psicologia espiritual tomo ii - trabajos dr. antonio paolasso

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PSICOLOGÍA ESPIRITUAL
ARTE DE LA ESPIRITUALIDAD
Antonio Paolasso
TOMO II
V
LAS SENSACIONES
La capacidad de sentir
Existe una particular situación o estado de todos los seres vivientes, de recibir impresiones que
muchas cosas producen en el alma o espíritu y que hemos denominados sensaciones y que
percibimos a través del ánimo. A esta especial capacidad receptora o de sentir, la sustantivamos como
“sentimiento del ánimo”. Esto permite que algunos interpreten a las sensaciones como una “emoción
producida en el ánimo por un suceso”. Nosotros consideramos que el término emoción tiene
denotaciones y connotaciones muy especiales que lo ligan más al sentido de movimiento del ánimo
que impulsa a una acción psíquica o física o psicofísica. En consecuencia, debemos deslindar a
sensación de la palabra emoción, porque sensación es un vocablo más amplio y no siempre denota o
provoca acción. Por lo tanto, consideramos mejor definir a sensación como “lo que impacta a la
mente modificando el estado de ánimo”.
Al abordar la cuestión de las sensaciones, debemos trasladar las denotaciones a una familia de
palabras que en primer lugar involucra a sentir, como verbo, y nos encontramos con que es
“experimentar sensaciones producidas por causas externas o internas” y de ahí, en más, el
diccionario mezcla tanto las sensaciones objetivas provenientes de los sentidos, como las de
emociones o sensaciones subjetivas. De esta forma, también llegamos a la búsqueda del término
sensibilidad y nos hallamos con que es una “facultad propia de los seres animados” que les da la
cualidad de “seres sensibles” o “capaces de sentir” y dentro de éstos, encontramos la sensibilidad
humana como una “propensión natural del hombre a dejarse llevar de los afectos y capacidad de
respuesta a excitaciones o estímulos”. Dado que las sensaciones pueden ser objetivas como las que
provienen de los sentidos y que son ocasionadas o motivadas por estímulos del medio ambiente sobre
nuestros órganos de percepción (los cinco sentidos), o subjetivas como las que provocadas por
instintos primarios, las emociones y lo afectivo y la percepción extrasensorial, debemos considerar
dos grandes categorías de sensaciones:
1.
Sensaciones objetivas: son las generadas por estímulos objetivos, externos y que se producen
o perciben a través de los sentidos (cada una de las aptitudes que tiene el alma, de percibir por
medio de determinados órganos del cuerpo, las impresiones de objetos externos). Estos serían los
sentidos externos. Son obtenidas por la percepción sensorial.
2.
Sensaciones subjetivas: son las producidos por estímulos subjetivos, aquellos que nos
provienen del interior de la mente como las ideas, pensamientos o creencias; o estímulos internos que
pueden ser de origen orgánico como la cenestesia que consisten en sensación general de la existencia
consciente o la percepción interna de la función de los órganos del cuerpo, tanto normal como
anormal; o pueden ser de origen espiritual como los sentimientos, en cuanto a “impresión y
movimiento que causan en el alma las cosas espirituales” y que oficia como una “facultad interna en
la cual se reciben o imprimen todas las especies que envían las sensaciones interiores”; o las
emociones; o reacciones instintivas producida por los instintos. Las sensaciones subjetivas constituyen
un sentido interior. Son obtenidas por una percepción no sensorial o extrasensorial.
Todas esas facultades o capacidades externas o internas de recibir o captar estímulos externos
e internos, es la facultad o capacidad de percepción o registro y esa especial capacidad de percibir o
registrar fenómenos estimúlicos o estimuladores (estimulantes) impacta sobre el “estado de ánimo” el
cual condiciona el modo de recibir estos estímulos y de expresarlos como emociones o sentimientos o
reacciones instintivas. Esta especial condición de “estar” las percepciones como “estado de ánimo” es
lo que permitiría la intervención de la inteligencia o razón para graduar, despertar o abolir
determinadas sensaciones o los modos de expresión de ellas.
La capacidad de sentir o sensibilidad humana se puede considerar desde dos aspectos
naturales:
1.
Sensibilidad orgánica fisiológica: que es la regida por los receptores, centros y vías nerviosas
del sistema nervioso central del cuerpo y que corresponde a la sensibilidad termoalgésica
(sensibilidad que percibe el dolor y la temperatura) o la sensibilidad sensual (de los sentidos) como el
tacto, la vista, la audición, el gusto y el olfato; y las sensaciones instintivas primarias de conservación
de la vida: hambre, sed, impulsos catárticos (orinar, defecar), impulso sexual de reproducción.
2.
Sensibilidad espiritual: que nos permite percatarnos de los afectos, intelecciones,
sentimientos, emociones e instintos y otras percepciones extrasensoriales.
La vida sensitiva humana
La referencia al fenómeno de las sensaciones humanas y su percepción, configura en su
totalidad un fenómeno global que da lugar a la vida sensitiva, que es el curso cronobiológico que
empleamos para desarrollar nuestra vida natural, desde el nacimiento hasta la muerte. Esta vida
sensitiva puede considerarse desde el punto de vista de las sensaciones corporales como las
percepciones sensuales o sensoriales (captación y registro por los sentidos), y las sensaciones
somáticas (cenestesia, sensibilidad nerviosa, instintos primarios de conservación de la vida); y de las
sensaciones espirituales que corresponde a la órbita de la vida afectiva-emocional, las sensaciones
instintivas, los procesos intelectivos o intelecciones y la esfera volitiva. Asimismo comprendería otras
sensaciones extrasensoriales.
Esencialmente, las manifestaciones de la vida sensitiva espiritual humana necesitan de la
mente para expresarse como facultades mentales o actos mentales. La vida sensitiva somática o
corporal es una cuestión de ciencias biológicas anatomofisiológicas y que no corresponde desarrollar
en el texto de este trabajo. González Pecotche sostiene que: “la capacidad receptiva de la
sensibilidad es más rápida y eficaz; percibe la proximidad de una verdad velozmente, aventajando a
la razón y al entendimiento en sus lentos y refinados procedimientos analíticos, causa por la cual
podría considerársela como el radar psicológico del hombre, capaz de captar o denunciar verdades
próximas o distantes”. Nosotros hemos llamado “antena existencial” al “radar psicológico” de
Pecotche. En cuanto a la “velocidad mental” de la sensibilidad es un fenómeno corroborado por
Goleman y otros estudiosos que colaboran con él, cuando se refieren a que la mente emocional es
más rápida que la mente racional. De estas cuestiones, queda bien claro que sensibilidad es facultad
de sentir, propensión natural a los afectos y capacidad de respuesta. Diríamos, en palabras más
sencillas, es el “modo de sentir” del hombre frente a estímulos o requerimientos afectivos y el “modo
de responder” frente a esos estímulos. Todo esto configura un complejo de reacciones:
1.
2.
3.
reacciones emocionales, por las que primero se “siente” y luego se “responde”.
Asimismo, en un orden idéntico están las reacciones sentimentales
y las reacciones instintivas.
En alguna medida hemos analizado que el hombre puede tener esa “capacidad o facultad de
sentir” y es sensible. O bien, carecer de ella y ser insensible. Lógicamente, entre los extremos de la
sensibilidad total y la insensibilidad total hay términos medios de todos los casos. Existen personas
que reaccionan normalmente y son los normosensibles: ríen cuando están alegres, tienen melancolía o
llanto cuando están tristes o reaccionan con un grado de enojo frente a lo hostil, agresivo o
reaccionan con actitudes defensivas limitadas frente a lo lesivo (miedo o huída, defensa o lucha,
sideración o entrampamiento). Pero hay otros que reaccionan en forma desmedida: los hipersensibles
y amplifican todas las reacciones naturales o normosensibles, llevándolas a la máxima expresión.
La insensibilidad puede tomar varias formas como la alexitimia que es una incapacidad como
estado anormal de no poder sentir ni manifestar sentimientos o emociones. Tiene varios grados de
manifestación que van desde la dificultad hasta la imposibilidad total de manifestar o comunicar los
sentimientos afectivos. Suele manifestar como mezquindad o economía en la expresión sentimental,
incapacidad de reír o compartir alegrías e incapacidad de llorar o compartir tristezas. Puede
manifestarse en forma primaria (como enfermedad o trastorno psíquico en sí) o secundaria (después
de una violación, en los drogadictos crónicos, etc.). La alexitimia puede inducir conductas violentas o
al consumo de drogas y alcohol. Se está investigando si es una mera dificultad de expresión, o una
grave incapacidad afectiva por carencia de sentimientos. Se vincula alexitimia a enfermedades
psicosomáticas por sus efectos sobre el sistema inmunológico y el cuerpo en general. Se piensa que la
alexitimia es un trastorno de conducta adquirido en la infancia por falta de educación sentimental
debido a la crianza en una familia poco afecta a expresar sus sentimientos. Dentro de la insensibilidad
están los desalmados que pueden reaccionar como “faltos de conciencia” (sin discernir sobre lo
bueno y lo malo y aceptan indistintamente a ambos); como “crueles e inhumanos” y directamente se
inclinan al mal, a la agresividad, a la perversión y a toda clase de degradaciones; finalmente, también
como “privado o falto de espíritu” están los apocados, que fluctúan entre un grado de timidez, de
insensibilidad y de indiferencia. Otros son indiferentes, aquellos “que no despiertan a otros ni interés,
ni afecto”, ni tampoco lo prodigan, como si fueran “descuidados o desprolijos” sensibles. Toda esta
gama, se da dentro de personas “normales”, no enfermas. Los que sufren o están enfermos por
trastornos mentales, allí la insensibilidad o la hipersensibilidad son parte del cortejo de signos y
síntomas de la enfermedad. Dentro de la variedad de “formas de sensibilidad”, tenemos dos tipos de
reacciones:
1.
2.
reacciones normales
reacciones anormales
La reacción normal es la capacidad de reacción o respuesta que toda persona normal tiene
frente a los estímulos o cosas que “tocan” su sensibilidad. En las reacciones normales hay proporción
entre causa y efecto: un reproche injustificado produce indignación y puede ocasionar algún tipo de
respuesta algo agresiva y/o violenta, cuya graduación dependerá de la intensidad del estímulo y a
mayor estímulo habrá menor sensación de pérdida de control de sí mismo. El azorado en grado
máximo no sabe que está perdiendo el control y por lo tanto su conducta es irrefrenable. Pero la
reacción anormal es una reacción desproporcionada ante la intensidad del estímulo: un estímulo
pequeño desencadena una gran reacción desmedida o, viceversa: un gran estímulo no despierta
reacción o lo hace en grado mínimo. Por otro lado, las reacciones percibidas como
desproporcionadas y repetitivas, provocan invariablemente manifestaciones de tres formas:
1.
Como explosión, cólera (contenida o manifiesta), agresividad, violencia (es la causa de un
impulso homicida asesino y/o suicida no psicopático sino normal); euforia o entusiasmo en exceso
(que lleva al desborde sensitivo del llanto o de súperoptimismos irracionales, etc.) y actitudes de
atracción o rechazo desmesurado de las personas o cosas
2.
Reacción de depresión, tristeza, melancolía, abatimiento moral, repliegue en sí mismo,
angustia y se produce un trastorno mental grave como la depresión o el trastorno bipolar, el
ensimismamiento o el alejamiento social (reclusión religiosa, anacoretismo, mutismo o autismo,
reclusión hogareña, etc.)
3.
Actitud extrema de insensibilidad, indiferencia, anestesia, frialdad, apatía y se cae en la figura
de la persona que manifiesta no sentir nada por los otros ni que éstos le despierten algún tipo de
interés y, a su vez, no reciben de los otros tampoco ningún afecto o interés. Son los que sufren
“anestesia afectiva” porque no experimentan niveles sentimentales o emocionales perceptibles ni por
ellos ni por otros.
El meollo de nuestra cuestión es la sensibilidad espiritual o sensaciones espirituales, que son
las que se captan esencialmente con la mente a través de procesos intelectivos, procesos afectivoemotivo-instintivos y procesos volitivos y otras formas de percepción extrasensorial. Esto constituye
la vida sensitiva humana en especial, la cual, como todos los otros procesos, necesita de un desarrollo
desde que se nace hasta que se crece y después se modula en el resto de la vida. Si bien la vida
sensitiva involucra lo sensorial, lo que distingue al hombre de otros seres vivos, son las sensaciones
espirituales. El desarrollo de la vida sensitiva espiritual comprende lo que se llamó desarrollo afectivo
y desarrollo emocional. Esto significa que todos los estímulos sensitivos que se reciben al nacer
deben ir adecuando su expresión. Primero, la expresión interna entre el estímulo y la reacción, debe
ser de forma tal que haya plena congruencia entre ambos. Luego, habrá que aprender cómo expresar
externamente las sensaciones con el resto del entorno social empezando primero en la familia, sigue
con el vecindario, la escuela y así sucesivamente. En esa etapa de desarrollo desde el nacimiento hasta
la niñez y la adultez hay que aprender a modular las sensaciones personales para hacerlas
congruentes, como dijimos, primero entre el estímulo y la reacción que éste provoca y después
condicionar la respuesta individual a las respuestas sensitivas de los demás. Cuando se llega a
compatibilizar el equilibrio interno con las relaciones externas, es cuando se considera que hay
pleno desarrollo, esto es madurez espiritual.
Procesos afectivo-emotivo-instintivos
Nos vemos obligados a utilizar un término compuesto por tres partes, pero que en realidad se
percibe como fenómeno único y global, que funciona in toto (como un todo inseparable) y que
difícilmente pueda discriminarse mientras opera, cuales son las sensaciones que intervienen
nítidamente, aunque podamos destacar, por la naturaleza y calidad de los efectos, el predominio de
algunas de ellas. Para poder entender mejor porque distinguimos entre afecto, emoción e instinto,
debemos previamente, como corresponde al estilo explicativo que usamos para una mejor
comprensión y el consenso de los tópicos en particular a dilucidar, dar el concepto que hemos
adoptado para cada una de esas sensaciones. Antes, destacamos que desarrollaremos el tema sobre los
tres ejes de este fenómeno global:
1.
2.
3.
procesos afectivos (vida afectiva)
procesos emocionales (vida emocional)
procesos instintivos (vida instintiva)
¿Por qué esta distinción tan particular?. Porque es evidente que en cada individuo hay
predominio de uno u otro proceso, lo que conforma su conducta a lo largo de la vida o por períodos
determinados de ella. Sólo quienes logran educarse o adiestrarse espiritualmente, podrán equilibrar
estos procesos para recibirlos en forma armónica y equilibrada, sin excesos o falta de alguno de ellos.
En estos tres procesos, el concepto “vida” es un equivalente a “ámbito mental” en el cual predomina
un determinado proceso y, en consecuencia, determina el “estilo de vida” que marcará a la
personalidad individual.
La vida afectiva
Comenzaremos por delimitar que comprenderemos por afecto y vida afectiva. Dentro de las
sensaciones espirituales se encuentra la vida afectiva. La afectividad es una especie de capacidad o
disposición para vivir experiencias o reacciones anímicas que se manifiestan en el interés, el
desinterés o la alteración que se experimenten, interna o externamente. La afectividad, según la
escuela psicológica denominada “cognoscitiva” (sustentada por los investigadores rusos Smimov,
Rubinstein, Leontiev y Tieplov), abarcaría a los sentimientos, emociones y pasiones.
Nosotros hemos preferido reducirla a la esfera de los sentimientos, en especial, los amorosos o
cariñosos, dado que afecto es “cualquiera de las pasiones del ánimo como ira, amor, odio, etc., pero
particularmente es entendido como amor o cariño”. Luego es afectuoso quien es “amoroso, cariñoso
y expresivo en sus sentimientos”. Entendida así, la vida afectiva es el conjunto de sentimientos
positivos que una persona tiene o cultiva y expresa. Nuestro idioma castellano regido por la RAE, en
el caso de sentimiento, da la definición primera y más pronta que es la de “acción y efecto de sentir”.
Luego, la segunda acepción es la de “impresión y movimiento que causan en el alma las cosas
espirituales”.
La escuela “cognoscitiva” denota que un sentimiento es una de las manifestaciones que
aparecen de manera más difusa y amplia entre los individuos. Por lo general, remite a valores
establecidos por la sociedad y que se consideran moderados aunque persistentes, y cuya persistencia
puede ser modificada por el ambiente cultural que impera en una época determinada.
Finalmente, hay una última acepción (estado de ánimo afligido por un suceso triste o
doloroso), de la cual tomaremos el concepto principal de “estado de ánimo”. La vida afectiva tiene
mucho que ver con el sentimiento o capacidad de sentir que tiene el hombre. Sentirse a sí mismo y
sentir a otros. Pero esta sensación de sí o de otros no es un mero contacto físico o sensual, a través de
los sentidos. Es un contacto esencialmente espiritual por lo que sentimiento, además de la acción y
efecto de sentir o sentirse, involucra, según la definición que vimos, toda” impresión y movimiento
que causan las cosas espirituales” y que pueden impactar, sobre todo, en el estado del ánimo con
una sensación de malestar como dolor, angustia o tristeza, o como sensación de bienestar de alegría o
felicidad.
Luego, un sentimiento, a diferencia de las emociones y las pasiones, puede ser algo solamente
“sentido”, “percibido” pero que se maneja únicamente en la completa pasividad de sentir, sin mover a
la acción patente en un hecho determinado. Queda como una sensación percibida no expresada
mediante acciones. Pero cuando inspira un movimiento, impulso o deseo de acción, se expresa y lo
hace a través del ánimo, instrumento también usado, fundamentalmente, por las emociones y las
pasiones. Desde otro punto de punto vista podemos decir que el sentimiento da respuestas parciales
del cuerpo, mientras que las emociones dan respuestas globales del cuerpo. Esta es la distinción
fundamental entre ambas. De ahí la confusión que puede generar el significado o concepto de
sentimiento, puesto que puede involucrar a un sentimiento propiamente dicho, como a una emoción
o un instinto.
Es sentimiento puro cuando queda encerrado en el espíritu, donde “se siente” pero “no se
expresa” total o globalmente nivel físico. Al expresarse en forma global se da a conocer como
emoción o pasión. La línea de significado entre sentimiento, emoción y pasión es muy tenue y entre
sentimiento y emoción, está marcada por la expresión (si es parcial o global). En cambio, entre
emoción y pasión, la marca es dada por la intensidad, siendo la pasión una emoción intensa que
necesariamente debe manifestarse o expresarse. (La pasividad de una pasión, es cuando esta palabra
se refiere a un sufrimiento que se denomina pasión, porque es de gran extensión e intensidad pero
que suele manifestarse calladamente, sin conductas explosivas, a diferencia de una pasión activa.) En
síntesis: nuestro sentido de afectividad, lo hemos señalado, reside sólo en los sentimientos de afecto y
amor, que cuando se aprecian pero no manifiestan, quedan como meros sentimientos, pero cuando se
expresan cursan como emociones. Esta es la diferencia neta entre un sentimiento y una emoción,
como términos individuales propiamente dichos. El sentimiento de amor es el eje principal de la vida
humana auténtica y es el más noble y superior de todos los sentimientos. Es el que da sentido a la
vida humana.
Quizás, quien mejor define esta sensación es Albert Einstein: “¡Qué admirable y digna de
atención es nuestra situación, la de los hijos de esta Tierra! Cada uno de nosotros sólo se halla aquí
para cumplir una breve visita. No sabemos con qué fin, aunque a veces creemos sentirlo. Desde el
punto de vista de la vida cotidiana, y sin reflexionar con más profundidad, sabemos lo siguiente:
estamos en la Tierra para los demás, y en primer lugar, para aquellos de cuya sonrisa y bienestar
depende plenamente nuestra propia dicha. También existimos para los innumerables desconocidos
con cuyo destino nos ligan y encadenan lazos de simpatía”. En esta corta frase, el sabio resume el
amor por los otros y de la entrega por la felicidad ajena que constituye nuestra propia felicidad.
Cabe hablar, en este apartado de la vida afectiva, de todo aquello que hemos desarrollado al
hablar del sentimiento de amor en sí, especialmente de los sentimientos de amor familiar (filial,
paternal, fraternal), de amistad y de sociabilidad. El amor es “afecto por el cual busca el ánimo el
bien verdadero o imaginado y apetece gozarlo. Es también la pasión que atrae una persona a otra,
un sexo a otro. Pero amor es también blandura, suavidad. Desde otro punto de vista es el esmero con
que se trabaja en una obra deleitándose en ella”. Las relaciones amorosas, además del afecto son
“voluntad, consentimiento, convenio o ajuste y se expresan no sólo por manifestaciones cariñosas
como las caricias sino que el otro es un objeto de cariño especial y por lo tanto esas relaciones son
placenteras, no conflictivas”.
Desde un punto de vista filosófico, como luego lo trataremos en profundidad, el amor es la
curia o cuidado que se pone al tratar al otro, al prójimo, procurando antelar su bienestar pero sin
avasallar su autonomía ni libertad. Es decir, ejerciendo una actitud afectuosa de cuidado, pero no
posesiva. La curia es la base de la vida afectiva en general. Se tiende a ayudar al prójimo en sus
problemas, pero no resolviéndolos en forma directa, sino enseñándole los métodos posibles para que
él elija. Es como si el ser humano se completara cuando aprende a existir en función del otro. Martín
Buber habla de un “yo y tú” como la dupla perfecta del afecto o amor projimal. Sólo identificando el
yo y el tú se establece una correcta relación afectuosa projimal.
La vida emotiva
Consideramos como esfera emocional propiamente dicha, al ámbito mental donde se
originan y manifiestan las emociones y a los efectos y consecuencias de las mismas. Es todo lo
relativo a la mente emocional y al emocionar. Emocionar es conmover el ánimo, causar emoción y
emoción, según lo explicamos anteriormente, es un estado de ánimo caracterizado por una
conmoción orgánica consiguiente a impresiones de los sentidos, ideas o recuerdos, la cual produce
fenómenos viscerales que percibe el sujeto emocionado, y con frecuencia se traduce en gestos,
actitudes u otras formas de expresión.
En esta definición hay cosas vectores: en primer lugar “estado de ánimo” y en segundo lugar
que provoca “conmoción orgánica”. Esto puede ser traducido como que la emoción es un
sentimiento netamente humano del cual no puede desprenderse el hombre y en este sentimiento
refleja su esencia de ser total y no escindido en partes. La emoción es un compromiso completo de
esa carnalidad espiritual del hombre, ante el cual reacciona “con todo”. No reacciona por partes.
Al definir la emoción, en primera instancia Goleman recurre al Oxford English Dictionary el
que denota a emoción como “cualquier agitación y trastorno de la mente, el sentimiento, la pasión;
cualquier estado mental vehemente o excitado”. El autor prefiere definirla como “un sentimiento y
sus pensamientos característicos, a estados psicológicos y biológicos y a una variedad de tendencias
a actuar”. En un estudio reciente, Goleman y Ekman aportan una nueva connotación de emoción:
“estado mental poderosamente cargado de sentimientos”. Este concepto excluye las sensaciones
percibidas por los sentidos (sensaciones sensoriales) o el cuerpo (sensaciones físicas) para
concentrarse únicamente a las sensaciones evaluadas por un pensamiento.
Pero para que haya un terreno propicio de la motivación, previamente debe haber un
equilibrio de la vida emotiva. Según Cantón Duarte, tanto la vida emotiva como la vida afectiva es
“el conjunto de reacciones psicofísicas que se asocian a la vida mental de todo individuo y se
indican generalmente con los términos de sentimientos o estados de ánimo”. Los antiguos filósofos
consideraban que las emociones, del mismo modo que los sentimientos y las pasiones, eran
manifestaciones con un matiz de negatividad, puesto que suelen perturbar la paz o tranquilidad del
alma.
Arnold, una psicóloga actual, define a emoción como el “sentir tendencia hacia algo
intuitivamente evaluado como bueno o beneficioso, o bien apartarse de algo intuitivamente evaluado
como malo o penoso. Simultáneamente a esta atracción o aversión se produce una serie de cambios
fisiológicos cuya finalidad estriba en que se pueda llevar a cabo esta aproximación o retirada. Estos
cambios fisiológicos tienen características propias que son diferentes de unos estados emocionales a
otros.” Esta definición coloca a la emoción como una especie de reacción frente a estímulos
ambientales, en que no sólo interviene lo espiritual, sino también lo físico, comprometiendo al
organismo en una serie de mecanismos fisiológicos distintos para el miedo o la alegría, la pena o la
excitación, la depresión o el estrés, la ira o la frustración, el amor o el odio. Involucra todos los
sentimientos por lo que se le llama vida afectiva. Luego, la emoción es una forma de responder frente
a diferentes situaciones que despiertan la reacción. Es siempre una fuerza reactiva porque está en
todas las reacciones psiconeurobiológicas, ya sean adquiridas o heredadas, estables o mutables,
colectivas o individuales, positivas o negativas. De ahí que abarque sentimientos, afectos, instintos y
todo tipo de impulso. Este concepto incluiría, entonces, no sólo lo dado por los pensamientos sino
también por estímulos sensoriales, dejando poco claro los otros conceptos antepuestos que acabamos
de repasar, en especial, la idea de Goleman. Luego, si algunos sentimientos se originan a través de los
sentidos, la emoción como secuela de sentimientos, tendría relación sensorial.
Recordemos que etimológicamente, emoción viene del latín movêre (que a su vez deriva de
motus = movimiento, agitación) y que se refiere a mover, remover, excitar, producir, hacer, es decir,
“poner en movimiento”. Los budistas tibetanos no tienen una palabra para designar a la emoción, en
el sentido en que se usa en Occidente. Lo único que poseen es una definición operativa a la que
conceptúan como “una emoción es un estado mental poderosamente cargado de sentimiento”.
Occidente, de algún modo, considera a la emoción como algo opuesto al pensamiento, mientras que
los tibetanos ven a emoción y pensamiento como partes diferentes de la misma totalidad integrada.
Nosotros creemos que hasta ahora la “ciencia” y la “filosofía” occidental han equivocado la
descripción de los movimientos espirituales y aceptamos que los orientales, en este caso los budistas
tibetanos, tienen una mejor concepción de los fenómenos espirituales y dentro de su sencillez no han
inventado tantos compartimentos para un mismo fenómeno. Además, mientras los occidentales nos
hemos propuesto observar, analizar y describir meramente a los fenómenos espirituales, los orientales
en forma empírica sólo los asumen, los viven y los adiestran para adaptarlos a un sistema de vida
controlada. Han manifestado muchos siglos antes de que Goleman lo resaltara, una verdadera
inteligencia espiritual que va más allá de la inteligencia emocional, pues abarca todas las esferas
espirituales (intelecto, sensaciones como sentimientos y emociones y voluntad)
La vida instintiva
La vida instintiva existe en el hombre como en los otros seres vivos, pero en el ser humano
queda enmascarada por las otras facultades espirituales como la afectividad y la inteligencia. Dijimos
que lo instintivo está ligado a la vida emocional porque tanto lo emotivo como lo afectivo, en alguna
medida están en la esfera del instinto. El hombre, como el animal, “vive” sus instintos, pero esta vida
instintiva no es tan nítida como lo es para el animal. Una vez más apelamos a la RAE y así sabemos
que instinto (del latín instinctus) es un “estímulo interior que determina a los animales a una acción
dirigida a su conservación o reproducción”. Pero también instinto es “instigación o sugestión” o
“impulso o propensión maquinal e indeliberada”. Luego lo instintivo es “obra, efecto o resultado del
instinto y no del juicio o la reflexión o del propósito deliberado”. Muchas emociones y afectos son
impulsivos y no razonados por lo que creemos que entran en lo instintivo. Incluso, siguiendo la
definición dada por los diccionarios latino-español, hasta la inspiración sería, de algún modo,
instintiva. El hombre, biológicamente como animal, está dotado de instinto. Pero el rasgo
fundamental de su raciocinio, modifica su vida instintiva a la luz de la inteligencia. Otra definición
de instinto es “conducta innata, transmitida genéticamente entre los individuos de una especie, que
obliga a responder de un modo específico ante el mismo estímulo, sin que medien la experiencia o el
aprendizaje, por ende, se aplica a toda aptitud para enfrentar con rapidez y éxito a situaciones
nuevas. Freud postuló la existencia de sólo dos instintos: Eros o la vida, cuyo fin es unir e integrar, y
Tanatos o la muerte, cuyo propósito es destruir. Algunos instintos humanos primarios serían: el
maternal, el paternal, la huida, el combate, la curiosidad, la repulsión, el menosprecio, etc.”
Los diferentes “modos de ser” del hombre, dan diferentes “modos de expresar” los instintos
naturales. Así, habría modos de expresión instintiva auténticos e inauténticos. Goleman, al referirse a
la mente del abusador sexual, enfoca al desborde emocional instintivo como una “vida sin empatía”,
esto es, la “supresión de la empatía”. También enfoca al psicópata o sociópata como “carente de
remordimiento” “incluso por los actos más crueles y despiadados”. Naturalmente, Goleman se
refiere al hombre instintivo inauténtico. Inauténtico porque desnaturaliza su ser de humano para
transformarse en una bestia humanoide, es decir, con forma de ser humano pero sin la esencia de
éste. Es el hombre que vive despojado de todo afecto amoroso, aunque sepa fingirlo como el más
consumado de los actores. Los efectos de esa vida inauténtica son los crímenes horribles que la
página de policiales describe cuando habla de violación de bebes, de nenas, de descuartizamiento y
de otras crueldades no imaginables para un hombre normal. Es como si el hombre se hubiese
despojado de su espíritu y se imbuido de la vida bestial: la que se desempeña sólo con bajos instintos.
Hay que saber distinguir entre motivación e instinto. Cuando hay una
diferentes personas, las respuestas son disímiles porque dependerán de
entrenamiento y la capacidad individual de respuesta. Si las condiciones y
mismas para todos los presentes pero igual hay respuestas distintas, entonces es
misma ocasión para
las condiciones de
capacidades son las
cuando interviene la
motivación para variar la respuesta.
Los motivos pueden ser:
1.
Primarios o fisiológicos: se originan en las necesidades primarias o fisiológicas y son
procesos de autorregulación del organismo. Acompañan los instintos primarios y por lo tanto, son
innatos junto con esos instintos, a los cuales regulan mediante el aprendizaje de costumbres relativas a
la satisfacción de los instintos primarios. Es una motivación básica en el hombre.
2.
Sociales o secundarios: en su mayor parte son adquiridos en el curso de socialización en una
cultura determinada. Se forman con respecto a relaciones interpersonales, los valores sociales ya
establecidos, las normas o las instituciones. También pueden servir para regular instintos afectivos
como el amor, el odio o favorecer, o no, el instinto gregario, en el caso del hombre la empatía y la
sociabilidad.
Para ilustrar lo expuesto, tomemos como ejemplo de motivo fisiológico que regula el hambre
en el acto de comer. Si este acto lo realiza una familia compuesta por varios miembros, veremos que
ellos pueden estar conformados con las mismas condiciones de entrenamientos (referidas a horarios,
forma de comportarse en la mesa, tipos uniformes de menús, etc.), pero hay capacidades individuales
distintas de respuestas. Unos comerán disciplinadamente, otros lo harán más desordenadamente.
Algunos ingerirán más rápidamente, otros lentamente. Muchos completarán el rito en familia, otros lo
finalizarán primero o mucho después (sobremesa). ¿Cuáles son los motivos de esas conductas
dispares?. En primer lugar los horarios: quienes llevan mayor cantidad de horas de ayuno tendrán
mayor hambre y, por lógica, apuro por comer. Otra razón es el cumplimiento estricto de
determinados horarios que obliga a comer en corto lapso. Esto determinará una ingesta rápida y
desordenada, incluso incompleta. Por el contrario, quienes tengan ayuno menor y horarios
complacientes, disfrutarán de una comida pausada, ordenada y completa (entrada, plato principal,
postre) e incluso puede quedarse en un tiempo complementario de sobremesa. Otros factores que
intervienen en las conductas de respuestas son: diferencias metabólicas, necesidades dietéticas,
apetencias, etc. Esto referido a un instinto: hambre, y a su satisfacción: comer.
Esas mismas personas en otras condiciones pueden variar sus hábitos. Si nos explayamos en
otros instintos básicos obtendremos resultados similares, de lo que se infiere que el despliegue de
instintos en el hombre no se realiza del modo constante y estereotipado que se observa en la
conducta animal. En referencia a lo que hemos llamado instintos impulsivos, veremos que este tipo
de instinto no conlleva una conducta imperativa, es decir, son instintos en alguna manera regulables,
ya sea por motivaciones fisiológicas o sociales. “Todos los cambios importantes de la conducta
humana se sitúan al nivel de la motivación”.
También creemos que es necesario establecer algún tipo de distinción entre motivo
estrictamente e instinto, dado que las motivaciones en el hombre tienen mucho que ver con su
intelectualidad, mientras que lo instintivo va más contra ella. Los motivos pueden ser inducidos por el
hombre; los instintos no, puesto que los hereda genéticamente. Salvada esta distinción y,
afirmándonos en los conceptos dados de impulso y compulsión, haremos un análisis de los instintos,
como intento de aproximación a su conocimiento. Esto obliga al conocimiento de nuestros instintos.
Cantón Duarte, en referencia a instintos y motivaciones, prefiere usar el término
“pulsiones”(que no existe en el idioma castellano) pero que nos impresiona que está muy cerca del
término “impulso” que sí existe en el idioma y que analizaremos. Debemos entender que impulso es
lo que empuja, incita o estimula, sugestiona para proceder bajo una determinada impresión del
momento, casi en forma automática, sin reflexión ni cautela. Cuando esta acción se transforma en
irresistible, irracional, incluso en contra la voluntad de quien la ejecuta (obligación de hacer lo que
no se quiere) es lícito de hablar de una compulsión. En consecuencia, un instinto, como veremos
después, puede impulsivo o compulsivo.
La palabra instinto le presentó Freud con el término alemán Trieb y esta palabra al ser
traducida al francés lo hace como pulsión. Este término justifica mejor que la palabra instinto, lo que
sería el instinto humano, pues de otro modo puede llegar a confundirse con el instinto animal.
Siempre que se habla de instinto, automáticamente también se piensa en los animales, a quienes
tradicionalmente se les identifica como la más pura expresión de una vida instintiva. La indefinición
de Freud llevó a los estudiosos posteriores a diferenciar entre instinto animal e instinto humano y
muchos de ellos se inclinan por el uso del término pulsión (Laplanche, Pontalis).
Como sea, pulsión o instinto, es un concepto que señala lo que estaría justamente en el límite
(frontera) entre lo psíquico y lo físico. Calvin S. Hall define al instinto/pulsión como “una condición
innata que imparte instrucciones a los procesos psicológicos”. Así, por ejemplo, el instinto sexual
dirige los procesos psicológicos de percibir, recordar y pensar hacia la meta de la consumación
sexual.
Un instinto tiene:
1.
2.
3.
4.
una fuente: las necesidades y los impulsos corporales
una finalidad: la satisfacción de una necesidad corporal
un objetivo: buscar el medio de satisfacción
un ímpetu: la energía que empeña en buscar y encontrar el medio de satisfacción
Con fines académicos y prácticos, para ilustrar nuestro concepto de acto instintivo, podemos
distinguir a impulso como la idea, la sugestión, la estimulación o la incitación para realizar un acto,
mientras que compulsión es la fuerza irresistible, irracional e involuntaria que obliga a realizar el acto.
Así, podemos dar un punto de vista recordando que antes dijimos que nuestros instintos pueden ser
impulsivos o compulsivos.
¿Cuáles serían los instintos compulsivos? Por lógica son aquellos que están relacionados con
la necesidad (conviene recordar que lo necesario es “aquello que no puede dejar de ser”). Luego
son necesarios los instintos conservadores de la vida: los instintos biológicos del hambre, la sed, el
acto sexual procreativo, la defensa de la vida (como lucha o huida frente a un peligro). Estos
instintos son estímulos básicos que generan conductas para obtener respuestas satisfactorias a los
mismos. No obstante la naturaleza esencial de estos instintos básicos, las respuestas para satisfacerlos
pueden ser diferentes para distintas personas o para una misma persona en ocasiones diversas.
¿Cuántos instintos posee el hombre? No hay una lista taxativa pero algunos autores como
William James creían que el hombre tiene “muchos instintos” con relación a los animales. Así
considera como instintos a: la locomoción, la vocalización, la imitación, la emulación, la pugnacidad,
la simpatía, la hostilidad, el miedo, la adquisitividad, la aptitud para construir, el juego, la curiosidad,
la sociabilidad, la inclinación al secreto, la limpieza o aseo, la modestia, el amor (en todas sus formas:
pareja, filial, fraternal, paternal, etc.). Para James todas estas tendencias son instintivas y coloca en el
rango de instinto las manifestaciones de la esfera volitiva y afectiva.
McDougall, del mismo modo que James, sostiene que los instintos del hombre son varios y
los llama “propensiones”, es decir, que un instinto es una “propensión a...”. Afirma que los instintos
son “los móviles principales” de toda la actividad humana, la cual sin instintos carecería de
significación. Cataloga como instintos a: la huida, la repulsión, la curiosidad, la pugnacidad, la
autodegradación, la autoafirmación, la reproducción, lo gregario, la adquisición y la construcción.
McDougall asocia la emoción al instinto, coincide con James en algunos instintos y su idea
abarca dos conceptos distintos:
1.
2.
los instintos “excitan” la actividad
los instintos “dirigen” la actividad para satisfacerse.
Hemos aludidos a “instintos básicos” como los necesarios para la vida. Pero hay otros
impulsos instintivos que Watson y Morgan no admitían como instintos sino hablaban de “reacciones
emocionales primarias” y sostenían que eran sólo tres:
1.
2.
3.
el miedo,
la ira y
el amor.
Salvando los instintos que hemos llamados compulsivos, el resto de los nombrados serían
impulsivos. Sobre estos términos de compulsión e impulsión para denominar a aquellos instintos que
pueden ser o no controlables con la voluntad y la inteligencia, los psicólogos en general, distinguen
entre pulsiones e incentivos, los que, primariamente, serían emociones. O sea, que prefieren más
hablar de emociones que de instintos. Así definen a las pulsiones como “excitaciones que mueven a
la acción” y las clasifican en primarias y secundarias. Serían primarias las biológicas y secundarias las
adquiridas a través del aprendizaje. Mientras que incentivos son “aspectos o condiciones que se
encuentran en el ambiente y que estimulan la conducta”. Inducen a actuar con menos imperativo que
las pulsiones. Hay interacción entre incentivo y pulsión, de forma tal que cuando no existe una
pulsión, un incentivo puede promover una acción conductual. Por ejemplo, si no tenemos hambre, la
vista de un manjar delicioso puede despertar apetito. Todas estas definiciones, en síntesis, son
cuestiones meramente semánticas, dado que pulsión tiene los mismos atributos del instinto:
1.
está asociada a la noción de “propósito”
2.
también implica un imperativo o “urgencia”
3.
tiene un “patrón de conducta” relativamente fijo (por ejemplo: el hambre promueve la acción
de comer, invariablemente).
La mente sensitiva
Hemos dicho que la sensibilidad, a través de sus manifestaciones diversas, es un ámbito
mental. De ahí que no fuese descabellado, de acuerdo a nuestra modalidad “occidental”, separar de
todo el fenómeno mental ese ámbito mental de la sensibilidad y denominarlo mente sensitiva. La
mente sensitiva, en un concepto muy amplio, son todos los mecanismos mentales que receptan las
sensaciones en general.
Así habría una mente sensitiva que realiza la percepción sensoria que se podría llamar mente
intelectiva que se maneja por la extrospección (mente sensitiva extrospectiva) porque procesa todos
los datos sensoriales para formar ideas, conceptos y pensamientos. Pero hay una mente introspectiva
que capta las sensaciones internas y dentro de ellas esta la mente sensitiva introspectiva que ocupa
exclusivamente de sentimientos y emociones. El que nosotros denominamos “Grupo Harvard” ha
descrito lo que considera como mente emocional, y este concepto es el que tendría mayor afinidad
con el de mente sensitiva introspectiva que nosotros proponemos.
Cuando Goleman aborda la inteligencia emocional, se preocupa de describir lo que es la
mente emocional para lo que imprime dos cuestiones, que casi podrían ser como principios de la
mente emocional:
1.
2.
Primero los sentimientos y luego los pensamientos
Una respuesta rápida pero descuidada
Para explicar a la mente emocional, que en realidad no es una mente diferente del concepto
general de mente humana, sino una de las formas de expresión de dicha mente, Goleman acude a los
trabajos de Paúl Ekman y de Seymour Epstein, quienes han investigado intensamente en el terreno
de la mente para distinguir las emociones del resto de la vida mental. Las conclusiones de estos
autores es que:
1.
La mente emocional es mucho más rápida que la mente racional: se pone en acción sin pensar
en absoluto a analizar lo que está haciendo
2.
La rapidez con que actúa la mente emocional es causa de sacrificio de la exactitud de sus
decisiones y acciones
Es probable que el origen de esta velocidad de acción se deba, en parte, a que cuando se
enfrentan situaciones conflictivas como el estrés, las decisiones de huir o pelear, deben ser tomadas a
veces, en cuestiones de segundos, o en milésimas de ellos. El espacio que media entre el estímulo
motivador y la irrupción de la emoción en sí es instantáneo y la percepción del estímulo es tan veloz
que dispone sólo de milésimas de segundo. La decisión de actuar es tan rápida que se hace en forma
automática, pues no entra ni la razón ni la voluntad sino es una acción refleja. Estos autores piensan
que este tipo de acción, además de irracional es inconsciente porque con la velocidad que se produce
no alcanza a entrar en la conciencia, la que prácticamente está anulada mientras se desarrolla el acto.
El apresuramiento de la respuesta emocional primaria nos impide “darnos cuenta” de lo que está
ocurriendo y configura una primera clase de reacción emocional (reacción emocional primaria).
La rapidez de la mente emocional descarta toda reflexión deliberada analítica (postergación
de la mente pensante). Esto sucede porque las acciones de la mente emocional conllevan una
sensación de certeza muy fuerte. Esto parece ser un mecanismo de defensa que evita ponerse a pensar
en lugar de actuar cuando la vida estaba en peligro. Cuando la mente emocional comienza a actuar lo
hace bajo una fuerte sensación de certeza plena sobre la finalidad de lo que hace o debe hacer y esto
puede deberse a que la necesidad de un acto veloz le impele a calificar los hechos en forma
simplísima, cosa totalmente opuesta a lo que debería hacer la mente racional que es mucha más lenta
para accionar. Por lógica, si no fuera así, podría introducirse la vacilación, también inconsciente y el
fin de la reacción quedaría desvirtuado. Luego, la percepción rápida y la respuesta tanto o más
rápida que la percepción, anula la exactitud y precisión de los hechos y acciones. Toma las cosas en
bloque, sin analizar las partes y reacciona sin análisis reflexivo. La presunta ventaja, aun engañosa, es
que la mente emocional analiza y evalúa los hechos dándoles una rápida interpretación como si
fueran verdaderos.
Según Goleman, la mente emocional interpreta la realidad emocional en un instante y sólo
puede emitir juicios intuitivos. De ese modo, la mente emocional se transforma en una especie de
radar del peligro y elector de circunstancias y protagonistas, pues debe decidir rápidamente en quien
confiar y a quien atacar. Si este proceso, en lugar de la intuición, fuese realizado por la mente
racional, ante un peligro real es probable que estuviéramos muertos o tomemos una decisión
equivocada. En otras situaciones, cuando la mente emocional nos engaña y cometemos errores, es
probable que allí la mente racional nos hubiera guiado mejor, pero en la reacción emocional no hay
lugar ni para la lógica ni para lo racional.
Uno de los mecanismos primitivos que condicionó el reflejo rápido de acción, es el principio
del estrés de “luchar o huir” que se despertaba en los animales y en el hombre, frente a una situación
conflictiva de peligro mortal o vital. No obstante, una vez que la acción ocurre, la mente racional o
pensante analiza lo hecho y se sorprende de todo aquello que no tiene una razón lógica, a tal punto
que se pregunta: ¿para qué hice esto?
La causa de una rápida percepción y la generación de una acción veloz actúa
instantáneamente en milésimas de segundos y en forma automática (reacción emocional primaria), no
es compatible con la racionalidad (de ahí la perplejidad de la mente racional). Esta velocidad, incluso,
no permite actuar a la conciencia. Pero esta modalidad de instantaneidad y acción rápida no admite
realizar ningún tipo de cálculo por lo que las acciones carecen de exactitud debida, por lo que todo
aquello que se realiza en un abrir y cerrar de ojos, puede ser erróneo o falso, o lo no debido. Ekman
propone que esto ocurre por un problema de adaptación ante acontecimientos urgentes y por esto la
emoción debe actuar antes que tomar conciencia de lo que ocurre y analicemos racionalmente las
acciones a realizar. Por eso, en estas circunstancias, el calor o energía de la emoción es breve, por lo
que dura segundos. Al no actuar la conciencia ni la razón, son actos que no pueden ser frenados por
la voluntad y por lo tanto suelen irrefrenables (impulsivos). Esto causa la impresión común de que el
“primer impulso” está en el corazón y no en la mente.
Sin embargo, esta acción emocional incontrolable de la reacción emocional primaria, es
seguida por una contrarreacción emocional (reacción emocional secundaria), más lenta que la
primera respuesta y esta actúa con mente racional más que emocional y su acción es deliberada y
consciente, dos condiciones inexistentes en la reacción primaria. Entre las vías rápidas (percepción
inmediata de la mente emocional) y lentas (pensamiento reflexivo de la mente racional o pensante) de
la emoción, están las emociones buscadas: las que se autodespierta un artista, especialmente los
actores, o las que nacen de recuerdos afectuosos o tortuosos o afligentes. Esto demuestra que la mente
emocional no es la que decide sobre qué emociones debemos tener, pero la mente racional puede
regular el curso de las reacciones emocionales. Los sentimientos buscados o de reacción lenta
producen estados de ánimo muy apagados y no tienen la vehemencia y la velocidad de los estados
emocionales espontáneos.
Ekman explica que la velocidad de acción y reacción con que la mente emocional nos
sorprende antes que tengamos conocimiento o conciencia de que están ocurriendo determinados
fenómenos, es elemental para que estos fenómenos sean adaptables a nuestra conducta, para
responder con urgencia a lo que es urgente y no perder tiempo evaluando si debemos o no actuar. El
mecanismo de velocidad de respuesta y acción es rápido cuando existe realmente una emoción
intensa o violenta o de pánico o cuando algo nos amenaza (o al menos, presentimos como amenaza o
molestia). Si la emoción, antes de reaccionar, tuviera que usar la razón y pedir al cuerpo que se
preparara para actuar, no sería eficaz en la emergencia y cuando las situaciones son cambiantes
rápidamente, tendría muy poca o nada de adaptabilidad. Por eso el arrebato emocional sólo dura
segundos y no minutos, ni horas, ni día, aunque la conmoción posterior a la reacción si deje una
sensación duradera, aún por años.
Pero esa conmoción post-emocional no es una emoción sino un sentimiento producido por la
emoción porque, dice Goleman: “si las emociones causadas por un único acontecimiento
continuaran dominándonos invariablemente después de que han pasado, y al margen de todo lo que
ha ocurrido a nuestro alrededor, entonces nuestros sentimientos serían pobres guías para la acción”.
Cuando un estímulo emocionante se prolonga más allá de segundos, casi siempre se debe a
estímulos repetitivos como ocurre con el estrés crónico. La duración de la emoción, en este caso,
necesita mecanismos distintos que actúan evocando la emoción sostenida y, en este caso, los
sentimientos persisten por horas o más tiempo, pero lo hacen en forma amortiguada, no explosiva, y
bajo un estado ánimo relativamente “apagado” (Goleman). Cuando el estímulo es real y objetivo (no
subjetivo como es el recuerdo de un hecho emocionante), la estimulación crónica puede ir elevando
el tono emocional hasta lograr una gran tensión o emoción intensa que actúe como si fuera tal de
entrada. Esto explicaría el impulso homicida no psicopático que postulamos y describimos. Siempre
el primer impulso emotivo es afectivo y no racional.
Habría una “segunda clase de reacción emocional” más lenta que la respuesta rápida, que se
gesta primero en el pensamiento antes que en el sentimiento. Esta segunda vía para activar emociones
puede ser más deliberativa y en estos casos, la mayoría de las veces somos consciente de los
pensamientos que conducen a la emoción reaccionaria o al acto emocional. Sólo cuando se ha
formulado un determinado raciocinio, que puede ser verdadero o no, se produce una respuesta
emocional en consecuencia.
Este proceso lleva varias secuencias, como las que nosotros describiremos por inspiración de
Mira y López en el desencadenamiento de la ira. De esta forma queda establecido que habría vías
rápidas y lentas para la emoción, una a través de la percepción inmediata y la otra por medio del
pensamiento reflexivo. Pero debemos destacar que este “pensamiento reflexivo” no es como cuando
premedita la ejecución de una acción y acá, entre ambas situaciones, hay matices de diferencia. El
pensamiento reflexivo no es premeditado porque la mente emocional no decide qué tipo de
emociones tendríamos que tener.
La emoción se presenta y nos hace pensar en ella en la vía lenta, pero de ninguna manera
significa que nosotros hemos buscado voluntariamente tener esa emoción y la resolución o reacción
emotiva tampoco es planificada. Surge de la impresión que nos deja la emoción, la cual nos da
pautas de conductas que nacen de una reflexión no meditada. El ejemplo de Goleman de las fantasías
sexuales quizás sea uno apropiado para explicar esto. El deseo que surge de una fantasía sexual con
un objeto o persona determinada, si bien nos da vuelta en la cabeza despertando ideas y sensaciones,
en el momento en que actuamos o cedemos al impulso de la fantasía, ese acto no es fruto de una
planificación (salvo que seamos delincuentes sexuales psicopáticos que vivimos obsesionados
planeando como elegir y abordar nuestras víctimas).
Es muy difícil para quien tenga que juzgar una conducta emocional poder comprender que
pasó por la mente del que padeció la emoción, si no ha tenido una experiencia similar. De ahí la
dificultad del legislador para legislar el castigo de actos emocionales, o la del juez para juzgar un acto
emocional que está en la zona gris entre lo imputable y lo inimputable. Máxime, cuando del acto
emocional surge un daño como el homicidio, lesiones o ataques violentos. Después que pasó el
“huracán emocional”, de acuerdo a la intensidad y circunstancias del mismo, pueden ocurrir dos
hechos:
1.
que haya amnesia retrógrada absoluta de lo sucedido (lo que suele ocurrir con la llamada
emoción violenta)
2.
o que una vez consumado el acto emocional (incluso a veces mientras está sucediendo), el
actor tome conciencia del hecho y se arrepienta o se pregunte para qué o por qué cometió tal acto.
Ya explicamos que esto sucede porque la lentitud de la mente racional le lleva a operar una
vez que la mente emocional ya entró en actividad. El arrepentimiento de los actos emocionales
cuando causan daño, puede depender de la evaluación que se hizo en el momento de la emoción para
gatillar una acción determinada. Sin embargo, puede no haber arrepentimiento si el emocionado cree
que actuó por “justa causa”, como puede ocurrir con el marido que descubre que su mujer le es infiel
o aquél otro cónyuge que se siente despreciado por su pareja, seguramente no se mostrará muy
contrito (aunque en el fondo de su alma sienta lo que ha hecho), porque cree que le asiste la razón de
la justicia. Se siente como una especie de “justiciero”.
Si la emoción no está supeditada a la razón, mucho menos lo estará a la evaluación de leyes.
El que está bajo una emoción, no puede detenerse muchas veces porque la ley le impide cometer tal o
cual acto. No obstante, puede reconocer que ha cometido un hecho ilegal. La circunstancia de
reconocer la ilegalidad de la acción y el conocimiento previo de la ley, no es una razón para juzgar
como intencional un acto, que al momento de cometerse, no era racional ni razonador.
Si bien el “Grupo Harvard” reconoce a la mente emocional como la operadora nata de las
emociones, nosotros hemos ampliado a mente sensitiva porque nos da la posibilidad de abarcar todo
lo que tiene la mente emocional, pero también al proceso razonador de equilibrio entre sensaciones y
razonamiento. Luego, la mente sensitiva no sólo abarcaría la mente emocional, sino una integración
de ésta con otras sensaciones intelectivas y volitivas y el complejo mental que resulta formaría esa
llamada “mente sensitiva”, con un alto componente emotivo, pero también con participación
importante de sentimientos y razonamientos.
En este contexto, la mente sensitiva abarca:
∗
∗
∗
∗
todos los fenómenos de la vida sensitiva
la llamada mente emocional
la mente racional, como reguladora de las otras “mentes”
la interacción entre sensaciones, sentimientos, emociones y razonamientos
Sentimientos y la inteligencia sensitiva
Hemos abreviado y modificado algunas definiciones a los efectos de extraer las ideas
principales que deseamos resaltar a los efectos de encontrar un concepto de sentimiento que se adapte
especialmente a las sensaciones subjetivas, sobre todo las provocadas por instintos primarios y la vida
emocional, que incluye tanto lo instintivo como lo afectivo. Estas especiales sensaciones pueden ser
despertadas por estímulos objetivos, pero lo que más interesa son las condicionadas por los “estados
de ánimo”, puesto que nuestra intención es resaltar la posibilidad de manejar esos sentimientos e
instaurar una especie de inteligencia sentimental que nos permita graduar, despertar o abolir
determinados sentimientos.
Cuando nos referiremos a sentimientos, trataremos de circunscribirnos a esos sentimientos
subjetivos del estado de ánimo que en su conjunto constituye la vida sentimental o repertorio de
sentimientos que cada persona desarrolla o lleva en sí. Centraremos nuestra atención en aquello de
“impresión y movimiento que causan en el alma las cosas espirituales”. Con esto, separaremos al
concepto de sentimiento de otras formas de sentir, especialmente las exclusivamente dadas por los
sentidos. No nos referiremos a la percepción sensorial sino a la percepción extrasensorial de las
impresiones y movimiento de cosas espirituales que impactan en nuestro estado de ánimo y pueden
condicionar, de algún modo, nuestras actitudes y comportamiento o conducta. Luego, especificada
nuestra clara intención de operar sobre los sentimientos como sensaciones subjetivas ocasionadas por
estímulos endógenos o espirituales o instintivos o emocionales, iremos a nuestra segunda intención
que es la de poder mostrar que de alguna manera esos sentimientos pueden cultivarse, esto es,
someterse a la acción de la intención de la inteligencia y la voluntad.
Por otro lado, hay que aprender a conocer y clasificar nuestros sentimientos, sobre todo los
que son regidos por las emociones, los afectos y los instintos primarios, como así también por la
sensaciones internas acerca de cómo percibimos nuestra vida y los puntos de vista que nos formamos
de nosotros y el mundo que nos rodea. Otra cuestión muy importante es saber que nuestro
organismo, en especial nuestra mente (como operadora del alma y del espíritu) puede conformar
nuestros sentimientos sobre la base de determinados valores y emociones.
Todo esto nos introduce nuevamente a una estructura holística, global y totalizadora donde
emociones, instintos, sentimientos, creencias, opiniones, estilo de vida, en suma, todo lo que es
propio de cada persona, están entretejidos de forma tal que nunca pueden separarse totalmente y
decir que una emoción es distinta de un sentimiento o de un instinto o de un afecto, puesto que todo
son una misma cosa a la que nosotros hemos dado diferentes conceptos a fin de resaltar modos de ser
a través de modos de expresión. De ahí la dificultad del diccionario para definir todos estos términos
o palabras, a las cuales siempre conceptúa con denominadores comunes, a fuerza de caer en
repeticiones incomprensibles, puesto que define a las cosas, supuestamente distintas, con las mismas
palabras.
Nosotros queremos escapar a la trampa de las denotaciones para abordar estas cuestiones
semánticas con criterios, que si bien deben apoyarse también en las palabras conocidas, contengan, al
menos, otros puntos de vista más originales y cercanos a lo que las cosas son. Esto nos permitiría
entender y comprender mejor a las mismas palabras, pero lo que es más relevante no son las palabras
en sí sino a los fenómenos que ellas nombran y que pertenecen a nuestra vida. Precisamente, conocer
esos fenómenos de nuestro modo de ser es lo que nos permitiría encontrar la senda o camino que nos
lleve a la meta de encontrar una vida auténtica, acorde con nuestra esencia de seres inteligentes.
Si bien el término “camino a una meta” en el griego podría sintetizarse con el término
“método” (meta = lo que está más allá o un fin determinado o una intención específica; odos =
camino o senda), nosotros preferimos desechar todo lo que sea “metódico”, pues nos causa la
impresión de querer imprimir o determinar formas o reglas para cosas que son, en sí, sin una forma
determinada y que no están sujetas a reglas generales (salvo en lo esencial) sino que son estados
personales que cada uno debe determinar para sí y esto hace que no haya reglas o métodos
generales. Pero podemos adoptar el término “método” como la intención de buscar e investigar cual
es la forma o camino que puede llevarnos a conseguir nuestra perfección espiritual individual, en
orden a una vida auténtica, esto es, conforme a nuestra naturaleza humana de seres afectivos e
inteligentes.
Nos hemos referido a la sensibilidad como la forma o capacidad de adquirir sentimientos y
hemos deslizado la idea de que esta capacidad es personal para cada uno de nosotros y que puede
estar sujeta a nuestra inteligencia y voluntad para formar esos sentimientos. De este modo, colegimos
que los sentimientos quedan unidos estrechamente a una especie de concepción ideológica
individual. Como el hombre vive en sociedad, de hecho toda concepción ideológica lo es en el
fundamento de nuestra vida de relación, en primer lugar con nosotros mismos y, secundariamente,
con los otros o prójimos. Nos referimos a una relación consciente del hombre y su mundo y el modo
de cómo vivencia ese mundo. Naturalmente, esto implica que aludimos al hombre con capacidad de
desarrollar sentimientos y que no padece ningún bloqueo físico o espiritual o ninguna insanía que le
impide desarrollar plenamente todas sus facultades espirituales.
En esta tesitura, lo que más preocupa o resalta es el desarrollo de los denominados
sentimientos superiores que están íntimamente cohesionados con las vivencias emocionales morales o
éticas que experimenta cada individuo, una axiología o escala de valores y un sentido o sentimiento
de virtud, siempre están bajo la dirección de esa ideología personal. Esto nos lleva directamente a la
cuestión de los ideales y con ellos a la noción de valores, virtudes, etc. Es el sentimiento ético o
moral. Estas ideologías, como sentimientos morales o éticos, se introducen desde edad temprana. La
adquisición de ideales no es patrimonio del conocimiento de reglas morales prácticas sino más bien
de la conducta ejemplar que reciba de su entorno familiar, especialmente de padres y, luego, del
entorno social. La condición inexorable es que haya noción de conducta moral y de las condiciones
que ésta exige. Esas condiciones no son un mero objeto de conocimiento que se adquiere por
consejos o normas escritas sino en la estricta experiencia de sentimientos morales vistos en la actitud y
actividad personal de los modelos que deben ofrecer las personas con las cuales, en forma inmediata
se relaciona cada persona con los demás, en sus primeros años de vida. Sin la experiencia directa de
vidas ejemplares y modelos concretos de personas cercanas, los sentimientos morales y los valores
que ellos implican, no conformarán la sensibilización necesaria para formar lo que llamamos
sensibilidad personal. Fallará la formación sentimental.
Debemos acotar que la experiencia sentimental o emocional no está circunscripta sólo a los
sentimientos motivados por acontecimientos inmediatos en la vida personal de cada individuo y de su
particular experiencia vital. Hay otras cosas como lo que se llaman conexiones reflejas
condicionadas que se forman durante el proceso vital individual y que son las responsables de que se
desarrollen vivencias sentimentales no sólo bajo el influjo de las circunstancias personales reales, sino,
asimismo, por otras circunstancias que no están dentro de la realidad inmediata objetiva sino que
pueden surgir de sensaciones subjetivas estrictas los que pueden darle el carácter de imaginarias. Lo
extraordinario de la experiencia sentimental es que cada persona no sólo incorpora su experiencia
individual, la ocurrida en sí mismo, sino que tiene capacidad para abarcar sucesos o hechos vividos
por otras personas y que éstos estimulen los sentimientos de forma tal que puedan ser incorporados
como propios. Esta percepción sentimental del otro es lo que conforma nuestra projimidad y nos da
la facultad conocida como empatía, prima hermana de la simpatía o sintonía espiritual del “nosotros”
(nos y otros) y del tú-yo. Basados en la experiencia personal y en la ajena, establecemos una relación
de coexperiencia que es el instrumento que nos lleva al conocimiento cierto de las sensaciones. Es la
nota fundamental que Heidegger resalta como el ser con... y que permite la concreción de la máxima
cristiana de “ama a tu prójimo como a ti mismo”. Todo esto conforma un verdadero sentimiento de
caridad o projimidad. También es el estado de curia o preocupación por el bienestar del prójimo.
Pero la experiencia sentimental no se detiene sólo en lo moral o ético ni en la projimidad.
Hay otras experiencias o fenómenos espirituales que despiertan otro tipo de sentimientos
superiores como es el sentimiento estético. Este sentimiento nos inclina a advertir el sentido de belleza
del mundo natural, de las obras de arte y de todo otro objeto o emoción que pueda adquirir la calidad
de bella. Quien adquiere la capacidad de descubrir el valor del arte y gozar de su belleza, sin dudas,
adquirirá la condición de persona sensible y aumentará notablemente su sensibilidad personal. Esa
sensibilidad siempre estará condicionada al mayor número de experiencias posibles, lo que es su
fundamento, dado que la sensibilidad humana es muy compleja y tiene un espectro muy amplio de
sentimientos como ya estamos analizando y que luego completaremos con otras visiones.
Desde ahora, lo que hemos expuesto nos permite reiterar aquello de trama o tejido
sentimental en la cual hay un conjunto de sentimientos diversos y que están conectados con una
especie de jerarquía entre sí. Esta jerarquía de sentimiento surge de las vivencias sentimentales y
emocionales de cada persona y constituyen un sistema de relaciones mutuas de la que surge
espontáneamente la organización jerárquica de los sentimientos. Esto nos permite apreciar que
muchos sentimientos predominan sobre otros, influyendo en grado mayor sobre la conducta
individual, de forma tal que otros sentimientos adquieren así un carácter de subordinación en relación
con esos sentimientos principales o predominantes.
A esta gama de sentimientos superiores y de sentimientos subordinados, hay que anexarle los
llamados sentimientos efímeros que son aquellos que no se incorporan al conjunto habitual de la
sensibilidad adquirida. Esto ocurre porque los sentimientos efímeros no alcanzan un sentido o
significación importante y por lo tanto, sólo aparecen y están por muy corto tiempo.
La sensibilidad personal quedará conformada con el ejercicio cotidiano de toda esta gama de
sentimientos experimentados y se formará de acuerdo a los modelos adquiridos desde la infancia y
los que se vayan incorporando a medida que se sientan o experimenten emociones nuevas y se sepa
encontrar un modo de expresión auténtico de las mismas. Cuando se ha podido incorporar un sentido
de sensibilidad inteligente, nos hallaremos frente a lo que puede considerarse una sensibilidad
auténtica. Pero puede ocurrir que no hayan influido modelos correctos en la formación de la
sensibilidad y las experiencias vividas no fueran percibidas debidamente y esto nos lleva a formar
una sensibilidad inadecuada o fallada o sensibilidad inauténtica. La cuestión de la autenticidad o
inautenticidad de la sensibilidad personal nos conduce a otra cuestión que surge de los denominados
sentimientos positivos y sentimientos negativos. Connaturalmente, la sensibilidad auténtica es la
constituida por los sentimientos positivos, mientras que la sensibilidad inauténtica será la formada por
sentimientos negativos. En forma sucinta, deben considerarse sentimientos positivos los sentimientos
superiores conocidos como sentimientos morales o éticos, sentimiento de projimidad, sentimiento
estético. A esto habría que agregarle los sentimientos de optimismo, de felicidad, de satisfacción, de
amistad, etc. Mientras que los sentimientos de odio, violencia, frustración, pesimismo, resentimiento,
aislamiento, etc. deben ser considerados como sentimientos negativos. Quizás el mejor dato que
obtenemos es que los sentimientos positivos ayudan a mejorar la salud mientras que los negativos la
perjudican. De ese modo, en la opinión de Goleman tanto la esperanza como “su primo cercano el
optimismo... tiene un poder curativo. La gente que tiene muchas esperanzas es, como resulta
comprensible, más capaz de resistir en circunstancias penosas, incluidas las dificultades médicas”. En
tanto que el pesimismo y la desesperanza, como sentimientos negativos, conducen a la depresión y a
diversas enfermedades.
Al analizar los sentimientos, Goleman hace el planteo de la diferencia entre la inteligencia
pura y las emociones poniendo como ejemplos los que piensan que la inteligencia debe estar
desligada de la emoción y los que aceptan a las emociones como virtudes propias del ser humano
para modular la inteligencia. Afirma que “nuestra humanidad queda más evidenciada en nuestros
sentimientos” pues ellos nos permiten sentir pasión, sentido lírico, lealtad, amistad, etc. Si bien el puro
intelecto nos da posibilidad de conocer y componer una sinfonía o escribir un libro o hacer una
estatua, sin el sentimiento no abarcaríamos la belleza y la pasión de esas obras. Por esto, para
Goleman, los sentimientos son los que “dan sabor al intelecto”.
De esa forma, la humanidad queda expresada por una racionalidad “guiada, y a veces
inundada, por el sentimiento”. Esto permite apreciar las dimensiones de esperanzas, temores
personales, riñas maritales y celos profesionales, los cuales reciben “el toque de sentimiento que da a
la vida su sabor y sus urgencias, y en la que cada momento influye exactamente en la forma (positiva
o negativa) en que se procesa la información”. En el concepto de Goleman, mientras la
intelectualidad nos proporciona el conocimiento a través de la información, el sentimiento nos
permite interpretar a esa información poniendo el toque afectivo o emocional que completa las
facultades propias del ser humano. El sentimiento vehiculiza las emociones que modifican los
criterios fríos de la lógica racional.
Goleman también hace referencia a lo que él denomina sentimientos viscerales. Llama así a lo
que sería una especie de “marcadores somáticos”, esto es, los sentimientos que nos traen información
en relación con nuestro propio cuerpo y a lo que pasa en él. Cuando algo nos afecta corporalmente,
generalmente una enfermedad, lo normal es tomar conciencia de lo que nos ocurre y,
consecuentemente, elaborar un patrón de conducta para evitar o paliar las consecuencias dañinas de
nuestra afección. Esa toma de conciencia expresada como un sentimiento propio relativo a “lo que
nos pasa”, es el instrumento adecuado para la toma de decisiones. Sin la presencia de los sentimientos
viscerales nosotros no podemos darnos cuenta de lo que nos está ocurriendo, de las transformaciones
de nuestro cuerpo y, en consecuencia, de las conductas que esos cambios generan. Sin los
sentimientos viscerales estamos como ausentes de nosotros mismos. Luego, al no tener conciencia de
lo que nos pasa, no podemos, no sabemos o no queremos decidir sobre lo qué realmente conviene
hacer. Esto nos lleva a ser indecisos, pasivos y totalmente inertes dejándonos llevar por las
circunstancias, como si mi vida fuera cuestión de otros y no de mí. Es una verdadera enajenación. Mi
mente puede, en lo intelectivo ser brillante, razonar perfectamente, incluso conocer que algo me pasa.
Pero le falta la guía sentimental que ordene ese razonamiento y me haga tomar conciencia de
que debo introducir un cambio. La ausencia de sentimientos viscerales me lleva a una especie de
insensibilidad consigo mismo. Esto afecta mis relaciones con el entorno y con otros y, naturalmente,
a toda mi vida y mis actos. Puedo inteligir, puedo razonar, puedo tomar conocimiento, pero no
puedo sentir lo que me ocurre. Por lo tanto, sino tengo sensibilidad para mis propios conflictos o
afecciones, perderé mi autoestima y la estima por los demás. Como toda otra falta de sentimientos, la
ausencia de la sensibilidad auténtica lleva indefectiblemente a desviar mi mente y a socavar mi
espíritu. Los sentimientos positivos son reemplazados por sentimientos negativos y una de las
consecuencias inmediatas o es la indiferencia total por todo o es la depresión.
Cuando faltan los marcadores somáticos hay pérdida relativa de conciencia, de la conciencia
sobre sí mismo, de nuestra mismidad y nos lleva a una especie de amnesia, pues no podemos recordar
qué experiencias específicas causaron los sentimientos negativos. Por esto, es muy habitual o común
que el afectado por la ausencia de sentimientos viscerales niegue estar afectado o, en todo caso,
manifieste que “no sabe lo que le pasa” o simule que “está bien” que “se siente perfecto”. La
insensibilidad visceral opera como que la persona no alcanza a comprender lo que le sucede y opta
por “sentirse bien”, lo que agrega un grado de inconsciencia a su malestar. Esta incapacidad para
“darse cuenta” de lo que le ocurre y no reconocer que está mal, es lo mismo que ocurre con los
drogadictos y otros enfermos (diabéticos, depresivos, hipertensos, obesos, etc.) que viven
insensiblemente su afección. La incapacidad de reconocer que están enfermos les impide tomar
decisiones de curarse.
La “inconsciencia” voluntaria o involuntaria disfrazada bajo la creencia de “sentirse bien”
transforma a sus males en lo que la medicina ha llamado asesinos silenciosos. Matan sin que el
enfermo tenga conciencia de su muerte. Cuando “se da cuenta” ya es demasiado tarde.
El peor signo de la insensibilidad visceral es la negativa permanente del afectado a reconocer
que está mal y a cambiar lo que está mal. No tiene capacidad de reconocimiento ni de cambio.
Remplaza sus sentimientos viscerales por otros pseudosentimientos, especialmente por la falsa
sensación de bienestar. Esto le conduce a otra incapacidad que es la establecer valores o valorar su
propia condición, volviéndose imparcial sobre sí mismo. Asiste a lo que le ocurre como un mero
espectador y ni aún los acontecimientos más trágicos le conmueven, llegando al extremo de no poder
expresar ni ira, frustración o fracasos en su pasado, no tener idea de su presente y carecer en absoluto
de futuro. Pero lo más triste y doloroso es que cuando este estado se exagera, en muchos casos se
pierde la capacidad afectiva y tampoco tiene lugar para sentimientos positivos. No puede amar
libremente, no le interesa tener amigos ni contactarse con la gente, pierde el interés por su familia
(parientes, cónyuge e hijos). Cae en un aislamiento social y espiritual. En esta situación extrema hay
un vacío espiritual que se manifiesta como insensibilidad total. Estando así puede que se siga
vegetando, no viviendo, como si se conectara una especie de piloto automático y se hacen cosas
pasivamente y siguiendo las instrucciones que otros dan. Otras veces la regla es el aislamiento total. O
se finge normalidad mediante los pseudosentimientos que hemos aludido. Es una especie de “fingir
vivir”. O como afirma Barylko, “vivir de memoria”.
¿Cómo se rompe este “circulo vicioso” de la insensibilidad visceral? Del mismo modo que se
sale de la insensibilidad espiritual. Lo primero es lograr que el afectado pueda de algún modo
volverse a conectar con su conciencia, es decir, se dé cuenta de lo que le pasa y en segundo lugar
adquirir la capacidad de reconocer que está mal. El tercer paso, el más difícil, es tomar la decisión
de cambiar. Esto significa que la persona vuelve a revalorizarse a sí mismo, a preocuparse por su
mismidad y su vida mundana. Vuelve al mundo. Pero lo más decisivo es que tenga una recuperación
sentimental y vuelva a ser sensible a lo que le sucede a él, a su cuerpo y a su mundo. Esto es lo único
que puede “volverle a la realidad” y poder tomar personalmente el rumbo de su vida, manejando su
pasado, viviendo su presente y proyectando su futuro. Hay que rellenar el vacío espiritual o vacío
emocional o ausencia de sensibilidad readquiriendo la capacidad de sentir y de valorar sus
razonamientos. A esto, Goleman lo explica como que “la clave para una toma de decisiones
personales más acertadas es, en resumen, estar en sintonía con nuestros sentimientos”. Lógicamente,
esto exige tener esos sentimientos.
El problema actual de la medicina es, precisamente, lograr los medios para ayudar a los
afectados a “salir del pozo” en que está sumido cuando se encuentra bajo los efectos del vacío
espiritual. Esto implica que el médico debe dejar de ser un mero receptor del problema, evadirlo con
“la pastilla” y, en reemplazo de esto, debe buscar los medios para volver a reespiritualizar la persona
que ha perdido el rumbo de su esencia. Mas, el mayor escollo es que dicho médico debe conocer a
fondo toda la problemática espiritual, manejar un nuevo concepto de medicina holística y dejar sus
técnicas de laboratorio para incursionar en los senderos de la vida y del espíritu. El espíritu no es
como las enfermedades que describen los textos de medicina. Es algo que no se puede aprehender y
someter a pruebas de laboratorio y los males espirituales son tan personales, que ofician en cada
afectado como una verdadera talla individual, a la cual no le cabe cualquier camiseta sino sólo
aquélla que se adecue a esa talla. Dos grandes problemas para el médico: aprender a conocer la
esencia espiritual y a diagnosticar cada persona en particular. Pero quizás el mayor escollo no es sólo
cognitivo-intelectual, esto es, la adquisición de un mero conocimiento que puede adquirir el carácter
de técnico. Lo espiritual no es un método o una técnica que pueda manejarse bajo cánones
preestablecidos. En lo espiritual cabe la creatividad personal, pues se trata precisamente de eso:
interactuar entre dos personas: el médico y el afectado. A todas estas objeciones debemos agregar la
mayor: si el médico no está “espiritualizado” debidamente, esto es, no es un modelo de autenticidad
que posea todos los atributos de una sensibilidad auténtica completa, mal podrá aconsejar o guiar a
quien carezca de esa sensibilidad. Si el médico no tiene o no cultiva los sentimientos auténticos y
positivos, no podrá inducir los mismos en su paciente. En otras palabras: no podrá ser guía o lazarillo
de un “ciego espiritual” quien carece de espiritualidad o posee la misma ceguera. En consecuencia,
dos grandes problemas son actuales para el médico:
1.
carecer de un conocimiento sobre la espiritualidad en toda su extensión y de escuelas de
formación personal
2.
estar afectado por los mismos problemas que presuntamente debe tratar de curar o subsanar
Así, la ciencia médica de ahora tiene esa carencia de conocimiento del espíritu humano, al
que no puede acceder por el “pensamiento científico”. Sólo posee dos condiciones “científicas” para
estos problemas: la observación y la inducción o deducción. Pero carece de la comprensión y la
forma correcta de observar. Si bien sus sentidos pueden aprehender y conocer un problema, su
conciencia no le permite formar un concepto o significación adecuada del fenómeno observado.
Adquirir la formación espiritual es el trabajo mancomunado de filósofos, neurólogos,
psicólogos, psiquíatras y otros “profesionales” abocados a la observación e interpretación de los
fenómenos espirituales. Recién se está asomando al amplio horizonte del mundo del espíritu, del
reino espiritual. Algunos habían accedido a conocer y manejar lo espiritual como ocurre con los
yogas de India y algunos otros pensadores o cultivadores de los poderes del espíritu. Pero todo se
vuelve intranscendente cuando hay una trasvasación o traspaso cultural, en lo cual no puede
injertarse una cultura en otra. Los místicos y los yogas conocen y adquieren el dominio del espíritu,
pero este terreno práctico no es aplicable a la especulación intelectual o cognitiva. Por eso la filosofía
va por otros caminos a tomar conciencia del fenómeno espiritual. A conocerlo y describirlo. La
psicología, la psiquiatría y la neurología han observado al fenómeno espiritual desde la biologidad y
esto le lleva al estudio de la molecularidad. Así, la biología estudia el cuerpo y las sustancias que dan
soporte material al espíritu, pero no al espíritu en sí. Luego, la solución inteligente a esa
desintegración de la información espiritual es la que aconseja tomar al fenómeno en su totalidad, en
todos sus aspectos o puntos de vista posibles, tanto conocidos como a conocer y empleando la
creatividad lograr una certeza adecuada sobre el fenómeno espiritual completado con el manejo de
las expresiones espirituales (yoga), la interpretación sabia (filosofía) y los efectos prácticos (biología).
En consecuencia, el operador final del vacío espiritual, en alguna forma deberá ser el médico,
pero ahora provisto de otros conocimientos que complementen lo biológico. Lo biológico pasa a ser
accesorio. Lo fundamental es la comprensión o conocimiento sabio del fenómeno espiritual y su
manejo práctico a otro nivel (meditación trascendental, relajación, adquisición de una axiología
adecuada, comportamiento virtuoso y sensibilidad auténtica). Si bien el dato biológico ha llenado
bibliotecas y la misma Internet con una saturación increíble que cada segundo se modifica a sí
mismo, ahora, quizás, el dato espiritual sea más complejo y amplio que el biológico. Pero habrá una
diferencia: mientras lo biológico es espectacular pero no conduce a la realización personal del
hombre, lo espiritual es la clave para transformar la humanidad actual. Las metas biológicas cada vez
se tornan más múltiples e inalcanzables. Cuando el hombre creía conocer la célula, se encuentra con
la biología molecular que le lleva a conocer y manipular el genoma humano. Pero cuando ha
descifrado un código, se le plantea otro. Ahora, al genoma sigue el proteoma. Malgrado, la
transgenia no ha dado el fruto final que se esperaba. Lo transgénico opera con una eficiencia relativa,
pero la falta del “largo plazo” no habilita totalmente la eficiencia parcial. Incluso, ya algunas
transgenias comienzan a mostrar sus defectos. La clonación animal ha degenerado en graves
problemas de vejez prematura.
Toda la biología molecular explica pero no cura, aún, la obesidad, la hipertensión, la
diabetes, las afecciones cardiovasculares u otras patologías somáticas. Tampoco resuelve los
trastornos de la mente. Por el contrario, la humanidad va engrosando las encuestas que indican el
crecimiento de todas estas patologías a un nivel desesperante para la medicina. Cuando se creía haber
dominado lo más objetivo de la medicina como eran las infecciones, aparecen nuevas plagas que
ponen en jaque a toda la ciencia médica. Pero lo más interesante es que están reapareciendo
patologías infecciosas que se creían superadas y que ahora presentan nuevos caracteres que modifican
todos los conocimientos farmacológicos y epidemiológicos hasta hoy manejados con cierta habilidad
y eficiencia. Creo que se puede hablar, a pesar de los presuntos “adelantos” fantásticos o de cienciaficción de la medicina, de una verdadera crisis médica, no sólo de lo ético y bioético, sino incluso de
lo estrictamente científico. Se logra una mayor expectativa biológica de la vida humana, pero no se
sabe como aumentar la calidad de esa “longevidad cultivada”. Hoy, la ancianidad, más que un
progreso médico, es un verdadero problema social y sanitario, donde los viejos superan a los jóvenes
en muchas sociedades y comienzan a oficiar como un “lastre social” por el alto costo que significa
mantenerlos funcionando o curando las nuevas enfermedades geriátricas. Ergo, la solución de la vida
humana y del destino de la humanidad, no pasa estrictamente por el avance científico o la tecnología
sino por el cultivo del espíritu. La longevidad debe ser fruto de una vida espiritual armoniosa y no de
la tecnología. La salud corporal es un resultado de un manejo espiritual adecuado y no de pastillas y
consejos biológicos, muy útiles en sí, pero de acción efímera o de corto plazo. El confort y el placer
de vivir no son frutos tecnológicos, sino del conocimiento y adecuación de la vida espiritual. Sin
espíritu ni sentimientos nobles, superiores o positivos, no hay vida humana, sino sólo supervivencia
biológica.
Estas reflexiones nos llevan a un nuevo sentimiento y éste es el sentimiento de realidad que
nos conduce a tomar conciencia auténtica de nosotros mismos y del entorno nuestro. Sin la
interpretación adecuada de lo que somos y debemos expresar correctamente, no habrá una existencia
o vida auténtica. Sólo remedos de vida humana. Este sentimiento fue antelado al estudiar la
conciencia y la aprehensión de la realidad. Es difícil para quien se mueve en el mundo de la ciencia
biológica humana, discurrir sobre temas que están en la zona límite que hay entre lo físico y lo
metafísico, como podría ser la percepción.
En el dilema de optar entre lo físico y lo metafísico, ¿qué es lo lícito? Lo fisiológico tiende a
impactar mi razón como lo más sólido, pero, por otro lado, una reflexión más profunda me indica
que debo tener cuidado con el “mito científico”. Lo científico es un punto de vista de la realidad,
mientras que la reflexión o meditación trascendente es un método más global, holístico e integrador.
Los sentidos me inclinan a lo físico, mi inteligencia pugna por lo metafísico y la duda lícita está en la
pregunta: ¿qué es lo real? Cuando comienzo la aventura de averiguar qué es lo más conveniente,
debo obligadamente a integrar mi propia experiencia (heredada de mi familia, mi entorno y mi
cultura social), con lo que me ponen ante los ojos los otros útiles que me proveen mi biblioteca, las
revistas, los vídeos, la televisión, la computadora, y que son los que acuden a mi demanda, para
“decirme” cuál es la forma más conveniente para acceder y asediar a la realidad. Estos útiles son los
que contienen una cultura universal, general, acumulada por el “saber de la humanidad”. Cada uno
de esos útiles me dice su “verdad”. Pero luego me toca a mí decidir la elección de alguna de esas
“verdades”, para ponerme a trabajar sobre ella afanosamente a bien de mostrar o demostrar (si eso
conviene) o simplemente defender, exponer o discutir mi “verdad”, aquella a la cual llego tras el
rastreo de otros pensamientos, otras experiencias, cotejadas con las mías. A veces, esto transforma mi
mente en un verdadero “campo de Agramante”, que busca desesperadamente ordenar la Babel de
ideas, de hipótesis y tesis, de mostraciones y demostraciones, de dialéctica y experiencia, a fin de
encontrar el significado de las cosas que esa realidad me pone ante los sentidos o para pensar. Ante
un dilema, se llega a la tentación de “empezar de cero”. Con ganas de encontrar un buen
razonamiento, el comenzar desde cero es utópico, porque el cero no existe, dado que ya tengo un
bagaje cultural insoslayable que comienza con la lengua que hablo y continúa con todo lo que he
conocido y aprendido, sumado a los criterios formados, previos a la cuestión. Lo único que me
queda es seleccionar de todo lo que tengo “a la mano” y las percepciones sensoriales, y lo que ya
está debidamente documentado como una experiencia común o coexperiencia, algo que ya vieron,
sintieron e interpretaron otros antes que yo. Si esas experiencias ajenas, recogidas a través de la
existencia de la humanidad, son coincidentes entre ellas y, en especial, con lo propio que emerge en
mí, por simple selección de lo “consolidado”, formo la base de un razonamiento. En lo referente al
análisis de la realidad, lo estudiamos en el capítulo de la conciencia perceptiva.
Para comunicarnos con otros, e incluso con nosotros mismos, necesitamos de la palabra, la
verdadera herramienta social. El sentimiento de realidad nos ha ligado directamente al problema de
cómo el lenguaje influye no sólo en el pensamiento sino también en la formación de sentimientos.
¡Cuántas veces una frase puede causarnos la mayor de las alegrías o un gran pesar o despertar
sentimientos de ternura o de odio! Esto significa que las palabras cargan un sentido tremendo pues
detrás de ellas opera nuestro espíritu. ¿Quién duda del poder de la palabra? Así como nuestro cuerpo
y nuestra mente son las operadoras inmediatas del espíritu, las palabras y el lenguaje en general,
ofician de operadores en la expresión comunicativa de todas nuestras facultades espirituales. Este
descubrimiento nos desliza, sin mayor resistencia, la idea dominante de que nuestra mente, como
nuestras emociones y sentimientos, pueden ser formados mediante la palabra. Esto nos traslada a la
cuestión de la educación sentimental y a través de ella, a una inteligencia sentimental como parte de
la inteligencia emocional o sensitiva. Tanto la formación de sentimientos negativos como de
sentimientos positivos, exige todo un proceso existencial o de vida, pero también del manejo de las
palabras. Los sentimientos personales, en su conjunto, no se forman de un día para otro ni de un
segundo a otro. Puede surgir la inspiración súbita que ayude a forjar un sentimiento, pero la
consolidación del mismo exigirá la decantación del tiempo. Empero, la expresión de mi capacidad de
sentir necesita el lenguaje de expresión correcta.
Formar una conducta sentimental auténtica lleva toda una vida que empieza en la cuna y
termina en el cementerio. Asimismo, en forma idéntica, formar una conducta sentimental inauténtica
también puede insumir un instante de nuestra existencia o toda ella. Hay personas que “son” de una
forma determinada y se hallan imbuidas de la creencia fatalista o determinista de que “son así” y “no
pueden cambiar”. Por lo tanto, nacen y mueren optimistas o pesimistas. Pero no todo es tan negro o
blanco. Nosotros sabemos, certeramente, que la gama de sentimientos de la humanidad está salpicada
de sentimientos negativos y positivos. No todos son siempre pesimistas ni todos son siempre
optimistas. Hay momentos en que se es pesimista y en otros se es optimista. La gama vital habitual y
natural es la alternancia de los ciclos sentimentales. Lo antinatural es cuando se pretende un
autoencasillamiento en un determinado estilo de vida positivo o negativo y se clava la tozudez de
que esto no puede ser de otra manera. Nadie puede decir que es enteramente optimista o enteramente
pesimista. Siempre habrá momentos sentimentales que nos pasearán desde una sensación a otra. Lo
que sí es válido es que se forme un proyecto existencial que tienda a llevar, en general, una actitud
optimista y llena de esperanzas, frente a todos los embates cotidianos de nuestra vida personal. Que
tengamos una conciencia de pasado, de presente y de futuro. Que no padezcamos amnesia de lo que
hemos vivido, indiferencia por lo que estamos viviendo hoy e ignorancia de lo que podría
acontecernos mañana. Nuestra vida auténtica es siempre un presente eterno vivido en nuestra
conciencia existencial en la cual juegan estratégicamente los recuerdos y experiencias pasadas, las
necesidades del “aquí y ahora”, del “ya”, del instante que transitamos conscientemente y las
expectativas esperanzadas de un proyecto de futuro.
El mañana es siempre la transformación del hoy en pasado, en aquello que ya no puedo
cambiar, pero también es el futuro. Aprender a vivir el hoy significa que puedo comenzar
efectivamente a llenar de sentido mi vida, pero debo hacerlo y no sólo pensarlo. Hacer es acción y la
acción es inmediatez. La inmediatez es ya y el ya es hoy. Y esa inmediatez puede estar proyectada en
función de futuro, especialmente cuando lo inmediato tiene en cuenta lo mediato. Todo esto nos
exige tener una vida significativa y dentro del significado o sentido de nuestra vida está el
sentimiento de vivir. Quizás, en el fondo, el sentimiento de vivir sea la suma de todos los otros
sentimientos, pero nosotros debemos tratar de que prevalezcan los sentimientos superiores o
positivos, aquellos nos hacen inteligentes y nos produciría un constante bienestar espiritual, aunque
nuestras circunstancias sean adversas. En esto consiste la verdadera educación sentimental. En
desarrollar todas nuestras potencialidades espirituales que nos lleven a superar todo lo negativo de la
existencia.
Cuando el hombre pierde el norte de su espíritu inteligente es cuando cae en el pozo de la
depresión y comienza a vivir con miedo. El sentimiento de miedo a vivir es el aspecto negativo de
nuestro sentimiento de vivir auténtico. En este sentimiento negativo, la vida se siente como un sufrir
interminable y nada de ella nos atrae, pues vemos en cada cosa que nos ocurre sólo lo fatídico y
desesperanzado. Luego, habrá un sentimiento de vivir positivo y un sentimiento de vivir negativo.
El primero es el sentimiento de vida optimista y de alegría de vivir. El segundo es el sentimiento de
vida pesimista y de miedo a vivir.
No dudamos que nuestra capacidad de sentir manifestada como sentimientos en general,
involucra los instintos y las emociones diversas. Ya dijimos que todo está entrelazado de forma tal
que es muy difícil definir nítidamente en qué se diferencia un sentimiento de una emoción o de un
instinto, puesto que sin instintos ni emociones no hay sentimiento. Digamos que las palabras usadas
para expresar formas o modos de ser de un fenómeno de la vida humana tienen como objetivo
dilucidar la esencia de los fenómenos y los medios de expresión de los mismos. Los sentimientos, a
no dudarlo, son la herramienta inmediata de la expresión de sensaciones que hemos dado en llamar
sentimientos e instintos. Este concepto nos ayuda a comprender mejor el uso del lenguaje cuando
separamos, artificialmente, los significados que denominan un mismo fenómeno. La globalidad o la
captación global del fenómeno no se alteran cuando se pretende explicar su captación por partes, que
presentan matices o diferentes puntos de vista sobre el mismo fenómeno. Cuánto más complejidad
tiene un fenómeno, mayor cantidad de puntos de vista genera. Esto es lo primero que hay que
comprender para poder entender la diversidad de opiniones y juicios que el hombre puede emitir
sobre la misma cuestión o cosa.
Formas de percepción de las sensaciones
Sabemos, como lo adelantamos al comienzo de este capítulo, que el ser humano puede
percibir a través de los sentidos o fuera de ellos y así hablamos de una percepción sensorial y una
percepción extrasensorial. Quizá, entre ambos conceptos, pueda ubicarse la llamada percepción
subliminal.
Los animales han desarrollado su percepción sensorial a niveles de perfección que le
proporcionan cualidades especiales y muy poderosas para percibir estímulos a distancias increíbles,
dones de los cuales carece el hombre. También el animal posee instintos perceptivos que les permite
antelar una sensación de peligro, antes de que ésta se presente. Es lo que ocurre cuando está a punto
de suceder una hecatombe natural (por ejemplo, un terremoto). No sabemos aún si ese sentido
instintivo funciona a través de cambios moleculares del medio o ambiente, de forma tal que esos
cambios sólo son perceptibles para organismos de alta sensibilidad, ya sea a través del oído, del
olfato o del tacto. Sabemos que cambios iónicos de la atmósfera, que preceden a los vientos
catabáticos o a los cambios atmosféricos de la temperatura, influyen en el hombre a través del bulbo
olfatorio, el que está conectado al sistema límbico y desde allí hay descarga de neurotransmisores
similares a los que ponen en marcha el estrés y las emociones y se producen sensaciones o cambios
fisiológicos que son perfectamente perceptibles como signos o síntomas. Es probable que cambios
moleculares similares de tipo vibratorio o de otra naturaleza, además de la iónica, puedan producir
estímulos de los supersensibles sentidos de oído, olfato y tacto de las diferentes especies animales o
estimular otras formas de un sentir no sensorial.
A nosotros nos interesan las sensaciones extrasensoriales del hombre, puesto que las
sensoriales han sido ampliamente estudiadas y son muy conocidas tanto por la psicología clásica
como por las recientes neurociencias. Por esta razón y como lo dijimos previamente, excluiremos
todo lo relativo a anatomía y fisiología de los cinco sentidos.
Formas de percepción extrasensorial
Hemos destacado que hay una forma de percibir sensaciones internas que no dependen de los
sentidos y es la que capta actos intelectivos (pensamientos, juicios, conceptos) de orden abstracto,
reacciones sentimentales afectivas y emotivas y sensaciones instintivas. También nos hemos referido a
la intuición. Pero, en el desarrollo del intelecto debemos considerar a los poderes desconocidos o
inexplorados de la mente.
A medida que la humanidad ha transcurrido en su historia, se conocen hechos relativos a
fenómenos mentales tales como las alucinaciones, imágenes oníricas, telepatía, hipnosis, clarividencia,
premonición, psicoquinesia. Las alucinaciones son imágenes irreales creadas y presentadas
involuntaria e inconscientemente por la mente. La hipnosis es la provocación voluntaria o
involuntaria, consciente o inconsciente de un estado mental en que el individuo queda en una
semiinconsciencia y actúa automáticamente ante una orden mental o verbal que imparte el
hipnotizador.
La percepción extrasensorial, muy estudiada por la parapsicología como fenómenos
paranormales, habitual y comúnmente se la considera que se presenta bajo la forma de psicocinesis,
premoniciones, y en este tipo de percepción se produce un fenómeno de telepatía que es una especie
de comunicación mental a distancia entre dos o más personas, en la cual el receptor del mensaje ha
acertado la imagen o símbolo emitido por el transmisor telepático. Ambos, receptor y transmisor,
constituyen la pareja telepática. El receptor es el clarividente. La clarividencia es otra forma de
percepción extrasensorial. Cuando el clarividente informa de algo (ocurrido o a ocurrir) fuera del
alcance de sus sentidos en un momento dado, el fenómeno se aprecia como una “adivinación”. Los
mecanismos o esencia de los fenómenos extrasensoriales son desconocidos en sí mismos y apreciamos
a los mismos sólo por sus efectos.
Los fenómenos extrasensoriales se comportan caprichosamente, es decir, no son predecibles
sino espontáneos, súbitos y fugaces, a manera de fogonazos (“flash”). Están muy relacionados con el
estado de ánimo y la emotividad individual. Por esto hay personas más sensibles a ellos que el resto
de los individuos y la voluntad generalmente no interviene en los casos espontáneos. Sólo puede
intervenir la voluntad en los casos inducidos. Dentro de este fenómeno pueden ser consideradas las
llamadas facultades mediáticas que desarrollan las personas denominadas “médium”, o personas que
se les atribuyen facultades extrasensoriales extraordinarias que permiten, por ejemplo, comunicarse
con los muertos o tener “videncias” de hechos contemporáneos, simultáneos o futuros (precognición,
premonición), o de hechos pasados (retrocognición).
Luego, habría que considerar dos grandes formas de percepción extrasensorial:
1.
Percepción extrasensorial normal: la relativa a todos los sentimientos, actos intelectivos,
intuición, etc. Es un mecanismo de percepción habitual de sensaciones internas que todas las
personas, sin excepción, lo usan y poseen.
2.
Percepción extrasensorial paranormal que es la estudiada por la parapsicología y otras
disciplinas consideradas esotéricas pero no científicas. Son disciplinas empíricas: observan un
fenómeno y lo describen. Es una percepción que se considera como poder mental extraordinario y
que sólo es posible observar en determinadas personas que parecen normales, pero poseen
determinados poderes mentales. Por eso, se les denominó paranormales (para = junto; junto o
adjunto a lo normal)
Algunas características de la percepción extrasensorial paranormal
Parra afirma que del mismo modo que existe la imaginación o la memoria, dentro de las
facultades mentales humanas, existe la habilidad extrasensorial como función psicológica normal
que opera como una capacidad mental de distribución uniforme entre la población general, pero sólo
que “algunos la tienen más desarrollada” que otros. Esos poderes extrasensoriales, generalmente se
manifiestan en forma común cuando, por ejemplo, uno piensa en una persona y en ese instante o en
momento posterior inmediato dicha persona se encuentra con nosotros o nos llama por teléfono.
Tanto en las premoniciones como en la telepatía es importante el vínculo afectivo, pues la
comunicación extrasensorial es más frecuente entre las personas unidas fuertemente por el afecto o
lazos carnales como ocurre entre padres e hijos, hermanos y gemelos o una persona muy amada.
Las capacidades extrasensoriales operan como capacidades precognitivas. Si bien la
naturaleza del fenómeno está fuera de los sentidos (no es formada por estímulo directo de los
sentidos), la “materialización” del fenómeno debe tener alguna forma de percepción. Entonces es
cuando ocurre que la percepción extrasensorial se “materializa” con sensaciones sensoriales no
provocadas por estímulos exógenos sino endógenos. Así, esas capacidades precognitivas
extrasensoriales pueden manifestarse con “visiones” (capacidad visual o clarividencia); con
percepción de sonidos (capacidad auditiva o percepción de vibraciones sonoras etéreas) o bien como
sensación intuitiva (capacidad premonitoria de sentir que algo va a pasar o captación de que algo está
sucediendo como percepción telepática, sin intervención de sonidos ni imágenes).
En general, las percepciones extrasensoriales con formas de visiones o audiciones configuran
una alucinación extrasensorial. Por esta razón, al no ser una forma normal de percepción, se le
considera como una facultad paralela o paranormal. En general, puede decirse que de la estadística
surge que hay personas más hábiles en algunas de estas formas de percepción extrasensorial (son más
sensibles a la telepatía, o a la premonición o a la clarividencia). La estimulación del cerebro por
medios ajenos a los sentidos, en determinadas zonas cerebrales, produce sensaciones similares a las
paranormales. Esto ocurre porque en última instancia, el cerebro es el instrumento de la percepción
sensorial y extrasensorial, en su doble función de operador biológico y operador espiritual.
De ninguna manera puede interpretarse como que el cerebro es el que causa o lo que
“fabrica” la percepción extrasensorial, pues se llegaría a una conclusión muy difícil de compatibilizar
con la naturaleza puntual de los hechos extrasensoriales. No se puede apelar a la teoría de hechos
erráticos, estocásticos o azarosos, sino más bien como hechos compatibles con la serendepidad (que
es la característica de hallazgos casuales de hechos valiosos). La tendencia biologista de considerar al
fenómeno paranormal o extrasensorial como similar al déjà vu del epiléptico, es una concepción
equívoca porque la visión extrasensorial se liga a un hecho concreto que realmente ocurre (si no, no
es sensación extrasensorial, pues no se está percibiendo un hecho real, sino una mera sensación
inconexa con hechos reales).
La percepción extrasensorial está regida por algunas variables. No hay que confundir la
sensación extrasensorial paranormal con las ansiedades anticipatorias en las cuales un estado de
ansiedad que cree que puede ocurrir que un hecho suceda, lleva irremediablemente al suceso
anticipado. Es el caso de la autosugestión. En general se cree que la intuición extrasensorial es más
propia del sexo masculino que del femenino, más propenso a la ansiedad anticipatoria. Asimismo,
también es más común en las personas extravertidas que en las introvertidas, las cuales están muy
ocupadas en su actividad cerebral, y desconectadas del entorno, por lo que no están atentas a la
percepción de los “signos-síntomas” extrasensoriales.
No debe confundirse la percepción extrasensorial intuitiva con el mecanismo de pensamiento
intuitivo. Aunque ambos coparticipan del fenómeno de la intuición, el primero es propio de un
estado de relajación, mientras que el segundo es inherente a una forma determinada de pensar. En
este sentido, la mujer es más intuitiva que el hombre (a la inversa de la percepción extrasensorial) El
estado de ánimo influye mucho en la percepción extrasensorial. El optimista percibe más y mejor que
el pesimista.
Cuando la percepción extrasensorial se da en una persona común, espontáneamente, se
observa que se pone en marcha ante situaciones críticas, en un momento de angustia y generalmente
cuando el estado mental se halla alterado (agitación). Ocurre como si en ese momento se abriera un
canal de comunicación telepática, se percibe el hecho generalmente referido a accidentes o muertes
de seres queridos o conocidos y luego de ocurrida la comunicación el canal se cierra y, a lo mejor,
nunca más se repite la percepción.
Las percepciones sub o inconscientes
Si nuestras sensaciones externas o internas son conscientes y voluntarias, hablamos de
extrospección e introspección, dos formas de explorar los ámbitos exteriores e internos, en relación
con nosotros mismos. Pero otras veces, las sensaciones se presentan sin la intervención de nuestra
plena conciencia y voluntad. Estas percepciones son las que llamamos subconscientes o inconscientes,
porque de alguna manera tienen un grado menor de conciencia, es decir, son percibidas sin la
intervención plena de la conciencia o en ausencia de ella. Las manifestaciones subconscientes son las
que se presentan bajo formas oníricas o formación mental de ideas de cosas o cuestiones meramente
imaginarias, es decir, producto de la imaginación pero que no tienen entidad real o concreta. O
pueden proceder de recuerdos involuntarios. Son inmateriales o irreales en sí, aunque puedan
objetivarse trayéndolos a la realidad como fenómenos subjetivos. Porque al acudir a la mente y tomar
la forma de una idea, juicio o pensamiento, de algún se objetivan y pueden ser captadas por la
conciencia en forma posterior a su aparición. Esta facultad mental de captar lo real y lo irreal es lo
que permite que nuestra mente formule cosas como la fantasía y el pensamiento mágico que le
sirven al hombre para diferentes intenciones.
De ese modo, el intelecto se relaciona con el arte a través de la fantasía y el pensamiento
mágico. Fantasía es la “facultad que tiene el ánimo de reproducir por medio de imágenes las cosas
pasadas o lejanas, de representar las ideales en forma sensible o de idealizar las reales. Puede ser,
asimismo, una fantasmagoría, ilusión de los sentidos, pero también es un grado superior de la
imaginación en cuanto a lo que inventa o produce. Suele llamársele fantasía a obras literarias
basadas en la ficción o al pensamiento elevado o ingenioso.” Los alcances del término fantasía son
muy amplios y variados, pero en general la connotación está referida a lo ingenioso, a lo ficticio o a
lo real llevado a lo irreal o a lo irreal traído al plano de la realidad.
En este último mecanismo reside el pensamiento mágico que tiene la virtud de traer a la
realidad lo irreal, presentándolo como algo real, creando la ilusión de los sentidos. La fantasía es el
mundo interpretado por la sensibilidad y se manifiesta con símbolos, mitos o relatos fantásticos. El
hombre tiende a identificarse principalmente con los productos finales de la mente: el pensamiento y
la acción y desde ese punto de vista, lo claro y preciso es la razón y los sentimientos parecen ser un
proceso de forma imprecisa, indefinida, resbaladiza y, por lo tanto, poco fiable. La razón observa
con desdén todo aquello que se desvanece frente al análisis lógico. En nuestra cultura, lo que tiene
que ver con lo afectivo es, comúnmente, descalificado y unido a una connotación negativa basada en
la subjetividad del fenómeno (rechazo de lo subjetivo). El rasgo más peculiar del ser humano
occidental tecnificado estriba en la actitud racionalista con que se entiende a sí mismo y a su entorno.
De este modo su actuación va unida a la utilidad y a la productividad y el fin de sus actos es “obtener
algo material”. Así, el misterio, el enigma y lo desconocido ha sido reemplazado por la razón y el
intelectualismo, mientras que la ingenuidad es desplazada por la sabihondez. Progresivamente se va
exterminando todo lo que se opone al análisis racional: la imaginación, la expresión de la fantasía, lo
mágico, lo mítico, lo sentimental y romántico. La razón, al servicio de la técnica en busca de una
“civilización del bienestar”, conlleva la deshumanización, la despoetización y el desencanto, lo que
inevitablemente cae en la “desorientación vital” y la “crisis cultural”. En esta cuestión, Bertrand
Russell, al chocar con esta realidad contemporánea, nota que el hombre se va perdiendo y clama: “el
hombre necesita ahora, para salvarse, una cosa: abrir su corazón al gozo” dado que va
abandonando paulatinamente su “alegría de vivir”. El resultado de racionalismo excesivo es el
desencanto por la vida. La fantasía, el sentimiento y el romance bien entendido es la sal de la vida,
por lo que debe lucharse por reivindicar el derecho a imaginar. El desarrollo intelectual se alcanza, es
verdad, con el aguzamiento de los sentidos y de la forma lógica del pensamiento, pero acompañado
del sentimiento, de la imaginación y de todo lo espiritual. En su defecto, es un desarrollo incompleto.
La percepción subliminal
Otra categoría de percepción subconsciente es la percepción subliminal, en la cual la mente
recibe estímulos en un estado de subconciencia o “conciencia a medias” o bien en un estado onírico
como puede ocurrir en pleno estado de sueño. Etimológicamente, subliminal (sub = bajo; limen =
umbral) es todo lo que se encuentra por debajo de un umbral o nivel determinado, en el caso de un
estímulo, es el se introduce por un medio que está por debajo del nivel (umbral) de atención o
conciencia, a fin de que la percepción del estímulo sea más por el inconsciente que por la
conciencia. Mientras se está consciente y atento a un estímulo, la conciencia capta bajo el nivel de
atención, (nivel subliminal), otros estímulos que no son plenamente conscientes por no tener una
atención plena u ocurrir cuando la atención “está desviada”. Sin embargo, el estímulo impacta en la
mente y puede quedar grabado en el inconsciente para después actuar en forma preconsciente o
subconsciente. Al estudiar la conciencia, advertimos que “lo que está en la zona gris entre
conciencia, subconciencia e inconsciencia son fenómenos perceptibles por la conciencia, pero de
ningún modo son conciencia hasta que se instalan plenamente en ellas. Podemos percibir imágenes
oníricas o hipnagógicas pero recién cuando se recuerden y reconozcan en el estado vigil serán
conscientes. Esto no significa que la conciencia esté trabajando bajo un nivel subliminal de atención
despierta”. Es lo que ubicamos como estado de conciencia en estado mental subliminal, en que no
hay conciencia plena, ni inconsciencia, sino un estado mental por debajo del nivel de atención. Este
fenómeno lo denominamos conciencia subliminal. También dijimos que había un estado de
percepción desapercibida que usamos para explicar la distracción y que definimos como que “esto
ocurre cuando la fugacidad de la percepción no permite una observación detenida del ente para que
quede registrado en la mente, o bien, la mente ocupada en otro acto mental (desatención), hace una
percepción soslayada, pero no detenida ni meditada, lo que evita también el registro mental y esto es
lo que se conoce como distracción”. En realidad, en esta percepción desapercibida de la conciencia
subliminal, la mente está ocupada en otro acto mental por lo que hay un nivel relativo de ausencia de
conciencia plena, pero con algo o muy escaso nivel de atención, que está por debajo del nivel de
atención plena. Esto es lo que hace que ese estado mental ubique entre conciencia e inconsciencia y
por esa razón se le ha llamado preconsciente o subconsciente, a pesar de que este término no es
aceptado universalmente en psicología. Pero no hay otro que explique mejor el estado mental
subliminal. Nosotros hemos insistido en este estado mental es una forma de percepción porque de
algún modo es una “sensación interior que resulta de una impresión material hecha en nuestros
sentidos determinando el conocimiento o idea de una cosa o ente”, aunque esto sea una especie de
“conocimiento semiconsciente”. En síntesis, la percepción subliminal se refiere a una señal que se
encuentra por debajo de las posibilidades humanas de percepción visual o sonora completa, pero que
es captada de algún modo por el subconsciente e incorporado a la inconsciencia y de esta forma ese
conocimiento subliminal puede influir, también en forma subconsciente, en nuestros pensamientos y
comportamientos o conductas. Es decir, el cuerpo humano es poderosamente influido por
percepciones que no ha recibido en forma totalmente consciente pero que de cualquier forma han
quedado impresos en la mente.
Se han ensayado muchas explicaciones para poder expresar la existencia del fenómeno
subliminal. Se ha recurrido a explicaciones fisiológicas como que el organismo humano no percibe
sonidos demasiados débiles que existen físicamente en la naturaleza, los cuales sólo son detectados
por aparatos tecnológicos muy sensibles (ultrasonido e infrasonido). Todo órgano sensorial posee un
umbral de sensibilidad por debajo del cual ciertos fenómenos son demasiado pequeños para llegar a
la percepción de los mismos, llamado la atención de la conciencia. Es decir, no provocan una
reacción o acción consciente, debido a que el cerebro humano, a pesar de ser sensible a ciertos
fenómenos físicos, no es capaz para hacerlos llegar al nivel de conciencia, o, al menos, al nivel de
atención (percepción consciente plena).
Históricamente, Demócrito fue el primero en decir: “mucho de lo perceptible no es percibido
por nosotros”. Esto puede ser interpretado como distracción o aplicado también a lo subliminal.
Mucho después de Demócrito, Aristóteles explicó más detalladamente algo referido a lo que puede
interpretarse como “umbrales de la conciencia subliminal”, cuando sugirió por primera vez que
determinados estímulos no percibidos de modo consciente, podrían afectar los sueños. Esto también
puede aplicarse a la conciencia onírica como a la subliminal.
Generalmente, el fenómeno de la percepción subliminal ha sido estudiado últimamente por
los investigadores de la comunicación humana que conforma una especie de psicología de la
comunicación y estos estudios, más teóricos que prácticos, son los que permiten establecer que las
intuiciones y todos los demás elementos del proceso creativo de los seres humanos están íntimamente
relacionados con los estados mentales del sueño y la percepción subliminal, es decir, de la conciencia
onírica y la conciencia subliminal. Estos estudios han determinado, aunque no precisado
formalmente, la existencia de “algo” en el cerebro humano y en el sistema nervioso que responde a la
clasificación de subconsciente (del mismo modo que se determinó lo inconsciente) y esto sólo se ha
demostrado empíricamente puesto que se detectó la existencia de este aspecto vital del
comportamiento humano, en varias de sus manifestaciones.
Como recién advertimos, hay datos de investigaciones provenientes de las neurociencias y la
psicología, que permiten la conclusión de que los sentidos poseen distintos niveles de percepción (de
los cuales han distinguido con precisión sólo dos). Así, junto al nivel cognoscitivo o consciente (de
conciencia plena que permite “darse cuenta” de lo que ocurre), hay otro nivel de recopilación de
información que no nos llega a nivel consciente pleno, del cual “no nos damos cuenta” en el
momento en qué ocurre. Éste es el llamado nivel subliminal y dejó planteado el fenómeno de la
cognición subconsciente, es decir, del conocimiento que es percibido a un nivel de percepción que
no es consciente totalmente, pero tampoco opera en estado de inconsciencia, sino que tiene lugar
cuando está operando la conciencia, pero ésta no presta atención al estímulo llamado subliminal por
estar ocupada con otro estímulo que copa plenamente su atención.
Por lo tanto, el estímulo subliminal debe ingresar a la mente por debajo de ese nivel
atencional y consciente, por lo que también se le llama subconsciente. Luego habría en el estado de
vigilia, e incluso, en el estado onírico o de sueño, operando dos grandes subsistemas, que son
independientes entre sí y que, incluso, son de oposición directa entre sí. Mientras el subsistema
atencional pleno presta su atención a los estímulos de naturaleza física (información sensorial), el
subsistema de percepción subliminal parece ser afectado por estímulos que llevan contenidos básicos
de información emocional. De ahí que el subsistema de los estímulos subliminales no sólo opera en el
nivel subconsciente, sino en el relativamente inconsciente del estado onírico, es decir, mientras se
duerme (estado que algunos investigadores consideran como inconsciencia), pero que los estudios
modernos del sueño han demostrado que el cerebro, en el sueño u estado onírico, no está totalmente
inconsciente, sino que puede percibir estímulos sensoriales y reaccionar, o no, ante ellos en forma
consciente. Si reacciona conscientemente, se despierta y entra en estado vigil. Si no reacciona
despertando, subconscientemente incorpora al estímulo bajo la forma de un sueño o imagen onírica.
No hay dudas hoy, de que tanto en el ambiente natural como en el artificial creado por la
tecnología humana, están llenos de influencias o estímulos que pueden ser percibidos en el nivel
subliminal. Esto suele ocurrir con los actos o acciones “rutinarias” o “cotidianas” que por ser
repetitivos y archiconocidos, al presentarse pasan inadvertidos para la conciencia plena, pero no
dejan de influir en la mente. Lo de común y corriente y repetido, le ha quitado la jerarquía de
estímulo atencional pleno. Este fenómeno ocurre, también, con el lenguaje en las relaciones
humanas, el cual suele surtir efectos subliminales, pues si bien la palabra oída no despierta una
reacción consciente, puede operar como estímulo subconsciente. Otro tanto ocurre con el ruido
ambiental “normal” o cotidiano que no afecta nuestra atención, pero puede enfermar sub o
inconscientemente nuestra mente. Es lo que habitualmente se conoce como distrés (estrés patológico).
De todo esto, hemos deducido que el término percepción subliminal describe a las fuerzas
sensoriales del sistema nervioso humano que pueden no interesar a la conciencia plena llamando su
atención (o según algunas explicaciones psicoanalíticas, ser “reprimidas” por la conciencia plena), de
forma tal que esas fuerzas sensoriales quedan mejor incorporadas al inconsciente por la vía de la
subconciencia. Debido a este fenómeno, algunos investigadores han preferido llamar a la percepción
subliminal, recepción subliminal, otros como percepción inconsciente (nosotros no coincidimos con
esto por lo que hemos explicado y preferimos llamarla percepción subconsciente como es realmente).
Esta observación acepta mejor la otra denominación dada de subpercepción, la cual ya no se refiere
al nivel liminar de atención, sino al nivel liminar de la percepción sensorial. Lo de recepción
subliminal se refiere al concepto de que los estímulos subliminales, más que percibidos, son
receptados o recibidos por el individuo. Esto significa que el registro del estímulo no es estrictamente
por una percepción, concebida dicha percepción como la entrada activa del estímulo a través de los
sentidos (percepción activa), sino que los sentidos no perciben activamente tal estímulo, sino sólo se
limita a registrarlo, esto es, a recibirlo, sin poder discriminarlo (percepción pasiva).
Algunos teóricos de estos estudios consideran que tanto las intuiciones como todos los demás
elementos del proceso creativo de los humanos, integran, junto con los sueños (conciencia onírica) y
la percepción subliminal, un conjunto de conocimientos prelógicos que se oponen a los procesos
lógicos de la mente, mediante los cuales las personas pueden racionalizar sus acciones o, al menos,
desarrollarlas con plena conciencia de actuar deliberando y realizando con plena libertad, convicción
propia y simplemente por una sugestión introducida subconscientemente.
La persuasión subliminal
Ya hemos antelado que la percepción subliminal ha sido utilizada para formular el llamado
mensaje subliminal, lo cual es utilizado por técnicas de publicidad o de propaganda. De ese modo,
existen técnicas de comunicación, por medio de las cuales, millones de seres humanos son
manipulados diariamente, sin que se den cuenta de ello. El fin de esta comunicación subliminal es
convencer o persuadir de algo, pero sin que el persuadido tome conciencia de ella. De ese modo,
todo aquel que haya visto determinados anuncios publicitarios, de aparente corte ingenuo, tal vez
dicho anuncia encierra una forma de embaucar y manipular por medio de esas técnicas que usan
estímulos subliminales. Esta persuasión subconsciente es tan común y difundida que es imposible no
hallarse con ella en todos los medios de comunicación, en las empresas, comercios, instituciones
políticas, de gobierno, religiosas, etc.
Sin embargo, a pesar del uso extendido y común, de ninguna manera significa que estas
técnicas sean pertinentes, sino que involucran serias transgresiones éticas y morales, que pueden
causar problemas graves, en manera particular con la inducción de compras compulsivas o inútiles o
engañosas o el ingreso a ideologías o sectas disociadoras, la adquisición de costumbres dañinas como
la drogadicción (tabaquismo, alcoholismo, otras). La comunicación social a nivel masivo o extenso,
continuo, no sólo invade persistentemente la intimidad del hogar ya sea con la radio, la TV, películas,
libros, revistas, diarios, etc. Sin embargo, muchos pelean por ella como derecho humano
fundamental: las empresas por la libertad de prensa y de trabajo, el usuario por la libertad y derecho a
informarse. Pero no se debe ignorar que, llevada a sus extremos y por el uso abusivo y mal hecho,
con intenciones aviesas, la persuasión subliminal puede ser extremadamente peligrosa para la salud
mental.
Puede “dar vuelta” a la personalidad de un individuo o despersonalizarlo, crear hábitos
tóxicos, costumbres nocivas, violencia, etc. El fundamento de la eficacia de los medios de
comunicación modernos, en lo relativo a lo subliminal, es el “lenguaje dentro del lenguaje”, lo que
significa que usando el lenguaje común, introduce términos de un modo especial para que jueguen
en forma subliminal, o sea, que acceden a niveles inferiores a nuestro conocimiento consciente, para
entrar en los desconocidos terrenos de nuestra inconsciencia. De esa forma pueden ser positivos o
desarrolladores de la capacidad creadora o pensamiento creativo individual, o bien, ser negativos al
inducir conductas o comportamientos hacia un fin determinado dañino, ajeno a la plena conciencia
del individuo que obra.
Los diseñadores industriales utilizan significados subliminales en productos tales
como automóviles, botellas de gaseosas y bebidas, cigarrillos, ropa, envases de alimentos, cosméticos,
productos farmacéuticos, casas y artículos para el hogar, aparatos y, prácticamente, en todo los
productos destinados a un consumo masivo determinado. Para eso usan los procesos del mensaje
subliminal. Como los mecanismos de percepción subliminal constituyen en cierto modo un material
de selección, al usar sistemáticamente esos mensajes subliminales incorporados a mensajes muy
explícitos, las reacciones del individuo o receptor son, entonces, determinadas conscientemente por el
mensaje normal y, más o menos, modificadas por el mensaje subliminal incorporado.
Así, generalizando, podemos afirmar que los procesos subliminales se aplican teóricamente a
todos los fenómenos sensoriales susceptibles de ser traducidos en percepciones del mundo exterior,
por parte de una persona. Para el emisor, el problema es conseguir una variación segura del mensaje,
de manera que opere en forma más o menos lenta y persistente, pero que no alcance a ser percibida
conscientemente por el receptor. Acá si corresponde bien el término de receptor, porque la intención
no es que perciba, como se dijo antes, sino que “reciba” el mensaje sin darse cuenta del mismo
(receptor pasivo). Si habláramos de inducir un comportamiento (motivar), los estímulos subliminales
operan eficientemente si logran relacionar una porción de un recuerdo inconsciente, con un impulso
consciente. Para ejemplificar esto tomemos el caso de publicidad de un cigarrillo. Si se usa una pareja
atractiva caminando por un campo aislado en un día primaveral, los movimientos de la pareja, el
lenguaje, la vestimenta pueden llevar al receptor a identificarse con uno de los miembros de la pareja
e inmediatamente introducir un factor erótico o sexual que puede llevar a la sugerencia de un acto
erótico entre el pasto o los árboles. El cigarrillo sería una forma de identificarse indirectamente con
esta situación y la marca sugerida en especial.
Esta forma de sugerir es la práctica oculta en el fondo de los anuncios, palabras, figuras,
personas, que determinan una carga emocional o la despiertan. Entre las palabras sugeridas y las
ilusiones ópticas (fotográficas), en las que se basan toda la publicidad, la palabra más sugerido es
siempre “sexo”. De igual modo se pueden inducir instintos de determinados apetitos de ingesta de
alimentos o bebidas (sugeridas o no por técnicas de sexo, o de exaltación de la sed o de la apetencia
de determinadas golosinas o alimentos). Esto justifica el éxito comercial de “palomitas de maíz”.
También de esta forma opera Coca-Cola, McDonalds, Actimel, etc. Al lograr el consumo de tabaco y
alcohol, indirectamente se abre el camino a otras drogadicciones. Si a esto se suma la “sugerencia
musical” a través de “letras sugestivas” de determinadas canciones y ritmos, se termina por aceptar a
la droga como algo normal y, naturalmente, una vez incorporada ya es necesidad. Hay una
particularidad impresionante: la incorporación del conocimiento subliminal opera como que es una
convicción íntima y propia de la persona y no algo “introducido subrepticiamente”. Esto conlleva el
equívoco grave de creer que lo sugerido subconscientemente es una idea propia o una manifestación
auténtica del “ser de cada uno” y una tendencia natural “en uno”.
De ser cierta la teoría Halperin, la introducción a la homosexualidad operaría por el
“espacio” excesivo que la comunicación sexual concede a través de todos los medios, haciendo que el
homosexual sea una figura común, cotidiana, omnipresente y, por lo tanto, no sea tan “diferente”
sino simplemente otra “forma natural” de ser del hombre (tercer sexo). Halperin ha introducido la
idea de que homosexual no se nace sino se “hace” por influencia del medio. Por lógica, esta teoría es
atacada por los propios homosexuales, pues le quita el argumento de un tercer sexo esencial o
inherente a la naturaleza humana. Es probable que esta percepción subliminal, ya lo dijimos, sea la
utilizada por la propaganda religiosa y política o la propagación de otras doctrinas o ideales. Es la
percepción utilizada por las sectas para “hipnotizar” a sus seguidores y realizar el “lavado de
cerebro”. También hay experiencias realizadas al nivel de secretos militares, donde mediante aparatos
especiales, lograban introducir “mensajes” determinados en la mente de los denominados agentes
espías, a fin de inducirles a cometer errores, pasar mensajes equívocos o a colaborar. Esos aparatos
intervenían en la mente cuando se estaba dormido o en trance hipnótico.
Otras experiencias subconscientes
Hay otras formas de expresión de las sensaciones internas subconscientes como son
determinados estados que se adquieren durante la vigilia, pero con la conciencia anulada en su
función de percepción sensorial activa. Son estados del ánimo muy especiales en que el hombre
queda como perdido o fuera de la realidad, como si estuviera en una especie de “conciencia
inconsciente”. No está dormido, ni tiene pérdida del conocimiento como ocurre con los desmayos o
el estado de coma. En otras palabras, no está inconsciente en lo que normalmente se entiende por
pérdida de la conciencia. Pero hay un estado particular de estrechamiento de la conciencia como
ocurre con la concentración profunda, donde la atención queda desprendida totalmente de la
percepción sensorial y es lo que tratamos de describir como conciencia inconsciente. El hombre está
despierto, pero no está conectado con su exterior sino está ensimismado, metido profundamente en su
mismidad o interior que es como si estuviera dormido o inconsciente. No es una introspección
propiamente dicha, aunque puede comenzar como tal.
En estos estados subconscientes se encuentran la mística y sus equivalentes como el éxtasis,
arrobamiento, o la meditación profunda. Es también el estado de “nihilismo” por el cual los yoghis
exploran y experimentan los poderes espirituales que le son característicos, como el llamado
“trasmigración del alma”. Este fenómeno de la trasmigración del alma es un suceso especial en el
cual el yoghi entra en una especie de trance o sueño y puede lograr que se produzca la sensación de
que su mente o espíritu se desprende del cuerpo y flota en el aire o espacio inmediato a su entorno,
de forma tal que todo ocurre como si el yoghi pudiera verse a sí mismo pero fuera de él, flotando por
encima de su cuerpo. Incluso, puede imaginar o “lograr” que su espíritu se instale en un objeto
determinado (animal, planta, mueble) no sólo en el espacio aéreo. Este fenómeno también ha sido
descrito como los “estados cercanos a la muerte”, pero lo diferencia de la trasmigración porque no es
un fenómeno voluntario y consciente, sino todo lo contrario.
