La Gaceta del FCE, núm. 488. Agosto de 2011

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ISSN 0185-3716
D E L F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I C A A G O S T O 2 0 1 1
Bajo la sombra de Del Paso
La historia alimenta
a la novela; y la novela
se nutre de la historia.
Una, en Del Paso, no
podría vivir sin la otra
— A L E JA N D R O
TO L E D O
488
Además ¿PARA QUÉ SIRVE LA CUARTA DE FORRO?
488
D E L F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I C A
Joaquín Díez-Canedo Flores
DIRECTOR GENERAL DEL FCE
Tomás Granados Salinas
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Distribuida por el propio
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ISSN: 0185-3716
SUMARIO
ZONA DE RIESGO Amparo Dávila 0 3
BAJO LA SOMBRA DE LA HISTORIA Fernando del Paso 0 6
¿UNA LITERATURA DE LA HISTORIA? Alejandro Toledo 0 8
COMPRENDER ORIENTE DESDE
AMÉRICA LATINA Hernán G. H. Taboada 0 9
UN AUTOR EN BUSCA
DE INCONGRUENCIAS Angelina Muñiz-Huberman 1 1
LOS PRIVILEGIOS DE LA TINTA Rafael Vargas 1 2
UN VIAJE CERVANTINO Adolfo Castañón 1 5
DE EL DÍA A LA JORNADA: TODO UN PROCESO Sandra Licona 1 7
ARREOLA, EDITOR; DEL PASO, BIÓGRAFO Nelly Palafox 1 8
LOS “CUATES” RULFO Y DEL PASO Roberto García Bonilla 1 9
CAPITEL Tomás Granados Salinas 2 0
NOVEDADES DE AGOSTO DE 2011 2 0
DE CUARTA Camille Thomine y Pierre-Édouard Peillon 2 2
F
ernando del Paso publica un nuevo libro.
Y no uno cualquiera. Los ensayos sobre el
islam y el judaísmo que dan forma a Bajo la
sombra de la Historia son fruto de la curiosidad
y de la indignación. La primera hizo que Del
Paso se sumergiera en una historia milenaria
—la de las grandes religiones monoteístas—,
marcada por potentes luces y densas
oscuridades; la segunda lo llevó a intentar
comprender —en una erudita y jocunda
búsqueda de contradicciones en sus libros fundacionales— las causas del
extremismo religioso. Al tiempo que celebramos con reseñas y ensayos la
aparición del primer volumen de esta colosal obra, en esta entrega de La
Gaceta pasamos revista a la variopinta producción delpasiana: su ensayo
sobre el Quijote, sus textos para la prensa escrita, su pintura —nuestras
páginas están engalanadas con dibujos y lienzos suyos, fotografiados por
José Hernández-Claire—, su condición de biógrafo del portentoso Juan
José Arreola, su amistad con un generoso Juan Rulfo.
La larga estancia de Del Paso en Londres y París le abrieron los ojos
—los ojos de un latinoamericano, como él mismo insiste en la obra— a
un fenómeno complejo, confuso, doloroso: la violenta incomprensión
entre dos de los principales sistemas de creencias que ha conocido la
humanidad. Con arrojo inusual, Del Paso se ha lanzado a una exploración
que, tal vez causando incomodidad por aquí y por allá, contribuirá a
entender desde México una serie de hechos de alcance universal. Como
dijo el propio don Fernando al prologar Un enigma llamado Shakespeare,
de Gustavo Artiles (fce, 2004), “El resultado es un ensayo fascinante que
nos enseña muchas cosas, entre ellas la magnitud de nuestra ignorancia.
Pero es privilegio de los lectores —los lectores avisados y con una sólida
cultura, los buenos lectores, se entiende— disfrutar de todo lo disfrutable
que nos ofrecen estas brillantes y sabrosas trifulcas académicas.
El lector —tú, yo— puede no tomar partido. O puede tomarlo, si así lo
desea.” Déjese cobijar el lector por la cálida sombra de uno de nuestros
escritores mayores.W
PORTADA
De la serie Castillos, de Fernando Del Paso
Fotografía: José Hernández-Claire
2
a
AGOSTO DE 2011
POESÍA
El volumen de Poesía reunida de Amparo Dávila que comienza a circular este mes
reúne, además de los tres tomitos que vieron la luz en los años cincuenta, una treintena
de poemas escritos entre 1965 y 2007, inéditos como libro. Con estos versos, erizados
por un temor incierto, nos sumamos a los festejos en torno a la autora zacatecana, cuyos
Cuentos reunidos publicamos hace dos años en Letras Mexicanas
Zona de riesgo
A M PA R O D ÁV I L A
Noche larga y filosa
terrible y temida
como serpiente de mil cabezas
no desnuda
revestida de espanto
caída sordamente
como el golpear de la fragua
pantera de obsidiana
que se anticipa al gozo
de la presa inminente
Oscura resonancia del grito
agua lacia mordiente
tenaz en su insistencia
como las horas los días
los años
garra de metales fríos
cerrándose
cortando el paso y el deseo
sorda seca
como llanto que corre
hacia adentro
y se estanca mudo
El cuerpo camina
por oscuras calles
de afiladas lanzas
se desmoronan los rasgos
de su rostro
y la ciudad se va quedando
despoblada de sueño
como luna colgada
en el desiertoW
AGOSTO DE 2011
a
3
4
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AGOSTO DE 2011
Fotografía: L EÓN M UÑOZ SANT INI
B A J O L A S O M B R A D E D E L PA S O
Toledo LA HISTORIA EN LA OBRA DE DEL PASO
Taboada DEL PASO Y EL ISLAM Muñiz-Huberman LA SED DE
CONTRADICCIONES EN DEL PASO Vargas LA VOCACIÓN PICTÓRICA DE
DEL PASO Castañón DEL PASO, CERVANTISTA Licona EL PERIODISMO
DE DEL PASO Palafox DEL PASO COMO BIÓGRAFO DE ARREOLA
García Bonilla ORIGEN DE LA AMISTAD ENTRE RULFO Y DEL PASO
Bajo
la sombra
de Del Paso
AGOSTO DE 2011
a
5
B A J O L A S O M B R A D E D E L PA
PA S O
A D E L A N TO
Bajo la sombra
de la Historia
El lector que incursione en el nuevo libro de Fernando del Paso
encontrará una infinidad de campos de batalla intelectuales. El fragmento
que presentamos aquí —mera probadita de la no pesada erudición del autor,
de su humor velado, de su disposición a llamar las cosas por su nombre— es una
suerte de reseña crítica de Orientalismo, el celebrado estudio de Edward Said.
Sirvan estos párrafos de invitación a nuestros lectores
FERNANDO DEL PAS O
E
n Los persas de Esquilo el
coro se lamenta: “¡Ahora está gimiendo toda la
tierra de Asia / al haberse quedado vacía!” El desastre por el que gime,
nos dice Edward Said,
es la derrota del ejército
del rey Jerjes a manos de
los griegos, en la batalla
naval de Salamina, ocurrida en el año 480 antes de
nuestra era.
Pero la catástrofe no es recreada por la voz de uno
de los vencidos: un persa, sino por la voz de uno de los
vencedores: un griego. Es decir, el coro está formado
por personajes persas inventados por un griego.
En otras palabras, en la obra del gran dramaturgo heleno, Asia no habla por sí misma: “habla a través de la imaginación de Europa y gracias a ella; una
Europa —añade Said— que, según se la describe, ha
vencido a ese ‘otro’ mundo hostil de más allá de los
mares que es Asia”.
En Asia, y en particular en el territorio asiático
que conocemos con el nombre de Medio Oriente, no
se dieron, pues, los poetas que cantaran sus glorias y
sus tragedias, ni artistas que celebraran sus triunfos
o conmemoraran sus derrotas. Ésta es la conclusión
a la que podemos llegar a lo largo del libro Orientalismo de Edward Said. Este autor, después de hablar sobre Los persas, se refiere a Las bacantes, de Eurípides,
“quizás el drama más asiático de todos los dramas
atenienses”, nos dice, y del análisis de ambas concluye que los aspectos que en ellos se oponen a Occidente
6
seguirán siendo los motivos especiales de la geografía
imaginaria europea… “Europa es poderosa y capaz de
expresarse, Asia está derrotada y distante”.
En los escritos de Edward Said se transparenta la
obsesión de un brillante académico que vivió a caballo entre dos mundos —Oriente y Occidente—, por
demeritar o incluso desvirtuar una buena parte de
los estudios elaborados por los orientalistas europeos y norteamericanos, a partir de un supuesto que
no deja de tener, de cualquier manera, cierto grado
de validez: el profesor Said, leemos en la contraportada de la edición en castellano, “nos muestra cómo
la relación entre Oriente y Occidente es una relación
de poder, construida sobre la subordinación de la
idea de Oriente al fuerte imaginario occidental asentado en la superioridad centralista de un nosotros
enfrentado a un ellos, lo no europeo, vivido como lo
extraño”.
La extraordinaria preparación, los abundantes y
sólidos conocimientos de Said, profesor durante
varias décadas de literatura inglesa y comparada en
la Universidad de Columbia y director del Arab Studies Quarterly, así como su experiencia vital —residió de joven en Jerusalén y El Cairo, de adulto en
los Estados Unidos—, lo habilitan para abarcar en
su análisis a los eruditos más prominentes especializados en el Oriente, como Silvestre de Sacy, Edward William Lane, Ernest Renan, Gustave von
Grunebaum o Louis Massignon. Y, al mismo tiempo, para hacer una crítica de aquellos escritores
que, como Flaubert, Lamartine, Nerval, Pierre Loti
o Chateaubriand, se sintieron atraídos —incluso
subyugados— por esas características del Oriente
a
que, insiste nuestro autor, deben su existencia más
a la imaginación europea que a la realidad y que han
estado siempre destinadas al consumo occidental.
Entre ellas el misterio, la crueldad, la lujuria, lo
exótico, el despotismo y en fi n, todo aquello que forma parte de esa retahíla de “clisés etnocentristas,
acumulados durante los siglos de lucha de la Cristiandad contra el islam”, como califica el escritor
español Juan Goytisolo, en el prefacio de Orientalismo, los lugares comunes que a su vez han alimentado la “visión subjetiva, embebida de prejuicios”,
que se tiene en Occidente del Medio Oriente. Estos
lugares comunes no sólo han provenido de los especialistas, sino también de viajeros, comerciantes y
diplomáticos, fi lósofos y “administradores del Imperio”, autores de toda clase de “teorías, epopeyas,
novelas, descripciones sociales e informes políticos
relacionados con Oriente, sus gentes, sus costumbres, su mentalidad y su destino”.
Existe sin embargo en el libro de Said una inmensa laguna: su ignorancia de los puntos de vista de los
grandes arabistas que se han especializado en la España musulmana; es decir, nada menos que en esa
inmensa parte de la Península ibérica que dejó de ser
Europa durante ocho siglos, para transformarse en
una más de las patrias de Oriente. En el prólogo que
escribió Said para la edición en castellano, fechado
en el 2002, el profesor intenta explicar esta omisión
al argüir que su propósito “no era el de examinar la
historia de los estudios orientales en todo el mundo,
sino en los casos especiales de Gran Bretaña y Francia, y posteriormente en Estados Unidos”. Esto, de
hecho, ya estaba expresado en la edición original,
AGOSTO DE 2011
B A J O L A S O M B R A D E D E L PA S O
en la cual el profesor manifiesta su intedada a raíz del decreto firmado por Felipe
rés de centrarse en el material británico
III en 1609, España se españolizó hasta el
y francés no sólo porque Gran Bretaña y
tuétano; se hizo más España que nunca:
Francia fueron las naciones pioneras en
una España donde los que se autodenomilos estudios orientales, sino también pornaban “cristianos viejos” se ufanaban de
que “mantuvieron estas posiciones de
usar, en vez de cinturón, lonjas de tocino.
vanguardia gracias a los dos entramados
Un historiador del orientalismo occidencoloniales más grandes que la historia del
tal no puede ignorar el profundo desgasiglo xx ha conocido”. Sin embargo, Said
rramiento que causó el violento, bárbaro
nos dice que, debido a su reciente famidestierro que sufrieron los moriscos de
liaridad con la obra de Américo Castro y
Valencia, Castilla, La Mancha, Granada
BAJO LA SOMBRA
de Juan Goytisolo, “hubiera deseado say tantas otras regiones españolas. Como
DE LA HISTORIA
ber más acerca del orientalismo español”.
señala Jean-Paul Roux, esta clase de actos
Ensayos sobre
Said es de la opinión que “la simbiosis enno sólo denuncian “un espíritu más agreel islam y el
tre España y el islam nos proporciona un
sivo que el de las peores agresiones armajudaísmo
maravilloso modelo alternativo al crudo
das”, sino también “expresan el rechazo
reduccionismo de lo que se ha dado en llaabsoluto del otro”. La única cohabitación
FERNANDO
mar ‘choque de civilizaciones’”, tras afirque existe hoy día en España entre muD E L PA S O
mar que “el islam y la cultura española se
sulmanes y cristianos no tiene su origen
habitan mutuamente en lugar de confronen los ochocientos años de dominio árabe,
Historia
tarse con beligerancia”. Esta disculpa no
sino —como sucede en otros países de Eu1ª ed., 2011, 728 pp.
978 607 16 0636-5
llena, sin embargo, el vacío que represenropa— en la multitudinaria migración que
(rústica)
ta la ausencia, en Orientalismo, de erudise inició en el siglo pasado procedente de
978 607 16 0637 2
tos de importancia fundamental, como el
los países musulmanes del África del Nor(empastada)
propio Américo Castro, Cansinos Assens,
te. Y se trata de una coexistencia precaria
Miguel Asín Palacios, Emilio García Gómez, Jacinto y conflictiva, agravada por los espantosos atentados
Bosch Vilá o Juan Vernet Ginés, entre otros muchos, de 2004 en la estación madrileña de Atocha, lo cual
todos españoles; ni la de tres extranjeros que figuran Said, por supuesto, no pudo imaginar.
entre los más ilustres de los estudiosos de la EspaSaid, en otras palabras, desperdicia la oportuña islámica: el alemán Adolfo Federico de Schack, el nidad de reflexionar sobre la influencia de Oriente
francés Évariste Lévi-Provençal —antiguo director en la obra de uno de los más grandes escritores de
del Instituto de Estudios Islámicos de Argelia— y el Occidente: Cervantes. Ésta es una omisión lamenerudito holandés R. P. Dozy.
table, porque, como sabemos, Cervantes vivió el
Hay en Orientalismo una sola alusión a la penetra- Oriente —o cuando menos “la Berbería”, que para
ción, en España, de la “elevada cultura” y “la mag- los españoles era el “Reino de Argel”— en carne y
nificencia” de los musulmanes, en una cita que Said huesos propios, como cautivo que fue de los pirahace de Edward Gibbon, en la cual el célebre histo- tas argelinos durante el nada despreciable lapso de
riador inglés señala lo que todos sabemos o debería- cinco años. Se dice que allí, en Argel, comenzó a esmos saber: que ese esplendor de la España musul- cribir El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.
mana fue contemporáneo del “periodo más oscuro La lectura de la obra de Cervantes, complementada
e indolente de los anales europeos”. Pero Said, en con el estudio de por lo menos dos libros: El promi opinión, se equivoca en dos cosas. La primera: en blema morisco (desde otras laderas), de Francisco
España sí hubo un choque de civilizaciones, o al me- Márquez Villanueva, y Cervantes y la Berbería, de
nos de dos comunidades de confesiones distintas: el Emilio Sola y José F. de la Peña —para citar sólo
cristianismo y el islam —de hecho hubo también una dos títulos contemporáneos—, le hubiera bastado al
confrontación con los judíos, como todos sabemos—. profesor Said para darse cuenta de que ningún otro
Y cuando Abdalá el-Zequir perdió en 1492 el último autor europeo de su época y de otras épocas antereducto árabe en España, el reino de Granada, se riores y posteriores, tuvo jamás una experiencia
consolidó el triunfo de los cristianos en la península. personal y una comprensión, un conocimiento tan
En las regiones españolas en las cuales los musulma- profundos de una de las grandes tragedias comparnes estaban en el poder, hubo largas épocas de tole- tidas por moros y cristianos. Es decir, por orientarancia hacia judíos y cristianos, pero también brotes les y occidentales. Y que esas vivencias, por supuesde intolerancia y matanzas. El investigador Alexan- to, salen a relucir, con brillos muy especiales y muy
dre del Valle —cuyas opiniones debemos tomar con sugestivas ambigüedades, en buena parte de la obra
cierta reserva— nos dice que los musulmanes almo- del gran escritor español.
hades arrasaron la ciudad y la diócesis de la ciudad
Los moriscos, es necesario recordarlo —y subracristiana de Elvira, y cita a Asín Palacios, quien es- yarlo—, eran moros bautizados, es decir, cristianos,
cribió sobre la política constante de persecuciones pero su lengua y costumbres eran rechazados por
y delaciones de lo que calificó como una “inquisi- los españoles, los cristianos viejos, que no quedaron
ción islámica en la península”. No estar al tanto de satisfechos hasta echar de España al último de ellos.
