Comprensión de la juventud

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Ventana Central: Prácticas juveniles
Autora: Dina Krauskopf
Título: Comprensión de la juventud. El ocaso del concepto
de moratoria psicosocial
JOVENes, Revista de Estudios sobre Juventud
Edición: año 8, núm. 21
México, DF, julio-diciembre 2004
pp.26-39
26
Dina Krauskopf
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Comprensión de la
juventud
EL OCASO DEL CONCEPTO DE MORATORIA PSICOSOCIAL
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Profesora emérita de
la Universidad de
Costa Rica.
Consultora
internacional de
políticas de juventud.
Resumen
En el contexto actual de prolongación de la vida, de cambios acelerados,
modificación del recorrido existencial, rápida obsolescencia de los instrumentos
y superación de conocimientos, nuevos referentes temporales, etc., la identidad
se organiza con elementos diferentes de los que Erikson desarrolló en su
concepto de moratoria.
Abstract
Today, a higher life expectancy, accelerated changes, modifications in the
existential pathways, technological obsolescence, knowledge enhancement,
new temporal referents, etc, identity is organized with different elements than
those developed by Erikson in his concept of moratorium.
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a globalización y modernización han determinado el
desarrollo de nuevas subjetividades, se ha prolongado la vida
en el contexto de acelerados cambios, con la consecuente
modificación y ruptura en las secuencias del recorrido
existencial. Ello lleva a reconocer que han cambiado las condiciones que
sostenían el concepto de moratoria psicosocial creado por Erikson1 y que fue
ampliamente acogido por las ciencias sociales en el tratamiento del tema
juvenil.
La construcción de la adultez en los tiempos contemporáneos es cada
vez menos lineal. En la fase juvenil se producen procesos claves que
absorben el ritmo de los tiempos. La trama del desarrollo se teje en el
contexto de nuevas relaciones de género e intergeneracionales, así como
con las dificultades que generan el fraccionamiento de las sociedades, la
exclusión y la pobreza.
El desarrollo juvenil se da en estructuras de oportunidades y condiciones
económico-políticas que se traducen en la heterogeneidad de las
juventudes. El concepto de moratoria fue fijado a partir de una regulada
secuencia de eventos y de una imaginaria homogeneidad social (cercana a la
clase media). La homogenización de la percepción oficial de la juventud se
caracteriza por la debilidad en el enfoque de género, cultura, etnia,
residencia rural-urbana y estrato económico.
El tiempo de ser joven identitariamente varía entre estratos, culturas y
clases sociales. La mayoría de las personas menores de edad de la región
latinoamericana, que viven en exclusión, son invisibilizadas como tales y
enfrentan la premura psicosocial2 en el cumplimiento de responsabilidades
supuestamente adultas y con ausencia de oportunidades. Esta premura se
intensifica a partir de la pubertad, momento del ciclo vital que parece
legitimar su responsabilidad de procurar la subsistencia y aportar a sus
familias. Liebel3 concluye que en sociedades jóvenes donde la esperanza de
vida es menor, las personas cumplen periodos más breves de actividad y son
relevadas más rápidamente por las generaciones siguientes. Inclusive en las
culturas indígenas, se pasa de la niñez a la adultez joven. Se da así el hecho
que la juventud, como tal, es débilmente reconocida, en particular si se le
hace equivalente a un periodo de edad sustentado en la moratoria
psicosocial.
En este trabajo revisaré diversas dimensiones que inciden en la pérdida
de vigencia del concepto de moratoria para la juventud o, al menos,
apuntan a la necesidad de replantearlo con modificaciones sustanciales.
I. Las condiciones de la moratoria
A partir de la pubertad los jóvenes cuentan, por primera vez, con capacidad
propia para aportar a la conducción del proceso existencial, llenar vacíos que
se dieron en las bases de su experiencia de vida y reenfocar situaciones,
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Eric Ericsson, Identidad, juventud y crisis, Paidós, Buenos Aires, 1974.
Premura psicosocial: término acuñado por Fidel de la Garza et al., Adolescencia marginal e
inhalantes, Editorial Trillas, México, 1977.
3
Manfred Liebel, Mala onda. La juventud popular en América Latina, Ediciones Nicarao,
Managua, 1992.
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tanto de la niñez como de su presente. Su desarrollo pone a prueba las
fortalezas y debilidades propias y las condiciones del entorno.