Las “experiencias cercanas a la muerte” (ECM) o “percepción inconsciente”
Lo que más polémicas ha traído en el presente son las denominadas “experiencias cercanas a
la muerte” que consisten en relatos sobre sensaciones percibidas por quienes han estado en
condiciones biológicas de muerte o privados de toda función consciente. En realidad, son
experiencias adquiridas en forma totalmente inconsciente, pero que después se hacen conscientes. Los
relatos comunes de esas experiencias o sensaciones son:
1.
impresión o sensación de estar percibiendo hechos sobre el cuerpo propio, pero como si uno
estuviera flotando fuera de ese cuerpo, alrededor de él. Este fenómeno lo relatan los anacoretas o
maestros yoghis como “trasmigración del alma”, donde por el esfuerzo de la meditación profunda se
puede salir del cuerpo y tener la sensación de observarlo desde afuera.
2.
Según los relatos, la experiencia es muy real y valedera por cuanto han relatado con precisión
los fenómenos percibidos y los hechos que ocurrían mientras el afectado se encontraba en un estado
con ausencia total del conocimiento consciente de los mismos
3.
sensación de deslizarse a gran velocidad por una especie de corredor o túnel a cuyo final se
veía una luz intensa
4.
encuentro con familiares o personas queridas muertas, con las cuales se estrechan y hablan, se
escuchan voces e incluso el mandato de “volver” al cuerpo
5.
recuerdos de la vida pasada
6.
sensaciones visuales o auditivas similares para todos los testimonios.
Quienes relatan estas experiencias lo hacen con el total y absoluto convencimiento de la
verdad de su existencia y no como meras ilusiones o alucinaciones. La uniformidad de criterios y
coincidencias de los relatos inclinan a pensar en un fenómeno común y universal. Esto ha traído
opiniones favorables y de fe absoluta en esas experiencias y conceptos de escepticismo total, pues se
consideran manifestaciones mentales de un cerebro sometido a condiciones especiales que lo llevan a
ilusionar o alucinar. Entre las incrédulas se encuentra Susan Blackmore quien cree que los relatos
efectuados son inexactos pues las sensaciones percibidas son meros estímulos estrictamente
fisiológicos que pueden ser provocados experimentalmente. Pone como ejemplo que en las
operaciones de cerebro, con anestesia local, muchos pacientes refieren experiencias similares a las
ECM o las relatadas por los que tuvieron alucinaciones con psicofármacos o drogas como el LSD, el
hachís, opio y algunos anestésicos. Para Blackmore todo se debe a que en esas circunstancias el
cerebro se inunda de neurotransmisores propios opioides como las endorfinas, debida al estrés al cual
están sometidos. Lo mismo ocurre cuando el cerebro está muriendo y esto es percibido por el
paciente, el cual se estresa profundamente y la salida de neurotransmisores opioides le provoca estas
imágenes alucinatorias. Sin embargo, la teoría de la hipoxemia cerebral, de la inhibición de algunos
circuitos con hiperestimulación de otros debido a la liberación de neurotransmisores, no explican
totalmente ciertas alucinaciones o experiencias como es la de verse “fuera del cuerpo” en el momento
en que lo están resucitando y describir esas escenas con precisión, mientras se estaba probadamente
con pérdida total del conocimiento. Asimismo, la teoría de las precreencias que al morir se ve una luz
y la figura de los seres queridos, no explica la presencia de otras visiones y sentimientos no
preexistentes ni conocidos ni la transformación total de las personas después de la experiencia sufrida.
Empero, otros investigadores como el Dr. Michael Sabom, estudiando determinadas
experiencias, concluyen que las alucinaciones sólo serían posibles si hubiese actividad cerebral en
algún grado. Pero los estudios electroencefalográficos, que son detectores muy fieles y confiables de
la muy mínima actividad cerebral, habían indicado en casos puntuales que existía muerte cerebral y
que el cerebro estaba totalmente inactivo, de igual modo que lo estaría una computadora
desconectada de toda fuente de alimentación energética. Al no existir ninguna actividad cerebral
significaba que los circuitos neuronales cerebrales no estaban produciendo ninguna sustancia
neurotransmisora ni recibiendo estímulos de la misma, mucho menos, indicios de factores estresantes.
Simplemente, los aparatos indicaban lisa y llanamente muerte total y en estas circunstancias, desde el
punto de vista científico biológico y fisiológico, es imposible que el cerebro pudiera realizar alguna
función y bajo ninguna circunstancia pudiera alucinar. En muchos cuerpos que estas experiencias
sucedieron no tenían signos vitales ni por ellos circulaba sangre. La paradoja se plantea así, a la luz de
estos experimentos contundentes, en el sentido de que las ECM son percepciones independientes de la
actividad cerebral; luego, si las teorías científicas aceptadas actualmente sobre la vida, la muerte y la
conciencia son exactas, en el sentido biologista, no hubiese posibilidades de que las ECM realmente
ocurrieran.
Por lo tanto, los fenómenos observados y comprobados obligan, de algún modo, a admitir la
existencia del alma como entidad pura e independiente de toda organicidad. La doctora Bárbara
Rommer ha efectuado estudios sobre más de 600 casos de ECM reunidas en grupos de apoyo.
Ninguna de estas personas presentaban alteraciones mentales, es decir, eran perfectamente cuerdas y
sanas desde el punto de vista mental, lo que descartaba patologías alucinatorias o tendencias a las
mitomanías. Sus historias eran extrañas pero infrecuentes y muchos de ellos sufrieron cambios
espirituales marcados después de las experiencias, lo que lleva a pensar en la sinceridad e impacto
emocional que esas experiencias significaron. Un hecho que habla a favor de la efectiva existencia de
las ECM. Además, comprobó la exactitud y similitud de todos los relatos consignados en el mundo.
Las conclusiones finales de todos estos fenómenos y hechos son:
1.
Muchos investigadores no se atreven a hablar de alma y espíritu basados sólo en estas
experiencias
2.
La explicación de que las ECM son causadas por la muerte del cerebro no significa de ningún
modo una prueba de que hay vida después de la muerte
3.
Las ECM sugieren que la conciencia podría residir en una función dada no sólo por el
cerebro. Esta afirmación es probada por Pim Van Lommel quien comprobó en Noruega sobre 343
casos de víctimas de paros cardiacos y luego reanimadas, que pudieron contar con plena lucidez de
conciencia, hechos concretos que le ocurrieron en el “período de muerte cerebral” constatado
fehacientemente. Según estos experimentos, las cosas ocurren como si la conciencia se desprendiera
del cuerpo, capta los hechos que ocurren alrededor de ese cuerpo y los memoriza, para recordarlos
luego al ser reanimado el cuerpo. Considera que el cerebro (o el espíritu a través del cerebro
inactivado) es como una videograbadora que capta los programas que no están en ese momento, en
la pantalla pero que éstos le son enviados por ondas que están fuera de ella. Al activarse la pantalla
(cerebro) es posible visualizar lo grabado. Cuando hay muerte cerebral, otras células siguen vivas por
varios meses (esto lo señalamos en pelos y uñas). Quizá, el alma que reside en todas esas células,
también guardan algo de espíritu y de conciencia y esto es lo que permite cuando el cerebro vuelve a
funcionar que las experiencias recogidas por esa “conciencia celular” sean retransmitidas al cerebro.
En síntesis: el espíritu, como otros fenómenos espirituales y del alma no sólo residen en el cerebro,
sino en cada célula del cuerpo, actuando a través de los mismos como una especie de “conciencia
inconsciente”. Esta es la tesis final de Van Lommel. Esas células pierden la “memoria de la
conciencia” al ser erradicadas de un organismo y trasplantadas a otro, razón por la cual los
trasplantados no reciben en su cerebro las impresiones memoriosas de los órganos trasplantados. Este
concepto nos remite una vez a que el hombre y todo su cuerpo son una unidad sellada indivisible.
Cualquier ablación rompe su unidad físicoespiritual. Aún así, hay registradas experiencias
excepcionales de trasplantados de corazón que dicen haber tenido sensaciones que al describirlas a los
parientes del donante, las reconocen como memorias de hechos que le habían ocurrido al donante
fallecido. De ser cierto esto, no habría forma de rebatir la teoría de que la memoria es una facultad
del alma y como ésta reside en todas las células, es posible que dicha memoria se haga patente al
hallar el camino de la expresión que le presta únicamente la neurona cerebral.
Algunos investigadores bioéticos y teologistas, remarcan que los pacientes con ECM las
consideran como un “contacto con la eternidad” y creen que volver al estado consciente significa o
una “extraordinaria reanimación” o realmente el milagro de “volver a vivir”. Desde el punto de vista
teológico o religioso no puede existir una “vuelta a la vida” puesto que esto significaría lisa y
llanamente lo que se llama un milagro y sería un hecho sobrenatural. Tampoco es resucitar porque el
concepto de resurrección en determinadas doctrinas religiosas como la católica significa morir, ir al
cielo y desde allí volver a recuperar el cuerpo que se poseía antes de morir. La resurrección sólo
ocurriría al final del mundo, de acuerdo a las sagradas escrituras y la doctrina teológica y, después de
ocurrida, se queda en estado de eternidad. Esta corriente religiosa admite sólo el hecho de una
reanimación fruto de fuerzas azarosas o de un esfuerzo tecnológico y estas experiencias pertenecen
más al campo de estudios de las ciencias humanistas o ciencias del espíritu, que de las ciencias duras o
académicas que sólo admiten resultados concretos de investigaciones repetibles infinitamente por
medios de parámetros rigurosos. Lo inverificable científicamente de las ECM trasladan su estudio a la
metafísica pero no a la religión, para la cual no hubo muerte propiamente dicha sino una situación
que ha superado los límites estándares empíricos fijados como vida o muerte y provocan una
situación o experiencia emocional y psíquica no explicable por mecanismos fisiológicos. Si hubiese
muerte propiamente dicha, entonces hay que admitir que la vuelta a la vida es un milagro. Esto
implica aceptar la existencia de Dios y los milagros. Es decir, se trabaja con una concepción propia
del terreno de la fe religiosa. Para muchos de los que experimentaron ECM lo que le sucedió es
realmente un milagro y así lo interpretan tanto los creyentes como los ateos, ocurriendo la
transformación de muchos ateos en creyentes y posibilitando otros cambios espirituales notables y
totalmente opuestos a lo que se era antes de las ECM. Esta es la mejor prueba de un verdadero
fenómeno espiritual que no sólo existió sino que puede provocar efectos reales. Lo cierto es que hay
un fenómeno percibido en la inconsciencia total pero que luego se “concientiza”, lo que podría ser
considerado como una verdadera percepción inconsciente, término que resulta paradójico, dado que
habíamos definido a percepción como lo que se siente en forma consciente. Acá, lo de percepción es
para remarcar la “concientización” de algo sentido en forma inconsciente. Mas, es evidente que a la
luz de estos fenómenos, el concepto de percepción va más allá de los sentidos y la conciencia para
constituir un fenómeno único y complejo, cuyos efectos en el cuerpo pueden ser explicados por la
ciencia, pero no las causas que originan dicha percepción. Los ECM son la mejor muestra de este
postulado. Incluso, la misma Blackmore debe reconocer que hay cosas que están fuera del
conocimiento y la explicación científica y se escuda en la justificación de la existencia de fenómenos
cerebrales todavía desconocidos.
Mística y éxtasis, arrobamiento, embeleso, como otras percepciones subconscientes
La mística, según la RAE, es la “parte de la teología que trata de la vida espiritual y
contemplativa y del conocimiento y dirección de los espíritus. Experiencia de lo divino.” Misticismo
es el “estado extraordinario de una persona que se dedica a la perfección religiosa o a las cosas
espirituales y consiste esencialmente en un estado del alma que se acompaña de éxtasis”. En el caso
del religioso es una “cierta unión inefable del alma con Dios por el amor y puede acompañarse de
revelaciones y éxtasis”. También “lo místico” está relacionado con el espíritu o cosas espirituales, la
espiritualidad, a metáforas o imágenes figuradas y a cosas misteriosas o de razón oculta (lo que no
alcanza la razón activa).
El éxtasis es un “estado del alma (espíritu) enteramente embargada por un sentimiento
profundo de contemplación y por la suspensión del ejercicio de los sentidos”. En términos de religión
se puede considerar a “la unión mística con Dios mediante la contemplación”.Esto significa que el
éxtasis puede ser provocado por cualquier sentimiento profundo que aísle al espíritu de los sentidos y
les dé rienda suelta para expresarse. También explica que una visión bella o profunda, placentera, de
la naturaleza, un acto artístico (música, pintura) o una sensación amorosa profunda nos provoque
éxtasis. En el caso de la sensación amorosa, ésta nos puede venir bruscamente, tipo relámpago, lo que
vulgarmente se ha llamado “flechazo”, quizás en referencia a la figura mitológica de Cupido,
representado por el arco y la flecha.
Ocurre en lo que Mira y López ha denominado etapa de “iluminación” del amor. Este
encuentro súbito con el objeto amado genera un estado pasional que arranca con una especie de
conmoción o choque, en donde la atracción es como un imán, totalmente magnética. Cuando el
encuentro es más sereno, la imagen del ser amado se destaca más progresivamente y se van
develando aspectos que provocan “admiración creciente” y “goce contemplativo” o éxtasis que se
conoce como embeleso y es un estado sentimental de placer inefable, provocado por la visión de la
imagen amada y concebida por la mente con una especie de halo luminoso. El objeto que embelesa
arrebata y cautiva a los sentidos, impidiendo que éstos puedan captar cualquier otra cosa que no sea
dicho objeto. De igual modo, un shock emotivo displacentero nos puede llevar a un
ensimismamiento o choque (shock) similar al éxtasis, pero el éxtasis generalmente, se asocia más al
placer que al displacer. Toda persona extasiada o embelesada queda en estado de arrobamiento, es
decir, se comporta como si fuera otra persona (enajenado) porque ha perdido la noción de sí mismo,
no está en sí mismo y por lo tanto queda como “fuera de sí”, pero no en el estado de existencia sino
como que no se encuentra en sí y se siente como extraño (extrañamiento)
En síntesis: desde un punto de vista práctico, puede considerarse al misticismo y al éxtasis
como un ensimismamiento producido desde la existencia. El hombre que se ha abierto al mundo,
existiendo, en un momento determinado sale de ese mundo externo, se sumerge en una meditación
profunda y vuelve a ensimismarse quedando en un estado de inexistencia. Al experimentar sobre
misticismo, Rause nos explica que: “no fue tarea fácil. Al trabajar en el capítulo sobre misticismo me
perdí en un alucinante salón de espejos”. Esto le ocurre al escritor porque al compulsar las opiniones
de religiosos místicos se encuentra con expresiones desorientadoras en principio. Así, narra que un
religioso del Islam expresaba: “nosotros y nuestras existencias somos inexistencias”. En cambio, otro
religioso budista, siempre en relación con el misticismo afirmaba: “nunca ha existido. Nunca ha sido
inexistente”. Por su parte, el Maestro Eckhart, un cristiano místico medieval, refiriéndose al
misticismo, decía que Dios “es un estado del más allá del ser: es una nada más allá del ser”.
Naturalmente, estas formas de definir pueden desubicar a cualquiera que no ha profundizado
un poco lo que significa la existencia y la nada. La existencia, en la concepción de la filosofía
existencialista manifestada por Heidegger, es cuando el hombre sale de su interior para manifestar su
ser. En el contexto que estamos analizando, inexistencia significaría que el hombre no sale de su
mismidad. Queda ensimismado o encerrado en sí mismo, que es lo que hace cuando está en estado
místico. En cuanto a la nada, primero debemos aclarar que el mundo o la realidad, son una presencia
completa de cosas reales e irreales o imaginarias y de un plexo de significados, mientras que la nada
es la ausencia completa de toda cosa o significado.
Quizá el concepto de Eckhart, al referirse a una “nada más allá del ser”, se estaba refiriendo
a la inexistencia: el hombre que se encierra en sí mismo y no deja trascender su ser, permanece en un
estado de anonadamiento. Esto se aplica a la primera afirmación hecha por el religioso islámico: para
llegar al misticismo debemos pasar de la existencia a la inexistencia, por cuanto nos volvemos a
ensimismar, a introducirnos en nuestra sistencia o mismidad para lograr el éxtasis.
Contrariamente, el budista probablemente haya sido un monje enclaustrado, lo cual significa
que no se encontraba en la existencia sino que vivía un estado de ensimismamiento permanente (una
de las formas de ser del hombre). En este caso queda completamente claro que en su opinión el
místico “nunca ha existido” y consecuentemente, como hombre concreto, no puede ser tampoco
inexistente.
Pero las palabras de Eckhart son más anfibológicas, al menos, en la forma de expresarlas.
Decir que Dios es un “estado del ser más allá del ser” es centrar totalmente a la concepción de Dios
en el ser del hombre. Por eso el hombre para llegar a Dios debe trascender, ir más allá de su propio
ser, ir de lo físico a lo metafísico. Esto puede ser interpretado como que el hombre se encuentra con
Dios sólo al trascender a lo metafísico. Hasta acá hay una relación indirecta con la mística y el éxtasis
y una relación directa con la meditación trascendental. En lo referente a que Dios es “una nada más
allá del ser”, es evidente que no se refiere a una nada absoluta (ausencia total de toda cosa) que es una
afirmación puramente intelectual sin significado real. Esa nada absoluta es inexistente porque de otro
modo no daría lugar ni a Dios ni al hombre. Como nada relativa puede interpretarse que el hombre
para encontrarse con Dios debe abstraerse o prescindir de todo lo relativo a sí y al mundo (a su ser) y
cuando logre ese estado nihilista de la nada existencialista (las cosas están ahí, pero dejan de tener
significado para trasladar todo significado a Dios), recién estará despejado o allanado el camino del
espíritu a Dios. Por eso no debe haber “nada más allá del ser” para dar el lugar completo a Dios.
Si no es así, valga la confusión de Rause pues la explicación de Dios es un contrasentido
completo, vacío de toda esencia y significado. Sería algo así como “nada más que una nada”.
Finalmente, Rause busca la explicación del misticismo a través de un aserto de un monje benedictino,
Bede Griffiths, quien materializa una experiencia mística como “la presencia de un misterio
insondable que parecía atraerme hacia sí”. Esto se debía a una experiencia infantil de un
arrobamiento que le produjo los bellos trinos de unos pájaros en la noche. De ese arrobamientorevelación que marcó para siempre la vida mística de Griffiths. Rause deduce que la experiencia
mística no era algo mágico que hacía ascender a un paraíso remoto, sino una “revelación callada y
personal de que lo milagroso y lo mundano son una y la misma cosa y que los dos están ante
nuestros ojos”. Esto daría a entender, más o menos, que el experimento de D’Aquili-Newberg indica
que el cerebro sería capaz de experimentar dos realidades:
a.
en una, la conciencia llega a la mente a través del yo, el que filtra el dato sensorial y físico
(actividad roja del SPECT) (física)
b.
en otra, en el que ese yo da un paso al costado y la conciencia totalmente introspectiva se
amplía y unifica en un estado especial de éxtasis (actividad amarilla del SPECT) (metafísica)
Por lógica, el místico puro y absoluto prescinde totalmente de la primera realidad para vivir la
realidad de la meditación trascendente que él concibe como “la realidad tal cual es”. Esto, desde
ahora, dividiría a la humanidad en dos fundamentalismos (extremismos):
1.
2.
los que viven exclusivamente lo físico (materialista puro)
y los que viven exclusivamente lo metafísico (espiritualista puro).
Pero felizmente, lo concreto es que la mayoría de la humanidad vive en una zona gris, no en
los extremos, y así tenemos gente que alternativamente va de lo físico o material, a lo metafísico o
espiritual y como en la parábola de la curva de Gauss, algunos ubican más en el percentil cercano a lo
material y otros en el percentil proximal a lo espiritual. Las estadísticas indican que el grueso de la
humanidad, en los comienzos del siglo XXI, sufre una crisis espiritual y por lo tanto desarrollan los
percentilos proximales al materialismo y dejan más vacíos los del espiritualismo.
En sentido religioso, la experiencia mística sería una trascendencia (trascendencia mística) y
consistiría en una experiencia espiritual profunda. Para los católicos sería una “unión mística con
Dios”, para los budistas una “interconexión”, para un yoghi sería el “nirvana” (estado nihilista). Para
Newberg y D’Aquili, desde el punto de vista neurológico y psiquiátrico, son experiencias raras
provocadas por la inactividad de la estimulación sensorial de la región de la orientación. El hombre
pierde la noción de tiempo y espacio. Estos autores creen que habría una red de experiencias
espirituales situadas entre la actividad y la inactividad totales, las cuales serían de moderada intensidad
y es lo que algunos creyentes confunden como “ausencia”, “pérdida” o “distracción profunda”
durante la oración o en un servicio religioso, alcanzando a veces una sensación de unidad o de unión
con el “más allá”, especialmente con lo divino. La investigación dio por resultado la interpretación de
que estas sensaciones (sentimientos o experiencias espirituales) no están basadas en la emoción, ni en
la ilusión ni son estados oníricos, sino es un mecanismo de circuitos neuronales cerebrales, con un
comando genético selectivo.
De ahí que deba evitarse confundir la euforia de un sentimiento emotivo, pero no
desconectado de la realidad, con el éxtasis. Equivale a decir que en forma esencial o natural, nuestros
genes condicionan al cerebro para ser sensible a la experiencia mística. Según los investigadores este
mecanismo explicaría que la religión “prospere” en plena edad de la razón y la ciencia. Se debe a que
los sentimientos religiosos no surgen de la razón sino de la “experiencia mística” condicionada por el
mecanismo descrito, el que constituye la base neurológica de la gran necesidad humana de Dios. De
esto nace la propuesta de la neuroteología, ciencia exploratoria del vínculo entre la espiritualidad y el
cerebro, en la cual se postula que el cerebro es el que genera la idea de Dios y los sentimientos
religiosos, a través del estado extático. Esto es: el cerebro lleva al éxtasis y éste al sentimiento de
religión y a la creencia en Dios.
Davidson, lo mismo que Newberg y D’Aquili, se dedica a explorar el cerebro funcionante en
los meditadores místicos budistas. Pero no llega a las mismas conclusiones, sino que sensatamente
concluye que el cerebro, bajo la influencia del entrenamiento meditativo profundo, cambia y amplía
su anatomía y sus funciones (cerebro proteico o plasticidad cerebral). Mismos experimentos
neurocientíficos, diferentes conclusiones, ya que no es igual que el cerebro genere al espíritu a que el
espíritu controle y modifique el cerebro.
Inspiración e intuición
Pero nosotros pensamos, fuera de la intención de los investigadores de atribuir este fenómeno
neurológico sólo a los estados religiosos, precisamente por ser los puntualmente estudiados en sus
experimentos, que el mismo mecanismo sería el que impera en el fenómeno de la inspiración afectiva
que produce el éxtasis amoroso no religioso, la inspiración intelectual del escritor y el poeta, la
inspiración sensitiva del músico, del pintor o del escultor, en suma, del artista.
En nuestra concepción existiría:
¬
una inspiración afectiva: cuando nace el afecto amoroso entre dos personas, generalmente en
la pareja humana
¬
una inspiración intelectual: que es propia de la ciencia y la literatura
¬
una inspiración artística que origina la obra de arte
Todas estas “inspiraciones” serían lo mismo que la experiencia mística, pero aplicadas a la
vocación y a la contracción que esa vocación origina en una determinada persona. En el plano
estrictamente espiritual, la concentración en la búsqueda de la idea creativa excluye el uso de la
estimulación sensorial. Desde luego, estas inspiraciones no religiosas, cuando pasan de nuevo al
campo de la orientación, aplican sus sentidos al servicio de dar forma a la figura creativa dada por la
inspiración o éxtasis inspirativo. La experiencia mística o espiritual de la exclusión de la
estimulación sensorial, es la facultad intelectual del hombre que aparece cuando aplica la
meditación trascendental para acceder al campo metafísico.
Bergson llamado, por Pittaluga, el “filósofo de la intuición”, explica que los hombres
geniales de la humanidad, en realidad fueron grandes místicos que tuvieron una visión clara y directa
de la vida interior. El místico penetra en el fondo de sí mismo, y así descubre un mundo de cosas que
no sospechan los demás mortales. De ese mundo descubierto por el místico hay una parte, quizás, que
él sólo puede percibir. Pero hay otra que todos los demás podrían igualmente alcanzar. En este caso,
el método es la manera de sustituir una parte del genio por lo que cabalmente nos permita a todos
contemplar sin velos, en una visión directa, las cosas de la vida interna. Este método puede ser la
intuición, que en la definición de Bergson sería “esa especie de simpatía intelectual por la cual nos
transportamos al interior de un objeto para coincidir con lo que tiene de único y, por consiguiente,
de inexpresable”. Esta coincidencia afortunada del acto de intuición con el objeto, es “dar en el
blanco” de la cuestión, causa un cierto goce. Este goce se hace tanto más intenso cuanto más elevada
es la jerarquía del objeto perseguido o la cuestión examinada, y cuantos más espontáneos e
imprevistos sean el hallazgo y la revelación.
Pero, hallazgo y revelación son esencialmente subconscientes, mas cuando la verdad
reconocida por la intuición o el éxtasis pueda alcanzarse mediante la demostración y la exploración
por otros caminos no subconscientes sino plenamente conscientes, no habrá contraposición entre
conocimiento lógico y conocimiento intuitivo, sino que ambos se complementan (Benedetto Croce).
La forma más pura y más elevada de estremecimiento intuitivo (en que el objeto del
conocimiento es meramente abstracción y se revela como la esencia misma de la vida y se identifica
con el querer más profundo íntimamente ligado a la existencia), es una especie de revelación de lo
que sería la supuesta presencia de nuestro dios interior. Así, la religión y la mística, intensamente
buscadas como métodos para llegar a la verdad y usadas correctamente, son caminos idóneos para
evitar algunos de nuestros errores. La percepción de una verdad, el acto de intuición, se acompañan
siempre, en mayor o menor grado, de una especie de descarga emotiva, de una emoción intrínseca:
“la emoción de la convicción” (fenómeno que estudiamos al tratar las creencias). Esta emoción
otorga a la intuición misma la calidad de “certidumbre” y la hace adquirir la fuerza de una
“creencia”. En teología católica correspondería a la “iluminación por la gracia”.
Las sensaciones que se despiertan por el hecho emotivo inherente a una convicción definitiva
y firme, a una “creencia” ampliamente aceptada, contribuyen a su vez, a afirmarla de un modo
vigoroso, a transformarla en una especie de “posesión de su propio ser”, en una cosa ligada
íntimamente con su propia vida. Es así como proceden de allí todas las localizaciones vulgares de la
creencia, de la fe, de la convicción, y también del mismo querer, en el sentido de que éstas radican en
el corazón y en las entrañas. Pero no es tan así lo de las entrañas, puesto que las mismas actúan
impulsadas por las sensaciones percibidas o sufridas y una vez que son alteradas por la emoción
reaccionan por lo que, en forma inversa, del corazón y las entrañas motivados por la emoción misma,
arrancan todos los impulsos a la actividad, a la acción, dedicados para sostener, afianzar y defender la
propia creencia. Es como si uno dijera: “Esto que me afecta tan hondo, que me conmueve, no puede
dejar de ser verdad”.
Esta emoción de la certidumbre, resorte común de la voluntad y móvil difuso e inconsciente
de las acciones humanas, culmina cuando se realiza un trabajo científico, fruto de esas convicciones
intuitivas. O en las formas de intensa alegría que suele acompañar a los grandes descubrimientos.
También en el trabajo artístico que crea las imágenes poéticas, plásticas o musicales. Estas sensaciones
son tan adecuadas a las apetencias del alma humana, que ésta se siente como satisfecha por su
presencia y cree, por un momento, que descansan en la perfección.
El sexto sentido: ¿intuición o sentido común?
Ya hemos hecho alusión a que se ha dado en llama sexto sentido tanto a la intuición como al
sentido común. Analicemos cada uno de ellos. La intuición la hemos definido como “percepción
íntima o instantánea de una idea o una verdad, tal como si la tuviera a la vista”, esto es, una idea
aceptada con la misma convicción que la que surge de la percepción sensorial. También es la
“facultad de comprender las cosas instantáneamente, sin razonamiento” previo o evidente. Por lo
tanto, la intuición es algo que parece estar fuera de los sentidos y la razón, es decir, no es algo
abarcado por la conciencia, lo que genera la sensación de que es algo inconsciente que bruscamente
se hace consciente. De alguna forma, puede tener algún tipo de relación con la percepción
extrasensorial, en su calidad de sensación interna. Mientras que definimos a sentido común como el
instrumento o herramienta que todo hombre posee esencialmente, a modo de facultad interior que
permite interpretar debidamente no sólo la percepción exterior que llega a través de los sentidos sino
también de la percepción interior de todos los fenómenos intelectuales o emocionales conscientes e
inconscientes que nos ocurren, para evitar la conducta desviada y manejarse con la conducta
racional, correcta, auténtica y sabia. Lo que sería su verdadera “razón de ser”.La racionalidad nos
lleva no sólo a la conducta inteligente, sino al manejo afectivo y emocional contenido y positivo y a
la expresión de una voluntad férrea de “hacer lo debido”. Nos impide entrar en la irracionalidad de la
vida instintiva negativa, de caer en conductas erradas, licenciosas y dañinas para nosotros y los otros.
Como sentido es una facultad de percibir, pero no a través de sentidos, sino en forma de sentimiento:
sensación de percibir lo obvio, lo correcto y lo necesario en sentido absoluto. Es el nexo interior
obligado del pensamiento inteligente con la correcta y simple interpretación de la realidad
circundante. Es la visión no distorsionante de las cosas, sino la que las aprecia tal cual éstas son. En
consecuencia, la intuición sería una percepción por fuera de los sentidos, pero que complementa a
éstos porque abarca todo a lo que no pueden llegar los sentidos. Sería lo más justo pensar que este el
verdadero sexto sentido. Mientras que el sentido común es un sentido que parte de lo sensorial y lo
extrasensorial, pero con un sentido de analizador de sentidos. Luego, es tanto sensorial como
extrasensorial y por estar por encima de todos los otros sentidos con justicia podría ser considerado el
último y el más valioso de todos los sentidos, constituyendo el séptimo sentido. De este modo, la
realidad sería aprehendida por siete sentidos:
1.
2.
Los cinco clásicos sentidos del sensorio
Los dos sentidos que postulamos: intuición y sentido común
Percepciones y sensaciones. La perspectiva budista
El Dalai Lama hace notar que el budismo distingue dos categorías fundamentales de la
experiencia:
1.
experiencias contingentes: son las dependientes de los sentidos y por lo tanto pueden ser o no
ser
2.
experiencias mentales: son las que no dependen de los sentidos y consisten en “sensaciones”
que impregnan tanto el dominio sensorial como el mental (no surgen de los sentidos sino del interior
del hombre o de su mente, pero afecta tanto a los sentidos como a la mente)
El término budista “sensaciones” no es un equivalente del mismo como se significa o
conceptúa en las lenguas occidentales. Para el budismo las sensaciones, únicamente, se refieren al
placer, el dolor y la indiferencia. De ahí que la perspectiva budista cuide mucho la distinción entre las
sensaciones propias del dominio sensorial y las propias del dominio o reino mental. En consecuencia,
los juicios de valor, como por ejemplo, los que sirven para distinguir lo correcto de lo incorrecto, lo
beneficioso de lo dañino o lo deseable de lo indeseable, no se generan en el nivel sensorial sino son
conceptos de la mente. La aplicación de la razón, de la capacidad de juzgamiento de consecuencias
a largo plazo y de todo proceso de análisis son actividades propias del dominio que la budeidad
denomina pensamiento discursivo. Esto marca una diferencia entre cognición conceptual y cognición
no conceptual. La cognición sensorial (conocimiento adquirido a través de los sentidos) no es
conceptual, y su relación con el objeto es directa. No se halla mediada por el lenguaje ni por los
conceptos (cognición inmediata no discriminativa) Cuando la mente registra lo percibido por los
sentidos (aprehende y forma idea) inmediatamente irá en busca de un concepto. Esto origina la
cognición conceptual o mental y el concepto formado es un concepto concreto (sustantivo). Pero
también la mente puede formar conceptos no abstraídos ni aprehendidos de objetos por los sentidos
sino abstraídos directamente del intelecto o mente, como son los juicios de valores que no dependen
de cualidades perceptibles de los objetos, como pueden ser la belleza o fealdad, la bondad o maldad,
etc., éstos son conceptos abstractos. Pueden ser abstractos relativos como las cualidades (adjetivos)
que se aplican a los objetos o conceptos absolutos que no se aplican a ningún objeto sino que tienen
existencia en sí mismo (entidad propia), como es el concepto Dios. Si la mente no forma concepto
queda sólo en el plano de la idea, imagen mental de formas (forma imaginada) pero sin significado o
concepto concreto. Resumiendo: la cognición sensorial pura es siempre no conceptual; la cognición
mental puede ser conceptual (forma concepto) o no conceptual (forma sólo idea que guarda como
memoria visual, sonora, táctil, olorosa o gustativa). Para los occidentales el desconocimiento o
comprensión no debida de estos conceptos de cognición, puede resultarle muy difícil entender que el
objeto se entremezcla con su imagen mental. Si traspolamos esto a la cuestión de las aflicciones, como
suelen ser el apego o el deseo, pueden distorsionar mucho a una imagen, a tal punto que ésta deje de
corresponder con la realidad que existe fuera de la mente. La formación de la imagen en relación o
correspondencia exacta con la realidad es el punto clave del budismo en lo relativo al proceso
mediante el cual el deseo (o la aversión) origina el equivalente de una “forma” mental que es la
imagen mental (imaginación) del objeto del deseo.
En la perspectiva budista se diferencian cinco tipos de formas imaginarias:
1.
la forma imaginaria que emerge en el contexto de la meditación con la práctica de la
visualización (imagen visualizada). Es una imagen intangible evocada intencionalmente y que sólo
existe en el orden mental (ojo mental)
2.
la forma imaginaria que emerge de las aflicciones e incluye lo que en Occidente se considera
como proyecciones, fantasías u otro tipo de nociones imaginadas en torno a algo o alguien y que
reflejan la naturaleza distorsionada de ese algo o alguien debido a las emociones aflictivas. De esa
forma podemos idealizar a una persona real que nos atrae mucho, pero que dista de ser el ideal
concebido. Esa imagen proyectada mentalmente es una aflicción innata que de forma invariable
distorsiona la realidad. Y esa distorsión no sólo abarca a las fantasías y a los ensueños, sino que
también logra afectar al pensamiento ordinario.
3.
la forma imaginaria de las aflicciones emocionales que originan el apego, la ira y los celos,
etc. que se derivan de un desajuste entre los pensamientos y las ideas o de algún tipo de sesgo
emocional
4.
la forma imaginaria de la inteligencia aflictiva que es de índole cognitiva y distorsiona
también la realidad y origina dos visiones distorsionadoras: eternalismo y nihilismo. El eternalismo
afirma la existencia independiente de los fenómenos (cosificación), mientras que el nihilismo niega
dicha existencia en forma rotunda. Una visión nihilista es la que afirma la cesación de algo que tiene
continuidad.. Comprende la vacuidad de la mente y la realidad.
5.
la forma imaginaria de la inteligencia no aflictiva es también de índole cognitiva pero que
toma los objetos de la realidad como son y no los distorsiona. Es la que restablece la verdadera
naturaleza de la realidad. Es la única forma (como visión cabal) que puede contrarrestar las visiones
distorsionadas de la realidad y, en consecuencia, las emociones negativas.
VIDA AFECTIVA O SENTIMENTAL
Vida sentimental. Tipos de sentimientos.
Una vez más nos vemos obligados, a fin de armar un esquema global, a discernir sobre una
de las partes del bloque global mental o espiritual. Es lo referente a la vida afectiva o sentimental. Lo
primero a destacar es que los sentimientos como las emociones, comparten las mismas cualidades
como sensaciones:
1.
ambas pueden ser positivos o emotivos
2.
ambas tiene el componente afectivo, que se rige por las ambivalencias o bipolaridad de gustodisgusto, placer-displacer, goce-sufrimiento, satisfacción-insatisfacción (frustración), alegría-tristeza,
confianza-desconfianza, credulidad (fe)-incredulidad, calma-furia, tranquilidad (paz)-intranquilidad,
equilibriodesequilibrio
3.
ambas poseen un componente visceral: que consiste en la serie de cambios que producen en
el organismo y la alteración de las funciones orgánicas fisiológicas generando modificación de esas
funciones (ritmo respiratorio, ritmo cardíaco, tono muscular, concentración de glucosa en sangre,
tamaño pupilar, presión arterial, temperatura, humedad de la piel y reacciones de otros tipos). Esto
forma parte de la interacción entre mente (espíritu) y cuerpo. Estas son reacciones internas para las
dos sensaciones.
4.
ambas conllevan un componente conductual: el sentimiento no lleva a la acción (reacción
pasiva interna sin acción externa efectiva), la emoción es la acción misma (reacción activa interna y
externa con acción y manifestación viva y efectiva).
La diferencia entre sentimiento y emoción son muy sutiles y sólo es accesible para quienes
experimentan dichas sensaciones. Otra diferencia, que ya marcamos, está en el componente
conductual, el único que establece un nivel distinto entre sentimiento puro y emoción. Aunque todos
sabemos que las sensaciones se dan en un solo bloque fenoménico y que es difícil separarlas para
reconocerlas, hay formas evidentes de expresión de los fenómenos sensitivos y esto obliga a discernir
cuándo un sentimiento es tal, cuándo deja de serlo para pasar a ser emoción y cuándo una sensación
es emoción pura. Analizaremos ahora algunas expresiones sentimentales y sus cualidades.
Sentimientos positivos y negativos
Insistimos, hasta que quede bien distinguido, que el espíritu humano contiene todas las
posibilidades de manifestar distintos modos de ser, porque ontológicamente todo indica en la
expresión fenomenológica que el ser humano es polifacético, polivalente y contiene en sí todos los
principios posibles, especialmente los contradictorios. No hay un hombre totalmente bueno ni
totalmente malo. Aun en las manifestaciones extremas, siempre hay zonas grises en la conducta. Lo
normal es la conducta oscilatoria de los modos de ser y así habrá momentos existenciales en que nos
comportamos como malos y en otras como buenos.
Luego el primer par de valores que acude a regir nuestro espíritu es el del bien y el del mal.
Así, todo lo relacionado con “lo bueno” es positivo, todo lo relacionado con “lo malo” es negativo.
Lo positivo es lo que tiende a construir, a crear cosas útiles, que contribuyen al bienestar y al
progreso, desarrollo y madurez espiritual del hombre. Lo negativo es lo que destruye, provoca daño,
involuciona en lugar de evolucionar o progresar y no lograr alcanzar el desarrollo pleno o madurez.
Por esto, la tendencia presente de considerar a las sensaciones positivas como constructivas y a las
sensaciones negativas como destructivas. Desde ahora antelamos que el predominio de uno u otro
tipo de sensaciones, es del dominio total de la mente, la cual puede estar controlada o descontrolada
para manejar las sensaciones y dirigir sus expresiones. Ningún fenómeno o hecho humano ocurre sin
que el espíritu lo permita.
Sentimientos positivos
Sentimiento de bondad
Los sentimientos positivos, según definimos o analizamos previamente, son los relacionados
con el concepto o valor denominado bien y comienzan con el llamado sentimiento de bondad que
nace de una calidad de bueno y de una natural inclinación o propensión a hacer el bien, con total
apacibilidad del genio. Como antes dijimos, este estado no es congénito ni natural. Si bien la bondad
es parte del espíritu humano, su expresión es fruto de un acto meditado y elegido y no es azarosa. Es
más difícil optar por un sentimiento de bondad que dejarse llevar por los sentimientos, lo que nos
hace fluctuar desde la bondad hasta la maldad o directamente nos sume en acciones destructivas
guiadas por sensaciones negativas o dañinas.
El adiestramiento mental debido, nos conduce a una elección (que en sí es natural y
congénita) por el bien, pues la inteligencia consiste, precisamente, en saber elegir la excelencia o
calidad de vida y ésta, necesariamente, está en lo constructivo y creativo. Este rasgo es el que ha
llevado a pensar a muchos en la existencia de un hombre “naturalmente bueno”. Pero la realidad es
otra. El hombre puede ser naturalmente bueno o malo. En su esencia están ambas posibilidades.
Precisamente la inteligencia es la que guía a discernir qué es lo mejor para el hombre e inclina la
balanza hacia lo bueno. Pero el hecho de que la inteligencia sea parte de la naturaleza humana, no
significa que ésta conlleve en forma absoluta el concepto-valor del bien. Incluso, la Biblia, como uno
de los primeros libros “explicadores” de la esencia humana habla de un hombre que nace bueno,
pero que en el curso de su existencia, su mente lo inclina hacia el mal.
La Biblia, asimismo, maneja los valores prístinos o primordiales del bien y del mal no sólo en
el espíritu humano sino también en el espíritu divino (para aquellos que admiten la creación divina
del hombre, entre los cuales me encuentro). Dios creó, además del hombre y el universo, otros seres
espirituales que llamó “ángeles” y antes que el hombre, los ángeles manifestaron inclinaciones
naturales hacia el bien y hacia el mal y surge el concepto del “ángel malo” o Luzbel, que de por sí es
el paradigma de la maldad, tanto en el concepto humano como en el divino o religioso.
Sin ir a cosas abstractas y basándonos en las concretas, nadie piensa que un bebé recién
nacido es “malo”. Simplemente es un animalillo instintivo que padece instintos primarios como el
hambre y que ya tiene sensaciones de satisfacción o insatisfacción y de ellas dependerá la
manifestación de su genio o estado de ánimo. Por regla general y número estadístico, todo bebé
despierta sentimientos de ternura y cuando se siente y es “bien atendido”, esto es, asistido en sus
necesidades básicas de alimento, aseo, abrigo y afecto, también tiene “gestos tiernos” (rostro plácido,
sonrisas, etc.). Luego, la bondad dependerá mucho de que nuestro cuerpo y espíritu esté “bien
atendido” por nosotros y los otros. Aun los bebés, cuando son maltratados, puede comportarse como
un bebé malo (llorón, gritón, ceñudo, falto de gestos tiernos) y cuando se desarrolla conlleva un
germen para estar predispuesto a una conducta “mala” o dañina.
Todos estos fenómenos son los que indujeron a construir las teorías de que el ser del hombre
es producto de la interacción entre éste y su ambiente y la realidad de su entorno. Esto es
parcialmente cierto y comprobado. Pero no es la causa única de una forma de ser. Incluso, se ha
probado que un mismo hombre formando en un ambiente determinado puede, con el tiempo y un
preciso aprendizaje o entrenamiento mental, ser lo opuesto a lo que expresó desde su nacimiento y
desarrollo. Se puede nacer bien y desarrollarse mal, se puede nacer mal y lograr corregirse con un
buen desarrollo. El problema está en la “disponibilidad espiritual” o “mente cabal” para poder
desarrollar las facultades necesarias para deliberar y decidir con libertad y comprender la verdad o
esencia de las cosas y no las meras apariencias. Luego, vivir y morir, además, del “destino biológico”
que es inapelable y determinista (todo ser vivo nace y muere), tiene un “destino espiritual” o forma
de ser y éste no es determinista. Nadie nace para ser bueno o malo, condenado o salvado. Todos
nacemos con el mismo espíritu (igualdad espiritual) pero son las circunstancias las que nos imponen
determinismos geográficos, sociales o culturales que nos inducen a ser de una forma determinada. No
obstante, si el hombre puede alcanzar el estado de comprensión interior suficiente para apreciar su
espíritu, en especial su inteligencia y toma contacto con él y lo conoce y lo adiestra, no hay
determinismo o destino espiritual fijo o inamovible o absoluto. Todo es relativo. Incluso, la mente
adiestrada nos permite evadirnos o cambiar las circunstancias de medios sociales, geográficos,
culturales, etc. Luego, ser bueno no es algo heredado sino es producto de una convicción, una
formación y una determinación de cada persona en forma individual. Puede ser, o no, ayudado de
hecho por las circunstancias o puede ser bueno “a pesar de las circunstancias”. Cuando toda la vida
del hombre transcurre en estado de bondad, guiada permanentemente a hacer el bien y rehuir el mal,
en Occidente hablamos de santidad, en Oriente se habla de budeidad o de hombre extraordinario.
Sentimiento de amor
El sentimiento de bondad nos liga indisolublemente a otros sentimientos positivos como es el
sentimiento de amor. Pero en este punto (aunque nos preocupa ser tan iterativos) debemos,
obligadamente, introducir nuevamente la digresión sobre lo semántico. Todo lo que expresamos
espiritualmente, tanto en lo intelectivo, como en lo sensitivo y lo volitivo, siempre estará sujeto al
problema de la palabra y, en última instancia, todo lo que se comunica (idea, conceptos,
pensamientos, juicios, etc.) está basado en palabras. De ahí la multiplicidad de teorías y opiniones y
de creencias, nacidas en el significado o contenido que le demos a las palabras. El mayor problema es
el significado asignado a las palabras que usamos. Todos sabemos que las palabras son códigos
significados para la comunicación y todo código necesita tener un consenso entre las partes que lo
usan. De otro modo no habría comunicación. La polisemia o multiplicidad de significados y
contenidos que se pueden dar a una sola palabra es ilimitada. Esto no es óbice para que en otra
cuestión distinta se use la misma palabra, pero también aclarando la intención de significado
específica para esa cuestión. Si no es así, pretender abordar una cuestión con la misma palabra, pero
con significados distintos, es tarea inútil y poco inteligente, pues necesariamente la discusión plantea
un problema y un conflicto y no una comprensión de lo que se quiere expresar o comunicar.
Tampoco ayuda a dilucidar la verdad (lo que la cosa es en sí o la forma evidente de aparecer).
Necesitamos esta digresión porque, concretamente, la palabra amor es la que mayor cantidad de
conceptos e ideas y creencias ha generado en el mundo, siendo tan usada desde el principio del
lenguaje que ha terminado siendo una palabra ambigua, en algunos casos poco inteligible, muy
polémica y finalmente, conflictiva para todos los que la deben usar. Lo primero, ante esta disemia y
polisemia, es aplicar una inteligencia lingüística, esto es, tratar de ordenar los sentidos dados a la
palabra e ir marcando taxativamente cada uno y para qué es útil usar un sentido o significado
determinado. En el caso de amor, comenzaremos por lo más sencillo. Primero buscaremos lo
denotativo y encontraremos que es un “sentimiento que mueve a desear que la realidad amada, otra
persona, un grupo humano o alguna cosa, alcance lo que se juzga su bien, a procurar que ese deseo
se cumpla y a gozar como bien propio el hecho de saberlo cumplido”. Por lo tanto arrancamos con lo
primero: amor es sentimiento y, por lo tanto, es una sensación, básicamente. Es también una
sensación primaria porque es parte del ser del hombre, como lo piensa Heidegger al proponer que
una de las notas constitucionales del hombre es el “ser con...” otro. El filósofo alemán no hace nada
más que confirmar aquello que acuñó Aristóteles cuando aseveró que el hombre que vive solo, o es
dios, o es bestia. Por ser el amor manifestado como sensación innata e independiente de la razón, se
habla de una sensación-instinto, instintiva o instinto. Creo que estos significados planteados desde
estos claros puntos de vista no se prestan a mayor discusión ni oposición. Al aparecer la sensación,
primariamente lo hace como un sentimiento (sensación-sentimiento). Este sentimiento, considerado
positivo, genera como todo sentimiento, un cambio espiritual y orgánico y se manifiesta como
movimiento espiritual con repercusión orgánica y un sentimiento de inclinación o simpatía o afecto a
algo. Hasta acá, la cosa va sencilla y bien. El problema surge cuando al percibirse el sentimiento
comienzan a intervenir otras facultades espirituales y entre ellas, la más importante, es la valoración o
juicio, que nace del concepto analizado al nivel de determinadas implicancias efectivas del
sentimiento. Cuando se separa el amor del fenómeno sensitivo y se le considera puro concepto y, en
este estado, se le agrega un juicio de valoración, el amor se transforma en un valor. De acuerdo con
el cómo y a qué apliquemos esa sensación o sentimiento de inclinación o simpatía hacia algo, esa
valoración podrá ser positiva o negativa. Así diremos que una inclinación excesiva o apego, puede
resultar dañina. Cuando el sentimiento se traslada al ánimo y mueve a una conducta determinada, se
transforma en una sensación-emoción. Cuando la emoción desborda y es arrolladora hablamos de
pasión amorosa. Cuando el amor se inclina hacia una persona hablamos de sentimiento-emoción de
cariño o afecto. Entre el sentimiento amor y la emoción amor hay también una línea muy delgada de
delimitación. De todos modos, cuando el sentimiento trasciende al ánimo y de ahí se traslada en
forma efectiva al objeto amado, es decir, el sentimiento, además de conmover, mueve a tener
demostraciones a lo amado, estamos hablando de una emoción amorosa. El sentimiento-emoción
amoroso constituye la estima que es la consideración, afecto y aprecio que se hace de una persona o
cosa por su calidad y sus circunstancias. Esto es un fenómeno único para todas las personas a las
cuales se ama. No podemos hablar de diferentes clases o tipos de amores, sino de diferentes formas de
manifestar el amor por lo que la expresión del sentimiento emotivo varía según la condición en que
deba prodigarse. Tendremos dos formas principales de la estima: la dedicada a uno mismo o
autoestima, la dedicada a otros o exoestima. La autoestima auténtica, que no debe confundirse con
egocentrismo, egoísmo o narcisismo, consiste en amarse a sí mismo, lo que es una necesidad humana
imperiosa para sentirse satisfecho consigo mismo. Los que se autoestiman auténticamente saben
comprender mejor y aceptar las cosas en la forma en que éstas ocurren. La autoestima ayuda a
entablar relaciones con otros, abandonando toda timidez y encontrándose completamente
identificado y dichoso en casi todas las interacciones sociales. Asumen estas relaciones con ahínco y
cordialidad y buscan cultivarlas como un modo de ser insoslayable. Son personas que están
dispuestas a aceptar todos los cambios positivos y a sobrellevar los negativos o conflictivos. Encaran
a todas las situaciones con ánimo flexible y razonable y buscan soluciones tanto para los problemas
propios como ajenos. Prestan el oído a lo que los otros les dicen, escuchan a todos, y respetan las
opiniones ajenas aunque no se dejen influenciar por las mismas, sobre todo cuando éstas no aportan
lo necesario o debido a una buena conducta. Tienden a confiar en su propio criterio, al que forman
de una manera que no cause daño a nadie y busque la dignidad y la justicia. Generalmente, la
autoestima es forjada por el esfuerzo personal. Pero se puede ayudar a formar la autoestima de otro,
“regalando” la propia. Así como autorreconocemos nuestros méritos debemos reconocer los ajenos y
expresar ese reconocimiento en voz alta y en forma manifiesta. Agasajar los éxitos ajenos y alabando
a la gente que hace bien las cosas, apoyándolos en todo, es una forma de transferir nuestra autoestima
como estima al otro. La autoestima es algo contagioso. Pero no sólo se muestra en los momentos de
felicidad, sino también cuando se presentan problemas y uno acude a ayudar a quien los sufren,
colaborando con su recuperación espiritual y material. La autoestima consiste en un saludable
sentimiento de nuestra propia valía. Cuando es posible compartirla amando y recibiendo amor de
otros, colaboramos a mantener nuestra autoestima y a formar o aumentar la autoestima ajena. Para
esto no debemos declinar en el esfuerzo continuo, cotidiano, minuto a minuto, de pensar y actuar
centrándonos en crear y mantener dicha autoestima propia y ajena. Tierno hace una sinopsis
diferenciando las características entre autoestima y egoísmo. Si bien ambas son características
individuales o individualistas y ambas se refieren a un amor a sí mismo, en el egoísta el amor a sí
mismo es aberrante y no lo comparte con los demás (ama a tu prójimo como a ti mismo) por lo que,
según Tierno, el egoísmo es puro individualismo. Es un amor a sí mismo inauténtico. Contrariamente
la autoestima es también una individualidad, pero una individualidad amorosa auténtica que además
de enriquecer a quien la detenta, lo aleja del narcisismo, del egocentrismo, del empobrecimiento
espiritual, del aislamiento social y produce dicha. Veamos la sinopsis propuesta por Tierno, que
nosotros hemos levemente modificado:
AUTOESTIMA
(amor auténtico a sí, pero compartido con otros)
Amor verdadero auténtico y respeto a sí mismo
y con mucho de temor o miedo de sí mismo
Acepta sus virtudes y defectos (a los que tiende
a corregir) y se acepta como es
que
Su autosatisfacción auténtica consigo no le
EGOÍSMO
(amor inauténtico a sí y nadie más)
Amor inauténtico a sí mismo, sin respeto
propio
No se acepta como es o tiene una exagerada
falsa idea de un engaño valor de sí mismo
(egocentrismo) o no se siente a gusto con lo
es y lo que tiene
No siente autosatisfacción o cultiva un sentimiento
lleva a compararse con nadie, compite sólo
con sí mismo para automejorarse. No siente
envidia de otros. Le apena el fracaso ajeno.
Comparte y desborda su autoamor sobre los
demás a quienes trata de hacer participar en
su dicha personal y la felicidad ajena aumenta
su felicidad personal
deformado y falso, se compara permanentemente
con otros, a los que envidia y odia por sus éxitos o
logros o se alegra por sus fracasos.
Mira sus propios intereses y no puede sobreponerse
a los mismos, vela por su propia felicidad sin
importarle la ajena y le satisface la desdicha de otros
Desde otro punto de vista, veremos el amor de pareja. La relación sentimental amorosa de la
pareja hombre-mujer conlleva todas las condiciones de bondad y ternura, pero, además, se agrega el
factor sexual y la sexualidad pasa a ser un componente de ese sentimiento. Aparte del sentimientoemoción original o atracción afectiva opera una atracción sexual y en este caso interviene una
modalidad de sentimiento-instinto denominado erotismo que es producto de una fuerza sexual
atractiva que en inglés se denomina sex appeal y que algunos han considerado como una fuerza
interna o libido, que en forma proporcionada, medida y oportunamente debida, es una sensación
placentera y buena porque lleva a otra acción natural que es la unión sexual, fuente de la
procreación. Se suma al primer sentimiento-emoción, un sentimiento-instinto que es el despertado
por la necesidad de la procreación. Luego, esta relación amorosa, hombre-mujer o amor de pareja,
tiene en sí mismo una sensación primaria instintiva básica como sensación afectiva y emotiva y otra
que está ligada a la sensación sexual que lleva a la procreación y esto constituye a la sensación
amorosa confundida con la sexualidad, como una sensación emotiva instintiva, del mismo modo que
el instinto amor que es parte de la naturaleza humana. El hombre, como tal, tiende a amar y, como
parte del reino animal, necesita satisfacer el instinto de procrear. De ahí que sea un ente único en el
sentido de que en lo relativo a la pareja, el amor sea un factor que comparte tanto el sentimiento
como la sexualidad.
Pero puede suceder que esta relación amorosa quede en un plano meramente como
sensación-emoción o sentimiento amoroso, sin el agregado de la sensación sexual. Es lo que se llama
“amor platónico” y que genera una relación afectiva con carácter de empatía y amistad, en la que
pueden existir gestos amorosos y caricias afectuosas pero que no se concreta en una relación sexual
procreativa. Si hay una relación sexual carnal o genital, es como parte de la extensión del deseo
espiritual al deseo sexual, pues ambos forman una dupla muy difícil de separar, pero si aparece y se
concreta una relación sexual, se pierde el carácter de platónico. Para hacerlo platónico y quedar en un
plano meramente sentimental afectivo sin relación genital, se usa el mecanismo de sublimación y se
transforma el deseo sexual en un mero deseo de sólo estar en compañía del ser amado, esto es, una
“pura amistad”.
¿Por qué afirmamos que hay sublimación? Muy sencillo: todos los que experimentan una
sensación de afecto al sexo opuesto sabe que de alguna manera hay impregnación erótica, aún en una
simple caricia o beso, sin relación carnal. El deseo corporal hacia el otro está presente con
graduaciones diferentes y por eso para mantener una pura relación amorosa, sin intervención de lo
carnal, se debe sublimar este deseo erótico natural. Luego esta relación amorosa de “pura amistad”
donde el ser amado es un objeto ideal de amor, es lo que origina lo que algunos llaman una de las
formas del “amor romántico”.
Acá hay otro problema lingüístico porque en español, romance significa relación amorosa
pasajera. Mientras que la connotación de romántico es la de manifestación de un sentimiento casi
apasionado pleno de galanteos y actitudes gentiles o corteses o muestras de adoración donde el ser
amado es un ser totalmente ideal como algo único, excepcional y lleno de virtudes. Es un
sentimiento-ilusión. Precisamente, cuando una relación se deteriora y resaltan los defectos más que las
supuestas virtudes, aparece la desilusión. Por este motivo, la lengua española, con sentido más
realista, aprecia que la idealización, sobre todo, la ilusoria, no es permanente. Pero en forma
autónoma de la duración de la relación y calidad amorosa, el amor de pareja puede ser romántico, o
no, puede ser platónico, o no, puede ser erótico, o no, puede ser duradero o pasajero, puede ser
ilusorio o realista (en el sentido de verdadero).
El amor platónico puede implicar un sesgo de romanticismo cuando se regala una flor u otra
cosa como muestra patente de estima o se intercambian gestos amorosos (caricias, miradas tiernas,
actitud de total placidez y satisfacción en presencia de la persona amada). Pero el amor romántico
involucra otras acepciones en otras lenguas, que luego veremos. Sea cual sea su forma o calidad hay
dos cosas evidentes: el amor de pareja existe, es un sentimiento, una emoción y un instinto y tiene
por función una relación de afecto pero también un rol biológico que es procrear.
La realidad muestra que cuando está despojado de falsos romanticismos o idealismos, puede
durar generando una relación monogámica como pareja, amantes, concubinos o esposos y ser para
toda una vida. Luego, nosotros preferimos llamar a esto, lisa y llanamente, amor de pareja y dentro
de las modalidades de su manifestación sexual hay que distinguir entre pareja heterosexual y
homosexual. Nosotros nos referimos al amor de pareja heterosexual. Esto evita otras connotaciones
como amor erótico, amor romántico, etc. Naturalmente, analizamos sensaciones en sí no efectos de
esas sensaciones. No hablaremos del flirt o galanteo, noviazgo, matrimonio, concubinato, amantes,
etc. como formas de profesar un amor de pareja. Sólo describiremos algunas características
sentimentales que le han sido aplicadas, de acuerdos a distintos puntos de vista o criterios de
evaluación.
Dentro de este amor de pareja está el amor conyugal que se da en la pareja que realiza un
compromiso formal (juramento religioso, firma de un documento de sociedad común o papel de
casamiento) de unirse para compartir una vida en común y prodigarse el afecto mutuamente con
todas las sensaciones sentimentales, emotivas, eróticas e instintivas de procreación. En este punto es
bueno recordar la clasificación de Bernabé Tierno quien reconoce un amor de concupiscencia y un
amor de benevolencia. Por amor de concupiscencia entiende el amor a lo físico, a la atracción sexual,
al deseo propiamente dicho. Es el amor al cuerpo, pero también puede ser el amor a determinados
placeres, el amor hedónico a la vida, la cual se concibe sólo por los placeres que la misma puede
darnos. En cambio, el amor de benevolencia es el amor propiamente dicho, el sentimiento espiritual y
libre de todo objeto. No es el amor a una cosa física determinada, sino el amor a las personas como
seres espirituales, el amor como entrega a los demás, el amor del desinterés total. Tierno admite que
en el amor de una pareja normal entre un hombre y una mujer, ambas formas de amor están
entremezcladas, a tal punto que es difícil que se dé una sin la otra, en una relación auténtica. Cuando
predomina sólo el amor de concupiscencia no hay una relación total y completa. El amor de
benevolencia puede llevar a una relación platónica, la cual, de alguna manera, también es incompleta.
El amor completo de la pareja hombre y mujer es de concupiscencia y de benevolencia.
Las concepciones de Tierno confirman, con otras palabras, lo que nosotros distinguimos
como sentimiento amor y como emoción amor, en la cual además del impulso afectivo puro se suma
el impulso instintivo sexual o erotismo. Pero este autor también nos indica que el amor de
benevolencia, para ser tal, debe compartir algunas características:
1.
tener una actitud dinámica que es el acercamiento entre el “yo” y el “tú”
2.
poseer solicitud, diligencia y prontitud que consiste en estar a lado de la persona humana y
ayudarla en sus necesidades inmediatas a fin de que sea feliz
3.
ser afectivo o tener afecto, esto es, manifestar activamente nuestro sentimiento de amor con
caricias, estar presente física y espiritualmente al lado del ser amado y compartir juntos toda la gama
de sentimientos y emociones que se encuentren en la vida de convivencia. Es la actitud de entrega
4.
que haya correspondencia, lo que quiere decir que cuando hay amor realmente entre dos
personas no sólo hay intimidad, proximidad física y espiritual, fusión de cuerpos sino también de
mente y corazones. La correspondencia es una intimidad-fusión en la cual cada ser amado comparte
su amor, de la misma forma, con el otro. Es la manifestación abierta del amor entre dos seres que se
aman de igual modo.
5.
instaura una relación de compromiso y responsabilidad
Ekman, con un concepto muy particular sobre la sensación de amor, analiza las emociones
básicas y dentro de ellas considera al amor, sin observar su condición de sentimiento. Involucra al
amor como un pariente del disfrute, al que incluye y trasciende. Probablemente esta idea de
“pariente” le venga a Ekman por la tendencia del grupo de pensadores, al cual pertenece, a
considerar a las emociones y sentimientos en grupos de familia. Lo que sucede es que al amor, como
a otros sentimientos positivos, le rodea un cotejo de sensaciones placenteras de gozo, disfrute,
satisfacción, felicidad, etc., especialmente cuando la relación amorosa es equilibrada, armónica y
compartida. Si bien el amor tiene impulsos momentáneos agradables, no es en sí una emoción de
carácter temporal o momentáneo. Como sentimiento permanente, el amor está unido a un
compromiso de largo plazo y a un estado complejo de identificación.
Ekman estima que hay tres clases de amores:
1.
2.
3.
amor parental
amistad
amor romántico
Obviamente, el amor parental o amor a los parientes es el relacionado con el sentimiento
afectivo de padres a hijos (amor paternal y maternal), de hijos a padres (amor filial), de hermano a
hermano (amor fraternal). El resto de las relaciones afectivas amorosas con otros parientes cabe
genéricamente en el término general de amor parental.
El lazo de afecto amoroso entre dos amigos origina el amor de amistad. Nosotros
analizaremos el amor de amistad por separado, puesto que está ligado a lo que llamamos la exoestima
y la empatía y es parte de la esencia humana que, reiteramos, Heidegger lo ha definido como el ser
con... otro.
Finalmente, para Ekman hay un lazo afectivo amoroso, generalmente entre dos personas de
sexos diferentes y que conlleva rasgos sexuales y sensuales, se denomina amor romántico, al que ya
analizamos parcialmente. Este amor romántico se forma sobre la base de un ideal determinado (el
amor romántico idealiza al objeto de amor) dándole cualidades especiales, o bien, puede surgir de
determinadas cualidades reales. Para Ekman, en el amor romántico intervienen diversos factores y,
frecuentemente, es un sentimiento de menor duración o permanencia que el amor parental y el amor
de amistad. Nosotros ya distinguimos que el amor romántico es un amor transitorio que puede
convertirse en amor parental al constituirse la pareja definitiva, en manera especial, el amor conyugal.
El amor romántico suele llamarse “amor rosa” debido a que es lo que causa el estado de idilio en una
pareja, donde hay un impulso de atracción irresistible, un deseo de estar junto al ser amado el mayor
tiempo posible, un cotejo de galanteos o galanuras finas y delicadas (gestos, actitudes y caricias), un
efecto estético especial a determinados objetos dones de regalos bellos o finos (prendas, flores,
confituras, joyas) y una imagen idealizada del ser que ha despertado el impulso amoroso (es “lo más
bello” “lo mejor”, “lo único” en todo el universo).
Por lógica, el efecto idilio, que adquiere muchos motes populares, no es un “sentimiento de
por vida”, salvo que sea alimentado día a día por las mismas dotes con que se inició. Pero esto es
sumamente infrecuente y es posible, que en el caso de un matrimonio formal, no vaya más allá de la
“luna de miel” posterior al matrimonio. Noviazgo y “luna de miel” son dos estados míticos o místicos
que preforman ideas de sentimientos románticos y que cuando se dan (o se impulsan voluntaria o
involuntariamente) se hace una descarga de actitudes y conductas atribuidas como propias del “estado
de idilio”. La convivencia y el mayor conocimiento íntimo de las personalidades de la pareja, suelen
modificar algunas imágenes concedidas al “ser amado” que terminan desgastando, agotando o
disminuyendo el impulso amoroso primero que se había basado en una “figura ideal” más que en una
persona real. Por esta razón, el amor romántico o amor rosa es el que se considera muy apasionado y
como un estado deseable, pero que es de naturaleza efímera. Merece una atención especial aquello se
ha llamado amor romántico. Los adolescentes suelen creer que enamorarse es una meta o finalidad,
más que un sentimiento espontáneo. Se apasionan por primera vez de alguien que les corresponde (y
aun de los que no les corresponde) y creen que ya “han llegado” o “alcanzado” la meta del amor. La
realidad indica que las cosas son todo lo contrario de esta creencia simple. Este “primer amor” no es
el fin del camino sino el comienzo de un larguísimo y azaroso “aprendizaje sentimental”, una confusa
peripecia emocional que se lleva encima por toda la vida. El “amor rosa” es una concepción
equívoca que surge bajo el fomento de determinados cuentos o relatos infantiles de príncipes y
princesas, de las novelas y las películas con “argumentos rosas”. Todas estas cosas “rosas” determinan
que al final del cuento, las parejas se unen y “comen perdices” felices para siempre. Una vez juntos
los amantes, se termina toda historia para contar y todo queda como si la dicha fuera “una eterna
sonrisa petrificada”. La fuerza y el sentimiento del primero y único “amor de toda la vida” también es
alimentado por la poesía romántica. Pero si bien el romanticismo es parte de la vida y de los
sentimientos del hombre, porque nadie niega que existe, de ninguna manera es la base de la vida en
común de una pareja enamorada porque en la vida cotidiana, la vida real y no la imaginada, sucede
todo lo opuesto al final del cuento feliz: al unirse una pareja, se inicia la vida, es decir, acaba el
cuento y comienza la realidad. En la descripción de Moguillansky, este amor es el amor cortés, en
primer lugar porque se distingue del amor puro, ya que el objeto de amor es concretamente la pareja
y conlleva, como otra diferencia, el erotismo. El autor cree que este tipo de amor nace en Provenza,
Francia, cuando fenece el siglo XI y se da entre los aristócratas de descendencia feudal. Su origen está
en mitos, una determinada poesía amorosa-erótica y la llamada “novela romántica” (Moguillansky
señala que el vocablo romántico proviene de la voz francesa “roman” que indicaba referencia a la
“Romania de los trovadores” que se dedicaban a resaltar en sus canciones este tipo de amor.
Moguillansky sostiene que es un amor cortés porque además del cortejo amoroso, reivindicó la mujer
frente al hombre, en un mundo de valores en los cuales la mujer era “un ser de segundo orden”
destinada sólo a ser madre, cuidar de los hijos y llevar las tareas hogareñas, en el amor cortes pasa
“como un ser lleno de perfecciones, y en este sentido, moralmente superior al hombre. Incluso se
llegaba a decir, en la literatura romántica, que Dios había creado a la mujer de mejor material que
el hombre... se asumía en el amor cortés el erotismo, y se lo enaltecía al asociarlo con el amor
mediante un código ético. En este código el amor se lo pensaba como un fenómeno volitivo y libre.
Esta nueva visión, que unía el amor al erotismo, rompía con el paradigma cristiano y los costumbres
sociales de la época... en el cortés estaba implícito el goce erótico sensorial y físico... no se
imaginaba que el deseo sólo implicar la unión de dos almas en un amor exclusivamente ideal”
El amor de pareja estable, que comienza como un amor romántico, es más perdurable en la
medida que la idea del ser amado se forme más cerca de la realidad de ese ser. En segundo lugar, ese
amor se rodea de otra especie de manifestación que puede llegar a interactuar como una amistad.
Cuando los vínculos amorosos suman lazos sutiles que oscilan entre lo romántico y la amistad, es
cuando hace posible el “amor de pareja” que permite que dos esposos se amen toda una vida, con
mayor o menor pasión, según la naturaleza sentimental de ambos y formen una familia.
Naturalmente, en el concepto de Ekman, cualquiera de estos tres amores está sujeto a
alternancias ambivalentes o por causas extremas dejar de existir (o no llegar a manifestarse nunca).
Incluso, la durabilidad de los lazos afectivos amorosos está íntimamente ligada al compromiso en el
afecto, a la responsabilidad de su manifestación y a la base de su formación. Si la persona u objeto
amado es realmente amable, esto es, pasible de ser amado generará el sentimiento de estima. Una vez
generado, quienes lo manifiesten deben ser responsables de los efectos que el sentimiento cause y de
adquirir un determinado compromiso que conlleva el sentimiento efectivo y no ilusorio. Sólo un
sentido de compromiso dará ecuanimidad, armonía y durabilidad a sentimientos sinceros.
Antes de cerrar este parágrafo relativo a las modalidades del amor, estimo de importancia
exponer mi punto de vista sobre esta cuestión. Entiendo que el amor, como sentimiento, impulso
afectivo o emoción e instinto primario, en sí, es de una sola esencia. Pero cuando debe expresarse, lo
hace en función del objeto amoroso y del rol sentimental que éste representa. Así, por lógica, el
sentimiento de amor por un hijo se manifiesta de forma distinta a cuando se dispensa amor al
cónyuge o pareja y el sentimiento amoroso toma otra modalidad en la amistad. Esto, no interfiere en
que muchas veces las sensaciones se entremezclen y no es raro que un objeto de amor confunda su
rol y así puede suceder que un padre se “enamore” de un hijo, con amor de pareja y esto es lo que
conlleva una relación anormal que puede transformarse en un incesto. De igual modo, los amores
platónicos, que generalmente se dan entre un hombre y una mujer, como sentimiento muy profundo
de amistad con un sesgo de amor romántico sublimado en amistad, no siempre llegan a buen puerto
como simple sentimiento amistoso y trascienden a una relación más profunda que se torna “relación
de amantes”. Estos hechos muestran que el flujo y esencia del sentimiento amor es uno, pero que
adopta matices de acuerdo a un papel determinado del objeto amado. Para que un tipo de amor se dé
en la persona correcta y en la forma adecuada, siempre exige un “esfuerzo de amar” debidamente.
Para esto, el mecanismo de control atento actúa permanentemente filtrando por cualquier proceso
(supresión, sublimación, indiferencia), las interacciones afectivas parásitas o entrometidas. Reitero
que en lo sexual, la atracción por una persona, sex appeal o llamado del deseo puede interpretarse
como un querer o un amar. Lo más probable es que acá funcione un querer como desear o apetecer o
de poseer. Generalmente, repetimos, es imposible separar en el amor sexual, el sentimiento amor, del
deseo sexual, pues ambas cosas se dan en bloque. Esto ocurre porque la mente emocional y afectiva
tiene una especie de vía común final para expresar toda la gama de sentimientos e instintos y, de
ahí, que se entremezclen ambos y equivoquen el momento y el objeto del sentimiento e instinto. En la
relación humana, la confusión de sentimiento e instinto genera impulsos bastardos que pueden llevar
al incesto, al abuso sexual o al acoso o violación sexual. Lo que no se aconseja es reprimir sin
desatender ni radiar al sentimiento indebido, porque lo único que se hace es empujarlo para que no
que salga, pero esa fuerza de empuje puede suceder que, cuando determinadas circunstancias sean
favorables o promuevan un relajamiento de la voluntad, ceda y dé “riendas sueltas” al impulso
bastardo. La intención de esta reflexión es alertar sobre estas sensaciones que deben concitar nuestra
intención para afrontarlas y suprimirlas y no hacer lo que normalmente se hace: cuando aparece un
sentimiento bastardo nos causa repulsión y lo alejamos rápidamente, sin detenerse a examinarlo para
conocerlo y evitarlo e inmediatamente poner manos a la obra de eliminación. Debemos saber que no
es del todo anormal tener sensaciones no lícitas, pero lo anormal es quedarse con ellas.
Las reflexiones anteriores nos llevan a distinguir otra cuestión semántica. Lo más frecuente es
que se confunda el amor con otros sentimientos de afectividad. Por ejemplo, es muy común creer que
querer y amar es la misma cosa. Decir “te quiero”, se expresa como el equivalente de decir “te
amo”. Pero no es tan así. Querer es un verbo derivado del latín cuya raíz etimológica significa tratar
de obtener. Está más relacionado con la voluntad que con el afecto. Es “tener voluntad o
determinación de ejecutar una cosa”, en el caso de una relación afectiva, poseer al objeto del afecto.
En realidad, cuando se dice “te quiero” se está expresando “te deseo o apetezco”. Es posible, y de
hecho ocurre, que se conjugue el amor con el querer y esto ocurre como lo define la RAE a querer:
“amar, tener cariño, voluntad e inclinación a una persona o cosa”. Es natural que cuando alguien
ame a algo, una de las reacciones espontáneas es el deseo de tenerlo (“querer con amor”). El querer
es una expresión de la voluntad. Por lo tanto, cuando se ama queriendo es como una especie de
ejercicio voluntario del amor. Querer sin amar es simplemente el movimiento de la voluntad por la
simple posesión de un objeto, sin otra connotación. Pero queriendo con amor o como amor, es
también un movimiento de la voluntad para expresar el sentimiento de amor a otra persona y
mostrarlo y demostrarlo con actos concretos. Sin voluntad no habría expresión de amor. Sin amor, la
voluntad sólo sería un instrumento para actos automáticos o emotivos o irracionales. Sólo el amor
llena de sentido a la inteligencia y a la voluntad y la conjunción de los tres hace a la esencia humana
digna y auténtica. Ninguno de ellos puede existir sin la coexistencia con los otros.
Otra forma de confusión amorosa es el cariño. Esta palabra es de etimología discutida porque
por un lado procede del latín que significa carecer y por otro del aragonés que designa a la nostalgia.
De ahí que la RAE lo defina como añoranza o nostalgia. En cuanto a la parte afectiva, el cariño
puede entenderse como “buen afecto que se siente hacia una persona o cosa” o también como una
“inclinación de amor”. Parece ser que cariño es un término medio entre amor propiamente dicho y
sólo “un buen afecto”. Por esta razón, el que ama manifiesta cariño. Pero el problema está cuando un
simple cariño como buen afecto, se cree que es puro amor.
El amor por el prójimo en general, es quizás una de las manifestaciones más patentes del
sentimiento amor en sí, porque es muy difícil de confundirse o de degradarse, dado que cuando
aparece, generalmente, no lo impulsa ningún tipo de interés o deseo. Pero para sentir y ejercer este
sentimiento se debe estar muy preparado, pues la tendencia humana actual es más para el
ensimismamiento y el egoísmo que para prodigarse a otros. La hostilidad y la violencia son las
antítesis del amor projimal. La humanidad, a través de la historia, ha mostrado más un impulso de
violencia, que de amor hacia el prójimo. Esto determinó que los primeros maestros de la antigüedad
que predicaron el amor (Buda, Cristo, etc.) pasaran a la historia como verdaderos ejemplos de
prédica y de praxis amorosa. Cambiaron la historia y el mundo. Esta consecuencia nos demuestra
nuestra verdadera vocación por el amor, aun en las peores épocas críticas, las cuales suelen
depararnos redentores y mesías que renuevan nuestra esperanza de lograr una convivencia amorosa.
Si bien una gran parte de la humanidad profesa el amor a la projimidad bajo diferentes medios, lo
cierto es que la mayoría de esa humanidad tiende más a la autodestrucción, al odio y la violencia, que
a las relaciones amorosas cordiales, respetuosas y pacíficas.
El amor como sentimiento a otros seres humanos, es muy complejo en sus modos de ser o
manifestarse. Hemos repasado el amor familiar o parental entre padres, hijos, hermanos y otros
parientes; el amor heterosexual de la pareja humana y el amor al prójimo. Pero hay otras formas de
sentimientos que se llaman también amorosas y que son las que comprende la homosexualidad. Este
es un tema muy discutible, pues en él se mezclan diferentes sentimientos, impulsos e instintos,
generalmente, como entendidos que están fuera de lo considerado normal, natural o corriente y por
lo tanto entran en la categoría de diferentes. Para un homosexual, sus sentimientos son amores puros,
pero el resto de la sociedad no homosexual no interpreta esto como un sentimiento de amor puro y
no lo puede asimilar como tal, provocando el choque lógico de dos culturas, dos formas de ser, dos
maneras de sentir, dos modos de manifestarse. El heterosexual cree que todos los derechos son suyos
por estar en el “orden natural” y “lo que debe ser” (posición ética y moral), mientras que el
homosexual, si bien acepta ser diferente, cree que por ser humano tiene los mismos derechos
humanos y sociales que el heterosexual, pues considera a la homosexualidad como otro modo de ser
de la naturaleza o esencia humana y lo estima tan genuino como la heterosexualidad. La
homosexualidad es un misterio ontológico que se ha dado como fenómeno desde que el hombre ha
recogido su biografía histórica. No se sabe qué ocurrió en la prehistoria. Pero desde que el hombre
comenzó a escribir la vida de la humanidad, diferentes testimonios reconocen conductas
homosexuales, lo que en cierta forma permite apreciar que el homosexualismo es un modo de ser del
hombre, “desde que el hombre es hombre”. Más aún: en la escala animal hay homosexualidad. En el
hombre hay situaciones de conducta, genéticas y psicológicas que tienen características homosexuales
y que se dan en un plano fisiológico o fisiopatológico, independiente de una homosexualidad
voluntaria. Pero la Biblia fue terminante al condenar la homosexualidad en forma expresa en su texto
y a través de la destrucción de Sodoma y Gomorra y esto ha instalado la permanente controversia
entre heterosexualidad y homosexualidad.
Nosotros, personalmente, somos heterosexuales y nos cuesta entender a la homosexualidad en
su intimidad. Hemos aprendido a convivir con ella por conocerla apenas tuvimos conocimiento de las
cosas y ejercicio de la razón. Creemos que deben ser rechazadas las formas de homosexualidad
pervertida como toda otra perversión del hombre que induzca la degeneración, el vicio, el escándalo
o el delito. También rechazamos a la homosexualidad como estilo de vida personal para nosotros.
Pero por un sentimiento de tolerancia y de saber juzgar con justicia lo que sienten los homosexuales,
creemos que mientras la actividad homosexual no cause escándalo público ni sea objeto de una
difusión deformada (propaganda) por medios informáticos, no hay ninguna razón para combatirla.
Corresponde a Dios juzgar la vida privada de cada uno y dispensar los castigos. Al hombre
sólo le cabe juzgar y castigar las inconductas sociales que dañen a una persona o a otras. Mientras
una actitud o una conducta humana no causen escándalo ni daño a nadie, seguirá en la esfera de lo
íntimo. La intimidad es un derecho de todo ser humano consagrado por la religión y la ley positiva.
No obstante, creemos que es misión de los religiosos seguir denostando la homosexualidad por
mandato divino, pero esto no da derecho a castigar ni a juzgar en forma violenta a los homosexuales
discretos, es decir, a los que no se someten a conductas indignas o escandalosas.
Tratar de explicarse el fenómeno de la homosexualidad no significa, bajo ningún concepto,
aceptarla o comulgar con ella. Tolerar y no discriminar tampoco son formas de complacencia o de
aceptación. Simplemente es parte de “amar al prójimo como a ti mismo por amor a Dios”, lo que
implica no atacar al enemigo ni al pecador. Sólo buscar ayudarlo y asistirlo para que padezca lo
menos posible. Y si hubiera algún chance, transformar al enemigo en amigo y al pecador en justo.
Esta es la misión de los verdaderos apóstoles. Desparramar fuego, azufre y condenar a la muerte son
maniobras más de la Inquisición que del amor cristiano, condenadas por las propias Iglesias.
Aprender a convivir con el bien y el mal es parte de nuestra naturaleza y no significa que esto sea
malo.
El hombre ha complicado en demasía la expresión lisa y llana de sus sentimientos. Pareciera
que amar y ser amado es una cosa sencilla o de un mero propósito. Lo certero es que las cosas no
operan con el simple voluntarismo de querer sentir y manifestar en forma directa ese sentimiento.
Veamos lo que opina Mira y López: “lo cierto es que no hay un amor completo que no tenga ese
doble movimiento de flujo y reflujo, de efusión e infusión, de fase o pulso de expansión, cesión,
desborde y entrega y contrafase o contrapulso de absorción, introyección, captación o posesión. El
amador propende tanto a amar como a ser amado, y si de lo primero puede no dudar, de lo segundo
es natural que dude, cuando menos en los momentos iniciales de su historia amorosa”. Finalmente,
debemos considerar el amor a otros seres vivientes no humanos como los animales y las plantas y el
amor por determinadas cosas. El amor a los animales nos lleva a diferentes formas de manifestarlo,
ya sea desde la simple posesión de mascotas, al ejercicio de la veterinaria o a la preservación de
especies. El amor a las plantas va desde el cultivo de un jardín personal donde predominen
determinadas plantas o flores (floricultura), a la horticultura o a la agricultura o, simplemente,
también a la preservación de especies. El amor por determinadas cosas (filia) puede serlo por las
ciencias, por el arte, un hobby, un deporte, la literatura, la filosofía, la estética, el diseño, un artefacto,
etc. Cada persona tiene una afición y una atracción hacia algo y lo hace con un cierto afecto y
dedicación. Esto diferencia al artista o el artesano, del obrero o del técnico, a los cuales sólo les
interesa hacer y terminar un trabajo o tarea, sólo por obligación, por recibir un estipendio o como un
modo de vivir y sustentarse. El amor es manifiesto sólo cuando algo se realiza sin un interés previo ni
particular. Incluso, sin que tenga una explicación lógica o porqué se realiza determinada conducta.
Otro punto de referencia es que lo que se hace, llena de satisfacción y felicidad, esto es, de
plenitud. De ahí nace el concepto de que el amor es plenitud. Luego, volvemos a reiterar, el amor
nunca lleva a la frustración. Quienes hablen de amores frustrados es que no supieron amar o
confundieron otros sentimientos con el amor. Aun, en el famoso caso del “amor no correspondido”,
quien ama no espera del otro su respuesta, pues simplemente le ama sin explicárselo. Naturalmente,
cuando el amor es correspondido se logra la dicha completa y la felicidad total. Es decir, la plenitud.
Por lógico, los amores no correspondidos siempre dejan pendientes algunos anhelos, pero nunca
frustran. Hay una especie de felicidad interior por el simple hecho de saber amar y de tener a quien
amar. Esto es muy importante comprenderlo y sentirlo porque de lo contrario se poseen o se
manifiestan afectos equivocados que se confunden con amor.
Mira y López habla de amores puros e impuros, de amores pasajeros y duraderos, de amores
egoístas y generosos, de amores “psiquiátricos” (esquizoide, paranoide, hipomaníaco, pesimista o
melancólico, compulsivo, ansioso); de amores monocordes (anómalos pero no patológicos):
nutritivo, mortal, imperialista o sádico o tiránico, lúbrico, intelectual o creador; amores bifásicos (en
vaivén, explosivo); el amor a tres tiempos: atracción (genital), pugna (celosa) y aversión (agresiva).
Nosotros creemos que estas no son formas de amar propiamente dichas, sino modalidades afectivas
compulsivas que se creen amorosas pues las relaciones se inician en nombre de un supuesto amor
entre las partes. En realidad, como dice el mismo Mira y López, “cada cual ama como quien es, o
sea, como puede y no como imagina amar”. Si yo soy un desequilibrado emocional imaginaré que
amo bien pero en realidad no tengo capacidad para amar correctamente. El sentimiento de atracción
puedo imaginarlo como amor, pero en realidad no es un sentimiento genuino. El verdadero
sentimiento amor requiere mi integridad espiritual (intelectual, afectiva y volitiva) y un total
equilibrio de todas las esferas mentales. Si una de estas tres esferas no coordina con las otras, mi
verdadera capacidad de amar estará resentida y aparecerán todos los problemas o formas de amar o
tipos de amor que generalmente se describen como modos de ser del amor. El amor, como el
hombre, tiene una esencia única y un ser también único. No hay dos formas de amar, sino una sola
como no hay dos esencias humanas. Los modos de ser, tanto del hombre como del amor, pueden ser
auténticos o inauténticos. Generalmente, lo que más se conoce y describen, son los modos de ser
inauténticos, ya que nadie se ocupa de educar en la autenticidad. Buscando el sentido del amor
Víctor Frankl afirma que el amor constituye la única forma de aprehender a otro ser humano en lo
más profundo de su personalidad. Por lo tanto, nadie puede conocer totalmente a la esencia de otro
ser humano si no le profesa amor. Sólo el acto espiritual del amor es capaz de ver los trazos y rasgos
esenciales en la persona amada y sus potencias: lo que aun no se ha revelado, lo que todavía ha de
mostrarse. A través del amor, la persona que ama a otro le posibilite que haga evidente esas potencias.
Mediante el amor le hace consciente de lo que él puede ser o de lo que pueda llegar a ser, por lo cual
puede obtener que lo potencial se haga real. El amor no debe ser interpretado como un epifenómeno
de los impulsos e instintos sexuales primarios, en el sentido de tenerse como una sublimación de los
mismos. Otro aspecto interesante es que en el “estado de enamoramiento” actúan diversas hormonas
neurotransmisoras y distintas zonas del SNC. Esto determina que se anule la capacidad de crítica
(pensamiento crítico) y cuando se secreta dopamina, como en todo estado excitatorio, ésta favorece
las “adicciones” y es la responsable del gran apego. La serotonina provoca obsesión amorosa. El
conjunto de estos neurotransmisores constituyen la “química del amor”, junto con las reacciones del
sistema límbico y la corteza, que regulan el instinto y el sentimiento. La pérdida del pensamiento
crítico es lo que no permite anular sentimientos negativos, discriminaciones, pues, se desactivan las
redes de evaluación social crítica. Se crea un “circuito de recompensa” altamente gratificante.
Sentimiento de empatía
Cuando la conciencia personal interpreta o percibe simultáneamente el estado de conciencia
de otra persona que interactúa con él, ocurre el fenómeno de empatía. Goleman lo explica de esta
forma: “El cerebro tiene la aptitud de percibir y reflejar el estado de ánimo de la persona con quien
estamos, lo que en la mayoría nos favorece al ayudarnos a entenderla mejor”. Puede decirse que el
amor es un sentimiento siempre dirigido a un objeto y los dos objetos más inmediatos son uno mismo
y los otros que nos rodean. Cuando el amor se manifiesta como exoestima, en las tres formas que
Ekman lo plantea, ya está en marcha paralela y simultáneamente algo de compasión. Si bien la
empatía es la comprensión del otro con el cual nos identificamos en forma total, la compasión
trasciende a la empatía para centrarse fundamentalmente en el aspecto emotivo: compartir con
plenitud las emociones ajenas. Luego, la empatía puede ser una de las formas de compasión,
aclarando que compasión, como luego veremos, en el sentido occidental es un sentimiento de piedad
para que el que sufre, mientras que en el sentido oriental del budismo, es el completo sentimiento de
amor por el prójimo, independientemente de que éste sufra o no. Nosotros lo empleamos en el
sentido budista.
El hombre es sociable por naturaleza, es decir, busca convivir armoniosamente con sus
prójimos. Pero esto no siempre surge en forma espontánea sino que debe cultivarse. Así como hay
normas sociales de ética y derecho, también existe una capacidad individual de identificación con el
otro, lo que se conoce como simpatía o empatía, esto es, la capacidad de colocarse en el lugar del
otro, de hacerse un poco el otro, para comprenderlo mejor, estableciendo vínculos de afecto y no
sólo relaciones interpersonales convencionales y rituales. Es un atributo noble y necesario conocer los
sentimientos de los demás en todo lo que nos rodea: la familia, el trabajo y el círculo social en que
nos movemos, sobre todo, los amigos. Conocer a los otros es posible porque las personas transmiten
y captan señales imperceptibles y perceptibles de sus estados de ánimo.
Así es dable percibir, si estamos atentos, cuando hay mensajes de amor u odio, aprecio o
desprecio, simpatía o antipatía, amistad o enemistad, camaradería o rivalidad. Hay expresiones y
gestos que ayudan a interpretar. Ganar la habilidad para interpretar las señales somáticas o
emocionales de los otros será la instancia fundamental para lograr controlar nuestras emociones y la
forma en que las transmitimos y esto es, en alguna medida, la inteligencia social. Refrenar
adecuadamente nuestros sentimientos negativos y expresar los afectos positivos, permite establecer
relaciones interpersonales fluidas, amistosas, afectuosas que inducen a los demás a preocuparse por
nosotros en la misma medida que lo hacemos por ellos. Esta calidad de relaciones interpersonales nos
permite “integrarnos al grupo” y “vivir en equipo” donde hay un intercambio permanente de afectos
y servicios.
Quien no da no recibe; quien no siembra, no cosecha. Y viceversa. La capacidad de transmitir
emociones positivas que induzcan a cambios en el otro, es la base de la convivencia auténtica y del
amor cristiano.
La transmisión emocional también tiene sus reglas:
la transmisión es mejor si quien transmite lo hace con la energía suficiente que cambie
la pasividad del que recibe la transmisión (siempre una comunicación emocional
supone un emisor enérgico y un receptor relativamente pasivo)
la capacidad de receptividad o susceptibilidad del receptor debe ser apta. Hay personas
que son refractarias a la expresión emocional, otras captan tibiamente o a medias y
algunas lo hacen en exceso.
debe haber una “estado de sincronía” o de “sintonización” entre quien manifiesta el
sentimiento y quien lo recibe (estado de compenetración emocional).
saber fijar el tono emocional de una interacción.
Hay personas hiperreactivas al contagio emocional que descargan una reacción de
risa, llanto, placer, terror, depresión o enojo fácil, según sea positivo o negativo el contagio y sus
reacciones le vuelven sumamente impresionables cualquiera sea la naturaleza del estímulo (ya sea que
les llegue por una persona, una propaganda, una película, un libro, una revista, etc.).
La sincronía emocional es elemental para una buena emisión y recepción del contagio
emocional. Dos personas sintonizadas encontrarán en sus estados emocionales finales una similitud, lo
que indica que la transmisión ha sido positiva. En la sincronización hay ritmo compatible,
coordinación de movimientos y sentimiento pleno de comodidad. La habilidad para lograr la
sincronía emocional (sintonizar el estado de ánimo del otro) dará interacciones parejas en el ámbito
emocional. Lograr o saber fijar el tono emocional de una interacción significa “saber tomar los
tiempos” en el otro y esto es una señal de ejercer algún tipo de dominio, al poder determinar la
emoción en el otro. Esta norma cuando se aplica con éxito, se puede expresar con la frase popular
“saber meter en el bolsillo”. Estas reglas son básicas para el orador o predicador y su público, para el
docente y sus alumnos, para el apóstol y su grey. Es también uno de los medios idóneos para enseñar
a amar. La influencia emocional es el núcleo de toda influencia interpersonal. Por eso la primera
regla de la conquista del otro, es ir “al corazón”. Después de esto vendrá la razón y finalmente la
voluntad.
Por cierto, nadie puede comprender y amar a los otros ni identificarse emocionalmente con
ellos, si previamente no se comprende, ama y está identificado consigo mismo. El “conócete a ti
mismo” y “ama a los demás como a ti mismo” son las dos premisas básicas de la exoestima y la
compasión. Por esa razón, dada la alta dificultad de comprenderse y amarse en forma correcta es lo
que hace que la exoestima y la compasión sean sentimientos difíciles de cultivar, desarrollar y
manifestar. Cómo ya lo hemos explicado, el modo auténtico de expresar el amor a sí mismo o
autoestima es cuando se cumple la máxima cristiana “ama a tu prójimo como a ti mismo”. El hombre
recupera su ser propio cuando aprende a estimarse en función del otro, su prójimo y establece una
verdadera relación del “yo y tú”. Todo esto se refiere a que el otro es “un igual a mí”.
Esta identificación es la que conduce a la empatía como participación afectiva y por lo común
emotiva, de un sujeto en una realidad ajena. La empatización es, insistimos, “meterse en el otro”
para comprender mejor su mundo. Es acercar mi mundo al mundo del otro para tener una
coexperiencia, primer principio de la comunicación eficaz. Cuando se logra la correcta común unión
(comunicación) con el otro comienza la empatización. Esta “ocupación” del y por el otro es la base
del afecto o amor projimal. Comunicativamente es una “área de coexperiencia” porque es necesario
“compartir las mismas experiencias”. El amor, cuando se prodiga ostensiblemente, es una emoción,
indudablemente.
Para poder amar u odiar a otro hay cosas que son primordiales:
conocer nuestras propias emociones
conocer las emociones de otros
saber manifestar las emociones
Conocer nuestras emociones es lo primero, dado que para poder conocer, entender y, en
alguna medida, manejar las emociones de otros, implica que nosotros sepamos cuáles son esas
emociones, cómo se manifiestan y cuándo deben dejarse aparecer. Nunca sabré si otros aman u
odian, si previamente no experimento esos sentimientos o emociones. Lógicamente, después de sentir
debo poder manejar esas emociones. Si esto se logra desde niño, al llegar a adulto habrá un mejor
manejo emocional.
Sentimiento de compasión
En lo relativo a la empatía juega también un rol decisivo la voluntad o predisposición especial
para tener vocación tanto de autoestima como de exoestima y compasión. El budismo distingue entre
una compasión conflictiva como una especie de apego por la persona que se ama y se sufre y entre
otra compasión no conflictiva (da por ejemplo la expresada por un enemigo) que no conlleva apego.
Esta condición de apego da a la compasión aflictiva, un rasgo de sentimiento de posesión.
Generalmente, la compasión aflictiva por el sufrimiento de un ser muy cercano, “muy
apegado”, como puede ser un hijo, los padres, la esposa, un hermano o un gran amigo, conlleva un
rasgo de posesión porque esa compasión está dirigida a “su” hijo, padre, hermano o amigo. Ese
sentido de posesión puede determinar una unión muy estrecha a tal punto que limite la autonomía del
ser amado y compadecido. El sentimiento de curia o “cuidado” le lleva a entrometerse en áreas muy
privados y a invadir un ámbito íntimo y tratar de influir induciendo elecciones y decisiones. En la
compasión debe comprenderse que sólo un desarrollo personal que surja del interior del sufriente,
con su plena convicción y participación y con entera libre decisión y elección de medios y formas de
vida dará la garantía del verdadero desarrollo emocional, afectivo y espiritual que libre al ser amado
del estado aflictivo. Esto no es óbice para que quien le ama y se compadece de él, no deje de
preocuparse sanamente por su bien y felicidad. Y si debe intervenir, sólo debe hacerlo en apoyo de
las actitudes y pensamientos positivos de quienes por sí mismo deciden liberarse del estado aflictivo.
De otro modo, asumir la vida del otro para dirigirla cubriendo todas sus necesidades materiales y
espirituales es sólo colaborar para que el estado aflictivo nunca se solucione sino que se perpetúe. De
ningún modo, la actitud sobreprotectora del compasivo hacia el aflictivo puede significar una
predisposición ajena a un mero interés afectivo (cuando es sincera), pero la buena intención no
justifica un sentimiento que nace de un justo deseo de evitar y curar el mal ajeno, pero que no es el
camino adecuado para una solución total y definitiva. Ejercido en forma moderada, es un paliativo.
El budismo piensa que el estado natural mejor del hombre es el bondadoso y por eso habla de
una compasión budista algo distinta de la compasión que nosotros sostenemos habitualmente. Para
ellos, la compasión es el estado natural del ser con... del hombre, manifestado exclusivamente como
amor al prójimo, sin que medie ninguna motivación para amarlo, nada más que la condición de
projimidad. Pero también, el budismo nos dice que previo a ese estado hay que adiestrar la mente en
forma muy especial (profunda y perseverante) para primero desentrañar todas las complejidades de
nuestra persona en particular y así, al conocerlas y tomar conciencia de ellas, podemos empezar el
entrenamiento para su control, y mediante éste atenuarlas, bloquearlas o eliminarlas cuando son
negativas. Ese adiestramiento mental, insistimos, será el filtro que elimina lo negativo, para dar paso a
la expresión de lo positivo. Evita o erradica el mal para instalar el bien.
El hombre educado, o sea, entrenado o adiestrado mentalmente convertirá a la bondad en un
hábito de por vida y su lema será la estabilidad interior con una mente equilibrada, armoniosa, estable
y bajo estricto control. No hay margen para el error o la improvisación. No hay margen para lo
irrefrenable. Sólo hay margen completo para la posibilidad absoluta de la bondad y la imposibilidad
definitiva del mal. Esto no significa que el hombre que surja del entrenamiento mental nunca más en
toda su vida volverá a tener contacto con lo negativo o destructivo. De ninguna manera. Significa
que su entrenamiento le vuelve un experto piloto con timón, brújula y una bitácora e itinerario
perfectamente trazado y conocido, para llegar al “buen puerto”, cualquiera sea la tormenta que lo
agobie. Y si cuida el barco (su cuerpo), éste tampoco sucumbirá por los cataclismos que seguramente
deberá enfrentar en un mar que no siempre es tranquilo, como es la vida.
Abandonemos, entonces, los occidentales el método cartesiano de dudar, y busquemos la
certeza, cualquiera sea su naturaleza, para dejar fluir libremente la libertad espiritual que nos permite
llegar a la verdad espiritual. Y esto no es utópico, metafórico, abstracto, poético ni ilusorio. Es una
realidad. Si lo bueno no daña, la verdad espiritual es la bondad. Y firmes en esta convicción,
dejemos de fluctuar en la duda de si sabremos, o no, encontrar el modo de gobernar nuestras
sensaciones y acciones para lograr esa bondad. Esto también está probado realmente. Sólo depende
de que nosotros tengamos el deseo y la voluntad de convencernos definitivamente de la existencia y
de la posibilidad total de la bondad y de adoptarla para nuestra vida. Todo razonamiento dubitativo
es pseudorrazonamiento porque la realidad ha mostrado la posibilidad cierta del “buen hombre”.
Si bien, estadísticamente, la humanidad histórica y actual no es el paradigma de ese concepto,
el camino correcto de la inteligencia nos conduce a ser “la excepción de la regla”, esto es, el “hombre
extraordinario” del budismo. Al decir “extraordinario” no decimos ni artificial ni sobrenatural. Es el
hombre natural que supera a lo que hoy es un hombre ordinario (en el sentido de lo cotidiano y
común) (estadístico), para salir de esa masividad “común y ordinaria” para lograr un nivel de
conciencia, de conducta y mental distinto a lo habitual y guiado hacia una meta perfeccionista que
sólo tiene un simple deseo: no dañar a nada ni a nadie y no dejarse dañar. La modalidad utilizada
para el cultivo de la compasión, por ejemplo, se asienta en experiencias y observaciones válidas. Los
occidentales nos hemos inclinado más, en lo relativo a la compasión, hacia un sentimiento de
conmiseración y lástima que se tiene hacia quienes sufren penalidades o desgracias.
El sentido budista de compasión está más cerca del significado de caridad, en el sentido de
amor al prójimo. Sería un verdadero sentimiento de projimidad. Si bien también caridad es una
actitud solidaria con el sufrimiento ajeno, es preferible imprimir a la compasión un sesgo budista, en
el sentido más amplio de amar a los otros, un sentimiento de bondad plena con los demás. Si esto
ocurre, no albergaremos sentimientos negativos hacia los otros, buscaremos no dañarlos y
acompañarlos para hallar la senda del bien y de la bondad. Más que preocuparse por el sufrimiento
ajeno, la compasión debería ser evitar el sufrimiento ajeno. Esto ocurre cuando mi espíritu está
educado para la bondad, tal cual lo pregonan los budistas.
Sentimiento de amistad y sociabilidad
Al Sermón de la Montaña, habría que agregar: ¡Bienaventurados los que tienen amigos!
Ganar amigos fieles nos ayuda a establecer “una red de relaciones confiables” que permiten
sobrellevar los conflictos y penurias coyunturales de la vida cotidiana. Tendremos así con quien
compartir las alegrías y nos asista en la desgracia, pues ambas cosas, respectivamente, son
contrapartidas. Formar amigos es una tarea de amor y sinceridad. Harcourt Brace afirma que
“cada amigo representa un mundo dentro de nosotros, un mundo que tal vez no habría nacido si no
lo hubiéramos conocido”.
Si no hay afecto real, la búsqueda de relaciones se transforma en un acto egoísta en el que se
cultiva superficialmente una amistad con un fin de utilización (“es amigo si me sirve para algo”).
Cuando la relación se busca y establece con un objetivo utilitario, corremos el riesgo de que todos
estén presentes en nuestros triunfos y ausentes en los fracasos y penurias. Sólo el afecto sincero y
auténtico, sin desbordes emocionales, será la base de las relaciones sociales perennes y que nos
acompañen siempre, en las buenas y en las malas.
Amistad es un “afecto personal, puro y desinteresado, ordinariamente recíproco, que nace y
se fortalece con el trato” de nosotros con otras personas, con las cuales establecemos una afinidad y
una conexión. Nace básicamente, de la simpatía o empatía. A pesar de la denotación que acabamos de
hacer de la palabra amistad y, aunque se suele usar la palabra amigo en referencia al afecto que
profesamos a muchas personas, no es fácil tener un concepto profundo de lo que realmente significa
y es la amistad.
Esto puede llevar a confundir un amigo con un camarada o compañero. Camarada,
etimológicamente viene de cámara y esto origina el término camarada que es aplicado a toda persona
que comparte con otra, un aposento para dormir. Pero el lenguaje va extendiendo los significados
primeros y camarada se aplica a toda persona que acompaña, come y vive con otra persona. Pero
también la camaradería puede llevar a la amistad y transformarse en una “camaradería amistosa” y
esto es lo que ocurre en “el que anda en compañía con otros, tratándose con amistad y confianza”.
Esto sería, el amigo que anda “en compañía” con otro. Puede ser que esta “compañía” sea para algún
fin. Si así ocurriera, entonces la persona que acompaña a otra se el denomina “compañero”. La
compañía suele tener diferentes caracteres. Se es “compañero de juegos”, de aventuras, de trabajo, de
colegio y por acompañar a otro en una misma especie de suerte o fortuna. También hay
compañerismo marital entre los cónyuges. Del mismo modo que en la camaradería, del
compañerismo asiduo puede surgir una amistad. Son los “amigos” del club, del trabajo, de la escuela,
etc. La amistad y el compañerismo son formas de relación entre dos o más individuos que se da
especialmente por la posesión de conjuntos de valores parecidos o compatibles que sustentan cada
uno de ellos. El compañerismo se manifiesta en la conducta de personas que deben convivir,
obligadamente, muchas horas del día o toda una vida y que en su conjunto constituye la vida en
sociedad. Es el caso del colegio, del trabajo, de la vecindad, de la concurrencia a entidades sociales
(iglesias, clubes, instituciones benéficas, etc.). Se aceptan como son, tienen interés por las opiniones
del otro o de los otros y pueden trabajar juntos para un bien común. Sus relaciones se expresan en
distintos niveles de intimidad e interacción y se dirigirán a distintos objetivos. La gente tiende a
relacionarse socialmente con personas que tienen características compatibles con las suyas. Esta
compatibilidad puede deberse a una similitud o a una disparidad complementaria, es decir, las
personas se unen por sus semejanzas de actitudes, pensamientos y sentimientos o porque otra persona
posee un don o dote de la cual se carece y la unión complementaria las posesiones de dones
diferentes con las carencias mutuas de esos dones. En general, la opción frecuente es por personas
con características similares, a fin de que la persona o su compañía resulten agradables y gratificantes.
En el compañerismo, más que en la amistad, pueden desarrollarse implícitamente, relaciones
de competencia y complementación saludables porque se dan en niveles adecuados y contribuyen a
la retroalimentación positiva entre dos compañeros: esto funciona como una suerte de prestación
mutua de favores (como tú me favoreces en algunas situaciones, yo trato de retribuirte en otras). Esto
crea una continua comunicación, tanto en amigos como en compañeros, o en amigos-compañeros,
que lleva a participar en actividades grupales, donde se va adquiriendo capacidad de crear y ajustarse
a ciertas normas de convivencia.
De igual modo, la amistad y el compañerismo, están relacionados con una cuestión de
identidad. Tener amigos o compañeros que forman un grupo y la pertenencia a ese grupo satisface la
necesidad de una persona de pertenecer a una entidad mayor y al deseo de identificarse con ella. La
presencia y la influencia de amigos y compañeros se hace cada vez más importante conforme la
persona crece. Es por intermedio de estas formas de convivencia social como poco a poco se van
adquiriendo las nociones necesarias de la interacción comunitaria y la identificación con las
necesidades de otros. Si bien la proximidad o projimidad de encontrarse físicamente cerca de una
persona es la que lleva a establecer mejor un lazo de amistad o compañerismo, esto no implica que la
distancia o alejamiento impidan unir impulsos de afinidad espiritual y crear el afecto mutuo, o
mantener uno empezado por la cercanía, pero perpetuado a pesar del distanciamiento ocasional o
permanente u obligatorio, del amigo o compañero. Una amistad auténtica, sincera, verdadera es para
toda la vida.
En el criterio de algunos estudiosos, especialmente psicólogos, los amigos serían aquellos a
los cuales:
1.
2.
3.
se aceptan con defectos y todo lo inherente a su persona,
se tienen confianza
y se sienten responsables uno del otro.
En la introducción a este trabajo bosquejamos el complicado mundo que hoy nos toca vivir y
por esta razón el hombre se siente cada vez más necesitado de su prójimo, razón por la se depende
más de los amigos, especialmente cuando se deben obtener cosas que antes encontrábamos en la
familia, como es:
♦
♦
apoyo afectivo
ayuda material (económico, servicios, hospitalidad, etc.)
Para Joyce Brothers, la amistad puede surgir entre dos personas y no depende del sexo, la
edad ni la condición social y el vínculo que una a esas dos personas. El parentesco, de ningún modo,
es una condición ineludible para la amistad. Incluso, hay un proverbio popular que llega a decir que
“no hay peor enemigo que tus propios parientes”, para referirse a los conflictos familiares. Por esta
razón, no deberíamos sorprendernos que no hubiese amistad entre los familiares (padres, hermanos,
esposos) además del afecto del lazo familiar.
La autora afirma que “al igual que el matrimonio y el parentesco, la amistad es una de las
relaciones más importantes en la vida” y, como a las otras dos, a veces es la que más descuidamos o
no cultivamos. La amistad, fuera del núcleo familiar o de parentesco, cumple una función esencial
para nuestra vida, puesto que con los amigos nos manifestamos de otra forma distinta al trato que
dispensamos a los familiares, a pesar de que además del amor de familia, exista la amistad. Con los
amigos no familiares, podemos expresar otra forma de ser que estaría más cerca de la que realmente
queremos ser. Cuando un amigo nos acepta, reafirmamos nuestra personalidad y la amistad nos
permite desarrollarnos mejor como individuos. En la amistad hay expectativas sobrentendidas: a
nuestro mejor amigo no le hacemos promesa de amistad, pero entre ambos hay expectativas mutuas
que se sobreentienden como son: la comprensión, el afecto, la consideración y una relación duradera.
Poco a poco, a medida que se va cultivando sinceramente la amistad, se va descubriendo la esencia de
esa relación, que involucra hacer que crezca, florezca y perdure, lo reclama más atención y habilidad
de lo que se pueda pensar o imaginar. Ese fenómeno nos lleva a manifestar que la amistad no es fácil
de cultivar y mantener ni de hacer.
Emerson nos define que “la única manera de tener un amigo es serlo”. Si no hay capacidad
de brindar amistad, difícilmente podamos obtener amigos. La amistad presupone compartir en
extremo y abatir, poco a poco, todas las barreras que impiden a cada uno manifestarse tal cual es. En
la amistad real no pueden haber ocultaciones o fingimientos, pero un amigo debe aprender a
equilibrar el impulso de la franqueza total, sobre todo en las cosas que puedan herir al otro amigo,
por lo que debe buscarse, sobre todo, la protección de los sentimientos ajenos. Este equilibrio puede
dejar de existir o no establecerse, cuando uno de los amigos intenta predominar sobre el otro o
pretende que el otro participe plena y exclusivamente de sus sentimientos y problemas.
La intimidad de la amistad no procede sólo de una apertura total de nosotros hacia otros, sino
también del don de escuchar y compartir los sentimientos y problemas del otro. Esto establece una
vía de doble mano en la que el flujo de ambas aperturas regule el tránsito, a fin de que esa vía de
comunicación no se bloquee en una sola dirección, sino que se comparta alternativamente. La
amistad entre sexos opuestos puede ser una experiencia reveladora, porque no sólo exige sublimar los
actos instintivos (atracción o deseo sexual, pasión o relación amorosa), sino que permite conocer más
a fondo la naturaleza de cada sexo y la adecuación de uno a las necesidades reales de los otros.
Permite romper muchos mitos de los sexos y, por una cuestión natural, el afecto es mucho más
gratificante porque se suma a la atracción natural de los sexos.
La convivencia de los amigos obliga a cultivar la comprensión, la tolerancia y la continua
interpretación de los actos del otro, a fin de no dar un sentido equivocado a las acciones cuyos fines
son opuestos a lo que nosotros podamos llegar a creer. Esto evita, precisamente, la enemistad. Pero
cuando involuntariamente, un acto de un amigo o nuestro hacia un amigo, no es adecuadamente
recibido o comprendido, puede surgir la ruptura de la amistad, basándose en un daño real o presunto.
El verdadero sentido de la amistad no permite que una ruptura sea permanente, pues pasado el mal
momento, una serena reflexión nos puede llevar a sopesar lo que nos ofendió o a dar explicaciones
correctas de una acción equivocada u ofensiva hacia nuestros amigos. La amistad obliga a dar
explicaciones y a aceptarlas llegado el momento, y si el conflicto es superado, no debe quedar ningún
rencor o mal recuerdo, sino borrarse toda huella de ese episodio desagradable. Evidentemente,
cuando un amigo no desea serlo más o nuestra conducta o la de él se torna inaceptable, el vínculo
amistoso queda roto, ya sea para evitar un daño real o porque cesaron los sentimientos afectuosos
auténticos.
La amistad y otras formas similares de manifestar amor a otros, es parte de un sentimiento de
sociabilidad innato. Siguiendo el tópico de la esencia del hombre, otras de las características o notas
que lo diferenciaron desde siempre es sus características de animal gregario, esto es, de vivir en
sociedad. Pero, el gregarismo no es una nota esencial en sí, puesto que también muchos animales
nacen y conviven gregariamente por naturaleza. Lo único que distingue al gregarismo humano es su
transformación o regulación por la inteligencia y el espíritu, lo que le distingue en algunas formas del
gregarismo animal, aunque en el fondo comparte mucho de la esencia de ese gregarismo. Dado que
el término gregario se aplica mejor al animal propiamente dicho que al hombre, para distinguir su
gregarismo biológico el hombre se autoaplicó el nombre de sociedad.
Los latinos, pioneros del lenguaje castellano, tenían el verbo socìo, as, ãre que se tradujo por
asociar y significaba agregar, hacer participar. Con esto se quería expresar que el gregarismo o
agregarismo (agregar) humano ya no sólo era un mero juntarse con otros congéneres para convivir,
sino que era reunirse para participar en cosas comunes que generalmente eran menesteres que hacían
al mantenimiento del grupo. De este verbo nace una familia de palabras como socìus (socio o
asociado) que era el compañero partícipe y, finalmente, la palabra societas traducida por sociedad
que era una compañía o unión. En castellano, sociedad es, para los seres humanos, la reunión mayor
o menor de personas, familias, pueblos o naciones. Esto define, en términos generales, a la sociedad
humana.
También sociedad, como un término general inespecífico es agrupación natural o pactada
de personas, que constituyen unidad distinta de cada uno de sus individuos, con el fin de cumplir,
mediante la mutua cooperación, todos o algunos de los fines de la vida. Por lógica, los fines
primarios de la vida son la reproducción, constitución del grupo familiar (padres e hijos), la
consecución de alimentos y un lugar para vivir (territorialidad). Así, entre los animales, hay una
distribución del trabajo social y mientras algunos lideran el grupo, otros vigilan la seguridad del
grupo, algunos se dedican a procrear, otros a conseguir el alimento y, en general, todos cuidan la
territorialidad o lugar marcado en la tierra para establecer el grupo y convivir ahí. Chinoy simplifica
el concepto de sociedad diciendo que en su uso más general “se refiere meramente al hecho básico de
la asociación humana”.
Rumney y Maier prefieren definir a sociedad “en el más amplio sentido, para incluir toda
clase y grado de relaciones en que entran los hombres, sean ellas organizadas o desorganizadas,
directas o indirectas, conscientes o inconscientes, de colaboración o de antagonismo. Ella incluye
todo el tejido de relaciones humanas y no tiene límites o fronteras definidas. De una estructura
amorfa en sí misma, surgen de ella sociedades numerosas, específicas, traslapadas e interconectadas,
aunque todas ellas no agotan el concepto de sociedad”. Quizá la definición de estos autores no dé
una definición circunscripta de sociedad pero por lo menos describe algunos aspectos que abarcan
una amplia gama de fenómenos sociales que caracterizan algunas de las sociedades humanas, que en
su conjunto constituyen la humanidad.
El hombre no escapa a la ley natural de la manada o rebaño. Mantiene todas las características
descritas. Sin embargo, su inteligencia establece que su territorialidad (espacio) no es un mero lugar
donde estar y vivir. Su inteligencia lo transforma en algo más. Esto es lo que primero advierten los
griegos y usan el término physis que aludía al ámbito natural donde el hombre no sólo vivía
materialmente sino que se desarrollaba espiritualmente. Esta physis es vista como un espacio donde se
dan los fenómenos naturales y materiales y por lo tanto es pasible de ser sometida al conocimiento e
interpretación de la inteligencia y en general, del espíritu (inteligencia, afecto y voluntad).
Siempre la relación social es una interacción intersubjetiva, esto es, un cambio de acciones
entre dos personas o sujetos. La cuestión indica que todo ocurre como que “la conducta humana está
orientada en numerosas formas hacia otras personas. No sólo viven juntos los hombres y comparten
opiniones, valores, creencias y hábitos comunes, sino también entran constantemente en interacción,
respondiendo uno frente al otro y ajustando su conducta en relación con la conducta y a las
expectativas de los otros.” El paso del tiempo y la historia no sólo modeló la sociedad humana, sino
también las ideas de cómo debe ser esa sociedad. Los pensadores, más que recoger la realidad del
fenómeno, intentaron dar normas al mismo. Lo bueno no es percibir un fenómeno y reflexionar
sobre él, sino primero comprenderlo y describirlo de la forma más posiblemente cercana a lo que el
fenómeno es en sí, independiente de los preconceptos de la mente humana.
Sugarman postula cuatro importantes “regalos emocionales”, que consisten en “cómo regalar
amor” especialmente a los amigos:
1.
2.
3.
4.
fomentar nuestra autoestima y la ajena
dar paso a la alegría
abandonar los hábitos perjudiciales
abrirnos a los demás
Erasmo afirma: “La condición más decisiva de la felicidad, en suma, consiste en que ‘uno
sea aquello que quiere ser’. Y esto es precisamente el beneficio que ofrece mi querida Filautía: que
nadie esté descontento con su propio aspecto, de su propio carácter, de la propia familia, de su
propio puesto, de la propia conducta, de su propia patria...”. Lógicamente, esta afirmación es válida
para lo auténtico, aquello que se siente sinceramente así y no finge afectos o desprecio “por alguna
conveniencia”.
Sin embargo, lo más común es que la gente proceda sin honestidad en manifestar lo que
siente realmente. Siempre se ha tendido a ocultar lo que considera defectos y vicios, según lo hemos
antelado. De las actitudes de simulación o disimulación surge el egocentrismo. Siempre el egocéntrico
será un estúpido, pues cree que simulando tendrá mejor calidad de vida. Si un ególatra persiste en
una sociedad, es porque toda la sociedad vive en la superficialidad y en la necedad. Esto no es
infrecuente ni ahora, ni lo fue antes. La Historia ha mostrado más conductas necias que inteligentes.
Incluso, aun en la obtención de la más brillante tecnología, cuando se analiza los fines y los medios
de la misma, se encuentran interrogantes que ponen en evidencia diversas acciones estúpidas.
La felicidad no es otra cosa que el cultivo de las emociones positivas (Seligman). Tener y dar
alegría es una de esas emociones positivas. Para dar lugar o paso a la alegría hay que sublimar todo
sentimiento negativo en nosotros y ayudar a superar los sentimientos negativos de otros. Para esto,
hay que intentar siempre ver el lado bueno de todas las acciones, obviando los defectos. De los
defectos sólo hay que ocuparse cuando son muy dañinos y es necesario extirparlos, lo que debe hacer
con un acto de amor como luego analizaremos. Las situaciones que se prestan para formar situaciones
de alegría, deben participarse en ellas con ese sentimiento. No se puede estar en una reunión
presuntamente de festejo para dar riendas a la tristeza, al desaliento o al pesimismo.
Cuando se opta por participar en un acto de alegría, se debe intentar por todos los medios,
preparar el ánimo y la actitud para participar alegremente. La vida nos depara todos los días algunos
motivos de aflicción. Para compensar el sufrimiento se debe buscar crear acciones que contrarresten
el pesimismo y nos gratifiquen provocando dicha. Reunirnos con amigos, escuchar buena música en
compañía de ellos, compartir una buena charla o una comida agradable, son actos que debieran
realizarse a menudo y no sólo para ocasiones especiales. De igual modo debe ocurrir en la
cotidianeidad familiar. Cada encuentro comunitario como son las comidas diarias, en que se congrega
el grupo familiar, debe estar regido por el amor. Este amor comienza por preparar alimentos que
agraden a todos, evitar las frases o charlas conflictivas y no ventilar problemas a la hora de la reunión
gastronómica. Es el momento de crear lazos afectivos firmes y de consolidar la autoestima propia y la
de nuestros seres queridos. Es la ocasión de regalar amor sin mezquindades. Esto significa que hay
que esforzarse por limar las dificultades naturales que surgen al estar todos juntos y los defectos que
puedan manifestarse en forma consciente o inconsciente. El amor obliga a contenerse uno mismo y
ayudar a ubicarse y contenerse a los demás.
Nuestras virtudes ejemplares nos ayudan a ser felices y pueden contagiarse a otros creando el
clima afectivo que demuestre que realmente nos amamos y no nos “combatimos” los unos con los
otros. Es fácil criticar el defecto ajeno y es fácil rehuir de los conflictos sin preocuparnos por ayudar.
Lo difícil es hacer todo lo contrario. El amor nos impulsa a buscar esta “contrariedad” para
enfrentarnos a ella y solucionarla. Si todo ello lo hacemos con el buen humor y no como una tarea
penosa y afligente, estaremos “regalando amor”. Las personas discretas y valerosas saben obsequiar
humorismo sano a los seres que aman. La capacidad de aprender y de saber reírnos de nuestros
propios defectos y de las situaciones absurdas que no signifique herir a otros, constituye la mejor
arma para ser felices y protegernos de la desdicha.
Debemos aprender a pensar que una forma de regalar amor a nosotros mismos y a los otros es
renunciando a hábitos malsanos o perjudiciales, tanto para nosotros como para los otros. Uno de
ellos, por ejemplo, es el hábito de fumar que nos enferma a nosotros y a los que nos rodean. Dado
que los hábitos son costumbres que se aprenden o adquieren, son pasibles de ser desaprendidos, esto
es, abandonados o desechados. Naturalmente, quien ha invertido mucho tiempo en adueñarse de un
hábito, también necesitará paciencia y fuerza suficiente para intentar “lo imposible” como puede
parecer el destierro de determinados hábitos como son el alcoholismo, el tabaquismo, la drogadicción
y la mala educación en público.
Lo primero es poseer o dotarse de una “buena motivación” que nos ayude a adquirir la
convicción firme de que debemos cambiar. La acción inicial es reconocer plenamente que un hábito
es perjudicial y que nosotros lo tenemos. Para esto tenemos que realizar un “inventario” de todos los
hábitos malos que tenemos, que notamos o que otros nos hacen notar. De igual modo, debemos
buscar conocer las causas que nos llevaron a adquirir esos hábitos y superarlas, sobre todo,
sublimando el enojo o ira que puede despertarnos saber que tenemos defectos y que estos son
criticados o criticables.
El segundo paso es que por amor a nosotros y a los que perjudicamos, debemos cambiar. Con
estas dos ideas fortalecidas en nuestra mente, debemos poner en acción nuestro afecto o emociones
positivas y tomar decisiones con el compromiso volitivo total. Es decir, tener “decisiones firmes” e
irrenunciables y el tesón para llevarlas a cabo, cueste lo que cueste. No abandonar el empeño o la
lucha a los primeros fracasos, sino intentar la superación de los mismos buscando nuevas formas de
acceder al intento del cambio.
