Pasajes clínicos Alejandra Ruíz Hay dos artículos de Freud que, a primera vista, se ocupan de cuestiones completamente distintas. “Pegan a un niño” se refiere al guión escénico imaginario, a las fantasías asociadas a una práctica sexual masturbatoria en las que el sujeto no sólo pone en escena un deseo arcaico inconsciente sino que también constituye una matriz de su deseo actual. “Lo ominoso” apunta, en cambio, al sentimiento de malestar y extrañeza ante un ser o un objeto que, siendo familiar, de pronto revela su otro carácter. Sin embargo, al mirar con detenimiento la cuestión, surgen diversos vasos comunicantes entre ambos textos. A los fines de transitarlos no es vano destacar que la escritura de Pegan a un niño se menciona en una carta a Ferenczi del 24 de enero de 1919 y se dará por concluida a mediados de marzo. El 12 de mayo del mismo año y también en una carta a Ferenczi, Freud menciona que ha rescatado un antiguo manuscrito del fondo de un cajón y lo está reescribiendo: “Lo ominoso” estará publicado recién un año después. ¿Hay alguna relación directa entre ambos artículos? Una frase nos da una pista: “…a menudo y con facilidad se tiene un efecto ominoso cuando se borran los límites entre fantasía y realidad, cuando aparece frente a nosotros como real algo que habíamos tenido por fantástico, cuando un símbolo asume la plena operación y el significado de lo simbolizado, y cosas por el estilo”.1 Freud sitúa aquí uno de los vasos comunicantes que, entiendo, permiten enlazar “Lo ominoso” y “Pegan a un niño”. En primer lugar, se presenta esta duplicidad de una escena fantaseada y una escena de la realidad, y la problemática que implica el pasaje entre ambas. ¿Qué quiere decir que se borren los límites entre una escena y otra? ¿Cómo podemos situar, en relación al fantasma de un niño pegado, el hecho de que aparezca en lo real una escena que habíamos tenido por fantástica? El párrafo destacado, uno de los más brillantes que se haya escrito en toda la historia del psicoanálisis, quizás prefigure, con su consideración acerca del carácter ominoso de un símbolo que lograra la plena operación y el significado de lo simbolizado -asumiendo que esa operación plena sea sin resto-, lo que Lacan dará en teorizar como falo simbólico (Φ) y como objeto a. Si la castración se hiciera de una vez por todas, cómo la mirada podría eludirla y cómo la voz podría desoír la amenaza de castración? Hay que leer a fondo los tres ensayos de Freud, para comprender hasta qué punto Lacan lo leyó, incluso más allá de Freud mismo La escritura como pasaje Un hombre va con su hijo en el auto por una autopista. Vuelven de unas vacaciones 800 kilómetros al sur y, mientras el padre conduce, ambos van cantando. Es habitual, siempre cantan en la ruta. Esa vez, repiten y repiten un mismo tema. De pronto, el hombre se da cuenta de que ese tema habla de la muerte y es de un músico conocido que se había matado con su hijo en la ruta recientemente. Al advertirlo, el hombre se angustia y experimenta lo que voy a situar como una vivencia de lo Unheimliche. Lo Unheimliche es el nombre de esa puerta que nos permite vislumbrar la alteridad 1 Sigmund Freud: “Lo ominoso”, en Obras completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1979, vol. XVII, pág. 244. que nos constituye. El umbral a partir del cual podemos interrogar, por la aparición de algo que no debía estar allí, el lugar de ese otro objeto que nos divide y que puede, en el mejor de los casos, llevarnos a conmover algo de la estructura. Decide entonces parar en un hotel en la ruta, para descansar antes de continuar el viaje. Pero esa noche un sueño impedirá ese anhelado descanso. Cuando me lo relate, estará aún más angustiado. Se ve entrando a un “telo” con su hijo. Siente vergüenza. Se pregunta, en el sueño mismo, ¿cómo pude haber traído a mi hijo a este lugar? Los telos, es preciso aclarar bien esto, son hoteles que se alquilan por turnos para encuentros sexuales. Son muy habituales en la Argentina, y cuentan con una decoración e iluminación inequívoca. Hay una relación entre esa primera vivencia de lo Unheimliche y lo que escribe el sueño que, en algún sentido, marca la entrada al análisis. Una canción se presenta, por su mera repetición, como signo de un riesgo mortal que padre e hijo, sin advertirlo, estaban celebrando. Pero más aún. Seguida por ese sueño, el riesgo adquiere un matiz incestuoso. ¿qué hace él con su hijo en ése lugar? Hay entonces