El discurso sobre la pobreza a lo largo de la historia Rogelio Jiménez Marce Universidad Iberoamericana-Puebla Existe una amplia bibliografía sobre la pobreza que analiza sus aspectos económicos, sociológicos, políticos y antropológicos, pero la historia, tanto de sus concepciones como de sus condiciones pasadas, ha merecido menor atención,1 pese a que existen numerosos documentos que darían cuenta de ella, entre los cuales destacaban los sermonarios, escritos piadosos y libros de teología, mismos que darían cuenta de la forma en que se construyó una “moral narrativa” de la pobreza. En este trabajo busco realizar una primera exploración de la manera en la que se ha transformado el concepto de pobreza, pues, como lo indica Foucault, los conceptos varían en función de las distintas sociedades, épocas y formas de discurso. 2 Así, en un primer momento, mostraré el discurso sobre la pobreza contenido en el Antiguo y Nuevo Testamento para después, en un segundo momento, evidenciar en que momento la pobreza se convierte en un elemento central de la predicación y en un tercer momento, esbozar el discurso presente en varios manuales religiosos de los siglos XVII y XVIII. El discurso bíblico de la pobreza En el Antiguo Testamento se planteaba que la riqueza y la pobreza provenían de Yahvéh, motivo por el cual se consideraba que los dos conceptos eran correlativos más que excluyentes, es decir, la riqueza y la pobreza formaba parte de los designios divinos y por lo mismo, no se les podía juzgar desde el aspecto económico sino desde el ético, motivo por el que la riqueza se consideraba un “bien relativo”, en tanto que la pobreza se concebía como un “mal relativo”. Se le daba mayor importancia a la riqueza, debido a que se le reconocía como una 1 2 Katya Rodríguez, “Política”, 2009, p. 135. Michel Foucault, Arqueología, 1984, p. 67. “recompensa divina” y un “bien apetecible”, al que sólo tenían acceso los hombres virtuosos y temerosos de la divinidad. Aunque se reconocía que Dios otorgaba la riqueza, también se mencionaba que el hombre podría adquirirla por su propio esfuerzo. Sin embargo, se hacía la advertencia de que este “bien magnífico” podía tornarse peligroso, cuando se adquiría de manera injusta o se ostentaba con orgullo. Lo contrario sucedía con la pobreza que, según el discurso bíblico, era provocada por la ociosidad y la búsqueda de placeres de los hombres. El rechazo a la indigencia material se explicaba en función de que ésta evidenciaba la pereza de la humanidad. Así, existen tres conceptos para referirse a esta condición: ras (pobre), ebyon (necesitado) y dal (dependiente, sin recursos, sin apoyo, socialmente débil), pero también apareció el concepto de anawin, que es el plural del adjetivo hebreo anaw, que expresaría la pobreza espiritual y que mostraba la actitud del hombre justo que manifestaba humildad, desprendimiento y confianza ante la divinidad. 3 Es de advertir que para llegar a la pobreza espiritual, por lo menos en ese momento histórico, no se requería renunciar a los bienes materiales, sino que se debía tener confianza en Dios, de tal manera que no existía ninguna mención respecto a la pobreza voluntaria. Pese a la carga negativa que ostentaba el concepto de pobreza, lo ideal era que la realidad socioeconómica y la actitud espiritual se unieran, situación que ayudaría a que Yahvéh no los abandonara, los profetas intervinieran por ellos y que la ley intentara mitigar su suerte. De hecho, se decía que los pobres podían alcanzar la felicidad siempre y cuando le mostraran temor a Dios, observaran las leyes y estuvieran libres de pecado. En el caso de los ricos, todavía no se incorporaba la mención de que ellos no podrían tener acceso al reino de los cielos. Esta manera de entender la riqueza y la pobreza estaba determinada, según Aquilino de Pedro, por el hecho de que el imaginario del más allá resultaba un asunto difuso e incierto. La visión respecto a la pobreza se modificaría entre los siglos II y I A. C, debido a la emergencia en Palestina del movimiento de los jasidin (los fervientes) y de los fariseos, quienes 3 Serafín de Ausejo, Diccionario, 1989, p. 1539, Paul Poupard, Diccionario, 1997, p. 66. defendían el ideal de los pobres de Yahvéh. Esta concepción se pondrá de manifiesto en textos como el Libro de los Jubileos, Los testamentos de los doce patriarcas, los Libros de Henok y Los salmos de Quimrán, sólo por citar los más representativos y que no tuvieron una gran repercusión porque se consideraban apócrifos del Antiguo Testamento. 