todo esto es la causa de la segunda equivocación de En su hermoso libro, Francisco Márquez Villanueva
Said: España y el islam no se habitan mutuamente. nos dice: “Debo a Miguel de Cervantes mi despertar
Todavía se respira en muchas palabras españolas el a los aspectos doctrinales y humanos de la expulperfume de la lengua árabe, y todos los días cientos sión de 1609-1614. Fueron Ricote y su vecino Sancho
de millones de hispanoparlantes pronunciamos el Panza quienes, en su día, me hicieron comprender el
nombre de Dios en árabe en la palabra ojalá —quiera gran fraude latente bajo aquella terminología neuDios—, derivada de la expresión árabe wosallah, se- tralizadora de tantos sufrimientos y de tan pavorogún el sabio Joan Corominas y según otras fuentes sas responsabilidades morales…”
de la expresión in cha Allah, inmortalizada por los laPara Said, el concepto que del Oriente ha prevalebios del propio Mahoma como expresión de modes- cido en Europa es un invento que responde más a la
tia en el Corán: azora xviii, versículo 23. Otra pala- cultura que lo produjo —esto es, la occidental— que
bra no menos popular es ¡olé!, la cual, afirman todos al supuesto objetivo que se plantea una especialidad
los eruditos, procede también del nombre del dios —el orientalismo—, que debiera fijarse como meta
musulmán.
principal el conocimiento profundo y desprovisto de
Pero esto no significa de ninguna manera que el prejuicios de la historia, la cultura y la forma de ser
islam haya seguido vivo en el corazón de España. de una parte de la misma humanidad a la que todos
Fue sí notable la trascendencia de la poesía árabe pertenecemos. La idea de Oriente es, así, una espeen la literatura arábigo-andaluza y los antiguos ro- cie de construcción colectiva a la que cada erudito
mances. Y en España, en particular en la región de europeo o estadounidense ha contribuido sin aparAl-Andalus, sobreviven numerosos ejemplares de la tarse de los cánones establecidos por la costumbre,
asombrosa arquitectura árabe de diversas épocas: la pésima costumbre, de considerar como superior a
el esplendor omeya, los reinos de taifas, el domi- la civilización europea sobre la oriental. Una sólida
nio beréber y los reinos almorávide y almohade. No construcción a la que se adhieren no sólo las opiniosólo las conocen muy bien los españoles y los espe- nes generalizadas en calidad de añejos y arraigados
cialistas: también el turista culto que se deleita con lugares comunes, sino también los enfoques particula hermosísima mezquita de Córdoba, la Aljafería lares de intelectuales cuya especialidad no ha sido el
de Zaragoza, la Torre de la Giralda y el Alcázar de orientalismo, dando así lugar —nos dice Said— a vaSevilla o los prodigiosos palacios nazaríes de la Al- rios Orientes que coexisten en uno solo: “un Oriente
hambra. Pero sabemos muy bien que, después de la lingüístico, un Oriente freudiano, un Oriente splenexpulsión, primero de sus judíos —en el Annus mi- geriano, un Oriente darwiniano [y] un Oriente racisrabilis de 1492— y después de sus moriscos, consoli- ta” entre varios otros.W
AGOSTO DE 2011
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7
B A J O L A S O M B R A D E D E L PA S O
Gran parte de la literatura de Fernando del Paso orbita en torno a la historia.
Sus novelas están empapadas de hechos reales y opiniones sobre esos hechos, como
si su prosa quisiera no sólo describir sino entender aquello que ha ocurrido. Su nuevo
libro es entonces una nueva vuelta de tuerca en su afán por hibridar lo literario con lo
histórico. Unoo de sus mayores conocedores explora aquí eese vínculo
E N S AYO
¿Una literatura
de la Historia?
ALEJANDRO TOLEDO
L
a obra narrativa de Fernando del Paso se ha escrito,
también, bajo la sombra de
la Historia. Para decirlo palinurescamente: la ciencia
de la Historia es un fantasma que ha habitado, toda
la vida, en el corazón del
escritor mexicano. O si no
toda la vida, para no caer en
exageraciones (y por ser algo, a la distancia, de difícil comprobación, pues habría que estudiar al personaje desde los primeros balbuceos, por lo menos, y
seguirlo en su desarrollo intelectual hasta los tiempos actuales), sí puede decirse que en sus tres grandes novelas una de las raíces más sólidas de la ficción
son los hechos históricos. En José Trigo (1966), por
ejemplo, se entrecruzan dos sucesos: la guerra cristera de 1926-29 y el movimiento ferrocarrilero de
1958-59; en Palinuro de México (1977), pese a algunas desubicaciones geográficas y temporales (como
situar, a propósito, la Escuela de Medicina aún en el
Centro Histórico de la Ciudad de México, cuando ya
se había trasladado a Ciudad Universitaria), el acontecimiento central es el movimiento estudiantil de
1968; y Noticias del Imperio (1987) describe a detalle la intervención francesa de 1862-66, y la instauración y desplome del imperio de Maximiliano de
Habsburgo.
Una de las raíces más sólidas de sus ficciones, sí,
porque la otra raíz es obviamente la literaria. Fernando del Paso no intentó en esos títulos, en principio, hacer historia (aunque lo haya logrado, en alguno de los dos sentidos de la expresión), sino nove-
8
las, y éstas siguen tradiciones narrativas muy claras.
Como “objetos literarios” u “objetos verbales” que son,
se les podría describir con independencia de las situaciones ahí referidas. En José Trigo se amalgaman cuatro influencias: la literatura prehispánica, sobre todo
la poesía náhuatl, y Juan Rulfo, por un lado; y Luz de
agosto de William Faulkner y el Ulises de James Joyce,
por el otro. Palinuro de México vuelve por momentos a
Joyce, en el planteamiento de un capítulo teatral como
catarsis de la novela, pero también integra a François
Rabelais, Laurence Sterne, Cyril Connolly, el surrealismo y la psicodelia; y en cuanto a Noticias del Imperio, al monólogo de Carlota de nuevo se le han acreditado señas joyceanas (relacionándolo con el monólogo
de Molly Bloom) y se habla, igualmente, de que las variaciones estilísticas de la novela, capítulo a capítulo,
vienen del Ulises, aunque es claro que Del Paso leyó
además a los autores que se han ocupado de Benito
Juárez y la pareja imperial, sean novelistas, dramaturgos o historiadores.
La historia alimenta a la novela; y la novela se nutre
de la historia. Una, en Del Paso, no podría vivir sin la
otra. Entre ambas especialidades se establecen vasos
comunicantes; y se crean, sin que el objetivo haya sido
aquello que de forma comercial se conoce como “novela histórica” (por lo común, simplificaciones tanto de
la historia como de la literatura), cuerpos literarios de
ecos o reverberaciones múltiples con los que se llegan
a comprender, quizás hasta en profundidad (con una
profundidad tal vez distinta de la de un científico de la
historia), ciertos pasajes históricos.
Palinuro de México es parte de una corriente que se
ha denominado “narrativa del 68” y que está constituida por más de 30 novelas y algunos cuentos. No se es-
a
pere de estos libros un recuento puntual, día a día,
de lo que fue el movimiento estudiantil. Lo que hay
de éste en Palinuro de México es poco, si se busca
la noticia de primera plana… aunque en esa época
los diarios no fueron referencias confiables, pues
se publicaba sólo aquello que era decidido por el
gobierno. En parte por ese control que se tenía de
la prensa, la literatura tuvo que contar lo que se había callado en los medios con control oficial. Lo que
Del Paso hace es crear un “estado de ánimo” de los
jóvenes de entonces, una trama que gira alrededor
de un grupo de estudiantes cuya participación en
el movimiento no es directa. No obstante, se percibe desde ellos el espíritu contracultural, que fue
uno de los motores de la protesta. Así, las aventuras de los amigos en la ciudad, e incluso sus pasajes amorosos (cuando explota una gran libertad
en los territorios de la cama), narran el 68 de otra
manera.
Ocurre así en otras novelas memorables sobre el
68, como La invitación (1972) de Juan García Ponce, Si muero lejos de ti (1979) de Jorge Aguilar Mora
o Muertes de Aurora (1980) de Gerardo de la Torre,
en donde probablemente no se encontrará el 68
histórico —que sí está en los testimonios recogidos
por Elena Poniatowska para La noche de Tlatelolco (1971) o en el autobiográfico Los días y los años
(1971) de Luis González de Alba— sino la parte más
íntima de lo que fueron esas jornadas. La Historia
vuelta historias.
Coinciden José Trigo y Palinuro de México en
que la perspectiva desde la que se cuenta es la de
los vencidos: cristeros, ferrocarrileros o estudiantes que sufrieron la represión E PASA A LA PÁGINA 10 AGOSTO DE 2011
B A J O L A S O M B R A D E D E L PA S O
Para mirar Bajo la sombra de la Historia desde diversos miradores
—¿un minarete en este caso?—, invitamos a un experto en la cultura islámica a
comentar las ideas que Del Paso presenta en su libro. Lo que nuestro colaborador
encuentra en esta obra es un enfoque novedoso, bien informado, controvertido,
destinado a ser una referencia inevitable en el ámbito hispánico
RESEÑA
Comprender Oriente
desde América Latina
HERNÁN G. H. TABOADA
D
ifícil en estos momentos es decidirse a escribir sobre el islam y el
judaísmo, cuando está
cambiando aceleradamente la ciencia que
todos creíamos adquirida. Algo semejante
a lo que ocurrió entre
1978 y 1979, años en que
aparecía el libro de Edward Said Orientalismo, para
decirnos que no hay que ilusionarse con la idea de
tener al Oriente en la punta de los dedos, que no es
éste sino una creación fantasiosa que el Occidente
produjo con aviesas intenciones. Y confirmándolo
o desmintiéndolo, estallaba en Irán un movimiento
que no seguía el modelo de los hasta entonces habituales, sino que se autodenominaba una revolución
islámica, que nadie había previsto. Como nadie había previsto lo que para simplificar se ha llamado la
“primavera árabe” de nuestros días.
La perplejidad hoy resultante quizá constituya el
entorno más favorable para que un latinoamericano
se lance a la empresa de presentar otra vez, desde su
nacimiento, a los dos protagonistas del conflicto que
agita la prensa a cada momento: el judaísmo y el islam. Es lo que hace Fernando del Paso, anteponiendo un epígrafe que nos señala su impulso principal:
“El contenido de este libro no es lo que yo quiero
enseñar: su contenido es lo que yo quería aprender.”
No sé si conscientemente o no, tales palabras recuerdan las de otro famoso heterodoxo inclasificable,
Georges Sorel, quien, no encontrando en ningún sitio la ciencia que buscaba, tuvo que enseñársela a sí
AGOSTO DE 2011
mismo. Sospecha que me parece confirmada cuando
Fernando del Paso repite lo de John Esposito: “Nunca tuve la intención de escribir este libro.” El libro se
escribió solo, valga la paradoja.
Los porqués nos los va aclarando la extensa introducción, la cual recuenta una muy larga génesis, así
como los modos en que su autor se fue acercando vivencialmente al tema. Nos dice cómo conoció por primera vez a unos judíos, cómo determinados acontecimientos del Medio Oriente lo sorprendieron en alguna etapa de su vida laboral, qué libros, qué escritores.
Esto es bastante raro en las costumbres de los investigadores, quienes nos suelen presentar los resultados
de su búsqueda como si un camino llano y directo los
hubiera llevado a ellos. Describiendo por el contrario
su ruta escarpada y tortuosa, Fernando del Paso deja
constancia de las idas y vueltas que dieron sus intentos por comprender a los judíos y al islam. Valentía admirable que muchos quisiéramos empuñar, y más la
de lanzarse a la empresa con pleno conocimiento de
que requiere un abultado bagaje de conocimientos especializados, pero también que se hace necesaria más
que nunca en nuestros días y en nuestro medio. Nuestro medio latinoamericano, aclara para mayor detalle,
vivir en cuyo ámbito lo convierte en un testigo privilegiado de los tiempos que corren.
El resultado es un insólito volumen que abreva en
todas las fuentes y de todas sospecha, que nos hace
saber cómo las páginas que leemos han consumido sí
años de lecturas, variadas y políglotas, pero además
décadas de interrogantes nacidos de las más diversas
situaciones y del encuentro con los autores y personajes más inesperados. La misma forma de citar una bibliografía heterogénea, de libros voluminosos y de las
a
fuentes que menos esperaríamos encontrar en un
libro sobre el islam y el judaísmo, nos revela que
no es cuestión del trabajo de unos meses sobre un
corpus de fotocopias o el recurso constante a internet (que falta conspicuamente, alabemos de paso).
También cuando nos topamos a cada momento con
la atención minuciosa a ciertos detalles, con el descubrimiento de discrepancias o de complementariedades entre un autor y otro, con la labor de confrontación entre distintas versiones de la Biblia y el
Corán. Todo ello nos habla de una labor prolongada y cordial.
Con lo anterior casi sobra lo que digo ahora, que
estos ensayos sobre el judaísmo y el islam no se van
a parecer a lo que existe sobre el tema. Por empezar, pocas son las obras que se dedican al mismo
tiempo a ambos tópicos, y casi sólo a ellos: hay sí
muchas sobre el judaísmo, muchas sobre el islam,
sobre ambos y el cristianismo; hay tratados generales de las religiones, pero ensayos sobre judaísmo
e islam, pocos. Agrego: no resultan en una síntesis
celebratoria, no en una condena del orientalismo
ni en una celebración del mismo, ni propaganda de
un bando contra el otro, ni en una aséptica paráfrasis que evite discutir los hechos sobrenaturales,
ni en un irénico llamado a contemplar la verdad de
todas las religiones.
Más bien es un irrespetuoso, políticamente incorrecto llamado a ver de ellas la mentira, empezando por las dos que son objeto de escrutinio. Las
costumbres académicas, y hasta las sociales, nos
han acostumbrado a evitar cualquier referencia a
las propias convicciones religiosas, incluyendo el
descreimiento, que es también E PASA A LA PÁGINA 10
9
B A J O L A S O M B R A D E D E L PA S O
VIENE DE LA PÁGINA 8 E del Estado. En Noticias del Imperio hay una variación, pues en ese gran caleidoscopio
del siglo xix que es la novela destacan Maximiliano
y Carlota, que llegaron a México para gobernarlo (y
que finalmente también fueron derrotados), sí, pero
hay el esfuerzo por mirar las cosas no sólo desde ahí
sino integrar ópticas muy diferentes, con un afán total, como si se tratara de una asamblea en la que todos los involucrados (republicanos o imperialistas,
liberales o conservadores, franceses o mexicanos)
exigieran tener voz y voto. Acaso la distancia en el
tiempo permite esa visión panorámica cuando en los
otros casos, el movimiento ferrocarrilero o el movimiento estudiantil, se trataba de abordar asuntos
cronológicamente más cercanos al escritor, que exigían además una toma de partido.
En uno de los capítulos finales de Noticias del Imperio reflexiona Del Paso sobre las relaciones entre
la literatura y la historia. Tiene a la mano tres naipes: uno es el del dramaturgo Rodolfo Usigli, autor
de una obra sobre el Segundo Imperio, Corona de
sombra, quien se siente incómodo ante la historia; el
segundo naipe es una frase de Jorge Luis Borges, al
que le interesa “más que lo históricamente exacto, lo
simbólicamente verdadero”; y el último naipe es de
György Lukács, teórico de la novela histórica, para
quien es un “prejuicio moderno el suponer que la autenticidad histórica de un hecho garantiza su eficacia poética”.
De estas tres opciones, ¿cuál será la carta elegida
por Fernando del Paso? Escribe: “Quizás la solución
sea no plantearse una alternativa, como Borges, y no
eludir la historia, como Usigli, sino tratar de conciliar todo lo verdadero que pueda tener la historia con
lo exacto que pueda tener la invención. En otras palabras, en vez de hacer a un lado la historia, colocarla al lado de la invención, de la alegoría, e incluso al
lado, también, de la fantasía desbocada […] Sin temor
de que esa autenticidad histórica, o lo que a nuestro
criterio sea tal autenticidad, no garantice ninguna
eficacia poética, como nos advierte Luckács.”
Como el del novelista, también el oficio del historiador se ha modificado. Antes se atendían los
grandes sucesos, las grandes mareas de la historia,
y el acento se aplicaba en quienes como líderes parecían conducir la historia. Ahora lo cotidiano, la vida
diaria, y aquello que realizan personajes de los que
no sabemos siquiera sus nombres (partes actuantes y modificantes de ese orbe, ese “nadie” que es
“todos”), importan al científico de la historia tanto
como lo que ocurre en la vida pública más iluminada. El historiador ha tenido, por tanto, que enfocarse
en aquello que antes era sólo interés de los novelistas, a quienes se sabía dedicados a la “historia privada de las naciones”, según el credo de Balzac. Y éstos,
los novelistas, no se asumen ya como simples divulgadores de la historia (papel que se ejercía con cierta
comodidad en el siglo xix, al modo de Pérez Galdós
o Salado Álvarez en sus “episodios nacionales”) sino
como alguien que investiga y se acerca a algo que
puede ser históricamente exacto o simbólicamente
verdadero. Desde finales del siglo xx el historiador
actúa como novelista y el novelista como historiador, con similares responsabilidades en el uso de la
pluma y el microscopio. Ése es el punto al que arriba
Fernando del Paso en sus novelas.
Es curioso que luego de sus tres grandes edificios
narrativos de intención histórica la obra de Fernando del Paso se haya dispersado hacia la novela policiaca (Linda 67, 1995), la escritura de textos para niños (De la A a la Z por un poeta, 1988; Paleta de diez
colores, 1990; Ripios y adivinanzas del mar, 2004), el
teatro (La muerte se va a Granada, 1998), la poesía
(Sonetos del amor y de lo diario, 1997; PoeMar, 2004)
o la revisión bibliográfica (Viaje alrededor de El Quijote, 2004), y que una de las estaciones visitadas sea
un libro hecho sólo de palabras y sólo para la palabra
(Castillos en el aire, 2002), o de ésta en su relación
con la imagen (puesto que es un libro ilustrado por
el autor), en donde la fantasía verbal en su expresión
más libre guía la mano, como si efectivamente se tratara, en afanes terapéuticos, de una cura de esa Historia a cuya sombra antes ha vivido… y a la que volverá en el futuro.W
Alejandro Toledo es crítico literario y periodista. En
2006 el Fondo publicó El hilo del Minotauro, su antología de “cuentistas mexicanos inclasificables” y está
por lanzar el segundo volumen de las obras completas de Efrén Hernández, preparadas y prologadas por
Toledo.
