D E L F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I C A S E P T I E M B R E 2 0 1 1 No se puede conquistar al público para la causa de la ciencia con los modos del matón del patio de recreo —SERGIO DE RÉGULES Todos para la ciencia Además LAS PORTADAS y LOS ROSTROS DEL FONDO 489 489 D E L F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I C A Joaquín Díez-Canedo Flores DIRECTOR GENERAL DEL FCE Tomás Granados Salinas DIRECTOR DE LA GACETA Moramay Herrera Kuri JEFA DE REDACCIÓN Ricardo Nudelman, Martí Soler, Gerardo Jaramillo, Alejandro Valles Santo Tomás, Nina Álvarez-Icaza, Juan Carlos Rodríguez, Alejandra Vázquez CONSEJO EDITORIAL Impresora y Encuadernadora Progreso, sa de cv IMPRESIÓN León Muñoz Santini DISEÑO Rogelio Vázquez FORMACIÓN Juana Laura Condado Rosas, María Antonia Segura Chávez, Ernesto Ramírez Morales VERSIÓN PARA INTERNET Suscríbase en www.fondodeculturaeconomica.com/ editorial/laGaceta/ lagaceta@fondodeculturaeconomica.com La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, C. P. 14738, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certificado de Licitud de Título 8635 y de Licitud de Contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716 SUMARIO PROBLEMAS Juan Gelman 0 3 ESPEJO Y GUÍA Juan Nepote 0 6 ALEJANDRA JÁIDAR, PIONERA MÚLTIPLE Jorge Flores Valdés 0 8 PEQUEÑO APUNTE PARA LA HISTORIA DE UNA GRAN COLECCIÓN Rafael Vargas 0 9 ALAS DE PAPEL PARA LA CIENCIA Julieta Fierro 1 1 ¿PARA QUIÉN TRABAJA SU PERIODISTA FAVORITA? Javier Crúz 1 3 10 POR CIENTO Enrique Gánem 1 5 NO QUIERO LATINES Sergio de Régules 1 7 ¿POR QUÉ ES DIFÍCIL DIVULGAR MATEMÁTICAS? Carlos Prieto de Castro 1 9 CAPITEL Tomás Granados Salinas 2 0 NOVEDADES DE SEPTIEMBRE DE 2011 2 0 EL ROSTRO Y LA ENTRAÑA Víctor Díaz Arciniega 2 2 D esde México primero, para todos después: nuestra principal colección de libros de divulgación científica cumple este mes 25 años de actividad. Entre Un Universo en expansión, de Luis Felipe Rodríguez, y Venenos: armas químicas de la naturaleza, de Juan Luis Cifuentes y Fabio Germán Cupul, hay otras 227 obras que exploran diversas caras del conocimiento científico: mucha física y biología —incluidas la ecología y las ciencias del mar—, abundante astronomía y medicina, un poco de química y matemáticas, más algunas pinceladas de ciencias aplicadas, filosofía de la ciencia y aun manuales para usar estos volúmenes en el salón de clases. Para festejar este cuarto de siglo hemos reunido en esta entrega textos que reviven el momento y la gente que participó en el alumbramiento de la serie, pero sobre todo un conjunto de ensayos sobre la importancia de que la ciencia esté presente en la sociedad. Festejamos, pues, con la vista en el pasado —ahí cuando la insustituible Alejandra Jáidar encendió la chispa original de la colección— y en el futuro, para lo cual invitamos a un grupo de notables comunicadores de la ciencia —divulgadores profesionales, periodistas, científicos en activo— a reflexionar sobre los retos y las responsabilidades que enfrentan al llevar el saber de la ciencia al público no especializado. Ellos dan el nombre a esta edición de La Gaceta, pues trabajan, cavilan, escriben todos para la ciencia. Todos también compartimos la certeza de que las ciencias no deben permanecer en el aislamiento de cubículos y laboratorios, sino que deben nutrir a la sociedad, contribuir a la formación de sus ciudadanos, aportar soluciones a sus problemas: deben hacerse públicas, es decir publicarse. Este mismo mes lanzaremos la convocatoria a la duodécima edición del concurso Leamos La Ciencia para Todos, gracias al cual un mundo de jóvenes de todo el país leen y comentan los libros de la serie. Para obtener mayor información, invitamos al lector interesado a visitar www.lacienciaparatodos.mx.W PORTADA Collage de León Muñoz Santini 2 a SEPTIEMBRE DE 2011 POESÍA En dos anchos volúmenes, circula ya con nuestro sello la Poesía reunida de Juan Gelman. En sus versos de factura simple, habitados por las cosas y los seres de todos los días, hay siempre una exploración de algo superior, un paseo por las alturas. Sirva de ejemplo este poema, tomado del último trozo del segundo tomo, intitulado El emperrado corazón amora Problemas JUAN GELMAN Se desplaza el estado territorial a un gorrión que lo mira, masa esparcida en ojos negros. Come y no se repite, migajas, el alcol quema el labio para que nada sufra. El rayo rompió la nube donde navegaba un sopor escondido. Torbellinos muy altos dan y toman palabras ausentes de sus antes. Todo lo que hacen el cielo, el agua, la tierra, el fuego, abraza lo que seremos como fuimos, los racimos que curan asmas de la memoria. Las alas de la almohada blanca son materia sin nombre, ignoran el plumaje del mal suyo en jardines.W SEPTIEMBRE DE 2011 a 3 4 a SEPTIEMBRE DE 2011 Ilustración: LAURA ESPONDA AGUILAR T O D O S PA R A L A C I E N C I A TODOS PARA LA CIENCIA Recordamos aquí el nacimiento de La Ciencia para Todos, hace 25 años: el momento en que surgió, parte de su trayectoria y a dos de sus promotores: la física Alejandra Jáidar y el editor Jaime García Terrés. Y procuramos ver qué es y cómo debe ser la comunicación entre científicos y el público en general; de ese sutil nexo depende que la sociedad se apropie de los saberes de la ciencia SEPTIEMBRE DE 2011 a 5 Ilustración: M AUR IC IO G ÓM EZ M OR IN T O D O S PA R A L A C I E N C I A Un cuarto de siglo cumple La Ciencia para Todos, la colección con que el Fondo busca poner en contacto a los hacedores del conocimiento científico con sus lectores no especializados. En esos 25 años el mundo —incluidos desde luego los submundos de la ciencia y de los libros— se ha transformado de manera radical, por lo que no es inoportuno acompañar el festejo con reflexiones acerca del porvenir de esta serie PERFIL Espejo y guía JUAN NEPOTE 6 a SEPTIEMBRE DE 2011 T O D O S PA R A L A C I E N C I A H ay dos batallas que en México todavía no hemos sabido ganar: mejorar la imagen pública de la ciencia, hasta que se la reconozca como parte fundamental de aquello que nombramos cultura, es decir, que incorporemos una actitud científica a nuestro conjunto de costumbres, pasiones y creencias; la otra tiene que ver con el desdén —dentro de la comunidad de investigadores— hacia la divulgación científica, porque parece ignorarse que cuando el físico británico John Ziman defendía que “el científico es un hombre de pluma; escribir libros es su vocación” de lo que hablaba era del compromiso que los científicos deben honrar para construir canales de comunicación entre la ciencia y el resto de la sociedad. No se han ganado esas dos batallas, pero tampoco han faltado intentos. ¿Un ejemplo? La Ciencia para Todos, que, sin interrupción, viene publicando el Fondo de Cultura Económica desde hace exactamente un cuarto de siglo. Es el esfuerzo más extenso y perdurable de libros de divulgación científica en lengua castellana. Para bien o para mal, es un auténtico homenaje a la bibliodiversidad. Ni el país ni el mundo que vio nacer esos libros existen más: en 1986 no había ni el más mínimo asomo de Hotmail, Facebook, Twitter o Google (Tim Berners-Lee habría de desarrollar la web tres años después) y la mayor parte de los televisores mexicanos sintonizaban únicamente programas nacionales, 24 Horas con Jacobo Zabludovsky o Siempre en Domingo con Raúl Velasco. Para recibir una llamada telefónica había que esperar hasta llegar a la oficina ta en nuestro país son extranjeros. Ello es reflejo de la juventud de nuestra comunidad científica. Pero ésta, al acercarse ahora a su madurez, hace posible la publicación de una serie de libros de divulgación científica, escritos por autores de México, con el objeto de que el público de habla española se entere, en su propio idioma, de lo que se sabe, se investiga y se conjetura en el dominio de la ciencia”, se leía en la entusiasta presentación de los primeros libros. La misión era, pues, tornar visible el quehacer de la comunidad científica nacional. Y la meta consistía en hacer libros baratos con grandes tirajes; publicar un título cada mes, difundir la ciencia hecha en México. Y el proyecto no pecaba de autismo: ese mismo año nació la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica; en 1984 se había fundado el Sistema Nacional de Investigadores y en 1971, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología; por esa época la Academia de la Investigación Científica, nacida en 1959, estaba por transformarse en la Academia Mexicana de Ciencias, institución de valiosa pertinencia social. Además, a los buenos oficios del fce y su experiencia probada en proyectos editoriales, se sumaba otra ventaja: las colecciones de libros de ciencia en castellano por aquellos tiempos eran prácticamente inexistentes. Así que había condiciones suficientes para que La Ciencia desde México entregara buenas cuentas. Y la respuesta de los lectores fue inesperada, por generosa: ahora, luego de 25 largos años, se contabilizan cerca de 5 millones de ejemplares vendidos de los casi 230 títulos que conforman la colección. Nadie más en el mundo ha hecho algo así. Porque el entusiasmo rápidamente se desbordó, hasta apurar un replanteamiento en el proyecto editorial: en un principio se invitaba sólo a investigadores mexicanos a escribir los libros, pero en 1996 se amplió lengua— que Libraria entregó con exquisito cuidado editorial en los primeros años del siglo xxi. Y si en México, fuera de estos ejemplos, las editoriales han mostrado cierta miopía para estimular la perpetuación de la especie, en otras latitudes han sabido aprovechar el interés masivo que genera la lectura de divulgación científica: ahí está Metatemas, de Tusquets Editores; Drakontos, de Editorial Crítica, o Ciencia que Ladra…, de Siglo xxi Editores de Argentina, cada una dirigida por un personaje bastante peculiar, que se encarga de imprimir su sello de editor y perfilar el diálogo entre los lectores y los libros: Jorge Wagensberg, José Manuel Sánchez Ron y Diego Golombek, respectivamente, quienes contemplan su obra editorial como una totalidad codependiente y continua, compatible al anhelo de Roberto Calasso: “cada título es como el capítulo de una novela completa”. La Ciencia para Todos, en cambio, cuenta con todo un comité de selección compuesto por una veintena de investigadores de primer nivel, más el cuidado de uno o varios responsables por parte de la editorial. Esto tiene como resultado que la colección sea irregular en estilo, extensión y calidad, con obras absolutamente deliciosas, clásicas (en la acepción de Italo Calvino: “un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”) y que se reimprimen con pasmosa constancia, junto con otros libros ilegibles, más próximos a un reporte de trabajo pobremente escrito que a un verdadero texto de divulgación científica; mientras Metatemas y Drakontos hacen apuestas seguras, pagando los derechos de traducción de autores de rimbombante fama mundial, La Ciencia para Todos representa un escenario valiosísimo para que los investigadores establezcan una conversación “ LA MISIÓN ERA, TORNAR VISIBLE EL QUEHACER DE LA COMUNIDAD CIENTÍFICA NACIONAL Y LA META CONSISTÍA EN HACER LIBROS BARATOS CON GRANDES TIRAJES ” o a la casa, la mayoría de las compras se pagaban en efectivo y para realizar un trámite bancario había que acudir al banco, entre lunes y viernes. En ese mismo año, y en el Estadio Azteca, Diego Armando Maradona dio la cátedra de futbol más sublime, el transbordador Challenger se desintegró repentina, inexplicablemente, apenas un minuto después de haber dejado el suelo del Kennedy Space Center en Florida, el cometa Halley se dejó ver en la Tierra por segunda vez durante el siglo xx y la central nuclear de Chernóbil dejó escapar a la atmósfera una cantidad letal de material radiactivo. En 1986 nos enteramos de las muertes de Juan Rulfo, Simone de Beauvoir y Jorge Luis Borges, y como precaria consolación habríamos de enterarnos de los nacimientos de Robert Pattinson, Lady Gaga y Megan Fox. Se trata del mismo año de lanzamiento de la campaña Rock en tu Idioma que trajo a nuestro país a Soda Stereo, Enanitos Verdes, Radio Futura, Alaska y Dinarama, Hombres G, efervescencia que estimuló a músicos mexicanos como Caifanes, Fobia, Café Tacuba o Kenny y los Eléctricos. Fue allí y entonces que —en medio de una gran crisis financiera (la enésima, la de siempre)— el poeta Jaime García Terrés, director general del Fondo; Alejandra Jáidar, imparable científica y la primera mujer que se licenció como física en la Facultad de Ciencias de la unam; y María del Carmen Farías, recién incorporada al fce para hacerse cargo del Área de Ciencia y Tecnología, labor que desempeñó por veinte años de manera impecable, pariendo y cuidando para la editorial un acervo envidiable, imaginaron unos libros donde “los jóvenes conocieran algo de ciencia de manera amable”. Con la complicidad de varios investigadores mexicanos destacados, y gracias al patrocinio de la Secretaría de Educación Pública y del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, en septiembre de 1986 nació La Ciencia desde México. “La mayoría de los libros científicos a la ven- SEPTIEMBRE DE 2011 la convocatoria a científicos de toda Hispanoamérica: “Del Río Bravo al Cabo de Hornos y, a través de la mar Océano, a la Península Ibérica, está en marcha un ejército integrado por un vasto número de investigadores, científicos y técnicos, que extienden sus actividades por todos los campos de la ciencia moderna, la cual se encuentra en plena revolución y continuamente va cambiando nuestra forma de pensar y observar cuanto nos rodea”, anuncia todavía la presentación que antecede a cada uno de los textos. Diego Golombek, biólogo argentino de significativa relevancia internacional y uno de los líderes más respetados en comunicación de la ciencia, recuerda que “durante un tiempo La Ciencia para Todos era nuestro reducto secreto —o no tan secreto— para tener acceso a literatura científica apasionante, escrita por vecinos de idioma (o casi…) y de intereses. Con títulos prometedores conocimos a nuestros colegas mexicanos y alguna que otra traducción que se volvía accesible al lado de los imposibles precios en pesetas o euros o dólares. Así, los stands del fce o de México en la feria del libro de Buenos Aires eran de los primeros en ser depredados en busca de la ciencia de los cielos, de los amores o de los tiempos.” Y es que La Ciencia para Todos ha servido de referencia —de espejo, que lo mismo refleja atinadas virtudes que defectos imperdonables— a otros proyectos más o menos semejantes: desde Viajeros del Conocimiento, la colección que en la década de los noventa dirigió Victoria Schussheim en Pangea Editores —una serie de biografías de científicos de todas las épocas, escritas por divulgadores e investigadores mexicanos, acompañadas con traducciones de textos originales del personaje en cuestión—, hasta los libros que sigue publicando adn Editores bajo el nombre de Viaje al Centro de la Ciencia, original combinación de recursos literarios y divulgación científica a cargo de autores mexicanos, o la sorprendente qed, colección de sustanciales libros de matemáticas y astronomía —hasta ese momento inéditos o agotados en nuestra a directa con los lectores y relaten sus historias. Esto tiene como resultado un universo bibliográfico rico y novedoso, rabiosamente único, una inspiradora ventana hacia la realidad, como acota Golombek: “tal vez La Ciencia para Todos haya tenido la virtud máxima de servirnos de espejo y de guía, de demostrarnos que la aventura científica también puede tener cara y territorio, lenguaje propio y entusiasmo. De ese camino seguramente surgieron honestos admiradores e imitadores en Latinoamérica —unos verdaderos Salieris de la ciencia—… y en eso estamos.” El impacto de estos 25 años de existencia de La Ciencia para Todos es inconmensurable. Ha tenido una influencia determinante en la formalización de la investigación científica en México, y quizás haya llegado el momento de que haga algo semejante por la divulgación científica de nuestro país, para que deje de ser una actividad marginada de la ciencia oficial. Celebrar el venerable pasado y el saludable presente de uno de los proyectos más importantes en nuestro idioma para popularizar la ciencia debe ser una invitación a reflexionar sobre cómo queremos que sea su futuro. Porque los retos de hoy son muy distintos de los de 1986. Ya en el prólogo a Un universo en expansión, el primero de los libros de la colección, el enormísimo Guillermo Haro señalaba que “la ciencia sólo puede sobrevivir si se concibe como un proceso infinito, que día con día se supera y que nunca termina”; así también es interminable el sendero de la creación de libros para la ensoñación y la comprensión del universo que habitamos.W Juan Nepote escribe sobre ciencia y sociedad para La Jornada Jalisco y para Ciencia y Desarrollo. Su libro más reciente, Científicos en el ring. Luchas, pleitos y peleas en la ciencia, será publicado en Argentina por Siglo XXI Editores. 