La historia de Petri y su placa - Sociedad Uruguaya de Microbiología

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HISTORIAS
MICROBIOLÓGICAS
Comentarios breves sobre hechos
curiosos
en la historia de la Microbiología
Mario L. Vilaró
Vilaró, Mario L.
Historias microbíológicas : comentarios breves sobre hechos curiosos
en la historia de la microbiología . - 1a ed. - Córdoba : Encuentro Grupo
Editor, 2010.
156 p. ; 23x15 cm.
ISBN 978-987-1432-51-6
1. Microbiología. I. Título
CDD 576
© Mario L. Vilaró
© de esta edición Encuentro grupo editor
1° Edición.
Impreso en Argentina
ISBN: 978-987-1432-51-6
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de tapa,
puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún
medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o por fotocopia sin autorización previa.
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Tel/fax: (0351) 4606044 / 4609261- Pasaje España 1485 Córdoba - Argentina.
A la memoria de mis padres
que me mostraron el camino
de contracción al trabajo
HIST
Agradecimientos
Tengo la suerte de haber recibido mucha colaboración para la edición de éste libro. Sin esa ayuda desinteresada habría sido imposible su realización. Vaya mi enorme
agradecimiento a:
Los Profesores Mario Arguello, Hebe Gargiulo, Silvia Iparraguirre y Maria Luisa Solivérez de Pemberton que
se ocuparon, con esmero y paciencia, de hacer las correcciones gramaticales y sintácticas pertinentes.
La Filial Córdoba de la Asociación Argentina de Microbiología y en especial a su Presidenta, Marina Bottiglieri, por el apoyo y el constante estímulo brindado.
A mi gran amigo Rolando Soloaga por haber accedido a prologar este libro.
Al Dr. Néstor Rodríguez por haberme introducido
en el fascinante mundo de los microorganismos.
Al Profesor Yves Piemont por mostrarme que tras
la Microbiología se esconden muchas más cosa que seres
diminutos.
A Claudio, por ser el mejor compañero de ruta que
me podía tocar en este camino.
Finalmente, a mi esposa e hijos por darle sentido a
mi vida.
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On ne connait bien une science que si l´on en connait l´histoire
Auguste Comte
Prólogo
Sin duda la microbiología es una de las ciencias más apasionantes y desafiantes y su aplicación clínica aún más porque a
través del intercambio de información con el médico un resultado
del laboratorio puede cambiar la evolución de un paciente en forma drástica siendo tal vez esta una de las mayores satisfacciones
que se pueda sentir como profesional de la materia.
Por ello, en general nos preocupamos por mantenernos actualizados en las distintas áreas de esta ciencia como ser la optimización en el aislamiento de gérmenes desde las distintas muestras
clínicas, la identificación microbiana, las pruebas de sensibilidad,
los criterios de jerarquización e, incluso, la aplicación de técnicas
de biología molecular. Sin embargo es fundamental volver a las
fuentes y conocer los hitos históricos que fueron llevando a la evolución de la microbiología hasta el estado como la conocemos en
el día de hoy.
Existe una serie de libros como “Cazadores de Microbios”
y “Vida entre médicos” escritos por Paul de Kruif o las biografías
de Pasteur publicadas por Rene Dubois que nos relatan muchos de
estos puntos en forma amena y llevadera.
Este libro, escrito por uno de los mejores microbiólogos clínicos que he conocido en mi vida, sigue dicha línea y realmente no
tiene nada que envidiar a aquéllos redactados por tan “ilustres”
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microbiólogos del equipo de Pasteur.
No es fácil desarrollar un libro que trate con nivel científico anécdotas históricas de la Microbiología y a la vez ejerza tal
fascinación que atrape al lector desde sus primeras páginas; como
podrán comprobar a medida que recorran sus distintos capítulos,
el autor cumple con creces con dichos objetivos.
Por todo lo dicho, considero que es un libro imperdible,
que remontándonos a los mismos inicios de la microbiología, sin
duda contribuirá a enriquecernos culturalmente y a la formación
integral de cualquier biólogo, médico o microbiólogo independientemente de la sub-especialidad a la que se dediquen.
Rolando Soloaga
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A modo de introducción
Todos los Microbiólogos conocemos algo de la historia de nuestra ciencia. La mayoría de los manuales de Microbiología que sirven de material de estudio tienen un capítulo –generalmente el primero- dedicado a su desarrollo
histórico. Aunque siendo honestos, los que la estudiamos solemos estar más preocupados por comprender los mecanismos intrínsecos del metabolismo microbiano que la historia
de cómo se llegó a conocerlos. En esa urgencia de saber y
profundizar, somos proclives a leer esta parte del tratado de
soslayo formándonos una idea general de los grandes hitos
o hechos más relevantes o significativos del pasado, quedándonos, en la mayoría de los casos, solamente con eso.
Es por eso que al internarse en el acaecer de los acontecimientos, cuando la Microbiología se iba forjando como
ciencia, nos tropezamos con historias de pasión, desilusión,
gloria, fracaso y traición, que bien podrían conformar una
novela dramática. Quizás ese sea el principal atractivo del
tema. En las páginas que siguen se podrán hallar reiteradas
referencias a la diversidad de los microorganismos y nos encontramos con que la historia es tan diversa como su objeto
mismo de estudio.
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Mario L. Vilaró
Algunos de los capítulos que componen este libro
fueron publicados en el Boletín electrónico de la Filial Córdoba de la Asociación Argentina de Microbiología, que cedió gentilmente un espacio para hacerlo.
Los textos que forman este libro fueron surgiendo
de manera espontánea por alguien que sintió un poco de
curiosidad sobre diferentes hechos históricos y que al descubrirlos se vio atrapado por ellos.
Los contenidos, distribuidos en capítulos independientes, son una recopilación de historias que se fueron
generando de manera inesperada y anárquica, sin orden
preestablecido ni planeado. Todo lo escrito carece de rigor
científico y de valor literario. Las acotaciones y comentarios
intercalados son de estricta cosecha personal y obedecen
más a ocurrencias instintivas que a reflexiones profundas.
Se ha incluido un anexo con citas bibliográficas con el propósito de documentar, en alguna medida, hechos relevantes
o sucesos que son mencionados y que puedan servir como
fuente de consulta para quien le interese.
Bien podríamos decir que el contenido de esta obra
es un conjunto de palabras ordenadas de manera estratégica
para que aparezcan con algo de sentido aunque en el fondo
no lo tengan.
Es probable que algunos consideren a los artículos
informativos y amenos; si es así puedo darme por satisfecho
ya que cuando los redacté simplemente me divertí mucho y
traté de expresar ese sentimiento para compartirlo con el
lector.
Si su lectura depara un rato agradable, la razón de
ser de este libro se habrá cumplido ya que, en esencia, no se
persigue otro fin que ese.
Mario Vilaró
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-IMás allá de lo que ven los ojos
La historia del microscopio se pierde en la penumbra
de las confusiones. Como muchas otras cosas de la ciencia,
podemos encontrar diferentes versiones sobre su origen de
acuerdo a los autores y sus nacionalidades, aunque no queda claro quién fue el inventor oficial. Nos da la impresión
que se trata de una serie de descubrimientos e invenciones
que se fueron acumulando y perfeccionando con el paso del
tiempo.
Rastreando en el pasado nos remitimos al año 1000
después de Cristo, en el que ya se usaba un elemento para
aumentar el tamaño de las imágenes. La llamada “piedra
para leer” no era otra cosa que una esfera de vidrio que se
apoyaba sobre el papel aumentando el tamaño del texto,
aunque ya Nerón había usado una esmeralda pulida para
poder ver mejor las luchas de los gladiadores en el circo
romano. En 1284 el italiano Salvino D’Armate concibió los
primeros y rudimentarios anteojos, algo que sin dudas debe
de haber cambiado la perspectiva que tenían muchos sobre
el mundo. Al igual que los ciegos, todos aquellos que tienen
cierto grado de disminución visual se forjan una idea de su
entorno condicionada por la forma como lo perciben.
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Mario L. Vilaró
No se sabe con certeza quién inventó el microscopio.
Al parecer es de origen Italiano, hacia fines del siglo XVI o
comienzos del XVII. Tradicionalmente se asigna el invento
al holandés, fabricante de anteojos, Johann Janssen y a su
hijo Zacharias, que en 1605 construyeron el primer microscopio, pero ese dato es cuestionado ya que algunos autores
presumen que se trataba de una copia de un aparato italiano existente. Estos primeros instrumentos tenían un escaso
poder de resolución y eran poco más que lupas o simples
aparatos de fabricación china que podemos comprar actualmente en cualquier juguetería. Fue necesario perfeccionar
la técnica de pulido de lentes, para que en el siglo XVII se
llegase a una magnificación de 200 aumentos. No obstante
ello las imágenes eran imprecisas y deformes, ya que la calidad de los cristales distaba mucho se ser la adecuada para
observar con precisión ciertos detalles.
Los italianos dicen que fue Galileo el primero en desarrollar un aparato que hacía las veces de microscopio hacia el año 1600. Dicho instrumento, llamado perspicillum, era
una combinación de lentes que lograba una magnificación
de 3 aumentos y se usaba de manera indistinta para observar tanto las estrellas como los objetos de pequeño tamaño.
La palabra microscopio fue utilizada por primera vez por
los componentes de la “Accademia dei Lincei”, una sociedad
científica a la que pertenecía Galileo, quienes publicaron un
trabajo sobre la observación microscópica del aspecto de
una abeja. Al respecto el sabio dijo:
“se pueden ver las moscas grandes como corderos y tienen uñas
afiladas y pelos”
Pero Galileo perdió pronto el entusiasmo por el mundo de lo pequeño atrapado, quizás, por el misterioso universo que se abría cada noche a sus ojos en el firmamento
colmado de estrellas.
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Historias Microbiológicas
Fue el médico y naturalista Francesco Stelluti quien
tomó la posta dejada por Galileo y prosiguió con las observaciones de insectos. Registró todas sus apreciaciones en
numerosos dibujos de alas, patas y ojos de las abejas y dominado por la pasión exclamó:
“Lo que he visto ha sido desconocido por Aristóteles y cualquier
otro naturalista”
Los alemanes argumentan que el astrónomo Johannes Kepler fue el primero que sugirió en 1611 la manera
de construir un microscopio compuesto alterando la longitud del tubo que separaba las lentes. Esto último parece
bastante razonable ya que Kepler usaba el telescopio en sus
observaciones astronómicas, es de esperar que se le hubiese ocurrido explorar el infinito de lo pequeño, pasando del
“macro mundo” al “micro mundo”. Se reputa al alemán Johanes Faber de Bamberg, también miembro de la “Accademia dei Lincei”, el haber cambiado, en 1625, el nombre del
dispositivo conocido como “occhiolino” (“ojo pequeño”) por el
de “microscopium” combinando los vocablos griegos μικρόν
–micron (pequeño)-, y σκοπεῖν –scopein (mirar) en franca
analogía a telescopio que etimológicamente significa mirar
lo que está lejos.
El universo diminuto atrapó a muchos naturalistas
que quedaron prendados por la pasión de descubrir cosas
cada vez más pequeñas. Surgió entonces, en la segunda mitad del siglo XVII, una generación de microscopistas que no
sólo publicaron sus descubrimientos sino que se vieron en la
necesidad de perfeccionar sus aparatos. Por ese entonces se
había logrado mejorar la calidad de las lentes y, a pesar de
que las imágenes se veían deformadas, se llegó a obtener a
fines de esa centuria una resolución de 200 aumentos.
Robert Hooke en 1655 utilizó un microscopio compuesto para describir unas pequeñas celdillas en cortes de
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corcho a las que denominó células por su similitud con las
celdas de un panal de abejas. Para no perder el contexto histórico en el que se desarrollaban estas investigaciones, algo
que hoy suele sucedernos debido a la enorme disponibilidad
de información que poseemos, podemos decir, por ejemplo,
que el microscopio que usó Hooke para describir las primeras células, se trataba de dos lentes colocados en los extremos de un cilindro de cartón opaco y que la fuente de iluminación no era otra cosa que una gruesa vela cuya luz era
concentrada por otra lente, con el objeto de lograr mayor
intensidad. El resultado de sus trabajos fue recopilado en el
libro “Micrographia”, publicado en 1665, en el que muestra
57 dibujos sobre diferentes tipos de estructuras biológicas y
celulares. La publicación fue criticada y objetada por razones religiosas ya que, de acuerdo a ello, el uso de artefactos
ópticos entre los sentidos y un objeto cualquiera inducía a
ilusiones ópticas –deceptiones visus- conduciendo a errores de
interpretación de las facultades concedidas por Dios a los
hombres (¡pobre Dios… el hombre lo mete en cada lío!)
En 1674 el Holandés Van Leeuwenhoek informó sobre el descubrimiento de protozoos. Nueve años más tarde
observó por primera vez bacterias en una gota de vinagre
y las llamó “animáculos”. A partir de allí Van Leeuwenhoek
sufrió un ataque de “fiebre microscópica” y en una frenética
y apasionada carrera por mejorar sus instrumentos llegó a
fabricar más de 500 microscopios y optimizó la resolución
y la nitidez. Si bien sería difícil decir que Van Leeuwenhoek
fue el padre del microscopio, bien podemos afirmar que fue
el más ferviente impulsor de su perfeccionamiento.
¿De qué forma trabajaban los científicos en esa época
frente al nuevo mundo que se abría ante sus ojos? Es difícil
definirlo ya que la ciencia se hallaba poco sistematizada y
recorría caminos inciertos entre la razón, las teorías, tanto lógicas como descabelladas, las creencias y, por qué no,
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Historias Microbiológicas
cierta dosis de magia. En el libro “Historia de la Biología
Comparada” de Nelson Papayero encontramos el siguiente
comentario bastante esclarecedor:
“Ninguno de los microscopistas del siglo XVIII trabajó
con un programa preconcebido o dentro de una investigación
sistemática. Ponían debajo del microscopio lo que casual o
accidentalmente despertaba su interés, y el único vínculo que los
unía a los heterogéneos problemas a los que se dedicaban era el
instrumento que manejaban”
La historia continua con algunos hitos de importancia que pueden ser subrayados como impulsores del conocimiento. Durante el siglo XVIII el microscopio sufrió diversos adelantos mecánicos que aumentaron su estabilidad
y su facilidad de uso aunque no se desarrollaron mejoras
ópticas.
Alrededor de 1820 Joseph Jackson Lister, diseñó un
microscopio acromático capaz de eliminar los anillos de color que limitaban la claridad de la imagen. Lister descubrió
que los glóbulos rojos eran en realidad, discos bicóncavos.
Robert Brown, botánico escocés, publicó en 1833 sus
observaciones microscópicas sobre las orquídeas, y describió claramente el núcleo celular, al tiempo que remarcó el
movimiento aleatorio de partículas dentro de los granos de
polen, hecho que llega hasta nuestros días con el nombre de
movimiento Browniano. Kolliker en 1857 fue el primero en
relatar la existencia de las mitocondrias en las células musculares. Walther Flemming, llamado el padre de la citogenética, demostró en 1879 el comportamiento de los cromosomas durante la mitosis de las células animales. En 1882
Robert Koch utilizó colorantes para teñir microorganismos
e identificó las bacterias que causan la tuberculosis y el cólera, y en 1886 Zeiss hizo una serie de lentes que permitieron
a los especialistas en microscopia la resolución de estructuras situadas en los límites teóricos de la luz visible.
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Carl Zeiss era un mecánico de precisión de la universidad de Jena; a la edad de 30 años fundó a un taller en
el que durante 20 años fabricó microscopios y pulió lentes
para la universidad. En 1867 Ernst Abbe se convierte en
socio y asesor científico de su empresa que, años más tarde, se transformaría en la compañía más grande del mundo dedicada a la fabricación de instrumentos ópticos. Fue
gracias a los estudios de Abbe, un profesor de física de la
misma Universidad, que se pudo avanzar enormemente
en la observación microscópica. Fue él quien elaboró una
teoría completa sobre la formación de las imágenes en los
microscopios y construyó, basándose en sus investigaciones y en colaboración con Zeiss, un nuevo tipo de aparato
de mejor calidad dotado de lentes sin aberración cromática
(lentes apocromáticas). Entre sus inventos se cuentan los
prismáticos y el refractómetro que lleva su nombre. Su teoría sobre la refracción de la luz permite mejorar la microscopia de inmersión sustituyendo el agua por aceite de cedro
con lo que obtiene un aumento que le permite ver objetos
de 2000A de tamaño. Ernst Abbe se encuentra con Otto
Schott, un químico de vidrio quien comienza a experimentar en la fabricación de nuevas lentes. En 1893 el profesor
August Köhler, a la edad de 27 años, publica sobre un método de iluminación que ha inventado para foto micrografía.
Conocido como iluminación según Köhler, este método hace
posible a los microscopistas usar todo el poder de resolución
de los objetivos de Abbe.
Corría el año 1896 cuando Ernst Abbe se encuentra
con Horatio S. Greenough, un Biólogo americano. Su objetivo era la concreción de una idea descabellada: la construcción de un microscopio binocular. La idea toma forma
un año después cuando se construye el primer microscopio
estereoscópico de la historia. De ese modo al poder mirar
con ambos ojos, se ven dos imágenes que, al fundirse en una,
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Historias Microbiológicas
producen una sensación de relieve por estar tomadas con un
ángulo diferente para cada ojo. Eso contribuyó de manera
notable a la comprensión de las estructuras celulares incorporando una sensación de profundidad hasta ahora desconocida.
En 1898 Golgi observó por primera vez el aparato
celular que lleva su nombre, impregnando células con nitrato de plata.
Habiendo recibido en 1905 el premio Nobel de Medicina, Koch escribió en una carta a Carl Zeiss:
“Buena parte de mi éxito lo debo a sus excelentes microscopios”
En 1932, Zernicke inventó el microscopio de contraste de fases, que permitió observar en detalle células vivas
no teñidas. En 1941 Coons utilizó anticuerpos acoplados a
colorantes fluorescentes para detectar antígenos celulares,
inventando el microscopio de fluorescencia.
Pero el ser humano iba por más. Por ese entonces y
habiendo encontrado el límite de la microscopia óptica, el
hombre no se conformó con que hubiese llegado al límite en
sus observaciones.
El primer microscopio electrónico de transmisión
(T.E.M.: Transmission Electron Microscopy) fue desarrollado
por Max Knoll y Ernst Ruska en Alemania hacia el año 1931.
Este utiliza un haz de electrones para enfocar la muestra y
logra alcanzar aumentos de 100.000 veces. Posteriormente,
en 1942 se desarrolla el microscopio electrónico de barrido
(SEM: Scanning Electron Microscopy).
Numerosas variantes se han adicionado a lo existente en un continuo perfeccionamiento tecnológico. La informática ha logrado que se puedan obtener imágenes en tres
dimensiones para poder observar colonias de microorganismos con una representación tan real como la podemos encontrar en la naturaleza.
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Vemos que es casi imposible imaginar hasta dónde
se podrá llegar. Los secretos de la Biología, tan celosamente guardados durante siglos, parecen estar a punto de ser
develados. Aunque el hombre no se detiene en su enorme
curiosidad por conocer la verdad de las cosas, la naturaleza
siempre esconde algo para descubrir, lo que constituye un
desafío permanente para la ciencia.
Todo ello nos hace pensar en el concepto de un Universo astronómico infinito y preguntarnos: ¿será el universo microscópico finito?
La respuesta la podemos hallar, probablemente, en
Antoine de Saint-Exupéry quien escribió:
“Lo esencial es invisible a los ojos”
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-IIEl bacilo prodigioso
La Microbiología está colmada de anécdotas curiosas, pero pocas lo son tan interesantes como la historia del
“bacilo prodigioso”.
El famoso bacilo no se trata de otra cosa que de Serratia marcescens, enterobacteria que se suele aislar con cierta frecuencia en los laboratorios clínicos y bromatológicos.
El diccionario de la Real Academia Española nos dice
que “prodigio” es un suceso extraño que excede los límites
regulares de la naturaleza, y en su tercera acepción simplemente define a un prodigio como un milagro. La capacidad
de Serratia de producir un pigmento de color rojo ha hecho
que históricamente su presencia haya sido confundida con
gotas de sangre.
A lo largo de la historia hay más de 100 referencias que
hacen mención a la milagrosa aparición de sangre en los alimentos. La preferencia de Serratia por crecer sobre compuestos
ricos en almidón, especialmente la harina, ha hecho que la imaginación del hombre tomase en ocasiones un vuelo excesivo.
Unos 500 años antes de Cristo, Pitágoras describió
una coloración “sanguinolenta” sobre ciertos viveres.
Otra probable aparición prodigiosa de Serratia ha sido
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citada en el sitio de la Ciudad de Tyro en el año 332 antes
de Cristo. La isla de Tyro, ubicada a unos escasos metros de
la costa Fenicia, representaba una fortaleza casi inexpugnable
para las tropas de Alejandro Magno. Un día, unos soldados de
las tropas que la sitiaban encontraron en el pan unas “gotas de
sangre” que fueron interpretadas como un mal augurio. Alejandro Magno, temiendo la desmoralización de su tropa, llamó
al famoso adivino Aristandro para que explicase el fenómeno.
El sabio comparó al pan con la isla, y dijo que la sangre provenía de su interior, interpretando que la sangre sería derramada
dentro de la fortaleza, lo que significaba muerte y destrucción
para los habitantes de Tyro. Finalmente, luego de construir
durante casi siete meses una empalizada, las tropas Macedonias de Alejandro lograron vencer las fortificaciones, arrasar
con la isla y matar a la mayoría de sus habitantes.
Efectivamente la sangre se había derramado adentro.
Es probable que el fenómeno más conocido por nosotros sea el llamado “Milagro de Bolsena”.
En el año 1264 el Padre Pedro de Praga, Bohemia,
dudaba sobre el misterio de la transustanciación del Cuerpo
y de la Sangre de Cristo en la Eucaristía. Acudió así en peregrinación a Roma para pedir sobre la tumba de San Pedro
la gracia de una fe que le permitiese aventar sus dudas. De
regreso de Roma, Dios se le manifestó de manera milagrosa ya que, cuando celebraba la Santa Misa en Bolsena, en
la cripta de Santa Cristina, la Sagrada Hostia “sangró” goteando sobre el altar. La noticia del prodigio llegó pronto
al Papa Urbano IV, quien se encontraba en Orvieto, ciudad
cercana a Bolsena, y que al constatar los hechos, instituyó la
Solemnidad de la Corpus Christi. El pintor italiano Raffaello
Sanzio (1483~1520) decoró entre 1511 y 1514 la cámara de
Heliodoro en el Vaticano con su famosa pintura “El milagro
de Bolsena”, en la cual se representa al Padre Pedro sosteniendo la hostia ensangrentada.