La experiencia fue básica para sobrevivir en etapas tempranas del
avance de la humanidad. Estas condiciones contribuyen a la
justificación del concepto de moratoria psicosocial en el desarrollo
psicológico que Erikson ubica en la fase juvenil. Para Erikson, el lapso
concedido para experimentar con una gama de oportunidades, es un
tiempo de ensayo y error que permite probar diversos roles y que
facilitaría la paulatina integración de los componentes de identidad
infantiles en la identidad final que estructura el joven. Al respecto
planteamos:
28
No consideramos la existencia de la moratoria como producto de una sabiduría
social, sino como una postergación en las posibilidades de participación que
tienen los y las adolescentes en nuestra sociedad. La moratoria parece ser más
bien un producto de una estructura ocupacional y educacional, que un
condicionamiento orientado a contribuir con la salud mental.4
Aberastury postulaba, ya en 1971,5 que la marginación real del
quehacer práctico, la privación de la acción mantiene a los jóvenes en
la impotencia y, por lo tanto, en la omnipotencia del pensamiento.
Agrega que hay claros ejemplos de cómo el proceso de
intelectualización y teorización puede ser llevado a la acción con
efectividad, cuando el medio externo lo permite. De algún modo la
estrategia de la moratoria refuerza la marginación y dependencia de las
personas en la fase juvenil.
Como señala Lutte: “Nunca se ha probado que los privilegios de la
adolescencia requieran de un periodo de marginación y privación de
responsabilidades adultas”.6 En la misma línea, Martín-Barbero destaca
que, durante siglos, ser joven se identificó con la negación de la
responsabilidad y la productividad, así como lo popular se constituyó
por la exclusión de la riqueza, la educación y la cultura. Lutte observa
que en las sociedades en donde existen claras jerarquías,
especializaciones del trabajo y diferencias socioeconómicas, la
adolescencia es “una fase de marginación que deriva de las estructuras
sociales fundadas en la desigualdad”.7
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Dina Krauskopf, Adolecía y educación, EUNED, San José, Costa Rica, 1984 (2ª ed., 1994), p.
43.
5
Armida Aberasturi et al., Adolescencia, Ediciones Kargieman, Buenos Aires, 1971.
6
G. Lutte, Liberar la adolescencia. La psicología de los jóvenes de hoy, Biblioteca de
Psicología, Herder, Barcelona, 1991, p. 65.
7
Idem., p. 35.
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II. La moratoria como estrategia psicosocial en la preparación de
los jóvenes
La idea de la moratoria psicosocial se instauró en las representaciones
sociales como la estrategia necesaria en el periodo de preparación
juvenil para la adultez. El concepto parte de una comprensión de los
jóvenes como sujetos carentes de madurez social e inexpertos y, en
consecuencia, la fase que atraviesan debe ser un periodo preparatorio
para el futuro. Enfatiza la adolescencia como un tiempo de transición
entre la niñez y la adultez y es el único lapso del ciclo de vida definido
como tal, aun cuando podríamos ver la vida como una serie de
transiciones. Los jóvenes son entendidos como los adultos del mañana,
definidos por los adultos de hoy. La meta es el adulto predeterminado
en un futuro ya estructurado. Sin embargo, éste no está asegurado.
Un agravante es que el concepto de transición se utiliza en la
juventud como equivalente de transitoriedad. Implícitamente esto les
niega a los jóvenes el reconocimiento como sujetos sociales y se
destaca su incompletud usando el término “inmadurez”. Son
invisibilizados en sus aportes y visibilizados cuando perturban el orden
social. Ello da paso fácilmente a la visión de la adolescencia como un
problema que se apoya en un énfasis estigmatizante y reduccionista de
la juventud.
