uvmn-; L A CA , Öl- PI,AH m tr iWBk H o v e l a s cortas de Guy de M a u p a s s a n t . m ./ñ. WBtlOTECA fOfîCO í. UNIVERSITARIA -J «-Oy «ftUSfAS NOVELAS CORTAS GUY DE DE MAUPASSANT La casa de placer "Desembarco de lascivia Especulaciones amorosas MADRID • l f t E I i » . COYA, 3 1 . " « A R O « OOVAñRHBlAfi PS-?3¿ 1902 ^ o - i VSfl» L>A C A S A t>E PbACE'R . i Iban allí, todas las noches, hacia las once; c o n o al café, sencillamente. Encontrábanse siete ú ocho, siempre los mismos; no calaveras: hombres respetables, comerciantes, jóvenes de la villa; tomaban su chartreuse, entreteniéndose algo con las muchachas ó hablando seriamente con el ama, á la que todos respetaban. Retirábanse á media noche. Algunas veces, los jóvenes se quedaban hasta más t^rds La casa era de aspecto decente, pequeña, UWVD^IOflfi DE HütVO 150* BIBLIOTECA U N Í V ^ - "fltFuí.o tera" • ' WONT&sRÉf, MEXSt LA CASA D E P L A C E R ña, pintada de amarillo y ocupaba la rinconada de una calle, d e t r á s de la iglesia de San Esteban; desde sus v e n t a n a s se veía la dársena llena de b u q u e s y la costa de la Virgen con su antigua capilla ennegrecida. El ama, procedente,de una familia de campesinos del d e p a r t a m e n t o del E u r a , había aceptado su profesión con la misma sencillez que se h u b i e r a hecho modista ó costurera. El prejuicio del deshonor, unido á la prostitución, tan violento y vivo en las ciudades, no existe en la campiña n o r m a n d a . E l campesino dice:—«Es un buen negocio»—, y manda á su hija á explotar un h a r é n de mozas, como la enviaría á dirigir un colegio de señoritas. Además, esta casa procedía de la herencia de un tío viejo q u e la estableció. E l ama y su marido, antes posaderos cerca de Ivetot, habían liquidado i n m e d i a t a mente, GUY DE MAUPASSANT mente, considerando el negocio de Fécamp m á s ventajoso p a r a ellos, y f u e r o n á e n c a r g a r s e de la dirección de la casa, p o r la cual nadie se interesaría tanto como sus dueños, los cuales e r a n tan buenas gente?, que se hicieron q u e r e r enseguida del personal de su casa y de los vecinos. El h o m b r e murió á los dos años, de un ataque apoplético. Su nueva profesión, reduciéndole á la molicie y á la inmovilidad, le hizo e n g o r d a r mucho y la salud le ahogó. El ama, desde su viudez, fué deseada vanamente por todos los p a r r o q u i a n o s del establecimiento; p e r o se la suponía honesta en absoluto, y ni sus pupilas pudieron descubrir nada. E r a alta, de buenas carnes y muy agraciada. Su cutis, palidecido en la obscuridad de aquel recinto siempre cerrado, lucía como b a j o un b a r n i z g r a siento. Cabellos indómitos, cortos y rizados, GUY DE MAÜPASSANT L A GASA D E P L A C E R zados, r o d e a b a n su frente, dándole un aspecto juvenil que c o n t r a s t a b a con la madurez de sus formas. I n v a r i a b l e m e n t e alegre y de rostro f r a n c o , b r o m e a b a gustosa, pero con alguna reserva, que sus n u e v a s ocupaciones no pudieron hacerle p e r d e r aún. Las p a l a b r a s g r o s e r a s la chocaban siempre algo; y c u a n d o un muchacho mal educado llamaba p o r su n o m b r e la casa que ella dirigía, se molestaba, protestando. E n fin, tenía el alma delicada, y aun cuando t r a t a b a á sus m u j e r e s como amigas, hacía notar con frecuencia que no e r a n todas una misma cosa. De cuando en cuando, e n t r e semana, salía en coche de alquiler con p a r t e de su t r o p a ; iban á corretear sobre la hierba á orillas del río. Parecían aquellas, escapat o r i a s de colegialas; c a r r e r a s locas, juegos infantiles, todo el atolondramiento a l e g r e de reclusas e m b r i a g a d a s por el aire libre. Comían Comían f i a m b r e s y bebían sidra, sentadas sobre el césped, y no r e g r e s a b a n hasta la noche, con una f a t i g a deliciosa y rebosando t e r n u r a s ; en el coche besaban al ama como á una m a d r e m u y buena, complaciente y dulce. La casa tenía dos p u e r t a s . E n la de la rinconada, una especie de cafetín obscuro, f r e c u e n t a d o desde el anochecer p o r marineros y artesanos. Dos de las m u j e r e s e n c a r g a d a s del comercio especial del establecimiento, estaban p a r t i c u l a r m e n t e destinadas á las necesidades de esta p a r t e de la clientela. Ellas servían, a y u d a d a s p o r un mozo llamado Federico, bajo, rubio, i m b e r b e y f u e r t e como un buey, los vasos de vino y de cerveza sobre las movedizas mesas de m á r m o l ; y r o d e a n d o con sus brazos el cuello de los bebedores, o sentad a s sobre sus rodillas, p r o c u r a b a n aum e n t a r el gasto. Las L A GASA D E P L A C E R Las o t r a s t r e s (pues e n t r e todas no e r a n más que cinco) f o r m a b a n una especie de aristocracia, q u e d a n d o r e s e r v a d a s á los visitantes de a r r i b a , á menos que no fuer a n a b a j o necesarias, c u a n d o en el piso no había.gente. El salón de J ú p i t e r , donde se r e u n í a n contertulios, estaba tapizado de papel azul y a d o r n a d o con u n g r a n dibujo representando á Leda, tendida bajo su cisne. Se llegaba á este lugar por una escalera de caracol, t e r m i n a d a en una p u e r t a estrecha, de humilde aspecto, d a n d o á la calle, y sobre la cual b r i l l a b a toda la noche, d e t r á s de un enrejado, un farolillo como los que se encienden aún en ciertos pueblos á los pies de las Vírgenes e m b u t i d a s en los muros. Las paredes, húmedas y viejas, despedían un tufillo mohoso. De c u a n d o en cuando, una r á f a g a de aire, i m p r e g n a d a de un perfume (JUY D E M A U P A S S A N T p e r f u m e fuerte, a t r a v e s a b a el corredor; ó la p u e r t a de abajo, e n t r e a b i e r t a , dejaba r e s o n a r en toda la casa, como la explosión de un trueno, los gritos ordinarios de los hombres reunidos en la tienda, p r o d u ciendo en los tertulios del principal un gesto de inquietud y disgusto. E l ama, siempre amable con sus clientes y amigos, no a b a n d o n a b a el salón, interesándose con las m u r m u r a c i o n e s de la villa que ellos la comunicaban. Su conversación seria, c o n t r a s t a b a mucho con las divagaciones de las t r e s mujeres; era como un descanso en el jugueteo canallesco de los b a r r i g u d o s señores que se p e r mitían cada noche el torpe y trivial exceso de beber una copita de licor en compañía de m u j e r e s públicas. Las t r e s del principal se llamaban F e r nanda, Rafaela y Rosa. Siendo tan reducido el personal, se había L A CASA D E P L A C E R bía p r o c u r a d o q u e cada u n a de ellas fuese como una m u e s t r a , el r e s u m e n de un tipo femenino, á fin do que todos los p a r r o q u i a n o s pudiesen e n c o n t r a r allí, aproxim a d a m e n t e al menos, la realización de su ideal. F e r n a n d a , campesina, r e p r e s e n t a b a la hermosa rubia, b u e n a moza, casi obesa, c a r n o s a y con pelo corto, de color de cáñamo, q u e a p e n a s le c u b r í a la cabeza. Rafaela, nacida en p u e r t o de mar, hacía el papel indispensable de la bella judia, delgada, con los pómulos salientes y enrojecidos. Su cabello e r a negro, b r i l l a n t e á f u e r z a de p o m a d a ; s u s ojos h u b i e r a n parecido hermosos si n o m a n c h a r a el derecho una nube; su n a r i z a r q u e a d a caía sob r e la boca saliente, en la cual dos dientes nuevos c o n t r a s t a b a n con los demás, q u e h a b í a n t o m a d o con los años un color de m a d e r a vieja. Rosa, OÜY D E MAUPASSANT Rosa, una bola de carne, toda v i e n t r e , con u n a s p i e r n a s minúsculas, c a n t a b a desde la m a ñ a n a h a s t a la noche coplas a l t e r n a t i v a m e n t e p i c a r e s c a s y sentimentales, r e f e r í a historias i n t e r m i n a b l e s e insignificantes, y sólo c e s a b a de h a b l a r p a r a comer y de comer p a r a h a b l a r , moviéndose siempre, ligera como u n a ardilla, á pesar de su g o r d u r a y de la mezq u i n d a d de s u s p i e r n a s ; e r a su risa u n c h o r r o de g r i t o s agudos, r e s o n a n d o sin cesar en t o d a s partes, en las alcobas, en las g u a r d i l l a s , en el café, por c u a l q u i e r motivo. . L a s dos m u j e r e s de abajo, Luisa, la nájara,-y F l o r a , llamada balancín, p o r q u e cojeaba un poco, la u n a s i e m p r e vestida de L i b e r t a d , con un c i n t u r ó n tricolor, y la o t r a de E s p a ñ o l a de f a n t a s í a , p a r e cían cocineras d i s f r a z a d a s p a r a un Carnaval. S e m e j a n t e s á t o d a s las m u j e r e s del pueblo, 2 Oi^SSÍDÁfi DE'Nuevo IB5p» S'BUOTECA U W V W / T # S J / Í *HF > v O HíTSS" SZSKÜKTESSEY, MEXICO GUY D E MAUPASSANT LA C A S A D E P L A C E R pueblo, ni más feas, ni más hermosas, verd a d e r a s c r i a d a s de mesón, e r a n conocidas en el puerto p o r el apodo de las dos Bombas. Una paz celosa, p e r o r a r a vez t u r b a d a , reinaba entre las cinco mujeres, g r a c i a s á la prudencia conciliadora del ama y á su inacabable buen h u m o r . E l establecimiento, único en la villa, era m u y f r e c u e n t a d o . El ama supo darle cierto aspecto de distinción: ella se presentab a siempre amable y previsora p a r a todo el mundo. Su bondad era tan conocida, q u e la r o d e a b a u n a especie de consideración. Los p a r r o q u i a n o s se e s m e r a b a n por a g r a d a r l a , sintiéndose orgullosos cuando ella los distinguía con su amistad; y al e n c o n t r a r s e unos con otros por la calle ó en sus regocios d u r a n t e el día, se decían: «hasta la noche donde usted sabe», como se se dice: «después de comer, en el café». E n fin, la casa Tellier era un recurso, y r a r a vez alguno de los contertulios faltaba á su cita diaria. Pero, una noche, de las ultimas de Mayo, habiendo llegado p r i m e r o el señor Poulín, almacenista de madera? y antiguo alcalde, encontró la p u e r t a c e r r a d a . farolillo no brillaba d e t r á s del enrejado, ni se oía ningún r u i d o en la casa, que parecía muerta. Llamó, suavemente primero, después con alguna violencia; nadie le contestaba. Alejóse calle a r r i b a , m u y despacio, y al llegar á '.a plaza del Mercado, encontró al señor D u v e r t , e l a r m a d o r , que se dirigía al sitio de costumbre. Volvieron los dos juntos, sin l o g r a r mejor resultado. P e r o un r u i d o fenomenal se p r o d u j o de pronto cerca de ellos, y acercándose á la esquina vieron un g r u p o de m a r i n e r o s ingleses y franceses que vociferaban, L A CASA D E P L A C E R feraban, dando puñetazos en las m a d e r a s c e r r a d a s del café. Los dos b u r g u e s e s pensaron escabullirse p a r a no verse comprometidos; p e r o un ligero «psht» los d e t u v o : era el señor T o u r n e b a u , el de la f á b r i c a de salazón, que, habiéndoles conocido, los llamaba. Diéronle cuenta del suceso, que le afectó mucho, porque, h o m b r e casado, con hijos y expuesto á una d u r a vigilancia, no iba más que los sábados «sccur tatis causa », decía él, haciendo alusión á una medida de policía sanitaria, cuyos períodos le había revelado su amigo el doctor Borde. E r a precisamente su día, y tendría que a g u a r d a r toda la semana. Los t r e s dieron un largo paseo hasta el muelle, t r o p e z a r o n en el camino al joven Felipe, hijo del b a n q u e r o , otro contertulio, y al señor Pimpesse, el r e c a u d a d o r . J u n t o s volvieron entonces por la calle de los los Judíos, p a r a hacer una ultima tentativa P e r o los marineros, exasperados tenían sitiada la casa, vociferando, aped r e a n d o las p u e r t a s ; y los clientes del principal, desandando lo a n d a d o m a s q u e de prisa, f u é r o n s e á pasear p o r otra*, calipa Aún e n c o n t r a r o n al señor Dupuis, agente de seguros, y al señor Vasse, juez del T r i b u n a l del Comercio, y juntos llegaron al muelle, sentándose sobre el. p a r a p e t o de erranito y m i r a n d o ir y venir las olas, cuya espuma brillaba en la sombra, mient r a s el r u g i d o monótono del m a r estrellándose contra las rocas, se p r o l o n g a b a en el silencio de la noche a lo l a r g o de toda la costa. Después de permanecer allí algún tiempo, el señor T o u r n e b a u d i j o : Í E s t o no es d i v e r t i d o » . - - « C i e r t a m e n t e no»—repuso el señor Pimpesse; y todos volvieron, despacio. Habiendo BIBLIOTECA U W ^ W -•AU-on*) .