10
E una religión, como reza el dicho
islámico. Por no seguir estas costumbres, Fernando
del Paso evita las medias palabras y ambigüedades
que demasiadas veces oscurecen los recuentos sobre
las religiones ajenas y las rechaza para subrayar con
ironía omnipresente sus contradicciones y extrañezas. Quizá la religión islámica, por estar más apegada
a símbolos premodernos, es más castigada. No estoy
de acuerdo en ciertos juicios suyos sobre su enraizamiento psicológico, que la diferencia del judaísmo y el
cristianismo actuales. Eso, retomo lo de mi primer párrafo, lo habría dicho yo también antes de la primavera árabe. Hoy no sé. De todos modos, no hay acá nada
comparable a la antipática diatriba de la ególatra Oriana Fallaci. Lo de Fernando del Paso transpira un profundo humanismo, una compasión humana que nace
paradójicamente de su posición agnóstica, declarada
desde la primera página, y para que menos dudas queden, ahí mismo definida con rigor.
Sabe que el resultado le va a significar reproches de
todos lados. De los que se consideran afectados, que
para colmo pertenecen a ambos bandos, porque no
puede acogerse a los judíos para que lo defiendan de
los musulmanes, ni viceversa. A los dos les tocan
palos. A los tres, porque también está presente quien no es sujeto del libro pero
es omnipresente en él; más bien, yo
diría que es el libro un ejercicio de
tiro por elevación dirigido al cristianismo, a la iglesia católica precisamente. Agrega Fernando del
Paso que los reproches saldrán
también del campo de los especialistas. Con modestia afirma que
no los mundialmente famosos,
que “nunca se dignarán siquiera
hojear estos modestos ensayos”,
sino sus coterráneos, mexicanos
y latinoamericanos que se han
ocupado de estos temas, y entre
los cuales me hace el honor de colocarme. Yo no lo haré, y los otros,
si actúan con sinceridad y son verdaderos estudiosos, podrán sí hallar faltas, nombres mal escritos y
sobre todo bibliografía que se deja
de citar. Pero pregunto: ¿quién se
ha atrevido hasta ahora a elaborar
un libro tan amplio y personal sobre estos temas? No ha aparecido
todavía el Pococke o el Renan latinoamericano, y si hace algunos
años podía deberse a la falta de
infraestructura y medios, ahora el culpable es nuestro apocamiento. Del que Fernando del
Paso ha sabido sobreponerse,
ejercitando una amplia relectura. En adelante, lo que se escriba
entre nosotros sobre estos temas deberá serle una respuesta.
¿De qué habla entonces? Ya es
hora de decirlo porque nada previsible es el índice y en la vaguedad del
título cabe todo. Habla del islam y del
judaísmo, por supuesto, y en ese orden, no
en el de aparición histórica. Alterna la frondosidad en
el desarrollo, que sigue sus interrogantes personales,
y el meticuloso método cronológico y temático, aunque no sin súbitos cambios de registro. Ya hablé de la
introducción. Luego viene una serie de disquisiciones
sobre el orientalismo. No creamos que calca, a la moda
de hoy, lo que dice Edward Said; esto hay que dejarlo
para los que del Oriente y del orientalismo sólo han sabido lo que el palestino dijo; tampoco se ríe de las falacias de éste, faena que hay que dejar a los orientalistas
satisfechos de sí mismos. Nuestro autor critica y recupera al mismo tiempo, y aquí recordamos y valoramos
aquello de que había escrito antes, que el ser latinoamericano lo convierte en testigo privilegiado.
Y prosigue con Mahoma, “Vida y milagros”. El desarrollo es largo. Abundan los detalles, y ya sabemos
que sobre el Profeta éstos se conocen en sobreabundancia. No retoma la vulgata sobre el comercio caravanero de Meca, los cambios sociales que propiciaron
la aparición sociológica del islam. Todo esto, tópico en
los manuales, y que me parece bastante fantasioso, le
interesa menos que el hombre Mahoma. Quizá por ello
cita tanto a Washington Irving, fuente que en general
los orientalistas desdeñan, y a Martin Lings, cuya narrativa puede no convencernos, pero es imposible que
VIENE DE LA PÁGINA 9
a
no nos atrape. Sólo puede seguir la estela de ambos
quien domine la técnica novelística como para dar
cuenta de las contradicciones de Mahoma, cuya
vida sigue hasta el final, y allí se detiene.
Continúa con la más antigua historia bíblica,
la cual entremezcla continuamente con la de los
judíos de la diáspora, de los actuales, sus anhelos
y sus odios, su tragedia. Escritos muy lejanos, en
torno al Holocausto, sirven a veces de marco a los
juicios y reflexiones sobre el Pentateuco, los Jueces, la Monarquía davídica, el exilio. Al lado de los
detalles de la Toráh figuran aquellos otros, pintorescos y extravagantes, de la tradición rabínica. Lo
dicho antes sobre Mahoma se repite: el interés del
presente libro es por el hecho humano, e ignora las
disquisiciones habituales sobre la historia y sus determinaciones. Aunque ya no va tras la personalidad de cada patriarca, sino tras la de aquella gran
tradición que es el judaísmo.
Sus intereses le impiden tomar en cuenta las
reelaboraciones que desde hace algún tiempo se
han hecho y se están difundiendo, con fervor y con
escándalo, sobre el carácter mítico de la historia
más antigua de los patriarcas, e incluso
de los reyes de Israel, y sobre la
vida de Mahoma. Conoce sí
La Biblia desenterrada, de
Finkelstein y Silberman,
pero no acude a su argumento básico. Éste,
como toda gran teoría,
va a ser superado en
el tiempo. Fernando
del Paso, que aspira
a ser más duradero,
privilegia el uso de las
fuentes primarias, y
repito que el Corán es
escrupulosamente leído, y en varias versiones
e idiomas, lo mismo que
la Biblia. Pero no creamos que en forma de calca de los manuales que ya
existen. Cada información
está acompañada de comentarios; la mayoría son
heterodoxos y para mí absolutamente inéditos. En todo
sentido: en relación con la
sacralidad del tema y en relación con la respetabilidad
de la erudición tradicional. A veces son notas de
simple sentido común.
He dado cuenta del
contenido de los capítulos más importantes,
pero de ninguna manera de todo el libro. No he
dicho nada de la imagen
europea del islam, de la
influencia de las Mil y una
Noches: no alcanza el espacio. Aunque sí son obligadas unas
palabras para el caso Rushdie: imprevisible siempre, el autor se esfuerza por asumir el
punto de vista islámico; repite consideraciones de
otros, sí, pero en algo su autoridad es incuestionable, al decidir sobre el mérito, que no lo entusiasma,
del indobritánico. Sólo conozco a otro novelista, el
fallecido Carlo Coccioli, que discriminó entre el fárrago de la publicidad y vio justo en la calidad del
colega condenado a muerte.
Hay más temas: al acabar un pequeño tratado
de angelología judeo-cristiano-islámica da lugar a
una miscelánea, repleta de curiosidades islámicas,
paralipómena de tanta investigación, y unas páginas sobre el sufismo que reivindican a este movimiento. Parece terminar pero tenemos la impresión de que las hasta ahora más de setecientas páginas son sólo un comienzo, de que como el Corán
esta obra no tendrá fin, como no tuvo comienzo,
que se va a prolongar, que va a seguir escribiéndose
sola. Afortunadamente.W
Hernán G. H. Taboada es investigador del Centro de
Investigaciones sobre América Latina y el Caribe, de
la UNAM. Es autor de La sombra del islam en la conquista de América ( FCE, 2004).
AGOSTO DE 2011
B A J O L A S O M B R A D E D E L PA S O
También pedimos a una profunda conocedora de la cultura judía que leyera el nuevo libro
de Del Paso y lo comentara desde ese universo cultural. La ironía, por momentos subida de
tono, y la gana de encontrar contradicciones en los textos sagrados son los principales hallazgos
de nuestra colaboradora, quien aprecia los arrestos del autor pero no sus conclusiones
RESEÑA
Un autor
en busca de
incongruencias
ANGELINA MUÑIZ-HUBERMAN
F
ernando del Paso, en su
nuevo libro Bajo la sombra
de la Historia. Ensayos sobre el islam y el judaísmo,
realiza un divertido e irreverente paseo por los textos
sagrados bíblico y coránico.
Su intención, como él mismo afirma, es llegar a un
público amplio. El título,
nos dice, indica que la “Historia es en sí, ella misma,
una sombra”, pues los presentes ensayos entremezclan con habilidad información histórica, sustentada por una amplia bibliografía, con ingenio paródico.
El libro empieza con un largo ensayo, “Las mil y
una noches de la bbc”, en el cual el autor hace un recuento del periodo de su vida que pasó en Londres.
Principia por definirse como agnóstico y latinoamericano. Continúa con sus recuerdos de infancia en
relación con la religión y su conocimiento de niños
de otras religiones. Esto lo presenta como “una ex-
AGOSTO DE 2011
posición de aquellas circunstancias de mi infancia, mi
adolescencia y mi vida como adulto que me llevaron a
escribir [este libro]”. Nos describe su desempeño en el
campo de la publicidad y agrega: “Hice textos e imaginé comerciales para todos los productos imaginables y
por imaginar.”
Posteriormente, en 1971, gracias a una beca Guggenheim se instala en Londres, donde trabaja para la bbc.
De este modo se empapa de la política internacional.
Su postura queda definida al identificarse con los periodistas Robert Fisk y Thomas Friedman. De los ingleses lo que más apreció fue el sentido del humor:
“único en el mundo”.
Regresando a su infancia el autor nos relata la vida
del México después de la segunda Guerra Mundial. La
casa de la familia, convertida en casa de huéspedes, recibe a algunos judíos perseguidos por el nazismo, de
los cuales dos habrán de ser sus tíos al casarse con las
hermanas de su madre. Hace un repaso histórico de
la época. Destaca el desinterés y la negativa de Lázaro
Cárdenas por acoger a los perseguidos judíos, como el
a
caso de varios barcos impedidos de atracar, en contraste con el recibimiento entusiasta de los españoles republicanos. Por cierto, agregaríamos que,
entre éstos, llegaron judíos que habían luchado por
la segunda República Española.
Del Holocausto o su nombre en hebreo Shoá, se
remite a dos películas ya clásicas: Noche y niebla de
Alain Resnais y Shoá de Claude Lanzmann. Aclara que en la primera, aunque se menciona que los
masacrados en los campos de concentración pertenecían a veintidós nacionalidades, “no se nos dice
que seis millones de esas víctimas pertenecían a la
población judía de Europa”. De la segunda, expone
su carácter testimonial, treinta años después de
los hechos, basada en entrevistas, tanto de judíos
sobrevivientes como de sus verdugos.
A continuación, aborda el tema de judíos y musulmanes en América Latina. Reafirma su imparcialidad por no ser creyente de ninguna religión.
Parte de la época colonial con la temible Inquisición y las quemas de judaizantes.E PASA A LA PÁGINA 14
11
ernando del Paso ha contado
varias veces que él es zurdo natural. Sin embargo, su familia
lo forzó desde pequeño —como
se acostumbraba hasta hace no
mucho en un mundo en el que
prácticamente todo ha sido concebido para ser usado por gente
diestra: desde los pupitres hasta
los picaportes, pasando por las
llaves del agua— a utilizar la mano derecha para saludar, para comer, para escribir. Andando el tiempo acabó
por volverse diestro para esas y muchas otras cosas, pero
hubo una actividad que realizó siempre con la mano izquierda y nadie, por fortuna, intentó prohibirle: dibujar.
Y dibujó mucho, gracias a un talento tan natural como su
zurdez, inspirado en las tiras cómicas de los periódicos y
en las historietas que le compraban.
“Yo quería dibujar historietas —le dijo a Alejandro Toledo en una entrevista realizada a raíz de la aparición de
Castillos en el aire (fce, Tezontle, 2002), libro de dibujos
F
——————————
R AFA E L VAR G AS
grabador europeo. Pero en vez de ese testimonio escrito
contamos con una serie de dibujos que son, en más de un
sentido, el mejor testimonio de admiración que un dibujante le puede brindar a otro.
Entre 1980 y 2001 Fernando del Paso hizo veintinueve
dibujos en tinta china, increíblemente laboriosos y claramente evocativos de la imaginativa óptica de Escher. Diecinueve de ellos forman parte del libro Castillos en el aire.
Fragmentos y anticipaciones. Homenaje a Maurits Cornelis Escher y se corresponden con veintiún poemas en prosa (escritos asimismo por Del Paso) que no son espejo ni
descripción de los dibujos sino piezas complementarias.
El otro artista, Alan Aldridge, formaba parte de la iconosfera inglesa e internacional cuando Del Paso llegó a
Londres. El motivo: la enorme cantidad de dibujos que
había realizado para ilustrar el libro que recogía las letras de las canciones de los Beatles, así como numerosas
portadas de discos de otros grupos, carteles para anunciar conciertos y portadas de libros del afamado sello
Penguin. Sobre él sí tuvo oportunidad de escribir una
nota periodística el 7 de febrero de 1974, a raíz de una
Esta Gaceta es una galería portátil: en sus páginas cuelgan algunos de los
cuadros que Del Paso ha pintado a lo largo de casi siete decadas de exploraciones
gráficas. Su bien arraigada vocación por el pincel, sólo superada por la que
lo convirtió en uno de nuestros escritores esenciales, ha encontrado cobijo
en un museo en su honor que prepara la Universidad de Colima.
Asomémonos aquí a su producción dibujística
Los privilegios
de la tinta
B A J O L A S O M B R A D E D E L PA S O
Rafael Vargas es periodista, traductor (acabamos de
publicar su versión de Flaubert, Joyce y Beckett. Los
comediantes estoicos, de Hugh Kenner), ensayista, editor.
1 Recogidos en otro libro publicado también por el fce, en coedición con
la unam y El Colegio Nacional: el tercer volumen de sus Obras. Ensayo y obra
periodística, cuya compilación, estudio introductorio e índices son obra de
Elizabeth Corral Peña.
12, 13
exposición retrospectiva. En esa nota ( La Beatlemanía
ilustrada”) Fernando del Paso escribe un párrafo para
explicar al lector la naturaleza de la obra de Aldridge que,
creo, puede utilizarse también para aproximarse al trabajo plástico del propio Del Paso: “En muy pocos artistas
se han conjugado con tal abundancia, y en forma tan obsesiva, las principales constantes del arte manierista de
todos los tiempos: el estilo serpentinata, el conceptismo,
la naturaleza mágica, el mundo como laberinto, las máquinas de imágenes, el onirismo, la locura, el pansexualismo y el hermafroditismo —en su clásica expresión arcimboldesca— y, más que nada, el deseo de decirlo todo.”
Del Paso califica el trabajo de Aldridge como “nuevo manierismo”, y quizá no sea disparatado cobijar sus dibujos
bajo esa misma denominación.
Naturalmente, hay en ellos una síntesis de muchos
otros artistas (como Klee, Kandinsky y Miró), y en los
trabajos que ha hecho como ilustrador —por ejemplo, en
su libro de poemas sobre las letras del alfabeto, De la A a
la Z por un poeta (Origen, 1990)— se percibe también la
asimilación de la tradición pictórica inglesa. Con el tiempo, y en la medida en que trabaja con una mano cada vez
más suelta, sus dibujos se han estilizado, como ocurre
con una firma, pero entre los primeros y los más recientes hay una clarísima línea de continuidad.
La riqueza de esta parte de su universo creativo es vasta, y se trasluce no sólo en lo que ha escrito sobre artes
visuales, sino también en su propia obra literaria. Sobre
esa relación ha escrito de manera amplia e inteligente
una de las más atentas lectoras de la obra de Fernando
del Paso: Elizabeth Corral Peña en “Pintando a máquina.
La influencia pictórica en la obra literaria de Fernando
del Paso”, ensayo publicado en 1998 en la Nueva Revista
de Filología Hispánica de El Colegio de México.
La mano izquierda de Fernando del Paso tiene casi setenta años de actuar en plena libertad. La ha empleado
para mostrarnos imágenes que no sabemos si son dictadas por alguna suerte de sueño o visión, o simplemente
por la inercia del dibujo: es indudable que, una vez que la
tinta toca el papel, cobra vida, se conduce por cauces insospechados; lo mismo crea esferas dictadas por el sueño
de un matemático que figuras completamente ajenas a la
geometría.
No es posible decir que ha creado un mundo autónomo
y del todo distinto al que ha creado su hermana derecha
(en este caso la mano derecha sí sabe lo que hace la mano
izquierda), puesto que los dos están hechos de tinta; sino,
más bien, un mundo que, simultáneamente, acompaña y
desafía al otro, en el que una mesa no está compuesta por
líneas que semejan una superficie y cuatro patas, sino
sólo por una palabra que es, quizá, su representación más
extraña: mesa.
Explorar ese mundo será cada vez más fácil gracias a
la Universidad de Colima, que en mayo de este año abrió
en la población de Nogueras un museo que lleva el nombre de Fernando del Paso. Ese museo alojará de manera permanente una gran parte de su obra plástica, pero
también manuscritos originales, cuya lectura permitirá
saber si, al igual que otros de sus colegas, Del Paso dibuja nerviosamente mientras escribe, o cuando corrige sus
originales, antes de entregarlos a la imprenta.W
y poemas en prosa sobre el que volveremos más adelante,
y la apertura de la exposición homónima—. Pienso ahora
(es una boutade) que hubiera preferido inventar historietas que escribir novelas.” Estas palabras hacen recordar
unas muy parecidas de otro gran novelista: el norteamericano John Updike, quien en 1968 confesó a Paris Review que su primera ambición había sido convertirse en
creador de dibujos animados para Walt Disney.
