Conferencia 25 Abril 1988 Antecedentes sobre el origen de la Guerra Civil Española Hace algunos años, una revista española realizó entre sus lectores una encuesta preguntando, entre otras cosas, si la guerra civil podría haberse evitado. Cincuenta por ciento de los encuestados opinaron que era evitable, y el otro cincuenta por ciento, que no lo era. Esta falta de consenso en torno a esa pregunta se ve reforzada si uno analiza la extensa bibliografía existente sobre el tema. Por poner sólo un ejemplo, en la década del setenta aparecieron dos libros: uno de Gil Robles, titulado "No fue posible la paz", y otro de Joaquín Chapaprieta, llamado "La paz fue posible". No es de extrañar, entonces, que pocos se sorprendieran cuando el 18 de julio de 1936 se inició este desgarrador conflicto. Para entender por qué sostenemos que la guerra fue inevitable, cabe tener en cuenta el panorama europeo de los primeros cuarenta años del siglo XX. Por una parte, Europa enfrentó una dramática guerra mundial (1914-1918) que implicó más de diez millones de muertos, y un país vencido y humillado (Alemania) con deseos de revancha. Por otra, aunque la revolución bolchevique colmó de ilusiones y de esperanzas a un alto porcentaje de la sociedad rusa, ésta devino en un sanguinario totalitarismo. En forma paralela, en Europa occidental la democracia liberal entraba en una profunda crisis por su incapacidad para solucionar los problemas de la gente. El fascismo y el nazismo, tan totalitarios como el comunismo, se yerguen como una tercera vía, producto entre otras cosas de la profunda depresión económica que afectó al mundo a partir de 1929. Por último, Europa enfrentaba durante estas décadas una gran crisis valórica. Se arrinconan los conceptos de la civilización cristiana occidental, hay un laicismo creciente, un cuestionamiento de los paradigmas racionales y una creencia muy sentida de que las ideologías son utopías que representan verdades absolutas. Si bien era común escuchar en esa época que Europa terminaba en los Pirineos, España formaba parte de esa realidad y no podía sustraerse de los problemas que aquejaban al resto del continente. Pero si el clima general estaba enrarecido, más aún lo estaba en la propia España. En efecto, al finalizar el siglo XIX, específicamente en 1898, el país vive su decadencia. Tras su derrota frente a Estados Unidos ha perdido sus últimas colonias (Cuba y Filipinas), destruyéndose así las últimas ilusiones de grandeza imperial. España se muestra al desnudo: invertebrada, contradictoria, apasionada y en crisis. Surge toda una generación de intelectuales y políticos a quienes les "duele España", y con mucha razón. El sistema político español es una monarquía constitucional parlamentaria -pantalla de una democracia liberal-, regentada hasta 1902 por la reina María Cristina. Ese año asume el Borbón Alfonso XIII, quien ostenta el poder junto a una oligarquía de tradición rural, con fuerte apoyo de la Iglesia católica, poseedora de enormes riquezas. Entre 1912 y 1923, Alfonso XIII y el sistema político español enfrentarán graves problemas. Primero, una creciente agitación revolucionaria en las ciudades, motivada por el crecimiento de un proletariado pobre y explotado por la industrialización y, por otra parte, una agitación similar en el campo debido al pauperismo en que vive el campesinado. Existen grandes latifundios mal explotados, bajos jornales y un clima árido que agudiza la situación. Como consecuencia de ello, en esta época surgen dos organismos sindicales. Por un lado, la Unión General de Trabajadores (UGT), dominada por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Agrupa al trabajador urbano, y en esos momentos es más reformista que revolucionaria. La Central Nacional de Trabajadores (CNT), en cambio, está dominada por los anarquistas que siguen a Bakunin. Piensan que el sistema está corrupto y buscan el comunismo libertario: no al Estado, sí a las huelgas y a la violencia para destruir las estructuras. En segundo lugar, existe una creciente laicización de la sociedad. Sectores importantes de obreros, campesinos, intelectuales liberales y otros, identifican a la Iglesia y al clero con intereses