4 Otros que también contribuirán a enriquecer la noción de pobreza fueron los profetas Sofonías, Jeremías y Zacarías. Este contexto influirá en la manera de entender la pobreza en el Nuevo Testamento, pues se mostró una mayor atención a la pobreza espiritual y la riqueza adquirirá una connotación negativa, pues se le percibía como fruto de la injusticia y como una acción que generaba “desilusiones” y “peligros”, debido a que desviaba la atención que se debía prestar a Dios, además de que los ricos se volvían “ambiciosos”, “duros”, injusto” y “soberbios”, actitudes que los alejaban del reino de los cielos contrario a los pobres, sobre todo los de espíritu, a los que se les ofrecía una eternidad de bienaventuranza. Esta aseveración resultaba paradójica, pues los pobres debían sufrir en el mundo terrenal para gozar eternamente en el otro mundo. El cambio en la valoración de la riqueza provocaría que los bienes terrenales empezaran a perder sentido y que se les otorgara mayor importancia a los bienes espirituales. Así, se comenzó a hablar de la “riqueza de la gloria”, de la “riqueza de la gracia”, de los bienes divinos y de la liberalidad. En este sentido, se postulaba que el cristiano debía tratar de poseer aquellos bienes que tenían valor ante la divinidad. La encarnación perfecta de la pobreza, en el Nuevo Testamento, se materializaba en las figuras de Isabel, Simeón, Ana, María y Jesús, quienes se caracterizaban por su apertura a la palabra de Dios, su disponibilidad y su humildad. Sin embargo, en el Nuevo Testamento no se manifestaba ningún tipo de juicio de valor sobre la pobreza material, pero si se simpatizaba con los que renunciaban de manera voluntaria a sus riquezas materiales. 5 4 Paul Poupard, Diccionario, 1997, p. 67. Paul Poupard, Diccionario, 1997, p. 67, Aquilino de Pedro, Diccionario, 1992, p. 218, Serafín de Ausejo, Diccionario, 1989, pp. 1539, 1722. 5 La concepción de la pobreza en la Edad Media A pesar de lo que se planteaba en el Nuevo Testamento, el ideal de la pobreza no constituía uno de los fundamentos del pensamiento religioso medieval de la Alta Edad media. De hecho, la pobreza era rechazada y se consideraba marginal, pues, según el pensamiento de la época, evidenciaba las acciones pecaminosas de los individuos. Así, el pobre tenía una imagen negativa y desacreditada. Sería hasta el siglo XII que se volvería un tema central en el discurso de la Iglesia como consecuencia de dos factores: el primero se refería a la gran riqueza económica y el poderío político que esta institución comenzó a tener, merced a que se logró excluir a los laicos de la esfera de decisiones y a que las autoridades eclesiales tuvieron el pleno control de sus bienes, entre los cuales se encontraba importantes extensiones de propiedades territoriales. Frente a una Iglesia que tenían un poderío económico y político sin precedentes surgió, como segundo factor, una serie de movimientos heréticos y ortodoxos que pugnaban por un regreso a los orígenes de la Iglesia. Estas herejías propugnaban por el ideal de la predicación en la pobreza, es decir, el que reproducía la vida apostólica de la Iglesia primitiva y que se entendía como un modo de vida comunitario, esto es, poner los bienes en común para dedicarse a la oración y practicar la caridad con los más necesitados, postura que se explicaba en función de que en las ciudades del siglo XII se había acumulado una gran riqueza, a la par que existía una gran cantidad de población que vivía en la miseria. 