argumentación - Taller de expresión 1 – Cátedra Reale

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Taller de Expresión I
(cátedra Reale)
curso 2016
ARGUMENTACIÓN
cuaderno de trabajo preparado por
Analía Reale
1
Índice
El programa retórico…………………………………………………………………………………….
5
Invención………………..........………………..………………………………………………………….
5
La situación de argumentación………………………………………………………………
5
Las premisas de la argumentación…………………………………………………………
9
Argumentos y tesis…………………………………………………………………………………
25
La controversia: argumentos y contra-argumentos…………..……………………
25
La organización del discurso: la dispositio…………………………………………………….
31
La puesta en texto: la elocutio………………………………………………………………………
31
Brevísimo glosario de figuras retóricas…………………………………………………..
32
Dos polémicas del campo intelectual……………………………………………………………
38
La polémica en torno de Bolivia Construcciones…………………………………….
39
María Kodama vs. El hacedor (de Borges). Remake…………….………………….
55
Síntesis: Acerca de la relación entre creación artística y propiedad
intelectual……………………………………………………………………………………………………
71
Cómo funciona la máquina retórica……………………………………………………………..
74
2
3
El programa retórico
Argumentamos para defender nuestras creencias, nuestras ideas, nuestras opiniones, o
para refutar las de otro. Argumentamos para convencer a un auditorio de la validez de
nuestras posiciones. La argumentación se presenta, entonces, como un trabajo de
justificación de elecciones éticas, sociales o políticas. Como tal, esta práctica cuenta
con una tradición de veinticinco siglos que, codificada por la retórica, está vigente aún
hoy.
Las consignas que integran este cuaderno de trabajo se plantean como
pequeños ejercicios retóricos: reconocer los componentes de la situación
argumentativa; distinguir tesis, argumentos y premisas; construir una refutación,
elaborar un texto de opinión; argumentar utilizando la ironía y el sarcasmo; intervenir en
una polémica.
Algunos de estos ejercicios apuntan a descubrir el andamiaje sobre el cual se
sustenta toda argumentación, otros se detienen en aspectos relacionados con la
estructuración del texto persuasivo, otros se centran en procedimientos como la ironía o
la concesión. En suma, el trayecto que proponemos enfoca distintas cuestiones
involucradas en el proceso de elaboración del texto argumentativo tal como fue
diseñado por la retórica: desde la generación de ideas y la búsqueda de argumentos
operaciones características de la inventio hasta la organización del discurso la
dispositio y la puesta en texto la elocutio en la que se definen las decisiones que
determinarán el estilo verbal del escrito.
Invención
La puesta en marcha del proceso retórico es tarea de la inventio. En esta etapa el
escritor/orador debe ocuparse de dos tareas básicas: evaluar y caracterizar la situación
de argumentación en la que va a desarrollarse su discurso y encontrar argumentos
eficaces para lograr sus objetivos. De la definición adecuada de las condiciones en las
que va a argumentar dependen todas las decisiones que modelarán el texto y, por
supuesto, el éxito de la empresa persuasiva. Con una imagen clara de la situación, el
escritor puede establecer las premisas sobre las que fundará su argumentación y
lanzarse a la búsqueda de los argumentos que sostendrán su posición.
La situación de argumentación
Toda situación de argumentación presupone, como punto de partida, la existencia de un
desacuerdo en torno de un objeto de discusión (que constituye el problema o cuestión
argumentativa) y la voluntad de un enunciador de convencer al destinatario del discurso
de que su tesis (la posición sostenida en el discurso) es digna de ser aceptada. El
conjunto de estos factores (problema, enunciador, destinatario y tesis) diseña una
escena argumentativa que es imprescindible evaluar con justeza para poder
comprender y producir textos persuasivos adecuados y eficaces.
4
 Leer el texto siguiente y determinar cuál es el objeto de controversia, quiénes
son los oponentes, a qué destinatario se dirige y qué argumentos emplea para
convencer.
Copyleft vs. Copyright
LEIDYS GARCÍA CHICO
"Sólo una cosa es imposible para Dios:
encontrarle algún sentido a cualquier
ley de copyright del planeta"
(Mark Twain en su cuaderno de notas,
el 23 de mayo de 1903)
Compartir, colaborar, crear, son acciones que diariamente realizamos en
cualquier ámbito. En otros casos recibimos los beneficios de terceros que dedican
parte de su tiempo a generar contenido.
Según Jakob Nielsen, padre de la usabilidad en Internet, el 90% de los
usuarios consumen pero no crean, el 9% crea contenido de vez en cuando y suele
contribuir en la difusión de contenidos generados por otros y solo el 1% de los
usuarios contribuye de forma habitual, estos son los que crean y comparten en la
Red. Sin embargo, varios autores afirman que ese 1% es capaz de levantar una
comunidad y generar el efecto bola de nieve en numerosos temas.
Más allá de la regla 90-9-1, discutir el futuro de la creación y difusión del
conocimiento requiere analizar el contexto de normas y leyes que regulan el libre
desempeño de los autores en torno a la cultura; entendida esta como el conjunto de
todas las formas, los modelos o los patrones, explícitos o implícitos, a través de los
cuales una sociedad controla el comportamiento de las personas que la conforman.
Uno de los aspectos más cuestionados en tal sentido se refiere a los derechos
de autor o copyright. Con la creación de la imprenta a mediados del siglo XV y la
rapidez con que se difundió la palabra escrita, surgió también la necesidad de
organizar las publicaciones y establecer parámetros de producción. El primero de
estos estatutos fue promulgado por la reina Ana I de Inglaterra en 1710. A través de
los siglos la apropiación de la cultura y el conocimiento se ha ampliado mediante el
copyright hasta abarcarlo casi todo.
El derecho de autor (del francés droit d'auteur) es un conjunto de normas y
principios que regulan los derechos morales y patrimoniales que la ley concede a los
autores, por la creación de una obra literaria, artística o científica, esté publicada o
inédita. En el derecho anglosajón se utiliza la noción de copyright, traducido
literalmente como derecho de copia.
5
Sobran los ejemplos en los que tales normas han impedido actos de
celebración, homenajes, incluso lo que usted puede o no utilizar en su beneficio
personal. Los mal llamados "dueños de la cultura", que no son necesariamente los
autores sino los productores económicos (discográficas, editoriales, etc.), controlan
virtualmente cualquier uso que se haga de una obra y han extendido este privilegio
hasta setenta años después de la muerte del autor.
El 16 de junio de 2008 los irlandeses celebraban en las calles de Dublín otro
aniversario de la famosa obra Ulises, de James Joyce, cuando un nieto del escritor
prohibió que se hicieran lecturas públicas de las obras de su abuelo salvo que le
pagasen considerables sumas de dinero, la ley de copyright lo amparaba en su
demanda.
¿Y LA RED AGUANTARÁ?
Con la llegada de Internet se inició otra revolución innovadora. Su capacidad de
propiciar intercambios directos marcó desde el inicio la gran mayoría de los
procesos creativos que en su entorno se gestaban. Por esta razón, el control sobre
los bienes digitales, compuestos solo por ceros y unos, se convirtió en un obstáculo
para la superación tecnológica.
El primer paso hacia la "desregulación" lo dio Richard Stallman, fundador del
movimiento de software libre, en la década de los 70, al determinar las libertades
que regían el uso de su obra: utilizar el programa sin restricciones, estudiarlo y
adaptarlo a las necesidades de cada usuario, redistribución y libertad para mejorarlo
y publicar las mejoras.
En 1984, estos cuatro puntos se concretaron jurídicamente mediante la
redacción de la Licencia General Pública (GPL por sus siglas en inglés) y se
aplicaron a un conjunto de programas de software que constituyó el primer grupo
sistematizado de software libre conocido con el acrónimo GNU para Gnu is Not
Unix.
De esta manera surgió la licencia copyleft, que puede ser usada para modificar
el derecho de autor de obras o trabajos, tales como software de computadoras,
documentos, música, y obras de arte. Se representa por una letra C invertida,
contrapartida del símbolo del copyright.
"El copyleft pretende situar al usuario en el centro de la cultura y dar rienda
suelta a la creatividad colectiva de la sociedad. Porque si el copyright remite al
derecho -que hasta ahora ha privilegiado a los autores- a restringir las copias y usos
sobre sus obras, el copyleft remite también a un derecho -que tenemos los usuarios,
los lectores, la sociedad- a hacer uso de las mismas obras. Son dos visiones
enfrentadas sobre qué es la cultura, quién es importante en ella (el autor, el usuario
o la cuenta de ingresos), y cómo deben distribuirse y usarse las obras de creación".
6
Basado en estos principios, el profesor de Derecho de la Universidad de
Stanford, Lawrence Lessig, creó en 2001 la organización sin ánimo de lucro
Creative Commons. El proyecto ha creado una serie de licencias, traducidas y
adaptadas a una docena de países actualmente que permiten al autor establecer los
usos que permite y los que limita de sus obras. De este modo se ha convertido en el
principal baluarte en la promoción y extensión del ideario del copyleft hacia nuevos
ámbitos de la cultura.
Cualquier creación que tenga una licencia de Creative Commons puede ser
copiada y distribuida libremente. No obstante, siempre que se use debe mantenerse
la atribución al autor original. Cuando este escoge la licencia decide además sobre
tres opciones, con las que establece si se puede hacer uso comercial de su obra, se
puede modificar o si la obra derivada debe tener el mismo tipo de licencia que la
original.
"No está claro hasta dónde puede alcanzar este movimiento y si los proyectos e
iniciativas que se desarrollan actualmente llegarán a enraizar con fuerza en la
sociedad, pero la semilla está plantada, y este movimiento ha comenzado a
despertar conciencias y a llamar la atención sobre la peligrosa apropiación que está
sufriendo la cultura en nuestras sociedades".
El conocimiento no es una mercancía, es una transmisión, una herencia, anterior
a nosotros mismos. Como creadores o receptores, se puede y debe incidir sobre la
estructura de las condiciones de producción, distribución y promoción del
conocimiento tanto offline como online.
CUBA AHORA, Año XI, 22/12/2011
Disponible en http://old.cubahora.cu/index.php?tpl=principal/ver-noticias/vernot_ptda.tpl.html&newsid_obj_id=1037288 (consultado en línea 5/8/2012)
7
14 DE ENERO DE 2013, 23:56
INTERNET
PROPIEDAD INTELECTUAL
La muerte de Aaron Swartz y la necesidad del Open Data
en la investigación científica
El pasado sábado una noticia tiñó de luto la red, Aaron Swartz, uno de los
personajes más carismáticos de la red y un genio de 26 años, se había suicidado.
Confieso que la noticia me dejó helado porque, a pesar de su juventud, Aaron Swartz se
había convertido en alguien que había contribuido enormemente a construir el Internet
que, a día de hoy, todos disfrutamos y, en su legado, nos deja sus contribuciones a la
definición de RSS o de Creative Commons. Precisamente, sus fuertes convicciones en
apoyo a la cultura libre fueron las que lo llevaron a sentarse delante de un tribunal por
un acto valiente que, visto con cierta perspectiva, fue llevado al extremo por Estados
Unidos: fue acusado de crímenes informáticos por hacerse con millones de artículos
científicos de JSTOR.
Durante el fin de semana, y también durante el día de hoy, se ha hablado mucho
del caso de Swartz porque, esta próxima primavera, se enfrentaba a un proceso judicial
en el que la fiscalía pedía una pena de 35 años de reclusión y un millón de dólares de
multa por violaciones de copyright. ¿El delito? Para el que no conozca el caso en
profundidad, en septiembre de 2010, Aaron Swartz se conectó desde la red del MIT a
JSTOR (un enorme repositorio de artículos científicos) y descargó alrededor de 4
millones de documentos con el objetivo de liberarlos (aunque no llegó a hacerlo) y,
8
aunque JSTOR se mantuvo en un papel discreto (retirando su demanda) y el MIT
mantuvo una cómoda neutralidad, el Gobierno de Estados Unidos actuó de oficio.
Esta actuación del gobierno, para un buen número de personas (entre las que
me incluyo), fue tremendamente exagerada y prueba de ello es la pena solicitada por
la fiscalía (35 años de reclusión y una compensación de un millón de dólares) que,
prácticamente, colocaba la actuación de Aaron Swartz al nivel de un ataque terrorista y
que, ante tanta presión, lo llevó al borde de la depresión. Si bien el abogado de Swartz
ha comentado hoy que tenía una estrategia para afrontar el juicio (y que hubiesen
tenido posibilidades de ganar), el hecho es que Aaron Swartz está muerto por una
acusación que, vista en perspectiva, es un cúmulo de despropósitos y nos muestran
algunos de los sinsentidos del mundo del copyright y la investigación científica
actual (aunque ahora los cargos hayan sido retirados).
Son muchas las universidades de todo el mundo que están suscritas a revistas
científicas y a repositorios de artículos de investigación que, cada día, son utilizados por
miles de investigadores para buscar referencias o realizar trabajos para sus tesis
doctorales o cualquier otro tipo de trabajo académico. Estas suscripciones no son
gratuitas y, de hecho, no es algo que esté al alcance de cualquier bolsillo por lo que,
para muchos investigadores, las redes de las Universidades son el único punto de
acceso a este conocimiento.
En mi opinión, una buena parte de este conocimiento (por no decir
todo) debería ser libre y no es una opinión infundada puesto que, en una gran
proporción, las investigaciones están financiadas con fondos públicos. No tiene
sentido que los Estados dediquen fondos a la investigación y que ésta termine
materializada en patentes y artículos sujetos a copyright que están almacenados en
bases de datos que son de pago. Las investigaciones sufragadas con fondos públicos
deberían ser de acceso libre y universal a través de la red, algo que en Estados
Unidos se solicitó formalmente al gobierno y que, por ejemplo, en Reino Unido será algo
obligatorio a partir del año 2014.
Transmitir el know-how, cooperar u optimizar esfuerzos (además del
reconocimiento y los méritos académicos) son algunos de los objetivos de la publicación
de los resultados de las investigaciones en revistas o congresos pero, con el paso del
tiempo, se ha convertido en un negocio editorial sujeto a las estrictas y duras reglas del
mundo del copyright más arcaico y rancio. Y aunque pueda parecer que estoy hablando
de una utopía, proyectos como Gene Expression Omnibus nos demuestran que es
posible optimizar esfuerzos y que no es necesario "pagar" por algo que "ya se ha
pagado", es decir, pagar con fondos públicos el acceso a un conocimiento que ya ha
sido sufragado por fondos públicos.
Como bien ha comentado la familia de Aaron Swartz, su muerte va más allá de la
tragedia de un chico de 26 años que decidió poner fin a su vida; es un caso de
persecución extrema por parte de un aparato anquilosado en el pasado que llevó un
"gesto de protesta" al nivel de un delito extremadamente grave y que nos muestra que,
9
por mucho que hablemos hoy en día de transparencia o de Open Data, la información y
el conocimiento siguen sin ser todo lo libres que desearíamos.
El caso de Aaron Swartz debería abrir un gran debate en el seno de la
comunidad científica y servir de reflexión para intentar derribar, de una vez por todas,
los mecanismos actuales de acceso a la información de carácter científico y liberar
como mínimo, al igual que tiene planteado Reino Unido, los datos procedentes de
investigaciones sufragadas con fondos públicos porque, al proceder de nuestros
impuestos, deberían pertenecer a la ciudadanía.
JJ Velasco
Publicado en el blog ALT1040
URL del artículo: http://alt1040.com/2013/01/aaron-swartz-open-data-investigacion
(consultado en línea el 1 de febrero de 2013)
10
Las premisas de la argumentación
Para tener éxito en su propósito, el orador debe partir de tesis ya aceptadas por su
auditorio sobre las cuales edificar nuevos acuerdos. Estas bases de acuerdo
constituyen las premisas sobre las que se funda la argumentación. Las premisas son
opiniones, creencias, juicios y valores que se presuponen compartidas con el
destinatario del discurso y que, por lo tanto, no están sujetas a discusión.
Estos acuerdos básicos varían en función de los destinatarios a los que buscan
convencer. Si el discurso se dirige a un auditorio no especializado, el enunciador
apelará al sentido común y a principios y valores muy generales (los lugares comunes).
El recurso a valores universales como el bien, la verdad, la justicia, la razón y la libertad,
por citar algunos ejemplos, no son rechazados por ningún auditorio pero su definición es
tan vaga e imprecisa que las consecuencias que pueden extraerse de ellas variarán con
el significado que cada individuo les asigne. Por eso, un acuerdo sobre valores
comunes debe ir acompañado de un esfuerzo por interpretarlos y definirlos para que el
orador pueda adaptar ese acuerdo a sus fines.
Si el discurso se dirige a un grupo especializado como sucede con la
argumentación en el marco del discurso académico, por ejemplo las bases del acuerdo
serán más específicas. En efecto, cada disciplina define no sólo sus objetos de estudio
sino también los acuerdos y argumentos sobre los que fundamenta la racionalidad que
le es propia.
 Analizar los dos conjuntos de textos que siguen. Identificar y comparar las
premisas sobre las que se sostienen los acuerdos con sus destinatarios en
cada uno de los artículos e indicar si estas premisas aparecen en forma
explícita o no.
a. La polémica sobre la ortografía española
Botella al mar para el dios de las palabras*
por Gabriel García Márquez
A mis doce años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura
que pasaba me salvó con un grito: ¡Cuidado! El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin
detenerse, me dijo: ¿Ya vio lo que es el poder de la palabra? Ese día lo supe. Ahora
sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor,
que tenían un dios especial para las palabras.
Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer
milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni
que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas
palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual.
Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables,
por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el
teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o
susurradas al oído en las penumbras del amor.
11
No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas
lenguas que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan
sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un
lenguaje global.
La lengua española tiene que prepararse para un ciclo grande en ese porvenir sin
fronteras. Es un derecho histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas
hasta hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia cultural, su
rapidez y su fuerza de expansión, en un ámbito propio de diecinueve millones de kilómetros
cuadrados y cuatrocientos millones de hablantes al terminar este siglo. Con razón un
maestro de letras hispánicas en los Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le
van en servir de intérprete entre latinoamericanos de distintos países. Llama la atención que
el verbo pasar tenga cincuenta y cuatro significados, mientras en la república del Ecuador
tienen ciento cinco nombres para el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra
condoliente, que se explica por sí sola, y que tanta falta nos hace, aún no se ha inventado. A
un joven periodista francés lo deslumbran los hallazgos poéticos que encuentra a cada paso
en nuestra vida doméstica. Que un niño desvelado por el balido intermitente y triste de un
cordero, dijo: «Parece un faro». Que una vivandera de la Guajira colombiana rechazo un
cocimiento de toronjil porque le supo a Viernes Santo. Que Don Sebastián de Covarrubias,
en su diccionario memorable, nos dejó escrito de su puño y letra que el amarillo es el color
de los enamorados. ¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos un café que sabe
a ventana, un pan que sabe a rincón, una cereza que sabe a beso?
Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempos no cabe
en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al
contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo veintiuno como Pedro
por su casa.
En ese sentido, me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la
gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos
sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que
tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos
técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón
con los gerundios bárbaros, los ques endémicos, el dequeísmo parasitario, y devolvamos al
subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos
en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la
ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos
un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos
escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá
revolver con revólver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos
españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?
Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la esperanza
de que le lleguen al dios de las palabras. A no ser que por estas osadías y desatinos, tanto
él como todos nosotros terminemos por lamentar, con razón y derecho, que no me hubiera
atropellado a tiempo aquella bicicleta providencial de mis doce años.
*Discurso pronunciado por Gabriel García Márquez en la apertura del Primer Congreso
Internacional de la Lengua Española que tuvo lugar en Zacatecas, México, en 1997.
Reproducido por el diario La Jornada, México DF, 8 de abril de 1997
12
¿Eskrivir komo se abla?
Lourdes Penella
El español ha librado numerosas batallas en distintas líneas de fuego. De los rótulos escritos
exclusivamente con mayúsculas a Internet, el camino de nuestro idioma no ha sido fácil. Su
riqueza, sin embargo, parece estar hoy nuevamente amenazada, y por extraño que parezca,
en el frente universitario.
El adecuado empleo de la lengua española, entre otras habilidades, expresa hoy la estatura
profesional de un graduado. Pero las universidades se enfrentan a un enorme problema: el
vacío creado en la enseñanza del español desde hace más de 50 años en las primarias
nacionales.
Aunque de manera tardía e incompleta, el problema se ha empezado a
subsanar. Incluso, en algunas instituciones los resultados han sido halagüeños.
Sin embargo, un maestro universitario que enseña a dividir en sílabas una palabra, se
enfrenta a una fuerte resistencia por parte de sus alumnos. «¿Cómo yo, ingeniero de
tercer semestre, filósofo de primero, o contador en ciernes, voy a ponerme a dividir
en sílabas?», exclaman. «¿A mi edad? ¿Y para qué me va a servir? ¿Cómo es posible que
mi carrera me mande tres horas a la semana a conjugar verbos, a distinguir las ideas
principales de un texto o a colocar diéresis sobre la u? ¿Qué se cree esta profesora, que me
puso un 7, según ella porque "no están justificados mis argumentos en el ensayo del
examen final"?».
De modo que un curso universitario de redacción no se inicia con el primer
tema, sino con una abierta hostilidad, pues los estudiantes no le encuentran utilidad para su
vida profesional. «Pero en mi carrera sólo necesito matemáticas e inglés, los dos
idiomas universales…». Y al decirles que en algún momento tendrán que escribir una tesis
en correcto español, la respuesta es: «Pues entonces ya me preocuparé» o «Para eso están
los correctores. Profe, yo sé lo que le digo: hágale caso a García Márquez».
¿LA ORTOGRAFÍA NO ES RAZONABLE?
En efecto, Gabriel García Márquez propuso durante el primer Congreso Internacional de la
Lengua Española, celebrado en Zacatecas hace cinco años, la supresión de los acentos, un
indistinto uso para la Z y la C y para la G y la J, la desaparición de la V y de la H y
el exterminio de la Q.
Santiago de Mora, presidente del Instituto Cervantes, destacaba cómo,
curiosamente, el escritor colombiano criticó a la gramática con un discurso gramaticalmente
perfecto. «Hizo —dijo— un discurso lírico muy poco comparable con una propuesta práctica,
y lo hizo desde la imaginación y la libertad de un novelista» [1] .
De hecho, García Márquez no hizo sino recoger una propuesta en la que
diversos especialistas llevan años investigando: la de simplificar la ortografía española.
Uno de ellos, Raúl Ávila [2] declaró abruptamente en el Congreso que «la ortografía
académica no es razonable». Y agregó: «Cuando una ley puede ser infringida
involuntariamente por alguien que puso todo su empeño en cumplirla, la culpa no es del
infractor, sino de la ley». Opinión de la que no participan muchos profesores; en especial
dudan de que los alumnos «ponen todo su empeño en cumplirla…».
13
Raúl Ávila ha dedicado su vida a trabajar con escolares mexicanos de todo el país, y
sus estudios le han permitido conocer las dificultades de los niños para aprender las normas
ortográficas: las haches puestas al azar, las confusiones entre B y V, los problemas con la S,
C y Z y las mezclas de la LL y la Y. [3]. En efecto, en México los escollos
están fundamentalmente en aquellos grupos de letras que suenan igual, pero se
escriben diferente. El objetivo central es, pues, fonologizar la escritura, es decir, atribuir una
sola letra a cada sonido. Ávila ha propuesto, de hecho, un «alfabeto internacional
hispánico». Éste quedaría integrado por sólo 25 letras excluyendo a la C, la H, la Q, la W y la
X. Aceptar esta oferta representaría un grave empobrecimiento del idioma.
Sin embargo, si consideramos que a partir del año 2000, 90% de los
hispanohablantes somos latinoamericanos, la propuesta cobra interés.