El paradigma de etapa preparatoria de la juventud surge, al parecer
por primera vez, en el siglo II a. c. en Roma como una postergación de
los derechos de los niños y jóvenes, al considerarlos carentes de
madurez social e inexpertos.8 Hasta ese tiempo la vida estaba dividada
en tres fases: niñez, edad adulta y vejez.9 Los hijos púberes (filius
familias) podían participar en los comicios, acceder a la magistratura,
ingresar en la milicia ciudadana con los mismos derechos y deberes
ciudadanos. Con la fundamentación de que el menor debe ser
protegido, se le reconoce la madurez social hasta los 25 años (193-192
a. c.) y se genera una nueva clase de edad, en semidependencia de los
adultos. Tal “...distinción-oposición entre jóvenes y adultos, coincide
con la agravación de los contrastes sociales entre las clases y los sexos
[…] las mujeres no salen de su condición de minoridad”.10
La preparación se estableció a partir de la postergación de la acción
y la toma de decisiones. Se supone que la preparación educativa es
previa a la participación y la toma de decisiones, se privilegia la
preparación-subordinación sobre el aporte participativo del sujeto
juvenil ciudadano. Ello da lugar a representaciones sociales
desvinculadas de la experiencia y de la cosmovisión juvenil.
La moderna prolongación de la vida cambia la potencialidad de un
proyecto fijo y predeterminado; da mayor sentido a inserciones sociales
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Curiosamente, hasta en nuestros días, estas tres etapas son las que se representan
fundamentalmente en el discurso social: se habla de niñez, adultez y tercera edad. La
ambigüedad social en el tratamiento de la juventud muchas veces la ubica en la niñez,
en otras en la adultez. La juventud como tal, entonces, tiende a ser invisibilizada en las
políticas: Dina Krauskopf, “Proyectos, incertidumbre y futuro en el periodo juvenil”,
Archivos Argentinos de Pediatría, núm. 101, vol. 6, Buenos Aires, julio 2003.
10
G. Lutte, op. cit., p. 23.
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La preparación no
cumple su sentido
para los
adolescentes si no va
unida a la valoración
de sus aportes y a la
experiencia
productiva
con potencial innovador. Las condiciones existenciales actuales llevan a
enfrentar muchas dificultades en distintos momentos del ciclo vital, y
no es raro encontrar personas de 50 años atravesando una fase de
moratoria que antes sólo se atribuía a la adolescencia.
Marcia11 efectúa estudios que comprueban que la identidad, en los
tiempos actuales, se reelabora a lo largo del ciclo vital. Pensamos que
este hallazgo no es ajeno a los modernos cambios en la vida de pareja,
trabajo, etc., pues el proyecto de vida más efectivo no tiene
características rígidamente predeterminadas y las biografías se han
hecho flexibles y diversificadas. Lutte observa que “La rapidez de los
progresos técnicos y científicos obligan a los adultos […] a una
formación permanente […] por lo tanto, cada vez es menos posible
distinguir la adolescencia de la edad adulta en función de la
preparación para la vida”.12 Estos cambios han resignificado la
moratoria.
Las sociedades requieren contar con individuos capaces de aprender
a aprender y reciclar con flexibilidad sus competencias y actitudes. Por
ello, con mayor fuerza que en el pasado, las juventudes son
consideradas un eje central en las nuevas estrategias de desarrollo.13
Adquieren relevancia los logros y gratificaciones en el presente. La
preparación no cumple su sentido para los adolescentes si no va unida
a la valoración de sus aportes y a la experiencia productiva.
Las características del mercado laboral tanto en los países llamados
subdesarrollados como en aquellos situados en la avanzada mundial
económico-política, hacen que la postergación y tiempo de espera
implícitos en la moratoria vean debilitado su sentido y evidencien más
fuertemente las desventajas de la marginación en la toma de
decisiones y el acceso a posiciones acordes con las capacidades y
búsquedas juveniles.
III. La aceleración de los cambios y la temporalidad
Desde el punto de vista de la sociología, Margulis y Urresti14 hablan de
la moratoria social y la moratoria vital. La primera alude a un tiempo
intermedio en que se da la postergación de la edad del matrimonio y la
procreación con la oportunidad de estudiar y articular sus propias
características culturales. Reconocen los autores que aquí se inscriben
los grupos de las clases media y alta. Por otro lado, introducen el
concepto de la moratoria vital para referirse a la disponibilidad del
capital temporal. Serían jóvenes los que gozan de un excedente
temporal, que se expresa en la distancia de su nacimiento y lejanía
respecto de la muerte, lo que tendría un impacto estructurante en la
experiencia subjetiva. Juventud se entendería, entonces, como un
posicionamiento cronológico, una experiencia temporal vivida con un
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11
J. Marcia, “Development and Validation of Ego Identitu”, Journal of Personality and
Social Psychology, núm. 3, 1996, pp. 551-558.