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Historias Microbiológicas
La primera sugerencia de que el Milagro de Bolsena
fuese producido por un microorganismo fue propuesta por
Bartolomeo Bizio en 1823, describiendo lo que en principio
fue interpretado como un hongo. Llamó al organismo Serratia en homenaje el físico Italiano Serafino Serrato, inventor
del bote a vapor, y marcescens inspirado en la palabra latina
marcens (marchito), haciendo referencia al rápido deterioro que sufría el pigmento con el paso de los días. En 1848,
el Biólogo Alemán Ehrenberg verifica el desarrollo de un
microorganismo en rodajas de papa hervida. Lo identifica
como una bacteria y lo llama Monas prodigiosa. Posteriormente fue llamada Protococcus prodigiosus, y aunque ya se
sabía que se trataba de una bacteria, al sugerir su relación
con el Milagro de Bolsena fue conocida también como “el
hongo de las hostias”.
El pigmento en cuestión fue completamente extraído por Kroft, en 1902, y designado “prodigiosina”, aunque
su estructura química fue descripta recién en 1960 por Rapaport y Holden. Recientemente se ha comunicado sobre
las virtudes de la prodigiosina como inmunosupresor en la
inducción de apoptosis y en la modificación del pH intracelular en células de cáncer de colon humano.
¿Podría ser que las sagradas Hostias y la humedad de
las catedrales medievales constituyesen un excelente medio
y sustrato para el crecimiento de Serratia?
En 1994, la Dra. Johanna Cullen investigadora de la
George Mason University en Virginia, reproduce experimentalmente el milagro incubando cepas de Serratia sobre
hostias colocadas en placas de Petri. Luego de tres días se
observó la presencia de algunas “gotas” rojas producto del
desarrollo de la bacteria.
La historia de Serratia no está únicamente vinculada
a las confusiones supuestamente milagrosas causadas por su
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pigmento. Los taxónomos se han dedicado a vapulear la nomenclatura del germen, y se trata probablemente de uno de los
microorganismos que haya cambiado más veces de nombre.
Desde su primera denominación como Serratia marcescens hecha por Bartolomeo Bizio en 1823, encontramos
los siguientes cambios de nomenclatura:
Monas prodigiosa (Ehrenberg, 1848); Palmella prodigiosa (Montagne, 1853); Protococcus prodigiosus (Meneghini,
1858); Micraloa prodigiosa (Zanardina, 1866); Bacteridium
prodigiosum (Schroeter, 1872); Micrococcus prodigiosus (Cohn,
1872); Bacillus prodigiosus (Flugge, 1886); Bacterium prodigiosum (Lehmann et Neumann, 1896); Cocobacterium prodigiosum (Schmidt et Weis, 1901); Liquidobacterium prodigiosum (Orla-Jensen, 1909); Erythrobacillus prodigiosus (Winslow, 1920); Dicrobacterium prodigiosum (Enderlein, 1925).
Finalmente quedó establecido su nombre definitivo,
el mismo que sugirió Bizio, tratándose de uno de los pocos
microorganismos que conservan su nombre original.
A pesar de todo, La Iglesia no ha aceptado aún las
explicaciones científicas que intentan justificar el milagro.
El principal argumento que se esgrime en defensa es que,
si bien es cierto que la bacteria produce un pigmento color rojo intenso, el mismo no gotea, como sucedió con las
Hostias de Bolsena, cuando la sangre manchó el altar y los
hábitos del sacerdote.
Una verdad, a ojos vista demostrable a la luz de la razón, sigue cuestionada todavía. Los científicos con su fe en su
ciencia y los religiosos con su fe en sus creencias, continúan
manteniendo sus posturas. La explicación científica de los
prodigios suele enfrentarse con la necesidad de la personas
de creer en ellos. Finalmente, tenemos el mismo derecho a
pensar racionalmente que a creer en milagros, aunque esto
último sea más tentador a la hora de explicarnos el misterio
de la vida misma.
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-IIIEl bien de Chagas
La historia de la enfermedad que afecta a más de 18
millones de personas en el mundo, el mal de Chagas, suele
ser poco conocida entre los microbiólogos.
Existen referencias históricas indirectas sobre la presencia de la enfermedad en la época de lo colonización española. En 1587 se mencionan informes sobre el llamado
“mal del bicho” o “mal del culo” asociando la enfermedad
con alteraciones del intestino grueso.
Darwin describió los ataques nocturnos de un insecto llamado “barbero” que picaba a los hombres. De hecho, él
mismo murió por una cardiopatía dilatada bajo la hipótesis
de que de la causa de la misma fue el mal Chagas
¿Por qué el mal lleva ese nombre? ¿Quién era Chagas?
Carlos Ribeiro Justiniano das Chagas nació 9 de julio de 1879 en Oliverira, al oeste de minas Gerais, Brasil,
y aunque su padre murió cuando solo tenía cuatro años, su
tío fue quien lo estimuló para que estudiase en la escuela de
medicina de Río de Janeiro. Una vez graduado, ingresó en
el Instituto Seroterápico de Manguiños dirigido por el Dr.
Oswlado Cruz encabezando una campaña para el control de
la malaria. En 1908 se le encomienda una nueva tarea, esta
vez relacionada con la construcción de Ferrocarril Central
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Brasileño. Los daños producidos por la malaria eran enormes causando gran mortandad de obreros. Las pérdidas
económicas eran grandes y la obra se retrasaba debido a la
menguada salud de lo operarios que trabajaban tendiendo
rieles en las zonas selváticas. Chagas instala su laboratorio
en un viejo vagón de tren que pidió prestado al mismo ferrocarril que se estaba construyendo, para estar cerca de lo
obreros, y comienza a estudiar al “barbeiro”, un insecto hematófago local que de acuerdo a sus especulaciones podría
ser el huésped del organismo transmisor de la enfermedad.
Al poco tiempo identifica a un protozoario y lo encuentra
en el torrente sanguíneo de un gato doméstico, demostrando que el organismo podía parasitar a los mamíferos. Sin
saber que se encontraba investigando una nueva enfermedad, atiende a Berenice, una niña de dos años que vivía en
la misma casa que el gato infectado, y que en ese momento
padecía un síndrome febril. Descubrió que en la etapa aguda de su enfermedad, tenía en su sangre el mismo parásito
que el gato y que el organismo desapareció cuando la niña
mejoró.
Más tarde encontró el protozoario en el barbeiro y
lo llamó Tripanosoma - del griego trypano- τρύπανον [ῡ]
gr. ‘trépano’ + sōm(a) σῶ-μα/-ματος gr. ‘cuerpo’- cruzi en
honor a su jefe Oswaldo Cruz.
En 1909 publica un trabajo titulado “New Human
Trypanosomiasis”, en donde describe al mismo tiempo: una
nueva enfermedad, un nuevo microorganismo, la existencia
de un vector invertebrado y el modelo de transmisión experimental en mamíferos.
Es el único caso en la historia de la medicina en la
que se descubren e informan todos esos fenómenos al mismo tiempo. Aunque las manifestaciones clínicas no eran
específicas, Chagas no dudó en atribuirlos a una nueva enfermedad. A pesar de ello, sus trabajos fueron criticados y
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Historias Microbiológicas
desacreditados por sus colegas, acusando a sus informes de
erróneos, ya que se supuso que la presencia de este parásito
en la sangre era un hallazgo casual y no representaba necesariamente una enfermedad. El mal, una dolencia silente
que permanecía oculta en los tejidos de paciente durante
años, fue esta vez silenciada por la ignorancia de los propios
médicos que se negaban a admitir su existencia. Sin embargo, desprestigiado, Chagas continuó su tarea sin dejarse
vencer por los vituperios y la incomprensión.
Como toda historia tiene su zaga, esta no podría ser
menos. No podríamos cerrar este relato sin dejar de mencionar al médico argentino Salvador Mazza. Su vida ha sido
citada como un ejemplo de dedicación al trabajo y solidaridad comunitaria. Nacido en un junio de 1886 en Rauch
-provincia de Buenos Aires-, en al año 1910 se graduó de
médico y se dedicó a la actividad sanitaria. Se ocupó en detectar portadores sanos de cólera en el lazareto de la isla
Martín García con el objeto de que los inmigrantes que venían del viejo mundo permaneciesen en cuarentena antes de
ingresar al país. Diferentes epidemias se habían afincado en
Europa y el gobierno nacional consideró necesario tomar
ciertas precauciones, por incómodas que pudiesen parecer.
Posteriormente fue profesor de Bacteriología en el
Instituto Malbrán y viajó a Europa y África con el objeto de
perfeccionarse. En el Intituto Pasteur de Túnez conoce al entonces premio Nobel de medicina Charles Nicolle con quien
traba una profunda amistad. Fue él quien indujo a Mazza a
volver a la Argentina y dedicarse a investigar las patologías
regionales, fundando en 1928 la Misión de Estudios de la
Patología Regional Argentina (MEPRA), institución cuyo
objetivo era estudiar de las endemias más importantes del
país. Abocado a esa tarea y afincado en el Noroeste argentino, Mazza redescubrió los trabajos de Chagas y comenzó
a examinar enfermos de nuestro país corroborando lo in29 |
Mario L. Vilaró
formado previamente por el médico brasilero. Emulando al
descubridor de la enfermedad, monta su laboratorio en un
vagón de tren de modo que le permitiese llegar a cualquier
rincón del país en donde hubiese rieles. Incansable, recorrió
gran parte de la nación estudiando posibles enfermos y educando sobre la forma de evitarla.
La asociación de lucha contra el mal de Chagas dice
sobre él:
“Todo lo realizó sin preocuparse por la precariedad de
los medios o por lo difícil de las situaciones: desde una punción
lumbar en una carpa de un campamento de obreros ferroviarios,
hasta una autopsia realizada en el suelo, al aire libre, en una
toldería indígena. Se lo podía ver también en villorrios,
dando clases o haciendo demostraciones prácticas para uno o dos
médicos a fin de interesarlos en el estudio de las endemias rurales.
Mazza y sus colaboradores trabajando siempre desde la
oscuridad, como la vinchuca, pudieron dar luz, no callar esta
enfermedad que desde otros sectores se silenciaba. Salvador
Mazza fue no sólo un luchador sino un héroe nacional como
tantos otros que permanecen en el anonimato y que pelearon por
un país más sano”
La enfermedad de la pobreza, como fue llamada, ha
sido un flagelo que ha golpeado a los más desposeídos, y en
gran medida fue ocultada por quienes no querían poner en
evidencia la miseria de la sociedad.
En el libro “Chagas, una tragedia silenciosa, acerca del
rostro de las víctimas que sufren el silencio que rodea al Chagas”
editado por la organización Médicos Sin Fronteras, Eduardo Galeano escribió:
“Sus víctimas no tienen derechos, ni dinero para comprar los
derechos que no tienen. Ni siquiera tienen el derecho de saber
de qué mueren. No estalla como las bombas, ni suena como los
tiros. Como el hambre, mata callando. Como el hambre, mata
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Historias Microbiológicas
a los callados: a los que viven condenados al silencio y mueren
condenados al olvido. Tragedia que no suena, enfermos que
no pagan, enfermedad que no vende. El mal de Chagas no es
negocio que atraiga a la industria farmacéutica, ni es tema que
interese a políticos ni a los periodistas”,”
Carlos Ribeiro Justiniano das Chagas fue distinguido
con numerosos premios entre ellos el Gran Premio de la
Exposición Conmemorativa del Centenario de Louis Pasteur en 1922. Aunque fue nominado para el premio Nobel
en dos oportunidades, nunca se le otorgó. Comenzó sus estudios tratando de subsanar las pérdidas económicas que se
ocasionaban durante la construcción del ferrocarril brasilero, descubrió la causa y desnudó la realidad social. Quizá el
único pecado que cometió fue sacar a la luz lo que muchos
pretendían que permaneciese en la oscuridad.
Berenice, la niña del gato infectado con Tripanosoma
y la primera enferma del mal descripta en la bibliografía,
a pesar de todos los pronósticos murió en 1961, 46 años
después de la muerte de Carlos Chagas sin que se pudiese
demostrar la causa de su fallecimiento.
31 |
-IVLa historia de Petri y su placa
En el laboratorio solemos usar muchos instrumentos
que llevan el nombre de su inventor, aunque seguramente
ignoramos su origen y lo que significó su invención.
Entre mecheros de Bunsen, matraces de Erlenmeyer
y filtros de Kytasato, hoy nos ocuparemos de la historia de
la tan usada placa de Petri, cuyo inventor ha sido injustamente olvidado.
¿Quién fue Petri y qué hizo para merecer que las placas lleven su nombre?
Corría el año 1887 y los microbiólogos trataban de
establecer la relación que había entre los microorganismos
y las enfermedades infecciosas.
Robert Koch (1843-1910) realizaba experimentos
para demostrar esa relación causa efecto. Para ello inyectaba
animales con pus extraído de heridas en humanos, tratando
de reproducir la enfermedad y demostrando que la causa de
la misma era los microorganismos presentes en ese fluído.
Sus conclusiones fueron dadas a conocer cuando publicó su artículo: Aetiology of Traumatic Infections, aunque
muchos médicos se mostraron poco convencidos de esas
afirmaciones.
33 |
Mario L. Vilaró
Koch se basó en los trabajos hechos por Theodor
Klebs, quien estudió el pus de las heridas de bala infectadas
de los soldados que se internaban en el hospital militar de
Karlsruhe (Alemania). Klebs había constatado la presencia
de microorganismos de diferentes formas a través de observaciones microscópicas.
Anteriormente se había planteado el debate sobre
cuál era el origen de lo que en esa época llamaban “enfermedades contagiosas”. Ya por el año 1500 se había sugerido la
idea de que las enfermedades contagiosas eran producidas
por lo que el italiano Girolamo Frascatoro (1478 – 1531)
llamó “agente infeccioso”.
Con el advenimiento del microscopio aparece la “teoría del germen” como responsable de la transmisión de las
enfermedades. Koch ponía todos sus esfuerzos en desarrollar las técnicas que permitiesen cultivar los gérmenes sobre un medio sólido para poder identificarlos como agentes
causales de las infecciones.
El principio era simple: si lograba demostrar que los
gérmenes que recuperaba de un paciente podían reproducir
la misma enfermedad en otro, la causa de la enfermedad estaba establecida.
Lázaro Spallanzani (1729-1799) en sus intentos por
probar la falsedad de la teoría de la Generación Espontánea, había logrado esterilizar infusiones que eran a la vez
rudimentarios caldos de cultivo. Posteriormente Louis Pasteur avanzó en la elaboración de un medio de cultivo que
permitiese la reproducción in vitro de las bacterias. En sus
trabajos de laboratorio Koch logró hacer crecer colonias individuales de bacterias sobre la superficie de una rodaja de
papa cocida. A su vez insistía en la necesidad de contar con
un soporte sólido y transparente para los nutrientes del medio de cultivo. Lo primero en ser usado fue la gelatina que
posteriormente fue reemplazado por el agar.
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Historias Microbiológicas
Los primeros cultivos en fase sólida los realizó en
placas de vidrio que estando en contacto con el medio ambiente se contaminaban fácilmente.
Es entonces cuando Julius Richard Petri (1852-1921)
idea un plato de vidrio con una tapa del mismo material que
se encastraba sobre la parte inferior logrando así conservar
la esterilidad.
Este invento impulsó un revolucionario avance en la
técnica de cultivo y tuvo enormes consecuencias en el desarrollo del conocimiento científico.
Petri era un asistente de Koch. Poco sabemos de su
biografía, ya que la historia ha sido mezquina con él. Su
genial invención permitió el desarrollo de las actividades
científicas de Koch quien lo terminó opacando.
En 1887 Perti publica su trabajo Eine kleine Modification des Koch’schen Plattenverfahrens (Modificación del método de cultivo de Koch). En el mismo describe su método de
aislamiento de colonias en un medio de cultivo sólido usando la placa de su invención, la misma que se usa actualmente
en la mayoría de los laboratorios de Microbiología.
En 1905 Koch recibe el premio Nobel medicina.
De Julius Richard Petri ha quedado poco y nada. Sus
trabajos son tan poco conocidos como su vida, a tal punto que siendo alemán, algunas biografías erróneamente lo
identifican como un científico italiano.
Sirva este recordatorio como un homenaje a uno de
los tantos investigadores que con su humilde - pero genialaporte logró promover el desarrollo de la ciencia.
Esto nos hace pensar en que no existen pequeños inventos sino grandes inventores.
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-VLa listeriosis de Lister
Sabemos que los nombres científicos dados a los microorganismos suelen ser puestos en honor a grandes personajes de la historia de la Microbiología, aunque en ocasiones dichos nombres están sujetos a la imaginación del
microbiólogo que describió por primera vez al germen.
Hoy nos remitiremos a repasar la historia de Joseph
Lister en cuyo honor se creó el género Listeria.
Louis Pasteur luchó para imponer la teoría de los
gérmenes en contra de teoría de la generación espontánea
imperante en su época. Aunque el triunfo de Pasteur sobre
los “generacionistas” significó un importante quiebre en el
pensamiento científico, sólo fue el comienzo.
El camino a recorrer era largo, y a cada paso la teoría
enunciada por Pasteur era cuestionada por aquellos que se
resistían a aceptarla. Era necesario realizar nuevas demostraciones científicas que avalasen la existencia de los microorganismos y al mismo tiempo despejar gran cantidad
de incógnitas. Las preguntas eran muchas y las respuestas
pocas, y cómo en muchas ocasiones los descubrimientos colaterales tenían consecuencias inesperadas.
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Mario L. Vilaró
A mediados del siglo XIX más de la mitad de los
pacientes que habían sido sometidos a una cirugía mayor
morían por sepsis. El informe de los cirujanos era con frecuencia:
“la operación ha sido un éxito pero el paciente murió”
En 1939 el químico alemán Justus Von Lebin afirmó
que la sepsis era una especie de combustión causada por la
exposición de los tejidos húmedos al oxígeno, considerando
que la mejor forma de prevenirla era cubrir la herida con
emplastos y resinas.
La teoría de Von Lebin se impuso inmediatamente y
comenzaron a ensayarse diferentes sustancias que pudiesen
evitar la combustión que originaba la sepsis, aunque –obviamente- sin éxito.
El cirujano Inglés Joseph Lister (1827- 1912) dudaba
de esta teoría. De hecho sus observaciones de heridas realizadas en la enfermería de Glasgow le hicieron pensar que
la infección no era causada por lo que llamó el “aire malo”.
Estudiando los tejidos inflamados supuso que la infección
era una suerte de putrefacción de los mismos. Pasteur en
1865 había propuesto que la putrefacción era causada por
microorganismos vivientes en el aire, y a Lister no le tomó
mucho tiempo en asociar lo afirmado por Pasteur con desarrollo de un proceso infeccioso. Un razonamiento lógico lo
llevó a pensar que si se lograba eliminar los organismos del
aire se evitarían las infecciones.
Lister había tenido noticias del uso del ácido carbólico para tratar aguas servidas eliminando parásitos que causaban diferentes enfermedades en el ganado. Los comienzos
de la prueba consistieron en limpiar las heridas y vestimentas de los enfermos con ácido carbólico.
En un anuncio realizado a la Academia Británica de
Medicina en 1867, Lister afirmó haber librado de infeccio-
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Historias Microbiológicas
nes a sus pacientes por un período de nueve meses. El método, que fue tomado en su inicio con indiferencia, fue usado
con éxito por médicos alemanes con los heridos en la guerra
Franco-Prusiana de 1870.
Por el año 1878 Robert Koch demostró la utilidad
del vapor para esterilizar instrumentos quirúrgicos dando
un paso muy importante en el uso de las precauciones en las
cirugías.
Hoy nos resulta curioso ver las fotografías de época
cuando los médicos que operaban a los enfermos se vestían
con ropa de calle y como única precaución se recogían las
mangas de sus camisas.
A pesar de sus éxitos en Alemania el descubrimiento
de Lister tardó en imponerse en Inglaterra.
Finalmente Lister funda en 1891 el Instituto de Medicina Preventiva.
Como se ha visto frecuentemente la capacidad de
vincular conocimientos inconexos es lo que diferencia a los
genios del resto de los mortales. Esa simple conexión, que a
ojos vista nos parece tan obvia, es la que sólo pueden realizar aquellos que han sido distinguidos con una mentalidad
superior.
39 |
-VIEl veneno viene en frasco chico
Si existen microorganismos simples y a la vez complicados esos son los virus. Sabemos que por su forma de
reproducción y sus requerimientos metabólicos tan particulares, su puesta en evidencia como probable causa de una
enfermedad no es fácil.
Dentro de la enorme simplicidad de su estructura se
oculta una fascinante complejidad fisiológica.
Finalmente ¿qué son los virus más allá de una cápsula
proteica que envuelve a una molécula de ácidos nucleicos?
El descubrimiento de su existencia es consecuencia
de una serie de investigaciones en la cacería de microorganismos que se embarcaron algunos científicos. En esta
suerte de safari microscópico los cazadores emprendieron la
aventura con una gran desventaja: ignoraban lo que tenían
que cazar. Algo no muy halagüeño para comenzar cualquier
expedición.
En los comienzos de la Microbiología el método de
filtración era muy usado para “retener” las partículas infecciosas a partir de un fluido infectado. Era tan simple el pensar que si los microorganismos podían ser retenidos en un
filtro de porosidad diminuta, casi ningún agente se podría
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Mario L. Vilaró
escapar. Por ese entonces se usaban filtros de porcelana y
de tierra de diatomeas. El hecho de que se reprodujese una
enfermedad en animales de laboratorio inoculando un fluido
infectado que había sido previamente filtrado, determinaba
la posibilidad de que existiese un algo que fuese tan pequeño
para no ser atrapado en las intricadas redes del elemento
filtrante.
Surge entonces el concepto de organismos filtrables
y no filtrables, clasificación que permaneció vigente durante
mucho tiempo como único criterio que permitiese caracterizarlos. Esa propiedad, simple y escueta, era la herramienta
con la que se contaba por esa época.
