Miedo a la guerra confina a los embera LAS CONTINUAS AGRESIONES de los grupos armados tienen confinados a los embera en el sector Carretera, entre Quibdó y Carmen de Atrato. Ya no cazan ni pescan por temor a morir en el fuego cruzado entre Ejército y guerrilla. Javier Alexander Macías | Enviado especial, Chocó | Publicado el 25 de abril de 2010 Los recuerdos de aquella noche lluviosa del pasado 16 de marzo, en la que un hombre sin camisa, encapuchado, con pantalón camuflado y de botas, irrumpió en la vivienda embera, no se borran de la memoria de José*. El hombre, más alto que él y cuyo torso negro era lo único que podía verse, se identificó como guerrillero de las Farc. Sin dejar de apuntarles con su fusil a las dos mujeres embera que descansaban en la casa, le dijo a José que necesitaba a su esposa para "estar con ella". "Eso fue a las 9:00 p.m. Nadie se había enterado en la comunidad de lo que sucedía. Mientras las mujeres lloraban, el hombre decía que si gritábamos nos mataba. Me acosaba para que le dijera a mi mujer que rápido, que quería estar con ella y yo le decía que no. Nos amenazó y nos amarró a la abuela y a mí. Cuando iba a violar a mi mujer, yo me solté y me tiré encima de él, forcejeamos y se escaparon dos tiros", recuerda José amargamente. Con el ruido de los disparos, el negro se escapó entre los altos matorrales del resguardo con la complicidad de la noche oscura. La guardia indígena llegó unos minutos después y preguntó qué sucedía. Luego llegó el Ejército; la confusión reinaba entre los embera. "En la huida, el hombre dejó tirado el fusil que entregamos al otro día a las autoridades. Con eso nos dimos cuenta de que no era un guerrillero sino un soldado que quería aprovecharse de mi mujer", dice José. La denuncia de los embera hizo que el coronel Juan Pablo Jérez Cuéllar, comandante de la Brigada XV, a la cual pertenece el presunto abusador, iniciara las acciones para una investigación. "Apenas recibimos la queja nos fuimos con tres abogados al sitio. Tomamos las declaraciones e iniciamos las investigaciones. A ese soldado lo está investigando la justicia ordinaria para que haya transparencia en esa situación", explicó Jérez Cuéllar. Pero aunque el soldado está en la cárcel, desde esa noche, la mujer embera no ha sido la misma. No habla, come poco y la tristeza le ha cercado el alma. De su cuerpo se apoderó el jaiperabu: la enfermedad del miedo. Jaiperabu llegó al resguardo Ese mismo jaiperabu ha invadido a las comunidades indígenas de El 20, El 18, Mambual, Río Playa, Ovejas, Matecaña, Abejero, Toldas y 13 más de esta etnia que habitan cerca de la carretera entre Quibdó y Carmen de Atrato, en Chocó y que hoy están en medio de los combates que libran el Ejército y la guerrilla. Los enfrentamientos y las agresiones de los grupos armados les han cambiado sus costumbres ancestrales, al punto de que la caza, la pesca y la recolección de los frutos y sembrados han quedado relegados. El último enfrentamiento fue el 7 de abril pasado, a poca distancia de la comunidad El 18. Las mujeres iban a sus fincas y los hombres trabajaban en las parcelas cuando el Ejército y el Eln chocaron, lo que provocó que la comunidad se refugiara en la escuela. Desde ese día, no van por sus alimentos a sus parcelas y sólo comen primitivo (guineo) cocinado con sal. Por ésta y otras razones Jairo* y los otros embera no salen de su comunidad. La situación de verse en medio de las balaceras o sometidos a las requisas constantes por los soldados del batallón Alfonso Manosalva Flórez les molesta. "Cuando encontramos al Ejército en la vía nos acusan de ser auxiliadores de la guerrilla. Nos maltratan con palabras soeces y hasta nos toman fotos. A nuestras mujeres les tumban los canastos buscando cosas que, según ellos, llevamos a los guerrilleros", dice. Jairo camina preocupado. Con las manos en los bolsillos y cabizbajo, recorre los caminos empantanados de su resguardo. Se pregunta cuándo el goro goro (Ejército) o la meambema (guerrilla) dejarán de recorrer y acampar en sus territorios, lo que pone en riesgo la vida de los embera. Algunas veces, los gobernadores les piden que se vayan para evitar ser objetivo militar. "Después de que ellos están acá y se van, vienen los otros y nos dicen