„„ 162Í- MOHTíW«.»3®* LA GASA D E P L A C E R Habiendo a t r a v e s a d o la calle que domina la costa, volvieron p o r el p u e n t e de madera, p a s a r o n junto á la vía f é r r e a y desembocaron otra vez en la plaza del Merendó, donde comenzó á promoverse una disputa entre el r e c a u d a d o r y el salador, á propósito de una seta comestible que uno de ellos a s e g u r a b a haber encont r a d o en las afueras. Los ánimos estaban a g r i a d o s por el aburrimiento, y acaso h u b i e r a n llegado á vías de hecho, sin la o p o r t u n a intervención de los otros. El señor Pimpesse, furioso, se retiró; y enseguida u n nuevo altercado s u r g i ó e n t r e el ex-alealde y el a g e n t e de seguros, con motivo del sueldo del r e c a u d a d o r y de los beneficios que podría proporcionarse. Las f r a s e s injuriosas llovían de una y otra parte, c u a n d o una tempestad de a t r o n a d o r e s g r i t o s se desencadenó, y la t u r b a de marineros, fatigados GUY DE MAUPASSANT fatigados de a g u a r d a r en vano f r e n t e á una" casa c e r r a d a , llegó á la plaza. Iban cogidos del brazo, por parejas, f o r m a n d o una l a r g a procesión y g r i t a n d o furiosamente. , , . El g r u p o de los burgueses cobijose bajo un portal,y la horda bullidora desapareció en dirección del convento. L a r g o r a t o se oyó aún el clamor, que disminuía p o r instantes como una tempestad que se aleja, y el silencio se restableció. El señor Poulín y el señor Dupuis, f u riosos el uno contra el otro, fuéronse cada uno por su lado, sin saludarse. Los otros c u a t r o se pusieron en m a r c h a b a j a n d o instintivamente hacia la casa Tellier. Seguía cerrada, m u d a , i m p e n e t r a b l e . Un b o r r a c h o t r a n q u i l o y obstinado, daba golpes con los nudillos en la p u e r t a del café; después, á media voz, llamaba al mozo Federico, y como nadie le contesto, decidióse L A CASA D E P L A C E R cidióse á sentarse p a r a esperar los acontecimientos. Los b u r g u e s e s iban á r e t i r a r s e cuando el g r u p o tumultuoso de h o m b r e s del puerto apareció en el e x t r e m o de la calle. Los m a r i n e r o s franceses c a n t a b a n La MarseIlesa, los ingleses el Himno Británico; se dirigieron hacia el muelle, donde se t r a b ó una batalla entre los m a r i n e r o s de las dos naciones. Un inglés salió con u n b r a z o rot o y un f r a n c é s con la nariz cortad?. El borracho, que se había quedado junto á la p u e r t a , lloraba entretanto, como lloran los niños contrariados. Los burgueses al fin se dispersaron. Poco á poco la calma se restablecía en la población p e r t u r b a d a . De c u a n d o en cuando, u n ruido, una voz resonaban, luego se perdían á lo lejos. Sólo u n h o m b r e vagaba constantemente desconsolado de a g u a r d a r una semana, el señor GUY DE MAUPASSANT señor T o u r n e b a u , el salador; confiaba sin duda en algún a z a r venturoso, no comprendiendo cómo la policía dejaba c e r r a r así ur establecimiento de utilidad pública. Volvió, olisqueando los muros, buscando el motivo, y pudo ver que del sobradillo pendía un cartel. Encendiendo rápidamente una cerilla, leyó estas p a l a b r a s escritas en gruesos c a r a c t e r e s desiguales: Cerrado ¡>or causa de primera comunión. Y se alejó comprendiendo que no podía confiar en nada. El b o r r a c h o dormía, dormía ya, tendido á lo l a r g o junto á la p u e r t a inhospitalaria. A la m a ñ a n a siguiente todos los contertulios, uno t r a s otro, e n c o n t r a r o n excusa p a r a pasar por aquella calle, con papeles debajo del brazo, como si f u e r a n á sus negocios; y con una mirada f u r t i v a , todos leyeron 3 GUY DE MAUPASSANT L A CASA D E P L A C E R leyeron el aviso misterioso: Cerrado causa de primera comunión. por II Lo cierto es que el ama tenía un hermano c a r p i n t e r o establecido en su país natal, Yerville, en el E u r a . Siendo aún mesoner a en Ivetot, había a p a d r i n a d o en la pila bautismal á la hija de ese hermano, á la que llamó Constanza; Constanza Rivet. El carpintero, viendo á su h e r m a n a en buena posición,no la olvidaba fácilmente, aun cuando se veían m u y de t a r d e en tarde, retenidos p o r sus ocupaciones y viviendo á mucha distancia uno de otro. P e r o como la ahijada iba á cumplir doce años y hacía entonces la p r i m e r a comunión, aprovechó el c a r p i n t e r o esta o p o r t u n i d a d para p a r a una entrevista, escribiendo á su hermana que contaba con ella p a r a la c e r e monia. No podía negarse á su ahijada, y aceptó. Su hermano, que se llamaba José, confiaba en poder obtener con sus muchas atenciones,un testamento á f a v o r de Constanza, porque la m a d r i n a 110 tenía hijos. La profesión de su h e r m a n a 110 era p a r a él motivo de escrúpulo, y, además, nadie lo sabía en .»u país. Se decía solamente hablando de ella: «La señora Tellier es una b u r g u e s a de Fécamp>; lo que dejaba comp r e n d e r que podía vivir de sus rentas. De F é c a m p á Verville había más de veinte leguas; y veinte leguas de camino son más difíciles de f r a n q u e a r p a r a labriegos, que el océano p a r a la gente civilizada. Los habitantes de Verville no habían pasado n u n c a de Rouen; nada atraía á los de Féc a m p hacia el pequeño pueblo de 500 hogares, perdido en la llanura y f o r m a n d o parte GUY DE MAUPASSANT L A CASA D E P L A C E R leyeron el aviso misterioso: Cerrado causa de primera comunión. por II Lo cierto es que el ama tenía un hermano c a r p i n t e r o establecido en su país natal, Yerville, en el E u r a . Siendo aún mesoner a en Ivetot, había a p a d r i n a d o en la pila bautismal á la hija de ese hermano, á la que llamó Constanza; Constanza Rivet. El carpintero, viendo á su h e r m a n a en buena posición,no la olvidaba fácilmente, aun cuando se veían m u y de t a r d e en tarde, retenidos p o r sus ocupaciones y viviendo á mucha distancia uno de otro. P e r o como la ahijada iba á cumplir doce años y hacía entonces la p r i m e r a comunión, aprovechó el c a r p i n t e r o esta o p o r t u n i d a d para p a r a una entrevista, escribiendo á su hermana que contaba con ella p a r a la c e r e monia. No podía negarse á su ahijada, y aceptó. Su hermano, que se llamaba José, confiaba en poder obtener con sus muchas atenciones,un testamento á f a v o r de Constanza, porque la m a d r i n a 110 tenía hijos. La profesión de su h e r m a n a 110 era p a r a él motivo de escrúpulo, y, además, nadie lo sabía en .»u país. Se decía solamente hablando de ella: «La señora Tellier es una b u r g u e s a de Fécamp>; lo que dejaba comp r e n d e r que podía vivir de sus rentas. De F é c a m p á Verville había más de veinte leguas; y veinte leguas de camino son más difíciles de f r a n q u e a r p a r a labriegos, que el océano p a r a la gente civilizada. Los habitantes de Verville no habían pasado n u n c a de Rouen; nada atraía á los de Féc a m p hacia el pequeño pueblo de 500 hogares, perdido en la llanura y f o r m a n d o parte L A CASA D E PLACER p a r t e de o t r o departamento. E n fin, que no se sabía nada. Acercándose la fecha de la comunion, el ama se hallaba en un conflicto. No tenía encargada ni estaba decidida á d e j a r su casa ni siquiera un solo día, p o r q u e en su ausencia i b a n á estallar s e g u r a m e n t e las rivalidades entre las m u j e r e s del p r i n c i pal y las de abajo; además, Federico se e m b o r r a c h a r í a , sin duda, y e m b o r r a c h á n dose disputaba con los p a r r o q u i a n o s p o r cualquier cosa. Decidióse á llevar toda su gente, menos al mozo, á quien dejó en lib e r t a d f u e r a de casa. Consultado el h e r m a n o en este punto, no hizo la más pequeña objeción, encargándose de alojar á toda la compañía p o r una noche. Así, el sábado p o r la m a ñ a n a , el tren de las ocho llevaba al ama y á sus pupilas en un vagón de segunda clase. Hasta Beuceville f u e r o n solas y hablaron r o n p o r los codos; p e r o en esta estación subió á su d e p a r t a m e n t o un matrimonio. El hombre, viejo campesino, vestía blusa azul con l a r g a s m a n g a s a b r o c h a d a s en las muñecas, y a d o r n a d a con trencillas blancas; c u b r í a su cabeza con un viejo somb r e r o g r a n d e y de pelo erizado; llevaba en una mano u n enorme p a r a g u a s verde y en la otra un g r a n cesto del que salían las cabezas e s p a n t a d a s de t r e s patos. La mujer, tiesa, embutida en su t r a j e rústico, tenía c a r a de p á j a r o , con la nariz puntiaguda como un pico; sentóse f r e n t e á su marido, y se quedó p a r a d a , sobrecogida e n t r e tan elegante compañía. Y en afecto, en el vagón había u n a variedad de colores sorprendente. El ama vestía de azul, de seda azul de los pies á la cabeza, llevando sobre los hombros un chai de imitación de cachemira francesa, rojo, d e s l u m b r a d o r , f u l g u r a n t e . F e r n a n d a iba _ 3 0 5 £ BIBLIOTECA "alfuvjo f & m " in l«5MdlflfRREY,Í*é8& LA. C A S A D E P L A C E R iba oprimida p o r un t r a j e escocés, cuyo cuerpo a b r o c h a d o á f u e r z a de f u e r z a s por sus compañeras, levantaba su abultado pecho, tan oscilante y agitado que p a r e cía líquido bajo la tela. Rafaela, con un tocado de pluma, simulando un nido lleno de p á j a r o s , llevaba un vestido lila con r a y a s doradas, algo de oriental, que sentaba bien á su fisonomía judáica. Rosa, con una falda rosa de anchos volantes, tenía el aire de una niña g o r d a ó una enana obesa; y las dos Bombas parecían haber confeccionado sus e x t r a ñ a s vestiduras con cortinas antiguas, de esas cortinas con r a m a j e s del tiempo de la Restauración. Así que dejaron de hallarse solas, t o m a r o n un continente g r a v e y se pusieron á h a b l a r de cosas elevadas p a r a d a r buena opinión de sí mismas. P e r o en Balbee apareció u n señor de patillas rubias, con sortijas y cadena de oro, el cual puso en GUY DE MAUPASSANT la rejilla, sobre su cabeza, varios paquetes euvueltos en telas impermeables. Tenía un aspecto bondadoso y bromista. Saludó sonriendo y p r e g u n t ó con desparpajo:— « Estas señoritas,cambian de guarnición » La p r e g u n t a p r o d u j o en el g r u p o una confusión molesta. E l ama, r e c o b r a n d o al fin su aplomo, respondió secamente, p a r a v e n g a r á la clase ofendida:—«Podría ser usted mejor educado». Él se disculpó:— «Quise decir de monasterio». El ama, no hallando réplica, ó creyendo tal vez suficiente lo que había dicho, hizo un saludo muy digno, a p r e t a n d o los labios. Entonces el viajero, que t e había sentado e n t r e Rosa y el campesino, se puso á g u i ñ a r el ojo á los t r e s patos, cuyas cabe- . zas salían del canasto; luego, al comprender ya que tenía cautivado á su público, principió á t o c a r á los animales en el pico, diciéndoles:—«Hemos dejado nuestra L A GASA D E PLACER t r a charca ¡cua! ¡cua! ¡cua!, para conocer el asador, ¡cua! ¡cua! ¡cua!» Los desdichados animalitos volvían el cuello p a r a evit a r las caricias del guasón, haciendo esf u e r z o s t e r r i b l e s para salir de su cárcel de mimbre; de pronto, los t r e s á un tiempo lanzaron un lamentable g r i t o de angustia:—«¡Cua! ¡cua! ¡cua!» Entonces h u b o u n a explosión de risas e n t r e las mujeres; todas se inclinaban, t o d a s se e m p u j a b a n p a r a ver, interesándose locamente por los patos, y el v i a j e r o r e d o b l a b a sus b r o m a s con chistes nuevos. Rosa tomó al punto p a r t e en la b r o m a , y apoyándose en las p i e r n a s de su vecino, inclinóse p a r a b e s a r en la nariz á los t r e s animalitos. E n s e g u i d a , t o d a s quisieron hacer