folleto - Biblioteca del Congreso Nacional de Chile

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JULIO
SAAVEDRA
MOLINA
SOBRE UN PLAGIO
DE LA ROCHEFOUCAULD
A CERVANTES
SANTIAGO
DE
CHILE
IMP. UNIVERSITARIA
1935
Sobre un plagio de La Rochefoucauld a Cervantes
POR
JULIO SAAVEDRA
MOLINA
No son pocos los grandes escritores que hicieron su agosto en el
cercado ajeno, como podría traducirse libremente la conocida excusa
de Molière: je prends mon bien où je le trouve (cojo lo mío donde lo
encuentro). Pero mientras unos espigadores cogen un argumento, o
una escena, o un párrafo, otros hay que sistemáticamente trasladan
a sus obras lo mejor de las del prójimo, como la avutarda de Iriarte,
sin decir agua va, sin mentar siquiera al padre que las engendró. Hablar de plagio en el primer caso no parece propio; pero en el segundo
puede haber razón. Mas no es fuerza que la haya siempre, porque ocurre
a veces que el mayor mérito de una obra está en haberle quitado los
defectos con que la echó al mundo su creador. Y tal es el caso en varias
obras de Shakespeare, Corneille o Molière. Pero los ricos pueden pedir
prestado y quedar debiendo impunemente.
Entre tanto, si a un pobre se le denuncia por un simple empréstito,
el escándalo es grande. De los temas literarios es tal vez el plagio el
más sensacional. Los émulos y envidiosos se soban las manos y hasta
el lector no interesado se siente a sus anchas: el crimen achica al hombre superior, lo reduce a la común medida del ser débil y pecaminoso.
Mayormente si se trata de meros eruditos. Y este es el caso del libro
en que, años atrás, denunció Astrana Marín a su tocayo Rodríguez
Marín, cuyos comentarios al Quijote serían en gran modo los mismos
de Clemencín; y a Cejador, cuya edición de Quevedo sería, par y pinta, una copia de la de Fernández Guerra.
Otro libro de la misma índole es el que compuso hace unos seis
años el francés Maurevert acerca de los plagios más célebres, desde
el Dante, Rabelais, Shakespeare, Montaigne, Milton, Pascal,. . . hasta
Anatole France, D'Annunzio y otros contemporáneos nuestros (1).
Poco decir sería que tales libros logran cautivar, no sólo porque
azuzan en el lector el gusto del pelambrillo sino por el ingenio de los
autores. Pero como no me ocuparé aquí en este extremo de los libros
(1) GEORGES MAUREVERT, Le livre des plagiati, Paris, Fayard éd., sin año. 320
págs.
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mencionados, sino de enmendar un yerro de Monsieur Maurevert al
acusar a La Rochefoucauld de haber plagiado a Cervantes, dejaré
de mano lo otro.
Los contemporáneos de La Rochefoucauld notaron ya que muchas de sus admirables Máximas eran pensamientos de los clásicos o
de los renacentistas: de Séneca, Epicteto, Montaigne, Charron,.. . estilizados por el talentoso Duque. En 1904, el crítico francés Monsieur
Edmond Dreyfus-Brisac, que fué director de la Revue de l'Enseignement, esclareció todavía más este aspecto de la obra en cuestión. En
su libro La Clef des Maximes de La Rochefoucauld coteja pensamientos
de Epicteto, Aristóteles, Montaigne, Charron, François de Sales,
Baïf, Caillière, Corneille, Sénault, Guez de Balzac, Descartes,. .. con
otros tantos del autor de las Máximas que denuncian identidad de
fondo o gran parecido, lo que permite a Monsieur Maurevert, al recordar todo esto, hacer una frase picante a costillas del Duque:
Se ha descubierto hasta hoy que más de 300 de las 504 máximas coleccionadas por
La Rochefoucauld se inspiran en los escritores antiguos o contemporáneos del noble
moralista!. . . Y la tarea no ha terminado!. . . . Mañana, nuevos descubrimientos se
harán seguramente, que obligarán a la gente a preguntarse, si en el caso de las Máximas,
uno no se encuentra frente a una de las más sorprendentes mistificaciones literarias
que se han intentado—y logrado! i . .
Pero suceda lo que suceda, la colección de las Máximas seguirá siendo, sin lugar
a dudas, una de las obras maestras del humano ingenio; eso sí, no está lejos la época
en que se ha de establecer definitivamente que esta «obra maestra» está hecha con el
ingenio. . . de los demás!. . . Esta obra en colaboración podrá seguir llevando el nombre de su hábil compilador, pero la justicia más elemental exigiría que el nombre del
noble Duque fuera acompañado de la mención: y Cía.. . .
Mas iay! dónde se halla esa justicia cuyo amor «no es para la mayoría de los hombres sino el temor de sufrir la injusticia»?, como lo dijo La Rochefoucauld—-¿según
quién?. . .