que somos colaboradores. A los niños, los soldados les ofrecen golosinas o dinero para que digan donde está la guerrilla. La meambema también nos dice que los llevemos donde están los soldados o que les colaboremos para que los niños y las mujeres les lleven las armas hasta donde ellos acampan, les carguen los mercados o les lleven mensajes; como nos oponemos, nos amenazan", relata Jairo. Patricia Tobón Yagarí, abogada de la Asociación de Cabildo Indígena Orewa, explica que las comunidades se encuentran estigmatizadas y afirma que "los quieren utilizar como informantes, además, sus territorios han sido campo de fuego cruzado, los líderes señalados y están preocupados porque se puedan desplazar". Ante esta situación, el coronel Jérez Cuéllar afirma que para el Ejército y según la Constitución, no hay territorios vedados. "Hemos respetado y dado instrucciones a los soldados. Todos saben qué pueden hacer y qué no y saben qué está prohibido. No dejaremos la carretera porque hay una amenaza de que las Farc y el Eln van a salir a la vía a quemar buses, camiones, a robar mercancía y a secuestrar. No podemos desocupar la carretera solo porque los indígenas no pueden salir", agrega el militar. Por eso las comunidades ya no cazan ni pescan y los alimentos sembrados se han quedado sin quien los arranque de la tierra. El jaiperabu que les produce la guerra los encerró y en los territorios indígenas, el hambre ha comenzado a hacer de las suyas. Ni para el sexo ni la guerra Francisco* siente rabia. En su tambo de madera, rodeado de selva espesa y de ríos inmensos como el Atrato, alejado de la carretera a unas cinco horas a pie por caminos empedrados o pantanosos que bordean las montañas, no entiende cómo un soldado va hasta las casas y ofrece dinero a las embera para tener relaciones sexuales con ellas. "Le dijimos al comandante de la tropa y este nos respondió que antes eran las mujeres las que se ofrecían por dinero", afirma Francisco, gobernador indígena. De ahí que las embera wera ya no caminan solas por temor a encontrarse al goro goro. Pero lo que más preocupa a las autoridades embera y a las madres de los indígenas, es el riesgo al que están expuestos sus hijos. La guerrilla del Eln ha repartido cds y panfletos, y junto a las Farc, buscan reclutar a los menores de edad. "Ellos no entienden que nosotros no parimos hijos para la guerra. Nosotros parimos hijos para el futuro de nuestras comunidades. Queremos que los dejen tranquilos", dice una embera mientras las lágrimas mojan su inkera, el collar multicolor que pende de su pecho. Francisco Moreno Mosquera, defensor del Pueblo en Chocó, afirma que están pendientes de recibir las denuncias. "Emitiremos un informe de riesgo para esta población por su vulnerabilidad ante los actores armados una vez haya desplazamiento o confinamiento declarado. Esto nos permitirá dar una alerta temprana para que el Gobierno Nacional tome las acciones y evitar que ocurra una catástrofe", comenta el defensor. Los embera sienten que ya su tierra no les pertenece. El miedo que ronda por sus tambos les ha quitado sus costumbres ancestrales, y el jaiperabu les quita el sueño, más cuando los perros delatan su presencia en las noches silenciosas de sus resguardos. *Nombres cambiados » Contexto Una comisión viajó a la zona Los cerca de 1.900 embera de la zona carretera que habitan hace más de 60 años en esta parte del Chocó en condiciones de pobreza, han vivido entre el conflicto armado por más de 30 años. Los indígenas denunciaron que hace 14 años se recrudeció la violencia, pero desde el 2009 y más aún en lo que va del 2010, los combates y las continuas agresiones de los grupos armados los han confinado. Esta situación ha generado que las comunidades aguanten hambre y que los niños se enfermen de vómito y diarrea. En cuatro meses, han muerto cuatro niños indígenas. Además, han perdido sus tradiciones culturales. Los últimos hechos propiciaron que una comisión observadora integrada por la Diócesis de Quibdó, la organización Christian Aid, de Gran Bretaña e Irlanda; el Movimiento Sueco por la Reconciliación, SweFor; la Defensoría del Pueblo de Chocó, y la organización vasca Mundubat, viajaran a la zona para conocer la situación y lanzar la voz de alerta.