7 T O D O S PA R A L A C I E N C I A La dinamo que proveyó la fuerza para el surgimiento de La Ciencia desde México ya no está con nosotros. Fallecida en 1988, Alejandra Jáidar ocupa un lugar central en la historia, y aun en la mitología, de esta colección, por lo que deseábamos rendirle un homenaje en estas páginas memoriosas. Quién mejor para hacerlo que uno de su mayores cómplices en esta ardua y fecunda labor PERFIL Alejandra Jáidar, pionera múltiple J O R G E F L O R E S VA L D É S S i ha habido una mujer promotora de la ciencia mexicana, ella fue la indomable Alejandra Jáidar. Fue pionera en más de un sentido. A finales de 1961 se recibió como física en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue la primera mujer que obtuvo la licenciatura en esta disciplina en México. Siempre se interesó por divulgar la ciencia. Fue pionera también en la organización de las ferias de ciencia, donde estudiantes de secundaria y preparatoria concursaban presentando equipos y experimentos inventados por ellos. Pero cuando el entusiasmo de Alejandra dejó una huella más profunda, fue al convertirse en la pionera de La Ciencia desde México, hoy La Ciencia para Todos, colección de libros del Fondo de Cultura Económica que este septiembre cumple un cuarto de siglo. En 1985 la producción de libros dedicados a la divulgación de la ciencia era magra, casi inexistente. Se habían dado ya los sepSetentas, colección exitosa para difundir la cultura. Resultaba evidente, sin embargo, que para los editores de esos libritos la ciencia no formaba parte de la cultura. Quedaba un hueco en la producción editorial mexicana. Se requería de la pasión de Alejandra para llenar este hueco. La historia empezó cuando Alejandra y su amigo Jorge Farías, a la sazón gerente general del Fondo, me propusieron crear una serie de libros sobre ciencia, producidos por investigadores que trabajaran en nuestro país. Me solicitaban el apoyo de la Subsecretaría de Educación Superior e Investigación Científica, que entonces estaba a mi cargo. De esa discusión, una más de las muchas en las que sucumbí al encanto de Alejandra, surgió la que luego sería La Ciencia desde México. Poco después, Alejandra logró que un grupo de científicos nos reuniéramos con don Jaime García Terrés, director del fce, para plantear la idea de la colección. Ahí se decidió crear un comité de selección de los títulos y de los autores, coordinado —por quién más— ¡por la pionera! Todo eso ocurrió 8 en enero de 1985, veinte meses antes de que aparecieran los primeros ejemplares de nuestra colección. A la muerte del secretario Jesús Reyes Heroles, fui forzado a abandonar la sep; afortunadamente, Salvador Malo, físico y amigo también de Alejandra, continuó apoyándola. Se consiguió que la empresa fuera conjunta entre el Conacyt, la sep y el Fondo, y también se echó a andar el comité de selección. Alejandra nos reunía, al menos una vez al mes, en una salita de juntas cerca de su oficina del Instituto de Física, en un edificio que se conocía como Colisur. Así se llamaba, porque el departamento en que trabajaba Ale era el Departamento de Colisiones y el edificio se hallaba al sur del edificio principal del Instituto. Recuerdo esas reuniones con gran gusto, pues el entusiasmo que irradiaba nuestra coordinadora era contagioso. Esto nos llevaba a proponer algunas locuras: tirajes de 30 mil ejemplares, publicación de un libro cada mes, conseguir que los investigadores —que siempre decían estar muy ocupados y no tener tiempo para actividades inferiores, como divulgar la ciencia— se comprometieran a escribir un texto. Ahí entraba también la física Jáidar. En las reuniones del comité de selección se pensaba en cuáles autores y qué temas deberían proponerse. Una vez decididos los dejábamos a merced de Alejandra. Ella los visitaba, les proponía ser autores, y casi todos sucumbían. Se les pedía un índice del libro y un primer capítulo. Si el comité lo aceptaba, el autor firmaba un compromiso con el Fondo y recibía un adelanto de regalías. Este último ayudaba pero en última instancia lo decisivo era la pasión que Ale ponía para lograr su objetivo: echar a andar La Ciencia desde México. Nuestra coordinadora logró en pocos meses lo que parecía imposible. Convenció a decenas de científicos de que escribieran un libro dirigido a un público general. Como muestra se publicó uno con tema astronómico, cuyo autor fue Luis Felipe Rodríguez. A la postre es el más vendido de toda la colección. Finalmente, en ocasión del aniversario de la fundación del Fondo de Cultura Económica, con la presencia del presidente Miguel de la Madrid, se lanzaron en septiembre de 1986 los tres primeros títulos de La Ciencia desde Mé- a xico: el número uno fue el ya mencionado de Luis Felipe; el número dos de la serie, escrito por Juan Luis Cifuentes y dos colaboradoras, y que sería el primero de una larga serie de libros sobre el mar y sus recursos; y tuve la suerte de que el libro número tres me contara entre sus coautores. Por parte del Fondo, el primer encargado de la serie fue el escritor Felipe Garrido. Pronto tomó esta posición María del Carmen Farías, egresada de la Facultad de Filosofía y Letras pero actriz de vocación. Con ello se conjuntaba un temible equipo: Alejandra y Maricarmen, juntas, resultaban irresistibles y los autores no podían dejar de cumplir su compromiso. Así, estas dos mujeres consiguieron hacer realidad la serie de libros sobre ciencia más larga en la historia no se diga de México sino, me parece, de toda la historia de la humanidad. Alejandra fue importante, también, para la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica. Ella fue la secretaria de la primera mesa directiva. Por ello la Somedicyt estableció después el Premio Nacional de Divulgación de la Ciencia Alejandra Jáidar. También su labor resultó crucial para conseguir fondos de la iniciativa privada para la construcción de la biblioteca del Instituto de Física, el cual fue siempre su casa. Por ello y todo lo que hizo por nuestro Instituto, al auditorio principal se le impuso el nombre de Alejandra Jáidar. Estos dos hechos, el premio y el auditorio que llevan su nombre, muestran el gran aprecio que muchos colegas físicos y divulgadores tenían por la encantadora Ale. Por ello, con gran pena, recibimos la noticia de su muerte, ocurrida en 1988. Surgió un hueco difícil de llenar.W Jorge Flores Valdés, investigador emérito del Instituto de Física de la UNAM, es un tenaz divulgador del conocimiento científico: impulsó los Domingos en la Ciencia, dirigió el Universum y el Museo de la Luz, ha escrito decenas de artículos para lectores no especializados y libros como La gran ilusión. SEPTIEMBRE DE 2011 fotografía: HÉC TOR G AR C ÍA T O D O S PA R A L A C I E N C I A La visionaria iniciativa de Alejandra Jáidar encontró en Jaime García Terrés la sensibilidad necesaria para convertir en ejemplares —cientos de miles de ejemplares— lo que era sólo una idea. Y es que el poeta era un frecuentador de la cultura científica, esa que C. P. Snow vio, con pesar, separada de la literaria: en su biblioteca personal, varios centenares de libros atestiguan su afición por el saber científico PERFIL Pequeño apunte para la historia de una gran colección R A FA E L VA R G A S H ans Magnus Enzensberger ha señalado cuán frecuente es oír a gente bien instruida e inteligente confesar su ignorancia respecto de las matemáticas con una singular mezcla de despecho y desdén: “¿Las fórmulas matemáticas?, eso para mí es veneno, yo ahí desconecto sin más.” Y le asombra, con razón, que si bien su exclusión de la esfera de la cultura “equivale a una especie de castración intelectual, no parece molestar a nadie. “A quien encuentra lamentable este estado de cosas […] se le mira como un ser extraño.”1 Esta especie de analfabetismo que padecemos quienes no sabemos casi nada en relación con los números, más allá de sencillas operaciones aritméticas, se extiende al resto de las vulgarmente llamadas “ciencias duras” (física, química, biología, astronomía, geología), de las cuales acaso conocemos datos históricos, algunas anécdotas y una parte mínima de su vocabulario, pero nada más. La división de los estudios superiores entre humanidades y ciencias, generada a raíz de las ideas científicas que produjo la Ilustración y profundizada por la revolución industrial a finales del siglo xviii, dio pie a una escisión cultural que desde hace tiempo ha puesto en entredicho el sistema educativo occidental. Los primeros en referirse a ella fueron Thomas Henry Huxley (1825-1895), médico especializado en fisiología y anatomía comparativa —abuelo de Aldous y Julian Huxley—, y el poeta Matthew Arnold (1822-1888), que durante 35 años fue inspector escolar de enseñanza primaria. En 1880, invitado a pronunciar el discurso inaugural de cursos en Mason College, institución fun- dada en Birmingham cinco años antes para brindar educación científica a quienes se dedicarían a la manufacturación industrial, Huxley abogó por conceder a la educación científica el mismo nivel de prestigio social que disfrutaba la educación clásica tradicional, basada principalmente en el estudio de las letras y la filosofía. Dos años después, en el marco de una de las famosas conferencias anuales Rede,2 en la Senate House de la Universidad de Cambridge, Matthew Arnold habló sobre “Literatura y ciencia”, y en el curso de sus reflexiones respondió a Huxley que el estudio de la literatura incluía también el examen de clásicos científicos como los Principia, de Newton, y El origen de las especies, de Darwin, del cual T. H. Huxley era un apasionado defensor. Pero si no tuvo inconveniente en aceptar que la enseñanza de las ciencias naturales podía producir especialistas de valía, Arnold mantuvo que las letras (en especial las griegas y latinas) eran condición indispensable para la existencia de un hombre verdaderamente educado. Huxley y Arnold eran amigos, pero sus orígenes eran muy distintos: mientras que el primero era un autodidacta proveniente de una familia modesta, el segundo era hijo de un distinguido profesor universitario que le había proporcionado una educación refinada. La diferencia era grande en aquel tiempo. Muchas familias privilegiadas creían que las ciencias no eran carreras adecuadas para un caballero, de la misma manera en que hoy se tiende a desdeñar los estudios técnicos. Ésa era la posición de Arnold. El intercambio entre él y Huxley anticipa la polémica que sostendrían ochenta años después Charles Percy Snow (1905-1980) y Frank Raymond Leavis (1895-1978). El 7 de mayo de 1959 correspondió al físico y novelista C. P. Snow, como era comúnmente conocido, pronunciar la conferencia Rede de ese año, en el mismo lugar en el que lo había hecho Arnold. Snow, quien ya era una celebridad pública, habló sobre un asunto en el que, según señaló, venía pensando desde hacía un buen tiempo: la existencia de dos culturas, claramente diferenciadas, y cada vez más apartadas una de otra, al punto de volverse excluyentes. Era algo que había descubierto, dijo, dada su propia condición de científico y autor literario, que le permitía moverse “entre dos grupos, comparables en inteligencia, de idéntica raza, no muy distinto origen social e ingresos parecidos, pero que habían dejado de comunicarse casi por completo, cuyos ambientes intelectuales, morales y psicológicos tenían tan poco en común que en vez de ir de Burlington House o de South Kensignton a Chelsea uno bien podría haber cruzado un océano.”3 Resumida de manera muy gruesa, la conferencia de Snow planteaba que los hombres de letras abusivamente se habían autodenominado intelectuales, negándoles esa misma calidad a los científicos. Si a los escritores les parecía patético que un científico ignorase la obra de Shakespeare, para los científicos era grotesco que un humanista no supiera nada de física en pleno siglo xx. El sistema educativo inglés había fomentado esa división, que no era privativa del Reino Unido, pues se había extendido a toda la cultura occidental. Peor era que, al haber privilegiado la enseñanza de las humanidades a costa de la educación científica, el sistema educativo había propiciado que las élites gobernantes carecieran de información científica, esencial para tomar decisiones que afectaban profundamente a sus sociedades. Una nueva política educativa no bastaba por sí sola para remediar esa enorme brecha, concluía Snow, pero sin ella ni siquiera se podía empezar a enfrentarla. En un principio su tesis suscitó una serie de reacciones muy favorables por parte de personajes tan distinguidos como Bertrand Russell y John Cockroft (premio Nobel de Física en 1951), pero a comienzos de 1962 F. R. Leavis, uno de los más dis- 1“Puente levadizo fuera de servicio o las matemáticas en el más allá de la cultura”, en Los elixires de la ciencia. Miradas de soslayo en poesía y en prosa, traducción de Ángel Repáraz, Anagrama, Barcelona, 2002. 2Las conferencias Rede, llamadas así en memoria de sir Robert Rede, se iniciaron a finales del siglo xvii y se mantienen hasta el día de hoy. Se considera un gran honor ser invitado a impartirlas. 3Cito la versión al español hecha por Mónica Utrilla: C. P. Snow y F. R. Leavis, Las dos culturas, México, unam, 2006, Pequeños Grandes Ensayos, 133 pp., presentación de Hernán Lara Zavala. SEPTIEMBRE DE 2011 a 9 T O D O S PA R A L A C I E N C I A P E Q U E Ñ O A P U N T E PA R A L A H I S T O R I A D E U N A G R A N C O L E C C I Ó N Contra ese trasfondo histórico hay que situar el nacimiento de una colección de divulgación científica como La Ciencia desde México, que andando el tiempo habría de convertirse en La Ciencia para Todos. Es indudable, y hay diversos testimonios de ello, que la iniciativa para crearla se debe a la admirable Alejandra Jáidar, quien hace precisamente cincuenta años se convirtió en la primera mujer en obtener su título como licenciada en Física por la unam —salvando, como recuerda Claudia Trujillo Villa, “un sinnúmero de obstáculos familiares y sociales que impedían que las mujeres fueran a la universidad y que estudiaran una carrera científica”. 5 Los trabajos de Alejandra Jáidar como divulgadora de la ciencia merecen un espacio mucho mayor que el de estos apresurados apuntes. Pero para nuestro propósito hay que mencionar que otro de los frutos de sus constantes esfuerzos fue la fundación de la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica (Somedicyt), que este septiembre festeja también 25 años en funciones. La primera actividad de esa sociedad fue la publicación, en el número 70 de la revista Ciencia y Desarrollo (septiembre-octubre de 1986), de un manifiesto que deja ver, entre otras cosas, la madurez de la circunstancia que permitió el surgimiento de La Ciencia desde México. Cito aquí sólo sus párrafos iniciales: “La ciencia y la técnica han transformado las estructuras fundamentales de la sociedad y han determinado en gran medida las relaciones económicas entre los países, así como sus posibilidades de desarrollo. ”México como cualquier país, requiere mantener, fortalecer y ampliar su capacidad científica y técnica para mejorar los niveles de vida de sus habitantes, de acuerdo con sus propias necesidades y no con las que se le impongan desde el exterior. ”Nuestra cultura debe incorporar en mayor medida el conocimiento científico y técnico, porque éste brinda seguridad y favorece la independencia económica y política. ”La divulgación del conocimiento científico y técnico permite establecer los vínculos entre la investigación, la docencia, la tecnología y la industria; entre el científico, el maestro, el técnico y el industrial. ”La divulgación del conocimiento científico permite entender, analizar y prever el efecto de la ciencia y la técnica sobre la sociedad. ”La divulgación del conocimiento científico y técnico constituye otra forma de enseñanza de las ciencias y de orientación vocacional a los estudiantes. ”Una comunidad científica responsable entiende y acepta la obligación de compartir el conocimiento y comunicarlo no sólo en los salones de clase, las publicaciones científicas, los congresos de especialistas, sino en espacios abiertos a todos los sectores de la población, a través de los distintos medios de comunicación.” Pero en la realización de la colección también tiene 4C. P. Snow, The Two Cultures, Cambridge University Press, lxxiii + 108 pp., introducción de Stefan Collini. 5Claudia Trujillo Villa, “Alejandra Jáidar Matalobos, pionera de la física en México”, Hypatia. Revista de Divulgación Científico-Tecnológica del Gobierno del Estado de Morelos, número 20, enero de 2006. 