6 Los planteamientos de las herejías, también llamadas “populares”, provocarían una situación de crisis religiosa, pues se les consideraba un planteamiento “marginal” y “heterodoxo”, por lo que fue rechazado por la cultura dominante sobre todo por la aparición de numerosos predicadores errantes en los territorios de Holanda, el norte de Italia y el sur de Francia, quienes sostenían que la “verdadera vida cristiana” radicaba en la vida apostólica que entendían como una vida errante, pobre y dedicada a la predicación. Ellos también postulaban que 6 Elia Nathan Bravo, “Ordenes”, 1988, pp. 183, 185-186, 192. no había ninguna razón para que existieran los sacerdotes y los sacramentos, pues la relación que los fieles debían establecer con Dios se debía sustentar en la sencillez. Los predicadores fueron perseguidos a causa de las aseveraciones que realizaban, pues se consideraba que la pobreza constituía el camino para actuar en el mundo. Esta afirmación cuestionaba a una Iglesia opulenta bajo dos supuestos: uno ético y uno religioso. En sí, lo que se buscaba era abandonar la idea de que la pobreza era el único medio para lograr la salvación personal, sino que ésta debía extenderse a toda la sociedad para conseguir una salvación colectiva. Quizá uno de los grupos más representativos de las herejías “populares” eran los valdenses. Su fundador, Pierre de Vaux o Pedro Valdo, era un rico comerciante de la ciudad de Lyon (Francia) que en el año 1173 modificó su conducta, a raíz de una plática referente a la salvación de su alma, por lo que regaló sus bienes y se dedicó a la predicación. 7 Aunque en 1179 se aprobó el voto de pobreza entre sus seguidores, a quienes se les conocía como los “Pobres de Lyon”, también les prohibió, el papa Alejandro III, que continuaran con sus actividades de predicación, disposición que se negaron a acatar y que ocasionó que en 1184 fueran declarados herejes, además de que se les acusó de traducir la Biblia sin autorización eclesiástica. La pobreza apostólica propugnada por los valdenses, y otros grupos de predicadores, no se consideraba aceptable por su carácter radical, pues la Iglesia postulaba que la pobreza radical no constituía un prerrequisito para lograr la salvación o para conseguir el perfeccionamiento de las almas. Ante tal situación, el papa Gregorio V retomaría el ideal de la pobreza y buscó imponerlo en el interior de la institución eclesiástica, como una de las iniciativas más importantes de su reforma, aunque ésta no implicó una transformación profunda de la Iglesia ya que la pobreza se entendía como la carencia de propiedad privada individual, situación que no se reproducía en los religiosos a los que no se les pedía que llevaran una vida de pobreza. En oposición a las herejías populares se fundaron varias órdenes mendicantes, entre las cuales estaban los franciscanos, los dominicos, los 7 Ibíd., pp. 192-194. agustinos y los carmelitas, quienes se caracterizaron por tener que trabajar o pedir limosna para sustentarse. 8 Lo interesante del asunto es que las órdenes mendicantes retomaron el ideal apostólico de los predicadores, el de la pobreza voluntaria, con los que estos planteamientos dejaron de ser marginales y se integraron al discurso de la institución eclesiástica dominante, aunque la concepción sufrió importantes transformaciones tales como el perder su carácter radical (pobreza absoluta) y revolucionario (los cuestionamientos al poder, la riqueza y la jerarquía de la Iglesia). Si no se propugnaba por la pobreza absoluta, se debía a que se consideraba que era incompatible con la predicación erudita. La figura que encarnaba la nueva concepción de pobreza era Francisco de Asís, quien, al igual que Pierre de Vaux, provenía de una familia de ricos comerciantes y también renunció a los bienes