La primera enfermedad reconocida como ocasionada
por un agente que atravesaba un filtro fue la enfermedad
del mosaico del tabaco en el año 1879. Curiosamente las
investigaciones se hicieron a consecuencia de las enormes
pérdidas económicas que producía dicha peste en las plantaciones de tabaco. El investigador holandés Martinus W.
Beijerinck propuso la existencia de una nueva categoría de
agente filtrable con capacidad de difundir en el agar al que
llamó “contagium vivum fluidum”. Sin describir con exactitud de qué se trataba su descubrimiento lo calificó como un
“agente viviente que forma partículas que no son retenidas
por los filtros”. Una definición explicativa pero poco específica.
Su propuesta desencadenó una enorme controversia
en el ambiente científico, y en algunos casos fue criticada
como poco seria. ¿Existiría alguna forma de vida que fuese
tan pequeña que no pudiese ser vista al microscopio? Pocos
lo creyeron.
Años antes, el botánico ruso Dimitri Ivanovski sugirió que la enfermedad del tabaco era producida por una
bacteria, aunque nunca logró aislarla en el laboratorio.
Otro de los problemas era la incapacidad de agente
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Historias Microbiológicas
infeccioso de crecer fuera de los vegetales lo que llevó a que
se cultivasen -sin éxito- grandes cantidades de plantas infectadas con el objeto recuperarlo. Paralelamente se comenzó a sospechar que varias enfermedades que atacaban a los
hombres y animales podrían ser causadas por estos agentes
filtrables desconocidos.
En 1899 el norteamericano Albert Wood, ante la
falta de aislamiento de un microorganismo responsable, sugiere que la enfermedad podría tener una naturaleza enzimática.
En 1898, los alemanes Löffler y Frosch habían descubierto que la fiebre aftosa del ganado pertenecía al grupo de
enfermedades transmitidas por este tipo de organismos; y
hacia el año 1901, el americano Reed demostró que la fiebre
amarilla también se debía a lo que llamó: virus, denominación originada en la palabra latina que significa “veneno”.
Ya se habían elaborado vacunas contra la rabia y la
viruela, no obstante, todavía no se había podido establecer
contra qué se estaba luchando.
La comunidad científica comenzó a hablar de virus
sin saber exactamente qué eran.
Corría el año 1935 cuando Wendell Stanley, comunica que logró cristalizar al agente causante de la enfermedad
del tabaco y que el mismo estaba compuesto exclusivamente
por proteínas. Esto llevó a reconsiderar la afirmación previa en la que se aseveraba que se estaba en presencia de un
organismo viviente. Surgió entonces la idea de que era una
proteína infecciosa auto – replicable, aunque sin poder especificar cuál era su origen. Por esos años la técnica más
usada para el análisis químico de las sustancias biológicas
era la cristalización, lo que determinó que la consideración
de Stanley fuese tomada como probable. Por lo menos ya se
tenía algo palpable: una sustancia proteica cristalizada.
Un año más tarde el equipo de investigación encabe43 |
Mario L. Vilaró
zado por el Inglés Frederick Bawden, demostró que el elemento cristalizado era una ribonucleo proteina, generando
un enfrentamiento con Stanley quien cuestionó irónicamente el trabajo de Bawden. Esta controversia es explicable ya
que todavía no se había elucidado la naturaleza del ADN,
por consecuencia la aparición de ácidos nucléicos carecía
de explicación lógica. No había elementos que permitiesen
asociar el hallazgo con algún organismo viviente.
Había más preguntas que respuestas: si la enfermedad era causada por una proteína ¿cómo se replicaba?, ¿qué
origen tenía?, ¿era autónoma o formaba parte de una célula?, ¿se podría pensar que ciertas macromoléculas tendrían
el mismo efecto que los microorganismos?
El médico norteamericano Ernest William Googpasture (1886-1960) descubrió que se podía cultivar los virus
en el tejido de huevos embrionados de pollo. Ello dio paso
al aislamiento del virus de la poliomielitis, y la elaboración
de la vacuna.
El perfeccionamiento del microscopio electrónico de
barrido inventado en 1940, vino a solucionar toda duda sobre la existencia de un microorganismo “sub -microscópico”. Robley Williams fue el primero en fotografiar un virus
y junto a Fraenkel-Conrat demostró –en 1955- que después
de separar la cápside y el ARN del virus TMV era posible
volver a reconstruirlo restaurando su capacidad infectiva.
Fueron necesarios casi 60 años desde que Martinus Beijerinck describiera su Contagium vivum fluidum hasta
que el francés André Lwoff, en 1957, propusiera la primera
definición moderna, estructural y funcional de los virus.
El desarrollo de los cultivos celulares terminó de corroborar su existencia y de esa manera poder cumplir con
los postulados de Koch sobre la confirmación de un agente
etiológico causante de una enfermedad determinada.
Resumir la historia de los virus en estás páginas no
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Historias Microbiológicas
es fácil sin ubicarse en el contexto de cada época. La mayoría de las cosas que hoy damos por sabidas no eran más
que, en el mejor de los casos, simples postulaciones o teorías
para las que había que agudizar el ingenio a la hora de poder
demostrarlas experimentalmente.
La deslumbrante maquinaria biológica de los virus,
brillante a la hora de optimizar los recursos disponibles
para su supervivencia, ha sido imitada por los informáticos
que probablemente por otro camino intelectual hayan llegado a la creación de los virus que atacan a las computadoras.
Estos cibernéticos virus modernos comparten en esencia el
mismo patrón de comportamiento que los virus naturales.
A pesar de los avances que se han hecho en el conocimiento la controversia planteada por el año 1800 sigue
vigente: ¿son los virus seres vivos? El eje de la discusión
se ha trasladado del área biológica hacia el plano filosófico
y epistemológico. Basta consultar la bibliografía para comprobar que hay argumentos a favor de una u otra posición
y cada autor defiende la suya sin que se logren acuerdos
sustanciales. La ausencia de una respuesta contundente a la
cuestión nos conduce, irremediablemente, a reflexionar sobre la paradoja de que la esencia de algo tan pequeño y tan
simple genere tantas dudas y tan pocas certezas.
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-VIIGram… ¡un Gran positivo!
Hacer Bacteriología sin una coloración de Gram es
prácticamente imposible. Valdría la pena preguntarse cómo
era la bacteriología antes de se la idease.
Desde el comienzo mismo del reconocimiento de la
existencia de los microorganismos los científicos comenzaron a probar diferentes formas de colorearlos con el objeto
de mejorar su visualización y poder advertir características
que pudiesen escaparse a la resolución de sus rudimentarios
microscopios.
La tecnología estaba lo suficientemente desarrollada
en las primeras décadas del siglo XIX para poder observar
a los microorganismos sin aberraciones ópticas importantes. No obstante ello, el pequeño tamaño y la transparencia
eran los principales obstáculos que se debían enfrentar a la
hora de catalogarlos e intentar identificarlos. La coloración
se presentaba como una alternativa debido a que la capacidad de los componentes celulares de fijar ciertos compuestos alterando su densidad óptica o la absorción de la luz
con respecto al medio que los rodeaba, era una herramienta
importante para poder reconocer sus estructuras y visualizarlos cuando invadían tejidos celulares.
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Hasta ese momento la clasificación se los microorganismos se basaba en la descripción de las características
morfológicas observables y la forma que adoptaban durante
su reproducción. Carl Gustav Ehrenberg (1795-1876), publicó en 1838 lo que puede considerarse el punto de partida
de la identificación microbiológica. En su trabajo Die Infusionsthierchen als vollkommene Organismen, un extenso digesto de 574 páginas y con 64 láminas coloreadas a mano,
define lo que llamó la categoría “Infusoria”, una clase en la
que incluyó protozoarios, rotíferos, bacterias y diatomeas;
llegando incluso a describir la alimentación de los mismos
afirmando que poseían diminutos estómagos, lo que los
convertía - a su decir- en animales completos y perfectos.
Infusoria estaba dividida en 22 familias, tres de las cuales
correspondían a agrupamientos de lo que hoy reconocemos
como bacterias.
La coloración de bacterias surgió como consecuencia esperable de las técnicas usadas en histología humana,
remontándonos a Wilhelm Friedrich von Gleichen (17171783) quien fue el primero en detallar el uso del carmín para
colorear material biológico; aunque fue el botánico alemán
Ferdinand Julius Cohn (1828-1898) el pionero en su aplicación histológica, empleando los únicos colorantes disponibles en su momento: el carmín y la hematoxilina. Lo curioso
es que la mayoría de las sustancias usadas tenían su origen
a partir de extractos vegetales que eran empleados en la
industria textil y perfumería.
En 1875 Karl Weigert (1845-1904), llamado por su
primo Paul Ehrlich “The master of the art of staining”, ensayó varios colorantes como la eosina, fucsina, metal violeta y
azul de metileno. Carl Salomonsen, trabajando en el laboratorio de Koch, logró colorear, hacia 1877, bacterias con una
solución acuosa de fucsina, preservando sin alteraciones, la
forma de los microbios. No obstante esos avances, todavía
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Historias Microbiológicas
no se había logrado encontrar una coloración que tuviese la
propiedad de diferenciar las bacterias, aunque su descubrimiento iluminó probablemente la mente de Koch abriéndole
el camino hacia la técnica que le permitió identificar el bacilo de la tuberculosis. Por esos tiempos, los microbiólogos
teñían las bacterias en suspensiones acuosas examinándolas
húmedas al microscopio. Fue Koch quien mediante un ingenioso dispositivo logró tomar las primeras microfotografías
cuya sorprendente calidad hoy en día nos dejaría pasmados.
Fue también Koch el que logró aislar películas secas de bacterias y ponerlas sobre un vidrio para observarlas al microscopio. El primer preparado en seco había nacido.
Es entonces cuando entra en escena Hans Christian
Joachim Gram, nacido en Copenhague en 1853. Gram estudió las técnicas de tinción de las bacterias, tarea que desarrolló en Berlín cuando trabajaba con Karl Friedländer
(1847-1887), tratando de determinar la causa de la neumonía. Sus hallazgos se publicaron en la revista Fortschritte der
Medezin. Ueber die isolirte Färbung der Schizomycetin in Schnitt-und Trockenpräparaten (Sobre la coloración isolirte del
Schizomycetos y preparaciones secas). Gram señaló:
“He publicado un método rápido y efectivo para examinar
los Schizomycetos , aunque soy consciente de que todavía
es defectuoso e imperfecto; pero deseo que en manos de otros
investigadores pueda resultar de utilidad”
Y era verdad, su método era tan “defectuoso e imperfecto” que con él sólo se podían visualizar las bacterias
Gram positivas, ya que la técnica original carecía de contra coloración. Más tarde Carl Weigert incorporó un nuevo
paso al proceso; añadió safranina después del lavado con alcohol y aparecieron las bacterias Gram negativas, tal como
las conocemos hoy.
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Si Carl Weigert resulta un desconocido para el lector, más aún lo será un nombre que usamos a diario y cuyo
sonido, por parecer similar a un compuesto químico, oculta
la persona de otro científico olvidado: el Lugol. Jean Guillaume Auguste Lugol (1786–1851) fue un médico francés
que trabajó profusamente en el control de la tuberculosis,
sugiriendo que el tratamiento para esa enfermedad, basado
en aire fresco, ejercicio físico y baños fríos; podía ser complementado por una solución iodada que él mismo había inventado. Siendo el lugol, en los tiempos de Christian Gram,
un antiséptico bastante difundido es de esperar que estando
a mano del médico Danés, experimentase con esa solución
para mejorar la calidad de sus coloraciones.
Como las grandes genialidades suelen esconderse
en las pequeñas cosas; la coloración de Gram ha perdurado
hasta nuestros días sin grandes modificaciones constituyéndose en una herramienta irremplazable para el microbiólogo moderno. Los avances de la tecnología y, en especial, los
de la tan revolucionaria Biología Molecular no han logrado
desplazar la utilidad que nos brinda esta vieja y simple coloración cuando se trata de reconocer microorganismos. Es
bien sabido por quienes nos sentamos al microscopio que
el primer paso para iniciar la búsqueda de bacterias es una
buena coloración de Gram. Afortunadamente, para el regocijo de los microbiólogos clásicos y, por qué no, para fastidio
de los amantes de la microbiología molecular, el simple y
eficiente método ideado por Gram coexiste con la tecnología más reciente.
Solemos encontrarnos con publicaciones científicas
especializadas en las que se revaloriza la utilidad de la tinción de bacterias, sobre todo en el ámbito de la Bacteriología médica cuando un ojo bien entrenado puede aportar
información relevante que ayude a orientar el tratamiento
de un enfermo grave.
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Historias Microbiológicas
Mientras algunos se dedican a revolver los enigmas
moleculares de las bacterias, otros, menos sofisticados, colorean bacterias como paso inicial en su trabajo. Aunque
existe una diferencia, a nuestro entender, sustancial: ningún
sistema de amplificación génica o secuenciación de ácidos
nucleicos ha logrado equiparar, ni por asomo, la fascinante
sensación de sumergirnos en el mundo microscópico y navegar en un universo en el que unas pocas micras pueden
depararnos una sorpresa inesperada.
Sin dudas, Gram tuvo una Gran idea al pensar en
algo muy positivo.
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-VIIIHabemus bacteriam
Identificar correctamente a los microorganismos es
un desafío en sí mismo. La gran variabilidad genética que
poseen hace que no siempre expresen sus características de
forma significativa y en más de una oportunidad, nos lleve
a confusiones.
Ello queda en evidencia con la enorme cantidad de
contradicciones en las que se ha incurrido a lo largo del desarrollo de la historia de la Nomenclatura Microbiológica.
Más aún cuando se trata de atribuir un nombre a una nueva
especie.
A la hora de proponer un nuevo “taxón” muchos investigadores han recurrido a la etimología, y aunque algunos son poéticos e ilustrativos, muchos errores se han cometido en la formación de los nombres latinos.
En el Dictionnaire de bactériologie vétérinaire de J.P.
Euzéby, encontramos que la etimología ayuda a comprender
el origen de una nomenclatura y a memorizar el nombre de
un taxón bacteriano. Esta aseveración es cierta en el caso de
que el microbiólogo presente cierta inclinación por las letras clásicas, pero no todos tienen apego a la cultura latina,
por lo que muchos los memorizan sin comprender exactamente qué significan.
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Encontramos entonces curiosidades sorprendentes.
Por ejemplo, en Franciscella philomiragia el epíteto “philomiragia” tiene su origen en “philos”: amor, amante; y “miragia”:
espejismo. Esta bacteria “amante de los espejismos” debe su
nombre a que fue aislada por primera vez en el estado norteamericano de Utah, en donde es frecuente ver esos fenomenos. El caso de Eubacterium tarantellae es más interesante.
El epíteto tarantellae se refiere a la Tarantella, el rítmico baile
del sur de Italia, y hace alusión a los peces que habiendo sido
infectados por esta bacteria teniendo su sistema nervioso
afectado, nadan de manera rápida, errática y desordenada.
El tan conocido género Mycobacterium -del griego:
myces-etis: hongo, y bacterium : bacteria- etimológicamente
“la bacteria que parece un hongo”; tiene una etimología similar a Bacillus mycoides (mycoides: con forma de hongo, o
parecido a un hongo).
Una gran contradicción cómica se verifica en Campylobacter rectus, que etimológicamente significa “la bacteria
curva recta”…¿es curva o es recta?. Si de contradicciones
hablamos, recorriendo el listado de nombres bacterianos
nos topamos con Modestobacter versicolor (modestus: modesto,
versicolor: de muchos colores) parece que la bacteria modesta no lo es tanto a la hora de ostentar su colorido.
En esa sana pero a veces complicada costumbre que
tiene el hombre de clasificar, ordenar y otorgarle un nombre
a los seres vivos, parece obvio que todos los naturalistas deberían saber el Latín ¿Será necesario, entonces, conocer las declinaciones de esa lengua, los nombre griegos que se latinizaron luego de la invasión romana y las reglas para formar neologismos que derivan de nombres patronímicos? ¡Ni hablar
de conjugar correctamente los verbos para poder formar los
adjetivos verbales y coordinar los comparativos, superlativos
y diminutivos, tan usados en la nomenclatura microbiana!
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Historias Microbiológicas
Es dable pensar que el lector se debe sentir enormemente desanimado ante el sólo hecho de imaginar los dolores de cabeza que tendría un científico al descubrir un nuevo
microorganismo e intentar denominarlo.
Con perdón de los amantes de las letras clásicas y de
los latinistas (¡Qué Cicerón, Ovidio, Horacio y tantos otros
nos perdonen!), vamos a dar algunas simples pautas sobre
las reglas básicas latinas y su interpretación.
Aprendamos latín en 15 minutos:
- No deben usarse ningún tipo de signos diacríticos
(tildes, diéresis, guiones, etc.) Se debe escribir Candida y no
Cándida.
- La conformación de un taxón se realiza siempre
con un sustantivo como género, y de un adjetivo calificativo
como especie. Eso implica que la conjugación del adjetivo
modifica al sustantivo. Por ejemplo en el caso de Haemophilus ducreyi, o Bacilo de Ducrey – nombrado así en honor
a Auguste Ducrey, médico dermatólogo italiano que descubrió la etiología de la enfermedad del chancro blando- la “i”
final del epíteto es una latinización del nombre del médico,
cuyo significado es “de Ducrey”.
- En la nomenclatura binomial, el género se escribe
siempre con mayúsculas y la especie con minúsculas y preferentemente en letra itálica o negrita (escribimos Enterobacter cloacae y no Enterobacter Cloacae)
- Un mismo epíteto puede ser usado para calificar
diferentes géneros; no obstante, es importante la concordancia de género gramatical. Eso explica que la palabra
“porcinus”, que significa del cerdo, puede ser escrito como
porcinus, porcina o porcinum dependiendo de si el género del
sustantivo es masculino, femenino o neutro (Mycobacterium
porcinum, Hespellia porcina, Streptococcus porcinus, en todos
los casos significa “del cerdo”)
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Mario L. Vilaró
- Un adjetivo con el mismo origen puede tener
diferentes significados. En el caso de psittacus, del Lat. Loro,
puede significar “del loro” –psittaci- o estar modificada por
el sufijo “cida” como psittacicida, que significa “que mata
loros”. En este ejemplo una sutil diferencia en la morfología
de la palabra, marca la distancia entre un animal portador
de una bacteria y otro muerto a causa de una bacteria.
Podríamos seguir ampliando las reglas de nominación en latín hasta hacerlas tan complicadas que escapen a
las pretenciosas aspiraciones de este humilde curso acelerado de nomenclatura latina.
Aunque la cosa no termina allí. En el caso de que
tengamos la buena fortuna de identificar un nuevo taxón y
la desesperación nos embargue, es recomendable leer el siguiente artículo: Help! Latin! How to avoid the most common
mistakes while giving Latin names to newly discovered prokaryotes (Microbiología, Sociedad Española de Microbiología,
1996, 12, 473-475) aunque me aventuro a afirmar que recurriremos a alguien conocido nuestro que conozca Latín y
nos saque del apuro. No obstante ello, debemos cumplir con
ciertas normas básicas que están claramente expresadas en
el libro: Handbook of New Bacterial Systematics (Academic
Press, 1993).
Una vez salvada la ominosa instancia de sentirnos
ignorantes en la lengua de Rómulo y Remo, debemos superar la prueba más difícil: la de la humildad. Nadie podría
ocultar el orgullo y la enorme satisfacción profesional al
haber aislado una nueva especie de microorganismo; ahora, ¿cuántos podremos vencer la tentación de bautizarla con
nuestro propio nombre? ¿Quién tendrá la presencia de ánimo para, siendo su descubridor, declinar el deseo de quedar
inmortalizado en un libro de Microbiología gracias a una
bacteria y ser mencionado por futuras generaciones de microbiólogos? Existen numerosos ejemplos de bacterias que
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Historias Microbiológicas
llevan los apellidos Microbiólogos famosos (Klebs, Lister,
Escherich, etc.) y muchos más cuyas especies son gentilicios
de las ciudades donde fueron descubiertas (el caso de Salmonella es el ejemplo más conocido)
Si luego de todos estos esfuerzos seguimos aún con
el entusiasmo en pie, faltará una etapa más para conformar
el nombre de nuestro nuevo microorganismo: constatar si
alguien no lo usó anteriormente. Para eso se recomienda
consultar el listado de nombres aceptados en Approved List
of Bacterial Names, publicación de la Asociación Americana
de Microbiología.
De ese modo, habiendo cumplido todas las etapas que
parecen ser más complicadas que identificar en sí mismo a la
nueva bacteria, podremos sentarnos a disfrutar de la efímera
gloria que supone el haber hecho un aporte al conocimiento
de la Microbiología.
Quien escribe estas líneas aboga para que la creación
de un nuevo taxón esté a la altura de las circunstancias y
se evite caer en la petulancia de pretender que nuestro propio apellido sea lo suficientemente importante para quedar
plasmado en la historia de la Microbiología.
Del mismo modo que el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, en sus delirios fantasiosos, escogió el
nombre de su amada imaginaria, Dulcinea, por ser “alto, sonoro y significativo”; sería deseable que además fuésemos
creativos y originales.
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-IXLa Microbiología anda como la mona
El sufijo “mona” es muy empleado a la hora de formar
el nombre científico de los microorganismos. Ejemplos sobran: Pseudomonas, Aeromonas, Plesiomonas, Trichomonas, etc.
Desde los comienzos de la investigación metódica de
las características de los seres que viven en el universo microscópico, el hombre se ha enfrentado al reto de describir,
comprender e interpretar un mundo que aparecía fuera del
alcance de sus sentidos.
El naturalista Danés, Otto Friedrich Müller (17301784) fue el primero en intentar clasificar los animáculos
mencionados por Van Leeuwenhoek. Müller en su publicación titulada: Animalcula Infusoria fluviatilia et marina (Animales infusorios de los ríos y los mares) dividió a los microorganismos en dos grupos: los que poseían órganos externos visibles y los que no. Él mismo empleó la palabra monas
(1773), del Latín monas-monadis: unidad, para denominar de
manera más precisa lo que estaba viendo. El razonamiento
aludía a que los animáculos eran organismos tan simples
que estaban compuestos por una sola unidad. Pero parece
que no fue nada original. Ya el filósofo alemán Gottfried
Leibniz (1646-1716) había usado la palabra mónada, con el
mismo origen etimológico, para mencionar “a cada una de
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Mario L. Vilaró
las sustancias indivisibles, distintas en esencia que componen
el universo”, algo muy parecido a lo que hoy llamamos átomo.