10 gran mérito el editor que supo acoger la propuesta de la entusiasta científica. En 1985, cuando la doctora Jáidar —ya convertida en titular del Departamento de Física Experimental del Instituto de Física de la unam— se acercó al Fondo de Cultura Económica para plantear la idea de una colección dedicada exclusivamente a la difusión de la ciencia que se producía en México, se encontró con un poeta receptivo al tema desde hacía muchos años atrás. Por herencia y por convivencia familiar, Jaime García Terrés —nieto del doctor José Terrés, impulsor de la educación científica durante el Porfiriato, y pariente político de dos eminentes cardiólogos, Ignacio Chávez Sánchez e Ignacio Chávez Rivera—, había desarrollado un interés por la ciencia que se acrecentaría a través de su larga y estrecha amistad con el doctor Ramón de la Fuente, fundador del Instituto Nacional de Psiquiatría. Una de las manifestaciones de ese interés (no la más temprana, conste) es un artículo publicado en el diario Novedades el 3 de febrero de 1965 bajo el título de “Hoy las ciencias adelantan”. 6 Cito un par de fragmentos: “Muchos escritores, filósofos, humanistas, siguen dándose, hoy por hoy, el lujo de una virtual indiferencia frente a la siempre flamante, siempre incesantemente renovada problemática que la ciencia ofrece. ”Hace ya varios años C. P. Snow, novelista y científico inglés, planteaba esta paradójica situación en Europa. Sus libros continúan discutiéndose con calor. ”Pero entre nosotros, que yo sepa, ni siquiera se ha planteado la cuestión. ¿No es extraño? ”De ningún modo sería yo partidario de una superstición cientificista. De un práctico imperialismo de un tipo de saber en perjuicio de otros. ”Lo que me parece apremiante es el empeño por aproximarse, cada vez más, a una relativa unidad del saber, a un contacto sistemático entre los diferentes canales de la cultura. ”A medida que pasa el tiempo, se evidencia la fragilidad de las fronteras que separan a las llamadas ciencias del espíritu de las denominadas ciencias de la naturaleza. […] en la época presente resulta ya muy difícil, si no imposible, encogerse de hombros ante las aportaciones y orientaciones de la ciencia contemporánea.” En la época en que Jáidar y García Terrés se conocieron éste ya era un decidido, si bien discreto, lector de obras sobre ciencia 7 y se había convertido en un fervoroso partidario de la divulgación científica. Durante los años en que éste se desempeñó como subdirector general, al lado de José Luis Martínez (1976-1982), y como director general (1982-1988), el Fondo publicó muchos y muy notables libros de divulgación, de autores como Jeremy Bernstein, Freeman Dyson, Lewis Thomas, Peter Brian Medawar, Thomas S. Kuhn, Jean Dorst, George Gamow, Edward Wilson, Brian Stableford —para mencionar sólo unos cuantos— propuestos por el propio García Terrés, quien solía leer con curiosidad personal, y de editor, las reseñas de ese tipo de obras en publicaciones como el Times Literary Supplement o Le Monde. Al mismo tiempo, se afanaba obteniendo recursos para apoyar la realización de los cinco tomos de la magna Historia de la ciencia en México, obra de Elías Trabulse publicada entre 1983 y 1989. De manera que la disposición de García Terrés hacia el proyecto de Alejandra Jáidar no podría haber sido más propicia. No debe perderse de vista en esta pequeña historia otro dato esencial: el apoyo que el químico Héctor Mayagoitia Domínguez —director general del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología entre 1983 y 1988— brindó, tanto al Fondo en general como a La Ciencia desde México en particular. Para acompañar el lanzamiento de la colección, en septiembre de 1986 apareció un número especial de La Gaceta, con más de sesenta páginas, dedicado de manera integral a cuestiones científicas. Se tituló “Revoluciones de la ciencia”, y en él se incluyeron anticipos de ocho de los primeros veinticinco títulos de la colección. En la segunda parte de la nota de presentación de ese número —escrita por García Terrés, aunque sin su firma— se lee: “Desde sus inicios el Fondo de Cultura Económica intentó contribuir en la tarea de difusión de la ciencia. Los primeros títulos publicados datan de hace ya varias décadas: Meteorología, de Pedro Carrasco, y la Historia de la ciencia, de Charles Singer, ambos de 1945. ”El fce, sin dejar de prestar atención editorial a las obras escritas en nuestro idioma, ha propiciado la traducción de un número considerable de títulos de divulgación escritos en otras lenguas, que abarcan el conocimiento científico en su extensa variedad. ”A medida que este trabajo daba sus frutos —un mercado editorial, una comunidad de lectores que según maduraba experimentaba la necesidad de articular por sí misma ese conocimiento— el Fondo constataba la urgencia de abrir una colección integrada por títulos expresamente escritos para situar La Ciencia desde México.” La colección se presentó al público en un acto muy concurrido el 4 de septiembre de 1986, día del quincuagésimo segundo aniversario del Fondo, en la terraza de la sede de esa casa editorial, ubicada entonces en Avenida Universidad y Parroquia. Esa noche Alejandra Jáidar leyó unas palabras que desafortunadamente parecen haberse perdido, y García Terrés hizo lo propio en su calidad de anfitrión. Creo que citarlas es la mejor manera de concluir este apunte: “Desatina quien hoy día pretende hallar cualesquiera diferencias hostiles entre la ciencia y las humanidades; o en términos más concretos, entre la ciencia y la literatura. Aun antes de que aparecieran en el horizonte editorial títulos como Física para poetas y otros similares, todo escritor atento y sensible había ya comenzado a interesarse en los fascinantes laberintos abiertos por el genio científico en una tierra hasta entonces considerada firme. ”Pero en nuestros días la ciencia no es sólo objeto de fascinación literaria. Ni sólo perfectible instrumento para mejor comprender el mundo. Es también, querámoslo o no, tema cotidiano de la política, de la estrategia militar y de cuantos se empeñan todavía por la supervivencia del hombre sobre este planeta. ”Todo ello hace del repertorio científico actual un filón, tan espléndido como propicio, que los medios de comunicación (¿y qué otra cosa es, por excelencia, el libro?) no pueden ignorar. ”La presente situación, por otra parte, obliga a la industria editorial mexicana a la renovación constante de cauces vivos y ofertas eficaces al gran público, destinatario natural, aunque no siempre posible, de nuestros esfuerzos. Así surgió la serie de Lecturas Mexicanas, que el Fondo inició, con la ayuda de la Secretaría de Educación Pública, hace casi exactamente tres años. Y así nace ahora la colección que hemos denominado La Ciencia desde México, que lleva idénticos propósitos de divulgación a gran escala, y que cuenta con el apoyo adicional del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, además de la cooperación reiterada de la sep. ”Se calumnia al pueblo cuando se le ofrecen halagos fáciles a supuestos prejuicios o supersticiones. Éste que hoy presentamos a ustedes constituye, a nuestros ojos de viejo editor, el producto ejemplar que los lectores mexicanos reclaman y merecen. Al aportarlo una vez más, el Fondo de Cultura Económica cumple de modo cabal con los principios que lo fundaron…”W Rafael Vargas, mientras García Terrés era director del Fondo, fue asistente de Relaciones Públicas bajo las órdenes de Alba Rojo. Ilustración: TERESA GUZMÁN ROMERO tinguidos e inflexibles críticos literarios del Reino Unido, pronunció una conferencia en la que atacó a Snow con ferocidad. De entrada le negó calidad como científico y como novelista (“ni siquiera existe como tal”). Demolió su autoridad moral y calificó los argumentos de Snow como la cháchara de un tecnócrata que no comprende que las letras siempre han defendido lo mejor del espíritu humano. Se ha dicho muchas veces que los argumentos de Leavis fueron ataques ad hominem, motivados por la animadversión pero, aunque en buena medida ello es cierto, Leavis aportó en su refutación consideraciones de gran inteligencia. La muy informada historia de la polémica escrita por el inglés Stefan Collini, historiador de las ideas, para acompañar la edición de 1993 del libro de Snow 4 desmenuza y matiza las ideas y razones que había detrás de cada uno de los debatientes y ayuda a comprenderlas en su contexto. Es probable que, sin la ácida intervención de Leavis, los planteamientos de Snow hoy no serían tan recordados. Su trascendencia se potenció cuando se convirtieron en parte de una controversia ilustrativa de esa brecha entre las humanidades y las ciencias que al paso del tiempo más bien parece haberse acrecentado. 6Ese artículo se encuentra en La feria de los días, tercer volumen de las Obras de Jaime García Terrés, coeditado por El Colegio Nacional y el fce en el año 2000. 7Entre los más de 26 mil títulos que Jaime García Terrés reunió en su biblioteca, recientemente adquirida por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes para formar parte de los acervos de la Biblioteca de México, setecientos pertenecen al rubro de divulgación científica. a SEPTIEMBRE DE 2011 Ilustración: L EÓN M UÑOZ SANT INI T O D O S PA R A L A C I E N C I A ¿Qué busca un científico al dirigirse al público no especializado? Despertar una inquietud, más que transmitir un conocimiento concreto: ésa es la tesis de una de nuestras más singulares astrónomas, practicante de un estilo personalísimo, vital, jolgorioso, de divulgación científica. Aquí describe, en un agradecible tono confesional, su nexo con la colección que este mes cumple 25 años E N S AYO Alas de papel para la ciencia JULIETA FIERRO M e enteré de la existencia de la serie de libros de divulgación científica editados por el Fondo de Cultura Económica desde su inicio. En esa época, me quejaba con una amiga por la ausencia de suficientes noticias de ciencia en la prensa. (Por cierto la amiga es Estrella Burgos, una de las creadoras y actual editora de la revista ¿Cómo Ves?, dirigida a los jóvenes bachilleres.) Me contestó que había que generar un boletín de prensa y enviarlo a los responsables de cultura de los periódicos, con la advertencia de que podían publicar cualquiera de sus contenidos. En los años ochenta la entrega era por correo postal, pues no había correo electrónico, ni procesadores de palabras como los que tenemos hoy. SEPTIEMBRE DE 2011 Por eso decidí hacer el boletín Orión, preparado con máquina eléctrica —comprada a plazos, lo que en esa época era todo un lujo—, en el que incluía dibujos que yo misma preparaba con tinta negra (lo de dibujar es un decir; a lo más garabateaba); lo fotocopiaba luego para mandarlo a los medios. Hasta donde tengo noticia, los periódicos nunca publicaron nada. Lo que sí sucedió es que comencé a tener más y más solicitudes de suscripción gratuita a Orión, entre personas comunes y corrientes. Incluso la revista Ciencias, de la Facultad de Ciencias de la unam, incluyó el contenido de Orión en sus páginas centrales y más tarde en separatas. Una de las características del boletín era presentar una reseña mensual de alguno de los libros de La Ciencia desde México, como se llamaba en ese entonces la colección cumpleañera. Así comencé a leer los libros y muchos me gustaron, otros me resultaron aburridos o incomprensibles. Aprendí mucho gracias a ellos. Uno de los miembros del comité de selección de manuscritos, el doctor Jorge Flores Valdés, me comentó que uno aprende más mientras más sabe. Y así fue: leía con a gran interés sobre temas que aún recuerdo, en los que no me hubiese aventurado si no fuera por la premura de generar una reseña mensual (¡leo con dificultad!). Comprendo que los jóvenes no se animen a leer un volumen completo. El problema con la lectura es que toma tiempo dominarla. Necesita uno ejercitarse en el alfabeto, de tal suerte que sea una aventura retadora y no un arduo trabajo memorístico (esto lo descubrí cuando me entusiasmé con los silabarios del japonés y los jeroglíficos egipcios). Se debe uno adentrar en las palabras y conocer su sentido. Al principio es una lata, porque si no se entiende algún vocablo y después de muchos esfuerzos uno lo encuentra en el diccionario, no necesariamente se disipan nuestras dudas; es algo horrible. Parte de mi dificultad fue tener una educación trilingüe, que ahora agradezco. Así que al leer hay que tener paciencia. Poco a poco, uno se da cuenta de que en gratas ocasiones, aunque no se conozca el significado de cierta palabra, el contexto 11 T O D O S PA R A L A C I E N C I A A L A S D E PA P E L PA R A L A C I E N C I A nos ayuda a entenderla. Después hay que aprender a leer oraciones y saber qué diablos quiso decir el autor y al final hay que enfrentarse a los párrafos y libros completos. Como habrá notado el lector, yo soy de las personas para las que leer ha sido un reto sin tregua de toda la vida, y La Ciencia para Todos me ayudó, pues había temas que conocía y adquirí velocidad ininterrumpida en su compañía. Me cuesta tanto trabajo leer, que la primera página de cada libro la leo dos veces, para habituarme a la tipografía y no quedarme petrificada con una Q o una J escritas en estilos novedosos. Cabe notar que además de libros de ciencia me gustan las novelas: las tengo formadas por grados de urgencia y deseo, además de que las numero: cuando no logro decidir cuál abordar, organizo una rifa (aunque a veces hago trampa). Cuando se inventó la imprenta, pocas personas sabían leer y se leía en voz alta, aunque uno estuviera solo. Se acostumbraba que los escuchas se arrimaran des mentes de nuestra época; versa sobre la evolución química del universo. Ambos somos miembros del comité editorial de ciencias del Fondo; nunca pensé ser distinguida con semejante honor. No puedo dejar de mencionar que he sido jurado del concurso Leamos La Ciencia para Todos. Ha sido una experiencia muy interesante, pues me ha dado una idea directa del rezago en lectoescritura que existe en el país (algo que no es ningún secreto); pero, más importante aún, he podido comprobar que en toda la república hay excelentes maestros que impulsan a sus alumnos a entender lo que leen y a apropiarse del conocimiento. Además he corroborado lo que también me ocurre al impartir conferencias: que en todo el país hay talento; lo que se requiere ahora son oportunidades. Por fortuna varios de los libros de la colección están disponibles en línea —completos o al menos algunos fragmentos—, gracias a lo cual los jóvenes pueden consultarlos con calma, leer algunas páginas y decidir cuál desean analizar. comprendan. Con todo respeto, si esto fuera así no necesitarían estudiar treinta años de manera formal hasta obtener un posgrado.) Al concluir la conferencia me voy con la ilusión de que quien me escuchó se emocionó y más tarde hojeará uno de los libros que le cayó del cielo, y lo leerá, y le gustará, y se lo prestará a un amigo que a su vez lo hojeará, y le parecerá suficientemente interesante para leerlo, y ambos competirán en el concurso, y ganarán, y se encontrarán conmigo en la cena de gala con los autores, y les tocará en mi mesa, y yo rifaré más libros entre mis acompañantes, y se emocionarán, y de nuevo los leerán, y colaborarán a que la ciencia sea grata, útil e interesante para todos. No vaya el lector a pensar que mi afán divulgativo se reduce a las charlas. En mi cajuela llevo una caja de libros. Vamos a suponer que alguien en el súper me pregunta si soy Julieta Fierro; antes de que continúe y de que confiese que es mi fan número uno, salgo corriendo por un ejemplar y se lo “ EL MOTIVO DE HABER DESARROLLADO MI MUSCULATURA CON LA ESPECIALIDAD DE LANZAMIENTO DE LIBROS DE LA CIENCIA PARA TODOS SE DEBE A QUE PIENSO QUE UNA CONFERENCIA DE DIVULGACIÓN SÓLO LOGRA EMOCIONAR A LOS ASISTENTES al lector y comentaran y preguntaran lo no entendido. Ahora es difícil que alguien esté leyendo el mismo libro que uno y por tanto no llega la clarificación. No es que mis amigos no sean cultos sino que en toda la vida sólo leeremos unos cuatro mil libros de los millones de títulos existentes. Así que en el siglo xx el diálogo que era público debe ser interior; uno se debe preguntar si entendió, si le agradó lo leído, si está interesante. Este último paso les cuesta trabajo a muchos estudiantes de educación básica. Por eso es recomendable que lean en voz alta en casa, en compañía, por turnos, para retomar la manera tradicional, que lleva muchos más siglos que la lectura silente. Participar en el concurso Leamos La Ciencia para Todos, con amigos que lean el mismo libro, les ayudará a triunfar. Llegó el día en que María del Carmen Farías, en esa época directora de la colección, me invitó a escribir un libro. Para tomar valor le pedí a un gran divulgador, simpático, listo, buen escritor, que lo escribiéramos juntos (se trata de Miguel Ángel Herrera). Él se ocuparía de la parte histórica, ya que ambos sabíamos que lo haría bien, y yo de la parte más bien densa. Mike ya no está con nosotros: murió en un accidente automovilístico; lo extraño, hicimos maravillosos proyectos juntos, como trabajar de directores en Universum. Nuestra criaturita editorial se llamó La familia del sol, que dedicamos a nuestros respectivos hijos. Escribí mi parte a mano, sobre volantes tamaño carta que por un lado anunciaban una conferencia que impartí en Puerto Vallarta. Una secretaria lo transcribió a máquina. Las