lo mismo, y el viajero, sentándolas una á una sobre sus rodillas, las hacía saltar, las pellizcaba; de p r o n t o las tuteó. Los dos labriegos, más t u r b a d o s aún que que sus patos, a b r í a n y c e r r a b a n los ojos, sin atreverse á menearse, y a sus enrojecidos rostros, a r r u g a d o s , no asomaba una sonrisa ni una emoción. Entonces el viajero, que era un comisionista, ofreció, en broma, b r a g u e r o s a las mozas, y cogiendo uno de sus paquetes lo abrió. El paquete contenía ligas. Las había de seda azul, rosa, n a r a n j a , violeta, malva, con broches de metal dorado, que r e p r e s e n t a b a n dos amorcillos enlazándose. Las mozas lanzaron un g r i t o de gozo; después examinaron las muestras, r e c o b r a n d o la g r a v e d a d n a t u r a l a toda m u j e r que examina un adorno, be consultaban con los ojos ó con una f r a s e dicha entre dientes; se respondían de igual manera, y el ama tenía en la mano, viéndolas con gusto, un p a r de ligas a n a r a n jadas, mayores, más imponentes que las otras; v e r d a d e r a s ligas de matrona. Contemplándolas, i LA CASA D E P L A C E R Contemplándolas, el v i a j e r o acariciaba una idea: « A ver, g a t i t a s mías, necesito probarlas.» H u b o una tempestad de exclamaciones, y se a p r e t a b a n los vestidos e n t r e las p i e r n a s como si temieran que las violentaran. El comisionista esperaba t r a n q u i l o el momento más oportuno. Lueg o dijo:—-Si no queréis, las voy á g u a r dar.» Y añadió finamente:—«Ofrezco un p a r de ligas, á elegir, á las que se las dejen poner.» P e r o ellas no querían, irguiéndose m u y severas. Sin embargo, las dos Bombas ponían una c a r a tan triste, que p a r a animarlas, el viajero repitió la proposición. Flora balancín, sobre todo, tort u r a d a por el deseo, d u d a b a visiblemente. El insistió: «—Anda, hija mía, decídete; mira: este p a r lila, dice bien.con t u vestido.» Entonces ella se decidió, y l e v a n t á n dose la falda, enseñó una recia pierna de campesina, mal calzada con una media ordinaria. o r d i n a r i a . E l v i a j e r o , inclinándose p«so p r i m e r o las ligas por debajo de la rodilla, luego p o r encima. Cuando hubo acabado de hacerte cosquillas, dijo: « - ; A quien ahora' Todas g r i t a r o n : < ¡A mi! ¡A mi!» E m p e z ó p o r Rosa, que descubrió una masa informe, una v e r d a d e r a morcilla, como diio R a f a e l a . F e r n a n d a recibió los elogios del viajante, al cual entusiasmaron sus poderosas columnas. L a s delgadeces de la bella judía tuvieron menos éxito. L u i s a / « pájara, en broma, t a p ó la cabeza del viajero con su vestido, y el ama tuvo que intervenir para contener aquella inconveniencia. P o r fin, hasta el ama tendió su pierna, una hermosa pierna, gorda y bien f o r m a d a ; y el viajante, s o r p r e n d i d o y admirado, se quitó el s o m b r e r o p a r a saludar aquella tan respetable pantorrilla. Los dos campesinos, petrificadas por la sorpresa, m i r a b a n de reojo y parecían de L A CASA D E P L A C E R tal m a n e r a dos pollos mojados, que cuando el h o m b r e de las patillas rubias, incorporándose, hizo un r u i d o s o quiquiriquí, se desencadenó una nueva tempestad de alegría. Los viejos se apearon en Motteville, con su canasto, sus patos y su p a r a g u a s , y alejándose, la m u j e r dijo al hombre: «—Son prostitutas que van á ese condenado París...» El chancero comisionista se apeó en Rouen, después de haberse m o s t r a d o tan grosero que el ama se vió en el caso de r e c o r d a r l e secamente que se p r o p a s a b a mucho, añadiendo esta moraleja: «- -Así a p r e n d e r e m o s á no h a b l a r con el p r i m e r o que se acerque.» E n Oissel cambiaron de_ tren, y en la estación siguiente, José Rivet las a g u a r d a b a con un c a r r o lleno de sillas y t i r a d o por u n caballo blanco. III El c a r p i n t e r o besó f i n a m e n t e á t o d a s las mujeres, ayudándolas á subir al carro. T r e s se sentaron en las sillas, de a t r á s , Rafaela, el a m a y su hermano, en las de delante, y Rosa, no teniendo s i l l a , s e coloco lo mejor que p u d o sobre la robusta F e r nanda; el c a r r o se puso en marcha. P e r o en seguida, el trote del caballejo lo sacudió de tal modo, que las sillas comenzaron á b a i l a r , y las v i a j e r a s á d a r saltos a derecha y á izquierda, con agitaciones de muñeco sacudido, haciendo gestos, dando írritos de susto, i n t e r r u m p i d o por otro f a l t o más violento. Se a g a r r a b a n a uno y o t r o lado, los s o m b r e r o s les caían sobre la nariz, sobre la espalda, sobre un hombro- Jv el caballo blanco avanzaba sin ce' sar, L A CASA D E P L A C E R tal m a n e r a dos pollos mojados, que cuando el h o m b r e de las patillas rubias, incorporándose, hizo un r u i d o s o quiquiriquí, se desencadenó una nueva tempestad de alegría. Los viejos se apearon en Motteville, con su canasto, sus patos y su p a r a g u a s , y alejándose, la m u j e r dijo al hombre: «—Son prostitutas que van á ese condenado París...» El chancero comisionista se apeó en Rouen, después de haberse m o s t r a d o tan grosero que el ama se vió en el caso de r e c o r d a r l e secamente que se p r o p a s a b a mucho, añadiendo esta moraleja: «- -Así a p r e n d e r e m o s á no h a b l a r con el p r i m e r o que se acerque.» E n Oissel cambiaron de_ tren, y en la estación siguiente, José Rivet las a g u a r d a b a con un c a r r o lleno de sillas y t i r a d o por u n caballo blanco. III El c a r p i n t e r o besó f i n a m e n t e á t o d a s las mujeres, ayudándolas á subir al carro. T r e s se sentaron en las sillas, de a t r á s , Rafaela, el a m a y su hermano, en las de delante, y Rosa, no teniendo s i l l a , s e coloco lo mejor que p u d o sobre la robusta F e r nanda; el c a r r o se puso en marcha. P e r o en seguida, el trote del caballejo lo sacudió de tal modo, que las sillas comenzaron á b a i l a r , y las v i a j e r a s á d a r saltos a derecha y á izquierda, con agitaciones de muñeco sacudido, haciendo gestos, dando írritos de susto, i n t e r r u m p i d o por otro f a l t o más violento. Se a g a r r a b a n a uno y o t r o lado, los s o m b r e r o s les caían sobre la nariz, sobre la espalda, sobre un hombro- Jv el caballo blanco avanzaba sin ce' sar, LA CASA D E PLACER sar, a l a r g a n d o la cabeza, y c m la cola derecha, una cola de r a t a , sin pelo, con la cual se sacudía las ancas de cuando en cuando. José Rivet, con un pie puesto sob r e una de las v a r a s y el o t r o corrido hacia detrás, los codos muy levantados, sosteniendo las riendas, repetía á cada p u n t o una especie de claqueo que, haciendo end e r e z a r las orejas al caballo, le obligaba á acelerar el paso. A una y otra p a r t e del camino se ofrecía el campo verde. E n t r e l o s centenos,ya bast a n t e crecidos, aparecían florecitas azules que las m u j e r e s deseaban coger; pero Rivet se negó á p a r a r el carro. A veces un campo entero p?.recia r e g a d o con sangre, invadido p o r encendidas amapolas. Y en medio de estas l l a n u r a s coloreadas p o r las flores silvestres, el carro, que parecía llevar también un r a m o de flores de matices vivos, pasaba al t r o t e del caballo blanco, GrUY D E M A U P A S S A N T blanco, p e r d í a s e t r a s los árboles de una r i b e r a , r e a p a r e c í a de nuevo á t r a v é s de las mieses, amarillas ó verdes, salpicabas de r o j o y azul, corriendo siempre b a j o los r a y o s del sol. A la una llegaban f r e n t e a la casa del carpintero, pálidas, r e n d i d a s por el cansancio y p o r el hambre, pues no habían comido n a d a desde que salieron de su casa. La m u j e r de Rivet corrió, a y u d á n d o l a s á b a j a r una t r a s otra, besándolas en cuanto ponían los pies en el suelo; no se cansaba de acariciar á su cuñada, á la que se proponía e n g a t u s a r . Comieron en la carpintería, dispuesta y a p a r a la solemne fiesta del día siguiente. Una b u e n a tortilla, á la que siguió una morcilla asada, rociado todo con abundante-sidra fuerte, b a s t a r o n p a r a r e f l e j a r la alegría en todos los semblantes. Rivet cogió u n vaso p a r a b r i n d a r y su esposa iba y L A OASA D E P L A C E R y venía de la cocina m u d a n d o los platos y diciendo á cada cual:—«¿Se ha s e r v i d o usted bastante » Los tablones a r r i m a d o s á la p a r e d y las v i r u t a s a m o n t o n a d a s en un rincón despedían un p e r f u m e de madera s e r r a d a , olor de carpintería, un vaho resinoso que penetra hasta el fondo de los pulmones. Pidieron á la niña: pero había ido á la doctrina y no volvería haéta la, noche. Salieron p a r a d a r una vuelta por el pueblo; estaba f o r m a d o por u n a ancha calle, en c u y o e x t r e m o aparecía la iglesia, y junto á la iglesia el cementerio; c u a t r o tilos corpulentos d a b a n sombra á todo el edificio, hecho con sillares labrados, sin estilo alguno, que r e m a t a b a en un pequeño campanario. Rivet, ceremonioso, a u n q u e llevaba su t r a j e de obrero, d a b a el brazo á su hermana con cierta solemnidad. Su mujer, admirando G U Y DE MAUPASSANT r a n d o el t r a j e con r a y a s doradas, de R a faela, se había colocado entre ésta y F e r n a n d a . Rosa t r o t a b a d e t r á s con Luisa y F l o r a que cojeaba mucho, fatigada. Las vecinas salían á las puertas, los niños i n t e r r u m p í a n sus juegos, levantábase una cortina dejando entrever una cabeza cubierta con una cofia de percal; una vieja con muletas y casi ciega se persignó como si p a s a r a la procesión; y todos seguían largo tiempo con la mirada, el paso de aquellas hermosas d a m a s de la ciudad, q u e habíañ ido de tan lejos p a r a asistir a la p r i m e r a comunión de la niña Rivet. P a s a n d o f r e n t e á la iglesia, oyeron las voces de los niños: un cántico lanzado al cielo con entonaciones atipladas; pero el ama no consintió que entrasen, p a r a no t u r b a r á los querubines. Después de un paseo p o r el campo y la enumeración de las principales propiedades. L A CASA D E PLACEE GUY DE MAUPASSANT des José Rivet volvió con su gente p a r a ínstalarlas.en su casa. Como había pocas habitaciones, colocaba á sus huéspedes de dos en dos. Rivet por aquella noche, dormiría en el taller sobre las v i r u t a s : su esposa partiría su lecho con la cuñada, y en el c u a r t o del lado F e r n a n d a y Rafaela d o r m i r í a n juntas. Luisa y Flora se colocarían en la cocina sobre un colchón en el suelo; y Rosa ocuparía un cuartito obscuro encima de la escalera, pared por medio de un cam a r a n c h ó n estrecho donde dormiría 1por aquella noche la niña. Cuando ésta e n t r ó en casa se vió envuelta p o r una n u b e de besos; t o d a s las m u j e res la q u e r í a n acariciar, con esa necesidad de expansiones tiernas y la c o s t u m b r e profesional de zalamerías que en el tren las había inclinado á todas á besar los patos. A su vez, cada una la sentaba sobre sus sus rodillas, j u g u e t e a n d o con sus finos cabellos rubios, y la oprimía entre sus brazos con efusión de afecto vehemente y expontáneo. La niña, muy amable, se dejaba sobar, paciente y recogida. Como todas estaban cansadas, enseguida de comer f u e r o n á acostarse. El silencio ilimitado de los campos, que parecía casi religioso envolvía todo el pueblo; un silencio tranquilo, del que p a r t i c i p a b a n la t i e r r a y el cielo. Las mozas, acostumbrad a s á las tertulias t u m u l t u o s a s de la casa pública, sentíanse muy emocionadas por el mudo reposo del campo dormido. Tan p r o n t o como se hallaron en sus lechos, de dos en dos, se unieron estrechamente al sentir estremecimientos, no de frío, sino de soledad, producidos por el corazón inquieto y turbado, defendiéndose así contra el t r a n q u i l o y profundo silencio de la t i e r r a que todo lo invadía. Pero L A CASA D E P L A C E E r o Rosa, en su cuartito obscuro y poco acostumbrada á d o r m i r t r a n q u i l a y sola, sentíase presa de una emoción