materiales. En este sentido, se advierte que los estratos sociales de los movimientos pauperistas eran los ricos burgueses, los nobles y los sacerdotes, pues resultaba ilógico pensar que los menesterosos tuvieran que optar por la opción de la pobreza voluntaria. Es importante mencionar que la pobreza fue adoptada por los mendicantes por dos razones: la primera consistía en un argumento dualista que planteaba la existencia de dos principios: el bien y el mal. Como el mundo material y la carne eran malos, se requería de la pobreza para purificar el espíritu. La segunda se sustentaba en un argumento no dualista que especificaba que se debía adoptar una pobreza moderada. Se pensaba que el uso moderado y sobrio de los bienes mundanos era deseable, pues ello permitía que el hombre mantuviera su espíritu libre. De hecho, se consideraba que el mundo no era malo en sí mismo, sino que lo era la manera en que se utilizaban los bienes mundanos. Sólo se hacía buen uso de ellos cuando no se tenía el interés de conservarlos o aumentarlos. En esta concepción, el desapego del mundo constituía el camino para llegar a Dios. Así, se realizó una distinción entre la pobreza material y la espiritual. La primera se 8 Ibíd., pp. 183-184, 190-191, 197-198, 201. refería a la ausencia de posesiones y a la falta de poderes sociales o políticos. La segunda aludía a la humildad y a la ausencia de soberbia y orgullo. Es de destacar que los franciscanos entendían la pobreza desde dos aspectos: la imposibilidad de satisfacer las necesidades básicas y la humillación o falta de dignidad que experimentaba el hombre. Con la intención de revalorizar la figura del pobre, los franciscanos planteaban que la pobreza era una forma de vida respetable. También se vinculó la pobreza con la santidad, pues se decía que la pobreza espiritual era un requisito indispensable para lograrla, aunque se debatió si la material era necesaria para lograr la espiritual. La pobreza no era el único elemento que definía la santidad, sino que también se debía ser casto y obediente. La pobreza también se asoció con la predicación y llegó a postular que los pobres eran los mejores predicadores. Otro aspecto a destacar es que se buscaba el auxilio de los ricos hacia los pobres a través de la caridad, instrumento que se consideraba de un gran valor salvífico. 9 Lo anterior provocó una modificación de la teología moral que buscaba hacer aceptable la ganancia de dinero y las obras de caridad justificaban la obtención de ganancias, pero también se perfeccionaron los argumentos contra la usura, el acaparamiento y los abusos fiscales. Como se puede apreciar, no existió ningún tipo de cuestionamiento de la pobreza y sí, en cambio, se le buscó justificar como parte de los designios divinos. Si no se cuestionaran las estructuras jerárquicas del mundo, tanto económicas como políticas, se debía a que la doctrina cristiana postulaba que no se podía cuestionar el orden impuesto por Dios, pues ello implicaba un pecado y la posibilidad de condenación eterna. Así, se naturalizaba el orden social y se impedía su crítica. El discurso sobre la pobreza en los manuales religiosos Resulta interesante mostrar la manera en la que los manuales religiosos construían sus concepciones de la pobreza, pues aunque todos abrevaban de una 9 Ibíd., pp. 188-191, 199-200, 203. misma doctrina existían diferencias en cuanto a la visión de cada autor. Es importante mencionar que los textos consultados tenían referencias dispersas respecto a la pobreza y a la riqueza, por lo que fue necesario reconstruir los argumentos sobre estos aspectos en cada uno de los autores. Así, por ejemplo, en el libro de Pablo Señeri titulado El Cristiano instruido en su ley (1693) se planteaba que la codicia era la raíz de todos los males. Los ricos robaban a los pobres en su afán de poseer mayores riquezas, situación que generaba sentimientos de venganza de los menesterosos hacia los primeros. Como los