12
G. Lutte, op. cit., p. 64.
13
Rama citado en Julio Bango, Las políticas de juventud al final del milenio, Organización
Iberoamericana de Juventud, Madrid, 1997.
14
Mario Margulis y Marcelo Urresti, “La construcción social de la condición de la
juventud”, en La juventud es más que una palabra, Buenos Aires, 1996.
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espectro de posiblidades de realización y un espacio de irreversibilidad
menor que en la adultez.
Sin embargo, para el desarrollo de los jóvenes que crecen en
exclusión, la prolongación de la vida no es una promesa existencial.
Cuando no hay oportunidades de participación constructiva, el
anonimato es peor que el reconocimiento que obtienen con la
identidad negativa que se les asigna. Salazar ha identificado la cultura
de muerte, donde se acortan la distancia entre vivir y morir para los
jóvenes sicarios, los miembros de las maras,15 etc. Para este autor, la
violencia muda de los jóvenes es la violencia vacía de la sociedad, la
imposibilidad de articular algún discurso sobre las rupturas que viven.
Cita a Perea: “Son los jóvenes destruyendo su propio entorno, su
propia generación y los referentes de su identidad perdida”.16 Reguillo
concuerda al señalar que, para los que no hay opciones, los
considerados como desechables, la muerte se convierte en una
experiencia más fuerte que la vida. Agrega que, sin embargo, en
relación con el sentido de la temporalidad, más allá de las
especificidades y diferencias dadas por la situación y la ubicación social
en que se encuentra cada grupo de jóvenes, todos parecen compartir
una idea precaria del futuro y experimentar la vivencia del tiempo
discontinuo.
Por otro lado, la aceleración de los cambios cumple un papel
importante al modificar el sentido tradicional de la temporalidad en la
trayectoria de vida. Ya no son aplicables las definiciones clásicas de
juventud que decían que ésta empezaba cuando la persona dejaba la
niñez y terminaba cuando se casaba, trabajaba y participaba
formalmente como ciudadano. Tales eventos no ocurren actualmente
en un orden lineal programado. Inclusive la finalización del periodo ha
dejado de ser un hito que se pueda definir con parámetros fijos. Hay
personas que empiezan a ganarse la vida tardíamente o no se casan
nunca, no forman familia o se casan después de tener hijos, estudian
después o simultáneamente trabajan, etc. La ruptura de secuencias y la
variedad de opciones conducen a la pérdida de vigencia del concepto
de moratoria psicosocial inserto en un espacio de preparación para la
adultez, que se suponía linealmente ubicado en la fase juvenil como
parte del recorrido de vida. Ello lleva a Martín-Barbero a afirmar que en
la actualidad se produce una configuración de identidades juveniles
marcada menos por la continuidad que por la amalgama.17
Cabe señalar que han existido periodos en la historia de la
humanidad en que no existían las secuencias que nos hemos
habituado a suponer. En la actualidad, muchos eslabones-meta que
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En relación con el
sentido de la
temporalidad, más
allá de las
especificidades y
diferencias dadas
por la situación y la
ubicación social en
que se encuentra
cada grupo de
jóvenes, todos
parecen compartir
una idea precaria del
futuro
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Término que surge en Centroamérica, originariamente en Guatemala para designar a las
pandillas juveniles.
16
Alonso Salazar, “Juventud y violencia”, en Jaime Arturo Padilla (comp.), La construcción
de lo juvenil. Reunión Nacional de Investigadores sobre Juventud 1996, colección JOVENes
núm. 2, SEP-Causa Joven/CIEJ, México, 1998, p. 164.
17
Jesús Martín-Barbero, “Jóvenes: des-orden cultural y palimpsestos”, en Humberto
Cubides, María Cristina Laverde y Carlos Eduardo Valderrama, Viviendo a toda. Jóvenes,
territorios culturales y nuevas sensibilidades, Siglo del Hombres Editores, Departamento
de Investigaciones de la Universidad central, Santa Fe de Bogotá, Colombia, 1998, p. 30.
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La presencia de lo
efímero e incierto no
constituye
necesariamente
inestabilidad, pues
vivir en un crisol de
contradicciones,
cambios y diversidad
de insumos no es
sostenible durante
mucho tiempo
estaban ordenados secuencialmente a lo largo del ciclo vital muestran
independencia entre sí y constituyen decisiones separadas.18 Se rompe
así la linealidad y normatividad con que se han supuesto las etapas y
tareas del desarrollo. Además, es sabido que en ciertas etnias, grupos
en condiciones de pobreza y de exclusión social, no se cumplen las
secuencias de acciones y roles esperados en el imaginario normativo de
las etapas.