No son pocos los escritores que desde niños se han
sentido inclinados hacia el dibujo. Dasso Saldívar, el biógrafo de Gabriel García Márquez, cuenta que “la primera expresión artística del niño Gabito fue el dibujo” y que
aún en la adolescencia, cuando empezaba a hacer pininos como cronista y poeta (primera parte de la década de
1940), se consideraba, sobre todo, dibujante: “era el encargado de las ilustraciones de la revista Juventud durante esos años”.
Hay un estrecho parentesco entre dibujo y escritura. De hecho, se puede decir que en el comienzo fueron
lo mismo. Los caracteres que utilizamos para escribir
en los más diversos idiomas se originaron como dibujos,
representaciones de cosas que hoy, después de un largo proceso de estilización y refinamiento, nos parecen
abstractas. Además, ambas actividades se realizan con
los mismos instrumentos. Y la simple cercanía con ellos
produce ganas de escribir o de dibujar. Por lo menos, de
garrapatear algo; de disfrutar el espectáculo de la tinta
impregnando el papel, el roce de éste contra el canto de
la mano.
Es fácil imaginar lo que para Fernando del Paso debe
haber sido muy difícil: deslindar una actividad de la otra,
porque practicó las dos desde la infancia. La literatura
acabó por imponerse como su actividad central y desplazó el dibujo al margen. Pero no por demasiado tiempo si
consideramos que su primer libro, Sonetos de lo diario,
apareció en 1958, y el segundo (la espléndida novela José
Trigo) en 1966, y para 1973 ya se encontraba presentando
su primera exposición de dibujos en el Institute of Contemporary Arts, en Londres.
Del Paso se instaló en esa ciudad a mediados de 1971
gracias a la obtención de una beca Guggenheim, y al poco
tiempo comenzó a frecuentar exposiciones en museos
y galerías. Parte de su itinerario en ellos puede reconstruirse gracias a los artículos que enviaba al periódico El
Día.1 A través de su lectura se advierte el ánimo receptivo
con que acude a encontrarse con artistas clásicos y nuevos pero, también, que llega a esos encuentros provisto
de una mirada crítica e informada gracias a la cual aún
hoy resultan interesantes y provechosos. Londres será
una ciudad clave para el reencuentro de Fernando del
Paso con el dibujo, pues en ella habrá de familiarizarse
con dos artistas que influirán de manera determinante
en la definición de su estilo: Maurits Cornelis Escher y
Alan Aldridge.
M. C. Escher, holandés, muere en 1972, a los 74 años
de edad, justo en el periodo en que Del Paso comienza a
conocer su obra. Si en ese momento se hubiese encontrado colaborando ya con El Día, muy probablemente habría escrito un artículo sobre el llamado “maestro de la
ilusión artística” en el que veríamos la admiración que el
joven escritor mexicano sentía por el célebre dibujante y
a
AGOSTO DE 2011
B A J O L A S O M B R A D E D E L PA S O
Adolfo
Sánchez
Vázquez
1915-2011
Obr a s en el Fondo
Ética y política | Cuestiones estéticas y
artísticas contemporáneas | El mundo
de la violencia | Entre la realidad y la
utopía. Ensayos sobre política, moral
y socialismo | A tiempo y destiempo.
Antología de ensayos | Poesía
Jan
de Vos
1936-2011
Obr a s en el Fondo
La paz de Dios y del Rey:
la conquista de la selva
lacandona, 1525-1821 | Oro
verde: la conquista de la selva
lacandona por los madereros
tabasqueños, 1822-1949 | Una
tierra para sembrar sueños.
Historia reciente de la Selva
Lacandona, 1950-2000 |
Fray Pedro Lorenzo de la
Nada. Misionero de Chiapas y
Tabasco.
14
EDe la época contemporánea hace un
somero repaso de los países latinoamericanos y sus comunidades judías y musulmanas. Del actual Estado de
Israel señala los aciertos en materia social, sanitaria,
libertad de religión, de expresión, cultural y artística:
“Es, en pocas palabras, la única democracia del Medio
Oriente.” También menciona sus errores políticos, sus
facciones derechistas y ortodoxas. En fin, el conglomerado de opuestos y contradicciones de toda nación.
Hasta aquí llega la primera parte, introductoria, del
presente libro. La segunda trata de Mahoma y el nacimiento del islam. La tercera parte (que es la que se
me pidió que reseñara) lleva como título: 1] “Historia
antigua de un pueblo deicida” y 2] “¿El fin de la nación
judía?”
El primer título, de orden ambiguo e incierto, no
puede referirse al pueblo judío, ya que el judaísmo no
ha matado a su Dios. Los autores de los libros integrados en el llamado Antiguo Testamento o mejor Tanaj,
en hebreo, no podían prever la futura existencia de
Jesús. En todo caso, se les acusaría de carecer de dotes adivinatorias. La acusación de “pueblo deicida”
proviene del cristianismo. Sin embargo, es necesario
recordar que la declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano ii (1962-1965), iniciado por el papa Juan
XXIII, eliminó el epíteto.
A partir de una interpretación peculiar del texto en
sí, son muchas las sorpresas que descubre Fernando
del Paso. A su modo, se vale de Maimónides en cuanto al juego entre sentidos literal y figurado de las palabras, y a la flexibilidad de las interpretaciones. Por tratarse de una literatura tan antigua y, al mismo tiempo
escrita a lo largo de tanto tiempo y por tantos autores,
es, en su origen, de orden épico. La recopilación de textos que abarca constituye, ante todo, una colección de
los diversos géneros literarios: épico, lírico, sapiencial,
místico y hasta un rudimentario intento teatral, como
consigna María Zambrano al interpretar la historia de
Job en El hombre y lo divino (fce, 1955). Dos grandes
investigadores, Robert Alter y Frank Kermode, también se refieren a la diversidad de géneros bíblicos en
su libro The Literary Guide to the Bible (Belknap Press,
1990). Otro notable crítico literario, Northrop Frye,
en The Great Code. The Bible and Literature (Harcourt
Brace Jovanovich, 1982), parte de la relación entre lenguaje, mito y el uso metafórico de las palabras.
Si el origen es épico podría compararse no con textos religiosos (aunque la religión sea una presencia
fundamental), sino con la épica griega (Ilíada y Odisea),
la europea medieval y la prehispánica. En todo caso, no
resultaría objeto paródico, por pertenecer a lo fantástico. Asimismo, la unión y desunión entre tribus y clanes, las guerras, el dominio territorial, la imposición
de religiones, los dioses que pelean de un lado o de otro
se enfocarían desde otro ángulo. Pero, y éste es el gran
pero, para la tradición occidental y cristiana el judaísmo es un obstáculo inevitable. De ahí que la imparcialidad sea difícil de lograr, como el mismo autor afirma.
La técnica de Fernando del Paso se centra en el señalamiento de las incongruencias del texto bíblico. Incongruencias propias de todo texto literario y más aún
de los de épocas tan antiguas. Incongruencias propias
del ser humano que nunca será constante en su vida y
actuación. Incongruencias que habrá desde las obras
cervantinas y shakesperianas hasta las de moda actuales, incluyendo las detectivescas y harrypotterianas. Y como Dios es una creación humana, por más que
se lo espiritualice, en algún momento se traicionará.
La búsqueda de tales incongruencias parte del Génesis en adelante o bien el autor se entretiene con cálculos matemáticos: “Si hacemos un cálculo conservador de dos coitos semanales, ciento cuatro al año,
resulta que nuestros primeros padres tuvieron que
realizar más de diez mil veces el acto sexual antes que
Eva se embarazara por tercera vez.”
Su recuento de los animales que se refugiaron en
el arca de Noé echa de menos a escarabajos, moscas, mosquitos y otros insectos, así como microorganismos tales como bacterias y virus. Acusa a Dios de
ignorancia.
Sobre la edad de los personajes bíblicos, que sabemos que es simbólica, imagina escenas grotescas: “La
Biblia no indica que Abraham y Sara hubieran sido rejuvenecidos por una o varias noches, así que podemos
suponer que ambos unieron sus pieles ajadas y secas,
sus arrugas y verrugas, sus flaccideces, sus pubis calvos, sus bocas desdentadas, en fin, sus decrepitudes.”
Más adelante afirma que “Abraham era un sicópata.”
De pronto, Fernando del Paso da saltos históricos y
relaciona algún hecho bíblico con la política actual del
Estado de Israel mencionando, por ejemplo, que fue
VIENE DE LA PÁGINA 11
a
Dios quien primero consideró a los judíos extranjeros en su tierra y no los palestinos del siglo xx.
Los vacíos narrativos, propios de la literatura en
general, le sirven para desarrollar escenas quevedescas y hasta goyescas. Crea, como resultado, un
tratado del absurdo, tal vez por influencia de la fórmula latina: Credo quia absurdum est.
Sigue pasando revista a los textos de Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, sin olvidarse de
señalar todos los defectos, las maldades, las traiciones, las complicaciones, los enredos, aplicados
a la época antigua y contemporánea. Al rey David
lo califica primero de “bandido, traidor, adúltero y
asesino” para luego describir su grandeza. De este
modo no hace sino resaltar lo que sabemos de la Biblia: es un libro que no encubre lo negativo del ser
humano, pero tampoco lo positivo: en una palabra,
es un libro sobre las pasiones humanas. De ahí su
universalidad y su contemporaneidad. Para describir el reinado de Salomón cita las palabras del ya
rebasado historiador del siglo xix Ernest Renan,
que lo calificó como “uno de los gobiernos más tiránicos del mundo”. Después destaca su obra cumbre como constructor del Templo de Jerusalén e
impulsor de la cultura y la economía.
Sobre el Cantar de los Cantares asegura que es
un libro bellísimo sin señalar sus incongruencias.
Según avanza en el tiempo el texto bíblico, Fernando del Paso reconoce que el carácter fantástico va perdiendo terreno y que el histórico lo gana.
Mas entonces nos dice: “Una historia sin duda de
gran interés para los especialistas, pero más bien
farragosa para los lectores.” En efecto, lo paródico
es menos accesible. Por lo que tacha a los libros de
los Reyes de “monótonos hasta el cansancio”.
Los profetas, alucinados, “presentaban cuadros
psicológicos anormales […] aunque desempeñaron un papel trascendental en la historia del pueblo judío y en el judaísmo como religión”. A Isaías,
basado en la versión cristiana, lo considera el antecedente de un Dios universal. De los profetas menores destaca su preocupación fundamental por la
clase pobre. Menciona también a profetisas, como
Noadías y Míriam. A Jeremías lo nombra “el profeta inquisidor que condenó el lujo de la casa real y
la explotación y opresión de que eran víctimas los
débiles”.
Pasando a la sección titulada “¿El fin de la nación judía? Del retorno de Babilonia a la rebelión
de bar Kojba”, de nuevo recobra el ímpetu paródico
basándose en una cita del Dictionnaire encyclopédique du judaïsme donde se dice que el decreto de
aniquilamiento de los judíos en el reino de Persia
reforzó más su fe que los sermones proféticos. En
cuyo caso, el autor proclama que “el Holocausto
habría también significado un enorme beneficio
para el judaísmo”. Sin comentarios.
Según la historia avanza, los hechos se describen más escuetamente. El regreso del destierro
en Babilonia bajo el reinado de Ciro el Grande, la
conquista de Alejandro el Magno de Israel, la rebelión de los Macabeos, la conquista de los romanos,
el gobierno de Herodes el Grande, las enseñanzas
de Hilel y Shamai, Salomé y Yojanán el Bautista.
La heroica defensa de Masada, sitiada durante tres
años por las mejores legiones romanas y el suicidio
final de los combatientes y sus familias, se describe
según el libro de Flavio Josefo. La rebelión de bar
Kojba contra los romanos, un relevante hecho histórico, se expone brevemente.
A continuación se incluye un apéndice sobre la
historia de Job utilizando como base el libro de
Jung Respuesta a Job, y otro, sobre Freud y Moisés,
en torno a las diferentes teorías en cuanto al origen
judío o egipcio de Moisés, figura central para las
tres religiones monoteístas.
De este modo se cierra esta sección de un libro
entre lo paródico y lo serio, la burla y la imaginación, el análisis y el rigor, así como la trasgresión.
Un libro cuyo propósito final es un enigma. El propio autor se une a las palabras de John L. Esposito
de no haber tenido la intención de escribirlo: “pero
aquí está”.W
Angelina Muñiz-Huberman es narradora, ensayista
y poeta, estudiosa del exilio y del judaísmo. Es
autora de El siglo del desencanto ( FCE, 2002) y Las
raíces y las ramas. Fuentes y derivaciones de la
Cábala hispanohebrea ( FCE, 1993).
AGOSTO DE 2011
B A J O L A S O M B R A D E D E L PA S O
El ensayista que hoy presenta Bajo la sombra de la Historia veló armas en el género
con un trabajo sobre la mayor obra de Cervantes. En ambos libros abundan la erudición
y la inventiva; los dos se asientan en vastas lecturas y en la desparpajada certeza de tener
algo nuevo que decir ahí donde tanto se ha dicho. Acompáñenos el lector en este breve
recorrido en torno al Del Paso autor de ensayos
RESEÑA
Un viaje cervantino
ADOLFO CASTAÑÓN
V
iaje alrededor de El
Quijote, de Fernando del Paso, es un
libro escrito por un
escritor imaginativo,
pero también informado y leído. No es
una obra improvisada sino producto de
varios años de lecturas acuciosas e inteligentes. Es un libro que aporta
varias cosas concretas a la discusión sobre el Quijote que, hasta donde sé, no habían sido observadas
por los estudiosos y editores. a] La inconsecuencia
en Cervantes de que el cuarto donde Don Quijote
tenía sus libros se haya desvanecido y que a nuestro héroe no se le haya pasado por la cabeza dar la
vuelta a la casa para saber qué había pasado con el
cuarto desaparecido por el mago Frestón. Es una
observación ingeniosa que sólo podía haber hecho
un novelista y que hasta ahora —según el autor— no
había hecho ningún cervantista. Se han intentado
algunos croquis de la casa pero no se dice una palabra ni se pinta un dibujo del cuarto desaparecido. b]
La segunda aportación crítica de fondo se refiere al
personaje Álvaro de Tarfe, que aparece al fi nal de la
segunda parte. Es un personaje “nacido” originalmente, si así puede hablarse, en la novela apócrifa
de Avellaneda pero que Cervantes trae a la segunda
parte del Quijote para que jure ante una autoridad
que tanto el Quijote como el Sancho que conoció en
la otra novela son apócrifos. En el mar de historias
de la novela de Cervantes, este detalle había pasado
casi inadvertido a los cervantistas, hasta donde llega mi ignorancia.
AGOSTO DE 2011
La aparición del libro de Fernando del Paso sobre da a entender que, más allá de las reacciones de los
Don Quijote de la Mancha ocurrió a unos meses de lectores —bostezo, ignorancia, ganas de comérselo
que se cumplieran 400 años de la publicación de esta vivo por el atrevimiento de atreverse a jugar crílegendaria novela tan cómica como melancólica. Se ticamente con la novela: lo sigo parafraseando—,
trata de un libro importante dentro de la
Fernando del Paso conoce y domina la
bibliografía cervantina por diversas razonovela como lector hasta ser capaz no
nes, como más adelante se podrá concluir,
sólo, por así decir, de meterse en la jaupero también porque es uno de los pocos
la de los leones sino de ponerse su piel y
libros que las letras mexicanas han dedicade disfrazarse con ella. En este capítulo
do a interrogar las figuras de Don Quijote y
inicial el novelista metido a conferensus personajes —otros escritores mexicanos
ciante muestra su baraja, sus supuestos
que se han ocupado en libros de Cervantes y
y presupuestos, y da las reglas de un amde su novela han sido Francisco A. de Icaza,
bicioso juego que consistió en “aprender
Ermilo Abreu Gómez y Carlos Fuentes—. El
a nadar en ese océano paciente sin fondo
volumen también importa dentro de la obra
que es la bibliografía cervantina”, como
VIAJE
del propio Fernando del Paso —quien, por
ha dicho él mismo y que ha consistido,
ALREDEDOR
cierto, cumplió 70 años justo cuando el Quiañado yo, en lanzar como en un literario
DE EL QUIJOTE
jote cumplía 400— pues se trata del primer
frontón la esfera de su inteligencia conlibro de corte ensayístico que el autor deditra la pared elástica de la novela de CerFERNANDO
ca a un tema único, y resulta significativo
vantes tanto como contra la pared innuD E L PA S O
que Del Paso haya elegido medirse precisamerable de la crítica cervantina: “más de
mente con el Quijote, la novela fundadora de
cinco mil títulos y casi 19 mil entradas
tezontle
1ª ed., 2004, 258 pp.
todas las novelas y, por supuesto, la novela
como consta en la Bibliografía del Qui968 16 7233 X
más importante de la lengua española.
jote por unidades narrativas y materiales
$114
El libro se compone de siete capítulos. El
de la novela”; para no hablar del Anuario
primero, titulado “Quijotitos a mí”, está insBibliográfico Cervantino o de la Cervanpirado en la expresión que los labios de Don
tes International Bibliography. Del Paso
Quijote exclaman ante la jaula de los leones: “¿Leon- en efecto hará rebotar la esfera de su inteligencia
citos a mí? ¿A mí leoncitos, y a tales horas?” La expre- y de su experiencia entre los muros del Quijote y
sión traspuesta de la novela al ensayo tiene no poco de su crítica con erudición amena, destreza sinóptica
irónico y de autoburlesco, y denuncia cómo el autor es que hacen de éste un ejemplar libro de crítica liteconsciente de que al escribir este libro se le tome —lo raria —un genuino breviario— donde el asunto o
cito— por “un insolente bravucón, el cual sin que na- sujeto tratado se prolonga en el examen de la crídie lo haya forzado […] pide que le abran la jaula de los tica o de la historia o teoría de ese asunto dando
leones” (p. 10). Pero en el empleo de esta frase también como resultado un doble espejo de la memoria ca-
a
15
B A J O L A S O M B R A D E D E L PA S O
Eduardo
Lizalde
☞
AU TO R D EL FO N D O
PREMIO
INTERNACIONAL
ALFONSO
REYES
2011
paz de convocar la idea de infinito —una de las obsesiones que al parecer de este lector recorren y unifican la
obra toda de Del Paso—. En este pórtico, el autor detalla
al lector la historia personal de sus lecturas y explaya la
trama de su libro: alrededor de algunos temas selectos,
elegidos o electivos, prosperan y se engarzan tanto las
opiniones del propio autor como los pareceres de otros
lectores, juicios que a su vez, nos advierte él, “son de dos
clases: unos, aquellos que la fama se ha encargado de
consagrar, y por lo mismo son parte ya indeleble de la
historia de la crítica cervantina […] Otros, son las opiniones, los juicios, con lo que me he topado durante mi
camino de lector solitario, y que […] me ha parecido justo […] resaltar y no nada más por lo atinados que
parezcan, sino también por su belleza” (p.