Dadas las limitaciones del caso Müller propuso la creación de
dos géneros taxonómicos para agrupar a los microorganismos. A aquellos que tenían forma espiralada los llamó Vibrio
(del Lat. Vibrare: vibrar, en clara alusión al tipo de movimiento que tenían), y al resto los incluyó dentro del género Monas.
El criterio de clasificación usado hizo que la división fuese
muy rudimentaria y que dentro del género Monas se encerrasen tanto procariotas como eucariotas. Entonces se podían
ver Monas más grandes que otras y algunas que se movían
y otras que no. Era claro que la división era insuficiente y
que Monas era una enorme bolsa de gatos (¡o de monas!) en
la que bullían miles de microorganismos diferentes. Recordemos que por esos tiempos todo se resolvía a la observación
efectuada en instrumentos ópticos muy limitados en la que
cada observador, como hemos visto en casos anteriores, ponía mucho de sí mismo y de su imaginación.
En sus “Lecciones elementales de la Historia Natural
de los Animales”, el naturalista francés Georges Cuvier (1769
1832), el primer gran promotor de la anatomía comparada y
de la paleontología, describe a las Monas como: “... los animales más simples y más pequeños que se conocen, porque aun
valiéndose de los microscopios de más fuerza, sólo parecen
puntos, redondos u ovalados, que se mueven con celeridad y
en todas direcciones. Hay millares de ellos en la más pequeña
gota de una infusión, o de agua encharcada. Casi está uno
tentado de creer que muchos de estos animales microscópicos
no son formas más que la descomposición de las substancias
que se han puesto en infusión…”
Pero la clasificación de Müller no era otra cosa que
la respuesta a la confusión del estado del conocimiento de
esos días. Notará el lector que en el título del trabajo original se hace referencia a la palabra “infusoria” o, mejor dicho,
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Historias Microbiológicas
infusorios, como se llamaba en esos tiempos a los microorganismos. Dicho apelativo hace referencia a la creencia de
que los microorganismos se generaban en las infusiones. La
terminología fue acuñada por Lineo quien pretendió, por
1767, agrupar los seres vivos identificándolos con el primer
registro más o menos serio de nomenclatura biológica. Al
grupo formado por seres microscópicos lo llamó Chaos infusoria (caos de los infusorios), en clara referencia a la heterogeneidad del mismo y, probablemente, a su diversidad y a la
caótica manera de desplazarse que tenían. La denominación
de “infusorios” perduró durante mucho tiempo, y fue el punto de partida que usó Müller cuando clasificó a sus “Monas”.
Como el sistema usado para catalogar a los microorganismos fue tan amplio como caótico, bien podría haberlo llamado “Chaos monadis” (el caos de las Monas) pero parece que no
se le ocurrió, por lo menos no existe registro de ello.
En el año 1838, el naturalista francés M Salacroux
publica, en cinco volúmenes, su Nuevos Elementos de Historia Natural Conteniendo la Zoología, La Botánica, La
Mineralogía, y La Geología, aplicadas a la Medicina a la
Farmacia , a la Ciencia y a las Artes comunes. Salacroux era
un médico y naturalista francés, miembro de la Academia
de Ciencias Naturales de París, que parece qué, a la hora
de escribir, no se andaba con chiquitas si consideramos lo
amplio del título de su obra. Su trabajo es un compendio
de todos los conocimientos sobre las ciencias naturales de
los que se disponían en esa época. Una parte no menor de
la publicación está destinada a la clasificación de los seres
vivientes incluyendo una nueva Clase de animales (Microzoología) en la que incluye los Microzoarios (microscópicos,
infusorios o animalillos) bajo cuyo nombre señala: “se trata
de un gran número de animalitos esencialmente acuáticos que no
se pueden percibir a simple vista, y en los que no se encuentra órgano alguno especial para la sensibilidad, movilidad, reproducción
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Mario L. Vilaró
y nutrición”. Dentro de este grupo incluye la familia de los
Monadarios que “toman su nombre del griego monas, átomo,
porque en efecto su cuerpo está reducido á un simple punto esférico ó globuloso, en el cual no se halla boca ni cola”. Retomando
la terminología de Müller, describe a las Monas diciendo:
“deben mirarse mas bien como el elemento de todos los cuerpos
organizados que como animales verdaderos: son, por decirlo así
unos átomos imperceptibles y homogéneos, en los cuales el mejor
microscopio no puede hacer descubrir vestigio alguno de órgano
particular. A pesar de esta sencillez de organización, los monades gozan de una movilidad prodigiosa. Cuando se examina una
gota de agua, se percibe en ella una multitud innumerable de estos
animalillos ó átomos globulosos, que ruedan continuamente unos
sobre otros. Pero para que este movimiento se verifique es preciso
que el animal esté sumergido en el agua; pues luego que queda en
seco, cesa de obrar, y muere”. En cuanto a los seres incluidos
en este grupo acota: “La principal especie de este género es el
monade elemental, llamada así por alusión a lo que acabamos
de decir, que es el principio de toda organización. Una segunda
especie es la monade polvo, que se encuentra, así como la especie
precedente, en todas las aguas, aun las más puras”.
Ante ese panorama se encontró en 1894 el botánico
alemán Walter Migula, quién halló en el agua unos bastoncitos que se movían y cuyo aspecto era bastante diferente que
el resto de sus compañeros de grupo. Su primer pensamiento fue, quizás, que Müller se había equivocado al ponerlos
junto a otros más grandes y dotados, y propuso una división
aparte creando un nuevo género al que llamó “falsas monas”
(del Latín “pseudo”: falso, monas: unidad); el género Pseudomonas había nacido. En resumen las Pseudomonas eran unas
monas no muy monas que digamos.
De allí en más, con el avance de las investigaciones,
las Monas fueron perdiendo poco a poco su jerarquía y de
ser uno de los dos géneros en lo que se clasificaban los mi-
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Historias Microbiológicas
croorganismos, su nombre quedó relegado a un simple sufijo tan común en estos días como intrascendente a la hora
de ser recordado.
Finalmente, luego de tantos avatares, idas y venidas,
y a pesar de todos los intentos que hace el hombre por clasificar y organizar lo que ya está naturalmente clasificado y
organizado, sólo nos queda remitirnos a una frase popular
que no deja de tener un profundo contenido filosófico e ilustrativo:
La mona vestida de seda, mona queda.
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-XLa poesía de los microbios
Con mucha frecuencia usamos los nombres de los
microorganismos sin conocer exactamente su etimología,
o cuáles fueron las causas que los originaron. Desde que
se usa la nomenclatura binomial para identificar a los seres
vivos, nos encontramos con una diversidad de nombres y
taxones que suelen tener los más curiosos orígenes.
Recordemos que el uso del Latín como lengua universal para la identificación de los seres vivos, fue propuesta con el objeto de otorgar una denominación inequívoca,
única y distintiva de los seres vivientes, constituyendo la
Nomenclatura el conjunto de principios y reglas que se usan
en su atribución.
De acuerdo con ello, la elección de un nuevo nombre
no debe ser caprichosa. Todo lo contrario debe estar acorde
a las reglas y normas vigentes. Del mismo modo, el avance
en la tecnología en la identificación microbiana ha permitido modificar los criterios de clasificación y, por consiguiente, transformar la taxonomía en una ciencia dinámica sujeta
a cambios constantes.
En estas páginas ya hemos mencionado las normas y
recomendaciones que deben ser tenidas en cuenta a la hora
de crear un nuevo taxón. También hemos hecho mención
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Mario L. Vilaró
acerca de algunos nombres contradictorios o llamativos que
solemos encontrar en los catálogos de bacterias. Pero parece
que, más allá de que se hayan cumplido estas normas, el ingenio y la creatividad de los científicos para originar nuevas
denominaciones supera muchas veces lo imaginable.
Hemos dicho que el nombre científico de un ser vivo
se compone de género, un sustantivo, y especie, un epíteto.
La Real Academia Española nos dice que un epíteto es un
adjetivo o participio cuyo fin principal no es determinar o
especificar el nombre, sino caracterizarlo. Al mismo tiempo
explica que caracterizar es determinar los atributos peculiares de alguien o de algo, de modo que claramente se distinga
de los demás. Esta última norma se cumple, por ejemplo,
en el caso de Acinetobacter calcoaceticus y Acinetobacter anitratus, en donde la especie, el epíteto, sirve para establecer
diferencia entre dos individuos del mismo género, haciendo
referencia (caracterizando) a una propiedad metabólica en
particular. La falta de cumplimiento de lo antedicho se verifica también en el mismo género con Acinetobacter baumanii y Acinetobacter lwoffii en donde los epítetos –honrando
a los investigadores Paula y Linda Baumann y Alexander
Lwoff respectivamente- no muestran característica alguna
que permita, como nos dice el diccionario, distinguir uno de
otro por alguna cualidad en especial.
Pero tampoco seamos tan exigentes. Hemos repetido
muchas veces que la historia de la nomenclatura bacteriana
está repleta de idas y venidas, de modo que entre esos vaivenes, más o menos complicados, sería demasiado ambicioso
de nuestra parte colocarnos en una postura purista de la
lengua y del respeto por las normas de la nomenclatura.
Conocemos que los microbiólogos somos aficionados
a nombrar las bacterias tratando de honrar a alguna persona respetable o al lugar al cual pertenecemos, pero encontramos algunas menciones llamativas.
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Historias Microbiológicas
Ya hemos citado con anterioridad el caso de Franciscella philomiragia el epíteto “philomiragia” que significa
“amante de los espejismos” haciendo mención al estado
Norteamericano de Utah, en donde es frecuente ver espejismos o de Eubacterium tarantellae, calificativo que alude al
movimiento que tienen los peces cuando su sistema nervioso es afectado por la toxina de esa bacteria. Revisando la
literatura constatamos que el género Afipia tiene origen en
las siglas de la AFIP (¡tranquilos evasores, que nada tiene
que ver con la Administración Fiscal de Ingresos Públicos!)
Armed Force Institute of Pathology, primer lugar en donde fue
identificado dicho microorganismo. Digna de ser comentada
es la bacteria Basfia succiniciproducens en honor de la empresa de productos químicos BASF (Ludwigshafen, Alemania)
donde fue caracterizada por primera vez. Continuando con
este estilo no debemos olvidarnos de Waddlia chondrophila,
bacteria causante de abortos en animales y cuyo nombre arbitrario surge de la abreviatura WADDL (Washington Animal Disease Diagnostic-Laboratory).
Prosiguiendo con la costumbre de bautizar a las bacterias con el nombre del primer sitio en donde fue encontrada el caso más extraño -o extraterrestre- es el de Elizabethkingia miricola. Esta bacteria fue hallada en la humedad de
condensación de la estación espacial rusa Mir (cuya traducción al castellano es: paz). El epíteto miricola hace mención
a dicho lugar, y el género Elizabethkingia es en honor a la
reina Elizabeth, aunque se sospecha que es poco probable
que la reina se sintiese halagada de que una bacteria espacial
llevara su nombre.
Quien debería sentirse doblemente honrado es Morgan quien, cuando descubrió una nueva bacteria, la bautizó
simplemente como “Bacilo N°1”, y hoy en día se llama Morganella morganii, ¡la Morganella de Morgan!, como para que
no queden dudas, aunque suene un poco redundante.
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Mario L. Vilaró
También existen casos en los que el descubridor del
nuevo germen no buscó honrar a alguien famoso y se inclinó hacia algo más doméstico. Fue así como W. Kloos, en
1998, al estudiar 50 cepas de Staphylococcus caseolyticus, describió una nueva especie a la que denominó Staphylococcus
equipercicus del Lat. Equi: caballo, y percicus, una latinización
de Percy, tal como era el nombre de su propio caballo. Si
seguimos con los caballos, aparece Lactobacillus equigenerosi,
del Lat. Equi: caballo y generosus: generoso y por extensión
de una buena extracción o de buena raza, refiriéndose a que
es una bacteria que ataca a los caballos pura sangre, también hallamos a Lactobacillus equicursoris, cuya especie denota pertenencia a los caballos de carrera.
Pero la ocurrencia de los taxónomos no se detiene
allí. La mitología no podía estar ausente en las bacterias.
Numerosos géneros y especies hacen referencia a diferentes dioses de la historia mitológica del hombre. Melissococcus
plutonius honra a Plutón, dios de las profundidades y los infiernos, parangonando el sufrimiento que produce la infección con el mismo averno. Vibrio wodanis, recuerda Wodan,
dios escandinavo de las artes, la cultura, la guerra y de la
muerte (lo que bien podríamos catalogar como un “dios de
amplio espectro”, considerando la extensión de sus funciones, o, bacteriológicamente hablando, un dios de espectro
extendido), Vibrio logei, menciona a Loge, otro dios escandinavo, pero con una actividad más acotada: simplemente
era el dios del fuego y del mal (¡como si fuera poca cosa!).
Vibrio kanaloae, rinde su humilde homenaje a Kanaloa, dios
hawaiano del mar y Vibrio neptunius, recuerda a Neptuno,
dios griego del mar.
Probablemente el dios más usado en bacteriología
sea Proteo y dadas sus virtudes especiales, merece un párrafo aparte.
En la mitología griega, Proteo era un dios marino,
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Historias Microbiológicas
hijo de Océano y Tetis, profético anciano del mar, pastor
de las manadas de focas del dios Poseidón. El lugar de residencia de Proteo era la isla de Pharos, frente al delta del río
Nilo. En La Odisea, Homero nos cuenta sobre los hábitos del
dios: “… a mediodía salía del agua y se dormía a la sombra de
las rocas de la costa, rodeado de los monstruos de las profundidades…” Debido a esas características, y si hubiese vivido por
las tórridas latitudes de centro-norte de nuestro país, bien
podría haber sido sindicado como el dios de la siesta. Pero el
echarse un sueñito después del almuerzo no era el principal
rasgo de su personalidad. El dios tenía el don de predecir
el futuro, algo muy codiciado por los hombres de todos los
tiempos. La cuestión es que, esta buena deidad, era bastante
reacia a cumplir con su trabajo y le molestaba sobremanera
que unos simples mortales le fuesen a pedir que les profetizara el avenir. Para ello había desarrollado la extraña virtud
de cambiar de forma adoptando las variantes morfológicas
más extrañas, tratando de eludir las requisitorias que tanto
fastidio le causaban. No obstante, cuando era descubierto,
recuperaba su forma normal y no tenía más remedio que
profetizar a regañadientes ¡sobre todo si lo habían despertado de la siesta! En la Mitología existen numerosos relatos
sobre los cambios de forma de Proteo, y esta particularidad
inspiró a muchos microbiólogos para aplicar su nombre a la
propiedad de ciertas bacterias de modificar su aspecto bajo
diferentes condiciones. Las distintas denominaciones tienen
su origen en Proteo: Alphaproteobacteria, Betaproteobacteria,
Deltaproteobacteria, Epsilonproteobacteria, Gammaproteobacteria, Proteobacteria, Proteus, sólo por mencionar algunos (¡y
siguen las firmas!), microorganismos que cambian su aspecto remedando al dios.
Podríamos seguir ilustrando este elenco de ocurrencias microbiológicas hasta no dejar de sorprendernos con
ejemplos por demás llamativos (carouselicus -bacteria en for69 |
Mario L. Vilaró
ma de carrusel-, Eremococcus – el coco solitario-, defectiva –la
bacteria defectuosa-, ganmani – que en lengua de los aborígenes australianos significa en forma de serpiente-, lentimorbus – la bacteria que produce enfermedad lentamente, multocida – la que mata a muchos-, tecta – la bacteria escondida
o escurridiza-, tarda –lenta en desarrollar-, Paenibacillus – el
“casi” bacilo, o bacilo pero no tanto-), pero nos harían falta
unas cuantas páginas más, mayor capacidad de asombro y
una abundante dosis de paciencia para soportar la andanada
de originalidades que aturdirían nuestro intelecto.
Llegado el caso, para aquellos que piensan que los
microbiólogos son personas extremadamente encerradas en
un mundo de miniatura, bien sirva este texto como ejemplo
para afirmar que no sólo no es así, sino que tenemos mucha
imaginación y, por qué no, algo de poesía anidando en nuestros corazones.
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-XIVerdes de envidia y amarillos de fiebre
A comienzos del Siglo XX, los llamados “virus filtrables”
eran reconocidos como los agentes causales de varias enfermedades contagiosas. Tal como hemos dicho en otra oportunidad,
la única evidencia de la presencia de los virus era justamente la
ausencia de otros microorganismos conocidos.
En 1915 el inglés F. W. Twort comunicó la “transformación vítrea” de colonias de Micrococcus describiéndola
como “mortal y altamente contagiosa” para las bacterias. En
1917 el Franco Canadiense Felix d´Herelle notó que la lisis
de sus cultivos bacterianos era producida por un agente filtrable, concibiendo la idea de que se trataba de “un microbio
que parasitaba las bacterias”. No tardó mucho en concluir que
se trataba de un virus capaz de infectar a las bacterias. Acuñó el termino “bacteriófago”, aunque durante mucho tiempo
se lo denominó el “Fenómeno de Twort- d´Herelle”.
Mientras tanto, las enfermedades de etiología desconocida seguían haciendo estragos. En 1853, la fiebre amarilla había matado a 11.000 personas en Nueva Orleáns, y el
brote reaparecía periódicamente, aparentemente introducida por los barcos que llegaban de las Antillas y en particular
de Cuba.
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Mario L. Vilaró
En el año 1900 el gobierno de los Estados Unidos
decide enviar a un médico llamado Walter Reed y a sus dos
ayudantes James Carrol y Jesé Lazear a Cuba para tratar de
determinar su causa.
Llegados a la Habana, se contactan con el médico cubano Arístides Agramonte, reputado como estudioso de ese
mal, y se dedican a revisar la teoría enunciada en 1881 por
otro médico cubano llamado Carlos Finlay, quien había formulado la hipótesis de que la enfermedad era transmitida
de un sujeto enfermo a otro sano por medio de la picadura
del mosquito.
El equipo de trabajo realizó ciertos ensayos experimentales que demostraron que la teoría de Finlay era correcta. Los métodos experimentales usados en soldados y
“voluntarios” sanos serían profundamente cuestionados
por los comités de ética de investigación actuales, pero por
esos años la ciencia solía ser cruel y casi todo se justificaba
para hacer avanzar el conocimiento. Dicho de otra forma, la
muerte y el sufrimiento de unos pocos, servían para aliviar
a muchos.
Las conclusiones de Reed fueron rápidamente confirmadas por el equipo de trabajo del francés E. Marchoux, investigador enviado por Instituto Pasteur a Río de Janeiro, y
sus efectos fueron inmediatos: El médico militar norteamericano W. C. Gorgas había logrado erradicar la epidemia de
la Habana simplemente eliminando los mosquitos.
El efecto económico del descubrimiento fue enorme:
se pudo reestablecer el comercio marítimo con los Estados
Unidos y se retomaron las obras de construcción del canal
de Panamá suspendidas por la mortandad que sufrían los
obreros. Finalmente el canal pudo ser abierto a la navegación en 1914 generando un gran impacto sobre la actividad
comercial .
Todo gracias a los mosquitos.
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Historias Microbiológicas
Aunque se había descubierto la vía de transmisión,
aún se desconocía la causa de la enfermedad, y nuevamente,
la falta de evidencia microbiológica puso sobre el tapete a
los tan poco conocidos “virus filtrables”.
Los bacteriólogos no veían con buenos ojos a los virus. No les era fácil explicar ciertos fenómenos sin un fundamento científico claro. Sin mucho más, comenzaron a desacreditar los trabajos de Reed y su equipo descreyendo la
existencia de los virus.
Hacia 1919 en Guayaquil, el bacteriólogo japonés
Hideyo Noguchi, quien trabajaba para la Fundación Rockefeller, confundiendo la fiebre amarilla con la leptospirosis
ictero hemorrágica, enuncia que la fiebre amarilla es producida por una leptospira que llamó Leptospira icteroides.
La noticia fue aceptada con entusiasmo por la comunidad científica internacional que terminó tildando el trabajo de Reed como poco serio. Todo ello llevó a un retroceso
en lo concerniente a la prevención, y las epidemias recrudecieron en los países afectados incluyendo el África con enormes mortandades sobre todo en Senegal y Nigeria. Nuevamente tuvo que morir mucha gente hasta que el error de
Noguchi fuera reconocido. Es probable que el muerto más
famoso haya sido el propio Noguchi quien se infectó en una
misión y murió al poco tiempo a causa de la fiebre amarilla.
Las conclusiones de Reed y de Marchoux fueron retomadas y asumidas como correctas.
En 1928 Max Theiler descubre que con las ratas de
laboratorio se podía elaborar gran cantidad de cepas atenuadas que podían ser usadas como base para una vacuna
que fue finalmente desarrollada por el Instituto Pasteur de
Dakar. El golpe de gracia fue dado en 1931 por Fred L.
Soper quien descubrió que la fiebre amarilla de la jungla
afectaba a los monos que eran picados por mosquitos, que a
su vez se contaminaron picando a humanos infectados. Esto
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Mario L. Vilaró
cerraba un ciclo que explicaba el mantenimiento del virus
en un nuevo huésped y la aparición periódica de brotes epidémicos.
Hoy en día la fiebre amarilla continúa siendo un importante problema de salud pública en los países tropicales
y está lejos de ser dominada.
No existen dudas sobre la etiología viral de la misma
aunque nuevamente la historia nos muestra sus marchas y
contramarchas por desavenencias entre humanos.
La historia de la virología se ha debatido entre paradigmas cambiantes cuya resolución es tan misteriosa y variable como el mismo objeto de estudio: los virus.
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-XIIKi denga pepo
En la evolución histórica de las enfermedades producidas por microorganismos nada deja de sorprendernos.
Muchas cosas que aparentan ser nuevas, suelen ser bastante
más antiguas de lo que nos parece. Eso nos muestra que frecuentemente solemos confundir nuestro desconocimiento
con el hecho de considerar algo como inexistente.