Inmediatamente después de la oferta del colombiano, los argumentos en contra
brotaron como hongos. El principal sostiene que adaptar la ortografía a las distintas
pronunciaciones locales, acabaría dificultando la comunicación escrita entre los
hispanohablantes. Además, si un idioma hablado en 20 países se empieza a modificar, se va
a adaptar de manera distinta en cada país. Unos dirán que no quieren la H, pero sí la V,
otros dirán que quieren mantener la G y la J, pero no la Q, y así sucesivamente.
Este planteamiento tiene la aparente ventaja de que los niños aprenderían con
mayor rapidez, pero luego no sabrían leer los millones de libros que ya están editados con
las letras actuales.
Octavio Paz, ausente de Zacatecas por su ya delicado estado de salud, explicó en el
diario Reforma: «Sería como si quisiéramos imponer la fonética del siglo XIX al habla del
siglo XX. El habla evoluciona sola, no se tiene por qué proclamar ni declarar la libertad de
la palabra, ni tampoco su servidumbre. Muchas de las expresiones que García Márquez
propuso para sustituir las conjugaciones actuales, son arcaicas. Tampoco estoy de acuerdo
con la supresión de la hache. Si queremos saber adónde vamos, hay que saber de dónde
venimos» [4]
[…]
¡AH, Y LAS ETIMOLOGÍAS!
Este es otro de los argumentos esgrimidos por los enemigos de andar tocando el alfabeto.
«No se hicieron por capricho las reglas ortográficas, tienen una razón de ser. Las palabras
tienen un sentido etimológico», decía otro Nobel, el gallego Camilo José Cela. «Cuando
yo era catedrático, a los alumnos que tenían una sola falta de ortografía los suspendía. En
eso hay que ser inexorables…». [8]
Raúl Ávila contraataca, esta vez con una frase de Andrés Bello: «Conservar letras
inútiles por amor a las etimologías me parece lo mismo que conservar escombros en un
edificio nuevo para que nos hagan recordar el antiguo». [9]
Es lo que ocurre al filólogo español José Antonio Millán [10] con la hache: «higuera,
hierro, almohada, alhelí… qué quieres que te diga, yo les tengo cariño con hache… Es como
unos zapatos viejos que no valen para nada, pero que no te animas a tirarlos porque te
recuerdan por dónde has caminado con ellos».
El congreso de la lengua de Zacatecas se abrió con la propuesta de un Nobel de
Literatura para jubilar la ortografía. Y concluyó con la voz de Fernando Pessoa, que trajo a
colación Martín Mayorga cuando afirmó: «Decía Pessoa que la ortografía también es gente.
Y García Márquez, como algunas empresas, quiere jubilar a la gente antes de tiempo». [11]
Urge que en las universidades se siga enseñando redacción y ortografía de acuerdo
con la grandeza del idioma, porque es éste el único vehículo por el que se conoce el valor de
cada persona. Si no se escribe claro y se habla bien, es imposible conocer el pensamiento
del hombre.
14
Notas
[1] El País. «Congreso de la lengua castellana: la polémica de la ortografía». Sección La
Cultura, p. 28. Madrid, 13 abril de 1997.
[2] Raúl Ávila es lingüista mexicano. Profesor e investigador del Centro de Estudios
Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México. Coordinador de la Comisión de Difusión
Internacional del Español por radio, televisión y prensa.
[3] Véase Raúl Ávila. «Hacia un diccionario internacional hispánico», en Nueva Revista de
Filología Hispánica. 1998.
[4] Reforma. «La academia mexicana: limpia, fija y da esplendor». Sección D, p. 1. México
D.F., 2 de abril de 1994.
[8] «Transgresiones gráficas», en El cajetín de las lenguas. www.ucm.es/info/
especulo/cajetin/tr_grafi.html
[9] Véase Raúl Ávila. «Lengua hablada y estrato social: un acercamiento
lexicoestadístico», en Nueva Revista de Filología Hispánica. Tomo 36. México,
1988. pp. 144-146. Y sus artículos: «La lengua española en América cinco siglos
después», en Estudios Sociológicos. El Colegio de México. 1992. p. 690, y «La
lengua española en el quinto 92 y el primer 98», en Actas del IV Congreso
Internacional de «El español de América». Del 7 al 11 de diciembre de 1992. Tomo 1. Santiago
de Chile, Universidad Católica de Chile, 1995. p. 496. El planteamiento de una norma
lingüística hispánica también ha sido hecho por J. M. Lope Blanch en su artículo «El español
de América y la norma lingüística hispánica», en su libro
Nuevos estudios de lingüística hispánica. UNAM. México, 1993. pp. 127-136.
[10] Filólogo español. Autor del prólogo al Glosario básico inglés-español para
usuarios de internet, de Rafael Fernández Calvo.
www.comfia.net/documento/estudio/ajenos/glosario.htm#intro
[11] Daniel Martín Mayorga. «El idioma español y la sociedad de la información», en Centro
Virtual Cervantes: Congreso de Zacatecas.
www.cvc.cervantes.es/obref/congresos/zacatecas/tecnologias/ponencias/dmayorga.htm
publicado en revista electrónica Istmoenlinea.com.mx,
o
año 45, n 264, febrero 2003 (texto adaptado).
15
JAVIER MARÍAS LA ZONA FANTASMA
Discusiones ortográficas I
JAVIER MARÍAS 30/01/2011
No sé si una de las funciones, pero desde luego uno de los efectos y grandes ventajas de la
ortografía española era, hasta ahora, que un lector, al ver escrita cualquier palabra que
desconociera (si era un estudiante extranjero se daba el caso con frecuencia), sabía al instante
cómo le tocaba decirla o pronunciarla, a diferencia de lo que ocurre en nuestra hermana la
lengua italiana. Si en ella leemos “dimenticano” (“olvidan”), nada nos indica si se trata de un
vocablo llano o esdrújulo, y lo cierto es que no es lo uno ni lo otro, sino sobresdrújulo, y se dice
“diménticano”. Lo mismo sucede con “dimenticarebbero” (“olvidarían”), “precipitano”, “auguro” y
tantos otros que uno precisa haber oído para enterarse de que llevan el acento donde lo llevan:
“dimenticarébbero”, “prechípitano”, “áuguro”. Del francés ni hablemos: es imposible adivinar que
lo que uno lee como “oiseaux” (“pájaros”) se ha de escuchar más o menos como “uasó”. El inglés
ya es caótico en este aspecto: ¿cómo imaginar que “break” se pronuncia “breic”, pero “bleak” es
“blic”, y que “brake” es también “breic”? ¿O que la población que vemos en el mapa como
“Cholmondeley” se corresponde en el habla con “Chomly”, por añadir un ejemplo caprichoso y
extravagante, y hay centenares?
Este considerable obstáculo era inexistente en español –con muy leves excepciones–
hasta la aparición de la última Ortografía de la Real Academia Española, con algunas de sus
nuevas normas. Vaya por delante que se trata de una institución a la que no sólo pertenezco
desde hace pocos años, sino a la que respeto enormemente y tengo agradecimiento. El trabajo
llevado a cabo en esta Ortografía es serio y responsable y admirable en muchos sentidos, como
no podía por menos de ser, pero algunas de sus decisiones me parecen discutibles o arbitrarias,
o un retroceso respecto a la claridad de nuestra lengua. Tal vez esté mal que un miembro de la
RAE objete públicamente a una obra que lleva su sello, pero como considero el corporativismo
un gran mal demasiado extendido, creo que no debo abstenerme. Mil perdones.
Lo cierto es que, con las nuevas normas, hay palabras escritas que dejan dudas sobre su
correspondiente dicción o –aún peor– intentan obligar al hablante a decirlas de determinada
manera, para adecuarse a la ortografía, cuando ha de ser ésta, si acaso, la que deba adecuarse
al habla. Si la RAE juzga una falta, a partir de ahora, escribir “guión”, está forzándome a decir
esa palabra como digo la segunda sílaba de “acción” o de “noción”, y no conozco a nadie, ni
español ni americano (hablo, claro está, de mi muy limitada experiencia personal), que diga
“guion”. Tampoco que pronuncie “truhán” como “Juan”, que es lo que pretende la RAE al prohibir
la tilde y aceptar sólo “truhan”. De ser en verdad consecuente, esta institución tendría que
quitarle también a ese vocablo la h intercalada (¿qué pinta ahí si, según ella, se dice “truan” y es
un monosílabo?), lo mismo que a “ahumado”, “ahuyentar” y tantos otros. O, ya puestos, y
siguiendo al italiano y a García Márquez en desafortunada ocasión, ¿por qué no suprimir todas
las haches de nuestra lengua? Los italianos escriben “ipotesi”, “orrore”, “eresia” y “abitare”, el
equivalente a “ipótesis”, “orror”, “erejía” y “abitar”. Y dado que la Academia parece inclinada a
16
facilitarles las cosas a los perezosos e ignorantes suprimiendo tildes, no veo por qué no habría
de eliminar también las haches. (Dios lo prohíba, con su hache y su tilde.)
En cuanto a “guié” o “crié”, si se me vetan las tildes y se me impone “guie” y “crie”, se me
está indicando que esas palabras las debo decir como digo “pie”, y no es mi caso, y me temo
que tampoco el de ustedes. Hagan la prueba, por favor. Tampoco digo “guió” y “crió” como digo
“vio” o “dio”, a lo que se me induce si la única manera correcta de escribirlas es ahora “guio” y
“crio” (en la Ortografía de 1999 poner o no esas tildes era optativo, y no alcanzo a ver la
necesidad de privar de esa libertad). En cuanto a “riáis” o “fiáis”, si yo leo “riais” y “fiais”, como
ordena la RAE, me arriesgo a creer que he de pronunciar esas formas verbales igual que la
segunda sílaba de “ibais”, lo cual, francamente, no es así. Y si leo “hui” en vez de “huí”, nada me
advierte que no deba decir esa palabra exactamente igual que la interjección “huy” (tan frecuente
en el fútbol) o que “sí” en francés, es decir, “oui”, es decir, “ui”. Si un número muy elevado de
hablantes percibe todos estos vocablos como bisilábicos con hiato, y no como monosilábicos con
diptongo, ¿a santo de qué impedirles la opcionalidad en la escritura? La RAE parece tenerle
pánico a la posibilidad de elegir en cuestión de tildes (que es algo menor y que no afecta a la
sacrosanta “unidad de la lengua”). Pero es que además es incongruente en eso, porque sí
permite dicha opcionalidad en “periodo” y “período”, “policiaco” y “policíaco”, “austriaco” y
“austríaco” (yo siempre las escribo sin tilde), lo mismo que en “alvéolo” y “alveolo”, “evacúa” y
“evacua” y otras más. ¿Por qué no permitir que cada hablante opte por “truhán” o “truhan”, como
aún puede hacerlo (por suerte) entre “solo” y “sólo”, “este” y “éste”, “aquel” y “aquél”? La
posibilidad de seguirles poniendo tildes a estas palabras no es para mí irrelevante. ¿Cómo
saber, si no, lo que se está diciendo en la frase “Estaré solo mañana”? Si se la escribe en
un mail un hombre a su amante, la diferencia no es baladí: sin tilde significa que estará sin su
mujer; con tilde que mañana será el único día en que estará en la ciudad. No es poca cosa, la
verdad. Por menos ha habido homicidios.
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JAVIER MARÍAS LA ZONA FANTASMA
Discusiones ortográficas II
JAVIER MARÍAS 06/02/2011
Además de las expuestas el pasado domingo, hay algunas objeciones que quisiera hacer a las
nuevas normas de la reciente Ortografía de la Real Academia Española y de las otras veintiuna,
sobre todo americanas, que la han acordado por unanimidad.
a) Mayúsculas y minúsculas. En realidad no entiendo por qué tal cosa ha de ser regulada,
ya que, a mi parecer, pertenece al ámbito estilístico personal de cada hablante –o, mejor dicho,
de cada escribiente–. Habrá ateos que escriban siempre “dios” deliberadamente, y todo creyente
optará por “Dios”, por poner un ejemplo extremo. Según la RAE, supongo, habría que escribirlo
en toda ocasión con minúscula, ya que ha decidido que todos los nombres que sean comunes
(“rey”, “papa”, “golfo”, “islas”, etc.) han de ir así obligatoriamente aunque formen parte de lo que
para muchos hablantes funciona como nombre propio. Así, “islas Malvinas”, “papa Benedicto”,
“mar Mediterráneo” o “rey Juan Carlos”. E, igualmente, al referirse a un rey concreto, omitiéndole
el nombre, habría que escribir “el rey” y nunca “el Rey”. Yo no pienso seguir esta norma, porque
considero que algunos títulos y nombres geográficos funcionan como nombres propios y
topónimos, o son sustitutivos de ellos. Cuando en España decimos “el Rey” –y dado que sólo
hay uno en cada momento–, utilizamos esa expresión como equivalente de “Juan Carlos I”, algo
a lo que casi nadie recurre nunca. De la misma manera, “Islas Malvinas” funciona como un
nombre propio en sí mismo, equivalente a “República Democrática Alemana”, que era el oficial
del territorio también conocido como Alemania Oriental o del Este. Según las últimas normas,
deduzco que nos tocaría escribir “la república democrática alemana”, con lo cual no sabríamos
bien si se habla de un país o de qué. Si yo leo “el golfo de México”, ignoro si se trata de una
porción de mar o de un golferas mexicano –tal vez del golferas por antonomasia, ¿acaso
Cantinflas?–. Y si leo “príncipe de Gales”, dudo si se me habla del tejido así llamado o del
heredero a la corona británica.
b) Zeta. La RAE ha decidido que el nombre de esa letra se escriba sólo con c, porque con
ésta se representa ese sonido –en parte de España– antes de e y de i. Siempre me pareció tan
adecuado que el nombre de cada letra incluyera la letra misma que durante largo tiempo creí que
la x se escribía “equix”, aunque todos digamos “equis” y así se escriba de hecho. Pero es que
además el reciente Diccionario panhispánico de dudas, de la misma RAE, valida grafías como
“zebra” (aunque la juzga en desuso), “zinc” o “eczema”. Y, desde luego, no creo que se oponga a
que sigamos escribiendo “Ezequiel” y “Zebulón”. No veo, así pues, por qué “zeta” pasa a ser
ahora una falta. No está mal que haya algunas excepciones o extravagancias ortográficas en las
lenguas, y en español son tan pocas que no veo necesidad de suprimirlas.
c) Qatar. La RAE decide que este país y sus derivados –“qatarí”– se escriban con c. El
origen de esa peculiar grafía –aceptada en casi todas las lenguas– está, al parecer, en la
recomendación de arabistas, que distinguen dos clases diferentes de fonema /k/ en árabe. Por
eso, arguyen, se escribe “Kuwait” y se escribe “Qatar”, pese a que nosotros percibamos el
fonema en cuestión de una sola manera. La representación gráfica de las palabras –eso lo sabe
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cualquier poeta– tiene un poder evocativo y sugestivo que las nuevas normas desdeñan. Si yo
leo “Qatar”, en seguida se me sugiere un lugar exótico y lejano. Si leo “Catar”, en cambio, lo
primero que me viene a la imaginación es una cata de vinos. Pero es que además, para ser
consecuente, la RAE tendría que condenar la ortografía “Al Qaeda” y proponer “Al Caeda” o
quizá “Al Caida” o quién sabe si “Al Caída”. Los internautas iban a tener graves problemas para
encontrar información sobre esa organización terrorista, desconocida en el resto del mundo, y de
la que lamentablemente hoy se habla a diario.
d) Ex. Decide la RAE que no se separe ese prefijo del vocablo que lo acompañe, y que se
escriba “exmarido”, etc. Sin embargo, y dado que en español hay numerosas palabras largas
que empiezan por “ex” sin que esa combinación sea un prefijo, un estudiante primerizo de
nuestro idioma puede verse en dificultades para saber si “exayuntamiento” es un vocablo en sí
mismo o si “exacerbación” o “execración” se componen de dicho prefijo y de las inexistentes
“acerbación” y “ecración”.
e) Adaptaciones. Las grafías “mánayer” o “pirsin”, que la RAE propone, son tan
irreconocibles como lo fue “güisqui” en su día (fea y además mal transcrita, como si
escribiéramos “güevos”). En cuanto a “sexi”, es directamente una horterada, siento decirlo.
En la Academia hay quienes consideran que discutir y objetar a estas cosas es perderse
en minucias. Puede ser. Pero habrá de concedérseme que también lo es, entonces, dictaminar
sobre ellas y aplicarles nuevas normas. Si la Ortografía se ha molestado en mirarlas, no veo por
qué no debamos hacerlo quienes estamos en desacuerdo con sus modificaciones. Termino
reiterando lo que ya dije hace una semana: mis modestas objeciones no me impiden reconocer
el gran trabajo que, en su conjunto, supone la nueva Ortografía, obra admirable en muchos
sentidos. Habría sido redonda si no hubiera querido enmendar lo que quizá ya estaba bien,
desde su versión de 1999. Porque para mí nuestra lengua es ahora un poco menos elegante y
menos clara.
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JAVIER MARÍAS LA ZONA FANTASMA
Dos postdatas
JAVIER MARÍAS 06/03/2011
Postdata ortográfica. Hace unas semanas expuse aquí mis objeciones a las nuevas normas de
la Ortografía de la Real Academia Española, y señalé algún inconveniente de la obligatoriedad
de escribir el prefijo "ex" adosado a cada palabra: así, "exapóstata" o "exahorcado", que, como
muchas otras, dan pie a vocablos confusos y poco reconocibles, al menos al primer golpe de
vista. La base para esta caprichosa regla es el deseo de "homologar" todos los prefijos. Y,
puesto que escribimos "anticomunista", "proamericano" y "metaliterario", juntemos también "ex"
con cualquier término al que decidamos aplicarle la condición de "ya no". Pero no todos los
prefijos se prestan al mismo juego, y nuestros ortógrafos no parecen haberse dado cuenta de
que, con tal medida, han optado por formar una combinación o grupo de letras inexistente en
español y que además es redundante, impronunciable e incorrecto. Ocurre cada vez que "ex"
precede, sin guión ni espacio, a un vocablo que empiece por s: "exsacerdote", "exsuegro" o
"exsoldado". A mi modo de ver, ese grupo constituye un disparate ortográfico, porque la s jamás
puede seguir a la x y esa secuencia es una falta. La letra x engloba dos sonidos en nuestra
lengua: k+s. Quien bien pronuncia dice "eksakto" cuando lee "exacto", o "ekskisito" cuando lee
"exquisito". Así, la manera adecuada de escribir "exsacerdote" o "exsuegro" sería "exacerdote" y
"exuegro" -como no se escribe "exsudar", sino "exudar"-, pero en este caso nos encontraríamos
con unas palabras aún más irreconocibles. Por último, la única forma de pronunciar cabalmente
lo que la RAE pretende que escribamos ("exsacerdote" y "exsantidad", junto con varios
centenares de absurdos) sería haciendo una pausa entre el prefijo y el nombre, es decir, no
como si se tratara de una sola palabra, sino de dos: "ex" y "sacerdote", justamente lo que nuestra
admirable institución acaba de borrar de un plumazo. Para este viaje no hacían falta tantas
alforjas. Claro que aún hay algún caso más chistoso. ¿Qué me dicen de "exxenófobo", en el
colmo de la impronunciabilidad y la redundancia?
Postdata sintáctica. Asombra cómo cada vez más se concede importancia a lo que no la
tiene y se resta a lo que sí. Por supuesto, el párrafo anterior no la tiene, pero el defecto está en
origen: si carece de importancia dictaminar sobre cómo debemos escribir "ex" a partir de ahora no veo qué falta hacía-, mal puede tenerla objetar al dictamen. Recurro a la vieja alegación
infantil: "Yo no he empezado". Pero a otra cosa: de las numerosas mentiras que salpican nuestra
vida pública, no son las del valenciano Camps ni las de ningún corrupto o desfachatado las que
han suscitado mayor indignación, sino la supuesta que el Profesor Rico deslizó en su postscriptum a un artículo de este diario. Ya recuerdan: "En mi vida he fumado un solo cigarrillo".
Como el infantilismo nos atenaza, los inquisidores bucearon en Internet y allí encontraron, con
gran satisfacción e índices extendidos, toda clase de pruebas gráficas de que Rico no sólo había
mentido, sino que había faltado a la verdad, que para algunos es más grave y solemne. La
Defensora del Lector lo llamó a capítulo, lo amonestó, le dio con la regla y lo puso cara a la
pared, con argumentos -para mí, lo siento- bastante cómicos, aunque no tanto como los de
algunos no fumadores airados; bueno, esto último es ya una redundancia en España, donde todo
lo que encoleriza el humo, no molestan lo más mínimo los venenos de los coches -que
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padecemos sobre todo los que sólo somos peatones- ni el ruido en aumento, que esos mismos
no fumadores, con su prohibición adorada, han agravado hasta límites insoportables, al enviar a
la calle a unos catorce millones de apestados, ya verán cuando llegue el buen tiempo.
El caso del Profesor ha dado varias vueltas más, y se ha convertido en objeto de doctas y
enconadas polémicas: ¿es ético inventar algún dato o detalle cuando se escribe en prensa? ¿Es
lícito mezclar realidad y ficción? A ver qué gracia le hace a usted que le atribuya en mi columna
una felonía sin que se sepa dónde empieza lo verdadero y dónde lo fantaseado. ¿A que no
gusta? Pues ahora lo denuncio, por calumniador. Atrévase, en sus propios argumentos tengo mi
defensa, etc. Lo cierto es que Rico ha seguido sorteando, con buen criterio y elegancia, a
cuantos se le han cruzado, incluidos varios redactores, la Defensora con su palmeta y un señor
ya talludo que hace unas semanas paseaba parsimonioso ante la puerta de la Academia con una
pancarta amarilla en alto, que rezaba: "La lengua, para ser veraz, fuera Rico, fumador falaz".
Todo un logro, no de otro modo pienso llamar al Profesor a partir de ahora. Rico se avino a darle
algunas desganadas explicaciones a la Defensora, y prefirió llevarse una regañina antes que
aducir lo que quizá lo habría exonerado, y descubrirse. No parece que otros, pero desde que yo
leí su infame post-scriptum, sabedor de que me bate a cigarrillos, lo entendí no como una
mentira, sino como una agudeza sintáctica. "En mi vida he fumado un solo cigarrillo" (el orden es
fundamental) significa para mí eso literalmente: "Uno solo, jamás. En la vida. Siempre han sido
varios". O bien: "Siempre ha sido el mismo, uno solo. Es decir, han sido uncontinuum". Si uno
aplica la sintaxis escrupulosamente -que vengan un abogado y un gramático y lo vean-, cuantos
han llamado embustero a Rico lo han difamado. Tal vez sea él, a la postre, quien haya de
denunciarlos.
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b. Acerca de Bolivia Construcciones
Bajo sospecha
por Diego Rojas para Veintitrés.
OTRO PREMIO LITERARIO CUESTIONADO POR PLAGIO.
ESCÁNDALO Y EL DEBATE ENTRE ESCRITORES Y ACADÉMICOS
Esta vez se trató de la novela Bolivia Construcciones, de Sergio
Di Nucci, ganadora del concurso La Nación 2006. Por qué el
jurado revocó el galardón. Qué dijo el autor.