vaga y penosa. Revolviéndose y no l o g r a n d o conciliar el sueño, oyó, á t r a v é s del tabique, sollozos apagados, como de u n niño que llorase. Asustada, llamó, y una voceeita ent r e c o r t a d a contestóla; era la niña, que a c o s t u m b r a d a á d o r m i r en la alcoba de su madre, tenia miedo en el c a m a r a n c h ó n estrecho. Rosa, conmovida, se levantó, y con mucho tiento, p a r a n o d e s p e r t a r á nadie, f u é á coger á la niña y la llevó á su cama, bien caliente; la oprimió contra su pecho, besándola; la acarició, envolviéndola con las manifestaciones e x a g e r a d a s de su ternur a ; al fin, calmándose, después de d o r m i r á la niña, se d u r m i ó también. Así, hasta la mañana, la f r e n t e p u r a de Constanza descansó descansó en el pecho desnudo de la prostituta. IV Desde las cinco, al toque de oración, echada al vuelo la c a m p a n a de la iglesia despertó á las mozas, a c o s t u m b r a d a s a d o r m i r por la mañana, único reposo de sus nocturnas fatigas. La gente del pueb o estaba ya de pie; las m u j e r e s a t a r e a d a s de puerta en p u e r t a charlando vivamente, llevando con cuidado vest d i tos de muselina muy almidonados, tiesos como el cartón, ó g r a n d e s cirios con un lazo de seda y oro en el centro. E l sol lucía va en un cielo azul, menos por la parte del horizonte donde conservaba un tinte rosado, como una huella tenue de la aurora - Las L A CASA D E P L A C E E r o Rosa, en su cuartito obscuro y poco acostumbrada á d o r m i r t r a n q u i l a y sola, sentíase presa de una emoción vaga y penosa. Revolviéndose y no l o g r a n d o conciliar el sueño, oyó, á t r a v é s del tabique, sollozos apagados, como de u n niño que llorase. Asustada, llamó, y una voceeita ent r e c o r t a d a contestóla; era la niña, que a c o s t u m b r a d a á d o r m i r en la alcoba de su madre, tenia miedo en el c a m a r a n c h ó n estrecho. Rosa, conmovida, se levantó, y con mucho tiento, p a r a n o d e s p e r t a r á nadie, f u é á coger á la niña y la llevó á su cama, bien caliente; la oprimió contra su pecho, besándola; la acarició, envolviéndola con las manifestaciones e x a g e r a d a s de su ternur a ; al fin, calmándose, después de d o r m i r á la niña, se d u r m i ó también. Así, hasta la mañana, la f r e n t e p u r a de Constanza descansó descansó en el pecho desnudo de la prostituta. IV Desde las cinco, al toque de oración, echada al vuelo la c a m p a n a de la iglesia despertó á las mozas, a c o s t u m b r a d a s a d o r m i r por la mañana, único reposo de sus nocturnas fatigas. La gente del pueb o estaba ya de pie; las m u j e r e s iban muy a t a r e a d a s de puerta en p u e r t a charlando vivamente, llevando con cuidado vest d i tos de muselina muy almidonados, tiesos como el cartón, ó g r a n d e s « n o s con un lazo de seda y oro en el centro. E l sol lucía va en un cielo azul, menos por la parte del horizonte donde conservaba un tinte rosado, como una huella tenue de la aurora - Las LA CASA D E P L A C E E GUY DE MAUPASSANT Las gallinas a n d a b a n picoteando polla calle, y de trecho en trecho un gallo de reluciente cuello y roja cresta, sacudía las alas mientras lanzaba su canto p e n e t r a n t e que repetían los otros gallos. Llegaban c a r r e t a s de los poblados vecinos, descargando r o b u s t a s n o r m a n d a s con vestidos obscuros y la pañoleta cruzada sobre el pecho, sostenida p o r un alfiler de plata secular. Los hombres se habían puesto la blusa azul sobre la chaqueta nueva o sobre el viejo t r a j e de p a ñ o verde. Cuando los caballos f u e r o n llevados á las cuadras, quedó á lo l a r g o del camino una doble fila de carros, carretas, carricoches, vehículos de todas f o r m a s y de todas edades. E n la casa del c a r p i n t e r o se notaba una actividad de colmena. Las" mozas, en enaguas, con los cabellos tendidos sobre la espalda, unos cabellos p o b r e s y cortos que parecían parecían deslucidos y raídos p o r el uso, se ocupaban en vestir á la niña. La cual, de pie sobre una mesa, no se movía mientras la señora Tellier ordenaba los movimientos de su batallón volante. La enjabonaron, la peinaron, la vistieron, y con a y u d a de muchos alfileres, marcar o n los pliegues del v. stido, r e d u j e r o n la cintura, demasiado ancha, y o r g a n i z a r o n un tocado elegante. Luego, cuando hubier o n terminado, hicieron sentar á la paciente, rogándola que no se moviera; y el g r u p o agitado de las m u j e r e s corrió á engalanarse. La campana de la iglesia comenzó de nuevo á repicar, con débil sonido de campana pobre, q u e se perdía en el cielo como una voz enferma, p r o n t o ahogada en la inmensidad azul. Los comulgantes iban saliendo de sus casas GUY DE MAUPASSANT LA CASA D E P L A C E R casas p a r a dirigirse al edificio comunal que contenía las dos-escuelas y el Ayuntamiento, situado á un extremo del pueblo, mientras que «la casa de Dios» ocup a b a el otro extremo. Los padres, con el t r a j e de los días de fiesta, con la cara p a r a d a y movimientos t o r p e s de los cuerpos encorvados constantemente p o r el t r a b a j o , seguían á sus pequeños. L a s niñas desaparecían en una n u b e de tul nevado semejante á clara de huevo batida, mientras que los niños, como pequeños mozos de café, con la cabeza llena de pomada, a n d a b a n s e p a r a n d o mucho las piernas p a r a no m a n c h a r sus pantalones negros. E r a un honor p a r a la familia cuando una m u c h e d u m b r e de p a r i e n t e s iba desde lejos, p a r a a c o m p a ñ a r al niño en tal ceremonia; así, el t r i u n f o del c a r p i n t e r o f u e completo. El regimiento Tellier, con el ' ama ama al frente, seguía á Constanza; el pad r e d a b a el brazo á la h e r m a n a ; la m a d r e seguía, al lado de Rafaela; F e r n a n d a iba con Rosa, y las dos Bombas juntas, detrás; desplegábanse todas majestuosamente como un estado mayor de g r a n uniforme. El efecto en el pueblo fué magnífico. E n la escuela, las niñas se r e p l e g a b a n bajo las tocas de la monja, y los niños bajo el sombrero del maestro, y rompieron la m a r c h a e n t o n a n d o un cántico. Los niños, á la cabeza, en dos filas; seg u í a n las niñas en el mismo orden, y habiendo tenido los vecinos la atención de ceder el paso á las f o r a s t e r a s del c a r p i n tero, iban las mozas y el ama inmediatamente después de las niñas, prolongando la doble hilera de la procesión, t r e s á la izquierda y t r e s á la derecha, con sus a r r e o s deslumbradores como un castillo de fuegos artificiales. Su 6 LA C A S A D E P L A C E E Su e n t r a d a en la iglesia enloqueció á todo el pueblo. Se oprimían, se e m p u j a b a n p a r a verlas; hasta las devotas h a b l a b a n casi en alta voz, estupefactas en presencia de aquellas mujeres, más g u a r n e c i d a s que las casullas de los curas. El alcalde ofreció su banco, el p r i m e r baneo de la derecha junto al coro, y la señora Tellier tomó asiento allí con su cuñada, F e r n a n d a y Rafaela; Rosa y las dos Bombas o c u p a r o n el segundo banco, en compañía del carpintero. En el coro de la iglesia estaban de rodillas, los niños á un lado y al otro las niñas, teniendo en la m a n o largos cirios. Delante del facistol, t r e s hombres, de pie, c a n t a b a n prolongando indefinidamente las sílabas del latín sonoro, eternizando los Amén con a a a interminables, que el serpentón sostenía con su monótono sonido v i b r a n d o sin cesar por la ancha boca GUY DE MAUPASSANT de cobre. La voz a g u d a de un niño daba la réplica,y de cuando en cuando, u n cura, sentado en un sillón y con el bonete puesto, se levantaba, se descubría, rezaba ent r e dientes algo incomprensible y volvía á sentarse, m i e n t r a s los t r e s hombres lanzaban de nuevo sus r o b u s t a s voces con los ojos fijos en un g r a n libro de canto llano, abierto ante ellos sobre las alas extendid a s de un águila de madera, que g i r a b a sobre un eje. Después hubo un momento de silencio. Todos los asistentes se arrodillaron, y el cura que debía oficiar, apareció: viejo, venerable, con los cabellos blancos, inclinado sobre el cáliz que llevaba en la mano izquierda. Le precedían dos monaguillos vestidos de rojo, y le seguía una muc h e d u m b r e de cantores, que se alinearon á uno y o t r o lado del coro. Sonó la campanilla y comenzaron los divinos LA CASA D E P L A C E R divinos oficios. El cui'a iba lentamente de una p a r t e á otra del tabernáculo, haciendo genuflexiones, salmodiando con su voz cascada las oraciones p r e p a r a t o r i a s . Apenas calló, todos los cantores y el serpentón lanzaron á un tiempo sus voces; a l g u n a s gentes de las que asistían á la misa también cantaban, p e r o á media voz, humildemente. El Kyrie Eleison subió á los cielos lanzado p o r todas las g a r g a n t a s y todos los corazones. Polvo de yeso y partículas de m a d e r a apelillada se desprendieron de la vieja bóveda sacudida por aquella explosión de gritos. E l sol convertía en un horno la pequeña iglesia; y una inmensa emoción, al a p r o x i m a r s e el inefable misterio, oprimía el corazón de los niños y las g a r g a n t a s de sus madres. El cura, que se había sentado, volvió al a l t a r y con manos temblorosas, dirigiéndose giéndose á sus fieles, pronunció el Orate fratres «orad h e r m a n o s míos»; todos rezaron; el anciano clérigo balbuceó las pal a b r a s misteriosas y supremas, la campanilla sonaba repetidamente, la muched u m b r e posternada llamaba á Dios, los niños desfallecían en su ansiedad inmensa. Entonces, Rosa, con la f r e n t e hundida e n t r e las manos, recordó á su madre, la iglesia de su pueblo, su p r i m e r a comunión; y r o m p i ó á llorar. Lloraba t r a n q u i lamente primero, l á g r i m a s lentas humedecían sus párpados, luego los r e c u e r d o s a u m e n t a r o n su emoción, y, acongojada, con el pecho palpitante, r o m p i ó en sollozos. H a b í a sacado su pañuelo p a r a secar sus lágrimas, y con él se tapaba las narices y la boca p a r a no g r i t a r : todo f u é inútil; una especie de r o n q u i d o salió de su garg a n t a y dos lamentos p r o f u n d o s y desgarradores L A CASA D E P L A C E R r r a d o r e s le respondieron; p o r q u e sus dos vecinas, arrodilladas junto á ella, Luisa y Flora, oprimidas p o r el mismo lejano recuerdo, gemían también e n t r e t o r r e n t e s de lágrimas. Y como el llanto es contagioso, el ama, á su vez, sintió sus p á r p a d o s humedecidos, y m i r a n d o á su cuñada, vió que t< das las del banco lloraban también. El cura consagraba; los niños, poseídos por una especie de t e r r o r devoto, estaban arrodillados en los escalones del presbiterio, y en toda la iglesia, de trecho en trecho, alguna m u j e r , m a d r e ó h e r m a n a , poseída p o r la e x t r a ñ a simpatía de las emociones fuertes, impresionada por el llanto de las mozas, humedecía su pañuelo de percal á cuadros azules, oprimiendo á la vez con su m a n o izquierda el corazón palpitante. V Como la llama que p r e n d e una mies, las l á g r i m a s de Rosa y de sus c o m p a ñ e r a s i n u n d a r o n de l á g r i m a s los ojos de la muchedumbre; hombres, mujeres, viejos y jóvenes, todos lloraban, y sobre sus cabezas parecía cernirse un espíritu sobrehumano, un alma, el soplo prodigioso de u n ser invisible. Entonces, en el coro de la Iglesia, resonó un ruidillo seco: la monja, golpeando en su libro d a b a la señal de la comunión; y las niñas, temblando, se a p r o x i m a b a n á la santa mesa. Toda una fila se arrodilló. El anciano sacerdote, sosteniendo en la m a n o izquierda el copón de plata dorada, pasaba, ofreciendo L A CASA D E P L A C E R r r a d o r e s le respondieron; p o r q u e sus dos vecinas, arrodilladas junto á ella, Luisa y Flora, oprimidas p o r el mismo lejano recuerdo, gemían también e n t r e t o r r e n t e s de lágrimas. Y como el llanto es contagioso, el ama, á su vez, sintió sus p á r p a d o s humedecidos, y m i r a n d o á su cuñada, vió que t< das