El cambio implica examinar cuidadosa y fríamente las causas de los malos hábitos y
eliminarlas o sustituirlas. Esto significa cambiar hábitos malos, por hábitos buenos. Así, muchas veces
un corto paseo por un parque, una plaza o una contemplación de un amanecer, un atardecer o una
noche espléndida, puede ser mejor que sentarse a fumar o beber. Buscar entablar conversaciones
sobre temas agradables y útiles es otra opción. Adquirir hábitos de lectura o cultivar la afición por la
música u otra arte es también una meta deseable. Cada uno, de acuerdo a sus tendencias, sabrá cual es
la opción de cambio más apropiada para sí. Lo importante es indagar sobre todas las posibilidades o
acciones que nos puedan ayudar a cambiar un mal hábito por un buen hábito. La ayuda a otros, en
forma personal, y bajo cualquiera de las formas de la caridad o filantropía, es un buen camino para
distraernos de preocupaciones o conductas funestas. Lo importante es que nos sintamos motivados
por amor a buscar la forma de cambio y la realicemos bajo cualquier costo o esfuerzo. Lograr el
cambio será el mejor regalo de amor hacia nosotros y para los otros.
La impasibilidad es una cualidad que consiste en ser incapaces de padecer algo, pero también
de sentir emociones positivas, de volver indiferentes a nosotros y a los demás. Quizás ser
imperturbables o incapaces de padecer nos ayude a superar todo sufrimiento, pero también nos
impide compadecernos de los demás. Si debemos ser impasibles debemos serlo ante el mal y el
conflicto que nos dañe, pero no ante el sufrimiento propio y ajeno, de manera especial con el
sufrimiento que autodestruye. Volvernos impasibles con falta de discernimiento nos torna reservados
e impenetrables sociales que nos aleja de todo contacto físico y afectivo con los demás. Nos encierra
en nosotros mismos, nos ensimisma y nos cierra a toda relación interpersonal. Esto nos aísla y nos
daña.
Por lo que debemos evitar ser impasibles en el sentido de no negarnos a tomar contactos
afectivos con nosotros y los otros. El juego de las relaciones humanas debe empujarnos a invitar a
otros a participar con nosotros nuestro convivir. A cultivar las emociones positivas de la amistad y la
sociabilidad. Abrirse a los otros significa no sólo preocuparse vivamente y en forma solícita por lo
que les ocurre sino también en cultivar el acercamiento, la camaradería y la amistad. Ser cortés
socialmente. Esto significa que debemos revelar nuestros verdaderos sentimientos a la gente que nos
rodea en la vida cotidiana y que están en contacto con nosotros de algún modo o vínculo.
Compañeros de estudios, o de trabajo, colegas en la profesión, vecinos, gente que conocemos en
alguna circunstancia, etc. Toda persona que establezca con nosotros algún tipo de relación, debe
recibir muestras sinceras de lo que sentimos por él. Especialmente de los afectos.
La relación interpersonal auténtica es en la que nos abrimos a otros y esto significa
mostrarnos tal cual somos y no fingiendo o aparentando lo que conviene a un interés mezquino y no
a los verdaderos intereses del amor. Es cierto que es muy difícil ser lo que realmente somos. Nos
cuesta mucha expresarnos. Mucho más abrirnos a los otros. Pero si no lo deseamos y lo cultivamos,
nunca lograremos ser nosotros mismos, sino viviremos enajenados. Faltos de nuestro afecto y del
afecto ajeno. La sinceridad de mostrar lo que sentimos nos creará fuerte vínculos también sinceros
con otros. Debemos hacer saber a otros si estamos eufóricos o deprimidos, si estamos dichosos o
estamos sufriendo algo.
Con todo el respeto y discreción debemos ayudarnos a limar nuestros defectos y los ajenos
para crear un vínculo verdadero y no falso. Expresar lo que nos molesta de otros, si se hace con la
diplomacia y la cortesía necesaria para no transformar nuestro pensamiento en una ofensa hostil, es
una manera de decirle al otro que lo apreciamos tanto que esperamos salvar todos los obstáculos que
impidan una buena amistad.
Ocultar nuestro verdadero sentir es una trampa que tarde o temprano será descubierta y nos
dejará malparados. La hipocresía es un defecto detestable. Abrirse a los demás es una tarea
complicada, de mucho esfuerzo y ganas, pero es la única forma de amarnos y de amar a nuestros
prójimos. Es la base de nuestra autenticidad como seres humanos y es otro regalo de amor que nos
hacemos a nosotros y compartimos con los demás. Cuando mentimos a otros nos estamos mintiendo a
nosotros. Cuando amamos a otros nos estamos amando a nosotros.
Sentimiento de satisfacción y felicidad
Como es habitual, la palabra satisfacción es también polisémica, con diferentes connotaciones
y denotaciones. Nosotros, para definirla como sentimiento, optaremos por la acepción denotativa de
“confianza o seguridad del ánimo” lo que relaciona a satisfacción como sentimiento positivo. Hay
una faz práctica del sentimiento de satisfacción que es la que surge de “cumplimiento del deseo o
gusto” o al de “razón con que se sosiega y responde enteramente a un sentimiento conflictivo” para
“dar solución a una duda o una dificultad”. Sea cual fuere la acepción que se le quiera dar a la
palabra, nosotros la identificaremos como sentimiento positivo en el sentido de “sensación de
plenitud” o “sensación de bienestar”. Esto asocia satisfacción a otros dos sentimientos positivos:
sentimiento de felicidad y sentimiento de placer. La felicidad es una cuestión muy importante para el
ser humano, relacionado con la satisfacción, lo positivo, la alegría, el buen humor, las ganas de vivir,
el gozo y placer, en suma, una sensación de plenitud inconmensurable. Pero no está claro para
muchos, saber qué es la felicidad en sí, es decir, su esencia y cómo llegar a ella. Por plena lógica, el
primer paso es saber cómo se ha definido a la felicidad y los principales conceptos que sobre ella se
tienen o se han emitido. La Real Academia Española (RAE) señala que felicidad proviene del latín
felicitas y la denota como “el estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien” que
produce “satisfacción, gusto y contento”. De estas definiciones hay que extraer cuatro conceptos:
θ
θ
θ
θ
Estado de ánimo
Posesión de un bien
Satisfacción
Complacencia, contento, estar “con gusto” o “a gusto” con algo
Luego, la felicidad, como estado de ánimo es siempre algo subjetivo o perteneciente al
espíritu como un juicio de valor. Significa, desde ya, que la felicidad está siempre dentro de nosotros
y nunca fuera. Se tiene, o no se tiene, el estado feliz. Esto hace, desde ya, que su naturaleza o esencia
es completamente mental y subjetiva y no reside en lo objetivo. En esta cuestión, es posible admitir
que el hombre tiene como cosa lícita tender a “buscar la felicidad”, lo que, seguramente, debe hacerlo
en su interior. El maestro de la espiritualidad, Dalai Lama, despeja toda duda de la interioridad
(interior de nosotros mismos) de la felicidad, cuya búsqueda es “hacia dentro” y no “hacia fuera” de
nuestra mismidad. Predica que “si pudiéramos adoptar una actitud que nos permita una mayor
tolerancia, eso contribuiría mucho a contrarrestar los sentimientos de infelicidad, de insatisfacción y
de descontento”. Según este líder espiritual, la tolerancia y la paciencia pueden inducir estados de
felicidad, junto con la bondad. Puede que haya ideas o inspiraciones o impulsos místicos que generen
la sensación de felicidad, pero seguramente ésta se hará presente si es deseada o buscada. Abadi
representa este fenómeno con la frase “no se accede a ser feliz por ‘generación espontánea’ o por
una predeterminación biológica, sino que se aprende a ser feliz y, agrego, también se enseña. La
felicidad es la combinación armónica entre lo que se siente, lo que se piensa y lo que se hace”. En
esto, coincide con Enrique Rojas como veremos más adelante. La felicidad, como posesión de un
bien, también es otro juicio valorativo, esto es, que es “el bien” para cada individuo en particular. De
este modo, un “bien” puede ser algo físico o material, o algo espiritual (perteneciente al intelecto o al
sentimiento y la afectividad o que agrade a la voluntad). La satisfacción, en este caso de la felicidad,
puede ser entendida desde un cierto punto de vista como la ausencia de la frustración. Finalmente,
felicidad, siempre de acuerdo con la RAE sería un especie de estado de placer que provoca la
complacencia con algo, la alegría o contento de tener o estar con ese algo, con el uno se siente bien
(sentirse a gusto). Empero, como aclararemos en algunas cuestiones, no se debe confundir a felicidad
con la mera satisfacción de una necesidad o la ausencia de frustración, o estado de placer, o sensación
de alegría o bienestar, o la posesión de un bien. Incluso, se ha dicho que la felicidad es un estado de
plenitud, pero cabe resaltar que la felicidad es el corolario de la plenitud pero no la causa. Todos
estos elementos (satisfacción, placer, alegría, ausencia de frustración, plenitud, etc.) pueden inducir
estados de ánimos similares a la felicidad, pero los investigadores se han encargado de demostrar
que, por separado, ninguna de estas cosas es la felicidad, en sí. La idea vulgar y común que se tiene
de felicidad es imaginar el disfrute de la vida con la posesión total de todo aquellos que consideramos
que nos hace falta. En primer lugar, la carencia de necesidades, esto es, contar con un trabajo seguro,
bien remunerado y satisfactorio, una esposa o compañera amante que esté junto a nosotros
brindándonos amor, compañía y placer, una casa propia confortable, un estado de salud con ausencia
de enfermedad y alimentación suficiente, correcta y agradable. Desde esta perspectiva, parecer ser
que la felicidad consistiría en tener todas las necesidades básicas cubiertas con plenitud. Se identifica
así, a la felicidad, como una mera satisfacción de necesidades más materiales que espirituales.
Lo habitual es pensar en felicidad como:
1.
2.
3.
la ausencia de necesidades o de respeto y amor,
la realización completa de nuestros deseos
la ausencia del dolor.
En forma general, se considera que felicidad es cuando en este mundo nos sonríe la fortuna
en todo y el alcance pleno de todos nuestros objetivos. Sin embargo, la vida real que nos toca a cada
uno nos muestra que esa felicidad, en su forma total, es inalcanzable desde la manera que la
encaramos. Lo normal y común es una vida signada por desgracias que no podemos combatir ni
evitar como la enfermedad, la muerte, los accidentes, las injusticias, etc. No obstante, el mundo ha
sido creado bajo un ideal de compasión, equilibrio y amor, de tal manera que todas las presuntas
“infelicidades” tienen su compensación.
Es evidente y no necesita mucha comprobación, que quien vive amando, vive, en alguna
medida, feliz. La felicidad conlleva un estado de dicha que es vivido y compartido como el
sentimiento de amar. Los psicólogos creen o definen a la dicha como un “bienestar subjetivo” e,
incluso, le dan un territorio anatómico: el lóbulo frontal izquierdo del cerebro (el lóbulo derecho
generaría tristeza). Independientemente de las funciones corticales del cerebro en la intervención de
las sensaciones dichosas o tristes, mirando la forma en que desarrollan su vida aquellas personas
consideradas dichosas, encontraremos muchas pautas ligadas, indefectiblemente, al pensamiento
positivo y creativo. El concepto de bienestar o “estar bien” implica varias acepciones, según el punto
de vista. Así, una primera acepción, desde una perspectiva materialista, el bienestar involucra “un
conjunto de las cosas necesarias para vivir bien, esto es, una vida holgada o abastecida de cuanto
conduce a pasarlo bien y con tranquilidad”. Esto sería una acepción de bienestar objetivo, puesto
que la sensación placentera se obtiene a partir de cosas o bienes gratificantes. Sin embargo, el
bienestar subjetivo está más ligado a la acepción de “estado de la persona humana, en el que se le
hace sensible el buen funcionamiento de su actividad somática y psíquica”. El significado deja de
depender de cosas u objetos para convertirse en un estado de ánimo por el cual no se perciben
sensaciones displacenteras o desagradables, sino que se siente una completa bonanza física y psíquica.
Es un bienestar espiritual.
El bienestar está, semánticamente, ligado a otros “bienes” como la bienandanza que
representa la felicidad, dicha, fortuna en los sucesos; y la buenaventura (buena suerte o dicha) o
bienaventuranza que sería la prosperidad o felicidad humana. Cristo, en el Sermón de la Montaña,
fijó ocho sendas de la bienaventuranza, que serían los puntos de vista cristianos de la felicidad
humana (en cuanto al concepto religioso de que la verdadera bienaventuranza sería la vista y
posesión de Dios en el cielo). Lo que llama la atención es que todo estos “bienes” (bienandanza,
bienaventuranza, buenaventura) están definidos como estados de felicidad o dicha. En cuanto a la
dicha, es considerada como sinónimo de felicidad, en primer lugar, y de suerte feliz,
secundariamente. Enrique Rojas distingue entre felicidad razonable como “equilibrio entre lo que
uno ha deseado y desea, y lo que uno ha conseguido o puede conseguir”, y una felicidad no
razonable que consiste en un estado de exaltación, permanente, de éxtasis perpetuo, sin sustento real
ni satisfacción de deseos. Opina que la felicidad es posible y está al alcance de todos, pero no es
sencillo alcanzar una felicidad moderada o razonable, sobre todo en estos tiempos en que “vivimos en
una sociedad psicológicamente enferma”.
Conviene distinguir entre dicha espiritual y felicidad. La felicidad está, en estas
consideraciones, emparentada con la dicha espiritual. La dicha espiritual es un estado total de nuestro
ser, una sensación plena de bienestar y amor, incluso superior a lo considerado felicidad. Consiste
en sentir la totalidad de nuestro ser y mantener el equilibrio emocional frente a la buena o mala
fortuna, recuperar nuestro poder personal y fundirnos con el espíritu que habita en nosotros. De ese
modo, la dicha espiritual no depende de la buena o mala fortuna personal sino que está disponible
siempre dentro de cada uno de nosotros. Si estamos satisfechos, el agregado de la dicha espiritual nos
brinda más serenidad y ecuanimidad, lo que significa que somos capaces de contemplar nuestra
fortuna (mala o buena) con cierto desapego, sin aferrarnos a ella de manera egoísta y sin tener miedo
de perder lo que consideramos bueno. Si somos desgraciados, la dicha espiritual nos trae consuelo,
descanso y paz a pesar de cualquier dolor o desgracia. La dicha espiritual provoca una experiencia de
equilibrio y plenitud en cualquier circunstancia que nos toca vivir, ya que nos contacta en forma
directa con nuestro espíritu propio. Eso produce una sensación de renovación anímica y de plenitud,
no comparable a ninguna otra experiencia humana. La energía espiritual tiene el poder de la creación
y de la regeneración. Cuando experimentamos la dicha espiritual es como si pudiéramos ver con una
claridad que antes jamás habíamos percibido, como si un velo cayera de nuestros ojos. Se des-velan
las cosas y éstas se nos muestran con su verdad, tal cual son. La dicha espiritual nos provoca la
sensación de que podemos acceder de forma directa a las intenciones secretas de nuestros corazones y
los de nuestros prójimos. Nos hermana con otros. Gracias al estado de dicha espiritual, se disuelven
todos nuestros temores e incertidumbres y sólo queda la certeza plena sobre la misteriosa finalidad de
la existencia. Da sentido total a nuestra vida. La verdad es que el camino hacia la dicha espiritual es
un sendero construido sólo por pura comprensión, de total entendimiento de nuestro interior con el
entorno. Para esto debemos aceptar que la dicha espiritual depende de la amplitud de nuestra
conciencia y que esa amplitud es el resultado de un cambio en nuestra actividad mental. Enfocamos
esa actividad hacia el silencio interior de la meditación profunda y de este modo anulamos la
actividad mental vacua de estar pensando sólo en preocupaciones sin finalidad alguna. Estar
conectado con nuestro espíritu implica el “silencio interior” propio de la meditación trascendente, de
forma tal que vivimos enganchados a nosotros mismos en un diálogo interior permanente. La
suspensión temporal del flujo del pensamiento cotidiano inútil nos permite encontrarnos con la
totalidad de nuestros espíritus. La dicha espiritual es, precisamente, el resultado de este encuentro.
Obviamente, el encuentro espiritual consigo mismo nos conduce a un estado superior (metafísico) en
el cual la felicidad no se centra en lo cotidiano sino que nos lleva a un estado casi místico. Es ahí
donde muchos llegan a la fe y a la comunión con Dios, siendo él la fuente permanente de dicha. Para
los creyentes es el estado de santidad, donde lo mundano es pasajero y lo importante está por encima
de las cosas mundanas. Según algunos santos, la felicidad nos pone las rosas por dentro y por fuera
sólo están las espinas, de forma tal que podemos tener conflictos exteriores pero éstos no marchitan
las flores interiores. La desdicha espiritual es la contradicción de estar constituidos por espíritu y, sin
embargo, siempre estamos lejos de él, en permanente desencuentro con el mismo. Por lo tanto,
permitamos que el espíritu silencie nuestra mente cotidiana para llevarnos a la mente superior y
trascendente y allí nos muestre la gloria de encontrar la verdadera dicha, esto es, la dicha espiritual.
Hay cosas que se confunden con la felicidad. Las encuestas serias han mostrado que la
felicidad no depende del sexo ni de la edad ni de los “status”. Tampoco, como comúnmente se creía,
el dinero no da más felicidad que la pobreza. Los ricos y los que poseen fortuna en dinero no han
mostrado ser más felices que el resto de las personas. En este sentido, Gilbert nos dice: “hay dos
cosas que se vienen diciendo por cientos de años por economistas y psicólogos: las posesiones
materiales tienen una relación nimia y complicada con la felicidad, no así los vínculos sociales, cuya
relación es simple y poderosa”. ¿Cuál es la causa de que esto ocurra así? Mihaly Csikszentmihalyi
explica que esto ocurre: “por cuatro razones. En primer lugar, porque cuando los recursos no son
distribuidos equitativamente, el normal de la gente se compara con la más rica en lugar de apreciar
lo que ellos tienen; en segundo lugar porque hoy en día, el éxito se mide en términos económicos,
por lo que se deduce que una persona con dinero, necesariamente es feliz; en tercer lugar, porque las
personas nunca están conformes con lo que tienen, y una vez que logran algo comienzan a pensar
que algo mejor los hará más felices aún, lo que genera un importante nivel de frustración y, por
último, porque en la búsqueda desenfrenada por conseguir la riqueza material descuidad otros
factores necesarios para una vida satisfactoria como la amistad, el amor, la música, los deportes, la
literatura, etc.” Se ha probado, que el matrimonio produce dicha. Casi el doble del porcentaje de
casados manifiesta ser felices en relación con una población numéricamente igual de solteros. Esto se
debe a que vivir en pareja y tener hijos aumenta la autoestima y la capacidad de amar.
Sinay destaca otra etimología de la palabra felicidad a la que ubica en el griego eudabmonia
que significaría “ser bendecido por un buen hado”. También cita a Aristóteles de quien extrae el
concepto de felicidad como el bien supremo al que aspiran todas las acciones humanas.
Probablemente este concepto aristotélico está más cerca de la ética que de la felicidad, porque es
evidente que quien procede con ética tiene más probabilidades de no ser infeliz. Sinay resalta que al
no haber dos personas iguales, indudablemente las reacciones y los conceptos sobre una misma
cuestión, no serán iguales. En parte, esto contribuye una especie de dilema para explicarse qué es la
felicidad y en qué consiste. En ese terreno, Sinay propone que no se debe ver a la felicidad como un
medio ni como un fin, ni como instrumento ni como objeto. Simplemente es un transcurrir y por lo
tanto será efecto de instantes o de una suma de instantes. Recuerda que Hesse cree que la felicidad
“es un cómo y no un qué, no es un objeto”. Luego, en el instante de felicidad o toda una vida feliz,
es sólo como si se estuviera en un viaje, pero con la particularidad de que en dicho viaje no hay un
puerto cierto ni un destino. Simplemente, el placer es viajar sin el propósito de “llegar a algo” o
“tener un puerto”. Es moverse sin direcciones ni directivas. Para Sinay, una vida carente de sentido
no podrá encontrar la felicidad. Previo a ser feliz, hay que saber para qué o por qué se vive. “Tener
un sentido trascendente es poder salir de nosotros, alcanzar a otros y sobre todo aprender a amar, a
través de la comprensión y la aceptación de los otros. Para trascender no hay un método, ni una
receta personalizada. Es un encuentro personal que cada uno debe buscar y realizar”. Pero este
buscar no es simplemente una “voluntad de búsqueda” abstracta sino la manera concreta de hallar un
“un modo de vivir y de vincularse”. No se debe confundir felicidad con satisfacción (al menos en el
sentido vulgar de “sentirse satisfechos” por haber alcanzado un logro o superado una necesidad).
Tampoco felicidad es mero placer. Ni es un estado perpetuo ni una meseta en nuestra vida. Todo eso
funciona como un “medio para...” y se confunde felicidad con instrumentalidad. En este sentido,
Sinay cita a Krishnamurti: “cuando buscamos la felicidad por medio de algo, ese algo se vuelve más
importante que la felicidad misma. Cuando la felicidad es buscada a través de un medio, ese medio
destruye el fin”. Finaliza Sinay afirmado que la felicidad no es simplemente “un tener” algo, sino una
“mera sensación” que surge de nuestra actitud ante la vida en general y de la vida personal en
particular. Es fruto de la responsabilidad de nuestros actos, pues resulta siempre de actos
responsables. “La felicidad sólo puede provenir de nuestras acciones”. En este caso, la
responsabilidad debe ser por tener una vida trascendente, ligada al semejante y con pleno sentido.
Alex Rovira ha introducido el término psiconomía que él define como “administración del
alma”. El término nace de la conjunción de la psicología con la economía, pues el autor entiende que
los bienes materiales son consecuencia directa de los bienes espirituales. La riqueza espiritual es la
causa de la verdadera riqueza material. Para eso deben existir principios fundamentales que sean
aplicables a cualquier actividad. Afirma que “la vida es una unidad. No debemos dejar las reflexiones
esenciales para los funerales. Debemos saber para qué vivimos, qué queremos hacer. Quizás
deberíamos hacer otra pedagogía y desarrollar, por ejemplo, la inteligencia de la felicidad, que no
es más que la construcción de un nuevo lenguaje”. Rovira cree que “aprender felicidad” es algo
factible por “modelos de vida” más que por enseñanza a través de palabras. Propone seis cuestiones
que para su teoría funcionan como principios fundamentales:
1.
Primera cuestión: se basa en el amor. “La felicidad es hacer felices a los demás”,
especialmente a la familia. “Hay que diferenciar varias dimensiones: el placer es físico, pero no
espiritual. La alegría es emocional. Y el goce es espiritual. Hay muchas cosas que nos hacen
espiritualmente felices: el sonido del mar o del viento, el olor del pan, acariciar a un ser amado, la
sonrisa de los niños, el abrazo del amigo. Lo milagroso es la capacidad del ser humano para
entregarse a los demás. En esa entrega está el amor”
2.
Segunda cuestión: tomar conciencia de lo que se posee. “La felicidad es valorar lo que
tienes. Importante: no confundir nunca placer, confort y bienestar con felicidad. Un buen sofá te da
confort pero no felicidad”. Sobre la posesión del dinero, cita a Dalí: “no sé si el dinero da la
felicidad, pero estoy convencido de que es el mejor de los sedantes”. Rovira agrega: “pero es un
sedante, sólo un sedante”. Esta reflexión es una respuesta a la afirmación de Oscar Wilde en el
sentido de que el dinero no hace a la felicidad pero da una sensación tan parecida que ni siquiera un
experto nota la diferencia. Con esto, el escritor quiere significar que una posesión tan apreciada como
es el dinero, hay que aprender a dimensionarla para no crear confusiones entre sentimientos eufóricos
que no hacen a la felicidad.
3.
La voluntad de sentido: Es principio, Rovira lo dice así: “la vida no tiene sentido sino se lo
doy yo. Luego, buena suerte o mala suerte, no desde la resignación, no desde la ingenuidad, sino
que es una profunda fuerza interior. El problema es que no aceptamos la dialéctica; y no hay vida
sin muerte, no dolor sin esperanza, no hay sístole sin diástole. Cuando comprendas que la vida es
eso, entonces puedes construir la voluntad de sentido”
4.
Servir a los demás: Este principio lo funda Rovira en una frase de Oscar Wilde: “el egoísmo
inteligente consiste en procurar que los demás estén muy bien para que puedas estar mejor”.
Considera al servicio como una “opción de vida”. El servicio es un arma formidable cuando se
realiza como “cooperación en unidad” dentro de un “tejido social”. Es decir, si el servicio es voluntad
de muchos o de todos dentro de una sociedad, la conjunción de esos servicios en armonía y unidad
hacen al progreso, no sólo de una comunidad, sino de todo un país. Con esto, Rovira nos deja el
mensaje de que el servicio bien prestado no sólo satisface a las personas y le ayuda a sobrellevar sus
problemas y conflictos personales, sino que puede ser el instrumento de riqueza colectiva que
provoque un bienestar colectivo, que favorece a todos los integrantes de una sociedad.
5.
Vivir con alegría: la idea de Rovira se sostiene en el enunciado de la escritora Peral Back, en
el sentido de que “muchas veces perdemos las pequeñas alegrías buscando la gran felicidad”. El
significado de esta frase es que no existe una felicidad bloque como una gran masa de sentimiento,
sino que la felicidad, de algún modo, se construye sobre la base de momentos de “pequeñas alegrías”
que en su conjunto constituyen instantes de felicidad. La idea es que la felicidad necesita de la alegría
para ser tal.
6.
Emprender todo con coraje: Rovira entiende por coraje “no como la ausencia del miedo,
sino como la decisión de enfrentar el miedo y vencerlo. Cuando tú hablas con alguien que se ha
arriesgado para enfrentar un problema, y lo ha superado, o ha aprendido algo, los sentimientos que
siempre se evocan son la alegría y la gratitud”. Entiende que la vida es una aventura (o no es nada)
por lo que uno siempre debe arriesgarse mucho más de lo que cree que hace.
Las ideas de Rovira se completan con la exclusión de todo sentimiento negativo o destructivo
y siempre aprender a pedir perdón por las faltas cometidas, aceptar todo lo que uno tiene, sea poco o
mucho y disfrutar de los grandes y de los pequeños bienes día a día, sin perder nuestra identidad.
Tener, mantener y manifestar siempre ideas creativas y valiosas asociadas con lo positivo o
constructivo. Tratar de realizar todas las ilusiones posibles y vivir con esperanza de que todo lo
bueno que uno haga será devuelto con creces… o, al menos, nos producirá satisfacción y contento.
¿Por qué no todos pueden ser felices? En el análisis que hasta acá hemos realizado, hay
múltiples razones que cada una, por sí, podrían explicar el fracaso de no ser feliz. Pero quizás, sea
Gilbert quien nos proponga otra razón aceptable: “si no logramos la felicidad es porque deseamos
desesperadamente las cosas que no nos van a producir felicidad, e ignoramos las que sí pueden
hacernos felices” Si entendemos esto, lo correcto sería no insistir en lo que hasta ahora no nos hizo
felices, sino intentar nuevos caminos y metas más coherentes con lo que es verdaderamente felicidad.
Si tenemos la capacidad de cambiar y empezar la búsqueda ocurrirá que: “entonces, cuando
caminamos hacia la felicidad, tropezamos con ella”. Esta frase de Gilbert puede inducir la idea de
que llegar a la felicidad sólo lo es en forma accidental (tropezando) pero no es esto lo que el autor
quiere expresar, sino que haciendo todo lo que corresponde para producir felicidad, en algún
momento del intento, súbitamente somos felices. El mismo autor aclara que “lo primero, hay que ser
escépticos de lo que nos dice nuestra mente porque ésta es muy susceptible de cometer errores. Esto
tiene que ver con las ilusiones en su memoria y en la percepción del presente. Lo mismo ocurre con
nuestra proyección al futuro. La memoria tiende a editar los recuerdos almacenados. No sólo los
fragmenta, sino que también favorece los aspectos más positivos, por eso cuando lo proyectamos al
futuro en relación a nuestro pasado, lo hacemos partiendo de una base incorrecta, que ha sido
idealizada. Nos equivocamos, además, porque el cerebro no es capaz de reconocer qué opción de
futuro sería la mejor, en el momento de elegir, casi siempre se parte de un concepto que tiene que ver
con el momento presente. ¿Lo irónico? Vivimos con la ilusión de que podemos controlar nuestra
vida, sobre la base de que todos deseamos aquello que nos hace felices” Gilbert sostiene que la
felicidad no es la ausencia de emociones negativas, pues muchas de ellas tiene que ver con el
sentimiento de supervivencia, por lo que suprimirlas puede significar la extinción. Afirma que las
emociones son una brújula que nos indican qué hacer y qué no, y si esta brújula apunta siempre a un
mismo norte, es posible que nos mantenga es una rigidez de costumbres que no permita el cambio.
Aunque Gilbert no lo dice, sólo el equilibrio de emociones negativas y positivas nos lleva a la
verdadera armonía. Si intentamos sólo quedarnos entrampados en lo negativo es ahí cuando
perecemos. De igual modo, pensar sólo en emociones positivas sin evaluar lo negativo, el resultado es
la completa frustración. En su tesis, la felicidad es un estado subjetivo imposible de definir
concretamente como se hace con un ente determinado. La felicidad, por lo tanto, no se define sino
sólo se siente. Cada uno tiene una forma distinta de percibirla, “pero lo seguro es que una persona
sabe cuando la está sintiendo, y no sólo eso, también puede graduarla lo que hace posible hablar de
la ciencia de la felicidad” Gilbert afirma que uno sabe cuando es feliz porque “me encuentro en ese
estado del que no me gustaría salir”. En síntesis, si bien el autor habla de una ciencia de la felicidad,
no se refiere a una disciplina regulada por normas y parámetros de investigación, sino al simple
“conocimiento” de la felicidad y ese conocimiento es certero cuando se está en una situación en la
cual se desea que nunca se termine. Las situaciones que siempre nos hacen felices, según Robert
Biswas Diener, depende de los vínculos con afectos y las relaciones e interacciones entre personas, en
forma afectiva, son las principales fuentes de felicidad.
Buscar una definición o un sentido de felicidad nos lleva a preguntas tales como: ¿es vivir
momentos continuos de regocijo o una satisfacción prolongada en función de nuestros objetivos en la
vida?, ¿es tener la sensación de estar conectados con la humanidad, con Dios, con una causa? ¿Es
sólo sentirse bien? “La felicidad es todo eso. Una parte de lo que deseamos enseñarles a los lectores
es que la felicidad es más que una simple sonrisa en el rostro”. “Creo que, en nuestra cultura, hay
una enorme presión por ser joviales y felices. Somos muy individualistas y empresariales. Calificamos
a la gente en términos de su éxito personal y creemos que éste tiene una relación directa con la
felicidad”. Este autor piensa, junto con Shenk, que una sombría pero acertada visión de la realidad
provoque un deseo de mejorar las cosas. De esa forma, un pensamiento negativo se transforma en
positivo.
David Myers y cols., un grupo de estudiosos psicólogos, han elaborado un grupo de consejos
para ser feliz:
Disfrutar el presente
Administrar su tiempo
Ser positivo
Apegarse a los suyos
Mostrar alegría
No sucumbir al ocio
Hacer ejercicios físicos
Tomar períodos de descanso
Alimentar su espíritu
Aceptar los fracasos y desengaños como parte normal de la vida.
Estos consejos ligan directamente a la felicidad con el pensamiento positivo y el optimismo.
La felicidad o dicha, de algún modo, consiste en vivir de acuerdo a lo que se piensa y siente, pero
buscando siempre “lo mejor” de cada instante. Viviendo en preocupación casi constante por sí y los
otros, con interés genuino y no fingido ni en busca de lo utilitario. Ser un poco “bohemio”, en el
sentido de una sana despreocupación por nuestro futuro y destino, afirmándose un poco en la
providencia. Esto no significa no tomar precauciones para satisfacer las necesidades básicas. También
se debe buscar armonizar el clásico dilema de la trilogía: “lo que se debe ser, lo que se quiere ser, lo
que se es en realidad”. Es incontrovertible que tratando de acercar las tres posiciones a un término
medio, se vive más satisfecho que pensando en lo que se quiere ser y rechazando lo que se es. Las
personas dichosas son las que cada día que amanecen dan gracias por cada cosa que tienen,
despiertan con una sonrisa y saben reírse sanamente de sus defectos. Buscan dar sonrisas a otros a
través de un trato cordial, amable, tolerante y, si es posible, acercar la narración de una anécdota
chistosa o bien contar el último “chiste” o cuento cómico. Es una forma agradable de gratificarse a sí
mismo y de gratificar a los demás. Nuestra amenidad se contagia y es un bálsamo que mitiga el
desinterés, la abulia y la disconformidad con que otros pueden estar viviendo. Muchos estudiosos
postulan el “estado de flujo”, o sea, vivir absortos en una actividad, ya sea por obligación o por
placer. Quienes se concentran en su trabajo, sea por el placer de llevarlo a buen término o por la
obligación de terminar a tiempo, se olvidan en algún modo de todo lo que le rodea y es una forma de
evadir lo negativo. El estado de flujo implica usar todas o casi todas nuestras habilidades. Cuánto más
y mejor se hacen las cosas, más dichosos nos encontramos. No utilizar nuestras habilidades provoca
ansiedad y tedio, dos estados de ánimo que nos alejan de la dicha y la felicidad. Como apreciaremos
tras estas reflexiones que anteceden, si bien la felicidad es un estado subjetivo, es inducida viviendo
con plena objetividad.
Un concepto a repasar es el “mito de la felicidad. Aunque sea difícil de digerir, hay que
aceptar que la felicidad en sí no es un don que se recibe pasivamente nada más que por el hecho de
existir. Como estado de ánimo también es un punto de vista. Según sea nuestra forma de pensar, será
nuestro punto de vista de la vida y del mundo y su realidad. Y si jugamos con la etimología de
verdad, nuestra verdad dependerá del conjunto de cosas a las cuales vemos con una determinada
óptica. Esta óptica puede ser natural, espontánea, ver las cosas “tal cual” se nos presentan, o bien
puede ser una óptica “apriorística”, o sea, ver a las cosas con un prejuicio, con un concepto ya
formado antes de ver. También la óptica puede estar supeditada a ver las cosas tal cual son, pero una
vez aprehendidas, someterlas a una meditación crítica que nos lleve a su mejor comprensión. Pero
también, esta óptica puede tener un cierto “color” que generalmente se traduce por “luminoso” u
“oscuro”, o “rosa” o “negro”. Este concepto lleva a la cuestión del optimismo y del pesimismo.
Cuando los puntos de vista son apriorísticos, oscuros o negros, es decir, pesimistas, indudablemente el
estado de ánimo estará lejos de toda satisfacción y complacencia. Es cuando un individuo o persona
cree que la “felicidad es inalcanzable” o “no existe”. Otros son demasiados optimistas que creen que
todo es color rosa. Son los que ven las cosas “tal cual” o por su mera apariencia sin un análisis crítico.
Son los imprudentes y temerarios que viven superficialmente y todo “lo toman en chacota” o
despreocupación. Algunos creen que la felicidad es algo pasajero y que no se puede ser feliz siempre
y en todo momento. Esta postura o actitud, junto con las anteriores, son las que dan lugar al llamado
mito de la felicidad. Pero los que viven con una actitud crítica de la realidad circundante (sus
circunstancias) saben que puede haber optimismo o pesimismo, absolutismo o relativismo y que la
verdad no es algo que deviene con sólo creer en ella, sino que debe buscarse con esfuerzo. Esta gente
es la que acepta que la felicidad como estado de ánimo es algo que se puede adquirir si se emplea el
punto de vista adecuado para ver las cosas de la vida. Los míticos de la felicidad, que son la mayoría,
de alguna manera son “posponedores” de adquirir un estado de felicidad, a tal punto, que esa
posposición se transforma en una entidad constantemente indefinida. Es una actitud que de algún
modo es inconsciente, no se busca en forma consciente, salvo que se esté bajo el influjo de un grave
pesimismo o estado depresivo. Lo normal es que sea inconsciente. Esta es la proposición de Richard
Carlson, quien dice que esta gente vive permanentemente convencida de que “algún día seré feliz”.
Para ellos, la felicidad es una posibilidad y no algo efectivo. Son los que eternamente andan tras un
pretexto para lograr la felicidad y elaboran una lista determinada, de “nunca acabar” de cosas que le
podrían causar felicidad (terminar los estudios, pagar las deudas, tener un empleo o un ascenso en el
empleo, etc.). Otros piensan que la felicidad es obtener un bien o dinero sin esfuerzo (viven de la
previsión social o de la esperanza de ganar el premio mayor en un juego de azar).
Para estos posponedores, Carlson postula que se “pierde el tiempo” porque la vida avanza
cada segundo, minuto, hora, día, es decir, progresa con el tiempo. Luego siempre habrá un pasado
lejano e irrecuperable, un presente fugaz y un futuro impredecible o inasible. Pero como la felicidad
es un estado de ánimo, estos estados se manifiestan mientras se está consciente, o sea, “ahora mismo”,
en este preciso instante: “La verdad es que no existe mejor momento para ser feliz que el ahora. Sino,
¿cuándo vas a serlo?. Tu vida estará siempre llena de desafíos. Es mejor que lo admitas y decida ser
feliz de todas formas”. Con esto, el autor nos dice que no hay que esperar un momento determinado,
el que generalmente nunca llega. Se puede aprender a ser feliz mientras se busca un trabajo, se espera
un ascenso, se tiene una deuda o no posee ningún bien material. Si se logra comprender esto, se sabrá
que la “oportunidad de felicidad” es siempre y cuando se pretenda ser feliz de verdad y no se esté
postergando el “momento feliz”. Alfred De Souza, citado por Carlson, asegura: “Durante mucho
tiempo tuve la impresión de que la vida estaba a punto de comenzar... la vida real. Pero siempre
había algún obstáculo en el camino, algo que había que solucionar antes, algún asunto inacabado,
obligaciones que cumplir, una deuda que pagar. Luego comenzaría la vida. Al fin, me di cuenta de
que estos obstáculos eran mi vida”. Esta frase nos dice que la vida cotidiana siempre es un cúmulo de
conflictos y de deseos y que tenemos que transitarla, con todas esas cosas, sin esperar que ellas
“pasarán algún día”. Están juntos a nosotros siempre: en el pasado, en el presente y, lo más lógico, en
el futuro. Luego, si esperamos encontrar el camino de la felicidad al final de la solución de nuestros
problemas o ansiedades o deseos, nunca encontraremos la ruta. Esto lleva a Carlson a afirmar: “no
existe ningún camino hacia la felicidad. La felicidad es el camino en sí”. Se está refiriendo al camino
de la vida individual de cada persona. Se escucha la frase vulgar de que algunas personas “llevan
espinas por fuera y rosas por dentro”. Generalmente se refiere a las que se consideran personas santas,
cuyas vidas han sido una especie de calvario desde el nacimiento hasta la muerte, pero que siempre se
mostraron optimistas y felices frente al sufrimiento. Si la felicidad es un estado de ánimo, algo
subjetivo, por eso es “las rosas por dentro”. Yo puedo vivir viendo mis espinas exteriores e ignorar
mi rosa interior. Pero puedo aprender a revertir esta tendencia comprendiendo que las espinas están
fuera de mí, pero en mi interior puedo cultivar rosas. El esfuerzo en vivir encadenado a las espinas
del sufrimiento con resignación positiva, es exactamente el mismo que en empeñarse en ser feliz.
Ambas posiciones exigen el mismo sobreesfuerzo. Pero hay una gran diferencia: el tránsito por la
vida, el camino de la vida, será distinto si se recorre con espinas o con rosas.
Centrar la felicidad en un objeto es una falacia. Quienes piensan que sólo serán felices sin
tener deudas y contar con la seguridad total de tener todas las necesidades satisfechas, de obtener el
premio mayor de la lotería, de poseer bienes, de gozar de vacaciones todos los años o alguna vez en
la vida, están condenados a la infelicidad. No han entendido correctamente que la felicidad es
subjetiva y no objetiva y, por lo tanto, no está en los objetos del mundo, sino en la fineza de nuestro
espíritu. En nuestro pensamiento positivo. Las personas tristes no son felices en forma duradera y las
personas felices no se sienten tristes en forma duradera. Sin embargo, la felicidad puede aumentarse
en forma duradera. El concepto de felicidad es acorde con el concepto de Aristóteles de “buena
vida” y éste es sinónimo de “bienestar” según explicamos al tratar el concepto de felicidad. Los mitos
de la felicidad nos pueden llevar a situaciones de engaño por el sentido de la vida. Muchos creen que
aceptar con dignidad y sinceridad que son felices, les produce una frustración indecible y va en
desmedro de la opinión que otros puedan formar de aquellos que admiten no haber sido felices. Para
evitar esa sensación frustrante y la “imagen negativa” del infeliz se contagian del “síndrome del
avestruz”: esconder la cabeza. Esto es, tapar, ocultar, negar, todo acontecimiento que se juzgue falto
de felicidad. Se pasa a la vereda de enfrente con una actitud totalmente contraria: la infelicidad y las
cosas que la provocan no existen. Se debe hacer un alarde exagerado de la felicidad que uno tiene en
todo lo que posee y hace. Esto opera como un talismán que atrae la atención y la aceptación por
mayoría de toda la comunidad, especialmente en aquellas en que se tiene el concepto que la
realización total de una persona depende de una vida venturosa, plena de felicidad. Una felicidad de
veinticuatro horas al día y trescientos sesenta y cinco días al año. Es la famosa frase argentina de
aquello “que no se note la pobreza”. No importa que la pobreza exista y sea una realidad pesada de
vivir y aceptar. Lo que interesa y vale es que la gente no se entere de que uno es pobre. La apariencia
no debe ser la verdad sino la mentira que se desea exhibir. Este síndrome del avestruz es propio de
ricos y famosos, especialmente los artistas del baile, canto y cine, que se muestran siempre
esplendorosos y rodeados de “lo mejor” y poseen cuentas bancarias que se alimentan por millones de
dólares anuales. Especialmente cuando nadan en el éxito. Pero, tarde o temprano, las cortinas caen o
el telón de la escena de la vida queda abierto después del teatro realizado y aparecen todas las
debilidades y oscuridades de esa brillantez superficial. Se termina en el olvido, el desprecio, la droga,
la cárcel o el hospicio, la pobreza, etc. Aquellos que le aplaudieron y envidiaron terminan en ser
jueces muy severos que no perdonan las derrotas. Así como lo ensalzaron los denigran les vuelven las
espaldas. A nadie le interesan los que sufren. Sólo aplauden el triunfo. Al “positivo” que ronda
siempre tras el mito de la felicidad y que en su vida no hay nada malo porque sólo cabe lo bueno,
sufre un gran disgusto si debiera declarar que ha padecido un rechazo amoroso, un desencanto
emocional, un duelo, ha padecido una situación desgarrante o ha caído en bancarrota económica. En
el caso de decidir o deber expresar algo de eso, se siente una emoción fuerte como la que sufre el
empresario que declara la quiebra. Todo el halo social se deshace y la misma vida de relación se
desmorona. Se atrae el desdén de todos, incluso de amigos y familiares, porque todos quieren
participar de los triunfos, pero ninguno de la derrota. Es una mentalidad común. Debido a esta
situación, cuando hablamos de nosotros (debemos relatar una especie de biografía) tratamos de que la
narración sólo sea de cosas perfectas. Nos va bien en el trabajo, tenemos los mejores amigos,
llevamos una vida plena de satisfacción cotidiana y las relaciones con nuestra familia son perfectas
tanto esposo con esposa, padres con hijo, y todo otro lazo parental. Por lógico, los problemas y los
conflictos no son tales sino simples pavadas que no influyen para nada en la bondad eterna de nuestra
existencia. Los problemas y los defectos están bajo un espeso manto con la consigna “de eso no se
habla”, lo que imita a los discursos de los políticos donde todo es oro que brilla y se calla o se niegan
a hablar de aquellos problemas candentes no solucionados. Y si hay que hacer alguna referencia a
ellos, se soluciona con el nominalismo y la magia de la frase: “no hay problema”. Pero la naturaleza
nos juega siempre en contra y nos factura todos los desvíos hacia lo artificial. La insensibilidad que
hemos elaborado hacia el sufrimiento, también la padeceremos ante la verdadera felicidad, de forma
tal que al final de nuestra vida sólo está el vacío existencial y el hastío (de lo cual algunos podrán
tomar conciencia de ellos y otros morirán sin haberse dado cuenta de que existieron ausentes de sí
mismo). Tras el tedio, la depresión y con ella el desprecio de toda estima y por el valor de la vida.
Quienes padecen esta situación les cabe la evasión del suicidio o la drogadicción o el abandono
existencial.
La teoría de la “perpetua mentira”, en cierto modo, la instaura Marcelle Proust cuando
admite que la gente nunca expresa lo que realmente sienten o piensan o les pasa, porque lo aceptable
es que intrínsecamente todos los humanos poseen por naturaleza la tendencia a manifestar alegría y
esconder la tristeza o la desgracia o todo lo que cause disgusto. Hoy, cada vez más, Proust parece
tener plena razón y certeza de lo que aseveró. El ser mitómano de la felicidad conlleva crecer en su
entorno social pleno de otros mendaces felices y con un sentido de exageración peor que el de los
cínicos de Antístenes, pero todo ese círculo de mentirosos es muy débil y defrauda más que aceptar
directamente ser infeliz. No hay entre esos “amigos” de la felicidad ninguno que sinceramente esté
dispuesto a sobrellevar con nosotros tanto la alegría como la tristeza. Todos simulan sólo saber reír y
ninguno parece conocer las lágrimas (salvo que les entre humo en los ojos o “lloren de risa”). El mito
de la felicidad es la vanidad más frecuente y deseada en todo el mundo. De ahí que toda vida
brillante no pase de ser una burda comedia que, casi siempre, termina en tragedia. La sobredimensión
de la falsa felicidad es peor que si todas las infelicidades del mundo nos ocurrieran a la vez y por toda
una vida. Es mejor sufrir con la verdad que con la mentira. Quizá, los que acepten esta idea, les
ocurra como a los santos verdaderos, a los que antes hemos referido como “los que llevan espinas por
fuera y rosas por dentro”. Es más sincera la felicidad interior que mostrar siempre una fachada de
felicidad exterior. Los verdaderamente felices no tienen ningún empacho en admitir con toda
sinceridad sus problemas y expresarlos públicamente, aunque ello le valga el mote de “negativos”,
“pesimistas”, etc. No temen el juicio ajeno ni les afecta porque están por encima de esas contingencias
sociales “de moda” o “de etiqueta”.
Seligman asocia el concepto de felicidad al de fortaleza y a ésta con las virtudes y valores que
son positivos. Tanto la fortaleza como las virtudes y valores positivos radican en el pensamiento
positivo, el que a su vez se fundamenta en emociones o sentimientos positivos. En última instancia, el
estilo de vida es un acto de elección voluntaria pero que está ligado indisolublemente a los roles que
cada uno desempeña dentro de un marco social, económico, político y cultural determinado.
La evolución de la humanidad ha mostrado que los modos de ser del hombre tienen rasgos buenos y
rasgos malos. El hombre que aprende a manejar su inteligencia y se mueve en el ámbito espiritual
adquirirá roles adaptados a un pensamiento positivo y lleno de sentimientos superiores, los que están
compenetrados con valores y virtudes positivas que generan emociones positivas y anulan instintos y
emociones negativas. Lo positivo se puede aprender. Por esta razón, la felicidad es algo que se puede
adquirir con la educación pertinente y, por lo tanto, el hombre puede superar cualquier marco o
circunstancia personal y social para ser feliz. Así el hombre positivo o auténtico tenderá al altruismo y
la bondad, la ética y la cooperación. En él, la felicidad emanará directamente en la plena
identificación y cultivo de las “fortalezas de Seligman” que involucran a una persona que usa las
virtudes y emociones positivas en todos los momentos cruciales de su vida, como son el trabajo, el
amor, el ocio y la educación en su familia.
Seligman ha postulado una Psicología Positiva en el sentido de abarcar tres grandes metas:
1.
el estudio y cultivo de los sentimientos, emociones y rasgos positivos, basados en valores y
virtudes que ofician como fortalezas personales, de forma tal que las emociones positivas como
seguridad, esperanza y confianza resultan más útiles en los momentos difíciles de la vida que en los
momentos fáciles o placenteros. Son una especie de “barrera contra las desgracias”. Previenen los
trastornos mentales y físicos y ayuda a la superación de las dificultades.
2.
el cultivo de las habilidades espirituales y físicas, principalmente de la inteligencia y de su
aplicación al manejo y obtención de fortalezas
3.
el apoyo o incentivación y estudio de instituciones positivas sociales como son la familia; la
democracia con pleno ejercicio de los derechos humanos y la presencia de políticos honestos e
idóneos; el ejercicio responsable de la libertad individual y social, especialmente de la libertad para
adquirir información útil a nuestra educación; la educación escolar auténtica. Todo esto nos ayudará
a superar mejor todos los trances difíciles de la existencia. Contrariamente, la gente empobrecida,
decepcionada y sin alicientes, se deprime, pierde la fe y la esperanza. No obstante, siempre se aspira,
más que al mero alivio del sufrimiento, a la virtud, el propósito, la integridad y el significado.
Así, pues, hay un camino de salida a la felicidad, que conduce “por un campo de placer y
gratificación, por la cima de la fortaleza y la virtud y, al final, por las cumbres de la realización
duradera: el sentido y determinación de la vida”. Según Seligman, debemos diferenciar entre los
estados y los rasgos. Por ejemplo, los sentimientos son estados o acontecimiento momentáneos que no
tienen por qué ser rasgos de personalidad recurrentes. “Los rasgos, a diferencia de los estados, son
características positivas o negativas que se repiten a lo largo del tiempo y en distintas situaciones, y
las fortalezas y virtudes son las características (rasgos) positivas que aportan sensaciones positivas y
gratificación. Los rasgos son disposiciones duraderas cuya materialización hace que los sentimientos
momentáneos sean más probables. El rasgo negativo de la paranoia incrementa la probabilidad de
que aparezca el estado momentáneo de los celos, del mismo modo que el rasgo positivo de tener
sentido del humor hace que sea más probable reír”. Tampoco debemos confundir placer con
gratificación. El placer nos guía al hedonismo simplista en el cual la suma de sensaciones agradables
menos las sensaciones desagradables son las que provocan el agrado o placer. Pero esta idea nos lleva
a calificarnos para saber cuando una sensación es agradable o desagradable y la realidad es que no
siempre acertamos en una evaluación pertinente. La falta de certeza en el conocimiento de nuestras
sensaciones provoca la falla de la evaluación que puede conducirnos a la insatisfacción y alejarnos
del placer, el cual, o no se alcanza, o es muy efímero y pasajero. En cambio, la gratificación, hacer lo
grato, no es una suma y una resta de momentos agradables y desagradables, sino el ejercicio activo de
acciones positivas. Una de ellas es la cortesía o amabilidad con los demás, como es el ejercicio de la
bondad. La felicidad se trata “de la capacidad de servirnos de lo mejor que hay en nosotros para
contribuir a la ventura ajena, de modificar conductas que nos abruman y predisponen mal al
prójimo, de esforzarnos por no protestar y seguir nadando aunque estemos en medio del océano. No
podemos negar que existe una inteligencia práctica, la que logra subsanar las cotidianas vicisitudes
y empuja a seguir adelante, aun en medio de crisis individuales o financieras. Y es esa constancia la
que mueve hacia la ventura, ese peregrinar sin desesperanzas por los ríspidos senderos de la
existencia, lo que lleva a la dicha. “Después de todo, el genio no es más que la infinita capacidad de
tomarse constantes molestias, Watson”, afirmaba Sherlock Holmes, legendario y sagaz personaje de
Arthur Conan Doyle. Y la felicidad, ese ejercicio sin tregua, puede ser también una de las formas de
la sabiduría” (N. Carrizo)
Para Seligman, el ejercicio de la bondad, en sí, es una gratificación distinta del placer. En este
sentido, este tipo de gratificación “apela a las fortalezas de cada uno y exige dar la talla para asumir
un reto. La bondad no va acompañada de emoción positiva como el júbilo, sino que consiste más
bien en el compromiso total y en la pérdida de conciencia de la propia identidad”. Esto significa que
la bondad es “dar de sí” y la satisfacción reside más en la felicidad ajena que en la propia. Una de las
formas de la felicidad propia es dar felicidad a otros o verla en ellos. En síntesis, Seligman propone
como felicidad el desarrollo de “la capacidad de amar y ser amado, de dar sentido a nuestros actos,
de ser responsables de aquello que podemos cambiar e inquebrantables ante lo que no se puede
evitar” De este modo, la felicidad es algo contagioso. (Noemí Carrizo)
El Estudio Walker confirmó el sistema inherente al ser humano que hace que los hechos
positivos guarden mejor memoria que los negativos. Este estudio demostró que lo primero que se
olvida es la tristeza (salvo en los casos que sufran trastornos de depresión). La tendencia al placer y la
huída del displacer es un principio psicológico ampliamente comprobado. Esto justifica el buen
recuerdo de lo positivo y el olvido de lo negativo, puesto que la intensidad del dolor siempre es
menor que la vehemencia de la alegría. Por otro lado, la tendencia a lo positivo está contemplada en
la denomina teoría de la adaptación, la cual siguiendo el principio de placer y displacer establece
que el ser humano cuenta con nivel básico de humor basado en la felicidad y el placer y, de ahí, tiene
tendencia a buscar ambos valores por sobre todas las cosas. El olvido es uno de los instrumentos
naturales de la mente humano para borrar lo indeseable o lo displacentero. Gracias a la posibilidad de
sublimar el sufrimiento es que se puede adquirir la capacidad de ser felices. Si cada uno analiza bien
su vida, aun en las peores crisis, siempre hay situaciones gratificantes y la esperanza de algo mejor.
Esto hace pensar que en realidad la mayoría de los seres humanos, independiente de sus necesidades
materiales o físicas insatisfechas, de un modo u otro alcanzan un grado de felicidad, a su manera. Es
decir, la felicidad no es lo mismo para todos. Un anacoreta goza de la soledad, mientras que a otros
los mata.
Se ha hablado de “factores que influyen en la felicidad”. Un estudio realizado en Inglaterra
sobre los factores que influyen en la felicidad, logró realizar una lista sobre diez posibles factores de
influencia:
1.
riqueza: la posesión de dinero para satisfacer necesidades básicas como la alimentación,
vestido, vivienda, etc. produce tranquilidad, satisfacción interna, autoestima. La gente que posee
riqueza, en general, tiene mayores niveles de satisfacción en lo económico, pero no hay una relación
directa entre posesión de riqueza y felicidad. Los países industrializados (primer mundo) cuyo
ingreso promedio es muy satisfactorio no presentan índices elevados de felicidad. Una vez satisfechas
las necesidades básicas, la mayor posesión de bienes y dinero no es fuente de dicha, aunque haya un
grado de satisfacción cuando uno advierte que tiene o gana más que los amigos, vecinos o colegas.
Esto se debe a que el dinero compra estatus y éste conlleva un aumento de la autoestima. Esto explica
también la búsqueda de estatus de otra forma (fama de científico, actor, deportista, etc.) aunque no
signifique mayores ingresos dinerarios (Andrew Oswald) El axioma popular dice “el dinero no hace
a la felicidad, pero proporciona tranquilidad”. Hay pobres felices y ricos infelices. Recordemos,
como antes lo había citado, que Oscar Wilde decía que “el dinero no da la felicidad, pero
proporciona una sensación tan parecida que ni siquiera un experto es capaz de reconocer la
diferencia”. Guido Mizrahi piensa que lo dicho por el irlandés Wilde “es muy ingenioso y gracioso,
pero no es verdad. Con dinero no se puede comprar cosas esenciales y maravillosas como la salud o
el amor. A lo sumo, ambas se pueden alquilar con plata”. Albert Camus, escritor argelino, sostenía:
“es pura soberbia intelectual creer que no se puede ser feliz con el dinero. Con el dinero, uno no
tendría que vender doce horas de su día para trabajar, a veces en algo que no te gusta. Con dinero
compraría tiempo, porque se necesita tiempo para ser feliz, para disfrutar de tus seres queridos o
hacer lo que se te dé la gana”. El pensamiento de Camus está dentro del concepto de Wilde, pero
debemos reconocer que los grandes millonarios de la humanidad no poseen toda la felicidad que
desean. Algunas biografías demuestran que sufren más que lo que gozan. Lane acota que “en las
sociedades prósperas, el dinero no trae mucha más satisfacción, sino los amigos. En las pobres, es al
revés”.
2.
ambición: hay una proporción inversa entre ambición y felicidad. A mayor ambición, menor
felicidad y a menor ambición, mayor felicidad. Esto se debe a que cada vez que uno logra satisfacer
sus deseos, por norma general se tiende a pedir más. Así, los estudios arrojan resultados que indican
que quienes realizan listas de las cosas que consideran que ayudan a “una buena vida”, a medida que
más tienen, más desean, por lo que el deseo de “una buena vida” siempre es algo inalcanzable.
3.
inteligencia: Los escasos estudios realizados indicaron que no siempre la mayor inteligencia
significa más felicidad, aunque los más inteligentes y capaces suelen tener mejores oportunidades
económicas y sociales. Esto se debe a que los muy inteligentes suelen plantearse expectativas muy
altas y esto les lleva a imponerse metas muy ambiciosas. Además, las pruebas que dan alto puntaje de
inteligencia no tienen nada que ver con la capacidad de llevarse bien con la gente. Sólo un correcto
adiestramiento de la inteligencia, de forma tal que se oriente a objetivos más dichosos, puede lograr
que la inteligencia sea un factor de felicidad, como es lograr la “inteligencia social” (Diener)
4.
genética: Hay estudiosos que creen que existe un nivel fijo de felicidad determinado en un
90% por genes, pero no hay “genes de la felicidad” en el genoma humano estudiado. Tampoco hay
estudios que indiquen la existencia de la “felicidad innata”. Gran parte de la sensación de bienestar
depende de lo que estamos viviendo en determinado momento y otra parte puede deberse a un estado
de ánimo constitucional o temperamental, pero la felicidad siempre depende de nuestro buen juicio y
preparación, pues de ambos factores puede haber una conducta que se traduzca en alegría o en
insatisfacción. El nivel fijo de felicidad depende mucho de una tendencia natural al buen o al
malhumor (estado de ánimo) Obviamente, la tendencia al buen humor produce más felicidad.
5.
belleza: no hay dudas que la belleza física produce un efecto leve pero positivo del atractivo
físico en el bienestar subjetivo. Por regla general, la belleza tiende a atraer más a la gente, pero debe
acompañarse de algunas virtudes para evitar que una personalidad antipática contrarreste la buena
impresión que causa lo bello. No sólo lo bello es por sí sólo un factor exclusivo de felicidad. La
belleza produce satisfacción interior o subjetiva y una satisfacción objetiva por la atracción que
induce en los demás. Pero la interacción social exige, además de la belleza, otros factores de
convivencia para evitar el rechazo por mal carácter, envidia, egocentrismo o soberbia. Luego, un
efecto benéfico de la belleza, además de satisfacer el ego, debe resultar simpática a los demás que se
sienten atraídos por ella.
6.
amistad: Las relaciones sociales satisfactorias tanto en la familia como en el medio social en
que uno se desenvuelve, provoca satisfacción y felicidad. Pero el cultivo de la amistad en términos de
completa empatía, afectividad y armonía, es un gran factor de amistad cualquiera sea la condición
social o personal que se detente.
7.
matrimonio: hay estudios comprobados que la gente que cultiva un matrimonio relativamente
estable y armonioso, es más feliz que los solteros. Esto puede deberse a dos factores comprobados:
hay gente que es feliz por estar casada y la gente feliz tiende más a casarse y a mantener en buen
estado su matrimonio. Las relaciones conyugales equilibradas y afectivas producen más satisfacción y
seguridad y permite tener una vida afectiva por el contacto físico amoroso. No ocurre lo mismo con
las parejas de hecho, en los cuales impera un sentido de inseguridad básicamente, que probablemente
es el que les lleva a no formalizar un matrimonio. La inseguridad es nociva para la felicidad.
8.
fe: hay mucha gente que siente felicidad con la práctica religiosa, cuando hay relación
positiva con la misma. Las creencias religiosas actúan por sentimientos de seguridad en una vida
mejor posterior a la muerte, el apoyo comunitario de la iglesia y el sentimiento superior de fe en un
principio absoluto que les protege de adversidades. La fe religiosa, como superadora de conflictos y
adversidades, conlleva un grado de dicha
9.
caridad: el altruismo, la filantropía y la compasión que inclinan a preocuparse por los demás
y asistirlos en la aflicción o acompañarlos en la dicha, producen gran satisfacción subjetiva. También
acá hay dos situaciones a considerar: la satisfacción que se siente al ayudar a otros por un lado, y por
otro, la gente feliz tiende a compartir su dicha con otros, ofreciendo su apoyo generoso.
10.
edad: la menor edad conlleva falta de desarrollo de todo tipo (físico, motriz, intelectual,
afectivo) y de por sí tiene un grado de inmadurez. Si la persona ha medida que crece en edad, logra
un cierto desarrollo, esto es, madura y no queda con un grado de inmadurez, esto le permite manejar
con mayor aplomo los conflictos dada la experiencia acumulada. Los viejos además de la sabiduría
de la experiencia, saben sobrellevar mejor las penurias y resolver con menos ambiciones sus
problemas básicos. Son más realistas y menos ilusos. Además, la sensación de que les queda poco
tiempo de vida, les lleva a ser más selectivos con las cosas que realmente importan y descartar lo que
no los hace felices.
11.
éxito: muchos creen que el éxito es fruto del optimismo y es fuente de felicidad. Puede que
causa algún grado de satisfacción, pero no hay pruebas contundentes de que el éxito y la felicidad
estén correlacionados.
En realidad, y de acuerdo a lo antes expresado, el estudio inglés apunta hacia un concepto
pragmático de felicidad, esto es, a una cuestión objetiva. El estudio marca situaciones objetivas que
parecen estar relacionadas con la felicidad. Pero nosotros hemos mostrado otros conceptos que
desvirtúan la idea inglesa de que la felicidad depende, en cierto modo, de elementos objetivos.
Los budistas han elaborado una concepción de la felicidad. Para lograr encauzar la energía
emocional también es necesario distinguir entre felicidad y placer. Para Matthieu la felicidad es una
sensación profunda de plenitud que se acompaña de un estado de paz y serenidad interior y exterior
y del cortejo de todas las emociones positivas posibles (compasión, altruismo, alegría, etc.). No
depende del tiempo, la ubicación en que uno se encuentre ni de objetos determinados o de ningún
objeto. Es un estado mental que se desarrolla cuanto más se aprende a experimentarla. De modo
contrario, el placer siempre tendrá dependencia de otras circunstancias como el lugar, las condiciones
en que se da y del objeto de placer o disfrute. Esto hace que sea una sensación mutable en relación
con la felicidad que es estable en las mismas condiciones. En cambio el placer, en las mismas
condiciones una vez puede producirse pero otras veces no. No siempre las mismas ocasiones y
objetos nos producen placer. Incluso, lo que primariamente fue agradable, secundariamente puede
resultarnos indiferente, desagradable y causarnos sufrimiento. Tomando el ejemplo de una vela que
arde, el placer (como la vela) se consume en el acto de arder. Por lo tanto, lo que nos aleja de las
emociones destructivas no es el placer sino la felicidad que nos da el tipo de estabilidad necesaria,
claridad y satisfacción interna. Mientras que el pensamiento occidental encuentra que en toda la
historia de la humanidad no se ha referido o conocido a alguien que sea totalmente feliz y realmente
bueno, el budismo habla de la budeidad como el estado del hombre que logra alcanzar el estado
pleno de felicidad y bondad.
Tanto es así que en la lengua tibetana, para nombrar a la budeidad, utiliza dos términos:
¬
sang: esta palabra significa alguien que ha disipado todos los oscurecimientos
¬
gye: es aquel que ha desarrollado todas las excelencias posibles y se encuentra en estado de
iluminación (la luz remplaza a la oscuridad)
Esto lleva a que la budeidad, a diferencia de la occidentalidad, cree o concibe que se está en
un estado de bondad última donde la hay actualización de la bondad como esencia fundamental de la
conciencia. A pesar de considerar que la bondad se halla en todo el ser, en realidad es una bondad
primordial que conforma la naturaleza última de la mente (en nuestro concepto, del espíritu) y ésa
sería la naturaleza del Buda. Esta interpretación, traspolada al plano de la religión, hace que el
hombre se encuentre más cerca de un estado de bondad original que de pecado original. La bondad
budista es un estado de realización con una mente completamente despojada de emociones negativas
y también del sufrimiento. La posibilidad de que esto ocurra la testimonian el mismo Buda y los que
abrazan al budismo como forma de vida o de preparación espiritual (seres iluminados). Luego, la
posibilidad de la iluminación es la idea de que la mente queda totalmente libre o vacía de emociones
oscurecedoras, negativas o destructivas. Alcanzar el estado de budeidad no es una tarea inmediata e
instantánea sino un proceso de purificación que conlleva la acumulación gradual de cualidades
positivas y de sabiduría. El resultado final es la plenitud o estado de plena conciencia en el que no
hay causa alguna para que sigan apareciendo emociones negativas y se manifiesten siempre las
positivas. La iluminación budista es así la experiencia de recorrer un determinado sendero. Esta
experiencia requiere en primer lugar el deseo intenso de hacerlo y el compromiso total de la voluntad
porque requiere mucha perseverancia, diligencia y esfuerzo constante. Para los monjes budistas la
felicidad funciona como la capacidad de sentir emociones altruistas y poseer un espíritu lleno de
compasión y serenidad, lo que oficia como acostumbrar al cerebro a la dicha. Matthieu sentencia:
“todo esto requiere su tiempo, pero resulta alentador saber que, si progresamos en la medida de
nuestras habilidades, finalmente podremos comprobar su verdadera eficacia”
Muchos autores han clasificado a la felicidad en diferentes tipos. Uno de ello es Aristóteles
que piensa que es evidente que la felicidad puede manifestarse de modos diferentes, de acuerdo al
modo de ser de cada uno y las motivaciones personales. O, por lo menos, creer que ciertas situaciones
o sensaciones placenteras y satisfactorias, constituyen un “estado de felicidad”. Sobre esta base se han
intentado reconocer “tipos de felicidad”. Por esta causa, Aristóteles hace diferencia entre tres tipos de
felicidades complementarias:
1.
felicidad de la vida voluptuosa o felicidad del placer: se basa en la mera búsqueda del placer
y el fin o sentido de la vida es el hedonismo en sí
2.
felicidad de la vida sociopolítica o felicidad del prestigio personal: se fundamenta en que el
sentido de la vida radica en el éxito social, el que se mide por el prestigio personal alcanzado en la
sociedad por cual vía (arte, ciencia, riqueza, política, industria o comercio, deportes, medios de
comunicación, etc.)
3.
felicidad de la vida contemplativa o de la sabiduría: acá el norte es la posesión prudente del
conocimiento y el manejo armónico y eficaz del mismo que enseña a aprender a vivir y que se
alcanza con la plenitud espiritual.
La felicidad total, desde esta perspectiva filosófica aristotélica sería alcanzar o complementar
los tres tipos de felicidades. Pinkler comenta la idea aristotélica en la actual sociedad del siglo XXI y
asevera que, siempre, una mera búsqueda de prestigio va a depender de los demás, en el sentido de
que quieran, o no, reconocer u otorgar dicho prestigio. En este sentido, nadie es autónomo dentro de
la sociedad. En cambio, si la felicidad se rige exclusivamente por el placer, se estará expuesto a
situaciones de displacer como las enfermedades, el desamor, el dolor y el miedo, entre otros
sentimientos o sucesos negativos antiplacenteros. Contrariamente, la sabiduría obtenida
auténticamente y en forma total, no tiene grietas o fisuras que la desvaloricen o por las que “podría
colarse la desdicha”. La sabiduría sería la única fuente de felicidad y de plenitud y por eso es
importante aprender a pensar, en manera especial, a pensar filosóficamente. Es la única forma de
asumir cada uno sus propias circunstancias vitales y darle un verdadero sentido a la vida personal y
en general.
Ekman, preocupado también por “tipificar” la felicidad, considera directamente a la felicidad
como una emoción más que un sentimiento o un estado mental. Con este fundamenta cree que
habría siete tipos de felicidad a los que enumera específicamente. Los siete tipos enumerados por
Ekman, son denominados familia de la felicidad:
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
regocijo
fiero (el gozo de afrontar un reto)
alivio
excitación, novedad
sobrecogimiento, admiración
placeres sensoriales (en cada uno de los sentidos)
calma y sosiego
Reforzando su concepto, Ekman afirma que cree que estos tipos de felicidad, aunque no haya
prueba fehaciente, son verdaderas emociones. Con esto quiere decir que los considerados
sentimientos también pueden compartir el criterio de emociones. Por lo tanto ubica a la felicidad y su
familia en el orden de las emociones. Goleman considera que la felicidad es una especie de estado de
ecuanimidad similar al de los conceptos budistas. Ekman remarca que la palabra felicidad no
comunica, en sí misma, a qué tipo de ella se refiere. Por lo tanto esto admite interpretaciones como es
el caso de los tipos ofertados o planteados, los que no excluyen que haya otros tipos.Otra cuestión a
considerar es el término fiero que Ekman propone como “placer que acompaña el hecho de afrontar
un reto” pero diferente a regocijo ni tampoco como placer o gozo en sentido general, sino
únicamente reservado cuando se debe enfrentarse con un reto. Un placer que surge de las emociones
con el compromiso y la lucha que conlleva el reto y hasta el propio dolor para conseguir superarlo.
Este placer no tiene referencia lingüística en otros idiomas. En francés hay una palabra fierté pero no
se refiere ni al placer ni a la felicidad sino al orgullo. Probablemente, Ekman se ha basado en el
vocablo inglés fiery que es un adjetivo que significa ardiente, abrasador, encendido, acalorado,
fuerte. La raíz inglesa fier se relaciona más con vehemencia que con placer. El término castellano
fiero se refiere a ferocidad y está relacionado con reacciones bestiales. El inglés tiene un vocablo
sinónimo que es fierce. Luego, abría que atribuir un carácter de neologismo único el ideado por
Ekman para su particular definición. Pero es un neologismo de dudosa etimología y valor semántico,
dada la denotación castellana o española y la falta de un vocablo específico en otros idiomas. Si el
autor no explica el origen etimológico, será muy difícil de aceptar o interpretar, a pesar de haberlo
definido taxativamente como placer o gozo. En síntesis: esta tipología tiene muchos aspectos
controvertibles no sólo desde el punto de vista estricto de las emociones, sino también de la
interpretación subjetiva de esos tipos y los inconvenientes semánticos. Un ejemplo de interpretación
subjetiva puede ser el mismo dado por Goleman que es el sobrecogimiento el cual puede
interpretarse como admiración o como constricción (sentimiento opresivo, congoja). Esto daría
origen a considerar que habría dos tipos de sobrecogimiento: uno positivo (admiración) y otro
negativo (opresión, congoja).
Guido Mizrahi, filósofo argentino, también ha propuesto una tipología de la felicidad y
opina que en la cuestión de la felicidad “no hay una receta única, cada uno tiene que encontrar su
respuesta”. Propone que la felicidad se debe alcanzar en tres dimensiones:
1.
la felicidad física: consiste en tener el cuerpo sano y para ello hay que aprender a comer lo
necesario y sano y evitar los excesos, aprender a respirar, aprender a asear el cuerpo. Hay que cuidar
los sentidos, especialmente la vista y el olfato. Sentir el olor de las cosas agradables, el perfume,
produce sensaciones placenteras que ayudan a mantener un buen estado de salud. Hay que aprender a
gozar de la piel, acariciando y siendo acariciado. “Tocar al otro”
2.
la felicidad emocional: tiene que ver con los afectos, con amar y sentirse amado, escuchar y
sentirse escuchado, reconocer y sentirse reconocido. La ecuación es simple: si doy recibo y si no doy
lo probable es que no reciba nada. El afecto se debe dar siempre sin esperar nada a cambio, porque,
generalmente, si uno da también recibe algo. “Todos cosechamos lo que sembramos”. Para que haya
una felicidad emocional, debe, previamente, existir una felicidad física. Nadie se siente feliz con un
dolor de muela. Por eso cree Mizrahi que la felicidad física es la primera y sobre ella asienta la
emocional.
3.
la felicidad espiritual estaría en tercer lugar y es la que completa las otras dos felicidades y
emana de ellas. Es la felicidad más sencilla, simple, concreta y real cuando se la descubre. Consiste en
estar en paz con uno mismo y con los demás. Estar contento con lo que uno tiene ahora, porque la
felicidad es siempre un presente, un ahora. No es pasado ni futuro. Es el momento que se siente. La
felicidad espiritual es tener paz espiritual y para esto no hay ambicionar nada ni estar pendiente de las
cosas que no nos son necesarias. Estar en paz también es ayudar a otros. Ayudando al prójimo, nos
ayudamos a nosotros mismos. Para ser feliz hay que hacer las cosas esenciales de la vida y esas cosas
sólo las puede hacer uno. Nadie nos puede sustituir.
Es posible de tener cuenta algunas “guías para la felicidad”. Es obvio que la infelicidad actual
de la humanidad, en gran parte, depende de un vacío espiritual y de la insatisfacción de necesidades
básicas. Todo esto lleva a una especie de “pérdida de sentido de la vida” que genera desesperanza y
una desvalorización generalizada del hombre, la humanidad y la sociedad. La sensación general es
que el mal predomina sobre todo bien. Este sentido de mal que ha llevado a culturas desviadas
diversas (“de la delincuencia”, “de la muerte”, “de la violencia”, etc.) tendría un principio de
recuperación si la gente supiera, pudiera y quisiera (sobre todo, esto último) reencontrar una senda de
sentido auténtico para su vida personal. El primer escalón es “aprender a pensar y sentir”, esto es, a
razonar, a filosofar sobre la propia vida y sus circunstancias y a dilucidar el sentido de las cosas,
primero, para orientarse hacia el sentido de la propia vida, al elegir una senda determinada. La tesis
de Guido Mizrahi es que “la felicidad es posible” pero para eso hay que aprender a filosofar porque
es útil para la vida. Resuelve problemas como el dolor, el amor, los sentimientos y otras
circunstancias vitales. Pero para eso se debe filosofar sobre temas concretos, útiles y resolver
problemas viejos y nuevos. Debe ser una caja de herramientas para mejorar la existencia y para esto
debe tener los instrumentos adecuados y “puestos al día” en que se vive. No podemos vivir en el siglo
XXI con filosofía medieval. Alguna vez lo medieval sirvió pero hoy no presta mayor utilidad.
Debemos valernos de la filosofía para aprender a pensar, a sentir, a hablar y a vivir mejor (cultivar la
salud, los sentimientos y el espíritu) poner en claro todas las ideas y cuestiones nebulosas. Platón
concebía a la filosofía como algo terapéutico, curado y sanador. Pero tenía que ver con un
aprendizaje del alma. Sólo que el aprendizaje del alma es lento, requiere voluntad, conciencia de
cambio y saber resolver problemas encontrando soluciones certeras. La filosofía no es un ente
abstracto y complicado. Es aprender a pensar en forma simple sobre cosas simples y concretas,
sabiendo hacer preguntas permanentes, aunque no podamos contestar a todas, pero con sólo
formularlas en tiempo y forma ayuda a sentirnos mejor. Mizrahi cree que “el filósofo no es alguien
que tiene el secreto de la felicidad”, pero sí es alguien que la busca para encontrar “su propia
respuesta” a todas las preguntas esenciales a la vida. John Locke consideraba que “los hombres
siempre olvidan que la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las
circunstancias”, por lo que Aldous Huxley afirmaba que “la experiencia no está en lo que sucede
sino en lo que hacemos con lo que sucede”.
Otros escalones hacia la felicidad son el reencuentro con los valores espirituales universales
como la bondad, la dignidad y la honestidad. El último escalón es empeñarse en triunfar primero
sobre la vida personal y luego enfrascarse en el trabajo de ayudar a otros a superarse y de
convencerlos de la bondad de “aprender a vivir bien”, lo que significar desterrar lo malo, lo que hace
daño a uno y a otros y provoca el escándalo. Amarse a sí mismo (como autoestima positiva y no
egoísmo, autocentrismo o narcisismo) es la clave para amar a otros (Cristo) o amar a los otros más
que a sí mismo (Buda). Aceptar la projimidad es renegar de la frase egoísta de vivir “haciendo lo de
uno”. Las personas que viven “haciendo lo suyo” nunca se integrarán con los otros. Lo mejor será,
entonces, vivir “haciendo con lo mío junto con los otros”. “Lo mío” no debe ser una cosa aislada y
ajena a los otros. “Lo mío” es una vocación personal integrada con todos los otros. Sino se
transformará en una “soledad personal” y un desengarce total de la realidad y de una existencia
enajenada o extrañada, regida, la mayoría de las veces, por la inmoralidad del “todo vale”, en sentido
de daño y escándalo personal y público. “Lo mío”, definitivamente, debe ser la bondad y la
generosidad consigo y con los demás. La búsqueda de sí mismo no debe basarse en falsas
convicciones, prejuicios, dogmatismos o fundamentalismos de ninguna naturaleza, sino en la apertura
espiritual total. En esto, Nietzsche fue claro cuando propone el heroísmo, la voluntad de vivir, la
recuperación de valores (dignidad, honestidad, valorización de sí mismo en forma auténtica). Puede
que Nietzsche no resulte el filósofo mejor de la humanidad y tenga, de hecho lo tiene, algunas cosas
discutibles. Pero lo esencial es que es un buen crítico de las creencias humanas, especialmente de las
faltas creencias y de los mitos o de las convicciones prejuiciosas que le lleva a afirmar que “las
convicciones son más fuertes que las mentiras”. Despojando a Nietzsche de algunos “defectos”, su
mensaje es importante porque enseña que no debe tomarse por certero, lo que no tiene la plenitud de
tal, sino la sola apariencia. La certeza se alcanzará con el pensar profundo o filosófico, con la
evaluación armónica, equilibrada y plena de valores y virtudes, de las circunstancias personales. Esa
certeza auténtica es la base de la sabiduría y la sabiduría, siguiendo a Aristóteles, será la verdadera
felicidad. No hay ninguna “escuela de vida” que posea la cátedra de “cómo ser feliz en el siglo
presente”, pero cada uno debe aprender a realizar su propia escuela de vida, no sólo para encontrar el
sentido a la vida misma, sino para poner felicidad a lo largo de ella.
Es lícito preguntar: satisfacción ¿es felicidad? Tradicionalmente se ha confundido felicidad
con satisfacción y, naturalmente, la satisfacción conlleva la necesidad. De ahí que satisfacer una
necesidad o evitar una frustración es tomado como “algo feliz”. Más aún: a la pregunta ¿qué significa
ser feliz en el siglo XXI?, se ha contestado que es satisfacer todos los deseos en forma inmediata.
Incluso, Berardi impone la tesis de que reducir la necesidad produce felicidad. En realidad, tanto la
satisfacción como la felicidad son “estados de ánimo” pero no participan de una misma naturaleza.
Mientras una se basa en lo interior y subjetivo, la otra depende de lo exterior y objetivo. Tienen el
mismo efector, el estado de ánimo, pero la esencia de la satisfacción siempre reside en la necesidad,
mientras que la felicidad no está ligada de ningún modo a satisfacer una necesidad, dado que los más
necesitados pueden ser felices a pesar de su estado de necesidad. Es conveniente aclarar este concepto
a fin de evitar que se siga insistiendo en que felicidad es “estar satisfecho”. Además, si nos atenemos a
la definición denotativa del diccionario, la satisfacción es “razón, acción o modo con que se sosiega y
responde enteramente a una queja, sentimiento o razón contraria. Presunción, vanagloria. Confianza
y seguridad del ánimo. Cumplimiento del deseo o gusto. Pagar enteramente lo que se debe. Hacer
una obra que merezca perdón de la pena debida. Aquietar y sosegar las pasiones del ánimo. Saciar
un apetito o una pasión. Dar solución a una duda o a una dificultad. Cumplir ciertos requisitos o
exigencias. Deshacer un agravio o una ofensa. Presentar enteramente y con equidad los méritos que
se tienen. Cumplir las condiciones expresadas en un problema y ser, por tanto, su solución. Vengarse
de un agravio”. Está visto que la sola enunciación de los posibles denotaciones de la palabra
satisfacción es tan amplia y complicada que siempre dependerá de “algo” exterior y en algunas
ocasiones, el vocablo está más ligado al placer que a la felicidad. De ninguna manera, al menos desde
el punto de vista lingüístico, la satisfacción está ligada a la felicidad y no es ni causa ni efecto de la
misma. Es obvio que ciertos estados placenteros originados por la satisfacción, por tener el mismo
efector que la felicidad (el ánimo) son confundidos por estados felices cuando realmente son meros
estados satisfactorios. Definitivamente: satisfacción, nada que ver con felicidad.
Sentimiento de plenitud o madurez
Hemos aludido dentro del sentimiento de satisfacción, al sentimiento de felicidad que puede
ser ocasionada por una sensación de plenitud espiritual. Pero debemos saber distinguir lo que es
plenitud propiamente dicha, de otros sentimientos ligados a ella. Plenitud, denotativamente, es
referencia a “totalidad, integridad o calidad de pleno” en el sentido de “completo, lleno, por
alcanzar el apogeo, momento álgido o culminante de algo”. En nuestra connotación, es la
culminación de la expresión espiritual plena. Esto puede identificarse o interpretarse como un
sentimiento de seguridad interior, madurez espiritual o estado de madurez.
Es habitual escuchar hablar de las personas maduras o inmaduras. ¿Qué se quiere decir con
estas palabras? No hay un consenso homogéneo sobre definiciones precisas y taxativas, pero en
general puede decirse que los términos se aplican, en el caso de maduro, a personas que actúan con
algún grado de sensatez, mientras que inmaduras son aquellas que no manifiestan conductas
totalmente sensatas. También podría decirse que maduras son las personas más o menos serias,
responsables, e inmaduras aquellas que realizan conductas irracionales o irresponsables. Si
pretendemos hacer una lista completa de los criterios de madurez e inmadurez, seguramente
podríamos llenar algunas páginas más. Así podemos incluir los que llegan a la vejez con dignidad y
porte propio de la edad que se ostenta y aquellos que tratan de aparentar ser jóvenes usando pelucas,
ropas juveniles, adoptando actitudes juveniles, etc. De este modo, el ridículo es otra de las notas de la
inmadurez.
Simplificando enormemente la cuestión, diríamos que hay:
1.
2.
rasgos de personalidad positivos
rasgos de personalidad negativos
Los rasgos positivos de la personalidad son los que, lógicamente, contribuyen a la
personalidad auténtica, es decir, la adecuada al ser humano en su carácter de ente inteligente. Son los
rasgos que contribuyen a desarrollar debidamente el ser personal de cada individuo para lograr una
vida plena y llena más de satisfacciones que de frustraciones. Son los rasgos que ayudan a adquirir la
sabiduría, el equilibrio y la armonía de un buen vivir y convivir socialmente. Serían los rasgos
propios de una persona madura.
Contrariamente, los rasgos negativos de la personalidad son los que llevan a la personalidad
inauténtica y a la vida indigna de un ser inteligente. Son los que nos conducen un mayor tiempo a la
insatisfacción vital, a la inadaptación social o a la indiferencia por los valores y las virtudes que hacen
valiosa la vida humana. Por esta razón, son los rasgos comunes en los inmaduros. Antes de seguir,
debemos tener una idea de la connotación del término madurez. Según la Real Academia Española, la
madurez, en lo relativo a las personas, es el “buen juicio o prudencia, sensatez”, “edad de la persona
que ha alcanzado su plenitud vital y aún no ha llegado a la vejez”.
En concordancia con estos conceptos, habría dos vertientes que considerar en lo relativo a la
madurez de la personalidad humana:
⇒
⇒
la relativa a la conducta en sí
la correspondiente a su desarrollo biológico
La madurez referente a la conducta es una cuestión que está, de alguna manera, relacionada
con el desarrollo biológico. Pero el desarrollo biológico es el puntapié inicial de lo que llamamos
madurez personal. Es indudable que un niño recién nacido no tendrá una madurez biológica
(corporal, del sistema nervioso y de su mente) suficiente para autoabastecerse. Esto lo va adquiriendo
a medida que crece en la edad y en la niñez, pubertad y juventud completará el desarrollo biológico.
También, en ese desarrollo evolutivo biológico, habrá un acompañamiento de un desarrollo
evolutivo espiritual. Cuando alcance ambos desarrollos, biológico y espiritual, (evolución biológica y
espiritual completa) llegará a lo que el diccionario llama plenitud vital, esto es, tendrá la máxima
capacidad para desarrollar su vida personal en forma auténtico (vivir como ser inteligente o racional,
afectivo y volitivo).
La plenitud es el más elevado nivel de desarrollo en sus potencialidades y capacidades como
ser humano, esto es, su autorrealización. Psicológicamente, el sujeto maduro se vuelve más
consciente de sí mismo, reconoce sus capacidades y sus limitaciones y afina la elección y ejecución de
sus intereses. Esto contribuye a que la persona sea independiente y se sienta con todas las
posibilidades de formar y hacer cargo con responsabilidad plena, de todo el transcurso de su vida. En
la inmadurez no se alcanza ninguno de los dos desarrollos en forma completa (evolución biológica y
espiritual incompleta o parcial). Por lo tanto, es una especie de incapaz de desarrollar una vida
auténtica, pues carecerá de responsabilidad e independencia, no sabrá reconocer sus limitaciones ni
sus capacidades y no adquirirá el sentido de cómo mejorarlas o adquirirlas.
Un rasgo importante de la madurez espiritual, junto a otros, es adquirir estabilidad emocional
que le permita desarrollar una vida afectiva relacional competente que satisfaga todas sus necesidades
afectivas y que le haga sentirse más seguro de sí mismo. Otro rasgo es la responsabilidad social
donde su propia seguridad emocional personal le permita un compromiso profundo con el grupo
social o comunidad a la cual pertenece y convive. En este sentido, lo principal es el respeto a sí
mismo y a los demás, la confianza que se tenga a sí mismo que inspire en los demás hacia él y el
respeto de la libertad y derechos ajenos.
Si bien, la edad y el proceso de maduración están estrechamente relacionados, debemos
advertir que no son equivalentes. No todo individuo que alcance una determinada edad tendrá
automáticamente el grado de maduración necesario o correspondiente a ese grupo etario. Esto ocurre
porque la maduración biológica depende del tiempo que transcurre, pero la psicológica dependerá
del estilo o forma de vida que le toque vivir. Las personas maduran según la experiencia que
adquieren, del aprendizaje a tomar decisiones y del aprendizaje de evaluar errores y aciertos para
conocerlos, evaluarlos, y seleccionar más los aciertos y desechar errores. Estos son los pasos
necesarios para madurar completamente en sentido personal, emocional, físico, político, social, etc.
Por consiguiente, la madurez consiste en tres cosas esenciales: compromiso, estabilidad y
responsabilidad, lo que es fundamental para la convivencia en sociedad y esos tres principios deben
tener una base sólida que es un conocimiento completo de sí mismo basado en una reflexión
profunda sobre sí. La inmadurez es obviar todo esto o algunas de estas cuestiones (inmadurez total o
parcial). Tanto la madurez como la inmadurez parcial implica tener un grado de madurez y otro de
inmadurez simultáneamente, a tal punto que sólo podrá hablarse de madurez parcial si el grado de
inmadurez es poco y viceversa: habrá grado de inmadurez parcial cuando el grado de madurez es
menor. Del desarrollo o evolución biológica, la Psicología Evolutiva se ha ocupado de estudiar las
diferentes etapas etarias y las condiciones para que una persona adquiera la evolución pertinente o
suficiente, esto es, la madurez correcta.
Mira y López entiende que la Psicología Evolutiva es un método, preferencialmente
prospectivo, que no debe perder de vista la unidad de sentido “que impera a lo largo de la vida
psíquica individual, a través de sus múltiples variaciones expresivas, y que asimismo aspire a poder
sacar de su comprensión, un provecho que lo capacite para el pronóstico de la dirección de su
desarrollo. Comprender cómo es el sujeto individual y anticipar hacia dónde va el curso de su vida
psíquica son las dos grandes tareas de la Psicología Evolutiva... Aspira a comprender el desarrollo
de las actividades psíquicas del ser humano desde el momento en que es concebido en el vientre
materno, hasta el instante en que, traspasada su adolescencia, empieza a considerar los caracteres
definitivos de su personalidad”. Estos caracteres definitivos de personalidad son los que marcarán la
madurez o inmadurez.
Hemos antelado que madurar es, en cierta medida, alcanzar la autorrealización, es decir, la
realización de sí mismo. Este tema lo desarrollaremos más adelante, en un parágrafo separado cuando
veamos en mayor detalle la madurez espiritual. La autorrealización está íntimamente ligada a la
autorregulación que es la capacidad de darse normas a sí mismo, independientemente de toda
regulación del ambiente o medio externo. También a esta cuestión la analizaremos junto con la
autorrealización.
Sentimiento de optimismo
El sentimiento de optimismo es un estado de “propensión a ver y juzgar las cosas en su
aspecto más favorable”. El sentimiento o estado de optimismo tiene como base el pensamiento
positivo. El dicho popular de “dime lo que piensas y te diré quién eres” tiene intensa sabiduría y plena
vigencia, pues no hay dudas de todos pensamos de manera acorde con lo que creemos ser, o
realmente somos. El modo de pensar define mucho nuestra personalidad y por lo tanto, nuestro
modo de presentar nuestro ser.
Analizaremos ahora la forma de pensar optimista también señalada por sentencias comunes.
Aquellas frases populares sobre el vaso con el contenido a la mitad y la mirada fija en la rosquilla,
traducidas por las preguntas siguientes:
¿Ve Ud. el vaso como medio lleno o lo percibe como medio vacío?
¿Mantiene su mirada sobre la rosquilla o sobre el agujero de la misma?
eran las claves, según las respuestas, para saber si el punto de vista era optimista o pesimista. El
optimista siempre respondía que el vaso estaba medio lleno y su mirada se clavaba sobre la rosquilla
y no el agujero. Pensar, en el punto de vista optimista, que el espacio lleno (mitad llena del vaso y
masa de la rosquilla) era sentimiento de plenitud, mientras que el vacío es una posibilidad a llenar. El
optimista siempre piensa que todo tiene solución y que cuando algo realmente no la tiene no vale la
pena pensar en ello.
La actitud mental del optimista es considerada como pensamiento positivo porque tiende a
ver el lado satisfactorio de las cosas y los eventos de la vida, tanto los cotidianos como el conjunto de
actos vitales que se desarrollan a través de toda la existencia. El fracaso y la frustración y la visión de
imposibilidad de hacer son los elementos ausentes de la actitud mental positiva. Esto se debe a una
capacidad de interpretación que es desarrollada durante el crecimiento o aprendida mediante un
adiestramiento específico. En el desarrollo se adquiere ya sea por estímulos de la familia y del
entorno social, o por la decisión personal de solucionar, evitar o sublimar los conflictos. El mundo es
un campo lleno de esperanzas y oportunidades que uno debe buscar para progresar. El fracaso, como
luego lo analizaremos, no es tal sino una simple experiencia de conocer un camino que no conduce al
éxito y este conocimiento nos es útil para no repetir la experiencia, y buscar nuevos
emprendimientos, distintos de los que no tuvieron buen fin.
El pensamiento positivo puede ser representado por la figura de una foto en colores. Si
siguiéramos el concepto del poeta Campoamor de que “el color de todo es según el cristal con que
se mira”, podríamos afirmar que el positivo optimista tiene una “visión rosa” de las cosas y de la vida.
Consecuentemente, son personas de buen humor. El Estudio Walker, que antes citamos, nos indicaba
que aun en las peores crisis, había situaciones gratificantes y la esperanza de algo mejor. Y que la
mayoría de los seres humanos, de un modo u otro, alcanzan un grado de felicidad a su manera, por
lo que la felicidad no es lo mismo para todos.
En cuanto a la capacidad de hacer cosas y de buscar nuevos horizontes o caminos, Michael
Scheier piensa que “las habilidades cuentan pero la fe en el triunfo influirá en lograrlo,
independientemente de la voluntad”. Todos estos estudios y determinaciones de los investigadores
conducen a concluir que los hechos llevan a optimistas y pesimistas a enfrentarse de igual forma, en
lo que a lo fenomenológico se refiere, y a tener “los mismos desafíos y a las mismas decepciones”,
pero las reacciones sobre estos hechos será totalmente distintas, pues las formas de hacerlo estarán
condicionadas por la actitud mental previa. Los resultados de diferentes experiencias a que fueron
sometidas personas diversas, ya sea en el desarrollo de su profesión o en la realización de
determinadas tareas, demostraron en algunos casos, como lo señala Martín Seligman, el éxito de un
vendedor se debió a su capacidad de comunicación o “estilo explicativo” que es la clave del triunfo.
El optimista explica sus fracasos por diferentes eventualidades, ajenas a sus esfuerzos. Si no le fue
bien es porque el cliente “no estaba de humor” o “porque el tiempo no le ayudó”, la “conexión
telefónica no fue afortunada”. La culpa de no coronar un negocio es del otro, o de otras variables.
Luego, hay que buscar superar esas circunstancias y abordar en otro momento un nuevo intento y si
éste tiene buen resultado, el optimista lo atribuye a su “gran capacidad” de resolver conflictos y a sus
méritos personales exclusivamente. O sea, “triunfo porque soy bueno en esto”. Al estilo explicativo,
se agrega lo de “excelente autoestima”.
Anderson realizó otra prueba con tareas encargadas a un grupo de estudiantes, en las
primeras experiencias negativas, una parte de los estudiantes dijeron “no puedo hacer esto”. Pero
otro grupo afirmaron: “necesitamos recurrir a otro enfoque”, con lo que quisieron decir que
probablemente la forma con que comenzaron la tarea encomendada no era la más correcta y por eso
no obtuvieron los resultados esperado. De este experimento, Anderson llegó a la opinión de que “si
uno pierde las esperanzas deja de molestarse en adquirir las capacidades que le hacen falta para
triunfar. El sentido de llevar las riendas es la prueba de fuego del éxito”.
En EE.UU., Claire Safran ha escrito un artículo donde destaca que sobre 104 estudios
realizados con casi 15.000 personas, han demostrado que la actitud optimista desarrolla individuos:
1.
2.
3.
más felices y satisfechos
más saludables
propensos a tener más éxito
Generalmente cuando algo “nos sale mal” decimos que se debe a “nuestra mala suerte” y
viceversa: si algo “nos sale bien” lo achacamos a “nuestra buena suerte” y a la fortuna de “estar
bien”. Así tenemos “gente afortunada” y “gente desafortunada”. Pero, ¿es tan cierto que las cosas
que nos ocurren se deben estrictamente al azar? Es hora de que cambiemos nuestra forma de pensar y
dejemos de lado la actitud supersticiosa que significa concebir que “todo se debe a la suerte, la cual
puede ser buena o mala”. Es evidente que existen “hechos fortuitos” pero no es tan evidente que toda
nuestra vida y sus circunstancias estén en manos exclusivas del hado o del destino aleatorio. De
hecho, un accidente de cualquier naturaleza o ganar la lotería puede deberse a sucesos totalmente
involuntarios e imprevistos. Pero los problemas de familia, del trabajo, de la salud, de la educación y
de otras “cosas previsibles” no están estrictamente sujetos “a lo que pueda ocurrir” o “a lo que Dios
decida” porque “la suerte está echada”.
La vida, como las grandes autopistas, está llena de carriles múltiples y cada uno tiene un uso
determinado. Está el carril para estacionar, el de marcha rápida, el de marcha lenta, el lateral para
desvíos, el destinado a doblar, etc. De igual modo que cuando transitamos la autopista, elegimos el
carril más apropiado a nuestras intenciones, para lo cual lo planeamos antes de entrar en una ruta, o si
decidimos sobre la marcha por acontecimientos imprevistos como son los congestionamientos,
bloqueos, etc., debemos conducirnos en la vida. Tanto en la ocasión prevista como la imprevista, las
decisiones se toman de acuerdo “a lo más conveniente” y a lo que nos dé “una solución rápida y
eficiente” y nos permita “llegar a destino”. Nuestra vida es exactamente igual. Podemos arrancar con
un itinerario planificado en tiempo y forma y con una meta clara a llegar.
Si elegimos el camino y el medio indicado, con seguridad llegaremos siempre a la meta en
tiempo y forma, lo que significa triunfar. Cuando ese sendero elegido comienza a tener dificultades,
lo primero que hacemos es buscar las alternativas para obviar el conflicto. Cuando esto se hace
también con una meditación correcta, rápida, oportuna y eficiente, también con seguridad
evadiremos o solucionaremos toda dificultad que aparezca. Una buena actitud es pensar antes de
iniciar un camino, todas las posibilidades adversas que presuntamente pudieran ofrecerse como
previsibles y tener un “un plan B” para ellas, al menos, en lo teórico. Recordemos que todo problema
“bien planteado” es un “problema semisolucionado”. El pensamiento previsor, antelador, es una
herramienta eficaz para todos nuestros propósitos vitales si se instala en forma positiva. La gente
afortunada lo es porque aprendió a enfocar a la vida como un conflicto permanente a solucionar
porque “todo tiene una solución”.
Además, los opuestos naturales entre los cuales están lo bueno y lo malo, lo feo y lo bello,
nos dan opciones a elegir para tomar decisiones. Si yo elijo lo bueno y lo bello de la vida, es lógico
que encuentre siempre lo que busco. Pero si pienso que mi vida no es buena sino es lo malo y lo feo,
seguramente mis anteojos personales llevarán los cristales con los colores apropiados para apreciar
únicamente lo malo y lo feo. Retomando la frase de Campoamor es patente que la visión del mundo
y de nuestra vida, aun en las peores situaciones, tendrá el color que nosotros elijamos, esto es, “según
el color de la lente”.
Marc Myers ha publicado un artículo periodístico donde nos aconseja “comenzar el día con
el pie derecho”, esto es, desde el momento en que saltamos de la cama, ver a todas las cosas con un
sentimiento de positivismo y realizar de “buenas ganas” aún las tareas más odiosas. “Sacar el pie del
acelerador” nos permitirá observar con mayor detención detalles que pueden procurarnos soluciones
beneficiosas a nuestros problemas. El ejemplo de Myers es que cuando entramos al estacionamiento
atestado de un shopping, si lo hacemos en marcha lenta y con la mirada atenta de todo lo que ocurre
alrededor de nosotros, tenemos la casi certera posibilidad de observar que alguien extrae sus llaves
del bolsillo y bastará en seguirlo para ver de dónde sacará su vehículo y, así, poder estacionar en su
lugar. Si no hemos intentando esta actitud observadora, estacionar puede ser un verdadero problema.
Luego, muchas dificultades se obvian con sólo tener paciencia y estar atento “a todas las
oportunidades posibles”. Y no desperdiciar ninguna. Siempre que tenemos alguna experiencia
positiva, esto nos hace “sentir bien”. Mas, generalmente son experiencias pasajeras que no llenan
nuestras expectativas de una “suerte continua” con éxito en todo lo que debamos hacer. Esta “suerte
duradera” consiste en:
1.
2.
3.
4.
tener un trabajo gratificante
una pareja estable y armoniosa
buenos amigos que nos respalden y conforten en las buenas y en las malas
una vida relativamente cómoda y tranquila
El consejo de Myers es: “para gozar de esa suerte, hay que desarrollar una ‘personalidad
afortunada’, una combinación de actitud y conducta que propicia las oportunidades”.
Otra forma es ponerse al lado de aquellos que nosotros consideramos afortunados y cultivar
su amistad porque en la opinión de Ellen Langer “las personas con suerte resultan atractivas porque
son eficientes y felices. Nos atraen porque nos sentimos seguros junto a ellas; esperamos que nos
ayuden a triunfar y nos contagien su suerte”. Pero este apegarse a las personas afortunadas no debe
ser una forma de parasitismo que sólo busca usufructuar el éxito ajeno, sino un acercarse para
aprender de ellos y observar como encuentran y usan sus oportunidades. En todo caso, podemos
imitar sus conductas, pero nunca depender de ellas.
Para ser afortunado hay que primero considerarse siempre, “desde el vamos”, como persona
afortunada y así serán mayores las probabilidades de llegar a serlo (“actitud positiva”). Esa actitud
debe regir nuestra conducta en general para adquirir una “personalidad afortunada” que es la más
adecuada para el éxito. Sin la actitud correcta y la conducta correspondiente a ella, no habrá una
personalidad operante. Ya hemos señalado como los hechos afortunados o suerte producen dicha y
regocijo, ambos condimentos de la felicidad. El sentirse satisfecho, triunfador nos hace felices y en
este estado podemos pensar con optimismo y lucidez, llevarnos mejor con los demás y todo eso
favorecerá nuestro “buen estado de salud”. Ser un “evasor del distrés” y un “buscador de fortuna”
nos proporcionará suerte y evitará que enfermemos. La alegría y felicidad mejoran nuestro estado de
defensas inmunitarias y evitan los mecanismos de la enfermedad psicosomática (aquella que nos
producimos con la preocupación y el agotamiento mental y espiritual). Se ha dicho que los caballos
no padecen de úlcera de estómago, simplemente porque no piensan. No podemos decir esto del ser
humano que es esencialmente pensante.
Sólo podemos manifestar que si se piensa, se debe hacer en positivo y no en negativo. Los
triunfadores son personas que al enfrentar situaciones difíciles acopian valor y las superan. Si son
abatidos por la adversidad o una catástrofe, agobiados por penas y fracasos o maltratados
injustamente o traicionados, no sólo saben sobreponerse sino que afrontan dificultades y
pesadumbres de un modo que además de sobrellevar o superar lo negativo, enriquece su existencia al
volverlos más sabios y más fuertes y adquirir prudencia para seguir adelante con galanura, distinción
y arrojo. Los investigadores de infortunios y de la gente que aprende a superarlos, han encontrado
que las “pruebas de la vida” son mucho menos importantes que la “manera de encararlas”. Los que
aprenden a vencer las vicisitudes adquieren “sabiduría existencial” muchos antes de que surjan las
crisis.
Hoy, por estudios de la Psiconeuroinmunología, se sabe que el estado de ánimo favorable que
provoca el buen humor, además de incrementar las endorfinas endógenas, mantiene el equilibrio
adecuado en el metabolismo de los mediadores químicos que actúan en los procesos inmunológicos.
Los científicos modernos que han encontrado fenómenos vitales que establecen una relación entre la
salud mental y física, se ocupan afanosamente de demostrar que los momentos felices en que uno
emplea varios minutos u horas del día, además de dar un contenido satisfactorio a la vida, preservan
de enfermedades psicofísicas.
Esto lo confirma un estudio de John Poppy. que hace referencia a un nuevo campo de
investigación que se le ha denominado psiconeuroinmunología (PNI), el cual con sus estudios revela
que hay una estrecha relación entre nuestro cerebro y el sistema inmunitario y cita que el estudio
Tecumseh comprobó fehacientemente que “la gente casada y socialmente activa tiende a vivir más y
mejor que las personas separadas, divorciadas o solteras menos activas”. Naturalmente, el estudio se
refiere a personas que realizan actividades placenteras (un buen matrimonio y actividades positivas).
Comprobó que las relaciones interpersonales afectivas positivas y satisfactorias contribuyen a la
longevidad y a la buena salud. Estas conclusiones fueron confirmadas por el Estudio Ohio, por
pruebas de laboratorio que demostraron que los casados tenían sistemas inmunitarios más fuertes y
que los que eran felices en su matrimonio, poseían los sistemas de inmunidad más vigorosos.
Steven Locke, establece la teoría de que “los placenteros estados de ánimo que generan los
momentos felices, pueden ejercer en nuestra salud un efecto sutil, pero perceptible”. Por su parte, el
Dr. Locke y Bruce Bower encontraron que el optimismo es otro factor decisivo de salud, según el
estudio Peterson, el cual estableció que quienes fueron pesimistas a los 25 años de edad, tuvieron
enfermedades más graves cuando cumplieron entre 40 y 60 años de edad. Este autor sugiere que
quizá los pesimistas se vuelven pasivos o resignados ante la enfermedad, aceptándola de algún modo,
por lo que esa enfermedad cronifica ante la falta de cuidado o preocupación positiva. Contrariamente
los optimistas enfrentan y luchan con su enfermedad hasta someterla o curarla.
Estas investigaciones científicas recientes, ponen en evidencia que las actitudes positivas
hacia la vida (con amor y sentido), acrecientan la salud y la longevidad, con una mejor calidad de
vida. La actividad social de esta forma, llevada a cabo por lo menos una vez por semana, aumenta la
longevidad en relación con quienes no llevan esa vida social. Observó también que los pesimistas se
acatarraban más que los optimistas porque al aceptar pasivamente su enfermedad, recurrían menos al
médico o no tomaban precauciones preventivas sencillas. Todos estos estudios llevan a preguntar si es
posible que un pensamiento influya sobre las enfermedades. Los expertos del PNI han probado que
el cerebro y el sistema inmunitario se comunican entre sí a través de los neurotransmisores nerviosos.
A fines de la década del 70, Karen Bulloch, localizó fibras nerviosas en el timo, glándula productora
de las células inmunitarias T (linfocito T) que se encuentran en la sangre. Los psiquiatras Darko e
Irwin identificaron receptores en ciertas células que captan señales procedentes del sistema nervioso.
David Felten encontró fibras nerviosas que comunican al sistema nervioso con el timo, bazo,
ganglios linfáticos y médula ósea, órganos productores de células inmunocompetentes. Estas fibras
nerviosas documentan una conexión probada entre estos órganos y el cerebro. Las sustancias
químicas (neurotransmisores) que establecen los vínculos entre el cerebro y los órganos del sistema
inmunitario se cuentan en gran número, de las cuales destacan la serotonina, las catecolaminas, la
histamina, la acetilcolina, la dopamina, y otros tantos neuropéptidos, que ejercen un marcado efecto
en los estados de ánimo y en las emociones, estableciendo relaciones complejas e insospechadas entre
el sistema nervioso y todo el resto de los órganos del cuerpo. En 1987, Pert y Ruff encontraron que
los monocitos, células inmunitarias que ayudan a cicatrizar heridas y devorar bacterias, son sensibles
a la acción de los neuropéptidos, especialmente los producidos por las células del sistema límbico del
cerebro, el cual controla las emociones (Goleman). Las conexiones entre cerebro y sistema
inmunitario son al nivel molecular y por ese medio se envían los mensajes a los leucocitos o glóbulos
blancos que intervienen en la inmunidad. Los científicos encontraron que los participantes en
programas especiales que los prepararon psicológicamente para resistir a la enfermedad como el
cáncer, desarrollaron células asesinas naturales (natural killer), fagocitos activos que protegen contra
la formación de tumores, en relación a otros pacientes que sólo recibieron una atención médica
ordinaria (Goleman). Los investigadores concluyeron que el optimismo nunca va a curar lo
incurable, pero la actitud optimista otorga la capacidad inmediata de prevenir las enfermedades y, en
el caso de adquirirlas, de superarlas eficazmente.
Sentimiento de alegría
Entre los sentimientos positivos, está el sentimiento de alegría que consiste en un
“sentimiento grato o vivo, producido por algún motivo de gozo placentero o a veces sin causa
determinada, que se manifiesta por lo común con signos exteriores”. El signo exterior más
representativo de la alegría es la risa, y sus modalidades de sonrisa (esbozo de risa) y carcajada (risa
sonora). La alegría es una manifestación de júbilo que se siente cuando hay un estado de ánimo
predispuesto como puede ser el buen humor o el sentimiento positivo de apreciar el valor de vivir y la
belleza del mundo. Tanto la existencia del bien como la erradicación del mal producen alegría
auténtica.
Naturalmente, la alegría es un don de gente positiva que vive buscando lo positivo y el gozo
y placer que hay en vivir y no centra la atención en el sufrimiento. Precisamente, alegrarse significa
alejarse del sufrimiento y de la penuria. Alejarse no significa no tener motivos o causas de males,
dolor y tristeza, sino saber darle una correcta dimensión a las cosas tomando distancia de ellas para
que no nos afecten, llenando todo el tiempo la existencia. Al poner distancia entre el dolor y nuestro
buen estado de ánimo, esto permite expresar lo positivo como la alegría. La alegría no soluciona en
sí al problema que nos apena, pero alivie el sentimiento de dolor, de sufrimiento. Si bien el estado de
alegría en medio de un sufrimiento puede parecer algo irreflexivo e irresponsable, como signo de
frivolidad, insensibilidad, sin responsabilidad en meditar el alcance de una conducta o una actitud,
con consecuencias dañinas, en realidad no es así.
El estar alegre no significa de ningún modo ser irresponsable o insensible. Todo lo contrario:
la alegría es la valla de contención al pesar, lo que ayuda a sobrellevar un peso o a buscar una
solución feliz. Si no fuera así, el dolor nos destruye sin remedios ni esperanzas. La alegría es signo de
esperanza auténtica. No se debe confundir el sentimiento auténtico de alegría con el falso sentimiento
que causa la irresponsabilidad total de no querer asumir ningún compromiso ni afrontar nuestros
pesares o los ajenos. Hay gente que usa la risa, el jolgorio y el libertinaje para rehuir pensar y
responsabilizarse por su vida propia y ajena. Huye de su deber de hombre de vivir libremente pero
siendo responsable de todos sus actos. Se esconde en la frivolidad como un escudo para ocultar su
inutilidad existencial o su vacío espiritual. La bulla y el ruido son los instrumentos estridentes o
estruendosos pero huecos de una falsa alegría.
La risa, en este caso, no es tal sino un rictus que endurece no sólo los músculos faciales sino
toda la vida afectiva. No hay alegría. Hay ficción de alegría. Debemos recordar que para muchas
personas, la capacidad de reír no es un don espontáneo. Si bien el hombre tiene por naturaleza dicha
capacidad, paradójicamente es una facultad que debe ser desarrollada con participación de la
voluntad. Por esto, hay que proponerse en firme cultivar esa capacidad de buen humor como parte
de la educación para vivir bien. Sólo entrenándonos para buscar todos los aspectos positivos y
cómicos de las situaciones terribles y negativas, lograremos vivir mejor y tolerar todos los males que
nuestra vida nos tenga reservados. A ellos opongamos la risa y la euforia.
Para esto conviene recordar la frase del humorista Will Rogers, sobre la brevedad de la vida:
“Estamos aquí sólo un rato, así que riámonos un poco”. El empuje y la fuerza, que nos infunden la
risa y saber reír, son tan poderosos, que llevó a Mark Twain a afirmar: “nada hay que pueda detener
la acometida de la risa”. De nosotros depende, entonces, saber elegir entre la inteligencia para
aprender el buen humor o, en su defecto, el sentimiento “de lo trágico de la vida”. Es decir, elegir
entre vivir con optimismo, o sobrevivir con la penuria del pesimismo. Aunque no estemos
convencidos del valor de las frases siguientes pensemos mucho en ellas: “la preparación minuciosa
de una cosa determina la buena suerte” “los fanáticos nunca son inteligentes porque los inteligentes
nunca son fanáticos” “cuando miro hacia el futuro, es tan brillante que me quema los ojos”. De
estos dichos podemos aprender que debemos prepararnos minuciosamente para reír, que no debemos
fanatizar los malos momentos y que siempre debe mirarse al futuro como algo muy brillante, puesto
que es el espacio libre de nuestra vida, al cual podemos llenar, con nuestra voluntad tenaz, de muchas
cosas buenas que neutralicen los males imprevistos.
Algunos investigadores se han preocupado de estudiar la forma de reír o sonreír y han
notado, por lo menos, dos formas muy llamativas:
1.
2.
la sonrisa radiante, de genuina alegría
la sonrisa educada, fingida u obligada
A la primera se le ha denominado sonrisa de Duchenne y se caracteriza por la forma de
realizarse: se eleva la comisura de los labios y se arruga la piel del contorno de los ojos simulando las
vulgarmente llamadas “patas de gallo”. Es una sonrisa espontánea o realizada con verdadera
satisfacción, sin tener la sensación de que debe hacerse por algún tipo de necesidad u obligación. Al
segundo tipo de sonrisa se le ha denomina sonrisa Pan American o sonrisa de azafata y es la sonrisa
que no sólo desarrollan las azafatas de los aviones sino todas las personas que por una cuestión de
protocolo o de relaciones públicas comerciales, las que deben esbozar un rostro sonriente que
muestra una buena dentadura pero que no moviliza ninguno de los músculos de la sonrisa de
Duchenne (orbicularis oculi y zygomaticus) o bien simula una “sonrisa a lo Gioconda” (esbozo de
sonrisa). Son “sonrisas de compromiso” u obligación, fingidas y convencionales. Quienes las utilizan
no lo hacen porque tengan deseos de realizarla sino que deben simular sonreír. Por esto se considera
una sonrisa inauténtica, en contraposición de la de Duchenne que es auténtica o genuina. Se ha
constatado que la sonrisa de azafata es un rictus similar al que realiza un mono o primate inferior
cuando están sufriendo o tienen un susto. La sonrisa de Duchenne está relacionada con un registro de
sensación positiva y, por lo tanto, es fuente de dicha matrimonial (satisfacción marital), de felicidad
vital (ver el lado positivo de la vida y tener mayor satisfacción con ella) y de longevidad (quienes
gozan de emoción positiva y sonrisa genuina viven muchos más años y con mejor calidad de vida).
No debemos olvidar que el hombre puede ser un amigo o un enemigo de sí mismo, según la actitud
que elija y adopte. Ser pesimista u optimista son cosas elegibles.
La mente del hombre está expuesta a pseudorrazonamientos que le pueden llevar a declararse
pesimista u optimista. Tanto una cosa como la otra, si surgen, deben ser espontáneas y auténticas y no
fabricadas por nuestro pensamiento. De igual modo, a cada actitud adoptada acompañará la
respectiva sonrisa. Si bien el cerebro puede darnos razones para evitar reírnos y ser alegres, positivos
y optimistas, también el cerebro juntamente con el corazón y nuestra voluntad puede darnos motivos
para encontrar momentos y situaciones donde siempre es posible hallar la alegría de vivir, el buen
humor, el optimismo, la esperanza y el deseo de gozar y no padecer la vida. Por eso debemos saber
como enfrentar la adversidad, el pesimismo y los problemas cotidianos, pero principalmente debemos
aprender a vencer nuestro propio enemigo interior.
Las herramientas de automejoramiento deben ser conocidas y adoptadas sin reticencias para
saber salir rápidamente de la tristeza, la violencia y la depresión; para volver al enfoque mental,
emocional y espiritual de la alegría y la magia de trabajar sobre uno mismo a fin de tener siempre la
risa auténtica a flor de labios, como una verdadera medicina de todos los males espirituales. La
alegría y la risoterapia, sinceras y profundas, son el mejor y real poder curativo para erradicar las
tensiones interiores o, al menos, lograr el equilibrio interior entre sensaciones negativas y positivas.
Muchos médicos han notado que las personas propensas a reír la mayor parte del día, sobrellevan
mejor sus enfermedades, a la vez que ejercitan un nuevo sentido para sus vidas: el sentido del humor.
Moody afirma: “he llegado a la conclusión de que la capacidad de reír de un ser humano es un
indicador de su salud, tan válido como todo aquello que los médicos toman en cuenta en sus
exámenes de los pacientes”. Años atrás había un aforismo que indicaba que ponerse “serio” (ceñudo)
exigía mover 14 músculos de la cara, mientras que sonreír o reír sólo eran necesarios 8 músculos. Sin
profundizar mucho en la fisiología de la risa, es evidente que cuando uno está “tenso” no sólo duelen
los músculos de toda la cara, sino también los del cuello y la espalda. Reír a carcajadas, en un primer
momento, puede exigir que muchos músculos entren en acción bruscamente y sufran una
contracción exagerada que un primer momento pueda ocasionar algún tipo de molestia o dolor. De
ahí sale la popular frase de “desternillarse de risa”. Desternillar significa romper las ternillas o
cartílagos y quizá se refieran al dolor torácico que las carcajadas bruscas suelen producir en la zona
de esternón y adyacencias. La Real Academia Española ha aceptado a la palabra “desternillarse”
como “reírse mucho, sin poder contenerse” y a desternillante como lo “regocijante, hilarante”.
Algunos médicos han estudiado la risa por espacio de tres décadas y uno de ellos, Fry,
concluye: “cuando reímos los músculos entran en acción y cuando dejamos de reír se relajan. Como
la tensión muscular aumenta el dolor, muchas que sufren de reumatismo y otros dolores musculares,
se benefician notablemente con una saludable dosis de risa, incluso la que gente que padece de
jaqueca”. La afirmación de Fry, de “saludable dosis de risas” motivó a otro notable médico
estadounidense, “Patch” Adams, a hacer de las humoradas y las payasadas en sala de hospital y en su
consultorio, uno de los medios terapéuticos que motivó el rechazo de los “académicos” solemnes de
la Medicina, pero que demostró fehacientemente que la risa era “un buen medicamento”. Moody
habla en su libro, y de hecho así lo titula, del poder curativo del buen humor. Hay que procurar,
como método saludable, tener una dosis diaria de buen humor. El reír aumenta las endorfinas, las
hormonas del bienestar.
En 1979 Norman Coussins escribió un libro donde describía que a los 50 años se le
diagnosticó una enfermedad incurable y lo primero que le ayudó a superarla fue cuando, ante una
crisis depresiva, un especialista le recomendó buscar alegría. Al narrar su experiencia dice: “descubrí
que diez minutos de verdadera risa, de esa que le hace a uno la barriga, tenían un efecto anestésico y
me procuraba por lo menos dos horas de sueño sin dolor”.
Sentimiento de esperanza
Muchas hemos tenido sensaciones especiales, ya sea en circunstancias difíciles o especiales, o
bien cuando pensamos en nuestras posibilidades de vida. En esos momentos transitamos por un
estado de ánimo muy particular que se basa en esperar algo, pero en manera distinta. Es como
suspender una temporalidad de presente para entrar en lo futuro, pero con una actitud de calma,
paciencia, contención y de querer saber reflexionar sobre lo más conveniente. Es una ansiedad
positiva de desear que ocurra lo mejor, o lo necesario y justo. Por lo tanto, esperar es “tener
esperanzas de conseguir lo que se desea”. Siempre que confiamos en que se puede lograr una meta,
una cosa o una situación, es ahí donde empieza a operar la esperanza que es lo que predispone a
nuestro ánimo a considerar que se “presente como posible lo que deseamos”. Consiste en “creer que
se puede conseguir lo que se desea”.
Ergo, la esperanza, como sentimiento, es:
1.
2.
3.
un estado de ánimo
una actitud de posibilidad
un deseo
Cuando todo esto está encaminado o enfocado en lo positivo, en lo dichoso, en lo bello, en lo
mejor, en la calidad total, estamos ante otra perspectiva que es el sentimiento de esperanza en el que
la que esperanza es:
1.
2.
3.
una sensación positiva
una virtud
una forma de sabiduría de vida
De ese modo, en la opinión de Goleman tanto la esperanza como “su primo cercano el
optimismo... tiene un poder curativo. La gente que tiene muchas esperanzas es, como resulta
comprensible, más capaz de resistir en circunstancias penosas, incluidas las dificultades médicas”.
Cuando se espera, sin haber procesado previamente nuestro espíritu para prepararlo a ser
apto para encontrar el medio de realizar nuestras posibilidades, de poner la mira en metas futuras
positivas y factibles, nos hallamos en una posición de esperanza ilusa porque se espera una ilusión, lo
que no es posible. Generalmente, lo más común es que la esperanza ilusa funcione como esperanza
utópica, fundamentada en lo azaroso, en lo contingente, en lo mágico, cosas inalcanzables. Quizá
pueda servir de ejemplo, el caso concreto del que espera “sacar la lotería” o “recibir una herencia
inesperada” o “encontrar un saco de dinero o joyas” en la calle. Si bien todas estas posibilidades
“pueden ocurrir” no es lo corriente ni lo cierto.
Cuando se espera lo deseado o pretendido, con poco fundamento, estamos ante el fenómeno
que se ha llamado vivir alimentado de esperanza. Contrariamente cuando el espíritu se prepara y
desea conseguir cosas esenciales, posibles, creíbles, ciertas y comunes y lucha para que así sea,
estamos ante la esperanza positiva o auténtica. La verdadera esperanza como virtud, es sabiduría de
vida y emoción positiva.
Para los creyentes religiosos, hay un mundo sobrenatural de bienaventuranza que Dios tiene
preparado para los elegidos o salvados del pecado. Esperar ese mundo cuando llegue la muerte es lo
que se conoce como virtud teologal, donde la esperanza forma un trío de virtudes junto con la fe y la
caridad. En el fondo o profundidad, el concepto esperanza involucra en parte una especie de fe
(confiar en el futuro) o creencia (creer que algo ocurrirá), pero también tiene algo de sentimiento
(sentimiento de esperanza) y también una forma de permanencia o expectativa o quietud espiritual
donde el ánimo se planta ante la llegada presunta o presentación posible de un hecho.
Finalmente, esperanza es presunción, esto es, sospechar o conjeturar de lo que puede suceder.
Los indicios o señales que indican como cierta la posibilidad de que algo ocurra es tener una
esperanza certera, pero si tal cosa no tiene lugar, hay esperanza incierta. En algún tramo de nuestra
existencia, todos los seres atravesamos un desierto. Es en ese momento que surge una gran necesidad
saber que “todo pasará” y que luego vendrá la bonanza. Es esperar algo mejor y para eso hay que
preparar el presente con optimismo y amor. En ese instante habrá que iluminar la casa con triviales
ceremonias de flores que purifican, de música que apacigua y velas que parpadean la esperanza de
una oración; abrir las puertas para que entre el sol y desplegar los brazos para que se expanda el calor
interno; reflexionar con la persona amada, que cada uno se define por lo que es, y no por lo que
posee.