ilustraciones eran en blanco y negro. Nada que ver con mi libro más reciente de la colección, que escribí con Silvia Torres: Nebulosas planetarias. La hermosa muerte de las estrellas, con hojas centrales de papel grueso y suavecito, e impecables figuras a color. Ahora está por publicarse mi tercer volumen en esa colección, escrito junto con Manuel Peimbert, una de las gran- ” En 1989 se iniciaron los concursos para lectores de la colección entonces llamada La Ciencia desde México. He visto cómo ha crecido la cantidad de jóvenes y docentes que no sólo en México sino en varios sitios de Iberoamérica participan en el concurso: ¡están leyendo libros completos! Debo confesar que lo que me sorprende es que los premios consisten en venir a la Ciudad de México y conocer sitios donde se hace investigación, pero lo que más les gusta a los ganadores es conocer a los autores. Yo nunca me imaginé que a un joven le pudiera hacer más ilusión conocerme, aunque sea durante el instante que le toma sacarse una foto conmigo, que visitar un laboratorio de biofísica o un observatorio astronómico. ¿Qué es lo que más me gusta hacer con los libros de la colección La Ciencia para Todos? Regalarlos. Resulta que me dedico a la divulgación de la ciencia y lo que considero que hago mejor es impartir conferencias, lo cual es una lástima porque puedo llegar a un público muy reducido. (En comparación, salir en la tele en términos de masas es mucho más eficiente.) Una de las razones por las que me gusta tanto dar charlas es que siempre llevo libros y con cualquier excusa atribuible a la fuerza de gravedad, que es tema fundamental para comprender al universo y sus maravillas, le lanzo libros al público. Tengo una buena técnica: el libro debe estar en posición horizontal, con el lomo hacia el auditorio, y debo aventarlo con giro incluido. Como soy el peor pitcher que he conocido, los libros vuelan al azar: se ven preciosos. Los ejemplares parecen platillos voladores con alas de papel. El motivo de haber desarrollado mi musculatura con la especialidad de lanzamiento de libros de La Ciencia para Todos se debe a que pienso que una conferencia de divulgación sólo logra emocionar a los asistentes. Es imposible pensar que la mayoría aprenderá y entenderá gran cosa. (Sé que hay quienes no comparten mi idea y piensan que recorrer una sala sobre mecánica cuántica en un museo basta para que la dedico: el recipiendario se queda mudo de la emoción, mientras yo sigo comprando. De vez en cuando, un cerillo —el chico que nos ayuda a embolsar las compras en el supermercado— mira intrigado un libro de mi cajuela; eso basta para que un segundo después sea suyo. Es más, cuando en la fila de las cajas de alguna librería del Fondo un padre de familia tiene cara de mortificado porque finalmente encontró, después del duro peregrinar entre tiendas de libros, el ejemplar que le encargaron en la escuela a su hijo y se da cuenta de que no podrá pagar, miro al cajero, que me pasa dentro de una bolsa nuevita el volumen al que pensaba renunciar el pater familias, introduzco uno de los libros de La Ciencia para Todos y se la entrego al hombre. ¡Es un evento maravilloso!; confirmo entonces que erré mi profesión de hada. Sería injusto de mi parte no señalar que La Ciencia para Todos no habría sido posible sin los cientos de personas enamoradas de cada uno de los volúmenes que conforman la colección de divulgación de la ciencia más vasta en idioma español. Utilizo la palabra enamoradas porque sólo así se explica que durante 25 años se haya incrementado el acervo hasta llegar a 230 obras, en una gran variedad de temas. Asimismo, debo mencionar que cientos de miles de concursantes los han hecho suyos y miles de personas como yo no sólo se ponen contentas al leerlos, sino que también se sienten orgullosas de regalarlos.W Julieta Fierro, bailarina aficionada, es investigadora del Instituto de Astronomía de la UNAM y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Estamos por publicar en La Ciencia para Todos Evolución química del Universo, que escribió con Manuel Peimbert. ¿Te perdiste un número de La Gaceta? ¿Quieres recibir un ejemplar cada mes? ¡Suscríbete! Conéctate a www.fondodeculturaeconomica.com/lagaceta 12 a SEPTIEMBRE DE 2011 Ilustración: TERRESA GUZMÁN ROMERO T O D O S PA R A L A C I E N C I A Detrás de muchas noticias hay un trasfondo científico que no suele ser explicado —y a menudo ni siquiera es percibido—. Los periodistas que se especializan en las ciencias buscan describirlo, cuestionarlo, comunicarlo al público, pues así los ciudadanos pueden exigir decisiones políticas de altura. ¿Podemos esperar tanto de quienes presentan el saber científico en los medios? E N S AYO ¿Para quién trabaja su periodista favorita? JAV I E R C R Ú Z ¿ Tiene usted una periodista favorita en México? Y, si la tiene, ¿puede identificar rápidamente la característica que la hizo su favorita? ¿Es su valentía, su inteligencia, su profesionalismo? De ser así, ¿no son estos rasgos lo menos que deberíamos esperar de todos los periodistas? Compliquemos la cuestión: ¿trabaja para usted su periodista? El medio que usted consulta, ¿orienta su actividad periodística a los intereses de los ciudadanos que lo favorecen? Haga una prueba simple. Si suele leer un diario, deje de hacerlo por dos semanas; guárdelo, pero no lo lea. Terminado el periodo de prueba, recupere la sección principal de las ediciones que dejó de leer y señale las notas que, dos semanas después, aún son relevantes. Eso debe haber dejado fuera un volumen algo vergonzoso de notas que sí fueron publicadas, a pesar de su famélica vida de anaquel. Pero, para la prueba de fuego, recupere (internet lo permite, hasta cierto punto) los titulares de su medio favorito de hace un año y examine qué de lo que entonces le ofrecieron para “estar bien informado” vale ahora más que un comino. El punto no es si el periodismo es un termómetro preciso de la historia en cierne; lo interesante es si en los procesos de jerarquización de la información los editores de su medio favorito están pensando remotamente en lo que necesita saber usted hoy, mañana, en quince días y dentro de un año. La cuestión ha sido examinada, si bien desde otro ángulo y con otras conclusiones, por el periodista Mario Campos en la revista Etcétera.1 Entre su papel de analista de medios y protagonista en ellos, Campos, que conduce el noticiario matutino del Instituto Mexicano de la Radio, se incluye explícitamente en el mea culpa, gesto en el cual lo acompañamos varios más. Tras preguntarse para quién trabajan los medios y ofrecer la respuesta de repertorio (“para los ciudadanos, naturalmente”), Campos hunde el dedo más allá de la superficie: “si uno mira el contenido de 1 www.etcetera.com.mx/articulo.php?articulo=2646 SEPTIEMBRE DE 2011 muchos de los medios —y lo digo con la conciencia de no estar libre de pecado— descubrirá que en muchas ocasiones más que estar al servicio del ciudadano, y con la mira puesta en sus necesidades, la atención está colocada en el poder…” Si bien esto no responde su pregunta inicial (¿para quién trabajan los medios?), sí deja claro, al menos, que no son ni los ciudadanos ni nuestras necesidades de información lo que ocupa la atención de los editores en México. Si lo fuera, lo notaríamos en la agenda temática, en la jerarquización y, sobre todo, en el tratamiento de la información: la asignación de reporteros, la elección de fuentes, la agudeza de las entrevistas, la profundidad y el rigor de la investigación periodística, la extensión de los productos. En pocas palabras, si los periodistas trabajasen para los ciudadanos, la calidad de sus productos sería otra. Un ejemplo hace aterrizar las generalidades. Con los ojos del mundo puestos en Cancún en noviembre de 2010, a propósito de la cumbre mundial sobre cambio climático, el presidente Calderón eligió “dar la nota” anunciando el compromiso de su gobierno para cambiar los focos tradicionales por nuevas versiones ahorradoras, en nombre de la modernidad ambiental. Fue nota: los medios de mayor alcance colocaron el programa Luz Sustentable (su engañoso nombre oficial) en posiciones relativamente prominentes de sus respectivos espacios. Le fue bien, a esta nota, en la batalla de la jerarquización. La Jornada le dio la portada de su sección Sociedad y Justicia; Reforma la colocó en la página 2 de su primera sección; El Universal desplegó la nota en primera plana, arriba del doblez, con un pequeño gráfico y un llamado a la sección Nación. En otros medios, incluidos los electrónicos, la situación fue similar. La información era relevante en la medida en que anunciaba la prohibición, para 2014, de vender focos incandescentes en todo el país y prometía ahorros en energía y en emisiones de gases de efecto invernadero. Siendo que el tema no sólo conserva su importancia por 15 días sino que la mantendrá, con seguridad, hasta diciembre de 2011, ¿no contradice este ejemplo las insinuaciones del principio de este texto? ¿No es una buena prueba de que los editores de esos diarios tienen a los ciudadanos precisamente en la mira de su trabajo periodístico? a Reparemos en un detalle: dos de esos tres diarios encajaron esa información en secciones consagradas a la política. Y aunque La Jornada sí la colocó en la sección donde suelen aparecer las notas de ciencia, no había ni rastro de ciencia en ninguna de las notas con que estos diarios (o cualquier otro, para el caso) informaron sobre Luz Sustentable. ¿Debía haber ciencia en los productos periodísticos sobre ese alarde presidencial en una reunión internacional llena de políticos? Alegaré que sí, pero examinemos primero las consecuencias de que la ciencia haya quedado fuera. Los lectores de esas notas se habrán enterado de que se cambiarán 47 millones de lámparas y focos, de que Calderón “ofreció dar 4 lámparas ahorradoras a cada casa” (El Universal) —pero en realidad sólo las ofreció a casas de familias con escasos recursos, y no las dará él sino nosotros, los ciudadanos—; de que el gobierno calcula poder evitar, así, la emisión de un millón de toneladas de CO2 por año y la combustión de 2.5 millones de barriles de petróleo, con el consecuente “ahorro de 12 por ciento del consumo energético en las próximas dos décadas” (Reforma); y de que “ya está en curso la licitación internacional para el cambio, en una primera etapa, de más de 22 millones de focos” (La Jornada). ¿Queremos más ciencia? Los tres medios reprodujeron, diligentemente, la siguiente información (citando a Calderón como fuente): “la energía destinada a la iluminación representa la quinta parte del consumo total a nivel internacional y genera seis por ciento de las emisiones globales de efecto invernadero”. Dejemos de lado el hecho de que eso es comparar la velocidad con el tocino y reparemos, más bien, en que la falta de ciencia en la cobertura periodística dejó huecos en la información: i] cómo es que los focos ahorradores ahorran tanta energía y cómo, para lograrlo, contienen mercurio, cuya disposición al final de la vida útil de cada foco supondrá un maltrato ambiental multiplicado por 47 millones si no se traza una estrategia preventiva; ii] que está bien documentada la llamada “paradoja de Jevons”, que en la coyuntura actual toma la forma del “efecto rebote”: si se aumenta la eficiencia en el uso de un recurso no renovable y en consecuencia el precio disminuye, entonces aumentará el consumo y pronto se desvanecerá el ahorro (esta 13 T O D O S PA R A L A C I E N C I A ¿ PA R A Q U I É N T R A B A J A S U P E R I O D I S TA FAV O R I T O ? “ ¿PARA QUIÉN TRABAJA, ENTONCES, EL PERIODISTA DE CIENCIA? PUES, SI SE SABE COMPROMETIDO CON SU FUNCIÓN SOCIAL, TRABAJA PARA LOS CIUDADANOS, PROPORCIONÁNDOLES LA INFORMACIÓN CIENTÍFICA QUE ENTIENDE QUE ES INDISPENSABLE PARA LA TOMA DE DECISIONES ” versión un tanto simplista es disputada por economistas ambientales con buenas razones, pero ello abona en favor del punto que estoy argumentando), y iii] que, de acuerdo con cifras de la propia Secretaría de Energía, el sector en el que tendría impacto la sustitución de focos (consumo doméstico de energía) supone menos de la mitad del consumo energético del sector transporte. Si el tema se ve desde una perspectiva científica, y no exclusivamente política, el enfoque debe estar en la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. En el caso de la iluminación doméstica, las emisiones ocurren en las plantas generadoras de electricidad, si es que éstas usan combustibles fósiles. Se entiende que disminuir el consumo en los focos ayuda; pero el balance energético calculado con principios científicos permite establecer que la prioridad no debería estar en el consumo doméstico de luz eléctrica sino en la combustión del sector transporte. ¿Por qué estaría justificado invertir millones de pesos de los ciudadanos en una licitación internacional para regalar focos ahorradores, mientras no se hace nada para mitigar las emisiones del sector transporte? OTRO PERIODISMO ES POSIBLE La pregunta nos regresa al tema original. Según Mario Campos, “la atención [de los medios] está colocada en el poder, cualquiera que sea su presentación, público o privado”, pues, en su papel de vigilante, el periodismo “requiere estar atento a cada paso de los poderosos para documentar cualquier abuso”. Si por “poder” se entiende el poder político o el empresarial, se tiene la receta para hacer periodismo ortodoxo en México. En este contexto, la función de vigilancia se ejercería monitoreando el proceso de licitación, y por “abuso” se entendería corrupción, en su acepción más vulgar. Hay, empero, otra interpretación válida. A nadie sorprende en México que los funcionarios, y no pocos empresarios con ellos, se agencien el dinero ciudadano con actos de corrupción. Bien cuando la prensa los pesca y nos informa. Pero ocurre que esto no es lo único que hacen los “poderosos”. Concedamos la presunción de inocencia al programa Luz Sustentable y volemos con la hipótesis de que ahí no hay nada ilegal. Para reforzar el punto, cobijemos con la misma hipótesis a la decisión (fallida) de tirarse un clavado al fondo del Golfo de México a perseguir el “tesoro escondido” del petróleo en aguas profundas. Y a la decisión de aprobar sembradíos “experimentales” de maíz transgénico trasnochado en el norte del país. Y a la decisión de subsidiar el consumo de gasolina y diesel pero no a las otras formas de energía renovable. Y a la decisión de imponer tres metros de “aisla- 14 miento social” entre ciudadanos en espacios públicos, como se hizo durante la epidemia de A-H1N1. La lista podría seguir. El punto, por si no quedó claro, es que los llamados “tomadores de decisiones” hacen exactamente lo que diría Perogrullo: toman decisiones. Algunos (los funcionarios) en nuestro nombre, otros (los empresarios) en el de su interés propio, pero con impactos públicos a veces mayúsculos. Tienen, por tanto, responsabilidades sociales. Veamos con esa misma luz al periodismo profesional: ¿cuál es su responsabilidad social? Las respuestas son múltiples y este espacio es limitado. En consecuencia, ofrezco aquí la interpretación en que se ha basado el trabajo periodístico, didáctico y de investigación científica en la Unidad de Periodismo de Ciencia, de la unam. Partiendo del reconocimiento de la importancia social de los tomadores de decisiones, particularmente los que reciben salarios pagados con dinero ciudadano, hemos agregado un doblez a la función de vigilancia que Mario Campos reconoce en los medios. Además de estar atentos a los actos de corrupción, nosotros esperamos de los periodistas el análisis crítico de los procesos de toma de decisiones de gran impacto en la vida de los ciudadanos, particularmente en los casos en que las decisiones deben ser tomadas con base en información científica. ¿Para quién trabaja, entonces, el periodista de ciencia? Pues, si se sabe comprometido con su función social, trabaja para los ciudadanos, proporcionándoles la información científica que entiende que es indispensable para la toma de decisiones. ¿Puede, entonces, considerarse adecuada la cobertura del programa Luz Sustentable sólo con la información que nos fue proporcionada? No, evidentemente, porque nada se nos dijo a los ciudadanos del proceso mediante el cual el poder ejecutivo decidió dar prioridad al tercer sector en orden de consumo energético (según el propio poder ejecutivo), ignorando, por lo que sabemos, los dos primeros. ¿Con base en qué información científica decidieron, en nombre nuestro, invertir nuestro dinero en licitaciones públicas internacionales para regalar bombillas? ¿Con base en qué información científica decidieron que la estrategia óptima para el país era abandonar casi todo intento de explotar los recursos renovables de energía e importar, mejor, la tecnología que se supone adecuada para perforar más pozos petroleros a 3 mil metros bajo el agua del Golfo? ¿Con qué criterios de agronomía mesoamericana se decidió aprobar siembras de maíz transgénico en México, aun a la vista