cierta relación entre la angustia horrorizada de la experiencia vivida y la posibilidad de escribir, en el sueño, la coloratura erótica de la situación incestuosa. Podemos decir que esa angustia hace letra en el sueño, donde el riesgo abstracto de la canción toma la vestidura de lo sexual, del incesto. El goce como pasión Llegamos así al segundo pasaje que quisiera destacar hoy. El analizante sueña con una mujer que tiene un pene erecto, y lo invita a dejarse penetrar. Muy sorprendido me dice que tenía pene, pero era…¿una mujer? Esto lo conmueve y le parece siniestro. Luego de ese sueño, y como parte de las asociaciones de la misma sesión, él puede contar en análisis su condición de goce. Es una condición fija y no parece negociable de ningún modo: su vida amorosa aparece dividida entre las mujeres expertas, con las que goza plenamente de toda su sexualidad (y a las que nunca podría querer por eso mismo); y las que quiere, y con las que goza…moderadamente, puesto que algo importante siempre queda afuera. La importancia de que él pueda poner en discurso su modalidad de goce quizás permita, en lo sucesivo, desplazar algo de esa rigidez. Pero sólo el curso del análisis va a poder ir aclarando esto. Si para Decartes “pienso y luego existo”, lo cual plantea una disyunción excluyente entre pensamiento y existencia; para Lacan, las cosas son distintas. Lacan toma el cogito cartesiano y lo opone, lo hace trabajar en relación con la distinción, que no está en Freud, entre Ello e Inconsciente.2 La estofa fantasmática de la escena que se muestra revela el goce, completamente separado de la realidad e impensable para el sujeto. “Yo no pienso” indica la alienación en la que el sujeto se encuentra con referencia a lo que retorna, por el lado del objeto, del lugar del Ello. ¿Quién 2 “Es decir que, esta dialéctica del sujeto, en tanto que nosotros ensayamos ordenarla, delinearla entre el sujeto del enunciado y el sujeto de la enunciación es aquí una obra bien útil y especialmente al nivel en que nosotros retomamos hoy la interrogación del cógito de Descartes. Es esto lo que puede permitirnos dar el verdadero sentido, la situación exacta a esto que para Freud se modifica y se propone para nosotros, bajo estas dos formas que se llaman el inconsciente y el Ello que son, para nosotros, esto que se trata de distinguir a la luz de esta interrogación del cógito de Descartes”. Lacan, Jacques: “Logique du fantasme”, Séminaire, 1966-1967, inédito, clase del 11 de enero de 1967. piensa? (Cómo se me ocurrió llevar a mi hijo a un telo?) Lacan nos aproxima a una respuesta con la siguiente precisión: “Ello (Ça) es esto que en el discurso en tanto que estructura lógica es todo lo que no es je. Es decir, todo el resto de la estructura”. En ese sentido, el sueño permite que el goce fantasmático, proveniente del Ello, sea pensable, aunque sea por un instante, para el sujeto. ¿Qué es lo que van escribiendo estos dos pasajes? ¿Cuál es su orientación? La hendidura entre uno y otro goce, la proximidad del incesto figurada en los sueños, rebelan que la desfiguración, el distanciamiento entre el sujeto y la escena incestuosa no está construído o al menos no lo bastante. Si nos dirigimos, a los efectos de aclarar algunos de estos puntos, a “Pegan a un niño”, veremos que allí se presentan tres escenas o tres fases diferentes. En la primera fase del fantasma, Freud sitúa una fantasía de paliza que podría formularse como “El padre pega al niño”, donde agregar “que yo odio” –en opinión del autor- ya sería decir demasiado. El niño fantaseador nunca es el niño pegado, y el adulto indeterminado que imparte el castigo sólo más tarde se vuelve reconocible como el padre. La primera fase tiene un matiz sádico, si bien el niño que fantasea nunca es el que propina el castigo. Dejemos de lado, por un momento, la segunda fase que constituye -quiero anticiparlo- la caja negra de este texto freudiano. Si esta primera fase es el punto de partida…¿cuál es el de llegada? La tercera fase, se nos dirá, se aproxima sorprendentemente a la primera. Tiene el texto conocido por la comunicación de los pacientes. La persona que pega nunca es el padre, sino un subrogado. El niño fantaseador ya no sale a la luz en la escena de la fantasía de paliza, sino como la mirada que –ante la insistencia freudiana- el sujeto confesará: “Probablemente yo estoy mirando”. Hay que poner el acento en este “probablemente” ya que no es una convención