Dar esperanzas como acto de amor consiste en ayudar al desesperado para renovarle la
confianza en sus valores adormecidos, pero no eliminados; en su energía resentida, pero no
fracturada; en su creatividad ensombrecida, pero no caducada. Es la importancia del decir, con la
palabra que alivia, desprovista de reproches, pero pletórica de confianza, de delicadeza, de empatía.
Todo esto apunta a que amar es siempre tener esperanzas y no caer en la desesperación ni en la
desesperanza. Los sentimientos positivos están ligados a las emociones positivas.
Seligman propone a la esperanza como una sensación positiva ligada al futuro junto con el
optimismo, la confianza y la fe. Para Seligman, “la buena vida es producto de utilizar las fortalezas
características para obtener numerosas gratificaciones en los principales ámbitos de la existencia. La
vida significativa es emplear las fortalezas y virtudes características al servicio de algo que trascienda
nuestra persona. Finalmente la vida plena consiste en experimentar emociones positivas respecto al
pasado y al futuro, desfrutar de los sentimientos positivos procedentes de los placeres, obtener
numerosas gratificaciones de nuestras fortalezas características y utilizar éstas al servicio de algo más
elevado que nosotros mismos para encontrar así un sentido a la existencia”. Este autor estima que la
buena esperanza es albergar emociones positivas en relación con el futuro.
Según Sheldon Cohen “tener esperanzas puede mejorar la calidad de nuestra vida”. Es
probable que también la esperanza influya positivamente sobre el sistema inmunitario. Todos estos
estudios y otras experiencias científicas y empíricas ponen de manifiesto que quienes tienen actitudes
positivas, que implican:
relaciones interpersonales satisfactorias
compartir nuestros sentimientos
practicar el optimismo
establecer relaciones amorosas
tener esperanzas
poseen mejor calidad de vida, son más sanos, viven más y... ¡alcanzan la felicidad!.
Sentimiento de paciencia
La paciencia es un sentimiento positivo considerado como una virtud. Es la sensación que
produce una “capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse”. Se le considera un estado de
santidad. Pero también es la sensación de aguante que se desarrolla como “facultad de saber esperar
cuando algo se desea mucho”. En ese mismo sentido, se dice que hay paciencia cuando frente a un
sobreesfuerzo o una tarea que puede resultar penosa, existe una sensación de calma interior que lleva
a no conmocionarse ni agitarse y se procede con “lentitud para hacer las cosas”. Finalmente,
paciencia es también la sensación que se despliega ante un gran esfuerzo y que lleva a cultivar la
“capacidad de hacer cosas pesadas o minuciosas”. Esto significa que todo aquello que puede alterar
o excitar al ánimo en forma negativa es soslayado con una sensación de calma y de espera, como si
nuestra mente nos dijera “todo pasa, poco o nada queda”.
El refrán popular dice que “el que poco se calienta, mucho vive”. Por sus cualidades una
persona paciente se transforma en un hombre pacífico que es el hombre “tranquilo, sosegado, que
no provoca luchas o discordias” y que vive “en paz, no alterado por guerras o disturbios” de los
cuales rehúsa participar y, si lo hace, es como pacificador, esto es, tratando de “reconciliar a los
están opuestos o discordes” buscando “aquietar y sosegar las cosas turbadas o alteradas” La
paciencia es uno de los sentimientos positivos que se oponen a la violencia o a las sensaciones y
reacciones violentas del ánimo.
La tranquilidad es una condición de la paciencia y una sensación de armonía y equilibrio
espiritual donde se percibe en el espíritu “quietud, sosiego y paz” y nos permite “tomar las cosas con
tiempo, sin nerviosismo ni agobios y no preocuparse por quedar bien o mal ante la opinión de los
demás”. La indiferencia ante la opinión ajena no significa insensibilidad o desprecio de otros, sino
que es una sensación que nace por saber que se está evitando acciones violentas o dañinas y no se
incomoda a otros con urgencias no justificadas ni apremios que provoquen más azoramiento que
efectividad. De igual modo se evita la ofensa y el agravio y se muestra buena predisposición para
mediar en los conflictos.
Siempre una buena acción puede ser interpretada en forma diversa. Se puede apreciar con
justicia y precisión o bien menospreciar o interpretar antojadizamente. De ahí, que cuando se tiene la
certeza interior de que no se está procediendo indebidamente, hay calma interior y ecuanimidad
exterior, tanto para hacer como para tolerar e interpretar justamente las acciones y pensamientos
ajenos, a fin de no generar perturbación alguna. El sentimiento de paciencia involucra también un
sentimiento de perdón por ofensas ajenas o de contrición por culpas propias. Es consecuencia de una
paz interior. Es un “evasor” de conflictos, emociones perturbadoras o dañinas, de estrés y de todo
tipo de tensiones. Cicerón la consideraba como la virtud de la paciencia y la anticipación al
atribuirle una relación con la previsión como providencia. Creía que era una especie de instinto en el
animal y en los dioses, la providencia. La prudencia nos obliga a discriminar para distinguir lo
correcto de lo incorrecto y por lo tanto a moderar nuestros impulsos o instintos. Es la guía de la
voluntad hacia el bien al determinar la elección de lo recto. Cuando ninguna de estas cosas ocurre,
cometemos imprudencia que es todo lo contrario de la conducta prudente, en donde el instinto actúa
más que la inteligencia y por lo tanto se pierde la cordura o sensatez y se procede con temeridad. La
paciencia es la gran virtud que nos da la capacidad de “saber esperar cuando algo se desea mucho”
pero también es “la capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse o para hacer cosas pesadas o
minuciosas”. El hombre paciente sabe que cada cosa tiene su tiempo y el apurarse no siempre es lo
mejor. Quizá por eso invierta una cierta lentitud para hacer las cosas que debe hacer, sin
apresuramientos. Y aun las apresuradas deben hacerse “sin pausa y sin prisa”.
Pero la verdadera paciencia es la opuesta a la espera pasiva en la que dejamos que las cosas
sucedan, sin intervenir en ellas, y esperando que otros tomen las debidas decisiones. Por eso debemos
concebir a la paciencia como la facultad para entrar activamente en el centro mismo de nuestra vida
y así, encontrarnos de frente y plenamente con el sufrimiento que hay dentro de nosotros y de
nuestro alrededor (nuestras circunstancias).
Dice Henri Nowen que “la paciencia es la capacidad de mirar, escuchar, tocar, saborear y
olfatear lo más plenamente posible los acontecimientos internos y externos de nuestra vida. Es entrar
en nuestras vidas con los ojos, los oídos y las manos abiertas”. Este mismo autor aconseja que nunca
deba pedirse paciencia, como un modo de impedir cambios. La paciencia, si bien significa no
apresurarse, de ningún modo quiere decir que no debemos buscar los cambios positivos para
nosotros y nuestro entorno. Cuando una sociedad pide paciencia para no introducir los cambios
económicos, sociales y políticos necesarios, es cuando la paciencia debe hacer todo lo contrario:
oponerse a la dictadura del engaño y sin prisa pensar y buscar los cambios necesarios para aportar
soluciones a todos los problemas que nos aquejan en forma inmediata y mediata. La virtud no es
quietud. La paciencia es una virtud.
Sentimiento de servicio y altruismo
Es otro de los sentimientos positivos del hombre. La adopción del ideal de servicio obliga a
saber que entenderemos por ideal y en este propósito, la RAE define al término como “relativo a la
idea” y a idea la consideraremos en sus acepciones 3, 4 y 5, a saber, “conocimiento puro, racional,
debido a las naturales condiciones de nuestro entendimiento”, “plan y disposición que se ordena en
la fantasía para la formación de una obra”, “intención de hacer una cosa”. Completaremos ahora
otras definiciones de ideal: “excelente, perfecto en su línea”, “prototipo, modelo o ejemplo de
perfección”. Luego, integrando todas las denotaciones dadas, podemos intentar definir al ideal de
servicio como idea para un entendimiento y conocimiento de un plan para la formación de una
obra, con la intención expresa de hacer las cosas necesarias o básicas postuladas por el ideal, a fin
de conseguir un modelo de servicio que sea excelente o perfecto en su línea y a su vez sirva como
prototipo, modelo o ejemplo de perfección a todos los hombres del mundo.
Ahora corresponde dilucidar qué entenderemos por servicio. Se puede servir a través de la
ocupación o profesión que cada uno ostente, pero también se puede servir como un vecino, amigo,
filántropo, filósofo, religioso, laico, samaritano transitorio o como un simple miembro de una
sociedad o comunidad. Cualquier relación del hombre con los otros hombres (hombre-prójimo) es
válida cuando es necesario prestar un servicio determinado. Pero, comencemos por discernir: ¿qué es
servir? La RAE define a servir “estar al servicio de otro”. Es evidente que esta definición no “define”
bien, pues implica la palabra servicio para explicar a servir. Por lo tanto, obliga a buscar lo que la
RAE entiende por servicio: “acción y efecto de servir”. Si nos detenemos en ambas definiciones
tendremos que confesar nuestra sorpresa pues, del mismo que nos ocurrió con el término realidad, en
sus primeras acepciones, la RAE comete un aparente error paradojal: describir una palabra usando la
misma palabra. Si proseguimos leyendo otras acepciones de servir, encontraremos: “estar empleado
en la ejecución de una cosa por mandato de otro, aún cuando lo que ejecute sea pena o castigo”;
“estar sujeto a otro por cualquier motivo, aunque sea voluntariamente, haciendo lo que él quiere o
dispone”. Hasta acá todo impresiona como que la palabra servir está ligada indisolublemente a una
especie de esclavitud o acción penosa. Esto lo confirma la RAE al definir a servicio como “estado de
criado o sirviente”.
Sin embargo, no todo es tan pesimista o peyorativo. La evolución de la sociedad a través de
la historia, va conformando nuevas acepciones a las palabras que designaban cosas que eran definidas
dentro de un marco social determinado. Antiguamente, servicio y servir, se ligaban a la servidumbre
de criados, sirvientes y esclavos. La complejidad de una sociedad actual y los cambios de la
tecnología, la industria y el mercado, han impuesto otro concepto a la palabra servicio, la que queda
definitivamente implicada en todo trabajo digno o acción que provea de un beneficio o solucione
una necesidad propia o de otro. Este concepto moderno ya no es el de un estado involuntario, sino
involucra un “acto totalmente voluntario” de dedicarse a resolver a través de la ocupación o
profesión, de la beneficencia o la filantropía, las necesidades ajenas.
Con motivo de esta circunstancia, la RAE coloca en un 18º lugar la acepción de servir como
“querer o tener a bien hacer alguna cosa” y en otras acepciones aclara que este servir puede ser a sí
mismo, en beneficio propio, o a otros, en beneficio ajeno. Y, en este caso, podría aceptarse
parcialmente la acepción 4ª: “ser un instrumento... para determinado fin”. Igualmente servicio tiene
otras acepciones como “utilidad o provecho que resulta a uno de lo que otro ejecuta en atención
suya”. También puede aceptarse parcialmente la acepción de “mérito que se hace sirviendo... a otra
entidad o persona” o bien optar por la acepción “prestación humana que satisface alguna necesidad
del hombre que no consiste en la producción de bienes materiales”.
Asimismo habrá servicios que se presta uno a sí mismo (autoservicio) o que presta a otros
(servicio público). Sea cual sea la definición o acepción que adoptemos para explicar qué es servir y
qué es un servicio, siempre ambos términos estarán ligados a dos palabras: interés y necesidad. Es
decir, que servir es cuando se hace algo (servicio) en beneficio de un interés o necesidad propia o de
otros. Nosotros adoptaremos el concepto de que servicio es un estado de ánimo que encamina la
acción a otras personas y cosas, en forma constructiva, con la premisa de consideración hacia los
otros, como ayuda al prójimo. El sentimiento de servicio nace del amor como curia o cuidado que se
pone al tratar al otro, al prójimo, como lo explicamos anteriormente, procurando antelar su bienestar
pero sin avasallar su autonomía ni libertad. Es decir, ejerciendo una actitud afectuosa de cuidado,
pero no posesiva. Se tiende a ayudar al prójimo en sus problemas, pero no resolviéndolos en forma
directa, sino enseñándole los métodos posibles para que él elija. Es como si el ser humano se
completara cuando aprende a existir en función del otro. La identificación con su ser propio es plena
cuando aprende a estimarse en función del otro, su prójimo y establece una verdadera relación del
“yo y tú” que sería la expresión singular del “nosotros”, según lo expusimos previamente.
Igualmente, considerar que el otro es “un igual a mí” es acercar mi mundo al mundo del otro para
tener una coexperiencia, primer principio de la comunicación eficaz. Cuando se logra la correcta
común unión (comunicación) con el otro comienza la “ocupación” por el otro es la base del afecto o
amor projimal.
El servicio es parte de lo que ahora se conoce como inteligencia social y que comprende
temas muy amplios, entre ellos el servicio a otros hombres. Es indudable que la inteligencia social
también abarca y es parte de la vocación de vivir para servir al prójimo. Acá, en el repertorio de las
diferentes maneras de servir al prójimo, hay infinitas posibilidades de utilizar la inteligencia social,
tanto en sus normas básicas, como con cualquier otra forma sugerida en el preciso instante en que se
den las circunstancias de hacer efectiva una forma de servir. Cuando se elige un proyecto existencial,
o sea el proyecto fundamental de nuestra vida, en el cual la meta sea estar al servicio de otros, es
condición previa que se tenga lo que se conoce como vocación de servicio (esa especie de llama o
llamado interior que impulsa compulsivamente a ofrecer la vida para estar permanente asistiendo a
nuestro prójimo en algo de su interés o una necesidad determinados).
Los servicios espirituales (aquellos que no reciben ningún tipo de lucro) son diversos y están
en diferentes ordenes. Puede ser con una causa religiosa (ayudar al prójimo por amor a Dios) o una
causa filantrópica (ayudar al hombre por amor al hombre mismo); a una causa solidaria (ayudar a
una víctima de una desgracia); o una causa caritativa (ayudar por amor al prójimo o altruismo) o a
una causa de beneficencia (hacer actos de bien en favor de los que carecen de algo, proveyendo lo
carenciado). Hemos dicho servicios espirituales porque son causados por una vocación de hacer el
bien por otros, en virtud de un acendrado amor al prójimo sin esperar ningún tipo de recompensa y
ese bien ejercido consiste en actos que no sólo dispensan bienes materiales, sino que
fundamentalmente buscan llevar satisfacción, alegría y bienestar, más que llenar una necesidad
meramente material. Ayudan a crecer al prójimo, a través de su educación o de la transferencia de
una axiología social que le permita desempeñarse auténticamente. En este tipo de servicio se
enrolan todos los que sacrifican sus bienes, su tiempo, dando todo lo que pueden de sí para que otros
alcancen un grado de bienestar y felicidad. Abarca desde los santos como la hermana Teresa de
Calcuta, el trapero de Emaús, hasta los educadores y misioneros que se internan y enclaustran en
tribus salvajes o los médicos sin fronteras que viajan a prestar gratuitamente sus servicios a todos
aquellos que no tienen ninguna posibilidad de recibir directamente esos servicios. También
involucran a instituciones como las iglesias, la Cruz Roja, los Leones, los Rotarios, las instituciones
que asisten a suicidas, drogadictos, rehabilitan delincuentes, etc. La lista es larga y eso demuestra el
gran interés que tiene el hombre de este siglo en paliar todo lo negativo de la sociedad, mediante esas
acciones, en alguna medida paradojalmente aisladas y mancomunadas (aisladas porque las ejercen
unos pocos y mancomunadas porque en su conjunto llevan un mismo fin), que ponen en evidencia el
amor del hombre por sus prójimos.
Los servicios sociales que pueden ser privados o públicos son los que se prestan para llenar
las necesidades de la sociedad moderna. Esas necesidades generalmente son materiales o culturales. El
servicio social privado se presta a través de la ocupación o profesión. Todo trabajador es un agente
social que presta un servicio determinado (técnico, oficio, médico, abogado, ingeniero, empleado,
vendedor, comerciante, industrial, etc.) para satisfacer una necesidad material. Mientras que el artista
o científico presta otros servicios a través del arte, la cultura y la investigación científica, que se dirige
más al espíritu que a lo material. Los servicios públicos los prestan instituciones privadas o públicas y
se encuentran dentro del área de la educación, la salud pública, la seguridad y los servicios sociales.
Entre esas instituciones públicas están las empresas regenteadas por el Estado, o las privadas, que
proveen servicios de luz, agua, cloacas, limpieza pública, seguridad, educación, etc. Involucran a
obras sociales, servicios sociales, policía y agencias de seguridad, bomberos, recolectores de residuos
y obreros de limpieza urbana, etc.
Al hablar del amor a sí mismo o autoestima (no de egolatría, ni narcisismo), debemos
recordar a Séneca cuando afirma: aquél sirve a uno, éste a otro, ninguno a sí mismo. Todo servicio a
otro debe comenzar por el autoservicio, el servicio a sí mismo, en el sentido de auto mantenerse bien
física y espiritualmente, pues nadie que enferme del cuerpo o del alma podrá servirse a sí o a otro. El
autoservicio significa adquirir para sí una escala de valores que signen nuestra conducta en la vida y a
través de ella, transmitirla como ejemplo a otros. También significa educarse para poder educar a
otros. No sólo hay que cuidar del cuerpo sino también del espíritu. Cultivar la vida espiritual y
cultural, será el semillero de donde sacaremos los bienes espirituales que daremos a otros.
Servir a los otros no es sólo prestar servicios sobre las necesidades materiales, sino llevarles
los servicios de elevación del espíritu que permita sacarlos del pozo de la degradación, la ignorancia
y la miseria del alma. Es engrandecerlos para que consigan su dignidad de hombre, ese hombre
gigante y formidable que Dios creó y no permitir que sean los enanos rebajados en su estirpe moral y
humana a la más mínima expresión de vida, con forma de hombre, pero esencia de insecto inútil.
Cuando la vocación de servicio hacia el otro, sin sentimientos de religiosidad, se llevan al
máximo, constituyendo una verdadera “preocupación por el otro” y la “diligencia en proveer lo
necesitado”, estamos frente al altruismo que es una “diligencia en proveer el bien ajeno, aun a costa
del propio”. Es el servicio pleno de desinterés y, a veces, lleno de sacrificios personales. Es un
sentimiento característico del que suele dar su propia vida en defensa de la vida de otro.
Sentimiento de perdón
Hay un aforismo vulgar que dice “errar es humano, perdonar es divino”. Probablemente el
refrán es alusivo a la remisión de pecados que la Iglesia Católica concede mediante la confesión y la
penitencia, donde se otorga, en nombre de Dios, la absolución de las faltas cometidas contra los
mandamientos divinos. De ahí que el perdón sea una facultad de indulgencia propia de Dios. En
español, perdón es la acción de perdonar, o sea, conceder la “remisión de una pena merecida, de una
ofensa recibida o de alguna deuda u obligación pendiente”. En cierta medida, la acción del perdón
debe ser acompañada por un verdadero sentimiento de bondad por el cual se tiende a absolución del
deudor o del ofensor. Prácticamente, el perdón funciona como una perdonanza, esto es, como un
“arte de ocultar lo que se siente o se sabe”, pero no en sentido de hipocresía sino con un verdadero y
auténtico sentimiento de indulgencia y tolerancia, por el cual se “exceptúa a uno de lo que
comúnmente se hace con todos”, con la consecuencia de la excepción de una obligación. El perdón
es una forma de sublimación de una ofensa, con la simple premisa de que si no hubo una ofensa
grave, lesiva e irreparable, si algo no está roto, se puede arreglar. Por esta razón, perdón es sinónimo
de absolución, remisión, clemencia, indulto, eximición y absolución. La clemencia es un sentimiento
ligado a la compasión y al sentido de aplicar la justicia, evaluando en forma moderada, una ofensa o
agravio.
Perdonar ayuda a olvidar ofensas y mejorar la salud. ¿Quién no ha pasado años rumiando
enojos? ¿Quién no ha sentido la punzada de la traición, un trato injusto o algo más grave todavía? La
mayoría de las personas tienden a aferrarse a la rabia y el dolor o sufrimiento que ese enojo nos causa
y lo guardamos como rencor. Muy pocas deciden pasar por alto las ofensas y olvidarlas o ignorarlas.
Las investigaciones recientes de los expertos en emociones nos demuestran que aprender a perdonar
puede traer grandes beneficios porque es una forma eficaz de aplacar las formas de ira, reducir el
estrés y de esa manera cuidar o preservar nuestra salud. El estudio Atlanta realizado en el 2003 en
EE.UU. revisó los hallazgos sobre el poder curativo de hacer las paces. Este estudio demostró que
olvidar los resentimientos reduce el dolor crónico de espaldas y el perdón disminuye las recaídas en
drogadictos, especialmente mujeres. Por estudios de SPECT se demostró que el simple acto de pensar
en la empatía y la reconciliación ponen a funcionar la circunvolución temporal media izquierda del
cerebro, al que indicaría como sede del centro mental del perdón. Liberarse de la bronca o ira,
además de los beneficios emocionales, entonces, ayuda a aliviar algunos trastornos físicos, o a
evitarlos.
¿Qué significa perdonar y cómo lograrlo? El perdón, reiteramos, era la “remisión de una
pena merecida, de una ofensa recibida o de alguna deuda u obligación pendiente”. Nosotros nos
estamos refiriendo a la remisión de algún castigo que hemos impuesto al ofensor (por ejemplo, no
dirigirle la palabra) y al olvido de la “ofensa recibida”, no recordándola más y “borrándola” de
nuestra mente. De este modo, “perdonar” es la acción que el perjudicado por una ofensa realiza para
“dar por terminado” el motivo de ofensa y no recordar más el acto ofensivo, restituyendo al ofensor
la empatía. Muchas veces encarar al ofensor y hacerle notar la conducta hiriente que desarrolla (y que
puede ser inadvertida o inconscientemente), puede llevar a una reflexión y que el agresor se
arrepienta. Puede que acepte su error y pida, o no disculpas. De todos modos, se enfrente o afronte al
ofensor, o no, lo más importante consigo mismo es “no atarse al rencor”. Hacerlo nos perjudica a
nosotros y no modifica la conducta de quien nos ofendió o agravió. Evitar el rencor puede que no
nos lleve a reanudar una amistad, pero al menos impide nuestra preocupación y el estrés o emoción
destructiva que termina aumentando el perjuicio: al daño de la ofensa se suma el daño espiritual y
físico que el agravio nos dejó la forma de rencor. No olvidemos la frase del Padrenuestro que Cristo
nos dejó: “perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a nuestros ofensores”. Al
menos, todos los que se consideran católicos y cristianos, y rezan esta oración, no podrán
considerarse ni mantenerse ofendidos por los otros porque el mandato expreso es “como nosotros
perdonamos a nuestros ofensores”.
Fred Luskin ha demostrado que “llevar a cuestas una carga de amargura y rabia por haber
sufrido un agravio, es muy dañino” por ser una emoción negativa que nos conduce al estrés. En ese
estrés, la adrenalina y el cortisol (la primera en forma aguda y el segundo en forma crónica), nos
aceleran el pulso, la respiración y obnubilan el pensamiento. Con el tiempo aumentan la presión
arterial, el azúcar de la sangre y las grasas sanguíneas, llevándonos a la hipertensión arterial, a la
dislipidemia, a la diabetes y otras enfermedades psicosomáticas que pueden afectar cualquier órgano,
pero que principalmente tienen como blanco preferido, el aparato cardiovascular, el aparato
respiratorio, el aparato digestivo y al sistema nervioso, en especial, la mente.
Por otro lado, este estrés, según Bruce McEwen, atrofia las neuronas, causa pérdida de
memoria y provoca el endurecimiento de las arterias. Perdonar detiene la secreción de esas dos
hormonas y por lo tanto, revierte el proceso (o no permite su instalación). Un perdón inmediato a la
ofensa reduce el estrés en un 50 por ciento. El beneficio inmediato es aumento del vigor físico, buen
estado de ánimo y espíritu, mejor calidad de sueño y de la vitalidad general. Los enfermos
psicosomáticos son los que guardan memoria de hechos horrorosos o dolorosos, ya sea por motivo
de guerra, actos de delincuencia, reyertas familiares, en especial matrimoniales, maltrato familiar
(violencia familiar), ofensas personales, distrés laboral o traumas de la infancia.
El estudio Michigan demostró que sólo pensar en el perdón y aliviar una herida es útil para
preservar la salud. De este modo, perdonar significa primero querer hacerlo, pensar en ello, luego
llevarlo a la práctica y saber que se ha logrado perdonar cuando se siente un alivio profundo y se
notan las fuerzas y el gran deseo de “seguir adelante” con la vida común y cotidiana, sin que sea
entorpecida por el recuerdo rencoroso. Si podemos acercarnos al agraviador y hacer las paces con él,
mucho mejor. Cualquier solución que se aplique para extirpar el recuerdo patológico es buena,
aunque no haya una solución directa para todas las ofensas. El problema no reside en borrar una
ofensa en sí, sino en no recordarla más ni guardar resentimiento con el ofensor. La ofensa estuvo e
hirió. Eso es irreversible. Pero lo que se puede revertir son los efectos de las ofensas en el ofendido.
Algunas reglas propuestas por Collier Cool, para hallar la paz consigo son:
1.
analizar la ofensa con objetividad, impidiendo de entrada teñirla directamente con la rabia o
la ira
2.
no justificar al ofensor pero al menos, tratar de comprender sus motivos, en el caso que los
haya
3.
examinar los sentimientos que la ofensa nos produce y si percibimos agitación destructiva o
negativa, tratar de desterrarla para no “tomar a pecho” el agravio inferido, en manera especial, si éste
no es merecido ni fue provocado por una acción de nuestra parte
4.
pensar que el ofensor, como ser humano, es imperfecto, en la misma medida que podemos
serlo nosotros y por lo tanto centrémonos en ello y no en la ofensa
5.
se debe perdonar con plena convicción, por la propia paz interior y no por ningún tipo de
presión o conveniencia o sugerencia ajena. El perdón debe surgir del propio corazón y no siempre es
necesario hacérselo saber al ofensor.
6.
afrontar el acto agresivo u ofensivo con serenidad y no responder al mismo. Afrontar o
enfrentar al agresor haciéndole ver su acción hiriente. No esperar que el otro reconozca su error ni
pida disculpas. Basta con que sepa que ofendió. Si es posible, hay que lograr hacer las paces con uno
mismo y con el que nos ofendió.
En lo relativo al perdón está inserto el tema de la reconciliación. Antes de hablar de reconciliación es
pertinente definir lo que entenderemos por conciliar que denotativamente es “componer y ajustar los
ánimos de quienes estaban opuestos entre sí, o, conformar dos o más proposiciones o doctrinas al
parecer contrarias, o, granjear y ganar los ánimos y la benevolencia, o, alguna vez, el odio y el
aborrecimiento”. Naturalmente la discordia es lo opuesto a conciliar. De la discordia surge el
conflicto y hasta el odio. Por esa razón, se pierde la conciliación entre las personas y se instala el
rechazo y la separación o el aislamiento. Cuando se perdona se busca evitar lo conflictivo y todo lo
que afecta a una relación cordial y estrecha. Es ahí donde funciona la reconciliación que es “volver a
las amistades o atraer y acordar los ánimos desunidos”. La reconciliación funciona como la
aplicación efectiva de un perdón. No sólo se perdona sino que los enemigos se amistan, es decir, se
hacen amigos o, al menos, se establece una relación cordial.
Sentimientos negativos
Sentimiento de odio y venganza
El odio es lo inverso y contrario al amor. Es un sentimiento de “antipatía y aversión hacia
alguna cosa o persona cuyo mal se desea”. El estado de ánimo con odio u odiosidad es un
sentimiento con cierta permanencia y que suele proceder de una causa determinada. Es el
sentimiento más negativo del espíritu y está irremediablemente ligado a un cortejo de sentimientos,
que en el concepto de los estudiosos de Harvard, sería una verdadera familia de sentimientos de odio.
Luego, podríamos considerar que el odio es un cortejo de sentimientos más que un sentimiento
simple. Como sentimiento, comparte las mismas características de manifestación que el amor
(sentimiento puro, sentimiento-emoción, sentimiento-pasión). Para mejor entender al sentimiento
odio hay que ir desgranando dos de sus principales componentes: el sentimiento de antipatía y el
sentimiento de aversión.
Mira y López, en su clásica obra de LOS CUATRO GIGANTES DEL ALMA lo considera
como un sentimiento enorme (sentimiento-gigante) y como sentimiento puro, que no trasciende al
ánimo y a la conciencia, lo cataloga como cólera en conserva. Esta es una definición aceptable de
nuestra concepción de los sentimientos puros que son sensaciones que están como encerradas,
contenidas, “enlatadas” en el espíritu, en forma inconsciente o subconsciente (en forma latente o
pasiva) y que en determinadas situaciones se hacen conscientes y pueden, o no, instalarse en el ánimo
para operar activamente. La naturaleza de los sentimientos es la de ser una sensación almacenada
dentro de la mente, perteneciendo a esa gran porción de mente y espíritu que se conoce como
memoria y cuyos datos almacenados y no llevados a la conciencia, a nuestro modo de ver,
constituyen lo que se ha considerado el inconsciente.
El odio, como el amor, son sensaciones que operan bajo el influjo de un mecanismo dual
opuesto: por un lado hay motivaciones que lo activan o excitan y hay motivaciones que lo inactivan
o inhiben (refrenan). Esas motivaciones excitantes e inhibidoras son denominadas por Mira y López,
dos fuerzas equipotentes, razón por la cual, cuando actúan simultáneamente permiten la sensación
sentimental pero impiden la expresión emocional. Siempre los sentimientos son sensaciones
intersubjetivas, donde hay un sujeto que siente y otro sujeto u objeto que es causa de la sensación. En
el amor hay un amador y un amado, en el odio hay un odiador y un odiado. Las fuerzas inhibidoras
del amor, en el amador, pueden ser el rechazo, la tibieza del amado, la indiferencia, la antipatía o la
falta de correspondencia.
En el odiador, Mira y López considera que las fuerzas inhibidoras para expresar el
sentimiento son:
a.
imposibilidad material de alcanzar el objeto o sujeto de odio
b.
temor de que éste, si es agredido, reacción infligiendo un daño mayor que el recibido y el
odiador resulte destruido por efecto de su propio odio
c.
temor de una sanción moral o social en el caso de satisfacer directamente el impulso agresivo
d.
reconocimiento implícito de que no hay “razón suficiente” para justificar el odio o la reacción
odiosa.
Este autor justifica el dicho popular de que el odio y el amor son idénticos a tal punto que
“del odio nace el amor” y viceversa, y convalida el criterio con la aseveración de que ambos
sentimientos consideran a sus objetos o sujetos causantes de la sensación como “valiosos”. Tan
valiosos que no pueden dejar de merecer “ser sentidos” en la forma que se consideran. A pesar de
que el odiador manifiesta que “no puede ver” al odiado, paradojalmente no “saca el ojo”, o sea, lo
tiene en ojo (en-ojo). El mismo investigador considera que el odio conlleva un sentimiento de cólera
que denotativamente puede ser enojo, enfado o ira.
El término enojo etimológicamente procede del latín inodiare y es sinónimo de enfado
(impresión desagradable y molesta del ánimo provocado por algunas cosas). Es un movimiento del
ánimo que suscita una sensación molesta, agraviante y ofensiva que involucra un sentimiento de ira.
Mientras este sentimiento de cólera esté “enlatado”, queda como un sentimiento no resuelto que se
autoperpetúa mientras actúa el motivo que lo ocasionó o no pudo satisfacer el deseo de destruir lo
odiado. Esta permanencia y autoperpetuación origina el resentimiento.
Max Scheler considera que para que el odio lo engendre deben darse algunas circunstancias:
1º.
Haber sentido una probabilidad de triunfo sobre lo odiado
2º.
Pero esa sensación se pierde por falta de empuje o coraje
3º.
El odiador experimenta una especie de sed sin esperanzas de venganza o que perciba su
inferioridad y no se conforme con ella y llegue a autoodiarse mucho más que el odio profesado
originalmente
Scheler afirma que el resentimiento no cede ante actitudes de reconciliación o complacencia
ni que el odiador recibe o dispense un gesto de generosidad, dado que nada que procede “desde
afuera” lo pacifica interiormente, sino que contrariamente, por autoinducción, crece su rabia interior.
La única posibilidad sería “borrar el pasado” o lograr un “estado de olvido de sí mismo”, dos
condiciones de difícil realización en el estado de resentimiento. A pesar de ser el odio un sentimiento
rígido (tiende a estratificarse y perseverar), inmodificable por la lógica o sucesos de la experiencia,
como todo lo biológico puede tener algunas modificaciones, no en su esencia, pero sí en su
manifestación, es decir, cuando sale del estado de sentimiento para pasar al estado de emoción.
Las emociones más evidentes del odio son la ira, el desprecio y la venganza. El desprecio
puede ser un sentimiento puro o un sentimiento-emoción al manifestarse con actitudes de
desvalorización del objeto o sujeto odiado, con manifestación abierta de desdén, esto es, de
indiferencia y despego que denotan menosprecio. Ello presupone un sentimiento de superioridad del
odiador en relación con lo odiado, pues lo considera como algo inferior a él.
Como sentimiento puro consiste en un “olvido forzado” de lo odiado, como emoción se
manifiesta con una serie de gestos o frases despreciativas o emitiendo opiniones con alusiones
expresas de las cualidades que se consideran inferiorizantes en el odiado, interpretando en sentido
negativo todo lo aparentemente valioso en el odiado. Por ejemplo, si es simpático auténtico se le tilda
de hipócrita que manifiesta una simpatía que no siente, etc. Los gestos y actitudes públicas son de
repulsión, donde el odiador exterioriza conductas de alejamiento o de rechazo físico y espiritual.
Incluso tiene reacciones insultantes como es escupir frente a lo odiado o tener náuseas o vómitos
frente a él (manifestaciones físicas de asco o impresión desagradable que causa una cosa que
repugna). Otra forma es proferir frases insultantes.
Otro modo de expresión de odio es la venganza que es todo acto o acción que realiza como
reacción frente a un daño o agresión, con intención de obtener satisfacción de haber respondido al
agravio o daño recibido. La venganza puede expresarse como un simple deseo que se hace patente
maldiciendo al odiado para que le ocurran iguales o peores sucesos dañinos que los que
supuestamente el odiado originó en el odiador o bien como apelación a la divinidad para que ésta
permita que ocurran hechos lesivos al odiado (“ojala Dios le mande una desgracia, una peste”, etc.).
Son deseos in pectore (dentro del pecho) que causan fruición al invocar mágicamente a dioses,
espíritus o demonios que causen maleficios o invocar la “justicia divina”.
Cuando el odiador planea algo más que un sentimiento o resentimiento de odio, se dice que
está alimentado por una “sed de venganza” y el efecto inmediato es planificar una acción dañina
(efectivizar su odio en una acción dañina vengativa).
La venganza es una acción de revancha que provoca fruición o satisfacción. Si no lo hace, no
es venganza sino que se transforma en culpa. Tampoco es acción de reparación del daño.
Simplemente es eso: una revancha en busca de satisfacción. Si la venganza, como toda otra reacción
de odio, suprime el objeto odiado, esto puede ser causa de supresión del sentimiento activo. Pero si
no logra ese objetivo, lo lógico es que haya por parte del odiado agredido otra reacción de revancha
antirrevancha que opera como una re-venganza. Así se establece un círculo vicioso que en lo
práctico, el odio causa más odio, como la ira genera más ira.
Curiosamente, con el amor no siempre ocurre lo mismo, porque a veces no siempre “amor
con amor se paga” puesto que un acto amoroso puede ser indiferente o ser rechazado o no ser
apreciado o valorizado. Pero una agresión o un odio siempre genera en el objeto o sujeto al cual se
dirige otra reacción de igual o mayor magnitud y así el encadenamiento acción-reacción puede
prolongar indefinidamente una sucesión de hechos, actitudes o actos de odio, furia, agresión,
violencia, hostilidad, etc. Cuando se conjuga la aversión con la antipatía y una cólera latente, es
cuando se manifiesta el odio. Pero pueden existir sentimientos de aversión, antipatía y cólera, sin que
impliquen odio.
Sentimiento de miedo
Mira y López estudia al miedo en su obra magistral ya citada que trata las tres emociones
universalmente reconocidas por todos los estudiosos de la psicología humana (miedo, ira, amor) y lo
denomina el gigante negro. Lo estudia desde sus orígenes en la célula animal para luego analizarlo en
el ser humano y de éste reconoce los miedos a (“agentes” del miedo): el dolor, la pena, la muerte, las
enfermedades, la soledad, la vida, los bajos instintos, la guerra, las revoluciones, los cataclismos
naturales. A esta lista habría que actualizarla con el auge de la delincuencia y sus modalidades
(asaltos, asesinatos, secuestros, violaciones, etc.), el narcotráfico y las drogas, el terrorismo, las
mafias, los “malos” gobiernos, etc. Aunque parezca de Perogrullo, todo el mundo habla del miedo,
pero cuando uno trata de definir que significa esa palabra, pocos podrán establecer con precisión qué
se quiere decir con ese término.
Miedo, según la RAE, deriva del latín metus y sería una “perturbación angustiosa del ánimo
por un riesgo o daño real o imaginario, el recelo o aprensión que uno tiene de que le suceda una
cosa contraria a lo que desea”. Naturalmente, miedo está ligado a toda una familia de palabras tales
como temor, terror y pánico. En el análisis de estas palabras encontramos que pánico es “el miedo
grande o temor muy intenso”; mientras que temor es la “pasión del ánimo, que hace huir o rehusar
las cosas que se consideran dañosas, arriesgadas o peligrosas, es presunción o sospecha y recelo de
un daño futuro” y terror es un “miedo muy intenso”.
De acuerdo con estas definiciones, miedo es cuando hay algo presente, sea real o imaginario
mientras que el temor está ligado a una presunción de que algo es peligroso o la sensación de un
daño futuro. Pánico y terror se refieren a la máxima intensidad del miedo. Hasta acá llegamos con lo
denotativo.
Para algunos psiquiatras y psicólogos “el miedo es la sensación de angustia que se produce
ante la percepción de una amenaza”. Esta connotación contiene en parte a la definición dada por la
RAE, pero carece de la noción más completa que ofrece la denotación de la Academia. ¿Por qué
afirmamos esto? Porque la Academia habla de una perturbación angustiosa del ánimo lo que
involucra la “sensación de angustia” pero lo más interesante es que no la califica como una simple
sensación sino como una perturbación del ánimo.
Un concepto muy importante es que el miedo es una reacción instintiva primaria. Sabemos, y
reiteramos, lo instintivo es “obra, efecto o resultado del instinto y no del juicio o la reflexión o del
propósito deliberado”. El hombre posee instintos que puede controlar con su raciocinio, es decir,
modificarlos con su inteligencia. El miedo como instinto es una condición natural en el hombre, pero
cuando este miedo supera lo instintivo (como reacción primaria ante una causa cierta), la sensación
de miedo como sentimiento puede instalarse como una reacción sensitiva aún sin una causa cierta,
verdadera u objetiva. Como mera sensación subjetiva nace en un instinto, pero puede ser percibida
como un sentimiento o una emoción, de acuerdo a la forma como opera sobre la mente. Mientras
actúa la mente emocional no está disponible la racional y esto impide que la mente controle el
sentimiento o la emoción.
Es probable que algunos vean en el sentimiento de miedo un mecanismo protector. No nos
estamos refiriendo al miedo como “juez del peligro”, pues nadie duda que ante un peligro cierto o
latente, “tener miedo” es una forma de proteger la vida al juzgar lo que puede dañarla. Pero el miedo,
además de ser una alerta ante un peligro, como sentimiento puede jugarnos algunas trastadas y eso lo
convierte más en negativo que en positivo. Debemos separar, una vez más, el sentimiento-miedo de
la emoción-miedo. La emoción-miedo es la que nos permite luchar o huir ante el peligro. Pero el
sentimiento-miedo puede ocurrir sin un peligro real, sin una causa valedera; o cuando la causa es
real, dejarnos paralizados sin atinar a nada. Por esto, puede oficiar como un “sentimiento aprendido”,
no por el instinto de evitar el peligro, sino por situaciones ambientales que originan el sentimiento. O
bien, un “sentimiento de terror” que paraliza todo el cuerpo.
Freud sostiene que la tendencia al miedo nos viene desde el momento del parto. Es decir, el
“primer miedo” experimentado es el “miedo a nacer”. Quizá, esta concepción freudiana nos llevará
luego a lo que se considera el “miedo a vivir”. Como veremos, ninguna de estas sensaciones está
ligada a un peligro cierto, por lo que se desvían absolutamente de lo instintivo y lo emocional para
quedar meramente como sentimiento negativo. Los “miedos negativos” normales son infinitos a
medida que una vida azarosa nos llena de zozobras. Cuando estos miedos se instalan definitivamente
y se apoderan de nuestro ánimo ocasión un “estado de pánico” donde definitivamente deja de lado
todo rasgo positivo para ser netamente negativo, pues el miedo, bajo las formas de la angustia y la
ansiedad nos llevan a lo que se ha llamado “pánico existencial” y lo natural e innato se transforma en
patológico. Ya no somos miedosos naturales ante un peligro verdadero, sino que adquirimos la
sensación inefable de “sentir miedo al miedo”. Este es el sentimiento negativo que estamos
analizando. Luego, el sentimiento miedo que se genera ante un peligro inminente y real es un
sentimiento positivo. Nadie duda de ello.
Pero lo más probable es que la humanidad haya “cultivado” un sentimiento especial de miedo
que hoy es la causa de los trastornos de ansiedad, angustia, pánico y fobias. Ansiedad (del latín
anxietas) es el “estado o agitación, inquietud o zozobra del ánimo”; “angustia que suele acompañar
a muchas enfermedades, en particular a ciertas neurosis y que no permite sosiego a los enfermos”.
Ansia es “congoja o fatiga que causa en el cuerpo inquietud o agitación violenta”; “angustia o
aflicción del ánimo”. Según la RAE angustia es “aflicción, congoja”; “temor opresivo sin causa
precisa”.
Si comparamos estas definiciones con las dadas para ansiedad, vimos que tanto ansiedad
como ansia contenían o consistían en una angustia. Luego, la diferencia denotativa entre angustia y
ansiedad es casi nula. Quizá la mayor distinción entre ansiedad y angustia resida en el aspecto del
temor opresivo sin causa precisa que presenta la angustia. Cuando esta especie de temor invade el
ánimo, tendremos ansia y de ahí vendrá el estado de ansiedad. Hay muchas connotaciones sobre
ansiedad y angustia. Muñoz Martín y Feduchi Canosa conceptúan a la angustia como “una
emoción: la emoción de angustia”, la cual se caracteriza por “fenómenos de orden fisiológico y
psicológico”.
Nosotros adelantamos en las definiciones connotativas médicas como “temor morboso ante
un peligro imaginario”; “estado afectivo exacerbado en los psicópatas, combinación de disgusto y
tensión interna, sensación de inquietud y espera de sucesos dolorosos” o “ estado de aprensión,
intranquilidad y temor desproporcionado a la amenaza real, la principal característica de la
neurosis, acompañados de síntomas somáticos”. La angustia está al fondo de la cuestión de la salud
mental, pues figura entre las causas de enfermedad mental, la cual está muy ligada a la “comprensión
del origen, manifestaciones y transformaciones de la emoción de angustia”. Cualquier estado de
emoción o afecto tiene la posibilidad de ser apreciado por quien lo vivencia como “un estado de
excitación de su organismo”. El poder tomar conciencia de los estados de excitación o tensión que
eventualmente afecten al organismo, se debe a factores madurativos y del desarrollo, que están tanto
en lo biológico como en lo psicológico. La exposición previa a un estado de tensión es la condición
para que se presente una emoción.
Muñoz Martín y Feduchi Canosa resaltan que “muchos autores han querido ver en estos
estados de tensión y en las modificaciones correspondientes del organismo, el fundamento y el
prototipo de las manifestaciones emocionales que caracterizan la vida del ser humano”. Estos autores
piensan que la angustia es una de esas manifestaciones emocionales, a la que consideran fundamental
por su importancia en la organización del mundo. Este concepto lo subrayamos al repasar la escuela
existencialista. En consecuencia, la angustia está en relación tanto al desarrollo intelectual y a la
maduración afectiva, normales, como al proceso del desequilibrio mental. Como nota fundamental
de la esencia humana, tiene un correlato anatómico y fisiológico muy específico que es la zona
cerebral de la emoción (ampliamente estudiada a través del sistema límbico y sus conexiones, y el
locus ceruleus). Dentro de este centro de emociones está inmersa la angustia por lo que muchos
autores sostienen la “prefiguración de la angustia”, la que se presentaría a manera de una “existencia
de un componente constitucional presente desde el nacimiento”.
Vistos estos conceptos, podemos resumir que la angustia como emoción normal o patológica
es algo inseparable de la existencia humana y se despierta como “sentimiento de peligro inminente”,
tanto en lo orgánico como en lo psíquico y trastoca profundamente la personalidad, ocasionando un
desequilibrio que puede llevar a la despersonalización, sobre todo en la angustia crónica (la que se
prolonga en el tiempo). Entre los estudiosos siempre hubo tendencia a separar la angustia de la
ansiedad, reservando el término angustia para la manifestación corporal, como el “angor” con
manifestaciones orgánicas y neurovegetativas. El término ansiedad se utilizaba más para las vivencias
psíquicas propiamente. De este modo angustia sería lo neurofisiológico y ansiedad lo existencial.
Angustia y angor tiene una raíz común con angina. Angor y angina, en lo orgánico, se refiere
a un “dolor constrictivo”, a sensación de opresión y estrechamiento (estrechamiento psíquico, no
físico. Al estrechamiento físico se le llama estenosis). Probablemente la angustia esté emparentada con
el angor y la angina por la sensación de opresión que produce. Sin embargo, esto de relacionar
angustia, miedo y pánico no es tan simple, por lo que vale la afirmación de Ajuriaguerra de que
“las manifestaciones neurovegetativas y las vivencias emocionales, el malestar fisiológico y el
sufrimiento psíquico, se entrelazan de tal manera que resultan muy difícil, si no imposible, de
identificarlos por separado”.
En este terreno conviene tener bien claro que hasta ahora:
a.
angustia se relaciona, corresponde o refiere a acontecimientos imaginarios, no reales, es decir,
fantasía inconsciente sin origen en la realidad,
b.
mientras que miedo es una reacción de defensa o respuesta en forma de huida o
inmovilización frente a un peligro real y presente.
La angustia es así un sentimiento que se despierta ante “algo desconocido”, difícilmente
identificable con un objeto concreto. En este estado produce pánico. Cuando se identifica con algo
concreto, se transforma en fobia, como miedo irracional, absurdo, a determinadas cosas. El miedo se
experimenta siempre “ante algo conocido y peligroso” (acontecimientos claramente identificables y
fatales, en forma inmediata, para la integridad del individuo que los afrenta). Cuando una persona se
altera profundamente y no puede distinguir entre lo real y lo irreal, e indistintamente reacciona con
angustia en forma de miedo o temor, estamos ante una reacción fóbica.
Por estos conceptos, la ciencia médica incluye actualmente a la angustia dentro de los
trastornos de la ansiedad, como pánico y fobia. Mantiene la relación indisoluble entre angustia y
ansiedad, que siempre van unidas en grados distintos. En cuanto al miedo, éste se ha instalado en la
sociedad moderna bajo el pánico y las fobias y constituyen ambos una nueva fobia: la biofobia o
“miedo a vivir”. Por eso concluimos que miedo es un instinto o reacción primaria que consiste en la
perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario, el recelo o aprensión que
uno tiene de que le suceda una cosa contraria a lo que desea y que causa pasión instintiva del
ánimo, que hace huir o rehusar las cosas que se consideran dañosas, arriesgadas o peligrosas, por
presunción o sospecha y recelo de un daño futuro. Actúa como una impresión que las cosas
producen en el alma por medio de los sentidos o una emoción producida en el ánimo por un suceso
o noticia de importancia, que compulsivamente conducen a inmutar, trastornar el orden y concierto
o la quietud y el sosiego de algo o de alguien, a tal punto de impedir el orden del discurso si está
hablando; o, directamente, perder el juicio una persona cuando siente o experimenta la impresión
producida por algún hecho o acontecimiento que afecta el conjunto de los recursos o medios de
vida.
Entendida esta definición, el miedo aparece como una reacción natural
puesta
instintivamente en nuestra esencia animal, pues es común tanto al hombre como al animal y,
teóricamente, debería ser considerado sin ninguna distinción de otro instinto. Pero sucede que al
transcurrir la vida del hombre, se ha modificado la forma de sentir miedo, a tal punto que se instala
el fenómeno antinatural de sentir miedo por el miedo, o sea, tenerle miedo al miedo.
Emocionalmente el hombre ha creado, por deformación de lo natural, otros temores o angustias. Esto
se debe a una distorsión espiritual en lo sensitivo y en lo emocional, que altera a nuestra razón o
inteligencia, afectividad y voluntad y constituye una parte de la crisis espiritual que, en general,
afecta al hombre actual.
El miedo, como reacción natural o biológica, es uno de los impulsos que ayuda al hombre a
resolver un conflicto mediante la huída. Al desnaturalizarse o deshumanizarse, el hombre pierde la
capacidad de la reacción espontánea y queda entrampado sin solución, en un conflicto del cual no
puede huir. Queda “pegado” al conflicto. Este estado de sideración o inmovilidad, Darwin lo
describió en 1872 como “inmóvil como una estatua, conteniendo su aliento, o bien, se apelotona
instintivamente, como temiendo ser visto”. Como reacción emotiva, la explicaba diciendo que el
miedo hace latir al corazón con rapidez y violencia y al perder todo control, el organismo
sobreexcitado se agota y desfallece. La respiración se acelera y la piel se torna pálida, se está al borde
del síncope, hay “sudor frío” (por que hay vasoconstricción debido a los altos niveles de adrenalina)
y los pelos se erizan (“piel de gallina”); hay temblor muscular generalizado. La psicopatología del
miedo por angustia crónica es la depresión y la ansiedad es generada por la sociedad actual donde
hay “amenazas omnipresentes” de todo tipo, la presión social por la subsistencia en los grandes
centros urbanos, la inseguridad, el maltrato social, la violencia, la incertidumbre, las múltiples
tergiversaciones negativas de las conductas colectivas.
La “artificialidad” de la actual “vida social” creada por el hombre, donde impera más lo
instintivo y lo emotivo negativo o destructivo, encuentra a la mente humana desprovista de recursos
naturales de protección, pues no tiene respuestas elaboradas a los estímulos artificiales. Ésta es la
última razón del “entrampamiento” cuyo precio final es la enfermedad psicosomática. Sólo un
entrenamiento mental adecuado, una educación global con el desarrollo completo de nuestro ser,
podría ser una respuesta a largo plazo, que la inteligencia nos provea, no sólo contra el miedo, sino
contra toda emoción e instinto destructivo.
Sentimiento de antipatía y apatía
Cuando describimos a la empatía, la cual obra como sinónimo de simpatía, vimos que
consistían en un interés positivo por el otro, por los demás, por los prójimos. Incluso, conllevaba un
sentimiento de afecto y amor. Pero puede ocurrir que se genere una sensación totalmente opuesta, a
la se le ha denominado sentimiento de antipatía. La antipatía es un “sentimiento de aversión que, en
mayor o menor grado, se experimenta” hacia algo o alguien. El sentimiento de aversión es una
sensación de oposición y repugnancia hacia algo o alguien. La aversión toma diferentes formas como
desechar, contradecir, repugnar, rechazar. La repugnancia es una sensación que involucra una
reacción visceral de asco, o tedio, de negación o contradicción de algo o alguien, de rehusamiento,
de una actitud de “mala ganas” hacia una persona o cosa.
Luego, en las relaciones intersubjetivas, hay un sentimiento de antipatía a otras personas
cuando se producen cualquiera de estas sensaciones. Como sentimiento puro es un componente del
odio o puede subsistir por sí mismo, sin llegar al extremo del odio. Las causas de la antipatía pueden
ser múltiples de acuerdo al motivo de la sensación. Así, hay expresiones apáticas o de rechazo. El
sentimiento de apatía es cuando hay sensación de “impasibilidad del ánimo”, lo cual se manifiesta
como “dejadez, indolencia, falta de vigor o energía”. Puede ser un ingrediente de la antipatía o ser
independiente de ella. Pero apatía y antipatía tienen un factor común que es el total desinterés real por
los demás o los prójimos.
Sentimiento de frustración
La frustración es uno de los sentimientos más confundidos con emoción. Esto se debe a que
muchas emociones negativas involucran básicamente una frustración. Es un sentimiento negativo en
sí mismo provocado por la privación de algo que se esperaba o el incumplimiento de una expectativa
o dejar sin efecto o malograr un intento. Está relacionado con el sentimiento de fracaso que se
produce cuando se tiene un resultado adverso en una situación o acción que se realizó, se destrozó
algo, cuando hay escollos en un proyecto o intento o pretensión de hacer algo. El fracaso conlleva la
frustración.
Dado que las expectativas, las intenciones, los deseos y motivaciones, los proyectos, los
intentos varían de una persona a otra, naturalmente las reacciones de frustración y fracaso, también,
son variables, notablemente, en uno o en otro individuo. Hay muchas cosas que frustran a un gran
número de gente, mientras que a otros no los conmueve. La tendencia del ser humano, en general, de
desearlo todo en el instante en que deba elegir entre distintas y múltiples opciones puede sentir
frustración al no poder tener las opciones ofrecidas. El imperativo de elegir y desechar siempre
provoca conflicto. La expectativa de tener éxito u obtener un triunfo en algo que se intenta, proyecta
o emprende, sobre todo cuando esa expectativa es muy grande, ante el fracaso de esa expectativa, la
frustración es la consecuencia. A medida que se va desarrollando el ser humano, el conjunto de
experiencias le va dotando de mayor capacidad de tolerancia a la frustración y al fracaso, lo que no
ocurre con el niño.
La frustración y el fracaso provocan trastornos de ansiedad y angustia que pueden
desembocar en un estado de estrés. De igual modo, toda ansiedad, angustia y estrés produce
frustración. La frustración deprime o exalta. Cuando exalta, a la frustración se la vincula a la ira, a la
agresión, a la violencia y a otras emociones y estados de ánimo.
Richard Lazarus cree que existe un modelo atávico, incluido en el llamado sentido común,
el cual expresa la forma en que los humanos valoran las interacciones que le ocurren a cada momento
en que se relaciona con su entorno. Así, los sucesos o hechos que aparentan ser retos o amenazas
potencialmente nocivos, se analizan con una mayor detención y se abordan con planteos o
interrogantes dirigidos a buscar la acción más efectiva para solucionar el conflicto y una de las cosas
que más se busca es saber con los recursos que se cuenta en esa circunstancia para enfrentar el
problema. A medida que se acumula mayor información, la persona va reevaluando
permanentemente el estado de sus posibilidades o capacidades y trata de manejar racionalmente el
conflicto. Si lo logra, evita la frustración; si no lo hace, queda en estado de frustración o fracaso.
Los investigadores de la frustración proponen algunas consideraciones para evitar entrar en
frustración:
∗
Reflexionar: es una herramienta útil que permite discernir qué se quiere lograr frente a un
conflicto (objetivo a alcanzar), cuáles son los impedimentos a sortear para conseguir el objetivo y
cuáles son los mejores medios, habilidades o capacidad para hacerlo
∗
Desarrollar conciencia de que en la vida no se puede tener todo al mismo tiempo en que se
desea
∗
Capacidad de cambio para sortear los obstáculos, cambiando la dirección o vía que uno
lleva y que nos conducen a chocar con problemas o impedimentos
∗
Capacidad para asimilar y tolerar a los fracasos no como una ruina o acción negativa sino
para tenerlos como experiencias positivas que nos indican cuáles son las cosas que hay que evitar o
los métodos que no que usar, o los caminos que no se deben transitar.
Esto significa que nunca hay que creer que los fracasos se deben a una incapacidad de
resolución o que una persona está “hecha para fracasar”. El pesimismo es la mayor fuente de
sentimiento de frustración y de fracaso. La creatividad es el instrumento que se debe buscar y
desarrollar para evitar las sensaciones de frustración, incapacidad y fracaso. La consideración de que
el fracaso es un riesgo latente para cualquier cosa, en especial, las que no se proyectan debidamente,
nos lleva a reflexionar que es necesario estudiar toda acción o problema, cuando es posible, para
evitar la frustración y el fracaso. Otro factor inherente es la experiencia. Se ha dicho que “el hombre
es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”. Esto significa que no aprende de sus
errores. El éxito, antitesis del fracaso, es evadir la repetición de errores, esto es, evitar transitar
nuevamente una senda que resultó frustrante.
Sentimiento de pesimismo
El sentimiento de pesimismo es el opuesto al sentimiento de optimismo. Es una sensación
provocada por la propensión a ver y juzgar las cosas por el lado más desfavorable y considerar como
pésimas a las circunstancias vitales, es decir, que son sumamente malas, a tal punto que no pueden ser
peores. Es una tendencia a considerar la imperfección de las cosas, a ser determinista en el sentido de
fatalismo. Así como en el sentimiento optimista citamos a Campoamor, en lo referente al color con
que se miran las cosas, en el pesimista hay visión negra u oscura. Con relación al ejemplo de la
rosquilla y del vaso con la mitad de agua, el pesimista a la inversa del optimista creía que el vaso
estaba medio vacío y sólo observaba el agujero de la rosquilla. El espacio vacío (mitad vacía del vaso
y el agujero de la rosquilla) era signo de que no había nada y por lo tanto, era la sensación de
soledad, de que no todo está completo, de que no hay posibilidad de llenar el vacío. La actitud
mental del pesimista es el pensamiento negativo tendencia permanente y general a apreciar a los
fenómenos y hechos vitales transitorios, permanentes y sucedidos a lo largo de la vida, como cosas
que provocan sufrimiento, infelicidad, insatisfacción y, sobre todo, frustración. La insatisfacción y la
frustración van de la mano hasta llevar a diferentes grados de trastornos mentales depresivos. Todo se
interpreta como fracaso o de solución muy difícil o imposible. Los conflictos son insuperables y “no
hay nada que hacer” frente a ellos. No es útil ni efectivo enfrentar los problemas y buscarles
solución, ni plantearlos siquiera. Seguramente todo problema es insoluble.
El pesimismo, como el optimismo, se adquieren durante el desarrollo o son conductas
negativas aprendidas o adquiridas circunstancialmente o ex – profeso. Es como dice el refrán
popular: “aquél que se quema con leche caliente, sale huyendo cuando ve una vaca”. Es decir, los
sucesos aflictivos que a uno le ocurren, lo marcan para adquirir la visión o punto de vista, que es
posible que ellos nos ocurran siempre, repetitivamente, como si se estuviera “marcado” para fracasar
o sufrir o atraer las desgracias. Para el negativo, la vida no ofrece oportunidades y es muy difícil que
ellas aparezcan por sí. El fracaso indica la incapacidad para hacer algo y por lo tanto no hay que
tentar otros esfuerzos. Simplemente debe quedarse quieto para evitar nuevos fracasos. Si hacemos la
comparación con una foto, el pesimista es el negativo de la foto donde predomina más el negro
(fondo de la imagen) que el blanco y todo está desdibujado y sin colores. La visión de las cosas es
siempre de “color negro”. No hay matices porque todo es gris o negro. La secuela lógica de todo esto
es el mal humor.
El Estudio Safran, citado en el sentimiento optimista, arrojó como resultado que el
pensamiento negativo del pesimista produce individuos:
1.
2.
desesperanzados
enfermos
3.
propensos al fracaso
Por otro lado, los pesimistas demostraron una estrecha relación con:
•
•
•
cuadros depresivos
sentimiento de soledad
timidez dolorosa
Los científicos investigadores de estos casos creen que el pesimismo puede ser reversible
mediante una educación y un entrenamiento adecuado que puede invertir el cuadro. Craig Anderson
sostiene que “si pudiéramos enseñar a la gente a pensar más positivamente, sería como vacunarla
contra esas enfermedades mentales”. La actitud del pesimista es tener un sentimiento de que su vida
está “como nave al garete” y es sacudida por las tormentas de la vida sin que él pueda intervenir o
modificar la situación, pues se siente una especie de “títere del destino” y tiene una visión fatalista: las
cosas ocurren o van a ocurrir sin que haya posibilidad de cambiar el rumbo de las mismas. No
reacciona ante los reveses o lo hace con suma lentitud, pero no para buscar soluciones sino para huir
de los problemas, ensimismarse, deprimirse y no acudir bajo ningún concepto a la opinión ajena
porque da por sentado en forma absoluta, de que “no puede hacerse nada al respecto”. El principio
pesimista es que todo inconveniente no es solucionable.
Sandra Levy realizó un estudio sobre la actitud anímica de un grupo de mujeres con cáncer
de mama. Opuestamente a las optimistas, las pesimistas tenían períodos de recurrencia de aparición
más temprana y de extensión más larga, es decir, no tenían períodos de remisiones o éstos eran muy
cortos y de aparición más tardía o espaciada. De igual modo la reacción al tratamiento era más
negativa y las expectativas de supervivencia, menores. La Universidad de Harvard, EE.UU., encaró
un estudio a largo plazo en el que un grupo de investigadores siguieron las historias clínicas de un
grupo determinado de graduados, seleccionados por ser los mejores alumnos y por su excelente
condición física al egreso. Pasado un período de veinte años, a partir de la fecha de egreso, se
cotejaron las historias clínicas y se comprobó que:
•
los que pensaban positivamente y eran más equilibrados en sus conductas fueron menos
propensos a adquirir enfermedades características de las edades maduras como ser hipertensión
arterial, diabetes, padecimientos cardiovasculares o gastrointestinales
•
los que tuvieron pensamientos negativos fueron propensos a contraer esas afecciones en
mayor grado que los optimistas
Otros estudios, como el realizado por Christopher Peterson en la localidad de Ann Arbor de
EE.UU., demostraron que la sensación de impotencia del pesimista actúa socavando las naturales del
sistema inmunológico del organismo. Comprobó que el pesimista no cuida correctamente su salud,
pues al tener el sentimiento de pasividad e incapacidad de eludir los golpes de la vida, adquiere la
sensación con visos de absoluta seguridad, de que está predestinado a tener una salud pésima y a
otros infortunios de la vida, “haga lo que hiciere”. Por lo tanto no cuidará su ingesta y comerá
“cualquier cosa”, evitará realizar ejercicios y desatenderá todas las indicaciones del médico. Cuando
se le invita a beber, siempre estará dispuesto a aceptar “otro trago” aunque sepa que esto le
perjudicará. Hay una renuencia permanente a controlar su salud porque tiene la idea de que no puede
parar lo que sucede y que ninguna actitud suya evitará que se enferme o le ocurre “lo peor”.
Es común y natural que la mayoría de las personas tengan una especie de mezcla de
pensamientos positivos (optimismo) y negativos (pesimismo). No todos son absolutamente pesimistas
u optimistas. Estos extremos están reservados a un grupo menor de individuos. La inclinación a
adoptar una u otra forma de pensar, en la opinión de Seligman, se enseña “en el regazo materno”,
pero, fundamentalmente, se forja y emana de los miles de advertencias y consejos que pueden
resultar positivos o negativos y que son recibidos en el transcurso de su desarrollo vital. Por ejemplo,
si los padres insisten en inculcar demasiadas advertencias de peligro sobre los actos que un niño
intenta realizar, tales como “cuidado, eso no”, a la larga pueden llevar a que un niño se sienta inepto,
temeroso y desarrolle un carácter pesimista. Otra actitud negativa es no permitir que el niño se sirva a
sí mismo en sus necesidades de comer, asearse, vestirse, etc.
A medida que van creciendo, los niños comienzan a obtener ciertos “triunfos” como caminar
tempranamente, a hablar correctamente y entender y hacerse entender por los adultos. Uno de estos
hechos sencillos y que dan la sensación de éxito es aprender a atarse los cordones (agujetas) de
zapatos o zapatillas. Si logra hacerlo por sí solo tendrá más probabilidades de ser optimista (dado que
la sensación de haber dominado algo produce optimismo) que el niño cuyos padres, en lugar de
enseñarle y hacerle practicar tal tarea, se limitan a atárselos ellos mismos y en todas las ocasiones. Uno
de los valores negativos que más se aprende en el hogar o familia es la violencia. Los padres son los
ejemplos de los niños. Si ellos son adultos violentos, sus hijos serán niños violentos.
Contrariamente, si los padres son ejemplos de valores positivos, los niños adquirirán esos
valores. Los mejores valores positivos a enseñar son el amor, la cooperación o solidaridad, el interés
sincero por el bienestar de los demás y la compasión por el sufrimiento ajeno. Según los ejemplos de
los padres, podremos decir de los niños: “Dime qué padres tienes y te diré cómo eres”.
Sentimiento de tristeza
La tristeza es un sentimiento que denota afligimiento y apesadumbramiento con melancolía
que se produce ante un suceso funesto o una motivación negativa. Es una reacción normal de dolor o
de sufrimiento. El afligimiento o aflicción es lo que causa molestia o sufrimiento físico, pero también
la angustia moral, preocupación e inquietud. La pesadumbre es una sensación de peso espiritual que
se manifiesta también como molestia, desazón o padecimiento físico y moral y que constituye una
especie de sensación de injuria y agravio. Es un sentimiento de pesar o dolor interior que perturba el
ánimo con molestia y fatiga. Por su naturaleza, la tristeza causa inhibición y se acompaña de un
sentimiento de inhibición.
La melancolía es una palabra derivada del griego y que significa “bilis negra” y es parte de la
teoría de los humores que se manejaba en la antigüedad para explicar sensaciones y estados de ánimo.
Consiste en una sensación que se percibe como un pesar y aflicción vagos, indefinidos, profundos,
pero de manifestación sosegada y permanente. Nace de causas físicas o espirituales y se concreta
como un estado de ánimo donde no se encuentra gusto ni diversión en ninguna cosa. Es un
sentimiento opuesto a la alegría. Mientras la alegría es una exaltación del estado del ánimo, la tristeza
es un descenso acentuado del mismo. Es un sentimiento generalizado cuyo rasgo principal es la
“pérdida de interés” por las cosas de la vida, por lo que se considera como verdadera apatía por la
vida. La melancolía, para Freud, se caracteriza por “un estado de ánimo profundamente doloroso,
una cesación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de
todas las funciones y la disminución del amor propio”.
Cuando no hay una causa evidente de este sentimiento, puede atribuirse en general a una vida
vacía de sentido que provoca una especie de neurosis que Miller Beard consideró, en 1880, como
una neurastenia o astenia psicofísica, es decir, un desgano total que compromete a la mente y al
cuerpo. Un grado mayor de este sentimiento es la depresión que cuando es causada por motivos
naturales consiste en una verdadera reacción de pesar o tristeza y por eso se le llama “depresión
reactiva”. Pero cuando este sentimiento depresivo se transforma en un verdadero delirio excesivo e
inexplicable, inyecta en la mente ideas de ruina o de muerte y anula todo deseo de vivir
trasformándose en una verdadera enfermedad, en una “tristeza patológica” que en Medicina se le
llamó “depresión endógena”. Es tan grave que llevaba al suicidio.
La tristeza, en cualquiera de sus formas, es un sentimiento negativo porque anula al ser del
hombre y lo anonada y ensimisma. En el caso de una reacción natural de dolor o aflicción por un
suceso cierto de daño o pérdida, y es pasajera, es una muestra de sensibilidad humana. No podemos
hablar de tristeza negativa o positiva en sí misma. La hemos considerado una reacción negativa
cuando se prolonga más allá de lo debido y, en general, por sus efectos (normales o anormales) que
causan algún perjuicio a quien la padece.
Sentimiento de inhibición o inmovilidad
Es un sentimiento de abstención o de dejar de actuar en algo. Impide o reprime el ejercicio de
facultades y de hábitos. Suele manifestarse de modos muy diferentes. Cuando actúa como un sistema
de regulación en lo psicológico, es lo que Freud llamó el superyo y constituye un elemento de
represión de carácter moral y ético. Puede expresarse como un sentimiento de reacción como ocurre
en el estrés crónico que deja al individuo inmovilizado (freezer). Cuando se expresa como
sentimiento puro se acompaña de estados de aburrimiento, abulia, tristeza y desencanto. Desde el
punto de vista psicoanalítico, el sentimiento de inhibición es un estado de defensa que permite la
organización del yo, lo que facilita el criterio para la diferenciación entre percepción y recuerdo, lo
que hace posible la correcta utilización de los signos de la realidad. Es una restricción funcional del
yo que induce, en algunos casos, conductas automáticas, compulsivas o repetitivas. Se trata de una
impotencia o déficit (falta total o parcial) de una función o de un tipo de conducta, en cualquiera de
las tres áreas de la conducta. La inhibición está ligada a la represión y al aislamiento. La conducta o
función inhibida es la parte ligada al objeto parcial que es negado o reprimido y aislado, de tal
manera que se inmoviliza (inhibe) uno de los términos del conflicto y, por lo tanto, se evita la
ambivalencia. Se diferencia de la conversión o somatización porque en la inhibición no hay síntomas,
es decir, conductas distintas a las normales o síntomas corporales. Directamente, en la inhibición sólo
hay ausencia de la función normal que se inmoviliza o inhibe. Freud distingue entre inhibición y
restricción del yo:
⇒
⇒
La inhibición se orienta contra los propios procesos internos
La restricción del yo opera contra los estímulos del mundo externo
Pero esta diferenciación no es válida porque una inhibición, como toda defensa, implica la
restricción del yo y, además, operan en las tres áreas de la conducta.
El sentimiento de pena y sentimiento de sufrimiento.
El sentimiento de pena se genera frente a una sensación de cuidado, aflicción o sentimiento
interior muy grande. Se expresa como dolor, tormento o un sentimiento corporal. También es penoso
lo que causa dificultades o gran trabajo. La pena es un sentimiento que abarca una gama importante
de sensaciones interiores y que puede reflejarse en una reacción corporal. Está asociada al sufrimiento
moral y físico. El sufrimiento propio o ajeno tiene el gran poder de conmovernos. El concepto
principal de sufrimiento es el de “padecimiento, dolor, pena”. Padecer puede ser “sentir físicamente,
en forma corporal, un daño, dolor, enfermedad, pena o castigo”, lo que significa que uno puede en
forma efectiva (activa) sentir algo penoso, pero el término también tiene un rasgo de pasividad
cuando sin que se afecte el cuerpo se pueda “soportar, tolerar” algo como pueden ser agravios,
injurias, pesares, etc. Siempre padecer está ligado a “recibir daños las cosas o sufrir algo nocivo o
desventajoso” Cuando el sufrimiento, más que un padecimiento activo de un daño corporal (dolor,
enfermedad, castigo), está referido a un sentimiento pasivo, oficia como “paciencia, conformidad o
tolerancia en sufrir”. Esto es “recibir con resignación un daño moral o físico”. Este sufrimiento
pasivo está adherido a las denotaciones de “aguantar, tolerar, soportar, sostener, resistir, permitir y
consentir, contenerse y reprimirse” un daño moral o físico. Luego, sufrir puede estar referido a un
daño físico o corporal o un daño moral (psíquico o espiritual), el cual se percibe en forma activa o
pasiva. Todas estas denotaciones y connotaciones nos llevan a ese poder tan grande del sufrimiento,
puesto que ese sufrimiento se nos puede “contagiar” con sólo ver una foto, una película, leer un
escrito (carta, libro, documento) o presenciar un hecho penoso, para que se desate en nosotros esa
sensación de sufrir. Por esta modalidad, el sufrimiento tiene ese inmenso poder de “mover a
compasión”, provocar la compasión. Ese poder posibilita que el sufrir sea pasible de ser mostrado,
enseñado y aprendido. Cuando no se quiere despertar la compasión ajena, porque se rechaza ser
“objeto de lástima”, situación que se siente como humillante o agraviante, se tratan de reprimir los
signos externos en la medida de lo posible. Esta represión puede oficiar como una mera simulación
de paz interior y que no se padece sufrimiento o simple ocultación o disimulación del sufrimiento.
También la represión puede ser positiva en el sentido que nos ayude a aliviar dicho sufrimiento,
sobre todo cuando la represión tiende a disminuir el efecto de la emoción, pero cuando sólo es para
no expresarla externamente, actúa como un dique que da más presión o fuerza al sentimiento
reprimido y que puede llevar a estallar en forma muy destructiva cuando la contención pierda
efectividad, se debilite o algo resquebraje su acción tensionante. Quien permanece pasivo cuando está
abrumado por la pena, perderá la ocasión de recuperar la elasticidad de su mente y queda con
pensamiento o sentimientos muy fijados (apego a la pena).
Ajuriaguerra asegura que “las manifestaciones neurovegetativas y las vivencias emocionales,
el malestar fisiológico y el sufrimiento psíquico, se entrelazan de tal manera que resultan muy difícil,
si no imposible, de identificarlos por separado”. Otros autores afirman: “El sufrimiento psíquico, que
tal vez sea el mayor sufrimiento que puede experimentar el ser humano, se agrava y profundiza con la
soledad, con la incomunicabilidad, con lo inefable e incompartible”. Con estas palabras la escritora
española quiere significar que el daño o sufrimiento psíquico es más terrible que el daño físico
porque moralmente aísla al que lo padece, debido a que no puede expresar lo que siente. Se sufre en
sí mismo y no se puede compartir con otros. Es un sufrimiento invisible porque no es apreciable por
los sentidos. En esto comparte el concepto de moral que la Real Academia Española da en la segunda
acepción del vocablo moral: “que no pertenece al campo de los sentidos por ser de la apreciación
del entendimiento o de la conciencia”. En este estado, el sufrimiento psíquico afecta al “estado de
ánimo individual” (séptima acepción de la RAE de moral). Éste es el principal fundamento del daño
moral. Pero puede suceder, y de hecho sucede, que muchas veces sea discutida la existencia de este
daño, pues como también lo define la RAE, suele considerarse “que no concierne al orden jurídico,
sino al fuero interno o respeto humano”. De esta forma, el daño moral es del fuero interno y sólo
puede ser reconocido por el “respeto humano” como una obligación de ser considerado para ayudar
a quien lo padece y resarcirlo por las causas que lo provocaron. Incluso algunos dictámenes judiciales
en la que se acepta la figura de “aflicción espiritual” dan lugar a la indemnización por el daño moral
como sufrimiento psíquico o emocional que causa aflicción espiritual.
Sentimiento de desesperanza
Cuando la actitud es creer que lo esperado es un desastre o algo funesto, hay una esperanza
negativa. Cuando hay alteración extrema del ánimo por la falta de esperanza o el desvanecimiento de
una esperanza, es lo que se conoce como desesperanza. Cuando hay pérdida total de esperanzas con
extrema alteración del ánimo, hablamos de desesperación. Puede ser causada por albergar esperanzas
inciertas o negativas de las cuales uno trata de despegarse de las mismas o bien cuando se llega a un
estado nihilista en que todo, incluso la vida, pierde el sentido. Si la pérdida total de esperanza se debe
a una serie de esperanzas (expectativas) que se tenían y se derrumban, pueden despertarse
sentimientos extremos de culpa, cólera, despecho, celos o venganza, según sea el motivo de la
esperanza pérdida o frustrada. Sin embargo, la desesperación puede ser un sentimiento que despierte
la sensación de que “todo anda mal” pero la desesperanza es el sentimiento de que “ya nunca las
cosas andarán mejor”. Mientras la desesperación denota un presente angustioso, la desesperanza es
todo un “vacío de futuro”. Cuando el hombre comienza a desesperar sufre sensaciones de
impaciencia o exasperación, agitación y mucho despecho, lo que puede llevarlo a la pérdida del
sentido de la vida y pensar o provocar un suicidio como única solución a la desesperanza.
Sentimiento de impaciencia
Es lo opuesto al sentimiento de paciencia. Por lo tanto es una sensación de intranquilidad
permanente que lleva a interpretar que todo ocurre con un sentido de inmediatez que determina un
impulso de inquietud y preocupación y de premura frente a todo lo que pueda significar conflictivo
o agobiante. Es un bajo nivel de tolerancia cuando se debe realizar una tarea minuciosa o sobrellevar
un esfuerzo. Es el que genera más actitudes de hostilidad o de tendencia a expresiones emocionales
explosivas. El impaciente no tiene respeto por sí ni por los demás. No mide las consecuencias de sus
actos, los cuales suelen ser apresurados, irresponsables, irreflexivos, no medidos. Por esto, puede ser
una fuente de conflicto y daño. Ante una situación de conflicto no media para solucionar o
apaciguar, sino que se exaspera y arremete con los conflictivos o toma parte con uno de ellos, para
integrarse a dicho conflicto. Es un “buscador” o “generador” de conflictos, estrés, emociones fuertes
y violentas o dañinas, y causante de tensiones o aumentador de las mismas. Todo lo quiere “ya”. Vive
su vida como un permanente “ahora” donde no cabe ningún “después”. Es el prototipo del ansioso o
del angustioso y el que más llega a la desesperación e incluso, a la desesperanza. Hay estados de
impaciencia que suelen aparecer como beneficiosos lo que sucede cuando hay una acción lenta que
causa perjuicio y necesita de alguien con empuje que le ponga “fuego” para quemar la lentitud
perjudicial. Si estos “arranques de impaciencia” ocasionales son con “justa causa” acá la impaciencia
puede ser una forma de virtud. Pero esta impaciencia no es de por vida y sólo aparece en casos muy
puntuales. El sentimiento de impaciencia que nosotros consideramos negativo es el que causa un
estilo de vida impaciente. La impaciencia es signo de inmadurez.
En situaciones de estrés, los impacientes conforman la llamada personalidad tipo A. Es la
personalidad que tienen los que Selye llama “procuradores de estrés”, es decir, personas reactivas al
estrés en grado sumo y que, con su estilo de vida tienden al estrés. Vulgarmente, podrían
denominarse “tipos caballo de carrera” porque estarían dispuestos permanentemente a competir, a
“estar en carrera”. Revelan normas de conducta caracterizadas primordialmente por: desarrollar una
lucha desmesurada, sin fin, intensa y continua; poseer una competitividad exagerada; ser agresivos
con hábitos motores desasosegados y respuestas verbales entrecortadas, con deseo de apresurar
constantemente el ritmo de ejecución de la actividad física e intelectual; hacer todo con rapidez,
acentuando el sentido de premura por lo que están sujetos a plazos perentorios en todos sus
proyectos y sustentar el criterio “las cosas deben ser hechas ya y rápidamente”; vivir en estado
permanente de alerta física y mental (hipervigilancia) De acuerdo con las características descritas, la
personalidad A es la que detentan individuos competitivos, que continuamente se involucran en
varias actividades simultáneas (intentan “hacer varias cosas al mismo tiempo”) y, en algunos casos, les
aleje de las posibilidades del buen humor (fácil irritabilidad), mientras que en otros sean
“superoptimistas”, exagerando el buen humor con los puntos de vista pesimistas. Constituyen el
prototipo de la denominada “conducta de estrés” (Segura, 1984) (Foglia, Escuela Argentina)
Sentimiento de inmadurez o vulnerabilidad
Cuando la persona sufre sensaciones de inseguridad, incapacidad para resolver, afrontar o
tolerar conflictos, no se puede desempeñar socialmente con efectividad y buena comunicación y es
víctima de sus emociones y de las ajenas, padece un estado vulnerabilidad. En nuestro idioma
español, vulnerabilidad era la condición del “que puede ser herido, o recibir lesión física o
moralmente”, pero el neologismo médico adquiere otra connotación. El sentimiento de
vulnerabilidad es cuando la persona cree que todo puede hacerle daño y reacciona con
hipersensibilidad ante hechos o circunstancias que a pesar de ser normales, él las percibe como
dañinas. Todo lo relativo a la vulnerabilidad, como inmadurez, lo estudiaremos también luego, en el
parágrafo relativo a la madurez espiritual.
La inmadurez, lo contrario de madurez, convierte al hombre en un ser inexperto e irresoluto
para solucionar los problemas que el vivir le ocasiona. Crece en completo estado de inseguridad y su
vida es como un barco sin rumbo o timón que le lleva a la deriva sin llegar, a veces, a ningún puerto.
El inmaduro actúa torpemente y es el sentimiento que más se acompaña de la sensación “no saber, no
querer y no poder”. Las personas inmaduras se encuentran desconcertadas permanente en su ámbito
existencial porque la inmadurez les impide alcanzar la certeza interior de que podrán tener metas y
cumplirlas.
Sentimiento de culpa y vergüenza
Denotativamente la palabra culpa está referida a la comisión de una “falta más o menos
grave, cometida a sabiendas y voluntariamente”. Pero, también, denotativamente culpa puede ser
“responsabilidad, causa involuntaria de un suceso o acción imputable a una persona”. El
sentimiento de culpa es una sensación que puede emerger frente a la conciencia de haber cometido
una falta real en forma voluntaria o involuntaria y sentirse responsable de ella.
Pero también puede ser un sentimiento que nace por otras pulsiones interiores sin una culpa
patente o real, sino como ocasionado por una culpa latente o imaginada. Cuando el sentimiento de
culpa está relacionado con asumir la responsabilidad por un daño voluntario o involuntario o un
sentimiento de arrepentimiento, podemos decir que se comporta con una reacción natural connata
con la bondad, porque si no existe un sentimiento de bondad previa, nunca asumiremos un
sentimiento de culpa por causa real. El arrepentimiento surge por tener conciencia de haber hecho un
daño físico o moral.
Hay psicólogos que semejan a la escuela freudiana, al opinar que el sentimiento de culpa
puede ser ancestral y provenir de faltas cometidas por el hombre en los comienzos de la vida humana
(atentados contra los padres, canibalismos, etc.). Pero también hay quienes piensan que hay un
sentimiento de culpa “original” debido al “pecado original” que según algunas religiones, el hombre
lleva por la falta bíblica de Adán y Eva. Así, parece significar que el sentimiento de culpa es
totalmente innato y, en consecuencia, debe acompañar al hombre como algo ineludible. Sin
embargo, una cosa es arrepentirse o tomar responsabilidad con miras a la reparación de una falta
cometida, que más que sentimiento de culpa, es un sentimiento de bondad o de projimidad, de
compasión y otra cosa es “sentirse culpable” sin falta evidente.
De esta forma estaríamos frente a los conceptos biológicos de: fisiológico y patológico; o los
conceptos psicológicos de: normal y anormal. Habría un sentido de culpa fisiológico y normal ante
una falta real y asumida con la responsabilidad de hombre cabal u “hombre de bien” y un
sentimiento o sentido de culpa, sin una comisión de culpa alguna, que puede apreciarse como algo
filético, atávico o bien surgir de un estado patológico o anormal. Sea como sea, cuando se vive con
un sentimiento de culpa en forma permanente, como un verdadero “estado de culpa”, justificado o
no, siempre es un sentimiento negativo. Un sesgo positivo es que, además de surgir para reparar una
falta cierta, una vez reconocida e indemnizada la falta, debe desaparecer el sentimiento de culpa. Es
una sensación pasajera. Lo anormal es la permanencia de la sensación.
Araceli Galindo Laguna sostiene que la toma de conciencia de la culpa va acompañada de
un sentimiento de pesar que proviene de la reflexión sobre el hecho culpable, lo que se presenta
como un arrepentimiento que gravita sobre el ánimo. Este sentimiento provoca angustia porque
proviene de la idea de impotencia de deshacer lo hecho. Es lo que sustenta el pensamiento de “esto
no tiene remedio” y así, la culpa se transforma en preocupación permanente. El pesar provoca
primero angustia y luego preocupación. De esta forma, el sentimiento de culpa como preocupación
constante, grava el pensamiento y hace que la vida transcurra con una lentitud monótona aplastante.
No se vive un presente sino hay una queda continua en el pasado, que no permite avizorar un futuro.
El sentimiento de culpa por creer que todo es insalvable lleva a un estado de indecisión por
miedo a equivocarse nuevamente y esto produce inseguridad, otro elemento más del sentimiento de
culpa. La imposibilidad de decidir o de tomar una decisión dudosa, acrecienta el sentimiento de culpa
porque por una parte, se toma conciencia de que la opción a la cual se inclina es determinante con tal
o cual efecto y, por otra parte, toma conciencia del estado de ambigüedad por las decisiones optadas.
El estado de ánimo en este sentimiento, cuando está en relación directa o indirecta con la culpa, hace
que el sujeto se encuentre desamparado en el mundo, en su realidad, a la cual vive como
desvinculado de los demás por sentir ante ellos el sentimiento de culpa. Por la sensación de
desamparo y desvinculación se generan pensamientos irracionales con una percepción distorsionada
de la realidad, especialmente de los demás. De ahí, que este sentimiento de culpa que lleva a la
irrealidad, comience a ser fuente de fantasías dañinas. En esto consiste la negatividad del sentimiento.
Luego es un sentimiento que produce angustia, ansiedad, depresión, intranquilidad y que además de
anular a la persona puede conducirla al suicidio.
Acompaña al sentimiento de culpa, el sentimiento de vergüenza que es la “turbación del
ánimo ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante, propia
o ajena”. También puede ser originado por una acción indecorosa, de ejecución repugnante, que
puede ocasionar una opinión mala sobre la persona que comete dicha acción (“mala fama”). Otra
situación es cuando está referida a la cortedad o timidez pudorosa para realizar algo y ésta es la base
del sentimiento negativo de vergüenza. Esta sensación conduce a una especie de estimación de la
honra propia o medición de autodignidad. Quizás el sentimiento de vergüenza por una falta
cometida, junto con otras manifestaciones similares de culpa, constituya una especie de sentimiento
de culpa positivo.
Cuando un niño comete un acto indebido o incorrecto debe aprender que faltó a la
responsabilidad ética y esto debe ser causa de preocupación como sentimiento de enmienda o
propósito de no volver a errar. Tanto el sentimiento de irresponsabilidad como el de enmienda,
constituyen un sentimiento de culpa positivo. Es un sentimiento de culpa con causa justa. El
sentimiento de culpa negativo es cuando alguien se atribuye una responsabilidad o irresponsabilidad
sin motivo o causa alguna.
Schulman admite que en el mundo actual, el sentimiento de culpa positivo se ha convertido
en una grosería, debido a que se le considera igual que el sentimiento de culpa negativo, es decir,
como una neurosis o trastorno psíquico y se han escrito muchos libros para aprender a no tener
sentimientos de culpa. El sentimiento de culpa positivo oficia como verdadera voz de conciencia que
indica lo que está bien y lo que está mal, aunque esto sea irritante para muchos. Si un niño reconoce
que ha hecho algo mal y se reprocha por ello maltratando en algo su autoestima, no debe tratar de
indicársele que es incorrecto o malo sentir culpa. Por el contrario, la autoestima se revalora
precisamente por haber sentido la culpa y reconocerla. Lo que hay que enseñar es aprender de la
experiencia y hacerse el firme propósito de no volver a cometer el mismo error o inconducta. Si un
niño encuentra algo en la calle y se sabe que puede ser valioso a otro como un documento o dinero
debe enseñársele a devolverlo a la persona correcta y a evitar la tentación al mal. En caso de incurrir
en el mismo, el sentimiento de culpa debe servir para reparar el daño. Los reproches siempre deben
ser dirigidos por las malas acciones y nunca a la persona que comete el error, calificándolo de mala
persona u otros tipos de ofensas personales.
Dentro del área sexual es lícito analizar los términos pudor, pudendo, pudibundo y
pudibundez, relacionados con el sentimiento de vergüenza. Pudor, connotativamente, significa
“honestidad, modestia, recato”; pudendo es lo “torpe, feo, que debe causar vergüenza”; pudibundo
es un adjetivo que se aplica a quien es poseedor “de mucho pudor” y pudibundez es una “afectación
o exageración del pudor”. En la práctica, el pudor funciona como una especie de sentimiento de
vergüenza que en lo sexual, puede interpretarse como una turbación del ánimo que produce cortedad
para realizar una acción sensual o sexual. Sería también, como una forma de timidez sexual. Cuando
la conducta pudibunda es para evitar conductas licenciosas y escandalosas, es sentimiento positivo.
Pero cuando anula a una persona volviéndolo frígido o insensible sexual, es sentimiento negativo. El
pundonor es un “estado en que la gente cree que consiste la honra, el honor o el crédito de
alguien”. Luego, más que sentimiento es una creencia. Todas estas sensaciones vergonzosas pueden
ser positivas cuando sirven para evitar un escándalo público o privado o evitar un daño. Pero en la
práctica ofician negativamente como prejuicios que anulan la libre expresión de sentimientos
afectivos o la libertad sexual necesaria para una correcta satisfacción espiritual.
El sentimiento de ajenidad y de ensimismamiento (aislamiento)
Hemos dicho que en algún momento el hombre vive sintiendo como si las cosas que le
ocurren le están pasando a otro y no a él. Esto es sentirse enajenado. Es “sentirse otro” y no tener
“sentimiento del yo” o “sentimiento de la mismidad”. En lugar de pensar que esto me está
“ocurriendo a mí”, el sentimiento es que es otro, y no él, el que sufre o tiene emociones u otras
sensaciones. De igual modo, los niños de esta “sociedad de ajenidad” viven y crecen con el mismo
sentimiento y no tienen conciencia de sí mismo. La vida extrañada (extrañamiento), la vida que es
extraña a mí, hace que pierda conciencia de mí mismo y de mi existencia.
El Dalai Lama piensa que este sentimiento de ajenidad es una de las causas posibles de las
emociones negativas o destructivas con que vive la humanidad. También es el obstáculo para las
aplicaciones mundanas de la práctica budista. No obstante, se impone la necesidad de crear
verdaderos “gimnasios espirituales” en el mundo occidental, que a manera de “escuelas de vida”
orienten al hombre a perder su sentimiento de ajenidad para adquirir conciencia plena de sí mismo,
de su mismidad. Pero debe haber una distancia prudente entre el extremo del enajenamiento pleno y
el estado de ensimismamiento pleno.
El ensimismamiento es lo contrario de la ajenidad porque la persona se centra en su yo y en
su mismidad para trascenderlos. Los dos extremos son dañinos. Ninguna de esas actitudes ayuda al
hombre a expresar lo que es ni cual es su autenticidad como hombre. Son posiciones espirituales que
deshumanizan al hombre: una porque no le permite sentirse a sí mismo, la otra porque no le permite
salir de sí mismo y existir como hombre. El equilibrio y la armonía están en no estar demasiado fuera
de sí, ni muy metido en sí mismo. Esto es, en el sentido existencialista, vivir consciente de la realidad,
con una existencia plena.
Sentimiento de morir o sentimiento de muerte
Este sentimiento es negativo cuando provoca el sentimiento de miedo a vivir. No hay dudas
que vivir y morir han sido dos cuestiones que siempre preocuparon a la humanidad. No hay época,
desde que el hombre aprendió a escribir, que no haya tratado ambos temas. No existe conocimiento
de lo que se pensó en la prehistoria sobre ambos temas. La historia, que arranca con la antigüedad,
mostró distintas facetas, según los pueblos, de cómo se concebía morir y vivir. Había culturas de vida
y culturas de muerte. La muerte, como cuestión obvia, no puede ser desconocida para el hombre. El
hombre podrá ignorar lo que es la muerte en sí y lo que hay después de la muerte. Pero le es
imposible sustraerse a la existencia de la muerte. De un modo u otro debe ocuparse de ella. Ya sea
poniéndola ante los ojos y a la mano para meditar sobre ella. O bien dejándola como un trasfondo
nebuloso, como una especie de telón en la obra de su existencia.
Debemos recordar que Shakespeare nos decía que la vida era el inmenso teatro donde
nosotros éramos los artistas que representamos el vivir. En el teatro de la vida, la muerte puede el
centro de la escena o el telón fondo de la misma. Siempre está en el podio, junto a todo lo que vive.
Es como la sombra, según algunas comparaciones. Quizás por esto sea visto como algo sombrío. Ser
espectador de la conducta de la humanidad en distintas etapas o momentos históricos, permite
apreciar ángulos diferentes de apreciación de los dos fenómenos eternos: la vida y la muerte. Por eso,
siempre habrá alguien o algunos que simultáneamente quieran ocuparse de la referencia a ambos. Es
muy fuerte la inquietud de pensar en los dos, casi milagrosos o mágicos fenómenos, como es vivir y
morir. La precariedad y la instantaneidad de algunas vidas o la engañosa longevidad, pueden ser la
tentación para hablar y pensar sobre los diferentes matices de la vida y la muerte. Pero, al final de
cuentas, vivir veinte o ciento cincuenta años, lo único que nos permite es ser testigo del desfile del
devenir de la humanidad en etapas distintas. Esto es muy patente para mi generación que vio la vida
antes de la mitad del siglo XX y está asistiendo a los albores del siglo XXI.
Los grandes fenómenos históricos que van desde 1930 hasta el 2005 enmudecerían a un
prehistórico, pasmarían a un antiguo, enloquecerían a un medieval y admirarían a un renacentista.
Nunca, en tan corto período que no llega a un siglo, la humanidad enloqueció tanto. Tuvo tantas o
más guerras que en toda la historia anterior, alcanzó cifras demográficas impensables, bulleron todas
las ideas y doctrinas religiosas, políticas y filosóficas y se creó la más fantástica tecnología. Pero
también conviven con ellas grandes y nuevas pestes (no como la peste negra que mataba rápidamente
sino pestes que hacen agonizar toda una vida), una pobreza tan extendida que se cree que más de la
mitad de la humanidad de esta época agoniza de hambre y un vacío espiritual, que si bien no es
nuevo, es más profundo que antes y alcanza a más gente.
En este marco que es el mundo del siglo XXI hablar e interpretar a la vida y a la muerte nos
coloca en situaciones límites. ¿Quién podrá decir algo que no sea un mero punto de vista personal?
Por más que lo que se diga o escriba tenga un valor estadístico que abarca descriptivamente a un gran
porcentaje de humanidad, no significa que sea la verdad absoluta, sino simplemente eso: describir
algo que parece ser. Barylko, siguiendo el hilo de Heidegger y otros autores como Platón, pensaba
así: lo que se ve parece ser pero no es. De ahí que esta generación que piensa ahora, sea una
generación cuestionadora de lo que se considera verdad o mentira. No hay absolutismos racionales
como ocurrió en épocas anteriores. Los pensadores fundamentalistas son descartables nada más que
por serlo. La idea general es tender a ser relativo. Nadie puede decir toda la verdad, sino sólo abarcar,
en el mejor de los casos, una porción muy parcial de la misma. No hay objetividad total sino una
gran subjetividad que pretende ser objetiva. Ya no es tan fácil pensar, como los santos, o los suicidas,
o los fanáticos fundamentalistas, que la muerte es un bien. Tampoco la mayoría lo cree, pues
pareciera ser que es vista como un mal, como lo indeseable. Por eso, se coloca al final de toda escala
de valores. Esas escalas empiezan con la vida o el amor, o con ambos, pero coinciden en que la
muerte no es lo más valorable. Ninguna escala coloca a la muerte como bien o el valor primero.
Con esta coyuntura, ya comenzamos a entrar de lleno en el ámbito de la paradoja, fenómeno
extendido en esta generación que está entre la mitad del siglo y la mitad del siglo XXI. Si uno quiere
pensar saliendo de lo común, lo primero que encontrará en la inmediatez de la reflexión, es la
paradoja. Un mundo que clama paz y hace la guerra. Un mundo que desea el amor y expande el
odio. Un mundo que clama justicia y siembra injusticia. Un mundo que implora la virtud mientras se
deshace en la corrupción. Un mundo que hace culto a la tecnología, mientras más de la mitad de la
gente muere en la más feroz necesidad de todo. Un mundo que pregona el valor de la inteligencia y
vive dando ejemplo de la más absoluta estupidez. Un mundo que, como una pantalla de cine o
televisión trata de mostrar audiovisuales sobre lo magnífico que es vivir en positivo y llenar de
sentido a la vida, mientras gasta el tiempo en cosas que le llevan a lo negativo, al vacío existencial y a
la muerte.
Es el momento más confuso (la Babel moderna, el aquelarre) del hombre alfabetizado a
medias: sabe mucho de todo, pero carece plenamente de toda sabiduría. Impresiona como las
computadoras modernas cargadas de Internet: es el más grande archivo de conocimientos... que poco
sirven para las cosas fundamentales. Funciona como aquellos eruditos que saben todo de todo, pero
nada de lo que necesitan realmente.
Esta humanidad presente bien puede merecer el mote de homo ludicus. Si se repasa
atentamente la historia y la prehistoria se hallará huellas de la tendencia del hombre a jugar. Cada
época ha tenido sus propios juegos. Hoy, el hombre tiene en sus manos juguetes impensables. La
tecnología le provee cualquier máquina artificial que desee y, además, tiene el genoma y la célula o el
átomo, como los mejores elementos para sus tendencias lúdicas. ¿Cómo se explicaría el afán de clonar
un ser vivo, incluyendo al hombre? ¿Cómo ciencia? ¿Cómo un saber necesario? ¿Cómo algo que es
inherente a la naturaleza humana? Ninguna de las explicaciones dadas por la “ciencia” sobre estas
“investigaciones” del átomo, la célula y el genoma han sido muy claras y genuinas.
Cada vez que el hombre intenta autojustificar o explicar sus acciones “tecnológicas” y
“biotecnológicas”, genera reacciones en número mayor que las acciones y las opiniones favorables a
las mismas o sus explicaciones. Lo cierto es que hasta ahora todas estas cosas han sido espectaculares
y han originado un mundo lleno de maravillas tecnológicas. ¿Pero dónde queda ubicado el hombre,
su vida y su muerte? Ahora lo que importa es jugar con los nuevos instrumentos y hurgar lo que se
consideró un misterio: la vida y la muerte. Se juega a reproducir la vida, a postergar la muerte. Pero a
lo que no se juega mucho es a mejorar la calidad de la vida y del sentido de vivir.
Barylko piensa que el hombre soslaya a la muerte. En ese afán de “desconocerla” late una
idea de inmortalidad. Juega a vivir como si nunca fuera a morir. Por esto, Barylko resalta de la
historia y de los textos esas concepciones que tienden más a ensalzar a la vida que considerar a la
muerte. La muerte es algo de otros y no una cosa propia. Nadie piensa que va a morir sino que sólo
mueren los otros. Pero mi impresión es distinta, pues veo la cosa como que la gente vive pensando en
la muerte y por eso desprecia la vida. No juzgo a las acciones actuales como una preocupación por
vivir y vivir mucho. Más bien me impresiona subjetivamente como que la gente “desperdicia” la vida
porque sabe que tiene que morir. Es algo así como ¿si tengo que morir, para qué me interesa vivir?
Ergo, aprovechemos para perder el tiempo con una vida lúdica o destruyéndonos nosotros y a los
otros. ¿Por qué llego a estas conclusiones descabelladas? Por los hechos. Si alguien pensara que
realmente la vida es un don maravilloso, corto pero muy bueno y especial, ¿la dilapidaría en cosas sin
sentido? Dios, (o la naturaleza) nos han dotado de un ámbito de vida y de la vida misma, que si nos
detenemos a pensarlo y meditarlo con inteligencia y sentido, encontraríamos cosas sensacionales, sin
necesidad de ninguna artificialidad. Pero no es así.
El privilegio de comprender al mundo parece ser de unos pocos que no tienen voz ni voto.
Lo incomprensible es motivo de mofa o es para la indiferencia o hay que aniquilarlo. Esta falta de
sentido de la vida no es un fenómeno que sólo yo he apreciado. Lo saben todos los pensadores de la
humanidad. Lo han señalado de un modo u otro. Cada uno lo ha interpretado en forma sencilla o
más o menos ingeniosa o brillante. Pero para todos es innegable. Sin embargo, como todas las otras
paradojas, la humanidad parece razonar ¿para qué preocuparse por el sentido de la vida? En este
desprecio del sentido de la vida es donde yo fundamento mi creencia de que la gente no quiere saber
nada con aprender para qué sirve vivir, si va a tener que morir.
Y esto plantea otra gran disyuntiva: ¿la muerte es un valor real o es algo negativo? Para unos
la muerte es más importante que la vida pues es el pasaporte a la eternidad o vida definitiva. Para
otros es una nada sin sentido, que sólo sirve para aniquilarnos o anonadarnos. Mientras se vive, la
muerte es sólo un suplicio y una amenaza horrible que pende sobre nosotros como una especie de
espada de Damocles. Sólo pensar en ella causa angustia.
Mientras unos debaten si es algo positivo o negativo, la gran mayoría actual se dedica a
destruir todo, empezando por el medio donde vivimos y terminando con nuestras propias vidas y las
ajenas en una verdadera cultura de la destrucción (el Papa la llama “cultura de la muerte” y la
sociedad cree en una “cultura de la violencia”). Yo pienso, como Erasmo, que estamos de nuevo ante
el resurgimiento de la “cultura de la estupidez”. Como la zorra, frente a las uvas inalcanzables, lo que
no está dentro de nuestro entendimiento, no sirve y hay que ignorarlo (o destruirlo).
Más que ignorar a la muerte, el hombre de hoy, aunque le pese a Barylko, parece buscar la
muerte en lugar de ignorarla. Esto constituye otra gran paradoja, de las tantas que hoy tenemos el
privilegio de ostentar. El Papa es quien más lúcidamente ha señalado el “culto a la muerte”. Pero no
es que se busque la muerte como un bien. Sino que es el instrumento, irónicamente, que nos libera de
pensar en la muerte. Ningún muerto, aparentemente, puede pensar. Desde mi punto de vista,
pareciera que la muerte causa más terror que amor y por eso estúpidamente se piensa que no hay
mejor forma de vivir que eligiendo morir. ¿Cómo suplanta la muerte a la vida? Esto es lo
incomprensible. La aparición de la escala donde la muerte es más deseable que la vida es algo
incomprensible para quienes amamos vivir. Pero no es tan repugnante para quienes cultivan la idea
de morir. A diferencia de los santos, estos cultores de la muerte no la buscan ni la provocan porque la
crean un valor o un bien, sino porque se termina con una vida que se concibe como insignificante.
¿Para qué vivir, si se va a morir? De nuevo traemos esta pregunta porque pareciera ser la
cuestión principal del fenómeno. Por esto infiero que hoy prevalece más un sentimiento de muerte,
que uno de vida. Y los pocos que dicen luchar por la vida, realizan acciones que terminan con un
tendal de muerte por una razón u otra. Esto impresiona como el pueblo judío de la Biblia, que se
autodenomina “pueblo de Dios” y que sale a combatir y matar por ese “Dios de vida”. En esto
disiento con los que creen que el hombre de hoy no piensa en la muerte y sólo vive cada instante
como si fuera una sucesión de eternidades. Esto ha llevado a la creencia de que piensa que la muerte
no es para él sino para los otros: los que él ve morir. No comparto totalmente esta idea. Puede que
haya hombres que piensen así. Pero los hechos dicen que no es así.
Volvamos a lo concreto: existe la vida y existe la muerte. Existe el mundo y existe el hombre.
Existen los conceptos relativos y los conceptos absolutos. Todo esto es tan obvio que es
incontrovertible. Todo cuanto se diga sobre la existencia y el porqué de estas existencias serán sólo
puntos de vista. Nadie tendrá una explicación total, clara y completa de todos los porqués que estas
existencias generan. Si las cosas han sido creadas por un principio superior o el mundo es algo que ha
existido desde siempre, es tan misterioso como la existencia misma de todo esto. Sigamos con lo
obvio y lo concreto. El hombre nace y muere. Está dotado de una facultad que ha llamado
inteligencia o razón y es el único ser vivo que puede valorar y dar sentido a las cosas y cuestiones del
mundo y la existencia de las cosas. Solamente él se plantea si la vida y la muerte son buenas o malas,
si la inteligencia es su patrimonio exclusivo o es compartido con otros seres vivos conocidos o
presuntamente existentes.
Personalmente creo que nadie puede decir con certeza y autoridad, absolutas, que tanto la
vida como la muerte son malas o buenas en sí o cual es el sentido de ambas. También puedo observar
a mi alrededor y sacar conclusiones estadísticas de otras opiniones, conductas o actitudes. Pero no
puedo dogmatizar mis creencias pretendiendo que lo que yo juzgo claro y concreto deba ser
aceptado como tal por otros. Los fundamentalismos existen por esa tendencia de que se debe imponer
a otros lo que yo percibo como real y verdadero. Lo único verdadero es mi facultad relativa de
elegir, lo que me hace independiente. Pero, hete aquí, que la palabra independiente, separada
silábicamente como in-dependiente, puede interpretarse denotativamente con el prefijo in como
negación y decir que independiente es lo que no depende de otra cosa. Pero si pienso que el prefijo
in significa también interioridad, independiente pasaría a significar que soy dependiente de mí
mismo, de mi interior, de mi mismidad o sistencia. Luego, de ese modo podré no depender de lo
externo, pero ineludiblemente dependeré de mí mismo.
Esto que parece un juego de palabras, si se analiza con detenimiento, nos lleva a nuevas
concepciones. Por ejemplo, si libertad está ligada a la independencia, seremos totalmente libres en
relación con los otros y las cosas que están fuera de mí. Pero si independencia y libertad están
relacionadas conmigo y mi interioridad, esto significa que esa aparente libertad e independencia
deberán estar ligadas indisolublemente a lo que yo soy. Si soy libertino e irresponsable, desparramaré
en mi entorno el abuso de esa supuesta libertad. Allí sólo me contendrán las normas sociales escritas
como las leyes o las consensuadas según la moralidad de la comunidad, sumadas a las reacciones
personales de todos aquellos que se sientan afectados por mis acciones libertinas. Si, contrariamente,
soy responsable y ético, mis acciones serán limitadas, no por lo exterior, sino por mi propio concepto
de lo que es plenamente debido en relación conmigo y los demás. También, en concordancia con lo
que yo piense y crea en mi interior o mismidad, será mi existencia.
Si pienso que hay que dar un sentido a la vida y a la muerte, buscaré dicho sentido. Esto lo
puedo hacer desde una postura intelectual, razonadora o filosófica, desde una postura científica
(buscando datos y estadísticas) o directamente desde una experiencia existencial. En tono con mis
intenciones, tendré mis opiniones. Esto sucede, ha sucedido y seguirá sucediendo, dando que lo que
impacta mis sentidos, mi inteligencia y mi emoción, me resultan experiencia obvia que acepto sin más
cuestionamientos. Hasta acá he descrito lo fenoménico. Y acepto que así sea, pues el deseo de
comunicar nuestros sentimientos y pensamientos, nuestras tendencias e impulsos, han creado la
historia, el bagaje y la tradición cultural de la humanidad. Sin los pensamientos personales expresados
no tendríamos las ciencias, la filosofía, la religión y todas las manifestaciones espirituales y materiales
del hombre.
Entendido y aceptado al fenómeno hombre con todas sus implicancias, nos resta ahora apelar
al sentido común para poder analizar nuestra posición personal frente a las grandes cuestiones
humanas, entre las cuales están la vida y la muerte. Ergo, me guste o no, si estoy decidido a sumarme
a todos los que desean expresarse, tendré obligadamente que expresarme en un idioma dado, que
condiciona mucho mi forma de pensar, pues para expresarme debo usar las palabras de ese idioma..
Si a esto le sumo la herencia cultural inconmensurable acumulada en todos estos siglos que me
precedieron, de la cual no soy ajeno, también, naturalmente, tendré que coparticipar de los
pensamientos ya conocidos. De esa manera, todo parecerá ocurrir como si hubiera un eterno retorno
y estemos signados por el nihil novum sub solem (nada nuevo bajo el sol).
Cada época que se atraviesa tiene una modalidad de ser. La actual es que se escribe y se
piensa mucho, pero cada uno hace lo que se le viene en ganas. Esto ha creado tantas vertientes
divisorias de las costumbres y las conductas sociales, que ha desmoronado mucho de lo organizado
en otras épocas. Bajo el lema de lo obsoleto, lo que no sirve a estas generaciones, lo que está
perimido, lo que no abarca la generalidad, se han desechado cosas que antes se creían valiosas y
trascendentes y que hoy son piezas de museos con valor histórico. Las ciencias se debaten como
“algo imparable” como una compulsión cuyos designios son indiscutibles y que no deben ser
criticados, dado que se basan en hechos concretos y comprobados. Pero lo que no se tiene en cuenta
son los resultados intangibles o tangibles parcialmente de esos hechos científicos. Para justificar lo
injustificable está la moral científica que sabe mucho de la bondad científica de someter todo a la
rigurosa comprobación, pero sabe muy poco de aceptar sus errores y reconocerlos. La aparente
certeza que da la ciencia conlleva la soberbia de no reconocer lo incierto y lo errático. Sólo se lo
menciona como existente pero con la idea del “rigor científico” y con la ausencia de valorización
ética de lo que es bueno o malo. La ciencia es amoral. No trabaja con los criterios de bueno o malo,
sino con el aparente impulso de crear hechos supuestamente progresivos o progresantes.
Nadie imagina que la ciencia pueda hacer algo involutivo. Esto llevó a que la “infalibilidad”
científica sea categorizada como lo único aceptable e indiscutible y sea la razón incontrovertible de
permitir todas las “intenciones” científicas, cualquiera sean sus propósitos o efectos. Pero lo que la
ciencia olvidó es que, aunque trabaje con elementos naturales, constituye en sí una acción antinatural
y artificial. Su afán de hoy de competir y superar a la naturaleza, le ha llevado a caminos pocos
claros. Los “éxitos” han envalentonado a los científicos para crear el lema de que “la ciencia es
imparable”. Pero muchos “éxitos” son de corto alcance, remplazados a la larga o a la corta. Múltiples
productos científicos no consiguieron los fines propuestos.
Sin embargo, los fracasos se justifican y se tapan y se siguen buscando nuevas sensaciones y
logros. En mi opinión personal es que tanto han hurgado y embromado a la naturaleza, que ésta,
solapadamente, se toma su revancha. A cada éxito científico, le aparecen nuevas incógnitas y así
sucesivamente, sin una aparente causa final. Hay moléculas nuevas, hay virus y gérmenes nuevos y
los medicamentos y aparatos y transgénicos, deben sortear nuevas dificultades y problemas. Es como
si la naturaleza pasara su “factura” por la competencia que el hombre establece para conocerla y
superarla y le dijera que ese poder que el hombre cree tener es el que ella le da y por lo tanto, el
triunfo final de la carrera, será, naturalmente, el de la naturaleza que sigue siendo la más poderosa y
la “imparable” verdaderamente.
Desde esta posición, llámesele existencial si se quiere, también expresaré mi sentimiento sobre
la muerte. Ya lo dije: la acepto como un fenómeno natural, algo dado... y punto. ¿Es buena o es
mala? Sólo puedo decir como Sócrates que no puedo manifestar ni una cosa ni otra, por no
conocerla. Sé de su existencia. Obviamente no sé lo que es morir. Por lo tanto, considero más
inteligente hablar de la existencia y la vida sin dejar de pensar en que existe la muerte. Por eso creo
que más importante es reflexionar cómo voy a vivir mi vida antes de antelar cómo moriré o por qué
moriré. También creo que es lícito que viva y estructure mi vida pensando en que voy a morir. Lo
que no acepto como lícito es que centre a mi vida en la muerte y piense que si voy a morir no vale la
pena vivir o, contrariamente, debo vivir intensamente ya que voy a morir. De una forma u otra estaré
tentado a errar.
Por esa razón mi postulado personal es que hay que estudiar el fenómeno de lo que es una
vida individual, propia, mía, inserta en un contexto ambiental y una circunstancia histórica
determinada. De ahí fijar puntos de partida para que esa vida transcurra lo más naturalmente posible
dentro de lo biológico, lo social y mi naturaleza racional. El acento está en la vida que me ha sido
dada. Puedo vivirla ausente de mí mismo o asumirla y modelarla. Pero no debo echar culpas a nadie
ni crear destinos inexistentes. Tengo un poder innato e inherente que es mi razón y todas mis
facultades mentales de hombre. Ellas son las herramientas naturales para allanar mi camino a cofundirme con la naturaleza. Si me alejo de ellas, me alejo de lo natural.
La llegada de la muerte, también será un hecho natural, por lo que no debo preocuparme. Si
vivo espontáneamente todas las posibilidades de mis grandes facultades humanas, difícilmente podré
errar el camino. Luego, si soy creyente en Dios y en lo relativo a una salvación, etc., supuestamente
el vivir de acuerdo a las reglas naturales me acerca a Dios y me salva de perderme.
Si enfrento a la muerte como el destino natural de la vida humana, en cuanto a su
corporalidad inmediata y fuera de toda especulación metafísica, seguramente la comprenderé como
una cosa propia del ciclo natural existente, que no debe causarme sorpresas ni temores. No digo
tampoco que es algo para alegrarnos (salvo que tengamos algunos motivos para desearla). El primer
paso para comprender la muerte es que hay verla como un fenómeno natural. Existe y está ahí. No es
algo para amar, odiar o temer. Todas las denotaciones y connotaciones son personales. El segundo
paso es comprender que la muerte no es algo terrible y misterioso. Simplemente, cesa la vida. El
problema no es la muerte sino la vida. Pero estas dos cosas no son conflictos en sí, en su expresión
material o física.
El dilema comienza con el espíritu. Esto es, nuestra alma humana. Precisamente, todas las
especulaciones metafísicas, tanto filosóficas como religiosas consisten en eso. En saber cuál es el
destino de nuestra alma después de la muerte. En este nudo gordiano, lo mejor es pensar como vivir
el corto período de nuestra vida material, medida con la edad y en un medio o ambiente concreto: el
que tenemos junto a nosotros todos los días. Gocemos de eso y preocupémonos de la muerte cuando
ella nos llegue. Sólo ahí habrá una respuesta total. Mejor que vivir muriendo, es morir habiendo
vivido totalmente nuestra existencia. El miedo a vivir es un vivir muriendo. La alegría de vivir es
aceptar naturalmente a la muerte.
Sentimiento de preocupación
Nos dice el diccionario que preocupación es la acción y efecto de ocuparse antes o
anticipadamente, de una cosa o prevenirse en la adquisición de ella, como también, provocar o
producir intranquilidad, temor, angustia o inquietud por algo que ha ocurrido o va a ocurrir o puede
ocurrir. Asimismo, es cuando algo interesa a alguien, de un modo que le sea difícil admitir o pensar
otra cosa. Finalmente, preocupación es estar interesado o encaprichado a favor o en contra de una
cosa, opinión o persona.
De esta denotación surgen varias cuestiones sobre el término preocupación:
a.
Ocuparse de algo antes de lo debido
b.
Ejercer una seudo-prevención o seudo-previsión
c.
Tener angustia, inquietud o ansiedad frente a un problema real o imaginado (pero no
buscando una solución)
d.
Una especie de obsesión-compulsión que concentra la atención en demasía sobre algo, de
forma tal que no puede distraerse o pensar en otra cosa
e.
Un interés exagerado o encaprichamiento a favor o en contra de algo.
En el Evangelio de Cristo encontramos lo siguiente: “Por esto digo: no se angustien por sus
vidas ni en qué comer, ni por sus cuerpos, ni en qué vestir. ¿No es la vida más que el alimento y el
cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo: no siembran ni siegan, ni recogen en graneros y
nuestro Padre Celestial las alimenta. ¿No son ustedes más que ellas? ¿Quién de ustedes con su
inquietud puede añadir a su estatura un solo centímetro? Y del vestido, ¿por qué se preocupan?
Miren como crecen los lirios del campo: no se fatigan ni hilan. Sin embargo, les digo que ni Salomón
con toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si Dios viste así la hierba del campo que hoy es y
mañana se echa al fuego, ¿no hará más por ustedes, hombres de poca fe? No se inquieten pues,
diciendo: ¿qué comeremos o qué beberemos o qué vestiremos? Nuestro Padre Celestial sabe que las
necesitan. Busquen primero lo espiritual (Dios) y la justicia y todo eso se les dará por añadidura. Así
que no se inquieten por el día de mañana, que el mañana traerá su propia inquietud. A cada día le
basta su afán” (Mateo 6: 25.34).
Estas palabras del Maestro nos dan varios mensajes, a saber:
¬
Pensar en algo no nos hace efectiva la provisión de nuestras necesidades. Más que pensar hay
que hacer y tener esperanzas. En lugar de preocuparse hay que ocuparse de los problemas, si éstos
son reales.
¬
No hay que preocuparse excesivamente por las cosas materiales, sino más bien, cultivar
nuestro espíritu y con él, el pensamiento creativo.
¬
Tener confianza en algún tipo de solución y confiar en ella, es decir, tener siempre esperanza
(y en el caso del creyente, fe)
¬
Evitar la angustia y la ansiedad por la excesiva solicitud, únicamente, de cosas materiales
¬
Vivir el presente sin preocuparse por el futuro. Hay que acoger, trabajar y solucionar los
afanes cotidianos. El futuro debe esperarse con confianza y, si algo debe ser previsto, ejercer una
previsión auténtica y razonable, sin exageraciones ni falsas expectativas.
¡Vaya lección suprema! Tan sencilla y profunda para escuchar y entender y tan difícil de
aceptar y llevar a cabo. Pareciera que es más fácil preocuparse por la preocupación. Si bien, desde
siempre, la humanidad nació y vive preocupada (de otro modo ni Cristo ni lo filósofos antiguos se
hubieran ocupado de esa preocupación), hoy esta preocupación excede límites normales y tolerables
para exacerbar emociones y crear angustia y ansiedad, a tal punto, que la psicología y la psiquiatría
moderna, han creado el cuadro de Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG) (DSM IV y
anteriores).
Folensbee y otros investigadores, han definido a la preocupación como aquello en lo que se
concentra la mente cuando el cuerpo está inquieto y tenso. Esto involucra que la preocupación se
acompaña siempre de tensión muscular y ansiedad. Según Folensbee existen personas que no son
propensas a preocuparse pero que poco a poco, van angustiándose por motivos cada vez más
remotos. Es difícil tener la mente vacía, sin pensar en nada. Desde este punto de vista, la
preocupación no es más que tener “algo en qué pensar” en estado de tensión, debido a que todos
somos víctimas de la aprensión o de la incertidumbre en diferentes etapas de nuestra vida, pero
existen grados en la tendencia a la preocupación. De ahí que haya personas con mayor o menor
propensión a preocuparse.
Goleman describe la fisiopatología de la preocupación diciendo: “Así, la mente preocupada
que una y otra vez traza la interminable curva melodramática en tono menor, en la que un conjunto
de preocupaciones conduce a la siguiente y vuelve para atrás” para empezar de nuevo, en una
especie de “eterno retorno”. Según este autor, cuando la preocupación “trabaja” no tiene obstáculos
para ello, pues instala sin dificultades. Pero puede ocurrir que lo haga con un sentido positivo o
negativo. Si es una preocupación negativa, rumia una y otra vez un problema, sin la intención de
una solución, esto es lo inauténtico y lo desaconsejable.
En cambio, cuando un conflicto o un problema se revuelven una y otra vez, pero buscando
soluciones posibles, esto ya no es preocupación sino ocupación directa y no se considera que sea con
anticipación sino en el momento preciso en que se instala un problema y se trabaja sobre el mismo.
Aunque no es una preocupación propiamente dicha, si se la quiere mirar desde ese ángulo, puede
considerarse como una especie de “preocupación positiva”
De idéntica forma, si un problema no está en marcha pero puede ocurrir, sobre todo a corto
plazo, si no se procede a manejar esa situación correctamente, al considerarlo significa antelar una
solución efectiva, y estudiar un presunto problema antes de que el mismo acaezca, no es preocuparse.
Es directamente ocuparse del mismo para su prevención, es decir, para que no sea un problema.
Debemos tener presente que prevenir es mejor que curar y que preocuparse. La reflexión constructiva
sobre un problema o conflicto actual o pasible de ocurrir, puede parecer formalmente una
preocupación, pero esencialmente no lo es. Es una ocupación efectiva directa: es “tomar el toro por
las astas”. Es el afrontamiento y no la confrontación. Cuando un problema, conflicto o peligro, es
potencial el estado de vigilancia que lleva a la solución positiva, ha sido y es una facultad o modo de
ser del hombre, que le ha permitido la supervivencia en su evolución natural e histórica. Las aves del
cielo no siembran pero deben escarbar todo el día, con patas y pico, para lograr su alimento y volar
en su búsqueda.
El pensamiento preventivo es el que fija “en las manos” y “ante los ojos” una cuestión, esto
es, concentra su atención en lo que le amenaza (objeto de atención), forzando a la mente a ocuparse
de las formas positivas del afrontamiento o solución. En este punto, Ortega y Gasset afirma que hay
“dos clases de hombres: los ocupados y los preocupados... Pensar es ocuparse antes de ocuparse, es
interponer ideas ante el desear y el ejecutar. La preocupación extrema lleva a la apraxia, que es una
enfermedad”. Con esto, el filósofo español nos dice que es necesario pensar para hacer algo, pero no
hay que quedarse en el mero pensar o en un pensar excesivo, pues quien mucho piensa, nada hace.
Si hay un grado de obsesión en la mente emocional, con un rasgo de angustia o temor, es
usado de momento para no distraerse en otra cosa que postergue el hallazgo de la solución. Es una
cosa natural o fisiológica que esto ocurra en forma pasajera. Constituye una especie de conducta de
ensayos mentales sobre posibles conductas que puedan llevar al fracaso o al éxito. Es un “jugar al
ajedrez” con la expectativa de “estar a la defensiva” para prevenir o neutralizar la jugada aleatoria de
“lo que puede ocurrir”. De ese análisis intelectual constructivo saldrá la deliberación sobre que
opciones se deben desechar y cuáles adoptar. Es el clásico “consultar con la almohada”, en un
insomnio o vigilia positivos. Ello ayuda a la resolución conveniente por anticipación, de riesgos
potenciales, antes que éstos surjan como peligro o conflictos de la vida.