de la información científica que lo desaconseja y que parece haber sido puntualmente entregada a los tomadores de decisiones? Nada de esto apareció en la prensa mexicana con la densidad y profundidad que necesitamos los ciudadanos. Al menos en este frente, los periodistas de ciencia fallamos en nuestra función social de vigilancia. Pero a el asunto va más allá, porque la de vigilancia no es, no debe ser, la única función del periodismo, ciertamente no del periodismo de ciencia. Pensemos, por ejemplo, en el curioso caso de las investigaciones sobre el estrés extra que parecen sufrir los machos alfa de cierta especie de primates, asunto profusamente reportado en la prensa internacional. O en la hipótesis de que el lado oscuro de la Luna presenta (es un decir) una topografía insospechadamente accidentada porque puede haber sufrido el impacto de una segunda luna, mucho menor, formada durante el mismo fenómeno inicial pero finalmente untada en la cara que nunca le vemos a la Luna triunfante. O en la hipótesis, casi teoría, aún en construcción por dos astrofísicos mexicanos, que permitiría explicar una serie notable de observaciones de dinámica de galaxias prescindiendo de la incómoda hipótesis de la materia oscura. Todos estos casos caben mal en la categoría de “información que los ciudadanos necesitamos para decidir algo urgente, amenazante, potencialmente dañino/benéfico en gran escala”. Pero lucirían muy bien en cualquier lienzo colgado bajo el rubro “información que necesitamos los ciudadanos para entender algo que nos permitirá ensanchar los horizontes culturales”, y esto es, también, parte de la función social del periodista de ciencia: satisfacer siempre la pregunta más elemental: ¿cuál es la ciencia de esta historia? Es absolutamente cierto que para responder esa pregunta los reporteros deben haber sido dotados con la formación profesional, y equipados con los recursos necesarios, para poder acceder a las fuentes primarias del periodismo de ciencia: los artículos científicos y los científicos que los escriben. Eso, admitámoslo, es un problema. Pero admitamos igualmente que es un problema con solución. El verdadero problema, el auténtico factor limitante, es que para siquiera aspirar a tener una prensa como la descrita aquí, una prensa constructora de ciudadanía, la primera condición es tener periodistas genuinamente dispuestos a imponerse criterios de calidad bien sustentados, porque comprenden que trabajan para los ciudadanos. No para sí mismos. ¿Para quién estima usted que trabaja su periodista favorita?W Javier Crúz, físico y periodista, trabaja en la Unidad de Periodismo de Ciencia de la UNAM y en el IMER; colabora mensualmente con Letras Libres. SEPTIEMBRE DE 2011 Ilustración: PAOLA ÁLVAREZ BALDIT T O D O S PA R A L A C I E N C I A Para que una idea, cierta o falsa, útil o banal, alcance amplia difusión basta que la asimile un pequeño sector de la sociedad. Aquí, El Explicador —cuyo mote es preciso, pues sabe cómo presentar toda la complejidad de los hechos científicos a quienes viven inmersos en los medios masivos de comunicación— encomia al libro como medio para transmitir conocimientos, en particular los de la ciencia E N S AYO 10 por ciento ENRIQUE GÁNEM F undado en 1824, el Instituto Politécnico Rensselaer es una institución dedicada por su fundador a “la aplicación de la ciencia para los propósitos comunes de la vida humana”. Desde entonces ha ofrecido una gran variedad y cantidad de trabajos científicos y técnicos muy valiosos. Hace algunos días, uno de los muchos trabajos publicados por esta institución me llamó la atención en forma especial. El autor principal —Boleslaw Szymanski— y su equipo son miembros del Centro de Investigación Académica en Redes Sociales Cognitivas. En su trabajo emplearon técnicas computacionales y métodos analíticos para analizar los frecuentes y normalmente sorprendentes cambios de opinión que experimenta una sociedad moderna. Las conclusiones son presentadas en el denso lenguaje técnico necesario (paradójicamente) para ofrecer ideas claras, sin ambigüedades. Según el equipo de Szymanski, cuando una idea se logra infiltrar en aproximadamente el 10 por ciento de los miembros de una sociedad, en poco tiempo se dispersa rápidamente. Así, por ejemplo, si se logra convencer a una pequeña fracción de la comunidad de las virtudes o defectos de un candidato, puede producirse un cambio espectacular en los resultados de una elección. En el pasado, algunas ideas que permanecieron dormidas por siglos de pronto parecieron tomar el control de la mente colectiva con una rapidez mayor que con la que se dispersaban las terribles epidemias de peste (y para algunas personas, sobre todo las que tenían más que perder con el cambio en el statu quo, estas ideas eran aún más temibles… después de todo es más fácil escapar a la peste que a una revolución). Este fenómeno fulminante se ha presentado con frecuencia en la historia de la sociedad humana, y se ha SEPTIEMBRE DE 2011 acelerado en el último siglo (en parte por eso resulta tan difícil comunicarse con un joven de 15 años si usted tiene 50: entre uno y otro han ocurrido no una sino varias revoluciones culturales fulminantes). Si usted nació en la segunda mitad del siglo xx, sabe perfectamente de lo que hablo: el despertar de la cultura de los derechos humanos, la revolución sexual, las frecuentes (y no siempre trascendentes) sacudidas en el mundo de la música… Los valores, las virtudes y los defectos del México de 2011 serían maravillosos y profundamente amenazantes para un viajero del tiempo que viniera de la década de 1960; para una persona del siglo pasado resultarían incomprensibles y en no pocos casos aterradores (imagínese a su bisabuelo viendo un video de Lady Gaga). Este proceso ha sido estudiado por las mismas fuerzas que en el pasado se opusieron a ellos. Muchos gobiernos y grupos de poder buscan frecuentemente desarrollar mecanismos que sirvan para infectar con una idea particular a un grupo significativo de personas; saben que si la cantidad es suficiente (aunque sea baja) conseguirán los resultados que buscan. Para muestra basta un botón: el extraño y sorpresivo cambio de opinión del público mexicano poco antes de las elecciones presidenciales pasadas es un buen ejemplo (conste que no estoy ofreciendo un juicio de valor sobre el asunto… sólo señalo un hecho conocido por todos). En el pasado este proceso fue mucho más lento. Las extrañas perspectivas de Demócrito, por ejemplo, tardaron casi dos mil años en convertirse en un hecho aceptable (las primeras evidencias indirectas de la existencia de los átomos aparecieron casi al final del siglo xviii). El movimiento de los planetas alrededor del Sol fue propuesto con claridad por Heráclides de Ponto, en el siglo iv antes de nuestra era, y no se convirtió en un hecho aceptado sino hasta el siglo xvii. La idea de amar al prójimo por encima de intereses personales tardó 18 siglos en convertirse en la Declaración de los Derechos Humanos (y quién sabe cuánto tiempo tendremos que esperar para que se convier- a ta en una realidad cotidiana en todo el mundo). Otras ideas, relacionadas tanto con el mundo físico como con el humano y el espiritual, sufrieron la misma suerte. La inercia cultural es entendible: una de las nociones más fundamentales para el ser humano es la seguridad, y por eso a tanta gente le parecía preferible vivir en las terribles (pero predecibles) condiciones de la Edad Media; sólo cuando las ideas del Renacimiento lograron infiltrarse en suficientes mentes aventureras ocurrió el cambio social y cultural que ahora admiramos, pero que en su época fue visto no sólo con sospecha, sino con verdadero pánico por la mayoría (cuando menos al principio). Por esto se han desarrollado mecanismos cada vez más finos para evitar otros “desastres” similares. La enseñanza obligada de ciertos valores sociales (a veces acompañada de violencia de algún tipo), la cuidadosa repetición constante de ciertas ideas en los medios de comunicación masiva y la represión directa de los siempre escasos individuos capaces de generar y comunicar ideas nuevas con efectividad son buenos ejemplos. Sólo la comunicación masiva efectiva de nuevas ideas puede contrarrestar ese freno cultural. Para los que temen el cambio, cualquier idea nueva es peligrosa: así, la idea misma de que la tierra gira alrededor del sol o de que las damas pueden vestirse como les dé la gana (incluyendo la posibilidad de trabajar en oficinas con sueldos equivalentes a los masculinos, la de deshacerse de los sostenes o la bendita idea de usar minifalda) han sido atacadas con la misma saña. Para que llueva, es necesario que el aire esté saturado con humedad, pero falta algo más; es necesaria la presencia de pequeñas impurezas en el aire. Una parcela atmosférica puede estar sobrecargada de humedad y aun así no tener una sola nube. Pero si aparecen pequeños objetos (como moscas, diminutos granos de sal expulsados del mar por la acción de las olas y hasta bacterias), la humedad se 15 Visita nuestra Librería Virtual con miles de títulos a tu disposición. Te esperamos con los libros abiertos www fondo decultura economica com 16 10 P O R C I E N TO condensa alrededor de ellos. En poco tiempo aparece una gota. La sola presencia de esa gota (por su acción electrostática) estimula la formación de otras a partir de la humedad del aire cercano. En poco tiempo, aparecen muchas gotas cerca del núcleo de condensación. Poco tiempo después nace una nube y luego viene la tormenta. Con las ideas pasa lo mismo: basta con que se dispersen las ideas básicas de los derechos humanos para que alguien más comience a pensar que los hombres y las mujeres tienen la misma capacidad intelectual y profesional, o que la gente del campo merece los mismos servicios médicos que los que reciben los blanquitos citadinos. En poco tiempo, aparecen miles de nuevas ideas, tanto o más inquietantes y deliciosas. Cualquier idea nueva puede tener un efecto igualmente rápido e inesperado. Desde el Renacimiento, la tecnología ha creado técnicas que permiten comunicar ideas en forma precisa y a gran escala, y estas técnicas han crecido en efectividad, alcance y rapidez en forma espectacular. Justo cuando el Renacimiento (como movimiento cultural) comenzaba a afianzarse en las mentes europeas, Johannes Gensfleich zum Laden zum Gutenberg inventó el primer sistema de comunicación masiva de la historia moderna. Después de una desastrosa aventura en el negocio de los espejos, Gutenberg consiguió una serie de préstamos que le permitieron entrar al negocio de la impresión. Las imprentas de la época eran abundantes, pero las técnicas de impresión eran espantosamente lentas (en mucho casos, los impresores grababan en madera cada una de las páginas de un libro, para luego embarrarlas con tinta y ponerlas en contacto con papel en sus grandes prensas). Gutenberg decidió usar los tipos móviles prefabricados (que ya se usaban en otros ambientes) para componer rápidamente las páginas de un libro. En pocos días podía imprimir centenares de copias de un libro que, con las técnicas antiguas, tomaban varios años. Pasó el tiempo y mejoró la tecnología. El telégrafo permitió el envío de textos completos a través de océanos enteros y la radio eliminó la necesidad de cables. Luego llegaron la televisión y el internet. Los medios actuales son muy poderosos: por ejemplo, la guerra de Vietnam fue detenida principalmente por la acción del público estadunidense, asqueado por las terribles imágenes enviadas por la televisión. Sin embargo, estos medios también son especialmente vulnerables al control mental. En el caso de la televisión, los requerimientos técnicos para montar y hacer funcionar una televisora son tan formidables que sólo unos cuantos tienen los medios para hacerlo con las condiciones necesarias para hacer llegar una señal a nivel nacional. La escasez de frecuencias utilizables, dictada en parte por la naturaleza, permite que los gobiernos del mundo mantengan un estrecho control sobre su uso. Además, los grandes costos (a veces artificiales) de ese medio obligan a los empresarios a depender de grandes patrocinadores, que con frecuencia imponen su criterio sobre los contenidos de la programación. Quizás es por eso que el enorme valor potencial educativo y creativo de la televisión no se ha materializado en un solo país. En casi todo el mundo, la televisión es una pasta cultural gris, con un sabor excesivamente dulce y con un contenido alimenticio casi nulo (con algunas raras y aisladas excepciones). La radio es un poco más libre, pues existen muchas más frecuencias asignables y el costo de operación es mucho menor, pero aun así el control gubernamental de las frecuencias y el control de contenidos por parte de los patrocinadores frecuentemente convierte a la radio de muchos países en manjares culturales insípidos e intrascendentes. De todos los medios mo- a dernos, el más libre y poderoso es la internet. Por su estructura tecnológica es casi imposible de auditar (y mucho menos de controlar). Es por esto que de todos es el que más ataques sistemáticos ha recibido. Y, sin embargo, de todos los medios de comunicación masiva, el que más trascendencia ha tenido con el paso del tiempo ha sido el libro. Tome el caso de La revolución de los orbes celestes: la obra de Copérnico trataba sobre astronomía… un tema aparentemente intrascendente en la vorágine intelectual y social del siglo xvi, pero las ideas que planteó sirvieron de inspiración a los intelectuales franceses un par de siglos más tarde. Las suaves y aparentemente inocuas palabras de Copérnico destronaron a Luis XVI; es por este libro que, desde entonces, usamos la palabra revolución (que significa literalmente “girar alrededor de algo” con el sentido con el que aparece en términos como Revolución francesa). A pesar de lo que mucha gente piensa, creo que el libro sigue siendo el medio de comunicación más importante del mundo moderno. Por una parte, el libro ofrece la mayor densidad intelectual de todos los medios de comunicación masiva: en un libro se pueden presentar muchas ideas en un paquete pequeño que se puede leer y releer las veces que uno quiera y en donde uno quiera (la radio, la televisión e incluso la internet normalmente presentan información mucho más somera, pero de manera más espectacular). Por otro lado, y al igual que la radio y la televisión, el libro se puede adaptar fácilmente a las tecnologías elec t rón icas modernas y quizá con mayor éxito: tengo en las manos un aparato que me permite llevar más de tres mil libros en formato electrónico; su batería dura varias semanas y puedo almacenar los libros y las revistas de mi colección en la computadora, y puedo cargarlos y descargarlos de este aparato con gran facilidad. Cada vez que salgo de casa llevo esta cosa conmigo; si tengo que hacer cola en algún sitio, puedo ser acompañado por lo mejor de Cervantes, Stanislaw Lem o incluso Ray Bradbury (por no mencionar las revistas científicas que leo cada semana). La palabra impresa (en papel o en una pantalla electrónica) no solo ofrece ideas más detalladas, precisas y profundas que cualquier otro medio de comunicación masiva, sino que también puede enamorar con mayor facilidad que otros medios porque estimula mejor la imaginación; sigo prefiriendo leer las obras de Verne que ver una película o visitar un sitio web sobre ellas. El libro, sea tangible o intangible, tiene otra virtud. Cuando los contenidos son de valor, tarde o temprano los hace llegar a ese 10 por ciento crítico, necesario para producir cambios sociales. El libro es el medio que puede escapar mejor a la censura (por eso los “bomberos” de Fahrenheit 451 nunca terminaban su trabajo). Creo que, en los años por venir, la palabra impresa, el primer medio de comunicación intelectual de la historia, seguirá siendo el impulsor del progreso de la sociedad humana.W Enrique Gánem, mejor conocido por las ondas hertizanas como El Explicador, estudió biología y se ha dedicado a la informática. Desde hace varias décadas se ha valido de la radio para hacer llegar el conocimiento científico al gran público. SEPTIEMBRE DE 2011 Ilustración: LAURA ESPONDA AGUILAR T O D O S PA R A L A C I E N C I A Ilustración: TERESA GUZMÁN ROMERO T O D O S PA R A L A C I E N C I A En el binomio que conforma la frase “divulgación de la ciencia” hay no poca tensión. Quienes se dedican a poner el conocimiento científico en términos llanos, accesibles para la mayoría, aspiran a sintetizar amenidad y rigor. De larga tradición, este esfuerzo equipara al divulgador con el traductor, pues ambos se dedican a construir puentes entre apartadas regiones idiomáticas —y aun epistemológicas E N S AYO No quiero latines SERGIO DE RÉGULES Tratar de convencer a otra persona es indecoroso, es atentar contra su libertad de pensar o de creer o de hacer lo que le dé la gana. Yo quiero sólo enseñar, dar a conocer, mostrar, no demostrar jaime sabines E n 1686 el poeta y dramaturgo manqué Bernard de Fontenelle se retorcía las