EL MÜNBÓ ILUSTRADO. ligeras de ramas y matas reunidas en g-rupos, donde viven de 2,000 á 3,000 almas; Por vía de adorno píntanse alg-una que otra vez en la cara líneas rojas y azules; pero no es costumbre general, aunque sí lo es el adornarse en uno y otro sexo con la madreperla y algún objeto de madera rústicamente cortado. No usan ni dibujos incisos en la piel ni la agujerean para meter dentro de la misma objetos extraños que sirvan de adorno. Como tal llevan las mujeres alguna ve2 pieles en diferentes líneas. Sus alimentos principales son bellotas, chufas, calabazas, el fruto del mezquite y en clase de carne la de los animales que cazan iiu;lusas ratas, ratones y culebras; luego la de los caballos y asnos que roban de los ranchos y los echan á perder á fuerza de hacerlos correr sin dispensarles ningún cuidado. La carne la comen cruda ó asada á la lumbre y lo mismo las frutas. El cerdo les causa horror. Despiden por lo general emanaciones de un olor especial. Sus armas se reducen al arco y flecha y lanza con las puntas de madera dura y á veces de astillas de obsidiana, de hierro y de cobre, cuyo último metal es en su comarca muy frecuente en estado nativo. Catlin encontró los apaches del rio Gila completamente en el período puro de piedra, sirviéndose indiferentemente de la obsidiana y del pedernal para sus útiles de paz y de guerra, en especial para las puntas de sus flechas. El mismo autor dice que son buenos tiradores y Schmitz afirma lo contrario, bien que no asistió como el primero á, una fiesta de tiradores que dieron en su honor los indígenas. La lanza no es para ellos arma arrojadiza ni conocen la honda. Tampoco conocen la propiedad individual, excepto la del arco y de las flechas, pudiendo inferirse de esto hasta donde llega allí la vida social, de la cual la propiedad siquiera de un ajuar y de provisiones es la primera base. Así es que viven aislados ó á lo más en pequeñas bandas de diez individuos sin jefe, salvo en casos muy. excepcionales cuando la necesidad les obliga, según dicen, á ir por caballos y asnos, es decir, á robarlos en alguna hacienda ó rancho lejanos; entonces forman grupos más numerosos acaudillados por una especie de jefes que se distinguen por ciertos capacetes de piel adornados con una pluma. Casi todos los hombres de armas van montados en caballitos de mucha resistencia, á los cuales gobiernan, ya con bocado español, robado por supuesto, ya con una soga de crin. Las mujeres con cestas de provisiones van en otros caballos en sus traslaciones y excursiones de rapiña; y mientras duran, lo cual depende de la ocasión y fortuna de coger botin ó bien de las provisiones que llevan, y mientras reconocen la efímera autoridad de un jefe, existe una especie de derecho de propiedad, sobre todo respecto á las mujeres, teniendo el jefe en este concepto el privilegio de quedarse para sí cierto número de muchachas, á las cuales se coloca en la cabellera un pedacito de piel de animal como señal de que son propiedad especial é inviolable del cacique, y si una de ellas es elevada al rango de esposa, como única ceremonia se le quiebra sobre la cabeza un haz de flechas. No existe entre ellos el matrimonio, porque fuera de lo dicho respecto al jefe de la banda sólo conocen la cohabitación más ó menos larga. Los hijos quedan con la madre hasta que pueden alcanzar alguna fruta ó coger ratas ó culebras; entonces se confunden entre los demás individuos de la horda. Hasta tres años suelen mamar; de suerte que su número se aumenta poco, además de que temprano dejan de ser fecundas las mujeres, bien que es difícil fijar su edad. Dícese que el período de su gestaciqn pasa de un año, cosa que nos permitiremos poner en duda, ya que 62 7 no negarlo. Lo que sí parece que no saben ni contar el tiempo, admirándose de que «los hombres blancos saben encontrar la cuenta de cuantas veces cada uno ha visto renovarse la hierba de su campo.» Las parteras se arreglan como pueden; alguna vez las otras mujeres las asisten, pero por lo regular se despacha cada una sola, efectuando la ruptura del cordón umbilical machacándolo entre dos piedras de superficie redondeada. Para la primera ropilla del recien nacido sirve un puñado de arena seca con que lo espolvorean. Cuando se conoce que uno de ellos vá á morir lo llevan los compañeros á un sitio apartado y le abandonan á su suerte, ó si la horda está de camino se marcha y deja al enfermo ó moribundo que se las componga; así es que raras veces se oyen entre ellos las lamentaciones ruidosas con que otros salvajes honran á sus muertos; para estos apaches reemplaza las lamentaciones de los amigos el aullido del coyote, que es el enterrador general de los muertos. No sucede así cuando muere un jefe ó una de sus mujeres; como en este caso prevalece la idea de una propiedad, tiene lugar también la sepultura para hacer ver la diferencia. Entonces envuelven el cadáver con tiras de piel y lo entierran en una solana, cubriendo la hoya con un montón oblongo de tierra ó piedras. Tampoco tienen estos indios idea alguna, tan general en otros grupos, bien que variada según ellos, de una vida futura mejor que ésta, ni de un gran espíritu, etc. La sociabilidad sólo se naaniflesta en una ocasión única fuera de las correrías dé rapiña, ó sea en la fiesta del plenilunio, bien que tampoco tiene lugar siempre, ni tampoco en dia ó noche fija sino cuando la mayoría conviene en que la luna es bastante crecida. Entonces se reúnen, encienden varios fuegos y preparan una bebida alcohólica del zumo de nopal fermentado en calabazas. Cada uno de los concurrentes se coloca á su gusto; por lo general prefieren estar echados, y cuando sale la luna entonan un aullido general, imitando voces de animales, que vá cambiando á medida que progresa. Empiezan con el aullido y husmeo del coyote en busca de un hartazgo, semejante al sollozo y lloriqueo de un niño de teta; poco á poco vá subiendo de tono hasta el aullido del perro de presa, cambiándose luego en el grito ronco de la hiena-lobo (ó mejor dicho hiena-perro), y van subiendo las voces más y más hasta llenar el espacio, que no parece sino que el eco alcanza y reverbera del disco de la luna : contesta engañada una manada distante de coyotes, y entonces se establece una especie de desafío sobre quien ganará á la otra en gestos y gritos salvajes, la horda bípeda ó la cuadrúpeda. De repente todos callan y luego resuena solitario, cadencioso é indiferente el necio rebuzno del burro, saludado con risotadas generales ó mejor dicho con una horrible mueca acompañada de chillidos que hace las veces de risa entre personas estúpidas. En seguida vuelve á empezar la función y se repite toda la noche hasta que la luna se pone. Fuera de esta diversión, son aficionados los apaches á fumar y á juegos como de muchachos, sin avaricia. Estos indios no tienen animales domésticos y de consiguiente tampoco saben lo fue es ocuparse de crias. Roban las caballerías que pueden, las montan y las dejan el primer dia tan desolladas que luego ya no sirven sino para comerlas, y acabada la carne van á buscar otras. Lo que nosotros reconocemos por crueldad y voluptuosidad es para los apaches el estado general y común, como en ciertas clases de animales; no es la excepción sino la regla, fundada en su índole y en las circunstancias en que viven. No descuartizan los animales sino que los destronan á tirones, sin que piensen en crueldad