Por estos días todos hablamos de Dengue como algo,
hasta no hace mucho tiempo, desconocido por nosotros,
ergo, por carácter transitivo de un razonamiento simple,
inexistente.
Recientes palabras de una alta funcionaria pública diciendo que “…el dengue ha llegado para quedarse…” nos
advierten que nos vemos obligados a afrontar una nueva
realidad: la de convivir con una enfermedad hasta el momento aparentemente inexistente y, produciendo una inversión del razonamiento anterior, desconocida.
Si el Dengue ha llegado para quedarse, ¿desde dónde
llegó?
Hurgando en los laberintos del pasado una Enciclopedia China de la Dinastía Chin (265-420 d. C.), describe
enfermos con cuadros clínicos comparables a los producidos
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Mario L. Vilaró
por el Dengue. Sorprendentemente, y sin fundamentos ciertos que pudiesen comprobarlo, relacionaban a la enfermedad
en cuestión con insectos voladores asociados al agua. Es de
pensar que dicha aseveración obedeciese a un hecho surgido
de una observación meramente epidemiológica.
Parece que los chinos, entre la gran cantidad de invenciones que se les atribuye, ahora fueron los mentores del
Dengue. Todo un récord.
Al igual que los microorganismos, los chinos tampoco dejan de sorprendernos.
El término “dengue” se originó en América entre
1827 y 1828, a raíz de una epidemia en el Caribe que cursaba
con fiebre, artralgias y exantema. Los esclavos provenientes
de África llamaron a la enfermedad como dinga o dyenga,
homónimo del swahili “Ki denga pepo” que significa ataque
repentino (calambre o estremecimiento) provocado por un
“espíritu malo” (Bull. WHO, 58 (1)1-21, 1980) En la publicación antes citada su autor, S.B.Healsted, menciona que ha
sido una de las grandes enfermedades abandonadas de la
humanidad. No obstante ello, se remite a afirmar que no
ha sido una enfermedad “abandonada” sino, no descubierta.
Durante dos siglos, el dengue fue clasificada como gripe o
diarrea y como un incidente menor de la aclimatación al clima tropical.
En un detallado trabajo publicado por la Organización Panamericana de la Salud (A TIMELINE FOR DENGUE IN THE AMERICAS TO DECEMBER 31, 2000
AND NOTED FIRST OCCURENCES) sugiere que la primera sospecha sobre una epidemia de Dengue en América
se remonta a las islas de Martinica y Guadalupe hacia el
año 1600. De allí en más el documento describe el paulatino
avance de la enfermedad que comenzó a expandirse desde
los territorios más cálidos del caribe avanzando cada vez
más hacia el norte y el sur del continente.
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Historias Microbiológicas
Nuestro país aparece en el catálogo recién en 1916
cuando se reportan los primeros casos en las provincias del
norte; el Dengue tardó 300 años en solicitar su permiso de
radicación en la Argentina. La última epidemia se registra
en 1926 y luego parece ser que nadie se enfermó durante 72
años. Entre los puntos a favor figura que en 1965 se certifica
la erradicación del mosquito A. aegypti. De haber existido en
esa época el abrumador desarrollo de los medios de comunicación de hoy en día, no sería de extrañar que se hubiese
publicado algún anuncio que dijese algo como “Argentina
tierra libre de Dengue”. En ese momento la OPS hace un
llamamiento a los países infestados para redoblar los esfuerzos para reforzar las actividades “anti A. aegypti”.
No obstante ello, en la misma publicación, se comunica que en 1986 de produce la re-infestación con A. aegypti,
y en 1998 se reporta el primer caso clínico confirmado. Los
mosquitos iniciaban la reconquista buscando nuevos horizontes.
En otro documento de la OPS (PLAN CONTINENTAL DE AMPLIACION E INTENSIFICACION DEL
COMBATE AL Aedes aegypti, VENEZUELA, ABRIL
1997) se lee textualmente:“Las campañas de erradicación del
Ae. aegypti fueron muy exitosas en la década de los 50 y de los
60, a partir de la Resolución de la Organización Panamericana
de la Salud aprobada en 1947. Para 1972 se había logrado la
erradicación del vector en 21 países de la Región. Sin embargo
para la década de los 70, la falta de sostenimiento y en algunos
casos abandono de los programas trajo como resultado la reinfestación de los países perdiéndose el esfuerzo realizado en los
años anteriores”
La expansión de la enfermedad refiere brotes en todo
el mundo, encontrándose en lugares tan dispares como Asia,
África, y el sur de América del Norte. Ya en 1824 se define
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Mario L. Vilaró
al del Dengue como una pandemia. La Organización Mundial de la Salud la sindica como la principal causa de muerte
infantil en Tailandia (1977) y que aproximadamente 1500
millones de personas viven a zonas donde hay actividad del
Dengue.
Y aunque los términos no se encuentren etimológicamente emparentados, parece que la pandemia se transformó
en un pandemónium. En el Diccionario de la Real Academia
Española, Pandemónium en sentido figurativo, es un lugar
en que hay mucho ruido y confusión.
Por estos tiempos, en lo referente al Dengue, parece
que vivimos en un pandemónium de ruido y confusión en la
información, y hemos saltado del ocultamiento intencional
hasta un exceso de información que por momentos toma
ribetes extravagantes.
Una de las principales medidas para la prevención de
la reproducción del mosquito, es eliminar los recipientes con
agua de nuestras casas (cacharros). Afortunadamente, para
tranquilidad de conciencia de los Comunicadores Sociales,
a los que se suele acusar de inventar palabras, la palabra
“descacharrar” figura en el Diccionario como sinónimo de
“escacharrar”, que significa romper un cacharro. Podemos
ir tranquilos entonces, descacharrando nuestros patios, con
la tranquilidad de no haber atentado contra el idioma de
Cervantes.
En una breve revisión de lo sucedido en América, se
concluye que no se deben bajar los brazos en las medidas
de prevención y contención de las enfermedades infecciosas.
Algo por demás conocido, pero pocas veces llevado a cabo.
Curiosamente, la palabra cacharro, en su segunda
acepción del diccionario dice: Aparato viejo, deteriorado o que
funciona mal; ¿acaso los sistemas de salud de muchos Estados Latinoamericanos funcionan tan mal, están tan viejos o
deteriorados que han perdido su eficacia? Será entonces la
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Historias Microbiológicas
hora de comenzar a pensar en la descacharrización de esos
sistemas. Probablemente millones de personas lo están esperando.
Mirando hacia atrás y parafraseando a la funcionaria
pública que dijo que el Dengue llegó para quedarse, uno se
queda con la triste sensación de que nunca terminó de irse.
79 |
-XIIIBlanca y radiante va la Candida
El género Candida es a la micología lo que Escherichia
coli es a la bacteriología. Esta aserción, totalmente intuitiva
y carente del más mínimo fundamento científico, tiene, al
entender de quien escribe estas palabras, una vigencia permanente. Pocos gérmenes han sido tan estudiados y, por qué
no vapuleados, en sus respectivas disciplinas como Candida y Escherichia. Cientos de páginas se han escrito, miles
de hojas se han usado y otros tantos litros de tinta se han
derramado en honor de estos dos pequeños mártires de la
Microbiología. Son, sin duda, los microorganismos más
famosos de las bacterias y los hongos. Bien sabemos que
Escherichia coli ha sido usada como modelo en trabajos de
experimentación debido a su enorme adaptabilidad, velocidad de reproducción y facilidad de desarrollo en medios de
cultivo simples. Gracias a esta humilde bacteria se han logrado explicar muchos fenómenos de la Microbiología y de
la genética, logrando reproducir en pocas horas lo que en
otros modelos animales o vegetales habría demandado años.
Menos conocido aunque no menos importante es el caso de
Candida, género que ha recorrido un largo derrotero en la
historia de la micología.
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Mario L. Vilaró
Hipócrates (460 a 377 a.C.) relató la existencia de
placas blanquecinas en la boca de pacientes debilitados y en
recién nacidos, aunque no supo determinar su causa. Galeno
también la notó en niños enfermizos. En 1835, Véron en su
“Memoire sur le muguet” describió el primer paciente con candidiasis esofágica. En 1837, Parrot y Trousseau reconocieron la forma oral y, Langenbeck, en 1839, aisló un hongo en
un paciente con aftas, postulando que se trataba del agente
causal de la enfermedad. En su trabajo “Le vrai muguet des
enfants” (el verdadero muguet de los niños) presentado en la
Academie de Sciences de París, comunicó la primera candidiasis clasificando al microorganismo responsable como Sporotrichum, aunque más tarde reconoció que había cometido
un error y lo llamó Monilia candida, que es un hongo encontrado en vegetales en descomposición. En 1844, Bennett,
en Edimburgo, aisló el hongo conocido hoy como Candida
albicans en el esputo de un paciente tuberculoso. En 1846,
Berg, en Estocolmo, reconoció las enfermedades debilitantes como el principal factor que predisponía a la adquisición
de esta micosis. En 1849, Wilkinson describió su localización vaginal. Fue Robin quien en 1853 denominó al hongo
con el nombre de Oidium albicans indicando que era capaz de
producir enfermedad sistémica, y luego de varios hallazgos
relacionados a su fisiopatogénia, Grawitz, en 1877, descubrió el carácter dimórfico de esta levadura. En 1890, Zopf
reclasificó a la levadura asociándola nuevamente con el mismo hongo encontrado en los vegetales, pero lo denominó
de manera distinta: Monilia albicans. Con ello dio comienzo
una confusión terminológica en la que se mezclaron nombres científicos, hongos ambientales y sinónimos, haciendo
que cada uno llamase al agente etiológico, y a la enfermedad que producía, como mejor le venía en gana generando
una zaga de denominaciones diversas para la misma cosa.
Setenta años después de los estudios de Robin, Berkhout
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Historias Microbiológicas
agrupó todas las especies en el género Cándida finalizando
con los errores y la disputa sobre la nomenclatura. A pesar
de ello fue recién en 1954, en el VIII Congreso de Botánica,
que se aceptó oficialmente el género Candida. La pregunta
es obvia: ¿por qué razón los Botánicos opinaban sobre un
hongo que producía enfermedades en los seres humanos?
La respuesta la encontraremos en la historia misma de la
micología, pero será a la ocasión un desarrollo más extenso
en estas mismas páginas.
Candidiasis, moniliasis, muguet, algodoncillo, son
sólo algunos de los sinónimos con los que se conocían las
enfermedades producidas por nuestro hongo más célebre
que, de ser una persona, habría gastado parte de su vida en
psicoanálisis tratando de saber quién es y cómo se llama, ¡lo
que bien podríamos llamar una buena crisis de personalidad
micológica! En el año 1984 Kreger-Van Rij publica su libro The yeasts, a taxonomic study, un tratado de levaduras, en
donde recopila por lo menos 100 sinónimos para C. albicans,
¡todo un record para una simple levadura!
Nombres más, nombres menos, nos estamos olvidando de algo fundamental: ¿qué significa Candida?
En Latín el adjetivo candidus significa blanco, y el
nombre de la levadura hace mención al color de las colonias
en cultivo y al de las lesiones sobre las mucosas. Es oportuno hacer una aclaración sobre el uso de ese adjetivo y las
connotaciones con las que llega a los tiempos que vivimos
hoy.
En la antigua Roma la vestimenta por antonomasia
era la toga. Con esta túnica, usualmente de color blanco, los
romanos cubrían su cuerpo tanto en verano como en invierno. Estas prendas eran tejidas por las mujeres nobles de las
familias, siendo una tradición y un honor el realizar dicha
tarea. Cabe recalcar que las mujeres ocupaban un lugar destacado en la sociedad romana y, aunque no participasen de la
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Mario L. Vilaró
vida pública y política, eran consideradas las reinas del hogar, no realizando trabajos domésticos que eran desempeñados por esclavos sino llevando a cabo las labores destinadas
a la nobleza, tales como hilar lana y realizar tejidos con los
que se confeccionarían las togas familiares. La toga por excelencia era la de los varones –toga virilis- que era la que
identificaba a un romano noble que había dejado la niñez y
estaba en condiciones de servir a su patria y ejercer todos los
derechos de un ciudadano de su laya. Aquellos ciudadanos
que estaban acusados de algún delito capital, junto con sus
parientes y amigos, vestían, para inspirar compasión, una
toga vieja, sucia y raída, llamada toga sordida. La misma toga
era vestida por los habitantes en general cuando la ciudad
estaba bajo es peso de una desgracia o de un castigo. Para
las ocasiones de luto se portaba la toga pulla, de color negro.
Como se ve, la vestimenta era un símbolo y un reflejo del estado de ánimo de la persona o del pueblo mismo y denotaba
mucho más que el simple hecho de proteger el cuerpo de las
inclemencias del tiempo. En ese contexto aparece otro tipo
de toga que era usada en ocasiones muy particulares: la toga
candida (toga blanca). El habitual color blanco de la toga virilis era realzado al ser lustrada la prenda con tiza hasta lograr un blanco reluciente. ¿Quiénes usaban este tipo de toga
que intentaban demostrar una pureza de espíritu remarcable? Pues simplemente se trataba de los aspirantes a ocupar
cargos públicos los que exponían sus buenas intenciones al
usar la toga candida. Por esa causa eran popularmente llamados candidati, palabra que llega hasta nuestros días como
“candidatos”; valga la aclaración de que nos resulta difícil
imaginar de qué color deberían ser las togas de los actuales
candidatos a cargos públicos y preferimos dejar que el lector
haga sus propias conjeturas al respecto.
Pero volvamos a lo nuestro. Otra interesante derivación de la palabra candida surge en Microbiología con el
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Historias Microbiológicas
concepto de “Candidatus” propuesto en 1994 por Murray y
Schleifer para aquellos taxones que no pueden describirse por las reglas del Código de nomenclatura. Se trata de
aquellos procariotas que no pueden ser cultivados, o si lo
son, no se mantienen de manera estable y de los cuales se
conoce al menos parcialmente la secuencia genómica, la estructura, el metabolismo o su hábitat. Dentro de la taxonomía el término Candidatus corresponde a un status similar
al de una especie y no a un rango jerárquico, por lo tanto
su denominación no está regida por las normas del Código,
aunque sí existen reglas para escribirlo. Entonces se lo deberá citar entre comillas, precedido de la palabra Candidatus
– en caracteres itálicos y con la primera letra mayúscula- y
a continuación el nombre propuesto escrito en caracteres
romanos. Como ejemplo podemos citar a “Candidatus Helicobacter suis”. Este artificio de la nomenclatura ha nacido
como consecuencia del desarrollo de las técnicas de biología
molecular las que han puesto en evidencia la existencia de
gérmenes desconocidos o conocidos en parte.
Volviendo a nuestra levadura estrella, nos encontramos con otra curiosidad en su denominación. La especie
tipo es Candida albicans, y en este caso el epíteto albicans
-también derivado del Latín: albus, blanco- que aquí funciona como participio traduciéndose como “que emblanquece”
marcándonos una redundancia, ya que es literalmente el
“hongo blanco que emblanquece”.
Entre hongos, albicans, candidas y candidatos, este
texto se ha transformado en un juego de palabras que, por
momentos, parecen carecer de sentido o pueden sonar redundantes, como el germen mismo.
Finalizando, no nos quedaría otra cosa que aclarar
–o emblanquecer- el sentido haciendo algo elemental: poner
negro sobre blanco.
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-XIV“Eppur si muove” (Sin embargo, se mueve)
La famosa frase, dicha por Galileo Galilei al momento de verse obligado a abjurar su teoría heliocéntrica, simboliza la fuerza de la evidencia científica ante la imposición
de la fe. Muchos historiadores la cuestionan considerándola
apócrifa y producto de la imaginación la que fue la culpable
de incorporarla al folklore de la historia de la ciencia. Verdad o no, el simbolismo que esas palabras encierran es profundo, exponiendo la insubordinación del científico ante la
coacción de la iglesia para que negase lo que él mismo había
demostrado con evidencias objetivas.
Ahora bien, ¿qué es el movimiento?
Filosóficamente el movimiento es cualquier tipo de
modificación que pueda sufrir una sustancia. Para Aristóteles las sustancias estaban compuestas de potencia y acto, y
el paso de una instancia a otra era el movimiento. Al mismo
tiempo afirmó que el movimiento natural es aquel que le
corresponde a una sustancia en virtud de sus propiedades
naturales.
El asociar la vida con el movimiento se remonta a la
historia primitiva del hombre cuando observó y dedujo que
la falta de movimiento era sinónimo de muerte. La vida es
movimiento, ergo, lo que se mueve tiene vida.
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Mario L. Vilaró
Careciendo de los conocimientos para poder hacer
interpretaciones filosóficas sobre el origen de la vida y, menos aún, del movimiento de los seres vivos, declinamos la
tentación de navegar por tan espinosos temas; no obstante,
intentaremos hacer algunas consideraciones desde la escueta visión de un microbiólogo.
Como el movimiento se demuestra andando… ¡andemos!
Desde el momento en que se descubrió el mundo microscópico, pudo percibirse que esos seres, cuyo universo
podía circunscribirse a una simple gota de agua, se movían.
Van Leeuwenhoeck narró asombrado la forma cómo se desplazaban los “animáculos”, a pesar de su rudimentario microscopio, afirmó: “los he visto moviéndose con gran agilidad, porque tenían varios pies increíblemente sutiles… ¡Se
mueven, recorren grandes distancias en este mundo de una
gota de agua! ¡Qué seres más listos!...” Por los dibujos que
hizo Van Leeuwenhoeck se infiere que lo primero que pudo
observar no era otra cosa que algunos protozoarios, ya que
sus primeras descripciones se basan en muestras tomadas
de charcos formados por la lluvia. No obstante, podemos
llegar a pensar que la imaginación debe de hacer jugado un
rol no menor ante el asombrado observador.
Al tiempo de matizar sus comentarios con imaginación, pocos tan pintorescos como Louis Joblot, quien en 1775
descubre al microscopio un “animáculo” con figura humana
con patas y cola; y al comentar sus apreciaciones sobre las
bacterias del vinagre escribe “estas pequeñas serpientes tienen
una cola con un poderoso aguijón, esto explica que el gusto picante
del vinagre se deba a la sensación que producen las anguílulas al
picarnos la lengua e inyectarnos veneno con sus colas”
Aunque se movían, nadie podía explicarse cómo, más
allá de suponer la existencia de extraños apéndices locomotores. Pero sus movimientos eran la confirmación de que
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Historias Microbiológicas
se trataba de seres vivos, reafirmando lo enunciado en la
llamada “La teoría de la fuerza vital”: si se mueve, está tiene
vida.
Con esa premisa trabajaba en 1827 Robert Brown
cuando observaba al microscopio los granos de polen extraídos de la flor de Clarkia pulcella. Brown era un botánico
escocés que realizó numerosos viajes recolectando muestras
de vegetales para estudiarlos en su laboratorio. Entre sus
principales hallazgos se cuenta el ser el primero en describir
el núcleo de las células vegetales. Interesado en dilucidar
los mecanismos de fecundación vegetal, orientó sus estudios
hacia los granos de polen. Fue entonces cuando pudo ver
que, suspendidos en agua, los granos se movían. Su primera
conclusión fue que se trataba de turbulencias o corrientes
internas del líquido; pero prontamente la descartó al confirmar que las partículas se movían de forma aleatoria sin
responder, aparentemente, a principio físico alguno.
Sorprendido, sin encontrar la causa del movimiento,
concluyó que se debía a la fuerza vital, reavivando la teoría
elaborada años antes por Georges Louis de Leclerc, Conde de Buffon, que afirmó que los cuerpos orgánicos estaban
compuestos por partículas elementales dotadas de un espíritu que los impulsaba a moverse.
Es decir, que el alma, el soplo de la vida, era el movimiento.
No obstante, continuó sus observaciones y las dudas
lo asaltaron cuando al mirar granos de polen conservados
en alcohol durante once meses constató que también se movían. ¿Acaso permanecían aún con vida? –se preguntó. Con
gran objetividad y buen criterio científico, no se dejó arrastrar por hipótesis tan vagas y amplió sus observaciones a
materiales muertos (como trozos de madera petrificados) y
no orgánicos, verificando que si las partículas eran lo suficientemente pequeñas tenían movimientos similares a los
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Mario L. Vilaró
granos de polen.
La teoría de la fuerza vital se había topado con un
gran escollo. Al comunicar sus hallazgos Brown fue desestimado ya que sus afirmaciones eran contradictorias con las
creencias vigentes.
Brown murió, y la comunidad científica ignoró el movimiento browniano durante décadas. Los que lo observaban
lo consideraban una molestia, y la mayoría de los botánicos
y zoólogos persistían en la idea del movimiento vital.
El matemático alemán Ludwig Christian Wiener
retomó en 1863 los experimentos de Brown y afirmó que:
todo ese movimiento era explicable si el líquido en el que
se retorcían las partículas brownianas estaba compuesto de
furiosos átomos que las chocaban por todas partes. Parece
ser que había liberado a las partículas de ser responsables de
su propio movimiento y condenó a una horda de iracundos
y anárquicos átomos del líquido que descargaban su furia
sobre todo lo que flotaba sobre ellos. Lo notable es que el
movimiento persistía en todo tipo de partículas y líquidos,
y no pudo demostrar la causa del permanente enojo de los
átomos.
A pesar de ello algunos científicos continuaron intentando develar el misterio, aunque todas las hipótesis se
chocaban con la dificultad de carecer de aparatos que pudiesen demostrarlas objetivamente. Fue en 1905 cuando
Albert Einstein escribió el segundo artículo de su carrera:
Sobre el movimiento de partículas pequeñas suspendidas en un
líquido estacionario. En el mismo pudo predecir el movimiento Browniano gracias a un modelo matemático basado en
estadísticas que surgieron luego de analizar el movimiento
de las partículas. En el trabajo demuestra que el movimiento browniano se debe a la excitación térmica de las moléculas de agua, haciendo que cada pequeño movimiento de un
grano de polen sea el resultado de que muchas moléculas
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Historias Microbiológicas
de agua colisionen con él, al tiempo que propuso el cambio
de nominación de “movimiento Browniano” a “movimiento
aleatorio”. El gran sabio alemán había encontrado la solución dando un golpe a la ya gastada teoría de la fuerza vital,
y se atribuyó el éxito demostrando la contundencia de la
frase de René Dubos que reza: “En la ciencia, la reputación va
para el hombre que convence al mundo y no para aquél que tiene la
idea en primer término”.