manos de angustia por el futuro incierto de su creación más reciente, un libro titulado Conversaciones sobre la pluralidad de los mundos. A Fontenelle no le había ido bien con la crítica. De su teatro se decía que había enseñado al público a bostezar y su poesía no la conocía nadie; pero el nuevo libro no era ni poesía ni teatro, sino una aleación en la que el autor había combinado sus aspiraciones literarias y su amor por el conocimiento científico. Conversaciones sobre la pluralidad de los mundos es un diálogo imaginario repartido en seis veladas, durante las cuales el narrador y la marquesa de G***, amiga suya, discurren sobre astronomía y se imaginan a los seres que podrían poblar la Luna y los planetas, ahora que sabemos que éstos son otros mundos y no efluvios etéreos impulsados por ángeles. Es una obra inspirada por el afán generoso de compartir las maravillas que los astrónomos estaban encontrando en el cielo, maravillas que, sin un mediador como Fontenelle, le estarían vedadas al lego que no habla la lengua técnica del astrónomo. Hoy el libro de Fontenelle es un clásico de la divulgación de la ciencia, pero su autor no podía saber lo que el destino le deparaba a la obra. “Estoy en la misma posición que Cicerón cuando quiso poner en la- SEPTIEMBRE DE 2011 tín las cosas de la filosofía, que hasta entonces sólo se habían tratado en griego”, se lamenta Fontenelle en el prefacio. Quizá se imagina al político y filósofo romano, su antecesor en la divulgación del conocimiento, en la arena del circo, entre las fieras y el público, tratando de convencer por un lado a los conocedores de la filosofía, que sabían griego y no necesitaban que se la contaran en latín, y a los legos, que no digerían la filosofía ni en griego, ni en latín, ni en almíbar, porque no les interesaba. Fontenelle fue a meterse en el mismo dilema: ofrecer en lenguaje natural un conocimiento especializado que se expresa en otra lengua. Así resume su situación: “quizá por buscar un medio en que [la astronomía] conviniese a todo el mundo haya yo dado con uno en que no conviene a nadie”. En concreto, las Conversaciones podrían resultarles poco rigurosas a los expertos y áridas a los legos: un trabajo inútil. CON MELÓN O CON SANDÍA El dilema del divulgador sigue vigente. Cerca de trescientos años después, el biólogo, poeta y divulgador Carlos López Beltrán escribía en la revista Naturaleza: “Muy a menudo incomprendida, [la divulgación de la ciencia] debe realizarse entre dos fuegos. Por un lado, debe extraer su sustancia, sus materiales, del cerrado ámbito científico, y debe, por otro lado alcanzar, interesar y, si es posible, hasta entusiasmar al lector común con sus resultados. La crítica es dura por ambos lados.” La divulgación “sirve a dos amos; el rigor y la amenidad”. En principio, nada debería impedir ser riguroso y al mismo tiempo ameno, pero, en el ánimo de muchos críticos (y hasta enemigos) de la divulgación, rigor y amenidad son polos opuestos, lo que obliga al sufrido divulgador a tomar partido. Así, cuando me siento a escribir sobre ciencia, la necesidad de rigor se me manifiesta como una presencia que me vigila por encima del hombro: un ceñudo investigador científico dispuesto a destriparme si me a permito la más tímida metáfora, un rapto de lirismo, o bien —¡horror!— una anécdota personal. La necesidad de ser ameno se me aparece, en cambio, como un lector indiferente con el que ansío congraciarme y que bosteza y mira el reloj si suelto términos técnicos, palabrejas domingueras o resultados científicos sin contexto, historia ni gracia. “El científico exige no ser traicionado”, dice López Beltrán. Ese celoso científico no se conforma con nada que no contenga todas las ecuaciones y el lenguaje técnico. En cambio “el lector exige claridad y calidad”, lo que es cierto, pero sólo del lector que ya está interesado en la ciencia y que lee textos de divulgación por gusto; pero al lector común, como en tiempos de Fontenelle, la ciencia le es desconocida y por lo mismo indiferente. Ese lector no me exige nada. Mi trabajo es atraerlo y sugerirle, sutilmente, que la ciencia merece, por lo menos, atención. Mi experiencia —¿o será mi gusto?— me dice que la buena divulgación no es la que reproduce verbatim el libro de texto, el artículo especializado, las palabras del investigador —la que se inmola en el altar del Rigor Científico—, sino la que existe para los que no son científicos, la que reconoce que la mayoría de la gente ni sabe ciencia, ni tiene por qué saberla; una divulgación que aspira a compartir más que a instruir. López Beltrán la caracteriza muy bien en su artículo de 1983. La divulgación “es un discurso autónomo y creativo […] que no es ni un apéndice del mundo científico ni un periodismo especializado. Por su fin y por su exigencia está más cerca de los textos literarios.” TÉCNICOS CONTRA LITERARIOS “No quiero latines en lo que pretendo vulgar”, escribía en el siglo xviii Carlos de Sigüenza y Góngora, matemático, astrónomo y divulgador novohispano avant la lettre, en una discusión sobre los cometas en la que alegaba que éstos no son presagios 17 N O Q U I E R O L AT I N E S funestos. Sigüenza usó esta frase para excusarse de omitir las opiniones de multitud de expertos (las cosas habían cambiado desde tiempos de Cicerón, en que la lengua docta era el griego y la común el latín; para Sigüenza es el latín la lengua de los doctos que se ha de traducir). Los divulgadores de hoy podríamos enarbolar esta frase como lema para anunciar que en nuestro trabajo no podemos dar cabida a la jerga técnica ni las formas de decir con que se comunican los profesionales de la ciencia, llenas de sobrentendidos y presuposiciones. Hace unos años me tocó presentar en el museo Universum el proyecto de una exposición en la que participé. En cierto momento hablé de la coherencia que habíamos buscado entre las distintas partes de la exposición. Un colega físico me reclamó que coherencia, en física, no quería decir lo que yo estaba implicando, reclamo impertinente, puesto que en la sala los únicos físicos éramos él y yo. “Sí, pero yo estoy hablando en español, no en físico”, le dije, y seguí adelante. La jerga técnica tiene su lugar y cumple una función en los artículos especializados y entre profesionales, pero cuando uno sale al mundo, como persona bien educada deja de hablar en el idioma elitista de la ciencia profesional. En una fiesta, por ejemplo, sería un suicidio social insistir en hablar “físico”, que viene a ser como hablar húngaro, con el agravante de que quien habla “físico” queda, además, como un pedante insufrible. Pero escoger el registro de lenguaje adecuado no es sólo cuestión de buenas maneras, sino de comunicación eficaz. Al divulgador que quiera hacer contacto con su público (y no hay de otra: la divulgación es, ante todo, comunicación) le conviene echar mano de las técnicas del lenguaje literario, como da a entender Carlos López Beltrán, empezando por una muy sencilla: usar la lengua natural. El originalísimo escritor y predicador británico Laurence Sterne decía por boca del narrador de su Tristram Shandy: “No soporto las disertaciones —y sobre todas las cosas del mundo es una de las más tontas, al disertar, oscurecer la propia hipótesis poniendo una hilera de palabras rimbombantes e incomprensibles como un muro entre uno y su lector.” Lo que tenemos que comunicar los divulgadores —el pensamiento científico, los resultados de la ciencia, las polémicas de la ciencia— ya es bastante difícil como para que, encima, lo compliquemos expresándolo en una lengua que nuestro público desconoce. Así pues, nada de latines, pero hay palabras (como coherencia) que tienen doble nacionalidad: viven al mismo tiempo en el lenguaje técnico y en el cotidiano. En su dimensión técnica, estas palabras adquieren significados restringidos, pierden holgura semántica. Es más, los vocablos de la ciencia aspiran a la monosemia monda y lironda, mientras que la riqueza (y desde luego la sabrosura) de la lengua común y la expresión literaria está en lo contrario: en la polisemia, en la posibilidad de interpretarse, en la libertad. Hasta podríamos decir que el lenguaje técnico es exactamente lo contrario del literario: el primero tiene el objetivo de llevar al lector en camisa de fuerza por un sendero bien trazado, el segundo lo sitúa en un terreno extenso y solamente le sugiere direcciones de la manera más sutil. Quizás el terreno es montañoso y las direcciones las propone la topografía. En el texto especializado, en cambio, hay un letrero con una flecha descomunal que dice, perentorio, “por aquí”. Las ventajas, para la divulgación, del sugerir del lenguaje literario sobre el imponer de la jerga técnica se aprecian en estas palabras del escritor francés Georges Perec: “Había yo descubierto la libertad en la escritura: cómo se puede dejar al lector libre de entender, de elegir; cómo se puede influir en él por medios indirectos; cómo se le puede convencer. Y 18 esto es posible si trato de evitar las afirmaciones, si dejo siempre al lector la posibilidad de escoger entre diversas interpretaciones posibles de un suceso o de un sentimiento.” Conclusión: se puede influir y convencer dejando al lector en libertad, que siempre será mejor que confundirlo y mangonearlo. BULLYING INTELECTUAL En un texto de divulgación, la holgura que ofrece Perec a sus lectores tiene su equivalente en la libertad de disentir de la ciencia, sus métodos, sus resultados (libertad que también puede apropiarse el divulgador, por cierto). El público no es tonto, como suponen algunos divulgadores poco avezados. Tampoco hay que “enseñarle a pensar”, frasecita intolerable que les he oído a otros divulgadores domingueros. El público es ciudadano y tiene derecho a sus propias opiniones (incluso cuando el público es niño). “Yo llego a odiar las cosas verosímiles si me las presentan como infalibles”, convertirlo. “Lo importante es que se entere de las ideas, mostrarle lo que creen los creyentes, pero no tratar de convencerlo.” DIVULGATORE TRADITORE? El divulgador interpreta el sentido de la investigación científica y lo expresa en un lenguaje comprensible para el público; dicho de otro modo, la divulgación se parece mucho a la traducción. Hay quien piensa que traducir es fácil: sólo hay que recorrer el texto original con diccionario en mano y sustituir cada palabra por su equivalente en el idioma de destino: pollito-chicken, gallinahen… Por supuesto, quien tenga esta idea tontísima de la traducción no apreciará que traducir es crear y no entenderá cómo puede Javier Marías decir que, de sus novelas, la que más le satisface es su traducción de Tristram Shandy. Este traductor ingenuo se figura que una buena traducción es equivalente a un original porque dice lo mismo, y por lo tanto que el traductor que no consigue decir lo mismo es un traidor. Pero no. “Traducir significa siempre ‘limar’ algunas de las consecuencias que el término original implicaba”, escribe Umberto Eco en Decir casi lo mismo. “En este sentido, al traducir no se dice nunca lo mismo. La interpretación que precede a la traducción debe establecer cuántas y cuáles de las posibles consecuencias ilativas que el término sugiere pueden limarse.” En esto del limar y el negociar, la traducción y la divulgación de la ciencia se parecen a la cartografía, la ciencia de verter en un plano lo que originalmente es esférico. Representar la superficie esférica de la tierra en un plano exige renuncias: es imposible —y siempre lo será— dar cuenta de todos los detalles. Hay que elegir qué representar fielmente en cada caso. Si quiero representar bien las posiciones relativas de los países, tendré que deformar las distancias; si quiero conservar los tamaños relativos de los continentes, deformaré sus contornos. No es un defecto de la cartografía; es una consecuencia matemática ineludible de la traducción de la esfera al plano. Pero un mapa es valioso por sí mismo, aunque traicione a la esfera. LA REDENCIÓN DEL MAPA escribe Montaigne en un ensayo sobre la educación, “y prefiero expresiones que moderen la audacia de lo propuesto. Tales son: ‘quizá, acaso, un tanto, algo, se dice, yo pienso’…” Cae mal quien nos muestra los resultados de la ciencia como verdades absolutas. Me consta. Hace poco, en un acto público en Guadalajara, una conocida investigadora pronunció una invectiva contra las creencias populares en la que esgrimió la ciencia y su impepinable verdad como filosa espada que dejó malheridos a muchos asistentes. “Esto está demostrado científicamente, ¿sí?”, decía, con esa pregunta final que suena más a amenaza. Me causó pésima impresión (y eso que yo estaba de acuerdo con ella). Creo que esta táctica, más que alegar en favor de los resultados de la ciencia, es puro mangoneo intelectual. No se puede conquistar al público para la causa de la ciencia con los modos del matón del patio de recreo. Yo prefiero hacerle caso a Jaime Sabines, que algo sabía de comunicación, y “dar a conocer” la ciencia más que recetarla como remedio para la ignorancia. El historiador de la ciencia Jonathan Hodge, en una visita a Universum, opinaba que al público no hay que a La divulgación, la traducción y el mapa son discursos autónomos y creativos; aportan puntos de vista distintos de los que manifiestan sus originales, tienen otra utilidad y, por si fuera poco, pueden ser bellos independientemente de su original. “Una buena traducción resulta siempre un aporte crítico a la comprensión de la obra traducida”, dice Umberto Eco. “Una traducción orienta siempre hacia una determinada lectura de la obra […] porque, si el traductor ha negociado eligiendo prestar atención a determinados niveles del texto, de esa forma ha focalizado automáticamente hacia ellos la atención del lector.” Como mínimo, la traducción, la divulgación y el mapa sirven para orientar, que no es poca cosa, y podrían tener otros efectos. Según Fontenelle, Cicerón decía que sus obras, lejos de ser infructuosas, podían impulsar a muchos legos a convertirse en filósofos por la facilidad de leer los libros de filosofía en su propia lengua y deleitar a los doctos con la versión latina de lo que conocen en griego. En el fondo, Fontenelle sabe que su propia obra tendrá el mismo efecto. Su inquietud de que sus esfuerzos divulgativos resulten inútiles es pura retórica.W Sergio de Régules, físico, ejerce de divulgador científico en la UNAM y es el coordinador científico de la revista ¿Cómo Ves? Su libro más reciente es Galileo Galilei, observador del universo (SM Editores, 2009). SEPTIEMBRE DE 2011 Ilustración: TERESA GUZMÁN ROMERO T O D O S PA R A L A C I E N C I A T O D O S PA R A L A C I E N C I A Las matemáticas son la disciplina menos presente en La Ciencia para Todos, aunque de una u otra manera se cuela en casi todos los volúmenes. Acaso ese tímido papel se debe a una dificultad intrínseca para divulgar la ciencia de los números. Aquí, el autor de uno de los pocos títulos sobre matemáticas en nuestra serie describe el berenjenal en que se mete quien quiere comunicar la médula del quehacer matemático E N S AYO ¿Por qué es difícil divulgar matemáticas? CARLOS PRIETO DE CASTRO L as matemáticas parecen existir desde siempre; sin ellas, los babilonios y los egipcios no habrían sido capaces de levantar su imponente obra arquitectónica. No obstante, lo que podríamos llamar matemáticas modernas no surgió sino hasta que Zermelo y Fraenkel formularon los axiomas sobre los que se apoya la lógica que permite demostrar formalmente los teoremas que las conforman. Se tratan estos axiomas de una serie de postulados que se aceptan sin ninguna prueba, y es como consecuencia de ellos que se obtiene la demostración lógica de todas las aseveraciones que constituyen lo que hoy llamamos matemáticas. Ello no significa que las matemáticas sean pura lógica, sino que de la lógica depende la formalización de las demostraciones, que casi siempre se intuyen por la esencia misma de la afirmación que se conjetura. Es un hecho que hoy por hoy las matemáticas están conformadas por una amplia variedad de ramas que interactúan unas con otras de maneras por demás intrincadas. Vemos que, a través de la topología algebraica, el álgebra y la topología están inextricablemente ligadas; de igual forma ocurre con la topología diferencial, que conjuga la topología con el cálculo diferencial, o con la geometría algebraica, que fusiona la geometría y el álgebra conmutativa. Podría continuar con una lista interminable de sinergias que no contribuiría en mucho más que en mostrar la vastedad del acervo matemático de nuestros días y sus vínculos. Los célebres resultados que han sido obtenidos en los últimos cincuenta años incluyen el teorema de los cuatro colores, cuya prueba combina la combinatoria con algoritmos computacionales, o el último teorema de Fermat, cuya prueba, aun tratándose de una afirmación inherente a la teoría de los números, requirió de la teoría de funciones complejas y de las ecuaciones diferenciales. Todos estos resultados han sido obtenidos combinando