La contrapartida del instinto natural de preservación o prevención de la vida y sus problemas
o conflictos, es la obsesión patológica (distinta de la fisiológica que acabamos de describir) y que
consiste en el meollo de la verdadera preocupación nula e inauténtica: aquella que es crónica,
iterativa, que según Goleman “vuelve a surgir una y otra vez y nunca llega a una solución positiva”.
Por su naturaleza, la preocupación crónica patológica es para Goleman un proceso bifásico:
1.
en la primera faz hay un asalto emocional de tono menor: las preocupaciones parecen salir
de la nada, generan un dejo de ansiedad y comienzan a ser incontrolables, a tal punto que se vuelven
irracionales y bloquean la personalidad, al fijar el pensamiento en un punto de vista único e
inflexible, sobre el tema-eje de la preocupación
2.
en la segunda faz, el estado preocupante crónico no sólo sigue persistiendo, sino que se
amplifica y conforma una zona gris, en que se entremezclan lo que es un asalto nervioso con
trastornos de ansiedad, hasta que se traspone definitivamente la línea del mero “asalto emocional”
para ser un trastorno de ansiedad establecido y anclado, que se manifiesta como fobia, obsesión
compulsiva, TAG y ataques de pánico.
En esta última faz, todos los trastornos tienen un denominador común: la preocupación
patológica crónica exacerbada. Pero difieren las motivaciones entre ellas: en la fobia la ansiedad es
una situación de preocupación, con temor irracional y desmesurado, ante una situación cuya
preocupación principal es miedo. En la obsesión compulsiva se exageran conductas repetitivas e
iguales motivadas por una preocupación constante para combatir una calamidad o cosa temida que en
realidad es siempre imaginaria. En este trastorno, algo realmente insignificante se transforma
irrealmente en algo colosal. En el ataque de pánico hay preocupación por un terror irracional
exagerado, por un mal irreal que puede presentarse como temor a estar sufriendo algo grave o
sensación de muerte inminente o, simplemente, “temor al terror”: miedo a los ataques de pánico.
En todos, la preocupación es asoladora y catastrófica, pues se presenta en forma devastadora
para causar un verdadero estrago emocional al desatar una oleada incontenible de un ímpetu
destructivo y de un curso impredecible. Hay un cataclismo emocional en el concepto de Goleman,
de “preocupación por las preocupaciones” en forma excesiva. Lo que debe ser breve, se convierte en
posible “catástrofe de por vida”, a tal punto de llegar al tremendismo fatalista del “jamás seré feliz”.
Ocupando imágenes mentales irreales, una preocupación salta a otra preocupación y se hace la
cadena de preocupaciones que incluye la imaginación de tragedias terribles, que a su vez es motor
del temor inmotivado e irracional.
La ansiedad, en la preocupación, toma dos formas:
1.
Ansiedad cognitiva: bajo la forma de pensamiento preocupado o preocupante, que consiste
en la presencia de pensamientos impertinentes.
2.
Ansiedad somática: o somatización de la preocupación o conversión: lo psíquico se vuelve
físico y aparece el síndrome de ansiedad: seudomareos, sudoración, palpitaciones o arritmias,
temblores, tensión muscular, insomnio, etc.
La distracción o relajación cognitiva evita la somatización. Este concepto de Borkovec y
cols., se completa con el hallazgo de que las personas que padecen preocupación patológica, a veces,
dan la impresión de no tenerla, es decir, tratan de impresionar como que no están preocupados. Si
alguien le pregunta en forma directa si le está pasando algo o algo les preocupa, la respuesta rápida
es: “no, no tengo ningún problema. Simplemente no sé que me pasa”. Según estos investigadores, el
afectado se habitúa al estado preocupante y termina desligando en su mente al problema
psicosomático de lo preocupante para radicarlo en un presunto estado de enfermedad grave o de
muerte inminente, que no alcanza a comprender ni a definir. Esto es el “no sé que me pasa”. Tipifica
a la preocupación como “el fenómeno de la mente desbocada”, en la cual el flujo de pensamientos
angustiosos es inexorable y parece no tener un fin.
Las preocupaciones conforman un proceso mental que siempre va en aumento si no se
controla adecuadamente. El exceso de preocupación conforma un círculo vicioso: se alimenta a sí
misma y uno se siente cada vez peor (Elwood Robinson) Los preocupados en exceso no atinan a
buscar soluciones sino que se acantonan en reflexiones obsesionantes sobre presuntos peligros
potenciales o irreales. Están concentrados en ese “peligro” y no en la solución del mismo, lo que
establece una rutina monótona de pensamiento fijo. Lo malo es que el preocupado excesivo y
obsesivo crónico y patológico, no poseen una temática única sino que despliegan un amplio
repertorio de cuestiones, en su mayoría, improbables de ocurrir. La impresión de la mayoría de los
investigadores, es que estas personas perciben en la vida ilusos peligros que los no-preocupados, ni
atinan a ver o pensar en ellos.
Borkovec y cols. han profundizado un poco más para averiguar el porqué de este estado
preocupante tan destructivo y han escuchado que muchos afectados manifiestan que la preocupación
los ayuda, de algún modo, a autoperpetuarse en una sucesión curva interminable, a manera de círculo
vicioso cerrado, de pensamientos angustiosos. La preocupación obra como una verdadera “adicción
mental” porque el “hábito de la preocupación” o “vicio de la preocupación” proporciona una
especie de refuerzo en el mismo sentido que lo hacen las supersticiones. Las supersticiones inducen
conductas contra todos los preceptos de la razón y la inteligencia, pero en el fondo, la mayoría de las
supersticiones buscan supuestos beneficios. Es como si preocuparse por un pretendido, pero no real,
peligro, daño o mal, obrara como algo mágico para rechazar o evitar ese supuesto mal. Sería como
una especie de talismán o amuleto como “protección anticipada” de un desastre. Actúa como una
suerte de nominalismo cognitivo, en que con sólo pensar preocupadamente en un mal, éste no
ocurrirá. Pero también opera a la inversa: se piensa que pensar en un determinado mal, éste puede
ocurrir.
Por otro lado, Borkovec también descubre que la tarea de preocuparse “ocupa” el
pensamiento en la preocupación en sí y distraen dicho pensamiento de las secuelas de la sensación
subjetiva de ansiedad que lleva al síndrome somático-ansioso. Esto obraría así: el afectado capta
mentalmente la imagen del peligro o amenaza potencial, lo que le provoca una ansiedad leve. Esta
ansiedad le lleva a una cadena larga de pensamientos perturbadores, de los cuales, de cada uno de
ellos, será tema de nuevas preocupaciones. La atención queda fijada o enfocada en esta
concatenación de pensamientos ruinosos, se entretiene con ellos, se olvida del pensamiento o imagen
inicial que las disparó.
Según Borkovec parece que las imágenes angustiantes en sí son más dañinas que los
pensamientos que originan. Pero si el afectado se sumerge en los pensamientos, se aleja la imagen que
es poderosa gatilladora de síntomas y signos de ansiedad y entonces la “ausencia de imagen” provoca
un hecho paradójico. Esto lo sabe el que sufre ataque de pánico: sólo cuando queda con la “mente en
blanco” el disparo repentino de la imagen preocupante produce el ataque devastador. Luego, todo
opera como si el pensamiento obsesivo alejara el peligro del ataque ansioso.
Curiosamente, el preocupado busca, entonces, abocarse más a la “tarea de preocuparse”,
como evasión de la ansiedad. El problema es cuando “baja la guardia”, pues la tensión acumulada
con el pensamiento preocupante, amplifica la imagen mental y el ataque es peor. La conducta
reiterada de buscar la “tarea preocupante” provoca cada vez más y peores accesos o ataques. Es
decir, que paradójicamente lo que parece defensivo termina siendo aplastantemente ofensivo. Esto
ocurre porque la preocupación crónica, activa en parte la ansiedad, pero genera un pensamiento
rígido impotente para buscar y encontrar soluciones de los conflictos y problemas. La rigidez pone
una valla insalvable a tal punto que el consejo ingenuo que muchos intentan dar a los
“problemáticos”, con frases como “no te preocupes”, “deja de preocuparte”, o “no sufras más”, “sé
feliz”, las cuales no pasan la impermeabilidad mental y ofician de boomerang produciendo más mal.
El efecto contradictorio de los consejos es que dejan en el aconsejando una sensación de fracaso y
frustración al no poder captar el consejo y seguirlo, interpretando a esto como que “los demás no me
comprenden” (incluyendo al médico) o “soy infeliz porque no me puedo recuperar”.
Las soluciones de Borkovec para estos problemas serían:
1.
Etapa de identificación comprensiva-relajación: tomar conciencia de uno para captar el
momento en que la fugaz imagen catastrófica dispara el ciclo preocupación-ansiedad. El conocer
esta situación y la dimensión de la misma a través de las palabras del terapeuta, ayuda a aprender a
identificar el momento del gatillo de la ansiedad y a no darle mayor dimensión. Con la práctica de
identificación y comprensión del fenómeno se puede llegar a la relajación: evitar seguir concentrado
en la imagen y distraerse en otra imagen mental inocua.
2.
Etapa supresiva de imágenes preocupantes: en otra etapa sucesiva, a la identificación
comprensiva-relajación, debe sobrevenir la supresión o desactivación de los pensamientos
preocupantes. Esto puede ocurrir por la meditación o por la fe o por el apoyo de grupos de
autoayuda o la psicoterapia cognitiva-conductual.
3.
Etapa de afrontamiento y pensamiento escéptico: todo lo anterior debe conducir a tomar
conciencia plena del problema (afrontamiento) y crear un escepticismo sano que consiste en
considerar a los pensamientos preocupantes como que son ficticios, no existen y no pueden dañar. El
pensamiento escéptico lleva a la despreocupación y a la paulatina anti-preocupación. Establece una
actividad mental incompatible con la preocupación. Secundariamente, en casos rebeldes a tomar
conciencia y formular pensamiento escéptico, se puede usar por corto tiempo, una medicación
coadyuvante (psicofármaco) acompañada de terapia cognitiva-conductual que conduzca a la
enseñanza de un estilo de vida puede consistir en una de las siguientes opciones o en todas ellas:
buscar una ocupación placentera, incrementar el pensamiento creativo, ocuparse de los demás,
adquirir una escala de valores, tener hábitos de vida sana (ingerir alimentos adecuados, evitar hábitos
tóxicos, realizar ejercicios físicos) y, en lo posible, desarrollar las inteligencias emocional e instintiva,
social, intelectiva y comunicativa, estos, educarse para saber vivir.
Folensbee, más ingenuamente, sugiere como conducta antipreocupacional, seguir dos pasos:
1º.
Tomar conciencia de que uno está preocupado
2º.
Eliminar la inquietud antes de que progrese. Para esto, basado en la teoría de que pueden
darse dos procesos mentales simultáneos, aconseja que en el momento en que se advierte la presencia
de la preocupación, hay que pensar en algo muy agradable e imaginarlo muy vívidamente en la
forma más intensa posible.
Robinson agrega que las imágenes tienen que ser positivas y realistas además de agradables y
gratificantes y debe tratar de relajarse la musculatura tensa, siguiendo una técnica que permita relajar
los músculos uno por uno. Todos los investigadores concluyen en que la preocupación es una especie
de costumbre y para acabar con ella hay que remplazarla por otra costumbre. El ejercicio de
enfrentar a la preocupación lleva a la habituación positiva frente a ella de ir disminuyendo
paulatinamente el lapso que ocupe cada preocupación que se presente. Se ha estimado en forma
general, que una preocupación no debe ir más allá de media hora (30 minutos) cuando uno se
concentra en evitarla. Si la técnica tiene éxito ocurre algo como que “estoy preocupado pero no me
importa”, lo que puede traducirse que cuando llegue el momento de la preocupación consciente, no
se encuentre la menor causa de inquietud.
La vida plantea problemas internos y externos. Problemas psicológicos y problemas
ambientales. Estos problemas pueden ser concretos o abstractos. Los problemas concretos pueden
tener solución o no. Esto ya lo analizamos. Pero los problemas abstractos son aquellos que no están
claramente formulados, ni tiene una materia inmediata y perceptible y que pueden surgir de cosas
probables pero no existentes. En este orden suelen estar muchas expectativas. Esta situación de
abstracción expectante es la que genera un pensamiento iterativo que a causa de su constancia en
presentarse se transforma en una especie de “inclinación o pasión vehemente y contumaz” que es la
característica de la compulsión. Luego, la preocupación es una forma de pensamiento compulsivo, en
el sentido de reiterar en forma obsesiva un mismo pensamiento. La preocupación, como forma de
conducta o actitud permanente, lleva a la persona a transformarse en un sujeto incapaz de dominar la
obsesión compulsiva de pensar iterativamente sobre un problema sin que tenga una intención
concreta de solución o que sea pensar sobre algo abstracto y sin materia. Simplemente es un pensar
por pensar, o sea, pensar sin causa. Sin embargo, esa forma de pensar preocupante causa tensión y
llega a los estados de ansiedad (y otros trastornos psicoorgánicos como son las enfermedades
psicosomáticas, pues la preocupación causa conversión o somatización). El carácter de compulsión es
lo que impide que una persona corrija por sí la tendencia a preocuparse, pues ésta adquiere el carácter
de tendencia irrefrenable. De ahí que aprender a despreocuparse llegue a ser algo inalcanzable o
utópico para el obsesivo compulsivo en preocuparse. Aunque parezca obvio, de Perogrullo o salida
facilista, ante la preocupación cabe tener un “ataque de sensatez” y apelar al dilema vulgar de aquello
que postula: si un problema tiene solución ¿de qué te preocupas? Si un problema no tiene solución
¿de qué te preocupas?
Sentimiento de precariedad de la vida
Séneca ha reflexionado sobre la brevedad de la vida diciendo: “no es poco el tiempo que
tenemos, pero es mucho el que hemos perdido. La vida es bastante larga y con largueza nos es
concedida para la realización de las mayores empresas a condición de que la empleemos bien en su
totalidad; pero cuando la derrochamos por molicie y negligencia, cuando no la empleamos en
ninguna obra buena, al apremiarnos finalmente el hado supremo, comprendemos que ya ha pasado
sin haber reparado en que se iba yendo. Así es: no hemos recibido una vida breve sino que la hemos
hecho tal, y no somos pobres, sino pródigos con respecto a ella. Así, como grandes y regias fortunas,
cuando caen en manos de un mal dueño al punto son dilapidadas, mientras, aunque sean modestas,
si son confiadas a un buen administrador crecen por el uso que se les da, así nuestra existencia se
extiende mucho para el que sabe aprovecharla bien. ¿Por qué nos quejamos de la naturaleza? Ella
se condujo benignamente: la vida si sabes usarla, es larga. A uno lo posee una insaciable avaricia, a
otro una laboriosa aplicación a trabajos superfluos; uno está empapado en vino, otro entorpecido
por la inacción; a uno lo fatiga la ambición siempre pendiente de las opiniones ajenas, a otro la
imperiosa avidez del comercio lo conduce con la esperanza del lucro en torno a todas las tierras y a
los mares todos; a algunos los atormenta la pasión de las armas, preocupados siempre por los
peligros ajenos o angustiados por los propios; algunos hay a quienes el ingrato servicio de los
poderosos agota en una voluntaria servidumbre; a muchos los retiene el encanto de la belleza ajena
o el cuidado de la propia; a los más, que no persiguen nada determinado, una ligereza vaga,
inconstante e insatisfecha de sí misma los arroja continuamente a nuevas empresas; a algunos nada
les agrada tanto como para atraerlos, y los hados los arrebatan marchitos y somnolientos, hasta tal
punto que no dudo sea verdad aquello que a manera de oráculo dijo el más grande los poetas: ‘la
parte que vivimos de la vida es exigua’. En efecto, todo el otro espacio no es vida, sino tiempo. Los
vicios apremian y rodean por todas partes, y no permiten volver a levantarse o elevar los ojos para
discernir la verdad. Oprimen a los que están sumergidos y anclados en la concupiscencia: a éstos
nunca les es lícito retornar a sí mismos. Si alguna vez, por casualidad, les toca un poco de descanso,
fluctúan, como en alta mar, donde aún después que amaina el viento subsiste cierta agitación, y
nunca llega el sosiego de sus pasiones”.
Estas palabras fueron escritas hace dos mil años, en la época en que nació y vivió Cristo. Sin
embargo, como las palabras del maestro divino, no han perdido nada de vigencia en el siglo XXI,
cuando ingresan al tercer milenio de su existencia. El testimonio de estos hombres sabios e
iluminados nos permiten reflexionar que la humanidad ha padecido “desde el vamos” sus defectos y
que poco ha aprendido de la historia y de las enseñanzas de los grandes hombres. El hombre común,
o está ensimismado, metido dentro de sí mismo y ajeno a todo lo que le pasa exteriormente o está tan
fuera de sí mismo que fluctúa en un espacio etéreo, ausente de sí y de la vida. Está siempre “en otra
cosa” y fuera del presente (vivencia anacrónica). Malgastar la vida en la forma que Séneca nos señala
y en otras que no consigna, es lo que nos lleva al sentido de brevedad (“la vida pasa rápidamente”) y
nos permite caer en el estado de precariedad.
Esther Díaz, filósofa de la posmodernidad, ha detectado que “uno de los grandes miedos del
hombre es la precariedad de la existencia humana, lo que ya se ve en los rastros antiguos, cuando
los seres humanos vivían en clanes, en tribus, en grandes familias porque el hecho de haber mucho
afecto alrededor de un ser humano le servía como un colchón para estos miedos arcaicos”.
Analicemos las palabras de Séneca. Por precariedad entenderemos la “calidad de precario” y
precario es todo lo que existe “de poca estabilidad o duración y que no posee los medios o recursos
suficientes” (RAE). El estado de precariedad puede ser real cuando el hombre no alcanza a tener o
conseguir los recursos necesarios para sobrevivir o vivir dignamente o bien puede ser la consecuencia
de no haber reflexionado correctamente sobre el modo de vivir y no haber aplicado la inteligencia en
la búsqueda de una calidad de buena vida o de un buen vivir. Cuando esta negligencia se instala, que
es el fenómeno más común en el hombre del siglo XX y lo que va del siglo XXI, y mucho más
acentuado que el del hombre de las cavernas, es cuando se aprecia a la vida como una cosa precaria.
El hombre de la prehistoria o la antigüedad, que tenía una real precariedad porque aún no
perfeccionaba técnicas que le llevaran a una segura y continua protección y cobertura de sus
necesidades, según el criterio de Díaz, se defendió de esa precariedad formando grupos sociales y en
la vida gregaria encontraba la ayuda y el afecto que paliaban sus carencias materiales y espirituales.
Esto permitió, cuando aparece la escritura, consolidar una cultura brillante con un pensamiento
prístino que hoy tiene casi igual o mayor vigencia que cuando ese pensamiento se expresó. Calaba
tan profundo en la realidad, que tuvo el privilegio de captar los fenómenos con una totalidad sencilla
y comprenderlos. Instauran el pensamiento trascendente o filosofía y a través de ella instrumentan el
medio en que vivían, modificándolo trascendentalmente. Tanta fuerza había en esa percepción de la
vida, que esa fuerza nos llega cuando nos acercamos a las fuentes del pensamiento antiguo, sobre
todo a la cristiana o hebrea y a los griegos. Ellos supieron encontrar la verdadera esencia o espíritu
del hombre en la grandeza de sus sentimientos e intelecto.
El hombre moderno, tras el fracaso del medioevo, recupera las fuentes antiguas y renace el
pensamiento filosófico, aunque más no sea, copiando o transcribiendo textualmente las ideas de los
antiguos o adaptándolas a determinadas necesidades de la época. Pero el hombre contemporáneo, que
arranca con la Revolución Francesa hasta nuestros días, se pierde en el contexto social, en el
pensamiento sofístico y comienza a crear preceptos y normas sociales que lejos de organizarlo y
perfeccionarlo lo sumen en el caos social y espiritual, a pesar un paradójico progreso técnico que
alcanza cumbres nunca vistas en la historia de toda la humanidad.
Hay un divorcio entre la tecnología y la vida. A mayor tecnología, peor vida. Por esto, el
hombre que llega a los finales del siglo XX y comienza el XXI, ve asombrado cosas que un antiguo,
aunque las intuyera, jamás creyó que fueran tan posibles como lo son hoy. Sin embargo, los cuatro
jinetes del Apocalipsis le acosan, como nunca ha ocurrido en la historia del mundo. Guerra, hambre,
peste y muerte están en la orden del día. Ese siglo XX jamás podrá borrar la historia de dos guerras
mundiales donde la crueldad y el daño se manifestaron con caracteres no conocidos en otras épocas,
al menos en la dimensión estadística y cuantitativa. Y no se pudo borrar lo que constituye una
verdadera tercera guerra mundial en el ámbito de guerrillas territoriales en todo el orbe, desde Asia,
Europa, América y África, es decir, prácticamente en las 4/5 partes del mundo, fenómeno que se
prolonga en los comienzos de este siglo XXI y se agravan aún más.
Víctor Frankl
ha llamado a la precariedad, “transitoriedad de la vida” y esto está
íntimamente ligado a los sentimientos del sufrimiento, la muerte y la vejez, en suma, no sólo la
angustia de vivir sino el temor del fin de la vida. Sostiene que lo verdaderamente transitorio de la
vida es lo que hay en ella de potencial y que en el momento en que se realiza (se hace realidad). Esto
es un instante que pasa fugazmente, sólo se guarda en la memoria y se entra en el pasado. Con el
recuerdo se rescata de ese pasado para preservarlo de la transitoriedad.
Piensa que la transitoriedad de la existencia puede configurar de algún modo una especie de
carencia de significado de la existencia, pero también la responsabilidad que cada uno de nosotros
tiene para que lleguemos a comprender que todas nuestras posibilidades son esencialmente
transitorias. El hombre debe, obligadamente, elegir constantemente entre el repertorio de todas sus
posibilidades presentes a cuál de ellas debe condenar y a cuál realizar.
Siempre se preguntará cuál de sus realizaciones será imperecedera y dejará “una huella
inmortal en la arena del tiempo”. Es decir, que en todas las circunstancias en que le toca vivir, el
hombre deberá decidir, para bien o para mal, cual es la obra principal de su existencia (al decir de
Frankl, “el monumento de su existencia”).
En forma normal, el hombre se fija más en los “rastrojos” transitorios de su vida y no en los
frutos ganados por lo hecho, lo pasado. De ese pasado que puede recuperar todas sus acciones, goces
y sufrimientos, porque nada puede deshacerse y “todo puede volver a hacerse” (esperanza en lo
posible). Sin embargo, sin desestimar todas las posibilidades, el haber sido es la forma más segura del
ser. Concluye este pensador que la transitoriedad es esencial de la existencia humana y por lo tanto no
debe ser pesimista sino activista.
El pesimista es el hombre que ve con temor y tristeza como el almanaque colgado de la
pared, del que debe arrancar una hoja todos los días, se va reduciendo cada vez más. El activista ataca
de frente los problemas de la vida y las hojas que arranca del calendario las archiva una a una
escribiendo en el dorso lo que hizo en cada día de su vida. Así podrá con orgullo y goce repasar esas
notas para saber que a lo largo de su corta vida, la vivió plenamente. Esto le previene de prestarle
importancia a que se está volviendo viejo y le impide envidiar a los jóvenes o sentir nostalgias por
una juventud suya que la considera como perdida. En lugar de envidiar las posibilidades ajenas,
cuenta las realidades de su pasado tanto por su trabajo hecho, por haber amado, por haber sufrido
valientemente. Sus sufrimientos heroicos son lo que deben enorgullecerlo, aunque los mismos no
inspiren envidia a nadie.
En este mundo cambiante de fin de siglo y de comienzos de otro, es el que deja al hombre
despojado de todo sentimiento de seguridad y de estabilidad; le vacía moral, material y
espiritualmente, y lo deja más desnudo que nunca, aún peor que el hombre de las cavernas. Este
vaciamiento total y global es el que le lleva al estado de precariedad, con miedo, angustia, pánico,
ansiedad y todos los adjetivos y sustantivos que nos venga a la mente para ponerle a lo que le está
pasando. Lo precario es el vacío existencial.
Sentimiento de ambición
Etimológicamente ambición proviene del latín ambitio, onis que originalmente era el acto de
rodear, abarcar y cercar algo. Desde el mismo latín hay una denotación peyorativa de ambición como
sinónimo de codicia o pretensión de algo. La RAE directamente lo denota peyorativamente como
deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama. Vulgarmente, ambicionar es tener
grandes ansias o deseos o pretensión exagerada o vehemente por alguna cosa. Generalmente, una
“ambición desmedida” es la que lleva a “usar cualquier medio para obtener un fin” y esto implica
corrupción, delincuencia y otras conductas inmorales. Hay “ambiciones que matan” pero también
hay “ambiciones que enorgullecen”. Todo depende de la intención y del fin que se busque algo y el
propósito de llegar a obtenerlo. Si el fin es bueno y los medios lícitos, será la ambición virtuosa y que
merece enorgullecerse de ella. Pero normalmente las ambiciones no son tan santas y suelen ser la
fuente que degrada la dignidad humana. Por peso estadístico, la hemos elegido como un sentimiento
negativo porque es lo que más prevalece. En ese sentido, ambición es sinónimo de codicia como
“afán excesivo de riquezas”.
Sentimiento de angustia
La angustia, primordialmente, es un sentimiento. Puede ser despertado por varios factores
etiológicos o agentes causales. El trauma es uno de ellos. Pero existe una valla lingüística que ha
generado escuelas filosóficas, psicológicas y médicas sobre conceptos diferentes, confusos, e, incluso,
equívocos. Para dejar una idea clara es preciso desmadejar primero la palabra o vocablo angustia
desde su etimología. Proviene del latín, de tres raíces: angor, ango, angustiæ. Ango es oprimir,
atormentar, llenar de pena. Angor es congoja, aflicción y tristeza. Angustiæ (etimología elegida por la
RAE) es estrechez, angostura, escasez, penuria, falta, dificultad y apuros. Las tres palabras están
referidas a la angustia y comparten el criterio de congoja. La RAE define a congoja como “aflicción
del ánimo”. Luego, el sentimiento de angustia es un sentimiento de aflicción del ánimo que deja una
sensación de opresión, atormenta y provoca pena o tristeza. La aflicción es un estado de molestia o
sufrimiento físico que causa tristeza o sufrimiento moral, por lo que conlleva preocupación e
inquietud. La aflicción es sentimiento que percibe sufrimiento físico o pesadumbre moral. La
etimología y denotaciones de la palabra angustia nos determinan claramente un cuadro puro en el
que predomina la parte sentimental, es decir, lo que se siente, se percibe. Es un sentimiento de
sufrimiento, de dolor, de aflicción del ánimo, referido tanto a lo físico como a lo psíquico y a lo
moral. Se despierta frente a la falta de algo necesario, o una dificultad o un factor que causa apuro.
¿Cuántos sentimientos positivos o negativos hay?
No es posible hacer una lista taxativa de sentimientos o emociones, como de todas las
sensaciones posibles, debido a lo que hemos venido comentando y observando. Las sensaciones se
miden más por sus motivaciones y reacciones que por su esencia en sí mismas. Hemos advertido que
una misma sensación puede obrar en un sentido o en otro según sus circunstancias y según las
personas que las perciben.
No es sencillo dictaminar concluyentemente qué es lo positivo y qué es lo negativo teniendo
en cuenta la interacción de las sensaciones y sus ambivalencias y maleabilidad. Las sensaciones son
también proteicas por la diversidad de formas que adquieren y los modos de expresión. Lo que
hemos intentando es dar una idea aproximada de las formas de operar, más o menos universalmente,
de algunas de estas sensaciones que han sido consideradamente tradicionalmente, a través de la
historia de la humanidad, por la filosofía o la religión y más recientemente por las ciencias sociales,
médicas, psicológicas, etc.
Hoy importa rever todos los conceptos vertidos y reunir la mayor cantidad de puntos de vista
para obtener la posibilidad de una revisión total de ellos, o por lo menos, de la mayor parte posible, a
fin de obtener una síntesis y arribar a un concepto más o menos certero del espíritu humano y su
forma de sentir y actuar.
¿Sensación o sentido?
Esta pregunta involucra excluir a sentido en su acepción de receptor de un estímulo
(sentido de la vista, tacto, etc.). Hemos hecho referencia en repetidas oportunidades que algunos
sentimientos son como un verdadero sentido o virtud. Eso nos lleva a reflexionar que la cuestión
semántica sigue siendo el mayor obstáculo para referirse a los fenómenos espirituales. ¿Cuándo son
volitivos?, ¿cuándo son sensitivos?, ¿cuándo son intelectivos? Volvemos a la incansable reiteración
de que la globalidad espiritual no actúa separando sus acciones en facultades, capacidades,
impresiones, etc.
Simplemente obra como facultad, capacidad, impresión y otras formas de presentación, a las
que nosotros nos encargamos de darle un nombre o de encasillarla para hacerlas más inteligibles y
poder “hablar” de ellas. Pero la función de interpretación y explicación por parte nuestra no implica,
de modo alguno, que nuestras referencias sean las exactas en relación con la esencia de los
fenómenos. Así podemos plantear con toda licitud la duda: la aprehensión de la realidad ¿es
sensación o sentido? Y así sucesivamente con la moral, la ética, la estética y otros fenómenos
culturales humanos.
Ya hemos definido sensación y es evidentemente que parece ser que sin sensación no hay
sentido. Luego el sentido, en esta ocasión, no se refiere a los receptores de estímulos que tiene el
cuerpo ni a otra forma de sentir, sino más bien a la función o facultad o como quiera llamársele, que
ejerce el hombre poniendo significación y concepto a lo que siente. Una cosa es sentir y otra es
conceptuar. El sentir es patrimonio de la sensibilidad o sensitividad humana que es una esfera
espiritual distinta del conceptuar, la cual es de la esfera intelectiva. Pero dado que sensación y
concepto son obras espirituales, de por sí unidas y dadas simultáneamente, esto dificulta la
discriminación.
Pero a los efectos prácticos consideraremos como sentido a la facultad que incluye y explica
una sensación o ente y que mediante el entendimiento, razón y conocimiento inteligente, le aplica un
significado o concepto que determine su importancia para la vida o el espíritu del hombre. Esto es lo
que se conoce como “darle sentido a las cosas” o “encontrarle un sentido a las cosas”. Pero también
es una percepción interior de la cual el ánimo toma conciencia para determinar una discriminación y
emitir un juicio de evaluación, esto es, “darle valor a las cosas” y así establecer una función
axiológica existencial. Naturalmente, es una “valorización espiritual”. Según Heidegger, sentido es
aquello en que se funda la comprensibilidad de algo, sin presentarse ello mismo a la vista expresa y
temáticamente. Sentido significa el “aquello sobre el fondo de lo cual” de la proyección primaria
partiendo de la cual puede concebirse la posibilidad de algo en cuanto es aquello que es. El proyectar
abre posibilidades, es decir, aquello que “hace posible”.
VIDA EMOTIVA
La memoria filética
Antes de comenzar a hablar de vida emotiva deberemos explicar más ampliamente qué se
entiende por memoria filética, pues muchos de los fenómenos sensitivos en lo relativo a emoción e
instintos, están íntimamente ligados a esta memoria. Prácticamente puede considerarse al cerebro
humano como compuesto con tres estructuras (tres cerebros). La primera estructura es el llamado
“encéfalo de reptil”, heredado de los antepasados reptiles que tuvieron la primera estructura
encefálica animal, y que está conformado en el hombre por el tronco encefálico superior (formación
reticular, mesencéfalo y ganglios basales) e hipotálamo. La función principal del “cerebro de reptil”
es la regulación de la conducta estereotipada (instintiva), de los biorritmos y de las funciones
fisiológicas vitales. El sistema límbico, es la segunda estructura encefálica en el hombre, llamada
“viejo encéfalo de mamíferos” porque se formó en los primeros mamíferos, nace rodeando al
antiguo “cerebro de reptil”. Ambos encéfalos (encéfalo de reptil y viejo encéfalo de mamíferos)
quedan interconectados tan íntimamente que funcionan regulando tanto lo instintivo como lo
emotivo, modulándose ambas funciones entre sí. La generación que siguió a los viejos mamíferos y
que comprende al ser humano, formó una tercera estructura encefálica o “nuevo encéfalo de
mamíferos” constituido por el neocortex, órgano regulador con la razón y el lenguaje. De esa
manera, el encéfalo del hombre queda formado por tres “encéfalos”:
1.
2.
3.
encéfalo de reptil (cerebro de reptil): tronco encefálico e hipotálamo
viejo encéfalo mamíferos (viejo cerebro mamíferos): sistema límbico
nuevo encéfalo mamíferos (nuevo cerebro mamíferos): neocortex
El neocortex se relaciona con el sistema límbico en este tercer cerebro, el que conforma el
cerebro humano. El sistema límbico, a su vez, tiene conexiones con el sistema olfatorio y queda
relacionado con el rinencéfalo o “cerebro olfatorio”. El desarrollo del sistema límbico ha hecho que
sea el verdadero comando cerebral de las funciones que incluyen atención, memoria, afectividad
(emociones) y aprendizaje. El sistema límbico ubica anatómicamente en la zona profunda de ambos
lóbulos temporales (derecho e izquierdo) a manera de una doble representación especular (en imagen
de espejo). En cada lóbulo forma un círculo que rodea el tronco del encéfalo y las circunvoluciones
hipocámpicas, formando el arco inferior del círculo, mientras que en el arco superior del círculo
ubica la circunvolución cingular. La parte anterior el círculo está constituida por septum, amígdala y
cuerpos mamilares. El interior del círculo comprende el núcleo talámico anterior. Todas esas
estructuras están tan íntimamente conectadas entre sí, tanto en lo neuronal como en lo bioquímico, y,
a su vez, se interconectan también neuronal y bioquímicamente con las áreas superiores e inferiores.
Estas intrincadas conexiones forman relaciones tan complejas que es lo que lleva al fenómeno del
funcionamiento en bloque de todas las áreas cerebrales e influyéndose mutuamente entre todas ellas.
Las relaciones del sistema límbico con el tronco encefálico inferior participan parcialmente en las
funciones del equilibrio de los estados afectivos-emocionales y en el estado de alerta. La parte
inferior del circuito límbico, cuyo motor es la amígdala, controla las funciones de alimentación,
lucha, huída y cópula. El arco superior del sistema límbico parece superponerse en sus funciones con
el arco inferior e impresiona como que ambos se encargan muy particularmente de las funciones de
los sentimientos, expresividad de sociabilidad y estímulo del cortejo o interés sexual. El sistema
límbico, constituye el “cerebro emocional” cuyas reacciones son sumamente rápidas y se descargan
en cuestiones de segundos, sin intervención del “cerebro racional”, cuyas complejas funciones
intelectuales le llevan a reaccionar con mayor lentitud. Sin embargo, ambos cerebros, emocional y
racional están íntimamente conectados en el hombre de forma tal que las emociones influyen en la
razón y, a su vez, la razón puede modular las emociones.
El sistema límbico es el primer receptor encefálico de los estímulos y la respuesta emocional
es la primera en manifestarse (respuesta primaria), para ser luego modulada por la respuesta racional
secundaria. Pero también el sistema límbico acumula todas las conductas aprendidas y forma de
ellas un patrón que puede actuar aún en ausencia del estímulo original. El almacenamiento de
conductas y otros datos o información es lo que constituye la memoria. El hipocampo, cumple en el
circuito de la memoria, el rol protagónico de seleccionar sólo lo que resulta importante o vital, de los
estímulos receptados que continuamente recibe en forma de “bombardeo” y desecha los que
considera irrelevantes. Asimismo, es el que controla el recuerdo de experiencias almacenadas,
seleccionando dichos recuerdos en el momento en que es necesario. Por su intervención en el circuito
de la memoria, el sistema límbico parece comandar la memoria encerrada en el cerebro de reptil y
de los viejos mamíferos, que son el patrón de las reacciones necesarias para las conductas vitales del
hombre (todas las funciones que le permiten preservar la vida). Es la memoria de los instintos y de
todos los patrones de conducta que están en la inconsciencia, en estratos muy profundos. Rayner ha
comparado al cerebro humano con una computadora, idea que compartimos ampliamente. Las
estructuras encefálicas y orgánicas en general son el hardware y el cerebro contiene el software que
controla todas las funciones de las otras estructuras anatómicas. Ese software contiene una base de
datos atávica, heredada de los primeros animales o reptiles y de los primeros mamíferos. Esa base de
datos almacenada en el software cerebral es conocida como memoria filética (del filum humano) y
ella es la caja que posee todas las herramientas y conocimientos necesarios para la vida y los patrones
de conductas elementales para el hombre. Ese software dependerá del programador informático que
lo maneje, en este caso, cada persona en particular y de la habilidad de ese programador se podrán
activar programas de reacciones y conductas de patrones ancestrales.
A la memoria filética (innata o de la especie) podemos llamarla propiamente memoria ya que
como toda memoria personal es información ancestral almacenada que puede recuperarse mediante
estímulos sensoriales o la necesidad de actuar. Es eminentemente adaptativa, ya que contiene la
prologada experiencia adaptativa de la especie. Para servir a un organismo, la memoria filética
requiere la “repetición” al inicio de la vida. En efecto, resulta apropiado considerar como períodos de
repetición las etapas críticas postnatales en las cuales las áreas sensoriales primarias necesitan
experimentar estímulos sensoriales para el desarrollo temprano de su función. Además, hay pruebas
de que las estructuras sensoriales y motoras primarias conservan su plasticidad en la fase adulta, pues
se modifica y amplía en el organismo adulto. Las áreas sensoriales primarias de la memoria filética
envían información a las áreas asociativas posteriores donde las asociaciones que coinciden con el
tiempo forman redes de memoria perceptiva. A través de mecanismos similares, la retroalimentación
motora y la llamada “copia eferente” de la acción tejen redes de memoria motora en la corteza
frontal. Al reconstruir los esquemas motores que representan, estas redes conducen los actos
elementales, innatos, manifestados a su vez en la corteza motora primaria y en las estructuras motoras
subcorticales. Así consideradas, las memorias perceptiva y motora derivan de la memoria filética.
Ambas son asociativas, se distribuyen por la corteza y están jerárquicamente organizadas. Sobre la
base de la memoria filética crece la memoria personal o individual, la que obraría como expansión de
la memoria filética en la corteza de asociación. La transición anatómica de la memoria filética a la
individual, de la corteza primaria a la asociación, sigue gradientes de desarrollo y gradientes
conectivos. En la medida en que la ontogenia recapitula la filogenia, la transición también sigue un
gradiente filogenético.
La memoria filética comprendería:
•
•
•
•
•
la memoria instintiva
la memoria perceptiva
la memoria motora
la memoria emocional o afectiva
memoria noética (saber ancestral)
Memoria instintiva
La memoria instintiva o memoria de los instintos, opera en el mismo nivel que la memoria
filética, motora, emotiva, de los reflejos, etc. y es una memoria innata, estereotipada y relacionada
con motivaciones básicas (sed, apetito, deseo sexual, conservación de la vida, etc.). También es una
memoria condicionable, sujeta a control neocortical y modulación. La memoria a largo plazo es
considerada como memoria pasiva o la memoria almacenada sin activación temporal. A grandes
rasgos puede determinarse que memoria pasiva es la que está conservada o guardada pero no usada
(inactiva) mientras que memoria activa es el uso temporal o activación de la memoria inactiva.
Generalmente, en medicina y psicología, se considera a la memoria de los hechos pasados o memoria
duradera o de largo plazo como memoria retrógrada (recuerda hacia atrás) mientras que la
incorporación de nuevos datos o memoria reciente se le denomina memoria anterógrada, siendo la
memoria de corto plazo una forma de este tipo de memoria. La memoria instintiva es la que permite
que tengan lugar los actos reflejos. De ese modo, también opera como memoria de actos reflejos.
Esta memoria, como la mente emocional, actúa rápidamente, en segundos, y por eso no está sometida
al control racional. Es la que permite tener actos reflejos que pueden llevarnos a reacciones
consideradas estúpidas, como es tratar de poner una mano o un pie cuando cae algo pesado. La
mente racional no tiene tiempo de reaccionar para modular el reflejo y por esto la mayoría de los
actos reflejos son irracionales y subconscientes. Quizás la naturaleza nos dotó de los actos reflejos, no
para analizarlos sino para que podamos desempeñarnos rápidamente en la emergencia, antes de que
la razón intervenga con su control.
Memoria emocional
Ya adelantamos algunos conceptos cuando estudiamos la mente sensitiva y ahora los
reiteraremos en lo relativo a la mente emocional. Las investigaciones recientes demuestran que el
cerebro maneja la información olfativa enviándola directamente a las partes del cerebro asociadas a la
memoria y a la emoción. El bulbo olfatorio es parte del sistema límbico por sus conexiones con las
estructuras del mismo. En forma contrastada, la vista, el oído y el tacto procesan sus datos a través del
aparato analítico cortical antes de alcanzar áreas más primitivas, más emocionales, por lo que el olfato
es el sentido más rápido en guardar recuerdos pues el olor se dirige directamente hacia el sistema
límbico formado por el hipocampo y la amígdala (estructura conocida como “cerebro de reptil”).
Esto es un fenómeno evolutivo, probablemente basado en condiciones primitivas de supervivencia y
que genera recuerdos altamente emocionales en las personas. La activación de receptores
betaadrenérgicos de la amígdala es la que desempeña un rol fundamental en lo que se ha llamado
memoria emocional. Las emociones constituyen un conjunto de respuesta de gran intensidad,
provenientes de múltiples manifestaciones expresivas, fisiológicas y subjetivas. Asocian estados de
activación de los sistemas neurovegetativos con sensaciones psíquicas y su resultado es, por ejemplo,
sensación de temor, alegría, tristeza, sentimientos y afectos o enojo. El humor, en cambio, se define
por lo general, como un conjunto de pequeñas emociones persistentes, a partir de las cuales se puede
identificar un determinado estado de humor. En las investigaciones neurocientíficas de procesos
cognitivos tales como la memoria y la percepción, se incluyó en los últimos tiempos el conocimiento
de las emociones y por eso prosperó el campo de investigación dedicado a las relaciones entre
memoria y emoción, en forma especial, el miedo o temor. Estos estudios tratan de establecer el modo
en que los acontecimientos específicos o estímulos llegan, mediante experiencias individuales de
aprendizaje, a provocar la repetición de un estado emocional determinado. Este proceso ha sido
denominado memoria emocional y juega un rol importante en los desórdenes emocionales originados
en las disfunciones de la capacidad cerebral para controlar una determinada emoción. Este
conocimiento ha permitido el desarrollo de la denominada inteligencia emocional que permite
mediante aprendizaje, conocer técnicas y métodos para lograr el control mental de todo tipo de
emoción, en especial, la relacionada con el miedo, la ansiedad y el distrés. La relación entre los
mecanismos subcorticales de la emoción, aparentemente suficientes para provocar una respuesta, y las
estructuras, y las estructuras corticales es objeto de estudios sobre la relación entre cognición y
emoción. Esto da lugar a que algunos autores consideren a la emoción como un proceso cognitivo,
pero en realidad no es así, sino que el entrecruzamiento de funciones mentales como son las
funciones cognitivas y las emocionales, puede dar la falsa sensación de que la emoción es un
producto de la cognición. Una cosa es que los estímulos que producen reacciones emocionales sean
recogidos por centros cognitivos para modularlos o guardar recuerdo de ellos y otra cosa esos centros
cognitivos sean los productores de la emoción. Hemos repetido hasta el cansancio de que el hecho de
que las mismas estructuras orgánicas y funcionales del sistema nervioso y otros aparatos estén
interconectadas para la recepción de estímulos y producción de fenómenos mentales, no significa
necesariamente, que una de ellas sea la causa de otras. Simplemente es eso: una mera interconexión
que conforma un proceso holístico único. La regulación cerebral de la expresión emocional ha sido
expuesta por estudios que mostraron la condición especial de que cuando la corteza prefrontal se
encuentra dañada, la memoria emocional es muy difícil de extinguir.
Estos estudios, de algún modo, ponen de manifiesto que las áreas corticales regulan la
respuesta emocional y las impiden cuando son negativas. Pero perdido el control por alteración de las
vías corticoamigdalinas, se transforma el comportamiento de una persona, el cual se vuelve más
rígido al impedir la extinción de lo que parece ser un proceso de aprendizaje activo. La amígdala
conforma un centro de aprendizaje fundamental debido a su localización intermedia entre regiones
aferentes y eferentes. Las vías que nacen en el tálamo ofrecen una percepción sumaria pero rápida del
mundo externo (mente emocional), mientras que las vías corticales proveen una información
detallada y analítica lo que hace más lento el reconocimiento sensorial del objeto. La existencia de
dos vías distintas de aprendizaje emocional (una rápida y otra lenta) parece deberse a las diferencias
temporales, pues en ocasiones es necesario producir una respuesta emocional rápida que permita
evitar un peligro potencial, sin esperar el lento reconocimiento cortical que la justifique. La amígdala
se encuentra así en el centro de un mecanismo de memoria no declarativa que opera fuera del campo
de lo consciente. Cuando el componente emocional de un acontecimiento determinado es
almacenado en el centro de la memoria declarativa (hipocampo) el individuo puede recordar lo que
sintió en ese momento, pero sólo como uno más de los detalles que componen la experiencia. En
cambio, para que el sujeto vuelva a sentir lo mismo que en ese momento, o para que los mencionados
detalles produzcan una reacción emocional al ser reencontrados, es necesario que también se reactive
la memoria emocional por medio de la amígdala. Ambos tipos de memoria son almacenados y
recuperados en paralelo, pero el acceso consciente a lo emocional sólo puede hacerse por medio de
las consecuencias del acto emocional, como sucede con el comportamiento o las sensaciones
subjetivas que se combinan con la memoria declarativa existente, para modificarla y formar una
nueva memoria declarativa.
Cualidades de las emociones
Ya definimos a la vida emotiva y ahora nos dedicaremos a analizar las emociones
propiamente dichas, y a todas las sensaciones que se consideren emotivas. ¿Qué y cuáles son las
emociones? Hemos dado definiciones denotativas y connotativas de las emociones y algunas
clasificaciones. Acá debemos destacar, nuevamente, que la única diferencia entre sentimiento y
emoción, es que la emoción conlleva siempre una acción que trasciende a la sensación que nace en
el espíritu y después llega al ánimo y ya está dispuesta a expresarse dentro y fuera del cuerpo, como
un efecto personal o un efecto en los demás.
Luego, recordemos que todo sentimiento puede quedar como tal o ser una emoción, de
acuerdo al grado de sensación y manifestación. Por esa razón, la lista de emociones contiene los
mismos nombres que los sentimientos y valores y por eso hablamos de miedo, amor, tristeza,
felicidad, alegría, etc. A pesar de que estas cosas son meras sensaciones subjetivas, cuando originan
acciones efectivas ya hablamos de emociones amorosas, medrosas o miedosas, emociones tristes o
alegres, etc. Muchos psicólogos se preguntan: ¿las emociones son congénitas o adquiridas? Es
evidente, de acuerdo a estudios psicoantropológicos en el recién nacido, que hay tres manifestaciones
primarias: miedo, cólera o ira y amor. No hay dudas que todas esas sensaciones son cualidades del
espíritu humano y este espíritu es esencial y connato.
Por lo tanto, las sensaciones, sentimientos y emociones también son parte del ser humano y
nacen con él (congénitas), al menos las consideradas primarias. A medida que irá creciendo,
desarrollará una forma de sentir y así tendrá todas las gamas de sensaciones internas y externas, de
acuerdo al grado de desarrollo y entrenamiento mental que tenga. Seguirán siendo emociones fuertes
el miedo, la ira (que se manifestará como hostilidad); y el amor, pero habrá variaciones como la
ansiedad acompañada de angustia, la tristeza y la alegría como contraposición o la exageración de la
depresión, la melancolía, pena y aburrimiento y finalmente los celos y el egocentrismo como
desarrollo anormal del amor con sentido de posesión. Estas emociones fuertes tienen un equivalente
fisiológico que se acompaña de signos y síntomas de alteración orgánica afectándose la tensión
arterial, el ritmo cardíaco, la respiración, sensaciones digestivas y otras alteraciones sensoriales. Pero,
junto a las emociones fuertes, hay otras emociones como el sentimiento religioso, el patriotismo, el
virtuosismo, etc. que cada persona va adquiriendo en el transcurso de su existencia y de acuerdo a
patrones sociales.
Goleman incluye entre las emociones primarias y sus familias a la:
⇒
Ira: furia, ultraje, resentimiento, cólera, exasperación, indignación, aflicción, acritud,
animosidad, fastidio, irritabilidad, hostilidad y, tal vez en el extremo, violencia y odios patológicos
⇒
Tristeza: congoja, pesar, melancolía, pesimismo, pena, autocompasión, soledad, abatimiento,
desesperación. En casos patológicos: depresión grave
⇒
Temor: ansiedad, aprensión, nerviosismo, preocupación, consternación, inquietud, cautela,
incertidumbre, pavor, miedo, terror. En lo patológico: fobia y pánico
⇒
Placer: felicidad, alegría, alivio, contento, dicha, deleite, diversión, orgullo, placer sensual,
estremecimiento, embeleso, gratificación, satisfacción, euforia, extravagancia, éxtasis. En lo
patológico: manía
⇒
Amor: aceptación, simpatía, confianza, amabilidad, afinidad, devoción, adoración,
infatuación, ágape (amor espiritual. Lo que probablemente refiere acá Goleman es lo que
vulgarmente conocemos como “amor platónico”). En lo patológico: apego
⇒
Sorpresa: conmoción, asombro, desconcierto
⇒
Disgusto: desdén, desprecio, menosprecio, aborrecimiento, aversión, repulsión
⇒
Vergüenza: culpabilidad, molestia, disgusto, remordimiento, humillación, arrepentimiento,
mortificación y contrición.
Las emociones son respuestas globales del organismo a determinados estímulos y
sensaciones. De acuerdo con su naturaleza, las emociones pueden representar un riesgo para la propia
integridad o para la de los demás, especialmente los seres queridos. También pueden amenazar los
valores espirituales como, por ejemplo, cuando coartan la libertad, o puede representar un peligro
para los bienes materiales y posesiones muy apreciadas, es decir, pueden ser emociones destructivas.
O bien las emociones pueden representar logros como alcanzar una meta o superar una situación
difícil, provocar enamoramiento y condicionar el deseo sexual o suscitar experiencias éticas y
estéticas, lo que constituyen las emociones constructivas.
Para Goleman, las emociones dependen del estado ánimo, el temperamento o la condición
preexistente a la emoción como puede ser el padecimiento de un trastorno emocional previo
depresivo o ansioso. Nosotros agregamos también, la capacidad de respuesta a una emoción. La
acción de respuesta frente a una emoción es la que se puede regular o controlar o “educar” mediante
la inteligencia. Es lo que Goleman ha denominado inteligencia emocional (IE). Así como hay un
cociente intelectual también existe un cociente emocional, pero éste no es susceptible de ser medido
como el intelectual. Este aspecto de cociente emocional debe ser conocido y manejado porque el
éxito de cualquier propósito o cambio dependerá en un 20% de la inteligencia y en un 80% restante
de otros factores como el tesón, la intención y el control emocional o inteligencia emocional. La
evolución de la humanidad ha mostrado, repetimos, que los modos de ser del hombre tienen rasgos
buenos y rasgos malos. El hombre que aprende a manejar su inteligencia y se mueve en el ámbito
espiritual adquirirá roles adaptados a un pensamiento positivo y lleno de sentimientos superiores, los
que están compenetrados con valores y virtudes positivas que generan emociones positivas y anulan
instintos y emociones negativas.
Así, pues, hay un camino de salida a la felicidad, que conduce “por un campo de placer y
gratificación, por la cima de la fortaleza y la virtud y, al final, por las cumbres de la realización
duradera: el sentido y determinación de la vida”.En el criterio de Seligman, según lo analizamos en
un parágrafo anterior, debemos diferenciar entre los estados y los rasgos. Por ejemplo, los
sentimientos son estados o acontecimiento momentáneos que no tienen por qué ser rasgos de
personalidad recurrentes. Tampoco debemos confundir placer con gratificación. El placer nos guía al
hedonismo simplista en el cual la suma de sensaciones agradables menos las sensaciones
desagradables son las que provocan el agrado o placer. Pero esta idea nos lleva a calificarnos para
saber cuando una sensación es agradable o desagradable y la realidad es que no siempre acertamos en
una evaluación pertinente. La falta de certeza en el conocimiento de nuestras sensaciones provoca la
falla de la evaluación que puede conducirnos a la insatisfacción y alejarnos del placer, el cual, o no se
alcanza, o es muy efímero y pasajero. En cambio, la gratificación, hacer lo grato, no es una suma y
una resta de momentos agradables y desagradables, sino el ejercicio activo de acciones positivas. Una
de ellas es la cortesía o amabilidad con los demás, mediante el ejercicio de la bondad. Según
Seligman, el ejercicio de la bondad, en sí, es una gratificación distinta del placer. En este sentido, este
tipo de gratificación “apela a las fortalezas de cada uno y exige dar la talla para asumir un reto. La
bondad no va acompañada de emoción positiva como el júbilo, sino que consiste más bien en el
compromiso total y en la pérdida de conciencia de la propia identidad”. Esto significa que la bondad
es “dar de sí” y la satisfacción reside más en la felicidad ajena que en la propia. Una de las formas de
la felicidad propia es dar felicidad a otros o verla en ellos. De este modo, la felicidad es algo
contagioso. Los sentimientos positivos están ligados a las emociones positivas.
Seligman propone las siguientes emociones positivas:
1.
emociones positivas ligadas al presente: placeres y gratificaciones
•
placeres: placeres corporales (manifestaciones positivas transitorias que se manifiestan a
través de los sentidos: olores y sabores deliciosos, sentimientos sexuales como el orgasmo,
movimientos corporales, vistas y sonidos agradables, calor)
•
placeres superiores (manifestaciones positivas transitorias complejas y aprendidas que se
manifiestan con sentimientos como: éxtasis, embeleso, gozo, dicha, alegría, regocijo, júbilo,
diversión, entusiasmo, satisfacción, esparcimientos o entretenimientos, distracción y similares y
satisfacción en general
•
gratificaciones derivadas de actividades que nos agrade realizar: deportes, lecturas, bailes,
juegos, reuniones sociales especialmente con amigos o parientes queridos, asistir a actividades
culturales como visitar museos, ver pinturas, escuchar música, etc.
2.
3.
emociones positivas ligadas al pasado: satisfacción, orgullo, serenidad
emociones positivas ligadas al futuro: optimismo, esperanza, confianza y fe
Para Seligman, “la buena vida es producto de utilizar las fortalezas características para
obtener numerosas gratificaciones en los principales ámbitos de la existencia. La vida significativa es
emplear las fortalezas y virtudes características al servicio de algo que trascienda nuestra persona.
Finalmente la vida plena consiste en experimentar emociones positivas respecto al pasado y al futuro,
desfrutar de los sentimientos positivos procedentes de los placeres, obtener numerosas gratificaciones
de nuestras fortalezas características y utilizar éstas al servicio de algo más elevado que nosotros
mismos para encontrar así un sentido a la existencia”.
Emociones básicas y “familias de emociones” anexadas
Hemos comentado que hay emociones que generan casi una misma sensación que se expresa
por signos o síntomas también similares. Luego, se toma como base la emoción principal u original y
de ella se derivan las similares. A la primera emoción se la denomina emoción básica y todas las
sensaciones afines a ella se la denominan familia de emociones. Paúl Ekman considera que hay diez
emociones básicas:
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
enojo
miedo
tristeza
disgusto
desprecio
sorpresa
disfrute
turbación
culpabilidad
vergüenza
Estas emociones generan otras y el cortejo de emociones derivadas constituyen las familias
respectivas. El criterio de emociones básicas de Ekman, se basa en la comparación entre el hombre y
los animales y el efecto de esas emociones para el desarrollo evolutivo y la supervivencia. La
exclusión de esta lista de otras emociones como la envidia, que parece no tener conexión con las diez
consideradas primarias, se debe a que en el criterio de Ekman no son emociones esenciales para la
supervivencia. De esa forma envidia, codicia y otras emociones similares que hemos venido
analizando como destructivas, precisamente por ese carácter no contribuyen a la supervivencia y por
lo tanto no han hecho ni hacen a la evolución del hombre. Hay que recordar que las tesis de Ekman
están relacionadas con las teorías evolucionistas darvinistas.
Estas emociones enumeradas por Ekman son susceptibles de todos los procesos mentales de la
interacción emoción-pensamiento que hemos analizado. Es decir, pueden ser espontáneas como
respuesta a un estímulo, ser anteladas por el pensamiento ante experiencias recordadas o por la
imaginación de hechos dañinos, o bien surgir después de tomar contacto con un objeto o acción. Es
verdad también, en la opinión del Dalai Lama, que muchas de estas emociones están condicionadas
por la inteligencia del hombre, en forma típica, lo que llevaría a pensar algún tipo de diferencia con
los animales. Pero esto no podrá nunca ser comprobado, a menos que se acepte que los animales y los
vegetales también tienen inteligencia, en lugar de reacciones genéticamente condicionadas por igual
para todos los individuos de la especie y que no tiene nada que ver con una conducta individual
creativa u original. El jefe espiritual de los budistas tibetanos considera que las emociones, según lo
comentado precedentemente, en otros parágrafos, están relacionadas con la inteligencia aflictiva y la
inteligencia reflexiva, de modo tal que una reflexión negativa nos puede llevar a generar miedo
mientras que una reflexión positiva nos puede llevar a eliminar el miedo.
La pretensión o presunción de que algunas reacciones sólo las expresa el hombre, puede
llegar a ser considerada como una subestimación del reino animal, pero lo cierto es que a ningún
animal libre se le ha encontrado, como enfermedad, la diabetes, hipertensión arterial, gastritis,
dislipidemia, enfermedades coronarias, etc. Sólo los animales en cautiverio o sometidos a crueldades
continuas de las cuales no pueden zafar naturalmente son los que pueden llegar a morir por infarto o
tener alguna expresión patológica física similar a la de los humanos. También es cierto que las tribus
muy ancestrales que no han tomado contacto con la civilización nunca, no se han encontrado en ellos
ninguna de estas reacciones patológicas. Esto podría sugerir que la civilización y la vida social, sobre
todo, la del estilo occidental, es la que más ha generado emociones condicionadas que se expresan
como típicamente humanas.
Visión actual sobre las emociones
La tendencia actual, como lo hemos antelado en alguna medida, es considerar a las emociones
en dos grandes grupos: las emociones positivas o constructivas o benéficas y las emociones negativas
o destructivas o dañinas.
Al citar a Seligman hemos ya mencionamos algunos conceptos sobre emociones positivas, las
cuales serían aquellas que tienden a la bondad y a la felicidad y son gratificantes y contribuyen al
desarrollo espiritual. Construyen un buen desarrollo espiritual y por esto se les denomina
constructivas y benéficas. Son las que llevan a la mente a un estrato superior junto con otras
cualidades espirituales y constituyen la llamada mente superior que es la que logra conformarse al
completarse un estado de madurez espiritual. Las acciones de esas emociones también son buenas
para los demás, pues producen efectos que ayudan a un bienestar común y a interacciones personales
armoniosas y equilibradas. Son las emociones modeladas por la inteligencia (inteligencia emocional).
En cambio, las emociones negativas, destructivas o dañinas son las que provocan deterioro
espiritual a quienes las detentan y sus efectos prácticos son dañinos para que el que siente esas
emociones y para los demás que son o pueden ser afectados directa o indirectamente por las acciones
que engendran las emociones negativas. Estos conceptos son los que le dan el atributo de negativas,
destructivas y dañinas. Los investigadores de la mente humana actualmente tratan de indagar sobre
las experiencias y doctrinas orientales, en especial del budismo tibetano y el yoga indio, dado que
quienes practican esas disciplinas han logrado un gran entrenamiento mental que permite el ejercicio
de las facultades mentales en una manera óptima. El que nosotros hemos llamado “Grupo Harvard”
es el que ha promocionado la reunión del Dalai Lama y monjes tibetanos, así también como otros
estudiosos de la antropología, la psicología y las neurociencias, a fin de unificar criterios e
intercambiar ideas y experiencias sobre esos fenómenos mentales y espirituales.
La naturaleza de las emociones
Es indiscutible que las emociones sólo son posibles de conocer cuando se experimentan. Sin
experiencia hay “ignorancia emocional”. Goleman llama analfabetismo emocional a la falta del
conocimiento y control de las emociones. Yo prefiero que se complete el término ajustándolo a su
etimología. Hay, asimismo, analfabetismo emocional cuando no encontramos las palabras justas
para designar a esas sensaciones que llamamos emociones.
Si la palabra misma es indefinible en forma sintética y concreta, ¿cómo podemos definir y
conocer todo aquello que llamamos “emoción”? Por eso, creo que el verdadero analfabetismo
emocional comienza por no saber leer ni escribir o describir qué es una emoción esencialmente. La
falta de control resulta así más racional: no dominaremos nunca lo que no alcanzamos a comprender,
a aprehender. Sólo puedo manejar lo que conozco. Lo que ignoro es, únicamente, ausencia de
ciencia o sabiduría. Ergo, aprendamos a nombrar las cosas con precisión, busquemos un consenso
universal para los significados concretos y recién debemos ponernos a buscar la verdad, la cual
supuestamente debe ser la misma para todos. No puede existir una verdad oriental y una verdad
occidental y que ambas sean diferentes. Y si existen, como lo es de hecho, no pueden coexistir. Por
eso empezamos dividiendo de entrada: Oriente por un lado y Occidente por otro. Y con la división
imponemos otra situación: la relatividad de la verdad. ¿No es todo esto incongruente?
Sólo habría una solución salomónica si caemos en la trampa de decir y aceptar que no hay
una verdad absoluta y única, sino verdades relativas y parciales. Seamos más humildes y
reconozcamos que esta idea sólo puede surgir de la incapacidad de abarcar todo y de la conformidad
de aceptar sólo aquellas partes a las cuales hemos podido acceder a conocer. Pero lo más grave no es
el conocimiento parcial, sino creer que la interpretación que hemos dado es la única y no hay otra
integración posible fuera de ella. El fundamentalismo de las creencias personales, el apego al yo, es
quizás la mayor valla para la comprensión universal de lo que llamamos verdad.
Las emociones, o al menos aquellos fenómenos que hemos dado en llamar emociones, son
sensaciones que indudablemente “todo el mundo” debe sentir de una forma u otra. El afán de
distinguir las manifestaciones individuales de un fenómeno general, con palabras propias, es el
primer error de conocimiento y saber sobre esas emociones.
La discusión instalada entre lo que tradicionalmente se ha llamado y considerado emoción y
las complicaciones de clasificarlas según los modos de presentarse o manifestarse, es una cuestión
nimia ante el planteamiento de emociones espontáneas o emociones a las cuales sólo se accede con un
entrenamiento mental (emociones sutiles). No hay discusión válida para poner en dudas que la mente
es la pantalla donde se reflejan las sensaciones cualquiera sea su naturaleza. Luego, los mecanismos
mentales de los cuales la mayor expresión es el pensamiento, son los instrumentos para conocer y
acceder a esas emociones.
Pero, ¿qué ocurre cuando se piensa distinto sobre un mismo fenómeno? Llegaríamos a las
mismas conclusiones de Ekman: ¿existen emociones inaccesibles e incompresibles? La realidad
fenoménica indica que así es. Todo depende de la forma y el método de pensar y de la cuestión
última que es el logos o palabra con que se expresa un pensamiento. La sabiduría o la ignorancia, no
sólo emocional sino espiritual en general y de un saber en particular, depende de eso.
Luego si todo eso depende de la mente, el saber genuino de todo dependerá de la ventana
mental. Si esa ventana mental se abre a lo obvio en apariencia, a la realidad cotidiana inmediata de lo
que está “a la vista” y “a la mano”, es decir, lo objetivo, sólo nos quedaremos con ese saber. Pero si la
ventana mental se abre a la inversa, a lo subjetivo, nuestro pensamiento reflexivo nos llevará a otras
cuestiones no objetivas como pueden ser la naturaleza transitoria de la vida, la muerte y la
impermanencia. ¿Cuál son las ventajas de esas ventanas? La primera ventana mental a lo objetivo, nos
muestra sólo eso y nos aleja de quien es la causa del objeto: el propio sujeto. Es de Perogrullo que sin
sujeto no hay objeto. Por lo tanto, es más lógica inclinarlos a la segunda ventana de lo subjetivo. Sólo
alcanzando la sabiduría de la mismidad, se podrá comprender mejor la sabiduría de la objetividad. Si
bien la sabiduría es sí es sólo conocimiento certero, hablar de la sabiduría humana como signo de
plenitud, es referirse a esa sabiduría total u holística de lo objetivo y lo subjetivo sin afirmar que uno
es el producto de lo otro, sino de verlo como un único complejo fenómeno.
La “sensación de sabiduría” está indirectamente explicada por el Dalai Lama cuando se
refiere a la meditación profunda, la cual a medida que más se use y prolongue ese uso, más profunda
es la comprensión y su realización. Cuando se comienza a meditar intelectualmente se captan los
distintos momentos de la experiencia de la meditación y cómo éstos van cambiando, pero no se llega,
en el comienzo, a “sentir” el alcance de la meditación y los cambios que ella genera. Sólo la práctica
intensa y continua y su familiarización con ella, desarrollan un poderoso sentimiento de lo qué es
meditar y qué son los cambios que logramos con ella y las nuevas sensaciones que nos produce.
Pero para llegar a ello hay que evitar “los falsos estados mentales” los que, equívocamente,
nos llevan a diferentes grados de identificación con la naturaleza inherente del yo y nos llegan de
vacuidades sutiles propias del yo. Por eso la meditación profunda reside en separarse del yo para
arribar, lo que algunos llaman el uno, como sentido de la profunda unidad del ser humano. Y si la
máxima expresión de ese ser humano es su espíritu, la meditación profunda nos debe llevar a conocer
en forma inconmensurable, la esencia de ese espíritu y de la forma en que opera en cada uno de
nosotros, sin que esto signifique un yo sino un nosotros. El uso a fondo de la inteligencia es la senda
que ilumina a las sensaciones y a la voluntad y ordena la razón a través del pensar correcto. Si la
meditación es sólo pensar, pensar es razonar, razonar es inteligir, es decir, usar la inteligencia.
Exclusivamente, a través de ella habrá todo tipo de “alfabetismo”, cualquiera sea el que se busque.
Para que el pensamiento inteligente o meditación profunda, o como quiera llamársele para
reconocer la forma correcta de pensar, sea efectivo, no debe buscar los falsos estados mentales
ilusorios. Debe iniciar un proceso de desilusión completa (despojarse de ilusiones), para lograr el
“sosiego mental”. No dejar que la mente vague sin timón ni norte, llevada por todas las sensaciones
posibles, sino que debemos buscar la renuncia o “emergencia del espíritu” que nos lleva a reconocer
que somos “vulnerables mentales” a falsos estados de aflicción mental que produce sufrimiento,
como son las llamadas emociones destructivas o sensaciones negativas. La emergencia del espíritu
inherente al hombre es el que lleva a la mente a la renuncia de esos estados aflictivos y la libera de
los mismos.
El disgusto o desilusión por “lo mundano” que significa el “reino del sufrimiento y de nuestra
correspondiente vulnerabilidad al mismo” es lo que hace posible la renuncia y la “emergencia del
espíritu” (o “espíritu de emergencia” según la traducción del concepto budista). La renuncia, de la
mano del espíritu emergente, nos lleva a sacar el lastre de las “preocupaciones mundanas” (placer,
dolor, fama, anonimato, alabanza, desprecio, etc.). Ellas son emociones destructivas. La forma de
desplazar lo destructivo reside, en la opinión de Wallace, en obtener la serenidad mental ligada al
cultivo de la meditación. Esa serenidad mental nos enfila a la sensación de ecuanimidad, ligada a la
compasión (en el sentido tibetano) y una expresión manifiesta de alegría. Así, se evita la depresión
(que es un apego al ego) y de pasividad e indiferencia. La serenidad mental no es pasividad sino
actividad completa que induce el estado de predisposición a actuar. La ecuanimidad nos desliga del
apego y el deseo y de toda aflicción, junto con la compasión no aflictiva Nos permite considerar a la
mente como luminosa, pura y neutra y a los pensamientos como producto de esa mente.
Las emociones son estados mentales que pueden ser neutros, sanos o insanos. Todo lo que
daña es insano. Todo lo que nos ilumina es sano. Según el budismo son emociones sanas y
constructivas:
1.
fe
2.
confianza
3.
optimismo
4.
flexibilidad mental
5.
atención plena
6.
sabiduría
7.
capacidad de sentir vergüenza
8.
conciencia
9.
desapego
10.
no odio
11.
no ilusión
12.
no violencia (ausencia de odio)
13.
ecuanimidad
14.
energía (como celo o cuidado intenso)
15.
vigilancia (cobrar conciencia de nuestro cuerpo, palabra y mente para evaluar si cumplen un
comportamiento virtuoso, o no)
Las negaciones budistas (no odio, no ilusión, no violencia) no se refieren a una simple
ausencia de esas sensaciones, sino al cultivo de las sensaciones opuestas diametralmente. No
obstante, según hemos venido analizando, el ser del hombre, para manifestarse, no es de naturaleza
unívoca sino de naturaleza equívoca. Quizá la esencia de su ser sea unívoca, pero no el modo de
manifestar el ser. Si no fuese así, todo lo que hasta acá hemos analizado sería vano. Si bien es cierto
que el hombre tiene impulsos tanáticos, no es menos cierto que también tiene impulsos biofílicos, esto
es, de amor y apego a la vida. De ahí la importancia de la mente como instrumento cognitivo y
valorativo.
Cuando el conocimiento de sí mismo es correcto y se acerca a la verdad del ser humano,
descubrimos los aspectos positivos del amor, la felicidad, la compasión, la alegría o buen humor u
optimismo, la empatía o simpatía traducida por amistad, amor a los otros bajo las diferentes formas de
caridad, filantropía, bondad, generosidad, etc. Pero cuando la percepción de la realidad es engañosa
caemos en los aspectos negativos del odio, la ira, el miedo y sus derivados de envidia, enfado,
belicosidad, irritabilidad, impulso homicida, malhumor, pesimismo, depresión, etc.
Esto no tiene nada que ver con las otras emociones útiles que nos permiten defender la vida
de peligros reales o imaginados como son las reacciones de estrés. El conflicto o peligro que puede
afectar nuestra integridad física o psíquica o la vida misma nos genera impulsos naturales para luchar
o huir. Pero son impulsos de causa justa como es el principio de “matar en defensa propia” o la
reacción de defensa que lleva a la destrucción de la causa que nos amenaza.
Si bien estas reacciones naturales pueden tener visos de similitud con las reacciones
inmotivadas y de algún modo patológicas, no normales, que pueden surgir de la exageración de las
reacciones normales, no son reacciones negativas. Se vuelven negativas cuando no hay causas justas
o se exageran cuando el hombre no puede resolver un conflicto y se entrampa en el mismo y genera
sensaciones similares a las emociones naturales, pero que terminan enfermándolo y distorsionando su
mente y su cuerpo. Estas son las que han sido llamadas emociones negativas y que el budismo
considera más adquiridas que connatas. La reacción de alarma o estrés es una reacción connata ante
un peligro real o imaginado pero que es pasajera y que sirve para que reaccionemos con lucha o
huída. Cualquiera de estas alternativas naturales nos lleva a la solución del conflicto.
Pero si no lo resolvemos y el conflicto queda crónicamente instalado, nos entrampamos y es
ahí donde lo natural se convierte en artificial o adquirido y de bueno se transforma en malo o dañino.
Mientras lo natural nos preserva del daño, lo adquirido o artificial nos produce daño. Esta es la razón
primordial que lleva a considerar emociones negativas y emociones positivas y a distinguir lo
destructivo de lo negativo. Si la reacción de defensa termina en una lucha en la que se mata a otro ser
para defender justamente nuestra vida en peligro, no hablamos de hostilidad ni de impulso homicida
propiamente dicho. El impulso que nos lleva a la necesidad de matar ante un peligro real e inminente
que nos pone en peligro la vida, es decir, nos puede matar a nosotros, no es un impulso propiamente
homicida cuando se aplica a un hombre. Es un impulso de defensa que obliga a matar
necesariamente. Es como cuando se mata a otro animal para comerlo. Acá la necesidad de matar es
satisfacer al hambre que es el impulso natural que nos obliga a otra función natural y biológica que
es alimentarse.
Otra cosa es el impulso homicida cultivado o entrenado como ocurre con el psicópata asesino
que mata por dinero o placer, sin necesidad alguna o el homicida no psicopático que desarrolla un
impulso asesino o suicida para resolver un conflicto crónico que no pudo resolver de otra forma, y
porque el conflicto lo entrampó: no le dio posibilidad ni de lucha ni de huída o no supo encontrar el
camino de la lucha y la huída. Es el conflicto que nos lleva al homicidio o al suicidio, al homicidio
seguido de suicidio o nos produce el colapso o infarto que nos puede producir la muerte. Los
aspectos intermedios del odio, la hostilidad y la belicosidad como el enfado, la ira, los celos, la
envidia, la depresión, el malhumor, el pesimismo, la anhedonia, el ensimismamiento (que provoca el
aislamiento social y la inamistad o la falta de amigos que no es lo mismo que la enemistad o actitud
hostil hacia otros) son emociones negativas o destructivas que son el motivo de este tratado.
Luego, reiteramos, las emociones son impulsos naturales como otros sentimientos e instintos,
pero que deben ser encauzados como los sentimientos e instintos, por un adiestramiento mental
mediante el razonamiento correcto de la realidad y disciplinas como la meditación crítica o
trascendental (que no debe confundirse con la razón aparente ni la meditación imaginaria, donde la
realidad es más imaginada que captada verazmente). Luego, las emociones para ser adaptativas o
útiles deben ser razonadas y adiestradas con la inteligencia. Esto dio origen al concepto occidental de
inteligencia emocional, que luego daría origen a otras aplicaciones de la razón o inteligencia como la
inteligencia social, etc.
Todo esto nos lleva a no caer en simplismos generalizadores en que todas las emociones son
naturales e imprescindibles, en que el estrés es parte de la vida, en que el odio es tan natural como el
amor. Nadie niega la “naturalidad”. Lo que se discute es la “efectividad” (los efectos que se
provocan) y dentro de esta efectividad que es lo realmente conveniente y qué es lo inconveniente a la
naturaleza inteligente del hombre, esto es, a la mentalidad humana.
El concepto budista de las emociones destructivas
No existe en el léxico tibetano, ni en el sánscrito ni en la lengua india un término equivalente
al término occidental emoción. Si bien se reconoce en Oriente, la existencia de las sensaciones que en
Occidente se denominan emociones, los budistas consideran que el número de las emociones,
especialmente las destructivas, es mucho menor que el considerado en Occidente. Incluso hay matices
de diferenciación de esas sensaciones algunas de las cuales revistarían el carácter de emociones, según
el concepto occidental, pero que en la perspectiva budista no son tales. Así, las emociones negativas o
destructivas adquieren el concepto de “oscurecimientos” mentales o “aflicciones mentales”.
Esas aflicciones mentales son reducidas, primariamente, a seis, las cuales hemos nombrado ya
en su mayoría. Resumiendo nuevamente para recordar serían:
1.
2.
3.
4.
5.
6.
apego o deseo
ira (que incluye hostilidad y el odio)
orgullo
ignorancia e ilusión
duda
visiones erróneas
Es muy importante la división sutil de la lógica budista, en especial la tibetana. Ellos han
comprendido perfectamente lo que es la existencia de las sensaciones naturales en el ser humano y
otra cosa es lo que la mente expresa. En otras palabras: una cosa es tener sensaciones y otra es como
saber expresarlas y usarlas. Esto deslinda, desde ahora, la cuestión de si las emociones son naturales o
no, si son lícitas o no, si deben expresarse u ocultarse, etc. Si se tienen, es indudable que pueden
aparecer en cualquier momento y circunstancia.
La cuestión no reside en dejar o no dejar que se expresen, sino en aprender a anticiparlas o
estar adiestrado para cuando se presenten, lo que presupone “conocer” esas sensaciones o emociones
y aprender a manejarlas. Saber cuando esas emociones tienen un objeto y una causa justa y cuando
son inoportunas. Saber hasta qué punto hay que admitir y dejar actuar las emociones por objeto
concreto y causa justa y saber cuando hay que frenar las que no tienen objeto y causa justa. Saber
diferenciar los objetos y las causas. En suma: adquirir la sabiduría, esto es el recto conocimiento de
sensaciones, objetos y causas.
El Dalai Lama señala que, en el concepto budista, las dos aflicciones mentales del apego (y
el deseo) y la hostilidad (y la ira) están fijadas en algún objeto. En el caso del apego es una fijación
que consiste en “ir hacia el objeto”, esto es, ser atraído por dicho objeto. En lo opuesto, la hostilidad,
ocurre lo inverso: consiste en “alejarse del objeto”, es decir, hay repulsión en lugar de atracción. En
cambio, la duda no siempre es una fijación en un objeto o un alejamiento de él, ni tampoco, como
normalmente se acepta es una mera vacilación. En el concepto budista, la duda es un tipo de aflicción
que nos lleva a una comprensión errónea de la realidad, lo que involucra un alejamiento de esa
realidad. Pero no es el alejamiento de la hostilidad, puesto que no hay un objeto de repulsión. Sino,
que al no poder determinar qué es la realidad, o plantearla en términos contradictorios, en lugar de
un conocimiento, hay un des-conocimiento.
Para el budismo esto se debe a una percepción errada de la realidad y por esto hay que
alejarse de ella, o porque no se conoce o porque se intenta dilucidar lo que no se entiende bien o se
aprecia con error. Cuando la duda asume una especie de carácter de incredulidad, es decir, de no
formar creencias ante la falta de saber (conocimiento cierto), oficia como una actitud positiva más
que negativa, si nos induce a la meditación profunda para alcanzar un conocimiento óptimo de la
realidad que no es comprensible desde el comienzo. Si algo no tiene una corroboración precisa por
la experiencia útil, no es posible avanzar en el perfeccionamiento interior. Si bien la duda causa
aflicción mental por su propia naturaleza de sensación de desconocer o conocer erróneamente,
cuando es usada para llegar a la meditación que corrija la percepción dudosa, ahí funciona
positivamente. Pero cuando uno se aleja de esa realidad dudosa y no intenta despejar la verdad,
quedar en un estado dubitativo permanente interrumpe todo progreso espiritual y cognitivo y en esto
reside la negatividad. Normalmente, la duda es una aflicción mental frecuente que no es resuelta por
lo que termina siendo destructiva. El uso positivo de la duda está muy cerca del concepto cartesiano
que la propuso como método previo y lícito para llegar a adquirir un conocimiento válido, al
discriminar si es verdadero o falso, si es real o imaginario, si es bueno o malo, etc.
En cuanto a la ira, el Dalai Lama explica que hay dos términos tibetanos relacionados con
ella: khongdro que sería ira propiamente dicha y shedang que sería equivalente a odio. ¿Por qué esta
distinción entre ira y odio?. Los tibetanos consideran que algunas sensaciones iracundas son
generadas por la compasión. Ocurre cuando una realidad es correctamente aprehendida. Como la
compasión es un estado mental de completa bondad, cuando se aprehende una realidad que puede ser
dañina para alguien y no hay una forma válida por las vías para impedir que tal daño ocurra, tener
una reacción airada es positiva si ella salva a la persona del daño. Esto funciona, salvando la
distancia, como el concepto de “causa justa” en la idea occidental (ira por causa justa).
Así, el ejemplo, dado por el pensador tibetano Matthieu, de un individuo próximo a caer por
descuido al vacío mortal de un precipicio y es advertido por otra persona, ésta grita “detente” pero
puede ocurrir que el afectado no interprete qué es lo que quiere manifestar con el detente o no lo
considere un imperativo inmediato y urgente. Pero si el advertidor grita “detente, estúpido”, el
apelativo ofensivo genera una sensación de ira tanto en el que lo grita como en el que escucha y esto
lo conmueva a detenerse en forma inmediata. Sobre este ejemplo caben muchas reflexiones. La
primera es saber si el advertidor realmente estaba iracundo o usó una reacción aparentemente
iracunda para cumplir su meta compasiva de salvar al riesgoso. Esto abre la posibilidad de que
realmente no se esté experimentando un estado real de ira, sino que se utiliza una conducta airada por
no poseerse otro medio útil para lograr el efecto deseado. La otra reflexión es que realmente se puede
llegar a sentir una especie de “ira santa”, motivada por la compasión, como es el caso de salvarse o
de salvar a alguien cuya vida corre peligro inminente. Luego, esta ira no es la emoción como
comúnmente se comprende en Occidente, donde se relaciona con el odio y la agresión hostil. Sino es
un sentimiento de enfado hacia el peligro que puede sesgar o dañar la vida. Es un enfado pasajero y
con justa causa por la aprehensión correcta de una realidad. Otra cosa es la ira hostil por distorsión de
la realidad y con una causa, que no es precisamente justa (ira injustificada).
El budista está entrenado o adiestrado para transformar, contrarrestar o reprimir todas las
sensaciones o aflicciones mentales como el odio, la agresividad, el deseo y el apego. Pero esa
represión significa transformarlas para liberarse de ellas cuando aparecen. No significa que las
destierra de una vez y para siempre en forma irreversible. Sino que cuando la reacción o sensación
ocurre no se identifica con ella y de esa manera trata de liberarse (desidentificación de sentimientos).
Por eso, ante la afrenta moral que causa indignación como ira justa, el budismo no está inmune.
Para enfrentar todos los sentimientos destructivos o negativos o aflictivos mentales, la práctica
de la meditación lleva al desarrollo de la paciencia y la tolerancia. Así cuando la causa de una ira justa
es la conducta vil o inmoral de una persona, el budista no experimenta realmente ira, hostilidad ni
agresividad hacia esa persona sino que, contrariamente, muestra compasión hacia la persona. Acá, la
causa de afrenta moral no es la persona en sí, sino su conducta. Por lo tanto, la paciencia y tolerancia
se enfoca hacia la persona pero no hacia la conducta, lo que distingue a ambas virtudes de la
indiferencia. Por eso, la acción generada en la ira justa pero transformada en compasión, actitud
completamente despojada de ira, y esta compasión genera también un deseo no aflictivo sino útil:
detener la conducta dañina. La transformación de una sensación o aflicción mental en una actitud o
emoción positiva es algo similar a lo que en occidente se llamó sublimación y que ya hemos
considerado. La transformación budista como la sublimación occidental son dos cosas muy difíciles
de alcanzar y demandan un adiestramiento mental considerable en el cual la meditación es
fundamental.
La primera lista esbozada al comienzo de este parágrafo es de sensaciones primarias. Estas
aflicciones mentales primordiales dan lugar a otras íntimamente ligadas a ellas y así aparece una
nueva lista más taxativa:
1.
ira
¬
¬
¬
¬
¬
cólera
resentimiento
rencor
envidia/celos
crueldad
2.
apego
¬
¬
¬
¬
¬
avaricia o tacañería
autoestima exagerada
excitación
ocultamiento de los propios defectos
embotamiento
3.
ignorancia
¬
¬
¬
¬
fe ciega
pereza espiritual
olvido
falta de atención introspectiva
4.
ignorancia + apego
¬
¬
¬
¬
¬
¬
petulancia
engaño
desvergüenza
desconsideración hacia los demás
falta de escrúpulos
distracción
La cólera es un brote de exasperación, un ataque de furia transitorio. El resentimiento es un
ataque de ira duradero. El exceso de autoestima es una visión desproporcionada de nuestras
cualidades. La excitación es un estado de la mente que se ve compulsivamente arrastrada hacia algún
objeto de deseo. La ocultación de defectos propios, tanto a los demás como a uno mismo, es una
ilusión que deriva de la ignorancia. El embotamiento es también un estado mental consistente en una
falta de claridad mental. En cuanto a la fe, el budismo la considera una virtud, pero distingue entre fe
inteligente y fe ciega. La fe inteligente es la que se basa en la realidad, mientras que a la fe ciega la
excluye por la ilusión. La pereza, en el sentido tibetano no se refiere a la holgazanería o reticencia
para trabajar, sino a la pereza espiritual que Goleman traduce por acedía, pero este término en
español, como también en inglés, puede estar referido a la acidez, en especial a la estomacal (pirosis).
En español, la RAE tiene una tercera acepción de acedía como “desabrimiento o aspereza de trato”.
En inglés, el término acedía, como lo interpreta la pereza en el sentido tibetano, es unpleasantness
que se traduce como lo desagradable, antipatía, grosería, falta de educación, desavenencia o disgusto.
De igual modo, el olvido, en tibetano, no es la falta de memoria, sino la falta de atención o
falta de interés. Esto obra como falta de práctica de control interior (desatención introspectiva) y esta
ausencia significa un despiste (salirse de la pista correcta). En correlación con las ideas de Goleman,
las personas introspectivamente desatentas son las menos inteligentes emocionalmente. La atención
introspectiva es algo equivalente a lo que los occidentales llaman “conciencia de uno mismo”. La
petulancia es una ilusión muy concreta en forma consciente y deliberada se pretende ostentar
cualidades que no se poseen o exagerar desproporcionadamente las pocas que se tienen. El engaño es
lo opuesto a la petulancia pues en lugar de hacer ostentación trata de ocultar, oscurecer o restar
importancia a sus defectos. Luego, todos los comportamientos o sentimientos que impliquen falta de
remordimiento ante un comportamiento deplorable o una acción vergonzosa, es una verdadera
aflicción mental. Las actitudes de falta de remordimiento por los actos indebidos llevan o se conecta
con la desconsideración hacia los demás, que consiste en una falta de todo interés por el modo en que
los demás pueden llegar a valorar la conducta de uno. Esta preocupación por la consideración ajena
no debe transformarse en una mera “preocupación por la reputación” en lo formal, sino que debe ser
una falta de preocupación real, dada nuestra condición de criatura social insustraíble a la relación con
otros. La implicación en actos o conductas reprobables sin preocuparse por los demás piensan de ello,
es lo que lleva a la aflicción mental (en el sentido de emoción destructiva).
La inconsciencia, siempre en el sentido tibetano o budista, es completa indiferencia hacia las
acciones, palabras y pensamiento sin la menor preocupación por su adecuación a la correcta realidad.
La distracción, como el olvido, en el budismo tiene que ver con una mente incoherente y que se ve
arrastrada por todo tipo de estímulos incluyendo los negativos más que los positivos. La
desvergüenza es una falta de conciencia en la que se carece de todo sentido de dignidad, sea, o no,
descubierto esto por los demás. En algunos términos budistas, la desvergüenza significa “ninguna
vergüenza”. Por esta razón, esta aflicción mental no sólo puede llevar a malas acciones, a molestar a
los demás, sino que, incluso, se llega a asesinar. En esta situación de desvergüenza, la persona no se
preocupa por las formas, la etiqueta o por la situación de hallarse en una posición elevada, sino que,
inversamente, se sirve de todas esas circunstancias para actuar en comportamientos deshonrosos. En
el sánscrito, la desvergüenza es sinónimo de desconsideración hacia los demás. Es una
irresponsabilidad total y una falta absoluta de interés por las consecuencias últimas de sus acciones. Es
no tener miedo al mal karma.
En términos occidentales, de la mano de Sócrates, la desvergüenza budista se parece a la
actitud del que piensa que parecer justo es mejor que serlo. Por otra parte, la desvergüenza conlleva
una falta de emociones, principalmente positivas. En este punto de emociones positivas y
destructivas, se aclaran las aparentes disidencias entre el pensamiento occidental y el pensamiento
budista, dado que los occidentales admiten que las emociones tanto negativas como positivas,
placenteras o desagradables, pueden conducir a una persona a dañar a sí mismo o a otros.
Lógicamente ese daño reside en lo psicofísico. Mientras que para el budismo, la destructividad
emocional está en otro concepto de daño: el desasosiego mental y la interferencia con el progreso
espiritual por la distorsión de la realidad. Así, los tibetanos consideran aflictivas a todas las
sensaciones (sentimientos o emociones), cualquiera sea su naturaleza porque desestabilizan el
equilibrio mental.
El equilibrio mental, en el concepto budista-sánscrito, depende de muchos factores, los
cuáles, sintéticamente, serían:
1.
factores mentales omnipresentes
a).
b).
c).
d).
e).
sentimiento
discernimiento
intención
contacto
atención
2.
factores mentales cultivados
a).
b).
c).
d).
e).
aspiración
valoración
Recuerdo
Concentración
Inteligencia
3.
factores mentales variados (virtuosos y no virtuosos)
a).
b).
c).
d).
somnolencia
arrepentimiento
atención a lo general
atención a los detalles
4.
factores mentales sanos
a).
fe sana
El concepto budista de mente incluye los procesos neutrales de la percepción y el
pensamiento. Pero su concepto es más práctico pues se orienta casi exclusivamente hacia el progreso
espiritual por eso incluye factores mentales que llama sanos porque son esenciales para el desarrollo
espiritual. Mientras que son insanas las aflicciones mentales. De ese modo se separan las concepciones
occidentales de las budistas, pues Occidente clasifica las emociones desde punto de vista de malestar
(negativo o desagradable) o bienestar (positivo o agradable), mientras que el Oriente, a través del
budismo, se concentra en clasificar las sensaciones según el grado en que promueve o dificulta el
progreso espiritual.
Quizás las emociones destructivas, que ahora son consideradas como inútiles, no aptas para la
supervivencia y como aparentemente no propias de la mente humana, se hayan originado alguna vez
como emociones útiles a la supervivencia, pero como el estrés, con el paso del tiempo histórico y los
últimos rápidos cambios en la humanidad y en el entorno humano, lo que alguna fue natural han
terminado perdiendo la proporción debida, la oportunidad de la presentación, o presentación fuera
de lugar o, simplemente, se han descontrolado totalmente. Por lo que actualmente, no toda la
conducta humana observada o dada es adaptativa o con fines adaptativos.
Otrora, se consideraba que todo cambio se corregía con las emociones o acciones adaptativas
y el organismo recuperaba su equilibrio anterior (homeostasis). Hoy los cambios tienden a instalarse
y, en lugar de adaptarse a una vida más normal, se quedan para “normalizar” algo lo anormal
(alostasis). No sería sin sentido llegar a pensar que hubo un pasado emocional (emociones de antaño)
que hoy han virado cambiando de rumbo o transformándose en otras (emociones actuales) de forma
tal que lo que sirvió antes, sobra ahora (teoría de los tímpanos) Sólo sirven como subproductos de las
emociones de antaño que están ahí, pero con un dudoso papel de necesidad. Por eso impresionan
como que carecen de importancia o funcionalidad (primera negatividad) e, incluso, atentan contra la
supervivencia (destructivas), en lugar de protegerla (segunda negatividad)
La universalidad de las emociones: universalidad de causas y expresiones
Paúl Ekman se encargó de investigar la teoría darviniana de la universalidad de las
emociones, teoría que se intentaba aplicar no sólo a los hombres sino también a los animales. Ekman,
partiendo de conceptos de Darwin, investigó diferentes pueblos y culturas y filmó las expresiones
faciales como uno de los signos más visibles de la manifestación de los estados emotivos. En un
principio, muchos estudiosos pensaron que cada cultura condicionaba en forma diferente la
expresión de las emociones, pero la investigación del Grupo Harvard demostró que no es así. Hay
realmente coincidencia universal en las emociones, expresión de las mismas e, incluso, de las causas
de las mismas, las cuales sí pueden tener algún sesgo de distinción en una cultura en relación con
otra.
De igual modo que las expresiones faciales, hay otras expresiones corporales que acompañan
a la expresión emocional como es el cambio de color de la piel (ponerse rojo, pálido o lívido) su
temperatura (transpirar o poner “piel de gallina” o piel fría), el ritmo cardíaco y signos neurológicos
como los temblores (se puede temblar por ira o por miedo). Hay signos generales como la agitación,
el estupor, la ansiedad o la angustia. Otro signo importante que denota el estado emocional es la
sonrisa. Todo el conjunto de expresiones son verdaderos factores de detección de emociones. Y un
investigador entrenado se transforma en un detector de emociones. Los polígrafos que se usan para
detectar mentiras son aparatos detectores de emociones.
Quizá sea la sonrisa el mayor signo exterior de simulación y engaño emocional. Es sabido
que políticos corruptos y faltos de idoneidad recurren a una “falsa simpatía” y a un aspecto exterior
sonriente sempiterno, con una aparente inmutabilidad hacia las críticas y un con una excelente
verborrea con explicaciones sofísticas sobre cualquier tema que se hable. Los contrabandistas y otros
delincuentes que necesitan de una “buena apariencia” o “apariencia honorable” también, como los
políticos aprenden a simular el arte de la amabilidad del mismo modo que un paciente psiquiátrico
disimula su enfermedad (o la simula) según convenga. Este arte de la simulación y la disimulación es
muy difícil ser detectado por aquellos profesionales que debieran estar atentos a ellos para evitar el
engaño, el fraude y el dolo, basados en simples mentiras. Tanto el lenguaje corporal (gestual) como
el tono de voz son los elementos que pueden servir para disuadir con fines maléficos o benéficos.
Esto lo saben bien los oradores profesionales que utilizan un gran bagaje de gestos y tonos de voz
para los discursos que deben ser persuasivos o convincentes.
Ergo, basta aprender a mirar y escuchar atentamente para lograr detectar la verdad o la
falsedad de los gestos y las voces. Lo curioso que se ha observado en las investigaciones llevadas a
cabo, es que el esfuerzo que se pone en simular o disimular es equivalente al mismo que se hace bajo
una emoción verdadera. Esto provoca cambios funcionales fisiológicos, de los cuales adelantamos el
color, humedad y la temperatura de la piel, latidos del corazón, ritmo respiratorio y temblor
muscular. Esto se debe a una “vía común final” que el organismo tiene tanto para el sistema nervioso
central que se puede manejar en forma voluntaria, como en el sistema nervioso llamado autónomo
que se supone que está libre del influjo volitivo. La neurociencia ha descubierto las interconexiones
neuronales centrales y periféricas que obran como un solo sistema nervioso de control cerebral. El eje
corteza-hipotálamo-hipófisis-adrenales o eje neuroendocrinoinmunológico es el receptor y efector de
todas las reacciones fisiológicas y patológicas.
Así, una tensión muscular voluntaria, como una tensión nerviosa emocional involuntaria
generan las mismas reacciones. Esto es, probablemente, lo que últimamente ha llevado a pensar que
el estrés modula la memoria y otras funciones en forma normal y fisiológica (teoría de la necesidad
de un estrés mínimo fisiológico). Es lo permite a los artistas que se concentran en la simulación de
emociones, ponerse colorados, llorar o sentir alguna conmoción que ellos después describen como
“haber asumido el personaje con total realidad”. Luego, hay expresiones emocionales espontáneas,
naturales y libres y expresiones emocionales aprendidas o simuladas o disimuladas. Esto tiene
mucho que ver con la personalidad del individuo que expresa estados emocionales. Los que actúan
con suma sinceridad y libertad, con total limpieza ética y moral, son los que pueden expresar sus
emociones con total libertad, diversidad y sinceridad. La libertad se basa en no reprimir la expresión
para lo cual se necesita gran confianza en sí mismo. Esto lo vemos en los seres normales felices,
optimistas y esperanzados. Sus cambios emocionales dejan traducir con lucidez sus pensamientos. De
igual modo, quienes tienen fijado un estado emocional anormal no dejarán lugar a dudas en sus
expresiones, como ocurre con el malvado, el depresivo, el demente, el pesimista, el esperanzando, el
desesperanzado, etc.
En su investigación, Ekman comprobó que los gestos faciales sirven para determinar cuando
alguien miente, pues realiza gestos más nerviosos o crispados y se intercalan gestos como frotarse los
ojos, rascarse la cabeza, apretar los lóbulos de las orejas, rascarse o taparse la boca, etc. Se puede
fingir una expresión pero no se sabe cómo hacerla surgir súbitamente, cuánto mantenerla y con qué
rapidez hacerla desaparecer. Esta falta de capacidad de “encendido y apagado de la expresión”, es
lo que más delata la mentira. La interpretación errónea de las expresiones faciales y emocionales da
lugar a malentendido y fallas de la comunicación. El error se debe a la incapacidad de reconocer
expresiones mínimas o microexpresiones que duran apenas la quinceava parte de un segundo y que
revelan las verdaderas emociones que una persona trata de ocultar o le resulta embarazoso expresar.
Las expresiones faciales, por ser intensas pero muy fugaces, pasan desapercibidas para el 80 o 90%
de las personas no entrenadas para notarlas.
Las microexpresiones son expresiones extremas de los seres humanos en un muy breve
período de tiempo y cuando implican una sola parte del rostro se denominan sutiles porque son leves
como es tener los ojos abiertos (que pueden indicar temor incipiente, sorpresa, estupor, temor,
atención, etc.) o enarcar una ceja (desconfianza, tristeza incipiente, preocupación, desconcierto, etc.).
Sólo algunas apariencias faciales totales son más fáciles de advertir. Si las emociones se expresan a
través del cuerpo, visiblemente, como expresiones verbales, gestos y signos fisiológicos, es evidente,
y esto delata públicamente el estado emocional por el cual atravesamos en una determinada
coyuntura. Es la razón por la cual las emociones no son privadas sino públicas.
Desde otro punto de vista, el pensamiento (como el sentimiento) es privado, la emoción
pública. La cuestión semántica, nueva separa la perspectiva budista de la perspectiva científica
occidental. El Dalai Lama, siguiendo la concepción budista, asocia pensamientos a emociones y cree
que son inseparables, por esto no concibe la propuesta de pensamiento privado, emoción pública. Si
el pensamiento está teñido por las emociones, luego se expresa junto con ellas y esto lo hace,
también, público. Ekman responde que esto se debe a que algunos pensamientos se acompañan de
emociones y otros no. Los pensamientos que se acompañan de emociones, así como los pensamientos
originados en las emociones, naturalmente, como las emociones serán también públicos (la misma
emoción “habla” sobre lo que se está pensando). Pero hay otros pensamientos que no relacionan con
las emociones y éstos no trascienden. Otras veces hay disociación entre verdadero pensamiento y la
emoción expresada. Hay pensamientos que no se relacionan con la manifestación de emociones,
como es el caso que les ocurre a los propios meditadores budistas que pueden pensar sin sentir ni
expresar determinadas emociones. Meditando en otro orden, vemos que las razas amarillas difieren
en sus formas de expresión de las razas negras y blancas. Aún, dentro de una misma raza hay matices.
Así por ejemplo, un pelirrojo no sólo conlleva facciones signadas por un color de pelo y tono de piel,
sino que en general la forma de reaccionar ante situaciones idénticas, suele manifestarse por
conductas distintas. Hay un “halo” que distingue a un oriental de un occidental, un negro de un
blanco, un pelirrojo de otro blanco, etc. Las expresiones y gestos del rostro y del cuerpo tienen una
cierta propiedad distintiva en cada uno.
Otra cuestión es: ¿puede un pensamiento generar una emoción, o una emoción un
pensamiento? Si el pensamiento es la forma de conocer algo externo o interno, o el medio para
expresar las sensaciones, es evidente que una emoción puede preceder o facilitar la aparición del
pensamiento, siendo el pensamiento un juicio de valoración. Es lo que hemos venido analizando
cuando hablamos de mente emocional y mente racional. Pero también, es obvio que cuando un
pensamiento, sobre todo, el que imagina o recrea (recuerda) una determinada situación placentera o
conflictiva, se vuelve muy intenso o reiterativo, seguramente genera una sensación, sentimiento, que
puede ser una emoción de cualquier naturaleza. Esto es muy claro para las neurociencias y el
conocimiento general que ya ha comprobadamente con hartura la interacción mente-cuerpo en la
trilogía alma-mente-cuerpo, donde fenómenos corporales influyen en la mente y fenómenos mentales
influyen sobre el cuerpo (caso de las emociones, del estrés y de las enfermedades psicosomáticas). O
bien como un infarto cerebral, una fiebre y otras enfermedades que afectan al sistema nervioso o
causan gran aflicción o preocupación pueden ocasionar un trastorno mental.
En la perspectiva budista, se considera la interacción emoción-pensamiento de acuerdo a
determinados estados mentales. Por ejemplo, en lo que consideran “estados mentales no virtuosos”
como ocurre con la codicia y el rencor, dos estados que generan emociones, por ejemplo, en la
codicia hay identificación con un objeto que genera el pensamiento “quiero eso”, base de la codicia.
El rencor es la repulsión a algo que causa el pensamiento de “no puedo olvidar ni perdonar” u “odio
esto”. Por lo tanto, emociones como cólera, odio, rencor y codicia suelen provocar pensamientos
asociados. Cuando un fenómeno se da súbitamente, puede generar en fracciones de segundo una
emoción y esa emoción, si está fundamentada en algo recordado de una experiencia pasada, el
pensamiento y la reacción emotiva son simultáneos. Sino, ocurre lo que ya vimos como evaluación
emocional donde la mente emocional desata la emoción y la mente racional tarda unos segundos
después en producir el pensamiento racional de evaluación de la emoción. Luego, en esto, Ekman
coincide con el Dalai Lama en que una emoción puede preceder a un pensamiento, pero también
puede ser simultánea o posterior.
Los occidentales, en las observaciones de Ekman, viven “atrapados en la emoción”. Se debe
a la creencia de que, en primer lugar, uno de los rasgos que distinguen a las emociones de otros
fenómenos mentales, es su mayor velocidad, porque se despliegan en fracciones de segundo la
mayoría de las veces y sólo en contadas ocasiones demoran más de ese tiempo. En segundo lugar, si
hay una evaluación automática de la emoción sufrida, también transcurre a una velocidad
imperceptible y sus efectos se notan después de los efectos de la emoción (susto, enfado, tristeza,
etc.). Dicha evaluación no aparece antes de que se exprese la emoción sino después de ocurrida la
aparición de la emoción. Así, es normal que se tome conciencia después de emerger el estado
emotivo, el que opera como si la emoción atrajera nuestra atención al ponerse de manifiesto. Antes
del suceso y en pleno proceso emocional, el influjo de la sensación emotiva “oscurece” la atención (y
probablemente la capacidad de razonar en forma simultánea a la presentación y acción de la
emoción) (Estas diferencias de tiempo entre la acción de la mente emocional y la mente racional,
fueron explicadas por Goleman en la INTELIGENCIA EMOCIONAL al describir el mecanismo de la
mente emocional y nosotros las recordamos a menudo, reiterándolas en sus aplicaciones prácticas).
Ekman completa su investigación agregando que mientras ocurre la acción plena de la
emoción, el afectado se siente como si fuera ajeno a lo que está ocurriendo (estado de enajenación).
Por esto, concluye que nadie elige estar emocionado ni sufrir los efectos de las emociones, sino que
sólo puede darse cuenta de que es susceptible de sufrir emociones y sólo, en forma súbita, no
premeditada, advierte sus emociones. También puede suceder que se culpe a otro por las emociones
cuando se afirma “fulano de tal me sacó de quicio” o me enojó o me fastidió, etc.
Desde el punto de vista del Dalai Lama (visión o perspectiva oriental budista) podrían existir
métodos o formas análogas a la práctica meditativa budista que cultive la capacidad introspectiva para
controlar los estados mentales. Tal capacidad le da a la persona un estado atencional particular para
detectar cualquier signo o sensación mental que provoque distracción, excitación o lasitud de la
claridad mental (radar psicológico de González Petcoche; antena existencial en nuestra concepción)
Esa capacidad cuando recién comienza a desarrollarse no sirve para darse cuenta de la presencia de
una perturbación mental antes de que ésta ocurra.
Pero cuando se completa dicho desarrollo mediante el ejercicio intenso (adiestramiento) se
adquiere completa destreza para advertir cuando se está gestando un estado emocional perturbador,
es decir, darse cuenta antes de que la emoción emerja o estalle. Por la misma circunstancia, ese
entrenamiento introspectivo también nos permite abortar el estado emotivo y evitar que la emoción se
manifieste (bloqueo emocional que no es lo mismo que represión emocional).
Esta capacidad introspectiva, en la opinión de Ekman, significaría un modo de “cobrar
conciencia del proceso evaluativo” en el momento en que se genera la emoción, es decir, dentro del
proceso emocional incipiente. Lo que no aclara la perspectiva budista es que si la capacidad
introspectiva nos sirviese para antelar en qué momento puede darse una emoción. Sólo enseña que el
estado de iluminación despeja a la mente de toda posibilidad de generar un “oscurecimiento” o
emoción destructiva, debido a la particular concepción de bondad y compasión que impide
interpretar al hombre y su conducta como potencialmente malos.
La introspección, en términos occidentales es una función de la inteligencia, y la “capacidad
introspectiva” que refiere el Dalai Lama puede tener alguna conexión con el concepto de
“inteligencia emocional”. Pero como la introspección es un proceso más amplio, la inteligencia
emocional es sólo uno de sus aspectos, que es el dirigido al control emocional en general. La
inteligencia, en sí, es también un proceso muy extenso que va más allá de lo simplemente emocional,
y la introspección, como conciencia de uno mismo, es la que fundamenta una de las teorías de la
inteligencia emocional (la cual tendría cuatro aptitudes fundamentales).
El término sánscrito prajña puede significar sabiduría o, según los budistas, inteligencia. Si
con el modelo de inteligencia emocional propuesto, la conciencia de uno mismo incluye la capacidad
de una gestión adecuada de las propias emociones, quizás podría también aprender la detección
temprana de las emociones destructivas, lo que aumentaría más la libertad personal para elegir
respuestas más adecuadas.
Conceptos occidentales de emociones destructivas y emociones constructivas
Flanagan aborda el tema del punto de vista occidental de lo que se consideran emociones
destructivas y emociones constructivas para contestar en parte su pregunta de lo que convierte a
alguien en una “buena persona” y esto nos lleva a estudiar el móvil emotivo del psiquismo que
condiciona las conductas. Admitidas las emociones en sus modalidades contrapuestas (destructivasemotivas) la otra pregunta es cómo alcanzar las emociones constructivas y eliminar las destructivas.
Esto lo lleva al planteamiento de conductas que pueden centrarse en los medicamentos o en la
meditación. Siguiendo connotaciones orientales, el occidentalismo considera una de las emociones
constructivas como el respeto amoroso hacia uno mismo antes de poder aplicarlo a los demás. Si bien
esta concepción está en el tibetismo por Buda, también fue expresada claramente por Cristo. Ambos
están más cerca de Oriente que de Occidente. Este concepto del amor a sí mismo como autorrespeto
descartaría, obviamente, el odio a sí mismo.
La concepción nace, precisamente, por haberse constatado el fenómeno de la falta de respeto
hacia sí mismo e, incluso, de sentimientos de odio por sí. Autoodiarse no es algo infrecuente ni
extraño al hombre, aunque a veces su expresión puede ser inconsciente para quien se autoodia. Es un
fenómeno dado y conocido. Como es un sentimiento destructivo y la antinomia del respeto a sí
mismo o autoestima, se considera que el hombre debe despojarse de esa tendencia suicida o asesina
(ya que al odiarse a sí le despierta odio a los demás y el odio le lleva a conductas destructivas de sí y
de otros). La desvalorización de la vida propia y de la ajena y la presencia de un impulso homicida
serían los ejes de lo que se considera dañino. La autoestima conlleva el concepto de compasión e
incluye la empatía como sentir lo que otro siente y también el interés y la predisposición sincera de
hacer algo para aliviar el sufrimiento de los demás. Así, los términos amor y compasión se aplican
tanto a uno mismo como a los demás.
Pero si bien el budismo entiende a ambas cosas como sinónimos, por igual aplicables a sí y a
los otros, el contexto occidental puede muy bien considerar un estado mental en el cual la compasión
es algo que sólo debe aplicarse a los demás pero no a sí mismo, tal cual, y los criterios de
autocompasión puede ser muy opuestos a la idea de la compasión. Tal vez en esto influya el hecho de
que algunos creen que la autocompasión es un sentimiento negativo que menoscaba la dignidad, pues
si se llega a sentir autocompasión por el propio sentimiento es porque uno está minusvalorado. De ahí
que en Occidente la autocompasión sea negativa y se ve como sentimiento desproporcionado ligado a
que las cosas no nos van bien. Esta concepción harto espinosa nos lleva a otra que es el egoísmo, es
decir, que la preocupación del hombre por sí mismo no debe ser de compasión sino de interés
absoluto, lo que descarta el interés o la despreocupación por los demás. Sin embargo, nadie niega la
presencia del interés del hombre por sí mismo y los occidentales llaman autoestima al “buen interés”
por sí mismo, que descarta el interés negativo del egoísmo y del narcisismo como autoestimas
inauténticas. Por lo tanto caemos a un problema semántico y lingüístico donde las palabras, de no ser
correctamente explicadas y cargadas de sentido, pueden dar lugar a equívocos de comprensión de las
mismas. En esencia, digamos de otra forma, toda cuestión de conocimiento y saber centrará en el
lenguaje o las palabras. En este punto nos permitiremos una digresión sobre daño y las valoraciones
semánticas a través de las palabras. Según la RAE, daño es el efecto de dañar o dañarse y dañar es
causar detrimento, perjuicio, menoscabo, dolor o molestia, maltratar o echar a perder una cosa, y
dañino es lo que hace perjuicio. La doctrina jurídica tiene otras precisiones del concepto daño, de las
cuales extraemos las principales:
1.
considera a daño a todo menoscabo que como consecuencia de un evento determinado sufre
una persona en sus bienes vitales naturales, en su propiedad o en su patrimonio
2.
También es daño todo menoscabo material o moral causado por la contravención de una
norma jurídica que sufre una persona y del cual debe responder otra (Borobia, 1985) Otras
definiciones surgen de Sentencias del Tribunal Supremo y ellas son: toda alteración de la salud o
enfermedad que tenga o no, origen traumático; toda acción u omisión que genere una pérdida o
disminución de la integridad corporal humana o de la capacidad laboral, o que también cause una
perturbación de la incolumidad o bienestar corporal sin menoscabo de la salud misma, o produzca
cualquier perturbación de la salud en el sentido más laxo y que consiste tanto en la enfermedad física
como en la psíquica.
La OMS emplea el término inglés impairment (derivado de to impair = dañar) para definir la
“pérdida o anormalidad en una estructura o función psicológica, fisiológica o anatómica”. De ahí la
importancia suma de preocuparse por lo que las palabras dicen y de conocerlas a todas con una carga
debida de sentido. De otro modo, las palabras fetiches, despojadas de sentido, dan lugar a meras
retóricas con un diálogo de “sordera semántica”: todos hablan y dicen cosas pero nadie escucha
porque no saben lo que las palabras que dicen o escuchan lo que quieren oír, mejor dicho, insisten en
darle su propio sentido o connotación. Esto cierra (evita) todo diálogo comprensivo porque se
convierte en “monólogos de sordos” donde cada uno dice lo que quiere y no escucha lo que quiere
decir el otro. Si la palabra es correcta y el sentido de ella está en ambas mentes de los que dialogan,
habrá entendimiento y comprensión.
Así, para los budistas autoestima es egoísmo y no implica autocompasión, mientras que para
los occidentales es lo contrario. Del mismo modo ocurre con muchas otras palabras. Mientras los
budistas piensan que el fin del ser del hombre es el bienestar propio pero guiado esencialmente por la
preocupación sincera y desinteresada por el bienestar ajeno, los occidentales no admiten esto como
fin de la esencia humana sino como uno de los modos de ser del hombre.
Goleman insiste que la semántica puede tener consecuencias importantísimas en la manera,
forma o modo con que las personas se relacionan con la realidad y manejan la conciencia con que
experimentan al mundo. La forma de percibir e idear ya está teñida con el a priori del lenguaje
conocido y el sentido que cada uno tiene de las palabras de ese lenguaje usado. Esto lleva a que
algunos antropólogos, al detectar y explicar el fenómeno, lleguen a la conclusión parcialmente válida
de que en cierto sentido, el lenguaje que usa una determinada persona es el que crea su realidad y que
la ausencia de palabras o de sentido de las palabras para referirse a fenómenos o conceptos precisos,
bloquean la existencia auténtica induciendo el engaño o la ignorancia. De ahí que la idea, de que
exista un idioma o lenguaje universal con las mismas palabras para todos, haya rondado muchas
mentes, pues la polilexia (existencia de varios léxicos) e incluso la polisemia (distintos significados de
una misma palabra) son dos barreras inexpugnables para llegar a un acuerdo universal de la esencia
no sólo del hombre sino de todas las cosas y entes.
En el tema de los conceptos occidentales sobre emociones constructivas y destructivas,
Flanagan nos conduce a una visión occidental excluyente de la compasión como es concebida en la
idea budista. Piensa que el hombre, en este tema, reacciona más como animal que como humano y
puede tener tres tipos de respuestas:
1.
2.
3.
egoístas y racionales
egoístas y compasivos
compasivos y egoístas
Desde el punto de vista de las respuestas egoístas y racionales, una de las más extendidas, las
personas buscan su propio beneficio, pero racionalmente entienden que el ser amable con los demás
hace las cosas más fáciles para los intereses personales. Así, economistas y filósofos occidentales
postulan que todo va bien si en forma inteligente nos damos cuenta de que nuestro propio bien
depende del modo en que tratemos a los demás.
En la concepción de que los seres humanos son egoístas y compasivos, se piensa, por
ejemplo, que los niños son frágiles y no pueden sobrevivir sin el cuidado amoroso que obra como
compasión por ellos. En este caso, anteponiendo, o no, el sentimiento de egoísmo, se ve a la
compasión como absolutamente necesaria para la supervivencia, incluyendo la propia. Si no nos
hubieran cuidado desde niños no habríamos llegado a adultos. Este es el esquema egoísmocompasión. Seríamos compasivos por nuestro propio bien.
La inversión en compasión y egoísmo es una simple cuestión de orden de los términos. En el
esquema egoísmo-compasión, la primera respuesta es sólo somos compasivos si hemos satisfecho
primero nuestras necesidades básicas. De otro modo, la segunda respuesta, dejamos a los demás sin
proporcionar bienestar ya que somos consumidos por nuestro propio malestar. La tercera respuesta es
una conclusión de la otra con inversión de términos y es más una cuestión metafísica que práctica,
porque considera al hombre básicamente una criatura compasiva y amorosa (coincide así con el
budismo); pero en la escasez de recursos básicos que afectan primero la alimentación y después la
vivienda y el vestido, esta compasión básica sucumbe ante el avance del egoísmo (diferencia con la
concepción budista).
Mientras compasión en el budismo significa liberarse del sufrimiento y de las fuentes del
sufrimiento tanto para uno como para los otros, en el Occidente sólo es aplicable al otro y está más
cerca del concepto de altruismo. Cambia el concepto occidental cristiano, en el sentido de amarse a sí
mismo (en el sentido de autorrespeto) para poder amar a los demás, lo que se traduce como
autoestima y exoestima (caridad). Esto es independiente del sufrimiento y el dolor y está referido
exclusivamente a una relación afectiva. Si el interés por el prójimo se debe a su sufrimiento, surge el
sentimiento de lástima y de compasión y esto obra subjetivamente como una idea de minusvalía tanto
para el que compadece como el que es compadecido. A nadie le gusta que “le tengan lástima” pues
menoscaba el sentimiento de dignidad propia. Luego, es evidente que autoestima, compasión,
sufrimiento y amor funcionan, lingüísticamente, en forma diferente entre el pensamiento oriental
budista y el pensamiento occidental.
Pero ahora caemos en otro dilema que ya antelamos: el lingüístico. En español o castellano, la
palabra compasión proviene etimológicamente de unir la preposición con y la palabra pasión. Acá
pasión opera en primer lugar como padecer, o bien puede ser un estado pasivo de un sujeto (sujeto
inactivo), cualquier perturbación o afecto desordenado del ánimo o la inclinación o preferencia muy
viva de una persona a otra. También puede ser el apetito o afición vehemente a una cosa. Luego, si
tomamos esta palabra con la etimología que hemos señalado, en el español ser compasivo es tener
pasión y por lo tanto podemos referirnos al padecimiento, como al interés exagerado y tendencioso
por otra persona. Sin embargo, la RAE prefiere dar la etimología del latín, el cual se refiere a la
conmiseración y que en español o castellano es la compasión que se tiene del mal del otro. Luego,
compasión es un sentimiento de conmiseración y lástima que se tiene hacia quienes sufren
penalidades o desgracias. He ahí la denotación peligrosa con que el occidental liga a la compasión
como un sentimiento de lástima y de sufrimiento o mal. Por esta razón trata de excluir la
autoaplicación.
No es el concepto budista de estima por sí y los otros como un respeto por nuestra esencia
humana. Es un concepto de exoestima más que de autoestima. Incluso, algunos psicólogos
consideran peyorativa la autocompasión. Luego autocompasión como amor propio, está muy lejos de
la autoestima occidental porque no se considera como egoísmo (concepto que involucra la palabra
autoestima budista) sino como un referente de mal. Sin embargo, separando a autocompasión de
amor propio, el concepto de amor propio en el pensamiento occidental lleva tanto a la vertiente del
egoísmo (interesarse sólo por sí mismo) como a la de la autoestima (en el sentido de respetarse a sí
mismo)
Es indudable que en este intercambio de conceptos entre Oriente y Occidente, queda muy
claro que la armonía social dependerá de la armonía interna. Y la armonía interna depende de los
sentimientos y emociones. Si hay emociones constructivas hay armonía interna y esto irradia armonía
social. Contrariamente, si hay emociones negativas o destructivas o encontradas (enfrentamiento o
confrontamiento interno entre lo negativo y lo positivo) no habrá armonía interna y si predominan
las emociones destructivas será más peligroso que la pasividad de la indecisión entre lo negativo y lo
positivo. La desarmonía interna por imperio de emociones destructivas, rompe la armonía social o
externa por las conductas hostiles o agresivas o carentes de amor y compasión. La indecisión no
empeora pero tampoco mejora lo social y es inoperante.
Por lo tanto, para ameritar qué puede alterar o provocar armonía interna es necesario conocer
la gama de las emociones básicas de la naturaleza humana. Ya hay algunas ideas extraídas de la
realidad y se sabe que básicamente hay emociones negativas de odio, ira, tristeza y miedo, y
emociones positivas como el amor, alegría y el altruismo o sociabilidad. En esa gama elemental de
sensaciones o emociones hay términos intermedios que hace al desprecio, los celos, la indignación, la
felicidad, la amistad, el perdón, la gratitud y el arrepentimiento o remordimiento junto con la culpa y
la vergüenza cuando se entiende que algo se ha hecho mal o ha provocado daño. Sin dudas, el
pensamiento oriental debe excluir los sentimientos de vergüenza, arrepentimiento y culpa, puesto que
no admite hacer daño a sí y al otro y por lo tanto no habría motivo para esos sentimientos. La
descripción de sensaciones como emociones ya es una partida de valoración. La otra partida sería la
consideración ética o moral de las que son buenas o malas o desde un punto de vista de eficacia o
efecto, las que son destructivas o constructivas. Seguramente todo lo que conlleve una noción de
maldad será destructivo e inversamente lo que se considere como bondad, será constructivo. En el
Oriente la evolución ha llevado a erradicar el sentimiento de maldad y por lo tanto todas las
sensaciones que conlleva ese sentimiento.
Contrariamente, en Occidente la evolución ha mostrado el desarrollo del sentimiento de
maldad, tanto como el de bondad y por lo tanto surgen otras sensaciones relacionadas con ellas. En
Occidente el ser humano evoluciona como ser sociable naturalmente, por lo que se desarrolla
necesitando de los demás. Pero la interacción social implica que esa necesidad se manifiesta con buen
trato o con un mal trato. El conocimiento y la experiencia de esta dualidad, lleva a generar
sentimientos de miedo, de compasión, ira, indignación, desprecio, impulso homicida cuando la
posibilidad o esperanza está cifrada en el advenimiento de un mal trato y de sufrimientos por la falta
de respeto por sí y los otros. Cuando en una comunidad se desarrolla el amor, la caridad y el
altruismo, es evidente que allí impera la amistad, la amabilidad o urbanidad, el perdón, la gratitud, el
remordimiento y la vergüenza por el respeto a sí y a los otros. Esto marca otro hito importante de
diferenciación entre Oriente y Occidente. Mientras el oriental se concentra en sí mismo buscando el
perfeccionamiento de su naturaleza interna y la interacción social es sólo una consecuencia del
encuentro con el otro y no la búsqueda de la convivencia obligada, en el occidental la vida social es
lo preponderante y se vive más en función del otro que de la búsqueda de la perfección individual,
razón por la cual las emociones funcionan como facilitadoras o impedimentos de la relación
interpersonal. Si la preocupación es por sí mismo, se desemboca en la autoestima o en el egoísmo. Lo
cierto es que muy pocos, o nadie, se preocupan por la armonía interna y lo fundamental es lo
externo basado en las meras relaciones sociales, las que son gobernadas por emociones y principios
morales con efectos azarosos y oscilatorios.
Mente, emoción y cognición
Es cierto que los conceptos sobre la mente son abstractos, como lo son determinadas palabras
referidas a cualidades mentales. Pero de ningún modo los factores mentales que rigen y ponen en
funcionamiento a la mente, son pura teoría. Si bien el análisis de factores mentales conlleva algún
matiz teórico, la práctica debe llevar a equilibrar entre sí los diferentes factores mentales, para lograr
la transformación de la mente en una herramienta real de utilidad cierta. La práctica, en el budismo,
consiste en cultivar los cuatro aspectos esenciales de la mente:
⇒
⇒
amor
ecuanimidad
⇒
⇒
compasión
gozo
El ejercicio práctico de todas estas sensaciones muestra que entre ellas hay una estrecha
simbiosis, pues el amor nos conduce a la compasión, ésta nos lleva a la ecuanimidad, y la
ecuanimidad al gozo. De ahí, que todas se trabajan simultáneamente en forma conjunta.