pobres codiciaban la riqueza, buscaban obtenerla a través del hurto situación que era condenable, pues no buscaban sustentarse por la fuerza de sus manos. Sin embargo, Señeri caía en una contradicción cuando afirmaba que Dios era el que repartía la riqueza, motivo por el que ésta se debía respetar y no se justificaba de ninguna manera que se les quitaran sus posesiones a los poderosos. Aunque el religioso justificaba el orden social imperante, también reconocía que los ricos abusaban de los pobres debido a sus necesidades, por lo que Señeri recomendaba que no se efectuara ningún tipo de trato entre ellos y si se realizaba, se debía evitar que el trato fuera desventajoso. La gente “rica y acomodada” no sólo despojaba a los pobres de sus bienes, sino que se mofaba de sus necesidades. Si bien era cierto que se podía amar el dinero de una manera sabía y prudente, no se podía pasar por alto que su conservación y la búsqueda de su incremento implicaba un acto de maldad, mismo que podía conducir a la condenación eterna. 10 La codicia de los bienes temporales provocaba que el hombre se olvidara de Dios y cometiera numerosos pecados, entre los que se encontraban las blasfemias, los juramentos falsos, las supersticiones, los sacrílegos, los falsos testimonios, los homicidios, el odio, la contumelia, la calumnia y la deshonestidad. Los ricos no habían entendido que el dinero fue creado por la Iglesia con la intención de proteger y propagar el culto divino, pero la avaricia había ocasionado que ellos creyeran que acrecentarlo constituía una manera de adorar a Dios, sin que se percataran que la riqueza conllevaba una disposición hacia la maldad, 10 Pablo Señeri, Cristiano, 1693, pp. 452, 454-455, 457, 459-461, 474. pues ella inducía a que los hombres se volvieran altivos, ambiciosos, vengativos, deshonestos, disolutos y sobre todo, mostraran una gran crueldad en contra de los pobres. Para que los ricos se salvaran de una eternidad de castigos, debían repartir su fortuna entre los que lo necesitaran pues la prodigalidad era una virtud que Dios recompensaba. Se debía tener en cuenta que los bienes obtenidos de manera injusta no se incrementaban, sino que, por el contrario, disminuían los que se habían adquirido con honestidad, en otras palabras, las ganancias injustas se consumían con rapidez mientras que las legítimas se acrecentaban. Por este motivo, Señeri indicaba que los ricos, sobre todo aquellos que se dedicaban al comercio y a los negocios, debían restituir las riquezas mal habidas, pues ello constituía un acto de “amor a la justicia y al hombre”. 11 La restitución se convertía en un asunto de primera importancia, debido a que el que quitaba lo ajeno afectaba el “buen orden de las cosas” y Dios, como único dueño de las riquezas del mundo, era el único que podía repartirlas o quitarlas según su voluntad. El que se apropiaba de la riqueza ajena atentaba contra la jurisdicción suprema, además de que se convertía en un acto en contra del mismo hombre porque incentivaba la desunión social. Así, los ricos, y en específico los comerciantes, no sólo debían devolver aquello que habían quitado, sino que también debían abandonar prácticas como fiar las mercancías pues los pobres, al final, pagaban una mayor cantidad por los productos obtenidos. Señeri buscaba que los que cometían estos pecados tuvieran consciencia de su culpabilidad, misma que, según Paul Ricouer, constituía un juicio de imputación personal del mal. 12 El religioso cuestionaba el argumento de los comerciantes de que las ventas por medio de fianzas eran una pérdida más que una ganancia, pues ellos estipulaban un precio que les permitía obtener mayores dividendos, motivo por el cual era engañoso que ellos se presentaran como “protectores de los pobres” y que declararan que si no fuera por sus acciones “la pobreza (sic) se viera morir de hambre”. Para darle mayor énfasis a su argumento, Señeri incluyó 11 12 Ibíd., pp. 463-464, 490. Paul