las del banco lloraban también. El cura consagraba; los niños, poseídos por una especie de t e r r o r devoto, estaban arrodillados en los escalones del presbiterio, y en toda la iglesia, de trecho en trecho, alguna m u j e r , m a d r e ó h e r m a n a , poseída p o r la e x t r a ñ a simpatía de las emociones fuertes, impresionada por el llanto de las mozas, humedecía su pañuelo de percal á cuadros azules, oprimiendo á la vez con su m a n o izquierda el corazón palpitante. V Como la llama que p r e n d e una mies, las l á g r i m a s de Rosa y de sus c o m p a ñ e r a s i n u n d a r o n de l á g r i m a s los ojos de la muchedumbre; hombres, mujeres, viejos y jóvenes, todos lloraban, y sobre sus cabezas parecía cernirse un espíritu sobrehumano, un alma, el soplo prodigioso de u n ser invisible. Entonces, en el coro de la Iglesia, resonó un ruidillo seco: la monja, golpeando en su libro d a b a la señal de la comunión; y las niñas, temblando, se a p r o x i m a b a n á la santa mesa. Toda una fila se arrodilló. El anciano sacerdote, sosteniendo en la m a n o izquierda el copón de plata dorada, pasaba, ofreciendo L A CASA 1)E P L A C E E ciendo entre dos dedos la hostia, el cuerpo de Cristo, la redención del mundo. Los niños a b r í a n la boca desmesuradamente, con gestos nerviosos, con los ojos c e r r a d o s y el semblante pálido. Repentinamente llenó la iglesia un r u mor de m u c h e d u m b r e delirante, una tempestad de sollozos y de gritos ahogados. F u é como un vendaval que encorva los árboles; y el cura quedó inmóvil, de pie, con una hostia en la mano, p a r a l i z a d o polla emoción, diciéndose: «Es Dios. E s Dios que viene á nosotros, que se manifiesta, que desciende sobre su pueblo arrodillado.» Y balbuceaba oraciones del alma en santo éxtasis. Cuando acabó de d a r la comumon, las piernas apenas le sostenían, y después de a p u r a r el cáliz, se abismó en una acción de g r a c i a s ferviente. _ Poco á poco el pueblo-se calmo. Los del coro coro volvieron á sus cantos con la voz alg o insegura, humedecida por sus lágrimas; y hasta el serpentón parecía enronquecido, como si también hubiese llorado. El cura, l e v a n t a n d o las manos, les hizo la señal de que se callaran, y pasando ent r e las dos filas de comulgantes, acercóse á la r e j a del coro Todos los asistentes se h a b í a n sentado; unos removían las sillas y otros se s o n a ban ruidosamente; luego callaron, y el cura empezó su plática en tono muy bajo. —«Amados h e r m a n o s míos, hermanas, hijas: os doy las g r a c i a s desde lo más prof u n d o de mi corazón: acabáis de p r o p o r cionarme el gozo m a y o r de mi vida. H e sentido á Dios que descendía sobre vosotros cuando yo le llamaba. Sí, estuvo presente, llenando v u e s t r a s almas y haciendo desbordar v u e s t r o s ojos. Soy el cura m á s viejo de la diócesis, y hoy, sin duda, soy / / ^ W e e s » * » oe HÉfé i ^ s BIBLIOTECA UNIV--*» "ALFONSO teitt" nrfo. 1625 MONiWKY, L A CASA B E P L A C E R GUY DE MAUPASSANT soy también el más feliz. Un milagro se acaba de realizar entre nosotros, un verdadero, un g r a n d e , un sublime milagro. Mientras Jesús p e n e t r a b a p o r p r i m e r a vez en el cuerpo de estas criaturas, el Espíritu Santo, la Paloma Celestial, el aliento de Dios ha caído sobre vosotros, apoderándose de vosotros, meciendo v u e s t r a s almas cómo la brisa mece los rosal- s.» Luego, con voz más reposada, dirigiéndose á los dos bancos donde estaban las huéspedas del carpintero, prosiguió: — «Gracias tengo que d a r o s á vosotras, hermanas mías, que habéis venido de tan lejos, y cuya presencia, cuya fe visible, cuya piedad innegable, han sido p a r a todos un ejemplo. Sois la edificación de mis feligreses, v u e s t r a s emociones han exaltado sus almas; es posible que sin vosotras no tuviera este g r a n día el c a r á c t e r semidivino que tuvo. A veces basta una sola oveja ja escogida p a r a decidir al Señor á visit a r todo el rebaño.» La voz le f a l t a b a y terminó: - E s la g r a cia que á todos vosotros deseo. Así sea. » Y volvió al a l t a r p a r a proseguir los oficios. La gente iba teniendo g a n a s de acabar; los niños se impacientaban y algunas mujeres se f u e r o n sin a g u a r d a r al último evangelio, p a r a disponer en sus casas los p r e p a r a t i v o s de la comida. F u é una b a r a ú n d a la salida; voces chillonas, p a l a b r a s vivas; c u a n d o aparecier o n los niños, cada cual a g a r r ó el suyo precipitadamente. Constanza se encontró envuelta, b e s u queada p o r las mozas. Rosa, sobre todo, no la soltaba y al fin la cogió una mano; la señora Tellier la tomó la o t r a ; Rafaela y F e r n a n d a la l e v a n t a r o n el l a r g o vestido de muselina p a r a que no lo a r r a s t r a s e por LA CASA D E PLACEE p o r el polvo; Luisa y Flora c e r r a b a n la m a r c h a con la señora Rivet. El festín estaba servido en el taller del carpintero, sobre largos tablones apoyados en banquetas. La p u e r t a de la calle abierta, dejaba e n t r a r toda la alegría del pueblo. Veíanse por las v e n t a n a s los blancos manteles y oíanse los g r i t o s y las bromas de los campesinos que, en m a n g a s d e camisa, bebían a b u n d a n t e sidra. E n pocas mesas f a l t a b a una niña ó un niño con el t r a j e de p r i m e r a comunión. De vez en cuando, a b r a s á n d o s e con el calor del medio día, un c a r r o a t r a v e s a b a el pueblo al t r o t e de un viejo caballo, y el c a r r e t e r o m i r a b a con envidia tanta muest r a de alegre francachela. E n casa del c a r p i n t e r o se g u a r d a b a cierta compostura: u n resto de la emoción de la mañana. Sólo Rivet estaba dispuesto á todo y bebía mucho. La GUY DE MAUPASSANT La señora Tellier m i r a b a el reloj á cada momento, p o r q u e p a r a no f a l t a r dos días seguidos, era necesario que r e g r e s a r a n en el tren de las t r e s y cincuenta y cinco, en el cual llegarían á F é c a m p al anochecer. E l c a r p i n t e r o hacía mil esfuerzos p a r a distraerla y p r o l o n g a r la estancia de sus huéspedas hasta el día siguiente; p e r o el ama no se dejaba seducir, no bromeando j a m á s c u a n d o se t r a t a b a de su negocio. Apenaé h a b í a n t o m a d o el café, ordeno á sus pupilas que se dispusieran, y dijo á su hermano:—«Ve á e n g a n c h a r »—mient r a s ella misma hizo sus últimos p r e p a r a tivos. Su cuñada la a g u a r d o para h a b l a r l e de la niña, y sostuvieron una larga conversación, sin d e j a r acordado nada. L a cunada fingió enternecerse, y la señora Tellier, que tenía á la niña sentada sobre las rodillas, no se comprometió, insinuando vagamente LA CASA D E P L A C E R gamente que ya se ocuparía de Constanza; tiempo h a b r í a y ocasiones de verse. El c a r r o no salía y las mozas no bajaban. Oyéronse g r a n d e s risas, golpes, gritos y aplausos. Entonces, m i e n t r a s la mujer del c a r p i n t e r o iba á la c u a d r a p a r a ver si el c a r r o estaba dispuesto, el ama, subió al piso. Rivet muy axaltado y medio desnudo, t r a t a b a inútilmente de Violentar á Rosa, muerta de risa. Las dos Bombas le cogían p o r los brazos, p r o c u r a n d o calmarle, sorp r e n d i d a s por aquella escena, después de la ceremonia de la m a ñ a n a ; pero Rafaela y F e r n a n d a le excitaban, m u y divertidas, lanzando gritos, agudos á cada esfuerzo inútil del borracho. El hombre, furioso, descompuesto, con la eara enrojecida, sacudiendo en sus violentos esfuerzos á las dos m u j e r e s que le sujetaban, a g a r r a d o á las f a l d a s de Rosa, murmuraba:—«Cochina, GUY DE MAUPASSANT na, ¿por qué no quieres? »—; p e r o el ama, indignada al verlo, cogió á su h e r m a n o p o r u n h o m b r o y e m p u j ó con tal fuerza, que le hizo ir tambaleándose hasta la pared. Luego, en la cuadra, le oyeron echarse a g u a sobre la cabeza, y c u a n d o apareció con el c a r r o estaba ya del todo sereno. Se pusieron en m a r c h a , como la víspera, y el caballo blanco t r o t a b a como una especie de bailoteo acompasado y vivo. Bajo el sol ardiente, la alegría renació. Las mozas reían m i e n t r a s el c a r r o avanzaba e n t r e uña n u b e de polvo. Rosa comenzó u n c a n t a r desvergonzado; p e r o el ama la hizo callar, pareciéndole^ poco á propósito en semejante día. Y añadió:— «Cántanos algo decente, que se pueda oir» —Entonces Rosa, después de pensarlo par a escoger, entonó una de sus canciones dulces y sentimentales. Todas UNIVERSIDAD OS BIBLI01: ' V?^ !i "ALFORJO fetftt" 1€2S .MOÑHRREY, UEXlÓf LA c a s a de p l a c e r Todas en masa repitieron el estribillo, y Rivet llevaba el compás d a n d o con el pie en la v a r a del c a r r o y golpeando con la tralla las guarniciones del caballo, el cual, animándose con la música y los golpes, lanzóse al galope, haciendo saltar las sillas y t i r a n d o á las m u j e r e s u n a s c o n t r a otras. Dieron todas en el fondo del carro, y levantáronse r i e n d o estrepitosamente, pero sin d e j a r su canto; g r i t a b a n como locas y sus gritos r e s o n a b a n alegres b a j o el cielo ardoroso, entre las mieses maduras, a r r a s t r a d o s p o r la briosa m a r c h a del caballejo, que acentuaba el estribillo con su galope. Cuando llegaban á la estación, el c a r p i n t e r o dijo tristemente:—«Lástima que os vayáis tan p r o n t o ; nos hubiéramos divertido mucho.»' Su h e r m a n a le respondió con su acost u m b r a d a sensatez:—« Cada cosa en su tiempo; GHJY D E M A U P A S S A N T tiempo; una fiesta no puede d u r a r siempre.»—Ui.a idea iluminó el espíritu entonces melancólico de Rivet:—«¡Calla!; iré á veros el mes que viene. »—Y miró á Rosa de reojo. El ama replicó:—Es necesario ser prudente. I r á s cuando quieras; pero te r u e g o que no h a g a s tonterías.» El tren se acercaba y el c a r p i n t e r o comenzó á despedirse de sus huéspedas, dando un beso á cada una. Cuando llegó el t u r n o á Rosa, en lugar de besar en la mejilla, buscó ansiosamente los labios; ella los apretó, b a j a n d o la cabeza y sin d e j a r de reir; él insistía y ella, moviéndose á uno y o t r o lado, evitaba; el c a r p i n t e r o la oprimía, sin conseguir su propósito, haciendo esfuerzos inútiles. La campana sonó.—«¡Señores viajeros al tren!»