egoístas, con el poder, y la acusan de falta de sensibilidad social. Durante este período crece la pugna entre fe y razón y el odio se apodera de muchas mentes. Tercero, España enfrenta las demandas de autonomía, especialmente por parte de Cataluña y de la Vascongada, factor que desestabiliza la unidad del sistema político español. Se recuerdan en estas zonas los fueros medievales. Hay un renacimiento de la cultura y de las lenguas regionales, impulsando el surgimiento de sectores cada vez más nacionalistas. Una burguesía rica por la industrialización y el desarrollo de estas regiones, los hace sentir que sostienen a la economía española. Madrid, la capital, es considerada incompetente para equilibrar y aunar norte, sur y centro, lo cual termina por generar un fuerte movimiento contestatario. Sintetiza la situación española en este período la llamada Semana Trágica de 1909, cuando Barcelona se convierte en un foco de rebeldía revolucionaria y de manifestaciones autonomistas y anticlericales. Durante esa jornada se queman más de ochenta iglesias. Además de la cifra de 120 muertos, la violencia y el odio se manifiestan incluso en el desentierro de cadáveres con los cuales bailan los revolucionarios, y donde las mujeres asumen un rol clave. A nuestro juicio, dichos incidentes constituyen el primer preámbulo de la guerra civil. La situación anterior se agudiza a finales de la primera guerra mundial, entre 1918 y 1923. Pese a su neutralidad, España vive los duros efectos económicos de la posguerra, se agudizan las diferencias sociales y comienza a hablarse -parodiando al transiberiano- del "transmiseriano", el tren que lleva a los campesinos desde el sur hacia el norte industrial. Contribuye a agitar aún más los ánimos la fuerte toma de conciencia en torno a la realidad social, a partir de los efectos de la revolución bolchevique. Sin embargo, continúan siendo socialistas y anarquistas quienes manejan el ámbito revolucionario. El Partido Comunista no tiene fuerza: es un grupúsculo insignificante. El Ejército, por su parte, busca ganar espacios e influencias. Inicia su aventura imperial en Marruecos y domina los puertos de Ceuta y Melilla, regiones ricas en minas de hierro. Se agudizan las luchas coloniales con Francia. España quiere la expansión. Nacen los "africanistas", pero tienen que soportar sucesivas derrotas desde 1904 en adelante. Entre 1923 y 1930, España ya está exhausta. Frente a la crisis, Alfonso XIII alienta la toma del poder de Miguel Primo de Rivera. Se conforma una dictadura militar -más bien una "dictablanda"-, pero España no se recupera. Sigue invertebrada. Hay algunos avances en obras públicas y algunos triunfos militares en Marruecos, pero la depresión de 1929 -al igual que con Ibáñez- agrava la situación. El rey ya no confía en su hombre fuerte. Antes de marcharse a París -donde muere al cabo de dos meses-, Primo de Rivera escribe: "He tenido 2.362 días de trabajo, inquietudes, sozobras. Ahora, a descansar un poco". Alfonso XIII cree que es posible retomar el poder, y ausculta a la opinión pública sobre el tipo de régimen que sería mejor para España: república o monarquía. Las elecciones municipales de abril de 1931 se convierten en una consulta nacional a gran escala, donde triunfa la república, especialmente en las ciudades. El rey, sin querer derramar ni una gota de sangre, suspende el ejercicio de su poder real, optando de esta forma por el "no a la guerra civil". El entusiasmo desatado por el triunfo republicano se extiende a través del país como un reguero de pólvora. España, se dice, ha cumplido su mayoría de edad y la república pasa a ser la "niña bonita", a la cual todos miran. El nuevo gobierno, con fuerte apoyo regional es heterogéneo. Como presidente de la Segunda República es nombrado Niceto Alcalá Zamora, abogado andaluz, católico moderado, quien junto a su gabinete es aclamado por la multitud enardecida en Madrid. Maura, también católico, es nombrado ministro de Gobernación, con lo cual se convierte en el responsable del orden público. La Iglesia en principio nada tiene que temer, pero los demás miembros del gobierno eran en verdad reconocidos anticlericales o simplemente ateos, como