Lograr la perfección mental no es fruto sencillo e inmediato. Tomar conciencia de un
problema y conocer su antídoto, no es tan sencillo como plantearlo en una ecuación “he ahí el
problema, he ahí el antídoto”. Si bien, la realización inmediata de la vacuidad mental en nivel
profundo (desapego de todo estado mental aflictivo) puede ser el “antídoto por excelencia”, esto no
significa borrar de un plumazo y para siempre todos los problemas. Lo que sólo se vacía y se
desvanecen son las aflicciones mentales que nos ocupan y preocupan bloqueando el funcionamiento
mental para que emerja el espíritu. Para contrarrestar las aflicciones mentales, como tendencias
insanas, es necesaria la existencia de la interacción entre sabiduría y los medios hábiles para la el
adiestramiento mental.
Luego, la perfección mental no depende de un solo componente, sino del concurso
ordenado de distintos elementos. Además de querer una transformación mental debe operar la
atención como concentración profunda y la energía como celo en el sentido de un intenso cuidado
en que las cosas sean las correctas y virtuosas; y sólo así lograremos primero la vacuidad y luego los
estados de amor, ecuanimidad, compasión y gozo. Las emociones ambiguas, son las que pueden
oficiar como destructivas o constructivas o ser negativas sin ser destructivas. Es el caso del miedo sin
causa o miedo irracional (emoción destructiva) y del miedo con causa y como advertencia de un
peligro para nuestra vida (emoción constructiva); o de la ira que lleva a la violencia sin causa ni
razón; o la que nos produce un hecho penoso y evitable (como ver castigar un bebé o violar un niño)
que nos impulse a intervenir para evitar un suceso que daña o pone en peligro la vida. Ante este
planteamiento, sólo debemos dar lugar a las emociones negativas si ello significa alentar la aspiración
de una perfección espiritual (conocerlas para evitarlas o erradicarlas) o defender, en caso de extrema
necesidad, nuestra vida o una vida ajena (emoción negativa por causa justa)
En todo caso, en la manifestación de una emoción, la cual por su naturaleza, siempre perturba
el ánimo e incita a una acción, debemos tratar tres cosas básicas:
1.
2.
3.
que sea adecuada
que sea proporcionada a lo que la causa
que no provoque daño innecesario a los demás o a uno mismo
Esto plantea un alto adiestramiento mental para determinar cuando la expresión llena esas tres
cualidades y cuando debemos aceptar determinadas emociones. Por ejemplo, si yo veo que alguien
castiga un bebé, la ira que se despierta en mí es adecuada y proporcionada a la causa, pero si yo la
expreso, ya sea como oposición activa a lo que ocurre o la simple manifestación de disidencia, y ello
pueda significar que el castigador ponga en peligro mi vida, debido a mi intervención, de nada
valdrá manifestar mi ira o perturbarme por ella. Si el castigador me castiga y daña a mí de forma que
no puedo evitar que continúe castigando al bebé o me mata, (cosa que también impide el fin o meta
de mi intervención activa como manifestación de justa ira), no tiene sentido expresar mi ira o permitir
que ella me perturbe. Si las circunstancias son claramente riesgosas y ciertamente fatales, no tiene
sentido expresar mi ira o dejarme dominar irremediablemente por ella. Es allí donde el adiestramiento
mental me libra de la aflicción mental. De igual modo, si intervengo positivamente y logro evitar el
daño del otro y mi propio daño, la catarsis de la descarga emocional de la ira adecuada,
proporcionada y no dañina, es tan beneficiosa como la vacuidad de la aflicción mental por control
surgido del adiestramiento mental. En realidad, todo opera de la misma forma aunque por
mecanismos diferentes. Romper el equilibrio emocional no significa siempre una perturbación
irreversible o tumultuosa. Simplemente puede resultar salir de la serenidad mental sin efecto alguno,
salvo el de registrar una mera sensación. El registro de una sensación sin efecto, es acto neutro.
El registro de una emoción perturbadora que conlleva una acción constructiva, determina un
estado mental sin serenidad total, pero con una perturbación fugaz del equilibrio mental, el que se
recupera fácilmente una vez que se realiza la acción constructiva. Si el éxtasis nos puede perturbar el
equilibrio mental para descubrir un mejor estado espiritual, esto es constructivo. Luego, toda
emoción constructiva que perturba el equilibrio mental es valedera y admisible, si es fugaz. Esto
significa que lo constructivo no siempre es lo que lleva al equilibrio o armonía o serenidad mental,
sino lo que contribuye a nuestra plenitud o madurez espiritual. Ya aclaramos que la serenidad
espiritual, de ninguna manera es pasividad ni indiferencia. Es actividad sabia a través de medios
hábiles. Es muy importante discernir, entonces, entre armonía o equilibrio emocional como estado de
completa serenidad interior que sólo es posible con el aislamiento y en meditación profunda, a lo que
debe considerarse como equilibrio emocional con serenidad interior, que es el estado mental con que
uno afronta el vivir cotidiano, los problemas o los fenómenos que nos causan emociones. En ese
vivir hay perturbación de la mente, pero no hay desequilibrio funcional porque el control mental
regula la energía emocional y la encausa a lo constructivo. Si es destructiva, la anula. En este estado
de serenidad en medio de la actividad, siempre es posible que haya un grado de perturbación que
altere el equilibrio perfecto, pero no afecta a todo el estado de equilibrio. Es como si en un estanque
sereno arrojo un pétalo de una flor y ésta genera una onda imperceptible que se agota sin formar ola
ni llegar a la orilla.
De todos modos, la serenidad espiritual siempre es como un estanque sin viento. Aunque
caiga sobre él una roca pesada, formará una onda, más o menos intensa, que interrumpe la serenidad
superficial, pero no habrá olas que lleguen al fondo y las ondas sólo se diluyen al llegar a la orilla
(frontera de contención). Un tren de emociones, un alud emocional, va a impactar en diferentes
regiones y con diferentes violencias sobre un estanque y de acuerdo al peso de su carga, llegará o no
al fondo y habrá tantas ondulaciones convergentes y divergentes que muchas de ellas al encontrarse
se anularán entre sí o provocarán un choque que genere una ola que va más allá de lo superficial.
Pero el estanque con una buena contención en las orillas, terminado el impacto emocional apaciguará
las aguas y recuperará la serenidad. Pero dentro de él queda el sedimento inactivo del material del
aluvión emocional. Siempre una emoción perturba la serenidad espiritual. Dependerá de la capacidad
de contención que será la barrera que impida el desborde de las mismas. Y, a mayor profundidad
espiritual, mayor capacidad de sedimento y mayor caudal espiritual. La contención y la profundidad
espiritual están en relación directa con el entrenamiento. Todo esto significa que alcanzar el estado
de plenitud y madurez espiritual con un estado de serenidad, no implique ser inmune total a la
influencia de las sensaciones. Si nos aislamos, evitaremos la exposición a los factores de riesgo
emocional y por lo tanto el estado de placidez espiritual será permanente. Pero si decidimos
permanecer en la actividad cotidiana, la madurez espiritual (plenitud, serenidad) será el mejor
amortiguador del impacto emocional, cualquiera sea la naturaleza y la potencia o intensidad del
mismo.
El Dalai Lama comenta; “creo con firmeza que cualquier comprensión profunda de la
naturaleza de la mente humana, de los estados mentales y de las emociones debería acabar
plasmándose en una práctica educativa concreta”. En esta cuestión, Goleman piensa que es lícito
preguntar cuál es el papel de la mente en la aparición de las emociones, tanto en aspectos
conceptuales como no conceptuales. Es evidente que una cosa es el fenómeno en sí (aspecto no
conceptual) y otra cosa puede ser el concepto que uno se forme del fenómeno (aspecto conceptual).
La lógica, tradicionalmente, ha sostenido que la coincidencia entre lo no conceptual y lo conceptual
es la verdad, lo que las cosas son en sí realmente. Esto nos lleva a deliberar sobre los conceptos de
mente, cognición y emoción. Los budistas tienen conceptos muy claros como el término shepa el
cual resume como una cosa única la conciencia y la cognición. Esto se debe a una lógica básica: sin la
conciencia no hay cognición y ambas funcionan en bloque como una sola cosa. Por lo tanto,
conciencia y cognición es un “evento mental” que sería otra acepción más general de shepa. La
unicidad de concepto es propia de la síntesis que generalmente realiza el pensamiento oriental el cual
parte siempre de un empirismo total, pues analiza la realidad uniendo las partes en un todo (síntesis
analítica). En este pensamiento budista los pensamientos, imágenes mentales y emociones son
“conceptuales” o sea, meros conceptos de la mente. En realidad, siguiendo la lógica budista, sería tal
cual, puesto que sin los mecanismos mentales de ideación y conceptuación no existirían los
pensamientos y difícilmente podríamos encauzar y corregir los desbordes emocionales. Si bien la
emoción en sí no es un concepto sino un efecto espiritual de la esfera afectiva-emocional-instintiva, al
manifestarse obliga al hombre a conceptuarla para su cognición. Esto ocurre tanto con los estados
conflictivos como con los no conflictivos.
El pensamiento occidental siempre ha separado razón y emoción, dando preeminencia a la
razón como objeto de estudio y consideración. Tal es así que la esencia humana es marcada por la
inteligencia o razón. Relegó, científicamente, a otras manifestaciones espirituales y al espíritu mismo
porque lo consideraban tan subjetivo que era imposible de someterlo a los procedimientos científicos.
Desprecia al empirismo e ignora que el saber científico es tan válido como el saber empírico, puesto
que el término saber es “conocimiento con certeza” y no importa de donde provenga sino que sea
certeza real y no imaginada (creencia). La “ciencia” occidental está demostrando que el “empirismo”
oriental tiene certeza y que esa certeza es mayor y más verdadera que la obtenida por la “ciencia”
occidental, la cual siempre es aspectual y nunca completa sus conocimientos en forma holística. El
empirismo oriental es englobador desde los comienzos por ser sintético e integrar las partes en un
todo. En lo referente al fenómeno humano espiritual, la ciencia occidental nada puede hacer para
abarcar al espíritu humano, conocerlo y dominarlo. El empirismo oriental ha logrado las tres metas.
Esto se debe a que lleva siglos de delantera a la ciencia occidental. La psicología occidental comienza
su empeño por comprender el funcionamiento de la mente basándose en la ciencia y la cultura
europea y americana, es decir, nace en el siglo XIX.
Probablemente quien mejor ha marcado las diferencias entre la psicología “científica”
occidental y el empirismo oriental budista, en especial el tibetano, es Matthieu Ricard quien destaca
que la palabra emoción es para los occidentales un término difuso que procede de la raíz latina
emovere y que es referida como algo que pone a la mente en movimiento hacia una acción positiva,
negativa o neutra. Mientras que para los budistas, las emociones llevan a adoptar una determinada
perspectiva o visión de las cosas y no se refieren necesariamente a un desbordamiento afectivo o
instintivo que se apodera de repente de la mente y la conduce por cualquier camino, según sea el
grado de control personal o las ideas con que se maneja culturalmente. Por eso, para los budistas
resulta como algo burdo concebir a la ira, la tristeza y la obsesión como emoción. Quizás la idea
budista esté muy cerca del concepto que el espíritu, como energía total, no se manifiesta tanto en
compartimientos intelectuales, afectivos y volitivos sino que al actuar en bloque, la forma de captar e
interpretar una realidad y las propias sensaciones internas, sean a través de sistemas corporales como
es la conciencia y ésta es modulada por fuerzas motoras (emotivas) para una revisión global
conceptual de las cosas que el intelecto abarca procesalmente (como proceso). Este es un concepto
muy complejo para digerir en la mentalidad occidental, sobre todo, la que ya está empapada (¿o
empañada?) por todo un proceso cultural previo que le impide buscar otra visión de las cosas, en
especial del fenómeno humano.
Tampoco es posible para una mentalidad desordenada, creer o aceptar que para poder
proceder no puede hacerlo espontáneamente, “naturalmente”, sino que debe previamente educar,
ejercitar sus potencias espirituales, para lograr la verdadera expresión de su ser. La manifestación no
controlada, desbocada, que deja lugar a fenómenos espirituales como lo que ahora distinguimos en
emociones destructivas o constructivas, no sería un modo de ser auténtico. Puede que sea la
manifestación de potencialidades del ser humano, pero el verdadero ser humano regido por la
inteligencia debe tener otro tipo de manifestación, el cual no es necesariamente congénito,
espontáneo, genético, ambiental, etc. Necesita de una conducción propia, asumida, en términos
occidentales, por el yo personal de cada uno y basada en un riguroso adiestramiento, especialmente
mental. Sólo así es posible el encuentro no sólo con la verdad sino con el ser auténtico del hombre. Y
quienes han logrado ese encuentro son los que piensan que el hombre inteligente debe ser bondadoso
y estar ornado por aquello que hemos llamado emociones positivas o constructivas.
Pero en la mentalidad occidental esto nos conduce a la cuestión que antes abordamos del
llamado “hombre extraordinario”: aquel que escapa a la cotidianeidad, a lo usual, a lo habitual, para
trascender más allá de la simpleza espontánea y llegar al llamado plano superior de la conciencia, del
pensamiento y de los sentimientos. Lisa y llanamente significa: salir de su inferioridad actual para
llegar a la superioridad que presuntamente es el verdadero fin de su vida y de su ser, aquello que
hemos adornado con galimatías de ética, moral y mente superior.
El contexto emocional (cómo la experiencia modifica el cerebro)
Volvemos, una vez más, a tratar la cuestión de la expresión espiritual a través de su principal
instrumento que es la mente y su órgano fundamental: el cerebro. Ya no hay dudas de que las
emociones modifican el cerebro y éste a la mente. El camino mente-cerebro es una avenida de dos
manos. Una senda va de la mente al cerebro, la otra del cerebro a la mente. Una mente anormal afecta
al cerebro, un cerebro anormal afecta a la mente. Luego, lo ideal es una mente normal en un cerebro
normal (mens sana in corpore sano). El poder de la mente para modelar el cerebro lo estudiamos en
el parágrafo dedicado al cerebro proteico.
Por otro lado, sabemos que mente y cerebro están a merced del ambiente o medio donde el
hombre habita. Los usos, costumbres, cultura en general y estilos de vida de una sociedad, modelan,
sin dudas, a la mente en uno u otro sentido. Los factores ambientales naturales como clima,
geografía, factores económicos o de riqueza (en sentido de producción de todos los bienes naturales
que el hombre necesita para sobrevivir) y la ausencia o presencia de fenómenos cataclísmicos o
contaminaciones ambientales, benefician o perjudican la salud corporal y la vida. El edén o paraíso
terrenal (medio natural con todos los elementos satisfactorios completamente para la vida humana y
un medio social plenamente espiritual auténtico) es una utopía, una ficción. Si se encuentra algo
parecido es un milagro o sobrenatural. Pero el hombre tiene su “caja de herramientas” para modificar
el ámbito conflictivo. También puede conformar su espíritu al medio. Sólo debe determinar qué es lo
auténtico y correcto, esto es, tener un proyecto existencial verdadero o auténtico. Y aquí reside la
principal falla. Esta falencia no está en las supuestas imperfecciones humanas o de la naturaleza. Está
en el mal manejo que el hombre hace de sí mismo. Y la desaprensión y la indiferencia por
encontrarse a sí mismo. No vive como sí mismo sino que siempre está empeñado en “ser otra cosa”.
La autocosificación, en el mal sentido de esta palabra, es lo que ha llevado al hombre al
rumbo espiritual actual (quizás lo que los budistas llaman el “apego al yo”). Las estructuras cerebrales
son los elásticos amortiguadores de una buena o mala función. Cuando la función es mala, las
neuronas se atrofian. Cuando es normal recuperan sus funciones. Cuando una función se daña, otras
zonas tratan de suplirlas como una reacción desesperada frente a la esperanza de que la mente
recupere su control. Es decir, todo el cuerpo del hombre está condicionado para su autodefensa
frente a las agresiones mentales. Pero sus defensas son limitadas. Si el hombre insiste y persiste todo el
tiempo en dañar al cuerpo con su mente, terminará venciendo la resistencia corporal y aniquilando
todo mecanismo profiláctico o reparador.
De igual modo, si sólo busca dañar su cuerpo terminará aniquilando su mente. O a ambos. No
importa ya, a los efectos de recuperar la normalidad natural por medios también naturales, saber si la
cuestión reside en la corteza, o la amígdala o el hipotálamo o el hipocampo, en general lo más
importante. Las escasas experiencias de la neurociencia han demostrado ya, que paulatinamente se va
descubriendo que todo funciona simultáneamente, aunque algunas estructuras participen de formas
especiales. Pero no hay dudas que tanto una mente positiva como una mente negativa influyen por
igual en todas las estructuras neuronales, cualquiera sea la región que estimulen o necesiten para
expresarse. No nos bastó el empirismo de haber comprobado que cuando hay sensaciones positivas,
“todo está bien”. Había que saber cómo las sensaciones positivas actúan en el cerebro.
¿Qué es más importante en este caso especial: sentir o conocer?. Esta aparente pregunta
ambigua es, sin embargo, todo el nudo de los distintos estilos de vida elegidos por el hombre.
Quienes prefieren sentir antes que conocer optan por la búsqueda del estado feliz (orientación
budista). Otros, los que eligen conocer, como los occidentales, permanecen como espectadores ante el
desarrollo de un sentir descontrolado y sólo se limitan a señalar cuándo y cómo es infeliz o aflictivo y
cómo y cuándo es placentero o feliz. Luego, optar por el resultado de sólo conocer, permite la
actitud pasiva de aconsejar evite tal cosa y adopte tal otra. La conducta evitativa es la panacea del
descontrol. La salud mental es la convidada de piedra, como tal y sólo es fruto de algunos conceptos
que tratan de explicarla desde diferentes puntos de vista. A ningún “conocedor” se le ocurre que más
que explicar funcionamientos y aconsejar conductas, la llave maestra de la salud mental es manejar
los hilos correctos del sentir y del saber para que ambos sean auténticos y equilibrados.
Si la psicología gastara su tiempo y el papel y la tinta y todos los medios informáticos en
aprender y enseñar más estrictamente todo sobre el espíritu y menos sobre el cuerpo y las neuronas,
seguramente la salud mental sería otra. No necesitaríamos de la psicología terapéutica ni de la
psiquiatría ni de la psicología “clásica”. Sabríamos más de la psicología de la vida, llámese positiva,
espiritual u otro cualquier neologismo que resulte más simpático que útil, si nos concentramos más en
el saber manejar el espíritu que en conocer cuáles son sus efectos.
Hasta ahora, las neurociencias no han demostrado la existencia de un gen específico para los
genios. Sólo ha encontrado estructuras cerebrales más desarrolladas que otras en personas que han
tenido rasgos de genialidad. También ha demostrado que la adquisición de habilidades mentales
genera cambios genéticos y nuevas neuronas. Todo esto lleva, ineludiblemente, a pensar obviamente
que es la acción espiritual (mental) la que modula el cerebro y a los genes y no al revés. La
tecnología de la neurociencia necesita primero un acto mental para luego determinar un proceso y sus
efectos anatomofuncionales y neuroquímicos. Los aparatos tecnológicos sólo recogen reacciones
corporales previas. Las acciones mentales son inducidas por una preparación previa y un orden
determinado específicamente. Así, a un monje tibetano se le pide que empiece a meditar y conectado
a los aparatos, éstos recogen todas las reacciones corporales. Si esos aparatos se conectan a un hombre
que no tenga actividad espiritual no registran nada más que las ondas naturales de los estímulos
físicos fisiológicos, esto es, la mera vida orgánica. De igual modo, los hallazgos de las modificaciones
cerebrales en determinados genios como Einstein, son post-mortem, con una autopsia. Nunca se
determinan en los gametos de los padres, ni en las células fetales ni en las estructuras del neonato.
Esto coarta toda teoría de preexistencia de un estado de espiritualidad determinado, como es
la “genialidad” humana. Esto autoriza, de algún modo, a seguir pensando que primero es el acto
mental y luego la reacción anátomofuncional. En la realidad no funciona la teoría biologista de
James y seguidores que piensan que es el cerebro el que causa la acción mental o espiritual. Tal
teoría es descartada por las neurociencias y las comprobaciones científicas actuales. Luego, toda
discusión sobre este punto es bizantina, si realidad y ciencia muestran lo opuesto a lo teórico. El
cerebro es necesario para que se exprese la unión de ambas partes, lo que no autoriza, de ningún
modo, a pensar que sólo lo material es el origen del acto mental. Lo material no es el conductor sino
el auto o vehículo. El auto no es tal sino tiene un conductor. La materia es el auto cuyo conductor es
el espíritu. La indisolubilidad de lo inmaterial no permite el estudio experimental como ocurre con lo
material, por ser lo material más objetivo que lo inmaterial. Empero, no olvidemos que tanto lo
material como lo inmaterial es aprehendido subjetivamente por el hombre.
Síntesis de estados mentales destructivos y constructivos
Alan Wallace (otro estudioso del grupo Harvard) recuerda que emociones destructivas son
las que dañan a los demás y a nosotros. Cree que el budismo plantea una solución para liberarse en
forma permanente e irreversible de las emociones destructivas al enseñar a vivir sólo con emociones
constructivas, desplazando definitivamente toda intención o emoción destructiva. Flanagan resume
los estados mentales de esta forma:
¬
Estados mentales destructivos:
1.
2.
3.
4.
5.
6.
baja autoestima
exceso de confianza
resentimiento
celos y envidia
falta de compasión
incapacidad de mantener relaciones interpersonales
¬
Estados mentales constructivos
1.
respeto hacia uno mismo
2.
autoestima (merecida) hacia uno mismo (el término merecida se refiere a que no es una
autoestima exagerada y la persona tiene reales virtudes que ameritan tenerse autoestima auténtica)
3.
sensación de integridad
4.
compasión
5.
benevolencia
6.
generosidad
7.
ver la bondad, la verdad y la justicia
8.
amor
9.
amistad
10.
estados mentales constructivos menores: confianza y humildad
Carlos Bernardo González Pecotche piensa que “todas las reacciones naturales de la
sensibilidad frente a lo que exalte la consideración humana, maraville la razón o estimule
fuertemente la conciencia han de merecer el concepto de expresiones místicas”. Enlaza así las
emociones con la mística. Según su concepción, la mística personal es la que genera actos de
abnegación y la caridad inteligentemente interpretada; la cordialidad expresada en la amistad sincera
y leal. Cree que son místicas porque surgen de una naturaleza humana sublime que trasciende a lo
divino, porque sobrepasan, en alguna medida, el plano de las “manifestaciones habituales”.
En otro orden, también el dolor y el sufrimiento serían “expresiones místicas” si el que las
soporta ejerce un sentimiento de resignación, engendra paciencia y “neutraliza los impulsos de la
desesperación”. A su vez, González Pecotche cree que el dolor y el sufrimiento agudo que es
llevado con resignación, paciencia y esperanza, puede ser causa de sentimientos positivos como la
modestia, bondad, generosidad y tolerancia con los demás, eliminado sentimientos negativos como la
soberbia a la que considera como la “incomprensión misma” de los demás. El padecimiento ilumina al
afectado para hacerle ver los desastres morales que sus desbordes inauténticos (impaciencia,
incomprensión, orgullo o soberbia, etc.) provocan en sí y en los demás. Quizá, al actuar como motor
de un cambio espiritual hacia el bien y la bondad, el dolor o padecimiento o sufrimiento sea también
una auténtica expresión mística. No es improbable que el autor haya pensado en los ejemplos de
santidad que surgieron de situaciones de padecimiento y que éste es la causa principal del martirio
que acercó a muchos hombres a la espiritualidad religiosa, a Dios.
González Pecotche sigue reflexionando: “en tales circunstancias el hombre experimenta su
pequeñez y absoluta fragilidad, ya que siente, no cabe duda, que ha sido apresado por una fuerza
superior a él, de la que no puede zafarse sin pagar antes el tributo que la ley le reclama por
infracción. Al reconocer que es dominado por una fuerza que desconoce, pero que palpa al caer en
desgracia, coloca su razón en el terreno de lo trascendente, lo cual le permite admitir que existen
influencias que aun cuando no son controladas por el juicio, aparecen ejerciendo funciones
reguladoras precisamente allí donde la razón no ha sido capaz de regular a tiempo los excesos del
ente humano”. Este texto, muy rico en conceptos y por esta razón he preferido transcribirlo, parece
confirmar el ya clásico concepto de que “la filosofía aparece frente al conflicto o la pregunta
forzada”, de que el espíritu sigue sendo una fuerza o energía desconocida, poco interpretada y no
definida clara y correctamente (sólo descrita parcialmente por sus efectos) y que hay un orden o ley
natural cuya trasgresión recibe sanción. También destaca que la razón no siempre es capaz de regular
a tiempo los excesos físicos y espirituales (emociones negativas o destructivas). Esto, también,
confirma lo que Goleman había adelantado: la mente racional es más lenta que la mente emocional.
El testimonio de González Pecotche que ha precedido por varias décadas (1930) a los
trabajos del Grupo Harvard, es otra prueba empírica de lo que el laboratorio neurocientífico está
ahora demostrando, casi más de medio siglo después. Otro pensamiento de González Pecotche nos
resulta muy ilustrativo cuando hace referencia a la alegría como expresión mística de sentimientos
auténticos. Sabemos que uno se puede alegrar auténticamente cuando hay cosas o sucesos o
sensaciones que nos producen buen placer, satisfacción o felicidad. La alegría es una manifestación
de felicidad. Pero otras veces, puede existir un sentimiento de autosatisfacción que es casi una alegría
pero que es inauténtica porque no es de naturaleza mística sino que está inducida por “sentimientos
desnaturalizados o desvirtuados por pensamientos mezquinos”. Es el sentimiento que, por ejemplo, se
despiertan en algunas personas que se “alegran” porque un rival fracasa o un enemigo cae en
desgracia. Sigue el autor con otro parágrafo que también citaremos textualmente porque describe lo
que ahora estamos tratando de denominar como “emociones negativas o destructivas” o “estados
mentales destructivos”. “Las actitudes que corrompen la materia y degradan las condiciones de
privilegio en que fue colocado el hombre frente a los demás reinos de la creación, rebajan su
naturaleza y le sumergen en los torbellinos del vicio y las pasiones, imposibilitándole para ejercer
con decoro aquellos actos que podrían honrarle. El desenfreno, que ciega el entendimiento y
esteriliza el ánimo, incapacita al ser para exhumar de las profundidades del alma los caros motivos
que predisponen la exteriorización de rasgos que ennoblecen el sentimiento y enaltecen el propio
concepto (el concepto de sí mismo)”.
González Pecotche sigue enumerando como expresiones místicas positivas el amor, especial
el amor materno o paterno y el amor filial (culto místico a la sangre). Considera en grado menor el
amor fraterno. En este orden, también el amor conyugal con mutua identificación en el pensar y en el
sentir y que ayuda a originar sentimientos de ternura y simpatía como exquisita sensibilidad humana,
podría considerarse otra expresión mística. Salvando las distancias lógicas, estos pensamientos de
González Pecotche me lleva a pensar en el bíblico Cantar de los Cantares donde el diálogo del
esposo con la esposa expresa un amor casi erótico, propio de algunas poesías eróticas orientales
(Omar Khayyan) pero que indudablemente han sido insertos en un libro inspirado, según la fe, por
Dios. Quizás esto enlace con las “expresiones místicas” que el autor confiere al amor conyugal.
Finaliza el pensador su idea mística aludiendo al proceso crítico (juzgamiento) de la razón, la cual
tiende equivocadamente que todo lo que juzga “debe relacionarlo primero con las propias y
similares circunstancias”. Esta afirmación funciona un poco como la empatía al revés: las acciones de
los otros debo compararlas primero con las mías para poder interpretarlas y juzgarlas con mayor
justicia. Es, más o menos, como aquellos de aprender a mirar primero la viga del ojo propio antes
que la paja del ojo ajeno. Cuando uno se ejercita en esta práctica de comparar lo ajeno con lo propio,
o sea, hacer de los demás lo que uno es en alguna medida, en medir primero los defectos propios
antes que examinar los ajenos es lo que lleva a la tolerancia y a la ecuanimidad. El juicio ecuánime no
sería otra cosa que la mística obrando sobre la razón para que ésta deje de ser un mero mecanismo o
proceso intelectual, sin otra connotación, y se transforme en una inteligencia humana integrada con
lo afectivo y lo volitivo (pierda la “frialdad intelectual”) y se rija por “el calor fertilizante que emana
de los rayos de la lógica, se manifieste en juicios mesurados, exentos de apasionamiento, atenuados
por la temperancia y el sentido de lo justo. La actitud mística, para que sea tal, debe inspirarse en el
más alto sentido del bien, de lo bello y de lo justo; lo contrario es el absurdo, la negación y el
extravío” Este final puede ser interpretado, a modo grueso, como que antes que el actuar apasionado
o exagerado, debe ejercerse la prudencia mediante la sensatez (lógica) y evitar la estupidez (absurdo,
negación y extravío). En otras palabras, apelar al sentido común que siempre busca el bien, la
bondad y la justicia y nunca yerra el camino verdadero, siendo quizás lo más constructivo de las
manifestaciones espirituales del hombre, puesto que representa la máxima expresión de la razón
inteligente auténtica.
Emociones destructivas y concepto del apego al yo (Matthieu)
Matthieu aclara que las emociones no son buenas o malas en sí mismas o porque alguien así
las califique o defina. Liga este concepto con el concepto de bien y mal y piensa que el bien y el mal
como cosas absolutas no existen tal cual, sino que se manifiestan siempre en forma relativa. En lo
relativo a la vida humana, el bien y el mal sólo existen en función de la felicidad o el sufrimiento que
nuestros pensamientos y acciones nos causan a nosotros o a los demás. De igual modo se puede
diferenciar las emociones destructivas de las constructivas, atendiendo a la motivación que las inspira
o produce (por ejemplo, motivaciones egocéntricas o altruistas, malévolas o benévolas, etc.). Luego,
no se trata de catalogar las emociones poniendo una lista de ellas y sus posibles cualidades. Se trata
de conocer lo que mueve a tener o producir una emoción, el objeto hacia el está dirigida, la forma
en que las expresamos y las consecuencias para uno y los demás que las mismas tengan.
También, de acuerdo a lo que expresamos antes, es preciso conocer los antídotos. Por
ejemplo si se llega a odiar, el odio es definido como el deseo de dañar a los demás o de destruir algo
que les pertenece o le es muy querido. El antídoto, en este caso, es la emoción opuesta: el amor, el
cual revierte la animadversión. Lo más común o frecuente es que en nuestro espíritu puedan alternar
sentimientos de odio o de amor hacia una misma persona. Es parte de nuestra esencia ambivalente o
bipolar. Pero es muy imposible que ambos sentimientos se den simultáneamente y coexistan sobre la
misma persona y el mismo objeto. Si esto ocurre, dejamos la normalidad para entrar en lo patológico
o conductas anormales o personalidad anormal. Por otro lado, cuánto más se cultive, esto es, se
entrene o adiestre la mente para las emociones constructivas como la amabilidad, la compasión y el
altruismo y cuánto más logremos impregnar nuestra personalidad de ellas en forma permanente, más
disminuirán las emociones destructivas y el deseo de dañar, hasta un punto que llegan a desaparecer.
Esto es lo que mueve al pensamiento budista y a la conducta. Es la razón por la cual el budista no
entiende a los occidentales que admiten como natural la fluctuación entre lo destructivo y lo
constructivo y la existencia efectiva de las emociones destructivas.
Otro concepto importante es que el odio a sí mismo, según Matthieu no puede tener lugar, tal
cual se experimenta contra otros, aunque se manifiesta a veces con conductas de autodaño. Una de las
causas que desvirtúa el autoodio podría ser que una forma de orgullo aliente un sentimiento de
autofrustración cuando se cree no encontrarse a la altura de las propias expectativas. Por esto, el
budismo no admite la posibilidad del odio a sí mismo porque iría en contra del deseo básico que
anima a los budistas de cultivar la bondad y, en parte, tampoco sería muy natural en el hombre
normal, el cual sólo alberga el deseo de evitar el sufrimiento. Hay algo muy importante a destacar en
esto del odio a sí mismo. Se dijo que uno puede sentirse disconforme con si mismo porque quiere ser
mucho mejor de lo que es y no lo consigue o porque se decepciona por no lograr lo que quiere o se
impacienta por tardar demasiado en conseguirlo. Esto ocasiona sufrimiento y decepción y se debe
por tenerse un gran apego al propio ego. Luego, en el fondo, lo natural debería ser que aunque se
tenga tanto apego a su ego, no puede odiarse aunque esté frustrado o desilusionado consigo.
Es probable que más que odiar a sí mismo, el sentimiento de frustración y desilusión sea
interpretado como odio, sobre todo cuando conlleva un daño hacia la propia persona. Es posible
que, incluso, el suicidio no sea fruto del odio hacia sí mismo, sino el resultado de una gran
desesperanza o ausencia total de esperanza o, sencillamente, evitar un sufrimiento del cual no se
puede desprender por ningún medio. Este exceso de apego al ego, hace perder la dimensión de la
vida humana en general y de la vida propia en particular, es decir, se pierde el sentido de la vida. En
la visión budista, la muerte no es el tránsito a otro estado de existencia. Por lo tanto el suicidio y la
muerte significan el final completo de la vida. Luego, no tiene sentido morir por sufrir, sino procurar
evitar el sufrimiento aprestándose a resolver el problema aquí y ahora y si tal cosa no es posible, no
podemos cambiar hechos, cambiemos la actitud o la perspectiva de interpretar la realidad y sus
hechos.
¿De dónde procede el apego al yo? Desde que nacemos, transcurrimos la infancia, crecemos
en la adultez y llegamos a la ancianidad, no es posible que dejemos de cambiar en ningún momento.
Siempre hay un cambio continuo, no sólo del cuerpo sino de las circunstancias e incluso de ámbitos
donde vivimos. Los cambios continuos de nuestro cuerpo y entorno, obligan a nuestra mente a
afrontar en cada instante, nuevas experiencias. Para Matthieu “somos un flujo en constante
transformación, pero, al mismo tiempo, también tenemos la idea de que, en el núcleo de todo ello,
existe algo estable que ‘nos’ define y permanece constante a lo largo de toda la vida”. Esa idea
ilusoria de la permanencia de una instancia interior inmutable es lo que origina el concepto del “yo”.
El concepto del yo tiene que ver íntimamente con el concepto psicológico de identidad. El
concepto de identidad alude al desarrollo de una percepción coherente e íntegra de uno mismo
(identidad de sí mismo), así como una de las funciones que se desempeñan o se pueden desempeñar
en la sociedad y del compromiso que se tiene para usar ciertos valores o creencias como guías de vida
y de las relaciones con los demás. Para algunos autores, el compromiso con la imagen de sí mismo, es
fundamental para que se pueda hablar de una persona que ha logrado formarse una identidad. Si bien
identidad deriva del latín identitas, la raíz proviene de ídem que significa “el mismo”. Quizá, en este
tema, convenga aceptar el término jurídico de que identidad es el “hecho de ser una persona la
misma que se supone ser” Este concepto nos aleja de la otra acepción del yo como representación de
la conciencia en el ser humano que busca dar cuenta de la realidad y de sí mismo.
Otra teoría psicológica piensa que el yo es un mecanismo de defensa para lograr la adaptación
al medio ambiente. También se considera un autoconcepto o concepto de sí mismo que Rogers
define que consiste en todas las ideas y percepciones que caracterizan el yo o el mí mismo e incluye
la conciencia de “qué soy yo” y “qué puedo hacer yo”. Así, el autoconcepto es una autovaloración o
formación de una autoimagen subjetiva susceptible de ser engañoso o falso y mutable, de acuerdo a
cómo cada uno se considera a sí mismo. La palabra griega ego designa al yo y fue utilizada por
Descartes. El yo constituye nuestra identidad y no es la actitud consciente de un mero pensamiento
del yo que ocurre cuando decimos “tengo frío” (o calor), cuando estamos vigiles o cuando se nos
llama por nuestro nombre.
El apego al yo se refiere al aferramiento profundamente arraigado a una entidad (identidad)
considerada permanente que parece residir en el mismo núcleo de nuestro ser y que nos define como
el individuo particular que somos. Se acompaña, generalmente, de un sentimiento de que el yo es
vulnerable y por lo tanto es pasible de ser protegido y mimado. Esto lleva al rechazo de lo que pueda
amenazar al yo y a la atracción por todo lo que le complazca, le consuele y le haga sentir seguro y
feliz. Matthieu cree esa atracción y ese rechazo en defensa del yo es la fuente primaria o básica de
todas las otras emociones. Así presentado, esto oficia como la teoría psicológica del placer y displacer
que postula que el hombre busca el placer y rehuye el displacer. Describe este investigador que el
pensamiento budista sustenta que hay una multitud de emociones negativas y para ello utiliza un
número: ochenta y cuatro mil.
Desde luego no hay una enumeración taxativa de esa cantidad de emociones, pero sirve para
mostrar que también hay igual número de puertas, de acuerdo a las disposiciones mentales
personales, para acceder al camino de transformación interior. Matthieu trata de resumir la multitud
budista de emociones negativas a solo cinco que serían las básicas y de ellas se originan las demás:
1.
2.
3.
4.
5.
odio
deseo
ignorancia
orgullo
envidia
El odio es un sentimiento que origina el deseo profundo de dañar a alguien y de él derivan el
resentimiento, la enemistad, el desprecio, la aversión y un sinnúmero de emociones y sensaciones
similares o afines. El deseo es el opuesto al odio y como el odio tiene diferentes connotaciones
emocionales en gran número. Puede ir desde un simple deseo de placeres sensoriales (sensuales), de
la posesión de un objeto o cosa, hasta el apego al yo que hemos descrito como un apego sutil a la
noción de solidez del yo y de los fenómenos. Por su manera de expresarse, el deseo conlleva una
determinada modalidad de aprehensión de la realidad y, entre otras cosas, induce a pensar que los
entes y cosas son permanentes. Así, la amistad, los seres humanos, el amor o las posesiones son para
siempre. Sin embargo, aunque es obvio que las cosas no son así, por esto el apego funciona como un
aferramiento tenaz y porfiado al propio modo de percibir las cosas.
La ignorancia es concebida en el budismo como una “falta de discernimiento” entre lo que
debemos alcanzar o evitar, para obtener la felicidad y escapar del sufrimiento. No es la mera falta de
conocimiento de algo, sino no saber distinguir exactamente entre lo bueno y lo malo, para evadir lo
malo. Si bien para el Occidente la ignorancia está referida a una “falta de ciencia” como falla o
ausencia del conocimiento, y, por lo tanto, no es una emoción sino una condición personal, para el
budismo se considera el concepto de ignorancia como emoción, puesto que en la forma en que se
significa a la ignorancia constituye un factor mental que impide la aprehensión correcta de la
realidad. Esta particular concepción, la ignorancia es un estado mental que oscurece la sabiduría o
el conocimiento último y por esta razón es factor aflictivo de la mente, del mismo modo que operan
otras emociones.
El orgullo en el budismo, como para Occidente, adquiere varias formas que van desde la
negación del reconocimiento de las cualidades positivas de los demás, lo que hace que uno se sienta
superior a los otros y esto hace menospreciar a los demás. También es un envanecimiento
desmesurado por los logros propios o una valoración desproporcionada, generalmente exagerada, de
nuestras cualidades. El orgullo afecta a nuestra mente no sólo por el bloqueo del reconocimiento de
los demás sino porque implica desconocer los defectos propios y por esto se perturba la mente. De
igual manera, la envidia coincide entre budistas y occidentales en que consiste en una incapacidad
malsana de disfrutar la felicidad ajena y de penar por las cualidades positivas o las posesiones de los
otros. Nunca se envidia el sufrimiento ajeno. ¿Por qué el budismo lo considera más que un
sentimiento o resentimiento como una emoción negativa? Porque frente a la concepción budista de
que el fin del hombre está en el objetivo de procurar el bienestar de los demás, y en consecuencia la
felicidad ajena debe constituir nuestra propia felicidad, cuando la envidia anula esta empatía positiva
y crea un verdadero estado de celos, perturba sensiblemente la mente y la bondad que naturalmente
debiéramos cultivar (Matthieu)
En la cuestión del yo, Matthieu plantea el tema de que todas las emociones básicas están
íntimamente ligadas a la noción del yo. Distingue entre invitar a alguien a enfadarse o directamente
insultarlo. La invitación a enfadarse es inocua y salvo que sea un artista consumado (que simula
enfado), nadie responderá a tal cosa. Pero ante el insulto se siente afectado el yo y esto provoca enojo
o enfado. En la invitación no se apunta a ningún yo, en el insulto sí. La cuestión siguiente es si existe
o no el yo o es mera ilusión. Para el budismo el yo es una simple corriente o flujo que se halla en
continua transformación. Por esa razón no se puede ubicar al yo en ninguna parte del cuerpo en
especial ni se puede afirmar que “ocupa” todo el cuerpo. En el supuesto de que ubiquemos al yo
como conciencia, debemos admitir que ésta también consiste un flujo en permanente transformación.
Por otro lado, si el pensamiento pasado ya fue no está hoy, y el pensamiento futuro todavía
no se ha formado o presentado, ¿cómo puede ubicarse el yo a mitad de camino de algo que se ha ido
y de algo que todavía no llega? Por lo tanto, ese algo no identificado totalmente con la mente ni con
el cuerpo, ni con ambos, ni tampoco puede conceptuarse como algo distinto de ellos, tendremos el
problema de justificar la existencia de un ente o cosa sin una base material o inmaterial. Debido a
esto, es probable que el concepto de yo no sea nada más que una simple palabra que funciona como
lo postula la teoría del nominalismo, la que dice que existe la creencia de que con sólo darle nombre
a una cosa, ésta ya existe.
Entonces, si no hay prueba de existencia del yo debe admitirse es una “ilusión de yo”
reforzada por el “apego al yo” que considera que ese yo es un existente que debe ser complacido y
mimado y esto genera el conflicto entre atracción y aversión o repulsión que antes analizamos y con
este conjunto se agregan todos los problemas, las cinco emociones aflictivas básicas que las ochenta y
cuatro mil emergentes de ellas, según la idea budista. Esta forma de pensar marca las notorias
diferencias entre el pensamiento budista que habla de la ilusión del yo, frente a la concepción
occidental de la existencia cierta de ese yo y que ha creado tantas corrientes “científicas” para
analizarlo y definirlo. Todas estas consideraciones del yo han surgido por la pretensión de
considerarlo como entidad con existencia propia. Lo más racional sería considerarlo como una
expresión de la mismidad de un individuo en particular, como el modo de ser personal y que se
manifiesta con la conciencia (lo cual lo ubica como fenómeno del presente y esto es lo que confunde
un poco a Matthieu)
Diferencias neuronales entre emoción impulsiva y emoción razonada
Antes de explicar participaciones de circuitos neuronales, aclaremos que consideramos que la
diferencia entre emoción impulsiva y emoción razonada, está dada por la participación activa de la
razón en el acto emocional y el control que puede ejercer sobre el curso y efecto de la emoción. Toda
emoción tiene el mismo sustrato neuronal, con mayor o menor participación de los circuitos
neuronales responsables. La razón tiene otros circuitos neuronales. Hemos dicho que cualquier acto
mental, de algún modo, comprende usar la mente in toto, con mayor relevancia en unas funciones
que en otras, pero siempre lo intelectivo tendrá un fondo afectivo y volitivo (ya sea para decidir
entrar en acción o no, para abordar una cuestión o no).
La emoción impulsiva es aquella que nace con una determinada fuerza de impulso
condicionada naturalmente y que se experimentan naturalmente en diversas circunstancias. Cuando
esa emoción aparece, emerge, y da lugar a una acción determinada, sin mayor control mental,
decimos que es impulsiva: nace por un impulso natural y si sigue su curso espontáneo, determina una
conducta impulsiva o compulsiva.
La emoción razonada es la condicionada por la razón y podemos distinguir dos grandes
modalidades:
1.
La emoción razonada pura o primaria, que es la emoción que se cultiva deliberadamente con
la razón como es el amor, la compasión, la sensación de desencanto hacia el estado no iluminado que
practican los budistas.
2.
La emoción razonada secundaria es la emoción impulsiva modificada por el adiestramiento
mental razonado y deliberado. Habría dos modalidades de emoción razonada secundaria: la que se
pone en marcha ante la aparición inminente de una emoción impulsiva (conducta emocional
anticipatoria) y que es fruto de un entrenamiento mental intenso y extenso, basado en la experiencia
emocional previa que permite conocer las circunstancias que puede desatar emociones impulsivas, o
las sensaciones o sentimientos que nos pueden conducir a ellas. Advertidas las circunstancias
generadoras de emociones impulsivas, la razón entrenada actúa para abortar la emergencia e impedir
el desarrollo de la emoción y la conducta impulsiva. La otra modalidad de emoción razonada
secundaria es que cuando ya la emoción surge o se hace consciente en la mente, sin su anticipación,
en el denominado período refractario que describimos como el que media entre la aparición del
impulso emotivo y la acción impulsiva, la razón actúa en décimas de segunda y alarga el tiempo del
período refractario para decidir si va a una acción impulsiva o no. Si decide la acción impulsiva lo
hará de forma tal que esa acción se manifieste pero sin causar mayor daño o evitar daño irreparable.
Está claro, entonces, que la emoción razonada siempre exige un adiestramiento mental
deliberado, intenso y extenso, bajo el comando de la razón o inteligencia y con la clara intención de
un control emocional de cualquier naturaleza. Hemos dicho que la emoción tiene un circuito
neuronal determinado y la razón tiene otro circuito neuronal preciso. Ambos circuitos son diferentes,
siendo más amplio el de la razón. Cuando actúa una emoción siempre tiene el correlato neuronal
correspondiente, el cual es común para todas las emociones y la participación mayor o menor de
grupos neuronales, sinapsis y neuroquímica dependerá del tipo de emoción, de su intensidad y de su
duración. Cuando se suma la razón activa y simultáneamente con la emoción, interviene el otro
correlato neuronal propio de ella y al grupo neuronal de la emocional se suma el grupo neuronal de
la razón. Se ha ampliado la actividad cerebral impulsada por actos mentales distintos. Si bien en este
segundo caso intervienen dos correlatos neuronales distintos, desde el punto de vista de la emoción,
estrictamente, no significa que haya dos correlatos neuronales distintos para las emociones impulsivas
razonadas y las meramente impulsivas. El correlato neuronal emocional siempre es el mismo para
ambas emociones. Lo distinto, es que en la razonada, insistimos, se suma el correlato neuronal de la
razón, pero esto no implica un correlato neuronal emocional distinto. Hay dos correlatos neuronales
distintos (el emotivo y el racional) actuando uno sobre otro.
De este modo, toda emoción, por sí y su naturaleza esencial y semántica, es impulsiva en el
sentido de que mueve a un efecto o una acción. Lo que hemos considerado taxativamente impulsivo
es la que actúa en forma directa “motorizando” o impulsando una conducta concreta. La emoción
razonada, en cambio, es la que motoriza a la mente antes que a la conducta para lograr una acción
mental más equilibrada que regula la conducta o comportamiento como efecto de la emoción. Ergo,
toda emoción conmueve y acciona a la mente primero y al cuerpo después. Despierta actitudes,
aptitudes, sensaciones y comportamientos. La mente, en plano primario, es causa, receptor y efector
de la emoción. El cuerpo lo es secundariamente. De ahí el poder de filtro que tiene la mente frente a
la sensación de una emoción espontánea o razonada.
Principales emociones destructivas
La ira
En nuestra opinión, hay dos sentimientos rectores que despiertan emociones: la satisfacción y
la frustración. Luego, estos sentimientos en sí no son emociones sino pura sensaciones por lo que las
hemos catalogado como sentimientos puros. No hay que pensar que la ira genera frustración. Es a la
inversa. De igual modo, las emociones ligadas a la satisfacción no son la fuente de la misma, sino que
ésta es la que induce emociones. Frustración y satisfacción son estados mentales a los que se llega por
diferentes estímulos o sensaciones internas o externas. De igual modo hay otro sentimiento vital como
es la sensación de peligro y que ocasiona el sentimiento de miedo y de angustia. Estas sensaciones
básicas como sentimientos, generan emociones como el placer, la felicidad, el enfado, la ira, el miedo
y otras emociones tanto destructivas como constructivas o negativas o positivas. En el caso de que un
obstáculo o conflicto, se nos atraviese en el curso de la existencia, el primer impulso es resolverlo. Si
esto ocurre se producirá un sentimiento de satisfacción. Pero si no podemos vencer dicho obstáculo o
resolver el conflicto aparece un sentimiento de frustración que consiste en una sensación de
insatisfacción.
En el contexto budista es un “espíritu de emergencia” con sensación de desilusión y
aspiración a la liberación del estado conflictivo. El estado conflictivo de estar “a merced de las
aflicciones” genera sensación de malestar o intolerancia a dicho estado, lo que produce un cierto
disgusto (Dalai Lama) Este sentimiento de frustración puede quedar como tal en un estado mental
puro o convertirse en una emoción de ira, enfado, enojo, rabia, empecinamiento, tesón u otras
formas de comportamiento, de acuerdo a la actitud que adoptemos frente a la cuestión. Si la actitud es
desesperanzada, por la convicción de no poder resolver el problema habrá ira, enojo, enfado, rabia,
de acuerdo a la intensidad, importancia y permanencia del problema. Pero si la actitud es de “buscar
solución a cualquier precio” aparecerá el tesón, el empecinamiento y otras actitudes similares para
afrontar el problema. Si la frustración como sentimiento negativo queda encerrado como puro acto
mental, genera impulsos de tristeza, amargura, desesperanza, depresión, ansiedad, estrés,
dependiendo igualmente de la intensidad, importancia y duración de la frustración o del problema
frustrante.
Luego, la ira es un ataque de rabia, enfado y furor que ocasionan una emoción fuerte y
destructiva. Es la exteriorización violenta del enfado. En el pensamiento del budismo, expresado por
el Dalai Lama, “sesga nuestra percepción y nos lleva a exagerar las cualidades negativas de las
cosas”. Por eso conlleva la hostilidad como belicosidad, agresividad y estado de violencia. Es el
estado de iracundia o furibundia.
Davidson confunde las reacciones frustrantes con la ira y estima que toda reacción frustrante
conlleva un estado de ira interna o externa. Pero a pesar de todos los estudios neurocientíficos (los
que muestran que el cerebro actúa más en bloque que específicamente en todos los actos mentales,
especialmente los ligados a las sensaciones), las encuestas dirigidas siempre con una intención, del
mismo modo que los testes, o las interpretaciones de conductas o reacciones o actitudes de las
personas frente a las sensaciones, no son elementos totalmente determinantes de una causalidad
inmutable o verdadera de una sensación. Todo se reduce a los puntos de vista y las conceptuaciones
semánticas. En español, ira es “pasión del alma que causa indignación y enojo. Apetito o deseo de
venganza. Furia o violencia de los elementos. Repetición de actos de saña, encono y venganza”.
Como se observará, esta denotación lingüística académica no deja lugar a dudas de que lo que
entendemos en español por ira. No hay matices. Todo conduce a una emoción estrictamente negativa
y dañina. Se habla de encono que es un sentimiento de animadversión o de rencor arraigado en el
ánimo. El rencor es un resentimiento profundo y tenaz. Luego, no hay que confundir un sentimiento
de preocupación por poner empeño en resolver un conflicto como es la tenacidad, empecinamiento y
tesón de resolución, con la tenacidad y empecinamiento que arraiga en el ánimo un sentimiento
frustrante. Debemos recordarlo, para que no haya confusión, que mientras el sentimiento queda
como mera sensación mental, la emoción mueve a la acción. Esto debe quedar muy claro desde el
comienzo, sino se mezclan conceptos similares en apariencia pero diversos y diferentes en esencia.
Y no es lo mismo apariencia que esencia. Resolver en la cuestión del estudio de la ira, más
que los efectos psicofísicos, sobre todo los análogos, es el problema semántico. Frustración es un
sentimiento, ira una emoción. Sabemos que todos los actos mentales, actitudes, pensamientos y
acciones son caminos de doble mano. Unos influyen sobre los otros. Así, la frustración puede
originar ira y ésta, una vez que se genera, produce más frustración. Pero esto no significa que
inicialmente sea primera la ira y luego la frustración. En la experiencia siempre es lo inverso. Por eso
conviene, semánticamente, separar a sentimiento y emoción, a frustración de ira. No hay nada
constructivo en la ira en sí y la ira no genera sentimientos ni emociones constructivas. Es la mente la
que frente a una acción condiciona una reacción.
Cuando esa mente tiene idea o conocimiento o experiencia de que una emoción o sentimiento
es negativo y destructivo, tiende por sí a generar una contrarreacción positiva y constructiva. Pero
para esto debe tener una programación mental previa que automáticamente ponga en juego la
cognición y la valoración de las sensaciones. Esto es lo que se ha venido definiendo como “control
mental” “inteligencia emocional” “educación espiritual”, etc. y que el budismo tiene su principal
herramienta en la meditación y concentración y la construcción de una escala evaluativa positiva y
constructiva que considera primordial y que antepone como barrera absoluta a todo lo negativo y
destructivo. Así de simple la cuestión. Especular mucho, nos distancia del problema y confunde a la
mente con sofismas ingeniosos pero que nada tienen que ver con la realidad.
Lo que Davidson llama ira constructiva no existe. Crea el concepto que la ira, si bien, nace de
la frustración y conlleva, como toda reacción frustrante, elementos subjetivos de enfado, irritación y
exasperación, cuando llega a la acción lo hace como acción perseverante pero no iracunda, pues no
daña sino construye. No se debe confundir el propósito de resolver un problema (sentimiento de
propósito de resolución o intención de superación de un obstáculo) que genera la frustración ante la
dificultad de resolución de un problema, con la acción iracunda propiamente dicha.
El propósito de resolución expresado como perseverancia, tenacidad, tesón y arraigo en el
ánimo es un sentimiento positivo en contraposición de la perseverancia, tenacidad, tesón y arraigo en
el ánimo, del encono, el rencor, el propósito de venganza, etc. que son sentimientos negativos y
destructivos que generan la verdadera ira. La perseverancia como propósito de resolución positivo,
aunque nazca en la frustración, no es ira. Es sólo eso: un sentimiento y un propósito de resolución
que lleva a una acción tenaz, tesonera y perseverante positiva. Si bien la frustración de no resolver en
forma inmediata puede llevar en algún momento algunas sensaciones negativas de enfado, irritación
y otros atributos de la ira, nunca alcanzan un grado de furia para ser manifestados o expresados como
ira propiamente dicha.
Cuando el propósito de resolución es iracundo ya no es positivo ni constructivo sino dañino.
Debe destrozar o derrumbar el obstáculo para destruirlo. Una cosa es destruir un obstáculo o un
problema, que siempre involucra un daño en lo material y que puede significar también, o no, un
daño mental o psíquico o moral. En cambio la resolución positiva del problema u obstáculo, es la que
ayuda a sortear el conflicto sin apelar a destruir nada sino a construir algo. Es como un dique que
contiene y regula el problema del caudal de un río, proveyéndolo de más energía (la que acumula en
el agua contenida por el dique) y que luego libera programadamente, o bien atenuando la turbulencia
del río la cual muere y pierde energía al detener el dique su flujo. El dique no destruye al río ni lo
daña. Simplemente lo mejora. La explicación de que la ira positiva está originada por la frustración
igual que la ira negativa es una falacia.
La conducta de aproximación a un problema conflictivo siempre genera frustración porque
el conflicto conlleva tal sentimiento. Pero las acciones efectivas que surgen de esa conducta
aproximativa pueden ser distintas. Ya distinguimos que hay acciones efectivas negativas y positivas,
destructivas y constructivas. Cuando la acción de reacción es destructiva y negativa hay ira. Cuando
es positiva y constructiva no hay ira. Hay un impulso de regeneración o superación del obstáculo
nacido de la frustración que provocó el problema conflictivo.
Más aún: yendo al modo de pensar del budismo, ningún problema debe ocasionar frustración
si hay control mental debido. La cuestión es más sencilla, aunque parezca de Perogrullo (y esto lo
volvemos a reiterar): si un problema tiene solución ¿para qué te frustras o preocupas?; si un problema
no tiene solución ¿para qué te frustras o preocupas? Si el problema es soluble, debe haber ocupación
en buscar la solución pero nunca preocupación ni frustración. Sólo el empeño inútil de tener una
solución inmediata a medida de nuestros deseos o expectativas causa frustración. Pero si hay
comprensión inteligente y sabemos de la solución posible, sólo habrá una cuestión de adaptación de
las reacciones y actitudes frente al problema. Irritarnos, guardar rencor o liberar una furia de
resolución destructiva no hace a la solución del problema. Si la remoción o destrucción del problema
es la única solución, siempre que no sea un daño a nuestra vida o una vida ajena, esa destrucción o
remoción puede tener matices graduables.
No hay que olvidar que una vez superado todo problema que previamente nos creó conflicto
y frustración, queda una “lesión mental” o emocional que persevera más allá de la resolución del
conflicto y que puede tener matices de encono o rencor que genera más frustración. Es la frustración
vana y nula, sin motivo, producto de una actitud mental negativa que no supo graduar ni borrar la
frustración inicial y sólo sabe prolongarla sin un fin claro y útil. Este estado de frustración o
frustración perseverante, nos genera un estado pasivo de furibundia por autoperpetuación de la ira,
que puede ser alimentando por situaciones inanes o nimias que contengan alguna similitud o
elemento del problema que generó la primera frustración. Con el tiempo, la falta de desarraigo de ese
estado (arraigamiento profundo), termina por constituir una conducta aprendida que nos lleva a un
estado de ánimo patológico como es la amargura y el resentimiento.
En este estado de frustración hay que distinguir otro fenómeno generador de ira o estado de
iracundia: el estrés crónico. Hay estresores repetitivos que configuran un estado de ánimo de
frustración con tendencia al rencor, el encono, la venganza y la violencia desenfrenada, cuando el
estresor iterativamente despierta impulsos iracundos que aunque son pasajeros, van acumulando un
estado de resentimiento que se acrecienta en cada nueva presentación del estresor, el que
gradualmente aumenta la “tensión interior” que se vuelve crónica. Cuando esa tensión llega a su
máxima energía, entonces explota en violencia desenfrenada o irrefrenable que puede llegar a
provocar un impulso homicida que hemos considerado como “no psicopático”.
Para terminar con la cuestión de ira negativa e ira positiva, vayamos a los mismos argumentos
de Davidson: la ira negativa se genera por la activación del lóbulo frontal derecho, la ira positiva
nace en el lóbulo frontal izquierdo. ¿No llama la atención esta diferencia? Luego, un impulso y el
otro no sólo son diferentes en lo semántico, sino también en lo fisiológico, en sus efectos y en sus
cualidades. Para dar un último argumento, digamos que puede existir un intento de superación de un
obstáculo sin frustración. Es el caso de la mente adiestrada o de los “placibundos”, aquellos que
gozan espontáneamente de un estado de ánimo de placidez y tranquilidad y ya tienen una
programación previa mental de positividad (desarrollo de gozo, confianza y entusiasmo).
Estos placibundos son la antítesis de los furibundos. Incluso, el llamado fenómeno de la
resiliencia, que hoy se observa en los nuevos aspectos de los fenómenos psicológicos, puede obrar en
los casos de resolución de un conflicto u obstáculo, porque ese estado resiliente está basado en
“experiencias tempranas” (desde la niñez) donde el hombre aprende a resistir las emociones y
sentimientos destructivos para afrontar el conflicto u obstáculo con poder de superación del mismo; y
tanto afrontar y superar termina saliendo más fortalecido (según Seligman, con mayores “fortalezas
positivas”). Reconozcamos estos ejemplos objetivos empíricos y aceptemos la posibilidad de un
conflicto sin frustración pero con el deseo de superarlo o resolverlo, o de una frustración que no
genera ira sino deseos de superar el conflicto.
En la consideración de los aspectos destructivos de la ira, hay que considerar lo que
Chesterton denominó admiración por la brutalidad. Fernando Savater, escritor y filósofo español
actual, retoma este pensamiento y desarrolla el concepto que él llama fascinación por las fieras. Para
esto analiza aspectos del terrorismo que hoy sufre la sociedad. En ese sentido considera que la
espectacularidad con que ciertos medios de comunicación dan imágenes y comentarios sobre hechos
terroristas, encierra una especie de admiración por la brutalidad, que está más cerca de la escandalosa
“prensa amarilla” que de una “prensa de denuncia”. Esta admiración se demuestra cuando la
atención del informador está más centrada en el terrorista que en las víctimas que causa.
Sobre este fenómeno de admiración por la brutalidad, Savater nos dice: “es una dolencia
demasiado extendida, que aqueja no sólo por supuesto, a quienes convierten en héroes de pacotilla a
todo usuario feroz de pistola y bombas, sino también a los que se pasman ante los daños de los
maltratadores de prisioneros de guerra. Las cautelas y componendas a que obliga el estado de
derecho resultan aburridas a muchos, los cuales opinan que si uno quiere algo de verdad y tiene la
razón de su parte, no debe detenerse con melindres. Los feroces dan miedo pero despiertan un
morboso interés entre quienes se aburren con la palabrería de los políticos y consideran debilidad de
carácter la preocupación por los derechos humanos, sobre todo, por los derechos humanos de
quienes están políticamente ‘equivocados’. Aunque degraden, en cierto sentido, moralmente, a
muchos les fascinan los que ‘no se andan con miramientos’ y ‘se atreven a todo’. Termina citando al
personaje de Shakespeare, Macbeth, al que nosotros re-citaremos pero con un leve parafraseo: “yo
me atrevo a lo que se atreve un hombre que ‘se atreve a más’, pero que en ese caso deja de ser
hombre”.
La intención de Savater es remarcar acá el sentimiento y la emoción de brutalidad que afecta
a los hombres y les lleva a un estado de iracundia que los hace proclive a la violencia efectiva, en
especial, a la violencia brutal. En esta categoría, hoy no sólo entran los terroristas y los torturadores
de la guerra, sino también los torturadores de regímenes políticos totalitarios, los manifestantes
iracundos de alguna expresión de defensa de derechos o petición de resolución de una necesidad,
donde salen a la calle a manifestar públicamente su reclamo, pero terminan agrediendo brutalmente a
la gente y a los edificios y otros bienes, que nada tiene que ver con el motivo de la protesta. De igual
modo, esta admiración por la brutalidad está presente en los brotes del fascismo y neonazismo que se
observan en algunos países con problemas de discriminación, como hoy está sucediendo en Sudáfrica
o en Alemania o en algunos estados norteamericanos, donde públicamente se manifiesta la adhesión y
la admiración por la brutalidad. Algo similar ocurre con el delincuente que para robar un paquete de
cigarrillos pega un tiro en la cabeza del asaltado. La admiración por la brutalidad se manifiesta en
todos aquellos que fijan su atención en los líderes bestiales o brutales y ensalzan esa “virtud”, o
desarrollan conductas brutales.
Savater rescata también, el concepto de Chesterton que califica a la admiración por la
brutalidad como “padecer el menos viril de los vicios”. Esta falta de virilidad refiere que la brutalidad
priva al hombre de su ser humano para dotarlo del ser de las fieras y deja de ser un ente racional para
transformarse en un ente bruto, en el sentido de completa irracionalidad que es la facultad de las
bestias. Luego, la admiración por la brutalidad conlleva a la “bestialidad” (condición de bestias). Esto
es otra muestra de cómo la ira priva de la razón, y no sólo “sesga la percepción” y obnubila la mente.
La despoja de todo atributo espiritual positivo, para dejarla en estado completo de nulidad o
irracionalidad. Sin embargo, es útil saber que no todas las manifestaciones iracundas crónicas son
bestiales. Hay diferentes modalidades de expresar la “ira crónica”. Habría furibundos exagerados,
anormales y patológicos, como los bestializados, pero también hay furibundos que se expresan de
modos distintos y no tan extremistas.
Lo que conviene, para mejor describir y conocer el impulso de la ira es denotar su forma de
presentación como ira aguda o fugaz e ira crónica o persistente (estado de iracundia o furibundia).
Mientras la primera es pasajera, la segunda queda arraigada en el ánimo y constituye un verdadero
estado de ánimo que presta un fondo de irritabilidad o violencia para todas las actitudes y acciones
que se realizan. La ira crónica o persistente fue hallada y explicada en parte cuando se estudiaron los
tipos de personalidades frente al estrés, donde importaba describir los tipos de caracteres personales o
personalidades en sus modos de reaccionar frente al estrés. Friedman y Rosenman, Selye,
consideraron, en principio, las personalidades del estrés, las cuales fueron completadas después por
los esposos Williams al incluir la personalidad H. Esta personalidad es una especie de clasificación
intermedia entre la A y la C, en el sentido de que son tipos de “reactores calientes”, pero que
crónicamente expresan una conducta de hostilidad. Precisamente la H asignada a esta personalidad es
extraída de hostil. Pero algunos autores creen que es mejor denominarla personalidad D para seguir la
nomenclatura de las anteriores. Es la personalidad que previamente habíamos considerado que por
sus características o perfil secretante de sustancias cardiopatógenas, como el exceso de catecolaminas,
puede ser encuadrada como una variedad especial del tipo A. El individuo que tiene personalidad H
es el que, por regla general es hostil. Es decir, se caracteriza por estar permanente reaccionando con
enojo. El enojo fácil es el estigma de la personalidad, la que por excelencia, es la del “eterno
enojadizo” (enojón).
En los años de la década del ‘60, el estudio San Francisco concluyó que la personalidad A
era más propensa que la personalidad B, a tener infarto de miocardio, debido a que la vida acelerada
y competitiva parecía ser una verdadera antesala del infarto. Pero ocurrió que a principios de la
década del ’80, otros estudios de los que fueron pioneros los esposos Williams investigaron que la
mayoría de las características de la personalidad A no producen infarto, pero si hay una franja muy
particular de estas personalidades que es la que causa más del 90% de los infartos detectados en esta
personalidad (y probablemente en una cantidad mucho menor, en otras). Y no solamente infartos,
sino también otras formas de cardiopatía por estrés, como por ejemplo, anginas y estas enfermedades
casi siempre se acompañan de HTA (hipertensión arterial). Esta franja es la constituida por los
propensos al enojo hostil permanente, los que profesan un estado de ánimo de enfurecimiento
persistente que se manifiesta por actitudes agresivas u ofensivas y sentimientos de enemistad. Son
personas en que la hostilidad se manifiesta con actos violentos y provocadores expresos (no es una
furia interior o callada, que la puede poseer un tipo B). La manifestación expresa y patente de
acciones violentas es el sello de la personalidad H y es la condición sine qua non para ser considerado
dentro de ella.
Aparte de una idiosincrasia particular que marca el temperamento y el carácter hostil, hay
otros mecanismos que nosotros hemos considerado con Orlandini como microestresores cotidianos,
que constituyen un estado de fastidio cotidiano que en los predispuestos lleva al enojo hostil. Este
estado de fastidio no es provocado por grandes catástrofes ni por sucesos violentos e imprevistos,
sino por la sucesión de pequeños inconvenientes diarios, que hacen a las costumbres normales y
necesarias de nuestras vivencias, pero que provocan reacciones fisiológicas que preparan al cuerpo
para una reacción furibunda. Estas situaciones que describimos como el “salto de cama”, la “rutina
hogareña” y el “estrés citadino” llevan a una hipertonía adrenal (aumento del tono simpático)
desatada por la hipersecreción de catecolaminas en el distrés y afecta al aparato cardiovascular.
Cuando opera sobre las arterias periféricas provoca primero, en forma funcional, una
vasoconstricción y eleva la tensión arterial en forma lábil (aparecen y desaparecen picos
hipertensores). Pero si persiste el factor distresante, el sistema de catecolaminas, a través del
mecanismo operado por ACTH (hormona adrenocorticotrófica) y su acción sobre las suprarrenales,
produce catecolaminas, entre ellas la noradrenalina. Ésta actúa sobre la mácula densa del riñón y
libera renina a través de la vía del receptor -adrenérgico (operada específicamente a través de la
noradrenalina). La suba exagerada de la presión por acción directa de las catecolaminas sobre la
pared arterial que provoca vasoconstricción periférica y produce un pico hipertensivo o crisis
hipertensivas lábiles, si altera la presión arterial en los vasos preglomerulares del riñón, aumentando
la misma, activa otra vía de la mácula densa para producir renina: la vía del barorreceptor
intrarrenal. La hipersecreción de renina liberada por estos dos mecanismos del estado de furibundia,
desencadenan el sistema renina-angiotensina el que produce hipertensión arterial (HTA).
La acción distresante permanente de los microestresores del estado de furibundia son causa de
HTA crónica que puede considerarse de origen renal y catalogarse dentro de las HTA nefrógenas.
Los más afectados por el sistema de renina son los que poseen la personalidad A, pero muy especial y
principalmente, los de la personalidad H, de ahí que los microestresores llevan a un importante
desfasaje emocional por la suma de los mismos y provocan enojo o ira que Goodman & Gilman
expresan con el neologismo furibundia al que podría definirse como la “propensión a entrar en
estado de furia, enojo o ira”. Los iracundos o furibundos, que activan el sistema renina-angiotensina
a través del reflejo o acción sobre la mácula densa renal producido por las catecolaminas, preparan al
organismo para entrar en acción frente a un estado conflictivo inminente o inmediato, pues la
vasoconstricción tiene dos objetivos simultáneos: provocar hemostasia en caso de heridas por un
lado y por el otro aumentar el suministro de oxígeno al sistema muscular para mejorar o potenciar
su acción.
De igual manera, la elevación de la presión arterial provoca una cierta obnubilación al
sistema de razonamiento (como limitación de la capacidad de razonar o analizar) por lo que el
individuo queda en un estado de obcecación. Estos hechos fisiológicos que condicionan la reacción
específica de alarma del SGDA de Selye, es el que permite la supervivencia en caso de una lucha
abierta o franca, que exige la participación del cuerpo. Todo ocurre de forma tal que quien va a
batallar, deja de pensar en las consecuencias posibles del afrontamiento, sobre todo, las negativas
como peligro de exponerse a lesiones graves o morir, y de ese modo evita caer en la depresión
emotiva en la que una disminución de la motivación para luchar podría ser una desventaja que le
reste capacidad de lucha, facilitando que sea dañado o muerto. De igual modo, la obcecación le
permite mantener un acicate constante para terminar la lucha con la derrota o muerte del enemigo o
la cesación del conflicto. La existencia del enojo hostil o ira, es hartamente conocida y tratada por el
vulgo, como por científicos. En lo vulgar, siempre se pensó que era mejor expresar que reprimir la
ira. Entre las tendencias de los investigadores, hubo grupos que pensaban, con el criterio del aserto
vulgar, que era más saludable expresar que reprimir un enojo, mientras que otros sostenían lo
contrario.
Así la teoría Williams es que la expresión violenta del enojo lleva a la enfermedad
cardioisquémica y la HTA. Redford Williams advierte que “quienes poseen este tipo de personalidad
padecen más enfermedades de toda clase. Tienden a comer, fumar y beber más y, cuando están
enojados, a afrontar la vida con más estrés que el resto de la gente.” Cerca del 20% de la población
es irascible (aunque en Argentina últimamente esta relación puede escalar a una cifra mayor) y otro
20% tiene buen carácter. El resto, 60%, se encuentra entre los dos extremos. Los rasgos sobresalientes
del irascible son: agresividad, pesimismo y falta de confianza en los demás.
En otra tesitura, Mara Julius concluye que no es sano aguantar el enojo por lo que no
manifestar el enojo es nocivo. Sin embargo, a pesar de los desacuerdos de las opiniones, todos los
expertos coinciden en que es conveniente entender y dirigir esta emoción elemental de la ira, porque
tanto su represión como su manifestación violenta son muy nocivas. En este sentido, la Dra. Julius
postula que lo más saludable es concentrarse en resolver el problema que ha causado el enojo, esto
es, “tomar al toro por las astas”, ponerlo frente a sí, y encontrar una salida más satisfactoria y menos
frustrante y peligrosa que la reacción iracunda (que nosotros luego estudiaremos en detalle para
explicar el impulso homicida no psicopático). Charles Spielberger sostiene que tanto reprimir la
irritación como desahogarla produce los mismos efectos psíquicos. Lo ideal es la tesis Julius:
mantener la calma y resolver los conflictos irritantes, lo que evita el riesgo de infarto. La teoría Julius
fue confirmada por Harburg. En consecuencia, la solución no es reprimirse ni expresarse en forma
colérica, sino en resolver el problema que ha causado el enojo. La irritabilidad, ira u hostilidad, al
producir estrés, disminuyen la eficacia del sistema inmunitario, sobre todo de las defensas naturales
que se encargan de destruir las células cancerosas, lo que determina una mayor incidencia de cáncer.
Hay un correlato entre la ira patológica que acaba conduciendo a la cólera máxima y a la
violencia y las funciones de la amígdala. Las personas propensas a la rabia patológica son incapaces
de anticipar las consecuencias negativas de la expresión extrema de la ira, una incapacidad en la que
están implicados el lóbulo frontal y la amígdala. Hay estudios que muestran existencia de atrofia o de
una grave contracción en la amígdala de quienes ofrecen un historial de agresividad severa. Esto
sugiere una clara relación entre la amígdala y la expresión patológica de la violencia.
El sentimiento de ira, tan en boga hoy que ha llevado a una verdadera “epidemia de
iracundia” manifestada por lo que se ha dando en llamar la “cultura de la violencia”. Ha sido descrito
por Mira y López y lo llamó “gigante rojo”, considerándolo como un sentimiento innato del
hombre. Vincula a la ira, según la escuela freudiana, con instintos tánicos-destructivos que actúan
como “impulso de anulación”, con consecuencias homicidas-suicidas, pues lo mismo puede
desembocar en el asesinato que en el suicidio. Nosotros no hemos incluido al sentimiento de ira en la
lista de sentimientos negativos porque es muy difícil separar el sentimiento ira de la emoción ira.
Ambos están tan encadenados que es casi imposible determinar hasta que punto es puro sentimiento y
cuando se convierte en emoción. Lo normal es que cuando ya es ira, su expresión es siempre
emocional. Las primeras etapa de la aparición como sentimiento lo veremos luego en la descripción
de Mira y López, donde como sentimiento puede iniciarse como enojo, enfado, rabia o sensación
furibunda, pero cuando se transforma en furia cierta es casi inevitable, normalmente, que no se
manifieste como emoción. Estas razones nos llevan a describir a la ira como emoción.
Biológicamente, la ira tiene su génesis en:
a)
la irritabilidad celular que responde a toda acción con una reacción en más (“devolver más
de lo que recibieron”)
b)
la agresividad animal que es irracional.
En el hombre, la ira primariamente aparece por una “sensación de fracaso o impotencia”que
lleva al enojo. De éste pasa a una “reacción de rebelión o indignación”. Mira y López describe la
“orgía iracunda” en seis etapas consecutivas:
1º.
etapa: sentimiento de exaltación o “facilitación de la acción”.
2º.
etapa: protesta interior. Es una sensación de “sentirse molestado” por algún acto o hecho.
También es “sentirse extrañado” o “sorprendido” ante determinadas conductas sociales, por no
hallar el eco, ayuda o la comprensión esperada, en una situación emergente. Los ingleses llaman a
esto shocking (chocante). Las etapas 1ª y 2ª, son sintomáticas exclusivamente. Se sienten pero no se
expresan en acciones (esta etapa, con la anterior, describen a lo que podría considerar el verdadero
sentimiento de ira)
3º.
etapa: es de rebelión personal y enojo. Es el primer paso de la conducta ofensiva (agresiva
directa) que comienza con un sentimiento de ofensa (si la causa es humana) o de entorpecimiento (si
el obstáculo no es humano). Antes de convertirse en ofensor-agresor, el iracundo se siente ofendido.
En esta etapa, además del síntoma, hay signos: acaloramiento con sensación interna de calor y
enrojecimiento con vasodilatación facial y auricular (faz y orejas coloradas).
4º.
etapa: es de la ira desatada. Es la etapa de la contraofensiva. Hay una reacción más violenta
y dañina que la que originó el enojo. Se pierde el control de palabras y actos y comienzan los gestos
iracundos (ejemplo: golpes al aire o a algún objeto).
5º.
etapa: es del estado furibundo (enojo furibundo o rabia). En esta etapa el iracundo ya “no
sabe lo que hace” a pesar de no estar inconsciente de sus actos. Actúa sin sentirse actor sino como
espectador de sus actos. Percibe pero no siente. En esta etapa aparece el impulso homicida.
6º.
etapa: es el grado máximo de la ira: la ira desatada. Es un equivalente de la “emoción
violenta”. El furibundo pierde el control de sus actos, en forma similar a la etapa anterior de rabia,
sólo que aquí se agrega un cierto grado de inconsciencia. Actúa pero no tiene noción de si es actor o
espectador. Hay pérdida total del control de sus actos. Se mueve como autómata o proyectil humano,
capaz de cometer cualquier acción disparatada. Ataca a sujetos u objetos determinantes de su ira. Es el
clásico ejemplo del asesino-suicida: mata a otros y luego se suicida. Son verdaderos actos de locura,
que duran apenas unos segundos, pero son devastadores en su acción.
El impulso homicida normal nace en el estado de excitación máxima que genera iracundia y
en este estado un individuo está fuera de sí o, como se suele decir, el iracundo se siente salir de
quicio. Los mecanismos normales de defensa o adaptación frente a una acción o estímulo, se pierden
(desestructuración de la personalidad). El iracundo margina su racionalidad y experimenta hundirse
el mundo. Desaparecen su capacidad crítica y su estado de un ser centrado, equilibrado, para
convertirse en un descentrado o excéntrico, sin el poder de discernir. Se mueve a un nivel instintivo.
No está en la plenitud de ser humano, en lo referido a inteligencia y juicio. Quizás, en la opinión de
muchos investigadores actuales, entre ellos Goleman, el impulso del sentimiento de ira sea aprendido
desde niños, a través de una sociedad que se manifiesta como violenta en muchos aspectos. Los
primeros modelos pueden ser los padres como “violento ejemplo de agresividad, modelo que los
niños llevaban consigo a la escuela y al patio de juegos, y seguían a lo largo de toda su vida”.
Este sentimiento de ira ha generado impulsos homicidas como es el caso de padres que
asesinan a sus hijos que lloran, de cónyuges que matan a su pareja por diversas diferencias, de
personas que matan a otras que les provocan molestias crónicas. En general, el sentimiento genera
una intolerancia a muchas cosas y la reacción natural es la violenta. Otras veces, la conducta violenta
es la norma habitual de vivir y así, esa violencia se instala en el hogar, en la escuela, en el trabajo y en
todo el ámbito social, donde la reacción violenta se vuelve la regla habitual. Hoy, muy pocos se
cuestionan a fondo la conducta violenta. Quienes amagan críticas lo hacen muy superficialmente y
casi todos terminan sumándose, tarde o temprano, a una reacción violenta en matices diferentes.
Todos llevan latente un sentimiento de pendencia que conduce a una conducta pendenciera
con reacciones hostiles ante cualquier situación considerada conflictiva. Se ha renunciado a la
cortesía, comprensión y tolerancia para tratar los conflictos. Directamente se desemboca en la lucha
abierta, en la cual no cabe ninguna idea de huída. Los problemas se resuelven peleando y, si es
posible, desencadenando la violencia física mediante el golpe o paliza, la agresión armada y,
finalmente, la muerte o asesinato de otro (a veces seguida por el suicidio del asesino). Es notable el
incremento del impulso homicida no psicopático que lleva a esa conducta de asesinato y/o suicidio,
donde en el instante que se desata el impulso ya no interesa ni la vida propia ni la ajena.
La ira como instrumento de eliminación de lo frustrante
Este tema ya lo antelamos con la tesis Matthieu. Como es habitual al abordar el problema
emocional, y en especial, de cada emoción en particular, nos encontramos con la ira la cual no es
fácil de comprender y explicar dadas las connotaciones que dicha emoción tiene. Igual que todas las
emociones, está sujeta a una serie de factores o variables que dependen tanto del sujeto emocionado
como de las cualidades del estímulo, objeto o sensación que despierta la emoción.
Ya enfatizamos que ira, para la RAE, es la “pasión del alma que causa indignación y enojo”
y considera a la pasión como “cualquier perturbación o afecto desordenado del ánimo”, a la que vez
que también acepta al término como “acción de padecer” y padecimiento es “sufrir algo nocivo y
desventajoso”. La indignación es un “enojo vehemente contra una persona o contra sus actos” y
enojo es “movimiento del ánimo que suscita ira contra una persona” Estas denotaciones resultan
confusas puesto que utiliza a los términos como sinónimos, e ira es igual que enojo, enfado,
indignación y viceversa, cualquiera de ellas equivale entre sí lo que significan que dicen lo mismo.
Este método de denotación es simplemente cambiar una palabra por otro sin llegar a la esencia del
concepto. En este caso podemos rescatar conceptos como “pasión del alma” o “movimiento del
ánimo” como “perturbación desordenada del ánimo” con la característica de vehemencia, esto es,
“que tiene una fuerza impetuosa” que produce sufrimiento nocivo y desventajoso.
Pero lo más curioso que el objeto más frecuente de la ira es una persona o sus actos. Esto
parecería significar que es imposible que haya un sentimiento de ira contra un objeto inanimado o
cosa y muy raro con un animal, etc., lo cual es ilógico e irreal. La cuestión se complica cuando
Ekman considera que la ira se asocia a la violencia que lleva a dañar a los demás. Pero aclara que
opina que cree que no es necesario considerar que la violencia es algo inherente biológicamente a la
ira. En esa idea, admite que el fin de la ira no es la violencia, la cual puede ser una consecuencia de la
ira. Su tesis es que el objetivo de la ira es el impulso para eliminar los obstáculos que se interponen
en nuestro camino y nos frustran. Este concepto involucra que la violencia no debe ser un
componente ineludible de la ira y que el fin de la ira no es dañar a otros. Pero la ira tiene un aspecto
muy peligroso y crea más ira e impotencia para no responder con más ira a la ira misma. Por lo tanto,
si alguien quisiera frenar el proceso de ira como causante de más ira, se vería comprometido a
realizar un gran esfuerzo para evitar la respuesta acrecentadora de la ira. Los conceptos de Ekman, en
el sentido de que la ira no es, esencialmente, dañina, fueron refrendados mucho antes por Mira y
López quien, además, de pensar lo mismo que Ekman, asoció al miedo como la primera emoción
que sacude el universo recién creado y la ira como la segunda emoción que se desata después del
miedo.
Incluso, Mira y López cree que antes de sentir ira hay algo de miedo. Le llamó el gigante
rojo debido a la enormidad de su ímpetu, al que considera muy superior al miedo. Tanto es así que
hace reflexión muy original: las Sagradas Escrituras nunca hablan de que Dios haya sufrido miedo,
pero sí ha tenido accesos terribles de ira que le llevó a destruir dos ciudades completas (Sodoma y
Gomorra) la famosa Torre de Babel, la agitación del Mar Rojo, etc. Esto podría justificar, en otro
contexto, lo del entusiasmo (el Dios que todos llevamos dentro) y la ira pasaría a ser más un atributo
divino que humano. Mira y López no se detiene en sus concepciones originales y llama la atención
de la irritabilidad celular a la que considera como el fundamento más primario de la ira en los seres
biológicos, en especial el hombre y los animales. En la coincidencia con Ekman, Mira y López
acepta que la chispa de la ira en la conciencia es la amenaza de un fracaso. Por eso surge cuando un
obstáculo a las intenciones o constituye un elemento vulnerable al yo personal y lo limita o
menosprecia de algún modo, se despierta la ira.
Luego sentirnos limitados, entorpecidos, fracasados en nuestros propósitos o menospreciados
en nuestra persona o dignidad, son factores que nos frustran y llevan al estado de iracundia. Un
ejemplo que pone es cuando se nos insulta. Si el insulto en sí no tiene materia, es absurdo y falso, en
lugar de enojarnos nos provoca indiferencia o risa. Pero si el insulto es desagradable o parcialmente
cierto, entonces provoca ira. ¿Qué pasó? El insulto banal nos encuentra con que sobran medios
seguros para anularlo, pero el insulto lesivo nos sume en un total desamparo y esto nos causa una
especie de miedo incipiente. Por lo tanto, desde esta perspectiva, la ira puede presentarse como
intento defensivo contra el miedo incipiente. Algo similar ocurre con las bromas, en cuanto a si nos
producen susto leve o un gran susto.
Luego, concluye Mira y López, cuanto más haya durado la compresión yoica (mayor
vulneración lesiva del yo) mayor será la intensidad y la duración de la reacción colérica, de forma tal
que aunque haya reparación del daño en forma tardía, no se extingue la persistencia del impulso
colérico. Por su ímpetu y las dimensiones intensos que puede adquirir y la propiedad de
autoaumentarse (la ira genera más ira), es el sentimiento o emoción más difícil de reprimir (aun más
que el miedo). En síntesis: no negamos que uno de los objetos de la ira sea eliminar o suprimir la
causa de frustración y de enojo, pero no aceptamos que ésta sea su objeto principal. Hay
manifestaciones de ira que van más allá de la mera supresión del objeto o conflicto frustrante. Por lo
tanto, la eliminación del objeto de ira es sólo un aspecto del fenómeno iracundo.
Con un adiestramiento eficaz, el Dalai Lama sostiene que a la ira se le puede oponer la
tolerancia o paciencia que es lo contrario a la violencia. Ekman, a su vez, cree que una de las formas
mejores para evitar la frustración y la ira, en el caso especial de que ésta sea despertada por acciones
de otra persona, es la actitud correcta es buscar el método empático de colocarse en el lugar de la
otra persona (la ofensora); y refrenar el primer impulso de contraofensiva (no responder
inmediatamente con agresiones orales o físicas) y tratar de colocarse en la perspectiva o punto de
vista del otro o analizar las circunstancias que pueden haber llevado a la otra persona a desarrollar
una acción molesta u ofensiva u obstaculizadora. Esto significa deslindar el acto del actor.
El acto en sí es verdaderamente ofensivo, pero es probable que no hubiera intención de parte
del actor de haber desarrollado una acción ofensiva, la cual puede ser ocasional o accidental. Si del
análisis surge la real intención de daño por parte del ofensor, es allí donde adquiere licitud la
respuesta contraofensiva, aunque como lo remarca el budismo, el cristianismo y otras doctrinas,
responder agresión con agresión, sólo puede conducir a empeorar una situación y no solucionar la
ofensa ni eliminar un obstáculo. Si no emerge un mayor daño, una acción de opción que lleva a
evadir una respuesta agresiva, lo mejor es tratar de sortear el obstáculo con una actitud evasiva
(huída). Únicamente, cuando no hay otra reacción posible, la lucha en defensa de su propia vida o
indemnidad, es posible o conveniente. Pero son muy pocos los actos iracundos que pueden llevar a
peligrar la vida.
Los actos de furibundia cotidiana son intrascendentes, salvo que un estado de ánimo irascible
aumente la real dimensión del impulso y lo agrande de una manera que se torne irrefrenable e
intolerable. Dice un axioma vulgar o popular: “cuando uno no quiere, dos no pelean”. La actitud
calma o flemática frente a una reacción o acción furibunda o iracunda, puede poner paños fríos a una
reacción coyuntural (a menos que el furibundo interprete la paciencia como un gesto de indiferencia
ofensiva que traduzca una actitud de soberbia o desprecio o afrenta). De no pasar a mayores, la calma
y la tolerancia son los mejores elementos para neutralizar una iracundia no justificada ni generada por
causa alguna o la erróneamente producida por acto involuntario o accidental. Hay que tener en
cuenta que lo mencionado anteriormente como impulso homicida no psicopático es un impulso
obsesivo y compulsivo que genera todo un síndrome, por lo que haremos una digresión etimológica
y denotativa, para tener conceptos más claros sobre los términos que pueden describir más
acertadamente el síndrome que tratamos.
Anteriormente aclaramos que era impulso, compulsión, etc. El impulso homicida actúa como
compulsión. Para entender la fisiopatología del síndrome del impulso homicida no psicótico, es
necesario analizar el impulso agresivo en sí, además del sentimiento de ira. Pieron entiende que la
agresividad o tendencia al ataque, es un impulso normal desencadenado por estímulos específicos o,
más habitualmente, por agresiones o actos amenazadores. Para Cantón Duarte la causa más común
para que una persona esté encolerizada u hostil es la frustración, lo que se manifiesta en la secuencia:
frustración-ira-agresión. Cuando una persona quiere algo y sufre un impedimento para obtener lo
que desea, se excita y realiza actos agresivos-destructivos.
Sin embargo, la explosión agresiva y el impulso agresivo homicida ocurren cuando hay
cólera almacenada, acumulada. La cólera que se acumula por frustraciones reiteradas, forma un
depósito de emoción irascible lo que lleva al estallido repentino, impredecible, a las explosiones de
violencia incontenible. Siempre que el impulso iracundo “no esté proporcionado al estímulo
provocador”, se debe suponer que hay cólera acumulada, que rompe repentinamente todo dique y
sale como ola arrolladora. Lo expuesto por Cantón Duarte es ratificado y ampliado por Montejo
Carrasco, quien retoma la afirmación controvertida, que en 1939 hizo Dollard quien sostenía que la
agresión es consecuencia de la frustración de forma tal que siempre que hay agresión existe una
frustración y viceversa: si existe frustración habrá agresión. Montejo Carrasco afirma que la
frustración es un hecho diario, cotidiano, y coincide con Buss en que la frustración puede tener
varios orígenes. A los fines de este trabajo, tomaremos las causas de:
a)
b)
c)
barreras: la colocación de obstáculos a la realización de una tarea o acción;
interferencia: la interrupción frecuente de un acto;
repetición de la frustración (efecto aditivo de las frustraciones)
En el análisis etiopatogénico cabe la pregunta: ¿por qué si una misma situación vivida por
diferentes personas, sólo algunas reaccionan agresivamente y de éstas, un número más reducido llega
al homicidio y/o suicidio? A esta cuestión se responde que la reacción frente a una frustración, es
distinta en cada persona y dependerá del nivel individual o límite de tolerancia a las frustraciones
que cada uno tiene. El nivel o límite individual está íntimamente ligado a la personalidad. Antes
hemos mencionado que el acto agresivo se lleva a cabo descontroladamente, cuando hay una
desestructuración de la personalidad. En esto, independientemente de otros conceptos más amplios o
mejor logrados, hemos seguido a Allport quien aporta conceptos sobre la personalidad, muy útiles a
los fines de este trabajo. Allport, en términos generales, define a la personalidad como “una
organización dinámica, en el interior del individuo, de los sistemas psicofisiológicos que aseguran su
particular ajuste a su ambiente”.
Con esto se puede entender a la personalidad como verdaderos mecanismos o estructuras de
ajuste, compensación y equilibrio frente a los elementos desestabilizantes ambientales. Cuando estos
mecanismos no logran sus objetivos estabilizadores, se dice que hay desestructuración de la
personalidad, y en esta situación se alteran o se pierden los límites normales de tolerancia. En nuestro
análisis debe considerarse el nivel de tolerancia en dos expresiones importantes: como de bajo nivel
de tolerancia, como alto nivel de tolerancia.
¿Qué es tolerar una frustración?: “Es soportarla de modo que no ocasione daño “de rebote”
a uno mismo y los demás”. Los que tienen un alto límite de tolerancia sobrellevan las frustraciones y
controlan su reacción frente a ella. Las personas de bajo límite de tolerancia son a las que las
frustraciones las vuelve coléricas y reaccionan agresivamente. El límite de tolerancia, además del
nivel personal o personalidad, dependerá de la clase, intensidad y duración de la frustración, de
forma tal que una frustración muy lesiva e intensa y reiterada terminará por rebasar cualquier límite
de tolerancia. Por lo tanto, además de lo que corresponde a lo genético, a la personalidad, a lo
cultural, al carácter y otros rasgos constitucionales propios de cada individuo, el estrés crónico es una
variable común a todos los casos, que conlleva la frustración (distrés crónico frustrante) y la agresión
como reacción a la frustración. El nivel de tolerancia está involucrado con los conceptos actuales de
vulnerabilidad y resiliencia.
Cuando vimos la mente sensitiva estudiamos las formas de reacciones en las emociones. Todo
esto se basa en estudios experimentales realizados. La regulación cerebral de la expresión emocional
ha sido expuesta por estudios que mostraron la condición especial de que cuando la corteza
prefrontal se encuentra dañada, la memoria emocional es muy difícil de extinguir. Estos estudios, de
algún modo, ponen de manifiesto que las áreas corticales regulan la respuesta emocional y las
impiden cuando son negativas.
Pero perdido el control por alteración de las vías corticoamigdalinas, se transforma el
comportamiento de una persona, el cual se vuelve más rígido al impedir la extinción de lo que parece
ser un proceso de aprendizaje activo. La amígdala conforma un centro de aprendizaje fundamental
debido a su localización intermedia entre regiones aferentes y eferentes. Las vías que nacen en el
tálamo ofrecen una percepción sumaria pero rápida del mundo externo (mente emocional), mientras
que las vías corticales proveen una información detallada y analítica lo que hace más lento el
reconocimiento sensorial del objeto.
La existencia de dos vías distintas de aprendizaje emocional (una rápida y otra lenta) parece
deberse a las diferencias temporales, pues en ocasiones es necesario producir una respuesta emocional
rápida que permita evitar un peligro potencial, sin esperar el lento reconocimiento cortical que la
justifique. La amígdala se encuentra así en el centro de un mecanismo de memoria no declarativa que
opera fuera del campo de lo consciente. Cuando el componente emocional de un acontecimiento
determinado es almacenado en el centro de la memoria declarativa (hipocampo) el individuo puede
recordar lo que sintió en ese momento, pero sólo como uno más de los detalles que componen la
experiencia. En cambio, para que el sujeto vuelva a sentir lo mismo que en ese momento, o para que
los mencionados detalles produzcan una reacción emocional al ser reencontrados, es necesario que
también se reactive la memoria emocional por medio de la amígdala. Ambos tipos de memoria son
almacenados y recuperados en paralelo, pero el acceso consciente a lo emocional sólo puede hacerse
por medio de las consecuencias del acto emocional, como sucede con el comportamiento o las
sensaciones subjetivas que se combinan con la memoria declarativa existente, para modificarla y
formar una nueva memoria declarativa..
Si recordamos lo que Goleman expresa sobre tono emocional, un estímulo emocionante que
iba más allá de segundos, generalmente se debía a estímulos repetitivos, caso del estrés crónico. La
extensión de la emoción estresante crónica, necesita mecanismos distintos que actúan evocando la
emoción sostenida y es ahí donde los sentimientos persisten por horas o tiempo mayor, pero en forma
amortiguada, tórpida o larvada, no explosiva, y con bajo estado de ánimo (ánimo “apagado”). Con
un estímulo y objetivo (que no obra como recuerdo de un hecho emocionante), la estimulación
crónica eleva el tono emocional hasta llegar a tensión o emoción intensa que actúa de entrada. Esto
explicaría (junto con la teoría de que la ira busca eliminar el objeto de frustración), el impulso
homicida no psicopático que hemos venido describiendo, en el cual no interviene el mecanismo
racional de segunda respuesta al estímulo emocional. Así ocurría, como hartamente lo hemos
explicado, en la mente sensitiva emocional, porque si la emoción, para reaccionar, tuviera que
razonar y pedir al cuerpo que se preparara para actuar, no sería eficaz en la emergencia.
Este mecanismo natural de defensa no es distinto a la reacción emocional incontrolada por la
razón que se despierta en el impulso homicida. El razonamiento ocurre mucho después de ocurrida la
acción emocional violenta. Con posterioridad al “huracán emocional”, de acuerdo a la intensidad y
circunstancias del mismo, pueden ocurrir dos hechos: que haya amnesia retrógrada absoluta de lo
sucedido (lo que suele ocurrir con la llamada emoción violenta) o que una vez consumado el acto
emocional (incluso a veces mientras está sucediendo), el actor tome conciencia del hecho y se
pregunte para qué o por qué cometió tal acto.
Ya explicamos que esto sucede porque la lentitud de la mente racional le lleva a operar una
vez que la mente emocional ya entró en actividad. El arrepentimiento de los actos emocionales
cuando causan daño, puede depender de la evaluación que se hizo en el momento de la emoción para
gatillar una acción determinada. Si el emocionado cree que actuó por “justa causa” como puede
ocurrir con el marido que descubre que su mujer le es infiel o aquél otro cónyuge que se siente
despreciado por su pareja, seguramente no se mostrará muy contrito, aunque en el fondo de su alma
lamenta lo que ha hecho, porque cree que le asiste la razón de la justicia. Se aprecia como una
especie de “justiciero”. Si la emoción no está supeditada a la razón, mucho menos lo estará a la
evaluación de leyes. El que está bajo una emoción, no puede detenerse muchas veces porque la ley le
impide cometer tal o cual acto. No obstante, puede reconocer que ha cometido un hecho ilegal. La
circunstancia de reconocer la ilegalidad de la acción y el conocimiento previo de la ley, no es una
razón para juzgar como intencional un acto, que al momento de cometerse, no era racional ni
razonador.
Rodríguez Delgado, neurólogo español especialista y autoridad mundial en el campo de la
estimulación cerebral, sostiene que las recepciones sensoriales y la información cultural son factores
decisivos para la determinación de muchas propiedades anatómicas, químicas, eléctricas y funcionales
de la neurona cerebral. Luego, la agresividad humana está influenciada por lo cultural y lo ambiental
de forma tal que las tendencias agresivas, indudablemente, son modificadas por la educación, pero se
debe reconocer definitivamente que los estímulos ambientales puede afectar radicalmente el
desarrollo físico y químico del cerebro y otros órganos. En virtud de esto, investigaremos los
principales estímulos ambientales, en una lista muy reducida, que puedan desarrollar un impulso
homicida. Antes de ello, estudiaremos los efectos psicofisiopatológicos que esos estímulos ambientales
producen y que conducen a lo que los sajones han denominado lesión emocional.
Entendemos por lesión emocional a la alteración psíquica con indemnidad física, por
excitación cerebral (injuria cerebral) que signifique una lesión o trastorno emocional grave intenso,
debido a un daño psíquico, afectivo y emocional. Fisiopatológicamente se acompaña con
disfuncionalidad de neurotransmisores (disfuncionalidad fisicoquímica) Se origina en una gran
tensión nerviosa progresiva, con alto grado de ansiedad, determinada por un estímulo ambiental
específico muy irritante que opera reiteradamente (por ejemplo, un ruido molesto).
La combinación de tensión y ansiedad por demasiado tiempo provoca la lesión emocional, la
cual clínicamente presenta:
a)
b)
c)
neurastenia;
cambios desestructurantes de la personalidad;
conducta violenta con agresividad extrema.
La agresividad extrema genera el impulso homicida que compulsa a obrar con imprudencia y
desenfrenadamente. El impulso homicida ocurre en el paroxismo del estímulo ambiental, en plena
acción del estímulo sobre la psiquis del agresor homicida constituyendo una verdadera lesión
emocional que funciona como injuria cerebral, pues hay modificaciones patológicas metabólicas y
neuronales que llevan a la formación del impulso. Cuando se consuma el acto agresivo u homicida (o
el estímulo cesa), el individuo afectado se agota y cede el impulso agresor, violento u homicida. Pero
no desaparece el estado furibundo ni la lesión emocional, lo que permite que otra exposición al
estímulo desencadene rápidamente, en forma inmediata y súbita, una reacción agresiva sumamente
violenta y de corta duración (apenas segundos). Producida la reacción, si hay oportunidad, se
consuma el acto violento u homicida. Cada vez que no se realiza el acto agresivo, aumenta la
frustración y persiste, con mayor energía, la latencia del impulso agresivo-homicida, hasta que una
nueva ocasión, con oportunidad, libera explosivamente, frente al hecho reiterado, dicho impulso
homicida, dando lugar al asesinato y/o suicidio.
La angustia como emoción
Cuando el sentimiento de angustia se transforma en la emoción angustia produce efectos
como el miedo o pánico con todos los trastornos psíquicos y físicos descriptos en el estado de
angustia. Hemos reiterado hasta el cansancio que es muy importante distinguir entre el estado de
sentimiento (estado pasivo) y el estado de emoción (estado activo). Insistimos en el concepto de que
en el sentimiento sólo se siente o percibe algo pero no mueve a nada. Cuando el sentimiento es el
motor de una acción o efecto determinado, pasa a ser una emoción. Si no distinguimos esto
claramente, en el caso específico de la angustia no podremos comprender todos los fenómenos que
en torno a ella se describe desde varios puntos de vista (filosofía, psicología, psiquiatría, religión,
etc.). El angor filosófico es un sentimiento puro, la angustia de la psiquiatría y la medicina es una
emoción de angustia.
El concepto médico queda claramente expresado en los autores siguientes: Muñoz Martín y
Feduchi Canosa conceptúan a la angustia como “una emoción: la emoción de angustia”, la cual se
caracteriza por “fenómenos de orden fisiológico y psicológico”. Las denotaciones de la RAE señalan
que angustia era “aflicción, congoja”; “temor opresivo sin causa aparente” y en las definiciones
connotativas médicas como “temor morboso ante un peligro imaginario”; “estado afectivo
exacerbado en los psicópatas, combinación de disgusto y tensión interna, sensación de inquietud y
espera de sucesos dolorosos” o “estado de aprensión, intranquilidad y temor desproporcionado a la
amenaza real, la principal característica de la neurosis, acompañados de síntomas somáticos”. La
angustia está al fondo de la cuestión de la salud mental, pues figura entre las causas de enfermedad
mental, la cual está muy ligada a la “comprensión del origen, manifestaciones y transformaciones de
la emoción de angustia”. Cualquier estado de emoción o afecto tiene la posibilidad de ser apreciado
por quien lo vivencia como “un estado de excitación de su organismo”. El poder concienciar los
estados de excitación o tensión que eventualmente afecten al organismo, se debe a factores
madurativos y del desarrollo, que están tanto en lo biológico como en lo psicológico. La exposición
previa a un estado de tensión es la condición para que se presente una emoción.
Muñoz Martín y Feduchi Canosa resaltan que “muchos autores han querido ver en estos
estados de tensión y en las modificaciones correspondientes del organismo, el fundamento y el
prototipo de las manifestaciones emocionales que caracterizan la vida del ser humano”. Estos autores
piensan que la angustia es una de esas manifestaciones emocionales, a la que consideran fundamental
por su importancia en la organización del mundo. Este concepto lo subrayamos al repasar la escuela
existencialista. En consecuencia, como antes lo dijimos, la angustia está en relación tanto al
desarrollo intelectual y a la maduración afectiva, normales, como al proceso del desequilibrio
mental. Como nota fundamental de la esencia humana, tiene un correlato anatómico y fisiológico
muy específico que es la zona cerebral de la emoción ampliamente estudiada a través del sistema
límbico y sus conexiones, y el locus ceruleus. Dentro de este centro de emociones está inmersa la
angustia por lo que muchos autores sostienen la “prefiguración de la angustia” a manera de
“existencia de un componente constitucional presente desde el nacimiento”.
Vistos estos conceptos, podemos resumir que la angustia como emoción normal o patológica
es algo inseparable de la existencia humana y se despierta como “sentimiento de peligro inminente”,
tanto en lo orgánico como en lo psíquico y trastoca profundamente la personalidad, ocasionando un
desequilibrio que puede llevar a la despersonalización, sobre todo en la angustia crónica (la que se
prolonga en el tiempo). Angustia y angor tiene una raíz común con angina. Angor y angina, en lo
orgánico, se refiere a un “dolor constrictivo”, a sensación de opresión y estrechamiento
(estrechamiento psíquico, no físico o estenosis). Probablemente la angustia esté emparentada con el
angor y la angina por la sensación de opresión que produce.
Sin embargo, esto no es tan simple, por lo que vale la afirmación de Ajuriaguerra de que
“las manifestaciones neurovegetativas y las vivencias emocionales, el malestar fisiológico y el
sufrimiento psíquico, se entrelazan de tal manera que resultan muy difícil, si no imposible, de
identificarlos por separado”. En este terreno conviene tener bien claro que hasta ahora, angustia se
relaciona, corresponde o refiere a acontecimientos imaginarios, no reales, es decir, fantasía
inconsciente sin origen en la realidad, mientras que miedo es una reacción de defensa o respuesta en
forma de huida o inmovilización frente a un peligro real y presente. La angustia es así un sentimiento
que se despierta ante “algo desconocido”, difícilmente identificable con un objeto concreto. En este
estado produce pánico. Cuando se identifica con algo concreto, se transforma en fobia, como miedo
irracional, absurdo, a determinadas cosas.
El miedo se experimenta siempre “ante algo conocido y peligroso” (acontecimientos
claramente identificables y fatales, en forma inmediata, para la integridad del individuo que los
afrenta). Cuando una persona se altera profundamente y no puede distinguir entre lo real y lo irreal, e
indistintamente reacciona con angustia en forma de miedo o temor, estamos ante una reacción fóbica.
Por estos conceptos, la ciencia médica incluye actualmente a la angustia dentro de los trastornos de la
ansiedad, como pánico y fobia. Mantiene la relación inextinguible entre angustia y ansiedad, que
siempre van unidas en grados distintos, pero angustia queda ligada indisolublemente a miedo.
El estrés como emoción
Otro problema relacionado con la emoción es el estrés. Frente al estrés es importante las
idiosincrasias de cada población y las condiciones psicosensoriales. Hay factores psicosociales que
provocan gran estrés en unos grupos comunitarios y a otros le afectan menos. Hoy estamos en
perfectas condiciones de decir que estrés es una reacción biológica natural frente a una conmoción
profunda. Esa conmoción puede ser despertada por un conflicto o una emoción y cualquier otro
estímulo externo e interno. Ya no hablamos de estímulos solamente, porque esa palabra puede ser
cualquier cosa, tanto física como espiritualmente, en cambio sabemos que emoción es una sensación
interna que es despertada, sí, por estímulos, pero tiene diferentes grados de intensidad (suave o
intensa, débil o fuerte) y matices de significación (amor u odio, placer o sufrimiento, satisfacción o
frustración, solución o conflicto). Una emoción estresante puede placentera o conflictiva. Por eso
debemos agregar al concepto de estímulo, la palabra eventos.
En el estrés, cuando hay emoción placentera, decimos que hay eustrés (estrés correcto o
bueno) y en una emoción conflictiva encontramos el distrés (estrés incorrecto o malo), donde se
plantea el clásico dilema de lucha o huida. Como en la vida hay placer y conflictos alternadamente,
podemos decir que estrés es una reacción natural y biológica de la vida. Con lo de natural biológica,
nos referimos a que es parte de la esencia de los seres vivos, y afecta a todos ellos. Por lógica, el estrés
del ser humano tiene connotaciones propias debido a que sus emociones y estímulos son distintos a
los otros seres vivos. Originalmente, stress era la fuerza interna que se genera en un cuerpo para
resistir una fuerza que tiende a deformarlo (tensión). Este concepto físico responde un poco al
concepto de que todo estímulo activo genera una fuerza reactiva (esto es similar al principio de
acción y reacción).
La idea de estrés, en un esquema interactivo de estímulo-respuesta, puede llevar a que se
considere al estrés, tanto como un estímulo que genera respuesta, o bien, como una respuesta a un
estímulo. Cannon, en 1929, habla de stress como una especie de reacción fight-flight (lucha o huida)
que puede plantearse ante un hecho amenazante o peligroso y esboza que su mecanismo depende del
sistema catecolamínico del eje simpático-adrenal (homeostasis). Otra idea sobre el origen etimológico
es que el estrés significa constricción y es factible que tenga una raíz o al menos una similitud con
strictiare, término latino que se refiere a estrechar o constreñir. Este concepto puede ser aplicable a
una de las manifestaciones del estrés, en cuanto éste provoca sensación de constricción o de
limitación del entorno y de las relaciones interpersonales, pero no al estrés en sí. Algunos autores
eligen como raíz etimológica a stringere e intentan traducirlo por “provocar tensión”. Stringere,
sinónimo de strictiare significa “apretar, comprimir”. Sin embargo, personalmente creo que todo lo
que expresa una especie de estrechamiento o constricción o sensación de “estar apretado o
comprimido” está más cerca de angustia, aunque ésta también es causa de estrés.
Es muy difícil rastrear la etimología de stress, ya que el propio Cannon y Selye, creadores del
término, no lo relacionaron con ninguna raíz latina, sino con el concepto físico que se tenía en ese
momento, de la palabra stress en inglés, o sea, como sinónimo de tensión. Pero el autor del
incremento del uso de la palabra estrés (del inglés stress = tensión), fue Hans Selye, quien definió al
estrés biológico, como “una respuesta no específica del organismo a cualquier exigencia que se le
haga”. Esta concepción es clara, en la que el estrés, por naturaleza, será siempre una “respuesta a”
un estímulo, y éste, a su vez, será permanentemente el agente estresante o estresor. Así, estrés es, en
toda situación, una “consecuencia” de la interacción de los estímulos endógenos o ambientales y la
respuesta propia de cada individuo.
Estímulo o evento
conmoción psicoorgánica
tensión
estrés
reacción
adaptación
respuesta
Al referirse a distrés, en el hombre y en el animal, hay que hablar de condiciones anómalas,
que tienden a perturbar las funciones normales del cuerpo y la mente y, más específicamente en el
hombre, hay que considerar al estrés como una influencia que ocasiona desequilibrio emocional. Por
lo tanto, es posible distinguir un estrés físico y un estrés psíquico, según que el estímulo externo o
interno, impacte en el cuerpo o en la mente.
En 1986, Mason aclara que los estresores no pueden ser cosas conocidas o habituales del
medio, puesto que éstas por ser reconocidas y toleradas, no provocan alarma. Pero cuando hay algo
desconocido que irrumpe en forma abrupta y que el individuo afectado reconoce como conflicto o
peligro, entonces se establece el estímulo estresante (evaluación cognitivo-simbólica). Es como si la
persona afectada reconociera que el estresor no es comparable con otras circunstancias personales
experimentadas. Luego, aunque el estímulo estresor pueda tener elementos para que algunos puedan
evaluarlo como no amenazante, pasará a ser conflictivo cuando la valoración cognitiva previa lo
catalogue como tal. Es lo que ocurre con los microestresores cotidianos. No es la naturaleza del
estímulo lo que constituye un estresor, sino su evaluación cognitiva simbólica, que le da categoría de
amenaza.
Esto funcionaría como el punto de vista desde el que se aprecia dicho estímulo. Teniendo
como base lo antepuesto, la llamada reacción de alarma de Selye, que se consideró como una cadena
de reacciones psicofísicas frente a un agente o estímulo estresante, determina que la respuesta al
estresor no es específica sino general, por lo que se propone el nombre de síndrome general de
adaptación. En esta reacción hay una fase aguda o alarma propiamente dicha, y una fase de
adaptación (se huye o se lucha con el conflicto).
adaptación normal
mecanismos compensatorios
(homeostasis)
afrontamiento
lucha
escape
huída
Pero con el tiempo y la profundización de estudios, el término estrés va adquiriendo nuevas
connotaciones. Uno de estos estudios modernos es el que establece la conexión entre estrés y
enfermedad: el estrés es factor de riesgo y causa de enfermedades. Por eso, en 1974, el mismo Selye
rectifica el concepto de estrés y propone usar el término distrés como respuesta anormal, disfuncional
o patológica. De esta forma, ya no es una simple reacción de alarma (concepto de agudeza), ni un
síndrome de adaptación (concepto de cronicidad), sino que se transforma en un concepto mucho más
amplio y polifacético, en el cual el hombre no puede adaptarse al conflicto quedando entrampado
en no poder luchar ni huir. Este nuevo fenómeno abarca tanto lo agudo como lo crónico y es
polisintomático y polietiológico, desde el punto de vista fisiopatológico y clínico, resultando ser
producto de causas naturales o artificiales, de cosas reales o imaginarias y de cualquier factor de
ansiedad.
En ese mismo año, Selye, contemplando las diferentes reacciones agudas y crónicas de su
propuesto síndrome general de adaptación, reconoce que hay que diferenciar dos situaciones bien
concretas:
1.
La reacción primaria aguda, normal o funcional, propiamente denominada estrés, y la que
comprende todos los mecanismos del sistema de respuesta funcional considerados normales para
todo conflicto o afrontamiento con que normalmente vivimos en nuestro medio habitual y que
configuran las conductas de afrontamiento (del inglés coping) y son los que llevan a la lucha o a la
huída.
2.
La reacción anormal que es la provoca enfermedad o entrampamiento y cronifica la reacción
normal, es la que llama distrés, constituyendo un sistema de respuesta disfuncional que lleva a la
confrontación con el conflicto constituyendo las conductas de confrontamiento (del inglés binding).
Es decir, el estrés reconoce varias causas y ocasiona diversos síntomas en estas nuevas
connotaciones, en las que deja de ser una buena reacción para transformarse en una mala reacción,
que ya no le permite llamarse estrés sino distrés. El distrés se aleja del estrés porque mientras estrés se
concibió como síndrome de adaptación a un conflicto, el distrés es, realmente, un verdadero
síndrome de desadaptación:
adaptación anormal
por estímulo repetitivo
(adaptación por el cambio)
respuesta patológica
(alostasis)
enfermedad
psiquiátrica orgánica
Cuando las reacciones naturales de alarma no producen lucha o huída, el hombre queda
inhibido e inmerso en la tensión. Este término, de acuerdo con la RAE, primariamente sugiere
“estado de un cuerpo estirado por fuerzas que lo atraen”, entendiendo como una “fuerza que impide
separarse unas de otras a las partes de un mismo cuerpo, cuando se halla en dicho estado”. Es como
si el estímulo ejerciera un “estiramiento” sobre los músculos y la mente y, físicamente, aparece una
contractura muscular, mientras que mentalmente es un “estado de alerta”, todo esto manifestado por
lo que lo siente, como un “estar bajo presión”. Pero, tensión también es un “estado anímica de
excitación, impaciencia, esfuerzo o exaltación producido por determinadas circunstancias o
actividades”. Los diccionarios médicos entienden por tensión “la acción y efecto de tender o estirar y
el grado de estiramiento”.
Estas definiciones nos llevan a concebir a la tensión en el ser humano como una fuerza
interior o presión interior que se despierta ante un estímulo, que por un lado tiende a una expansión,
pero por otro lado ejerce una contención a dicha expansión. Esta aparente contradicción es,
precisamente, el carácter de la tensión estresante: es una sensación de presión u opresión interna que
busca una salida o explosión, pero que es contenida por mecanismos diversos, de forma tal que obra
como un “querer sin poder”. Obviamente, esta tensión es vivida como sufrimiento y frustración. En
este sentido, puede operar sobre lo psíquico (tensión psíquica) y llevar a la angustia y la ansiedad por
distrés mental o psíquico, o bien, obrar sobre el cuerpo (tensión física) y se manifiesta como distrés
físico mediante tensión muscular (contractura), hipertensión vascular (arterial o venosa), tensión
orgánica (enfermedad psicosomática). El concepto de distrés como causa de enfermedad, nace del
estado de alteración psicoemocional o físico que produce efectos deletéreos sobre el bienestar
psicofísico y social de la persona. Últimamente se considera que el estrés surge como un concepto de
reacción a un estímulo y se manifiesta por cambios en la cantidad de hormonas y en la función y
tamaño de muchos órganos, como respuesta de adaptación a dicha reacción.
El estrés, como concepto de adaptación, en sí, no conlleva ninguna connotación de bueno o
malo, sino que este concepto surge de las circunstancias que conducen a una persona a sufrir una
reacción de estrés y de los efectos que éste causa. De ahí nace que en determinadas circunstancias un
estrés, por sus efectos, puede ser bueno (eustrés) y en otras malo (distrés). Ambos, eustrés y distrés,
suelen ser nocivos porque una emoción positiva de eustrés, si es muy intensa puede provocar una
muerte súbita, un accidente cerebrovascular, desencadenar una crisis asmática o hipertensiva, etc.,
dependiendo la reacción, en casi la mayoría de los casos, de la situación personal preexistente en las
personas o de las tendencias o predisposición a enfermar en determinados aparatos (órganos blancos
o diana).
La mayoría de las acciones y decisiones que hay que tomar, en referencia a los factores de
estrés, en la vida diaria, no tienen trascendencia para la supervivencia física (no ponen en peligro la
vida). En consecuencia, no sería necesario responder a la mayoría de esos factores, como si estuviera
en peligro la vida o el bienestar de la persona. Pero cuando uno de ellos es dimensionado por las
circunstancias, de forma tal que se vivencie como que constituye una amenaza real o supuesta para la
supervivencia, acciona los mecanismos que controlan la actividad física y la homeostasis, para alertar
a una persona a enfrentarse con ese conflicto y tomar la decisión de pelear (enfrentarlo) o huir
(alejarse del problema o no enfrentarlo). Este estado de alerta se ha hecho casi un hábito para el
organismo del hombre actual (hipervigilancia), dado que muy pocas personas reflexionan acerca de
la realidad o verdad que cada situación encierra y sólo atinan a reaccionar con hábitos, los cuales al
no ser los adecuados, llevan a la inadaptación. Todo ocurre como si el total de las personas que
conviven en una sociedad están plenamente convencidas de que la lucha por la existencia y todos los
males aparentes que ésta trae, son inevitables. Desde el día en que se produce el nacimiento (y aun
durante el embarazo, en el estado de gestación), hasta que la llegada de la muerte, el transcurso de la
vida es apreciado como una serie de conflictos de todo tipo. Según esta concepción, o forma de vivir,
la vida es un campo de batalla en el cual la derrota es más factible que la victoria (visión pesimista)
que sumerge al hombre en la inacción, le quita su condición de ser reflexivo o inteligente y le hunde
en la desesperanza, lo que lleva a más de dos tercios de la humanidad actual, a vivir en condiciones
infrahumanas (miseria, ignorancia, guerra, enfermedad, etc.).
Y, a pesar de tener instrumentos suficientes y hábiles para superar cualquier contingencia, el
hombre queda a merced de las circunstancias y de las catástrofes en una especie de actitud suicida.
Pierde su condición de pensador inteligente para transformarse en un ser irracional que vive y actúa
contra toda norma de sentido común, y no se deprime porque está mal, sino porque pierde las
esperanzas de estar mejor. Así, una relación que debiera ser tan simple como es la familia (esposo,
esposa, hijos, parientes) en la que se supone que deben primer sentimientos de afecto y amor,
comprensión, buen trato, tolerancia, pasa a ser utópica o algo inalcanzable y los grupos familiares
como la relación esposo-esposa, padres-hijos, matrimonio-parientes, constituyen grupos con personas
con ideas contrapuestas, surgiendo el conflicto por sentimientos encontrados de celos, competencia,
falta de unión, intolerancia y otras emociones negativas. Hay pugna o conflicto constante con las tres
opciones que surgen entre lo qué se es, lo qué se debiera ser y lo qué se quisiera ser. El hombre de
hoy pierde el sentido de su vida y yerra al no encontrar el equilibrio entre esas tres opciones. A veces
porque no se sabe qué se debiera ser o hacer, qué es lo correcto, qué es lo bueno; en otras
oportunidades puede saberse qué hacer pero se reniega de ellos (no quiere hacer lo que debe hacer)
y, en algunas circunstancias (las menos), realmente no puede superar el medio para adaptarse a un
equilibrio entre las tres proposiciones sobre su ser. Todo esto afecta a lo ideal, a la tradición y al
futuro, puesto que lleva a la inseguridad, a la inestabilidad y se cambian todas las reglas o normas
conocidas o no se aceptan ninguna de ellas, quedando el conflicto como principal medio de vida
necesario e inevitable, como única norma de vida, restando otras posibilidades. Al ser lo inevitable
una norma, lo verdadero puede ser considerado falso y viceversa, los valores tales como la vida, el
amor, las virtudes pierden todo sentido o son despojados del mismo, entrando en un círculo vicioso
de odio, lucha, falta de afecto, irracionalidad y agresividad. “Todo el mundo está en pugna con
alguien”. Así, una persona que se siente inferior a otra, entrará en una lucha no necesaria, para llegar
a una cima imaginaria. Contrariamente, quien albergue sentimientos de superioridad hacia otro, le
despreciará y humillará. Por momentos, todo opera como que no hay sentimientos profundos de
amor, consideración hacia sí mismo y hacia el otro. Como resultado final, el temor, la soledad y la
desesperanza expresan el exterior de toda sociedad actual y aparecen como el eje de la rutina, la que
se vive como algo abrumador que frustra la vida de tantos seres humanos, convirtiéndoles en
insensibles, violentos y amargados, situación que les guía al asesinato (guerra, asalto, violación,
reacción por emoción violenta) y al suicidio. No quiere su propia vida ni respeta la ajena. O bien,
desarrollan un miedo a vivir signado por la angustia y ansiedad crónica, con picos de agudeza de las
mismas, y la depresión. Y, en esta dura realidad, finca el distrés actual, el cual funciona como una
emoción más.