El problema que surgió gracias a un microscopio
pasó de la Biología a la Filosofía y Teología, para ser explicado finalmente por la Física.
Es de imaginar a Robert Brown mirando al microscopio partículas inorgánicas y diciendo “no tienen vida… sin
embargo, se mueven”, del mismo modo que lo hizo Galileo enfrentando de manera objetiva a los defensores de las teorías
vigentes que, ante la falta de argumentos ciertos, optaron
por desacreditar sin fundamento a los que planteaban una
visión diferente.
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-XVSífilis… ¿estás ahí?
Pocas enfermedades han sido tan estudiadas, en cuanto a tratar de determinar sus orígenes, como la sífilis. Probablemente sea su particular forma de transmisión lo que ha
llevado a que muchos estudiosos tratasen de saber de dónde
proviene, intentando, quizá, quitarse de encima el escarnio
de vivir en la región en la que se originó tan vergonzoso
mal. Ello ha llevado a no pocas controversias que se debaten
entre la ciencia y la historia folclórica.
El término sífilis fue introducido por el médico italiano Girolamo Fracastoro (1478-1553). El nombre con que se
menciona a la enfermedad, está teñido por un toque personal de poesía. No es para menos, - por esa época los hombres
de ciencia eran polifacéticos y desarrollaban estudios en varias artes y ciencias simultáneamente. Además de ejercer la
práctica de la medicina, Fracastoro estudió Literatura, Matemática, Astronomía y Geografía, y matizaba su vida dando clases de Filosofía en la Universidad de Padua. Algunos
autores suelen mencionarlo como “el padre de la epidemiología científica”. En base a la observación de la naturaleza
y de las enfermedades, y con gran intuición, enunció que
algunas de ellas podían ser transmitidas de persona a persona “por medio de pequeños cuerpos capaces de reproducirse
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Mario L. Vilaró
de manera autónoma”; algo que Louis Pasteur probaría tres
siglos más tarde. La teoría del multifacético Fracastoro fue
publicada en su trabajo De contagione et contagiosis morbus et
curatione (1546).
Con un envidiable acervo cultural, describe la enfermedad en su obra más conocida, el poema Syphilis sive morbus gallicus (Sífilis o el mal francés). La palabra sífilis proviene del nombre “Syphilo”, pastor y protagonista del poema
que fue castigado por haber erigido altares prohibidos en la
montaña. Dicho castigo por llevar una vida inmoral y llena
de vicios representa una nueva, terrible y desconocida enfermedad, la sífilis. Pero, revisando la bibliografía, nos encontramos con que el origen del tristemente célebre Syphilo
entra en una vorágine de confusiones tan imbricadas como
el origen mismo de la enfermedad. Las interpretaciones sobre los pecados cometidos por Syphilo lo sitúan como un
pastor castigado a sufrir la enfermedad, por haber blasfemado al dios Sol, Apolo. Arrepentido, reza, suplica y convence
a la diosa Diana para que intercediera por él. Pero como no
todo en la vida es gratis se vio obligado a hacer un viaje a
ultratumba para buscar un remedio milagroso: el guayaco.
En su libro “La historia que no nos contaron”, el historiador
Argentino Pacho O´Donnel dice: Syphilo, indio americano,
libra una imposible batalla contra la enfermedad, y ruega a los
dioses que le traigan un bálsamo que lo cure. Estos hacen crecer
el “guayacán”, árbol milagroso cuya resina bebida en tisana le
devuelve la salud perdida. En tal caso, de ser Syphilo un indio
americano, existen pocas posibilidades de que pudiese haber
sido castigado por Apolo ya que América estaba fuera de la
zona de influencia del dios Griego.
El origen del nombre del pastor tiene raíces en el
griego: siph: cerdo y philus: amor, que podría ser interpre-
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Historias Microbiológicas
tado como pastor sin entrar en consideraciones de otro tipo.
Antes de ello la enfermedad fue citada de diferentes formas
de acuerdo a la región: el venéreo, pudendagra, mal gálico, mal francés, mal napolitano, enfermedad de las bubas en
España, púa de los indios, frenk pocken de los alemanes y los
ingleses, grande vérole en Francia.
Más allá de pastores, enfermedades francesas o napolitanas, la ciencia ha buscado evidencias acerca de los verdaderos orígenes del mal. La pregunta a responder era si la
sífilis provenía del nuevo mundo o fue consecuencia de alguna mutación de un germen existente en el viejo mundo. La
tercera hipótesis, menos creíble aún, sustenta que la sífilis
fue exportada desde el viejo continente hacia América.
Para ello fue necesario recurrir a la impronta ósea que
deja la dolencia. Estas marcas caracterizadas por una reacción del periostio, deformaciones tibiales y, ocasionalmente
destrucción del hueso, han permitido definir su origen y
seguir el rastro de la enfermedad en su diseminación.
El tipo óseo característico de la sífilis no está presente en restos de esqueletos de la época precolombina hallados en Europa. En cambio en América, algunas piezas con
lesiones características se encontraron de forma dispersa,
en especial en América del Norte. Lo curioso es que esos
restos fueron datados con una antigüedad aproximada de
8000 años.
De acuerdo a eso, y para tranquilidad de los europeos, los americanos no sólo somos los inventores del maíz
y de la papa. En un interesante trabajo de rastreo de la enfermedad se ha comprobado que aproximadamente el 14%
de los esqueletos de más de 800 años de antigüedad halla95 |
Mario L. Vilaró
dos en República Dominicana tenían lesiones tibiales óseas
características de sífilis. Se infiere que los marinos de Colón, cuando volvieron a su tierra natal, llevaron mucho más
que frutas exóticas, y los recuerdos de una gran aventura;
Transportaron la secuela de sus amores americanos que parece calaron hondo en sus corazones y… llegaron hasta los
huesos.
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-XVI¡Maldito tósigo!
En griego antiguo el verbo “teinein” significa tensar
o estirar. En idioma castellano existen numerosas palabras
derivadas. Quizás la más famosa sea “hipotenusa”, formada
por nuestro verbo más el prefijo “hipo”: debajo, que etimológicamente significaría “estirar por abajo”, haciendo referencia a la forma como los constructores de esa época formaban
un ángulo recto tensando una cuerda atada a tres estacas.
No es necesario ser geómetra para darse cuenta de que, en
un triángulo, la parte más “estirada” es la hipotenusa. Otra
palabra derivada, no menos famosa pero mucho más peligrosa, es “Tétanos”, cuyo origen se remite al aspecto que
toman los enfermos que padecen dicha infección al sufrir
rigidez del cuerpo debido a hipertonía muscular generalizada, producto de la acción de la toxina. Hipócrates fue el
primero en describir los síntomas de una enfermedad que
por entonces era considerada un acto de brujería.
La ciencia comenzó a tallar en el tema tratando de encontrar alguna explicación al mal. Se supuso que era causado
por algún veneno irritante sin explicar cuál era su origen.
En 1884 Carle y Rattone en la Universidad de Turín demostraron la etiología infecciosa de la dolencia. Induciendo tétanos en conejos cuando los inoculaba en el nervio
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Mario L. Vilaró
ciático con restos de una pústula humana de alguien que
había padecido tétanos, reprodujeron la enfermedad en los
animales, aunque no lograron poner de manifiesto cuál era
el agente infeccioso que la causaba. En 1885 Arthur Nicolaier provoca la enfermedad en ratones, cobayos y conejos
sugiere que la enfermedad es originada por un germen que
se multiplica en el lugar de la infección sin diseminarse por
el resto del cuerpo, e identifica un bacilo que no pudo aislar
en cultivo. Al mismo tiempo, al observar el cuadro clínico
de los afectados, especula que dicho microorganismo produce una toxina similar a la estricnina. En 1886 Rosenbach
bautiza al bacilo como “Bacillus tetani”, aunque muchos decidieron llamarlo familiarmente como el Bacilo de Nicolaier,
denominación aún usada por algunos médicos ya entrados
en años.
Fue necesario aislar la toxina producida por el bacilo para poder aclarar su fisiopatogenia y comprobar lo
supuesto por Nicolaier. El responsable fue Knud Faber en
1890, tomando los experimentos de Kitasato, que el año anterior había logrado recuperar la bacteria en cultivo puro,
quien logró filtrar la toxina y reproducir la enfermedad sobre un animal con solo inyectarle el filtrado. Por fin se había
aislado el veneno. Ello abrió la puerta para la creación de
la antitoxina que vendría a curar los males y a tranquilizar
los atribulados espíritus de quienes suelen ver un enemigo
mortal en el simple hecho de clavarse una espina mientras
corta el césped de su jardín.
A pesar de los avances en el conocimiento las características de la infección por Clostridium tetani hacen que sea
temida en el imaginario popular. Ante el menor accidente
doméstico solemos preguntarnos “… ¿tengo puesta la antitetánica?” El cuadro clínico de un enfermo de tétanos con
sus tórpidas y, por qué no, espectaculares manifestaciones,
ha sido objeto en el pasado de los más variados tipos de in-
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Historias Microbiológicas
terpretaciones, las más de las veces, coloreadas por la creencia de intervenciones mágicas o posesiones demoníacas. No
es para menos, basta con leer en cualquier libro de Semiología los signos de una infección tetánica en estado avanzado, como para que hasta al más temerario se le pongan
los pelos de punta. ¿Qué podía llegar a pensar un humilde
pastor, hace cuatrocientos años, al ver a un colega aullando
y retorciéndose de dolor con movimientos espasmódicos y
descontrolados si no que el diablo lo había poseído?
En base a lo antedicho nos remitimos a un curioso y
controvertido caso que ocurrió por nuestras latitudes. ¿Acaso sólo los europeos se iban a llevar la gloria de estar infectados con tétanos?
¡Quién iba a decirlo, los microbios santiagueños eran
más bravos de lo que parecían! Eso es probablemente lo que
exclamó el Historiador, Etnólogo y Antropólogo Domingo
Bravo analizando la punta de una flecha usada años antes
por un aborigen “Tonocoté”, tribu que habitaba por el 1500
el territorio que hoy llamamos Santiago del Estero. Con ello
basta remitirse a la publicación: “¿De qué murió Diego de
Rojas?”, presentada en las Primeras Jornadas de Historia de
Santiago del Estero de 1980. En ella se cuestiona la veracidad de la historia oficial acerca de la muerte del conquistador español Diego Rojas.
Los historiadores consideran que la expedición de
Diego Rojas, llevada a cabo entre 1543 y 1546, fue la primera
en entrar por vía terrestre al territorio argentino con fines
de conquista, ya que las anteriores, realizadas por Francisco
Cesar y posteriormente Diego de Almagro, fueron sólo exploratorias. La historia de la expedición de Rojas tuerce su
rumbo al caer los españoles en una emboscada que le tendieron los Tonocotés en la llamada encrucijada de Maquijata.
Allí, Diego de Rojas es herido por una flecha envenenada,
tal como relataron los cronistas de la época. Pero el coman99 |
Mario L. Vilaró
dante no murió de inmediato. Todo lo contrario, agonizó
varios días y las manifestaciones finales fueron atroces. Se
creía que los indios “untaban sus flechas con yerbas ponzoñosas” para volverlas venenosas. “… el desgraciado Capitán
se mordía las manos, se daba de cabezadas en el suelo y se
revolcaba con gran rabia y furor”, relataron los testigos. El
cruento padecimiento dio lugar a una interna entre los mismos expedicionarios en la que no faltó la intervención de una
mujer que integraba el grupo: Doña Catalina de Enciso, compañera de Felipe Gutierrez, segundo jefe de la expedición.
La tropa sospechó que la mujer había embrujado a Diego de
Rojas con el objeto de que muriese y su compañero tomase el
mando del grupo. Una vez más el pensamiento supersticioso
de la España medieval primó sobre la lógica.”Quiere matar
al Capitán para hacerlo jefe a su marido” eran las murmuraciones que corrían entre la tropa. Dicha sospecha se fundó en
un hecho claro: el comandante no había muerto de inmediato,
como se lo esperaría en alguien que hubiese sido envenenado
por una flecha, sino que su agonía fue terrible y, a los ojos
de sus compañeros de aventura, digna más de un enajenado
o embrujado que de un envenenado. La historia de reyes y
emperadores está repleta de asesinatos por envenenamientos
los que, en la mayoría de los casos, provocaban la muerte de
manera casi instantánea.
Ante semejantes dudas y sospechas, Rojas transitaba
un tortuoso y sufriente camino hacia la muerte. ¿Qué tipo
de veneno usaban los indios en sus flechas? ¿Existiría algún
antídoto?
Esos cuestionamientos fueron los que llevaron a los
españoles a realizar lo que podría considerarse el primer estudio clínico con voluntarios sanos del nuevo continente. El
cronista Pedro Gutiérrez de Santa Clara expresa en castellano antiguo: “Para saber los nuestros si avía alguna contrayerba para remediar, hirieron a un yndio natural de los que estaban
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Historias Microbiológicas
presos, con una flecha que hallaron sana, con la cual le pasaron
entreambos muslos de parte a parte. El yndio, viéndose herido se
fue al campo donde vido que estaba fresco, riberas de un río y buscó allí junto dos maneras de yerbas, las quales majó prestamente
entre dos piedras lisas que allí en el campo tomó. El zumo de unas
yerbas bevió y el zumo de las otras se puso en las heridas, sacándose primero el pedernal que tenía en el muslo abriéndose más la
herida con un cuchillo que le dieron, y con la dieta que tuvo sano
prestamente como si no lo hubieran herido”. Este pintoresco relato muestra la crueldad de los españoles que no dudaron en
herir a un aborigen, a riesgo de que muriese, en un intento
de obtener una cura para su malogrado jefe. Pero la muerte
les jugó una mala pasada y no pudieron aplicarle el remedio
a tiempo. Diego de Rojas murió, para ellos, envenenado por
una flecha.
De acuerdo a lo publicado, médicos que hicieron una
valoración clínica retrospectiva de los signos y síntomas
que experimentó Rojas en su trágica agonía, llegaron a la
conclusión de que aquellos no se correspondían con los de
ningún tipo de envenenamiento conocido, pero sí eran compatibles con los de la infección tetánica. Los antropólogos
reforzaron la teoría al demostrar que algunas tribus hacían
sus puntas de flecha no sólo con piedras, sino que también
empleaban trozos de hueso, en especial de aves que, siendo huecos y luego de haberlos afilado hasta hacer que sus
extremos fuesen muy delgados, transformaban en perfectas agujas hipodérmicas. Una de las ventajas de este tipo de
puntas era que al clavarse se quebraban quedando su extremo en el interior de los músculos de la víctima. Esto se comprueba, entre otras cosas, al observar la actitud del indio
que no dudó en abrir aun más, y presurosamente, su herida
con un cuchillo para extraer completamente el extremo de
la flecha con que había sido atacado. También se demostró
que no las envenenaban, en el sentido estricto de la palabra,
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sino que las solían enterrar en las barrosas aguas de los pantanos y en estiércol seco de los animales, logrando que se
llenase con un contenido altamente contaminado.
Aunque los Toconotés no eran capaces de fabricar venenos, bien conocían los efectos curativos de ciertas plantas,
como queda en evidencia por la reacción del indio herido.
En resumen, bien podríamos estar en presencia de
tres hechos significativos en la historia de la medicina de la
Argentina: el primer caso documentado de infección tetánica, los comienzos de la investigación clínica en humanos
y el preludio de los tratamientos con antibióticos de una
enfermedad infecciosa.
Viéndolo con buenos ojos, no es poca cosa para unos
simples salvajes, tal como eran considerados por los españoles.
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-XVII¡Marcianos al ataque!
El cine y la televisión nos han condicionado a creer
que seres extraterrestres tarde o temprano van a invadir
nuestro planeta. Cientos de observaciones relatan experiencias de todo tipo, algunas irrisorias, sobre avistamiento de
lo que parecen ser naves alienígenas o extrañas luces que
viajan a velocidades insólitas por el firmamento, dejando a
su paso una estela de dudas en el imaginario popular. Cuando esos hechos son desmentidos con explicaciones lógicas,
ya sea por fenómenos meteorológicos o artefactos creados
por el hombre, nos vemos tentados de descreer lo que nos
dicen. Siempre es más seductor pensar en algo fantasioso
que corroborar que la realidad es mucho más concreta que
lo que pretendemos creer. Entre enanos verdes con antenas
en lugar de orejas, monstruos horrorosos que vienen a devorarnos o extraños seres que gracias a sus desmesurados
cerebros se comunican con telepatía, los microorganismos
han quedado relegados a un lugar inexistente. ¿Acaso es posible que un ser microscópico llegue desde el espacio exterior? Y el cuestionamiento inverso: ¿podrá nuestro planeta
“exportar” sus microorganismos nativos hacia el resto del
universo?
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Mario L. Vilaró
La Exobiología, o Astrobiología, es la ciencia que
se ocupa de estudiar la posibilidad de la existencia de vida
fuera de nuestro planeta. Cuando comenzó la carrera por
la conquista del espacio, expresión que no hace otra cosa
que revelar el soberbio sentido antropocéntrico del hombre,
que bien podría haberla llamado “la invasión del espacio”,
la necesidad de conocer e investigar la existencia de otras
formas de vida diferentes a las que conocemos en la tierra
llevó necesariamente a que a los Físicos, Matemáticos y Astrónomos, requiriesen del auxilio de Biólogos para poder
ahondar en el tema. La duda obligada era: siendo que la diversidad biológica de nuestro mundo es enorme y ante la
evidencia de que los seres vivos complejos evolucionaron
de otros más simples, ¿podría haber microorganismos en el
espacio? Dicho de otra forma, si se descubriese la presencia
de seres microscópicos extraterrestres estaríamos, tal vez,
montados en una máquina del tiempo que nos permitiese
ver los orígenes de nuestra propia vida.
La pregunta que nos plantea cuestionamientos sobre la esencia misma de la creación ha inquietado a muchos
científicos. Siendo la conquista del espacio un fenómeno relativamente reciente, es difícil buscar en la historia referencias puntuales al hecho. Más allá de algunas tímidas especulaciones carentes de fundamento, el misterio de saber si
realmente estamos solos en el universo no ha incluido a los
microorganismos.
Enfocando el tema desde el punto de vista microbiológico, bien valdría la pena preguntarse si los microbios
pueden sobrevivir en el espacio como para hacer un viaje a
horcajadas de en algún meteorito u otro fenómeno estelar.
Por lo que parece nuestros planetas vecinos representan un medio bastante poco hospitalario para el desarrollo de la vida microbiana, lo que descartaría, en primera
instancia, la existencia de un viaje cósmico con extraterres-
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Historias Microbiológicas
tres microscópicos que pudiesen llegar hasta nuestro viejo
mundo provenientes del entorno más próximo.
Pero el hombre está dispuesto a averiguarlo.
En el año 2006, el trasbordador espacial “Atlantis”
partió con una carga muy especial, hasta el momento desusada en las misiones científicas espaciales. El experimento
“microbe” en su misión STS-115, realizado bajo el auspicio
de la Arizona State University, decidió transportar al espacio cepas de tres microorganismos comunes: Salmonella
typhimurium, Pseudomonas aeruginosa, y Candida albicans, con
el objeto de estudiar su comportamiento ante la falta de gravedad. “El viaje espacial ofrece un potencial muy importante para
el desarrollo de nuevas terapias, vacunas, y métodos de diagnóstico, además de ayudar a prevenir y controlar enfermedades infecciosas”, comentó la doctora Cheryl A. Nickerson, Investigadora Principal del experimento y especialista del Biodesign
Institute de esa universidad, al justificar el ensayo.
Aunque estos no fueron los primeros microbios que
viajaron por el espacio. En el artículo “Polizones microscópicos en la EEI”, divulgado en la página oficial de la NASA,
se hace puntual referencia a que a pesar de las medidas de
seguridad implementadas (filtrado del aire, tratamiento especial del agua y alimentos, etc.) es imposible que no hubiese microorganismos en la Estación Espacial Internacional
puesta en órbita en el espacio en el año 2000. “Los microbios
fueron los primeros habitantes de la Estación Espacial” dijo Monsi Román, microbióloga jefa del proyecto Sistemas de Control Ambiental y Mantención de Vida del Centro Marshall
de Vuelos Espaciales de NASA; “Cuando la Estación subió, los
microbios fueron con ella y serán también los últimos tripulantes
cuando la abandonemos” concluyó. Aunque si somos estrictos
en poner un punto de partida hacia la colonización espacial
microbiana, podemos afirmar que, desde el momento que el
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Mario L. Vilaró
hombre envió su primera nave fuera de nuestra atmósfera,
los microbios viajaron como polizones.
En una reunión informativa realizada por la NASA,
a comienzos de 2009 se concluyó que la presencia de metano, descubierto en la superficie de Marte, podía deberse a
la existencia de microorganismos. Ese gas, terráqueo si los
hay, fue detectado en el mismo lugar en el que se encontró
vapor de agua. De acuerdo al informe, el metano, que bien
podría ser producto de erupciones volcánicas, parece ser un
gas “joven” en el planeta rojo, sobre cuya superficie, desde
hace millones de años no se registra actividad de este tipo.
¿Quién lo produjo? Ante la carencia de otra explicación se
supone que es el producto metabólico de bacterias que viven
en aguas subterráneas (¿o sub-marcianas?)
¿Podrían los gérmenes sobrevivir en un planeta sometido a intensas radiaciones solares? Para demostrar esto
se han hecho experimentos sometiendo a bacterias y hongos a radiaciones similares a las que tendrían que soportar
si viviesen en Marte. De ese modo, la Astrobióloga Gerda
Horneck del Centro Aeroespacial Alemán, afirma que si protegemos a los microorganismos de la radiación ultravioleta
con polvo (¡ya vaya que hay polvo en Marte!) pueden sobrevivir bastante bien en el espacio. “Esto supone que pequeños
meteoritos de un centímetro podrían viajar en el espacio por lo menos dos semanas y los organismos en su interior sobrevivirían sin
inconvenientes”. En la misión Long Duration Exposure Facility
(LEDF), realizada por la NASA, bacterias permanecieron
en el espacio, debidamente protegidas contra las radiaciones
durante seis años y a su regreso a la tierra fueron cultivadas sin problemas y no manifestaron mutaciones genéticas
significativas.