En contra
Por Elsa Drucaroff*
La semiología y el análisis del discurso sostienen que nadie puede hablar como la
Biblia dijo que habló Adán, por primera vez, sacando palabras de la nada. Toda
palabra que se pronuncia ya ha sido dicha, viene contaminada de connotaciones,
juicios de valor, tradiciones, etc., y por lo tanto hablar es citar a muchos, escribir
también. Esto no supone que quien escribe sea un pasivo repetidor, porque se trata
de dialogar. Cada palabra que se dice o escribe dialoga con ella misma, dicha o
escrita antes por otros. En literatura este fenómeno es constante. Pero a veces opera
a partir de un procedimiento muy consciente, que en la posmodernidad está de
moda: ese procedimiento se llama intertextualidad. Ahora bien, ¿cuándo hay
intertextualidad y cuándo simple plagio? El grupo Bajtin sostiene que entre el
discurso referido y el discurso que refiere "se dan relaciones dinámicas de gran
complejidad y tensión". Por mi parte, he leído las dos novelas y no considero que en
las transcripciones que hace Di Nucci de Nada, de Carmen Laforet, estas relaciones
estén dadas. La transcripción es casi textual, sólo se cambia la primera persona
femenina por una primera masculina y las palabras españolas por palabras
verosímiles para el narrador boliviano: es decir, se borran las marcas en vez de
producir ese diálogo al que se alude en la intertextualidad.
*Novelista y crítica literaria
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A favor
Por Jorge Panesi*
La novela está planteada como un juego. Y Di Nucci no es el primero en utilizar este
procedimiento. Basta citar al Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal, en el que en
algunos momentos hay pasajes calcados del Ulises de James Joyce. La acusación de
plagio implica cuestionar toda la literatura moderna. Además, la literatura es el
territorio del robo, todos roban, todo aquel que escribe roba, la literatura implica la
suspensión de la moral. Esto cambia cuando está la ley de por medio. Y un jurado, un
premio y el dinero son las representaciones de la ley en la institución literaria. En un
certamen de esa naturaleza entran en consideración cuestiones económicas, éticas e
institucionales. Creo que el jurado está compuesto por lectores de primera línea. De
cualquier modo, cuando leyeron y premiaron Bolivia Construcciones por primera vez,
leyeron la novela como literatura. Cuando la leyeron por segunda vez, la leyeron
desde el punto de vista institucional, desde el punto de vista económico, del qué
dirán. Hay dos lecturas, ¿con cuál se queda el público? ¿Con la primera o con la
segunda?
La decisión sobre la cuestión de la copia se realiza en el acto de lectura:
cualquiera que lea un mismo escrito en contextos diferentes, lo lee de distinta
manera. El plagio en la literatura no existe, en cambio, existe el robo. Así, hay
quienes adoran a los ladrones y consideran al robo como una de las bellas artes. Por
eso, hay robos mal hechos y robos bien hechos. En este sentido, considero que
Bolivia Construcciones es un robo bien realizado.
*Director de la carrera de Letras en la UBA
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Argumentos y tesis
En una argumentación, las tesis –es decir, las posiciones que son defendidas en el
discurso– se distinguen de los argumentos los datos que se ofrecen para sostener la
tesis por los conectores lógicos que se emplean para introducir unas y otros. Por
ejemplo, en el enunciado siguiente:
"La pena de muerte es injusta porque comete el mismo crimen que pretende castigar"
el segmento del enunciado introducido por "porque" señala el argumento que sostiene la
tesis "la pena de muerte es injusta". En efecto, conectores como "porque", "puesto que",
"dado que" son empleados para introducir argumentos, mientras que "por lo tanto", "por
consiguiente", "en consecuencia", "entonces" presentan tesis o conclusiones.

La lista que se presenta a continuación reúne una serie de proposiciones que
pueden ser empleadas como tesis o bien como argumentos. Relacionarlas
armando secuencias conectadas por el nexo que corresponda.






Descargar libros de Internet sin permiso de sus autores es un robo.
La propiedad intelectual debe ser protegida como toda propiedad.
La descarga ilegal de obras artísticas causa un grave daño material y moral a los
autores de esas obras.
Es necesario instrumentar leyes que regulen y sancionen los usos ilícitos de
contenidos disponibles en Internet.
El derecho de autor protege los intereses de los productores de bienes culturales
en todos los medios en los que circulan sus obras.
La piratería en todas su formas atenta contra la supervivencia de la industria
cultural y la producción artística.
La controversia: argumentos y contra-argumentos

Oponer una nueva tesis a cada una de las tesis identificadas en la consigna
anterior y elaborar un argumento que la sostenga.

Escribir un artículo de opinión sobre el tema al que se refieren las tesis y
argumentos de las dos consignas anteriores. Además de los argumentos
elaborados en las actividades previas, el artículo debe incluir por lo menos
un ejemplo con valor argumentativo.
Antes de escribir es conveniente elaborar un plan que defina claramente:
a. el objeto de la controversia,
b. la tesis principal sostenida en la argumentación,
24
c. las características del enunciador y del destinatario, los argumentos y
contrargumentos que se articularán en el texto
d. el medio en el que se publicará.

En los textos que se presentan a continuación, identificar las tesis que se
plantean y los argumentos que se proponen para sostenerlas.

Elegir uno de los dos artículos y escribir una refutación de sus posiciones.
Antes de escribir es conveniente elaborar un plan que contemple las mismas
cuestiones consideradas en la consigna anterior.
Lo que Internet le está haciendo a nuestros cerebros
¿Google nos está volviendo estúpidos?
Por Nicholas Carr1 para The Atlantic2
“Dave, basta. Basta, por favor. Basta, Dave. ¿Vas a parar de una vez, Dave?” Así le ruega la
supercomputadora HAL al implacable astronauta Dave Bowman en una famosa y extrañamente
conmovedora escena del final de la película de Stanley Kubrick 2001: Una odisea del espacio.
Bowman, que había estado a punto de ser condenado a morir en el espacio a causa de un
problema de funcionamiento de la máquina, está desconectando tranquila y fríamente los
circuitos de memoria que controlan su cerebro “artificial”. “Dave, mi mente se está yendo,” dice
HAL, con desesperación. “Puedo sentirlo. Puedo sentirlo.”
Yo también puedo sentirlo. Durante estos últimos años he tenido la incómoda sensación
de que alguien o algo ha estado jugando con mi cerebro, rediseñando el circuito neuronal,
reprogramando la memoria. Mi mente no se está yendo –al menos eso creo– pero está
cambiando. No pienso de la misma manera que antes. Puedo sentirlo más claramente cuando
leo. Sumergirme en un libro o en un artículo extenso solía ser fácil. Mi mente era capturada por
el relato o por los argumentos y podía pasarme horas recorriendo largos pasajes en prosa. Eso
ya casi nunca sucede. Ahora mi concentración a menudo empieza a desviarse después de dos o
tres páginas. Me pongo nervioso, pierdo el hilo, empiezo a buscar otra cosa para hacer. Me
siento como si tuviera que arrastrar a mi cerebro de vuelta al texto. La lectura profunda que solía
venir naturalmente se ha convertido en una lucha.
1
Autor del libro The Big Switch: Rewiring the World, From Edison to Google (“El gran cambio:
reconectando el mundo, de Edson a Google”, 2008).
2
The Atlantic es una revista norteamericana de publicación mensual fundada en 1857 por un
grupo de intelectuales notables entre los que se contaban escritores como Ralph Waldo
Emmerson, Harriett Beecher-Stowe y H. W. Longfellow.
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Creo saber lo que está pasando. Desde hace ya más de una década, paso mucho
tiempo conectado, buscando y navegando y, a veces, aportando algo a la gran base de datos de
Internet. La Web ha sido un regalo de Dios para mí, como escritor. Una investigación que antes
requería días en las bibliotecas ahora puede hacerse en minutos. Unas pocas búsquedas en
Google, algunos clicks rápidos en enlaces y ya tengo el dato revelador o la cita precisa que
necesitaba. Aun cuando no estoy trabajando, es muy probable que me encuentre explorando la
selva de información de la Web, leyendo y escribiendo correos electrónicos, barriendo titulares y
entradas de blogs, viendo videos o escuchando podcasts o solo saltando de enlace en enlace. (A
diferencia de las notas al pie con los que a veces se los compara, los enlaces no señalan
meramente a obras relacionadas; te lanzan hacia ellas.)
Para mí, como para tantos otros, la Web se está convirtiendo en el medio universal, el
conducto de la mayor parte de la información que fluye a través de mis ojos y oídos y en mi
mente. Las ventajas de tener acceso inmediato a un archivo tan increíblemente rico de
información son muchas y han sido ampliamente descriptas y debidamente aplaudidas. “El
recuerdo perfecto de la memoria de siliconas”, escribió Clive Tompson en Wired, “puede ser una
enorme bendición para el pensamiento.” Pero esa bendición tiene un precio. Como señaló en los
años ’60 el teórico de la comunicación Marshall McLuhan, los medios no son sólo canales
pasivos de información. Proveen material para el pensamiento pero también modelan los
procesos de pensamiento. Y lo que Internet parecería estar haciendo es triturar mi capacidad de
concentración y contemplación. Mi mente ahora espera recibir información de la manera en que
la distribuye la Web: como un rápido torrente de partículas en movimiento. Antes era un buzo en
el mar de las palabras. Ahora surfeo a lo largo de la superficie como un tipo en un Jet Ski.
No soy el único. Cuando comento mis problemas con la lectura entre amigos y conocidos
–la mayoría de ellos, gente de letras– muchos dicen tener experiencias parecidas. Cuanto más
usan la Web, más tienen que esforzarse en mantenerse concentrados a lo largo de escritos
extensos. Algunos de los bloggers que suelo leer también han comenzado a mencionar el
fenómeno. Scott Karp, que escribe un blog sobre medios en Internet, recientemente confesó que
ha dejado de leer libros. “Estudié literatura en la Universidad y era un lector voraz de
libros,”escribió. “¿Qué pasó?” La respuesta sobre la que especula: “¿Qué pasa si todo lo que leo
está en Internet no tanto porque cambió mi manera de leer, es decir, por una simple cuestión de
comodidad, sino porque cambió mi manera de PENSAR?”
Bruce Friedman, que lleva un blog sobre el uso de las computadoras en medicina,
también describió cómo Internet ha alterado sus hábitos mentales. “Perdí casi totalmente la
capacidad de leer y absorber un artículo extenso tanto en la web como impreso”, escribió hace
poco. Friedman, un patólogo que ha sido durante muchos años profesor de la Facultad de
Medicina de la Universidad de Michigan, amplió su comentario en una conversación telefónica
conmigo. Su pensamiento, dijo, ha adquirido una cualidad de “staccato” que refleja la manera en
la que recorre rápidamente breves pasajes de texto de diversas fuentes online. “Ya no puedo
leer La guerra y la paz”, admitió. “He perdido la capacidad para hacerlo. Hasta una entrada de
blog de más de tres o cuatro párrafos es demasiado para absorber. Le paso apenas por encima.”
Las anécdotas por sí solas no prueban gran cosa. Y todavía estamos esperando
experimentos neurológicos y psicológicos de largo plazo que provean una imagen definitiva de
cómo el uso de Internet afecta la cognición. Pero un estudio de investigadores de la Universidad
de Londres sobre hábitos de búsqueda online publicado recientemente, sugiere que podríamos
estar en el medio de un mar de cambios en nuestra forma de leer y pensar. En el marco de un
programa de investigación de cinco años de duración, los investigadores examinaron registros
de computación que documentan el comportamiento de los visitantes de dos sitios de búsqueda
muy frecuentados, uno operado por la Biblioteca Británica y otro por un consorcio educativo del
Reino Unido. Descubrieron que la gente que usa estos sitios exhibió una forma de actividad de
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“pasada superficial”, saltaban de una fuente a la otra y raramente volvían a una fuente que
habían visitado previamente. Por lo general, no leían más de una o dos páginas de un artículo o
libro antes de decidir “rebotar” a otro sitio. A veces guardaban un artículo extenso pero no hay
evidencia de que hayan vuelto efectivamente a él para leerlo. Los autores del trabajo señalaron
que:
Es claro que los usuarios no leen online en el sentido tradicional: de hecho
hay indicios de que están emergiendo nuevas formas de “lectura” ya que los
usuarios recorren horizontalmente títulos, páginas de contenidos y resúmenes en
busca de ganancias rápidas. Casi parecería que se conectan a la red para evitar
leer en el sentido tradicional.
Gracias a la omnipresencia del texto en Internet, y por supuesto a la popularidad de los
mensajes de texto en teléfonos celulares, es muy posible que estemos leyendo mucho más hoy
que en los años ’70 u ’80, cuando la televisión era el medio privilegiado. Pero es una forma
diferente de lectura y detrás de ella yace una forma diferente de pensamiento, quizás hasta un
nuevo sentido del ser. “No solo somos lo que leemos”, dice Maryanne Wolf, psicóloga de la
Universidad de Tufts y autora de Proust y el calamar: la historia y la ciencia del cerebro lector.
“Somos cómo leemos.” Wolf se inquieta ante la posibilidad de que el estilo de lectura que
promueve la Red, un estilo que pone la “eficiencia” y la inmediatez” por encima de cualquier otra
cosa, esté debilitando nuestra capacidad para el tipo de lectura profunda que emergió cuando
una tecnología anterior, la de la imprenta, generalizó la circulación de obras en prosa largas y
complejas. Cuando leemos online, dice, tendemos a convertirnos en “meros decodificadores de
información.” Nuestra capacidad para interpretar el texto, para establecer las ricas conexiones
mentales que se dan cuando leemos profundamente y sin distracciones, se utiliza muy poco.
Leer, explica Wolf, no es una capacidad instintiva para los seres humanos. No está
programada en nuestros genes como lo está el habla. Tenemos que enseñarle a nuestra mente
a traducir los caracteres simbólicos que vemos en el lenguaje que comprendemos. Y los medios
y las otras tecnologías que usamos para aprender y practicar la actividad de la lectura juegan un
papel importante en la conformación de los circuitos neuronales en nuestros cerebros. Se ha
demostrado experimentalmente que los lectores de ideogramas, como los del chino, desarrollan
un circuito mental para la lectura muy diferente del que se encuentra en aquellos cuya escritura
se alfabética. Las variaciones se extienden a través de varias regiones cerebrales, incluidas las
que gobiernan funciones cognitivas tan esenciales como la memoria y la interpretación de
estímulos visuales y auditivos. Podemos sospechar, entonces, que los circuitos configurados por
nuestro uso de la Red serán diferentes de los que establecen nuestra lectura de libros y otras
obras impresas.
Alrededor de 1882, Friedrich Nietzsche compró una máquina de escribir, una MallingHansen Writing Ball, para ser preciso. Su vista estaba debilitada y mantener sus ojos
concentrados en una página se había convertido en una tarea agotadora y dolorosa que a
menudo le provocaba terribles migrañas. Se había visto obligado a reducir su escritura y lo
acosaba el temor de que en poco tiempo más tendría que abandonarla por completo. La
máquina de escribir lo rescató, al menos por un tiempo. Una vez que logró dominar el tipeo al
tacto, pudo escribir con sus ojos cerrados, usando solamente las yemas de sus dedos. Las
palabras podían fluir otra vez desde su mente a la página.
Pero la máquina tuvo un efecto más sutil sobre su trabajo. Un compositor amigo de
Nietzsche notó un cambio en el estilo de su escritura. Su prosa tersa se había vuelto más
cerrada, más telegráfica. “Quizás, a través de este instrumento, te acostumbrarás a un nuevo
idioma” le escribió el amigo en una carta, a la vez que le señaló que sus “‘pensamientos’ tanto en
27
la música como en el lenguaje a menudo dependían de la cualidad de la pluma y el papel”.
“Tienes razón”, le respondió Nietzsche, “nuestro instrumental para escribir participa activamente
en la formación de nuestros pensamientos.” Bajo la influencia de la máquina, escribe el
investigador en comunicación alemán Friedrich A. Kittler, la prosa de Nietzsche “cambió los
argumentos por aforismos, los pensamientos por tropos y la retórica por el estilo telegráfico.”
[…]
Esa escena de 2001 me persigue. Lo que la hace tan conmovedora y tan extraña es la
reacción emocional de la computadora frente al desmantelamiento de su mente: su
desesperación a medida que cada circuito va apagándose, su ruego infantil al astronauta –
“Puedo sentirlo. Puedo sentirlo. Tengo miedo.”– y su regresión final a lo que solo puede llamarse
“estado de inocencia”. El torrente de sentimientos de HAL contrasta con la falta absoluta de
emoción que caracteriza a las figuras humanas en el film, que hacen sus tareas con eficiencia
casi robótica. Sus pensamientos y acciones parecen establecidos por un guión, como si
siguieran los pasos de una fórmula. En el mundo de 2001, la gente se ha vuelto tan maquinal
que el personaje más humano resulta ser una máquina. Esa es la esencia de la oscura profecía
de Kubrick: cuanto más dependemos de las computadoras para mediar nuestra comprensión del
mundo, es nuestra inteligencia la que se achata y se convierte en inteligencia artificial.
Publicado en la edición julio/agosto 2008 de The Atlantic,
Disponible en http://www.theatlantic.com/doc/200807/google
(traducción y adaptación de A. Reale)
28
La devaluación de la letra impresa
por Roberto Guareschi
Es una idea provocativa que hoy está tomando fuerza: Internet nos hace volver a una cultura
propia de la oralidad. Antes de la imprenta el conocimiento se transmitía oralmente. Quizás los
mejores ejemplos de ese tipo de construcción sean la Ilíada y la Odisea. Homero era un “cantor”:
tomaba versos de otros y los mezclaba y reelaboraba. Los “cantores” eran los depositarios del
conocimiento colectivo. No existía el concepto de “autor”.
¿Qué tendrá que ver esto con el periodismo? Les pido un poco de paciencia: tengo la
esperanza de recompensarlos
Con la invención de la imprenta comenzó a construirse la presunción de que la verdad
estaba en los libros. Eran sólidos, hermosos, ordenados, “uno podía confiar en la palabra,
impresa en lindas, prolijas columnas” dice Thomas Pettit, profesor de la Universidad de
Dinamarca del Sur. Los libros ayudan a ordenar nuestra visión del mundo en categorías. Aún
tienen, en gran parte de la población, la mayor credibilidad.
La idea provocativa que hoy intento describir Pettit es su teórico más radical se llama “El
paréntesis Gutemberg”. La era de la palabra impresa estaría terminando. Internet, las redes
sociales, están construyendo una cultura mediática definida por lo efímero, la referencia de
amigos, el chisme, y por la información y el conocimiento que fluye y no se contiene en el
formato rígido y estable de la imprenta.
Es una “segunda oralidad” (por eso la cultura de lo impreso sería un “paréntesis”). Algunas
de sus operaciones (sampling y remixing) consisten en tomar parte del contenido de una obra
(frases textuales, musicales, etc) y reusarla dentro de otra obra, sacándola del contexto original.
Es una cultura hecha, como en la época de Homero, de copia y recreación. ¿Copia? Sí: copia.
Hoy se llamaría aún “plagio”; para Homero no existía tal cosa. Tampoco para Shakespeare,
otro genial “remixador” (uno de los últimos, cuando se abría el “paréntesis Gutemberg”): la
mayoría de sus obras son reelaboraciones de otros textos.
Una acotación: los derechos de autor irán muriendo en muchas zonas de la nueva cultura.
Célebres bandas de rock toleran la piratería porque esa difusión no autorizada hace a sus giras
negocios multimillonarios, mucho más que el disco. Música y letras (palabras), no mediadas.
Retomamos a Pettit: ahora “se quiebran las categorías. La letra impresa no es más garantía
de veracidad. Lo oral ya no debilita a la verdad (…) El periodismo deberá distinguirse en un
mundo de formas de comunicación superpuestas. La gente no supondrá que si algo está en el
diario, es verdad”. En esto, señor Pettit, usted llega tarde… Mucha gente ya lee los diarios con
espíritu incrédulo, acá (más aún por la disputa con los Kirchner) y en el mundo desarrollado. En
este aspecto, nosotros ya estamos fuera del “Paréntesis Gutenberg”.
La teoría es muy estimulante. Su radicalidad ayuda a pensar nuestra era desde su mismo
núcleo: el conocimiento, los medios, la información. Desde luego, la palabra impresa no
desaparecerá pero seguirá devaluándose. Formará parte de nuevos lenguajes: no reinará y/o
tendrá que compartir el trono.
La iglesia temía a la imprenta: con la difusión masiva de la cultura perdía el monopolio de la
verdad. Esta “segunda oralidad” acelerará el fin de otro monopolio de la verdad: el de los medios
y periodistas tradicionales, golpeados por las nuevas tecnologías y por la cultura que las crea.
Esa cultura se cuece en las redes sociales. Cada vez más gente consume información
guiada por recomendaciones de sus amigos en vez de ir directamente a los grandes medios.
Sobrevivirán los que sepan construir una nueva credibilidad y un nuevo liderazgo. La palabra
impresa y las grandes marcas periodísticas no impresionan a los nativos digitales. Cada vez más
la credibilidad y el liderazgo se ganarán en un trabajo conjunto y en red con los usuarios y no
desde un podio en un aula magna frente a una audiencia muda y decreciente.
publicado en el diario Perfil, el 23 de mayo de 2010
29
La organización del discurso: la dispositio
De acuerdo con la dispositio clásica, cuya función consistía en organizar los materiales
elaborados en la etapa de la inventio, la estructura del discurso argumentativo consta de
cuatro partes principales, gobernadas, a su vez, por dos objetivos básicos: conmover y
convencer . Estas cuatro partes son:
1) el exordio, la apertura del discurso, en la que el orador se presenta e intenta
captar la adhesión del auditorio a la vez que introduce en forma resumida la el
objeto de discusión;
2) la narratio, el momento en el que se exponen los hechos relacionados con el
tema a tratar,
3) la confirmatio, en la que se presentan los argumentos que sostienen la posición
del orador y
4) el epílogo, cuyo objetivo es reforzar el acuerdo alcanzado en la fase anterior
movilizando las emociones del auditorio.
Este orden codificado por la retórica no es ni universal ni necesario. Ya Aristóteles
había observado que no hay más que dos partes indispensables en el discurso
argumentativo: la enunciación de la tesis que se ha de defender y los medios para
probarla. Sin embargo, el orden de presentación de los argumentos es fundamental para
construir las condiciones de recepción más favorables para la aceptación de la tesis. En
todos los casos, la organización de un discurso argumentativo debe tener en cuenta la
situación en que se desarrolla: el destinatario al que se dirige, el objeto del discurso, la
posición del enunciador, deben ser considerados en el momento de la elección y
presentación de los argumentos.

Analizar la organización de las partes del discurso (la dispositio) en el texto
de Gabriel García Márquez “Botella al mar para el dios de las palabras”
30
La puesta en texto: la elocutio
Una vez encontrados los argumentos y organizados en las distintas partes del discurso,
el orador tiene por delante la tarea de "ponerles palabras". Tradicionalmente, la elocutio
corresponde al momento de la escritura propiamente dicha del texto argumentativo y en
ella se concentran las preocupaciones concernientes a los aspectos estéticos del
discurso: la construcción de la frase y la belleza del estilo. Estas cuestiones no son de
ningún modo accesorias ni debe entendérselas como meros ornamentos del decir. En
efecto, para que una argumentación sea eficaz no solo es importante encontrar
argumentos adecuados y convincentes sino que las cualidades estéticas del discurso
también contribuyen a lograr la adhesión del auditorio a las tesis del orador.
