Padres en desamparo | Sociedad | EL PAÍS

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Padres en desamparo | Sociedad | EL PAÍS
09/09/13 16:38
SOCIEDAD
VIDA Y ARTES »
Padres en desamparo
La crisis impide a algunas familias garantizar la alimentación a sus hijos
Hay quienes evitan acudir a los servicios sociales por temor a perder la tutela
ALEJANDRA AGUDO
9 SEP 2013 - 00:03 CET
Archivado en:
Servicios sociales
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No es lo mismo abandonar a un niño en la calle que entregarlo en una institución. Lo primero es delito, dicen los
especialistas. / GETTY IMAGES
Una joven, en Murcia, entra a la
consulta de atención directa de los
servicios sociales locales, deja a su
bebé en su canastilla y con varias
mudas de repuesto sobre la mesa y
dice, con cara avergonzada, que no
tiene recursos para mantenerlo.
“Cuídenlo bien”. Y se va. La escena
se produjo hace pocos meses. La
relata José Manuel Ramírez,
presidente de la Asociación Estatal de
Directoras y Gerentes de Servicios
Sociales. “En 30 años de carrera
nunca había conocido esto”, asegura.
Los profesionales empiezan a alertar de que situaciones como esta son cada vez más
comunes. El caso de unos padres que el pasado junio dejaron a sus hijos en el Ayuntamiento
de Talavera de la Reina (Toledo), aduciendo carencias económicas, abrió un escenario
repleto de interrogantes. Cuando unos padres no pueden mantener a sus hijos, ¿qué deben
hacer? ¿Están los servicios sociales y los poderes públicos preparados para actuar cuando la
pobreza aprieta hasta este límite? ¿Es lo mismo dejar a unos niños abandonados en la calle
que entregarlos a una institución pública?
Consuelo Madrigal, fiscal coordinadora de menores, responde con rotundidad: “No es lo
mismo ni mucho menos”. Independientemente del motivo. Lo primero, explica, es un delito,
“porque pone en peligro al menor, incluso su vida”. Eduardo Esteban, ex fiscal provincial de
Madrid, tampoco duda: “Es distinto dejar a unos niños en una institución pública o incluso en
una iglesia, donde sabes que van a estar atendidos, que dejarlos en un parque”, dice. “Puede
haber un incumplimiento de las obligaciones. Pero para que haya delito tienen que dejarlos
solos, en una situación de riesgo. Ese es el matiz”, apunta. “No se culpa a los padres porque
no hay dolo, no hay mala intención, sino una situación de pobreza”, explica Madrigal. “Pero
cuando la situación pasa de riesgo a desamparo, porque al niño le falta sustento material o
moral, la Administración asume la tutela”, detalla la fiscal. A partir de ahí, “se investiga y se
intenta apoyar a la familia para evitar la separación”.
Sanidad redujo un 65% el
Ramírez añade que la Administración “debe tener en cuenta la
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plan que incluye la atención
de emergencia
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actitud de los padres, si han pedido ayuda y no han dejado de
atender a los niños pese a la miseria” antes de asumir su tutela y
separar al menor de su familia. Almudena Escorial, portavoz de Save
the Children, cree que “no se debería llegar a esa situación”. Pero la
realidad es compleja.
Todos los agentes implicados en este tipo de procesos sostienen que la pobreza nunca puede
ser el único motivo para que unos padres pierdan la tutela de sus hijos, ni tampoco para
impedir que puedan recuperarla. Así lo aseguran el Ministerio de Sanidad, los servicios
sociales, la Fiscalía de Menores, las ONG y el Tribunal de Derechos Humanos de
Estrasburgo. Este último, con una sentencia reciente en la que condenaba a España a
indemnizar a una madre por separarla de su hija solo por su precaria situación económica.
Tras presentarse con la niña en los servicios sociales de Motril (Granada) para pedir “trabajo,
comida y alojamiento”, la pequeña fue trasladada a un centro de menores, la declararon en
desamparo e impulsaron su acogimiento preadoptivo en una familia.
Lo prioritario, dicen los expertos, es sacar a las familias de la miseria. “La ley prioriza la
protección del menor, pero apoyando a los hogares para que no se produzca el desamparo.
La retirada tiene que ser solo porque haya un riesgo muy elevado”, detalla Idelfonso Sánchez,
técnico de protección de menores en Almería. Marta Arias, responsable de políticas de
infancia de Unicef, añade: “Unos padres sin recursos no son malos padres. Hay que ayudar a
las familias porque es donde mejor están los pequeños, salvo que haya malos tratos”.
Pero la crisis no perdona y 2,2 millones de niños viven, según un informe de Unicef de 2012,
en hogares por debajo del umbral de la pobreza en España (con menos de 16.400 euros
anuales para dos adultos y dos menores). La Guía para las Ayudas Sociales para la Familia
2013, publicada por el Ministerio de Sanidad, prevé distintas prestaciones para colectivos en
riesgo, como las rentas mínimas de inserción, los centros de acogida para “personas, familias
o grupos carentes de un medio adecuado”, y recursos para personas sin hogar de
“alojamiento, alimentación, vestido e higiene”.