—Las mozas y el ama subieron al coche. A un silbido a g u d o y débil respondió el silbido 8 \ GUY DE MAUPASSANT I.A CASV D E P L A C E R silbido poderoso y v i b r a n t e de la máquina, que a r r o j ó su p r i m e r c h o r r o d e vapor, mientras las r u e d a s comenzaban á g i r a r con esfuerzo visible. Rivet, salió de la estación corriendo para llegar al paso de nivel y ver una vez más á Rosa; cuando el vagón c a r g a d o con aquella mercancía de carne h u m a n a pasó, el c a r p i n t e r o , saltando y sacudiendo su tralla, repetía el estribillo de la canción de Rosa, g r i t a n d o con toda la fuerza de sus pulmones. Y vió alejarse y perderse al fin con la distancia, un pañuelo blanco, agitado afectuosamente. VI En el tren d u r m i e r o n hasta la llegada, con e! sueño feliz de las conciencias t r a n quilas; quilas; y cuando e n t r a r o n en su casa, después de la t r e g u a y el descanso, cenaron deprisa p a r a volver al combate, á sus costumbres, á sus clientes de todos los días. Encendióse al anochecer el farolillo, indicando á los t r a n s e ú n t e s que había vuelto el r e b a ñ o á su redil, y en un a b r i r y cer r a r de ojos, corrió la noticia, 110 se. sabe cómo ni de qué manera. El hijo del banquero, Felipe, llevó su oficiosidad al ext r e m o de avisar por un recado al señor T o u r n e b a u , aprisionado entre su familia. . , El salador tenía precisamente los domingos muchos parientes convidados a comer, y estaban t o m a n d o café cuando se presentó el m a n d a d e r o con la carta; el señ o r T o u r n e b a u , muy emocionado rompio, el sobre y palideció: el papel 110 contenía más que dos renglones, t r a z a d o s con lápiz: «Cargamento dt bacalaos hallado: 11ario \ GUY DE MAUPASSANT I.A CASV D E P L A C E R silbido poderoso y v i b r a n t e de la máquina, que a r r o j ó su p r i m e r c h o r r o de vapor, mientras las r u e d a s comenzaban á g i r a r con esfuerzo visible. Rivet, salió de la estación corriendo para llegar al paso de nivel y ver una vez más á Rosa; cuando el vagón c a r g a d o con aquella mercancía de carne h u m a n a pasó, el c a r p i n t e r o , saltando y sacudiendo su tralla, repetía el estribillo de la canción de Rosa, g r i t a n d o con toda la fuerza de sus pulmones. Y vió alejarse y perderse al fin con la distancia, un pañuelo blanco, agitado afectuosamente. VI En el tren d u r m i e r o n hasta la llegada, con e! sueño feliz de las conciencias t r a n quilas; quilas; y cuando e n t r a r o n en su casa, después de la t r e g u a y el descanso, cenaron deprisa p a r a volver al combate, á sus costumbres, á sus clientes de todos los días. Encendióse al anochecer el farolillo, indicando á los t r a n s e ú n t e s que había vuelto el r e b a ñ o á su redil, y en un a b r i r y cer r a r de ojos, corrió la noticia, 110 se. sabe cómo ni de qué manera. El hijo del banquero, Felipe, llevó su oficiosidad al ext r e m o de avisar por un recado al señor T o u r n e b a u , aprisionado entre su familia. . , El salador tenía precisamente los domingos muchos parientes convidados a comer, y estaban t o m a n d o café cuando se presentó el m a n d a d e r o con la carta; el señ o r T o u r n e b a u , muy emocionado rompio, el sobre y palideció: el papel 110 contenía más que dos renglones, t r a z a d o s con lápiz: «Cargamento dt bacalaos hallado: 11ario L A CASA D E P L A C E E rio entrado puerto; buen negocio para usted. Venga pron to.» Rebuscó en sus bolsillos p a r a darle al m a n d a d e r o veinte céntimos, y poniéndose coloradocomo u n tomate,dijo: —«Esindispensable que salga esta noche».- Y puso delante de su m u j e r la carta lacónica y misteriosa. Tocó el timbre, pidió á la muchacha su a b r i g o y su sombrero, y al verse al fin en la calle solo, echó á c o r r e r c a n t u r r e a n d o ; el camino se le hacía interminable; tan viva era su impaciencia. L a casa de la señora Tellier estuvo m u y animada. E n la tienda las voces de los hombres del p u e r t o p r o d u c í a n una bulla ensordecedora. Luisa y F l o r a no sabían á quien atender; bebían con uno, al i n s t a n t e con otro, nunca merecieron mejor su apodo las «dos Bombas». Las llamaban de todas p a r t e s á la vez, no d a b a n abasto y la noche se ofrecía p a r a ellas muy fatigosa. GUY DE MAUPASSANT El cenáculo del p r i m e r piso, estuvo completo á las nueve. El señor Yasse, juez del Tribunal de Comercio, el pretendiente reconocido, p e r o platónico del ama, hablaba con ella misteriosamente en u n rincón, y uno y otro sonreían como si comenzasen á entenderse. E l señor Poulín, antiguo alcalde, tenía áRosa montada sobre sus piernas, mientras ella le acariciaba las patillas blancas acercándose mucho á su rostro. Un muslo asomaba e n t r e la seda amarilla del vestido levantado y el paño n e g r o del pantalón, y las medias e n c a r n a d a s estaban p r e n d i d a s por u n a s ligas azules, r e g a l o del comisionista, su compañero de viaje. La voluminosa F e r n a n d a echada en el sofá, tenía los dos pies apoyados en el vientre del señor Pimpessi, el r e c a u d a d o r ; la cabeza sobre el chaleco del joven Felipe; Y m i e n t r a s r o d e a b a con el brazo de1 J reeho L A CASA D E P L A C E R recho el cuello de éste, sostenía con la mano izquierda un cigarro. Rafaela conversaba m u y entretenida con el señor Dupuis, el agente de seguros, y terminó diciendo:—«Sí, querido mío, esta noche te complaceré».—Y dando sola una vuelta de vals r á p i d a al t r a v é s del salón, repetía:—«Esta noche hago todo lo que me pidan.» Abrióse la p u e r t a bruscamente, y el señor T o u r n e b a u apareció. E s t a l l a r o n gritos entusiastas:—«¡Viva Tournebau!»—Y Rafaela, que seguía valsando aún, se dejó caer sobre su pecho. Él la recogió con un a b r a z o formidable, y sin decir nada, lev a n t á n d o l a como una pluma, atravesó el salón, tomó la puerta, y desapareció en la escalera de las alcobas con su carga viva, entre los aplausos de todos. Rosa, que p r o c u r a b a e n a r d e c e r al antiguo alcalde besándole repetidas veces y tirándole tirándole de las patillas, aprovechó el ejemplo: —«Vamos, i m i t a l e » - d i p . Entonces el viejo se levantó, y abrochandost e chaleco, tentó el bolsillo donde llevaba el dinero, mientras seguía a la moza. F e r n a n d a y el ama q u e d a r o n solas con los otros cuatro, y Felipe dijo: - Y o p a g o el Champagne. Señora Tellier, haga usted que t r a i g a n dos betellas». Entonces F e r nanda, estrechándole más, incorporóse p a r a decirle al o í d o : - « H a z n o s bailar. Quieres?» Felipe se levantó, y acercándose al piano, que dormía en un rincón, toco un vals ronco y lacrimoso. L a buena moza enlazó al r e c a u d a d o r , el ama se abandonó en b r a z o s del señor Vasse y las dos p a r e j a s comenzaron á g i r a r , dándose a cada vuelta un beso. El Sr. Vasse que había bailado mucho en sociedad, hacia fuñirás, y ella le m i r a b a cautivada, con esos ojos que responden «sí", un «si», mas discreto L A CASA D E P L A C E R discreto y más delicioso que una palabra. Federico llegó con el C h a m p a g n e y todos bebieron. El Sr. T o u r n e b a u r e a p a r e ció satisfecho, aliviado, r a d i a n t e , g r i t a n d o : —«No sé qué tiene Rafaela que resulta deliciosa esta noche. Después bebió de un sorbo una copa que le ofrecían, diciendo: —«Caramba, esto es u n lujo.» En seguida, Felipe se puso á tocar una polka y el Sr. T o u r n e b a u se lanzó con la bella judía, sosteniéndola en el aire sin dejarle poner los pies en el suelo. El señor Pimpessi y el señor Vasse, se pusier o n también á bailar. De cuando en cuando, una de las p a r e j a s deteníase junto á la chimenea p a r a a p u r a r una copa del vino espumoso; el baile amenazaba eternizarse, cuando Rosa e n t r e a b r i ó la p u e r t a con una bujía en la mano. E s t a b a con el cabello suelto, en camisa y zapatillas, muy animada, y con el color encendido: - «Quiero ÜUY DE MAUPASSANT -Quiero bailar»—dijo. Rafaela preguntó: - ¿Y tu viejo?»--«Ya duerme; se d u e r m e siempre». Y a g a r r á n d o s e al Sr. Dupuis, que se había quedado solo en el diván, r e a n u d a r o n la polka. P e r o las botellas estaban vacías.—«Yo pago u n a » - dijo el señor Tournebau.—«Y otra y o » - repuso el Sr. Vasse.—«Pues yo también otra» - c o n c l u y ó el señor Dupüis. Todos aplaudieron. Aquello se organizaba, se convertía en un v e r d a d e r o baile. De vez en cuando Luisa y Flora subían a p r e s u r a d a s y d a b a n r á p i d a m e n t e una vuelta de vals, mientras abajo sus clientes se impacientaban; luego volvían corriendo al café con el corazón henchido de pena. A media noche bailaban aún. A veces una de las mozas desaparecía, y cuando la buscaban p a r a hacer un s LA CASA D E P L A C E E un vis á vis, notábase también la falta de un hombre. —«¿De dónde vienen »—preguntó Felipe, riendo c u a n d o e n t r a b a n el señor Pimpessi y F e r n a n d a . —«De ver cómo d u e r m e Poulín»—contestó el r e c a u d a d o r . La f r a s e hizo mucha gracia, tuvo un éxito enorme, y todos á su vez subían «á ver cómo dormía Poulín«, acompañados por una de las mozas, que se m o s t r a b a n aquella noche muy complacientes. El ama sostenía en los rincones largos a p a r t e s con el señor Vasse, como si a r r e g l a r a n los últimos detalles de un asunto convenido ya. P o r fin, á la una, los dos p a d r e s de familia, el señor Tournjebau y el señor Pim>essi, decidieron r e t i r a r s e y p r e g u n t a r o n o que debían. Solamente les c o b r a r o n el Champagne, y aun á seis f r a n c o s la botella Í GUY DE MAUPASSANT lia, en lugar de diez francos, precio costumbre. Y como se q u e d a r a n sorprendidos t a n t a generosidad, el ama, r a d i a n t e gozo, les contestó: — «No suceden todos los días cosas traordinarias.» de de de ex- "Desembarco de lascivia. Habiendo salido del H a v r e el día 3 de Mayo de 1882, con r u m b o á los mares de la China el bergantín Nuestra Señora de los Vientos, el día 8 de Octubre de 1886 entró en el puerto de Marsella. Su viaje se había prolongado, porque al dejar las mercancías en el puerto chino, á donde iban consignadas, encontró flete para Buenos Aires, y allí lo cargaron para el Brasil, desde donde hizo nuevas travesías, en las cuales, destrozos, reparaciones, calmas interminables, ventiscas terribles que lo GUY DE MAUPASSANT DESEMBARCO DE LASCIVIA lf> a r r a s t r a r o n , y todos los accidentes, a v e n t a r a s y d e s v e n t u r a s del mar, d u r a n t e c u a t r o años r e t u v i e r o n lejos de su p a t r i a al b e r g a n t í n , que al cabo e n t r a b a en el p u e r t o de Marsella a b a r r o t a d o con latas de conservas americanas. Al salir llevaba á bordo, a d e m á s del capitán y del segundo, catorce marineros, ocho n o r m a n d o s y seis bretones; y al volver solo quedaban cinco bretones y cuat r o normandos; u n b r e t ó n había m u e r t o en el camino, y c u a t r o de los normandos, p o r diversas causas, habían sido r e e m p l a z a dos p o r dos americanos, un n e g r o y un noruego reclutado una noche en una t a berna de Singapoore. El b e r g a n t í n con las velas arriadas, a r r a s t r a d o por un- remolcador marsellés, pasó delante del castillo de Yf; luego bajo las rocas grises de la rada, cuyos picos doraba el sol poniente, entró en el antiguo g u o puerto, donde se a m o n t o n a b a n rozándose casi á lo l a r g o de los muelles, embarcaciones de todo el mundo, mezcladas y confundidas g r a n d e s y pequeñas, de todas f o r m a s y de todas clases. Nuestra Señora de los Vientos ocupó su l u g a r entre una barca italiana y una goleta inglesa que se a p a r t a r o n un poco p a r a d e j a r sitio al c a m a r a d a ; luego, cuando todas las f o r m a l i d a d e s de la Aduana y del p u e r t o estuvieron cumplidas, el capitán dió permiso á dos tercios de la t r i p u lación p a r a que saltasen á tierra. Los diez h o m b r e s que no habían abandonado el b e r g a n t í n en muchos meses, andaban lentamente, inseguros, desorientados, balanceándose y deteniéndose, olisqueando las callejuelas p r ó x i m a s al puerto, llenos de ansias amorosas contenidas y acumuladas d u r a n t e los meses de vida de mar. I b a n de dos en dos como en las procesiones; DESEMBARCO DE LASCIVIA cesiones; delante, los n o r m a n d o s guiados por Celestino. Duelos, un moeetón robusto y malicioso que capitaneaba á los otros cada vez que ponían el pie en t i e r r a firme. Adivinaba los lugares donde h a b r í a jaleo, inventaba engaños y burlas, y no se metía mucho en las colisiones, tan frecuentes e n t r e marineros; pero cuando se veía envuelto, sin poderlo evitar, en algún conflicto, daba la c a r a sin t e m e r á nadie. Después de a l g u n a s duelas, contemplando las v a r i a s calles que desembocaban en el puerto, todas n e g r a s y mal olientes, Celestino se decidió p o r la más estrecha y tortuosa, viendo b r i l l a r en las p u e r t a s de sus casas, faroles con g r a n d e s n ú m e r o s pintados en el cristal. En todos los portales, m u j e r e s con delantal, como criadas, sentadas en sillas" de enea, se l e v a n t a b a n al verlos y salían al e n c u e n t r o de la doble fila de hombres que a v a n z a b a n lentamente. OUY DE MAUPASSANT mente c a n t u r r e a n d o y bromeando, ya emb r i a g a d o s por la p r o x i m i d a d de aquellas prisiones de prostitutas. De c u a n d o en cuando, en el fondo de un vestíbulo, aparecía d e t r á s de una cancela abierta de pronto, una muchacha gorda, medio desnuda, cuyos anchos muslos y p a n t o r r i l l a s abultadas, se d i b u j a b a n b r u s camente. Su pecho, a b u n d a n t e y blando, caía sobre un corpiño de terciopelo n e g r o con galón de oro. —¿Entráis, hermosos?