Homilía de Navidad Timothy RADCLIFE Año 2003 en la Comunidad Internacional Sto. Domingo (Bruselas) Hoy celebramos un hecho : Hace dos mil años nació un niño. Cuando celebramos nuestro propio cumpleaños, recordamos que nos estamos haciendo mas viejos. Cada año se añade una velita mas al bizcocho. Pero en Navidad no celebramos el que Jesús sea muy viejo. Nos alegramos porque Dios ha entrado en nuestra vida como un niño recién nacido, en los comienzos de la vida. La imagen corriente de Dios es la de un hombre anciano, con pelo blanco. Pero en Navidad nos acordamos del ser eternamente juvenil de Dios. Como cantamos en la aclamación antes del Evangelio : « Un niño nos ha nacido . Un hijo se nos ha dado, Dios el Irreprimible » . Dios es joven de una manera irreprimible . San Agustín escribió una vez que somos nosotros los que nos hacemos viejos, pero consiste en que nosotros también estamos invitados a participar en el ser juvenil de Dios. Come dice el Evangelio de hoy : « A cuantos realmente le recibieron El les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios ». Navidad es la fiesta de nuestro rejuvenecimiento. ¿Que quiere decir esto ? No significa que debamos hacernos infantiles. A veces hay personas que abrazan la religión come una huida del estado de madurez, de adultos. Algunos cristianos dan la impresión que no necesitan pensar por su propia cuenta o afrontar con personalidad los dilemas morales, ya que la Iglesia nos dice lo que debemos hacer.. « Papá siempre sabe mejor… » Pero esta actitud no traduce lo que es un verdadero hijo de Dios. Es sencillamente una "inmadurez" ». Nuestra propia sociedad muchas veces busca una forma distinta de rejuvenecimiento, al negarse a encarar los signos de nuestra edad. La cirugía plástica puede disimular las arrugas de nuestra cara. Podemos rebuscar un ser juvenil artificial y terrible porque tenemos miedo de morirnos. Pero esto tampoco constituye un rejuvenecimiento auténtico. Ser un hijo de Dios significa estar abierto a las posibilidades infinitas de futuro. El mundo de un niño no es algo acabado o congelado. El o ella pueden llegar a ser cualquier cosa: político, periodista, montañero, marinero, o incluso ¡dominico! Ser un hijo de Dios significa tener sueños de un futuro que va más allá de nuestros sueños. El poeta francés Péguy describe la esperanza como una niña pequeña, como fue su hija de nueve años de edad. Escribe : « No se mantiene absolutamente nada sino por la infanta Esperanza, porque por ella todo siempre empieza de nuevo, ella siempre promete y garantiza todo, ella asegura el mañana para hoy, y esta tarde para el mañana, y la vida para la vida y hasta la eternidad para el tiempo ». Ser joven significa esperar en un futuro. Hace cuarenta años Martín Lutero King dio su discurso famoso « Tengo un sueño ». Es un sueño de libertad, « cuando todos los hijos de Dios, negros y blancos, judíos y gentiles, protestantes y católicos puedan estrecharse la mano y cantar juntos con las palabras de la vieja canción espiritual : ¡Libres por fin !, ¡libres por fin !, Gracias a Dios Todopoderoso, ¡somos libres por fin ! ». Cuarenta años más tarde el muro de Berlín ha sido derrumbado, el Imperio Soviético ya no existe, el « apartheid » en África del Sur se ha hecho pedazos, pero tenemos menos sueños para el futuro. Somos la generación del «aquí y ahora». Europa se está haciendo vieja. Literalmente estamos envejeciéndonos, puesto que el número de niños que nacen en nuestro viejo Continente va bajando. España e Italia tienen algunos de los índices de natalidad más bajos en el mundo. Pero también nos estamos envejeciendo en nuestro corazón, al perder nuestra capacidad de soñar un mundo nuevo. ¡Que el niño Jesús nos rejuvenezca con sueños refrescantes! ¿Qué sueños tienes tu ? Les voy a contar uno de mis sueños para Europa. El primero de mayo del año próximo la Unión Europea será transformada. Chipre, la República Checa, Estonia, Lituania, Hungría, Malta, Polonia, Eslovaquia y Eslovenia todos se convertirán en estados miembros. Bulgaria y Rumanía tienen la esperanza de unirse para el año 2007. Se trata de un bebé nuevo y muy grande que va a nacer. Mucha gente se siente nerviosa con respecto a esta Europa nueva. Algunos en Europa occidental temen que nuestras ciudades sean inundadas por inmigrantes desde el Oriente. Otros, en los países de Europa Central y Occidental, temen que sus jóvenes serán corrompidos por el sistema de valores occidentales. Pero… no tengamos tanto miedo. Tengamos la valentía de soñar una Europa nueva en la que, como dice al Papa, podamos respirar por medio de dos pulmones, uno del Este y otro del Occidente. Que nos inspire el descubrimiento de hermanos y hermanas que son distintos de nosotros, y que nos invitan a llegar a ser distintos con ellos. He aquí un sueño; espero que ustedes tengan otros tantos. La Navidad nos rejuvenece si damos la bienvenida no solamente al niño Jesús, sino a todos los niños. Los niños siempre nos sacan de quicio. Ellos harán ruido cuando queremos dormir. Nos plantean cuestiones a las que no podemos contestar. Nos plantean ante el hecho que no podemos gastar tanto dinero por nosotros mismos. Ellos cambian nuestra manera de ser. Pero ellos son también la promesa de Dios para el futuro. Debemos permitir que nuestros hijos sean realmente jóvenes y no « pequeños adultos ». No debemos convertirlos en consumidores que tengan que vestirse con ropa que lleva alguna marca famosa. Que no los consideramos como un mercado del que nos podemos aprovechar. Y ante todo, que no los tratemos como objetos sexuales y dejemos que se abuse de ellos. La prostitución infantil está creciendo en el mundo entero. Frente a esta situación, hay que dejar que los niños sean niños… El niño Jesús llega a nosotros en los niños de otras personas, los niños de extranjeros e inmigrantes, niños que pertenecen a otras religiones o a ninguna. Démosles la bienvenida también a ellos. Ellos abren para nosotros un futuro que es más amplio de lo que podemos imaginarnos. Nos ayudarán a derrumbar las murallas de hostilidad que dieron muerte a Jesús antes del tiempo de envejecerse. Finalmente, soñemos con un futuro para los que parecen no tener futuro alguno, los pobres que duermen en nuestras calles, los que se sienten desesperados. En el 1996 celebré la Misa de la Vigilia de Navidad en una tienda enorme en el centro de Paris. Un millar de personas sin hogar se encontraban alrededor del altar que se había hecho de cajas de cartón, precisamente para ellos que viven en cajas semejantes en la calle. Un dominico español, Pedro Meca, que vive en la calle con los más pobres, celebró la Misa. Aquello fue un signo de esperanza, para los que no tienen otra esperanza que un niño recién nacido en un establo. Que ese niño rejuvenezca nuestros corazones y los haga capaces de soñar.