más, sino la marca misma de la incertidumbre que señala al sujeto. No menos importante que las fantasías es el modo en que esas fantasías son narradas, ya que Freud destaca que hay algo asombrosamente indeterminable, como si fuera indiferente. Es preciso destacar que este marco de indiferencia e indeterminación quizás señala la falta de referencia en la realidad “diurna” de aquello en lo que se va a adentrar3. Es, efectivamente, una señal de pasaje entre la realidad “habitual” y aquella otra, la realidad del deseo ya articulada en el fantasma. Pero en la caja negra freudiana hay algo más. No sólo ha avanzado la desfiguración de los personajes primeramente familiares (ya no se trata de mi padre sino de un subrogado, maestro etc.), no sólo el sujeto queda reducido a la mirada, sino que además la fantasía es ahora la portadora de una excitación intensa, inequívocamente sexual, y como tal procura la satisfacción onanista. ¿Por qué camino una fantasía de paliza llega a erotizarse al punto de procurar una satisfacción onanista?, ¿qué hay en esa caja negra?, ¿qué sucede en esa segunda y misteriosa fase? La respuesta de Freud es sorprendente. Se trata de una escena que, en cierto sentido, nunca ha tenido existencia real pero es, a su vez, la más importante y la más grávida en consecuencias para el análisis. Su texto es: “yo soy azotado por el padre”. Tiene un indudable carácter masoquista y se ha teñido de placer en alto grado. En esta fase parecería no haber metáfora puesto que el padre es el padre y el niño es el niño fantaseador. Claro, podría replicarle Freud, sólo que esta escena tan explícita nunca llega a la conciencia, nunca es recordada y sólo podemos hacer una construcción, una construcción ficcional del análisis. He aquí la operación verdad como injerto. Este tiempo, que 3 “No sé si fue hoy o ayer que ha muerto mi madre”, la inolvidable frase con la que comienza El extranjero nos deja pasmados ya que inmediatamente surge el interrogante acerca de quién podría enunciarla puesto que su formulación por un hijo porta algo sorprendente. Uno puede sostener cierta imprecisión sobre hechos menores sin despertar suspicacias, pero no puede no precisar cuándo ha muerto un ser querido sin transformarse al mismo tiempo en sospechoso. nunca ha tenido existencia real, es justamente aquel en el que se produce el pasaje. Su existencia es una necesidad lógica, pero su materia no es la realidad sino aquello que la sostiene, lo que revela su carácter de montaje: la condición de ficción del fantasma y la importancia de la construcción de ese velo que cubre y señala lo real. Sin este injerto en la estructura psíquica, el pasaje entre el primer y tercer tiempo será un salto al vacío. Esa construcción, el hecho de que esa modalidad de goce sea pensable, es el pasaje mismo. Hay que destacarlo. En la medida en que Freud dice que es Unheimliche todo lo que hace aparecer como real lo que habíamos tenido por fantástico está proponiendo, sin saberlo, una orientación de los registros. No dice lo que habíamos tenido por real y aparece como fantástico, sino lo contrario. No es reversible: “[…] a menudo y con facilidad se tiene un efecto ominoso cuando se borran los límites entre fantasía y realidad, cuando aparece frente a nosotros como real algo que habíamos tenido por fantástico, cuando un símbolo asume la plena operación y el significado de lo simbolizado, y cosas por el estilo”. 4 Se plantea, de este modo, una problemática que ahonda en estas categorías, al hacerlas objeto de una vacilación que está en el corazón de cualquier experiencia traumática: ¿estoy soñando? El sueño, la pesadilla, la alucinación, el delirio, introducen la dimensión del despertar. Quisiera destacarlo. Ficción y vivencia, sueño y vida diurna, experiencia y vida: conviene situar, en esas díadas interesantes en lo que hace a la necesaria repetición de su lógica, en esas probables modalidades de lo Unheimliche y en el curioso tráfico que existe entre sus fronteras, una problemática central a la experiencia que interrogamos. 4 Sigmund Freud: Op. cit., pág. 244. El párrafo destacado, uno de los más brillantes que se haya escrito en toda la historia del psicoanálisis, quizás prefigure, con su consideración acerca del carácter ominoso de un símbolo que lograra la plena operación y el significado de lo simbolizado (asumiendo que esa operación plena sea sin resto), lo que Lacan dará en teorizar como falo simbólico (Φ) y como objeto a.