—les decía desde lejos. Y alguna vez salía para a g a r r a r s e á un m a r i n e r o y e m p u j a r l e hacia la puerta, envolviéndole con sus brazos como una a r a ñ a que quiere a r r a s t r a r una presa superior á sus fuerzas. El hombre, soliviantado por este contacto, resistía blandamente; y los otros se p a r a b a n p a r a contemplarlos, vacilando e n t r e el deseo de e n t r a r enseguida y el gusto de p r o l o n g a r su 10 . üwvssawb^^ BIBLIOTECA y * "AlfCM * GUY DE MAUPASSANT DESEMBARCO DE LASCIVIA su investigación apetitosa. Cuando la mujer, con encarnizados esfuerzos había conducido al h o m b r e hasta la cancela, y tod o s los compañeros i b a n á p r e c i p i t a e en el portal, Celestino Duelos, muy prctico en estos asuntos, g r i t a b a : —No entréis ahí, Márchan, que no es esta la casa. El hombre, obediente á la voz de Celestino, con una sacudida se desligaba de la moza, y todos continuaban su camino m i e n t r a s ella, exasperándose, les injuriaba con p a l a b r a s inmundas, y o t r a s mujeres asomándose á las p u e r t a s y saliéndoles al encuentro les a t r a í a n con roncas y conf u s a s promesas. Ellos a v a n z a b a n cada vez más inflamados entre las zalamerías y la seducción de los goces ofrecidos por el coro de las port e r a s de a m o r que les i b a n saliendo al paso y las maldiciones innobles lanzadas contra contra ellos á su espalda por el coro de las despreciadas. De cuando en cuando, se c r u z a b a n con un g r u p o de soldados, con otros marineros, con algunos burgueses, empleados ó comerciantes. Ofrecíanse á su paso nuevas calles a l u m b r a d a s con los faroles sospechosos, y la tripulación del b e r g a n t í n a v a n z a b a en aquel sucio laberinto, sobre un suelo grasiento, e n t r e paredes a b a r r o t a d a s de c a r n e de m u j e r . Al fin, Celestino Duelos, deteniéndose ante una casa de buen aspecto, hizo ent r a r á sus amigos. II ¡La fiesta f u é completa! D u r a n t e c u a t r o horas, los diez m a r i n e r o s se h a r t a r o n de a m o r y de vino, g a s t a n d o la paga de seis meses. Habíanse GUY DE MAUPASSANT DESEMBARCO DE LASCIVIA su investigación apetitosa. Cuando la mujer, con encarnizados esfuerzos había conducido al h o m b r e hasta la cancela, y tod o s los compañeros i b a n á p r e c i p i t a e en el portal, Celestino Duelos, muy prctico en estos asuntos, g r i t a b a : —No entréis ahí, Márchan, que no es esta la casa. El hombre, obediente á la voz de Celestino, con una sacudida se desligaba de la moza, y todos continuaban su camino m i e n t r a s ella, exasperándose, les injuriaba con p a l a b r a s inmundas, y o t r a s mujeres asomándose á las p u e r t a s y saliéndoles al encuentro les a t r a í a n con roncas y conf u s a s promesas. Ellos a v a n z a b a n cada vez más inflamados entre las zalamerías y la seducción de los goces ofrecidos por el coro de las port e r a s de a m o r que les i b a n saliendo al paso y las maldiciones innobles lanzadas contra contra ellos á su espalda por el coro de las despreciadas. De cuando en cuando, se c r u z a b a n con un g r u p o de soldados, con otros marineros, con algunos burgueses, empleados ó comerciantes. Ofrecíanse á su paso nuevas calles a l u m b r a d a s con los faroles sospechosos, y la tripulación del b e r g a n t í n a v a n z a b a en aquel sucio laberinto, sobre un suelo grasiento, e n t r e paredes a b a r r o t a d a s de c a r n e de m u j e r . Al fin, Celestino Duelos, deteniéndose ante una casa de buen aspecto, hizo ent r a r á sus amigos. II ¡La fiesta f u é completa! D u r a n t e c u a t r o horas, los diez m a r i n e r o s se h a r t a r o n de a m o r y de vino, g a s t a n d o la paga de seis meses. Habíanse DESEMBARCO DE LASCIVIA H a b í a n s e instalado con desabogo como los únicos dueños de la sala, m i r a n d o despreciativamente á los p a r r o q u i a n o s que se acomodaban en los rincones,á donde algunas de las mozas disponibles, vestidas con su camisón muy escotado ó con una falda m u y corta, les a c o m p a ñ a b a n y servían. Cada m a r i n e r o había escogido al lleg a r su compañera, conservándola toda la noche, p o r q u e la gente del pueblo n o es aficionada en estos casos á las variaciones. Se h a b í a n unido t r e s mesas; y después de la p r i m e r a ronda, r e f o r z a d a la procesión que se aumentó con diez mujeres, lanzóse á la escalera que conducía á las alcobas p o r donde desfilaron las amorosas parejas. Volvieron á b a j a r y á beber; volvieron á subir y á diseminarse, p a r a r e u n i r s e por tercera vez y seguir bebiendo. Casi b o r r a c h o s ya, con los ojos enrojecidos GUY D E MAUPASSANT cidosy t e n i e n d o á l a s mozas sentadas e n l a s rodillas, c a n t a b a n ó g r i t a b a n golpeando sobre la mesa; y bebían dejando en libert a d la bestia humana. E n t r e todos, Celestino Duelos, oprimiendo entre sus brazos una robusta muchacha m u y colcradota, la m i r a b a con a r d o r . Menos b o r r a c h o que los demás, y no p o r q u e hubiese bebido menos, p e n s a b a en o t r a s cosas y sintiendo íntima t e r n u r a prefería comunicarse y h a b l a r . P e r o sus ideas borrábanse, desaparecían, volviendo á ofrecerse y á b o r r a r s e sin que le precisaran su deseo. Riendo, repetía: —Vaya, vaya... ¿Cuánto tiempo hace que vives aquí? —Seis meses—respondió la moza. Celestino, p r o c u r a n d o m o s t r a r s e amable con ella, insistía: —¿Y te gusta este oficio? Ella DESEMBARCO DE LASCIVIA Ella dudó y luego dijo r e s i g n a d a : —Todo es cuestión de acostumbrarse; tan malo es éste, como los otros. Celestino a p r o b a b a con un gesto estas afirmaciones, y seguía p r e g u n t a n d o : —¿Tú no eres de aquí? Sin h a b l a r , ella dijo que no con la cabeza. —¿Eres de muy lejos? Ella dijo que sí en la misma f o r m a . —¿De dónde eres Ella siguió callada, como si r e c o r d a s e algo; luego m u r m u r ó : —De P e r p i g n á n . Y á su vez empezó á p r e g u n t a r l e : — Y tú, eres marinero? —Sí, preciosa. —¿Vienes de m u y lejos? —De m u y lejos. H e visto muchos puertos y m u c h a s tierras. —¿Has dado la vuelta al mundo? —Puedes GUY DE MAUPASSANT —Puedes creerlo; más bien dos veces que una. De nuevo ella calló como si buscara en su memoria un r e c u e r d o confuso. Después, cambiando de tono, seria y dulce, prosiguió: —¿Has encontrado muchas embarcaciones en tus viajes? —Ya lo creo, preciosa; muchas. — Viste, por casualidad, un b e r g a n tín que se llama Nuestra Señora de los Vientos? Celestino contestó b r o m e a n d o : —Lo vi esta misma semana. Ella palideció. —¿Dices v e r d a d ? —La v e r d a d te digo. —¿No mientes, no me engañas? El m a r i n e r o extendió el brazo: —Te lo j u r o por el n o m b r e de Dios. —¿Podrías decirme si Celestino Duelos va en ese bergantín? Sorprendido, DESEMBARCO DE LASCIVIA Sorprendido, inquieto, antes de contest a r quiso enterarse: —¿Tú le conoces A su vez, ella se mostró desconfiada. —Yo no: pero una m u j e r , amiga mía, le conoce. —, Una m u j e r de esta casa? —No, de cerca. —¿De esta calle? —No, de la otra. —¿Qué clase de m u j e r es esa? —Una m u j e r , como todas... Una m u j e r como yo. —¿Qué le quiere? , De q u é le conoce' — ¿Lo sé yo acaso? ¿Qué me importa? Se m i r a r o n fijamente, ansiosos de sorp r e n d e r sus mútuos pensamientos, adivin a n d o que alguna cosa g r a v e s u r g i r í a ent r e los dos. El repuso: —Dime, ¿puedo verla —¿Qué GUY DE MAUPASSANT —¿Qué le dirías? —Le diría... le diría... que hace poco he visto á Celestino Duelos. —¿Y está bueno? —Como t ú y como yo. Ella quedó silenciosa un rato, como si o r d e n a r a sus ideas; luego dijo lentamente: —¿A dónde iba Nuestra Señora de los Vientos? —Aquí; á Marsella. La moza no pudo r e p r i m i r un extremecimiento. —¿Verdad? —¡Verdad! —¿Tú conoces á Duelos? —Le conozco. Ella vacilaba; luego dijo dulcemente: —Bien; está bien. —, Qué le quieres? —Cuando le veas, dile... ¡No le digas nada! Celestino 11 DESEMBARCO DE LASCIVIA Celestino la m i r a b a t u r b a d o y ansioso, deseando a v e r i g u a r . —¿Pero tú le conoces? -Ño. —Entonces, ¿por q u é p r e g u n t a s tanto? La moza tomó b r u s c a m e n t e una resolución, y levantándose, corrió hacia si m o s t r a d o r donde estaba el ama, cogió un limón, oprimió su jugo en u n vaso que llenó luego de agua, y llevándoselo á Celestino, le dijo: —Bebe. —¿Para qué? —Para hacer p a s a r el vino. Luego t e hablaré. El m a r i n e r o bebió, y secándose los labios con el reverso de la mano, dijo: —Ya te escucho. —Prométeme antes no descubrir que me h a s visto, ni cómo supiste lo que voy á contarte. J ú r a l o . Celestino GUY DE MAUPASSANT Celestino tendió el brazo y juró. —Pues bien; tú le d i r á s q u e su p a d r e ha muerto; que su m a d r e ha muerto; que su h e r m a n o ha m u e r t o ; los t r e s de la fiebre tifoidea, en Diciembre de 1882; hace cuat r o años. El m a r i n e r o sintió que se le helaba la sangre, y estuvo de tal modo t r a s t o r n a d o un momento, que no sabía qué contestar. Luego, sin a t r e v e r s e á creer lo que oía, preguntó: —;Estás bien segura de que todo es verdad? —No lo dudes. —¿Y á tí, quién te lo ha dicho? La moza le puso las manos en los hombros, y m i r á n d o l e fijamente, m u r muró: — J ú r a m e que g u a r d a r á s el secreto. —Te lo juro. —SovJ su h e r m a n a . De DESEMBARCO DE LASCIVIA De los labios del m a r i n e r o , en un g r i t o de angustia, escapó este nombre: —¡Francisca! Ella clavó los ojos en él con más fijeza, estremecida p o r un espanto, por un h o r r o r p r o f u n d o , y balbuceó: —¿Eres tú, Celestino? Quedaron inmóviles y callados los dos. E l r u i d o de los vasos, de los palmoteos, de los talones llevando el compás, y los g r i tos agudos de las mujeres, se c o n f u n d í a n con las voces y los cánticos. Celestino sintió á su h e r m a n a sobre su pecho, a b r a z á n d o s e á él, calenturienta y h o r r o r i z a d a . Entonces, a p a g a n d o la voz p a r a que nadie le oyera: tan bajo que apen a s ella le oyó, dijo: — ¡Qué desgracia! ¡Lo que hicimos! Ella, con los ojos llenos de lágrimas, preguntó: —¿Acaso es mía la culpa? Pero GUY D E MAUPASSANT P e r o él, interrumpiéndola, dijo: —¿Todos han muerto? —Sí. Todos. —¿El padre, la m a d r e y el hermano? —Los tres, en pocos días. Yo quedé sola, debiendo las medicinas, el entierro, que p a g u é con los muebles de la casa; y me f u i á servir al señor Cacheux, el cojo. Yo tenía entonces quince años y cometí una falta con el señor Cacheux. Después entré á servir en casa de un n o t a r i o que también abusó de mí, llevándome luego al Havre, donde me alquiló un cuarto. Al poco tiempo dejó de ir á verme. P a s é t r e s días sin comer; busqué t r a b a j o , inútilmente; y al fin, me decidí á e n t r a r en una c a sa; como t a n t a s otras. Mellan hecho recor r e r muchas poblaciones, todas m u y sucias. Roan, E v r e u x , Lille, Bordeaux, P e r pignan, Niza y Marsella. Caían de sus ojos a b u n d a n t e s lágrimas, que GUY DE MAUPASSANT DESEMBARCO DE LASCIVIA que s u r c a n d o sus mejillas y su nariz, lleg a b a n á su boca. Luego, prosiguió: —Creí que también habías muerto, ¡mi p o b r e Celestino! El m a r i n e r o dijo: —No era posible que yo te reconociera. Te dejé niña, y te veo a h o r a t a n desarrollada. Péf o tú ¿cómo no me reconociste? La moza, exclamó desesperada: —¡Veo tantos hombres, que todos me parecen iguales! El seguía mirándola fijamente, dominado por una emoción confusa y tan violenta, que á punto estaba de g r i t a r como un chiquillo á quien le pegan. La tenía e n t r e sus brazos, s o b r e sus rodillas, con las manos abierta's sobre la espalda carnosa de Francisca; y á fueza de m i r a r l a , reconoció al fin á la h e r m a n a menor q u e había dejado en su pueblo r o d e a d a de todos aquellos A aquellos que morían poco después mient r a s él c r u z a b a los mares. Entonces, cogiendo e n t r e sus d u r a s manos de h o m b r e de m a r aquella cabeza tan querida, se puso á besarla con besos fraternales. Luego subieron á su g a r g a n t a sollozos tristes y largos, que p a r e c í a n el hipo de la embriaguez. Y balbuceaba: —Eres tú, eres tú; ya te reconozco, Francisca, mi querida Francisca... De pronto, se levantó r e n e g a n d o con voz f o r m i d a b l e y golpeando la mesa de tal modo con el puño, que todos los vasos cayeron, rompiéndose. Avanzó unos pasos, vacilante, y extendiendo los brazos cayó de cara al suelo. Se revolcaba, g o l p e a n d o los ladrillos con pies y manos, y gimiendo como un agonizante. Sus c a m a r a d a s le m i r a b a n riendo. —Está borracho; ya le p a s a r á - d i j o uno. —Acostémosle DESEMBARCO DE LASCIVIA —Acostémosle- -dijo otro.