Socorrer a las familias sería
más barato que retirar al
menor de su casa
Esta es la teoría. Pero en la práctica, los recursos para reflotar a las
familias han pasado por la tijera, desde las becas de comedor en
colegios hasta las ayudas de emergencia. Esta última, además, llega
con un retraso de hasta ocho meses en algunas autonomías. En
este sentido, la asociación que preside Ramírez denuncia la
situación de “desamparo de las familias”. Lo que, según esta organización, supone una vuelta
al modelo de la beneficencia. “En vez de recibir una ayuda de la Administración, la gente se ve
abocada a salir en la televisión, dar lástima y que un alma caritativa les asista”, se queja
Ramírez. “Conocí a dos inmigrantes con tres hijos. Él trabajaba en la construcción y se quedó
en paro. A la madre le diagnosticaron esquizofrenia. Cuando fueron a pedir ayuda a ella le dio
un brote psicótico y él, abrumado, huyó. Los pequeños pasaron a protección de menores.
Pero esto no hubiera pasado si hubieran tenido un salario social y ayuda psicológica. El padre
hubiera tenido un colchón para mantener a la familia y no sentirse desbordado”, relata.
Santiago Agustín, psicólogo con experiencia en centros de menores de Madrid, asegura que
el trabajo con las familias “es muy pobre”. “La inversión en centros de protección es
desmesurada (la estancia de cada menor puede costar hasta 4.000 euros al mes), y en los
barrios no se percibe el trabajo con las familias”, afirma.
“La Administración se tiene que adaptar”, reconoce la fiscal coordinadora de menores. “Con la
crisis se ha elevado el nivel de marginación y se ha incrementado la demanda de protección.
Los servicios sociales y las entidades de protección a la infancia están desbordados, tanto en
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recursos materiales como profesionales”, afirma. “Las intenciones de la Administración son
buenas sobre el papel, pero tienen que estar dotadas económicamente, con profesionales e
infraestructuras”, reclama Ramírez. Denuncia que el plan concertado de servicios sociales de
Sanidad, en el que se incluyen las ayudas de emergencia, se ha reducido un 65% en los dos
últimos años. Las autonomías también han metido la tijera, algunas más que otras. En el País
Vasco una de cada 13,5 personas recibe una renta mínima de inserción (cuando se agotan el
paro y los subsidios); en Murcia lo hacen una de cada 316 y perciben, además, una cuantía
mucho menor.
La miseria suele traer otros
problemas, que son los que
se aducen para retirar la
tutela
Cuando la ayuda no llega, ¿qué deben hacer los padres sin
recursos? Gustavo García, director del albergue social de Zaragoza,
el primero que habilitó módulos para familias en España, subraya:
“Lo correcto es solicitar la guarda voluntaria de los niños. Los padres
tienen que pedir la guarda a los servicios sociales cuando no pueden
hacerse cargo de sus hijos, por motivos económicos u otro tipo de
circunstancias. La Administración se hace cargo temporalmente de
ellos, y los padres no pierden la patria potestad”.
Esta modalidad de ayuda con los hijos ha descendido desde 2006. Ese año había 9.598
menores en guarda, frente a 4.537 en 2011. La bajada tiene una doble explicación, según
García: la salida de inmigrantes del país y el temor de algunos padres a acudir a los servicios
sociales a solicitar auxilio porque creen que les van a arrebatar a sus niños. “Algunos pasan
hambre por temor a pedir ayuda”, dice. Recuerda que una paciente de un hospital en
Zaragoza fue pillada echando la comida al bolso. Cuando los profesionales le preguntaron por
qué, ella respondió: “Mi hijo pasa hambre en casa”. García quiere desmontar el mito: “Esa
imagen de que vamos retirando niños es falsa”.
José Luis Calvo, vicepresidente de Prodeni, entidad defensora de los derechos de los niños,
discrepa. Afirma que en ocasiones sí se producen retiradas de niños por situación de pobreza.
“Es evidente que este factor no aparece como único fundamento de ninguna retirada de niños.
Tampoco como motivo para que los padres no los puedan recuperar. Pero subyace más o
menos explícito en no pocos informes”, afirma. La miseria suele estar acompañada de otros
problemas de salud, emocionales o inestabilidad en la vivienda, según Calvo. “Estas
circunstancias son las que se alegan como agravantes para quitarles la tutela”, asevera. Y una
vez retirada, en su opinión, “no se promueve la reagrupación”. “Para recuperar a los hijos casi
hay que pasar una oposición”, ejemplifica.
2,2 millones de niños viven
en hogares bajo el umbral
de la pobreza en España
En la memoria de Calvo hay muchos ejemplos. Su organización
defendió recientemente a una madre que pasó siete años visitando a
sus hijos, bajo la tutela de la Junta de Andalucía, una hora al mes.
“En ese tiempo su situación económica y personal cambió. Pero
tenía la etiqueta de que ‘no era colaboradora’ y no se los devolvían”,
relata. Al final, con intermediación de Prodeni, recuperó a los pequeños.
Santiago Agustín opina que “los niños acogidos deberían relacionarse con sus familiares de
origen diariamente”. En la mayoría de las regiones, las visitas son, por defecto, de una hora al
mes. “Esto solo puede calificarse como maltrato institucional”, asevera. El psicólogo no ve
lógico que, salvo que existan malos tratos o riesgo grave, se restrinjan los encuentros y el
sistema sea tan rígido para la recuperación.
Con todo, la actuación de la Administración tendrá que adaptarse a una casuística que
aumenta con la crisis: padres que no tienen qué llevar a la boca de sus hijos. “Y entender que
las situaciones, con el tiempo, cambian”, zanja Calvo.
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