En el modelo retórico clásico, la elocutio abarcaba tanto el conocimiento de la
gramática como de ciertos procedimientos o “figuras” tendientes a intensificar la función
estética de la palabra argumentativa. Las figuras suelen agruparse, por lo general,
atendiendo a distintos tipos de criterios: de sentido (metáfora, metonimia y sus formas
asociadas); de dicción (que concierne la materia fónica de la lengua como la rima, la
aliteración, la paronomasia entre otros); de construcción (elipsis, repetición) y de
pensamiento (ironía, oxymoron, paradoja).
Brevísimo glosario de figuras retóricas
I. Figuras de sentido o “tropos”
Metáfora
El mecanismo metafórico se asienta sobre una operación de sustitución. Un mismo significante,
por ejemplo “nieve”, puede ser usado para hacer referencia a varios significados distintos según
los contextos en los que se emplea. Cuando alguien dice, en medio de una pista de esquí: “Hoy
la nieve está perfecta para esquiar”, el uso de este signo es puramente denotativo, hace
referencia al sentido primario de esta palabra que encontramos en el diccionario. Sin embargo,
en el verso “Las nieves del tiempo platearon mi sien” del tango “Volver”, la palabra refiere a otra
realidad, en este caso, los cabellos que se han vuelto blancos con el paso del tiempo. La
sustitución de un sentido por otro es posible gracias a ciertas similitudes percibidas entre los dos
objetos (el color blanco de la nieve y las canas, en este caso). A su vez, esta similitud de base
evoca otras semejanzas posibles entre las cualidades propias de los objetos vinculados por la
relación metafórica: la sensación de frialdad (reforzada por el verbo “platear”), el invierno (a
menudo metáfora también de la vejez), etc.
Algunas otras figuras asociadas con la metáfora son la comparación, la alegoría y la
parábola. En la comparación los dos términos semejantes están presentes en la frase y
relacionados a través de nexos o giros (“como”, “es parecido/igual/semejante a”): “Las canas se
parecen a la nieve”.
La alegoría es una metáfora expandida. Cuando un presidente o un líder político dice, por
ejemplo, en referencia a una situación de crisis social: “Soy un piloto avezado y sabré capear el
temporal con mano firme para conducirlos a todos a buen puerto.” está desplegando la metáfora
crisis/temporal a partir del análisis de varios de sus componentes.
En la parábola, la alegoría se extiende hasta alcanzar la dimensión de un relato.
31
Metonimia
Mientras que en la metáfora el efecto de sentido se produce por la sustitución de un signo por
otro que guarda cierta semejanza con él, en la metonimia una o varias cualidades de un signo
se proyectan (se desplazan) sobre las de otro.
Por ejemplo, cuando decimos de alguien que “no tiene cabeza” no estamos afirmando que
ha sido decapitado sino que carece de juicio o razonamiento. El elemento reemplazado
(razonamiento) guarda una relación de contigüidad con el reemplazante (cabeza). Sabemos que
la cabeza es la sede del cerebro, órgano responsable de las facultades cognitivas; en la relación
metonímica se proyectan las cualidades del objeto evocado (razonamiento) sobre el que
efectivamente está presente en el discurso (cabeza) de acuerdo con una lógica de contigüidad:
la razón tiene su sede en el cerebro que, a su vez, se encuentra en la cabeza
(razóncerebrocabeza). La integración de estos términos en una secuencia es la que hace
posible la comprensión de la frase no en su sentido literal sino en el “figurado”. Son ejemplos de
metonimia: la corona (=el rey), los grilletes (=la esclavitud),
Una figura cuyo mecanismo es comparable con el de la metonimia es la sinécdoque aunque
en este caso el desplazamiento se produce entre elementos que conforman un todo y que se
relacionan por inclusión (la parte por el todo): el Hombre en lugar de la Humanidad (“El Hombre
llegó a la Luna en el siglo XX.”); el “pan” en lugar del “alimento” (“nuestro pan cotidiano”); las
“velas” en lugar de los “barcos” (“una armada de cuatrocientas velas”).
II. Figuras de dicción
Las figuras de dicción explotan el material fónico del lenguaje: juegos de palabras, similitudes,
paralelismos y repeticiones son los mecanismos principales sobre los que se apoyan las
expresiones propias de este grupo. Esta clase de figuras fundan su poder de persuasión no solo
en su capacidad para llamar la atención y quedar grabadas en la memoria sino también en el
principio que induce a identificar la similitud en el plano del significante con una equivalencia en
el plano del significado. Así, por ejemplo, juegos de palabras como el famoso “Traduttore,
tradittore” en el que se establece una identidad entre el traductor y el traidor, refuerzan su poder
de convicción precisamente gracias a esta consonancia.
Algunos procedimientos típicos de este grupo son la creación de palabras (“diputrucho”,
“yomagate”, “ecololo” –ecologista + cholulo–); la anfibología (el “doble sentido”: “Salió de la
cárcel con tanta honra que le acompañaron doscientos cardenales, sino que a ninguno llamaban
‘señoría’ ...” Quevedo, Buscón); la antanaclasis (la repetición de una palabra con dos sentidos
diferentes: “El corazón tiene sus razones que la razón desconoce“, Pascal); la aliteración (“Vine,
vi y vencí”, Julio César), entre otros.
III. Figuras de construcción
Las figuras de construcción se apoyan en la sintaxis y, de manera menos precisa, en la
colocación de palabras en el discurso. Algunas operan por sustracción de significantes como la
elipsis (“Lo bueno, si breve, dos veces bueno.” ); otras por adición como la repetición y otras
por permutación como el quiasmo (“Algunos creen que la ciencia es un lujo y que los grandes
países gastan en ella porque son ricos. Grave error. No gastan en ella porque son ricos y
prósperos, sino que son ricos y prósperos porque gastan en ella.”, B. Houssay).
IV. Figuras de pensamiento
Lo que caracteriza a las figuras de pensamiento, según la retórica clásica, es el hecho de que no
recurren ni a la sustitución, ni a los juegos léxicos, ni a la sintaxis. Entre las más productivas se
cuentan la ironía (que consiste en significar lo contrario de lo que denotan las palabras
empleadas en el discurso); el oxímoron (que reúne en una misma frase dos términos de
significado opuesto: “proletario mundano”, “nieve ardiente”) y la paradoja (una afirmación
autocontradictoria en superficie pero que encierra una verdad: “¡Qué pena que la juventud se
desperdicie en los jóvenes!”, G. Bernard Shaw).
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 Señalar en este texto siguiente los pasajes en los que se emplean figuras
retóricas y explicar el efecto de sentido que producen.
Sábado 17 de diciembre de 2011
La Compu
Lo que importa es la cantidad, no la
calidad
Por Ariel Torres para LA NACION
Habrá oído el argumento. ¡Es tan prístino! Toda vez que se habla de Twitter,
Facebook e Internet se machaca en el mismo mortero: que todas esas voces hablando
a la vez no tienen ningún valor; que lo que importa es la calidad, no la cantidad.
Me imagino cómo se sienten. Durante los primeros 4500 años de historia escrita
tuvieron control sobre la información. De pronto, un tipo de Maguncia inventó una
máquina que permitía hacer copias en serie de páginas de texto en forma rápida y
económica y ahí las cosas se descalabraron bastante. Pero incluso después de
Gutenberg el número de voces independientes siguió siendo relativamente pequeño.
Todavía era posible perseguirlas, censurarlas, aniquilarlas. Con todo, esas pocas voces
lograron modelar un mundo más justo y más diverso. No perfecto, claro. Pero sí mucho
mejor. Había disenso, o al menos la posibilidad del disenso.
¡Pero ahora! Resulta que una banda de hippies inventó esto de Internet y por muy
poco dinero cualquiera que sepa leer y escribir puede andar por ahí diciendo lo que se
le ocurra. No hay persecución que valga. Así que se les da por el lado de la
descalificación. "Todas esas voces hablando no tienen ningún valor, son ruido de línea sostienen-. Lo que importa es la calidad, señores, no la cantidad."
¿Quién estaría dispuesto a refutar una verdad tan evidente?
Con permiso, ahí voy.
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Ni árboles ni bacterias
No, no voy a plantear que siempre existieron los rumores y que la cantidad de
cuentos que se nos han impuesto a lo largo de la historia es tan inmensa que, en
realidad, nunca hemos tenido demasiada calidad. Eso sería aceptar el argumento. Y
ocurre que no lo acepto.
Tampoco diré que habría que definir calidad y determinar quién puede ser el juez de
tal parámetro. Eso no sólo sería aceptar el argumento, sino, además, colaborar con su
aplicación.
Lo que digo es que lo único que importa es la cantidad de voces, no la calidad, y
que siempre fue así.
El control de la información ha sido la base del poder político y económico desde
que existe la civilización. Hay otros pilares, pero éste es el fundamental. No digo que
esté mal. Es como es. No somos árboles ni bacterias ni gatos monteses. Quienes
controlan la información lo controlan todo. Así que la cuestión nunca tuvo que ver con el
sustantivo información de la oración que precede, sino con el pronombre quienes.
Basta echarle un vistazo a la historia para observar una regla de hierro
(literalmente). Todos los gobiernos autoritarios se ocuparon de destruir las voces
disidentes. Devastaron la prensa opositora como primera medida; tampoco les fue mejor
a los artistas que no comulgaba con su épica ni a los científicos demasiado
innovadores.
Es una plaga
Por eso, la pregunta no es ¿este dato es cierto, es verdad, es de buena fuente, es
real? , sino ¿quiénes controlan la difusión de este dato?
El número de individuos que decidía qué sabía el público fue siempre muy pequeño.
Esto es bueno, si estás entre esas pocas personas, porque, sin importar la calidad de la
información, podés imponer una idea, una visión del mundo, lo que te venga en gana.
Es más: podés imponer el mito de que tu voz es la única calificada, que es de calidad.
En ese sentido, las cosas no han cambiado nada. Sólo que ahora, el quienes se ha
multiplicado hasta valores nunca vistos (o imaginados). Como el número de miradas y
de voces es descomunal, es imposible ponerles coto. Acallás una aquí y aparecen cien
mil allá. ¡Es una plaga!
Por eso, súbitamente, les sale esta irrefrenable vocación por la calidad. Porque la
amenaza está en el número, está en que no se puede perseguir, desterrar ni eliminar
2000 millones de voceros.
Subvencionan su argumento con pruebas no menos contundentes. Cualquiera que
mire durante diez minutos su línea de tiempo en Twitter o se pase un rato leyendo las
noticias de Facebook caerá pronto en la cuenta de que gran parte de lo que se propala
es, para decirlo suavemente, olvidable. ¡Quod erat demonstrandum! "Eso de la voz
colectiva en realidad es -concluyen- un montón de rumores y trivialidades."
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Un error de perspectiva. Un fatídico error de perspectiva. Twitter, Facebook o
Google Plus están llenos de las cosas que se nos van pasando por la cabeza. No me
vengan con el latiguillo de la calidad porque, lejos de ser un defecto, el valor de Internet
reside precisamente en que no hay allí edición. Puede que durante gran parte del
tiempo nos la pasemos entretenidos en #esto o #aquello, pero esa ligereza es sólo
aparente. Es una ilusión.
Lo que llaman ruido de línea, rumores, banalidades, eso que califican de baja
calidad, es el tranquilo rumor del mar en un día calmo. No parece importante. Mucho
menos parece amenazador. Pero, trivial o no, ese rumor no se puede controlar. Es el
murmullo de la voz global. Puede convertirse en iracunda tormenta o en imparable
tsunami en cualquier momento.
Apaguemos Internet
Por algún motivo, sin embargo, se insiste con la fantasía del control. Los proyectos
de ley SOPA y PIPA, en Estados Unidos, y otros de su clase en otras naciones,
pretenden que es posible evitar el robo de propiedad intelectual bloqueando dominios,
filtrando protocolos y cosas así. Sí, claro que es posible, pero las consecuencias serían
nefastas.
No sólo porque esta clase de intervencionismo va a terminar por romper la Red,
como explicaron en una carta más de 80 ingenieros y fundadores de Internet, incluido
Vinton Cerf, hace unos días3, sino porque pondría en jaque la libertad de expresión,
dándole herramientas idóneas a los gobiernos autoritarios para la persecución y la
censura.
Así que, ¿por qué no hacer las cosas más sencillas y apagar Internet de una vez?
Ya está. Fue bueno mientras duró. Que nos canjeen la computadora por un lindo
lavarropas programable o un freezer familiar y que nos reemplacen el plan de datos por,
no sé, ¿un año gratis de TV por cable? Volveremos a las estampillas. Después de todo,
¿no estábamos tapados de mails? ¿No era que el exceso de información nos tenía
estresados? ¡Apaguemos Internet y que todo vuelva a ser como antes!
Pero hay un problema. La economía planetaria, que dicho sea de paso no está
transitando por uno de sus momentos más brillantes, depende de Internet. El mundo ya
no puede funcionar sin la Red.
Esto ya pasó antes. El libro fue resistido, incluso por sus posibles beneficiarios,
durante decenios. Hasta que, poco a poco, la economía occidental se volvió
dependiente de la imprenta. No podía producirse suficiente riqueza sin, al mismo
tiempo, ceder un poco de control. Ahora es igual.
Luego de la Segunda Guerra Mundial pensamos que ya habíamos visto bastante
barbarie autoritaria, y enunciamos solemnemente el derecho de la libertad de expresión.
Una belleza de intención, pero que se quedó en eso. Porque la mayoría de los seres
3
www.circleid.com/posts/20111215_over_80_internet_inventors_engineers_send_open_letter_to
_congress/
35
humanos no podía soñar con una audiencia. Expresarse libremente, sí, ¿pero frente a
quién? ¿Frente a tus amigos y familiares? ¡Vaya progreso!
Bueno, ahora empieza a hacerse posible la libertad de expresión porque podemos
llegar a una audiencia global a costos accesibles y sin censura. Esa es la condición que
hace posible Internet. No se la puede separar de ella. La libertad está inscripta en los
protocolos de la Red. Por eso están tan preocupados sus inventores frente a los
proyectos de ley como SOPA.
La historia se repite. De la misma forma que no se podía cosechar los beneficios de
la libertad de imprimir y a la vez controlar lo que se publicaba, tampoco es posible
explotar una Internet esterilizada por los controles. El principal algoritmo de la Red fue y
sigue siendo la libertad de expresión.
Y por si no lo sabían.
Además, es tarde para implantar controles. En este nuevo mundo las cadenas ya no
pueden hacerse de hierro. Apenas si pueden hacerse de bits..

Analizar la figura retórica a partir de la cual se construye el proverbio
siguiente:
Muchas veces las leyes son como las telarañas: los insectos pequeños
quedan prendidos en ellas; los grandes las rompen.
Anacarsis (s. VII AC) Filósofo escita.
Escribir un texto argumentativo que plantee una reflexión sobre las leyes y
que lleve como epígrafe este proverbio. Indicar el medio en el que se
publicará el texto.
36

Dos polémicas del campo intelectual
En las páginas que siguen se presentan dos polémicas que corresponden a dos
casos notorios de la historia cultural reciente. La primera surgió como consecuencia de
un episodio que generó un módico escándalo en el ámbito literario argentino. Tras el
otorgamiento del Premio de Novela La Nación-Sudamericana a la obra de Sergio Di
Nucci Bolivia Construcciones, una denuncia de plagio determinó que el jurado retirara el
premio concedido y que defensores y detractores de la obra entablaran un debate
acerca de la creación literaria y la propiedad intelectual.
La segunda se suscita a partir de la aparición de la obra El hacedor (de Borges).
Remake del escritor español Agustín Fernández Mallo. Esta obra fue denunciada por
María Kodama, la viuda de Jorge Luis Borges, quien exigió a través de la vía judicial
que el libro de Fernández Mallo fuera retirado de la venta por vulnerar los derechos de
autor del escritor argentino. A partir de este reclamo (uno más en una larga serie de
recursos judiciales interpuestos por Kodama) se desencadenó un interesante debate en
torno de los límites de la legislación que, con el propósito de defender los derechos de
autor, restringe las posibilidades de diálogo en el sistema literario.
Las dos polémicas ponen en escena problemas centrales para la reflexión en
torno de la eficacia de la escritura literaria, de sus condiciones de posibilidad y de la
forma en la que se constituyen los textos.
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La polémica en torno de Bolivia Construcciones
Los textos que se reproducen a continuación fueron publicados en distintos medios
gráficos y electrónicos. Todos ellos integran una serie polémica en la que se reflejan
distintas posiciones frente al incidente generado a partir de la denuncia de plagio en la
novela Bolivia Construcciones. Léanlos atentamente para identificar las tesis que
sostiene cada uno y reconstruir el diálogo argumentativo que los vincula.
1. El caso
Premio LA NACION-Sudamericana 2006
El jurado revocó el fallo del certamen de novela
Constató que Bolivia Construcciones tiene fragmentos de Nada, de Carmen
Laforet, sin hacer referencia a la fuente
El jurado del certamen de novela LA NACION-Sudamericana 2006 decidió anteayer
revocar el fallo que había establecido como ganadora a la obra Bolivia
Construcciones, firmada por Bruno Morales (seudónimo del periodista Sergio Di
Nucci), luego de haber constatado la existencia de una serie de similitudes entre el
texto presentado por Di Nucci y la novela Nada, de la escritora catalana Carmen
Laforet, publicada en 1944 y ganadora de la primera edición del premio Nadal en
1945.
Las semejanzas fueron señaladas al jurado por un joven lector de LA NACION,
de 19 años, que acababa de leer la novela española.
Si bien la acción de Nada transcurre en la España posterior a la Guerra Civil y
Bolivia Construcciones narra las peripecias de un inmigrante boliviano en Buenos
Aires, el jurado que integran los escritores Carlos Fuentes, Tomás Eloy Martínez,
Griselda Gambaro, Luis Chitarroni y Hugo Beccacece encontró las similitudes
señaladas entre ambas novelas particularmente en los pasajes de Bolivia
Construcciones (202 páginas) que van de la página 167 a la 200. Ni en ese tramo ni
en ninguna otra parte de la obra de Di Nucci se menciona la novela Nada, así como
tampoco se menciona a Carmen Laforet.
A continuación se reproduce la declaración en la que el jurado fundamenta su
decisión:
"Un lector, Agustín Viola, de 19 años, informó sobre «extrañas similitudes», que
el jurado desconocía, entre la novela Bolivia Construcciones (Premio de Novela LA
NACION-Sudamericana 2006), de Bruno Morales (seudónimo de Sergio Di Nucci) y
Nada (1944), de la autora catalana Carmen Laforet. Sin ser tan extrañas, las
similitudes existen en varias zonas de la novela. Bien sabemos que las distancias
entre texto ajeno y propio, entre copia y originalidad, son muy difusas, y que incluso
cierta crítica especializada ha borrado esas distancias. Las discusiones al respecto
podrían ser infinitas. Sin embargo, la manera en que se efectúa la apropiación es la
que determina su validez dentro del discurso literario. En el caso de Bolivia
Construcciones, los fragmentos de Nada, incluidos con mínimos retoques, no
significan una reescritura. La novela avanza, las situaciones siguen porque Carmen
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Laforet las aporta. La ética de un escritor, su honestidad intelectual, consiste en
adjudicar a quien corresponda lo que no es fruto de su propio trabajo. Por todo eso,
y de acuerdo con los requisitos y facultades conferidas en las Bases del Premio de
Novela LA NACION-Sudamericana 2006, el jurado resuelve revocar el fallo".
Consultado telefónicamente por LA NACION, Di Nucci dijo: "Desde la primera
entrevista con LA NACION hablé de la reescritura como un principio constructivo de
la novela, que por algo se llama Bolivia Construcciones. Hubo ya trabajos
académicos que identificaron y elogiaron ese procedimiento, que lo hizo gente de
manera mucho mejor, como Juan Rodolfo Wilcock en sus primeras crónicas y en
sus últimas novelas italianas. Con sólo introducir una única modificación un mismo
texto cuenta otra historia.
"Nunca quise perjudicar a Carmen Laforet -sigue Di Nucci-. Por el contrario,
quise que Nada, la novela de ella, tuviera más lectores y no menos. Nada es una
novela clásica que se enseña a los chicos en el secundario. Quise que Nada se
reconociera en Bolivia Construcciones. Es decir, se quiso mostrar a Nada, no se la
quiso ocultar, lo cual hubiera sido muy fácil. Se quiso señalar a esta otra novela, no
ocultarla, se la quiso homenajear, no cancelarla. Esto de la reescritura de Nada se
hace en música con el sampleo, o en artes plásticas, como lo que hizo Warhol con
La última cena. “En ningún lugar de Bolivia Construcciones, sin embargo, existe la
menor referencia a Nada ni a su autora.
Por su parte, el director editorial de Sudamericana, Pablo Avelluto, manifestó:
"Estamos muy tristes por lo que ocurrió, pero también estamos muy orgullosos del
jurado del premio y muy contentos con él y con la actitud que tomó, que, por
supuesto, respaldamos totalmente. Ahora, nuestros abogados están estudiando
cuáles son las medidas que tenemos que tomar ante esta situación completamente
inesperada".
La Nación, 8 de febrero de 2007
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2. La carta de Puán
Esta carta fue enviada al diario La Nación a principios de febrero de 2007,
inmediatamente después de conocida la decisión del jurado del concurso La Nación
de novela de retirar el primer premio al autor de Bolivia Construcciones, Sergio Di
Nucci (o Bruno Morales). El diario la publicó recién a fines de marzo aunque circuló
mucho antes de esa fecha en distintos blogs dedicados a la difusión del arte y la
cultura.
Señor Director del diario La Nación,
Ante la decisión, dada a conocer por el diario La Nación en su edición de ayer, de retirar
el Premio de Novela 2006 a Bolivia Construcciones de Bruno Morales, quienes abajo
firman quieren manifestar su sorpresa por los motivos aducidos.
Bolivia Construcciones hace explícitas, ya desde su título, las dificultades de
componer una novela que busque representar desde dentro una realidad
inaprensiblemente ajena para un autor argentino, la de los migrantes bolivianos, y recurre
para este fin a una serie de usos literarios de larga data.
Uno de ellos, impugnado por el jurado, es el de transformar pasajes de otros textos
con una finalidad estética precisa. No hace falta insistir en que éste es un uso corriente en
las literaturas occidentales desde la Antigüedad, del que tantos autores se han valido
notoria y brillantemente.
Tal como ha señalado la crítica especializada, se trata de un procedimiento que
enriquece los valores de la novela Bolivia Construcciones y constituye uno de sus títulos
de neta originalidad. Su empleo, conviene destacar, no es en modo alguno ocioso o
injustificado, sino que responde a razones estructurales que obran en la novela. De este
modo, valiéndose de la transformación de ambientes, personajes y situaciones de Nada
(1944) de Carmen Laforet, novela clásica, escolar, escrita en español, que podría
conseguir y leer en Buenos Aires el joven protagonista de Bolivia Construcciones, así
como cualquiera de los lectores de esta novela, el autor crea un marco para aquellos
capítulos en los que, como en un sueño, en una deliberada idealización, dos realidades
contrastantes se funden generando una nueva realidad. También justifica este uso, desde
el interior de los diversos planos de significación que ha valorado la crítica, la presencia
constante de un nivel alegórico que coexiste con el realismo.
“Componer obras interesantes y hermosas, con frases destinadas a otros párrafos, a
otras situaciones, a otros temas, ha de ser, por lo menos, tan difícil como componerlas
con frases inventadas por uno mismo”, decía Adolfo Bioy Casares en su prólogo a La
Celestina. Sin deliberadas transformaciones entre textos, a veces evidentes, otras
recónditas, la literatura no existiría. Así, los textos de Laforet evocados han sido
transfigurados para dar lugar a textos y situaciones diferentes. Por eso consideramos a la
vez injusto y paradójico que se pretenda una limitación de Bolivia Construcciones
aquello que constituye una de sus excelencias, que una rica trama de intertextualidades
sea confundida con un grosero plagio.