En la cultura juvenil actual opera la alta velocidad en tensión con la
lentitud de los planes escolares, con las nuevas estructuras de
pensamiento y concentración, con la fragmentación propia de la
velocidad y con el ejercicio de la imaginación. La búsqueda del ser y el
sentido de vida, así como el énfasis en lo visual, afectivo, sensorial,
debilitan el poder socializador tradicional. Las estrategias derivadas del
paradigma del futuro esperable (encarnado en la adultez actual), como
foco orientador de la preparación de la juventud, disminuye su
efectividad ante la falta de predictibilidad que se desprende de la
interacción rápida de factores a escala mundial. La imprevisibilidad que
de ello deriva, contribuye a la priorización del presente. Existe dificultad
para percibir un horizonte global que estimule la depositación de la
vida en el futuro adulto (meta de la moratoria).
La presencia de lo efímero e incierto no constituye necesariamente
inestabilidad, pues vivir en un crisol de contradicciones, cambios y
diversidad de insumos no es sostenible durante mucho tiempo. Se hace
necesario desarrollar estrategias de articulación interna y de relación
con el mundo externo para incorporar la paradoja social que Reguillo
ha llamado “la incertidumbre como única certidumbre”.
Esto nos lleva a afinar los conceptos sobre la constitución de la
estabilidad como eje de la identidad contemporánea. Turkle concluye
que “cada uno construye sus propias metáforas sobre el bienestar
psicológico. Hasta hace poco la estabilidad se valoraba socialmente y se
reforzaba culturalmente (a través de roles de género rígidos, trabajo
repetitivo [...] permanecer toda la vida en una pequeña ciudad…”.19
La estabilidad basada en la flexibilidad, la incorporación de la
multicentralidad, la valoración a la diversidad de alternativas y recursos
e intereses, el aprendizaje permanente, conocimientos, destrezas
emocionales y sociales de amplia aplicabilidad, permite enfrentar los
cambios y la incertidumbre con imaginación, participación y expresión
transformadora. El futuro deja de ser el eje ordenador del presente y
son las condiciones del presente las que permiten dar pasos que vayan
construyendo el futuro. La calidad del presente es un factor
determinante en la posibilidad de que los jóvenes proyecten su
quehacer con esperanza.
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18
Rossana Reguillo, “La ética de lo efímero o los compromisos itinerantes”, APUNTES, Casa
de la Juventud, Lima, 1999.
19
Sherry Turkle, La vida en la pantalla. La construcción de la identidad en la era de
Internet, Paidós, Buenos Aires, 1995, pp. 321, 332.
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IV. Modernidad y moratoria
La globalización ha roto la homogeneidad de las culturas y, por
consiguiente, la inmovilidad de los roles. La modernización y la
globalización transforman las metas en el desarrollo juvenil. Los
cambios sociales y económicos desestructuran la fase juvenil hacia
arriba al exigir más acreditaciones, en un marco de menos opciones
laborales, y hacia abajo, al adelantarse la fase puberal y sociocultural de
la adolescencia.20 Desdibujados los referentes de la vida social, ésta no
se presenta más como una continuidad espacio-temporal así como en
otros destinos vistos tradicionalmente como previsibles o inevitables.21
La modernizacion y la globalización incrementan la necesidad de los
adolescentes y jóvenes de encontrar los elementos para organizar su
comportamiento y dar sentido a su relación presente con el entorno,
en las nuevas circunstancias que los rodean. El ritmo de difusión de
conocimientos rompe las antinomias que dejaban como fase de relevo
a los jóvenes de los grupos incluidos. Ya no se puede pensar que la
identidad se construye de una vez –en la adolescencia– y se consolida
para toda la vida –la adultez–. El concepto de moratoria psicosocial22
que incluye estas antinomias mantiene el reduccionismo de la juventud
como etapa preparatoria. Con la modernización y la globalización, el
dominio directo de la familia y el sistema escolar sobre el entorno ha
disminuido. Han pasado, en mayor o menor grado, a ser redes más
abiertas, atravesadas por otras instituciones socializadoras y por las
influencias multiculturales.