Indalicio Prieto y Francisco Largo Caballero, ambos socialistas; Manuel Azaña, anticlerical y opuesto al establecimiento de un imperio español en África, lo cual le ganaría el resentimiento de la Iglesia y del Ejército. Esta heterogeneidad del gobierno permitió, con todo, que el gobierno republicano iniciara su acción con el apoyo de un amplio espectro de la opinión pública. Incluso los regionalistas catalanes y vascos, quienes veían la oportunidad de que el cambio gubernamental acogiera sus demandas. Sin embargo, el clima de paz y euforia hacia "la niña bonita" no duró mucho tiempo. Era necesario enfrentar los graves problemas que venían arrastrándose desde los tiempos de Alfonso XIII y de Miguel Primo de Rivera. Así, entre 1931 y 1933, el gobierno republicano inició una serie de reformas, pero no siempre con "el tacto, criterio y tino" necesarios en un país donde la Iglesia, los militares, el mundo de la aristocracia terrateniente, los monárquicos y la burguesía católica no deseaban cambios sustantivos en la sociedad española. ¿Qué hizo el gobierno republicano? Mejoró de inmediato los jornales y condiciones de trabajo en las zonas rurales; puso fin al estado confesional y promulgó la primera ley de divorcio; ofreció condiciones de retiro favorables para reducir el número excesivo de oficiales de Ejército; construyó un sinnúmero de escuelas, pero quitándole a la Iglesia el papel preponderante en la educación; aprobó un estatuto de autonomía para Cataluña e inició una reforma agraria. Si bien todas estas medidas no eran esencialmente revolucionarias, ni mucho menos, Azaña -convertido en jefe de gobierno- cometió muchos errores al intentar resolver de manera rápida pero ineficiente los problemas que se habían arrastrado durante muchos años en España. Sólo como ejemplo, separó la Iglesia y el Estado, pero no consiguió resolver satisfactoriamente los conflictos que ello suscitaba al interior de la Iglesia (la condición jurídica de órdenes religiosas, el papel de la instrucción religiosa voluntaria, etc.). En este plano, asuzó a la Iglesia y a los católicos con decretos anticlericales tremendamente estúpidos, como por ejemplo, la prohibición de exhibir imágenes de santos en las escuelas con el argumento que besarlos -como era la tradición- era antihigiénico, o exigir autorización para celebrar fiestas de culto públicas. Tampoco el gobierno de Azaña pudo llevar a cabo una verdadera reforma agraria. Discusiones bizantinas entre partidarios de distribuir las tierras a las familias y aquellos que preferían la formación de colectividades retrasaron el proceso, y entre 1932 y 1934 no hubo más de doce mil familias beneficiadas. El descontento de la izquierda socialista y anarquista no tardó en hacerse sentir. Por último, al aprobar el estatuto de autonomía de Cataluña, Azaña se ganó la enemistad de muchos generales y miembros del Ejército, que veían que se perdía la unidad de España, y de los africanistas, que conocían la negativa de los catalanes de luchar por Marruecos. En síntesis, no fue difícil que la nueva república comenzara a tener enemigos por ambos extremos. Por una parte los más revolucionarios, que veían que las reformas no eran tan radicales como querían, entre ellos anarquistas y socialistas de Largo Caballero. Por el otro, la Iglesia y los monárquicos, que presentían que se estaba instaurando una "república roja". La pastoral del cardenal Segura a un mes de instaurada la república, que comparaba al nuevo régimen con "el ateísmo comunista" y la imposibilidad que las reformas sociales llegaran a la gente en forma rápida, fueron generando un clima de violencia cada vez mayor, acentuado por los efectos de la depresión económica del año 1929. Entre 1931 y 1933, muchos ejemplos nos revelan una situación exasperante en la España republicana. El caso de Castilblanco (diciembre del año 31), por ejemplo, un pueblo de Badajoz en Extremadura, donde los guardias civiles fueron muertos y mutilados -incluso sacándole los ojos- por impedirse una manifestación socialista.anarquista. Fue como "Fuente Ovejuna": nadie es culpable, lo es el pueblo entero, no hay proceso. Otro ejemplo en agosto del 32 ocurrió cuando el general Sanjurjo