Ricoeur, Finitud, 1986, pp. 260-261, 263 un exempla referente a la muerte de un rico que sólo se dedicó a atesorar riquezas y nunca ayudó a sus semejantes. La historia decía que cuando se preparaba su cuerpo para enterrarlo, se encontró que no tenía el corazón que constituía “la primera piedra, que pone la naturaleza en la fábrica augusta del cuerpo humano”. El órgano se encontró encerrado en la caja en la que el difunto guardaba su dinero y era despedazado por un dragón que manifestó lo siguiente: “este oro y esta plata es el precio, porque el amigo me ha vendido su corazón, de donde yo, como su dueño, puedo hacer de él lo que quiero, y gozarlo”. Este sería el final, según el religioso, de todos aquellos que idolatraban las riquezas y que no hacían nada por ayudar a los pobres. 13 En el Promptuario de la teología moral…., obra escrita por Francisco Larraga en 1726, se mencionaba que la pobreza surgió a consecuencia de que los bienes comunes se repartieron, debido a la codicia de los hombres que buscaban poseerlos para sí mismos. De acuerdo con Larraga existían dos tipos de necesidades extremas: la secundum que era cuando no se contaba con recursos en ese momento, pero existía la posibilidad de tenerlos; y la simpliciter que se refería a la imposibilidad de salir de la pobreza por carecer de esperanza o de habilidades para obtener recursos. Los buenos cristianos estaban obligados a socorrer a sus prójimos cuando tuvieran necesidades materiales, motivo por el que debían ejercer el acto de caridad que se consideraba la mayor de las virtudes teologales, ya que obligaba al precepto de amar al prójimo con acto externo. Se contabilizaban tres géneros de bienes: los necesarios ad vitam que eran aquellos que se requerían para mantener a la persona, los necesarios ad statum que eran los que se utilizaban para mantener “la decencia de su estado” y los superfluos que eran aquellos que se guardaban por haber cubierto los dos primeros tipos de necesidades. Cuando un prójimo se encontraba en cualquiera de los dos casos de necesidad extrema, se aconsejaba otorgarle limosna proveniente de los bienes superfluos y si éstos no alcanzaban, de los necesarios 13 Ibíd., pp. 456, 462-463, 467, 472-473. ad statum. 14 En uno de los libros religiosos más difundidos en la Nueva España, el Catecismo y exposición breve de la doctrina christiana…de Jerónimo de Ripalda, editado en 1771, se realizaban breves referencias a la pobreza, pues se decía que para llegar al cielo se debían cumplir con tres condiciones: estado de castidad, pobreza voluntaria y vida de obediencia. Los pobres de espíritu eran aquellos que rechazaban las honras y riquezas, motivo por el cual gozaban de las virtudes y dones del espíritu santo. 15 En la Explicación de la doctrina christina de Joseph Faustino Cliquet, publicado en 1781, se afirmaba que los pobres eran los más afortunados del mundo, pues ellos estaban conformes con su situación pues no les interesaban los bienes temporales. Sin embargo, advertía que la pobreza espiritual otorgaba mayores virtudes que la material, debido a que la segunda era “involuntaria y forzosa” mientras que la primera era “libre y voluntaria”. Así, había ricos que eran pobres de espíritu y pobres que eran ricos de virtudes. Lo ideal, aunque suene contradictorio, era lograr riqueza material y pobreza espiritual, pues ésta era la generaba los mayores méritos. Esta perspectiva evidenciaba que la riqueza ya no se consideraba pecaminosa, siempre y cuando se manifestara amor a la pobreza así como un desprendimiento de los bienes materiales. El religioso manifestaba que los ricos no debían robar a los pobres, pues con ello incurrían en un pecado de suma gravedad, aunque no hablaba, como en el caso de Señeri, de que tuvieran que restituir lo que habían hurtado. 