La alfabetización tradicional claramente no es un insumo suficiente
para el desarrollo; existe el alfabetismo cibernético versus el
analfabetismo cibernético. Los grupos excluidos van quedando alejados
de los avances. La informática produce realidades virtuales que abren
nuevas rutas para la elaboración de la identidad y las cosmovisiones. En
el contexto vigente, ello contribuye a la dualidad social: mayor
aproximación y articulación internacional para los grupos de más
recursos económicos y mayor aislamiento para los sectores pobres.23
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Sergio Alejandro Balardini, Las juventudes: el espejo roto, Encuentro Internacional de
Desarrollo e Integración Social: los jóvenes como sujetos de políticas sociales, FLACSO,
Proyecto Juventud, Buenos Aires, 1997.
21
Rossana Reguillo, “Las tribus juveniles en tiempos de la modernidad”, Estudios sobre
las Culturas Contemporáneas, vol. V, núm 15, Universidad de Colima, México, 1993.
22
Eric Ericsson, op. cit.
23
Norbet Lechner, Condiciones de gobernabilidad democrática en América Latina, Chile
97. Análisis y opiniones, FLACSO, Santiago, 1998.
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Por lo tanto, el impacto de las tecnologías de la información y
comunicación deben analizarse en términos de relación con la
distribución económico-social.
Balardini habla de la brecha entre los inforicos y los infopobres. En
el ámbito identitario estas tecnologías también acentúan la brecha
intergeneracional y son enfrentadas de modo radicalmente diverso por
adultos y jóvenes. Para los mayores es tecnología y para los niños y
jóvenes es parte del mundo en que nacieron. A los primeros “les da
miedo que los jóvenes respiren el tecnomundo” y experimentan un
cambio en la relación de poder: los jóvenes tienen algo que entregar de
su saber a los adultos.24 Las distancias generacionales con los adultos se
modifican: ahora los jóvenes saben cosas que los adultos no saben.25
El mayor nivel educativo y el manejo creciente de herramientas
tecnológicas produce una capacidad emancipatoria con grados diversos
de autonomía y se introducen variantes en el continuo dependencia
familiar-autonomía personal de los jóvenes. En los grupos con mejores
ingresos no es infrecuente la dependencia económica sin control
externo, lo que pasa a ser tomado como independencia. Por otro lado,
en los grupos de menores recursos, los jóvenes aportan
económicamente, pero a menudo no tienen acceso a la decisión sobre
estos ingresos, pues contribuyen al presupuesto familiar en el contexto
de un modelo patriarcal.
Los medios de comunicación, las redes de información y de
mercado, las industrias culturales, los procesos de consumo y la
presencia del ciberespacio son fundamentales en la producción de
subjetividades contemporáneas y diversas.26 La elaboración de
identidades encuentra nuevos canales en el espacio cibernético,
aparecen expresiones culturales propias y ámbitos de conocimiento
manejados por las nuevas generaciones: los supuestos que sustentaban
la moratoria psicosocial se ven modificados.
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Balardini, op. cit.
La falta de reconocimiento de este nuevo balance, muchas veces se expresa en los
bloqueos generacionales (concepto aportado por el sociólogo uruguayo Julio Bango),
una especie de discurso paralelo entre jóvenes y adultos que afecta incluso el sistema
educativo y la vida familiar.
26
María Marín y Germán Muñoz, Secretos de mutantes: música y creación de las culturas
juveniles, Siglo del Hombre Editores, Universidad Central-DIUC, Bogotán, 2002.
25
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IV. Ciudadanía y participación
En las últimas décadas del siglo pasado hubo grandes avances en la
transformación de los enfoques sobre niñez, adolescencia y juventud.
Se crearon las condiciones para establecer de modo claro y explícito,
que los niños, las niñas y adolescentes tienen derecho a la ciudadanía y
que ésta no se constituye sólo por la posibilidad formal de ejercer el
derecho al voto a partir de los 18 años.
La persona joven pasó a ser considerada sujeto de derechos y dejó
de ser definida como persona incompleta. Esto se expresa en la
doctrina de la protección integral que, en lugar de proteger a los niños
y adolescentes en tanto personas, brinda protección de los derechos,
los que son exigibles para la adquisición y expresión de la capacidad de
autonomía, la capacidad de poder intervenir, de aportar, desarrollar el
autocuidado, el mutuo cuidado, el sociocuidado.