intenta un golpe de estado. Era el general más famoso de España, por los éxitos obtenidos en Marruecos en 1927. Quiso restaurar la monarquía, pero fracasó. En 1933, en Andalucía, el municipio de Casas Viejas quiso declarar su independencia, dirigido por anarquistas rurales. Fueron reprimidos a sangre y fuego. Dada la situación, y para evitar mayores conflictos, el Presidente de la República disolvió las Cortes y llamó a elecciones generales. El triunfo esta vez fue para la oposición de centroderecha. Las razones de la victoria se explican por la mayor cohesión y unidad de estas fuerzas debido a los ataques contra la Iglesia, las tomas de tierra, la violencia y la anarquía. Además, ha entrado en escena la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), con Gil Robles a la cabeza, movimiento que aglutina a la clase media, pequeños propietarios e intelectuales católicos. Junto al CEDA surge también la Falange Nacional de José Antonio Primo de Rivera, que aglutina a los jóvenes dispuestos a formar grupos de choque en defensa de una España una y libre. También votan por primera vez las mujeres, de tendencia claramente conservadora. La izquierda, por su parte, especialmente los socialistas de Largo Caballero, atacan a la república burguesa de Azaña, mientras los anarquistas, que siguen su política contra el Estado, se abstienen en las elecciones. Pese a que la CEDA se convierte en el partido mayoritario (con más escaños en las Cortes), el Presidente de la República, Alcalá Zamora, no elige a su líder Gil Robles como jefe de gobierno, por temor a radicalizar más aún a la sociedad española. Nombra en su lugar a Alejandro Lerroux, fundador del Partido Radical, conocido "come frailes" demagogo y corrupto, que se había derechizado lo suficiente como para ser nominado al cargo. Su gobierno frena todos los avances realizados por el gobierno de Azaña. La mayoría de los decretos y leyes promulgados a partir de 1931 son revocados, o simplemente ignorados. Por ejemplo, las órdenes religiosas fueron autorizadas a continuar como antes de 1931, volviendo a sus manos todas las propiedades incautadas. Frente a la crisis económica, el gobierno de Lerroux reduce salarios, y muchos propietarios terratenientes e industriales mostraron "un egoísmo suicida" al tratar de sacar ventajas de la nueva situación. La política de desandar lo andado exacerbó las pasiones y los ánimos. Los socialistas se convirtieron en un frente revolucionario, y los anarquistas intentaron la revolución social donde pudieron. El símbolo más grande de la gravedad de la situación fue la sangrienta represión a todos los levantamientos obreros y campesinos que tuvieron lugar en este período, siendo el más conocido por sus efectos a posteriori el que se produjo en Asturias en octubre de 1934. Allí, zona eminentemente carbonífera, se unieron las fuerzas revolucionarias socialistas, anarquistas y comunistas, iniciando un alzamiento armado. Alcanzó a declararse la república socialista, formándose incluso un ejército rojo; se asesinaron curas; se quemaron iglesias; y el gobierno, frente a este vandalismo, ordenó la represión. Para llevarla a cabo se llamó a uno de los generales más jóvenes del Ejército, de gran prestigio militar, africanista que había dirigido la Legión Extranjera, llamado Francisco Franco. La represión fue exitosa, pero tremendamente violenta. Murieron más de dos mil personas, hubo miles de prisioneros y fusilados. Muchos dirigentes socialistas y republicanos de izquierda como Azaña, Largo Caballero y Campanys, fueron a la cárcel. Cuando en las Cortes, en 1935, se iniciaron los debates sobre la pena de muerte a los responsables de la rebelión, ya se prefiguraron los dos bandos que lucharían en el 36. Por un lado, carlistas, monárquicos de Calvo Sotelo, cedistas y falangistas a favor de la pena de muerte; por otro, nacionalistas vascos, republicanos de centro y de iaquierda y socialistas, contra la pena de muerte. En medio de esta polarización, Lerroux debe renunciar por escándalos financieros, obligando al Presidente de la República a disolver nuevamente las Cortes y llamar a elecciones para febrero de 1936. Estos comicios fueron tanto o más plebiscitarios