16 En El tratado de la vanidad del mundo… de Diego de San Cristóbal, editado en 1785, se decía que los hombres eran vanidosos, debido a que amaban la riqueza y los bienes transitorios, sin que se dieran cuenta que éstos eran “malos siervos” que conducían a la condenación eterna. De hecho, afirmaba que todo rico era malo o “heredero de lo malo” pues se encontraba alejado de Dios. Sólo se podía conseguir la salvación cuando se menospreciaban las “falsas riquezas” o se alejaba el “amor desordenado” a ellas. Aunque los pobres eran más bienaventurados que los ricos, no se debía creer que ellos tenían abierto el 14 Francisco Larraga, Promptuario, 1726, pp. 213, 215-217. Jerónimo Ripalda, Catecismo, 1771, pp. 126, 133. 16 Joseph Faustino Cliquet, Explicación, 1781, pp. 205, 335-336. 15 camino de la salvación, pues en su corazón no existía un aborrecimiento pleno de las riquezas, motivo por el que ellos sólo contaban con el “favor mediano” de Dios. A pesar de su condición, los pobres no habían entendido los bienes que les generaba su estado, pues la pobreza material no conducía a la espiritual que era la única que valoraba la divinidad. Lo interesante de este texto es que se justificaba la pobreza, pues se decía que ésta había sido la “inventora de las artes y la maestra de los buenos ingenios”. Sin la existencia de pobres, el mundo no podría sustentarse pues no habría nadie que “siembre, cave, arre, siegue y mace, y cueza el pan, y quitas los sastres y zapateros, y todos los oficios de la república sin los cuales los hombres no pueden vivir”. Desde esta perspectiva, la pobreza era necesaria pues alguien tenía que trabajar para los demás. 17 A manera de conclusión El breve recorrido histórico muestra la manera en la que la pobreza se constituyó en un elemento de la doctrina cristiana, junto con la riqueza, para mostrar la manera en la que los hombres debían comportarse. El discurso teológico no cuestionaba la pobreza material, aunque sí enfatizaba la espiritual que se consideraba el camino que conducía al cielo. La inserción de la pobreza voluntaria en el discurso teologal constituyó un asunto relevante en tanto cuestionaba la estructura de poder de la Iglesia, aunque nunca supuso una revolución que modificara la actitud de la jerarquía eclesiástica y de los demás miembros de la comunidad religiosa. Resulta interesante la manera en la que se presentaba la pobreza en los manuales teológicos analizados, pues si bien es cierto que se cuestionaba la riqueza también se presentaba la pobreza como un hecho natural, un estado ordenado por Dios y que no se podía modificar a riesgo de caer en un pecado mortal. La concepción sobre la pobreza abandonaría el campo religioso tras la incursión del pensamiento ilustrado, es decir, a partir de lo que se conoce 17 Diego de San Cristóbal, Tratado, 1785, tomo I, pp. 5-6, 66; tomo II, 258, 260, 263-264. como la Modernidad. Este es un asunto que se buscara delinear en próximos trabajos. Para finalizar, quiero mencionar que una revisión de la manera en la que se concibe la pobreza, en dos diccionarios religiosos publicados en la última década del siglo XX, muestra que estos conceptos han retomado los aspectos sociológicos y sólo, de manera difusa, se habla de la pobreza espiritual. Tanto Marciano Vidal como Gerald O’Collins y Edward G. Farrugia indican que la pobreza es la carencia de lo necesario para tener una vida digna. 18 Bibliografía Ausejo, Serafín de, Diccionario de la Biblia, Barcelona, editorial Herder, 1989, Sección de Sagrada Escritura volumen 27-28, 2126 p. Bravo, Elia Nathan, “Ordenes mendicantes: integración de elementos marginales a la Iglesia” en Aurelio González, Lillian von der Walde (eds.), Edad Media: marginalidad y oficialidad, México, UNAM, 1998, Publicaciones de Medievalia número 17, pp. 183-204. Cliquet, Joseph Faustino, Explicación de la doctrina christiana, compuesta por el R. P. Mro. Fr…., Madrid, Manuel de Sancha, 1781, 423 p. Foucault, Michel, La arqueología del saber, México, Siglo XXI, 1984, Colección Teoría, 355 p. 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