problema para representar las imágenes en movimiento y si bien a partir de la revolución producida en el mundo del arte por la aparición de Les Demoiselles d´Avignon de P. Picasso (1907) finaliza el predominio de están concepción del arte, que había mantenido su centralidad hasta 1895. En la nueva mirada el criterio de Alberti no describió más el arte en su totalidad, se transformó en un movimiento como los otros, identificado como Realismo, entre los que encontramos maestros como Edward Hope. En los años 30, entonces, si bien se abandonó el severo canon albertiano ha persistido la búsqueda de la síntesis, la estructura de la obra y una continuidad de medios - (colores al óleo, acuarela, pastel, bronce y maderas). Mientras que en los setenta en vez se dio otro cambio sustancial, todavía en acto, se abandonaron los materiales artísticos tradicionales y se procedió a la introducción en el arte de cualquier tipo de objeto, in particular aquellos provenientes del mundo de la vida, sin embargo la concinnitas en su condición de estructura capaz de reunir las distintas piezas persiste. Danto postula que a los fines del siglo XX el arte ha comenzado a manifestar su íntima verdad. Es como si la historia del arte, después de siglos de progreso, ha finalmente comenzado a revelar la naturaleza del objeto de sus estudios. Este proceso seguido por el mundo del arte le ha permitido definir sus categorías y orientar sus búsquedas, cosa que aún está pendiente en el mundo de la arquitectura. En este horizonte resulta renovador y propositivo la incorporación de algunas categorías providentes del campo de las Ciencias Sociales, especialmente la de texto, que metafóricamente puede ser incorporada al campo arquitectónico, sobre todo si consideramos la Arquitectura como un producto cultural dotado de sentido y recuperando los conceptos ante expresados como el resultado de un acto proyectual en el que se logra a través de la disposición de los elementos un congruente ordenamiento complesivo de forma tal que permita alcanzar la concinnitas. Leland Roth (1999: 3) en la introducción de su obra considera la arquitectura como un modo de comunicación no verbal, acentuando valores ligados a la expresión estética, al carácter denotativo de la obra y a los aspectos referenciales: “La arquitectura es como la historia y la literatura escritas, un recuerdo de la gente que las produjo y, en buena medida, puede ser leída de la misma forma. La arquitectura es un modo de comunicación no verbal, una crónica muda de la cultura que la produjo.” Coincidentemente, Roberto Masiero (2003) afirma que desde tiempos muy remotos el hombre se ha caracterizado por una actividad transformadora del soporte físico habitado. El homo faber ha dedicado un importante esfuerzo en la construcción de su entorno, tanto individual como colectivo. El resultado de ese esfuerzo, en gran parte, constituye una nueva entidad, que denominamos arquitectura. Masiero define esta actividad afirmando que: El hombre ha sido siempre un productor de cultura: produce artificialidad, construye el mundo construyéndose a sí mismo; y la arquitectura es parte sustancial de esta artificialidad. (Masiero, 2003: 11) En 2005, Eduardo Carretero, en sus Fragmentos de un credo apócrifo, reafirma el carácter de la arquitectura como representación simbólica: “No es importante en sí misma. Importa por cuanto provoca, por cuanto influye en nuestras acciones, por cuanto invita al sueño lúcido y al encuentro con los aspectos olvidados de la existencia [...][importa] como vehículo de conocimiento, como agente de liberación [...] una arquitectura no percibida es inexistente [...] anticipación y recuerdo son las facultades que la ubican en el tiempo, ausencia y presencia las cualidades físicas que la sitúan en el espacio, [...] es el acto de proclamar la realidad posible.” (Carretero, 2005) 13