Es posible y quizá probable que La Rochefoucauld se inspirase
en la lectura de los antiguos y de sus contemporáneos, pero la obra del
Duque moralista vale no sólo por contener tal o cual de las 500 máximas
que la componen, sino por dos cualidades anexas provenientes del temperamento de La Rochefoucauld: 1.a su teoría de que el interés, egoísmo o amor propio, como él dice, es el móvil secreto de todos nuestros
actos, aun de los que en apariencia son desinteresados, altruistas;
teoría revalidada por muchos pensadores de nuestro tiempo; y 2.a la
forma límpida, concisa, lapidaria, de sus sentencias.
A mayor abundamiento, la acusación de plagio a Cervantes es
gratuita, o mejor dicho, se basa en una información incompleta del
crítico Maurevert.
Dice éste (obra cit., pág. 54):
SOBRE UN PLAGIO DE LA ROCHEFOUCAULD A CERVANTES
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En una de las últimas ediciones de las Máximas, Monsieur G. Grappe recuerda
que soy el descubridor de uno de los plagios más desvergonzados de La Rochefoucauld:
« Ni el sol ni la muerta se pueden mirar con fijeza*, que es tontamente la traducción
exacta de un pensamiento de Cervantes engastado en una de sus novelas: El nielo
de Sancho Panza o El Licenciado Vidriera. En ella se cuenta cómo el nieto del inmortal escudero de Don Quijote, fué presa de la más extraña enfermedad del mundo,
por haber comido cierto día un membrillo hechizado que le ofreció una dama fastuosa
y de alta alcurnia, cuyos encantos él había desdeñado. El infeliz se dió a creer que era
de vidrio, y suplicaba a las gentes que no se le acercaran para no quebrarlo; además,
respondía siempre con un proverbio a sea cual fuere la pregunta que se le hiciese.
Cita en seguida Monsieur Maurevert algunas de las respuestas
de este loco cuerdo; y añade:
Las Novelas de Cervantes se publicaron en 1613; la primera traducción francesa
de ellas fué hecha por Rosset y Daudiguier en 1 6 3 3 . . . Las Reflexiones y Sentencias o
Máximas Morales (de La Rochefoucauld) son de 1665. .. Saque Ud. la conclusión. . .
Pero sucede que, para establecer estos «plagios», el crítico francés
se vale de una traducción de las Novelas Ejemplares de Cervantes. Ahora bien, si traducción hay que merezca el nombre de traición, ésta es
la que se lleva el premio, no porque en general sea mala, sino porque
en las páginas en que se detuvo Monsieur Maurevert contiene precisamente una trampa para los críticos presurosos.
Trátase de Les Nouvelles de Miguel de Cervantes Saavedra traduites
et annotées par Louis Fiaráoí./Nouvelle édition./Publication de Ch.
Lahure et Cie, Imprimeurs à Paris./Paris, Librairie de L. Hachette
et Cie, Rue Pierre-Sarrazin, N.° 14, 1858. (484 págs. in-16.) Y en la
página pertinente léese, en efecto, entre las sentencias del Licenciado
Vidriera, traducido bajo el peregrino título de Le Petit-fils de Sancho
Panza, ésta: «Il y a deux choses qu'on ne peut regarder fixement: le
soleil et la m o r t . . . » (Hay dos cosas que no se pueden mirar con fijeza: el sol y la muerte.) Y en la página siguiente este proverbio: «Longs
cheveux, courte cervelle» (Cabellos largos, sesos cortos). Lo que arranca
al crítico Maurevert el comentario ya citado en el primer caso, y en el
del proverbio este otro: «En él se encuentra el original de la famosa
definición schopenhaueriana de la mujer.» Y, de paso, mofándose del
«penetrante Sainte-Beuve» cuando éste atribuye a I-a Rochefocauld
la imaginación que le negaba el cardenal de Retz, se baña en agua
de rosas, juntamente con el ya mencionado Monsieur Dreyfus-Brisac,
por el «precioso hallazgo» y nuevo descubrimiento de plagio del escéptico Duque.
Cuando, leyendo en 1929 el libro del crítico Maurevert, llegué a este
pasaje, no pude menos que saltar de mi asiento para echar mano de
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mis Cervantes, que leo y releo desde mi adolescencia y me sé a veces de
memoria. Me pareció, de pronto, insólito y reprensible que mi atención no hubiese reparado antes en semejante enormidad y mi memoria
no conservase huella de haber topado en el Licenciado Vidriera con
sentencias tan poco olvidables. Pero mi búsqueda fué vana. Ninguna
de mis ediciones traía las frases en cuestión.
Procuré entonces salir de la perplejidad recurriendo a la traducción
de Viardot, consultada por el crítico francés. Pero no logré dar en Chile
con un ejemplar. Y el asunto quedó ahí.