—No debe ir á bordo en tal estado. Y como aun tenía dinero en el bolsillo, lo cual aseguraba que al día siguiente no se iría sin pagar, la dueña del establecimiento le ofreció una cama, y sus compañeros le llevaron en hombros hasta la alcoba de Francisca, donde los dos h e r m a nos acabaron de pasar la noche llorando amargamente. Especulaciones amorosas. i — Qué se hizo Leremy.' —Es capitán en el sexto de dragones. —;Y Puisón ' —Suprefecto. —¿Y Racollét.' —Murió. Buscábamos otros nombres que nos recordaran á los compañeros de nuestra juventud, que no habíamos visto en muchos años. A otros los encontrábamos con frecuencia, 12 DESEMBARCO DE LASCIVIA —Acostémosle- -dijo otro.—No debe ir á bordo en tal estado. Y como aun tenía dinero en el bolsillo, lo cual aseguraba que al día siguiente no se iría sin pagar, la dueña del establecimiento le ofreció una cama, y sus compañeros le llevaron en hombros hasta la alcoba de Francisca, donde los dos h e r m a nos acabaron de pasar la noche llorando amargamente. Especulaciones amorosas. I — Qué se hizo Leremy.' —Es capitán en el sexto de dragones. —;Y Puisón ' —Suprefecto. —¿Y Racollét.' —Murió. Buscábamos otros nombres que nos recordaran á los compañeros de nuestra juventud, que no habíamos visto en muchos años. A otros los encontrábamos con frecuencia, 12 ESPECULACIONES AMOEOSAS cia, ya calvos ó encanecidos, con m u j e r propia y a b u n t a n t e familia, cosa que nos estremecía desagradablemente, mostrándonos cuán f r á g i l es la existencia y cuán pronto cambia y envejece todo. Mi amigo p r e g u n t ó : — Y Prudencio, el g r a n Prudencio'.' Lancé una especie de alarido: —¡Ah! E n cuanto á éste... La historia es larga. Escucha. E s t a b a yo, hace c u a t r o años, haciendo la visita de inspección en Limoges, y m i e n t r a s a g u a r d a b a la hora de comer me a b u r r í a solemnemente, sentado en el café de la plaza del Teatro. Los comerciantes e n t r a b a n por g r u p o s de dos, tres ó cuatro, á t o m a r el v e r m o u h t ó el ajenjo, h a b l a n d o en voz alta de los negocios, riendo estrepitosamente, y b a j a n d o el tono p a r a comunicarse cosas importantes y delicadas. Yo me decía: «¿Qué h a r é después de comer?» GUY DE MAUPASSANT mer?». Y me h o r r o r i z a b a pensando en lo interminables que resultan las noches en una provincia, en el v a g a r pausado y siniestro á t r a v é s de las calles desconocidas, en la tristeza a b r u m a d o r a que al v i a j e r o solitario comunican los t r a n s e ú n tes, e x t r a ñ o s á él en todo y p o r todo: p o r la hechura del t r a j e , por la f o r m a del sombrero, por sus costumbres y por su pronunciación; tristeza p e n e t r a n t e que se desprende también de las casas, de las tiendas, de los coches, de los r u i d o s ordin a r i o s del tráfico; tristeza d e s g a r r a d o r a que nos hace a p r e s u r a r poco á poco el paso, como si estuviésemos perdidos en un país peligroso y opresor, que nos hace desear el hotel, el abominable hotel, cuyas habitaciones g u a r d a n un vaho pestilente, cuyo lecho hace reflexionar y extremecer, cuyos lavabos conservan cabellos y g r a s a de otros huéspedes. Pensando ESPECULACIONES AMOROSAS P e n s a n d o en todo esto, veía encender las luces de g a s y sentía en aun:ento mi desolación y angustia á medida q u e cer r a b a la noche. ¿Qué h a r í a yo después de comer? Me hallaba solo, e n t e r a m e n t e solo y despistado. Un señor g o r d o f u é á sentarse j u n t o á la mesa próxima, y o r d e n ó con voz formidable: Mozo, mi witter. El mi, sonaba en la f r a s e como un cañonazo. Comprendí enseguida que todo era suyo, m u y suyo en la existencia, y n o de otro; que tenía su carácter, su apetito, su pantalón, su «no importa qué», de un modo especial, absoluto, propio, más completo que cualquiera. Luego, m i r ó en torno, con expresión de h o m b r e satisfecho. Le trajeron su witter, y pidió: —Mi periódico. Yo me p r e g u n t a b a : «¿Cuál puede ser su periódico?» GUY D E MAUPASSANT periódico?» El título b a s t a r í a p a r a revelarme sus opiniones, sus teorías, sus principios, sus manías y sus simplezas. El mozo le llevó E! Tiempo y quedé sorprendido, porque El Tiempo es un diar i o serio, doctrinal, reposado. Y pensé: «Será un h o m b r e prudente, de buenas costumbres, de hábitos regulares, un buen b u r g u é s al fin.» Montó en su nariz sus lentes de oro, y antes d e comenzar su lectura, extendió de nuevo la mirada en t o r n o suyo. Reparando en mí, se puso á e x a m i n a r m e con tal insistencia que ya me iba c a r g a n d o ; y me disponía á i n t e r r o g a r l e d u r a m e n t e cuando exclamó: —¡Caracoles! Me parece tener delante á G o n t r a n Lardoys. Le respondí: — Sí, caballero; soy ese que usted nombra. Se ESPECULACIONES AMOROSAS Se levantó bruscamente, acercándose con los brazos extendidos. —¡Tanto tiempo sin verte! ¿Cómo estás' Algo sorprendido, sin reconocerle, dije: —Bien... gracias... ¿Y usted Soltó la c a r c a j a d a . — J u r a r í a que n o me recuerdas. —No... la verdad... Y sin embargo, me parece... Me puso una m a n o en el hombro. —Basta de bromas. Yo soy P r u d e n c i o Robert, soy tu amigo, tu c a m a r a d a . Entonces le reconocí y le estreché las manos que me tendía. —¿Y tú, cómo estás? —Yo, divinamente. ¿Qué haces por aquí.' Le di cuenta de mi visita de inspección. — No estarás descontento de tu s u e r t e ' —No del todo, ;y tú Con aire de t r i u n f o me respondió: —Yo estoy como el pez en el agua. —¿A qué te dedicas? —Á los negocios. —¿Ganas mucho dinero.' —Mucho; estoy m u y rico. Mañana si quieres te d a r é de a l m o r z a r en mi casa, calle del Gallo, núm. 17. Ya verás que instalación. Creí verle d u d a r un momento; luego prosiguió: — E r e s tan alegre como antes'.' —No he variado. —¿Ni te casaste? —No. —Hiciste bien. ¿Y te gustan como siemp r e los jolgorios y las patatas? Me iba r e s u l t a n d o deplorablemente vulg a r . A pesar de todo le respondí: —Me g u s t a n como siempre. —¿Y lns g u a p a s mozas? —Más que nunca. Rióse muy satisfecho, y dijo: —Mejor ESPECULACIONES AMOROSAS —Mejor que mejor. ¿Recuerdas n u e s t r a p r i m e r a locura en Burdeaux? ¡Qué noche! E n efecto, r e c o r d é aquella y o t r a s posteriores. Reimos. El golpeaba la mesa con los puños, yo le p r e g u n t é b r u s c a m e n t e : —. Y tú no te casaste' —Sí, hace diez años; y tengo c u a t r o c r i a t u r a s hermosísimas. Ya las v e r á s mañ a n a y á su m a d r e también. H a b l á b a m o s á voces; los p a r r o q u i a n o s del café nos m i r a b a n sorprendidos. De p r o n t o mi amigo miró la hora en su reló, un cronómetro inmenso, y exclamó: —¡Caracoles! Mucho lo siento, p e r o necesito d e j a r t e p o r q u e tengo que hacer esta noche. Se levantó estrechándome las manos y sacudiéndolas como si quisiera a r r a n c a r me los brazos, dijo: —Hasta m a ñ a n a , ya lo sabes; á medio día. Pasé G ü Y DE MAUPASSANT Pasé la m a ñ a n a t r a b a j a n d o con el Interventor de Hacienda que me convidó á alm o r z a r ; pero le dije que tenía cita con un amigo. Salió acompañándome y le pregunté: —¿Sabe usted donde está la calle del Gallo? —Sí; está un poco lejos, y o le guiaré. Y nos pusimos en camino. II E r a una calle ancha, hermosa, que se a b r í a en un extremo de la ciudad. El núm e r o diez y siete correspondía á una especie de hotel con jardín. La f a c h a d a a d o r n a d a con frescos al estilo italiano, me pareció de mal gusto. Veíanse diosas, reclinadas sobre urnas, o t r a s e n t r e nubes que 13 — Km u GUY DE MAUPASSANT ESPECULACIONES AMOROSAS que ocultaban sus íntimas bellezas. Dos amorcillos de piedra sostenían el número. —Esta es la casa. S o r p r e n d i d o al oirme, el I n t e r v e n t o r de Hacienda hizo un gesto brusco y singular, pero no dijo nada, estrechando la m a n o que y o le ofrecí. Llamé. Salió una criada. —¿El señor Robert, vive aquí? —¿Desea usted hablarle? —Sí. E l vestíbuloestaba elegantemente adornado con p i n t u r a s debidas al pincel de un artista local. P a b l o y Virginia se besaban á la sombra de las palmeras b a ñ a d a s en rojiza claridad. Una linterna oriental y antipática colgaba del techo. Varias puertas estaban ocultas bajo c o l g a d u r a s llamativas. P e r o lo que más me chocaba de todo, era era el olor. Un olor n a u s e a b u n d o y p e r f u mado, q u e r e c o r d a b a los polvos de a r r o z y el moho de las cuevas. Un olor indefinible en una atmósfera pesada, a b r u m a d o r a como de las estufas. Subí siguiendo á la criada por una escalera de mármol revestida con una a l f o m b r a de género oriental y me i n t r o d u j e r o n en un salón suntuoso. Solo allí m i r é lo que me rodeaba. Los muebles e r a n ricos, pero no elegantes y d e n o t a b a n una pretensión excesiva. Grabados del siglo 18 r e p r e s e n t a n d o m u j e r e s m u y p e i n a d a s y casi desnudas, sorprendidas en actitudes interesantes p o r caballeros galanteadores; una señora echada en un lecho desordenado daba con el pie á u n perrillo envuelto entre las sábanas; otra resistía dulcemente á su amante cuya m a no se ocultaba debajo de los vestidos; un dibujo p r e s e n t a b a c u a t r o pies, cuyos cuerpos ESPECULACIONES AMOROSAS pos se adivinaban ocultos d e t r f s de una cortina. El salón estaba r o d e a d " de anchos y muelles divanes y todo él impregnado en el olor e n e r v a n t e y molesto que me dió en las narices desde el vestíbulo. Algo de sospechoso y r e p u g n a n t e se revelaba en los muros, en las colgadura« en los muebles, en todo. Me acerqué á la ventana p a r a m i r a r al j a r d í n que se extendía á la espalda del hotel. Era g r a n d e , bien sombreado y soberbio. Un ancho paseo r o d e a b a un macizo de v e r d u r a en cuyo centro había un surtidor. De pronto, entre los arbustos, aparecier o n tres damas, a n d a n d o lentamente cogidas por el brazo, cubiertas con largos peinadores blancos Henos de encajes. Dos e r a n rubias, y la otra morena. Lueg o volvieron á desaparecer entre los árboles. Quedé sobrecogido, encantado ante aquella GUY DE MAUPASSANT aquella b r e v e y a g r a d a b l e aparición, que hizo s u r g i r en mí todo un mundo poético. Ellas se h a b í a n mostrado apenas, á u r a luz conveniente, e n t r e los v e r d o r e s del r a m a j e en el j a r d í n secreto y delicioso H a b í a n evocado en mi memoria las her mosas d a m a s del siglo XVIII, v a g a n d o á la sombra de los caranillos, aquellas hermosas damas, cuyos ligeros a m o r e s recorda ban los galantes g r a b a d o s del salón. Y envidié aquel tiempo dichoso, florido, espiritual y tierno, en que las costumbres e r a n tan plácidas y las caricias tan f á ciles... III • Una voz a t r o n a d o r a , me hizo estremecer. P r u d e n c i o había e n t r a d o en el salón r a d i a n t e como siempre, y me tendía las manos. ESPECULACIONES AMOROSAS manos. Mirándome á los ojos con solapada expresión, propia de ciertas confidencias y haciendo un gesto de Napoleón, me hizo r e p a r a r en su lujo, en su p a r q u e y en las tres mujeres que volvieron á dejarse ver; luego con voz t r i u n f a n t e y llena de orgullo, exclamó: —¡Quién diría que todo esto lo empezamos con mi m u j e r y mi cuñada solamente!