19). Desde el principio Del Paso pone
sobre la mesa las preguntas de su
juego: ¿estaba tan chiflado que
no se daba cuenta de lo que pasaba? ¿Ama, puede amar Don
Quijote a alguien? ¿Es realmente valiente o sólo es un
bravucón ingrato? ¿Estaba
Don Quijote loco? ¿Se burlaba o no Cervantes de él?
¿Hasta qué punto se cifra
la cultura española en esta
novela? ¿Hasta qué punto
es posible leer inocentemente el Quijote? ¿Es Don Quijote
un falso misterio o un verdadero objeto de culto? ¿Es posible leer
sus páginas a la luz de una idea de
trascendencia? ¿Es posible leer los textos
de la crítica como un solo texto polifónico paralelo al orden geométrico perspectivista que se cruza y
traslapa en la novela? ¿Es Don Quijote un texto de espíritu poético y religioso o bien es sólo una máquina para
hacer reír y llorar? Estas preguntas frontales y a veces
abruptas me hacen preguntarme si el libro de Fernando
del Paso es una obra iconoclasta o en realidad es el homenaje más vivo que se le haya brindado al Quijote desde México, desde hace muchos años.
En el segundo capítulo el autor ya va entrando en
materia y, como en una muñeca rusa, el Viaje alrededor de El Quijote se abisma y desdobla en “El viaje
como aventura de la imaginación”. Sigue los pasos de
la hermosa monografía de Howard Rollin Patch: El
otro mundo en la literatura medieval, traducida por
Jorge Hernández Campos para el Fondo de Cultura
Económica y que lleva un valioso apéndice de María
Rosa Lida de Malkiel sobre “La visión del trasmundo
en las literaturas hispánicas”. No voy a intentar resumir el capítulo pero sí me gustaría subrayar el predicado de la voz viaje como “aventura de la imaginación”
y añadiría yo como aventura espiritual y religiosa, de
la Odisea a la Eneida, del Rig-Veda a la leyenda del Vellocino de Oro, de las correrías de san Brandán a Quetzalcóatl. Pero Del Paso va más allá de Patch y de María
Rosa Lida y cumple en este capítulo un repaso sinóptico realizado al vuelo de sus botas de novelísticas siete
leguas, viaje por el viaje en la literatura contemporánea, para no hablar del examen y repaso que hace de la
noción de viaje en la obra misma de Cervantes, como
ilustra su Viaje al Parnaso. Al promediar el capítulo y a partir de las citas del libro de Joseph Campbell
El héroe de las mil caras (traducido por Luisa Josefina
Hernández), queda claro que en la lectura de Fernando del Paso la noción de viaje y la noción de héroe están asociadas en un horizonte espiritual, simbólico y
religioso. Cabría añadir aquí que en la época de Cervantes el viaje era un lujo que sólo se podían pagar los
señores ricos o bien un castigo o bien una prueba religiosa o militar. Ya en este capítulo el lector puede irse
dando cuenta de que el Viaje alrededor de el quijote que
cumple Fernando del Paso —más allá de la odisea por
la erudición cervantina— es un viaje trascendente,
ya por el firmamento, ya por los subsuelos de las
creencias religiosas, ya por el horizonte del mito
donde el autor va enfocando su investigación en
torno al Quijote como una búsqueda de las verdades que perfilan la verdad mayor y trascendente de
su protagonista.
Y es precisamente el tema de la verdad el que
aflora y se despliega tensamente en el siguiente
tramo “El salto inmortal de Don Álvaro Tarfe o
El complot de Argamasilla de la Mancha”. En esta
estación —una de las más entretenidas y sabrosas
del libro— se estrecha e interroga la figura —para
siempre elusiva y para siempre captada
y capturada— de un personaje que
aparece en la segunda parte del
Quijote pero que en realidad
proviene del texto apócrifo
del aborrecible Alonso de
Avellaneda. Ese personaje —recordémoslo— se
llama Don Álvaro Tarfe. Al encontrarlo, “De
inmediato, Don Quijote le dice a Sancho que
le parece haber topado
con ese nombre cuando hojeó el libro de la segunda parte de su historia. Se refiere, desde luego,
al Quijote apócrifo de Avellaneda. Don Quijote entabla
conversación con el personaje, y
le pregunta si él es ‘aquel Don Álvaro Tarfe que anda impreso en la segunda
parte de la historia de Don Quijote, recién impresa
y dada a la luz del mundo por un autor moderno’,
y el caballero responde: ‘El mismo soy […] y el tal
Don Quijote, sujeto principal de la tal historia, fue
grandísimo amigo mío, y yo fui el que le sacó de su
tierra, o, a lo menos, le moví a que viniese a unas
justas que se hacían en Zaragoza, adonde yo iba’.”
Además de sus contribuciones puntuales y contundentes, Del Paso repasa con amplitud e inteligencia crítica tanto la novela como las opiniones
de los cervantistas especializados. Para ellos ciertamente este libro será quizás un escándalo o una
obra iconoclasta pues, soberbios como suelen ser la
mayoría de los profesionales del detalle, acostumbrados como están a oír llover sin pensar que se
pueden mojar, el hecho de que un ingenio lego —o
no preparado— les venga a decir que no miraron en
detalle, suscitará previsibles suspicacias.
El libro de Del Paso pone al día también otras
cuestiones en sus diversos capítulos como por
ejemplo la que discuten las virtudes de Don Quijote (¿era realmente generoso?, ¿era valiente?) o las
que nos hacen ver que en realidad bajo el nombre
de Dulcinea se concentran muchas realidades espirituales y morales.
Una última razón para subrayar la importancia
del libro de Fernando del Paso consiste en que se
trata del primer libro de ensayos con un tema en
común que publica el novelista y de uno de los pocos que se han publicado sobre el personaje y sobre
Cervantes en México, aunque innumerables autores mexicanos hayan hecho alguna vez incursiones
sobre el tema.W
Adolfo Castañón sabe hacer libros: escribirlos,
traducirlos, editarlos. Fue gerente de Producción y
Editorial del Fondo. Acaba de publicar El libro de
las jitanjáforas (Bonilla Artigas Editores, 2011).
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16
a
AGOSTO DE 2011
B A J O L A S O M B R A D E D E L PA S O
PERFIL
De El Día
a La Jornada:
todo un Proceso
Colaborador de la prensa escrita casi por azar,
Del Paso ha tenido una dilatada presencia en las
páginas de diarios y revistas de nuestro país. Sus
crónicas, artículos, síntesis informativas, reseñas,
hablan de él casi más que de los asuntos de los que se
ha ocupado, pues en todos se manifiesta su particular
modo de observar los hechos y relacionarlos con una
realidad no siempre explícita
SANDRA LICONA
E
n 1973 el prestigioso semanario inglés The New
Statesman, una de las mejores y más serias publicaciones en el mercado
editorial anglosajón de la
época, celebraba la nada
despreciable edad de 60
años, con un “rostro” joven y sus páginas abiertas
a la política, la economía, la crítica de arte y la literatura, con un espíritu “anticolonialista” y una línea
editorial “digna de confianza”, “inteligente” y atenta
“a los problemas contemporáneos”, que, al mismo
tiempo, “conservaba en términos generales una posición de izquierda definida y limpia”.
Esta reflexión en torno a la revista inglesa —que
no llegó a ser una apología sólo por cuestiones de espacio, según confesó ahí mismo su autor—, creada
en 1913 por los “socialistas” Sidney y Beatrice Webb,
marca el ingreso de Fernando de Paso al gremio periodístico, en una columna que tituló Un Día de Éstos y como colaborador del diario mexicano El Día
—aunque en ese momento su residencia estaba fincada en Londres— a invitación expresa del director del
periódico, Enrique Ramírez y Ramírez, a quien conoció durante la visita del entonces presidente Echeverría a la capital británica en aquel lejano 1973.
Del Paso vivió en Londres de 1971 a 1985; un año
después fue nombrado consejero cultural de la Embajada de México en París, cargo que ocupó hasta
1989. Después se desempeñó como cónsul general de
1989 a 1992 y luego regresó a México, para fincar su
residencia en Guadalajara, donde asumió la dirección de la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz de
la Universidad de Guadalajara.
Aunque podría considerarse que su ingreso al
mundo de los artículos, las entrevistas y los reportajes era una consecuencia directa o lógica de su labor
como escritor, en realidad Del Paso siempre aspiró a
conservar su “pureza como novelista”, y sólo aceptó
aquellas tareas por cuestiones financieras, ya que el
sueldo que le pagaba en aquella época la bbc de Londres “no me alcanzaba para vivir”.
Son varios los escenarios desde los cuales el escritor ha hecho públicos su pensamiento, sus inquietudes literarias, plásticas e históricas, así como sus
ideas políticas, y uno de esos territorios es el periodismo que ha practicado, primero —como dijimos
arriba— en El Día, donde colaboró hasta 1977, y luego en la revista Proceso, pasando por publicaciones
como Interviú, Revista de la Universidad, Revista de
Bellas Artes, Alfil, Plural (en su primera época), Vuelta, Utopías y el periódico La Jornada, pero, salvo los
dos primeros medios, en ninguno hizo “carrera”.
Si bien sus primeros trabajos dan cuenta de su interés en exposiciones, novedades editoriales, espec-
AGOSTO DE 2011
táculos, política cultural, publicaciones periódicas
inglesas, artistas y corrientes artísticas, el 23 de septiembre de 1973 Del Paso publicó un artículo que inauguró, por así decirlo, “una línea de trabajo que seguirá
después con relativa frecuencia: recoger y comentar
lo dicho en las principales publicaciones periódicas
—sobre todo inglesas— en torno a algún asunto particular”, como lo documenta Elizabeth Corral Peña,
autora del estudio introductorio de Obras III. Ensayo
y obra periodística, volumen publicado en 2002 por el
fce, que reúne 300 textos periodísticos de Del Paso.
Aquel artículo fundacional —en cuanto a una manera de expresar sus reflexiones políticas— se tituló
“La prensa de Inglaterra ante la tragedia chilena”, en
donde el autor de José Trigo narra la reacción editorial que tuvieron algunos medios impresos ante la tragedia de Chile y la muerte de su entonces presidente
Salvador Allende: “Inglaterra, entre sus tradiciones,
tiene también la de una impecable libertad de prensa
y expresión, y sus periodistas, la de no permanecer indiferentes ante los acontecimientos brutales que pueden establecer un precedente inaceptable, así sea para
poner término a una situación con la que pueden o no
estar de acuerdo en principio, o básicamente”, escribió
entonces. Del Paso resumió las opiniones de diarios
como The Guardian, The Times y The Financial Times,
del que destaca un texto firmado por Geoffrey Owen,
quien escribió: “Es muy difícil considerar la muerte
del presidente Allende de Chile y la ascensión al poder
de las fuerzas armadas, en otros términos que no sean
los de una tragedia para Chile y la América Latina.”
A los artículos en El Día, siguieron los reportajes
para Proceso. Era 1977 y la revista de Julio Scherer todavía era incipiente en el mercado editorial. Si bien en
esas páginas dio prioridad a los temas de carácter político y social, tanto de Europa, principalmente Gran
Bretaña, como de América Latina, sobre todo México,
también llevó a cabo la cobertura del mundial de futbol España 82, con una serie de artículos por demás
sui generis, congruentes con alguien a quien nunca le
había interesado el deporte; por lo mismo, en aquellos
textos —cuenta Corral Peña en su estudio— “predominaron aspectos políticos, sociológicos, culturales y
hasta gastronómicos”.
Ese mundial de futbol, del que resultó campeón Italia, en una fragorosa final contra Alemania, con marcador de 3-1, se disputó entre el 13 de junio y el 11 de
julio de 1982, trayecto en el cual Fernando Del Paso
escribió alrededor de 13 artículos con una gran variedad de temas, siempre ligados al deporte, en lo general,
y al balompié, en lo particular, pero sin dejar de lado la
reflexión.
Un ejemplo: el 14 de junio Del Paso publicó “Perfume de futbol para quitarle a España el fuerte olor a
Golpe de Estado”, en el que plantea por qué un juego
debe continuar a pesar de tragedias como la matanza de 11 de los atletas israelíes que participaban en la
a
olimpiada de Múnich, en 1972; o antes, en 1936,
cuando nadie se opuso a que los juegos se realizaran en la Alemania de Hitler; y en 1968, cuando los juegos olímpicos se inauguraron en México
a pesar de que “todavía estaba fresca la sangre de
los estudiantes sacrificados en la Plaza de las Tres
Culturas”.
Luego vendrían otros artículos, por demás elocuentes e interesantes, como “La poesía, el futbol
y las fuerzas extraterrestres”; algunos con más jiribilla: “Deporte y discriminación”, “Deporte y
violencia” o “La mujer, el futbol y las piernas de los
jugadores” y, para ser congruente con sus intereses más legítimos, “El deporte, el arte y la cultura”.
Otro más: “La iglesia, el futbol y los goles milagrosos”. Y para rematar, un día después de la final escribió “Tras de la operación comercial del futbol,
otra crisis política”, donde si bien se refiere a la final entre Italia y Alemania, también hace alusión
al “futbol tan pobre” que jugaron los anfitriones, a
la operación de seguridad que en aquella época recibió el nombre de Naranja 82, y a la gastronomía,
en un mundial y en un país donde “la cocina ha sido
siempre abundante y deliciosa, aunque a veces un
poquito bronca”.
En su paso por Proceso, antes de aquel mundial,
el también pintor y dibujante hizo trabajos más ad
hoc con la línea editorial de la revista, como serias
reflexiones sobre el terrorismo, las armas y todo lo
relacionado con la guerra, lo mismo en una reseña
que en un artículo de fondo o una entrevista.
En 1982, cuando Fernando del Paso recibió el
Premio de Novela Rómulo Gallegos por Palinuro
de México, se refirió a su oficio de periodista en estos términos: “Fue un sentimiento de culpa el que
un día me decidió a usar esas palabras, el lenguaje,
que es el único o al menos el principal instrumento
que tengo para conocer mi mundo y comunicarlo
de una manera más directa y eficaz, más sencilla,
para denunciar la realidad. Comencé así a hacer
periodismo, a escribir artículos.”
Y en 2007, luego de recibir el premio que otorga
cada año la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, dijo también al respecto: “Yo no he escrito nada de lo que me haya arrepentido, ni en novela
ni en periodismo. En periodismo dije muchas cosas
que no diría ahora, pero eso es otra cosa. Ése fue
otro Fernando del Paso, tenía yo otra edad, tenía yo
otra forma de pensar que no he cambiado, sino que
los tiempos cambian, uno cambia y todo cambia.”
Desde su retorno a México en 1992, Del Paso
colabora con La Jornada cada vez que los acontecimientos, como él lo ha explicado, “lo indignan lo
suficiente para decir: aquí estoy”.W
Sandra Licona, periodista, se encarga de la relación
del Fondo con la prensa.
17
B A J O L A S O M B R A D E D E L PA S O
PERFIL
Arreola, editor; Del Paso, biógrafo
Un muy joven Fernando del Paso encontró en Juan José Arreola al primer
editor de su poesía: Sonetos de lo diario apareció en 1958 en los célebres Cuadernos
del Unicornio. La cercanía de ambos escritores, pese a la diferencia de edades, duró
más de cuatro décadas y tuvo un fruto inusual: Memoria y olvido, el libro autobiográfico
que Juan José nos legó a través de la prosa de Fernando
N E L LY PA L A F O X
A diez años del fallecimiento de Juan José Arreola, quien
murió el 3 de diciembre de 2001 a las 3 de la tarde,
a los 83 años, en la capital de Jalisco
J
uan Villoro dijo alguna vez
que un maestro reconoce en
un discípulo no a quien es
sino a quien será. Pablo Neruda escribió en un ejemplar de
20 poemas de amor y una canción desesperada: “A Juan José
Arreola, con fe en su destino.”