técnicas de varias ramas de las matemáticas. Esto no significa que sean una disciplina pequeña, sino que muestran la unidad que las matemáticas tienen. ¿Por qué entonces es tan difícil hacer divulgación de las matemáticas? La primera dificultad que enfrentamos es saber para quién se escribe. Si pretendemos divulgar —es decir, acercar al vulgo— un sentir sobre las matemáticas, tenemos que partir del hecho de que los futuros lectores no conocen el objeto de discusión, y quizá ni les interese saber de la belleza y de la fuerza que tienen las matemáticas. Entonces el reto que tenemos ante nosotros es doble, a saber: provocar el interés del lector y transmitirle aquello que sobre las matemáticas queremos comunicar. Una argucia a la que se puede recurrir para abordar un tema es tomar como punto de partida algún hecho matemático con el que el lector promedio esté familiarizado. Así, para divulgar algo acerca del último teorema de Fermat podemos explicar al lector el significado de que una ecuación de la forma SEPTIEMBRE DE 2011 (1) xn + yn = zn, para n > 2, tenga soluciones enteras (esto es lo que se denomina ecuación diofantina, en honor a Diofanto, el padre de la aritmética). La argucia aquí puede consistir en considerar primero el caso n = 2 y tomar la ecuación x2 + y2 = z2, (2) y luego en pensar que las indeterminadas x y y denotan las longitudes de los catetos de un triángulo rectángulo, y z su hipotenusa. x y z Entonces la ecuación (2) se transforma en el célebre teorema de Pitágoras, quizá la más famosa de todas las aseveraciones matemáticas. Una vez hecho esto, le hemos dado al lector un asidero. De aquí podemos pasar a la consideración de las ternas pitagóricas, como 3, 4, 5 o 5, 12, 13, y observar que son soluciones de la ecuación (2), es decir, que si tomamos x = 3, y = 4, z = 5 o x = 5, y = 12, z = 13, entonces se satisface la ecuación (2), a saber, 32 + 42 = 52 o 52 + 122 = 132, como se verifica fácilmente. Así, ya le explicamos al lector lo que significa que la ecuación (2) tenga soluciones enteras. Ya con esto en la mano podemos especular con el lector sobre la posible existencia de soluciones enteras para la ecuación (1) cuando n es igual a 3. Finalmente puede explicársele al lector que Fermat aseguró que esa ecuación no tiene soluciones enteras cuando n es mayor que 2. x–y x y z2 = 4(xy/2) + (x – y)2 = 2xy + x2 – 2xy + y2 = x2 + y2 Yo no sé si históricamente haya un vínculo entre el teorema de Pitágoras y el último teorema de Fermat; sin embargo, el vincularlos parece natural. Tampoco sé si esto realmente motive el problema que represen- a ta el último teorema de Fermat. Llama la atención que transcurrieran trescientos años desde que Fermat escribió su enigmática afirmación hasta que Andrew Wiles logró dar una demostración de dicha afirmación, después de que grandes cerebros como el de Carl Friedrich Gauss tratasen infructuosamente de dar una demostración de tal hecho. Aquí pasamos a una tercera dificultad: ¿sabrá el lector cabalmente lo que significa demostrar? ¿Comprenderá por qué es fundamental dar una demostración fuera de toda duda de cualquier hecho matemático que aseveremos? Aquí podemos nuevamente apelar a alguna prueba del teorema de Pitágoras y explicar que, una vez presentada tal prueba, dicho teorema queda establecido como una verdad absoluta y permanente, y que puede ser utilizado sin ningún temor a que estemos fundamentando algo sobre bases dudosas. Llegada esta etapa, podríamos suponer allanado el camino para hablar de la demostración de Wiles. Sin embargo, no es claro aún si el lector comparte la importancia que para un matemático reviste el tener una demostración para una afirmación que no parece tener relevancia alguna para el bienestar de la humanidad. Cabe aquí recordar ahora lo que el gran Gauss escribió en una misiva a Friedrich Bessel acerca de los números complejos, que hace doscientos años, en 1811, empezaban a cobrar importancia. Gauss escribió: “No se trata aquí de aplicaciones prácticas, sino de que el análisis es para mí una ciencia independiente que perdería extraordinariamente en belleza y orden con la postergación de aquellas magnitudes fingidas [los números complejos].” Y es aquí donde el factor belleza entra en juego. Es la belleza de la teoría a la que apela Gauss más que a los fines prácticos que ésta pudiere tener, que hoy por hoy sabemos que los tiene y muchos. Aquí llegamos a otro punto fundamental, que es el hecho de que, cuanto más avanzamos, más incursionamos en un mayor nivel de abstracción. Ésta es la esencia de las matemáticas y lo que quizás explique la dificultad que ellas representan en la escuela y en general. En resumen, la matemática exige un alto grado de abstracción, requiere de un lenguaje propio para poder expresarla y entenderla, y por tanto su divulgación resulta muy complicada. Demanda del lector una gran voluntad de abordar un escrito de matemáticas, disposición a quizá no entender muy bien lo que se está leyendo, voluntad de leer y releer, y tal vez un cierto umbral de resistencia a la frustración. Lo mismo ocurre —dicho sea para concluir—, aunque en un nivel diferente, con los matemáticos cuando tratamos de leer y entender sobre un tema que no nos es del todo conocido.W Carlos Prieto de Castro, investigador del Instituto de Matemáticas de la UNAM, es autor de Aventuras de un duende en el mundo de las matemáticas ( FCE, 2005, La Ciencia para Todos), cuya segunda parte verá la luz muy pronto. 19 Ilustración: EM M ANUEL PEÑA CAPITEL Artículos científicos DE SEPTIEMBRE DE 2011 A unque abundan los puentes que tratan de librar la zanja que aún hoy divide a los hombres de letras y a los de ciencia, no está claro cuál es el mejor modo de reconciliar a las “dos culturas” descritas por C. P. Snow hace poco más de medio siglo. Buena parte de esta edición de La Gaceta ha girado en torno a los intentos de poner el conocimiento científico al alcance de quienes por vocación o mero azar quedan lejos del mundo de las matrices y los matraces, de la cromatografía y los cromosomas. Infrecuente, y a menudo perturbador, es que el instrumental, la jerga, los procedimientos para producir ciencia se apliquen a asuntos estrictamente humanísticos. Y a no pocos irrita que el fruto de tales afanes haga caso omiso de las singularidades de las artes y preste atención a lo cuantitativo, a lo regular, a lo objetivo. T al vez no sea muy larga, pero existe ya una tradición de poner las técnicas estadísticas al servicio del análisis literario. No se sabe con certeza quién escribió doce de los poco más de ochenta ensayos que Alexander Hamilton, James Madison y John Jay publicaron, en 1787 y 1788, en The Federalist para promover la naciente constitución de Estados Unidos; estudiando la frecuencia de uso de vocablos comunes, al menos dos equipos de investigación, en los años sesenta y en la década pasada, estimaron quién podría haber escrito esos textos —Madison—. Con procedimientos semejantes, que prestan atención a elementos en apariencia triviales, otros detectives estadísticos han podido proponer el orden en que Platón produjo sus diálogos. A finales del año pasado, Science publicó “Quantitative Analysis of Culture Using Millions of Digitized Books”, entre cuyos autores figuran investigadores sobre todo de Harvard —entre ellos el célebre lingüista Steven Pinker— y de Google, la hoy omnipresente empresa que se originó con un astuto buscador en internet. Ahí no sólo se da cuenta del potencial académico del acervo de obras polémicamente digitalizadas por Google: más de cinco millones de títulos, que suman cerca de medio billón de palabras, sino que se acuña el término culturomics, que ya no puede empeorar mucho si lo traducimos como “culturomía”. ¿Su propósito?: ensanchar las fronteras de la rigurosa investigación cuantitativa para abarcar un amplio abanico de fenómenos de las ciencias sociales y las humanidades. Ese estudio pionero, que ya ha tenido descendencia en la propia Science y en Nature, puede resultar irritan- 20 lectura para quien actúa en el orbe de la ciencia, sean sus ejecutantes o quienes confeccionan sus políticas. ciencia y tecnología 1ª ed., Lima, 2011, 273 pp. 978 9972 663 66 6 $320 CIENCIA, TECNOLOGÍA, INNOVACIÓN Políticas para América Latina FRANCISCO SAGASTI Sagasti es un convencido de que en las tres palabras con que bautizó su obra, interdependientes por naturaleza, se halla la clave que ha permitido a naciones como China o Corea enfrentar con eficacia sus graves desequilibrios sociales y económicos. Latinoamérica está ante la irrepetible oportunidad de plantearse políticas que pongan en marcha una eficaz transformación de sus sistemas educativo, de investigación y productivo, por lo que las ideas contenidas en este volumen pueden ayudar a dar el viraje que necesitamos. Experto de la onu y el Banco Mundial para estos menesteres, el autor presenta aquí una apretada historia de la ciencia, describe los modelos conceptuales que explican la interrelación entre quienes generan ciencia, quienes la aplican y quienes desde el Estado la promueven, evalúa las acciones que se han llevado a cabo en el subcontinente y muestra el papel de los organismos internacionales como promotores y acervos de información. Es una apetecible a TEMAS DE ÉTICA Y EPISTEMOLOGÍA DE LA CIENCIA convencional como recurso discursivo. Estas disquisiciones sobre el conocimiento científico, sobre la dimensión moral de la investigación y los usos que puedan darse a sus hallazgos, son excepcionalmente claras, refinadas en su presentación y con destellos de humor —y de expresiones de admiración y respecto recíprocos—. Tras leer a Pérez Tamayo como filósofo amateur, más en el sentido de amante que de aficionado, como él mismo aclara, uno no puede más que decir de él lo que ha dicho de su venerado Bertrand Russell: es “un sabio universal”, conocedor de la naturaleza humana; sirva de ejemplo su reciente Personas y personajes (fce, 2011), donde retrata a decenas de colegas y figurones de la cultura. ciencia, tecnología, sociedad 1ª ed., 2011, 111 pp. 978 607 16 0650 1 $130 Diálogos entre un filósofo y un científico LEÓN OLIVÉ Y R U Y P É R E Z TA M AYO No espere el lector en estas páginas una sucesión de parlamentos como los que caracterizan a Platón o los que le merecieron la gloria a Galileo. Este esbelto volumen reúne en cambio algunas de las ponencias que Olivé y Pérez Tamayo han presentado en el reputado Seminario de Problemas Científicos y Filosóficos de la unam, más la presentación de un libro en la misma universidad; hay desde luego réplicas, precisiones sobre lo dicho por uno u otro, y aún pequeños debates, pero no el diálogo HISTORIA DE LAS ALCOBAS MICHELLE PERROT Del lujo desmedido de la cámara de los reyes y las alcobas de las quisquillosas cortesanas, hasta SEPTIEMBRE DE 2011 N OV E DA D E S los dormitorios colectivos de los obreros, los miserables agujeros de los vagabundos, los fríos cuartos de los secuestrados, las salas de los enfermos, el lecho de muerte y hasta los cuartos de hotel dibujados en el imaginario de los novelistas, este libro es un recorrido por la historia y las diversas formas que ha adquirido la habitación. Michelle Perrot ha hecho una minuciosa investigación en torno a un espacio en el cual el hombre vive los sucesos fundamentales de su vida: “Son muchos los caminos que conducen a una habitación: el nacimiento, el reposo, el sueño, el deseo, el amor, la meditación, la lectura, la escritura, la búsqueda de uno mismo o de Dios, la reclusión voluntaria o forzada, la enfermedad, la muerte.” Pareciera que la forma de estructurar la intimidad atañe no sólo a la vida privada sino que ha impactado en la historia social de la vivienda. historia Traducción de Ernesto Junquera 1ª ed., Siruela-fce, 2011, 353 pp. 978 607 16 0673 0 $280 ECOS R A FA E L C A D E N A S La poesía es palabra viva que se dice en silencio, según el descubrimiento de la mirada en curso, o que brota en voz alta, sonora, o queda casi, sosegada. La del venezolano Rafael Cadenas ha de decirse de las dos maneras, en ambas dimensiones. A la publicación del grueso volumen de su Obra entera (2ª ed., 2009) el fce añade ahora la puesta en luz y en aire del disco compacto Ecos, para los que quieran escuchar en voz propia los poemas de este poeta entero, uno de los mayores escritores de Venezuela y sin duda una de las voces más vigorosas y dueñas de vitalidad y sapiencia del mundo de habla castellana. Hay en especial dos registros en la obra de Rafael Cadenas; en ocasiones sorprenden imágenes sensitivas, registros insospechados de un mundo nutrido por la atmósfera siempre marina del Caribe, una sensualidad natural que a menudo se torna en expresión lírica de calmo amor y soledad. Otras veces el poema transcurre en un tono conversacional, de modo entrañable o irónico. entre voces 1ª ed., 2011, 1 cd 978 607 16 0681 5 $70 SEPTIEMBRE DE 2011 CIUDADES R A M O N X I R AU De Florencia, “ciudad de banqueros, políticos, condottieri, artistas y pícaros […] donde los puentes trazan ágiles y poderosos arcos sobre la curva líquida del Arno”, a los semáforos acuáticos de Venecia, que conducen al mar; de Milán a una estatua de Catulo en Verona, estas Ciudades muestran el recorrido histórico y cultural que realizo el filósofo Ramón Xirau por algunas de las urbes más emblemáticas de Italia, que a su vez contienen parte fundamental de la historia de Occidente. Es un paseo por calles y monumentos pero también por la vida y la obra de los grandes pintores renacentistas, de san Agustín y san Anselmo, de Giordano Bruno, Marsilio Ficino, Pico della Mirandola, el ya mencionado Catulo y muchos más que han esculpido la historia artística y cultural de Italia, país que según el autor de Entre la poesía y el conocimiento. Antología de ensayos críticos sobre poetas y poesía iberoamericanos (fce, 2001, Tierra Firme), “ha entendido el espacio que los hombres construyen”. centzontle 1ª ed., 2011, 128 pp. 978 607 16 0699 0 $75 LA BRUJA Y EL ESPANTAPÁJAROS G A B R I E L PA C H E C O Una bruja ha caído en el bosque luego de volar junto a un grupo de colegas que surca los cielos en monociclo. Indignadas, éstas deciden abandonarla en el bosque como castigo a su descuido, pero una pequeña ave que ha sido testigo de la caída le cuenta lo sucedido al espantapájaros de una granja vecina. Éste, acaso enamorado de la hechicera caída en desgracia, decide hacer algo sorprendente, aun a riesgo de su propia vida. La bruja y el espantapájaros es una cálida fábula de amor narrada con dibujos de tonos opacos, lúgubres y de extraordinaria calidad, en los que nada es intrascendente: el detalle con que Pacheco aborda sus lienzos digitales exige al lector un recorrido atento de las formas, las figuras, los trasfondos, pues en lo insignificante puede hallarse la clave del relato. Sin palabras, éste es un intenso diálogo poético con el lector infantil. El Fondo cuenta en su catálogo con una obra ilustrada por Pacheco: Hago de voz un cuerpo, con poemas de, entre otros, David Huerta, Francisco Hinojosa, Eduardo Langagne y Francisco Segovia, libro que mereció un premio de la feria del libro de Bolonia. los especiales de a la orilla del viento 1ª ed., 2011, 44 pp. 978 607 16 0678 5 $120 EL CRISTAL CON QUE SE MIRA ALICIA MOLINA Aquí se narra la historia de Emilia, una niña muy aplicada que vive los problemas que implica tener miopía y sordera. Además de tratar los conflictos habituales de toda chica a punto de pasar a la adolescencia (las peleas con amigos y familiares, la insubordinación contra los padres, la incomprensión absoluta), el libro plantea un asunto fundamental: Emilia no es una niña mejor o peor que los demás por el mero hecho de vivir con un tipo de discapacidad. “Eres distinta, Emilia. Todos somos diferentes y nadie es perfecto”, le ha dicho su maestra, al ver el enojo de la niña ante sus carencias corporales. Y aunque Emilia en un principio se niega a usar anteojos, pues piensa que se verá fea, termina por darse cuenta de los beneficios que le deja hacer lo correcto: “Todo es según el cristal con que se mira, y cada problema encuentra su solución. Bastan tres cosas: entender que lo que es, es; atreverse a decir la verdad, y aprender a esperar y confiar.” Divertida y quizás incluso edificante, es una historia escrita para un público que verá aquí reflejadas muchas de las inquietudes y pasiones propias de su edad. a la orilla del viento 1ª ed., 2011, 216 pp. 978 607 16 0654 9 $70 a te por la contundencia con la que convierte conteos de palabras en hipótesis sobre profundas transformaciones culturales, pero es un seductor ejemplo de convivencia pacífica, fecunda, entre letras y números. Confiamos en que el filón dé más que la amorfa pepita con que se festejó su hallazgo. El poder obviamente inhumano de las computadoras para procesar datos no significa que éstas puedan generar conocimiento y menos, valga la cursi palabrita, sabiduría. O tra revista científica —puede uno imaginar que un físico de caricatura levante la ceja al describir así a Psychological Science— presentó