Hay interrelación entre los estados emocionales y los cambios de funciones corporales
(Cannon). Acá surge la otra acepción de estrés (distrés): estado alterado del organismo cuando las
demandas que recibe exceden su capacidad para responder. Por esto la RAE define al estrés como la
“situación de un individuo vivo, o de algunos de sus órganos o aparatos, que por exigir de ellos un
rendimiento muy superior al normal, los pone en riesgo próximo a enfermarse”. La OMS dice que el
estrés es un “conjunto de reacciones fisiológicas que preparan al organismo para la acción”. Hoy
pesan en el concepto de estrés, los factores psicosociales, de forma tal que es dable aceptar el distrés/
estrés psicosocial. El estrés, básicamente como reacción ante un estímulo determinado, es potenciado
o condicionado en la sociedad actual, por las circunstancias sociales, económicas y políticas, que cada
vez más se acentúan como productores de desajustes, ante las expectativas personales o sociales que
se tienen y las que la vida en sociedad ofrece. También, estrés es “la respuesta del organismo a toda
demanda real o imaginaria que produce tensión”, con o sin adaptación. Lazarus piensa que estrés/
distrés es “el resultado de la relación entre el individuo y el entorno, evaluado por aquél como
amenazante, que desborda sus recursos y pone en peligro su bienestar”. Probablemente, Lazarus
piensa más en distrés que en estrés, pero, como dice López Mato, “por una cuestión de hábito”
mencionamos la palabra estrés cuando en realidad hablamos de distrés. En virtud de los conceptos
repasados, hablar de estrés es referirse a situaciones muy distintas entre sí. No debe confundirse la vía
común final del mecanismo fisiopatológico del estrés con los distintos estresantes. Lo que diferencia
un estrés del otro es el estresante y su mecanismo de acción y el efecto final del mismo (si es agudo o
crónico, físico o psíquico, etc.). Estos conceptos involucran que no hay un solo tipo de estrés, sino
hay estreses (diferentes clases de estrés). Se puede deducir, entonces, que entre las causas de estrés/
distrés se debe hablar de:
1.
2.
3.
Agentes físicos o ambientales
Agentes biológicos o interpersonales
Agentes psicoemocionales endógenos o exógenos
Consecuentemente, no es posible inferir que el estrés en sentido de distrés es algo común a
todos, un elemento natural de la vida, etc. si la intención de estas generalidades es simplificar lo que
de por sí es complejo, o restarle importancia a los fines sociales, individuales, jurídicos u otros. Quien
intenta simplificar así, equivoca los conceptos actualizados de estrés, a los cuales se ha llegado
investigando con la aplicación del formidable desarrollo tecnológico de los últimos años, lo que ha
permitido la evaluación, cuantificación y estudio de los efectos del estrés y sus consecuencias, como
factor de riesgo y causa de enfermedad. Si hablamos absolutamente de estrés como reacción natural,
podemos aceptar que es un elemento biológico común a todo ser humano y “elemento natural de la
vida”, pero cuando es patológico o distrés, cambia todo. Luego, la generalización o simplificación en
la calificación del estrés, como muchos autores pretenden, es confundir los distintos tipos y
mecanismos fisiopatológicos del mismo.
En Medicina del Trabajo, hay autores que soslayan o niegan al estrés como causa en sí de
enfermedades o como factor de riesgo o agravante de enfermedades preexistentes, con el argumento
infundado de que “todos padecemos estrés”, por lo que hay que saber distinguir entre lo que se
padece y la causa por la cual se padece. Se discute el porqué de cada estrés en particular. Por eso,
ahora conviene dejar bien claro que es mejor decir distrés cuando hablamos de situaciones
disfuncionales o anormales y dejar a estrés como sinónimo de lo normal o natural.
De este modo, la palabra distrés pone fin a todo tipo de controversia. Asimismo, es verdad
parcial de que el estrés “es parte natural del hombre”, como en alguna medida lo es de toda la escala
biológica. Pero debe aclararse debidamente que la reacción normal o natural de las especies
biológicas, es la dada para enfrentar el conflicto ambiental natural. Esta es la reacción descubierta o
explicada por Hans Selye como “reacción de alarma” y que planteaba dos claras opciones, según la
posibilidad de una respuesta: luchar o huir.
Hoy, la vida social ha complicado la existencia del hombre a tal punto que frente al conflicto,
la posibilidad ya no es sólo huir o lucha, y el hombre de hoy, paradojalmente, está incapacitado
para luchar o huir, pues está como anonadado por la problemática social actual, de forma tal que
como no puede o no sabe luchar o huir, queda entrampado en el conflicto y se le genera angustia,
ansiedad, pánico, depresión y, finalmente, la enfermedad o la muerte. Vemos de este modo, que el
concepto de stress que Selye propuso originalmente para el Síndrome General de Adaptación, como
defensa ante un factor exógeno agresor, en la actualidad es un síndrome que se desprende de su fin
natural y funciona en forma independiente y estereotipada; no sólo ante un factor exógeno y real,
sino ante cualquier factor que pueda ser endógeno o exógeno, real o imaginario. Más aun: tampoco
responde ya a una función adaptativa simple, normal y protectora de la salud, sino que, paradójica e
irónicamente, se ha convertido, como ya lo catalogamos al llamarlo “síndrome de desadaptación”,
en una “respuesta de mala adaptación” que atenta contra la salud.
Esta inadaptación produce alteraciones tanto psiquiátricas como orgánicas:
alteraciones psiquiátricas
-impulso homicida
-trastornos de ansiedad
-ira – hostilidad-violencia
-depresión
alteraciones orgánicas
-enfermedades cardiovasculares
-enfermedades respiratorias
-enfermedades gastrointestinales
-trastornos inmunitarios
-endocrinopatías
En estos términos, estrés no es sólo una ecuación simple que involucra o representa a la
ecuación fuerzas externas-tensión-cambios internos, sino que es algo más amplio y multisistémico,
que afecta al hombre como agente de enfermedades psíquicas o psicosomáticas, actuando como
alterador de la persona humana y de las funciones normales del cuerpo. Actualmente la teoría
cognitiva habla de cuatro modos de respuestas primarias:
a).
b).
dos respuestas del estrés: huída o lucha
dos del distrés: desmayo (faint) o parálisis (freeze)
El concepto de sideración o congelamiento, traducido por la parálisis, ya fue bosquejado por
Krestchmer. Las escuelas psicoanalíticas la llaman inhibición (Lacan). Actualmente Kleist y
Monchablon hablan de histerismo cuando hay desmayo, y catatonismo cuando hay parálisis.
Metafísicamente, este fenómeno pueda extrapolarse al terreno filosófico o sociológico y deducir que
los cambios de personalidad que el distrés provoca, alteran la vida individual primero y comunitaria
después, provocando en el hombre una nueva axiología social, política, religiosa y económica, cuya
ética es confusa y muy difícil de evaluar en las circunstancias actuales. Lo único claro es que el estrés
es, nítidamente, un alterador de la persona del hombre y, por esa vía, un disociador social. Por esto,
el hombre, y con él la humanidad de lo que va del siglo XXI, no es un paradigma de satisfacción en
el orden universal.
Han transcurrido muchas décadas desde que Cannon (1929) y Selye (1936) hablaran de
estrés. Las grandes transformaciones de los sistemas industriales, laborales y la tecnología misma, han
producido muchos y más espectaculares cambios en los últimos sesenta años (1940-2000) que
durante siglos. El hombre no puede asimilar estos cambios con la velocidad que los mismos se
producen y, en el mismo lapso, aunque logra superar su expectativa vital (combatiendo con
eficiencia la enfermedad, disminuyendo el desgaste del envejecimiento y mejorando la calidad de
vida). Empero, esta vida prolongada no ha podido imprimir a su naturaleza (de ritmos circadianos,
vida afectiva y emocional, equilibrio psíquico, metabolismo específico de sistemas y órganos) la
misma aceleración de esos cambios, lo que le lleva a un empeoramiento espiritual a pesar de sus
conquistas materiales.
En otras palabras, el aumento de la vida en mayor cantidad de años no se acompañado de
una mejor calidad de vida, en general. De ahí surgen las diversas tensiones psicosensoriales a que se
encontró sometido el hombre del siglo XX y que continúan presionando en el siglo XXI, las cuales
son más, mayores y distintas a las de sus antepasados y esto le provoca, también, un estrés diferente.
(Mallion y col.) En rigor, lo que produce estrés no son los cambios en sí, sino el número y magnitud
de esos cambios, que cada uno puede asumir en una unidad de tiempo. (Eliot y col.)
Las personas chocan, sufren y se enferman por situaciones vitales inmanejables que les
producen los cambios numerosos y, sobre todo, rápidos (Richard) Esto nunca antes había ocurrido
en la humanidad. Volviendo al tema de la negación e importancia del estrés, como causa en sí de
enfermedades, criterio particularmente sostenido por algunos autores en Medicina del Trabajo, esto
ha llevado en forma concatenada, a qué abogados y jueces se enrolen en esta opinión a fin de
minimizar jurídicamente al estrés, como causa “per se” de enfermedades. Éste es un craso error
porque el distrés laboral u ocupacional existe como entidad autónoma, independiente de otras causas
cotidianas de estrés, siendo sus causas una serie de estresantes propios del ambiente y relaciones
laborales, que causan la llamada enfermedad-accidente. Llegando a este punto, en alguna medida
convendría, para los que aún sostienen que el estrés es algo natural, inherente a la esencia biológica
del hombre, reservar el término estrés para la reacción de alarma descrita por Selye y dejar como
distrés el fenómeno laboral consignado acá, con la denominación de distrés. Esto zanjaría
definitivamente la polémica sobre si el estrés es bueno o malo.
En 1994, Bohus agregó que en el distrés confluyen dos vertientes:
1.
por una, las características y tiempo de duración de un estímulo o estresor
2.
por la otra, la capacidad de afrontamiento o confrontamiento que cada individuo pueda
tener en sus sistemas biológicos, para evaluar y ubicarse frente al estresor
De esta forma, si la persona es normal, decidirá por luchar o huir, según lo que sea más
conveniente, pero si sus sistemas biológicos no responden normalmente, puede colapsar su sistema
vagal y tener un desmayo o lipotimia (faint) o una muerte paradojal. Otras veces no puede luchar ni
huir, ni se desmaya, pero queda como paralizado o catatónico, es decir inhibido, siderado o
congelado (freezer). La cronificación del estrés o estado de estrés lleva a la enfermedad
psicosomática o de conversión (lo psíquico afecta lo físico, o sea, al cuerpo y la mente).
VIDA INSTINTIVA
Vida instintiva y memoria instintiva
Sin dudas, la vida instintiva es la que comprende y abarca el ámbito de los instintos, en este
caso, de los instintos humanos. Esos instintos están como grabados o impresos en la mente a través de
la llamada memoria instintiva que, como antes lo analizamos, es parte principal de la memoria
filética. Se ha observado que en la humanidad hay hechos, conductas y conocimientos que
conforman como un “saber universal” o común a todos los hombres. Este fenómeno permite ir
descubriendo la multiplicidad y diversidad de “ese saber que está escondido en el inconsciente”, en
lo que hoy se considera la “memoria filética”. El conocimiento e interpretación parece ser, hasta
ahora, un patrimonio exclusivo del psicoanálisis. Pero no es así. También los que estudian los
fenómenos paranormales o extrasensoriales, los mismos filósofos, y ahora los neurocientíficos a
través del SPECT, parecen estar desentrañando, desde otros puntos de vistas ajenos al psicoanálisis, la
forma cómo se manifiesta el “saber inconsciente”. Hemos afirmado que inconsciente es algo más que
la idea freudiana de lo instintivo, de lo afectivo, de la “represión moral”. No sólo lo patológico está
en el inconsciente. También está la inteligencia, la memoria y el “saber inconsciente” que es mucho
más amplio que todo el “saber consciente” porque abarca todo lo conocido y lo, hasta ahora,
desconocido del hombre, en especial, de su esencia. De la vida instintiva ha nacido todo el proceso de
formación y expresión afectiva del hombre y, quizá, su lenguaje. Hay tesis en ese sentido. Bordelais
sostiene que el origen en la palabra en el hombre está íntimamente ligado a las pasiones,
considerando a tales como el amor, la ira, el sufrimiento, la libido, el deseo, la concupiscencia, la
voluptuosidad, el placer, la codicia, la envidia, la avaricia, los celos, la tristeza, la alegría, la felicidad
y la esperanza. En su obra última, esta autora considera al nacimiento del lenguaje, como algo
dictado por las emociones que surgían de los conflictos, los sufrimientos o el gozo o disfrute del ser
humano primitivo, de los primeros hombres que habitaron el problema. Basa su tesis en la tesis de
Jean-Jacques Rousseau quien sostenía “que las pasiones dictaron los primeros gestos y que
arrancaron las primeras voces. No se comenzó por razonar, sino por sentir. Para conmover a un
joven corazón, para responder a un agresor injusto, la naturaleza dicta acentos, gritos, lamentos. He
aquí las palabras más antiguas inventadas y he aquí por qué las primeras lenguas que habló el ser
humano fueron melodiosas y apasionadas antes de ser simples y metódicas” Siguiendo la tesis de
Rousseau-Bordelois, es evidente que el hombre primitivo tenía sensaciones que no pueden ser
distintas a las del hombre actual. Sólo se diferencian las variables y objetivos del marco o ambiente en
que se desarrolla la vida humana. El hombre primitivo tenía un ambiente natural igualmente
primitivo. Allí los sentimientos, emociones y pasiones también eran primitivos. Es factible que, como
aseguran algunos psicólogos, las emociones primarias o primitivas hayan sido el miedo, el amor y la
ira. De lo que no hay dudas, es que el medio obligaba al hombre a reaccionar como lo hace hoy un
animal en su hábitat natural: frente a un conflicto o peligro, sufre una reacción de alarma que ahora
se denomina estrés agudo y, en consecuencia, reaccionaba primitivamente: luchaba o huía. Algo
similar ocurría en la vida gregaria de las cavernas. Ahí es donde probablemente sentimientos,
emociones y pasiones se mezclaran de tal forma que no había un control muy inteligente de ellas sino
meras expresiones, del mismo modo, primitivas. De ahí la posibilidad de las emociones más
descontroladas y que estuvieran cerca de lo que ahora se consideran pasiones. Esto se debía a que
poseía una mente primitiva no educada. Los evolucionistas, según lo hemos citado antes, hablan de
tres cerebros en el hombre: el más primitivo o cerebro de reptil (fuente de todos los sentimientos,
emociones y pasiones), el cerebro de primeros mamíferos y finalmente el cerebro de mamífero más
desarrollado u hombre propiamente donde la corteza (último cerebro desarrollado) predomina sobre
los otros dos (amígdala e hipotálamo) porque ahí reside el intelecto, sede de la inteligencia humana.
El predominio del cerebro de reptil lleva al desarrollo de una vida instintiva pura donde el instinto se
enseñorea sobre la vida afectiva y volitiva y desplaza al intelecto. Esto es lo que explica, en otros
términos, la tesis Rousseau-Bordelois. El hombre prehistórico, a no dudarlo, era instinto puro. El
amor, en términos de relación madre-hijo (la más pura sobre todo entre madre y recién nacido) era
un sentimiento primitivo que podía extenderse a la pareja humana y a la relación genérica hombrehombre como compañerismo o amistad. Del amor madre-hijo y del amor de pareja, surge el amor de
familia y los sentimientos paterno-filiales. No podemos imaginar otras fuentes de origen de un
sentimiento amoroso. La ira y el miedo eran desatados por los grandes conflictos que ponía en
peligro cierto la vida. La existencia de enormes y feroces animales como los dinosaurios, los
cataclismos naturales, la escasez de alimentos y agua, despertaban el miedo, el hambre, la
desesperación y otras sensaciones afines. Pero ese hombre no tenía opciones: o luchaba o huía. Si
luchaba tampoco era una decisión opcional: o triunfaba o perdía. Si la lucha era contra las bestias y la
naturaleza, el triunfo era sobrevivir y la pérdida, morir. Si huía debía de tener vías ciertas de escape y
refugios seguros, pues de otra forma, el peligro no cesaba. En cuanto a la fuente de alimentos, si el
medio los proveía no había problemas. Pero si el medio era magro, la vida errabunda primero y la
habilidad para crear alimentos después, eran las soluciones posibles de la esperanza. La hambruna,
antes como hoy, era la desesperanza total y la muerte segura. Entre el esfuerzo para sobrevivir, la
lucha continua y la vida errabunda, estaba la relación del grupo humano, que era un gregarismo
instintivo para procrear y de ayuda mutua. Un animal feroz exigía una lucha mancomunada de varios
antagonistas. La vida comunitaria es la que probablemente origina sentimientos, emociones y
pasiones negativas y positivas. Positivas como el amor entre los miembros de la familia y la
comunidad y negativa como el odio, el desprecio, la ambición. No sabemos si también existirían los
celos y la envidia porque desconocemos la intimidad de las relaciones de pareja y de grupo. Para
explicar el origen de la palabra debido a las sensaciones que se desarrollaban frente a los fenómenos
ambientales, Bordelois explica: “la tradición dice que la palabra nace por pasiones, asombros,
maravillas, terrores, como por ejemplo, cuando el hombre enfrenta por primera vez el fuego. También
aparecen las primeras palabras que acompañan a los instintos básicos como la alimentación, la
protección de los enemigos, la protección de la cría, hechos todos que requieren de un lenguaje para
ser expresados. Son sonidos más o menos guturales, en principio. La teoría onomatopéyica sostiene
que los primeros sonidos fueron maneras de reproducir acontecimientos de la naturaleza, en los
cuales aparecían coordenadas vitales”. Da por ejemplo el vocablo que representa al fenómeno del
sonido eléctrico del choque de las nubes en las tormentas, el cual se designa, según el lenguaje como
trueno o thunder, palabras muy sonoras porque “son sonidos amenazantes, porque todo lo que
rodeaba al hombre primitivo era amenazante”. Bordelois termina su tesis indicando que significa
“trabajar con un material que no existe, porque se trata de tiempos en los cuales no hay documentos
escritos, supone deducir a partir del nacimiento del lenguaje, y el error es posible, aunque lo
descarto. Es indudable que la naturaleza materna es primordial en el amor. Por lo demás, la pasión
es el sufrimiento, el aullido de la avaricia y la bizquera de la envidia, la leche materna del amor, la
tristeza y la velocidad de la alegría, la hermandad de la esperanza, un bosque de metáforas que nos
retrotraen a la infancia del lenguaje, cuando el cuerpo hacía cuerpo con la palabra, y las emociones
estaban cerca de los huesos, de la sangre, los ojos y la piel”.
Nos hemos extendido en la digresión sobre el origen del lenguaje, para unir la vida instintiva
a la vida de relación del hombre, como fuente no sólo de instinto y pulsiones, sino también de otras
expresiones como puede ser el lenguaje, un fenómeno que puede surgir de lo instintivo pero se
forma y desarrolla en lo intelectivo.
Los impulsos instintivos
Las fuentes principales de la energía pulsional o instintiva son las necesidades e impulsos
corporales. Esta necesidad o impulso es un proceso excitante que se genera en algún tejido u órgano
del cuerpo y libera una especie de energía acumulada en el mismo, en un momento determinado de
necesidad. Esa energía instintiva genera el impulso y, a través de él, pulsa los procesos psicológicos
de la percepción, la memoria y el pensamiento. Al ser percibido el estímulo instintivo,
inmediatamente se recuerdan (memoria filética) los mecanismos necesarios para pensar en cómo
obtener la satisfacción del impulso. La finalidad última del instinto es satisfacer la necesidad corporal
que lo impulsó. Una vez que el ímpetu instintivo satisface la necesidad que lo despertó, se elimina el
impulso instintivo el que ya no libera más energía y termina la estimulación instintiva. Éste es el
mecanismo natural. También creemos que es necesario establecer algún tipo de distinción entre
motivo estrictamente e impulso instintivo, dado que las motivaciones en el hombre tienen mucho que
ver con su intelectualidad, mientras que lo instintivo va más contra ella. Los motivos pueden ser
inducidos por el hombre; los instintos no, puesto que los hereda genéticamente. Salvada esta
distinción y, afirmándonos en los conceptos dados de impulso y compulsión, haremos un análisis de
los instintos, como intento de aproximación a su conocimiento. Así, podemos dar un punto de vista
diciendo que nuestros instintos pueden ser impulsivos o compulsivos. Estos instintos son estímulos
básicos que generan conductas para obtener respuestas satisfactorias a los mismos. Freud estableció
que además de las necesidades como son el hambre, la sed, existían dos pulsiones fundamentales en el
hombre:
1.
pulsión de muerte: “un conjunto de pulsiones, que en lo esencial trabajan silenciosamente y
persiguen el fin de conducir a la criatura viva a la muerte y se manifiestan como impulsos
destructivos y agresivos”
2.
pulsión de vida: “el otro conjunto de instintos sería el de los que conocemos mejor en el
análisis, los instintos de vida, sexuales o libidinosos, que podemos reunir bajo la denominación de
‘Eros’ (sexualidad, vida), cuyo objetivo sería configurar la sustancia viva en unidades cada vez
mayores, para prolongar la vida y llevarla a desarrollos cada vez más elevados”
Mientras que la no-satisfacción de las compulsiones primarias conduce indefectiblemente a la
muerte, como ser el hambre y la sed, la no-satisfacción de otras compulsiones secundarias o
aprendidas, sólo conducen a la frustración, que cuando es crónica produce graves alteraciones
emocionales o psíquicas, generando muchas veces la ira que puede desembocar, o no, en una
tendencia tanática (asesinato y/o suicidio) (impulso homicida). Cuando no se llega al impulso
homicida, se producen alteraciones de angustia, ansiedad o distrés (que afectan el estado del ánimo) o
alguna psicopatía, dependiendo del tipo de frustración y del motivo de la misma, como asimismo, de
la personalidad del frustrado. La RAE define a agresión como “acción y efecto de agredir”,
“acometer” lo que significa atacar a alguien para herirle, matarlo o hacerle algún tipo de daño. Puede
decirse que de algún modo la agresión “significa el acto opuesto o contrario al derecho de otro”.
Psicológicamente la agresión “es una manifestación de la personalidad dirigida hacia un objeto y
que implica un ataque, y a menudo un intento hostil y destructivo”. Alonso Fernández remarca que
la agresividad específica del hombre, alcanza frecuentemente grados de ferocidad y violencia muy
raros entre los animales. En este sentido Portman señala que “no hay animales que hagan a sus
congéneres lo que se hacen unos hombres a otros”. Bruno destaca que la manera habitual de la
conducta del hombre “lo conduce suavemente hacia satisfacciones acostumbradas y genera muy
pocos o ningún impulso de agresividad, pero si los obstáculos surgen en los senderos habituales de
los esquemas establecidos, habrá un fuerte impulso correspondiente a la conducta agresiva.” Itera la
secuencia en la tríada siguiente: frustración = ira = agresión, donde ubica a la agresión como “un
intento de eliminar la fuente de la frustración y así dejar libre el sendero hacia el objetivo deseado”.
La agresividad puede manifestarse de diferentes formas o actos, entre los que se incluyen desde la
agresión verbal (gritos, insultos, difamación, mentiras, etc.) hasta la agresión física (golpe, herida,
tortura, muerte, etc.). En el medio está la agresión psicológica, psíquica o mental (desprecio,
discriminación, descalificación, etc.). La agresividad se cataloga más como pulsión aprendida que
biológica, dado que el hombre se manifiesta en formas opuestas: mientras hay comunidades que son
esencialmente agresivas, hay otras que tienen vocación pacifista. Igualmente ocurre con las personas:
las hay agresivas en distintos grados y otras pacíficas, también en distintos grados. Una cosa es
evidente: no todos los hombres son agresivos. Otra nota es que la agresividad nace con motivaciones
y una vez que surge, si el motivo no cesa, la agresividad se expande. Raramente hay agresividad
“sine materia” (sin motivo o causa) en hombres normales. Los instintos, a no dudarlo, son los que
generan la mayoría de los sentimientos, a tal punto que instinto es un sentimiento más. Pero como la
palabra sentimiento tiene una connotación más cercana a la afectividad que a la pura esencia
instintiva, reservaremos la palabra instintos para aquellas pulsiones básicas como es el hambre, el
instinto sexual, el instinto de conservación de la vida y otros instintos que hacen al mantenimiento de
la vida en sí. La palabra sentimientos la reservaremos para referirnos a los instintos afectivos y otras
sensaciones espirituales que hacen también a la esencia del hombre pero que están desligados de lo
que es un mero instinto de mantenimiento vital.
Actuar sin pensar
Esto es característico de los actos instintivos, pero también de los reflejos o respuestas
condicionadas que pueden ser naturales o adquiridos por el aprendizaje. Parpadear ante algo que se
agita de repente ante nuestras vistas, o cerrar los ojos ante algo que nos embiste, levantar los brazos
para protegerse de algo que se nos viene encima, otras formas de sobresalto como el respingo, quedar
siderado, etc. son reacciones naturales que suceden ante hechos que no alcanzan a conocerse o
comprenderse cabalmente. En cambio hay otros reflejos que uno aprende por aprendizaje estricto
como es el automatismo que se realiza para conducir un vehículo, manejar determinadas máquinas o
realizar ciertas labores, donde la automatización es imprescindible para un mejor rendimiento y un
menor agotamiento. De igual modo, podemos decir que hay emociones que hemos considerado
primarias, pero otras son de alguna manera originadas en las primarias, pero condicionadas por
experiencias negativas o positivas, como puede ser una fobia. Las emociones naturales son quizás las
que más cuestan dominar o controlar o erradicarlas mentalmente, como lo hace la técnica budista o
yoghi. Pero las emociones reactivas aprendidas, como la fobia, pueden ser desaprendidas, esto es,
“borradas” mediante un especial entrenamiento o adiestramiento. Éstas son las emociones más fáciles
de manejar con adiestramiento mental y son las primera que uno puede controlar por meditación o,
incluso, autosugestión, del mismo que el denominado “efecto placebo” de un medicamento, que
antes estudiamos. Entre los actos instintivos están los actos reflejos que son múltiples y diferentes,
según los estímulos que los despiertan o las circunstancias en que se desarrollen. Uno de estos
estímulos es el llamado reflejo de sobresalto. El reflejo del sobresalto es una de las respuestas más
primitivas entre todos los reflejos del ser humano, que está constituido por una rápida sucesión de
espasmos musculares en respuesta a un sonido súbito muy fuerte, un movimiento brusco de algo o
una imagen disonante. Es un reflejo que en todos los individuos provoca contracción instantánea de
cinco músculos faciales que se hallan en torno a los ojos. El reflejo se inicia dos décimas de segundo
después de oír un sonido o percibir la imagen disonante o un movimiento brusco y finaliza
aproximadamente medio segundo después de transcurrido el estímulo. Es un reflejo propio del tallo
cerebral, la región más primitiva del cerebro que recibe el nombre de cerebro reptiliano. Como todos
los reflejos del tallo cerebral, no responde a ningún posible control voluntario en condiciones
normales (a diferencia de los reflejos del sistema nervioso autónomo, como es el latido cardíaco).
El reflejo del sobresalto es un buen predictor de la magnitud de las emociones negativas que
experimenta una persona determinada y especialmente en lo referido a la ira, miedo, tristeza y
disgusto. Pareciera que cuando más se sobresalta un individuo, más intensas son sus emociones
negativas e impresiona como que no existe ninguna relación entre el sobresalto y las emociones
positivas, como por ejemplo, la alegría. El reflejo del sobresalto, cuanto más súbito e intenso, más
perturbador es. Las reacciones sensitivas o emotivas que puede generar cuando es muy exaltado, lo
transforman en un reflejo negativo, por lo que se considera que su control puede preservar la salud
emocional e instintiva. Unas de las formas de control de actos reflejos que pueden ser negativos, es la
meditación, especialmente la que practican los budistas. Analizaremos algunas de estas formas de
meditación para comprender cuál es la más adecuada para el control de actos reflejos.
Los grandes meditadores suelen usar dos métodos de meditación:
1.
la concentración en un punto: se puede anular las percepciones mediante el aislamiento y el
silencio y con una actividad mental intencional que da un determinado contenido (místico, extático,
creativo, intuitivo, etc.)
2.
el estado de apertura: se amortiguan las percepciones sin aislamiento ni silencio. La mente
permanece abierta, inmensa y consciente, sin ningún tipo de actividad mental intencional. Se trata de
una especie de presencia abierta y sin distracción en la que la mente se centra en nada. En ese estado
aparecen algunos pensamientos débiles, pero no se articulan en largas cadenas, sino que simplemente
acaban desvaneciéndose. Es en alguna medida también una concentración en un punto relativa que,
en este caso, es nada. Eso la diferencia de la concentración absoluta en un punto con actividad mental
intencional. Acá hay vacío mental. Si es posible usar una figura metafórica, este tipo de meditación
sería “concentrarse en la nada”.
Cuando entran en el estado de apertura se alejan totalmente de las sensaciones y percepciones
o estímulos recibidos por los sentidos y esto amortigua no sólo los sonidos sino lo visto o tocado,
debido a esa “distancia” perceptiva que ocurre con la capacidad adquirida a través de la práctica
meditativa de alta concentración. Por esta razón, puede ser una meditación amortiguadora del reflejo
de sobresalto. El reflejo de sobresalto aminorado y controlado por una técnica meditativa lleva a un
nivel de ecuanimidad emocional (Ekman). Este fenómeno nos permite decir que habrían dos reflejos
de sobresalto: el aminorado que acabamos de describir y el no aminorado o reflejo de sobresalto
mayor, el que conduce a las emociones perturbadoras. En general, la conducta instintiva está “fuera
de toda razón”, pues el impulso interior compulsivo no se somete a ningún razonamiento.
Instinto y comportamiento humano
Si bien el comportamiento humano puede ser connotado también como conducta humana,
desde el punto de vista instintivo, el comportamiento humano puede ser definido como un conjunto
de movimientos o actividades realizados por el hombre, que suelen organizarse en pautas o
patrones, en la búsqueda de satisfacciones para las necesidades básicas de la vida (sexo, alimento,
sueño, etc.). Pero el hombre necesita también en su comportamiento, encaminarse a satisfacer
necesidades psicológicas como las emociones y los afectos, esto es, la autorrealización espiritual.
Además, en el comportamiento debe incluir las necesidades de supervivencia o conservación de la
vida (defensa de la descendencia, del territorio que habita, huir o luchar) pero este instinto de
conservación de la vida, además del instinto sexual de procreación, compromete comportamientos
influenciados socioculturalmente como es la cultura misma. Mientras que en animal las reacciones
instintivas se disparan automáticamente con reacciones que siguen pautas propias de la especie,
cuando se encuentran ante un estímulo específico (ecuación de relación directa: a estímulo específico,
respuesta específica ya pautada). Pero en el hombre, las reacciones del comportamiento, además de la
influencia sociocultural, están sometidas a la razón, la que modifica en cada individuo el modo de la
respuesta, mediante patrones de comportamiento que, en parte, se obtienen con el aprendizaje. El
modelador de los instintos en el hombre, se dice que es el carácter, que consiste en un estilo personal
de pensar, sentir y actuar que se forma durante el desarrollo de la personalidad, por la interacción de
lo genético y las influencias ambientales, constituyendo una dupla inseparable con el temperamento.
Esto ya lo vimos en un parágrafo anterior y ahora recordaremos algunas cosas y agregaremos otras.
El carácter, en alguna medida, es lo que hace que un ser humano individual ofrezca respuestas
rápidas y semiautomáticas ante una diversidad de situaciones, de tal modo, que no hace falta deliberar
en cada nueva situación. La deliberación es una propiedad que se reserva sólo para circunstancias de
gran peso, como es cuando está en peligro la vida y se debe decidir por luchar, protegerse o huir. El
carácter también se relaciona con las emociones. El aprendizaje es el medio para sustituir la ausencia
de comportamientos determinados genéticamente. Cuando el hombre no posee recursos naturales
innatos de patrones de respuestas a estímulos determinados, acude a aprender dichas respuestas,
siendo unas de las formas el aprendizaje social (imitación de conductas realizadas por modelos). En
el contexto en que hemos colocado el comportamiento humano, es decir, frente a los estímulos, no
debe confundirse con el comportamiento humano institucional, o sea, el comportamiento social que
el hombre desarrolla en su vida cotidiana, acatando diferentes normas de conducta. Esto marca el
comportamiento en el marco familiar, vecinal, escolar, religioso, laboral, político, etc., o sea, todo lo
que le lleva a relacionarse con los demás seres humanos.
Estado de esclavitud de la pasión
Hemos analizado que la conducta humana está muy marcada por instintos que funcionan
como emociones en muchas de sus reacciones y efectos. Por lo tanto, regular los instintos está
estrechamente conectado con el control emocional. Controlar las emociones es, en algún modo,
equilibrar los estados de ánimo (principalmente los estados iracundos). Cuando hay una perturbación
o desorden de este estado ánimo, se instala la pasión, la que también puede manifestarse como
“apetito o afición vehemente a una cosa” (RAE). Esta situación coloca a la pasión más en lo
instintivo que en lo emocional por volverse irracional. En el “estado de pasión” el hombre pierde el
control de sus emociones, sobre todo, de las emociones violentas. Son las personas iracundas sin
motivo o que fácilmente montan en ira y actúan sin ningún sentimiento ni afecto, en forma
irracional, automática o deliberada (según la intención). Es una ira inadecuada y fuera de control y
que instala una furibundia permanente. Generalmente, los “malos iracundos” (los que no tienen razón
alguna para ser iracundos) son personas que carecen de remordimientos y de empatía. Pero la pasión
puede ser un estado generado por la exageración de otros instintos, en especial los amorosos y los
sexuales que pueden distorsionar a la mente y a la conducta personal y social. De ahí que la pasión,
como estado instintivo, escapa a toda razón y control racional. Pero esto no significa que no sea
pasible de ser controlado con un adiestramiento mental adecuado. La pasión, como toda sensación,
puede ser positiva (constructiva) o negativa (destructiva). Cuando la pasión acompaña a un proyecto
o intención de hacer una buena acción o crear una obra determinada o exaltar los sentimientos
buenos o positivos y las emociones constructivas, decimos que ser “apasionado” es una cualidad del
espíritu y del buen ánimo. Pero cuando las pasiones son negativas se establece una especie de
esclavitud y es ahí donde cabe el concepto de “pasión esclavizante” que además de conformar hábitos
permanentes como son los vicios y las degeneraciones y las bajas pasiones, son las reacciones
apasionadas en general que nos quitan todo el dominio inteligente sobre nuestro ser y nuestra
conducta. Por estas razones, las “pasiones instintivas” pueden ser más negativas que positivas, pues
toda pasión sin razón es más bestial que humana.
Los instintos básicos naturales
El instinto sexual o sexualidad humana
La cuestión sexual
Uno de los principales problemas de la vida instintiva de hoy (y podría decirse desde
siempre) es el manejo de la cuestión sexual. Toda la historia del hombre, en alguna medida, ha estado
signada por cuestiones sexuales, ya que los grandes hombres de la historia han tenido: o un problema
o una relación sexual determinada. ¿Cuál es la relación sexual auténtica? Contestar esta pregunta es
como querer establecer una norma general en lo relativo al sexo. No hay forma de “normatizar” el
sexo o de formular maneras de vivirlo. Cada ser humano tiene una sensación y un sentimiento sexual
muy particular y vive y se desarrolla de acuerdo a esta naturaleza interior. Lo que sí puede intentarse
es una aproximación en un “ponerse de acuerdo” de cómo regular la conducta sexual para que
resulte ética y auténtica. La expresión de la sexualidad humana ha tenido infinitas facetas distintas en
el transcurso de la historia de la humanidad y ha marcado épocas como indicador y reflejo de la
forma de vivir y de pensar del hombre. Es un concepto que desborda ampliamente lo genital y las
funciones de reproducción, para imprimir color e inspiración a todas las actividades humanas y que
escapa al denominado “orden natural”, pues el hombre posee conductas e inclinaciones
contranaturales. Quede definitivamente claro: la “forma de ser” sexual de cada uno es algo propio
y libre que cada persona debe intentar conocer para poder manejarse en lo personal y en lo social,
pero la “forma de manifestar” ese “ser sexual” es lo susceptible de tratar y buscar un camino para
desarrollarse en forma natural pero adaptable al medio en que se vive. Es decir, buscar una
conducta que no provoque daño ni escándalo ni para sí ni para otro, de acuerdo a nuestra “regla de
oro” para proceder en libertad y con responsabilidad.
Hasta mediados del siglo XX el conocimiento científico del sexo se basaba en las causas de la
excitación sexual y de las formas de respuestas sexuales, desde un punto de vista estrictamente
animal. Al final de la década del ‘40 el estudio de la conducta sexual humana se vio estimulada por el
Estudio Kinsey basado sobre informes de entrevistas. En 1966 otro estudio, el Informe Masters y
Johnson, realizado por dos esposos investigadores, en EE.UU., registró pautas fisiológicas y
conductuales del acto sexual humano y de la insuficiencia sexual. Sobre estos estudios e informes se
pueden establecer algunas diferencias entre la pulsión sexual y otras pulsiones.
La pulsión sexual tiene diferentes motivaciones, lo que la hace única en algún modo y de ella
podemos deducir algunas características especiales:
1.
Su satisfacción no es indispensable para la supervivencia individual (la vida en sí de un
hombre en particular). Si hay que ponerle una necesidad, sería atávica, o sea, la referida a la
continuidad del género humano para evitar su extinción.
2.
La excitación de la pulsión sexual es independiente de las operaciones de privación
3.
Puede ser despertada o excitada por cualquier estímulo concebible
4.
Puede procurarse tan activamente su excitación como su reducción
5.
Genera gran cantidad de conductas variables y procesos psicológicos múltiples
6.
No siempre queda en claro qué constituye la respuesta de meta, lo que puede generar un
cuestionamiento de su carácter de función homeostática.
Aspectos de la sexualidad humana
La sexualidad del hombre es un fenómeno multidimensional pues contiene:
⇒
Aspectos biológicos: los factores biológicos intervienen en el desarrollo sexual desde la
concepción hasta el nacimiento y después del mismo en la aptitud para procrear que se desarrolla con
la pubertad. Los factores biológicos afectan el deseo sexual, la prestancia sexual y, según veremos, en
forma indirecta la satisfacción del acto sexual. También observaremos los cambios fisiológicos que
produce la excitación sexual.
⇒
Aspectos psicosociales: son los que unen los factores psicológicos de la sexualidad
(emociones, ideas y personalidad) con elementos sociales (formas e influencias de las interactuaciones
sexuales). La evaluación de estos aspectos nos permite conocer gran cantidad de trastornos sexuales,
como asimismo tener noción de la evolución del hombre como ser sexual. Las primeras ideas y
actitudes sexuales, que generalmente se prolongan hasta la vida adulta, de alguna manera se
fundamentan en lo que dicen o hacen los padres, los compañeros y los maestros, sobre lo que es el
sexo y sus alcances. Lo social influye regulando el sexo con normas, prohibiciones y presiones, a fin
de que la comunidad adopte una conducta sexual determinada.
⇒
Aspectos conductuales: son los que estudian las conductas sexuales individuales para
comprender las motivaciones y actitudes sexuales y por qué la gente se comporta sexualmente de una
manera particular.
⇒
Aspectos culturales: trata las actitudes sexuales de una sociedad en particular y que no tienen
trascendencia universal. Por ejemplo, los esquimales consideran una cortesía a sus amigos o visitas
invitarlos a que tengan un acto sexual con la esposa. Los aspectos culturales son los que originan las
controversias sobre el sexo, dado las diferentes escalas de valores que se manejan, lo que lleva a que
lo que es moral y correcto para sociedad o grupo social, o en una época histórica determinada, sea
inmoral y prohibido para otras comunidades o circunstancias históricas. Acá también interviene lo
religioso y los tabúes culturales.
⇒
Aspectos médicos: el punto de vista médico sobre la sexualidad humana es el que se ocupa de
los trastornos que ocasionan las relaciones sexuales y que impiden un desarrollo sexual pleno y sano.
Así se ocupan de las deformaciones congénitas, enfermedades de transmisión sexual, las lesiones o
traumas sexuales como la violación y otros, el uso de drogas, las psicopatías o desviaciones sexuales y
los conflictos psicológicos o mentales que interfieren en la respuesta sexual, sobre todo, los aspectos
emocionales de culpa, miedo, ansiedad, depresión y cualquier relación de pareja o de convivencia
que conlleve conflictos interpersonales o individuales. La medicina y la psicología han determinado
el estudio de la sexualidad lo que se denomina sexología. La psiquiatría se ocupa de trastornos.
Inicio de la sexualidad en el ser humano
Sabemos que el embrión no define su genitalidad muchas semanas después de haberse
formado y lo hace en una etapa tardía del primer trimestre de su existencia. El grupo de células
primarias que están destinadas a formar los órganos genitales, son idénticas tanto para el hombre
como para la mujer y comienzan su desarrollo en forma indiferenciada. Al finalizar el primer
semestre de gestación intrauterina comienza su diferenciación. Al nacer el niño realiza una serie de
exploraciones visuales o táctiles, entre otros hechos, que se interpreta como un modo de definir los
límites entre su propio cuerpo y el entorno. En edad muy temprana, los niños muestran interés por las
distintas partes de su cuerpo.
La autoexploración se advierte desde los primeros meses y prosigue hasta los primeros años
de vida. Cerca de los dos años de edad, la mayoría de los niños dejan de usar pañales por haber
aprendido el manejo voluntario de sus esfínteres. Durante la etapa de aprendizaje del control de
esfínteres es el período de mayor interés por la exploración y conocimiento de su cuerpo y genitales
y las funciones de micción y defecación. Los lactantes denotan que tienen capacidad de percepción
de sensaciones placenteras cuando se les acaricia o se tocan diferentes partes de sus cuerpos.
Especialmente los varoncitos manifiestan una especial sensibilidad en el área genital pues en el
período comprendido entre los diez meses y el año de edad, suelen presentar erecciones del pene. Al
crecer un poco más, especialmente en el cambio de pañales o aprendizaje del control de esfínteres,
suelen realizar preguntas acerca de sus genitales, especialmente les interesa saber el nombre.
Alrededor de los dos años y medio de edad y los tres años, ya adquieren una especie de sentido de
identidad en relación al sexo propio y saben discriminar, en algún grado, lo que es la masculinidad y
la feminidad. Gran parte de estos pequeños comienzan a incorporar y lo siguen haciendo en los años
posteriores, la conducta acorde con el rol sexual propio de su sexo. Así, elige ropas, juegos y juguetes
apropiados, y manifiesta intereses y comportamientos propios de su sexo.
Recién entre los cuatro y cinco años de edad puede manifestarse una acentuada atracción
hacia el padre del sexo opuesto, pues las niñas demuestran mayor apego al padre y los niños a la
madre. Hay excepciones en las conductas las cuales pueden ser expresiones de preferencia por igual
por ambos progenitores o que ocurra que se prefiera al progenitor del mismo sexo. Se ha
interpretado por algunas escuelas psicológicas que el progenitor del mismo sexo se convierte en un
objeto ambivalente de afecto, puesto que tanto la niña como el niño pueden comenzar a competir por
el cariño y la atención del progenitor de sexo opuesto. La ambivalencia se explica porque los
sentimientos siempre son ambivalentes debido a que suelen interpretarse como que de algún modo se
considera al progenitor del mismo sexo como una especie de rival y necesitan de él para reforzar y
amplificar el rol sexual propio. Estas predilecciones y sentimientos ambivalentes se necesitan del
mismo modo que los cuidados en general, el apoyo afectivo y psicológico y saber fijar límites a la
conducta infantil. Estas etapas evolutivas normales constituyen una parte del desarrollo inicial de las
relaciones con referencia al sexo, especialmente a la heterosexualidad. Por esta razón no deben
interferir de ningún modo en el vínculo parental de la pareja, especialmente en lo afectivo. Es bueno
para la salud de los niños que los padres muestren el amor del uno por el otro frente a ellos, del
mismo modo que demuestren el cariño a sus hijos. Los hijos que se sienten amados y ven amarse a
sus padres crecen con más satisfacción y sosiego afectivo y espiritual.
Paulatinamente tanto el niño como la niña se van integrando al núcleo familiar y aceptando
su rol dentro de la familia, al mismo tiempo que le es posible disfrutar de los vínculos filiales tanto
con el padre como con la madre. La preescolaridad y la escolaridad se consideran, dentro de la
sexualidad, como fase de latencia puesto que en estas edades los niños no muestran que su interés
esté centrado en la sexualidad. Sólo en la prepubertad las investigaciones han probado que se
desarrolla un interés activo por el sexo. Hay estudios que afirman que casi el 80% de los prepúberes
pueden tener tendencia a masturbarse, entre los siete y los trece años de edad, siendo este porcentaje
pleno en el percentil de los 13 años, mientras que en el percentil de los 7 años sólo alcanza un 10%
de prepúberes. Incluso comienza a diferenciarse el besar al sexo opuesto y en este aspecto más del
60% de prepúberes manifiesta claramente su interés por el sexo opuesto y su deseo de besar. En esta
etapa tanto varoncitos como mujercitas tienen conciencia clara de sus diferencias físicas y comienza la
comparación entre miembros del mismo sexo que constituyen el grupo de relaciones habituales.
Puede decirse, a grandes rasgos, que es una edad en la que la apariencia física es un aspecto que pesa
en la vida de los niños.
Así, la sexualidad del hombre queda conformada por un orden biológico natural que marca
la división de los sexos en dos géneros definidos claramente: género masculino y género femenino.
Los cuerpos adquieren también formas naturales definidas y se rigen funcionalmente por hormonas
diferentes, ciclos diferentes y funciones biológicas diferentes. Al hombre le corresponde inseminar y
a la mujer fertilizar y concebir. Pero hay fenómenos que van más allá de los biológico natural e
interviene también lo psíquico y lo social de forma tal que la sexualidad humana debe ser entendida
como un “fenómeno psicológico y sociológico que se refiere a la organización sexual del individuo,
en su esfera genital y en su manera de concebir el mundo de a cuerdo a su identidad de género”
Comienza la formación de la identidad de género y el rol del género desde la niñez.
La identidad de género es la percepción que se tiene de sí mismo como hombre o mujer.
En cambio, se habla de rol del género cuando se considera el conjunto de conductas en una
determinada cultura, asociado a la masculinidad o la feminidad.
De este modo, la propia identidad de género normal o natural es cuando un individuo
constituido biológicamente como varón se considera a sí mismo como hombre y la hembra biológica
se identifica a sí misma como mujer. La identidad de género está ligada indisolublemente a la
condición biológica de macho o hembra, de varón o mujer. Pero el rol del género es un concepto
que depende de lo sociocultural. A medida que la sociedad cambia, la definición del rol de género se
hace más compleja puesto que los roles considerados masculinos y femeninos en una determinada
generación cultural tradicional, pueden cambiar en forma drástica. En estos cambios o fluctuaciones
intervienen los cambios económicos que pueden hacer perder el rol de proveedor al hombre y
centrarlo en la mujer. Así, el “desocupado” queda a cargo de los quehaceres domésticos como es
realizar compras, cuidar niños, cocinar, hacer la limpieza, etc., es decir, asume el rol clásico de la ama
de casa. También el hecho de que ambos cónyuges trabajen modifica el rol de la mujer que
coparticipa del rol de proveedora y delega parcialmente el rol de ama de casa en la servidumbre o en
parientes que se hacen cargo del cuidado hogareño.
Otro de los factores es el cultural, especialmente la moda, que impone iguales usos a ambos
sexos, tanto en las costumbres como en el modo de vestir, cuidado del cuerpo o del cabello, etc.
(moda “unisex”). Esto ha llevado a que los sociólogos modernos y otros estudiosos de la conducta
humana hayan hecho una revisión de los comportamientos sociales y culturales de los roles sexuales
actuales. La formación de la identidad de género en los niños comienza desde edad temprana,
alrededor del año y medio de vida y se estabiliza alrededor de los dos años y medio de vida,
momento en que queda definitivamente establecida la constancia del sexo y ya no está sujeta a
cambio.
Es evidente que en la formación de la identidad de género intervienen factores biológicos y
ambientales. Entre los ambientales, además de lo sociocultural, juega un papel preponderante la
educación sexual recibida de los padres. Los padres que se preocupan en satisfacer natural y
formalmente las preguntas de los niños acerca del sexo y de sus genitales, ayudan a una mejor
formación de la identidad de género. Los padres “buenos informadores” no tienen reparos en hablar
claramente a los niños y dar los nombres correctos de las partes sexuales de su cuerpo, como
asimismo explicar los fenómenos de erección o el deseo de masturbación. Estos padres comprensivos
no alarman ni castigan al niño por sus conductas sexuales naturales. Además, son excelentes
correctores de desviaciones. En cambio, los padres “moralistas” resultan “desinformadores” porque
son los que ocultan o niegan la información sexual correcta o disfrazan con fábulas o mitos los
cambios y sensaciones sexuales que los niños sienten y preguntan por ellos. Los padres deben
informarse sobre la sexualidad para que sepan explicar a sus hijos los nombres correctos de las partes
genitales y el funcionamiento fisiológico sexual que abarca temas como la masturbación, la
eyaculación, la erección, el orgasmo y la menstruación. En una palabra: deben aprender todo lo
relativo a la sexualidad, no sólo para su conocimiento personal, sino para poder educar correctamente
a sus hijos. Los niños que tienen tendencia a tocarse sus genitales o simulan un coito o busca
estimulación anal deben ser debidamente informados y guiados para evitar desviaciones, defectos o
vicios que perjudiquen su desarrollo posterior y su adultez. Pero es muy importante que los padres,
además de ser buenos educadores a través de la correcta información y control de las tendencias y
costumbres sexuales de sus hijos, sean a su vez, modelos definidos de roles sexuales. La ambigüedad
de roles sexuales paternos pueden influir en las tendencias sexuales de los hijos, tanto en lo
heterosexual como en lo homosexual o la perversión sexual.
Cuando un niño adquiere determinadas costumbres sexuales, los padres deben tratar
pacientemente de averiguar cual es la fuente de información (amistades, revistas, terceros adultos,
televisión, etc.) para evaluar lo que es correcto o incorrecto y evitar los riesgos potenciales de una
información mala, deformada, tendenciosa o depravante. En cualquier edad, la necesidad compulsiva
de realizar determinadas conductas sexuales puede significar una defensa ante otros problemas
subyacentes de dependencia, separación o autonomía personal que es sumamente necesario e
impostergable que los padres consideren y estudien. No hay que olvidar que mucha información
sexual, generalmente desviada, es recibida a través del grupo de amigos o compañeros de escuela,
los cuales suplantan a los padres que no educan sexualmente a sus hijos. Hay que cuidar muy
especialmente las tendencias de los niños y los púberes respecto a la identidad de género, pues en la
adolescencia es cuando se produce la opción definitiva por una identidad de género, y es cuando se
forma la hetero o la homosexualidad u otras formas de sexualidad. Las percepciones sexuales que se
tengan en esta etapa etaria, sean reales o no (supuestas), son muy importantes y pesan en la
configuración final de la conducta sexual de cada persona.
Tampoco dejemos de recordar que actualmente, socioculturalmente hay mensajes abiertos o
subliminales sobre la homosexualidad y otras tendencias sexuales que pueden, de algún modo,
contribuir a la adopción de la identidad de género en lo referente a la identidad y al rol del género.
¿Qué es el sexo?: el orden natural
Directamente la RAE define a sexo como la “condición orgánica que distingue al macho de
la hembra en los seres humanos, animales y plantas” u “órganos sexuales”. Pero esta definición tan
simple no conforma a todo lo que se entiende y refiere el uso de la palabra “sexo”. Es evidente que
hay fenómenos psíquicos o espirituales que van más allá de una mera organicidad. Luego, al hablar
de sexo conviene distinguir estos fenómenos por lo que nosotros hemos preferido emplear el término
sexogenital. Este término abarcaría no sólo lo referente a órganos sexuales o genitales o gónadas
(genitalidad), sino también al rol de lo femenino y lo masculino y al uso de los órganos sexuales. En
síntesis: a lo que se conoce como sexualidad.
Además de lo sexogenital, la sexualidad comprende también la gama numerosa de
sentimientos, sensaciones y emociones que despierta la sensibilidad táctil como la afectiva. Por eso,
independientemente de las denotaciones de la palabra sexualidad, nosotros preferimos a enfocarlo
como el fenómeno no sólo anatomofisiológico (orden biológico natural) sino, también, como todo
lo psicológico y sociológico que se refiere a la organización sexual del individuo (conducta sexual)
tanto en su esfera genital como en su manera de concebir su actividad social de acuerdo con su
identidad de género y rol de género (rol femenino y masculino). La expresión de la sexualidad
humana ha tenido diversas, variadas y múltiples facetas distintas en el transcurso de la historia de la
humanidad. Incluso ha servido como indicador y reflejo de ciertas formas de vivir y de pensar del
hombre, a tal punto que el psicoanálisis piensa que esta sexualidad imprime color e inspiración a
todas las actividades humanas, desde el nacimiento hasta su vejez.
En consecuencia, la sexualidad desborda ampliamente lo relativo a la vida genital o gonadal y
las funciones de la reproducción, para ir más allá de una mera organicidad. Cómo será de fuerte la
sensación sexual o sentimiento sexual que generó el sexismo, una actitud que no sólo define a la
“atención preponderante al sexo en cualquier aspecto de la vida” sino, incluso, que se llegó a la
“discriminación de personas de un sexo por considerarlo inferior al otro”. Tanto es así, que la RAE
habla de “sexo fuerte” (hombre) y “sexo débil” (mujer). Esta diferencia puede ser peyorativa, lo que
funciona como prejuicio sexual, respaldado por antiguas convicciones acerca de lo que interpretaron
como conducta “normal” o “natural” de hombres y mujeres. Pero algunas personas opinan que los
sexos se comportan de diferente manera por motivos culturales, más que biológicos y que cuando
hay oportunidades sociales iguales, los hombres y las mujeres pueden lograr igual distinción en casi
todos los campos. De todos modos, nosotros creemos que las diferencias psíquicas o mentales y las
orgánicas no hacen a la esencia del hombre y la mujer, la cual es una sola: la esencia humana.
Básicamente, esto hace que hombres y mujeres sean iguales, sin ningún otro agregado. Pensar lo
contrario sería crear un prejuicio discriminatorio que a los postres resulta estéril, pues en las
sociedades patriarcales dominará el hombre, mientras que en las matriarcales lo hará la mujer y la
discusión será bizantina.
La conducta sexual es una de las cuestiones más difíciles para encontrar un consenso
unánime entre investigadores científicos y opinadores sociales. Desde el punto de vista científico, se
han propuesto varios enfoques para definir el sexo y la condición de mujer o hembra y de hombre o
varón:
∗
El sexo genético determinado por los cromosomas XX en la mujer y el XY en el hombre
∗
El sexo hormonal debido al predominio de hormonas andrógenas en el hombre y de
hormonas estrogénicas en la mujer
∗
El sexo gonadal determinado por el ovario en la mujer y el testículo en el hombre
∗
El sexo genital determinado por la vulva y vagina en la mujer y el pene en el hombre
∗
El sexo asignado que es que determinan los padres y/o los médicos al certificar el sexo de
una persona. Este sexo es controvertido en el caso del hermafroditismo o en el error por
malformaciones de los órganos sexuales externos en el recién nacido (hipoplasias, hipotrofias o
hipertrofias)
∗
El sexo psicológico o social que es el rol sexual o papel sexual que define lo masculino y lo
femenino. Socialmente se le asigna a la mujer el rol femenino y al hombre el rol masculino, pero
puede suceder que psicológicamente una persona no acepte o no conciba a su rol de acuerdo al sexo
natural e intente adoptar un sexo diferente al natural, que es el caso del homosexualismo donde un
hombre puede considerar femenino y una mujer masculina, lo que lleva a que en la sociedad
convivan o se relacionen con personas de su mismo sexo para desempeñar esos roles, los cuales a
veces manifiestan públicamente como travestidos.
∗
El sexo mental trata la forma de pensar del hombre y la mujer y hay teorías que hablan de un
“cerebro masculino” y un “cerebro femenino”. También se extiende al fenómeno del erotismo que es
expresado por la frase popular “el sexo está en el seso”
Para encontrar cómo desarrollar y manifestar una conducta sexosocial hay que comenzar por
conocer los “modos de ser” sexual que tiene el hombre. En primer lugar tendremos que distinguir
entre deseo, atracción sexual, placer, libido, erotismo, genitalidad, rol sexual y vías de
manifestación sexual. Deberíamos considerar dos cosas importantes: el sexo biológico o natural y la
sexualidad manifestada por los diferentes modos de ser del hombre (modalidad sexual). Para el sexo
biológico o natural, partamos de un hecho simple y básico: la existencia de un hombre y una mujer.
Ambos tienen caracteres sexuales primarios (órganos sexuales) y caracteres sexuales
secundarios (voz, pelo, piel, senos, etc.) distintos. Esto los hace físicamente diferentes. Si
profundizamos caracteres psicológicos veremos que se habla de “cerebro femenino” y de un “cerebro
masculino” para señalar las maneras de manifestar el pensamiento femenino y el masculino. Incluso
hay una concepción distinta en lo afectivo, para cada sexo. A esto general, hay que adosarle lo
particular de cada individuo y estas diferencias se marcan aún más.
Pero nuestra intención, más que relevar las diferencias obvias de ambos sexos, es destacar lo
que iguala genéricamente al hombre y la mujer. A las diferencias sexuales físicas, debe agregarse el
rol sexual. Es lo que estudiamos como el “rol del género”. Rol es un galicismo utilizado por papel
entendiendo por papel el conjunto de conductas que cada persona debe desarrollar en su desempeño
social cotidiano, o sea, la “forma de ser social” o cómo cada persona se desempeña socialmente. El
término papel o rol fue usado en Sociología, extrapolado del lenguaje teatral en el que el papel era la
parte de la obra dramática que ha de representar cada actor y la cual se le da para que la estudie.
Hemos destacado esta definición denotativa de rol o papel porque nos servirá para introducir una
idea fundamental para la educación auténtica: los roles de la vida deben asumirse con plena
aceptación y son susceptibles de ser estudiados. Con esto queremos decir que se puede desempeñar
roles sociales en forma improvisada, o bien, seleccionarlos y prepararse para desarrollarlos de
acuerdo a nuestra naturaleza real.
El rol sexual es uno de los tantos roles sociales que el hombre debe representar, pero
paradójicamente ya le es dado de antemano, incluso con una conformación física determinada y de
acuerdo a lo que terminamos de definir, se puede aceptar o intentar cambiar el rol y prestar
aceptación a otro distinto al asignado por la naturaleza. Naturalmente, cada rol tiene conductas no
iguales que deben aprenderse para desarrollarse. Este concepto es controvertible, pero nosotros lo
adoptamos no en función de conductas probables, sino como una conclusión extraída directamente
de los “modos de ser sexuales” (modalidad sexual) del hombre que se manifiestan en la realidad y en
la práctica (roles fenomenológicos). Se podrá discutir si se acepta o no la probabilidad de cambiar el
rol sexual, pero no se puede discutir el fenómeno que se da en la realidad, del permanente cambio del
rol sexual, “desde que el hombre es hombre”. Muchas veces, tanto en el tema sexual como en otros,
nosotros nos limitaremos a señalar los “modos de ser” sin abrir juicio sobre ellos, lo que no significa
aceptarlos como un valor. Sólo se admite simplemente que “tal cosa existe” y así procedemos a
consignar su existencia. Si dicho modo de ser es procedente o no, es harina de otro costal.
En manera especial pensamos y hemos sostenido que lo que se da en la realidad no siempre
es la verdad. Esta aserción es fácil de comprender dado que lo real o realidad es el conjunto de las
cosas y las formas como estas se manifiestan en el mundo, pero hemos advertido que las cosas no
siempre aparecen como son y su verdadero ser, debe ser develado. Luego, las cosas pueden tener
apariencia falsa, no manifestarse como son realmente. Es muy importante esta distinción porque,
sino, se cae en la tentación de confundir realidad con verdad o de creer que la verdad “es lo que se
ve”. Hemos aclarado previamente que “lo que se ve” aunque tenga una tangibilidad indiscutible es
simplemente “punto de vista” y éste, al no ser totalizador, induce engaño sobre el verdadero ser de la
cosa “vista”. Todo lo que “se ve” es lo que aparece a la luz (fenómeno) y así debe consignarse:
simplemente decir es lo que aparece a la luz.
En absoluto, el carácter de real da carácter de verdad. Tampoco el hecho de ser un fenómeno
significa que sea real (las visiones o alucinaciones son fenómenos que aparecen como reales pero
sabemos que son imaginarios). ¿Por qué no todo lo que se percibe como real puede ser tal, o sea, ser
verdad?. Esta cuestión la dilucidamos en parágrafos anteriores, pero recordaremos lo principal: la
percepción depende de la integridad funcional de nuestra mente y nuestros sentidos. Cualquier falla
en ellos nos da una percepción anormal o deformada. No es infrecuente que muchas percepciones
que creemos reales sean imaginarias. También nuestro punto de vista está, no sólo condicionado por
la integridad de los sentidos y la mente, sino por nuestras convicciones, cultura y forma de pensar. Si
no balanceamos todo esto, es fácil caer en el error, el cual se agrava cuando creemos que nuestro
error es la verdad. Hay que ser muy cauteloso antes de aceptar por real y verdad cualquier fenómeno
que nos impacta.
Nuestra mente debe realizar una especie de autocensura y autocrítica, con una estricta
comprobación (chequeo) de que nuestra percepción no es anormal y no está “teñida” por
preconceptos. Esta forma de control es lo que constituye el juzgar correcto y la adquisición de
“criterio” (buen criterio), ambas cosas necesarias para el pensar y el actuar auténtico. Como es nuestra
costumbre, hicimos esta digresión recordatoria para poder abordar el tema del rol sexual, limpiando
el camino de las “hierbas intelectuales” que pueden empañar la visión clara del problema, sobre todo
en uno de los temas que más preocupa al hombre, pero que también, más que otros, ha cargado de
tabú, preconceptos, o muchos “a priori”. Ha llegado el momento en que el hombre, si quiere superar
los problemas actuales, debe llegar a una nueva “forma de pensar” y para ello debe descartar todo
aquello que se oponga a un formal razonamiento basado en la realidad, pero también guiado por la
brújula interior que cada uno posee para no desviar el camino a la verdad.
El rol sexual, iterativa y concretamente, es lo relativo a lo “femenino” y lo “masculino”
mientras que lo genital es más aplicable a lo de “hembra” y “macho” y con esto dejamos nuestra
primera definición de estos términos, para no confundirlos al tratar el tema sexual. Por otro lado,
“mujer” y “hombre” son los términos aplicados específicamente al género humano para distinguir lo
genital y lo sexual. Aunando todo lo expresado anteriormente, es posible que se dé el fenómeno de
tener el sexo de macho, pero querer desempeñar el rol femenino o viceversa. Esto ya marca la
diferencia del lenguaje y el uso correcto de los términos. El “rol femenino” es la manera de “ser
mujer” en la sociedad. Obviamente, el “rol masculino” es la forma o modo de “ser hombre”
socialmente. Decimos sociedad y socialmente, porque estos términos son absolutos y necesariamente
señalan que para ser algo social debe indefectiblemente “interactuar con otro”. Si no se tiene la
referencia “del otro” no hay sociedad ni comunidad. Los roles o papeles siempre se desempeñan ante
otros. Luego, la exigencia de ser femenino o masculino está en función de otro. Lo aceptado por
natural es que la mujer represente el rol femenino de mujer y el hombre el rol masculino de hombre.
Si esto ocurre estamos en el orden de lo esencial y auténtico u orden natural. En este orden natural
en el que la mujer se relaciona con el hombre como tal y el hombre con ella en su condición propia,
estamos frente a roles heterosexuales. Es lo universalmente aceptado. Por lógica cuando un hombre y
una mujer se unen forman una pareja (“conjunto de dos personas, hombre y mujer, consideradas
una en relación con la otra”). Al formar la pareja existe el pareo: la unión de una cosa con otra. La
formación de una pareja puede tener diferentes fines:
•
•
•
una simple convivencia (“vida en común”)
reproducirse
formar una sociedad para algún fin
En el caso de una pareja que tengan los fines de vivir en común y reproducirse, forman en
este caso una familia con lazos parentales de esposos, padres e hijos. Si hay una familia formal (la
unión formal se constituye en forma legal o religiosa) constituyen un matrimonio, figura legal de una
sociedad en común de la pareja o un vínculo religioso a través de un sacramento y bajo un
juramento.
Si sólo hay una unión no formal, esto se considera simplemente como “vivir en pareja”, con
todos los atributos de un matrimonio pero constituyendo una relación extramatrimonial, por lo que
para la ley es un concubinato (relación marital entre un hombre y una mujer sin estar casados). El
término “concubinato” deriva etimológicamente del latín concubinãto y éste de concubitus =
ayuntamiento carnal. Si no hay ayuntamiento carnal, no puede hablarse de concubinato sino de
convivencia o “vida en común”. Generalmente el concubinato conlleva el ayuntamiento carnal, pero
el matrimonio puede llegar a ser una institución social usada con intereses ajenos a la procreación y
puede existir un matrimonio sin ayuntamiento carnal o con el ayuntamiento pero sin concepción,
mediante el uso de anticonceptivos o el aborto. Es el “matrimonio por conveniencia”. Se usa por un
interés secundario (adquirir poder, bienes, status, ser mantenidos, etc.).
Cuando se constituye una pareja, generalmente lo es impulsada por un sentimiento afectuoso
fuerte o amor. Esta es la base de la verdadera familia. Es una relación monogámica, sea matrimonio o
concubinato. El hombre, por naturaleza tiende a la relación monogámica y así se ha dado en la
Historia. La monogamia ha sido lo frecuente y predominante en la sociedad humana. Con estos
conceptos queda bosquejado un aparente orden natural. La RAE define como orden la “colocación
de las cosas en el lugar que le corresponde. Concierto, buena disposición de las cosas entre sí”.
También, “el orden es la unidad resultante de la conveniente disposición de muchas cosas” (Contra
Gentes, III-71). Orden natural lo define como “manera de ser, existir u ocurrir las cosas, según las
leyes de la naturaleza”.Todo orden guarda una cierta relación con una determinada finalidad (ley de
finalidad). Luego existiría un orden natural humano dado por:
1.
su estado de ser biológico: tiene derecho a reproducirse (por lo tanto a formar una familia), a
alimentarse, a preservar su vida, a estar en un territorio y poseer una vivienda
2.
su condición de ser inteligente: le otorga derecho a la dignidad, la defensa de sus derechos
naturales, la libertad de expresarse y de realizar su proyecto de vida, de asociarse, de respetar su vida
y la ajena.
3.
la universalidad de sus modos de ser que constituyen verdaderas notas fundamentales
En lo sexual, el orden natural humano implica como natural la unión carnal del hombre con
la mujer con fines de procreación, a través de una relación afectuosa o amorosa, monogámica y
permanente. Por supuesto, existen variaciones diversas de ese orden y, por ejemplo, hay relaciones
poligámicas o temporales, posibles dentro de la combinación hombre-mujer con fines de procreación
y convivencia. Pero no hay que ignorar las conductas sexuales heterogéneas no ajustadas a este
orden natural, como puede la homosexualidad, que configuran otros roles sexuales, y que luego
estudiaremos en detalle. Con estas definiciones hemos dado un pantallazo a los diferentes roles
sexuales que el hombre puede asumir. El instinto sexual en el hombre como en el animal, tendría tres
componentes:
∗
patrones de conducta instintiva genéticamente programados en el hombre en varios lugares
del sistema límbico y del hipotálamo (mediados por neurotransmisores)
∗
hormonas sexuales que en parte activan estos patrones
∗
factores de liberación: una tendencia innata a responder sexualmente frente a ciertos
estímulos ambientales
La hormona responsable de la respuesta sexual al impulso o instinto sexual en el hombre y la
mujer, parecer ser la testosterona (hormona esencialmente masculina producida por el testículo, pero
tanto en el hombre como en la mujer, también es producida por las glándulas adrenales). La hormona
femenina estrógeno no parece ser tan importante en la mujer en el impulso sexual y junto con la
progesterona regulan más la ovulación y el embarazo, como así también, el instinto maternal. El
hombre, al no tener una época determina de celo o estro, como los animales, esto determina que el
estrógeno (hormona inductora del estro) no sea un factor que gatille o ayude al impulso instintivo en
forma directa.
La mujer tiene una vigésima parte de la cantidad de testosterona en relación con el hombre.
No obstante, los niveles de esta hormona, por sí solos, no son los que determinan todo el alcance del
impulso sexual en los seres humanos. Otro grupo hormonal importante son las llamadas feromonas
que consisten en sustancias secretados hacia el exterior del cuerpo, por glándulas ubicadas en la piel o
en las mucosas genitales. Estas sustancias son percibidas por el olfato, pues en algunos casos poseen
aromas particulares. Tanto la secreción como la percepción olfativa son específicas, es decir, propias
de cada especie animal. Al ser percibida la sustancia feromonal produce en el perceptor una reacción
específica de la conducta, que en el caso de la sexualidad, es la excitación o exacerbación del deseo
sexual y la consiguiente atracción psicofísica. Si bien ambos sexos tienen una capacidad sexual
similar, la actividad sexual, como fuente de placer exclusiva (sin fines de procreación), hace que la
gratificación intrínseca que provoca sea independiente del estado hormonal y estén principalmente
afectadas por otras variables como pueden ser las convenciones sociales y la cultura y, en particular
manera, por la excitación o fantasía cerebral. Esta independencia de un mandato hormonal es lo que
diferencia a la conducta sexual del hombre, en relación con los animales.
Los desencadenantes ambientales del comportamiento sexual tienden a ser más específicos
para los animales que para el hombre. Los animales se acoplan únicamente si la hembra está en celo,
esto es, si las hormonas del estro le producen un olor especial que la hace atractiva para el macho. A
su vez, la hembra animal no acopla si no está bajo la acción hormonal del estro. En el caso del
hombre, los factores sociales de aprendizaje y cultura sustituyen un sustituto de la modalidad sexual
de los animales, e incluso, pueden superarlos (sublimarlos) o bien exacerbarlos o ser causa de
inquietud y aflicción (desolazar) cuando hay frustración sexual. Si se excluyen los genitales, hay
partes del cuerpo, por ejemplo, en la mujer, que son consideradas altamente eróticas según
comentamos, en nuestra cultura, pero en otras culturas, las mujeres deambulan desnudas y no llaman
la atención porque culturalmente la erotización pasa por otra parte que no sea la mera observación
del cuerpo. Por otro lado, los olores sexuales del cuerpo, generalmente resultantes de glándulas
sexuales y apocrinas, hoy resultan poco deseables, a pesar de que contienen feromonas y tienen un
efecto afrodisíaco inconsciente. En el hombre, como resultado evolutivo, la corteza cerebral influye
sobre el sistema límbico e hipotálamo (sede de impulsos sexuales) y modifica la respuesta sexual
liberándola de sus orígenes fisiológicos.
El centro del instinto sexual está en el sistema límbico De este modo, la razón y la
experiencia determinan un aprendizaje modelado por la corteza cerebral, la cual influye
poderosamente en el instinto sexual. Un ejemplo es la llamada “cultura del orgasmo” donde no se
conciben relaciones sexuales sin orgasmo, a tal punto que éste debe ser fingido por algún miembro
de la pareja, cuando no ocurre, para no dejar insatisfecho al otro. Pero la abstinencia crónica, como el
fuerte deseo no satisfecho, como la relación sexual sin orgasmo, puede causar severa congestión
pelviana crónica, con trastornos especialmente para la mujer, en el orden ginecológico. El instinto
sexual puede ser estimulado por caricias o roce directo de los órganos sexuales, del mismo modo que
por otros estímulos táctiles, visuales, auditivos y olfatorios. La duración del instinto sexual, que
condiciona la capacidad de respuesta sexual, puede ser para toda la vida, incluyendo la vejez, pero su
extensión dependerá de la práctica continuada. Con Rayner podemos decir que “la sexualidad
humana ha evolucionado mucho desde sus orígenes biológicos. Para el individuo y la sociedad, ha
pasado a servir a otros propósitos aparte de la reproducción, y su expresión está influenciada por
factores culturales y psicológicos más que por impulsos instintivos”.
Las “vías” sexuales
A pesar de que Freud describe que el hombre usa de todas las vías posibles para buscar el
goce o placer sexogenital, pero que estas vías son de predominio en etapas de desarrollo, en realidad
el hombre tiene instinto sexogenital a través de la vía oral, genital, anal y táctil. Toda su piel y
mucosas parecen ser receptores sexogenitales. Cuando tiene exacerbación del instinto sexual, su
posibilidad de usar cualquier vía le despierta fantasías sexuales que se manifiestan de diversas
maneras:
•
tener un acto genital heterosexual por todas las vías posibles (generalmente fantasea con la
oral y la anal)
•
tener un acto homosexual.
La relación genital heterosexual exacerbada y desenfrenada lleva a usar todas las vías
posibles, y puede ocurrir que una pareja use sus bocas, órganos sexuales, anos, manos y dedos para
satisfacer sus fantasías sexuales, usando variadas “posiciones sexuales”. Este ejercicio heterosexual
desenfrenado, permite al hombre manifestar su genitalidad dentro de un marco referencial
relativamente “natural” porque no usa la sodomía como práctica homosexual. Más aún: cuando la
lujuria y el desenfreno son muy grandes y las fantasías son pulsiones irresistibles, se llega al uso de
“aparatos accesorios” que toman diferentes formas y funciones (vibradores, etc.) que lo sacan del
marco natural para llegar a lo artificial. Las manos también producen placer sexual, sensual y genital
a través de las caricias (demostración cariñosa rozando suavemente con la mano el cuerpo de otra
persona, en forma de halago, agasajo o demostración amorosa). Otras veces las caricias se
transforman en masajes eróticos para estimular la excitación genital. Pero la relación sigue siendo
heterosexual a pesar de las tendencias sodomitas del hombre. Estas tendencias forman parte de la
teoría freudiana de obtener placer por cualquier vía, siendo la anal una de ellas y este placer puede
obtenerse tanto en una relación heterosexual como homosexual. La sexualidad abarca varias
cuestiones:
1.
2.
3.
4.
el conjunto de condiciones anatómicas y fisiológicas que caracterizan cada sexo
el apetito sexual o propensión al placer carnal (genital)
los roles de la feminidad y la masculinidad
la actitud sexual o estilo de vida u opción de vida sexual
Para enfrentarnos reflexivamente con el problema de la sexualidad, debemos tener en cuenta
diferentes puntos de vista. Uno de los principales aspectos es que la sexualidad es una cosa de “todos
los días”. Se vive día a día y puede ser advertida o no. Es decir, se puede vivir pensando en la
sexualidad o, directamente, ejercerla sin pensar en ella. Esto es importante porque la sexualidad no es
tan espontánea como se cree e influye mucho el hecho de reflexionar sobre el ejercicio de la misma.
La erotización puede hacernos vivir una sexualidad exagerada e inconsciente. Los hábitos también
nos pueden llevar a no pensar demasiado en nuestra sexualidad, sino simplemente ejercer nuestra
actividad sexual. Pero hay personas que se concentran demasiado en el sexo, sobre todo en su
identidad sexual y terminan “razonando” su condición sexual para adecuar sus actos a su
pensamiento. Son los que viven “explicando” su estilo sexual o modo de ejercer su sexualidad. Esto
hace que la vida sexual sea tan diferente como lo es cada persona y está sujeta al modo de ser de cada
uno, originando diferentes opiniones y puntos de vista de qué es y cómo debe vivirse la sexualidad.
Antes de analizar los conceptos subjetivos, vayamos a lo objetivo. La sexualidad comparte
básicamente el carácter de instinto (instinto sexual) pero en el caso del hombre este instinto no es libre
y espontáneo como en el animal, sino que está condicionado por la razón (inteligencia) y el
sentimiento o afecto.
Luego hay que distinguir estas tres cosas bien definidas para evitar confusiones naturales o
comunes:
1.
2.
3.
el sexo o la sexualidad están impulsados básicamente como instinto natural
puede ser modificado por la razón o la inteligencia
puede estar sujeto a modalidades sentimentales o afectivas
Otro concepto importante es que a diferencia de los instintos naturales necesarios (aquellos
que no pueden dejar de practicarse satisfacerse porque ponen en peligro la vida, como son el hambre,
la sed, el sueño), el instinto sexual es contingente (puede, o no, satisfacerse sin poner en peligro la
vida individual). Esto desde el punto de vista personal o individual. Desde la perspectiva del ser
humano es un instinto esencial porque de él depende la reproducción que determina la conservación
de la especie. Por eso, es un instinto puesto por la naturaleza con leyes determinantes (diferencia de
sexo, modalidad única de ejercicio). Pero esta necesidad de la especie humana, puede no ser una
necesidad personal, esto es, una persona no necesita el sexo para su desarrollo biológico personal
como individuo ni su conservación como tal.
Estas modalidades naturales de la sexualidad plantean ahora una cuestión que debe quedar
bien clara: ¿la sexualidad es únicamente para la reproducción? Teóricamente debería ser así. Pero si la
naturaleza no hubiese puesto otras cosas como la atracción sexual mediante el deseo y otras
sensaciones, y no hubiera adosado el placer sexual, indudablemente no habría acto sexual y por lo
tanto no existiría la reproducción para la conservación del género humano. En los animales la cosa es
muy clara: el estro o celo es el período puesto por la naturaleza y el acto sexual es imperioso ante la
sola presencia de un macho y una hembra. Más aun: para que no haya escapatoria, ha inventado las
ferohormonas o feromonas, las que actúan exacerbando los sentidos y el apetito sexual haciendo
ineludible la atracción y el deseo sexual.
Pero en el hombre la cosa cambia. No hay estro claro ni tiene el imperio de reproducirse en
una determinada época. Su sexualidad funciona las 24 hs. del día y los 365 días del año. Todo está
condicionado a su razón. Por eso se dice que en el hombre, “el sexo está en el seso”, es decir, en su
cerebro. Acá lo único que funciona es su deseo condicionado y su tendencia al placer sexual. Esto
significa que en el hombre importa más el placer que la intención de la reproducción. La función
natural de la reproducción ha sido, en cierta manera, remplazada por el mero deseo y el placer sexual
(sexo de fruición o de recreación). En síntesis: la sexualidad del hombre depende más del placer que
del imperio de la reproducción. En general, el ejercicio del sexo no es con el sentido y el sentimiento
de reproducirse. Es sólo el efecto de un deseo a veces irrefrenable y propulsado por el mero placer y
la reproducción resulta secundaria. En lo particular, el deseo de procrear está condicionado por
situaciones socio-culturales (mantener la progenie de un apellido, poblar un lugar, por razones
religiosas, etc.) o por el verdadero sentimiento de sentir el placer de ser padre o madre.
La reproducción es una consecuencia conocida, pero no prevista. Particularmente, existen
parejas que sí usan el deseo sexual para la reproducción, esto es, tener hijos. No hay una estadística
científicamente elaborada que hable de la proporción de parejas que tienen vida sexual sólo por
placer y cuál es la cantidad de parejas que practican sexo para concebir hijos. Luego, la conclusión
lógica y certera es que en el hombre lo sexual no es algo meramente guiado por lo natural, no tiene
sexualidad únicamente para reproducirse, sino que la usa más como medio placentero. Esto nos
muestra claramente que es el deseo de gozar más que de reproducirse lo que nos lleva al acto sexual
sin pensar seriamente en sus consecuencias, aunque éstas puedan ser conocidas en la mayoría de los
casos. Cuando una pareja copula sabe del riesgo del embarazo, pero el deseo es mayor y más
imperioso que el razonamiento y se satisface el placer antes que pensar en la responsabilidad de la
paternidad o maternidad. Esto es muy común en las parejas adolescentes y en las personas inmaduras.
La regulación de la natalidad es muy escasa en determinados sectores de la población, principalmente
en la de menores recursos. Este fenómeno no se debe tanto a lo económico, sino a una determinada
“falta de cultura” o educación o a creencias o mandatos religiosos.
Por último hay otra reflexión sobre esta cuestión. Si la sexualidad puede ser controlada por la
razón o la inteligencia, no es un instinto totalmente irracional. Si la voluntad personal es alejarse de la
sexualidad y no ejercerla, como ocurre en místicos, religiosos y anacoretas o frígidos, de hecho esta
sexualidad no es ejercida. Está en la voluntad de cada uno llevarla a cabo. Por lo tanto no es un
impulso necesario y obligatorio. Se puede decidir o elegir entre ejercer o no ejercer nuestra
sexualidad, como así también si se decide por hacerla efectiva, se puede condicionar el modo, es
decir, cómo y con quién o con qué se realizará. Otro fenómeno que no debe soslayarse es que el sexo
es parte de la alteridad del ser humano, de su instinto social o gregario, de su esencia de vivir junto a
sus congéneres. Una de las consecuencias inmediatas de la agrupación social condicionada por el
sexo es la familia. Es la más antigua y la más conocida desde todos los siglos. La familia es la unión
afectiva y sexual de dos seres humanos de distintos sexos para procrear hijos. Esto, visto como la
causa natural de la familia. Hay otras definiciones y explicaciones sociológicas de familia. Sin
embargo, es necesario iterar que el sexo no sólo es una respuesta a un deseo de placer o para procrear
hijos.
También el sexo ha sido utilizado para muchas otras intenciones no naturales creando el
utilitarismo sexual. El más viejo y conocido es el intercambio de actos sexuales por dinero
(prostitución). Otro motivo ha sido la adquisición de poder. La historia está cargada de mujeres
llamadas cortesanas porque siendo las favoritas en la corte de un faraón, rey, césar o emperador,
manejaron sus habilidades sexuales para encaramarse en el poder en forma directa o indirecta, abierta
o cerrada. Los arreglos cortesanos de matrimonios de conveniencia era otra forma sexual de adquirir,
mantener o expandir el poder político.
El sexo, también, puede ser una forma de sojuzgar o dominar una persona. Es el caso de la
esclavitud sexual por la cual se obliga a una persona a ejercer actos sexuales involuntarios y/o
aberrantes por parejas que manejan al otro mediante el temor y el castigo como es la situación del
hombre golpeador que bajo la presión del castigo corporal y las amenazas abusa de su pareja.
También ocurre con el rufianismo o trata de blancas (comercio o tráfico de esclavos sexuales). Del
violador sexual que bajo diferentes intimidaciones (armas, castigos, escándalos, chantajes) somete a
sus instintos, generalmente bajos, a sus propios hijos (incesto), a niños de todas las edades (pederastia)
a menores (estupro), del secuestrador sexual (el que secuestra únicamente para violar) y el
sadomasoquismo. Otra forma es la seducción mediante engaños. Los medios del ejercicio de la
esclavitud sexual están en la privación directa de la libertad, la violencia como medio para obligar el
ejercicio sexual (amenaza de muerte con armas, torturas y castigos corporales), el uso de drogas, el
secuestro y el cambio de geografía (exportación del ser humano como objeto sexual a otro país
distinto de donde pertenece) y la mentira amorosa como seducción engañosa.
Otro uso utilitario del sexo es el mundo de los negocios. El placer sexual es uno de los
atractivos que muchas empresas colocan dentro de su estrategia de expansión y es muy frecuente el
uso de “acompañantes especiales para ejecutivos”. Esta es una forma de prostitución VIP (siglas del
inglés que designa “personas muy importantes”). Incluso se filmó una película donde las prostitutas
eran adiestradas como “espías comerciales” para obtener datos de sus clientes y luego usarlos en la
Bolsa u otras formas de negocios a favor de sus intereses económicos. También entra en este contexto
la secretaria que seduce a su jefe o accede a su acoso para ganar un ascenso o un poder virtual. La
actriz que accede a las relaciones sexuales con los productores para asegurar un papel o el primer rol.
La “compra a través del sexo” es cuando se usa la relación sexual para obtener joyas, viajes, pieles,
autos, casas y otras posesiones a través del esposo, el amante o los superiores laborales.
Una cosa que no puede dejarse de lado es el manejo agresivo del sexo. En múltiples veces el
sexo es manejado como medio para expresar una venganza, un odio o una agresión. Muchos
hombres fingen sentimientos de amor para embarazar por venganza. Últimamente, se ha manifestado
la modalidad de infectar con el VIH (virus del sida) como una forma de vengarse por haber sido
infectado por otro. Muchos esposos violan a sus esposas como modalidad de manifestar su odio,
agresión o venganza. Algunas mujeres practican la infidelidad como venganza por las infidelidades
del esposo o como castigo de sus conductas agresivas. Ciertas mujeres se embarazan de sus esposos
para impedir el divorcio o crearles obligación de alimentación y mantenimiento como una especie de
venganza por la amenaza o la concreción de un divorcio. La forma de manifestar odio, venganza y
agresión a través del sexo es muy variada, según las circunstancias que afecten a hombres y mujeres.
Los celos son los que más originan el sexo de odio y venganza. El acoso sexual es un capítulo aparte
del manejo agresivo o violencia del sexo. Una forma común de venganza u odio sexual, es la
negación de la mujer o el hombre a mantener relación sexual con su pareja debido a un resentimiento
o como castigo por alguna acción ofensiva. Otra manera es la esposa que toma furtivamente
anticonceptivos para evitar el embarazo que su esposo desea. Generalmente el deseo de venganza o
sexo agresivo entre esposos o parejas suele causar mucho daño a ambos, pero más especialmente al
que lo practica, pues consciente o inconscientemente termina siendo autodestructivo y contribuye
como un factor más de la violencia intrafamiliar.
Sexualidad y cultura
Activismo y pasivismo: la iniciativa sexual
Esto está relacionado con la “iniciativa sexual”. Quien pulsa, maneja, propone y exige la
relación sexual es el activo, mientras que quien la recibe, con o sin participación plena, es el pasivo.
La actividad implica llevar las riendas de la intención, la proposición y la conducción del acto y el
ritmo sexual. La creencia general es que el hombre es el activo y la mujer la pasiva. En esto influyó el
machismo, la educación recibida en la tradición familiar, los usos y costumbres sociales, las
influencias morales y religiosas de cada época, las cuales enseñaban que una mujer debía ser pasiva
desde todo punto de vista. Hoy, la igualdad de los sexos ha liberado a la mujer y la realidad está
mostrando que la mujer es tanta o más activa que el hombre para tomar la iniciativa. Incluso, a las
demasiadas liberadas y desprejuiciadas, se le aplica el mote despectivo de “fiebre uterina”, “comehombres”, “ninfomaníaca” o directamente se le insulta como ramera, mujerzuela, puta, loca, etc. Para
el hombre siempre hay más consideración y lo más común es que sea un “mujeriego” y en el peor de
los casos, un libertino. Hoy, las mujeres han influido para que se introduzca el lenguaje de “baboso”
y otros motes que remplazan al adjetivo “libidinoso”.
La doble moral
Siempre se ha planteado que existe una doble moral para el hombre y la mujer. Es decir, una
moral distinta para cada uno. Naturalmente, la modalidad moral permisiva, ancha y elástica es la
atribuida al hombre, mientras que la mujer cargaba con todo el peso de la moral social y religiosa,
con reglas fijas y estrechas y llenas de sujeción, bajo el nombre de calificativos tales como el recato,
el pudor y pundonor, la castidad, la virginidad y otros mitos. En esta concepción moralista sui generi,
el hombre tenía las ventajas de todas las licencias y cargaba con todos los derechos, mientras la mujer
era objeto de múltiples vedas y sólo obligaciones. En este juego moral, el hombre se reservaba el
derecho de la infidelidad, mientras la mujer era obligada a la obligación de la fidelidad absoluta. Es
una falsa moral impuesta por el poder político y social o religioso del hombre, como una forma de
expresión del fenómeno machista. La realidad es que no hay una moral para el hombre y otra para la
mujer. La moral es una, unívoca y universal y rige por igual para hombre y mujer. La moral, como
la ética, son reglas absolutas que no admiten excepciones, en los temas fundamentales.
Sexismo
Cómo será de fuerte la sensación sexual o sentimiento sexual que llegó a generar el sexismo,
una actitud que no sólo define a la “atención preponderante al sexo en cualquier aspecto de la vida”
sino, incluso, que se llegó a la “discriminación de personas de un sexo por considerarlo inferior al
otro”. Tanto es así, que la RAE habla de “sexo fuerte” (hombre) y “sexo débil” (mujer). Esta
diferencia puede ser peyorativa, lo que funciona como prejuicio sexual, respaldado por antiguas
convicciones acerca de lo que interpretaron como conducta “normal” o “natural” de hombres y
mujeres. Pero algunas personas opinan que los sexos se comportan de diferente manera por motivos
culturales, más que biológicos y que cuando hay oportunidades sociales iguales, los hombres y las
mujeres pueden lograr igual distinción en casi todos los campos. Probablemente lo de sexo “débil” y
“fuerte” haya surgido de un “machismo” histórico que reservó la caza y la guerra y los grandes
esfuerzos para el hombre, destinando a la mujer a un rol de procreadora y de cuidadora de los hijos y
los quehaceres domésticos.
Otras opiniones prefieren hablar de una “diferencia sexual” sólo basándose en la organicidad
(la diferencia externa y fisiológica de los sexos, especialmente el ciclo de la procreación en la mujer),
disimilitudes fundamentales que no necesitan de un reconocimiento especial para aceptar las
“diferencias obvias”. Más aún: últimamente la discusión de las diferencias se basan en la diferencia
del “seso” más que del sexo, y se investiga como funciona la mente de la mujer, en relación con la
del hombre. De todos modos, nosotros creemos que las diferencias psíquicas o mentales y las
orgánicas no hacen a la esencia del hombre y la mujer, la cual es una sola: la esencia humana.
Básicamente, esto hace que hombres y mujeres sean iguales, sin ningún otro agregado. Que existan, o
no, formas diferentes del manejo mental de la inteligencia, no implica inferioridad o superioridad de
un sexo sobre otro. Sólo indica eso: hay formas diferentes de usar las habilidades mentales. Pensar lo
contrario sería crear un prejuicio discriminatorio que a los postres resulta estéril en determinadas
situaciones, pues en las sociedades patriarcales dominará el hombre, mientras que en las matriarcales
lo hará la mujer y la discusión será bizantina. Por otro lado, la vida moderna muestra que todo lo que
el hombre puede hacer dentro de la sociedad, también lo hace la mujer. El sexismo es una actitud que
utiliza el sexo de las personas como base para alguna discriminación (la doble moral es una de ellas).
El feminismo llama al machismo “chauvinismo masculino” (por la pretensión de una insistencia
fanática e irracional del privilegio y mito de superioridad del hombre) y el machismo ve al
feminismo como una reacción ofensiva de la mujer que intenta competir por el poder o superioridad
del sexo.
Esto establece la lucha de los sexos. Pero en realidad, la ignorancia de ambas partes es la que
ha llevado a la desigualdad. Por una parte el hombre que creía que tenía todo el poder y por otro
lado la pasividad de la mujer y su sometimiento a tal situación. Cuando la mujer empieza su lucha por
sus derechos sexuales, sociales y humanos, la situación va cambiando y la sociedad patriarcal se va
diluyendo para dar paso a una sociedad mixta, donde hombres y mujeres tienen iguales derechos (sin
patriarcados ni matriarcados)
El feminismo es a la vez, doctrina y movimiento que tiene por fin dos metas muy claras:
1.
la liberación total de la mujer de todas las lacras y obligaciones impuestas por la sociedad en
desventaja con el hombre
2.
exigir para la mujer iguales derechos que para el hombre, lo que significa conceder también a
la mujer, capacidades y derechos que antes eran reservados sólo a los hombres.
El machismo consiste en una actitud de prepotencia del hombre sobre la mujer, para
autoimponerse derechos, mientras que para la mujer sólo admite obligaciones. Relega la función
social de la mujer a las tareas del hogar, a la maternidad y crianza de los hijos y a un mero papel de
servidora doméstica del marido y como un simple objeto de placer en lo sexual, de lo cual debe
participar quiera o no y al simple requerimiento marital o de la pareja. Es el que atribuye a la mujer la
“falsa envidia del pene” cuando en realidad el falismo es una obsesión más del hombre que de la
mujer (obsesión fálica). Esta obsesión vive pendiente del tamaño del pene, de la capacidad de
erección y de la cantidad de orgasmos que puede generar en un acto sexogenital. Estas cosas se viven
como trofeos de competencia, más que simples condiciones o modalidades sexuales. Se refiere al
pene como “verga”, “palo” y otros nombres fantasiosos que tienden a querer establecer como un
poder peniano. En cambio a la vagina la bautiza con nombres despectivos como “cotorra”, “chucha”,
“conejito”, “repollito”, etc.
Este lenguaje sexual indica la mentalidad machista. En cambio, la mujer jamás se preocupa
sobre el tamaño de su vagina o su capacidad orgásmica (salvo que tenga problemas con la misma). Si
hay fallas sexuales como la impotencia y la frigidez, éstas no preocupan tanto a la mujer, como
ocurre con el hombre. El hombre vive pendiente de su drama de la disfunción eréctil peniana, de su
capacidad orgásmica. Sin embargo, la mayoría de las veces, la capacidad femenina es superior a la
del hombre. La mujer no sufre de eyaculación precoz, ni de falta de erección. Y la obsesión por el
sexo genital es menor en la mujer que en el hombre. Es más común la obsesión por la vagina en el
hombre (en el sentido del deseo sexual) que la obsesión por el pene en la mujer. Siempre la falta del
deseo o la disfunción eréctil sume al hombre en la depresión y la desesperación porque esto se vive
como disminución o “falta de hombría”. En cambio, la obsesión de la mujer frente a la falta de deseo
o frigidez, lo es sólo en relación con la preocupación de que si no satisface a su pareja, no la hace
feliz y/o corre el riesgo de perderla.
Sexo, cultura social y tabú
Tabú es una palabra o término que etimológicamente proviene del polinesio y significa “lo
prohibido”. La cultura social del hombre ha regulado desde la antigüedad toda la vida sexual en la
sociedad. Esta cultura sexual social es paradójica en la aceptación de muchos conceptos. Ha
predominado en las diferentes culturas una tendencia u otra. Por ejemplo, según lo antelamos, las
sociedades que dan prioridad a la mujer constituyeron matriarcados y en las que predomina el
hombre instituyen el patriarcado. Otras formas de enfrentamiento sexual son el machismo y el
feminismo. La puja de predominio de uno u otro sexo crea tabúes diferentes, según el temperamento
que impera en cada núcleo social. Así habrá sociedades en que la mujer ejerce un cierto predominio y
en otras, el hombre. En las sociedades machistas como ocurre con algunos pueblos de África y Asia y
Medio Oriente, la mujer es poco considerada y esclavizada, incluso sometida a crueles tormentos y
mutilaciones físicas o maltratos. Las sociedades culturizadas occidentales tienden a la armonía de los
roles y tratan de buscar un equilibrio de derechos y costumbres iguales para hombres y mujeres. Los
tabúes sexuales son infinitos y cada sociedad tiene los suyos. Nosotros detallaremos algunos de ellos y
nombraremos otros. Así determinadas sociedades árabes impiden a la mujer mostrar en público su
cuerpo descubierto y en los casos extremos no pueden ni mostrar el rostro, estando cubiertas
totalmente desde cabeza a los pies, mientras que otras permiten el nudismo o desnudismo total (como
algunas tribus primitivas de Brasil o África) o el desnudismo parcial (topless), generalmente del torso,
en la mayoría de las sociedades modernas, sobre todo, en la época estival. En general, los tabúes
sociales son más aplicados a la mujer que al hombre y sus motivos son diversos (higiene sexual,
creencias religiosas, supersticiones, atavismos, etc.). Hay algunas iglesias que prohíben las relaciones
sexuales extramatrimoniales y los métodos anticonceptivos y prescriben el celibato para los religiosos.
Hay otras religiones, generalmente orientales, que impulsan la castidad o virginidad (ausencia total de
relaciones sexuales), mientras que otras tienen ritos sexuales. Otro tabú es la experiencia sexual
temprana. Algunas sociedades las permiten libremente, otras como la polinesia la proponen como
algo normal, algunas normas sociales las excluyen para la mujer y bajo cuerda las permiten para el
hombre. Los matrimonios de mujeres púberes o niñas con hombres maduros eran permitidos entre las
alianzas políticas y de poder de los países que realizan “matrimonios de conveniencia” o en las
costumbres de algunas tribus. En la sociedad moderna hay corrientes opuestas: algunas aceptan
libremente esas relaciones, otras las prohíben y algunas las aceptan sólo a través del matrimonio. Cada
modalidad es regulada por normas legales de diferentes figuras. Hay países que castigan las relaciones
sexuales consentidas de mayores de edad con menores de edad, sobre todo si hay alguna denuncia
por parte de la familia. Obviamente, las no consentidas son penadas. Aunque en la antigua Grecia las
relaciones homosexuales de los mayores con hombres jóvenes o mancebos eran toleradas, no fueron
abiertamente aprobadas como modus vivendi general de un pueblo. Desde un punto de vista
científico fisiológico, las relaciones sexuales pueden ser posibles apenas la mujer empieza su ciclo
sexual (menstruación) y el hombre puede tener erecciones y eyacular. Esto puede ocurrir en edades
muy tempranas que oscilan entre los 8 y los 12 años. Incluso, el deseo sexual o la excitación sexual
puede ocurrir en los niños a cualquier edad, tengan, o no, expresión fisiológica. La pulsión sexual
alcanza su máximo entre la pubertad y los veinticincos años y después disminuye gradualmente con
la edad, aunque se extiende desde el nacimiento hasta la senectud. El ciclo natural hace más apta a la
mujer para la maternidad y la relación sexual, apenas se inicia el ciclo menstrual y lo extiende como
el más apropiado hasta los treinta años. Después de esa edad comienza a tener limitaciones la correcta
concepción en la mujer. En cambio, en el hombre la capacidad reproductiva se inicia con la
pubertad, aun precoz y se prolonga hasta la senectud. Un hombre de 70 años puede procrear,
mientras que una mujer difícilmente lo haga después de la menopausia. Esto estaría a favor de
relaciones sexuales femeninas tempranas. La prematurez del inicio de la vida sexual activa dependerá
de las necesidades y oportunidades personales, de la permisividad social y de las leyes.
Otro tabú en la conducta sexual humana, en lo relativo a la práctica del sexo, es las relaciones
parentales con lazos de primer grado: padres con hijos, entre hermanos. Esto se ha denominado
incesto y es sancionado por las religiones, las normas sociales y, en algunos casos, prohibido por
leyes. Mientras los animales no tienen problemas de este tipo, el hombre tiene conductas disímiles.
Hay sociedades primitivas que por razones de conservación de la especie, por ser muy reducidas,
admiten el incesto. En la Polinesia es común que el padre inicie sexualmente a la hija a edad muy
temprana. En la historia, el incesto se ha considerado una perversión en los casos en que se han
conocido. En general, es uno de los tabúes más universalmente aceptado. Un tabú muy extendido
hasta hace poco es el que no admite que una mujer tenga orgasmos o manifiesta abiertamente una
exacerbación del apetito sexual. Cuando esto ocurre en sociedades permisivas, se les aplica el mote de
ninfomanía o el apodo despectivo de “come-hombres”. Incluso en la pareja en que hay un machista,
si la mujer toma la iniciativa sexual y se manifiesta proclive a solicitar determinadas prácticas, es
motivo de una reyerta, pues el hombre piensa groseramente que esto significa que la mujer o es
degenerada o ha tenido o tiene experiencia extramatrimonial. Dentro de los tabúes entran todas las
perversiones sexuales (sadomasoquismo, pederastia, necrofilia, zoofilia, etc.). La inteligencia
instintiva nos dice que toda la conducta sexual debe ser natural y las únicas contenciones que debe
tener son las que impone la dignidad, el respeto y el amor al prójimo, la actitud de no provocar
daño o mal a sí y a otros y de no causar ninguna forma de escándalo. Vivir el sexo con autenticidad
y espontaneidad dentro de estas normas. El tabú debe ser aplicado a lo antinatural, a lo que lesiona la
dignidad y causa daño físico, psíquico y moral y provoca escándalo. Todas estas prácticas y tabúes de
este tipo, se deben al analfabetismo sexual o ignorancia sexual, que del mismo modo que el
analfabetismo emocional que trata Goleman, debe ser superado con la instrucción o educación sexual
o alfabetización sexual.
El tabú de la infidelidad
Debemos hablar del tabú de la infidelidad. Tradicionalmente y casi universalmente, la
infidelidad de la pareja es sancionada moral, social y legalmente. Es causa de divorcio legal. En la
práctica, hay sociedades en que se constituyen los llamados matrimonios abiertos, los cuales hacen
una vida marital en común normal, pero conservan su independencia sexual individual. Esto permite
que ambos cónyuges por separado, puedan tener relaciones sexuales promiscuas o múltiples. Otra
modalidad en determinados grupos sociales es el swinger o intercambio de parejas: dos matrimonios
se ponen de acuerdo y cambian sus parejas, el esposo de uno se va con la esposa del otro y viceversa.
Cuando la infidelidad del marido es abierta y tolerada por la mujer, se habla de hombre mujeriego.
En cambio en la mujer es menos tolerada y cuando la acción es pública se habla de mujer corneadora
(“pone los cuernos”). “Poner los cuernos” es la frase popular para indicar la infidelidad entre esposos
o parejas. El componente de la pareja que sufre la infidelidad se le llama “cornudo/a”. Cuando en la
pareja uno de los cónyuges es muy celoso, en caso de infidelidad, se desata una furia que puede
llevar al asesinato del infiel. Lo normal, cuando se demuestra la infidelidad es la separación o el
divorcio.
La permisividad de la infidelidad puede tener varios motivos: insensibilidad emocional o falta
de celos, en casos muy raros, permitir que el “otro” se “sienta feliz”. En los esquimales, prestar la
esposa a los visitantes para realizar el coito era una forma de cortesía social. En el libro del País de las
sombras largas se describe esta costumbre y el esposo esquimal la justifica porque según su
concepción, la esposa se “renueva”. Es como interpretar que adquiere nuevos bríos sexuales,
combatiendo la rutina matrimonial. Este concepto también prima en algunas parejas permisivas.
Otro motivo es económico o de interés social: la relación de infidelidad trae beneficios
económicos (dinero bajo la forma de obsequios o pago de gastos) o poder (ascensos, entrada a
determinados grupos de poder), etc. El “perdón” de la infidelidad es un fenómeno que se observó
con los hombres que debieron ir a pelear en las guerras durante muchos años, o bien, resultaron
prisioneros o desaparecidos por muchos años. Incluso hay quienes se reportaron como muertos por
equivocación. En estos casos, muchas esposas tuvieron relaciones extramatrimoniales con gestación
de hijos. Un gran número de esposos perdonó a sus mujeres en estas condiciones. En el caso inverso,
los esposos que tuvieron relaciones infieles en los territorios donde debieron pelear o fueron
prisioneros, engendraron hijos. A la vuelta a su hogar, no sólo se les perdonó tal conducta sino que
en algunos casos llegaron a adoptarse esos hijos, sobre todo si la madre había muerto.
Otra situación es que cuando hay una relación infiel transitoria (una aventura, un desliz)
muchos matrimonios se perdonan mutuamente. No así cuando la relación infiel es frecuente y
reiterada y no por casualidad, sino planificada y aceptada plenamente. Es muy raro que esto suceda.
Sólo en casos extremos de necesidad (y eso ocurrió mucho en los matrimonios de otras épocas), la
esposa permitía o era complaciente con las relaciones extramatrimoniales de su esposo, el cual llegaba
a constituir, por separado, hasta dos o más familias. Las razones de la esposa complaciente eran el
factor económico (el esposo proveedor), o social (no pasar a la categoría de divorciada) y en casos
muy raros, el sentimiento (estar realmente enamorada al punto de aceptar cualquier cosa). Esta
permisividad dio origen a muchos hijos bastardos “reconocidos” (relaciones del patrón con la
empleada doméstica) o, directamente, al poligámico que constituía diferentes familias en diversos
lugares.
Otro tema de tabú son las parejas múltiples o poligamia, en la cual un esposo puede tener y
convivir con varias mujeres a la vez. Cuando es la mujer la que tiene parejas múltiples, se denomina
poliandria. Son muy comunes los casos en que los hombres, más que las mujeres, en la sociedad
común en que la poligamia es un tabú, suelen constituir, por separado, dos o más hogares. Los casos
públicos de poligamia ocurren en núcleos que traen la costumbre de otros países o bien hay acuerdo
en común constituir la familia poligámica. El sexo grupal tampoco es aceptado, salvo determinados
grupos que por la década del ‘50 se dedicaban a lo que se dio en llamar “la dolce vita”. Se considera
práctica aberrante. Es practicado en las llamadas “fiestas negras”.
El tabú de la educación sexual en la escuela pública
El tabú cultural más común está referido a la educación sexual pública libre. Es muy resistido
el proyecto de incluir como materia de estudio en las escuelas y universidades, la educación sexual.
El no permitir esto, hace que muchos adolescentes y adultos no aprendan a educarse sexualmente y
tengan dificultades en su vida de relación, en lo atinente a la vida sexual. Muchos padres arguyen
contra esta enseñanza poniendo como pretextos:
1.
el temor a la pérdida de inocencia: los niños que teóricamente son “inocentes” pueden ser
perturbados por el conocimiento de detalles anatómicos o funcionales, en el orden sexogenital. Este
tabú parte de la creencia que inocencia infantil es ignorancia absoluta de los hechos sexuales y que
los niños son asexuados: no tienen ninguna duda o inquietud por los problemas sexuales. Como se
verá, es un tabú completamente infundado puesto que los niños siempre tienen curiosidad sexual y
están informados a medias sobre hechos sexuales (a través de las charlas con compañeros o amigos,
de los medios de información, de las conductas familiares, etc.) y tienen sensaciones de tipo
sexogenital.
2.
los niños que adquieren conocimientos sexogenitales en forma temprana pueden
“degenerarse” o “pervertirse”. Este pretexto interpreta que la educación sexual es algo pornográfico.
Cree, infundadamente que ciertos detalles crudos como es el conocimiento de la anatomía y la
fisiología de las gónadas pueden resultar escandalosos y despertar sensaciones anormales. Este tabú,
sin mayores detalles, es también una necedad basada en la propia ignorancia de padres y familiares y
en los temores que ancestralmente se propagaron en las familias para evitar tratar el tema
directamente con los niños y adolescentes, por considerar al sexo como algo impuro y pecaminoso
por un lado e ignorar que cuando los niños se desnudan advierten su sexo, es decir, saben de la
existencia del sexo.
3.
la educación sexual es algo que los niños deben adquirir por su propia experiencia, sin que
se les tenga que enseñar en forma temprana. Este es un pretexto que también equivocadamente
interpreta que la educación sexual es algo que se genera espontáneamente y que debe instalarse con
un mero nominalismo. Es como la contradicción de la ley de tránsito: quien no tiene carné que lo
habilite no puede manejar, pero no permite que alguien maneje “ensayando” para aprender con la
excusa de que como no tiene permiso o habilitación no puede conducir un vehículo. Es un círculo
cerrado que no contesta la pregunta: si no practica o no se le enseña ¿cómo puede aprender?
4.
la educación sexual es un derecho exclusivo de los padres: el problema no está en el derecho,
sino en la capacidad de educar. De nada vale un derecho que no se puede o no se sabe ejercer. En los
casos de incompetencia abierta o declarada, la transferencia del derecho a la escuela u otro medio
eficaz es la solución para una ignorancia sexual que es más dañina que un exceso de información o
una información temprana o una información inadecuada.
Todos estos tabúes contra la enseñanza o educación sexual pública y abierta, son creencias
forjadas por el desconocimiento de la función sexual y los temores religiosos de que hablar del tema
era pecado, puesto que todo lo relacionado con el sexo es impuro. No obstante, si se lee atentamente
la Biblia, en el Levítico se verán detalladas algunas prohibiciones sexuales que harían erizar los
cabellos de estos padres temerosos por el lenguaje y los usos sexuales prohibidos (incesto, coito
durante la menstruación, zoofilia, homosexualismo, etc.).
Si fuera tan escandaloso, el tema no hubiera sido tratado tan crudamente por la misma Biblia.
Todo lo contrario. El libro, fruto de la revelación directa de Dios, trata el tema sin tapujos por
considerar de suma importancia que el hombre, cualquiera sea su edad, no debe ignorar qué es lo que
debe hacer con su vida sexual. El tabú de hablar libremente, en voz alta y en público o delante de
menores o mujeres, de actos sexuales genitales, o de “lo sexual” en general, genera gran resistencia y
rechazo, por lo que no es posible hacerlo sin provocar escándalo o ser sancionado por falta a la
moral. Sin embargo, no hay problemas para tratar en voz baja (sotto voce) dichos temas y en forma
escabrosa o burlesca
El tabú de la virginidad (himen intacto)
Otro tabú es el de no admitir la novia “desflorada”, o sea, la que tiene ruptura de himen o
“membrana de la virginidad” por relaciones pre o extramatrimoniales. El himen es una membrana
que obtura la vagina, pero no es una membrana oclusiva total, sino parcial, puesto que no podría
permitir el sangrado menstrual. Esta membrana suele romperse levemente o expandirse cuando se
realiza el acto sexual, y queda así de por vida. Es lo que se conoce por “desfloramiento” o “pérdida
de la virginidad”. Puede ocurrir que una mujer tenga un himen complaciente, esto es que posee una
abertura grande o elástica. Esto puede ser interpretado por un marido celoso como que tuvo
relaciones prematrimoniales. Otro caso es cuando hubo ruptura himenal accidental o cuando por una
intervención médica o quirúrgica, debe ser roto el himen. Dado el carácter tan importante de este
detalle, esta situación debe ser consignada expresamente por el médico mediante documento escrito.
Actitudes sexuales y algunos tabúes
Finalmente, dentro de la cultura sexual destacaremos las actitudes sexuales. Sólo
mencionaremos dos actitudes principales. En la mujer, la excitación sexual es mejor apoyada por las
caricias suaves o estimulación táctil de zonas erógenas del cuerpo, porque la mujer es más sensible al
tacto que a otras formas de estimulación. En cambio, los hombres son más fácilmente excitados por
estímulos eróticos visuales, sobre determinadas partes anatómicas femeninas (generalmente senos y
nalgas y más secundariamente piernas y rostro). Este mecanismo es más secundario en la mujer. Otras
formas de excitación masculina son estímulos narrativos (leer o sentir contar experiencias sexuales o
cuando una mujer describe como le gusta hacer el acto sexual) y, ambos sexos, son estimulados por
sus propias fantasías. Sin embargo, hay personas que consideran impúdico (tabú de la impudicia)
tocar o mirar un cuerpo. No admiten la desnudez pública o una relación con luz (piden oscuridad
total).
Según Fromme, nuestra conducta sexual es fundamentalmente el resultado de nuestras
actitudes con respecto al sexo. Estas actitudes a su vez, son producto de la forma en que hemos sido
criados. Si el medio que nos rodea es liberal, nuestras actitudes y conducta sexual también lo serán.
Pero si el medio es represivo (castrador como se dice vulgarmente), existen muchas formas de
restricción de la conducta sexual humana y las conductas individuales dependerán de las creencias o
ideas restrictivas aprendidas o enseñadas o incorporadas en el proceso de socialización por formación
moral o religiosa o hábitos familiares. Uno de los problemas femeninos es la vivencia del ciclo
menstrual. Si el medio le enseñó a vivenciarlo como “enfermedad” o “suciedad”, de ahí vendrán las
diferentes actitudes femeninas de los dolores menstruales y otros trastornos que la llevan junto al
dolor, a la irritación y a la depresión. A estos hay que agregarle conductas obsesivas-compulsivas:
exceso de limpieza, ocultamiento de prendas y accesorios (toallas femeninas), prejuicios (no lavarse
la cabeza, no bañarse, permanecer acostada).
En cambio, aquellas mujeres que aprendieron a vivir naturalmente la menstruación y le fue
explicada correctamente y en su familia las mujeres procedieron normalmente, la vivencia de la
menstruación es sin problemas, en completa libertad y sin restricciones, compulsiones ni prejuicios.
Las actitudes sexuales deben ser decorosas para no caer en lo soez, la vulgaridad, la mala educación,
lo procaz, lo descortés, lo agraviante y lo dañino. Ser libre sexualmente no implica libertinaje ni
perversión. Significa vivir el placer sexual sin trabas pero sin desviaciones que afecten de alguna
forma nuestras vidas o las ajenas. La cultura sexual es parte de la cultura general personal y la
inteligencia instintiva, parte de la inteligencia emocional, debe integrarse a la inteligencia social,
intelectiva y comunicativa para alcanzar el máximo desarrollo de nuestro ser auténtico. Sexo sin
afecto, ni inteligencia ni dignidad, no es sexo libre ni sexo animal. Simplemente es perversión o
desnaturalización del ser humano.
Tabú del lenguaje sexual
Si se habla públicamente y en voz alta de útero, ovario, trompa, escroto, testículo, acto
sexual, esto no afecta principalmente la sensibilidad de quienes hablan y quienes escuchan. Pero, si se
expresa a bocajarro las palabras pene, vagina, vulva o coito, estos términos alteran mucho, tanto al
que debe pronunciarlos como al que debe escucharlos. Son las palabras prohibidas del sexo. Tanto es
así que se utilizan eufemismos, algunos de los cuales ya hemos analizado. De igual modo ocurre con
las llamadas enfermedades venéreas (del latín veneris = de Venus) que usan este término relativo a la
diosa pagana Venus que regía todo lo relativo al amor y el sexo. Es poco común que los textos
médicos hablen de “enfermedades sexuales” y sólo la infectología habla de enfermedades de
transmisión sexual últimamente. Tradicionalmente se hablaba de enfermedades venéreas.
Antiguamente, incluso para describirlas, se les llamaban enfermedades de las “partes húmedas” o
descripciones similares. Muchos pacientes que sufren trastornos de los órganos sexuales externos,
relatan al médico que tienen problema “allá abajo”. O “tengo problema en el órgano”. Es muy poco
usual que digan “tengo enfermo el pene” o “la vagina” o “la vulva”. De igual manera, la referencia al
coito se hace con frases como “hacer el amor” o emplear verbos latinos como “coger”. El idioma
español acepta el término “joder” como sinónimo de coito, en su primera acepción. Secundariamente
lo reconoce como “molestar o fastidiar”. Igualmente acepta el término “folgar” y alude al vulgarismo
“follar” el que puede emplearse como sinónimo de coito primariamente y secundariamente del
mismo modo que joder: como molestar o fastidiar. En los medios escolares y adolescentes, y en
general, el termino vulgar y obsceno es “culiar”. De esa manera, lo vulgar y soez es más común para
nominar el sexo abiertamente. Así, otro modo de nominar el coito, es decir “echar un polvo” o
directamente, “polvo”.
Hemos paseado por toda la gama posible del léxico (naturalmente no hemos citado todos los
términos existentes) para mostrar como una palabra tan sencilla como coito debe decirse con otras
palabras mucho más malsonantes. Mas, parece que nombrar a los órganos sexuales externos por sus
nombres anatómicos normales es más escandaloso que andar buscando eufemismos a veces muchos
más cacofónicos que los nombres originales. El tabú oficia como una barrera represiva potente que
impide tan sólo nombrar a las cosas (o, al menos, denominarlas con su nombre original). El lenguaje
sexual pasa a categoría de innominado. Todo ocurre a tal punto que mi computadora ha sido
programada por Windows para evitar agregar al diccionario personal la palabra pene, la cual queda
marcada en rojo como error gramatical. Cuando ordeno “agregar” inmediatamente la máquina
responde que el diccionario se encuentra completo y no admite más términos. Sin embargo, al
reiniciar nuevamente la computadora, me permite agregar cualquier palabra que no sea pene. De ese
modo, indirectamente marca como error el tiempo verbal correspondiente al verbo penar (yo pene, él
pene).
Atracción sexual
La aparición del deseo, sobre todo el de posesión, genera la atracción sexual. La atracción,
como acción de atraer, es traer hacia sí alguna cosa, en este caso, el objeto del deseo sexual. Esto
quiere decir que el resultado de la atracción es tratar inclinar o reducir una persona a otra a su
voluntad, opinión, en este caso a los fines del deseo sexual. Es una especie de llamado imperativo o
vocación que los ingleses llaman “sex appeal”, lo que reviste el carácter de algo irrefrenable e
instintivo. La atracción sexual es un instinto básico del mismo tipo que el deseo de alimento. Sin
embargo, la respuesta al instinto sexual de atracción es mucho más compleja que el deseo de comer.
Tanto los hombres, como las mujeres, sienten un deseo instintivo sexual que opera como un
verdadero llamado sexual (sex appeal) que inicialmente comienza impulsado por las hormonas
sexuales, pero respondiendo luego de acuerdo a patrones aprendidos anteriormente, basados en
pensamientos conscientes, o no, y en los recuerdos de experiencias tenidas. La atracción sexual
depende de varios factores:
¬
¬
¬
¬
estéticos: belleza física
corporales: figura corporal sinuosa con curvaturas acentuadas en senos y nalgas, piernas, etc.
ferohormonas que operan a través de olores corporales
ideas libidinosas con alto contenido erótico debido a una erotización previa
Es posible que la atracción surja como un imperativo instintivo, sobre todo cuando el deseo
está centrado en la posesión y disfrute genital. La mente regula la pulsión sexual. De este modo, la
fantasía sexual irracional puede funcionar como pulsión sexual irrefrenable si se suma a una atracción
imperativa. Pero, aún así, el hombre puede con su inteligencia condicionar, regular y controlar la
atracción sexual, por más impulsiva o compulsiva que ésta sea o por más carácter de instinto
irrefrenable que tenga. Lo irrefrenable, si es sometido a una vía o método aceptable y lícito para
presentarse, puede ser la fuerza motivadora potente de una conducta. Pero lo irrefrenable, como
acto salvaje y libertino, avasallante de todo derecho y causante de daño, es lo que debe evitarse
mediante el control inteligente. Ese control es obvio cuando uno de los integrantes de la pareja busca
atraer al otro.
Puede comenzar una serie de conductas que conducen al galanteo o al acoso sexual, según el
carácter de estas conductas, que puede ser romántico, incisivo o violento. Cuando el intento de
atracción debe plasmarse en conductas destinadas a conseguir “traer a sí” al otro, hay una
postergación del deseo inmediato, para llevarlo a otro momento. Así comienza lo que puede ser un
afectivo galanteo en tanto y en cuanto uno de los miembros de la pareja intente hacerse agradable al
otro mediante una serie de atenciones especiales signadas por el interés patente o la intención abierta
de indicar que hace eso para que el otro se interese por él. El galanteo es fino, urbano, afectivo y
romántico y se usa cuando hay un sentimiento real de amor de un miembro de una pareja por el otro.
En cambio el acoso es una persistencia molesta y/o agresiva, tipo persecución, más que una conducta
urbana. En la atracción sexual la pareja puede ser sincera y usar medios auténticos para concretar la
atracción, o puede usar conductas inauténtica, mediante simulaciones y disimulaciones: se trata de
presentar ante el otro, no la natural realidad individual sino una artificial imagen de ésta, adornada
con cualidades y libre de defectos. Esta doble ficción puede ser desarrollada por los dos miembros de
la pareja. Es lógico que una relación iniciada en estos términos ficticios, no llegue a conformar una
pareja auténtica, pues tarde o temprano se puede descubrir el artificio y se romperá el “encanto” de la
atracción.
Lo auténtico de una conducta destinada a buscar la atracción es que cada miembro de la
pareja se presente tal cual son. Esta es la base de una relación más satisfactoria, de mejor futuro y
estabilidad. Si bien nuestros instintos inconscientes pueden en algún momento hacernos desear
sexualmente algo indebido (sexo con niños de cualquier edad, con un pariente carnal o ideas
incestuosas, con la mujer del prójimo, y todo deseo no debido), la moral o buenas costumbres nos
enseñan que esos bajos instintos no debidos, deben ser sublimados. La moral regula el deseo y lo
limita a “lo debido” y lo debido es tener sexo dentro de lo permitido por las normas sociales,
religiosas y legales en primer lugar y primordialmente con nuestro reiterado lema de todo lo que no
cause daño a nadie ni sea escandaloso y esté dentro de lo que naturaleza ha marcado como normal.
Tener deseos indebidos es normal. Lo anormal es dejarse llevar por ellos para desplegar conductas
indebidas y anormales.
El cortejo humano: arte de manifestar el amor o la atracción sexual
Lo natural es que cuando un hombre y una mujer se encuentren frente a frente o a menos de
tres metros de distancia y se hallen ambos como atractivos o deseables, nazca un deseo instintivo de
acercarse, conocerse y relacionarse. Puede, incluso, que uno de ellos o ambos, al advertir el deseo y
la atracción mutua, inicien una serie de actos conductuales o gestos para manifestar directa o
indirectamente, el anhelo de conocerse y establecer algún tipo de relación. Estas acciones se
denominan comportamiento de cortejo.
El cortejo humano o acción de cortejar es el galanteo o requiebro que se establece entre dos
personas con el fin de lograr una relación amorosa entre ambos. En este caso, empieza una conducta
de asistencia, acompañamiento de la persona cortejada a la cual se trata de complacer en todo lo que
sea de su agrado, manifestando gestos y acciones de fineza, agasajo y regalos. Una de las formas del
cortejo humano es el galanteo, del cual hemos hecho referencia. El galanteo es más propio del
hombre, el hombre galante, el que se vuelve cortés, atento, obsequioso con las damas o mujeres,
especialmente con aquellas que desea establecer una relación amorosa. Toda su conducta es procurar
atraer a la mujer que pretende para captar su amor y para esto hace despliegue de seducción.
En cambio, la mujer galante es la que gusta de los galanteos. En forma peyorativa, también se
llama mujer galante a la que es afecta a costumbres licenciosas. El requiebro es lisonjear a una mujer
alabando sus atractivos en forma aduladora. Cuando se pronuncia en voz alta y en forma pública se
le denomina “piropo”. El cortejo requiere de acciones amables y amorosas. Excluye todo lo que
signifique acoso y daño. Es el ejercicio de la seducción, en el buen sentido del término, que es
embargar o cautivar el ánimo de la persona amada. Hay que tener en cuenta que seducir también
significa engañar con arte y maña para persuadir suavemente a una persona a que actúe haciendo un
mal. El cortejo excluye esta acepción de la palabra seducir.