¿De qué forma podrían llegar microbios desde el espacio? De acuerdo a lo estudiado el polvillo de Marte está
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Historias Microbiológicas
compuesto por finas partículas de pueden medir hasta 1 micra de diámetro, lo que hace que sea prácticamente imposible eliminarla de los aparatos o eventuales trajes espaciales
dado el caso que astronautas llegasen a pisar suelo marciano. Bien podrían venir algunos microbios escondidos en las
grandes cantidades de polvo de alguna nave de regreso a la
tierra. Pero eso parece algo de ciencia ficción. La respuesta
parece estar más en la naturaleza que en el ser humano, ya
que según parece, si hay algo que abunda en el universo
es polvo. No son pocas las toneladas de cósmico polvo que
caen anualmente sobre la superficie de nuestro planeta, aunque sería muy presuntuoso afirmar que todas las partículas
provienen de Marte, podemos inferir que, dada su cercanía,
debe de ser uno de nuestros principales proveedores de mugre espacial.
Estas investigaciones, con muchas especulaciones
aún en vías de resolverse, han reflotado y actualizado el
viejo concepto de “panspermia”, cuya versión moderna sugiere que la vida puede ser transportada de un planeta a
otro oculta en meteoritos, constituyéndose esos trozos de
rocas en vehículos de diseminación universal de los seres
vivientes.
La afirmación, que parece ser innovadora y sorprendente, ya fue enunciada por Heráclito de Efeso quien, 500
años antes de Cristo, dijo:
“el alma divina del universo se dispersa por todos lados en
múltiples fragmentos portadores de vida”
Como vemos, nada nuevo bajo el sol… ¿o bajo el polvo de Marte?
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-XVIIIAl lado del alimento
A pesar de lo que nos parece nuestro planeta es bastante joven. Claro está que el término “bastante” reviste una
serie de interpretaciones relativas dignas de ser estudiadas
por los seguidores de Einstein. Para no confundirnos buscamos su significado correcto. El diccionario nos dice que
“bastante”, como adverbio, quiere decir: ni mucho ni poco,
no más ni menos que lo regular, sin sobra ni falta; aunque
en su tercera acepción nos aclara la cosa indicando que también significa no poco, y pone como ejemplo la frase “ese
hombre es bastante rico”, o, “esa mujer es bastante bella”.
Nos topamos entonces con que lo que pretendíamos decir
no basta para explicarlo, y realmente nos rectificamos ya
que si no “basta” es que no es “bastante” claro, llevándonos
a la primera acepción de la misma palabra en donde “bastante” es el participio activo de “bastar”. Intentando no extraviarnos en un laberinto semántico y ante el temor de irnos
por las ramas, consideramos la opción de modificar nuestra
frase cambiándola por “a pesar de lo que nos parece nuestro
planeta, no es tan antiguo”.
Asunto terminado. Sigamos adelante. En un planeta
tan joven, que el hombre haya aparecido como tal –Homo
sapiens- hace 150.000 años es una nadería. La vida se originó
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Mario L. Vilaró
–vaya uno a saber cómo, si gracias al producto del azar en
una controvertida sopa primigenia o bien debido a la intervención de un, también controvertido, supremo creador
padre de todas las cosas- hace mucho más tiempo, algo así
como 3.850 millones de años - años más años menos- de
acuerdo a diversos autores especialistas en el tema. Eso convierte al ser humano en uno de los seres vivientes que lleva
menos tiempo caminando por el mundo. Ni hablar si lo comparamos con el resto del universo en el que el hombre – que
se ha dado en llamar presuntuosamente el rey de la creación
– es poco menos que un punto insignificante perdido en la
historia. ¡Si el hombre es el rey de la creación bien podemos
afirmar que rige una monarquía que está en pañales!.
Hemos comentado ya que las bacterias y el hombre
han transitado juntos un mismo camino y ambos, a su manera, evolucionaron y lo siguen haciendo, aunque a ritmos
diferentes. Pero otros compañeros que han viajado a lo largo
del tiempo junto a nosotros o, por qué no decirlo, a caballo
de nosotros, son los parásitos.
Se estima que durante su corta historia sobre el planeta el hombre ha dado asilo, alimento y cobijo a más de 300
especies de helmintos y gusanos y más de 70 especies de protozoarios, transformándose en un excelente medio de supervivencia, transporte y diseminación para esos individuos, algunos microscópicos y otros no tanto, que han decidido ser
nuestros compañeros de ruta en esta vida. Sin ser tan ubicuos
como las bacterias, bien podemos afirmar que donde hay seres humanos, hay parásitos. No es para menos ya que en su
etimología –de raíz griega- parásito significa “al lado del alimento”. El diccionario de la Real Academia explica que parásito es un organismo animal o vegetal que vive a costa de otro
de distinta especie, alimentándose de él y depauperándolo sin
llegar a matarlo (antes de continuar, amigo lector, es menester comunicarle que la palabra “depauperar” significa debilitar; y que si esta es la primera oportunidad que la escucha,
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Historias Microbiológicas
sólo me queda agregar que ya somos dos). Aunque la definición del diccionario es bastante explícita, los microbiólogos
bien sabemos que si bien a los fines académicos de la lengua
puede ser suficiente, desde el punto de vista científico con esa
enunciación no basta. Las relaciones entre los seres vivos – y
de los parásitos en particular- son mucho más complejas e
intrincadas como para reducirlas a esa simple aseveración.
Los egipcios, aproximadamente unos 1500 años antes de Cristo, en el Papiro de Ebers, describen un gusano
que tiene las características de Taenia saginata, sugiriendo
al mismo tiempo un tratamiento para eliminarlo. Aristóteles esbozó la primera clasificación de los gusanos intestinales que se conoce. De manera rudimentaria los clasificó
en: anchos, aplanados, cilíndricos y filiformes. Estos conocimientos fueron tomados por Plinio el viejo y por Galeno,
quienes sugirieron que eran los causantes de enfermedades.
Hipócrates menciona su existencia en su trabajo llamado
Corpus Hipocratorum, y podemos hallar numerosas citas de
enfermedades, cuya descripción coincide claramente con infecciones parasitarias, en escritos médicos romanos, chinos,
árabes e indios de diferentes épocas. Algunos historiadores
han encontrado en varios pasajes de la Biblia referencias a
enfermedades que pueden ser causadas por helmintos.
Jehan De Brie en 1379 vio un parásito en el hígado
de un ovino y relacionó su presencia con el consumo de una
hierba llamada “Daule”, de donde derivó el nombre de duela
del hígado, siendo este el primer reporte sobre la existencia
de los trematodos. Lineo describió y catalogó a seis gusanos
parásitos del hombre: Ascaris lumbricoides, Ascaris vermicularis (Enterobius vermicularis), Gordius medinensis (Dracunculus
medinensis), Fasciola hepatica, Taenia solium, y Taenia lata (
Diphyllobothrium latum).
El hecho de que muchos sean organismos macroscópicos ayudó a que estuviesen presentes de manera más
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Mario L. Vilaró
que evidente en la vida cotidiana y, siendo su visualización
simple, fomentó la creencia de que su aparición se debía a
fuerzas vitales misteriosas, cuando no mágicas. Fue en larvas y gusanos que los generacionistas se ampararon a la
hora de fundamentar su teoría y sustentarla durante mucho
tiempo y las creencias, más o menos fantasiosas, llegan hasta nuestros días. ¿Quién no ha conocido alguien que manifiesta poseer el poder de curar los gusanos en un niño con
el simple hecho de santiguarlo? Claro que a la hora de curar
vemos que los avances de la ciencia y tecnología modernas
no parecen ser ninguna novedad. Encontramos el caso del
reconocido pintor alemán Alberto Durero, quien estando de
viaje por los Países Bajos hacia 1520, contrajo paludismo.
Preocupado por su enfermedad, y al no encontrar remedio a
sus males en los médicos locales, escribió una carta a su médico personal. Con el objeto de ser más ilustrativo, y como
buen artista que era, dibujó un autorretrato a fin de facilitarle el diagnóstico. Con el dedo señala la región del bazo y
escribe las siguientes palabras:
“Ahí donde está la mancha amarilla, señalada con el dedo, ahí me
duele”
Sin dudas un precursor de la “telemedicina”.
En el Ospedale di Santo Spirito de Roma se pueden
observar unos frescos que representan la introducción de la
quinina para el tratamiento del paludismo. Esta droga tiene
en sí misma una particular historia.
Extraída de la cáscara del árbol llamado quino, era
usada por los aborígenes del Perú para el tratamiento del
paludismo y otras fiebres. Hasta ese momento sólo se trataba de la cascarilla molida de la corteza del árbol. Por ello
también fue conocida como “cascarillas del Perú”. Su uso fue
ampliamente resistido en Europa. El eminente médico británico Thomas Sydenham (1624-1689), llamado el “Hipócrates inglés”, se mostró primero escéptico respecto al uso de
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Historias Microbiológicas
la corteza de quino contra el paludismo. Su actitud obedecía probablemente a prejuicios puritanos, ya que la quinina
fue traída del Perú por los jesuitas, de ahí que se la llamase
también “polvo de los jesuitas”. Reconociendo su error recomendó posteriormente su uso y publicó dicho tratamiento
en su libro “Methodus curandi febres” (1666). Aunque muchos
médicos se negaban a reconocer los efectos de la quinina
menospreciando la sabiduría de los nativos americanos. Fue
necesario que la esposa del Virrey de Perú, la Condesa de
Chinchón, adquiriese la enfermedad para que, desesperados
por la falta de respuesta de los tratamientos convencionales,
alguien sugiriese, como último recurso, que la mujer fuese
medicada con infusiones hechas con la cáscara del quino,
tal cual como hacían los indios. La dama salvó su vida y el
remedio se popularizó entre los españoles con el nombre
de “cascarilla de la condesa”. Fue tal el éxito de la preparación que llevó a que los botánicos bautizasen al quino con
el nombre científico de “Chinchona pubescens” en honor a la
condesa de Chinchón. Todas estas medidas se tomaron sin
conocer con certeza qué causaba la enfermedad. El nombre
paludismo deriva del Latín palus: pantano, por extensión la
enfermedad de los pantanos, en una clara referencia a que
la gente que vivía cerca de esos lugares se enfermaba con
mayor frecuencia. Fue el francés Charles Louis Alphonse
Laveran quien observó, en 1880, unos protozoarios dentro
de los eritrocitos de personas afectadas por la enfermedad.
Finalmente fueron los científicos italianos Ettore Marchiafava y Angelo Celli los que propusieron el nombre de Plasmodium para el parásito, basándose en los estudios del alemán Cienkowski quien en 1863 acuñó el término usando
las palabras griegas “plasma” y “aspecto” para designar lo
que él interpretó como una suerte de plasma constituido por
una fusión de varios protozoos.
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Mario L. Vilaró
Si mencionamos hallazgos raros las momias del antiguo Egipto no podían quedar fuera.
El bacteriólogo Marc Armand Ruffer, halló, hacia el
año 1910 en los riñones de momias egipcias de más de dos
mil años, los huevos calcificados de los helmintos causantes
de la esquistosomiasis constituyéndose en el iniciador de la
Paleoparasitología, que permitió poner en evidencia la presencia de parásitos en restos humanos de gran antigüedad.
En el papiro de Ebers se puede ver imágenes de hombres
que descargaban grandes cantidades de orina con sangre
por el pene, demostrando la importante presencia de la esquistosomiasis renal en esa época, aunque otros investigadores interpretaron que simplemente representaban semen
y no orina. El estudio de heces fosilizadas o disecadas o de
artefactos arqueológicos ha sido demostrativo de la fuerte
presencia de las parasitosis en las culturas antiguas. Ello ha
servido para que médicos y arqueólogos se dedicasen a estudiar las causas de muerte de muchos restos humanos con el
objeto de rastrear la historia de ciertas patologías.
La historia de la Parasitología es larga y está repleta de
sorprendentes anécdotas, pero hay algo que no se puede negar, más allá de la presencia de vectores en la transmisión de
los parásitos, independientemente a las variaciones ambientales que ha introducido con el cambio climático, los parásitos han usado siempre al hombre como mecanismo de diseminación global. Desde las grandes migraciones producidas
por las glaciaciones, en donde los grupos humanos recorrían
enormes distancias buscando climas más benignos, hasta los
viajes intercontinentales en aviones que vuelan a velocidades
cercanas a la del sonido, los parásitos no han hecho otra cosa
que acompañar al hombre a todos lados cumpliendo con el
destino que les asegura la supervivencia: estar al lado de su
alimento, para ellos, con eso les basta… y sobra.
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-XIX¡No me peguen, soy taxónomo!
La paradoja, de acuerdo al diccionario, es una idea
extraña u opuesta a la común opinión y al sentir de las personas. En su segunda acepción es definida como una afirmación inverosímil o absurda, que se presenta con apariencias
de verdadera. En ciencia, el término es ampliamente usado,
sobre todo en Física y Matemática, aunque su extensión supera con creces el alcance de la definición de la Real Academia Española. Los científicos usan la paradoja para justificar
lo injustificable. Probablemente el ejemplo más conocido y
más clarificador de ese concepto sea el de la llamada “paradoja de Einstein”. En ella el gran sabio se basa en el supuesto que si algún científico inventase una máquina del tiempo y pudiese viajar al pasado, bien podría matar a su padre
antes de que conociese a su madre y de que él mismo fuera
engendrado. De ese modo, el viajero temporal no nacería
nunca y tampoco podría crear la máquina del tiempo que lo
transportó al lugar en dónde cometió el crimen. Afortunadamente la máquina del tiempo no ha sido aún fabricada, si
no existiría un crimen sin resolver por toda la eternidad.
Otra paradoja no tan conocida, por lo menos para
quienes no somos estudiosos de Lógica o Filosofía, es la llamada “Paradoja de Epiménides” enunciada por el filósofo
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Mario L. Vilaró
griego Eubúlides de Mileto (384-322 a. C.) también llamada
“la paradoja del mentiroso”. En una versión reducida de la
misma, se cuenta la historia de un cretense llamado Epiménides, quien afirmó que: “todos los cretenses son mentirosos”. Esta afirmación, de buenas a primera bastante contundente, desde el punto de vista lógico es falsa entendiendo
que, si todos los cretenses son mentirosos y Epiménides es
cretense, Epiménides es mentiroso, lo cual quita fortaleza a
la aserción, ya que al estar, inevitablemente, diciendo una
mentira, su afirmación se transformaría, inmediatamente,
en falsa.
Ahora que podemos comprender mejor el significado
de una paradoja, vayamos a lo nuestro: la Microbiología.
En las ciencias de la naturaleza, y en Microbiología
en particular, las paradojas abundan de tal manera que ponen
nerviosos a muchos intelectos. La tan mentada diversidad
biológica y capacidad de adaptación de los microorganismos
es algo que se nos presenta a diario en el trabajo de laboratorio y, no en pocas oportunidades, hace que abramos los
ojos sorprendidos ante la falta de explicación de tal o cuál
fenómeno que manifiesta un organismo en especial. Siendo
honestos, cuántas veces decimos “si no fuera por esta prueba
bioquímica esto sería una Escherichia coli, pero …”, y ese pero
resulta en una serie de mecanismos mentales con los que buscamos explicar ciertas cosas que, paradójicamente, parecen
inexplicables o contradictorias. Luego de hurgar y rebuscar
en todo cuanto tengamos a mano, o dentro de nuestra cabeza, no tenemos más remedio que asumir el hecho de que
nos enfrentarnos con algo que no podemos entender. Ante la
falta de respuestas solemos hacer una “encogida de hombros
intelectual” y terminamos identificando al microorganismo
en cuestión como Escherichia coli en un intento de zanjar el
problema, con la certeza de que desde nuestro punto de vista
lo es, aunque todo no concuerde de manera absoluta.
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Historias Microbiológicas
Es muy común, también, que hablemos de los efectos
paradojales de los microorganismos, que no es otra cosa que
una elegante manera de expresar que no tenemos una definición clara de lo que pasa, haciendo que nuestra ignorancia se disfrace de sapiencia. Cuanto más ahondamos en los
conocimientos íntimos de los microbios, más explicaciones
encontramos a esas paradojas cotidianas, pero parece que
los microorganismos siempre se las arreglan para complicarnos la vida inventando nuevas incógnitas.
Un efecto paradojal en Microbiología podría definirse simplemente como una consecuencia inesperada ante un
hecho determinado. Sabemos pues que, cuando se trabaja
con gérmenes, las consecuencias inesperadas suelen ser bastante frecuentes, haciendo que cada vez nos sorprendamos
menos ante su aparición. Dicho de otra forma: como cada
vez nos sorprendemos menos por una consecuencia inesperada, íntimamente nos pasamos esperando lo inesperado, lo
que ya por sí mismo es un absurdo, ergo, una paradoja; la
paradoja del Microbiólogo.
Es probable que el término opuesto a paradoja sea el
paradigma. El diccionario nos dice que el paradigma es el
ejemplo de algo, y el ejemplo es un hecho, texto o cláusula
que se cita para comprobar, ilustrar o autorizar un aserto,
doctrina u opinión. En Biología se usa el concepto de especie tipológica, una entidad que se diferencia de otras especies por sus características constantes. Cuando se trabaja en
Bacteriología se cita la especie tipo, o mejor dicho la especie
tipológica, como el ejemplo de una determinada bacteria.
Esa especie es la que reúne los caracteres constantes más
representativos del germen convirtiéndose en el ejemplo a
considerar, el paradigma.
Lo interesante es plantearse cuándo una paradoja se
transforma en un paradigma, algo semánticamente imposi-
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Mario L. Vilaró
ble, pero científicamente probable. En la historia de la Microbiología existen numerosas paradojas que, al avanzar el
estado de los conocimientos, terminaron transformándose
en paradigmas. Quizá un ejemplo de ello sean los cambios
que ha sufrido la nomenclatura de ciertas bacterias. En cada
actualización vemos la forma en que las categorías taxonómicas van cambiando, y no es de sorprenderse al constatar
cómo una especie se transforma en género o un género es
destituido a la condición de especie. Esta dinámica de la clasificación, ha hecho que de tanto en tanto los microbiólogos
nos veamos obligados a revisar la forma en la que llamamos a los mismos microorganismos de siempre, generando,
en no pocos casos, confusiones en quienes tienen que leer
el informe de los resultados de un laboratorio. Una mirada rápida nos da la impresión que los microbiólogos nunca
están conformes con lo que tienen y disfrutan modificando
las clasificaciones de los microorganismos, al forjar constantemente innovaciones que apuntan al perfeccionamiento
del propio sistema de ordenamiento que ellos mismos han
concebido. Surge a la sazón una raza de microbiólogos que
se han especializado en complicarnos la vida al resto: los
taxónomos.
Ya hemos comentado en estas páginas algunas de las
reglas de nomenclatura, curiosidades y demás acotaciones
al respecto de esa rara costumbre que tiene el ser humano
de organizar e identificar las cosas.
La taxonomía es la ciencia que clasifica a lo seres vivos en niveles jerárquicos y es, posiblemente, la ciencia más
antigua de todas las ciencias, debido a que nació con el hombre. Aún y cuando seguramente es la más necesaria, paradójicamente es la menos considerada (¡otra paradoja más!).
Desde que el hombre desarrolló el lenguaje - para algunos
investigadores, sería un fenómeno relativamente reciente,
surgido hace tan sólo 30.000 años; para otros, la capacidad
simbólica se retrotrae hasta 2 millones de años- necesitó
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Historias Microbiológicas
identificar las cosas con una palabra. Gabriel García Márquez, en su libro “Cien años de soledad”, nos un ejemplo
claro de cómo debe haber sido la cosa:
“El mundo era tan reciente que muchas cosas
carecían de nombre, y para mencionarlas
había que señalarlas con el dedo”
Luego de nombrarlas tuvo que identificarlas y distinguir cuáles eran buenas y cuáles no, sobre todo si se trataba
de alimentos. De modo que bien podemos considerar que el
primer taxonomista de la historia de la humanidad puede
haber sido algún cavernícola que señalaba las cosas emitiendo diferentes tipos de gruñidos, y hacía docencia entre sus
congéneres, dotado de las virtudes pedagógicas que sólo un
buen garrote puede tener, cuando indicaba qué cosas se podían comer y cuáles no.
Fueron los griegos quienes comenzaron a ocuparse
del tema de manera un poco más prolija, ya que además de
pensar en matemática, filosofía, política, derecho, geometría, teatro, danza, y poesía, tenían disponibilidad horaria
para ponerse a acomodar la naturaleza. Entre esos sabios,
que bien podríamos denominar “científicos todo terreno”,
Aristóteles es el más relevante ya que aprovechaba sus ratos libres despuntando el vicio de clasificar los seres vivos,
usando algo más que garrotes y gruñidos.
El primero que trató de establecer una clasificación fue
Joseph Pitton de Tournefort (1656-1708) mediante la introducción de un sistema clasificatorio natural basado en la «realidad objetiva de las especies, los géneros y las clases».
Al mismo tiempo, John Ray redactó una obra monumental, Historia plantarum generalis (1686-1704), en la que
intentó distribuir de una manera racional las plantas y definir con precisión la noción de especie a través del estable119 |
Mario L. Vilaró
cimiento de sus relaciones con una comunidad de origen.
Sin dudas el comienzo de una concepción ecológica en el
ordenamiento de la naturaleza.
El padre de la Taxonomía fue, incuestionablemente,
Lineo. El naturalista sueco nacido en 1707 fue el primero en
dedicarse a clasificar de manera metódica a los seres vivientes. Sus observaciones y comentarios fueron recopiladas en
el libro “Systema Naturae”, el primer catálogo de la sistemática en la Ciencias Naturales. Lineo, Carolus Linnaeus, fue
también el creador del sistema de nomenclatura binomial
en Latín, que llega hasta nuestros días sin grandes modificaciones. Lineo dijo:
Nomina si nescis, perit et cognitio rerum
(Si ignoras el nombre de las cosas, desaparece también lo que sabes de ellas)
La frase, con un profundo contenido, parece haber
marcado el destino de su vida que fue, ni más ni menos, ponerle nombre a la cosas. Claro está que una faceta poco conocida de Lineo se puede resumir como “haz lo que yo digo,
pero no lo que yo hago”. El gran nominador, el hombre que
consagró su existencia a llamar las cosas por su nombre,
Carlos Lineo, no se llamaba así. Su nombre de nacimiento
era Carl Nilsson – que en sueco significa “el hijo de Nil”, ya
que su padre se llamaba Nils Ingemarson-, pero siguiendo
con los usos y costumbres de la época, se cambió varias veces
el nombre llegando a usar nueve denominaciones distintas.