el mes pasado un curioso hallazgo que atañe al aguafiestas que nos adelanta el inesperado desenlace de un libro o una película. En “Story Spoilers Don’t Spoil Stories”, de Jonathan D. Leavitt y Nicholas J. S. Christenfeld, de la Universidad de California en San Diego, se afirma que conocer en qué terminará un relato, sea policial o de misterio, sea uno de esos engañosos cuentos en que al final todo era un sueño, produce mayor satisfacción que leerlos desde una pura y total virginidad respecto del argumento. Para llegar a tan anticlimática conclusión, los investigadores agregaron al comienzo de textos de John Updike, del irónico Roald Dahl, del reverenciado Antón Chéjov, de la ocurrente Agatha Christie y aun de Raymond Carver un parrafito en el que se adelantaba el desenlace y sometieron cada una de las versiones a grupos de al menos 30 personas que, faltaba más, no conocieran el relato. Con las siempre discutibles métricas de los estudios sobre la psique, los lectores consideraron más satisfactoria la experiencia cuando conocían hacia dónde conduciría el flujo narrativo. Los autores del artículo concluyen que la buena escritura depende poco de la trama y la sorpresa. R ematemos este periplo con una escala en un artículo de Acta Neurochirurgica, un journal europeo de neurocirugía, en el que se describen los traumatismos que Astérix, Obélix y sus secuaces causaron a lo largo de 34 volúmenes, es decir los primeros 24 dibujados por Albert Uderzo con argumento del genial René Goscinny, más 10 producidos sólo por el primero. La cifra de heridos, lo confieso, parece baja, dada la afición de los galos a divertirse repartiendo mamporros a los legionarios que custodian, desde sus cuatro frágiles campamentos, la idílica aldea armoricana que resiste hoy y siempre al invasor: a 704 llega el recuento de pacientes con daño cerebral traumático, que es el objeto de estudio de “Traumatic Brain Injuries in Illustrated Literature”, cuyo autor principal es Marcel A. Kamp, de la Universidad Heinrich Heine. Asombra, eso sí, el sexismo, pues los investigadores hallaron que 698 destinatarios de los sopapos son varones. Es comprensible, por su parte, la distribución de los orígenes nacionales de las víctimas: casi dos terceras partes (63.9 por ciento) son vasallos de Julio César, pero el recuento de los daños incluye 120 galos, 59 bandidos y piratas, 20 godos, 14 normandos, 8 vikingos, 5 britanos y 4 extraterrestres (¡?). Y si bien el galo de rubios bigotes y su pelirrojo comparsa causaron el 57.6 por ciento de los traumatismos, sólo el 83 por ciento de los agresores estaba bajo el influjo de la poción mágica —vaya fuerza la del restante 17 por ciento—. Para evaluar la gravedad del daño, los traumatólogos lectores de cómics hicieron su diagnóstico a partir de síntomas claros —ojos saltones, lengua colgante, mirada extraviada— y concluyeron que 390 casos presentaron traumatismo severo, 89 uno moderado y 225 uno ligero; con alivio, informan que no hubo víctimas fatales.W TOM Á S GR A NA DOS SA LINA S 21 El FCE vio la luz pública en septiembre de 1934. Hemos puesto a circular dos obras que revisan sendos aspectos de la historia de esta institución —y los comentamos aquí como parte del festejo de cumpleaños—: una sobre las portadas de los miles de libros que llevan nuestro sello, otra sobre la gente que los ha hecho posibles. Permítasenos este brindis en palabras de quien ha estudiado la historia de la casa El rostro y la entraña V ÍCTOR DÍAZ AR C INIEG A —————————————— L os recientes libros Historia en cubierta e Iconografía del FCE son dos relatos de índole histórica sobre el Fondo de Cultura Económica a propósito de su 75 aniversario. El primero, elaborado por Marina Garone Gravier, se ocupa de la imagen visual a partir de las cubiertas o portadas de sus libros y el segundo, elaborado por Jaime Soler Frost, se ocupa de su gente, esa heterogénea familia que por elección propia también ha hecho suya la responsabilidad de la empresa editorial. Las dos perspectivas corren paralelas, aunque una se ostenta públicamente para cumplir su cometido y la otra actúa dentro del ámbito cerrado de las oficinas y gabinetes, talleres, bodegas y librerías, todos ellos junto con las amistades cómplices de los afanes culturales del fce. Ambas son sustantivas: una apela directamente al lector y la otra se ocupa de algunos de los muchos aspectos implícitos en el hacer que la obra de un autor se materialice en el libro. De esta manera, se cumple el ciclo completo: el libro desde el manuscrito original hasta que llega impreso al lector. Los poco más de 75 años de historia del fce son dignos del jubileo que ilustran los dos libros. La Iconografía del FCE es el álbum de la familia y sus allegados, y la Historia en cubierta exhibe a los cientos de vástagos ejemplares nacidos de esos hombres y mujeres afanados en hacer libros, esas herramientas decisivas para el saber, el conocer y el placer, todo simultáneo y propositivo. En este punto subrayo una doble cualidad. La primera: la historia de las cubiertas muestra no sólo la paulatina e inducida transformación de la imagen de los productos de la empre- 22 sa, sino también evidencia la voluntad de una permanente correlación de la empresa con su presente, incluso adelantándose a él; es la exigencia de actualización y, simultáneamente, la exigencia de continuidad respecto de la propia tradición en cuanto a los estilos gráficos empleados por la editorial en tantos años. La otra cualidad ilustrada en la iconografía es el natural paso generacional de los individuos que desde la creación del fce han contribuido y lo siguen haciendo para el beneficio de la empresa, entendido este concepto en su sentido más tradicional: el acto de emprender las tareas encaminadas a hacer el bien a las personas, como sin duda hacen los libros. Aunque las dos obras se ajustan a una exposición atada a un desarrollo cronológico a partir de 1934 —con sus naturales y sintéticos antecedentes para el caso de la evolución del diseño de las cubiertas desde poco antes de la imprenta de Gutenberg—, ninguna de ellas se pretende formalmente una historia. Por supuesto y no obstante, con tal característica ambos libros son una muy rica fuente de información útil para ampliar, para detallar y, ¡claro!, para complementariamente ilustrar la Historia de la Casa. El Fondo de Cultura Económica, 1934-1994, que elaboré para conmemorar el 60 aniversario. Naturalmente, estos libros son independientes, tienen su propia vida y todos pretenden contribuir al mejor conocimiento de la editorial. Más y mejor aún: la Historia en cubierta y la Iconografía del FCE, debido a su rigurosa singularidad, sustentan sensiblemente la construcción de dos vetas importantes de la historia cultural de México. En el trabajo de Marina Garone Gravier, su sólido conocimiento de las artes gráficas y el diseño cristaliza en un —por muchos motivos— estupendo libro. A primera vista destaca sobremanera su diseño, desde su cubierta hasta la compo- a SEPTIEMBRE DE 2011 sición de cada una de las páginas: el sugerente manejo de los colores anaranjados en las guardas, negros en los cambios de capítulo, blanco amarfilado en el conjunto, más el impecable manejo de las tintas negras y rojas y de la armónica diagramación del volumen. Conforme nos adentramos en el contenido, la presentación del prestigiado diseñador Victor Margolin ayuda al encuadre internacional, cuando describe cómo el diseño de las cubiertas del fce en sus 75 años de vida ha estado a la altura de las realizadas por otras editoriales importantes de otros países. Me detendré en una de sus afirmaciones: “el fce ha sido el campo de entrenamiento de muchos diseñadores jóvenes”. Con esta línea se sintetiza el cuidadoso y documentado análisis de la evolución gráfica de las cubiertas de los libros del Fondo realizado por Garone Gravier. También esa línea contiene el rasgo distintivo de la empresa editorial: en ella ha habido una permanente renovación de las perspectivas gráficas impulsada por los naturales cambios generacionales y, a su vez, estos cambios revelan una conciencia y libertad de la editorial para permitir y aun estimular la creatividad gráfica de los diseñadores. Si una lección ofrece la Historia en cubierta es precisa- fce. Sí, es cierto, es el álbum familiar: ahí están las modestas instantáneas tomadas al acaso, sea para el registro amistoso de la faena laboral cotidiana, sea para la constatación de la presencia de los generosos cómplices en la cristalización del proyecto cultural centrado en el libro, sea para dar cuenta visual del paso generacional de esa cada vez más numerosa familia. Para usar la figura clásica: en la Iconografía del FCE están los rostros que hacen el tronco, los brazos y las ramas del árbol genealógico y las casas y talleres en donde han ejercido su noble oficio editorial. De la nota liminar escrita por Alí Chumacero he parafraseado una línea esencial: en esas fotos se da cuenta de “la complicidad benéfica con el fin de crear y llevar adelante tareas sin las cuales el hombre sería un ser incompleto”. El fce ha propiciado durante 75 años esa comunidad de intereses que con toda elocuencia se muestran en las fotos. Más allá de las circunstancias de esas instantáneas, la gran mayoría carece de pretensiones estéticas o fines periodísticos; en esos registros de ocasión podemos constatar cómo y por quiénes la empresa editorial del FCE ha contribuido a la construcción de la cultura mexicana dentro del ámbi- “ EL CUIDADOSO REGISTRO DE ESAS GENERACIONES DE ILUSTRADORES, DISEÑADORES, EDITORES Y FECHAS DE PRODUCCIÓN MUESTRA CÓMO LA AUTORA CONCIBE UNA PARTE DE SU QUEHACER COMO HISTORIADORA DEL DISEÑO GRÁFICO: LA SUCESIÓN DE INDIVIDUOS DENTRO DE UNA SECUENCIA CRONOLÓGICA; IDÉNTICO CRITERIO SIGUE EN SUS ANÁLISIS DE LAS CUALIDADES GRÁFICAS DEL DISEÑO, SUBORDINADAS AL NATURAL EJE DE CADA UNA DE LAS COLECCIONES Y DE LAS PUBLICACIONES PERIÓDICAS ” mente ésta, la exploración gráfica de un diseño con voluntad de cambio acorde con una tradición, en la que se combinan los temas y rasgos distintivos de las colecciones, la singularidad de cada uno de los libros y la naturaleza del público lector, meta final del libro. El cuidadoso registro de esas generaciones de ilustradores, diseñadores, editores y fechas de producción muestra cómo la autora concibe una parte de su quehacer como historiadora del diseño gráfico: la sucesión de individuos (personas, en muchos casos con el respectivo currículum) dentro de una secuencia cronológica; idéntico criterio sigue en sus análisis de las cualidades gráficas del diseño, subordinadas al natural eje de cada una de las colecciones y de las publicaciones periódicas. Como tal, más que una historia estricta, es un magnífico catálogo cronológico y temático cuya elocuencia mayor es la de mostrar la evolución de los estilos gráficos empleados, todos ellos arraigados en sus respectivos momentos históricos y sus contextos geográficos, en la medida de considerar a todas las filiales extranjeras de la editorial. Es decir, la propuesta del análisis histórico de la autora consiste en la exhibición del proceso de cambio a través del tiempo en la elaboración de las cubiertas, y 75 años acumulados de experiencia son toda una cátedra de la conciencia gráfica del fce en sus libros. Sin embargo, debo llamar la atención sobre tres omisiones significativas. La primera aparece en el sucinto y suficiente recuento histórico de la producción editorial, que en su secuencia cronológica dejó fuera el periodo de 1970 a 1976 (p. 64); la importancia no está en las tres breves direcciones de la empresa —tienen lo suyo, pero aquí no son pertinentes—, sino en el ingreso de Jaime García Terrés al frente de la Gerencia de Producción: como experimentado editor y promotor cultural, estuvo al frente de una nueva y pujante generación de editores, diseñadores y promotores, por decir lo menos. La segunda está relacionada con la anterior: en su cuidadoso recuento de las publicaciones periódicas, Garone Gravier dejó fuera el por muchos aspectos penoso periodo de 1967 a 1970 de La Gaceta (p. 230). La tercera omisión es su parcial análisis de la colección Tezontle: dejó fuera de su recuento la multitud de obras cuya singularidad las colocaría en la categoría de libro-objeto, como es el caso de este libro, por su estupenda manufactura y soberbia cualidad gráfica. Para mi sorpresa y desazón, la Iconografía del FCE está lejos de estas cualidades editoriales. Pero esto no le resta méritos a la laboriosa investigación iconográfica realizada por Jaime Soler Frost. Si bien el recuento de la exposición sujeta a la secuencia cronológica resulta simple, también tiene un beneficio, más útil cuando se trata de las imágenes fotográficas de personas y lugares, que nos permite la nítida identificación del paso del tiempo. Así, junto a los rostros de los artífices está la paulatina construcción del cuerpo editorial que propiamente son los libros, generosamente referida por el registro cronológico de algunas significativas obras y autores, y por la reproducción de algunas de las portadas —sin la exquisitez de la calidad de reproducción ni la escrupulosa selección hecha por Marina Garone Gravier. Esta propuesta de doble secuencia —personas o lugares y obras— también resulta benéfica para el mejor conocimiento de la historia del SEPTIEMBRE DE 2011 ICONOGRAFÍA DEL FCE JA IM E SOLER F R O S T, C O M P. tezontle 1ª ed., 2011, 195 pp. 978 607 16 0736 2 HISTORIA EN CUBIERTA El Fondo de Cultura Económica a través de sus portadas (1934-2009) to de la cultura letrada. Subrayo una cualidad también esencial: entre los técnicos de la casa editorial y los autores de la empresa intelectual hay una tan estrecha como fraterna relación, sea por la visita amistosa a las instalaciones, sea en los actos protocolarios institucionales, sea en el simple júbilo privado de la familia editorial que se reúne expresamente para tomarse la foto todos juntos. Así, en el escrupulosamente diseñado rostro implícito en las cubiertas de los libros y en la vital entraña humana de los hacedores de esos libros podemos identificar los dos extremos del horizonte que, ahora, estructura la simbólica historia del fce. En la Historia en cubierta de Marina Garone Gravier está registrada la experiencia acumulada durante 75 años, con la cual los diseñadores de la editorial fueron cristalizando las propuestas gráficas de las cubiertas de los libros creadas expresamente para atraer la atención del lector. Con esta sugerente propuesta la autora creó un ejemplar catálogo histórico que muestra con detalle la evolución del diseño gráfico, definitoria de la presencia visual de la editorial ante su público. Sin duda fundamental es el aporte analítico que ofrece Garone Gravier al poco atendido capítulo de las artes gráficas aplicadas a la industria editorial, tan significativo en la historia cultural de nuestro país. Simultáneamente, la Iconografía del FCE constituye una sutil historia familiar integrada por fotografías de ocasión y por un recuento de las obras más significativas durante los 75 años de actividades de la editorial. Es un hecho: en México son pocas las empresas que puedan sentirse orgullosas por alcanzar tantos años de vida, renovadas generacionalmente por sus trabajadores, sus colaboradores y, por supuesto, sus lectores. Esta renovación sólo se explica por la sensible comunidad de intereses que naturalmente han estimulado la integración de los individuos, sea dentro de la empresa o sea en torno de ella. Las más modestas de las instantáneas lo prueban con sensible elocuencia: muestra la entraña humana de la empresa. Agradezco sobremanera a Jaime Soler Frost que me haya permitido dar cuerpo y rostro a muchos individuos que sólo conocía por la abstracción de su nombre, como por ejemplo don Sindulfo de la Fuente, cuyos gestos coloquiales en su faena diaria me permiten imaginarlo como un hombre satisfecho con sus humildes y nobles tareas como corrector y editor. Así, la entraña secreta consignada en tan disímbolas fotos revela a la heterogénea familia de la editorial, ocupada en cristalizar los intereses comunes del hacer libros y de hacerlos llegar a los lectores. ¡Cuánta y tan benéfica complicidad!W MARINA GA RON E G R AV I E R tezontle 1ª ed., 2011, 302 pp. 978 607 16 0564 1 $490 a Víctor Díaz Arciniega, historiador, es investigador de la UAM Azcapotzalco. Es autor de Historia de la Casa. El Fondo de Cultura Económica, 1934-1994; hace unos meses se reeditó su Querella por la cultura “revolucionaria” (1925). 23 Joel S. Migdal Estados débiles, Estados fuertes El trabajo de Migdal pone de cabeza casi todo lo que sabemos sobre la debilidad del Estado. Para él, el Estado no es el único actor capaz de generar normas; es uno entre muchos otros más o menos institucionalizados, más o menos formales: iglesias, familias, clientelas, redes, corporaciones, comunidades… Éste es el primer título de la colección Umbrales, dirigida por Fernando Escalante Gonzalbo y Claudio Lomnitz www.fondodeculturaeconomica.com