Décadas después, el editor que
fue Arreola leyó el manuscrito de Sonetos de lo diario de un Fernando del Paso
de apenas 23 años, y con esa visión de los maestros
decidió publicarlos en la colección Cuadernos del
Unicornio (1958-1963). El autor de Varia invención
también tenía 23 cuando Neruda firmó la dedicatoria; era el verano de 1942 cuando Arreola recitó de
memoria “Farewell” y el “Poema 20” ante un Neruda
admirado que no dejó de llamarlo “poeta” durante
toda la velada. Arreola leyó los versos de Fernando
del Paso con ecos lopezvelardianos y también tuvo la
certeza de estar frente a un auténtico hombre de letras: “Mi corazón mojado solicita / ser hijo de un paraguas cotidiano, / y graduado en sus alas, tan temprano / enjuagar las escuelas de visita.”
Los poetas nunca se equivocan: puede faltarles
algo de razón, pero nunca verdad. Al año siguiente
de Sonetos de lo diario Fernando del Paso publicaría
en la revista veracruzana La Palabra y el Hombre el
relato “El estudiante y la reina”, dedicado esta vez a
Juan José Arreola con un epígrafe de James Joyce:
“Her eyes gave him no sign of / love or farewell or recognition”. Bajo el signo de Joyce, Del Paso emprendió una narrativa poderosa que lo ha colocado como
uno de los novelistas más prominentes de las letras
mexicanas.
Si “toda belleza es formal” según Arreola, también
lo son cada uno de los libros que dio a la estampa. El
unicornio de los cuadernos en donde aparecieron los
poemas de Del Paso fue dibujado por Héctor Xavier
y Arreola eligió plaquettes de formato alargado para
que en las portadas luciera el cuerno del mitológico
animal. Las medidas eran 24 cm de alto por 14 de ancho. Se vendían sólo en algunas librerías, como Porrúa y Madero. El colofón de Sonetos de lo diario dice
que se terminó de imprimir el 3 de noviembre de
1958 en los talleres de los maestros tipógrafos Salido en la calle Medellín 36; 400 ejemplares compuestos en Bodoni. El gusto por las minucias tipográficas
llevó a nuestro editor a elegir sobre todo las fuentes
Garamond, Baskerville, Caslon y Bodoni. “En ese
otro lugar de la mancha”, la tipográfica, como bien
dice Jorge F. Hernández, los cuadernos eran piezas
de arte. Él mismo hizo dibujos y acuarelas de unicornios y de otras especies de la fauna fantástica. Si los
grandes impresores como Claude Garamond, Giambattista Bodoni o William Caslon dejaron un tipo de
letra para recordarlos, Juan José Arreola legaría un
paisaje sembrado de unicornios.
Habría que reconocer en Arreola a uno de los primeros editores de literatura mexicana. Podría incluso hacerse parcialmente una historia a partir de
la nómina de autores que Arreola publicó; sólo por
mencionar algunos, en ella se cuentan Sergio Pitol,
José Emilio Pacheco, Elías Nandino, José Agustín,
18
y confirmó uno de sus miedos:
José Carlos Becerra, Elena Ponia“dejar de ser escritor para ser
towska, Alejandro Aura, Alfonun hablador”. Nietzsche dijo
so Reyes, Emilio Uranga, Carlos
alguna vez que hablar mucho
Fuentes. Las ediciones iban de
de uno mismo es la mejor forla mano de los talleres literarios;
ma de ocultarse y tal vez eso
en ellos y desde 1953, un año deshacía el flujo verbal del narrapués de que Arreola concluyera
dor cuando se iba por las rala beca de la primera generación
mas y por las ramas de las radel Centro Mexicano de Escritomas. Empezaba un tema para
res, y a invitación de la fundadora
abandonarlo y de inmediato
de dicho centro, Margaret Sheed,
comenzaba otro para después
Arreola se inició como animador
volver al principio, a la maney tallerista: “Para mí ésa fue una
ra de una botella de Klein o
tarea apasionante, tan apasiouna banda de Moebius.
nante que en un momento yo dejé MEMORIA Y OLVIDO
Quien tuvo la suerte de espor completo de escribir porque Vida de Juan José Arreola (1920-1947)
cuchar al escritor jalisciense
estaba leyendo obras manuscride viva voz sabrá que el pritas.” Trabajó textos ajenos y pudo F E R N A N D O D E L PA S O
mer impulso del auditorio era
ver en sus autores no a los jóvenes
buscar la manera de registrar
que eran sino a los escritores que La fructífera amistad entre dos
sus palabras; eso fue justaahora son.
escritores cuya veneración a la
mente lo que se propuso FerEs cierto que el autor de Confa- palabra ha sido ejemplar cristalizó
nando del Paso en 1994; Juan
bulario dejó de escribir; si leemos en este volumen. La voz de uno y
José Arreola y él se reunieron
una vez más la fecha del colofón las manos de otro emprenden la
de los Sonetos de lo diario, 3 de no- revitalización del pasado y trasforman no menos de cuarenta veces
a lo largo de casi un año para
viembre de 1958, habrá ocasión de el recuerdo en (auto)biografía y
grabar su vida contada; sumarecordar un bloqueo que sufrió testimonio para la historia de las
ron unas treinta y cinco horas
Arreola y que explica también la letras hispanoamericanas. En
de grabación; luego la edición
presencia del amanuense y el bió- largas conversaciones grabadas,
dejó sólo una parte de esa vida,
grafo en su escritura. El 15 de di- luego transcritas y pulidas para
la que se inicia con el primer
ciembre de 1958 vencía el plazo hacerlas parecer un monólogo en
recuerdo, en 1920, y acaba en
para entregar los textos de Bestia- vivo, Arreola cuenta parte de su vida
1947, poco después del regrerio que acompañarían los dibujos y crea una imagen propia —no por
so de Arreola de París. Arreola
de animales, realizados en punta fuerza apegada a los hechos, ya que
fue de la estirpe de los Monde plata, que ya tenía listos Héc- omite algunos pasajes con la licencia
taigne, de los Villon, de aquetor Xavier. En su primera edición del olvido—. Del Paso incursiona
llos que deben confesarse y al
el libro se llama Punta de Plata / así, desde la historia oral, en uno
intentarlo también se pierden
Bestiario (1959), pero Arreola no de los géneros inmerecidamente
para encontrarse.
entregaba el trabajo y la unam es- designados menores: la autobiografía,
El tiempo termina por reutaba a punto de exigir que devol- y confirma la imagen que Arreola
viera el anticipo. El 8 de diciembre tantas veces trazó de sí mismo a través nir siempre a los poetas. Luego de la muerte de Arreola la
se presentó el joven José Emilio de entrevistas y testimonios: la de un
Pacheco en la casa de Río Elba 32, diletante consagrado a la palabra. Esta prensa tapatía recogió algunos fragmentos que leyó Ferdonde se hacían los Cuadernos edición sigue la que en 1994 inauguró
nando del Paso en ocasión de
del Unicornio. Después de entrar la colección Memorias Mexicanas
su funeral: “Memoria y olvido:
le dijo: “No hay más remedio. Me del Conaculta. Quien desee seguir
¿qué sería de la memoria sin el
dicta o me dicta.” “Arreola se tum- transitando por los textos de Arreola
olvido, que la decanta y la desbó de espaldas en el catre, se tapó a la vez autobiográficos y escritos
linda?, ¿qué sería del olvido
los ojos con la almohada y me pre- por un tercero puede acercarse al
sin la memoria, que lo espanta
guntó—recuerda Pacheco—: ¿por recientemente reeditado El último
y no lo abarca? Déjame, Juan
cuál empiezo? Dije lo primero que juglar (Jus, 2010), donde el escribano
José, olvidarte mientras te
se me ocurrió. Por la cebra. Enton- es Orso, su hijo.
recuerdo. Déjame recordarte
ces, como si estuviera leyendo un
mientras te olvido.” Y evocó
texto invisible, el bestiario empe- tierra firme
1ª ed., 2003, 272 pp.
las tardes con Pablo Neruda,
zó a fluir de sus labios: ‘La cebra 968 16 6995 9
el invierno cruel de París, el
toma en serio su vistosa aparien- $141
agua de chía, los temblores de
cia, y al saberse rayada, se entigreZapotlán el Grande, el paso de
ce’.” Los textos fueron concluidos
a tiempo. José Emilio Pacheco se autonombraría, con las mujeres hermosas y los versos de Ramón López
Velarde.
orgullo, “el amanuense de Arreola”.
A diez años de la muerte del inapresable confaEl autor de La feria había dicho, en 1965, que trabajaba en un libro que se llamaría Memoria y olvido y bulador, recuerdo a Fernando del Paso mientras
que justificaría su vida de escritor; con gracia añadía olvido un poco a Juan José Arreola.W
que a las pruebas de imprenta se remitiría. Ese libro
fue parcialmente posible gracias a la colaboración de
Fernando del Paso, a quien el tiempo lo pondría en el Nelly Palafox, editora, escribió junto con Adolfo
lugar del biógrafo. A decir de Arreola la escritura no se Castañón Para leer a Juan José Arreola (Conaculta,
logró, sino más bien se transformó en un libro hablado 2009).
a
AGOSTO DE 2011
B A J O L A S O M B R A D E D E L PA S O
PERFIL
Los “cuates”
Rulfo y Del Paso
Al estilo de Memoria y olvido, aquí una entrevista de largo
aliento se convierte en un texto en primera persona que da
cuenta de lejanos acontecimientos, anécdotas, percepciones,
hipótesis: García Bonilla es el escriba que ayuda a ordenar los
recuerdos de Del Paso y nos permite asomarnos a una amistad
esencial en su desarrollo literario
ROBERTO GARCÍA BONILLA
N
o recuerdo el día exacto en que conocí a
Juan Rulfo, pero sé
que era un momento
esperado. Yo conocía
ya la literatura de Rulfo y sabía que algún
día lo iba a conocer y
que su encuentro iba
a ser especialmente
grato para mí, como lo fue el de Arreola. Lo conocí
muy probablemente en el Centro Mexicano de Escritores cuando no estaba ya en sus oficinas originales,
sino en una calle de nombre literario. Yo comencé
escribiendo sonetos; fue el gran poeta español Miguel Hernández el que hizo detonar mi vocación interna, como escritor. Durante un año escribí varios
sonetos, que se llamaban Sonetos de lo diario (1958),
publicados por Juan José Arreola en los Cuadernos del Unicornio. Esos sonetos yo los sometí, junto con una solicitud, para tener una beca del Centro
Mexicano de Escritores. No me dieron la beca, pero
me invitaron a visitarlos porque les había llamado
la atención y a asistir a las clases literarias que impartía Arreola. Fue ahí donde comencé a escribir
José Trigo; debe haber sido en el año 58 o 59, porque
un año después me dieron una beca con los primeros capítulos de la novela. En el Centro Mexicano
de Escritores nos reuníamos cinco o seis becarios,
cada miércoles, con Juan José Arreola, Juan Rulfo y
Francisco Monterde. Entre los becarios recuerdo a
Alejandro Aura, Juan Tovar y Vicente Leñero. De alguna manera, Arreola intervino para que Rulfo y yo
nos conociéramos.
La primera influencia que yo tuve de Rulfo fue la
personal, la que ejerció él personalmente sobre mí
como amigo y como maestro, pues después de cada
reunión semanal en el Centro Mexicano de Escritores él y yo nos íbamos al café del sanatorio Dalinde,
porque él vivía enfrente de este edificio. Nos íbamos
caminando sobre Insurgentes, y no sé si por fortuna
o por desgracia, en ese entonces sólo había uno o dos
Sanborn’s por toda la ciudad, y tampoco había Vip’s,
es decir, no había muchos lugares donde tomarse un
café. La cafetería del Dalinde nos ofrecía un refugio
y ahí nos pasábamos las horas tomando café —yo era
joven, podía dormir—, fumábamos como chacuacos
y hablábamos mucho.
Rulfo era un gran lector de literatura, muy en especial de novelas; conocía prácticamente todo lo que
se había escrito y me hablaba mucho de eso. Su charla, sus conocimientos, su sabiduría fueron la primera influencia en mí. Yo continuaba elaborando José
Trigo y en uno de los capítulos del libro quise hacer
una especie de homenaje a Juan Rulfo, algo así como
un pastiche literario que cuando apareciera la gente
dijera “qué rulfiano es esto”. Ésa era mi intención.
La novela salió y resultó que de ese capítulo nadie
dijo “esto es muy rulfiano”, pero a cambio de eso algunas personas señalaron la influencia de Rulfo en
otros capítulos, en otras partes del libro en donde ni
siquiera yo sospechaba que existían. Con eso me di
cuenta de que el pastiche es siempre superficial, que
AGOSTO DE 2011
por eso se dice que tal o cual autor son “inimitables”:
como no se pueden imitar, se cae en un pastiche superficial que puede ser bueno, tener sus cualidades, pero
que no consigue su propósito. En cambio la influencia de Rulfo era más profunda, tanto que no era evidente para mí. Tenía más que ver con la soledad, con
la muerte, con la desolación y con la desesperanza. Yo
creo que ésa es una influencia más directa e importante de la obra de Rulfo en José Trigo. No podría detectar
esta influencia en Palinuro de México o en Noticias del
Imperio, pero puede haber vestigios.
Aunque nuestra relación se dio básicamente a través de la literatura, Rulfo y yo hablábamos de una gran
variedad de temas que no tenían necesariamente que
ver con la literatura, de modo que entre nosotros se
creó una amistad muy rica. Nunca tuvimos conversaciones íntimas respecto a su vida con su esposa y sus
hijos. No fue una amistad de ésas que solamente se dan
en la adolescencia y no vuelven a darse nunca, pero sí
una amistad en la que se eliminó el mayor obstáculo
que había, que era la diferencia de edades. Un obstáculo que con Arreola, por ejemplo, sólo pude eliminar al
pasar los años. Arreola fue mi maestro, y muchos años
después, cuando esa diferencia de edades se fue acortando, como se acortan siempre las diferencias en la
medida en que uno crece, se convirtió también en mi
amigo. Tanto Rulfo como Arreola me llevaban casi 20
años de edad, que en ese momento eran muchos años.
Con Rulfo ese obstáculo desapareció inmediatamente. “Rompimos el turrón”, nos hicimos “cuates”. A
Juan José Arreola yo lo sentía distante porque lo veía
como una persona mayor a pesar de que tenía la misma edad de Rulfo. Lo mismo me ocurrió con Paz, con
quien tuve siempre la actitud deferente que se tiene
hacia una persona mayor y llegué a ser un buen amigo
suyo, pero no un “cuate”. Yo creo que esa palabra puede marcar la diferencia, señalarla muy bien.
En realidad mi amistad con Rulfo fue muy intensa
durante un año y medio porque nos veíamos cuatro o
cinco horas a la semana; después yo inicié mi largo viaje al extranjero que comenzó en 1969 y volví a México
hasta 1992. Soy muy malo para escribir cartas y Juan
Rulfo también lo era, de modo que nunca nos escribimos. Nos encontramos en algunas ocasiones en congresos, creo que una de ellas fue en las Canarias, y fue
como si hubieran pasado sólo unas semanas de no habernos visto. No tuvimos oportunidad de enriquecer
nuestra amistad desde que yo me fui a Estados Unidos
y luego a Europa.
Rulfo y yo hablábamos de algunos aspectos de la política del momento, de los oficios que él y yo habíamos
desempeñado y que no tenían nada que ver con la literatura. Rulfo había vendido neumáticos y me hablaba
de sus fotografías, pero no me las enseñaba, y también
de algunas “chambas” difíciles que había tenido. Una
de ellas fue de corrector de estilo en el Instituto Nacional Indigenista; para él había sido terrible porque decía que muchos investigadores no sabían decir lo que
querían decir, así que no se trataba nada más de una
corrección de estilo, o de sintaxis y ortografía, sino
que de plano no se les entendía.
Todo escritor es producto de muchísimos escritores, principiando por aquellos que son los más grandes
a
en el idioma en el que escribe. Todos somos productos de Cervantes, Quevedo, Góngora, Lope; son
nuestros orígenes y ésa es la gran influencia que tenemos en la sangre. También se adquieren influencias diversas que dependen del lugar en el que se
vive, la época y las lecturas que haga uno. Por supuesto, también somos producto de Azuela, de Yáñez, de Martín Luis Guzmán, de Rafael F. Muñoz
y algunos otros novelistas que tomaron la Revolución como tema.
En Rulfo, esta influencia no es exclusiva, porque
en él están también las influencias europeas; una de
ellas era la de Jean Giono, pero sólo de algunas novelas, y de un novelista y poeta suizo de habla francesa: Charles Ferdinand Ramuz, de quien Rulfo
había leído Derboranza (1933) y El gran miedo a la
montaña, y a mí me parece que de ellos tenía una influencia muy fuerte, pero positiva. De Ramuz tomó
lo que podríamos llamar la antropomorfia, una
especie de mimetismo con la naturaleza, grandes
virtudes del ser humano que sirven como descripción, como metáforas de paisajes. No hay que olvidar que, después de todo, la novela se llama Pedro
Páramo y páramo es un desierto y Pedro significa
piedra. Al final del libro Pedro Páramo se “fue desmoronando como si fuera un montón de piedras”.
El impacto que Rulfo causó en mí fue distinto
al que me produjeron otros escritores mexicanos
como el propio Arreola o Carlos Fuentes, por el hecho de que a los otros los leí cuando yo ya pretendía ser un escritor y estaba haciendo mis pininos.
En cambio a Rulfo lo leí antes, cuando todavía no
había descubierto mi vocación. Aunque a los diez
años escribí un poema y a los trece una novela que
no terminé y que por desgracia tiré a la basura —
me gustaría tenerla ahora— yo no me consideraba
un escritor; durante muchos años no pensé en escribir. A Rulfo lo leí como lector común. Después
de una larga época de verdadera disipación, que
duró toda la secundaria y un año de preparatoria,
de pronto redescubrí el amor por la lectura, y digo
“redescubrí” porque, como muchos otros escritores de mi generación, nos iniciamos con Julio Verne, Walter Scott y Alejandro Dumas.