Mariana Bendahan - Consejera por el Claustro Mayoría de Graduados - Facultad de
Filosofía y Letras UBA, Oscar Blanco - Docente e investigador - Facultad de Filosofía y
Letras UBA, Federico Bossert - Antropólogo - Facultad de Filosofía y Letras UBA
40
Lorena Córdoba - Antropóloga – CONICET, Mirta Gloria Fernández - Profesora de
Didáctica Especial en Letras, UBA - Profesora de Semiología, UBA - Tutora del
Postítulo de Literatura Infantil y Juvenil, CEPA Escuela de Capacitación, Gobierno de la
Ciudad, Cristina Fangmann - Doctora Literatura New York University - Docente Teoría
Literaria - Facultad de Filosofía y Letras - Universidad de Buenos Aires, Fabiola Ferro Secretaria General de la Asociación Gremial Docente - Facultad de Filosofía y Letras
UBA, María Ledesma - Doctora UBA Diseño y Comunicación - Consejera Directiva
FADU UBA - Directora Carrera de Formación Docente FADU UBA - Profesora Titular
Regular Comunicación FADU UBA - Profesora Titular Regular Semiótica UNER,
Josefina Ludmer - Docente y escritora, Daniel Martino - Ex Comisario del Premio
Cervantes de la Lengua Española - Editor de la obra y los papeles privados de Adolfo
Bioy Casares, Ernesto Montequin - Traductor - Curador de la obra de Silvina Ocampo Pre-jurado del Premio La Nación-Sudamericana de Novela 2006, Luciano Padilla López
– Traductor, Jorge Panesi - Director de la Carrera de Letras - Facultad de Filosofía y
Letras UBA, Alicia Parodi - Doctora en Literatura Española - Profesora Regular
Literatura Española - Facultad de Filosofía y Letras UBA, Juan Miguel Santos - Doctor
Université D´Aix Marseille III - Profesor de Teorías de Lenguajes- Facultad de Ciencias
Exactas UBA, Diego Villar - Doctor en Antropología – CONICET, Susana Santos Secretaria Académica Departamento de Letras - Facultad de Filosofía y Letras UBA,
Ariel Schettini - Profesor Teoría Literaria y poeta - Facultad de Filosofía y Letras UBA,
Pablo Federico Sendon - Doctor en Antropología – CONICET, Juan Diego Vila Doctor en Literatura Española - Profesor Regular Literatura Española - Facultad de
Filosofía y Letras UBA
3.
Homenajes, copias e inspiraciones
Por Maximiliano Tomas
En la Argentina y en buena parte del mundo, los médicos –e incluso los psicoanalistas–
están obligados a contratar un seguro de mala praxis. Sucede que en torno a estas
actividades profesionales se ha desarrollado una suerte de industria subsidiaria: frente a
la mínima posibilidad de falta o equivocación, acecha una jauría de abogados dispuesta
a sacar tajada del error ajeno.
La semana pasada se supo de la revocación del fallo por el que el periodista Sergio
Di Nucci resultó ganador del Premio La Nación-Sudamericana de Novela 2006/2007.
Según Agustín Viola, un atento lector de diecinueve años, la novela galardonada,
Bolivia Construcciones, presentaba a lo largo de unas decenas de páginas “extrañas
similitudes” con Nada, un libro de la escritora catalana Carmen Laforet publicado a
mediados de la década del cuarenta y merecedor del premio Nadal. En 1997 había
sucedido algo similar, en un certamen de cuentos del mismo diario: tiempo después de
haberse otorgado el galardón se demostró, sin muchas dificultades, que Daniel Omar
Azetti había copiado, línea por línea, un relato de Giovanni Papini, “El espejo que huye”.
41
De un tiempo a esta parte los casos se repiten: el escritor británico Ian McEwan
sufrió en noviembre de 2006 una acusación muy similar a la de Di Nucci –aunque en su
caso se habló de “préstamos legítimos”, “fuentes históricas” e “inspiración”. Y no sólo en
el ámbito literario: autores de autoayuda o de divulgación histórica como Jorge Bucay y
Felipe Pigna fueron señalados, en su momento y con gran revuelo, como apropiadores
ilegales del trabajo ajeno.
No conozco a Di Nucci, no leí su novela. Tampoco la de Laforet. Lo que importa es
algo más. Esta avalancha de denuncias pone de relieve un estado de situación que va
más allá de la culpabilidad o no de los autores. Algo que, paradójicamente, no
encuentra paralelo en otros campos de la creación. En la música, por ejemplo: con un
par de loops o cambios de tono, con la mera repetición de una estrofa fuera de tiempo,
los críticos especializados hablan de remixes. En el cine, si un director filma
exactamente la misma película pero reemplaza el reparto –La gran estafa, El quinteto
de la muerte, Casino Royale–, se habla de remakes y se factura, eso sí, como si fuera la
primera vez. En las artes plásticas la práctica está más difundida: la reproducción de
una obra original por otros medios no sólo se exhibe sino que se celebra como un guiño
de intertextualidad. ¿Por qué esa misma indulgencia se le suele negar, con obstinación,
a la palabra escrita? ¿Cuál es la diferencia entre el homenaje, la parodia o el liso y llano
plagio? ¿Cuáles son los límites de cada disciplina? ¿Quiénes los establecen?
Meses atrás, el escritor Guillermo Piro señaló –no con ánimo policial sino
precisamente burlesco– que el propio Miguel de Cervantes Saavedra se había inspirado
afanosamente en La leyenda dorada, una obra del dominico italiano Santiago de la
Vorágine que data de 1494, para escribir un capítulo de la segunda parte de El Quijote.
No hace falta ir tan atrás para comprobar que ejemplos como éste sobran. ¿Pero acaso
importa? Lo que causa escozor, a decir verdad, es la imparable voluntad de pesquisa y
delación que parece extenderse como un virus. Como si la literatura necesitara de una
cohorte de guardianes de cierto honor intangible. Como si necesitara de una fuerza de
policía propia.
Este artículo apareció en el suplemento Cultura
del diario Perfil, el 11 de febrero de 2007
.
42
4.
Con las manos en la masa
Por Julio Zoppi
Comprendiendo al periodista Di Nucci. No me sorprendió lo de Di Nucci en cuanto
supe que era periodista. Con las honrosas excepciones que existen en todas las
profesiones donde aparecen personalidades creadoras que trascienden y desbordan
sus respectivos marcos, la generalidad militante del metier periodístico se caracteriza
por una histeria operadora cuyo patrón de actividad típico es el hallazgo, captación,
apropiación y trascripción de un producto exterior a ellos que puede recibir el nombre
genérico de información, y que se manifiesta de diversas formas; desde chimentos
hasta ideas ajenas. Sucede que cierto día el contexto microcultural donde habitan,
distorsionado por la confusión, les hace abrigar la íntima convicción de que pueden ser
escritores de un plumazo puesto que escriben, y hasta a lo mejor escriben bien.
Entonces, por ejemplo, se largan a hacer novelas y como lo más natural del mundo
trasladan los patrones de su modus operandi productivo y fabrican un aparente
producto propio basado en la captura clandestina de materiales ajenos; no están
formados para hacer otra cosa. A veces creo que un escritor puede tener más
semejanza con un mecánico dental, un carpintero o un taxidermista que con un
periodista, y no me explico de donde se supone tan enorme y falaz contigüidad entre
una actividad y la otra. Puede que haya contribuido a ello un efecto de traslación a
espejo de la situación inversa: es un hecho que han existido grandes artistas escritores
que además practicaron profesionalmente el periodismo escribiendo artículos de
divulgación u opinión, o bien directamente realizando cualquier tarea típica de una
redacción. De allí que los periodistas, tal vez confundidos, inviertan la ecuación a su
favor y crean que por el hecho de serlo están muy cercanos a volverse escritores,
cuando sólo tienen en común la tarea mecánica de la escritura. Esto sería como
considerar que un pintor de paredes está muy próximo a convertirse en artista plástico
por el hecho de que ambos toman un pincel y pintan. Utilizar el acto mecánico de la
escritura para ejercer tareas de chimenteros, transcriptores, citadores, noteros o
difamadores difiere abismalmente de las aptitudes y actitudes creativas que requiere la
práctica mínimamente calificada del arte literario. La carencia brutal de imaginación
propia para resolver situaciones narrativas puede ser una de las razones que lleva a
alguien a copiar, y es una resultante de su formación; jamás construyeron en su mente
la posibilidad de confiar en su creatividad ni tampoco invirtieron energías en
desarrollarla, sino que se educaron para concebir que los resultados de la imaginación
son siempre una cosa ajena y producida por los demás que se descubre o encuentra en
un rincón, y que su tarea natural era la de ser copistas y transcriptores de esa ajenidad,
meros oportunistas captores de información. Es que el periodista no se cría para
aprender a dialogar en términos cordiales con la propia voz de su creatividad, sino para
encontrar la de otros en la calle y llevársela prestada, hallar el gran descubrimiento en
los archivos, o ganarse la confianza de gente desconocida que la cuente la gran
historia. Su pulso andante es andar revolviendo basura para encontrar el oro, en todas
partes menos en la piel y en los órganos profundos de su propia mente. A menudo tanto
cirujeo intelectual les da resultados; hallan por doquier historias interesantes,
personajes exóticos, libros enteros ideales para robar porque suponen que nadie se
dará cuenta del engaño. Al fin y al cabo están tan acostumbrados a engañar
impunemente todos los días con la manipulación de la información que se relajan y
43
confían demasiado. Es probable que si interrogamos el inconsciente de Di Nucci éste
nos dirá algo parecido a: “Soy inocente, lo único que hice fue cumplir con mi trabajo”.
Los condescendientes vanguardistas. Pero más enervante que el acto de este plagio
es el coro de imbéciles –incluida las insólitas declaraciones del plagiario– que salen a
buscar citas de famosos –casi siempre fuera de contexto– para avalar y justificar el acto
queriéndolo disfrazar de operación estética o experimental inscripta en alguna
indeterminada corriente de vanguardia. Por favor, seamos rigurosos y serios por un
instante, un choreo es un choreo y no otra cosa, tanto si nos queremos basar en el
principio de no contradicción de la lógica aristotélica como en la lógica popular de barrio
o en cualquier otro sistema que nos agrade que incluya entre sus pautas elementales el
más mínimo sentido común. Basta del caradurismo de enmascarar la realidad flagrante
con racionalizaciones y pseudo intelectualizaciones a posteriori que resultan tan
repudiables como el mismo plagio. Lo peor de todo que me ha tocado leer es el artículo
de Maximiliano Tomas en Perfil, con una argumentación que da tristeza clama de modo
adolescente por una indulgencia barata para los fraudulentos y los corruptos de la
literatura. Su texto está entre lo peor que podría esperarse de un escritor y director de
un suplemento cultural. Por el tono condescendiente, hasta se podría pensar que
Tomas se siente identificado con esa “técnica”. No lo sé, pero su queja de la excesiva
rigurosidad de los que leen y las analogías que aporta para probar que sólo se trata de
una “persecución” son de un patetismo inédito, y de esto si que nadie podría acusarlo
de plagio.
No nos tomen más el pelo, dejen de insultar nuestra buena fe y nuestra inteligencia,
como si no supiéramos que cosa es inspirarse en obra anterior y que otra es copiar
párrafos enteros de una obra ajena y presentarlos como propios. Pongamos fin a esta
torpe igualación entre copisteros y honestos creadores. Siempre la explicación de que
se trataba de un “homenaje” o una obra basada en “la reescritura” basada en no se cual
estética es un argumento que se esgrime después que los descubren con las manos en
la masa, y habiéndose pavoneado como auténticos creadores por ahí.
O la próxima, por favor, pongan en la tapa del libro bien grande: “Esta obra se basa
en reescrituras y copias de textos de obras de otros autores, consultar al pie la lista de
las obras usadas”. Entonces sabremos a qué atenernos y no soportaremos tanto fraude
gratuito.
Publicado en Nación Apache el 12 de febrero de 2007
http://www.nacionapache.com.ar/archives/1512
44
5.
Literatura interrumpida
Por Susana Santos
Una de las características de la torpeza es conocer las cosas pero ignorar su uso
correcto; su manifestación más habitual, no sólo en el campo de la crítica, es aplicar
conceptos sin atender a la oportunidad y a la medida. Cuando Shaw (¿o Wells?) trataba
de hacer prosélitos para el socialismo hallaba una dificultad casi insalvable en la
tendencia de la gente a imaginar que las teorías serían aplicadas con rigor estúpido,
hasta el último extremo: “Si no hay propiedad, ¿no son mías las pastillas que compré en
la farmacia? ¿Por qué?”.
Elsa Drucaroff parte de dos premisas que juzga incontrovertibles. Una de hecho y
otra de derecho. La primera, que en Bolivia Construcciones hay “plagio”. De esto, no
ofrece pruebas, porque la opinión del jurado y la suya propia le bastan (apelación a la
autoridad que cierra toda discusión ulterior: un conjunto de seis notables no puede
equivocarse). La segunda, que el “plagio” es malo. Como es una premisa de derecho,
tampoco ofrece ninguna prueba de ello. Para defender o atacar el “plagio”, sin embargo,
conviene tener preparada una teoría diferente de la de “los soeces esbirros del
copyright” (Daniel Link dixit).
Hay una falacia de petición de principio en Elsa Drucaroff: da por demostrado lo que
debería demostrar. Como cree que Bolivia Construcciones “es” o “consiste en” un plagio
(en el sentido del Derecho Penal, que de otra teoría no dispone aquí), Elsa Drucaroff
cree que los defensores de la novela defienden el plagio. Y como cree que lo que ella
entiende por “plagio” es un delito, cree que los defensores de Bolivia Construcciones
son unos delincuentes. Hay en Elsa Drucaroff una marcada tendencia a desplazarse
desde el lenguaje figurado y el lenguaje literario hacia el de la moral y el derecho, y a
entender todos los términos con literalidad de intérprete dogmático de la ley positiva.
Si la literatura tal como la entendemos contara sólo con críticos de estas
características, desaparecería. O sólo algunos géneros se verían promovidos. Como
buena parte del malentendido en torno a Bolivia Construcciones, que llevó al jurado a
anunciar el 8 de febrero la revocación del Premio de Novela La Nación-Sudamericana
2006, es una discusión sobre la literalidad, volveremos más adelante sobre este asunto.
Dejemos la discusión de fondo sobre las teorías del “plagio” y aceptemos, aunque
sólo sea provisoriamente, que “plagio” es copia servil y perezosa de alguien que desea
para sí, sin mediaciones, los réditos de otro autor. Tal vez valga aquí como ejemplo el
caso del cuento de Giovanni (no Giacomo, ni mucho menos Giacommo) Papini,
reproducido por un ex concursante de La Nación. ¿Pero cómo llega Elsa Drucaroff a la
rápida conclusión de que Bolivia Construcciones “es” un “plagio”? La argumentación es
simple, y parece muy fácil reconstruirla. Ella entiende que si “un lector cualquiera” (en
palabras del jurado, La Nación 23 de febrero) no reconoce en un pasaje casi final de
Bolivia Construcciones la continua y sistemática referencia a Nada –la novela de 1944
de Carmen Laforet–, de ello se sigue que el móvil del autor no puede ser otro que el
ocultamiento doloso. Porque si ella y tan grandes escritores y críticos no consiguieron
detectarla, nadie puede hacerlo.
45
Esto merece una serie de explicaciones complementarias –que, si se sigue la
argumentación hasta el fin– resolverán toda la cuestión. En primer lugar, las alusiones,
en los textos de todas las literaturas conocidas, no siempre se perciben en primeras
lecturas. Hay una diferencia entre leer un texto y estudiar un texto. Bastará citar sólo un
par de ejemplos. Una de las firmantes de la Carta dirigida a La Nación el 9 de febrero
con pedido de publicación en “Cartas de Lectores” (y publicada recién el 9 de marzo, sin
la totalidad de las firmas autógrafas) descubrió, incrustados en un texto cervantino, dos
pasajes de otros autores, sin indicación de fuentes. Se tardaron siglos para este
descubrimiento.
¿Qué hacer en el après-coup? ¿Qué hacer cuando se descubre lo que, no sin
ironía, otro firmante de la carta a La Nación llamó “robo”? Aquí se abren dos caminos
para los críticos literarios. O bien abandonamos la literatura, y llamamos a la policía (es
decir, entendemos el “robo” literalmente, como si fuera un delito del Código Penal). O
bien estudiamos nuevamente el texto, y consideramos cuáles son los efectos estéticos y
literarios que la evocación descubierta produce. Generalmente, toda evocación genera
una lectura en varios niveles, que pueden parecer incomunicados en las primeras
lecturas, y que súbitamente empiezan a mostrar nuevas alianzas. Así como el
conocimiento del Martín Fierro enriquece la lectura de Borges (es un ejemplo de Elsa
Drucaroff), el conocimiento de Nada enriquece el conocimiento de Bolivia
Construcciones (y al revés, también el conocimiento de Bolivia Construcciones
enriquece el conocimiento Nada, porque el consecuente crea al antecedente –Bolivia
Construcciones es, también, una obra de crítica literaria).
Muchos creemos que Bolivia Construcciones es una obra de naturaleza singular y
compleja. No es casual que lo piense, entre los firmantes, precisamente quien descubrió
la incrustación cervantina, y que dedicó en diciembre a la novela de Bruno Morales, un
denso estudio, “Bolivia Construcciones, novela cifrada”. Por cierto, es una discusión
abierta. No todos pueden estar de acuerdo en los méritos y deméritos de la novela. Es
mejor que así sea. Si en contra de algo estamos, es de cerrar la discusión entre lectores
y críticos llamando a la Justicia. Porque los procedimientos de los que se vale la novela
son usos literarios exacerbados, y como tales –y sólo como tales– deben ser
censurados o elogiados. Que la literatura produzca efectos sociales y ella misma sea un
efecto social, es una verdad de perogrullo. Pero que los críticos literarios reclamen más
y mayor control social sobre ella, hace resonar ecos fascistoides.
Todavía otras dos cuestiones deben ser consideradas a este respecto. En primer
lugar, toda lectura de un texto literario implica siempre avanzar en un terreno donde
mucho se ignora. Sin embargo, esas ignorancias, que después se resolverán y
generarán otras, en la medida que se estudie el texto, no impiden el avance. Otro de los
firmantes de la carta encontró, el primero en décadas de crítica borgesiana, alusiones
textuales en el cuento “Los teólogos” que permiten entenderlo como la lucha entre
Perón y Farrell. ¿Invalida esto a las lecturas borgesianas anteriores? No. Pero sí las
enriquece. ¿Hubieran sido mejores los textos de Cervantes o Borges si indicaran sus
fuentes? Tampoco. O mejor dicho: al contrario, hubieran sido peores. La literatura –al
menos, este tipo de literatura– no hace declaraciones de Aduana. La bruna oscuridad
es uno de sus ideales estéticos.
Con lo que llegamos a una segunda cuestión. Esa premeditada oscuridad no es
infranqueable. Precisamente, puede hacerse luz en ella. Bolivia Construcciones es una
novela que evoca numerosas veces, por muchos medios, el célebre pasaje de San
46
Pablo que se refiere al vidrio oscuro (uno de sus dos protagonistas se llama Quispe,
palabra que como sustantivo común significa “vidrio” en quechua) y al llegar a ver cara a
cara en el espejo de los enigmas. Uno de los placeres que repetidamente se atribuyen a
la lectura literaria es del reconocimiento. Pero ese reconocimiento, que hace que se
vuelva transparente lo que es opaco, resulta tanto más placentero, tanto más
cognitivamente exigente, cuanto mayor es el esfuerzo por obtenerlo. Y nunca, nunca
será completo. El “plagio”, tan denunciado por quienes se complacen en el sentido
punitivo de esta palabra (que el jurado no utiliza en su anuncio de revocación publicado
en La Nación el 8 de febrero, y menos aún en su discreta glosa del 23 de febrero,
publicada en La Nación como “Carta de Lectores”), incurre en el dolo y en la pereza;
busca cancelar el descubrimiento de otro texto que sin embargo está presente. Por el
contrario, la alusión, la contaminación textual, la evocación de otras voces y otros
ámbitos buscan ser reconocidas –pero sin proporcionar en nota al pie la solución, como
si la novela fuera un didáctico cuaderno de ejercicios. De hecho, la evocación de Nada
fue descubierta, y celebrada tempranamente, ya el pasado noviembre, por la crítica. El
mismo hecho de que la presencia de este clásico de la novela española de posguerra
haya sido señalada por un joven lector, que leyó este libro porque se lo había pasado
una amiga que lo había leído en la escuela secundaria (según declara en entrevista con
la revista Noticias), demuestra el carácter más bien omnipresente en el ámbito
hispanohablante de un libro publicado en centenares de miles de ejemplares y que es
una de las obras más traducidas de la lengua española. Que seis entrenados
estudiosos de la literatura hayan ignorado su presencia en Bolivia Construcciones, no
habla mal de ellos: ¿quién puede descubrir todos los textos que hay en cada texto? La
comunidad de lectores y de críticos es afortunadamente muy amplia, y es conveniente
no decidir en su nombre.
Recibido sin alarmas, el redescubrimiento de la presencia de Nada en la novela
Bolivia Construcciones obliga a una relectura, que vuelve a la novela más rica y con
mayores resonancias. Hacia fuera, hacia la historia literaria, también cambia su
vinculación con otras novelas, que deberán ser releídas a su vez, y que a su vez
iluminarán a Bolivia Construcciones con su propia luz, no siempre oscura, aunque
siempre insuficiente. Porque en la literatura argentina ya existe una novela que
reescribe a Nada: es La Caída (1956), de Beatriz Guido. ¿Cómo no reencontrar, en este
título que alude a la primera falta y a la expulsión del Edén, al anagramático Adán, al
innominado narrador de Bolivia Construcciones?
Publicado en Nación Apache, 11 de marzo de 2007
http://www.nacionapache.com.ar/archives/1567
47
6.
Demoliendo otras construcciones
Por Norberto Cambiasso
1- Decía James Anthony Froude -crítico por el cual Borges profesaba una justa
admiración- que en cualquier cuestión sobre la que los hombres se encuentran en
veredas opuestas existen tres alternativas: que los puntos de desacuerdo sean
puramente especulativos y carezcan de importancia moral, que haya algún equívoco del
lenguaje y ambas partes digan lo mismo con diferentes palabras, o que la verdad sea
algo distinto de lo que sostienen las partes y cada uno asuma algún elemento
importante que el otro tiende a ignorar u olvidar. En cualquier caso, agregaba, cierta
calma y un buen temperamento son necesarios para comprender y oponernos con éxito
a aquello con lo que no estamos de acuerdo.
Prudente consejo que los detractores de Bolivia Construcciones desconocen por
completo. De allí el ensañamiento gratuito con el que muchos fustigan la persona de su
autor como si éste no fuera más que un vulgar delincuente. ¡Plagio!, aúllan los
guardianes de la moral y las buenas costumbres; y su prédica adquiere las resonancias
de una aristocrática señora que se siente traicionada por ese imperdonable descuido en
el que por un instante -sólo por un instante- pareció recaer su diario de cabecera.
Mientras tanto, la discusión se amplifica a través de blogs, periódicos y revistas,
escritores y académicos. La mayoría opina con esa delectación tan propia de la
idiosincrasia argentina que consiste en la deleznable voluntad de hacer leña del árbol
caído.
