María (coord.), De memoria. Eudeba: Buenos Aires, 2008, pp. 119-142. Chejfec, Sergio, Lenta biografía. Alfaguara: Buenos Aires, 2007. Feijóo, Cristina, Memorias del río inmóvil. Alfagura: Buenos Aires, 2001. Flores, Rafael, Otumba, Editorial Bitácora: Madrid, 1990. Guebel, Daniel, La vida por Perón. Emecé: Buenos Aires, 2004. 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