A partir de la Convención de los Derechos del Niño y los
planteamientos de las Cumbres Iberoamericanas de Juventud, la
participación es considerada un derecho fundamental de la ciudadanía
de los niños, adolescentes y jóvenes como actores sociales de toda
sociedad democrática. La participación garantiza su reconocimiento
social y promueve el desarrollo de su conciencia colectiva como grupo
social.
El cambio histórico que se ha dado con la reciente inclusión
democrática de niños y adolescentes enfrenta el hecho de que, en
América Latina, el derecho a la participación ha sido muy débilmente
ejercido en general, y en lo particular, el concepto de moratoria
psicosocial posterga la ciudadanía responsable. La discriminación por
edad que afecta a los sectores jóvenes y la cultura poco participativa
provocada por los conflictos externos de los países, los conflictos
armados y la violencia ha sometido a los adolescentes y jóvenes a
situaciones difíciles, entre ellas la hostilidad policial. La aceptación de
los derechos de las personas jóvenes sufre toda suerte de embates.
Existen algunas campañas que contribuyen a la confusión de la
información y al manejo inadecuado del tema de los derechos
humanos. Ejemplo de ello es la valla publicitaria de una empresa
privada en El Salvador que dice “cumple tus deberes y luego exige tus
derechos”.27 Así se refleja la resistencia de las personas adultas a
aceptar el protagonismo y la toma de decisiones por parte de los
adolescentes y jóvenes.
La resistencia través de la desconexión activa es una expresión
importante ante la ausencia de propuestas realmente incluyentes para
los jóvenes. Surgen la desafección partidaria, las autoorganizaciones –
bandas y pandillas– que giran en torno a la trasgresión social y la
violencia como empoderamiento aterrante frente a la invisibilización y
exclusión.28 La respuesta política más frecuente a esta manifestación ha
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Informado en el Taller Regional sobre Experiencias en Participación Adolescente:
Lecciones y Desafíos, UNICEF-TACRO, Recife, Brasil, 2003.
Dina Krauskopf, “Violencia juvenil. Alerta Social”, Revista Parlamentaria. La crisis
social: desintegración familiar, valores y violencia social, vol. 4, núm .3, San José, Costa
Rica, 1996.
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El cambio histórico
que se ha dado con
la reciente inclusión
democrática de
niños y adolescentes
enfrenta el hecho de
que, en América
Latina, el derecho a
la participación ha
sido muy débilmente
ejercido en general,
y en lo particular, el
concepto de
moratoria
psicosocial posterga
la ciudadanía
responsable
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La participación
juvenil no sólo
requiere ser
entendida desde su
relación de
empoderamiento
respecto del sector
adulto, sino que
deben reconocerse
las formas propias
de empoderamiento
que construyen los
jóvenes y las
transformaciones
sido el poder represor del Estado apoyado en la estigmatización y la
acción violenta, denominado por Santa Cruz29 como populismo
punitivo pues dice orientarse a fortalecer la seguridad ciudadana.
La participación juvenil no sólo requiere ser entendida desde su
relación de empoderamiento respecto del sector adulto, sino que
deben reconocerse las formas propias de empoderamiento que
construyen los jóvenes y las transformaciones que se han dado en la
expresión de los contenidos de la participación juvenil. Las acciones
juveniles procuran actualmente cambiar en el presente las actitudes
individuales con autonomía e identidad para derivar de allí el cambio
social. Se prioriza la acción inmediata, la búsqueda de la efectividad
palpable de su acción. El respeto a la diversidad y las individualidades
se constituye en el centro de las prácticas. De allí que las
organizaciones donde el individuo queda “... anulado en pro de lo
colectivo masificado han dejado de ser de interés para las nuevas
generaciones. Las redes de jóvenes buscan fungir como facilitadoras y
no como centralizadoras”.
La participación protagónica rompe con el adultocentrismo; toma
en consideración la exclusión; da voz a los adolescentes; crea espacios
para la expresión de las capacidades de los jóvenes; da asesoría y
herramientas para la autoconducción.30 Como señala Liebel,31 los
adolescentes “pueden ser los mejores protagonistas de su propia
causa, siempre y cuando tengan la oportunidad de defenderla”.