2- Las reacciones histéricas a que dio lugar el affaire Bolivia no son desinteresadas.
Bien vale la pena citar algunos ejemplos. Me enteré de la decisión del jurado de dar
marcha atrás con el premio durante mis vacaciones, a través de una horrenda nota de
Clarín que respiraba satisfacción por todos sus poros ante ese aparente desliz que,
según la irrefrenable lógica del mercado, acarrearía el ineluctable desprestigio del
premio de la competencia. Lógica ésta que La Nación-Sudamericana no podía menos
que compartir. Sólo hay competencia allí donde se admiten presupuestos comunes y se
aceptan reglas de juego que, la mayor parte de las veces, se contraponen a las
elecciones individuales. En ese sentido, y aunque no pueda confirmarse más allá del
terreno especulativo, la premura con que el jurado se arrepintió de su anterior
entusiasmo parece directamente proporcional a las presiones corporativas que debe
haber sufrido. Y hay que decir que fue el dictamen de ese mismo jurado el primero en
adjudicarle al asunto esos sobretonos morales y jurídicos en los que se ha
empantanado la discusión. “La ética de un escritor, su honestidad intelectual, consiste
en adjudicar a quien corresponda lo que no es fruto de su propio trabajo”, dijeron. Y
Pablo Avelluto, director editorial de Sudamericana, coronaba el asunto con una
amenaza que sólo por eufemismo podría uno adjetivar como velada: "Estamos muy
tristes por lo que ocurrió, pero también estamos muy orgullosos del jurado del premio y
muy contentos con él y con la actitud que tomó, que, por supuesto, respaldamos
totalmente. Ahora, nuestros abogados están estudiando cuáles son las medidas que
tenemos que tomar ante esta situación completamente inesperada". ¿Cómo no estar
orgulloso de esos corderitos que, ante la primera dificultad, dieron la espalda a una
48
novela por la que habían manifestado un desbordante frenesí y corrieron a refugiarse
bajo las faldas de sus patrones? ¿Qué clase de postura podía tener en el conflicto un
jurado de cinco miembros de los cuales uno es hombre de La Nación, el otro, empleado
de Sudamericana, el tercero, futuro director del suplemento cultural con el que el diario
de los Mitre saldrá a competir con Ñ y el cuarto, artista exclusivo del periódico en
cuestión? Todos tenemos que vivir de algo y nunca es bueno morder la mano que nos
da de comer. Pero convendrán conmigo en que no es ésta una gran plataforma para
despacharse con sermones acerca de la ética y la honestidad intelectual.
“Los lazos de esta novela con la novela clásica son firmes e imperceptibles. Son
exigencias, no pavoneos, de modo que mencionarlos implica una especie de traición...”,
afirmaba con sensatez uno de los jurados en octubre de 2006. Y el propio autor
advertía: “En Hechos inquietantes, Wilcock tomaba una frase de una narración externa:
Los egipcios adoraban a las momias, y cuidaban minuciosamente sus órganos para que
funcionaran cuando fuera necesario. Wilcock reemplaza momias por adolescentes. El
procedimiento es utilizado en Bolivia Construcciones, insertando la palabra bolivianos
por cualquier otra palabra de aires prestigiosos: momias, argentinos o alemanes.
Prefiero que aquellos que aprecian ese tipo de cosas las descubran”.
3- La exaltación, como ya es sabido, dejó paso a la perplejidad. Y se impuso la ley del
menor esfuerzo, la misma que tantos le endilgan al autor para condenarlo de modo
sumario. Ningún empeño por averiguar si razones estructurales, ligadas a los diferentes
niveles en que discurre la novela, justificaban la elección de un procedimiento que sólo
la cerril moralina de quienes se constituyen en testaferros del patrimonio ajeno pudo
calificar con términos más dignos de la comisaría 25 que de cualquier discusión
estética.
No es este lugar para demostrar que la apropiación literaria no constituye violación
alguna del trabajo ajeno, que las operaciones artísticas no son reductibles a las leyes de
copyright. Cualquier lector informado de este blog conoce la plunderfonía y el sampler y
sabe que el reloj de quienes levantan el dedo acusatorio atrasa varias décadas. Pero
hay que mencionar la pereza intelectual de un jurado que fue incapaz de indagar las
relaciones productivas entre Nada y Bolivia, prefirió jugar el juego de las lágrimas y
revocó el fallo anterior sin el adecuado análisis y la extensa justificación que hubiera
merecido una decisión semejante.
Es cierto que no fueron sus miembros los que pronunciaron la palabra “plagio”. Pero
su infortunado fallo bastó para arrojar ese manto de sospecha del que tantos otros se
valieron para concluir el sucio trabajo de desprestigio. Aún a riesgo de ponerse en
ridículo al seguir a rajatabla el fervor policíaco de un joven denunciante indudablemente
muy mal asesorado.
49
4- Un tono más prudente se advierte en la carta de lectores de La Nación del 23 de
febrero. Allí, los cinco integrantes del jurado responden a otra famosa y, por entonces
inédita misiva que, con su honestidad y buena fe características, el diario recién
publicaría mucho más tarde. La condena personal parece ceder el terreno a razones
estéticas. Ahora resulta que el descubrimiento de la novela de Laforet debilitaría los
méritos de Bolivia Construcciones. El argumento se basa en una operación espuria que
tiende a reducir la noción de intertextualidad a una identificación de “fuentes de manera
que sea visible para cualquier lector”. Dejemos de lado tan peculiar comprensión del
concepto para no perdernos en interminables discusiones técnicas; mencionemos, sin
embargo, que la Carta firmada por Jorge Panesi, Josefina Ludmer y otros intelectuales y
publicada recién en marzo no menciona la palabra ni el concepto de intertextualidad.
Tampoco deja de ser curioso que se apele a una suerte de populismo de salón. De
repente, el jurado se convierte en el adalid del lector común. ¿Será porque un lector
común tuvo a bien advertir a los cinco notables de la existencia de Nada? No dudo que
el jurado sepa ser agradecido. Lo que no entiendo es por qué es jurado, si no reivindica
para sí ninguna autoridad más allá de la del lector común. Hasta donde tengo noticia,
ningún premio literario ha llamado nunca a un lector común, sea lo que signifique esa
abstracción indemostrable, para integrar las filas de un jurado.
Lo que se espera de éste es que no se haga eco fácil de una denuncia, ni convierta
a una discusión literaria en un linchamiento moral. Las razones estéticas que aduce
brillan por su ausencia. De lo contrario, debería haber contemplado al menos la
posibilidad de que Nada refuerce, en lugar de debilitarlos, los méritos literarios de
Bolivia Construcciones. La relectura forma parte de la literatura; las notas al pie, en
general, corren por cuenta de los críticos antes que de los autores. De golpe, el pecado
de Bruno Morales se reduce a una mera descortesía. No tuvo a bien informar al jurado
de esos párrafos en cuestión. Y el jurado, que es agradecido pero no tolera la
descortesía, obró en consecuencia. No fuera a ser cosa que perdiera credibilidad ante
cualquier lector y éste no lo considerara más uno de los suyos. Porque ya se sabe, La
Nación ha sido, es y siempre será el diario de la gente común.
en http://esculpiendo.blogspot.com/2007/03/demoliendo-nuevas-construcciones.html
(publicado el 18 de marzo de 2007)
50
7.
Sobre el plagio
Por Josefina Ludmer
No comparto la idea o el mito del autor como creador y la ficción legal de un propietario
de ideas y/o palabras. Creo, por el contrario, que son las corporaciones y los medios los
que se benefician con estas ideas y principios. El mito del plagio (”el mal” o “el delito” en
el mundo literario) puede ser invertido: los sospechosos son precisamente los que
apoyan la privatización del lenguaje. Las prácticas artísticas son sociales y las ideas no
son originales sino virales: se unen con otras, cambian de forma y migran a otros
territorios. La propiedad intelectual nos sustrae la memoria y somete la imaginación a la
ley.
Antes del Iluminismo, la práctica del plagio era la práctica aceptable como difusión
de ideas y escritos. Lo practicaron Shakespeare, Marlowe, Chaucer, De Quincey y
muchos otros que forman parte de la tradición literaria.
El derecho de autor se desarrolló originariamente en Inglaterra en el siglo XVII, no
para proteger autores sino para reducir la competencia entre editores. El objetivo era
reservar para los editores, perpetuamente, el derecho exclusivo de imprimir ciertos
libros. La justificación, por supuesto, era que el lenguaje en literatura llevaba la marca
que el autor le había impuesto y que por lo tanto era propiedad privada. Con esta
mitología florecieron los derechos de autor durante el capitalismo, y establecieron el
derecho legal de privatizar cualquier producto cultural, ya sean palabras, imágenes o
sonidos.
Como se ha dicho tantas veces, fue en los año ‘60 que Foucault, en primer lugar, y
después Barthes y otros, mostraron que “la función autor” impedía la libre circulación y
composición de ideas y conocimientos. Pero desde 1870 Lautréamont (como después
Maiacovski durante la Revolución Rusa) defendió una poesía impersonal, escrita por
todos, y sostuvo que el plagio era necesario. (Borges también lo hizo, y pensaba, a
partir de Valéry, en lo que llamaba el espíritu creador de literatura.)
A partir de Lautréamont las vanguardias del siglo XX, Dadá y los surrealistas,
rechazaron la originalidad y postularon una práctica de reciclado y rearmado: los readymades de Duchamp y los montages con recortes de diarios de Tristan Tzara. También
rechazaron la idea del “arte” como esfera separada. Pero fueron los situacionistas los
que llevaron estas ideas al campo teórico, defendiendo el uso de fragmentos ya escritos
(o imágenes, o películas) como medio para producir otras (nuevas) obras. Estas
prácticas también incluían obras colectivas, muchas veces sin firma. Recuerdo la revista
Literal en los años ‘70, donde no existía firma de autor.
Desde entonces, y en esa tradición, creo que “el plagio” es simplemente un
procedimiento para pensar y escribir.
Hoy se postula el uso de nombres diferentes (como es común en Internet), como
táctica de enfrentamiento al mito del creador y propietario. En Italia el fenómeno de
Luther Blissett tuvo este sentido: muchos escritores empezaron a usar este nombre
como “firma” para enfrentar la máquina editorial y mediática. Después de su “suicidio”
surgió el colectivo Wu Ming (anónimo, en chino), que escribe novelas rehusando todo
tipo de escrituras y enfrentando la idea de “propietarios legales” de textos.
51
Hoy, a partir de “la revolución digital”, el argumento ya no es que el autor es una
ficción y que la propiedad es un robo, sino que las leyes de propiedad intelectual deben
ser reformuladas. La tendencia es explorar las posibilidades del significado en lo que ya
existe, más que agregar información redundante. Estamos en la era de lo recombinante:
en cuerpos, géneros sexuales, textos, y culturas.
Como el plagio conlleva una serie de connotaciones negativas los que exploran su
uso lo han camuflado con otras palabras: ready-mades, collages, intertextos,
apropiaciones. Todas estas prácticas son exploraciones en el plagio y se oponen a las
doctrinas esencialistas del texto. Precisamente uno de los objetivos del plagio es
restaurar la dinámica y fluidez del significado, apropiando y recombinando fragmentos
de cultura. El significado de un texto deriva de sus relaciones con otros textos.
Creo que toda condena de plagio (toda condena de un escritor como “delincuente”
literario) es un acto reaccionario. Y si pienso en una política propia de los que
escribimos, la consigna central sería que todo libro editado, como los periódicos, sea
digitalizado y puesto en Internet cuando aparece, para que pueda ser leído y usado por
cualquiera que pueda acceder libremente.
Publicado en el suplemento Radar de Página 12 el 27 de mayo de 2007.
8.
Nada que ver con otra historia
Por Bruno Morales
Siempre serán odiosas las palabras de un premiado, dije al recibir el Premio La NaciónSudamericana. Más aún lo advierte el premiado en el trance de explicar su libro.
Mucho tiempo me llevó pensar Bolivia Construcciones, novela que narra la vida de
dos inmigrantes bolivianos en la villa del Bajo Flores. Mucho más que escribirla. Como
dije aquella noche del premio, hay fines y medios. El fin, que alcancé, era la donación a
una ONG boliviana: el 6 de diciembre, recibido el dinero, lo entregué a ADA. La novela
era el medio. A la vez, desafío: una novela de incidencia política que fuese muy literaria.
Me explicaré considerando una cuestión del plan de mi novela. Antes de escribir una
sola línea, yo quería que en un pasaje casi final el narrador adolescente entreviera una
evasión de su vida cotidiana. Recordaba una novela que siempre me gustó, El
visionario (1934) del católico Julien Green. En la primera de sus partes el protagonista
vive en una villa de provincia, desde la cual ve un castillo. En la segunda, ingresa en el
castillo. En la tercera, retoma su vida anterior: ignoramos si soñó la aventura, o si leyó y
recreó una novela de capa y espada.
Esta oposición entre mundo laboral y fantasía libresca me seducía. Sin embargo, me
disgustaba que la división en partes fuera didáctica, y que la fantasía aristocrática, de
algún modo, triunfase. Para mi novela, yo quería que el ingreso en la fantasía fuera
gradual, menos perceptible, y que el protagonista fracasase en su evasión de lo
cotidiano.
52
Comprendí que para sostener la ilusión de ese pasaje casi final, que serviría de
contraste, debía crear un marco. Y que convenía elegir como referencia un texto casi
obligatorio en español, de estilo llano, con infinitas ediciones, que aun el narrador
protagonista pudiera llegar a leer. Un clásico que contara, además, con el encanto de la
distancia. Nada (1944), de la católica Carmen Laforet, se impuso por esos y otros
motivos. La narradora en esta novela, Andrea, llega de un ámbito semirrural a una
ciudad gótica, Barcelona. Estudia Letras y griego, lengua en que su nombre significa
“varón”. Esto terminó por decidirme. Era la novela que mi pasaje evocaría: Nada era la
inversión de Adán. Que el adánico y como tal innominado narrador de mi novela
anhelara perder su identidad y fundirla con la de Andrea, y fracasara, generaría,
pensaba yo, algo nuevo, “rico y extraño” para aquel pasaje.
No por azar, la evocación tiene lugar en una secuencia que caractericé como
“impostada” (La Nación, 5 de noviembre). El protagonista está solo, sin su amigo. Vive
una escena nocturna, tal vez soñada, en una novela de jornadas diurnas y laborables.
El narrador se siente perdido en una villa que ya conoce. Lo familiar se torna extraño, y
al revés. Por primera vez, una mujer lo besa, y ahora él la quiere salvar. Pero es una
mujer de libro y no real. Concluida esa secuencia, el narrador se lava con aguas que ni
lo refrescan ni lo limpian: el mundo de ensueño quedó atrás. En el capítulo siguiente,
vuelve a su amigo, a los trabajos y los días. Adecuar su vida al libro que lo contaminó no
ha sido posible: es esencialmente ajeno.
Todo efecto de extrañeza se habría anulado si las pistas fueran fáciles, o si la
intervención de Nada fuera prenunciada. Las pistas sólo valen para un lector que ya
conoce Nada, no para otro.
En el siglo XVIII, los novelistas filosóficos hacían que un piel roja visitara Europa
para poder criticarla sin riesgo. En Bolivia Construcciones, la voz del narrador boliviano
podría pasar por la única verdadera en un mundo de imposturas argentinas. También
ésta revela ser una ilusión perdida cuando el lector descubre la evocación.
Me he resignado a exponer lo que habría preferido que cada lector descubriese por
sí mismo, para mostrar qué deliberación artística rige la composición de Bolivia
Construcciones. Sujeto a ella, uno y solo uno de los instrumentos elegidos fue evocar a
Nada, tercera obra más traducida de la lengua española, a lo largo de unas treinta
páginas, en el contexto de una trama y ambientación autónomas. Que obras de arte
planeadas y compuestas así no nos parezcan tan buenas, o ni siquiera obras de arte,
es un debate legítimo, pero que conviene reservar a la crítica y al público. Darlo por
concluido midiendo y pregonando de antemano cómo debe formar su opinión cada uno
agravia a los lectores, cuyas capacidades se cuestionan, y acaso a la literatura.
Publicado en el suplemento Radar de Página/12 el 3 de junio de 2007.
53
María Kodama vs. El hacedor (de Borges). Remake
1.
Carta de protesta o cómo El hacedor (de Borges). Remake se
convirtió en una novela política
Hoy queremos manifestar nuestro frontal rechazo ante un hecho insólito. María
Kodama, heredera de los derechos de autor de Jorge Luis Borges, ha obligado a la
editorial Alfaguara a retirar del mercado El Hacedor (de Borges), Remake, la última
novela de Agustín Fernández Mallo, bajo amenaza de denuncias. La obra, que contiene
el nombre de Borges en su título, e incluye fragmentos y títulos de los poemas del
escritor argentino en el orden original de El Hacedor, pronto se va a retirar de las
librerías y dejará de existir tal y como fue concebida.
A El Hacedor (de Borges). Remake no se le acusa de plagio. Se le acusa de
insertar unos materiales protegidos por derechos de autor dentro de una obra original,
sin contar con el debido consentimiento de su propietaria. No ha importado nada que la
obra funcione como un homenaje a Borges, quien se halla tan presente que resultaría
disparatado acusar a Fernández Mallo de actuar de forma deshonesta. Su supuesta
falta no tiene nada que ver con el engaño, sino con haber compuesto una pieza original
valiéndose de algunos fragmentos que tenían dueña; una dueña que no está dispuesta
a compartirlos.
¿Cuántas obras artísticas y webs hoy en día se valen de textos, videos, imágenes o
sonidos de procedencias diversas? El Hacedor (de Borges), Remake, más que como
singularidad, podría tomarse como ejemplo de un procedimiento que se aplica de forma
masiva en la actividad creativa de nuestros días, a través de formas que no son más
que la versión actualizada de un principio rector de la cultura y el conocimiento: lo nuevo
siempre se construye a través de lo viejo, y de lo ajeno. Seguir ese principio, que se
halla muy por encima de legislaciones e intereses particulares, no solo es legítimo; es
fundamental. La inmensa mayoría de las personas así lo comprenden, de ahí que la
decisión de María Kodama sea una excepción extraordinaria. Pero incluso como
excepción, resulta intolerable.
En un artículo publicado en El Cultural de El Mundo, la señora Kodama, quien
confiesa no haber leído El Hacedor (de Borges). Remake, dice haberse dejado guiar por
su abogado, quien considera “una falta de respeto” el tributo de Fernández Mallo, por no
haber pedido permiso. Imaginemos qué sería de los creadores, académicos o
investigadores si, cada vez que usaran materiales prestados tuvieran que solicitar el
beneplácito de sus propietarios, que se hallan amparados para denegárselo por
consideraciones tan caprichosas como las de este caso. Que, de ahora en adelante,
esos creadores tuvieran que valerse de lo ajeno, sin incurrir en el plagio, con un ojo
puesto en la legislación, ante la amenaza de una demanda. Todos comprendemos el
lugar aberrante en que se convertiría el mundo de la cultura si se generalizaran
acciones como las emprendidas por Kodama, de ahí nuestra reacción. Consideramos
que no existe la más mínima legitimidad moral para censurar así una obra; solo existe
un defecto en una ley que nunca debería dar cabida a esta clase de abusos. Una ley
anacrónica, formulada en tiempos pre-digitales y ajena a la deriva del arte
contemporáneo.
54
Rogamos encarecidamente a María Kodama que reconsidere su decisión, y no se
oponga a la justa difusión de El Hacedor (de Borges), Remake. Una rectificación a
tiempo puede dejar en mero malentendido esta equivocación, que sería mucho más
grave en el caso de perpetrarse. En las pocas horas de circulación de la noticia, la
condena de escritores, editores y amantes de la literatura ha sido unánime, y deja claro
que su acción va a tener exactamente el efecto contrario al que buscaba: en vez de
proteger el legado de Borges, deslegitimará a quienes lo gestionan. A este respecto,
hay que considerar no sólo el diseño de la portada de la novela de Fernández Mallo (un
corazón dorado: una declaración de amor al maestro), sino también el efecto que ha
causado ese libro: una relectura del original, El hacedor, que durante las últimas
décadas ha tenido menos circulación y lecturas que otros libros más conocidos de
Borges, como Ficciones o El aleph. Quienes firman aquí suscriben todo lo dicho.
Quienes queráis ratificarla con vuestra firma, por favor, enviad a
elespigado@gmail.com una declaración mínima diciendo que suscribís todo lo dicho
en ella, añadiendo vuestro nombre y, si os apetece y creéis que puede añadir algún
valor a vuestra firma, vuestra ocupación. Quien lo crea conveniente, que reenvíe esta
carta con el adjunto a sus contactos interesados, con el objetivo de recabar el mayor
apoyo posible. El lunes añadiremos todos los nombres a la carta de protesta y le
daremos difusión.