Hasta el año siguiente. Porque, habiendo tenido la suerte de llegar a París, me di prisa en hojear un Viardot en la Biblioteca Nacional
de la cautivante urbe. Digo «un Viardot» porque la edición de 1858 que
he detallado parece no ser la que cita Monsieur Maurevert. La que él
menciona está también en la Biblioteca, posiblemente; pero en ese
momento se encontraba «ficelée», es decir, atada, empaquetada, para
ir a la encuademación, en un mes más o en un año; pero, en todo caso,
en sagrado retiro, que todas mis representaciones, súplicas y trajines
no lograron violar. La terquedad de un funcionario francés es única,
como el jocoso Courteline lo demostró en su tiempo y lugar. El reglamento o la costumbre establece que una obra «ficelée», mientras lo
esté, es intangible, y fué inútil explicarle al empleado y al jefe inexorables: Soy extranjero, estoy de paso, no puedo esperar... Ese Viardot
estaba «ficelé» y «ficelé» se quedó, sin que hubiera tu tía.
Pero las indicaciones del catálogo me permitieron, al menos, comprobar ejue las Nouvelles de Cervantes«ficelées» eran presumiblemente
una reproducción del Viardot ya reimpreso en 1858. Me atuve, pues,
a éste; y comprobé el error de Monsieur Maurevert. Es decir, comprobé
que este crítico no había leído el prefacio en que el traductor Viardot
explica la manera cómo trasladó El Licenciado Vidriera, y que es la
clave del enigma.
Dice Viardot, después de recordar la Noticia que precede a su
traducción de Don Quijote y su excusa de no haber traducido antes todas las Novelas ejemplares y particularmente «ese admirable cuadro
de costumbres infames llamado Rinconete y Cortadillo, cuyo único defecto es quizás el de no poder pasar a ninguna otra lengua»: «A pesar
de esta especie de sentencia pronunciada contra mí mismo, tocante
a la imposibilidad de traducir algunas de la Novelas de Cervantes, traté después de ejecutar esta tarea, casi siempre más atrevida y difícil
que la misma traducción de Don Quijote, y (ahora) publico la colección
entera de las Novelas... Otra novela que faltaba a la colección completa, y que debía faltar, porque, bajo la forma que le ha dado Cervantes,
resiste a toda traducción, es El Licenciado Vidriera. Al excusarme de
no poderla añadir a la colección,... decía (entonces):
SOBRE U N PLAGIO DE LA ROCHEFOUCAULD A CERVANTES
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Para trasladar a nuestra lengua semejante asunto, con todos sus detalles, sólo
había dos caminos que tomar: o permanecer traductor y en tal caso cada frase exigía
un verdadero comentario. . .; o convertirse en imitador, y tratar esta novela como, por
ejemplo, Le Sage trató El Diablo Cojuelo de Luis Vélez de Guevara, al cual le tomó tan
sólo la armazón, a fin de completar por sí mismo el edificio, reemplazando las sátiras
españolas por sátiras francesas. Pero ninguno de estos dos caminos me convenía:
quería yo al mismo tiempo permanecer simple traductor, si bien traductor legible,
y no volverme comentador fastidioso. Tomé, pues, como dice Montaigne, un tiers
chemin para salir de apuros: el de no traducir ni imitar.
En la intención de Viardot, esto parece aplicarse a su traducción
de todas las Novelas, puesto que todavía agrega:
Hoy imitaré a Le Sage, y, apoderándome del cuadro adoptado por Cervantes,
del que haré una traducción libre y abreviada, rellenaré este cuadro con materia nueva, no inventada por mí, empero, sino tomada en préstamo al mismo país, a todas sus
provincias y en cierto modo a todos sus habitantes. En una palabra, en vez de los intraducibies lazzi que Cervantes atribuye al loco razonable de su novela, tomaré en
préstamo los proverbios de la España, y El Licenciado Vidriera se llamará El Nieto
de Sancho Panza. Bajo este traje de arlequín, sólo tendrá de mí la costura.
Por consiguiente, en la obra de Viardot, esta novela no es traducción, sino imitación, y, a pesar de su anuncio de haber rellenado el
cuadro sólo con proverbios españoles, es evidente que también introdujo máximas de otra procedencia-: prestadas por La Rochefoucauld,
Schopenhauer, y quién sabe cuántos más.
Parodiando a Monsieur Maurevert, terminaré, pues: las Novelas
de Cervantes aparecieron en 1613 y las Máximas del refinado Duque
en 1665. . . Pero las máximas que dice le Petit-fils de Sancho Panza,
obra de Louis Viardot, y del siglo XIX, nada tienen que ver con las
que decía el Licenciado Vidriera. ¡Saque Ud. la conclusión!
JULIO SAAVEDRA
MOLINA.
TIRADA APARTE
DON
DEL HOMENAJE A
DOMINGO
AMUNÁTEGUI
SOLAR, AUSPICIADO POR LA
UNIVERSIDAD D E CHILE.
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