Conclusiones
Cabe dejar establecido que el concepto de moratoria no reconoce que
el periodo juvenil tiene valores distintos en sociedades, estratos
socioeconómicos y culturas. Es necesario agregar que ya no es posible
adscribir crisis o tareas exclusivas a cada periodo de edad. En el
contexto actual de prolongación de la vida, de cambios acelerados,
modificación del recorrido existencial, rápida obsolescencia de los
que se han dado en
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la expresión de los
contenidos de la
participación juvenil
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29
María Santa Cruz, “Violencia y juventud en El Salvador”, documento presentado en
la Conferencia Centroamericana de Juventud, CRIMA, Rockefeller Foundation,
Fundación Frederich Eberth, Antigua, Guatemala, 2003, p. 50 (mimeo).
30
Dina Krauskopf, “Proyectos, incertidumbre y futuro en el periodo juvenil”, op. cit.
31
Manfred Liebel, Protagonismo infantil. Movimientos de niños trabajadores en
América Latina, Nueva Nicaragua, Managua, 1994.
JOVENes
instrumentos y superación de conocimientos, nuevos referentes
temporales, etc., la identidad se organiza con elementos diferentes de
los que Erikson desarrolló en su concepto de moratoria. Los recorridos
existenciales se han hecho flexibles y diversificados. La articulación de
las fuentes de la identidad se sustentan cada vez menos en la linealidad
del desarrollo asentada en el patriarcado. Éste conlleva la inequidad de
género y la discriminación por edad como insumos organizadores de la
identidad y las representaciones sociales de los sujetos juveniles. Las
distancias generacionales con los adultos se modifican y resignifican.
El sentido de vida de las personas jóvenes se fortalece con la
expresión cultural y la participación efectiva. La calidad del presente y la
dinámica de la historia son factores determinantes en la articulación de
sus procesos identitarios marcados, para muchos, por la pobreza, la
inestabilidad y el desarraigo, la violencia política y social, el silencio, el
dolor y la invisibilidad. Emergen respuestas contestatarias que se
expresan en diversas dimensiones sociales, como lo son el campo de los
derechos y la producción cultural.
La construcción de lo juvenil se da en contextos con mayor o menor
grado de multiculturalidad y multilocación, estructuras de
oportunidades enraizadas en condiciones económico-políticas con una
distribución predominantemente dual. El mundo cibernético es parte
de un cambio cultural que agudiza las diferencias y contribuye con
nuevos códigos, condiciones y experiencias, a los procesos de
constitución identitaria de las juventudes.
Hoy ser joven plantea nuevos sentidos que modifican lo planteado
por la moratoria como estrategia de apoyo a las trancisiones juveniles,
sus formas de productividad, participación y expresión. Todo individuo
tiene que realizar, durante la fase juvenil, su propia y original síntesis de
los modelos, identificaciones e ideales, a menudo incompatibles o
contradictorios, que nuestras sociedades ofrecen. Su éxito requiere
expresarse mediante la participación real con un sentimiento positivo
de identidad, para lo cual las juventudes demandan un reconocimiento
de su inserción social. No es aceptable quedar eximido del compromiso
en las acciones, como podría entenderse en la moratoria psicosocial.
Los adultos del presente no son el modelo para el futuro de los
jóvenes. Las acciones que desarrollan las propuestas de intervención y
atención deben despojarse de los esquemas que se manejaban para
atender el periodo juvenil en épocas en que la tradición era la
respuesta para el futuro. La ineficacia de dichos instrumentos da
rigidez y agrava las respuestas de los mayores, devalúa las
capacidades juveniles, incrementa la discriminación etaria y el apoyo
en el control externo.
En la actualidad, las dos generaciones están preparándose
permanentemente y deben considerar la flexibilidad frente a los
cambios por sobre la irreversibilidad de los pasos dados. La
incertidumbre es un elemento que debe incorporarse al desarrollo.
Ya no son sólidos los peldaños hacia un horizonte seguro y
predefinido traducido en un proyecto de futuro. Desaparecen las
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transiciones clásicas y dejan de ser irreversibles. Nuevas estrategias
deben incorporarse en el sentido de vida. Es necesario hacer frente a la
redistribución del poder que implica la participación juvenil auténtica y
abrir los canales para la colaboración intergeneracional que valoriza a la
juventud ciudadana, su flexibilidad para incorporar los conocimientos y
aportar a la innovación.
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