FIRMAN: (en orden de recogida) Miguel Espigado / Jorge Carrión, escritor / Toni
Segarra, publicista, Vicepresidente y Director Creativo de *S,C,P,F... / Silvia Vilar
González, Spanish Lecturing Fellow, Duke University / Juan Villoro / Antonio
Orejudo /Francisca Noguerol, profesora Titular de Literatura Hispanoamericana,
Universidad de Salamanca / Rosa Montero, escritora / Rogelio Abraldes, realizador y
productor audiovisual / Jessica Aliaga Lavrijsen, Doctora en Filología, traductora y
editora /Ricardo Menéndez Salmón, escritor / José Vidal Valicourt, escritor / Marco
Kunz, Catedrático de literatura española, Université de Lausanne, Suiza / Julia
Merino / Gabi Martínez, escritor / Miguel Antonio Chávez / Antonio Rómar / Ernesto
Castro Córdoba, estudiante / Joan Feliu, músico / Pascale Saravelli, músico / Alberto
Olmos, escritor /Antonio J. Gil González, Profesor titular, Universidad de Santiago de
Compostela /Guzmán de Yarza Blache, JL Arquitectos / Miguel Serrano Larraz / Álvaro
Colomer Moreno, escritor y periodista / Andrés Neuman / Germán Sierra Paredes,
Profesor de Bioquímica y escritor / Belén Gopegui / Javier García Rodríguez, escritor y
Profesor de Teoría de la literatura y literatura comparada en la Universidad de
Oviedo / Alberto Santamaría / Javier Avilés / Elvira Navarro, escritora / Constantino
Bértolo, editor /Pere Joan, dibujante / María Angulo Egea / Iban Zaldua,
escritor / Mariano Martín Rodríguez, traductor e historiador de la literatura / Max, autor
de cómic e ilustrador /Ezequiel Martínez Llorente / Máximo Hernández, poeta / Sergio
Gaspar / José Luis Molinuevo / Isabel Martínez Tudela, redactora publicitaria / Marc
Torrell Benítez, Director Creativo y fundador de Sr. Benítez / Jorge Díaz Martínez,
poeta / Miguel Dalmau Soler / Miquela Forteza Oliver, Doctora en Historia del Arte / Raúl
Quinto, profesor y escritor / Laura Borràs Castanyer, Profesora de Teoría de la
Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Barcelona / Pablo García
Casado, escritor /Salvador Gutiérrez Solís / Cristina Mourón Figueroa / Ángel
Cerviño / María Ángeles Naval, Departamento de Literaturas Españolas e Hispánicas,
Universidad de Zaragoza /Jon Bilbao, escritor y traductor / Oscar Sáenz/ Beatriz Pastor,
Professor of Spanish and Comparative Literature, Dartmouth College, EEUU / Dr. Lillian
Manzor, Associate Professor, Modern Languages and Literatures Director, Cuban
Theater Digital Archive, University of Miami / George Yúdice, Director, Miami
55
Observatory on Communication and Creative Industries, Professor and Interim Chair,
Department of Modern Languages & Literatures Professor, Center for Latin American
Studies / Emili Manzano, periodista /Rafael Alomar Company / Ricardo Ramón Jarne,
Director del Centro Cultural de España en Buenos Aires / Mauricio Salvador, editor y
escritor / Jorge Salavert, traductor /Susana Medina, escritora / Américo Mendoza Mori,
Director, Red Literaria Peruana, Investigador, Universidad de Miami, EE.UU. / Juan
González Álvaro, editor / Marta Sanz, escritora / Manuel Vilas / Vicente Luis Mora,
escritor y crítico literario / Óscar Esquivias, escritor / Leonardo Valencia,
escritor / Antonio J. Rodríguez / Javier Moreno, lector amante de Borges, profesor y
escritor / Juan Bonilla, escritor / Christine Henseler, Associate Professor of Spanish and
Hispanic Studies / Paul Viejo, escritor y editor / Félix de la Concha, pintor / Gema PérezSánchez, Director of Graduate Studies, Associate Professor of Spanish Department of
Modern Languages and Literatures, University of Miami / René López Villamar, crítico
literario y editor de HermanoCerdo/ Ángel Erro, escritor / David Bestué, artista / Luna
Miguel / Iván Humanes, abogado y escritor / Sergi de Diego Mas, administrativo y
lector / Ingrid Guardiola, Profesora universitaria, gestora cultural, articulista / Pau
Palacios / César Ramiro, editor y traductor / Jorge Fernández Gonzalo, poeta y
ensayista / Miguel Á. Hernández Navarro, escritor y Profesor de Historia del Arte en la
Universidad de Murcia / Jane Connolly, Profesora de español, Universidad de
Miami / Mario Crespo, bibliotecario y escritor /Eva Olivares Jara, higienista dental y
estudiante del Grado en Lengua y Literatura Española / Julián Cañizares, escritor / Juan
Carlos Chirinos, escritor / José Luis Amores Baena, economista / Carlos Feal / Antonio
Alías, crítico literario e investigador del área de Teoría de la Literatura y Literatura
Comparada, Universidad de Granada /Edmundo Paz Soldán, escritor / Marta
Álvarez / Guille Viglione, publicitario / Pablo Gil, periodista de El Mundo / Juan Jacinto
Muñoz Rengel, escritor / Fernando Iwasaki, escritor / Leonardo Aguirre, escritor / Jordi
Corominas i Julián, poeta / Javier García Rodríguez, escritor y profesor de Teoría de la
Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo / Paloma González
Rubio, escritora / Marco Antonio Raya Ruiz, Terapeuta Ocupacional y escritor / Carmen
Velasco, escritora y profesora / Juan Francisco Ferré, escritor / Pablo López
Carballo / José Antonio Gallego Blaso, director de una sucursal bancaria / Jorge
Riechmann / Pablo García-Ramos Macho / Ignacio Vidal-Folch, escritor / Raúl
Minchinela Martínez, articulista y autor de Reflexiones de Repronto / Juan Carlos
Méndez Guédez, escritor / Rafael Alomar, físico / Pablo Gallo, dibujante y pintor / Bruno
Galindo / Jordi Costa Vila, escritor y periodista / Emilio Ruiz Mateo, periodista y gestor
cultural / Jota Martínez Galiana, traductor autónomo / David Refoyo, escritor / Estíbaliz
Espinosa Río, escritora / Alberto Torres Blandina / Oscar Sáenz / Sergio Chejfec / Óscar
Gual Domínguez, escritor / Ezequiel Martínez Llorente /Eduardo Rega Calvo, arquitecto
y doctorando activo de la Escuela Tecnica Superior de Arquitectura de Madrid
/ Mercedes Álvarez, escritora / Mario Cuenca Sandoval, escritor y profesor de filosofía
/ Elena Medel / Salvador Luis Raggio Miranda, Narrador y director de
www.losnoveles.net / Enzo Maqueira, escritor y editor / Jordi Doce, escritor y
editor / Roberto Valencia / Teresa I. Tejeda, Profesora de la Universidad de lengua y
cultura de Pekín / Alberto Barrera Tyszka / Fernando Ángel Moreno Serrano, profesor
de Teoría del lenguaje literario, Universidad Complutense de Madrid / Jorge Lago, editor
de Lengua de Trapo / Fabián O. Iriarte, Prof. Adjunto - Literatura Comparada,
Departamento de Lenguas Modernas, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional
de Mar del Plata / Oliverio Coelho / Rosa Benéitez Andrés, Investigadora de la
Universidad de Salamanca / Sergio Di Nucci, profesor de Literatura Francesa,
Universidad de Buenos Aires / Susana Santos / Cristian Vázquez, periodista /Ernesto
Escobar Ulloa, director de Canal-L y editor de The Barcelona Review / Willy McKey,
56
poeta y escritor / Fernando Varela, editor de Lengua de Trapo / Javier Vázquez Losada,
abogado y escritor / Alejandra Correa / Martín Rodríguez-Gaona, poeta ensayista,
traductor / Juanjo Olasagarre Mendinueta, escritor en euskara / Marc García
García / Robert Juan-Cantavella / Sergi Bellver / Patricio Lenard / Ernesto Pérez
Zúñiga / María Angulo Egea / Carmen Moreno / Pablo Mazo Agüero, editor de Salto de
Página / Beatriz Sarlo, ensayista / Juan J. Mendoza
2.
La deshacedora
Sobre el juicio de Kodama a Agustín Fernández Mallo. La retirada de El
hacedor (de Borges) Remake ha hecho ruido en España.
POR ANDRES NEUMAN PARA REVISTA Ñ
La retirada de El hacedor (de Borges) Remake, de Agustín Fernández Mallo, bajo
amenaza legal de la señora Kodama y sus memoriosos abogados, ha hecho ruido en
España. Se ha redactado una carta de protesta, suscrita por 200 escritores, críticos y
docentes de ambas orillas. Ciertos silencios se debieron quizás a los recelos que
Fernández Mallo despierta entre algunos colegas. Lástima: si había una ocasión que
merecía que sus detractores y partidarios coincidiesen, era esta. La ética es más
urgente que las filias y fobias.
En términos legales, la editorial se equivocó al no solicitar autorización. Pero
valdría la pena reflexionar sobre lo aberrante de que, por ley, resulte obligatorio pedir
permiso para dialogar con un clásico. No se trataba de explotar comercialmente el texto
original de Borges, sino de trabajar literariamente con él. Lo que se dirime aquí por tanto
es la libertad de un procedimiento narrativo, no la legítima defensa de unos derechos de
autor. ¿Deberían también críticos e investigadores, cuya labor es a veces remunerada,
solicitar la venia antes de escribir sobre un autor? ¿Debieran ser represaliados si lo que
dicen no agrada a sus herederos?
De la carta de protesta, que firmé sin dudarlo, me parece ingenuo su énfasis en lo
“actual” y “digital” del procedimiento de Fernández Mallo. El problema es más grave y
más amplio: la creación a partir de obras anteriores nació con el arte mismo, es parte de
él. Está en los palimpsestos grecolatinos, el arte barroco, el teatro clásico, la poesía en
general, el arte pop, la novela negra. No estamos ante un mero acto de incomprensión
hacia el arte contemporáneo sino, peor aún, ante un acto de incultura general. En este
incidente salen perdiendo todos: el autor, cuyo libro se requisa; la editorial, cuyos
intereses se dañan; Kodama, que alimenta su leyenda y nos confirma, como reconoció
en Madrid, que es capaz de denunciar un libro sin siquiera leerlo; e incluso Borges, en
cuyo nombre se penaliza a un escritor que lo admira. Los únicos que ganan son un par
de abogados, convertidos en grotescos árbitros literarios.
57
3.
La angustia de las influencias
Un libro publicado en febrero en España por un joven escritor es secuestrado
de las librerías en septiembre por orden de la heredera de Jorge Luis Borges.
¿Por qué?
Por Guillermo Piro
Tres en pugna. A la izquierda, María Kodama; en el centro, Jorge Luis Borges. A la derecha, Agustín
Fernández Mallo. Ellos son los protagonistas de un affaire que desató adhesiones, comunicados y, tal vez,
el despido de un editor distraído.
Hay una escena interesante en Perdidos en la noche, de John Schlesinger, una película
de 1969. Allí Joe Buck (Jon Voight), un cowboy de encanto ingenuo, convencido de que
es la salvación de muchas mujeres solitarias y faltas de amor, conoce a Ratso Rizzo
(Dustin Hoffman), un timador y ladrón de poca monta, un tullido con grandes
ambiciones. Los dos personajes viven una estrecha relación en una Nueva York
asfixiante. En un momento, a poco de comenzada la película, pasa algo inquietante.
Ratso Rizzo, vestido con un ambo blanco, camina junto a Joe Buck por la calle,
parloteando. La toma está hecha a distancia, con un teleobjetivo, lo que crea la ilusión
de que los personajes caminan en el mismo sitio. Peatones tomados inadvertidamente
se cruzan delante de la cámara. Al llegar a la esquina, al cruzar la calle, sucede algo
que no estaba previsto en el guión: un taxi está a punto de atropellar a Dustin Hoffman.
Y Hoffman, fiel discípulo de la escuela del Actors’ Studio, encara al taxista y le grita: “I’m
58
walking here!” (¡Estoy cruzando yo!), un modo significativo, o mejor dicho ejemplar, con
que el personaje reclama existencia. María Kodama es como Ratso Rizzo. De tanto en
tanto es ignorada, pero ella se las ingenia para reclamar su existencia. Se entiende, a
nadie le gusta ser ignorado. Eso es algo que con relación a Kodama en la Argentina
sabemos muy bien desde hace tiempo. Más precisamente desde la muerte de Borges,
en 1986. Pero al parecer en España acaban de enterarse.
Lo cierto es que, tal como lo explicitó Annick Louis en su Borges, obra y maniobra,
la muerte de Borges posibilitó prácticamente la duplicación de los textos borgeanos. Me
refiero a que en vida de Borges éste había prohibido que, por ejemplo, Inquisiciones
integrara sus obras completas o fuera reeditado. Fue Kodama quien decidió compilar y
publicar una gran batería de textos (publicados en la Revista Multicolor, o en El Hogar,
por ejemplo) que Borges jamás hubiera permitido que salieran a la luz. O que incluso, si
hubiera sido por él, habría llegado a tomarse el trabajo de quemar.
También solemos mirar con cierta inquina su celo a veces inexplicable en el
cuidado del legado del maestro. Hace poco causó gran conmoción el pase de la edición
de las obras completas de Borges de la editorial Planeta a Random House Mondadori.
El pase en sí nos tiene sin cuidado, pero en el caso de El hacedor, por ejemplo, sin
advertencia previa, sin motivo aparente, la edición carece de una sección entera,
titulada “Museo”, que incluye, entre otra media docena de textos, el epílogo al libro.
En estos días María Kodama está siendo protagonista de un affaire que tiene
como protagonista a un joven escritor y a una editorial española, que parecen
sorprendidos por haber descubierto la existencia de una albacea literaria. El autor se
llama Agustín Fernández Mallo, y la editorial, Alfaguara. Fernández Mallo es ya una
joven realidad de la literatura española. Nació en La Coruña en 1967 y es licenciado en
Ciencias Físicas. En 2001 publicó un libro de poemas, Yo siempre regreso a los
pezones y al punto 7 del Tractatus, pero es famoso por haber puesto en marcha el
llamado “Proyecto Nocilla” y haber publicado su primera novela, Nocilla Dream, a la que
siguieron Nocilla Experience (2008) y Nocilla Lab (2009). En cuanto a su “Proyecto
Nocilla”, cabe destacar que Nocilla es la marca de una crema untable de avellanas con
chocolate, de origen español, cuya realización se inspira en la marca italiana Nutella.
Detalle que podría no tener importancia pero que la tiene, por lo de inspiración y por lo
de copia.
Resulta que Fernández, resuelto y devoto y desinformado admirador de Borges,
concibió un libro titulado El hacedor (de Borges). Remake, donde de un modo un tanto
insólito reproduce íntegramente, con leves cambios, el Prólogo y el Epílogo de El
hacedor, sin contar un sinnúmero de citas ocultas y sin contar que cada uno de los
textos que lo componen llevan el mismo título que los textos que componen el libro de
Borges. La obra apareció en febrero. El mes pasado María Kodama, acción judicial
mediante, hizo retirar los ejemplares de las librerías españolas. Lo que para Fernández
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Mallo es un homenaje, para María Kodama es una falta de respeto (no aclara una falta
de respeto a quién). Revuelo. Fernández Mallo aduce que “Borges fue el primero en
usar las mismas técnicas de apropiación y reescritura que yo”, sin especificar dónde
Borges habría usado esa técnica. Técnica que sí, en cambio, usó Miguel de Cervantes
en la segunda parte del Quijote a comienzos del siglo XVII, cuando copió de cabo a
rabo una de las historias de santos incluidas en La leyenda dorada de Jacopo della
Voragine y la aplicó, cambiándole alguna que otra palabra, a Sancho Panza impartiendo
justicia salomónica en la ínsula firme de Barataria. ¿Pero Borges? ¿Cuándo? ¿Dónde?
Pero vayamos a los textos, tratando de ponernos en los zapatos de María
Kodama, o mejor, en los zapatos de los abogados de María Kodama, ya que ella no
parece haberse tomado el trabajo de leer el libro de Fernández Mallo. En el peor de los
casos, si fuera verdad que María Kodama no leyó el libro del español, la decisión puede
ser interpretada de otro modo: si ante la vista de tu libro un abogado corre presuroso a
bocharlo es porque es probable que algo ilegal estés haciendo.
Veamos los resultados de utilizar la herramienta Fernández Mallo. Donde Borges
en El hacedor comienza diciendo “Los rumores de la plaza quedaron atrás y entro en la
Biblioteca. De una manera casi física siento la gravitación de los libros, el ámbito sereno
de un orden, el tiempo disecado y conservado mágicamente. A izquierda y a derecha,
absortos en su lúcido sueño, se perfilan los rostros momentáneos de los lectores, a la
luz de las lámparas estudiosas, como en el hipálage de Milton”, Fernández Mallo
escribe: “Los rumores de la plaza quedaron atrás y entro en la Biblioteca. De una
manera casi física siento la gravitación de los libros, el ámbito sereno de un orden, el
tiempo disecado y conservado mágicamente. A izquierda y a derecha, absortos en su
lúcido sueño, se perfilan los rostros momentáneos de los lectores a la luz de las
lámparas estudiosas, como en el hipálage de Milton”. No hace falta ser un abogado, ni
siquiera hace falta ser Kodama, para pedir instantáneamente que se retiren los
ejemplares de las librerías. Es más, si a cualquiera de nosotros nos pasara lo mismo, si
nos encontráramos con líneas y líneas reproducidas literalmente por otro,
probablemente no nos contentaríamos con que el libro desapareciera de las librerías y
pediríamos la cabeza del escritor en cuestión –y que parezca un accidente.
Las similitudes en el Prólogo siguen. Pero aparece una modificación: donde
Borges menciona “el árido camello del Lunario” (refiriéndose al Lunario sentimental de
Lugones), el español menciona y cita las primeras líneas de Volverás a Región, de su
compatriota Juan Benet. Y luego, donde Borges cita a Virgilio, Fernández Mallo cita a
Borges. Pero de inmediato vuelve a atacar la literalidad, y donde Borges dice: “Estas
reflexiones me dejan en la puerta de su despacho. Entro; cambiamos unas cuantas
convencionales y cordiales palabras y le doy este libro. Si no me engaño, usted no me
malquería, Lugones, y le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío”, el español
escribe: “Estas reflexiones me dejan en la puerta de su despacho. Entro; cambiamos
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unas cuantas cordiales y convencionales palabras, y le doy este libro. Si no me engaño,
usted no me malquería, Borges, y le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío”.
Las similitudes siguen en el Prólogo y en el Epílogo.
En su defensa, Fernández Mallo recuerda que esa técnica (o sea recoger un
legado y transformarlo: remake) es algo que en la literatura no supone mayor
desconcierto para el lector. Y cita como ejemplo a Guillermo Cabrera Infante, quien
(siempre en palabras de Fernández Mallo) “en su libro Exorcismos de esti(l)o, hace un
remake del Epílogo de El hacedor, que titula “Epilogolipo”, en el que sólo se cambian
unas cuantas palabras. Creo que es un precedente que legitima también mi obra, una
especie de jurisprudencia moral”. Veamos si la herramienta de Cabrera Infante es la
misma.
En el Epílogo a El hacedor, Borges dice: “Quiera Dios que la monotonía esencial
de esta miscelánea (que el tiempo ha compilado, no yo, y que admite piezas pretéritas
que no me he atrevido a enmendar, porque las escribí con otro concepto de la literatura)
sea menos evidente que la diversidad geográfica o histórica de los temas. De cuantos
libros he entregado a la imprenta, ninguno, creo, es tan personal como esta colecticia y
desordenada silva de varia lección, precisamente porque abunda en reflejos y en
interpolaciones”. Cabrera Infante, por su parte, escribe: “Desee Dios que lo que de
monótono tiene este potpourri (que el tiempo recogió, no yo, y que incluye enxiemplos
pretéritos que no quiero corregir, porque los escribí con otro concepto de lo poético) se
muestre menos evidente que el disímil origen geopolítico o histórico de mis motivos”.
No, lo hecho por Cabrera Infante no legitima nada. Cabrera odia a Borges. Toma su
Epílogo de El hacedor y lo reproduce íntegro, pero con una salvedad: omite,
“oulipianamente” (de ahí su título) todas las letras “a”, tan comunes en español, de
modo que el texto de Borges resulta una parodia: Borges está ahí, pero de alguna
manera ése no es Borges. La mera omisión de la letra “a” implica para Cabrera (como
para Georges Perec en La disparition, donde lo que omite es la letra “e”, tan común en
francés) una búsqueda creativa de sinónimos para reemplazar las opciones lexicales
pretenciosas, trascendentales y lastimeras de Borges.
En contraposición, la operativa de Fernández Mallo con el mismo texto arroja el
siguiente resultado: “Quiera Dios que la monotonía esencial de esta miscelánea (que el
tiempo ha compilado, no yo) sea menos evidente que la diversidad geográfica o
histórica de los temas. De cuantos libros he entregado a la imprenta, ninguno, creo, es
tan personal como esta colectiva y desordenada silva de varia lección, precisamente
porque abunda en reflejos e interpolaciones”. Los procedimientos de Fernández Mallo y
de Cabrera Infante tienen tanto que ver entre sí como un camello tiene que ver con El
infinito de Leopardi. Uno huele a parodia y el otro no huele a nada.
61
Quien en cambio sí podría servir como precedente es un argentino, Juan Rodolfo
Wilcock, quien en un breve relato de Hechos inquietantes utilizó la herramienta del
remake. Efectivamente, Wilcock parece haber tomado un texto periodístico titulado “La
desaparición de las estrellas”, y con el reemplazo de una sola palabra generó un texto
nuevo titulado “La desaparición de las putas”. Claro que Wilcock escribió eso en la
misma época en que Cabrera Infante escribió lo suyo, a comienzos de los 70, cuando la
normativa en torno a los derechos de autor era otra. Tal vez la nota periodística era
anónima, o tal vez había sido escrita por un amigo de Wilcock, o era antiquísima. No lo
sé. Wilcock fue amigo de Borges y a modo de homenaje al maestro escribió un libro que
es un remedo de Historia universal de la infamia titulado La sinagoga de los
iconoclastas.
El procedimiento de Fernández Mallo (y siempre me refiero a lo hecho con el
Prólogo y el Epílogo de su libro, no al resto, que reboza creatividad e ingenio, y donde
retrata a su época aludiendo a la Coca-Cola Zero, a los muñequitos de Kinder Sorpresa
o a Caro diario de Nanni Moretti), recuerda más bien aquel otro, el de Daniel Omar
Azetti, un argentino que en un concurso de cuentos organizado por el diario La Nación
en 1997 obtuvo el primer premio con un cuento titulado “La ilusión que se escurre”, que
resultó ser muy similar a “El espejo que huye”, de Giovanni Papini. Su relato era una
copia casi exacta del texto del escritor florentino. “No es un plagio –dijo entonces Azetti–
es una construcción intertextual.” Para luego agregar algo con palabras que se parecen
mucho a las dichas por Fernández Mallo: “Soy un gran admirador de Papini y de la
literatura de ciencia ficción. Uno se debe a sus maestros y ellos me protegen.” También
recuerdan a Sergio Di Nucci, otro premio literario cuya obra, Bolivia construcciones,
contenía una treintena de páginas copiadas de la novela Nada, de la española Carmen
Laforet. Eso ocurría en 2006, y Di Nucci se defendió de un modo muy similar al de
Fernández Mallo, aludiendo a un procedimiento de larga data, con prohombres como
Juan Rodolfo Wilcock en sus primeras crónicas y en sus últimas novelas italianas. “Con
sólo introducir una única modificación un mismo texto [Wilcock] cuenta otra historia”,
decía Di Nucci.
Los casos que acabo de citar sientan precedente, y el final de todos ellos fue
parecido: Bolivia construcciones fue retirado de las librerías, pasó al olvido. Y sin
embargo tanto Azzetti como Di Nucci tienen un halo de cretinismo y caradurez que
Fernández Mallo no tiene.
Cuando los abogados de Kodama hicieron retirar en septiembre los ejemplares de
las librerías españolas, una carta de protesta comenzó a circular en Internet y vía mail.
La carta, redactada por el escritor español Miguel Espigado, esgrimía la defensa más o
menos en los mismos términos en los que trató de defenderse Fernández Mallo y
concluía con un ruego a Kodama para que reconsidere su decisión. Entre los firmantes
figuraban Miguel Espigado en primer lugar (de donde deducimos que fue escrita por él),
62
Sergio Di Nucci (obviamente), Juan Villoro, Rosa Montero, Andrés Neuman, Sergio
Chejfec y Beatriz Sarlo, entre muchos otros. (¿Por qué Daniel Omar Azetti no firmó esa
carta? ¿Qué fue de él? ¿Qué opinará de todo esto? Desde acá le mandamos un
saludo.)
Contemporáneamente, la editorial Alfaguara dio a conocer un comunicado
escueto, donde explica que en el proceso de edición del libro jamás sospecharon “que
el libro pudiera ser leído de una manera negativa contra la persona o la obra de Jorge
Luis Borges”. Hacen una diferenciación entre un problema jurídico y uno estético. Ante
el jurídico se rinden sin chistar, pero en el terreno estético manifiestan disconformidad
con Kodama. “Una de las muchas innovaciones que Borges trajo a la literatura fue la de
usar los procedimientos paródicos sobre sus propias influencias, sobre los autores que
admiraba y se sentía influido. Si Borges no hubiera existido, Fernández Mallo jamás
hubiera podido escribir un libro como su Remake. Justamente por ello –prosigue el
comunicado– pensamos que el suyo es un gran homenaje a la persona que inventó
para la literatura española este tipo de procedimientos de apropiación y juego. Borges
ideó una forma de hacer literatura de la que Fernández Mallo es heredero fiel y agudo.
Como sus editores, lamentamos que este libro no se hubiera entendido en esa clave.”