Leí Pedro Páramo antes que El llano en llamas.
Me impresionó muchísimo por lo mismo que supongo impresiona también a la mayoría de los lectores y los críticos: las dos características principales de la novela son, una, la manera genial en que
pone a hablar a los muertos con los vivos, de una
manera muy convincente que no le estorba al lector pero que resulta muy perturbadora, y, dos, la
forma de escritura, el estilo de Rulfo que encarnan
los personajes y que no hablan realmente como
los campesinos de Jalisco: los personajes de Rulfo
hablan como quisieran hablar los campesinos, si
pudieran hacerlo. Ésa es también una de las grandes virtudes de Rulfo que explican su poder de
convencimiento.W
Roberto García Bonilla, crítico literario, es autor de
Un tiempo suspendido: cronología de la vida y la
obra de Juan Rulfo (Conaculta, 2008).
19
Ilustración: EM M ANUEL PEÑA
CAPITEL
Santos
y musas
S
i usted, amigo bibliófi lo, no sabe en
qué gastar cierto dinerito —ésta es
una hipótesis imposible, pues para
un compulsivo coleccionista de libros todo excedente tiene ya un destino: la
nueva compra que atienda su vicio—, puede
acercarse a la British Library y aportar parte de los 14.3 millones de dólares necesarios
para que esa centenaria institución adquiera el Evangelio de san Cutberto, un pequeño
manuscrito de menos de cien páginas pero
con más de trece siglos de historia. Quien
vende es la Compañía de Jesús inglesa, que
desde 1769 posee este tomito, de 9.1 centímetros de ancho por 13.5 de alto, y que planea
destinar los recursos derivados de la transacción a sus escuelas en Londres y Glasgow, a abrir otra en algún lugar de África y a
restaurar la iglesia de san Pedro en el Stonyhurst College, al cual pertenecía este excepcional —por su belleza y por su saludable
estado, dada su antigüedad— ejemplo de encuadernación inglesa, aunque desde finales
de los años setenta del siglo pasado la propia
British Library tiene en custodia el volumen
con una traducción al inglés del evangelio
redactado por san Juan.
V
arios años después de la muerte de
Cutberto en el año 687 de nuestra
era, un amanuense probablemente del monasterio de WearmouthJarrow, experto en las artes coptas de encuadernación y decoración, preparó esta reliquia, que fue colocada en el ataúd del santo y
“descubierta” en 1104, cuando sus restos, aún
lozanos y gratamente aromáticos —eso afirmó un cronista de la época—, se trasladaron
a Durham para preservarlos de la amenaza
vikinga. La biblioteca y los jesuitas han informado de su acuerdo con gran alegría, si bien
aún es necesario recaudar poco menos de la
tercera parte de los nueve millones de libras
esterlinas; para contribuir con un grano o
una tonelada de arena a esta causa, usted puede visitar el sitio electrónico support.bl.uk/
donate.
M
enos festiva debió estar la catedral de Santiago de Compostela el
pasado 25 de julio, día del patrono
de España, pues a comienzos del
mes desapareció de esa iglesia el Códice calixtino, también manuscrito pero éste del siglo
xii. Con más de 200 folios, algunos adornados con delicadas capitulares y caracteres en
diversos colores, y en un formato más grande, cercano al actual A4, es una compilación
de textos relacionados con el apóstol —sermones, homilías, oficios litúrgicos, relatos de
su martirio y de su traslado desde Jerusalén
hasta Galicia— y con la peregrinación a su
sepulcro compostelano, dirigido a caminantes que vinieran de Francia, a quienes se les
daba abundante información práctica; cuenta además con una crónica de la entrada de
20
DE AGOSTO DE 2011
CIUDADES NÓMADAS
DEL NUEVO MUNDO
TIERRA ADENTRO,
MAR EN FUERA
A L A IN MUSSET
El puerto de Veracruz
y su litoral a Sotavento, 1519-1821
EMILIO RABASA Y
LA SUPERVIVENCIA
DEL LIBERALISMO
PORFIRIANO
A N TON IO GA RCÍ A DE L EÓN
El hombre, su carrera y sus
ideas. 1856-1930
Conocedor de todos los paisajes,
rincones, pliegues y alturas
de Latinoamérica —el antiguo
Nuevo Mundo—, Musset cuenta
detalladamente, y uniendo hilos
de una madeja de hechos políticos,
sociales, económicos y naturales,
una historia poco explorada: la
de las ciudades fundadas por los
españoles coloniales y que mudaron
sus espacios, sobre todo por asuntos
bélicos, o por las acechanzas de la
piratería, o por catástrofes naturales
(terremotos, inundaciones,
huracanes, erupciones volcánicas)
o, también, por la falta de previsión
de las autoridades reales, que no
realizaron un elemental cálculo
de riesgos más que tardíamente.
Sitios de convivencia y encauzados
a mantener linajes, versiones
adecuadas al modelo metropolitano
—desde México hasta el Cono
Sur—, aquellas urbes servían
principalmente como sede
política, y sus mudanzas
implicaron en principio un traslado
documental. El libro exhibe una
escritura entusiasta y elegante a un
tiempo.
historia
Traducción de José María Ímaz
1ª ed., 2011, 477 pp.
978 607 16 0649 5
$390
“Tierra adentro, mar en fuera”
decían e imaginaban los
pobladores de Veracruz —colonos
y naturales— al referirse a su lugar
de asentamiento, “llave del reino”,
frontera delante de los muros de
agua y punto central de la actividad
económica y comercial de Nueva
España. Una prosa elegante
y briosa, de excepcional valor
literario, fluye contando la historia
del naufragio del mundo indígena
en Sotavento, sus consecuentes
cambios demográficos y el
nacimiento del coloniaje; el siglo
xvii sería periodo de fusión
de culturas: la hispánica, la de
nuevos moradores indígenas y la
de hombres africanos importados
para la explotación, y el tiempo
de la Veracruz Nueva; grandes
cambios económicos sobrevendrían
durante buena parte del siglo xviii,
declinaciones, pillaje, contrabando;
el Veracruz definido por las
reformas borbónicas viviría en el
último periodo visto en este libro, y
haría un viaje: del crecimiento a la
crisis.
historia
1ª ed., fce-uv, 2011, 958 pp.
978 607 16 0615 0
$468
a
CHARLES A. HALE
A sus puntuales ensayos acerca de
la historia del liberalismo mexicano
—por ejemplo Justo Sierra: un
liberal del Porfiriato (fce, 1997) y
La transformación del liberalismo
en México a fines del siglo XIX (fce,
2002)—, Hale sumó este libro
que, según testimonio propio,
significó lustros de investigación.
Se trata de un estudio que cubre
sin duda un hueco importante
en la historiografía del país: la
biografía de Emilio Rabasa, “una
figura enigmática y contradictoria”.
Novelista afortunado, jurista
de enorme autoridad, maestro
permanentemente atendido,
político influyente, Rabasa fue
determinante en la concepción
de la Carta Magna del 17, al
tiempo que su visión histórica
y política correspondió a la de
un antirrevolucionario (fue
contrario, por ejemplo, al artículo
27 constitucional) y su postura
social era la de un conservador.
Hale revisa hechos públicos y
personales, los enlaza, enfatiza
los puntos encontrados y las
líneas de congruencia, subraya
el legado de su personaje, en tres
AGOSTO DE 2011
N OV E DA D E S
periodos cruciales: el Porfiriato, la
Revolución y la década posterior.
Impecable traducción de Antonio
Saborit, por lo demás.
vida y pensamiento de méxico
Traducción de Antonio Saborit
1ª ed., 2011, 364 pp.
978 607 16 0565 8
$360
EL SOL-DIOS Y CRISTO
La cristianización de los indios de
México vista desde la Sierra
de Puebla
GU Y ST R E S SER-PÉ A N
LA ESPADA
Y LA PLUMA
Libertad y liberalismo en México.
1821-2005
JOSÉ A N TON IO AGU IL A R
R I V E R A , C O M P.
El amplio arco temporal que ha
abierto el compilador de estos textos
ejemplares señala lo dilatado de la
vigencia de las ideas liberales en
nuestro país. En tan distendido
periodo, ¿puede hablarse de
un liberalismo? Esta selección
servirá para comprobar que, aun
cambiando las circunstancias,
queda un sustrato en la visión de
pensadores tan distantes unos
de otros como Mora y Paz, o
Alamán y Zaid. Un sólido cuerpo
de ideas que busca ordenar la
realidad y establecerse en ella: la
tolerancia religiosa, la libertad de
discusión, el control de la policía
y de los presupuestos públicos,
el crecimiento fincado en la
propiedad privada. La libertad
del individuo: parte esencial de la
historia mexicana corre alrededor
de este principio, cuya defensa
ocurre en los campos de batalla
y sobre los papeles donde fluye
su expresión. Juárez, Ramírez,
Altamirano y otros personajes del
siglo xix coinciden en estas páginas
reveladoras con algunos del xx,
como Flores Magón, Cabrera, Cosío
Villegas. Para mejor aprovechar este
compendio habría que leerlo junto
con La geometría y el mito, texto
de Aguilar Rivera que nació como
prólogo a este volumen pero que,
por su extensión, se emancipó para
constituirse en una obra autónoma.
Continuas incursiones en
la Sierra Norte de Puebla e
incesantes labores de acopio de
datos y de investigación realizó
Guy Stresser-Péan, etnólogo
francés de mirada precisa y una
infrecuente objetividad. En aquella
cordillera conviven tres lenguas
(el totonaco, el otomí y el náhuatl)
y ha pervivido, y se manifiesta de
maneras diversas, un marcado
sincretismo religioso. Allí está
viva la creencia en Quetzalcóatl-9
Viento —precursor del Sol y en
ocasiones identificado con Cristo—,
que está presente en ceremonias,
danzas variadas y atractivas, en el
mundo cultural todo de los indios
de la región. La interpretación
de tales manifestaciones en
todos los casos parte sólo de lo
verificado, puesto que el autor
guarda insalvable distancia de todo
prejuicio o sesgo ideológico. A las
detalladas descripciones se añade
aquí el invaluable testimonio de los
propios moradores, a diferencia de
los casos previos en estudios de esta
clase, en los que primaba la palabra
de los otros, los dominadores.
Del mismo autor pueden leerse,
también con el sello del Fondo,
Viaje a la Huasteca con Guy
Stresser-Péan (2008) y El Códice de
Xicotepec: estudio e interpretación
(1995).
antropología
Traducción de Roberto Rueda Monreal y Arturo
Vázquez Barrón
1ª ed., fce-cnca-cemca, 2011, 614 pp. + 1 cd
978 607 16 0581 8
$445
política y derecho
1ª ed., 2011, 1 086 pp.
978 607 16 0560 3
$590
POESÍA COMPLETA
A LFR EDO R . PL ACENCI A
Con esta edición minuciosa,
Ernesto Flores cumple el vivo
interés que expresara hace tiempo
el poeta Gabriel Zaid: reunir
la obra del padre Alfredo R.
Placencia (Jalostotitlán, Jalisco,
1875-1930), poeta notable, cura
pobre, poseedor de una “inocencia
mundana” y una “vehemencia
AGOSTO DE 2011
espiritual”. Los libros reunidos
en este volumen son El paso del
dolor, Del cuartel y del claustro y
El libro de Dios. Pobre, enfermo,
compasivo, Placencia no perdió
el humor ni la alegría. De corte
autobiográfico casi todos, sus
poemas son “una especie de diario
de un cura de aldea” —al decir del
propio Zaid, quien no ha ocultado
su entusiasmo delante de estos
versos del poema “Ciego Dios”:
“Así te ves mejor, crucificado.
/ Bien quisieras herir, pero no
puedes. / Quien acertó a ponerte
en ese estado / no hizo cosa
mejor. Que así te quedes”—. En
sueños veía Placencia, en sueños
vivía, entre la fiesta, la música, y
también la escasez, en la vigilia.
poesía
Edición y prólogo de Ernesto Flores
1ª ed., 2011, 648 pp.
978 607 16 0624 2
$395
Carlomagno a España, de la derrota de Roncesvalles y de la muerte de Roldán, así como
un breve apéndice con una composición polifónica, a la que hoy el público puede acceder
gracias a innumerables grabaciones .
C
omo es de esperarse, ese volumen
era celosamente cuidado: se hallaba dentro de una caja fuerte, en una
sala con cámaras de video —que sin
embargo no apuntaban hacia él— a la que sólo
un puñado de personas tenía acceso. El Liber Sancti Jacobi desapareció, no obstante,
sin que se ejerciera violencia, como si alguien
de casa hubiera llegado hasta él para sacarlo a dar un paseo, razón por la cual no se detectó su desaparición de inmediato; esas circunstancias han llevado a la policía a preferir
como hipótesis la posibilidad de que sea un
hurto en represalia por algún hecho doméstico en vez de una operación de ladrones especializados en bienes de alto valor cultural
(Por cierto, el códice carecía de seguro, pues
el costo de contratar uno resultaba un disparate: en 1990, con motivo de su posible exposición en Burgos, se calculó que la póliza costaría el equivalente a varios millones de euros
de hoy.)
E
LA PROFANACIÓN
DEL ARTE
De cómo la corrección
política sabotea el arte
n el prólogo, el papa Calixto —de
quien la obra toma el nombre— dice
que “he pasado innumerables angustias por este códice […] Caí en poder
de ladrones y despojado de todo sólo me quedo el manuscrito. Fui encerrado en prisiones
y perdida toda mi hacienda, sólo me quedó
el manuscrito. En mares de profundas aguas
naufragué muchas veces y estuve a punto de
morir, y al salir yo salió el manuscrito sin estropearse. Se quema una casa en la cual yo
estaba y consumido mi ajuar escapó conmigo
sin quemarse el manuscrito.” Tantas señales
lo convencieron de escribirlo; confiamos en
que el buen Santiago ayude al códice a superar esta nueva calamidad y que el vetusto volumen reaparezca.
ROGER KIMBA LL
En este extenso y documentado
alegato de Kimball sólo “quedan
vivos” los artistas; los demás —los
retóricos exegetas, los críticos,
los académicos de retórica
estrafalaria— son todo un caso.
Actúan como lo hacen, puede
pensar uno, por pura ignorancia o
por mala fe, o por las dos cosas, y
por estar casados con un cartabón,
un modo de pensar, interpretar,
escribir acerca de las obras de
arte. Sin entender que las obras de
arte son lo que cuenta, de veras. Y
es que el concepto “obra de arte”
parecería relegado, cuando no del
todo marginado de las discusiones
que de un tiempo a esta parte
se suscitan. El autor, indignado
porque los estudios recientes
sobre historia del arte parecen no
interesarse en las obras sino que
se valen de ellas para defender
causas políticas, no se enfrenta
a pesos livianos: casi todos ellos
han capitaneado equipos célebres
y numerosos, y obtenido títulos
en las más arduas competencias:
Benjamin y Heidegger, por
ejemplo, muy políticamente
correctos, muy ideologizados. Por
ejemplo: los que entienden o creen
entender a Van Gogh tendiéndolo
en el diván o hallando en él a
una especie de genio ¡de la física
cuántica! Este libro controvertido
sólo en un primer acercamiento
puede parecer conservador.
breviarios
Traducción de Mariano Sánchez Ventura
1ª ed., 2011, 210 pp.
978 607 16 0630 3
$150
a
A
ún mayor intercesión habría necesitado El Parnaso de Coyoacán
para mantenerse en activo. Ese
espacio que simbolizó la charla intelectualizada en torno a una tasa de café vivió una prolongada metamorfosis en sentido
inverso, desde su gloria mariposesca en los
años ochenta hasta su pasado reciente, en que
se arrastraba cual oruga, con una oferta cada
vez más diluida, aferrada a la lógica del precio bajo como único argumento comercial. Su
enclave inmejorable, sus libreros alguna vez
expertos, su doble discurso de tienda culturalmente elitista y a la vez proclive a los descuentos inverosímiles, la calidez —y calidad—
de sus mesas de exhibición no bastaron para
mantener a flote ese símbolo del comercio libresco en la capital de México.