que los de abril de 1931, pero se ha producido una novedad. El Partido Comunista, sin fuerza ni apoyo en la España anterior, se transforma por primera vez en actor importante de la política española. ¿Qué había pasado? En la URSS, el Congreso del KOMITERN había dado un vuelco sustantivo: el Partido Comunista dejaba atrás su política revolucionaria antisistémica. Stalin se convenció de que la estrategia viable para enfrentar el avance del nazismo y del fascismo (no olvidemos que en 1933 Hitler ha llegado al poder), era aliarse con las fuerzas burguesas de la democracia liberal. Era la única manera para detener a quienes -mucho más que las democracias liberales- se habían transformado en sus acérrimos enemigos. Stalin postuló entonces la llamada política de frente popular, que le significaría un gran éxito tanto en España como en Francia y en el Chile de 1938. Todos sabemos que estas elecciones fueron ganadas por el Frente Popular. Sin embargo, el sistema electoral que avalaba los pactos y daba primacía a las mayorías como el terror, el miedo y el caciquismo local, dificulta conocer a ciencia cierta qué partido o movimiento tenía más apoyo popular. Con todo, es un hecho que España estaba dividida en dos: dos Españas, a estas alturas, difíciles de reconciliar. De hecho, Largo Caballero había dicho que de triunfar la derecha forzosamente habría que ir a una guerra civil, y los militares ya estaban conspirando frente a la posibilidad de un triunfo de la izquierda. El triunfo del Frente Popular se debió, entre otras cosas, a la participación masiva de los anarquistas que, por razones doctrinarias, siempre se habían abstenido de votar. El programa del Frente, que propugnaba la amnistía, soltar a los presos políticos de Asturias y la vuelta al trabajo de los exonerados por motivos políticos, contribuyó a su decisión de participar. El partido que obtuvo un mayor número de escaños fue el PSOE, pero nuevamente el Presidente Alcalá Zamora, buscando la pacificación y no la violencia, nombró como jefe de gobierno al republicano Azaña. Con ello provocó el resentimiento de los socialistas y especialmente de Largo Caballero, quien entró directamente a la oposición. Así, el nuevo gobierno de Azaña tuvo tres frentes que atacar: la oposición centroderechista aglutinada en el Frente Nacional, los socialistas y los anarquistas. Desde febrero de 1936 a julio de ese año, España se convirtió en un verdadero caos. Durante estos cuatro meses previos a la guerra civil, se contabilizan 1.601 iglesias incendiadas, 269 asesinatos políticos, 1.287 heridos en combates callejeros, 69 sedes políticas destruidas, 113 huelgas generales y 10 ataques a periódicos, sin contar innumerables tomas de fundos y terrenos. La gota que rebas{o el vaso y que provocó el estallido del conflicto fue el asesinato, el día 13 de julio de 1936, de un miembro de la guardia de asalto que preparaba a milicianos de izquierda. En represalia, éstos asesinaron al jefe de la oposición en ese momento, el monárquico Calvo Sotelo. En el Ejército, el general Mola -amigo de Sanjurjo, dado de baja por intento de golpe de estado en 1932- es el encargado de organizar el alzamiento. Si bien Franco era monárquico por tradición, no estaba muy interesado en las formas de gobierno. Lo que él quería era -bajo monarquía o república- un gobierno de orden y estabilidad, donde ni el marxismo ni la izquierda tuvieran el poder necesario para revertir el poder establecido. Al ser el general más joven y de gran prestigio, todos los buscaban, pero él se había mantenido callado, sin dar señales de su futuro actuar. Tanto él como otros generales importantes que el gobierno sospechaba que podían aliarse en un pronunciamiento militar, fueron alejados de sus puestos claves: Mola a Pamplona, Queipo del Llano a Andalucía, Franco a las Canarias. El asesinato de Calvo Sotelo fue, en definitiva, lo que los decidió. La muerte de Sanjurjo en un accidente dos días antes del alzamiento implicó el ascenso de Franco, quien tomó las riendas del levantamiento Nacional. Las vicisitudes del conflicto que traería como secuela casi un millón de muertos, serán tema de una próxima conferencia.- Patricia Arancibia Clavel