Según la Dra. Helen Fisher el cortejo no es lo mismo que el deseo, el apasionamiento y el
apego. Si bien puede incluir sentimientos de deseo, pasión y apego, generalmente estos sentimientos,
por separado, son generados por un mero anhelo de tener un acto sexual y nada más. Por esto, debe
distinguirse muy bien cuando hay una conducta de cortejo, de lo que sería una mera conducta de
atracción sexual, exenta de un sentimiento amoroso puro. El otro riesgo del cortejo es cuando una
persona corteja a otra, quien no le corresponde, o finge ser una buena persona o que ama a quien le
requiere, cuando en realidad es todo lo opuesto.
Cuando se inicia una conducta de atracción sexual o de cortejo, la persona más impactada
sufre la acción de las hormonas de la hipófisis (ocitocina y vasopresina), las que exacerban el deseo
sexual y generan un sentimiento fuerte de apego, con gran compromiso emocional que bien puede
ser el motor para una relación sincera y auténtica, como el origen de una seducción engañosa o el
compromiso emocional con la persona equivocada.
El apasionamiento, según la Dra. Fisher, tiene que ver con la liberación de otros
neurotransmisores o sustancias cerebrales, entre ellas la dopamina, la cual determina sentimientos
obsesivos hacia la pareja sexual. Según la investigadora, el apegamiento obsesivo, desde un punto de
vista de la evolución humana, constituye una “adicción natural” que es la que asegura la unión de la
pareja como preparación previa para el embarazo y la crianza de los hijos. También el
apasionamiento se caracteriza, entre otras manifestaciones, como una persistente y excesiva
“tendencia a pensar” en el ser amado, constituyendo una especie de obsesión cotidiana que ocupa
varias horas del día (algunos aseguran que les lleva el 90% del tiempo diario). Este hecho, induce a
algunos a sentir que la gente muy enamorada “se sienta hecha un desastre”. El cortejo, como un
conjunto de acciones y sentimientos que básicamente contemplan un deseo, apegamiento y
apasionamiento (enamoramiento auténtico), exige un gran esfuerzo para mantener vívido un
romance en el transcurso del tiempo.
La Dra. Fisher estima que puede durar con plenitud alrededor de tres años, pero puede
agotarse antes por causas diversas. Una de las principales causas del agotamiento del enamoramiento
es que uno de los miembros de la pareja decaiga en interés o muestre desapego (despego) o desprecio
del cortejo. Otra causa es la rutina: cuando pasa mucho tiempo, la conducta de cortejo se vuelve
rutinaria y el tedio puede inducir indiferencia o rechazo. El enamoramiento verdadero que lleva a un
cortejo auténtico y a establecer una relación de noviazgo exige que, primero, se comience por elegir
una persona adecuada, esto es, que responda al cortejo con sinceridad e iguales sentimientos
amorosos. Luego del encuentro y la aceptación del cortejo, viene una tercera etapa que es la fijación
de metas mutuas y el logro de las mismas. Luego, el cortejo auténtico, base del noviazgo, tendría las
siguientes etapas:
1.
2.
3.
conocimiento, estudio y elección de la pareja adecuada
inicio de la relación amorosa sincera, por encuentro y aceptación mutua del cortejo
fijación y cumplimiento de metas mutuas
El apasionamiento, como única expresión de atracción sexual, si bien es un sentimiento de
intensa experiencia fisiológica y psicológica y que obnubila el pensar racionalmente, suele ser
efímero. Es maravilloso si es correspondido por la pareja requerida, pero suele ser muy traumático y
doloroso si se produce un rechazo. Cuando la pareja enamorada sobrevive al apasionamiento
efímero, nace un sentimiento de apego, que es una situación de transición entre el fuego del
apasionamiento y la convivencia romántica duradera. En esta transición disminuye el efecto de la
dopamina que nos “excita” para dar paso al efecto de la oxitocina y la vasopresina que nos
“apacigua” y despiertan sensación de paz y seguridad que es el fundamento de una relación estable y
duradera de una pareja auténtica.
Las ideas demasiado “idealizadas” sobre el romance y el cortejo, han dado a éste un aspecto
de mito dorado, del cual debe despojarse para darle dimensiones reales. No todos los cortejos son tan
buenos ni tan completos, ni son únicos. Cuando una relación fracasa, lo natural es volver a buscar
otra. Quienes manifiestan incapacidad de volverse a enamorarse o cortejar a otra persona no son
personas normales. Desistir de las costumbres amorosas del cortejo no es parte de la naturaleza
humana. El deseo de mantener relaciones amorosas de pareja, cuando otra relación se agotó o
terminó, es más natural que el sentimiento de rechazo de una nueva relación.
Las “relaciones maravillosas” existen y pueden ser experimentadas una o varias veces en la
vida. Lo anormal es cuando se trata de establecer falsas relaciones amorosas maravillosas, fingiendo
sentimientos que en realidad son tendencias instintivas o mero deseo sexual de un acto carnal y nada
más. La promiscuidad disfrazada de relaciones de cortejo son inauténticas. Lo auténtico y normal es
que una relación de cortejo se establezca con parejas que realmente se aman y que participan
mutuamente de la relación. Para que una relación de cortejo sea auténtica, no puede ejercerse
simultáneamente con dos o más personas. Lo normal es que se establezca con una sola persona por
vez. Es iterativa cuando se inicia con una nueva pareja tras la pérdida o rompimiento total con la
primera pareja o pareja anterior. Se pueden tener innumerables relaciones de cortejo, siempre que sea
con una sola persona por vez y la intención sea auténtica.
El cortejo es otra manifestación del sentimiento amoroso, el cual es inagotable en sus facetas.
El ardor, el apasionamiento, el deseo sexual, el enamoramiento, la atracción sexual, el apego y el
romance, son constituyentes ineludibles de un sentimiento amoroso verdadero o auténtico, como
también pueden ser fingidos o ser parte sólo de una atracción sexual cuyo único objeto sea llegar a
una relación carnal efímera. El sentimiento amoroso que lleva al noviazgo y al matrimonio para una
unión indisoluble en el tiempo y la forma, es el verdadero amor de pareja o “amor” en términos
simples. Ese “amor” tan manoseado pero poco practicado en la actualidad.
Energía sexual como erotismo y libido
Otro aspecto sexual es el erotismo. El griego Eros es un término que significa amor y Eros era
el dios del amor. De Eros se originan términos como erógeno, erótico, erotismo, erotomanía. Es
erógeno lo que produce o es sensible a la excitación sexual. Lo erótico es lo amatorio o lo
perteneciente o relativo al amor sensual. El erotismo es pasión de amor o amor sensual exacerbado.
Erotomanía es una especie de “locura de amor” o enajenación mental causada por el amor y
caracterizada por un delirio crónico.
Las sensaciones erógenas son normales para todo hombre o ser humano. No sólo son
normales sino que son parte de la fisiología. Lo que debe aclararse es que estas sensaciones deben ser
despertadas cuando se va a realizar el acto genital o cuando se acaricia una persona. El acto de
acariciar despierta estas sensaciones erógenas, cuya función es llevar a la excitación. La excitación
sexual es polarizada por la atracción irresistible hacia la otra persona, pero también es excitación
genital que predispone al acto genital o coito fisiológicamente (erección, humidificación, etc. de los
órganos externos). Es decir, la sensación erógena es un mecanismo de excitación necesario para el
acto genital. Lo erótico es la fuerza que impulsa o envuelve al amor sensual. El amor sensual es el
“amor por los sentidos”, o sea, lo que excita la mirada, el placer del tacto y la sensibilidad de la piel
“in toto” (involucra todas las sensibilidades periféricas). Cuando interviene la boca (a través del beso
o la succión de piel u órganos sexuales) se agrega otro tipo de sensación sensual. Todo ello conforma
lo erótico, y lo erógeno queda confinado a toda la piel y los sentidos. Por esto se habla de “zonas
erógenas”.
Cuando las costumbres sociales, sobre todo, lo referido a medios de comunicación social,
conllevan una fuerte dosis de elementos de excitación sensual (vestimentas, movimientos, exaltación
de determinadas parte anatómicas, figuras incitantes, gestos excitantes, etc.) poco a poco van
impregnando a las personas y le provocan una acumulación de excitación o carga erótica que opera
a manera de bomba que puede explotar inesperadamente, frente a una circunstancia favorable o no, a
la descarga emocional. La carga erótica constituye el fenómeno de erotización, en el cual el hombre
posee una energía desbordante en la excitación y deseo sensual hacia lo genital. Es un exceso de
erotismo antinatural, una “hambre de sexo” (apetito sexual exagerado o cachondez) no propio de la
naturaleza del hombre. Esta deformación por aumento desmedido de las sensaciones erógenas,
además de desnaturalizar el deseo sexual, es una situación que pone en peligro el control del impulso
sexual. Por obra de la erotización no controlada se llega al desenfreno sexual que no sólo origina un
acoso sexual, una violación o un acto genital degenerado (masoquismo, sadomasoquismo, etc.) sino
que desvirtúa a la naturaleza humana, desquiciándola.
El erotismo controlado es bueno y sano, aceptable. La erotización o erotismo irrefrenable es
censurable y por lo tanto aleja al hombre de la autenticidad, del control medido, de la vida social
correcta. Produce una conducta soez, violenta. Por lo tanto, el hombre auténtico y educado es el que
trata de rehuir o contener los mensajes erotizantes (cuando éstos no corresponden al momento, lugar
y con la persona apropiada), sustrayendo su concentración en ellos. No se puede dejar de percibir un
mensaje erotizante. Más aún: por su naturaleza son altamente atractivos. ¿Quién puede resistir la
tentación de observar una minifalda o un cuerpo bien formado desnudo o a medio vestir?. En el acto
de observar se mezclan factores estéticos como es la apreciación de la belleza física humana, con la
sensación erógena. Con su voluntad, el hombre puede regular la intención de la observación: o la
mantiene con fines de un goce estético de la belleza o bien puede desviarla si le produce una
sensación erógena exagerada (excitación, erección, impulso irrefrenable). El control de un estímulo
no adecuado comienza con no concentrarse en el estímulo, sino alejar la mirada y el pensamiento.
Buscar la dispersión mental. Es más fácil rehuir el estímulo primario que suprimir la consecuencia de
la erotización. El estímulo es controlable, la erotización no.
La libido es el deseo sexual considerado por algunos autores como impulso y raíz de las más
varias manifestaciones de la actividad psíquica. Es un término altamente identificado con lujuria y
lascivia. La lujuria es un vicio que consiste en el uso ilícito o apetito desordenado de los deleites
carnales, o bien, un exceso o demasía en algunas cosas. La lascivia es propensión a los deleites
carnales. Apetito inmoderado de una cosa.
Para Jung la libido es sinónima de fuerza (similar a la élan bergsoniana o al maná de los
hindúes) y considera a la energía libidinal como consustancial del alma, tan real como la energía
física lo es al cuerpo. Incluso propone una serie de transformaciones de la libido a través del
desarrollo físico de las personas. Sostiene que la energía libidinal es la que ha movido al hombre a
crear sus civilizaciones y culturas. Esta teoría originó la idea en otros psicólogos, de que el sexo es la
fuerza básica que hace del hombre un animal social. En forma inconsciente, todas las relaciones
humanas están, de alguna forma, erotizadas o impulsadas con algún grado de sexualidad. Nosotros en
forma independiente de las interpretaciones psicoterapeutas, aceptaremos a la libido como aquello
que el deseo sexual impulsa en la actividad mental. Para simplificar un poco, aunque no sea una
expresión del todo correcta, sería algo así como el “sexo mental” (el sexo está en el seso) o lo que el
deseo opera en la mente y a través de la mente.
De esta forma el deseo sexual supera las limitaciones de lo físico y entra en el terreno
ilimitado del poder mental. Y cuando opera compulsivamente en una mente erotizada, la lujuria y la
lascivia son las manifestaciones naturales de la libido, constituyendo la base de una conducta libertina
y degenerada. La libido, como toda manifestación natural del hombre, cuando se limita a que la
mente sea el receptáculo de un deseo normal e impulse al mismo, es considerada como una cosa
natural y auténtica. Pero como todo lo relativo al instinto, debe mantenerse bajo control emocional y
mental. En esta situación de control, la libido pasa a ser como el deseo, una especie de sal para el
acto sexogenital. De otra manera, se degenera y junto con la erotización exagerada deforman al
hombre deviniendo una especie de monstruo que supera con toda su manifestación instintiva
irracional, aun a la de los animales más pervertidos. El exceso de erotismo y de libido, conforma un
ser marginal de lo social e incluso que llega a los límites de la delincuencia. No sólo es un indeseable
social, sino que al poner en peligro la vida y la integridad física de otros, es un delincuente sexual o,
al menos, está latente o en potencia, la posibilidad de transformarse en reo de delincuencia.
Castidad
Ya hablamos de pudor y vergüenza. Otro término que atañe a lo sexual es castidad es la
“virtud que se opone a los afectos carnales” mientras que casto es un término más amplio: “puro,
honesto, opuesto a la sensualidad”; “se dice también de las cosas que conservan en sí aquella
pureza y hermosura con que se criaron y para que fueron destinadas y alejan toda idea de
sensualidad en quien las contempla”. Antes de analizar estos términos, debemos definir a honra que
sería “estima y respeto de la dignidad propia”; “buena opinión y fama, adquirida por la virtud y el
mérito”; “pudor, honestidad y recato de las mujeres”. Todas estas palabras están ligadas a lo sexual y
generalmente se usan con más connotación que denotación. Luego el pudor, más que una virtud sería
la vergüenza para mostrar los órganos sexuales externos o realizar actos relacionados con estos
órganos. Pero las definiciones usadas muestran que el pudor, más que una vergüenza, debiera ser una
virtud en el sentido de no ocasionar escándalo. Andar desnudo, lo que significa mostrar los órganos
sexuales externos, no es impúdico en sí, siempre que la mostración se realice en la intimidad, ante el
consenso de virtuales espectadores (caso del nudismo), sin intenciones aviesas (tentar, escandalizar,
actitud degenerada).
La desnudez, con fines artísticos tampoco debe ser considerada impudicia (caso de pinturas,
estatuas), cuando el fin es mostrar la belleza del cuerpo humano. La naturaleza es púdica en sí misma,
al cubrir con vello pubiano, las “partes pudendas” u órganos sexuales externos. Después de todo,
Dios creó en estado de desnudez a Adán y Eva, mientras éstos estuvieron en estado de inocencia, es
decir, de no interpretar esa desnudez con otros fines de sensualidad o exaltación genito-erótica.
Cuando Adán y Eva pierden esa inocencia, nace el sentimiento de culpa y vergüenza que los lleva a
cubrirse, ante sí y los demás. La desnudez erótica y erotizante es la que no debe mostrarse. Una
desnudez que no despierte la sensualidad ni el escándalo, no es impúdica. Lo mismo puede decirse de
las prácticas sexuales libres, tema que ya hemos abordado.
En cuanto al rechazo de la sensualidad, es un estilo de vida preferido por fines generalmente
religiosos. La contemplación del estado religioso obliga a la castidad. Pero la castidad, en el sentido
del rechazo patológico de la sensualidad, es un concepto de castidad enfermizo e implica alguna
degeneración. La castidad debe ser una práctica normal del hombre auténtico y acá la aplicación del
término castidad es al pensamiento y las acciones de los hombres que no abrazan un estado religioso.
Para el religioso, la castidad psicofísica es un voto de por vida.
Para el hombre común, la castidad es una virtud de respeto a sí y a los otros, la evitación de
actos no conformes con la decencia y que pueden ser dañinos a sí o a otros. La sensualidad, en sí,
como fenómeno natural y debidamente encauzada no debe ser rechazada sino encaminada al fin
correcto.
Sexualidad y corporalidad
Es importante el manejo del cuerpo en la sexualidad, pues es evidente que sin cuerpo no hay
sexo. En este parágrafo completaremos lo relativo a la atracción sexual. Nosotros ya hemos definido
a la atracción sexual, y a la fuerza que involucra dicha atracción como es el erotismo y la libido. La
atracción comienza por los sentidos, generalmente por la vista. Otro sentido fundamental es el tacto.
La piel es el órgano más grande del cuerpo porque contiene millones de receptores de sensibilidad,
tanto agradable como desagradable. La calidez del contacto estimula la secreción de endorfinas, las
que a la vez que producen calma, atenúan dolores, envían mensajes de placer al cerebro. El contacto
dulce y cálido, la caricia, estimula sensaciones sentimentales de afecto. Una vez establecido el
contacto sensual, la atracción operará de acuerdo a fórmulas personales o ideas propias de qué es lo
que le atrae sexualmente. Cuando la atracción despierta el deseo, este se manifiesta por la excitación
genital, que también hemos descrito en sus formas de manifestarse. En forma independiente de los
términos generales con que opera la atracción y la excitación genital, genéricamente, en el hombre y
la mujer, en lo personal estos procesos fisiológicos están regidos por determinadas tendencias o
fantasías sexo-genitales, en las que determinados objetos o regiones corporales llaman la atención,
atraen y excitan.
Juan Carlos Kusnetzoff diferencia a hombres y mujeres y asevera que mientras en el
hombre predomina lo visual (“seres visuales”), en la mujer predomina lo táctil. Mientras el hombre
tiene sus fantasías o deseos sexuales en forma abstracta, la mujer suele tenerlos con personas
conocidas concretas. En general, la desnudez del cuerpo, sobre todo si éste es bien formado y tiene
una piel tersa, atrae a ambos sexos. La mujer ha superado un poco las barreras de inhibición sexual
que la sociedad le había impuesto exigiéndole el recato (reserva, honestidad, modestia), una virtud
mediante la cual le era vedado a la mujer mostrar públicamente sus deseos o tendencias. Esta
superación de un falso recato le permite vestir con más desenfado y usar prendas mínimas para
mostrar más su cuerpo, pero lo fundamental es que también hoy le es lícito mirar detenidamente un
cuerpo masculino.
Todo ocurre a tal punto que antes sólo los hombres podían concurrir a observar sesiones
especiales de desnudo femenino (strep tease) mientras que a las mujeres les era vedado observar
cuerpos masculinos desnudos. Actualmente se realizan espectáculos de desnudez masculina para
mujeres (strippers) a los cuales asisten las mujeres libremente y sin ningún tipo de tapujos,
manifestando con gestos o a viva voz su aprobación por determinadas partes anatómicas. Incluso, la
asistencia a espectáculos de desnudez de hombre y mujeres puede hacerse en forma tal que hay
hombres que ven el desnudismo masculino y femenino y mujeres que hacen lo propio. No juzgamos
en este fenómeno, si la intención es por estética o por atracciones hetero u homosexuales.
Simplemente estamos señalando lo que ocurre. Lo interpretamos como una reacción excesiva por
todo el tiempo que hubo contención social represora a este tipo de manifestaciones. Estos usos se van
desgastando a medida que hay mayor permisividad social. Funciona como que cuando algo deja de
ser prohibido, también deja de ser interesante y atractivo. Generalmente el hombre es el que más se
excita con la desnudez del cuerpo tanto propio como ajeno, mientras que la mujer le atraen
determinadas zonas erógenas (rostro atractivo, buena musculatura y la formación de los genitales). Se
habla con algún desenfado del tamaño de penes o testículos (en algunos casos por las nalgas) y se
describen determinados gustos o tendencias por prácticas de sexo oral. Esto se ve en las
conversaciones cotidianas o en diálogos en los medios de comunicación social, en determinados
programas radiales o televisivos. Se ha incorporado al cine y la literatura pornográfica.
Otras manifestaciones de la sexualidad humana
La división sexual de los seres vivos
La división de los seres vivos, especialmente los animales, en machos y hembras evoca una de
las funciones inherentes a la vida: la sexualidad. Las connotaciones sexuales se encuentran en la
apariencia, la forma, el comportamiento y la constitución química y molecular de casi todos los
organismos pluricelulares. No obstante, aún cuesta definir con exactitud qué es el sexo y por qué
existe. Tratar de simplificar la cuestión admitiendo que es una herramienta o instrumento puesto al
servicio de la reproducción que posibilita la perpetuación de la especie, es emitir una opinión parcial
e incorrecta porque obviamente el estudio de la sexualidad va más allá de un simple apareamiento o
copulación y la conducta o comportamiento sexual no siempre persigue ese fin. En verdad, el
comportamiento sexual parece ser un rasgo profundamente arraigado, aun en especies que no se
reproducen en forma sexual, y que cumple otras funciones biológicas además de la fecundación. Sin
embargo, no hay que perder de vistas que hay seres animados que se les denomina asexuados porque
carecen de estas características de necesitar dos seres de la misma especie pero dotados en forma
diferente para realizar la reproducción o procreación. Muchos protozoarios unicelulares, de los cuales
la ameba es el prototipo, se reproducen por simple división de su cuerpo y otros seres, como los
hongos, por una excrescencia o gemación. Otros animales se comportan como hermafroditas, pues
portan en su mismo cuerpo ambos sexos (de macho y hembra) y se autofecundan.
Estas consideraciones nos muestran que en la escala biológica, siguiendo los razonamientos
de Darwin, es como si la naturaleza hubiera efectuado una serie de pasos de prueba y error, para ir
seleccionando especies mejor dotadas. Esto explicaría en parte el rudimento sexual animal. Otros
fines se encontrarían en la conveniencia de una forma determinada de reproducción más conveniente
al medio o ambiente en que se desarrollarán. Esto es común para los parásitos de la familia de
gusanos como las tenias y otros similares. Todo funciona como que la naturaleza ha preparado
diversos caminos muy efectivos para lograr mantener la vida sobre el planeta, ya sea en animales,
plantas u otros seres vivientes. Entre los vertebrados, y con ellos el hombre, la sexualidad se expresa
en formas diferentes, de tal modo que machos y hembras difieren en el nivel químico, anatómico y
conductal, sobre todo en la actividad copuladora. Pero también en otros aspectos menos notorios,
como el grado de actividad, la regulación del peso corporal, el nivel de agresión y ciertas pautas de
aprendizaje, hay diferencias entre unos y otros.
De esta manera, la sexualidad, insistimos una vez más, abarca todo lo relativo a los genitales
(sexualidad genital o genitalidad: órganos sexuales internos y externos, hormonas específicas de cada
sexo, genes sexuales X e Y). Está también el rol o papel que se desempeña en la conducta sexual, la
elección del objeto sexual, etc. Esto hace que las conductas sexuales tengan manifestaciones diversas
y contradictorias, de manera que se confunden los conceptos básicos de macho y hembra, puesto que
se encuentran machos que no lo son tanto y hembras que tampoco se comportan totalmente como
tales. Incluso, la acción hormonal puede modificar los caracteres sexuales secundarios (voz, mamas,
pelos, peso, conformación anatómica, etc.). Estas acciones y fenómenos comprobados por la
investigación científica y los estudios multicéntricos llevan a la sexualidad a un terreno totalmente
relativo donde pierde mucho sentido la división absoluta entre macho y hembra en lo relativo al rol
sexual.
Conceptos sobre homosexualidad. Teoría Halperin
Puede suceder, y sucede, que algunas especies animales o personas humanas trastroquen el
orden natural aparente de la división entre macho y hembra y se sientan “diferentes” al sexo natural
aparente, o sea, que un hombre quiera desempeñar un rol femenino y una mujer un rol masculino. O
un rol ambiguo. Por homosexualidad se entiende a “la inclinación hacia la relación erótica con
individuos del mismo sexo y la práctica genital de dicha relación”. La RAE entiende por homosexual
al “individuo afecto de homosexualidad”. En este particular caso la palabra afecto puede funcionar
como adjetivo y, en este caso, significa “inclinado a alguna persona o cosa”, pero también puede
entender en términos de patología y de ese modo el significado sería “que sufre o puede sufrir
alteración morbosa”. La RAE no especifica cual de los dos conceptos aplica en este caso. La
ambigüedad de la denotación deja abierta la posibilidad de interpretar la palabra bajo los dos
aspectos. Efectivamente, mucha gente cree que la homosexualidad es una patología morbosa.
Nosotros la interpretaremos como “individuo inclinado a la homosexualidad” sin agregar ninguna
connotación. Simplemente señalamos el fenómeno. Cuando un hombre quiera desempeñar el rol
femenino y relacionarse así con otro hombre o viceversa, una mujer quiera representar un rol
masculino y relacionarse de esta manera con otra mujer, éste es un rol homosexual. En los hombres
el rol homosexual tiene dos características: el de pasivo y el de activo. Cuando el hombre mantiene el
rol de hombre se habla de homosexual pasivo (penetrador), mientras que el hombre que asume el rol
femenino es el homosexual activo (penetrado). El hombre que asume los dos roles simultáneamente
es bihomosexual. En la mujer, la homosexualidad se denomina lesbianismo. El nombre deriva de la
isla griega antiguamente denominada Lesbos y que hoy es Mitilene. Los habitantes de esta isla eran
los lesbios y es la raíz etimológica de amor lesbio que también se denomina amor lésbico o amor
lesbiano. También en la mujer una de ellas asume el papel de “hombre” y suele hacerlo colocándose
prótesis o realizando caricias manuales de “penetración”.
Tanto en el hombre como en la mujer homosexual, otra situación se da cuando una misma
persona asume dos roles distintos a la vez. En este caso hablamos de bisexuales (representa el rol de
homo y heterosexual simultáneamente). Se habla de transexual, cuando un hombre o mujer no solo
altera su rol para ser homosexual, sino que incluso realiza una modificación quirúrgica de sus
órganos sexuales externos para adecuarlos al rol homosexual. Así el hombre extirpa su pene y
testículos y se hace simular una vagina. La mujer modifica su clítoris y labios vaginales para simular
un pene y testículos. Cuando la mujer se viste de hombre y el hombre de mujer y adoptan gestos y
voces acordes al rol elegido, se habla de travestidos o travestíes (el travestido puede ser usado para
papeles teatrales o artísticos como normalmente también se hace). Es decir, no todos los travestidos
son homosexuales.
Puede ocurrir que un varón que desee más tener relaciones genitales orales o anales
exclusivas (sexo oral y anal exclusivo), en función de su pene, no encuentre en su pareja femenina la
satisfacción total y si la obtiene de un varón homosexual activo que hace del sexo oral y anal todo su
arte. Este deseo irrefrenable le lleva a ser un homosexual pasivo (el que goza cuando le hacen sexo
oral y puede realizar penetración anal). Se le denomina pasivo porque en realidad mantiene su rol
masculino y la homosexualidad, cuando es bisexual, es ocasional y para dar salida instintiva a un
deseo o fantasía sobre sexo oroanal. Últimamente, el uso de hormonas y de cirugía han transformado
a los homosexuales varones travestidos en personas con formas femeninas sumamente eróticas y
atractivas, lo que ha llevado a heterosexuales a ser bisexuales asumiendo el papel de homosexuales
pasivos (penetradores). Esto cambia mucho de los conceptos anatomofisiológicos emitidos sobre la
sexualidad y le da un sesgo de conducta adquirida. Es importante destacar lo de exacerbación erótica
e instintiva porque las “formas” femeninas de muchos homosexuales activos, logradas con hormonas,
prótesis quirúrgicas, maquillajes y prótesis artificiales (pelucas, prótesis plásticas, etc.) se vuelven
atractivas e incitantes a tal punto que el deseo estalla sin mayores frenos. Puede más la atracción
instintiva, la excitación superlativa, que toda razón o freno moral o social. Esto explica el auge de la
prostitución homosexual, más en el hombre que en la mujer. Ésta es una clara forma de conducta
homosexual donde nada tiene que ver la naturaleza del hombre en sí, sino una mera costumbre sexual
generada por una expectativa erótica desbordada y un comercio de fácil acceso. De no repetir la
costumbre en forma periódica y continua, es una bisexualidad pasajera o circunstancial. Incluso,
muchos la usan como “experiencia única”. Otros son simples incautos que el travestido engaña y le
hace creer que es mujer y que no puede hacer sexo vaginal porque “tiene el período”, o bien, le
insinúa comenzar con sexo oral y anal como preludio. Si su pareja engañada insiste en el sexo
vaginal se descubrirá la superchería. Si no, se satisface y fatiga con las otras prácticas, se extingue la
excitación y queda sin resolver el engaño. En la mayoría de los casos es descubierto cuando se intenta
la caricia genital donde la mano busca la vagina y se encuentra con un pene.
Otra cosa distinta es cuando el homosexual pasivo bisexual encuentra un transexual donde las
formas no tienen límites para distinguir entre lo masculino y lo femenino, porque el transexual es
“toda mujer”. Cuando el hombre desea oralidad y analidad activa, porque centra su placer en esas
mucosas, se vuelve homosexual activo (el que goza practicando el sexo oral activo y siendo
penetrado por vía anal). Los diferentes matices de la relación sexogenital pueden llevar a la
bisexualidad o a la bihomosexualidad. Pero esto no explica del todo el fenómeno homosexual del
activo. El homosexual activo asume un rol femenino y adopta todas las formalidades sociales
femeninas, a través de gestos, amaneramientos, uso de prendas femeninas, etc. El travestido
homosexual “se cree totalmente una mujer verdadera pero con sexo de hombre” por lo que reclama
todos los roles de la mujer incluyendo el de madre, llegando a la transformación quirúrgica de sus
órganos sexuales externos (transexualidad) y se manifiesta como una víctima social cuando es
discriminado o marginado socialmente. Llega a reclamar “derecho” a casarse, a adoptar hijos.
También queda en el misterio ontológico si esta actitud es la consecuencia de haber asumido
voluntariamente un rol sexual diferente o si este impulso es congénito y es parte de los “modos de
ser” del hombre. Contribuye a este aserto el hecho de existir determinados hombres que adoptan
actitudes femeninas, pero no llegan a la genitalidad activa. Vulgarmente se les llama “maricones”,
“mariquita”, marica o “afeminados”. Esto se comporta como una “tendencia innata a la feminidad”,
independiente de la actividad sexogenital. En la actualidad se proponen teorías de genes especiales
que condiciona el cerebro de estos “hombres feminizados”, que causaría la tendencia a un rol sexual
diferente al natural. No hay un estudio comprobado multicéntricamente que esto sea así. Por otro
lado, algunas teorías genéticas explicarían que esos genes pueden ser mutaciones adquiridas no
transmisibles, configuradas por la acción mental que actúa como factor ambiental (regulación
epigenética).
Establece la teoría Halperin que la homosexualidad puede ser una conducta adquirida que
necesita entrenamiento o educación previa, es decir, susceptible de ser enseñada y aprendida para
poder desempeñar el rol de homosexual. Así comprendido puede entenderse que un hombre puede
“convertirse en homosexual” y habría mucho de aprendido de la conducta de otros homosexuales.
Sería algo así como una especie de “contagio social” donde una persona viendo a un homosexual
tiende a imitar su conducta. Ha dado pie a esta teoría, el pensamiento de Halperin cuando manifiesta
que “los hombres homosexuales forman parte del aprendizaje homosexual por cuenta propia, pero a
menudo aprendemos de otros como ser ‘gay’, ya sea porque buscamos instrucción de ellos o porque
simplemente nos dicen lo que necesitamos saber, hayamos o no hayamos pedido su consejo”. Las
asociaciones representativas de movimientos homosexuales, con actividad y militancia en lo social,
político y jurídico, se oponen a la teoría Halperin porque sostienen que su preferencia sexual es
innata, no adquirida (como conducta). La homosexualidad es un fenómeno individual pero con
manifestación social. Si bien nace en un individuo termina influyendo en la sociedad donde se perfila
como un fenómeno social. En lo relativo al individuo está relacionado, obviamente, con la
personalidad. Algunos estudios del desarrollo y manifestación de la personalidad muestran que hay
capacidades humanas no bien comprendidas y que sólo se alcanzan a percibir en forma instintiva,
pero difícil para explicar en qué consiste su dificultad. Se cree que el problema reside en el complejo
funcionamiento cerebral, en todo lo referente a conducta, personalidad, conocimiento y formación
del ego o yo. Todas estas cosas tienen en común:
1.
ser parte de una experiencia exclusivamente subjetiva
2.
depender del funcionamiento cerebral de gran cantidad de neuronas conectadas entre sí,
debido a complejísimos procesos o mecanismos de asociación, retrocontrol, superposición, refuerzo,
etc.
De este modo, el cerebro humano se caracteriza por poseer tal capacidad para obtener una
invaluable plasticidad para tomar diversas y diferentes posiciones o actitudes. Esto le permite adecuar
la función cerebral sobre la base de la respuesta que cree necesaria para un determinado estímulo
ambiental. Dichos estímulos inducen cambios y reacondicionamientos en la personalidad y muchos
de ellos permanecen invariables a través de todo el tiempo, mientras que algunos se comportan como
mecanismos de adaptación de corta duración. Puesto así, la personalidad, como el temperamento y la
individualidad en general, serían fruto de la compleja plasticidad neuronal y sus interconexiones.
Esto descarta que la personalidad sea algo único, igual para todos como un fenómeno integrado por
un elemento inmutable que a su vez está formado por estructuras rígidas e inalterables. Cualquier
intento de comprensión del fenómeno de la personalidad, en la concepción occidental, nace del
concepto del ego o yo y, naturalmente, el yo es el signo paradigmático de la subjetividad, esto es, de
la mismidad o sistencia (el ser en sí mismo). Es lo que está encerrado en cada hombre como su
esencia o ser. Ergo, resumir qué es el yo individual es reducirlo a la simple subjetividad y, por lo
tanto, para tener un conocimiento de uno mismo, habría que estudiar la forma en que se van
manifestando cada individuo en su medio, a través de procesos afectivos, perceptivos, cognoscitivos
o motores que se integran en el cerebro. La obtención de la imagen de sí mismo a través de este
método es fruto del intelecto mediada por un sistema neuronal diferente, de tipo modular (constituido
por diferentes módulos), que forma una compleja matriz mental. Así, fácticamente, se encontrarán
numerosas y diferentes representaciones de un mismo yo que, a lo largo de su desarrollo y por causa
de sus experiencias personales se delinean conformando un comportamiento individual ante
circunstancias distintas. Visto así, todo parece responder a un proceso en el cual el cerebro “forma”
modelos del mundo y de cada persona en especial (cada yo individual). En esta tarea, el cerebro es
ayudado por los sentidos y los modelos formados son codificados anatómicos y fisiológicamente en
áreas interconectadas entre sí, las cuales se unificarán en el momento preciso en que daba funcionar o
actuar.
La confirmación de estas teorías ha surgido del estudio de la patología neuropsicológica, que
se manifiesta por la despersonalización que es producida por algunas enfermedades. Pero lo más
evidente es que todo el funcionamiento del cuerpo humano, tanto normal como patológico, y dentro
de él se encuentra el cerebro, es regulado por genes. El estudio genético del comportamiento se ha
realizado a través de las modificaciones de las funciones mentales en la enfermedad y en el
envejecimiento. Si bien las neuronas son células posmitóticas, deben desarrollarse en un medio en el
cual están sujetas a diferentes y numerosos cambios. Esto hace que los “mandatos” genéticos deban
considerarse en relación con las influencias del medio. En la actualidad la interacción entre la
interfase genes/medio es objeto de estudios específicos y así se han descubierto los genes mutados por
el ambiente y los genes de susceptibilidad generalmente considerados como de predisposición
genética. Aún no se ha encontrado la secuencia genética específica o la más influyente en el
comportamiento humano, pero hay presunciones en vías de confirmación de que esta conducta o
comportamiento es fruto de una combinación múltiple genética. Tampoco se han encontrado genes
transmisores de la homosexualidad.
Estudios de genes relacionados con la sexualidad
El estudio de Hamer y cols., postulan la existencia de genes reguladores de la orientación
sexual, uno de los cuales se encontraría en el cromosoma X, en la región Xq28. En 40 pares de
hermanos homosexuales encontraron que 33 de ellos eran concordantes para cinco marcadores de la
región distal de ese cromosoma, mientras que en los otros 7 restantes los resultados eran discordantes.
Las críticas a este estudio son:
1.
sólo estudiaron familias muy seleccionadas, con frecuencia alta de homosexualidad por lo
que no se puede inferir a partir del estudio Hamer, la frecuencia del gen estudiado en relación con la
población en general y la población total de homosexuales
2.
no establece cómo un locus genético determinado puede afectar la sexualidad o la conducta
sexual
La única posibilidad de que un gen actúe en forma directa es accionando sobre los receptores,
en este caso, de andrógenos, pero no se encuentran en dichos receptores diferencias significativas
entre varones homosexuales y heterosexuales. Otra posibilidad es una acción indirecta por herencia
de rasgos que conformen las características psicológicas del individuo. En ese sentido, Simón Le Vay
sugiere la existencia de gente genéticamente muy segura de sí misma, a tal punto que tendría menos
problemas para mantener una elección de objeto homosexual frente a las presiones sociales. Por
último, cabe la posibilidad de que el gen en cuestión actuara sobre el desarrollo embrionario de las
regiones del cerebro que determinarían la orientación sexual. El embrión sería indeterminado hasta
que el gen promueva la supervivencia o la destrucción de las neuronas que dirán hacia qué sexo
tendrá inclinación un individuo. Estas hipótesis concuerdan con las teorías psicológicas sobre la
bisexualidad, por las que todo ser humano tendría constitucionalmente inclinaciones sexuales tanto
femeninas como masculinas. Otros autores encontraron mayor frecuencia de homosexualidad en
gemelos homocigotos que en dicigotos, en coincidencia con diversos estudios sobre la orientación
sexual en mellizos y en familias sin mellizos. King y cols. no encontraron diferencias entre mellizos
monocigotos y dicigotos. La influencia genética también puede suponerse a partir de raros casos de
gemelos idénticos homosexuales que fueron separados cuando eran muy pequeños y criados sin tener
relación entre sí. Pero si se cambia la perspectiva y se toma en cuenta que un gran número de
gemelos de un homosexual no resultan ser homosexuales, llevaría a dudar de las teorías genéticas
dado que gemelos idénticos, exactamente con la misma dotación genética, muestren una orientación
sexual diferente. Como conclusión de estos estudios es que se sospecha muchos de los genes pero
realmente se sabe muy poco de ellos sobre el papel que juegan en la selección del objeto sexual o de
la conducta sexual. Hay dos razones muy poderosas para ello:
1º.
Los trabajos con genes, como el Hamer, están hechos con técnicas estadísticas con alta
frecuencia de conclusiones poco claras porque no disponen de conocimiento suficiente sobre el
agregamiento familiar de la homosexualidad. Por otro lado, la homosexualidad y la familia no
depende exclusivamente de factores genéticos (salvo que se reduzca la familia a una interrelación
entre cromosomas)
2º.
Los genes se expresan por proteínas y no por fenómenos psicológicos y no se conoce bien la
existencia de conexiones cerebrales que especifiquen una elección de objeto homosexual por control
genético. No se conocen sustancias ni receptores de esa tendencia sexual. Sólo se conocen centros que
regulan los instintos sexuales, hormonas y receptores de hormonas que modifican el cuerpo e
influyen en la psiquis y algunos neurotransmisores, pero ninguno de ellos explica totalmente la
conducta electiva del objeto sexual
3º.
Además, de comprobarse una acción genética efectiva habría que establecer nítidamente la
relación de la misma con los estímulos ambientales. Habría que investigar como una diferencia
cerebral da lugar a comportamientos y orientaciones diversos en ambientes diferentes o distintos
De todos modos, queda la “duda genética”, como ocurre con determinadas patologías, en que
los factores ambientales determinan cambios genéticos. La alteración de un gen, por factores
ambientales, no implica de ninguna manera la predeterminación genética de un “sexo cerebral”. Sólo
hay evidencias empíricas de que el cerebro, por medio de sus mecanismos habituales, condiciona la
sexualidad. Esto, a la vez que permite el control sexual, puede también generar la exacerbación
sexual o el desenfreno sexual y todo lo que hemos tratado anteriormente. De ahí, repetimos, el aforo
popular de que “el sexo está en el seso”. En este particular aspecto, en 1960 un grupo de anatomistas
de la Universidad de Oxford demostró que en cerebros de rata hay un número menor de sinapsis
hipotalámicas en los órganos de ratas hembras, en relación con los machos. Esto llevó a estudiar el
hipotálamo anterior, al que se encontró que intervenía en la regulación de la conducta sexual.
Posteriormente realizaron una serie de autopsias en tres grupos de sujetos: uno de mujeres, otro de
hombres heterosexuales y un tercer grupo de hombres homosexuales.
Se detectó la presencia de cuatro grupos celulares hipotalámicos clásicos o núcleos
intersticiales del hipotálamo anterior (NIHA) 1, 2, 3 y 4. En los tres grupos estudiados no hubo
diferencia de volumen de los grupos celulares NIHA 1, 2 y 4. Pero el NIHA 3 era de un tamaño
mayor en más del doble en los hombres heterosexuales, en relación con el grupo de mujeres y
hombres homosexuales. Estos hallazgos sugieren que el NIHA 3 es dimórfico, de acuerdo a la
orientación sexual del hombre, por lo que dicha orientación tendría, aparentemente un sustrato
biológico. Al NIHA se le denominó núcleo sexual dimórfico (NSD). En cien autopsias humanas se
encontró que el NSD del varón era mayor con una diferencia en más del doble, que en la mujer.
Igualmente, en cerebros de roedores, se encontró zonas de hipocampo relacionadas con la conducta
sexual. En machos polígamos el hipocampo era un 15% mayor que el de las hembras, mientras que
los roedores monógamos no presentaban diferencias con los hipocampos de las hembras. Estudios
realizados en monos machos mostrar que la lesión global experimental del hipotálamo anterior altera
parcialmente la conducta sexual, en el sentido de que el animal puede perder el interés en el
apareamiento pero no en la masturbación. En cambio, lesiones más restringidas y específicas dentro
de un mismo grupo nuclear pueden eliminar la sexualidad o alterarla, en el sentido de una falta de
discriminación sexual, similar a la llamada conducta bisexual humana.
En 1989, un estudio morfométrico de cerebros humanos de ambos sexos, mostró que un
grupo de neuronas NIHA 2 y 3 era significativamente más grande en los hipotálamos de varones que
los correspondientes femeninos. Para saber si esta diferencia pudiera intervenir en alguna anomalía
relacionada con la conducta sexual y no con el sexo en sí mismo, se planteó una nueva investigación
sobre otra muestra de cadáveres. Una de ellas correspondió a 19 homosexuales varones fallecidos por
SIDA (uno de estos varones era bisexual), otro grupo era de 7 varones heterosexuales, seis de los
cuales también habían fallecido por SIDA y 6 mujeres heterosexuales, una de ellas fallecida por
SIDA. La hipótesis de estudio era que los NIHA 2 y 3 debían ser más grandes en los individuos
sexualmente orientados hacia las mujeres (hombres heterosexuales y mujeres homosexuales) y de
menor tamaño en los individuos con orientación sexual hacia los hombres (homosexuales varones y
mujeres heterosexuales). En los estudios realizados no se halló ninguna diferencia entre los NIHA 1,
2 y 4 de los distintos grupos, pero el NIHA 3 presentó un dimorfismo concordante con la hipótesis
del estudio. El volumen de ese núcleo era más del doble en los varones heterosexuales que en el de
las mujeres y los varones homosexuales. Estos hallazgos no confirman en forma contundente que la
conducta sexual se deba exclusivamente a la diferencia de los tejidos cerebrales estudiados pero
teóricamente se establece la posibilidad de que la anormalidad anatómica del NIHA se estableciera
tempranamente debido a influencias hormonales relacionadas con la conducta y que ulteriores
cambios en dicha conducta pudieran revertir el proceso, como sucede en otras especies. También se
ha postulado la acción de neurotransmisores y receptores todavía no bien conocidos que regulen ese
aspecto de la conducta humana.
Teorías de Koning sobre la masculinidad y la feminidad
Frederik Koning considera que muchas formas en que ha sido encarada la sexualidad del
hombre son erradas. Por eso escribe una serie de manuales bajo el título de errores sexuales. En el
libro V, sobre la frigidez femenina, esboza la teoría de que la expresión de feminidad y masculinidad
no sólo está dada por los roles que hemos explicado y la genitalidad, sino también por el grado de
movilidad. Su teoría arranca desde los gametos donde puntualiza que el óvulo o gameto femenino es
una célula pasiva puesto que se desplaza por el conducto femenino (primero por la trompa y luego
por el útero) empujado por las fimbrias o cilias de ese conducto. Inversamente, el espermatozoide se
desplaza por sí mismo mediante el sistema de fibras retráctiles que ostenta en su cola. Desde este
punto de vista, la inmovilidad es un atributo de la feminidad pura, como la movilidad lo es de la
masculinidad pura. Como consecuencia, una movilidad intensa, concluye Koning, puede ser
interpretada como el predominio de un rasgo somático masculino, incluso en la mujer. Así, una vez
formada la persona humana, la tendencia a la pasividad se manifiesta por la introversión y la
tendencia a la movilidad, por la extroversión. Una mujer activa y extrovertida tiene algún grado
mayor de masculinidad, mientras que un hombre pasivo e introvertido tiene algún grado mayor de
feminidad. Luego, actividad y extroversión serían, de algún modo, características masculinas
mientras que pasividad e introversión sería signos femeninos. Estos potenciales (movilidad e
inmovilidad) intervienen en las potencias sexuales femenina y masculina pero no marcan por sí solos
la masculinidad y la feminidad. Para determinar ambos potenciales hay que considerar los siguientes
factores:
1º.
La actividad o movilidad y la pasividad o inmovilidad debe tener un grado de predominio
sobre el pensamiento, la voluntad y la emotividad
2º.
La evaluación de la estructura sexual, así como de sus manifestaciones y anomalías eventuales
y de cuál es la consecuencia del grado de predominio sobre el desarrollo y las manifestaciones de la
libido y del carácter sexual
3º.
La influencia, en los gametos masculinos, de los factores que determinan el sexo somático del
óvulo fecundado y, por ende, del ser humano a formarse a partir de dicha fecundación
Para comprender mejor su teoría, Koning elaboró el siguiente esquema:
Intensidad del potencial
inmovilidad somática
Intensidad del potencial Grado de manifestación
Interpretación del
movilidad somática
carácter sexual
de movilidad somática
1)
fuerte
fuerte
no muy fuerte a débil
2)
fuerte
débil
débil
predominio femenino
3)
débil
fuerte
fuerte
predominio masculino
4)
débil
débil
no muy fuerte
predominio masculino
predominio más bien
masculino
Sin embargo, Koning admite que esto no siempre es tan así y que existen otros factores que
ayudan a modificar el carácter sexual tanto de la mujer como del hombre. Uno de estos factores, hay
que buscarlo en los antecedentes paternos, de los cuales se puede tener mayor afinidad con un padre
u otro, según se hayan manifestados ambos, en sus respectivos caracteres sexuales. Groseramente,
esto puede interpretarse como algo parecido al complejo de Edipo y de Electra, aunque no sea
estrictamente de esta forma. Koning deduce que generalmente, si el potencial de movilidad del padre
es débil, el potencial de inmovilidad de la madre también será débil. Aunque nosotros no tenemos
certeza de la teoría de la movilidad de Koning, mediante la observación empírica de la mujer
deportista, hemos advertido que realmente la mujer fuertemente deportista, detenta algunos caracteres
masculinos. Si una de estas mujeres es lesbiana, tenderá a desarrollar el rol de hombre en la relación.
Esto ha sido comprobado en ejemplos concretos. Otro hecho que Koning resalta es que, hasta ahora,
se cree el sexo lo determina el gameto masculino (el hombre). Del gen X o Y del espermatozoide
dependerá si se procrea una mujer o un hombre. El autor resalta este hecho con el texto bíblico
donde manifiesta que del hombre se forma la mujer. Nosotros, párrafo aparte, agregaríamos que la
meiosis indica que la formación de un nuevo ser concurre con la “mitad” del hombre y la “mitad de
la mujer” pero el predominio genético es masculino, por lo que puede decirse que toda mujer se
forma con la “mitad” del hombre. Y una mitad, figurativamente, significaría un costado del hombre,
ya que si se escinde el cuerpo humano en dos por el centro vertical, quedan “dos costados”: el
derecho y el izquierdo. Así, siempre figurativamente, “costilla” puede interpretarse como “costado”
y, de ese modo, la afirmación bíblica no estaría tan alejada de esta realidad: la mujer es formada con
la mitad o costado de un hombre. Pero, según Koning, los últimos estudios genéticos demuestran que
el gen X parece ser el precursor del hombre y no al revés. De ahí que la mujer no tenga gen Y pero sí
el X, el que está presente en dos sexos. Si habíamos admitido que el gen X es el gen de la feminidad,
este detalle junto con las investigaciones genéticas recientes, hablan a favor de la predominancia
femenina, de tal manera que casi es posible creer que la mujer fuese creada primero que el hombre.
Otro detalle de la predominancia femenina en el hombre es la presencia de los pezones. El pezón,
anatómicamente, parece diseñado únicamente para la lactancia. Luego, la presencia del pezón o tetilla
en el hombre, es un rudimento de que originalmente su cuerpo podría haber sido femenino.
Finalmente, Koning resalta la división del huevo y como en la primera fase de la organogénesis fetal
hay una indiferenciación sexual dado que la potencialidad celular determina que los mismos órganos
primarios puedan luego ser diferenciados en órganos masculinos o femeninos. Esto quiere decir que
el feto, antes de ser tal, es potencialmente bisexual, porque sus células pueden ser de uno u otro sexo.
Si hay malformación congénita de los órganos sexuales, se observa la llamada configuración
hermafrodita donde la manifestación fenotípica es la de un cuerpo con los dos órganos sexuales:
ovarios, útero, vagina, un clítoris que semeja un pene y dos labios mayores que semejan escrotos. La
apariencia externa es masculina, la orgánica es femenina. Esto se suma a otras indiferenciaciones que
hemos resaltado para la homosexualidad. Parece ser que la diferenciación orgánica en lo sexual
depende en gran parte de la cantidad de hormonas circulantes en el feto, especialmente de la
testosterona. Si hay altos niveles de testosterona la diferenciación será hacia lo masculino. Los bajos
niveles determinan la formación de un organismo femenino. Incluso, cuando hay niveles intermedios
de testosterona parece que es cuando más se forman las malformaciones o un nivel mayor o menor
de potencialidad masculina. Uno de los detalles observados por algunos estudios es la conformación
o longitud de los dedos anulares e índices de la mano. En la mujer el anular es menor que el índice,
mientras que en el hombre es a la inversa: el anular es mayor que el índice. Cuánto mayor sea el
anular, mayor será la potencia masculina y viceversa. Estas teorías encajan con las que se estudió
anteriormente en relación con el NIHA 3, en el sentido de que la formación de ese núcleo, en
relación con la conducta sexual, pudiera estar influenciada hormonalmente.
Quedan algunas cuestiones tales como: si es auténtico el ser homosexual. No es posible abrir
un juicio absoluto en este tema, dado que el fenómeno históricamente se ha dado como un modo del
ser humano, de igual manera que se da en la escala animal. Este, como otros aparentes modos de ser,
queda en el misterio ontológico del ser humano. No es un tema de pronta aceptación o rechazo. Por
ahora sólo es posible limitarse a decir: existe. Nosotros no estamos enrolados en el modo de ser
homosexual y evidentemente desde nuestro punto de vista heterosexual no comprendemos
enteramente qué es ser homosexual, pero esto no es una razón para discriminar a los homosexuales
que lleven una vida propia, sin dañarse ni dañar a otros ni causar escándalos públicos. No
discriminar, de ninguna manera significa aceptar o comulgar con el homosexualismo. Simplemente
es no rechazar a una persona por ser homosexual. La lucha auténtica no es aislar al homosexual,
eliminarlo físicamente ni violentarlo de muchas formas. La conducta auténtica es tratar de moderar al
homosexual para que lleve una vida social que no sea escandalosa: prostitución pública, mostración
pública insolente, incitación abierta a prácticas homosexuales de personas no homosexuales (acoso
homosexual) y otros actos o prácticas que causen daño a sí y a otros. Más aún: una postura auténtica
sería la de tratar de ayudar para que el homosexual fortifique su voluntad y no caiga en el impulso
irrefrenable de adoptar un rol no auténtico, sino que maneje sus deseos con más racionalidad y
menos instintivamente. En otras palabras: que estudie adoptar un rol sexual más competente con su
sexo real, y menos con el falso papel que su deseo irracional le lleva a asumir.
Sí, rechazamos abiertamente a quienes no se adapten a los modos de ser racionales,
sociales, éticos o morales, y provoquen el daño o escándalo.
Algunos aspectos afines a la homosexualidad
La homosexualidad o la bisexualidad, con todas sus variantes, se ha dado en la
historia desde sus comienzos, ya que la misma Biblia consigna el fenómeno e, incluso, habla de una
fuerte generalización escandalosa que obligó a la ira de Dios a destruir dos ciudades completas:
Sodoma y Gomorra. El Levítico (18,22) prohíbe taxativamente el ayuntamiento carnal de hombre
con hombre, pero no hace referencia a la homosexualidad femenina. Si bien la Biblia es taxativa al
condenar la homosexualidad activa (ayuntamiento carnal), deja una nebulosa en lo atinente a las
relaciones o tendencias homosexuales no carnales. Otra curiosidad: condena la homosexualidad
masculina pero no la femenina. El Levítico condena todas las prácticas sexuales intrafamiliares o
incesto, bajo sus formas homo y heterosexuales, como también condena la zoofilia o el acto sexual
con animales o bestias. La existencia de estas prácticas desde la antigüedad, indica la preexistencia en
el hombre de un instinto sexual biológico similar al resto de la escala animal, que luego analizaremos,
y que lo transforma, desde el concepto racional, en un pervertido o degenerado moral que actúa al
nivel de bajos instintos bestiales.
¿Cómo debe comprenderse este fenómeno genitosexual de la homosexualidad?. En lo
psicológico, Freud intentó estudiar el fenómeno genitosexual del hombre y elaboró muchísimas
teorías, de las cuales nosotros rescataremos algunas cosas, más con el punto de vista fenomenológico
que psicoterapéutico. Así destacó que el placer sexual o la fuerza erótica (libido) en el hombre, como
en los animales, pueden tener como vías de expresión en el ámbito de piel, tres zonas primarias: boca,
gónadas externas y ano. El hombre busca satisfacer su deseo sexual instintivo por una de estas vías o
por las tres. Según Freud estas vías pueden ser referenciales de acuerdo a la etapa de desarrollo: al
nacer predomina la oral, en la infancia la anal y en la madurez la genital. Luego, la permanencia de
opción de estas vías fuera de estas etapas, siguiendo la teoría freudiana, significaría un grado de
inmadurez. Jung, discípulo de Freud, según lo resaltamos anteriormente, habló de la imago-image o
anima-animus, siguiendo la teoría freudiana de la posibilidad de identificación con las figuras del
padre o la madre. Así, ancestralmente, todo hombre tiene un arquetipo denominado anima (que no es
el alma) y que corresponde a la imagen arcaica de la madre y toda mujer tiene un arquetipo
denominado animus (que no es ánimo) y que está referido a la figura arcaica paterna. Estas figuras
son inconscientes. Sería como interpretar, en forma gruesa, que cada hombre tiene “algo de
femenino” y cada mujer “algo de masculino” en su inconsciente.
Fisiológicamente, las glándulas adrenales poseen células que secretan hormonas masculinas y
femeninas. Es frecuente observar que un trastorno de estas glándulas puede producir exceso de
andrógenos en una mujer y viceversa, conformando caracteres sexuales secundarios distintos al sexo
real: la mujer adquiere distribución del pelo igual que un hombre (hirsutismo), configuración
hombruna del esqueleto y músculos y voz grave. Mientras que el hombre bajo el efecto de hormonas
femeninas padece hipogonadismo (genitales hipotróficos), obesidad, pérdida de la distribución del
pelo, piel suave, voz aflautada, etc. Genéticamente hay trastornos del genotipo que dan fenotipos
opuestos. Por ejemplo, el síndrome de Klinefelter (XXY) y los varones XX, portan genotipo
femenino por predominio de las X, pero tiene fenotipo masculino, o sea, que parece hombre en su
aspecto exterior, pero genéticamente tiene más de mujer. Esto parece ocurrir en el caso de los XX
porque hay un probable fenómeno genético de crossing-over en la meiosis paterna, al acoplarse el Y
paterno con el X materno y todo ocurre como si el Y se mimetiza en un X (le crece la “patita
genética” o gen inferior a la Y en virtud del entrecruzamiento anormal). El reverso de este síndrome
es el de la mujer “XY” o estigma de Turner, síndrome de Swyer, en donde hay genotipo más cercano
al hombre por presencia de Y, pero fenotípicamente es femenino, o sea, tiene apariencia física de
mujer. En este caso, la X materna parece haber perdido la “patita genética”.
La existencia de estos fenómenos físicos, las teorías psicoterapéuticas y los fenómenos sociales
de homosexualismos, parecieran configurar una posibilidad de que en la naturaleza existiera, en
alguna medida, el trastorno genitosexual como ambigüedad de los roles sexuales. Esto en el campo
de lo fenomenológico. Pero una cosa es lo que se da en la realidad y otra cosa es la verdad.
Volvemos a reiterar esta regla, porque el hombre puede con su mente conformar estos fenómenos, en
lo social, o bien modificarlos, incluyendo lo físico (es decir, aunque tenga un trastorno fisiológico o
genético, puede condicionar su rol sexual). Por lo tanto, la manifestación de un rol sexual depende
más de la voluntad del hombre, que de la naturaleza de su ser. Esto no excluye lo que afirmamos
como manifestación fenomenológica, o sea, que pueden existir fenómenos psicológicos, hormonales
o genéticos que induzcan a determinadas personas a no tener una genitalidad que corresponda a sus
gónadas o un rol sexual que se identifique con un cuerpo de hombre o mujer. Pero son excepciones,
no la regla general.
Ante los fenómenos de cambios de roles sexuales, nosotros pensamos, tras un estudio de la
Historia, la genética, la psicología, la ética, la moral y sobre todo, la filosofía, y basándonos en los
fenómenos reales conocidos directamente en la actualidad, que el cambio de un rol sexual se debe en
algunos casos, fundamentalmente, a la exacerbación del instinto sexual, a tal punto que configura un
impulso irrefrenable y se nutre de fantasías sexuales. Esto ocurre habitualmente en el homosexual
pasivo. En el activo concurren situaciones psicológicas más profundas.
Cuando el impulso sexual impregna al hombre compenetrando su ser y anulando otros
modos de ser, el estilo de vida se manifiesta a través de una predominancia sexual (estilo de vida
sexual). En el caso de la homosexualidad, lo sexual está por encima de toda inteligencia y la vida es
más instintiva. La inteligencia, como factor corrector, pasa a un plano secundario y es usada para
elaborar raciocinios que justifiquen la sexualidad exagerada. Esto no significa que los homosexuales
no sean inteligentes para cuestiones no sexuales. La realidad nos muestra que son muy creativos.
Homosexualidad y otras prácticas desviadas en la escala animal
Dijimos al comienzo del parágrafo que la sexualidad, en la escala animal, es un fenómeno sui
generis porque no hay un límite taxativo entre lo de macho y hembra, monogamia y poligamia y la
denominada nupcialidad (formas de cortejo o ritos excitatorios precopulamiento). No obstante, la
homosexualidad como fenómeno innegable en toda la escala biológica animal, quedará en el misterio
ontológico del ser del hombre. La homosexualidad, similar a la humana, se observa en la escala de
los vertebrados mamíferos y los ejemplos más inmediatos son el perro y el mono. Jean Rostand y
otros investigadores de la conducta amorosa animal, advierten que el mono en cautiverio es el que
degenera sus costumbres sexuales naturales. Nosotros hemos constatado en el zoológico de Mendoza
dos prácticas sexuales: la masturbación y la insinuación de actos homosexuales. Si bien Rostand no
lo señala, el perro practica muy comúnmente el homosexualismo. La indiscriminación o la
indiferenciación sexual son propios de toda la escala animal. Hay especies hermafroditas, otras que
sin serlo específicamente pueden autoconvertirse en hermafroditas (sanguijuelas).
De igual modo hay una transexualidad, como Rostand, la describe para los gasterópodos:
“algunos gasterópodos cambian de sexo con la edad. En general, los jóvenes son machos y se
feminizan al envejecer. A veces se produce un simulacro de cópula recíproca entre estos moluscos de
edades y, por consiguiente, de sexos diferentes. Mientras el joven fecunda al viejo, éste inserta su
órgano masculino, ya caduco, en las vías femeninas de su pareja”. El caso de las bonelias es uno de
los más particulares de la sexualidad animal: “al salir del huevo, las larvas de la bonelia son neutras
desde el punto de vista sexual: no están predeterminadas al sexo masculino ni al femenino, cosa
bastante extraordinaria en el reino animal, puesto que, en casi todas las especies, el sexo del
individuo queda irrevocablemente determinado desde el momento de la fecundación. Cuando estas
larvas encuentran en las cercanías una bonelia hembra, se adhieren a su trompa; y por este sólo
hecho se destinan a convertirse en diminutos bonelias machos. Si no hallan una hembra, entonces
evolucionan solas en sentido femenino.”
Leyendo el libro de Rostand se va descubriendo como las distintas especies animales tienen
costumbres sexuales tan diversas, que el autor llega a afirmar que ninguna modalidad sexual o genital
humana puede ser original debido a que todas están comprendidas de una forma u otra en las
modalidades animales distintas. Ninguna desviación sexual o genital humana es propia de su
naturaleza sino que tiene modelos predeterminados en la escala animal. Esto confirma, una vez más,
que cuando el hombre se desvía del considerado “esquema natural” de sexualidad y genitalidad que
le caracteriza socialmente como hombre (macho) y mujer (hembra) y deja la monogamia, es cuando
se conceptualiza de “bestia” (bestialidad o bestialismo), porque se asemeja más al animal que a lo
considerado “adecuado” a su naturaleza racional o inteligente.
Insistimos que es difícil establecer una norma de conducta o preconizar definitivamente sobre
la naturaleza humana, pues no conocemos profundamente lo que esa esencia es en su totalidad. Sólo
conocemos los fenoménicos “modos de ser” del hombre y de ellos se desprende que hay actos
racionales y actos irracionales. Lo lógico es pensar que la educación nos tiene que inclinar hacia los
actos racionales, pues por algo se nos dotó de inteligencia.
Nuestra tesis, sin ser moralistas, ni discriminativos, ni dogmáticos, simplemente creemos que
es lo más factible, es que el hombre debe educarse para una conducta social que se acerque a lo
considerado inteligente y se aleje de lo bestial. Lo bestial, unido a bajos instintos, es la causa de actos
violentos e inhumanos y de conductas “desviadas”. Está ligado inexorablemente a la guerra, al
terrorismo, a la delincuencia, al homicidio (ya sea como asesinato o como suicidio), al daño sexual
(incesto, violación, abuso sexual, engaño sexual, escándalo, etc.), a la esclavitud de cualquier tipo o
naturaleza, a la autodestrucción (como drogadicción, abandono de sí, etc.), a los extremismos o
fundamentalismos de todo tipo que signifiquen exterminar al oponente, y así sucesivamente, todas las
conductas y formas de vida que atentan contra la vida humana y la dignidad y libertad del hombre.
Ya estudiamos la bestialidad humana y que en estos momentos en que predomina lo que el Papa ha
llamado la “cultura de la muerte” y lo que otros pensadores consideran una verdadera “cultura de la
violencia”, es hora de que el hombre reflexione sobre su conducta irracional o bestial, pues de ella
dependerá la vida de casi tres cuartas partes de la humanidad actual que está siendo liquidada por la
esclavitud, la pobreza, el hambre, la guerra y la peste.
El homosexualismo es una de las conductas irracionales en la medida en que cobra un auge
artificial. No es una forma, estilo de vida o modo de ser espontáneo, sino algo cultivado y generado
por la exacerbación de instintos mediante la adopción de formas antiesencia. Una cosa es un modo de
ser espontáneo y otra cosa es el modo de ser inducido. Mientras uno tiene mucho de innato, el otro
tiene todo de adquirido. También es inadecuado porque conlleva la peste (enfermedades sexuales
transmisibles), la prostitución y la degeneración que causa el engaño sexual y el uso de costumbres
que inducen la excitación y la incitación hacia una conducta desviada. Una cosa es el hombre
“afeminado” innatamente, pero sin manifestación homosexual y otra cosa es el homosexual discreto
(no travestido ni promiscuo) y otra totalmente distinta es el escándalo homosexual (travestidos,
prostitución, conductas de excitación e inducción homosexual).
No se puede apelar al “libre albedrío” o la libertad personal o los derechos personalísimos
para torcer un rumbo humanizado hacia otro más adecuado a una conducta deshumanizada. Los
derechos y toda libertad deben ser entendidos como lícitos y viables mientras no causen ningún tipo
de daño a sí o a otros, ni provoquen el escándalo. Toda conducta que lleve al daño personal o ajeno
y sea escandalosa no es propia del hombre, al menos, como ser social. Salvo que se intente implantar,
en nombre de los derechos y la libertad personal, una especie de “ley de la selva” donde el más
poderoso aniquilará al más débil para hacer su voluntad absoluta. La historia ha mostrado que toda
civilización que intenta estos caminos, tarde o temprano se autodestruye o es destruida por otras
civilizaciones. Las civilizaciones más brillantes, cuando se apartaron de la ley natural de la
inteligencia humana fueron presas de la decadencia que las llevó a su extinción (así su brillantez
dependiera del pensamiento o de la técnica). No olvidemos que la decadencia de los filósofos griegos
trascendentales (Sócrates, Platón) lo fue, en alguna medida, porque practicaron un homosexualismo
descarado en que los viejos abusaban de los jóvenes o efebos en verdaderas orgías públicas. Muchos
creen que esto no tiene nada que ver con lo que ocurrió en la antigua Grecia.
Pero como ocurre con los políticos actuales, no se puede predicar una cosa y hacer lo
opuesto. El “doble discurso” o la doble moral, tarde o temprano, se ponen en evidencia y, además del
desprestigio, es causa de ruina. Los sofistas griegos aprendieron la retórica filosófica, pero llenaron
de vaciedad sus discursos. Fue otra forma consecuente del doble discurso de los grandes filósofos,
moralmente decadentes y que intentaron, con premisas más o menos lógicas, justificar su aberrante
inclinación. Una cosa es lo que se piensa y otra lo que se hace. Muchos grandes pensadores de la
humanidad se autolimitaron por sus desviaciones. Hoy, es la humanidad entera la que juega su
destino por su intensa deshumanización, esto es, la pérdida de la conducta sensata atada a la más
estricta inteligencia intelectiva, afectiva y volitiva.
El dilema de explicar la esencia de la homosexualidad
De que la homosexualidad existe desde muy antigua data, no hay dudas. Este dato es el que
introduce un elemento de duda para calificarla o conocerla. Arranca con el primer dilema ¿es un
modo de ser del hombre?. Si es así, ¿es parte de su esencia?. En este caso, la cosa se pone espesa para
ser comprendida y aceptada, pues implica una serie de planteamientos éticos, morales y religiosos. Si
es parte de la esencia humana y uno de sus modos de ser, entonces significaría que el hombre fue
creado con esta tendencia. Pero no constituye ningún tercer sexo, sino la desviación de un instinto
sexual que abandona la racionalidad para volcarse al más bajo nivel puramente instintivo. No se
maneja por lo inteligible sino por lo irracional, es decir, lo meramente instintivo. Esto no significa
que el hombre deba ser necesariamente homosexual, sino que en algún momento o por alguna
influencia ambiental, puede modificar la tendencia natural teóricamente lógica, de ser heterosexual.
Hoy se sabe a través de diversos estudios, que los factores ambientales, tales como exposición a
determinados niveles hormonales en el útero, o la alteración genética congénita y hereditaria, o las
costumbres sociales de un medio determinado, etc., pueden con el tiempo modificar determinados
genes. Pero es indudable que el mayor factor decisivo reside en lo psíquico, en la idea que se forma
sobre una identidad femenina puesta en un cuerpo masculino. Esto determina que el homosexual
sienta y crea a pie juntillas que es una mujer con cuerpo de hombre. Estas influencias ambientales son
las que pueden determinar un homosexualismo que se origine por un defecto biológico in utero
(exposición a un nivel determinado de hormonas), a un defecto genético congénito, a una
deformación de genitales externos que lleva a confundir a los padres el sexo del recién nacido y
luego es difícil de cambiar en la adultez (caso menos frecuente).
Pero también determinados usos sociales o creencias, pueden fomentar el homosexualismo
como ocurrió en la antigua Grecia en Atenas. Para intentar justificar o explicar la presencia de este
fenómeno, más allá de todas las explicaciones e investigaciones científicas, filosóficamente se recurre
al mito adámico, o sea, al mito que nace del relato bíblico, en el sentido de que Adán fue creado sin
una pareja sexual, posiblemente por su condición de inmortal. Pero de acuerdo al relato bíblico Adán
reclama una pareja y Dios decide crear a la mujer sacando una parte del cuerpo de Adán. Esto origina
una interpretación de un Adán andrógino. Lleva en sí las dos naturalezas de hombre y mujer y al
crear la mujer, esa naturaleza se escinde una parte como hombre (el propio Adán) y otra como mujer
(Eva) y luego deberán aparearse una mitad con la otra para poder generar un nuevo ser humano. No
obstante, en lo psíquico, ambos seguirán siendo andróginos, pues cada hombre tendrá algo femenino
y cada mujer algo masculino.
Según la concepción del mito, es como si el hombre estuviera condenado eternamente a
andar buscando su otra mitad. Los filósofos griegos interpretaron que esa otra mitad podría ser
indiferentemente el hombre o la mujer y sólo está regida por el amor. Se puede amar a un hombre o
se puede amar a una mujer en forma indiferenciada. La elección del objeto del amor, llevará a
orientar la genitalidad (sexo genital en la relación heterosexual, sexo genito-anal en la relación
homosexual y en ambas relaciones, el sexo oral).
Muchas teorías psicológicas tratan de definir al homosexualismo masculino o femenino. Se
explica el lesbianismo, en algunas concepciones, sobre la base de que es más fácil para una mujer
relacionarse con otra mujer que con un hombre. El sexo genital es más suave, les da mayor libertad
de movimientos porque nadie sospecha de dos amigas, salvo que se cometan actos públicos
escandalosos (caricias, besos o declaraciones en público) que delaten una relación homosexual. De
igual modo, es más fácil, como ya se explicó, para el hombre, conseguir sexo oral y anal de otro
hombre que de una mujer. Estas cuestiones íntimas y subjetivas que hacen a las intenciones
individuales, es lo que no permite objetivar el problema de una relación sexual. Se ha discutido y se
discute el rol de la influencia cultural. Muchos abogan porque la conducta homosexual se puede
enseñar y adquirir por una simple elección o estilo de vida sexual, mientras que otros niegan que el
homosexualismo sea fruto de una adquisición cultural. Pero la realidad ha mostrado y demostrado
que el homosexualismo puede surgir por muchos factores. Es polietiológico. Por lo tanto hay causas
hormonales, metabólicas, genéticas, psicológicas y culturales. Cualquiera de ellas o la conjunción de
más de una de ellas con otras pueden producir homosexualismo en determinada personas. Pero no
hay dudas de que se ha constituido en una pandemia cultural que hace decaer mucho las tesis de que
sea una conducta natural inducida por mecanismos naturales del propio organismo y sea más una
manifestación aprendida y no un impulso innato.
El incremento en grandes porcentajes de la manifestación masiva y pública de una “conducta
gay” puede ser un buen argumento a favor de lo cultural. Se ha demostrado que los que fueron
sometidos a un trato homosexual obligadamente, como son los presidiarios o los internados en
colegios, pueden seguir ejerciendo una conducta homosexual o gay una vez suprimidas las causas
sociales o culturales. Muchos gay reconocen que son tales porque fueron sodomizados por sus padres
o familiares cuando eran niños. Otros lo niegan y atribuyen a que tal vez fueron violados porque
ellos mismos se prestaron a que ocurriera, con gestos o conductas indirectas. Lo que no puede
negarse es que la conducta homosexual pública o escandalosa es un motivo de grandes problemas
sociales y culturales. Se crean controversias de tipo moral o religioso que llevan a verdaderas
discriminaciones sociales.
Por otro lado, la discriminación homosexual puede ser generada exclusivamente por
conductas escandalosas y/o delictivas. Los fundamentalismos morales o religiosos son los que más se
oponen a la conducta gay. Paradójicamente, quienes más juzgan o condenan al homosexualismo,
como son determinados religiosos, suelen ser los que generan más conductas homosexuales o gay.
Esto es muy conocido en las denuncias públicas y penales en sede judicial y las mismas han sido
debidamente comprobadas. El homosexualismo ha sido detectado en todos los órdenes sociales:
universitarios, religiosos, policiales, militares, diplomáticos, judiciales, profesionales, artísticos,
laborales, escolares, etc. Esta universalidad se contrapone con la resistencia discriminatoria de quienes
no comparten ni admiten la conducta gay. Hasta acá lo fenoménico. Lo demás, sigue en el terreno de
las creencias, las teorías y las controversias.
Adicción al sexo: sexofilia o sexoadicción
La sexofilia es una adicción obsesiva compulsiva por el sexo puro, sin importar sentimientos
de amistad, amor, simpatía ni siquiera de mera atracción sexual, aunque ellos pueden, en algunas
personas, jugar algún papel. Es una compulsión por realizar el acto sexual sin límites o condiciones.
Las formas obsesivas compulsivas determinan lo que moralmente se ha denominado “apetito
desordenado” por lo sexual o concupiscencia, determinado por una carga erótica alta o erotización en
exceso, puesto que la adicción necesita de un gran volumen de energía sexual o libido. Las formas
más comunes de la sexofilia son:
1.
2.
3.
sexofilia femenina o ninfomanía (mujer come-hombres)
sexofilia masculina (hombre “mujeriego”)
onanismo
Hay formas degeneradas de sexofilia (necrofilia, zoofilia, pedofilia, gerontofilia, etc.). La
sexofilia se puede manifestar desde la adolescencia y prolongarse hasta edades avanzadas, mientras
haya función eréctil en el hombre y lubricación vaginal en la mujer. Probablemente, una de las
causas de estas manifestaciones sexuales es la concupiscencia, término acuñado por la moral católica
para referirse a “un apetito desordenado de placeres deshonestos”. En la concupiscencia suelen
concurrir un exceso de erotización y una exaltación de la libido.
Para evitar polémicas religiosas, nosotros adoptaremos sólo el concepto de “apetito
desordenado de placeres” aplicado a la falta de disciplina o de conocimientos, en la conducta moral
sexual. Todo exceso es un atentado contra lo natural. Lo normal es usar de los placeres sin el
desborde que pueda causar algún tipo de daño físico o espiritual o escandaloso.
Contrariamente, y a pesar de tener la misma raíz semántica, concupiscible se aplica a “lo
deseable” y en la Ética se entiende como “la tendencia de la voluntad hacia un bien sensible”.
Luego, lo razonable sería que se tendiera a transformar lo concupiscente en concupiscible.
Onanismo o masturbación: autosatisfacción sexual
Otro fenómeno sexual es el onanismo que es el vicio sexual solitario o masturbación. La
palabra vicio denotativamente es mala calidad, defecto o daño en las cosas; falta de rectitud o
defecto moral en las acciones; hábito de obrar mal; gusto especial o demasiado apetito de una cosa,
que incita a usar de ella frecuentemente y con exceso. Hemos elegido las denotaciones que suelen
dársele a vicio, cuando está referido a lo sexual o al uso de drogas u otras costumbres dañinas. De
este modo, vicio está vinculado a un defecto dañino, inmoral, mal hábito, uso indebido excesivo de
una cosa. En lo referente al onanismo creemos que más que vicio, como definición general,
correspondería llamársele práctica o hábito. Quedaría definido genéricamente como una práctica
sexual solitaria de autosatisfacción. Sería vicio cuando se opte por ella en forma exclusiva
despreciando los actos sexuales naturales como el coito y cuando se abuse de la misma, en forma
desmedida. La masturbación es denominada por algunos autores (Rayner) como “orgasmo fuera del
coito” (otro ejemplo de orgasmo fuera del coito es la polución nocturna, sobre todo la despertada por
sueños eróticos o roces de las mantas o ropas) Sobre esta particular práctica cabe algunas reflexiones
fenomenológicas: es una práctica habitual en niños y adolescentes, tanto masculinos como femeninos,
que comienzan a explorar sensaciones erógenas en su cuerpo al manipular partes de él. Cuando esta
manipulación exclusiva con caricias de piel encuentra los órganos sexuales externos y a través de
ellos obtienen sensaciones de autosatisfacción de alta carga erótica, aprende a conocer los fenómenos
de excitación, erección y eyaculación, conociendo así sus primeras sensaciones eróticas primarias.
Hasta acá es admitido como un acto natural. El uso de medios mecánicos, como los vibradores,
transforma lo natural en artificial y lo artificial, si provoca daño, es desechable totalmente. También
es una práctica relativamente aceptada en medios de aislamiento prolongados como puede ser un
campo de concentración o una cárcel como un escape natural a la tensión de una supresión
prolongada de prácticas heterosexuales. Cae en la categoría de vicio cuando sin una razón valedera,
una persona realiza y prolonga prácticas onanistas reemplazando con las mismas el acto heterosexual
normal. Es decir, prefiere la masturbación al ejercicio normal de actos genitosexuales. O cuando una
práctica intensa puede producir daño psíquico, físico o espiritual. En estas condiciones, el onanismo
es despreciable y condenable. Últimamente, con el progreso alarmante del SIDA, algunos sexólogos
piensan que los sidosos y los HIV positivos infectantes, debieran limitar su deseo sexogenital a
prácticas que no permitan diseminar la infección, dado que la protección mecánica con preservativos
no siempre es garantía de ausencia de transmisión. Una de las prácticas recomendadas es el onanismo.
Todo lo expuesto sobre onanismo es fáctico, o sea, hechos que se dan en la realidad. Si es, o no,
conveniente que esto suceda, es algo que no es posible dimensionar con justicia dado que las
circunstancias explicadas son independientes de ideas éticas o morales supresoras de esta práctica. No
se puede tomar una actitud extrema de aprobación o condena y así prudentemente lo entiende hasta
la Iglesia Católica que llega a explicar al onanismo como etapa natural de la adolescencia. Nosotros
creemos que es práctica condenable cuando llena la condición de vicio y produce daño al que la
realiza o escándalo si la práctica no es estrictamente privada. El onanismo es una práctica casi
permanente en la vida masculina y la realiza aun cuando está pareja y teniendo activamente
relaciones sexuales. Es una especie de compulsión, sobre todo cuando no logra satisfacer
completamente el deseo en la relación sexual. También puede ser una forma de preexcitación previa
al acto sexual. Otras veces es una forma de evitar la eyaculación precoz si se realiza la masturbación
antes del acto sexual. La mujer suele masturbarse antes de entrar en la vida de relación sexual plena.
También en los períodos de abstinencia sexual por carecer de compañero y de igual forma que el
hombre, como acto preexcitatorio antes de una relación. Incluso, la mujer puede aumentar su placer
masturbándose durante el acto sexual. Pero la masturbación está más condicionada en la mujer que en
el hombre por una serie de tabúes por lo que es menos frecuente. En las sociedades sexualmente
liberadas, ha aumentado la masturbación sobre todo con el uso de aparatos mecánicos (vibradores,
muñecas inflables, etc.). La masturbación dentro de límites normales, no causa los daños que
generalmente le atribuyen (debilidad, enfermedad, etc.). Sólo puede producir congestión pelviana si
no hay un orgasmo debido, o se abusa de la excitación prolongada. La autosatisfacción sexual puede
tener otras formas desviadas como el voyeurismo: conducta sexual en la que la satisfacción del deseo,
a menudo acompañada de masturbación, se obtiene al contemplar escenas eróticas o la copulación
entre otras personas (satisfacción con sólo ver imágenes excitatorias o los cuerpos humanos). Es una
especie de espiamiento visual que generalmente se representa como viendo a través del ojo de la
cerradura, pero normalmente se da en los que se llaman “mirones” que son verdaderos “acosadores
visuales”. La industria de la pornografía (revistas, cintas, espectáculos en vivo, etc.) tiene gran
repercusión comercial por la frecuencia con que se presenta esta conducta entre los individuos. Otra
forma de sexualidad diferente es mediante el uso de ropas íntimas o prendas femeninas. Otra
modalidad es aspirar perfumes u olores de prendas íntimas usadas. Las formas de autosatisfacción son
muy variadas y diversas.
Sexofilia femenina: ninfomanía y prostitución
Nosotros ya definimos lo que es la ninfomanía como un deseo sexual exagerado en la mujer
con tendencia a una hiperactividad desmedida del coito heterosexual. Vulgarmente se denota como
“tragahombres” o que padece “fiebre uterina”. Muchas ninfómanas se entregan a la prostitución
(mantener relaciones sexogenitales a cambio de dinero) para satisfacer su necesidad corporal y
económica. La ninfómana es la similar al “mujeriego” en el hombre, que es el que necesita de varias
mujeres y de una actividad sexogenital continua y permanente para estar satisfecho. No es posible
aún establecer, hasta donde esta tendencia exagerada a la actividad genital indica una inmadurez o
una característica misteriosa de determinadas personas que no pueden regular o sofrenar su instinto
genital.
La prostitución tiene diversas formas de manifestaciones. La clásica es la de un hombre con
una prostituta. Pero hoy hay prostitución con travestidos (homosexualidad), saunas para lesbianas,
etc. El hombre busca satisfacción en la prostituta cuando no puede realizar actos sexuales de otra
forma o buscando la libertad sexual que se ofrece por dinero y que no puede encontrar en su pareja
habitual o bien para buscar actos pervertidos (sadomasoquismo). Algo similar puede ocurrir con la
mujer. La prostitución quizá no sea sexofilia para el que se prostituye pero sí puede serlo para quien
la usa y la paga. Las estadísticas de sexoadicción femenina son escasas y se cree que el porcentaje es
bajo porque la mujer tiene más represión social que el hombre por su mayor exposición. No obstante
entre la prostitución, la homosexualidad y la promiscuidad heterosexual, la mujer actual es más
liberada y usa con mayor frecuencia su libertad sexual, hasta transformarla en liberalidad o
libertinaje. Hay mujeres sexófilas que elijen la prostitución o la promiscuidad para liberar sus deseos.
Sexofilia masculina
Este fenómeno ha sido reconocido con mayor frecuencia que la sexofilia femenina y
tradicionalmente el sexófilo ha sido el hombre, al que vulgarmente se le llamaba “veleta” o “Don
Juan” o “mujeriego”, según las características o modo de desarrollar la sexofilia. Michael Douglas, el
famoso actor norteamericano, reconoció públicamente ser un adicto al sexo e inventó el término
“sexólico” para designar su compulsión (quizás como imitando lo de alcohólico). La mujer fue
llamada ninfómana mientras que para el hombre se reservaba el apodo de sátiro. No importa la forma
en cómo se denomine pero todos tienen en común el fenómeno de la sexofilia como conducta sexual
desordenada, compulsiva, obsesiva y excesiva, donde no importa nada más que tener un encuentro
carnal de cualquier forma o naturaleza. Es un trastorno poco confesado y cuando se disimula no es
visible. En EE.UU. las estadísticas indican que en los varones de edades comprendidas entre los 20 y
los 40 años, de un 3% a un 6% padecen sexoadicción.
El perfil del sexoadicto adopta diversas formas:
1.
2.
3.
4.
5.
6.
Onanismo compulsivo
Relaciones sexuales múltiples (heterosexual, homosexual)
Encuentro con personas desconocidas
Uso de pornografía, prostitución o líneas eróticas
Exhibicionismo y conductas antisociales (acoso sexual)
Homosexualidad masculina
La conducta compulsiva sexual puede deberse a fantasías sexuales o erotización excesiva, que
sirven como engañosas válvulas de escape a situaciones conflictivas en las esferas laborales,
familiares, ruptura de relaciones, autoestima baja, insatisfacción personal o bajos instintos sexuales
exacerbados. De acuerdo a las variables que intervienen en la formación de la adicción, será el modo
de expresar a la misma. El adicto invierte tiempo excesivo, dinero y esfuerzo para lograr sus
objetivos sexuales, los cuales no le producen entera satisfacción y le ocasionan muy poco placer, de
tal manera que, terminada una relación, comienza la búsqueda de otra. O bien vive en constante
atención (obsesión) para tener una ocasión de sexo.
Otros instintos naturales
El hambre y la sed
El instinto humano siempre se manifiesta como “ganas de algo” y por esto los instintos
básicos o naturales nos inducen a sentir esas ganas y a satisfacerla. Entre las “ganas” naturales y
auténticas, además del instinto sexual se encuentra el instinto del hambre al cual, en forma simple,
podemos indicar como las “ganas necesarias de comer”. ¿Por qué esta distinción de necesaria?. Pues
sabemos que lo instintivo puede ser manifestado en forma natural y auténtica, pero también puede
pervertirse cuando se liberan en forma apasionada los instintos. Así, el hambre como necesidad
fisiológica natural es un instinto primario en defensa de la vida. Si no se come se muere de hambre.
Nuestro cerebro posee neuronas que regulan un centro de hambre (centro activador del hambre),
pero también hay otro centro que es el centro de la saciedad (centro inhibidor del hambre) que nos
indica “hasta cuándo” hay que comer y “cuánto hay que comer” para satisfacer la necesidad
elemental de mantenerse vivo. El instinto del hambre está dirigido por el apetito de comer que es un
impulso instintivo que nos lleva a satisfacer deseos o necesidades, en este caso, el hambre. Pero no es
lo mismo apetito que hambre. El hambre es el instinto natural, el apetito una función reguladora. El
apetito tiene un centro regulador en el hipotálamo, en el núcleo ventromedial. El daño de este núcleo
despierta hambre y apetito y el afectado come todo lo que esté a su alcance (hiperorexia). El centro
parece actuar frente a la disponibilidad de alimentos pero no en función de necesidades calóricas,
pues sino hay alimentos disponibles, el afectado no se manifiesta hambriento. El hambre, en cambio,
tiene un centro en hipotálamo lateral y es el que responde a necesidades calóricas y, a su vez, regula
el centro del apetito. El daño de este centro también provoca hiperorexia. En cambio, la anorexia
parece estar regulada por factores psíquicos, del mismo modo que la bulimia. El hambre es regulado
por el nivel de glucosa en sangre, aunque la vista de alimentos apetitosos induce a comer, pero no
por hambre sino por exacerbación del apetito.
El hombre es un ser omnívoro, es decir, naturalmente está condicionado para comer todo lo
que no le produce daño. Su dieta debe incluir vegetales y carnes. No puede ni debe cambiar esto. La
educación auténtica debe contemplar que nos formemos con un folklore gastronómico amplio, que
tenga equilibrio en cantidad, calidad y oportunidad. No se debe comer por comer, sin pautas ni
pausas. Hay un biorritmo que nos dice: comer cuando se tenga apetito, en cantidad que no indigeste
ni altere las otras funciones. Los horarios de las ingestas tradicionales (desayuno, almuerzo y cena)
tienen alguna razón de ser y deben ser respetados. En cuanto a la calidad de alimentos y bebidas,
demás está decir que deben de estar en un orden equilibrado, natural. Evitar todo lo artificioso y
desequilibrado. No dejarse seducir por dietas dañinas e incompletas. Respecto de otras necesidades
instintivas como es la sed, el dormir y regulación de excretas, debemos condicionar nuestros hábitos a
respetar el ritmo propio y no alterarlos. La necesidad social debe ser regulada para que no se
sobreponga a las necesidades fisiológicas. Se debe trabajar, pero el trabajo no debe ser motivo de
alterar el biociclo. La sed es un instinto de supervivencia elemental como el hambre. Nuestro cuerpo
es 65% agua y pierde más de tres litros diarios entre excretas y transpiración. La deshidratación
natural es la que impulsa a beber mediante el instinto de la sed. El impulso de la sed se dirige siempre
a buscar líquidos, siendo el principal el agua. El centro de la sed radica en el área supraóptica del
hipotálamo en un grupo de células llamadas osmorreceptoras porque controlan la concentración
sanguínea. Tanto la falta de ingesta como el exceso de la misma, alteran la concentración de sales en
el agua (especialmente sodio y potasio). Cuando la sangre se concentra mucho, se estimulan los
osmorreceptores y estos envían mensajes a la hipófisis desencadenando la sed. Además, los riñones
regulan la excreción urinaria mediante la hormona antidiurética (ADH) que secreta la hipófisis. La
ADH impide la pérdida de agua cuando la ingesta no es normal. Una sangre muy concentrada
estimula una mayor secreción de ADH y viceversa. Las hormonas mineralcorticoides secretadas por
la corteza suprarrenal regulan los niveles de sodio y potasio eliminados por la orina y así mantienen
el equilibrio de la concentración sanguínea.
Salvo una gran excepción o necesidad ineludible, el hombre debe buscar ejercer profesiones
u oficios que le permitan sustentarse pero sin dañar su cuerpo ni su mente. Si este daño ocurre, se
vive inadecuadamente y esto es inauténtico. El hombre auténtico tiende a respetar el ciclo natural de
luz / sombra, que es propio del ciclo día / noche: el día es para la actividad, la noche para el reposo.
El sueño o instinto de dormir es también un instinto elemental. Lo contrario le lleva a la alteración de
su ciclo circadiano, a la enfermedad y a la inautenticidad. Con lo expuesto queremos dejar bien
examinado lo relativo a lo instintivo: debe respetarse los ciclos naturales, la alimentación natural, las
bebidas naturales, el uso correcto de las sensaciones instintivas, mediante el ejercicio de la inteligencia
y la razón, a la luz del afecto y con el control férreo de la voluntad. Esto se extiende a los instintos
protectores de la vida como pueden ser el miedo (prevención del peligro), instinto de defensa (lucha
o huída), etc. Razón, afecto y voluntad son los únicos atributos firmes del hombre auténtico y
educarse es poseerlos en su plenitud.
Instintos alterados
Con los mismos criterios que aplicamos al instinto sexual, debemos enfrentar a los otros
instintos. Una sensación de sed o hambre no nos debe inducir a conductas desordenadas que nos
provoquen daño. El acto de alimentarse debe ser estudiado por el hombre a la luz de su inteligencia
para comprender hasta qué punto come para nutrirse y hasta qué punto come por una sensación de
gula. El hombre puede trastrocar el instinto del hambre y transformarlo perversamente en un instinto
de gula que lo lleva a “comer por comer” y no a “comer para alimentarse”. Este hábito desmedido de
“comer sin hambre” o “comer excesivamente” puede estar originado en apetito dirigido a excitar las
ganas de comer, no por hambre, sino por un deseo de determinadas comidas, esto genera la
glotonería que es comer en exceso y con muchas ansias, especialmente determinados alimentos. La
selección de alimentos, no para satisfacer meramente el hambre sino para generar reacciones
placenteras, puede diferenciar el apetito instintivo natural para comer del apetito de la glotonería y
del goloso que es el deseoso o dominado por el apetito de alguna comida en especial de manjares
delicados, generalmente dulces, que sirven más para el placer del gusto que el real sustento de la
nutrición. Cuando el instinto del hambre se modifica por patología mental, aparecen trastornos.
Igualmente debe proceder con la bebida. Debe beber lo necesario, sin excesos.
Cuando se transgreden las reglas del equilibrio aparecen desvíos como la anorexia y bulimia,
como expresión de perversión de una válida sensación de hambre y de dipsomanía cuando es sed
patológica. El insomnio (falta de sueño) como la hipersomnia (exceso de sueño) alteran el instinto de
dormir o sueño y el ritmo circadiano. Como corolario es necesario destacar el incremento de la
tendencia al instinto de agresión o violencia. Está ligado a los instintos primarios de odio e ira y el
factor desencadenante es la frustración. La agresión, si bien puede estar motivada o impulsada por
instintos primarios, siempre es una conducta aprendida y un resultado social. La agresión, más que
instintiva, es una reacción condicionada culturalmente. Se es agresivo porque el medio condiciona
esa agresividad. Todo ocurre a tal punto se ha llegado a hablar de que existe actualmente una “cultura
de la violencia” en donde lo agresivo es el condimento principal. Esto amerita un tema aparte en el
próximo parágrafo. Quizás dentro del instinto de la violencia pueda incluirse el instinto de matar, el
que puede ser despertado por pasiones violentas o estados de emoción violenta, estados psicóticos o
estados de estrés crónico. El instinto de matar se manifiesta como impulso homicida. Otras veces, hay
manifestaciones de instintos sanguinarios que llevan al sadismo como es torturar sin motivos, con
torturas físicas cruentas o, en el caso de relaciones sexuales desviadas, al sadomasoquismo también
violento. Una de las variaciones de este instinto está en el llamado “hombre golpeador” que tiene por
hábito o costumbre golpear. Sobre todo, a seres más débiles e indefensos como son ancianos, mujeres
y niños y normalmente, este caso se encuentra dentro de la llamada violencia familiar. El golpe de
puño es una especie de arma lesiva que puede llegar a ser mortal.
¿Qué son los bajos instintos?
Los llamados bajos instintos son los relacionados con los instintos negativos y monstruosos
que determinan la deformación de la esencia humana y transforman al hombre es una especie de
bestia incontrolada e incontrolable. No hay duda que la interacción entre emociones e instintos es tan
estrecha que no es fácil separarlos. Quizás se deba a que ambos, emoción e instinto, operan sobre una
misma área del espíritu (sector sensitivo-volitivo) y por lo tanto tengan la misma vía común final de
expresión, tanto en lo anatómico u orgánico, como en lo psíquico. Así como hay exacerbación de
instintos positivos (empatía, amor, amistad) también hay de sentimientos que pueden llevar a
conductas instintivas incontrolables, generalmente bajo el impulso de la ira, de la violencia y de otras
actitudes destructivas y perversas.
Mira y López define a los bajos instintos como “obscuras fuerzas que son capaces de
emerger en nosotros, desde las profundidades del inconsciente, llevándonos a excesos y dislates de
los que siempre es tarde para arrepentirse. Es una forma de desencadenamiento del genio maléfico
que nos lleva en forma irrefrenable a la degradación”
Características de los bajos instintos
La perversión es el estado por el cual se realizan acciones “sumamente malas, que causan
daño intencionadamente” y que se “corrompe las costumbres y el orden y estado habitual de las
cosas”. Esto es, lisa y llanamente, las acciones de maldad. Estas son las acciones que, además de
carecer de bondad, obviamente, son dañosas o nocivas tanto para la salud, el cuerpo y la vida, como
para la sociedad en general, puesto que en este concepto, la maldad se opone a la razón y a la ley, es
decir, atenta directamente contra la esencia del hombre y es otra de las manifestaciones de la
antiesencialidad humana. Con estas acciones se involucra todo lo que produce los bajos instintos que
hemos aludido.
La malignidad es una “propensión del ánimo a pensar u obrar mal” y es lo opuesto a la
bondad, la que no sólo implica el control total de emociones e instintos, sobre todo los bajos y
negativos, sino también una propensión natural para hacer el bien y evitar el mal. Tanto la maldad
como la bondad están en el hombre. Por lo tanto, hay que aguzar el ingenio para descubrir los
mecanismos, aún desconocidos, por los cuales un hombre decide obrar en uno u otro sentido.
Ya destacamos de la tendencia al instinto de agresión o violencia y de una “cultura de la
violencia” donde hay predominio de bajos instintos. Controlar las emociones es, en algún modo,
equilibrar los estados de ánimo (principalmente los estados iracundos). También hemos abordado el
tema de la pasión y del “estado de pasión”, especialmente donde el hombre pierde el control de sus
emociones, sobre todo, de las emociones violentas.
Cuando cae bajo el estado de esclavitud de las pasiones imperan los bajos instintos. En el caso
de la ira, si es inadecuada y fuera de control e instala una furibundia permanente, genera los “malos
iracundos” (los que no tienen razón alguna para ser iracundos) son personas que carecen de
remordimientos y de empatía y son dominados por bajos instintos.
Las sociopatías (bestialidad social)
Dentro de los bajos instintos hay que considerar a las sociopatías. Para Goleman la sociopatía
es el equivalente de psicopatía. Lo que antes consideramos como psicópata, hoy Goleman le llama
sociópata, lo que da la idea de que son quiere aludir a una especie de “enfermo social”, cuya falla
principal es la falta de adaptación a la sociedad y por eso observa una conducta anormal que va desde
la anomia a la violencia total. Dice Goleman que “los psicópatas se destacan por ser encantadores y
al mismo tiempo totalmente carentes de remordimientos”. Define a la psicopatía como “la
incapacidad de sentir la menor empatía o compasión”. Según este autor, la falta de remordimiento
“es el más desconcertante de los defectos emocionales. El núcleo de la frialdad del psicópata parece
asentarse en una incapacidad para hacer algo más que conexiones emocionales absolutamente
superficiales. Los criminales más crueles, como los sádicos asesinos en serie que se deleitan con el
sufrimiento de sus víctimas experimentan antes de morir, son la personificación de la psicopatía”.
Goleman intenta explicar, en parte, que la “compleja conducta criminal” puede ser enfocada
desde diversos puntos de vista, evitando la teoría de una base biológica o del “gen criminal”. Una de
las teorías posibles es la que él llama “tipo perverso de habilidad emocional intimidatoria” por la cual
el criminal desarrolla su capacidad de intimidar a otros para lograr una especie de supervivencia en
los barrios marginales o violentos, en los cuales generalmente vive. Naturalmente, esta habilidad
intimidatoria es la que emplea también para el crimen. De ahí que para desarrollar esa habilidad, deba
evitar todo tipo de empatía, la que es contraproducente para una “conducta intimidatoria”. Tanto la
manipulación criminal como la torturadora (caso del policía malo), exigen aprender a disociar los
sentimientos de las víctimas, de los propios sentimientos del sociópata, “con el fin de hacer su
‘trabajo’”.
En el origen de esta manipulación inempática o anempática (carente de empatía), Goleman
cita el caso de maridos golpeadores, los cuales han sido estudiados y accidentalmente se descubrió
que proceden así, no por “el apasionamiento de la ira” sino por la “adopción de un estado frío y
calculador”. La “actitud beligerante y abusiva” es sólo exterior, pues interiormente gozan de plena
serenidad. Estima que la violencia, en este caso, es un “calculado acto de terrorismo” como “método
de control a través del temor” de las víctimas. En estos individuos existe una especie de “violencia sin
motivos e irrefrenable” pues nada los detiene. Pero son tan buenos mentirosos y simuladores de
bondad que engañan a todos con una “apariencia bonachona” para ocultar sus verdaderos instintos
deformados.
Aclara Goleman que muchos psicópatas y personas no psicópatas pueden padecer una
especie de defecto nervioso no genético. Esto explicaría porque de todos los que son fríos o padecen
de falta de empatía, la mayoría no son criminales. Para que se produzca una conducta criminal,
además de la falta de empatía, deben estar en la consideración otras fuerzas psicológicas, económicas
y sociales que contribuyan como “vectores de la criminalidad”
Los bajos instintos sexuales
Hemos asociado a los bajos instintos con instintos perversos, dañinos, irrefrenables, que no
son compulsivos en el sentido natural, es decir, no tienen nada ver con la vida misma, sino que son
frutos de una cultura de violencia o ausencia de una educación o formación cultural. Son instintos
crueles en más, es decir, un verdadero desborde instintivo, donde los instintos no son ya para cumplir
sus funciones naturales sino que son instintos desviados de lo normal y natural. Son antinaturales.
Consisten en la desinhibición total, desenfreno social y libertinaje absoluto, que avasallan todos los
derechos ajenos. Los prójimos sólo son objetos o instrumentos para el cumplimiento de los bajos
instintos.
Todo esto ocurre en la esfera de lo sexual y el instinto sexual natural se desnaturaliza.
Aparecen motivaciones y deseos bastardos, nefastos y totalmente torcidos. Hay un exceso de fantasías
morbosas y apetitos totalmente pervertidos. Los bajos instintos sexuales son los que originan las
perversiones sexuales como la necrofilia (relación carnal con muertos), zoofilia (relación carnal con
animales), la violación sexual, la pederastia (abuso y violación de niños), el incesto, el
sadomasoquismo, las mutilaciones sexuales no rituales, el proxenetismo, la trata de blancas o
prostitución esclavizante, la gerontofilia (relación carnal con ancianos), etc.
Hay una libido exagerada en algunos casos como la ninfomanía indiscriminada o un deseo
sexual depravado como en la violación y el sadomasoquismo o el abuso sexual en todas sus formas,
especialmente el que se realiza bajo coerción física y psíquica, chantaje, etc. Las otras desviaciones
sexuales son incomprensibles y sólo se conocen por su manifestación fenomenológica. La violación
sexual es más execrable cuando es seguida de asesinato o se practica en bebés o niños de muy corta
edad.
Control de los bajos instintos: la sublimación y la educación
Del conocimiento previo de los tipos de instintos humanos, se puede hacer una deducción
primaria: hay instintos controlables con la voluntad y la inteligencia, que son los aprendidos y los no
imperativos ni vitales. Controlar un instinto significa ponerle frenos, o sea, refrenar: “contener o
reprimir la fuerza o la violencia de algo”. De no manejarse con inteligencia, los instintos pueden
transformase en irrefrenables y así ser imperativos, cualquiera sea su categoría, llevando al
libertinaje, al desborde, al desenfreno, al exceso de los instintos. El desenfreno transforma totalmente
al hombre y lo deshumaniza, llevándolo a adoptar “modos de ser” inhumanos. Cuando un instinto se
enseñorea, en total desenfreno, transforma al hombre en casi una bestia insociable, depravado,
degenerado, asesino, corrupto y todo tipo de calificativo que marque claramente una conducta
irracional, impropia del ser humano, de la inteligencia humana. Pero ahora debemos agregar que el
cuerpo humano tiene mecanismos de control propios para esos instintos, aún los vitales. Así en el
Sistema Nervioso Central (SNC) hay “centros” que regulan la sed, el hambre, la libido. Estos centros
generalmente son de dos tipos: excitatorios e inhibitorios.
De esta manera hay un centro para el hambre y un centro para la saciedad. Lo extraordinario
es que el hombre, en un esfuerzo supremo, puede controlar con su voluntad y razón estos centros,
que actúan por sustancias que viajan por las vías nerviosas (neurotransmisores) y que pueden ser
comandados tanto en la excitación como en la inhibición desde la corteza cerebral, sede fisiológica de
la inteligencia razonada. Por estos mecanismos, una persona puede producir una excitación anormal
del hambre (gula) que lo lleva a comer irracionalmente hasta enfermar y morir por sobreingesta.
También por estos mecanismos puede ir al extremo contrario: la inhibición y provocar anorexia
nerviosa o ayunos prolongados que, incluso pueden llevarle a la caquexia (debilitamiento grave) y a
la muerte por inanición. Igualmente, estos procesos que se pueden manejar voluntariamente, cuando
hay alteraciones psicológicas, pueden desatar involuntaria e irracionalmente compulsiones para
comer (bulimia) o para ayunar (anorexia). Estos mecanismos que hemos ejemplificado para el
hombre también son aplicables a los otros instintos. Por estas manifestaciones es que afirmamos que
los instintos humanos no son tan absolutos como en el animal. De igual modo que en el hambre, el
hombre manipula su sed o su instinto sexual a los que puede voluntariamente sobredimensionar o
anular. Los mecanismos de control ejercen una acción de inhibición de instintos. Cuando estos
controles no se desarrollan, se debilitan o se pierden, aparece la desinhibición de los instintos.
La Etología (del griego ethos = costumbre y logos = tratado) es una ciencia que se ocupa del
estudio del carácter y modos de comportamiento del hombre como así también es la parte de la
Biología que estudia el comportamiento de los animales, mientras que la Ética, que también proviene
del griego ethos, es una parte de la Filosofía que trata la Moral y las obligaciones del hombre. De ese
modo la ethos del hombre puede ser enfocada desde un punto estrictamente biológico, en tanto o en
cuanto se refiere al modo de desarrollo de la conducta en una determinada sociedad o a lo largo de la
vida, con relación a sus hábitos de subsistencia material u orgánica en el medio ambiente físico que le
toca vivir. O bien, esa ethos se puede ocupar, mediante el pensamiento trascendental, de que esas
conductas o comportamientos se ajusten a lo que se entiende por recta razón, sobre todo en lo
referido a las relaciones interpersonales (interacción del hombre con el hombre). Ajustarse a la recta
razón no es otra cosa que los hombres sean racionales e inteligentes y no meramente instintivos, en el
sentido de irracional e incontrolado. La Etología sólo describe el fenómeno de un comportamiento o
conducta, es decir, como se desarrolla físicamente. La Ética tiende a conformarlo dentro de normas o
reglas para ajustarlo a “lo que debe ser” en el sentido de lo bueno, lo excelente, la justicia y la
responsabilidad. Al tocar el tema de la Ética hemos introducido una forma más del control inteligente
de la conducta instintiva del hombre, pues el principio ético-moral del “no matarás” es un freno al
impulso homicida o a la agresividad. De este modo el hombre regula o controla sus instintos tanto en
forma fisiológica como en forma inteligente.
Para redondear el tema del control sexual, como parte de una educación para la autenticidad,
nos queda por tratar el tema de la sublimación. Sublimar es engrandecer, exaltar, ensalzar o poner en
altura. Físicamente es pasar directamente, esto es sin derretir, del estado sólido al de vapor. Esto
quiere decir que el vocablo proviene de dos definiciones de origen distinto: por un lado de la
química o física y por el otro de un origen etimológico latino, sublimare, que significa elevar o
levantar en alto. Pero también sublimación está emparentada con sublime que es lo excelso, eminente,
de elevación extraordinaria, que se aplica a cosas morales o intelectuales. También, etimológicamente
es excelencia. Arrancamos con estas denotaciones para ensamblar con el sentido connotativo que
queremos darle a la palabra sublimación, a la cual entenderemos como aquel mecanismo mental y
afectivo que nos permite cambiar rápidamente un estado mental degradante a otro de mayor
engrandecimiento, exaltación o altura. La sublimación sería un mecanismo intelectual en el que el
hombre transforma un hecho negativo en algo más positivo. Es como olvidar o transformar un hecho
penoso en algo distinto a lo que es realmente, para acercarlo a algo placentero. Busca cambiar algo
abyecto por otra cosa de calidad o mayor excelencia, sacar aquello que está caído en lo bajo, para
llevarlo a alturas que lo purifiquen y transmuten de malo a bueno. Es hacer que algo malo se
convierta en bueno.
Lagache sostiene que la sublimación es un mecanismo y por ella “se cambian a la vez el
objeto y la finalidad del impulso, de modo que el instinto encuentra su satisfacción en un objetofinalidad que ya no es sexual, sino que posee una valoración social o moral más elevada”. La
educación es otra de las formas de impedir la manifestación de los bajos instintos. Decimos la
manifestación, porque no es posible evitar el sentir instintos bastardos. Seguramente los bajos
instintos existen porque hay la posibilidad cierta de que el hombre sea acosado o accedido por
fantasías instintivas degradantes. Así como la sublimación es el mecanismo natural para evitar llevar a
cabo un acto de bajos instintos, la educación en general y la instintiva en especial (y dentro de ella la
educación sexual) es la mejor arma para el control de bajos instintos. La educación nos permite
conocer nuestros instintos, en forma particular, los bajos instintos. Esa educación también nos lleva a
adquirir los mecanismos de control instintivo y a ocupar el “vacío instintivo” por falta de valores tales
como la continencia, el amor, la pureza, etc. Aprender y adquirir valores morales es el método
adecuado para llenar nuestro subconsciente o inconsciente y disminuir ahí la llegada de estímulos
indebidos.
O si llegan, eliminarlos en forma inmediata y efectiva. Así, en el concepto de Lacan, la
sublimación es un vocablo que no sólo debe aplicarse, en lo moral, ético, intelectual y artístico, sino
que debe extenderse a todas las acciones ordinarias de una persona, de forma tal que abarque toda la
gama de sentimientos e instintos negativos, no sólo en lo sexual, religioso sino en la vida íntima y
social diaria. El hombre educado, auténtico, normal, respeta y acata la norma social y se adapta a
ella, entendiendo que la misma no merma su libertad, sino que la amplía al permitir su adecuado
ejercicio. Luego el control de sus instintos proviene de su conocimiento y aceptación de las normas
sociales, pero también de la correcta interpretación de un acto auténtico, hominizado, ejercido con
inteligencia, decoro y amor por sí y el prójimo. Los actos instintivos correctamente desarrollados no
son pasibles de ningún tipo de censura social y si son morales o inmorales serán juzgados por la
opinión pública que presencia o conoce tales actos; si son virtuosos o pecaminosos, corresponderá su
juzgamiento a Dios, pero la esencia de un acto auténtico es intachable cuando cumple todas las
premisas inherentes a su bondad de acto auténtico. En cuanto al control del placer la educación
verdadera lleva al hombre a comprender que está, en alguna medida, conformado para sufrir o
gozar, pero también le habilita para conseguir y desear una existencia placentera.
Vivir el placer, en un concepto bien entendido, no es una mera actitud pecaminosa o
peyorativa, porque lo normal (lo que se impone como norma) es que tienda al placer y se huya de lo
contrario: el displacer. Esto fue objeto de estudio de la Psicología, que estableció los principios que
rigen estos términos. Pero en nuestro concepto, este placer no es un simple hedonismo, sensual o
erótico, sino el estado de gozo o deleite por vivir. Es el amor a la vida y su transcurrir. Es estar
perennemente exprimiendo lo mejor de todo lo que le toca vivir. Es, en otra forma de decir, buscar
la calidad total de la vida.
En lo atinente o relativo al psicoanálisis y la psiquiatría, la sublimación puede tener aspectos
distintos. Yafar considera por lo menos:
1.
un aspecto real: referido a la angustia y la inspiración
2.
un aspecto ideal: el sistema de los Ideales del Yo y en esta concepción, del Superyo (en
nuestra opinión es acá donde jugaría la sublimación de los bajos instintos en el sentido de represión
moral)
Se habla mucho en lo psiquiátrico, los aspectos de la sublimación en lo referente al llamado
sistema de los ideales del Yo. Esto ha llevado a la conclusión de algunos autores, incluido Yafar, de
que “no hay un concepto metapsicológico en psicoanálisis que describa claramente, a mi juicio, qué
ocurre en el aparato psíquico cuando un sujeto “sublima”. Este confuso término se usa por
aproximación...” Acto seguido alude al origen lingüístico del término al que considera, además de lo
fisicoquímico, con un origen religioso-espiritual. Nosotros creemos que el sentido metapsicológico de
la palabra no tiene nada que ver con la física y la química, pero si se quiere hablar metafóricamente,
la sublimación pasa un sentimiento o un instinto de un estado original a otro elaborado
espiritualmente, sin etapas intermedias. Desde luego, todo el sentido de la sublimación es más
espiritual que religioso. Lo religioso jugaría en el sentido de que alguien no quiera cometer un
pecado y reprime los impulsos, sentimientos, creencias e instintos que considere pecaminoso. Pero,
sin más vueltas, el sentido total de sublimación, sea cual sea el terreno en que ha de aplicarse, es en lo
espiritual y sólo tiene un fin: cambiar algo negativo y destructivo por lo positivo y constructivo. En
cuanto, al “aparato psíquico” ya dijimos que no existe tal construcción y lo lícito es hablar de espíritu
que se sirve de la mente como instrumento para expresarse. Ergo, el “aparato psíquico” es meramente
la mente con todas sus facultades y eso es incumbencia directa del espíritu. Lo que ocurre en el
aparato psíquico (mente) es muy sencillo. Entra en juego todos los conceptos que movilizan a la
conciencia y en ella se operan los cambios necesarios para mutar lo malo en bueno. No hay más
misterio. El misterio es ontológico y responde a la pregunta: ¿porqué un hombre decide optar por lo
bueno desechando lo malo? (o la inversa). Esto es lo único difícil de contestar con una preposición
simple.
En cuanto a los mecanismos o motivaciones de la sublimación, Yafar cita a Freud para
indicar que consideraba a la sublimación desde varias facetas que incluían: negación simple,
percepción errónea, no comprobación de lo percibido, increencia o creencia transpuesta, un mero no
querer saber, no darse por enterado, generadora de repetición demoníaca, lo opuesto a la disolución
y al duelo, un intento de borrado de huellas, mero desplazamiento psicológico de la atención. A la
simple lectura de esto y frente a los conceptos antes enunciados, es patente que la sublimación puede
impresionar con las formas que ha observado Freud, pero es indudable que esas conductas no
subliman sino simplemente tratan de simular, disimular, ocultar o ignorar algo pero no transforman
nada. Una sublimación auténtica no intenta borrar nada ni desplazar únicamente la atención. Estos
pueden ser secuelas o efectos pero no causa de sublimación. Siempre la sublimación es fruto de una
intención voluntaria y meditada, no al azar y forma parte de un “modo de ser” definido. Puede que
sea causada por ideales religiosos o morales, pero la sublimación auténtica es sólo el producto de un
correcto desarrollo del ser. En la sublimación auténtica la persona enfrenta con toda libertad, decisión
y pleno conocimiento a una determinada situación o sensación y la cambia totalmente para llevarla a
un plano de bondad. Es verdad que puede haber una sublimación inauténtica o malévola que
convierte a un sentimiento bueno en algo aberrante. Pero no es lo común ni es el ejemplo más preciso
de sublimación. En lo único que coincide es en el mecanismo de conversión donde actúa sobre algo
para transformarlo en otra cosa distinta. Pero no es la forma sino la esencia lo que da la entidad a las
cosas y a los entes en general. Incluso a un fenómeno espiritual como es la sublimación.
La educación es otra de las formas de impedir la manifestación de los bajos instintos.
Decimos la manifestación, porque no es posible evitar el sentir instintos bastardos. Seguramente los
bajos instintos existen porque hay la posibilidad cierta de que el hombre sea acosado o accedido por
fantasías instintivas degradantes. Así como la sublimación es el mecanismo natural para evitar llevar a
cabo un acto de bajos instintos, la educación en general y la instintiva en especial (y dentro de ella la
educación sexual) es la mejor arma para el control de bajos instintos. La educación nos permite
conocer nuestros instintos, en forma particular, los bajos instintos. Esa educación también nos lleva a
adquirir los mecanismos de control instintivo y a ocupar el “vacío instintivo” por falta de valores tales
como la continencia, el amor, la pureza, etc. Aprender y adquirir valores morales es el método
adecuado para llenar nuestro subconsciente o inconsciente y disminuir ahí la llegada de estímulos
indebidos.
O si llegan, eliminarlos en forma inmediata y efectiva. El hombre educado, auténtico, normal,
respeta y acata la norma social y se adapta a ella, entendiendo que la misma no merma su libertad,
sino que la amplía al permitir su adecuado ejercicio. Luego el control de sus instintos proviene de su
conocimiento y aceptación de las normas sociales, pero también de la correcta interpretación de un
acto auténtico, hominizado, ejercido con inteligencia, decoro y amor por sí y el prójimo. Los actos
instintivos correctamente desarrollados no son pasibles de ningún tipo de censura social y si son
morales o inmorales serán juzgados por la opinión pública que presencia o conoce tales actos; si son
virtuosos o pecaminosos, corresponderá su juzgamiento a Dios, pero la esencia de un acto auténtico
es intachable cuando cumple todas las premisas inherentes a su bondad de acto auténtico. En
cuanto al control del placer la educación verdadera lleva al hombre a comprender que está, en alguna
medida, conformado para sufrir o gozar, pero también le habilita para conseguir y desear una
existencia placentera.
Vivir el placer, en un concepto bien entendido, no es una mera actitud pecaminosa o
peyorativa, porque lo normal (lo que se impone como norma) es que tienda al placer y se huya de lo
contrario: el displacer. Esto fue objeto de estudio de la Psicología, que estableció los principios que
rigen estos términos. Pero en nuestro concepto, este placer no es un simple hedonismo, sensual o
erótico, sino el estado de gozo o deleite por vivir. Es el amor a la vida y su transcurrir. Es estar
perennemente exprimiendo lo mejor de todo lo que le toca vivir. Es, en otra forma de decir, buscar
la calidad total de la vida.
Con esta última cuestión de la vida instintiva, vemos someramente lo relativo a los principales
instintos humanos y sus modos de manifestarse en la vida cotidiana. Cerramos así lo relativo a la vida
sensitiva, como parte de manifestación espiritual a través de la mente humana, dentro del extenso
bloque de fenómenos mentales como expresión de fenómenos espirituales.
ÍNDICE
TOMO II
V – LAS SENSACIONES
La capacidad de sentir, 1
La vida sensitiva humana, 2
Procesos afectivo-emotivo-instintivos, 5
La vida afectiva, 5
La vida emotiva, 7
La vida instintiva, 9
La mente sensitiva, 13
Sentimientos y la inteligencia sensitiva, 17
Forma de percepción de las sensaciones, 27
Formas de percepción extrasensorial, 27
Algunas características de la percepción extrasensorial paranormal, 29
Las percepciones sub o inconscientes, 30
La percepción subliminal, 31
La persuasión subliminal, 34
Otras experiencias subconscientes, 36
Las experiencias cercanas a la muerte (ECM), 36
Mística, éxtasis, arrobamiento, embeleso, 39
Inspiración o intuición, 43
Sexto sentido: ¿intuición o sentido común?, 44
Percepciones y sensaciones. La perspectiva budista, 45
Vida afectiva o sentimental
Vida sentimental. Tipos de sentimientos, 47
Sentimientos positivos y negativos, 47
Sentimientos positivos
Sentimiento de bondad, 48
Sentimiento de amor, 49
Sentimiento de empatía, 60
Sentimiento de compasión, 63
Sentimiento de amistad y sociabilidad, 64
Sentimiento de satisfacción y felicidad, 72
Sentimiento de plenitud y madurez, 83
Sentimiento de optimismo, 86
Sentimiento de alegría, 91
Sentimiento de esperanza, 94
Sentimiento de paciencia, 96
Sentimiento de servicio y altruismo, 97
Sentimiento de perdón, 100
Sentimientos negativos
Sentimiento de odio y venganza, 103
Sentimiento de miedo, 105
Sentimiento de antipatía y apatía, 110
Sentimiento de frustración, 110
Sentimiento de pesimismo, 112
Sentimiento de tristeza, 114
Sentimiento de inhibición o inmovilidad, 115
El sentimiento de pena y sentimiento de sufrimiento, 116
Sentimiento de desesperanza, 117
Sentimiento de impaciencia, 117
Sentimiento de inmadurez o vulnerabilidad, 118
Sentimiento de culpa y vergüenza, 119
Sentimiento de ajenidad o de ensimismamiento (aislamiento), 121
Sentimiento de morir o sentimiento de muerte, 122
Sentimiento de preocupación, 127
Sentimiento de precariedad de la vida, 134
Sentimiento de ambición, 137
Sentimiento de angustia, 137
¿Cuántos sentimientos positivos o negativos hay?, 137
¿Sensación o sentido?, 138
Vida emotiva
La memoria filética, 139
Memoria instintiva, 141
Memoria emocional, 141
Cualidades de las emociones, 143
Emociones básicas y “familias de emociones” anexas, 146
Visión actual sobre las emociones, 147
La naturaleza de las emociones, 148
El concepto budista de las emociones negativas, 152
La universalidad de las emociones: universalidad de causas y expresiones, 157
Conceptos occidentales de emociones destructivas y emociones constructivas, 162
Mente, emoción y cognición, 166
El contexto emocional (cómo la experiencia modifica el cerebro), 170
Síntesis de estados mentales destructivos y constructivos, 172
Emociones destructivas y concepto del apego al yo, 174
Diferencias neuronales entre emoción impulsiva y emoción razonada, 178
Principales emociones destructivas
La ira, 180
La ira como instrumento de eliminación de la frustración, 189
La angustia como emoción, 195
El estrés como emoción, 196
Vida instintiva
Vida instintiva y memoria instintiva, 205
Los impulsos instintivos, 207
Actuar sin pensar, 209
Instinto y comportamiento humano, 210
Estado de esclavitud de la pasión, 211
Los instintos básicos naturales
El instinto sexual o sexualidad humana
La cuestión sexual, 211
Aspectos de la sexualidad humana, 212
Inicio de la sexualidad en el ser humano, 213
¿Qué es el sexo?: el orden natural, 216
Las “vías” sexuales, 222
Sexualidad y cultura
Activismo y pasivismo: la iniciativa sexual, 226
La doble moral, 226
Sexismo, 227
Sexo, cultura social y tabú, 228
El tabú de la infidelidad, 230
El tabú de la educación sexual en la escuela pública, 231
El tabú de la virginidad (himen intacto), 233
Actitudes sexuales y algunos tabúes, 233
Tabú del lenguaje sexual, 234
Atracción sexual, 234
El cortejo humano: arte de manifestar el amor o la atracción sexual, 236
Energía sexual como erotismo y libido, 238
Castidad, 240
Sexualidad y corporalidad, 240
Otras manifestaciones de la sexualidad humana
La división de los seres vivos, 241
Concepto sobre la homosexualidad humana. Teoría de Halperin, 242
Estudio de genes relacionados con la sexualidad, 246
Teorías de Koning sobre la masculinidad y la feminidad, 248
Algunos aspectos afines a la homosexualidad, 251
Homosexualidad y otras prácticas desviadas en la escala animal, 252
El dilema de explicar la esencia de la homosexualidad, 254
Adicción al sexo: sexofilia o sexoadicción, 256
Onanismo o masturbación: autosatisfacción sexual, 257
Sexofilia femenina: ninfomanía y prostitución, 258
Sexofilia masculina, 258
Otros instintos naturales
El hambre y sed, 259
Instintos alterados, 260
¿Qué son los bajos instintos?, 261
Características de los bajos instintos, 262
Las sociopatías (bestialidad social), 262
Los bajos instintos sexuales, 263
Control de bajos instintos: sublimación y la educación, 264
ÍNDICE
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