S
iempre resulta lamentable el cierre
de una puerta por la que se accedía
al infinito mundo de la palabra impresa; más lo es que ocurra por incapacidad de sus dueños para animar la conversación que los libros propician. Acaso las
primeras en abandonar nuestro Parnaso fueron las musas y ya sin su inspiración la librería languideció hasta no poder cubrir siquiera la renta del local. Desde luego, y a pesar de
que Nalanda es sólo un espejismo de lo que
llegó a ser y de que El Alma Zen bajó la cortina, la zona no queda desguarnecida, pues
en las inmediaciones hay una sucursal de El
Sótano, está la Librería Coyoacán, prosperan
algunos comerciantes de ejemplares de segunda mano y se anticipa la apertura de una
despampanante tienda de Educal que llevará
el nombre de Elena Garro. Que san Cutberto
y Santiago, tan afectos a los libros, protejan a
esos sobrevivientes.W
TOMÁS GRANADOS SALINAS
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Engañosamente relegada a la parte de atrás de un libro, la “cuarta”es una de sus partes
fundamentales, pues busca despertar el apetito de los lectores —y por ello determina
en alguna medida el destino de una obra en las librerías—. Demos una vuelta por su
historia, sus desafíos y sus estrategias de escritura, tal como la conciben algunos
editores literarios en la Francia de hoy
De cuarta
CA MILLE THOMINE Y PIERRE -ÉDOUARD PE I LLO N
——————————————————————————————
S
olemos olvidar que los libros están hechos de tal modo que
siempre los empezamos a leer al revés; para convencerse de
ello, basta observar a los lectores potenciales que vagan al
azar por los estantes de una librería: cuando su mirada queda atrapada por un título, el nombre de un autor o la mención de un premio literario sobre un vistoso cintillo, lo primero que hacen, invariablemente, es voltear el libro y leer el
texto de contraportada. No cabe la menor duda: si se aparta
el reverso de un libro para la “cuarta” es justo porque ésta
desempeña, por lo que toca a la lectura de la obra, uno de los
papeles más estratégicos. “Zona indecisa entre adentro y afuera”, como la describía Gérard Genette en su obra dedicada a los “umbrales” del texto literario,
la cuarta funciona como el vestíbulo de la novela, pues ofrece a todos la posibilidad de entrar en ella o, por el contrario, de darle la espalda. Por eso es objeto
de suma atención de los editores… y de sus cuestionamientos: ¿qué importancia
debe asignarse a este texto?, ¿qué tan largo debe ser para despertar la curiosidad
del lector sin disipar su frágil atención?, ¿hay que encargar su redacción al autor
mismo?, ¿le corresponde sólo al autor intervenir en lo que, finalmente, definirá la
comercialización de su obra?, y, por otro lado, ¿cómo promover la obra sin alterar
su sentido ni caer abiertamente en el puro discurso mercadotécnico?
BREVE HISTORIA DE UN BREVE TEXTO
Si bien hoy estas preguntas son obligadas, una arqueología de la cuarta nos demuestra que no siempre fue así. En el Siglo de las Luces ya existía bajo la forma
embrionaria —y claramente publicitaria— del “prospecto”: una suerte de anuncio redactado para la prensa y que pronto daría origen a la “solicitud de inserción”: un texto breve, estimulante y elogioso, que los directores de periódico del
siglo xix recibían con la atenta solicitud de insertarlo en sus columnas para informar al público de la actualidad editorial. Durante la primera mitad del siglo
xx y el periodo de entreguerras, estos comunicados darían origen a un encarte:
una hoja intercalada sólo en los ejemplares para la prensa, destinada a su público meta: el de los críticos literarios. Sólo después de la segunda Guerra Mundial
se incluyeron esas hojas sueltas en todos los ejemplares —sólo entonces se diri-
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gieron al público en general— y tomó aún más tiempo para que se imprimieran
directamente, por razones básicamente económicas, en el reverso de los libros.
La cuarta de forro requiere fineza e ingenio; en ella debe dosificarse sabiamente la sobriedad de una reseña y los excesos del ditirambo; debe plantear un
sutil juego de atracción y de fuga. Su redacción es un ejercicio peligroso al que
varias editoriales rehuyeron por mucho tiempo. En vano buscará el lector una
cuarta en las obras de Beckett: al reverso de las primeras ediciones de Final de
partida o Esperando a Godot no se asoma más que la estrella azul de la editorial
Minuit. En cuanto a la contraportada de El mar de las Sirtes, ahí sólo figura la austera lista de otras obras de Julien Gracq “publicadas por la misma editorial” (es
decir, por José Corti). Ahora, sin embargo, estas editoriales reacias han tenido
que renunciar a la virginidad de sus cuartas; si bien se las considera más estéticas, sólo subsisten en los dominios de sus ediciones históricas. “Si pudiera hacerlo, a mí no me molestaría evitarlas —explica Fabienne Raphoz, corresponsable de
las ediciones Corti—; pero querer destacar a cualquier costo puede producir un
gesto altanero o elitista, cosa que no buscamos; por eso sí le entramos al juego.”
LA MEJOR PLUMA PARA UN TEXTO DE CONTRAPORTADA
En mayo de 1926, un mes antes de la publicación de Mont-Cinère, Julien Green
escribía en su diario: “hoy redacté el aviso que insertarán en los ejemplares de mi
libro que se enviarán a la prensa; es ridículo y molesto escribir así sobre uno mismo, pero si no lo hago yo, otro más lo hará y seguramente lo hará peor”. Una década más tarde, en la cuarta de su Gilles, Pierre Drieu La Rochelle confesaba tener
las mismas dificultades, pero llegaba a una conclusión diametralmente opuesta:
“Es difícil para el novelista redactar una ‘solicitud de inserción’ si sabe que la crítica la leerá como si fuera un prefacio. Por supuesto, una novela no admite prefacio; no puede más que bastarse a sí misma […] No es el autor quien debe analizar
su libro, sino el crítico.” Al afirmar esto, nuestro escritor recoge, en la propia contraportada de su libro, un debate editorial que no ha terminado aún.
Mientras que algunos editores, como P.O.L —hoy un sello de Gallimard—, el
mencionado Corti, Michel de Maule, etcétera, afirman que el propio autor tiene la
mejor pluma para hablar de su obra, otros insisten en que éste carece de suficiente distancia respecto de su propio libro. Así, mientras que Fabienne Raphoz cree
a
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fervientemente en el “síndrome de Mozart” (quien compuso la obertura de su Don
Giovanni apenas la víspera de su primera representación en el Teatro Nacional de
Praga), Dominique Gaultier, fundador de la editorial Dilettante, considera sencillamente nefasta la proximidad que el artista tiene con su obra: “a veces es difícil
hacer que los escritores admitan algo tan evidente; entonces les explico que ellos ya
hicieron la joya y que el estuche nos corresponde a nosotros”. En la editorial Actes
Sud, las cuartas que redacta “la casa” son toda una tradición y se distinguen claramente de otras por la advertencia “El punto de vista del editor”, leyenda siempre
en mayúsculas a la que se agrega —o al menos así se hizo hasta principios de los
años noventa— la firma de quien había escrito la cuarta, usualmente un gran editor, como Bertrand Py o Hubert Nyssen… “Ésta es una manera de recordar a los
lectores que nuestras cuartas presentan una opinión subjetiva y que la asumimos
como tal”, explica Marie Desmeures, editora responsable de la colección Babel en
esa casa editora. Para ella, los autores suelen estar perfectamente conscientes de
su propia falta de distanciamiento y normalmente se encuentran angustiados por
el próximo lanzamiento de su libro, de manera que, si bien llegan a sugerir algunos “ajustes menores”, por lo general respetan el juicio del lector externo, incluso
ción todavía sigue imprimiéndose en un papel rosa, sin ilustraciones, con sólo un
breve fragmento como decoración. Según Marie Desmeures, “este deseo de regreso a la obra le vino de un hartazgo por la sobredosis de paratextos, como si,
después de cierto tiempo, uno se diera cuenta de que las fórmulas, la trama, los
superlativos son siempre los mismos, dentro de una subasta interminable”. Sin
embargo, esta editora evita, en su caso personal, las citas, pues las considera la
confesión de su propio fracaso, ya que, en la librería, el lector siempre puede abrir
la novela al azar para ver directamente el estilo del autor. “Creo que el punto de
vista del editor es importante para guiar nuestras elecciones; es otra forma de
entrar en el libro.” Los lectores de Magazine Littéraire están de acuerdo con este
punto de vista: en un sondeo reciente, la gran mayoría (63%) dijo preferir un resumen en la cuarta antes que un fragmento. Como en Actes Sud, en Gallimard
hoy en día se prefiere evitar la cita. Cuando el autor la propone, como J. M. G. Le
Clézio, se deja, pero según Ludovic Escande, incluso entonces “hay que intentar
recontextualizarla”.
En la editorial Michel de Maule, el texto cubre prácticamente toda la cuarta de
forro. Para el fundador de esta pequeña editorial, Thierry de la Croix, “no se tra-
“
TODO ES UN ASUNTO DE ESTILO. POR ELLO,
PARA NO MENTIRLE AL LECTOR, LOS EDITORES SE IMPONEN UN IMPERATIVO:
DECIR SIN DECIR, PERO SIN ENGAÑAR
cuando ofrece una opinión muy diferente de la suya. En estos casos, el editor desempeña plenamente su papel de “lector primigenio”, encargado de representar a
los demás lectores y de “exigir en nombre de ellos”, tal como lo explicaba Bertrand
Py en el 2008, en una entrevista publicada en la revista belga ONLit.
Algunas editoriales incluso han creado, con una perspectiva más explícitamente comercial, un puesto específico que se dedica por completo a la redacción de
cuartas y que trabaja casi siempre al lado de los encargados de la promoción. En
Albin Michel, por ejemplo, Anna Colao redacta hasta cuarenta solicitudes de inserción por mes para libros de todos los temas, y sólo deja de hacerlo en aquellos pocos
casos en que el autor insiste, de manera categórica, en encargarse de la cuarta él
mismo (eso hace Amélie Nothomb, por ejemplo). Por supuesto, esta carga de trabajo no le permite leer todas las obras: “leo superficialmente las pruebas —explica
Colao— y trabajo a partir de notas de lectura de los editores y traductores”.
En la mayoría de los casos, sin embargo, la cuarta es el resultado de una estrecha colaboración entre el escritor y su editor, un diálogo que, según las editoriales y los escritores, funciona de un modo u otro. Así, en sellos como Gallimard,
Denoël —que forma parte de la anterior— o Michel de Maule, el editor entrega al
autor un “borrador” o “esqueleto” de la cuarta que puede modificar a su gusto, y
a veces de manera radical. En cambio, hay veces en que un escritor —es el caso de
J. M. G. Le Clézio— tiene una idea muy precisa de lo que espera del texto de contraportada; toca el turno entonces a los editores de asumir la delicada tarea de
corregir el texto cuidando de no herir susceptibilidades: acortarlo cuando es muy
extenso (una preocupación recurrente para la célebre colección Folio) o “invitar
al escritor a que sea un poco más audaz cuando su texto resulta demasiado modesto”, como explica Fabienne Raphoz.
UNA SOLA REGLA: ¿LA AUSENCIA DE REGLAS?
Si bien la redacción del texto de la cuarta de forro sigue un proceso relativamente similar en la mayoría de las editoriales, los resultados varían mucho: un párrafo largo o breve, explícito o enigmático, elogioso o descriptivo: las variantes son
muy numerosas, especialmente porque diversas opciones de escritura no se excluyen entre sí. Parecería que la única regla es que no hay reglas: debe resolverse
la redacción caso por caso.
No obstante, en cada editorial hay cierta homogeneidad entre una cuarta y otra,
y este rasgo acaba relacionándolas entre sí, aunque se trate de estilos diferentes.
En Actes Sud, por lo general, los textos se apegan al esquema “resumen de la trama, elemento perturbador y comentario con análisis”. Lo mismo sucede en Gallimard, donde Ludovic Escande prefiere un “enunciado tácito” que se corresponde
con el “estilo de la editorial”; este editor recuerda, por ejemplo, la moda de las cuartas apretadas en dos líneas, calificadas de “impactantes”: “Antoine Gallimard rechazaba ese modo pues, por respeto al lector, creía necesario proporcionar información correcta y suficiente de la obra.” Así pues, no hay reglas, pero sí una ética
editorial que se va definiendo de una casa a otra. Mientras que en las oficinas centrales de Gallimard las cuartas demasiado breves casi no existen, éstas abundan en
P.O.L. El fundador de este sello, Paul Otchakovsky-Laurens, advierte que ese texto
tiene una vocación “únicamente literaria y no promocional”; debe, pues, evocar el
tono de la obra y, para ello, bastan algunas líneas, incluso unas cuantas palabras.
En cambio, Actes Sud se distingue por presentar textos largos en sus cuartas
de forros. A pesar de ello, para Marie Desmeures el primer reflejo, una vez redactada la cuarta, es recortarla: la cuarta es “como el agujero de la cerradura por la
que percibimos la novela”. Por esta razón, no debe ser un mazacote de información (si lo fuera, se correría el riesgo de resultar ilegible). Sobre todo, “no es posible recorrer un libro en una sola página; si alguien lo lograra, el libro no existiría”. Al renunciar a la exhaustividad (si la hubiera, se negaría su propia razón de
ser), la cuarta deja ver de forma irónica —a través de agujeros hechos a propósito— hasta qué punto la obra es autosuficiente, porque si unas cien páginas pudieran resumirse en unos cuantos renglones, se desacreditaría el valor de la obra.
Frente a este dilema, a menudo los editores están tentados de presentar el libro lo más sucintamente posible. El modelo de esta sobriedad es, sin duda, la cita:
se coloca en la cuarta un fragmento de la novela que resulte significativo, remitiendo así directamente a la intimidad de la obra, sin intermediarios que puedan
corromperla. Cuando en 1995 Hubert Nyssen, fundador de Actes Sud, lanzó la
colección Un Endroit où Aller [Un lugar adonde ir], su elección iba en contra de
las prácticas editoriales de la época: caracterizada por su simplicidad, esta colec-
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”
ta de crear una marca para el sello editorial, sino de una actitud natural. Como
hacemos muchos ‘rescates’, nuestro deseo de volver a sacar a la luz una obra olvidada nos obliga a explicar por qué es interesante.” La contraportada de un libro
no sólo rinde tributo al texto que presenta, sino también define la intención editorial que anima su publicación.
VIAJE AL FIN DE LA CUARTA
Así pues, en Gallimard la cuarta cambia según la colección. Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline, presenta un texto distinto de contraportada según las diferentes ediciones que ha tenido: un fragmento para la colección Folio,
una presentación de la obra para la Collection Blanche y una presentación de la
colección misma, sin referencia al texto, para Folio Plus Classique. Cada una de
estas opciones se refiere menos al contenido de la obra que al público lector al
que se dirige. Así, para el gran público parece superfluo el texto introductorio; las
ediciones de Viaje… en formato de bolsillo no tienen más que una cita en la cuarta de forro. Desde su primera publicación bajo el sello Folio en 1972, encontramos el mismo fragmento —una disquisición en contra de la guerra—, salvo una
edición de 1996, que citaba una diatriba contra el hombre y el amor; este cambio
refleja cierta preferencia por lo oscuro, no sólo por abandonar un pasaje luminoso, sino también por la diferencia de tono que infundía a la obra: desaparecía
el Céline humanista para dar paso a un Céline misántropo; hacía falta, pues, regresar a la cita original, más próxima a la opinión generalizada sobre este autor.
La Collection Blanche, en cambio, no se dirige a esa gran comunidad de públicos
lectores; prueba de ello es el texto de presentación de Viaje…, en su edición del
2007, que califica a la novela de “una gesta contemporánea”; este término, propio de la terminología literaria, margina a ciertos lectores al tiempo que apela a
quienes saben reconocerlo y apreciarlo. Por otro lado, esta cuarta se diferencia
mucho de aquella de la colección Folio Plus Classique, donde no es la obra sino el
acercamiento de la obra lo que la cuarta intenta resaltar: en un registro elogioso
(“enriquecido”) y propio de la claridad pedagógica (“organizado en seis puntos”),
el texto de cuarta expone, por un lado, las intenciones editoriales y define, por
otro, quién es su público lector (“Recomendado para las clases de preparatoria”).
La cuarta, así, es el espejo en el que se podría reconocer cada lector, como si ésta
le susurrara: “dime quién eres y te diré si te convengo”.
Como siempre, todo es un asunto de estilo. Por ello, para no mentirle al lector,
los editores se imponen un imperativo: “decir sin decir, pero sin engañar”, como
lo subraya Anna Colao de Albin Michel. Marie Desmeures reconoce que a veces
busca imitar el estilo del autor: “cuando estoy imbuida del estilo de la novela, me
doy cuenta, a mi pesar, de que tiendo a calcarlo”. No obstante, Ludovic Escande,
editor de Gallimard, gusta de recordar a sus autores que “la cuarta responde en
parte a una necesidad comercial, por lo que no es una parte del libro: es ya otra
cosa”. Esta no man’s land, entre anuncio y literatura, aparece claramente en los
textos de contraportada de las ediciones de 1971 y del 2007 de Viaje al fin de la noche de la Collection Blanche. En ambos casos, la obra se presenta con un registro
que, aunque parezca extraño, tiene algo de factual y de elogioso al mismo tiempo:
se describe como “la novela más famosa de Céline” y se aclara que fue “recibida
como un gran acontecimiento literario”, declaración que se basa en una alusión
al premio que obtuvo (el Renaudot). Esta información es irrefutable, incluso diríamos que ineludible si se pretende situar correctamente la obra en la historia
literaria pero, a la vez, se trata de precisiones que ayudan a revalorizar la novela y
refuerzan su estatus de obra maestra.
Auténtico ejercicio de funámbulo, la cuarta funciona realmente como una invitación a la lectura, pero, ¿se trata de una simple convocatoria o de un anuncio
mentiroso? Las cuartas más sutiles oscilan entre esos dos polos: consiguen atraer
al lector —dejándole la ilusión de que viene por su propia voluntad— y fascinarlo
sin señuelos. ¿Acaso ninguna regla podría ayudar a su redacción? En realidad estos breves textos responden a una sola exigencia —que también podríamos calificar de ambición—: hacer que los demás lean.W
Camille Thomine y Pierre-Édouard Peillon son periodistas de Magazine Littéraire
(www.magazine-litteraire.com), en cuyo pasado número de abril apareció este artículo; lo reproducimos con su autorización. Traducción de Ivette Hernández.
a
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James
George
Frazer
La rama dorada
Magia y religión
Esta nueva edición, compendiada
enteramente a partir de los doce
volúmenes de la primera publicación
completa de la obra (1906-1915),
restituye los pasajes censurados en el
resumen de 1922 y en sus ediciones
subsecuentes. Con esta nueva versión se
ofrecen por primera vez
al público hispanohablante las
teorías más audaces de Frazer
contextualizadas con un nuevo aparato
crítico, introducción y notas
www.fondodeculturaeconomica.com
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