El comunicado de Alfaguara está tan lleno de imprecisiones que parece escrito por
el propio Fernández Mallo. Hay que repetir la misma pregunta hecha al principio:
¿dónde, cuándo usó Borges el procedimiento del llamado remake? Se habla de juego
por primera vez en todo este affaire. Un juego lleva implícito la aceptación de ciertas
reglas. Como ser pedir autorización para reproducir fragmentos de un libro. Más siendo
de Borges. Más aun siendo María Kodama la heredera. ¿Cómo es posible que a nadie
en la editorial Alfaguara en España se le haya cruzado por la cabeza pedir autorización
para reproducir un prólogo y un epílogo enteros?
Ampliemos el razonamiento. Supongamos que efectivamente Borges hubiera
usado el procedimiento del remake entendido en modo peninsular. ¿Habilitaría del
mismo modo al plagio el hecho de que Cervantes plagiara a un obispo genovés de fines
del siglo XIII?
Hace poco Jean-Luc Godard dijo algunas cosas geniales. “La propiedad intelectual
no existe, estoy en contra de la herencia. Que los hijos de un artista puedan
beneficiarse de los derechos de las obras de sus padres... Hasta la mayoría de edad
por qué no, pero después no me resulta evidente que los hijos de Ravel se lleven dinero
por los derechos del Bolero.”
Es un punto de vista interesante, pero lo cierto es que hasta el mismo Godard se
cuida, en el momento de recurrir a imágenes filmadas por otros, de no tomar más que
células, cortos planos, no escenas enteras. Una cosa son los deseos y las aspiraciones
y otra muy distinta es la realidad cotidiana, llena de abogados dispuestos a meterte la
63
mano en los bolsillos y sacarte el dinero que te ocupaste de ganar dignamente. En
música la legislación relacionada con la cita parece más estricta. Uno puede libremente
componer y ejecutar variaciones sobre un tema cualquiera, pero llegado el caso de que
a alguien se le ocurriera transcribir más de tres compases de la obra original va a tener
que pedir autorización y pagar derechos. En literatura también hay una legislación
vigente, que seguramente enarbolaron los abogados de Kodama en el caso de
Fernández Mallo. Entonces, suponiendo que el estereotipo del artista en las nubes
funcionara y que Fernández Mallo jamás leyera los diarios y tuviera de la Argentina y de
Borges y Kodama tanta noción como acerca de la vida sexual de las almejas, la
pregunta es: ¿cómo es posible que a la editorial Alfaguara no se le haya ocurrido
corroborar las transcripciones textuales de Borges existentes en el libro de Fernández
Mallo y pedir la bendita autorización? Ese es el misterio más grande de todo este
affaire. Aunque hay un dato que vuelve menos inocente al autor español: para titular su
primer libro, Nocilla Dream, tomó el recaudo de pedir autorización a Nutrexpa, la
empresa dueña de la marca.
Godard, como casi siempre, tiene razón, pero el affaire Fernández Mallo-Kodama
pone de manifiesto que existe una regulación que puede no cumplirse, pero que en ese
caso no da lugar para la queja ni para las cartas de protesta. Lo que María Kodama vino
a decir es que ella, nos guste o no, al igual que el Ratso Rizzo de Perdidos en la noche,
existe. Aunque leyendo el libro de Fernández Mallo me temo que ni aun pidiéndole
autorización hubiera accedido a la publicación de ese libro. Parece que el juego del
remake no es algo que a Kodama le guste mucho.
Publicado en la edición impresa del diario Perfil el 29/10/2011
64
4.
Una defensa de María Kodama
Publicado en El Boomeran(g), blog literario de Julio Ortega
4
Le debo a Borges la amistad de María Kodama. Los conocí a ambos en 1982, cuando
visitaron la Universidad de Texas, en Austin, donde él había sido profesor visitante en
1961, y en 1968 había dictado una memorable conferencia sobre el Quijote, que
finalmente recuperé y acaba de ser publicada por Claudio Pérez Míguez en Ediciones
del Centro con el título propicio de Mi amigo Don Quijote. Lamentablemente, la
presentación del libro, que contó con María, ha sido interrumpida por una serie de falsas
imputaciones y malentendidos que me veo obligado a responder. María, hay que
decirlo, es víctima de la poca fe periodística, pero no puede pasarse la vida
respondiendo a las falsificaciones sentimentales de la obra de Borges, los errores de
información sobre su papel de albacea de la herencia de su marido, y las agresiones
que, de pronto, alguien le dirige sin concederle el derecho a réplica. La obra de Borges
estuvo pésimamente editada (hay erratas hasta en la edición de Alianza Editorial), y a
cuidar su larga restauración ha dedicado pasión atenta. Ha dado también batalla contra
un penoso poema que se le atribuyó a Borges y circuló en el Internet hasta que, por fin,
parece que ha dejado de ser observado. Gracias a la Agencia Andrew Wylie la obra
borgeana está mejor editada en inglés y en francés. Borges recibía 200 dólares por una
conferencia, sus derechos de autor fueron modestos, y por demás austera su vida. Sólo
al final conoció cierto alivio, lo que le permitió elegir el lugar donde morir. María tuvo
que dar otras largas batallas legales para que su matrimonio, que algunos pretendieron
no reconocer, fuese ratificado. El juicio tomó seis años, cortes distintas y varios países.
Quienes disputaban la herencia querían declarar senil a Borges, pero en cada lugar
donde buscaron pruebas los desmentía su legendario ingenio vivo. Dedicó ella no pocos
años, yo creo que demasiados, a refutar los errores y disparates en las biografías,
memorias, usos y abusos del hombre y su nombre. Y los derechos que por fin Wylie
puso en orden, los fue ella utilizando en esas batallas de amor perdidas, porque aun si
las ganaba todas, los difamadores no valían la pena.
Ha ido, por otra parte, comprando manuscritos de Borges, de los que hay muy
pocos, aunque han ido siendo vendidos por los amigos y parientes que se quedaron con
ellos, y hay quien ha ofertado hasta la corbata de Borges. Es cierto que Borges regaló
algunos de sus manuscritos, que fueron ofertados, y gracias a ello la Biblioteca Nacional
de Madrid atesora el original de “El Aleph,” al que he dedicado muchos años; y en
Austin, en el Ramson Humanities Center, encontré “Los Rivero,” tres páginas de lo que
bien pudo haber sido la única novela de Borges. Horrorizado de esa posibilidad, Borges
abandonó el proyecto, según mi lectura. Seguramente de la Biblioteca saqueada de
Victoria Ocampo provienen las primeras ediciones de los primeros libros de Borges, que
hoy venden los anticuarios de Boston a 45 mil dólares el ejemplar.
4
URL: http://www.elboomeran.com/blog-post/483/11316/julio-ortega/una-defensa-de-maria-kodama/
65
Hasta Bioy Casares editó o se dejó editar un Diario estrafalario de sus
conversaciones con Borges, que yo leí como un prolijo acto de parricidio. Cada página
dice que Borges “comió en casa,” sin reparar que ya Borges había dicho que era
preciso acompañarlo a la mesa, aunque en esa casa se comía mal. Bioy fue un hombre
moralmente de mal gusto; Borges estuvo hecho en la pasión ética.
No, de ninguna manera el celo de María Kodama se debe a los derechos de autor,
lo que sería de justicia, sino a una causa más noble. Borges le dedicó sus años más
felices, ella le dedicó la vida. Uno no puede menos que agradecérselo.
Extraordinariamente, sobre todo en Buenos Aires, no ha sido fácil reconocerle esa
grandeza de ánimo. Y no siempre por mala fe, también por ignorancia, que primero
ignora toda delicadeza. He coincidido con María en Caracas, en Nueva York, donde le
hicimos un reconocimiento memorable a su trabajo fecundo, en Providence, en Rosario,
en Paris, casi siempre al azar de coloquios y congresos. Nunca ha reclamado un
pasaje, ni honorarios, ni derechos. A veces, con sus millas ha logrado pasar a clase
preferente, como si hubiese ganado la lotería. Y siempre de buen humor travieso. He
publicado una edición crítica de “El Aleph” en El Colegio de México y el mismísimo
Wylie me autorizó a hacerlo, por órdenes de María, aunque no hubiesen derechos de
autor. Y nadie ha cobrado una peseta por las dos ediciones artesanales que ha hecho
Ediciones del Centro en Madrid. En un mundo literario donde cualquiera espera paga
por reseñar libros que no ha leído, y donde no pocos duplican sueldo a costa del erario,
la rara integridad de María Kodama supongo que es casi incomprensible. Espero que
María me excuse el énfasis, pero estoy rompiendo una lanza.
De manera que el leve escándalo desatado por algunos blogs respecto al libro de
Agustín Fernández Mallo, El hacedor (de Borges), Remake (Alfaguara, 2011) anda
descaminado si presume que es por dinero que María Kodama ha protestado la
reapropiación ingeniosa de AFM. La idea del homenaje le gustó, lo que no le gustó es
el libro. Pero tampoco viene de allí su queja. El juego de reescritura que plantea AFM es
intrigante porque de antemano está condenado al fracaso: es improbable hacer otro El
hacedor y, en efecto, él no lo pretende sino que ensaya lo que va del original a la copia,
pasando por la glosa, la reescritura, la intervención, la reapropiación, operaciones todas
que privilegian el artificio. En algunas páginas el libro logra la rara agudeza de la prosa
de AFM, que convierte al texto en la huella del lenguaje de paso, en una suerte de
objeto excéntrico, como un fragmento salvado de la saturación de la lectura. Aunque
este no es el mejor libro de AFM, me interesó ese procedimiento y el riesgo del asedio,
que felizmente culmina demostrando que es capaz de otra cosa que el catálogo algo
escolar de las copias beatas. Pero no es la glosa ni la reescritura lo que descorazonó a
María: es el hecho de que el libro tenga como prólogo casi el mismo prólogo de El
hacedor de Borges y como epílogo buena parte del epílogo de Borges. Además, claro,
de que lleve los mismos títulos de los textos de ese libro. Este marco es más literal (a lo
Pierre Menard) que borgeano (formatos descentrados), y probablemente acotan la
“puesta en abismo” de la textualidad borgeana; pero requerían de una advertencia
gráfica (¿comillas?, ¿facsímil?, ¿otra tipografía?) y de una aclaración más explícita de
las fuentes en la sección de notas, que es suficientemente prolija como para incluir la
advertencia de que “todo parecido con Borges no presupone la inocencia del lector.”
66
Se lo he comentado a María, y hasta he apelado a las operaciones de traslado
que Borges practicó sobre la Enciclopedia Británica a propósito de Historia universal de
la infamia, tanto como he lamentado que la editorial no tuviera un lector más alerta, que
hubiese propuesto al menos encomillar lo ajeno. Pero quisiera, ahora, proponer una
alternativa en el espíritu compartido de la inteligencia borgeana para imaginar otro libro
de AFM, en verdad ya previsto por su lucidez formal. Este nuevo libro es, claro, el
mismo, sólo que lleva una página suelta, escrita por el lector, quien busca dirimir cuál es
la parte de El hacedor que le toca rehacer en este debate de curiosos pertinentes. Esa
página propone a la consideración de los conjurados lo siguiente:
Posdata de 2012
Excusa, lector, las evidencias: si hay una frase digna de la memoria literaria no es mía,
es de Borges o, como dijo él, tuya en tu lectura. Este libro es un homenaje personal a
Borges, un taller de leer El hacedor, una glosa gozosa, su reescritura menardiana.
Pero, sobre todo, presupone en ti la lectura del Quijote de Cervantes y de El
hacedor de Borges. En verdad, la lectura de la literatura misma, esa vida imaginaria,
porque todo gran libro ya no es nuestro, ni mucho menos de quien lo rehace. Es, tal
vez, de quien ha pagado por él, y ya corre a que le devuelvan el derroche. Esto es,
inevitablemente se pone a escribir otro tomo de la Comedia de la lectura. Por lo mismo,
no te extrañe que el título de cada texto de este Remake venga directamente de El
hacedor de Borges, así como el Prólogo y también el Epílogo, en buena parte. Son
conjuros al empezar y al despedir tu lectura, en memoria de quien está en el
recomienzo del afán de rehacerlo todo en este español que, gracias a Borges, nos ha
tocado.
El otro, el mismo,
AFM
Posdata predatada. En la tesis del Remake cabría firmar este Epílogo con cualquiera de
los varios nombres del autor, pero lo puede firmar el lector que se anime a reescribirlo
como otra voluta logo-excéntrica. Naturalmente, el juego sería ya una liberación de la
penuria de estas polémicas, allí donde solo debería haber admiración. Si algún lector se
anima a enviarnos su propio Epílogo, que sea por favor epifánico.
Publicado el 01/10/2011
67
5.
Fernández Mallo vs. Kodama y el ocaso de la literatura
El miniescándalo en el que por estos días se han visto involucrados el poeta
español Agustín Fernández Mallo y María Kodama demuestra que la literatura cada día
tiene menos para decir acerca de la contemporaneidad. Una pena cuya razón habría
que buscarla, a mi manera de ver, en las propiedades intrínsecas de la literatura como
expresión de la burguesía, en los valores sociales del estrecho mundo de los escritores
(el atrincheramiento, la endogamia, la soberbia, el snobismo) y, quizás, en el patético
conformismo de los literatos, que no se corresponde para nada con el riesgo inequívoco
que exige su arte. Sea como fuera, el desencuentro Fernández Mallo-Kodama pone en
evidencia que los intereses de la literatura representan todo lo contrario al espíritu de
una época que favorece el intercambio, la colaboración y la re-creación.
Para quien no esté enterado, aquí va un resumen del episodio: Fernández Mallo,
poeta fascinado por la estética del samplery adicto a la contemporaneidad, tomó El
hacedor de Borges y lo reconstruyó en un libro que se llama El hacedor (de Borges),
'Remake', originalmente publicado como un prólogo. Los textos de Fernández Mallo,
según El País, “reproducen los del argentino con modificaciones: donde uno habla de
Lugones, Milton y la Eneida, el otro lo hace de Borges, Benet y Joy Division”. A Kodama
el asunto no le gustó y a través de una demanda obligó la retirada del libro de las
librerías en las que se encontraba a la venta. La polémica llevó a Fernández Mallo a
distinguir entre una disputa legal (en la que se declara triste por haber molestado a
Kodama, y asombrado porque nunca creyó que debía pedir permiso para homenajear a
uno de sus maestros) y otra estética (donde reivindica las técnicas de apropiación y
reescritura, que el propio Borges utilizó en clásicos como “Pierre Menard, autor de El
Quijote”). A mí lo que menos me interesa es tomar partido por uno u otro, porque tanto
en Fernández Mallo como en Kodama encuentro argumentos sensatos. Lo que veo,
como telón de fondo, es a la literatura como el único arte que no permite la re-escritura,
la re-creación o el remix, precisamente las instancias artísticas más creativas y
reveladoras de nuestra época. Ante una cultura universal que todos podemos ver como
una gran biblioteca, la creación contemporánea toma algunos volúmenes y los re-crea,
como queda claro especialmente en la música y las artes visuales. La literatura, aún
prisionera de cuestiones como el derecho individual a la propiedad intelectual y
refractaria a cualquier tipo de apropiación que genere otros contextos y otras lecturas,
se encierra en sus valores de otros tiempos y adopta ese aislamiento como una forma
de resistencia. Pero el resultado es una alarmante imposibilidad de dialogar con los
valores contemporáneos, en nombre de una superioridad estética y filosófica de la que
carece en absoluto.
Esto no significa, por supuesto, que la literatura hay muerto ni nada de eso.
Simplemente es una constatación de lo que la palabra literaria ha perdido en un mundo
que a los escritores les cuesta entender porque estimula valores contrarios a los que
pregona su arte. Lo curioso es que para narrar el mundo hay que interesarse por él,
algo que yo no veo en buena parte de la literatura contemporánea. Lo que sí encuentro
68
son solitarias charlas de escritores ante sus respectivos espejos, apolilladas
performances del egocentrismo para las que los protagonistas venden entradas en
forma de libros. Por suerte, el arte no empieza ni termina con la literatura, ni mucho
menos con la avalancha de libros-chatarra que mes tras mes invaden las librerías. A
cada disciplina le corresponde su lugar: al arte contemporáneo, la re-creación, el riesgo
y la provocación (los ejemplos son muchísimos); y para la literatura contemporánea, la
nostalgia, la altanería, el raro placer de quien disfruta hablando solo.
Publicado por Leonardo Tarifeño
el 4 de octubre de 2011 en su blog Guyazi
(http://guyazi.blogspot.com.ar)
69
Síntesis
Acerca de la relación entre creación artística y propiedad intelectual
El texto que sigue es una carta abierta del artista plástico Alejandro Propato en la
que denuncia la apropiación de su obra Arte de las playas por parte de la
Asociación de Artistas Visuales de la República Argentina (AAVRA). Tras su
lectura atenta (y la de los textos anteriores sobre el caso Bolivia Construcciones)
escribir un artículo de opinión acerca del tema de la propiedad de la producción
artística. La nota estará destinada al suplemento cultural de un diario de
circulación nacional. En ella debe plantearse claramente un problema en torno de
la noción de propiedad intelectual y se debe definir y defender una posición (tesis)
en esta controversia. En la página 70, el diagrama que esquematiza el
funcionamiento de la máquina retórica tiene por objeto orientar la planificación de
este escrito (y cualquier otro de texto argumentativo).
¿Quién protege las obras de los artistas emergentes?
Pie de foto:
“Guardavidas Mr. Eamon Keaney sentado en la playa Grattan Road de Salthill durante la
instalación de banderas del artista argentino Alejandro Propato, “Arte de las playas”, para
el “Galway Arts Festival” (Tapa del -THE IRISH TIME- Dublín 17 de julio de 2003)
70
Estimados artistas convocados por la Asociación Argentina de Artistas Visuales (AAVRA)
para intervenir banderas, en la Bienal del Fin del Mundo:
Hace poco tiempo tomando conocimiento de que en la “Bienal del Fin del Mundo
(marzo-abril 2007) “AAVRA participará con una acción que guarda una manifiesta
identidad con mi obra “Arte de las Playas” les cursé una carta reclamando por la
violación los derechos de propiedad intelectual de mi obra.
La presidenta de AAVRA, rechazó mi carta argumentando: “Las ideas, como es
sabido no están protegidas por las leyes que protegen los derechos de autor. Aunque
usted hubiese concebido antes tal idea, cosa que negamos”....
Como ustedes podrán ver en la página www.artedelasplayas.com.ar inicié mi obra
en el 2000, con un recorrido a lo largo de la costa Argentina, armándola en Cariló,
Villa Gesell, Mar del Plata, Las Grutas, Puerto Madryn y Playa del Límite entre Chubut
y Santa Cruz. En todos estos sitios fue declarada de interés cultural en 1999.
En el 2003, invitado por EUNETSTAR ( EUROPEAN NETWORK OF STREET ART,
organización que nuclea festivales de arte de distintos países de Europa ) armé “Arte
de las Playas” en reconocidos festivales de arte público de Holanda, Bélgica, Irlanda e
Inglaterra.
En el 2004, cuando era conocido en el ambiente artístico que AAVRA buscaba
proyectos de arte, para armar en la Patagonia, se reunieron conmigo y me
propusieron, a través de su presidenta, Nora Correas, que artistas que ellos iban a
convocar pintaran las banderas de mi obra. Aunque rechacé esta posibilidad, les ofrecí
crear otra obra que se adaptara mejor a ese propósito. Con posterioridad, a esa
reunión, no se comunicaron nuevamente.
Si bien es cierto que la legislación vigente no protege las ideas, es un error
considerar una obra de arte conceptual tan sólo como una idea.
Por lo tanto el que quiera utilizar una obra de arte conceptual con la intención de
intervenirla, reinterpretarla o rescribirla debería contar con el permiso y/o la
mención al autor de la misma.
Un lector comunicó al diario La Nación que había encontrado similitudes entre
Bolivia construcciones (premio de Novela La Nación-Sudamericana 2006) y Nada,
escrita por Carmen Laforet. El autor de Bolivia construcciones declaró haber reescrito
la obra Nada pero sin referenciar a la autora. El Jurado le retiró el premio
considerando, entre otras cosas, lo siguiente:”La ética de un escritor, su honestidad
intelectual, consiste en adjudicar a quien corresponda lo que no es fruto de su
trabajo”.
Y vaya que armar “Arte de las playas” fue, para mí, un duro trabajo. Esfuerzo del
que no me arrepiento ya que dio los frutos más hermosos, en la devolución de la gente
que pudo vivir mi obra.
Me pregunto si AAVRA habría convocado a pintar mingitorios sin mencionar a
Duchamp, o a teñir las aguas de la Bahía de Ushuaia sin la autorización y/o mención de
García Uriburu. Y qué tal un Partenón de libros pintados por artistas sin el visto bueno
de la Minujín. En el ámbito de la cultura, resultarían inadmisibles estas posibilidades.
Todo parecería indicar que, en mi caso, por no ser un artista famoso y no frecuentar el
circuito tradicional no dudan en proceder de esta impropia manera.
En este marco de situación donde la comisión directiva de AAVRA y los
responsables de la organización de la Bienal del Fin del Mundo se atreven a ningunear
y maltratar a un artista emergente les pido, como colegas, su apoyo.
71
Este apoyo se pondría de manifiesto retirando sus obras de esta acción colectiva,
con la que sus gestores pretenden ir en defensa de territorios geográficos y se olvidan
de actuar con corrección en los territorios artísticos.
Con el deseo y la esperanza que podamos, entre todos, cuidar de la libertad y
honestidad del accionar artístico y de esta manera sumar libertad y honestidad a la
sociedad toda los saluda atentamente.
Alejandro Propato –escultor arquitectowww.artedelasplayas.com.ar
alejandropropato@artedelasplayas.com.ar
DNI 20617876
72
CÓMO FUNCIONA LA MÁQUINA RETÓRICA
Guía para la planificación de un texto argumentativo
SITUACIÓN ARGUMENTATIVA
KAIROS: elegir la ocasión oportuna, el contexto espaciotemporal adecuado
DECORUM: seleccionar el tono adecuado al tema, a la circunstancia y al auditorio
Controversia: sobre un tema legítimo  ¿Es razonable hablar de propiedad de las ideas
artísticas? ¿BC es un plagio de Nada? No sería legítimo, p. ej. cuestionar que se haya
premiado una novela sobre bolivianos o la inteligencia del autor de Arte en las playas.
Sujeto: legitimidad para tomar la palabra  quiénes y en qué medida están habilitados para
opinar.
Auditorio: es necesario conocer sus características, valores, principios  dependerá del
ámbito elegido para argumentar: (distinción entre especialistas y no especialistas)
Discurso: elección del género en función del ámbito  carta de lectores, ensayo crítico, etc.
Finalidad: persuadir (orientar la conducta de un destinatario particular), convencer (apelar a la
razón de un auditorio universal)
INVENCIÓN
encontrar
qué decir

DISPOSICIÓN
ordenar lo
que se ha
encontrado
ELOCUCIÓN
ponerle
palabras,
adornar con
las figuras
2 problemas
básicos
Cómo formular la quaestio
2 objetivos
Cómo buscar argumentos
EXORDIO

Psicológico: conmover
conocer al destinatario
captatio
benevolentiae
presentación
figuras
Pruebas
Intratécnicas  Inductivas  Ejemplo
 Deductivas  Lugares
Lógico: convencer
presentar buenas
pruebas
CONFIRMATIO
NARRATIO
descripción
hechos
sentido  metáfora, metonimia

Extratécnicas  pasajes de BC
dicción (fónicas)  rima, aliteración, paronomasia
construcción  elipsis, repeticiones, simetrías
pensamiento  ironía, oxymoron, paradoja
73
proposición
argumentación
discusión
EPILOGO
74
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