Finalmente adoptó el apellido Linnaeus (una latinización de
su nombre) y también transformó al Latín su nombre de pila
en Carolus, apelativo con el que firmó la mayoría de sus trabajos. Pero no terminaría sus días llamándose de ese modo.
En 1747 se convierte en médico de la casa real de Suecia y,
en 1762, consigue un título nobiliario, pasando a llamarse
| 120
Historias Microbiológicas
Carl Von Lineé. Nos atrevemos a afirmar que, entendiendo
que la taxonomía es una ciencia dinámica y sujeta a cambios
constantes, la primera víctima de la disciplina que creó, fue
él mismo. Una paradoja más de la ciencia: ¡el naturalista que
quiso unificar la forma de nombrar a los seres vivos, cambió
de nombre más de diez veces en su vida! Todo un record.
Lineo también fue el responsable de dividir la naturaleza en Reinos, constituyendo una categoría jerárquica
máxima en el esquema de organización biológico. Los tres
grandes grupos –reino animal, reino vegetal y reino mineral- reinaron, valga la redundancia, sin complicaciones durante varios años ya que el criterio usado para la división
parecía más que obvio. Luego, con el avance de los conocimientos, las cosas se complicaron y la diversidad animal y
vegetal era tan grande, que comenzaron a aparecer numerosas excepciones –paradojas- transformando lo existente en
insuficiente. No obstante ello, con la mayor comprensión de
la fisiología y anatomía de los distintos organismos, fue necesario ir creando nuevos reinos y numerosas subdivisiones,
iniciando una serie de cambios que no se detuvieron nunca.
Habían nacido los taxónomos que pusieron su empeño y pasión en profundizar en el ordenamiento general, aunque respetando el mismo esquema básico propuesto por Lineo. Los
microorganismos en general y las bacterias en particular
padecieron de lleno estos avatares taxonómicos generando,
incluso, disputas y controversias entre los mismos investigadores. Es notable estudiar los cambios taxonómicos que
sufrieron algunos gérmenes desde su descubrimiento y los
debates que esas reformas produjeron en quienes es ocupaban de ello. A pesar de pequeños cambios sutiles, las grandes estructuras de la clasificación microbiológica estaban
sentadas, y en base a ella, y al trabajo de muchos científicos,
las cosas estaban, a grandes rasgos, tranquilas.
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Mario L. Vilaró
Con el paulatino mejoramiento de los métodos de investigación, dejó de clasificarse a los microbios por su aspecto y su metabolismo y se avanzó en el conocimiento más
profundo de sus características constitutivas, terminando
por penetrar en los secretos de lo que algunos científicos
han dado a llamar “las moléculas de la vida”, los ácidos nucléicos. Aparecen en escena, para complicar aún más las cosas entre los simples microbiólogos comunes, los taxónomos moleculares. Los mismos, provistos de una gigantesca
lupa rastrean minuciosamente las homologías y diferencias
del ADN y ARN llegando, en algunos casos, a desacomodar lo que parecía estar acomodado en la clasificación. Los
estudios de secuenciación de los ácidos nucléicos se transformaron en una gran caja de Pandora, ya que dotados de
esa herramienta tecnológica poderosa, los taxónomos se
frotaron las manos y, satisfechos, replantearon su tarea escudriñando en los más recónditos arcanos de las moléculas
de la vida. Encontraron pues homologías donde antes no
las había, y diferencias que ignorábamos entre las asociaciones de los distintos microorganismos, llegando incluso a
menospreciar su distribución en la naturaleza. En su osadía
ordenadora han logrado identificar bacterias de las que no
sólo ignorábamos su existencia, sino que ni siquiera han podido ser recuperadas de acuerdo a los métodos tradicionales
y en los cuales, en el fondo de nuestro corazón, confiamos
plenamente: los cultivos.
Es por eso que su trabajo no es considerado por
muchos. Porque cada vez que todo parece estar ordenado
vienen ellos, los taxónomos, y lo cambian. Porque en cada
oportunidad que hemos logrado incorporar a nuestros mecanismos intelectuales un nuevo taxón, las más de las veces
con nombre exótico e impronunciable, recibimos la infausta
noticias de que ha cambiado nuevamente y fue reemplazado
por otro. A veces constatamos que el mismo había sido mo-
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Historias Microbiológicas
dificado con anterioridad descartándolo como tal. Porque
pretenden convencernos de la presencia de bacterias que no
podemos ver y cuya existencia se transforma en un dogma
del cual los taxónomos son, sin dudas, los sacerdotes supremos del culto genético de la identificación microbiana.
Haciendo una comparación burda, bien podemos pensar que los taxónomos son a la Microbiología lo que los árbitros al fútbol: suelen ser criticados y atacados por ambos
bandos. Todo el mundo objeta las decisiones que toman y la
forma como aplican las reglas que ellos inventan y administran. Pero, en última instancia son necesarios para que todo
siga ordenado y funcionando. Porque su trabajo, tan ingrato
como apasionante, consiste esencialmente en transformar
paradojas en paradigmas, para que el resto de los microbiólogos podamos sentirnos un poco más tranquilos a la hora
de justificar aquellos fenómenos microbianos difíciles de explicar sin tener necesidad de ampararnos bajo el amplio y
noble refugio de la paradoja microbiológica.
Finalmente… ¿qué sería de la Microbiología sin
ellos? Posiblemente viviríamos más tranquilos sin el peso
de sus severas miradas sobre nuestras espaldas cada vez que
identificamos una bacteria, aunque, seguramente, nos veríamos inmersos en una serie de confusiones y contradicciones
que harían prácticamente imposible que nos pusiéramos de
acuerdo. Sentiríamos que Lineo tenía razón al decir que si
ignoramos el nombre de las cosas, desaparece también lo
que sabemos de ellas, y, tarde o temprano, aceptaríamos que
los taxonomistas son necesarios para hacer una tarea ingrata pero importante. Al fin y al cabo no hay orden si no hubo
desorden previo, aunque la famosa frase que dice “el orden es
el placer de la razón y el desorden es el delirio de la imaginación”,
termine siendo, ni más ni menos, una paradoja más.
123 |
-XXDioses en miniatura
(Curso básico de Teología barata)
Ubicuo es aquello que está presente al mismo tiempo
y en todas partes. Dícese principalmente de Dios. Esa definición, tal cual figura en el diccionario de Real Academia
Española, nos brinda un concepto con un fuerte significado
metafísico. ¿Cómo se puede estar al mismo tiempo y en todas partes si no se es Dios? O, reformulando la pregunta,
¿quién si no Dios puede estar al mismo tiempo en todas
partes?
Este tipo de cuestionamientos escapa a la mayoría de
los intelectos de los simples mortales, y de quien escribe
esto también, aceptándolos sin demasiadas complicaciones.
Tampoco es cuestión de ser suspicaces con el divino creador
de todas las cosas –no vaya a ser que se enoje y descargue
su ira contra nosotros-. Pero el problema, aparentemente
resuelto, se comienza a complicar cuando, por simple curiosidad, incapacidad de comprender la magnitud de la enunciación o llana ignorancia; recurrimos a los sinónimos. Los
sinónimos de ubicuo son: presente, difundido, propagado,
generalizado, extendido y universal. Entonces, la pequeña llama de la duda ilumina nuestra mente de manera inquietante. ¿Acaso las bacterias no están presentes en todas
125 |
Mario L. Vilaró
partes, se han difundido por infinidad de nichos ecológicos,
se han propagado hasta los lugares más insospechados de
este planeta, han generalizado su capacidad de adaptación,
han extendido sus formas de vida de manera sorprendente
y constituyen un reservorio genético universal?
Sin pretender destronar a Dios de su innegable condición de ubicuo, bien podríamos pensar que las bacterias
también lo son. Aunque tampoco es cuestión de rasgarse
las vestiduras y asumir de manera heroica que nuestro razonamiento acerca de la ubicuidad de las bacterias es original. Nada tan lejano de la realidad. Quizás el primero en
pensarlo haya sido el holandés Van Leeuwenhoek, quien sin
lograr salir de su pasmo al realizar las primeras observaciones microscópicas de todo aquello que se le cruzase a su
paso exclamó:
“he tenido en casa varias señoras interesadas en ver las pequeñas
anguílulas del vinagre, pero a algunas de ellas les gustó tan poco
el espectáculo que prometieron no volver a utilizar vinagre. Sin
embargo, ¿qué pasaría si se le dijera a esa gente que en la capa
que recubre sus dientes hay más animales vivos que personas en
todo un reino?...”
Concluyendo luego:
“existen ciertas formas perfectamente redondas, algunas
irregulares y otras formadas por tres o cuatro glóbulos pegados
entre sí”
A partir de ese momento Van Leeuwenhoek dedicó
parte de su vida a efectuar observaciones de un mundo tan
pequeño como desconocido. El fruto de su trabajo fue más de
150 comunicaciones en las que describía lo que había visto
al analizar diferentes tipos de sustancias de la naturaleza.
| 126
Historias Microbiológicas
A partir de ese hecho surgió una idea que se impuso rápidamente: la del “pleomorfismo microbiano” el cual
sostenía que los microorganismos adoptaban formas y funciones cambiantes dependiendo de las condiciones ambientales. Esa teoría en la que, básicamente, los microbios eran
una entidad única, sólo que cambiaban su forma de acuerdo a la ocasión, fue rebatida por Pasteur y Koch, quienes
demostraron su variabilidad al realizar los primeros cultivos bacterianos en medios de cultivo sólidos. Mientras más
sustancias cultivaban, más microorganismos encontraban, y
anonadados reconocieron que aunque distintos, se los podía
encontrar en todas partes.
El término “ubicuo” relacionado a las bacterias ha
sido ampliamente usado en la literatura científica y no somos para nada originales al citarlo. Lo que sucede es que
esta simple palabra explica la esencia misma de las bacterias. Alguien, probablemente más imprudente, se arriesgará
a decir que las bacterias son como Dios porque están en
todas partes. Estaríamos entrando pues en un terreno bastante cenagoso en el que se fusionan la razón, la filosofía,
la fe y las creencias de cada persona llevando la discusión a
lugares insospechados y, por qué no, conflictivos.
Claro está, si hay seres ubicuos en la naturaleza, ésos
son las bacterias. En una entrega anterior hemos citado la
recuperación de bacterias en la humedad de condensación
de la estación espacial Mir y la fuerte sospecha de los científicos de la NASA, quienes sugieren que en Marte existen
gérmenes. ¿Qué más ubicuo que eso? Lo cierto es que se
han recuperado microorganismos en todos los ambientes
del planeta, desde las aguas termales, hasta la antártida, sumergidas en las profundidades abisales o flotando en el aire,
en los lugares más inhóspitos, bajo condiciones ambientales
extremas, y en los escasos y pequeños edenes que aún conserva nuestro planeta.
127 |
Mario L. Vilaró
Los microbiólogos lo sabemos con holgura, y aunque hemos intentado explicar con diferentes experiencias y
observaciones la increíble versatilidad de la adaptación bacteriana a los ambientes más disímiles, nuestra capacidad de
asombro no tiene límites a la hora de anoticiarnos de nuevos
descubrimientos y hallazgos acerca de la inagotable variabilidad de las bacterias.
Es probable que algún teólogo, de los tantos que pululan por los bares de cualquier ciudad, rebata nuestra teoría acerca de la ubicuidad de las bacterias con un argumento
sencillo: las bacterias son muchas y de diferentes tipos, en
cambio Dios es uno solo. En ese caso nos veríamos obligados a redefinir nuestra palabra y quitarle a las bacterias el
título de ubicuas, que se han ganado de manera merecida,
por lo menos desde nuestro punto de vista. Lógicamente, en
una línea purista de pensamiento y de semántica, nos quedaríamos sin demasiados argumentos para seguir defendiendo
nuestra hipótesis de los gérmenes universales. Como a la
hora de discutir los microbiólogos somos bastante tozudos,
seguramente buscaremos datos y bibliografía que intente
contradecir a ese filósofo de pacotilla que tira por tierra,
con argumentos tan poco comprobables como la fe, todas
nuestras especulaciones.
Buceando en la bibliografía científica nos encontramos con Jeanne Store Poindexter quien en su publicación
The Caulobacters: Ubiquitous Unusual Bacteria (Microbiological Reviews, Mar. 1981, p. 123-179) nos dice que el género
bacteriano Caulobacter ha despertado gran interés científico
por haber sido encontrado en prácticamente todos los ambientes acuáticos y terrestres de la biosfera, describiendo a
continuación los detalles fisiológicos que permiten la proeza biológica de estar en todos los lugares al mismo tiempo.
Orondos, y sabiéndonos triunfadores, buscaremos con denuedo al Teólogo en cuestión con el solo objeto de enros-
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Historias Microbiológicas
trarle que la ciencia ha demostrado que las bacterias son
finalmente ubicuas.
A pesar de nuestro triunfo –pobre triunfo pasajerosabemos que en el recorrido histórico de la Microbiología,
muchos sabios se formularon la misma pregunta acerca de
la dispersión universal de los gérmenes.
¿Cómo hicieron los gérmenes para ocupar prácticamente todos los hábitat de nuestro mundo?
Ya hemos citado en un capítulo anterior la teoría de
la panspermia universal enunciada por Heráclito de Efeso.
En ella se postula que la esencia de la vida se halla dispersa
por todo el universo en “pequeños fragmentos portadores
de vida”. Aunque el término panspermia (del griego παν[pan, todo] y σπερμα [sperma, semilla]) fue acuñado por
el biólogo alemán Hermann Ritcher en 1865, se valió de los
pensamientos de Heráclito y Anaxágoras para cristalizarlo.
Por ese entonces las corrientes de pensamiento imperantes
en el mundo científico eran dos: la de la generación espontánea y la de la panspermia universal, ambas referidas al
origen de la vida. Dos años antes Pasteur había presentado su “Mémoire sur les corpuscules organisés qui existent dans
l’atmosphère. Examen de la doctrine des générations spontanées”
(Memoria sobre los corpúsculos organizados que existen en
la atmósfera. Examen de la doctrina de la generación espontánea), culminando su exposición con la contundente frase:
“he buscado durante años la generación espontánea y mi
conclusión es que dicha doctrina no es más que una quimera”
No obstante ello, habiendo caído la generación espontánea, la panspermia universal continuó vigente reforzada por el
químico sueco Svante August Arrhenius, quien en 1908 usó la
palabra panspermia para explicar que el comienzo de la vida en
la tierra podría haberse originado en el espacio exterior. Real129 |
Mario L. Vilaró
mente un visionario, ya que en esa época que el hombre pudiese
viajar al espacio para comprobarlo era sólo un sueño. Lo esperable era que, al igual que la generación espontánea, la Panspermia universal cayese en el olvido como tantas otras teorías
que fueron perdiendo vigencia con el paso del tiempo. Pero en
este caso sucede lo contrario. La teoría permaneció vigente y
fue reflotada con el advenimiento de los viajes espaciales que
reavivaron la curiosidad del ser humano el cual, ávido de conocimientos, creyó encontrar en el exterior las explicaciones que
faltaban sobre el origen de la vida. Los “neopanspermianos”
generaron una corriente de pensamiento que, más allá de todo
tipo de cuestionamientos, tiene no pocos adeptos en el mundo
científico y que no sólo mantiene su vigencia, sino cobra fuerza
con cada día que pasa.
Con ese arsenal de ciencia e historia encontramos
nuevamente a nuestro teólogo de cabecera, acodado en el
mostrador de un bar apurando alguna bebida espirituosa
que lo ilumine para hallar el camino a la sabiduría, y le lanzamos los conocimientos en un íntimo pero profundo desafío
a que nos rebata. Comprobamos entonces que los teólogos
son huesos duros de roer, ya que luego de escucharnos con
atención, con la mirada perdida y luego de mesarse suavemente la barba, que todos los teólogos dignos de ser deben
portar, nos refutara con la simple frase:
“tienes razón… pero Dios es eterno”
Mascullando la derrota, ante la secreta convicción de
que las bacterias, con su sistema de división binaria en el cual
no existen padres ni hijos, nunca mueren, nos damos por vencidos porque contra la fe no se puede luchar; aunque con el
firme convencimiento de que si las bacterias no son dioses en
miniatura, se le parecen bastante… ¡Criaturitas de Dios!
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-XXIPasteurizando la historia
Resumen de la Conferencia de cierre del XI Congreso Argentino
de Microbiología titulada: La historia de la Microbiología a la
sombra de Louis Pasteur
Todos los pueblos del mundo tienen y han tenido héroes en su historia. Es algo que no se puede negar. El diccionario nos dice que un héroe es un “Varón ilustre y famoso
por sus hazañas o virtudes”. Sus sinónimos principales son:
atrevido, glorioso, valiente, insigne y osado. Articulando los
sinónimos podemos deducir que un héroe es alguien que se
atreve a hacer algo que el resto de las personas no hace, que
tiene la valentía para afrontar los inconvenientes que ello
le puede acarrear, y que goza de la gloria de haberlo hecho
transformándose en una persona insigne para la sociedad.
Vemos entonces que esa ampliación de la definición nos lleva a lo que podríamos decir que es la idea general que tiene
el común de la gente sobre el tema. Sería exiguo pensar que
los héroes son solamente aquellos personajes que cumplen
con ciertos cánones cinematográficos o más bien espectaculares, ya que estamos al tanto que el mundo está colmado
de pequeños héroes domésticos cuyos actos efímeros pasan
inadvertidos y están dotados de una gloria pasajera. Pero si
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Mario L. Vilaró
hay algo que tampoco se puede obviar es que el ser humano
necesita tener siempre héroes a mano. Para muchos da lo
mismo que el osado personaje corra detrás de una pelota de
fútbol o se haya arrojado valientemente con su avión sobre
un barco enemigo defendiendo su patria, lo importante no es
tanto el hecho en sí mismo, como el éxito que obtuvo. Para
otros el heroísmo pasa por otro lado y su reconocimiento se
funda en la actitud de la persona y no en sus resultados.
Evitando ingresar en aseveraciones de índole psicológica o sociológica, podemos afirmar que muchas personas solemos canalizar algunas de nuestras insatisfacciones
personales en la imagen de nuestro héroe elegido, al que,
curiosamente, estamos dispuestos a perdonar o justificar algún que otro desacierto en su comportamiento particular,
minimizándolo a tal punto, que termina por caer en el olvido. “Finalmente son humanos”, nos decimos dejando de
lado otro tipo de cuestionamientos. Pero esos “olvidos intencionales” nos hacen correr un riesgo no menor al “edulcorar” demasiado la historia, ya que del simple hecho de ser
condescendientes a endiosar al ilustre en cuestión hay un
tramo muy corto que suele transitarse sin que nos demos
cuenta. Es allí donde nuestro reconocimiento se transforma
en devoción y, frecuentemente, en fanatismo, haciéndonos
perder la objetividad.
En esta paleta de colores encontramos una amplia
gama de matices que van desde el Instituto Sanmartiniano,
que se ocupa de difundir la figura ejemplar del General Don
José de San Martín, hasta la “Iglesia Maradoniana” que raya
con el ridículo. La realidad nos demuestra que en cuestiones
de héroes hay para todos los gustos.
Muchos historiadores se dedican a hacer profundos
estudios sobre el contexto histórico en el que vivieron algunas personalidades, pretendiendo no sólo describir los
hechos sino analizarlos e interpretarlos desde el punto de
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Historias Microbiológicas
vista del involucrado. Surgen entonces una serie de publicaciones, análisis, novelas históricas o comentarios que procuran mostrar la otra cara de la historia, o la historia que
pocas veces se devela. En ella se intenta desmitificar ciertas
creencias que terminaron por considerarse verdades aunque
sin mucho sustento documental. Claro está que algunas veces estos mismos trabajos distan bastante de ser objetivos
y se tiñen de razonamientos personales del autor y, en el
peor de los casos, se transforman en un catálogo de chismes
sobre la forma de conducirse de cada figura, que en lugar de
enriquecerla para poder apreciarla en toda su magnitud, la
desvalorizan con apreciaciones no totalmente libres de mala
intención. Si bien es cierto que los autores de este tipo de
trabajos realizan concienzudas investigaciones tratando de
penetrar en los secretos más recónditos del temperamento
de cada figura relevante que estudian, procurando quitarles
el lustre exagerado y mostrar su lado más humano, al lector
común siempre le queda la duda de no saber cuánto logró
su objetivo, escapando al facilismo de tomar a pie juntillas
todo lo que lee. Sería más o menos como tener una visión
crítica de todos los que se dedican a hacer una visión crítica
de la historia.
Como los microbiólogos no somos la excepción, hemos forjado nuestros propios héroes, que constituyen hitos
de importancia en el desarrollo de nuestra ciencia. Dando
un breve repaso a los personajes que formaron parte de la
evolución histórica de la Microbiología, sin dudas el icono
indiscutible es Louis Pasteur.
Mucho se ha escrito sobre él, en especial relacionado
a dos hechos que constituyen jalones incuestionables en su
vida: la lucha contra la generación espontánea y el descubrimiento del tratamiento de la rabia. Estos dos sucesos fueron
acontecimientos que revolucionaron el saber y representa133 |
Mario L. Vilaró
ron cambios en la mentalidad científica que se transformaron, sin duda, en quiebres históricos del conocimiento marcando un nuevo rumbo.
Sobre la cruzada que emprendió en contra de los “generacionistas” algunos autores sugieren que la teoría de la
formación de vida de manera espontánea, fue en gran medida apoyada por la situación política que vivía la nación
francesa en esa instancia.
Francia se debatía entre los conservadores monárquicos, defensores de la iglesia y de la educación religiosa,
y los que proclamaban la república laica con libre elección
de sus autoridades y ejercicio de una incipiente democracia
representativa. La mejor forma de apoyar los ideales de los
liberales fue sustentar la generación espontánea, el materialismo y el existencialismo, negando la existencia de Dios y,
por consecuencia, el carácter divino del monarca.
Carlos Luis Napoleón Bonaparte era sobrino del primer Napoleón – el más famoso- y quizá hijo natural suyo.
Francia vivía entonces su segunda república en la que Napoleón III accede a la presidencia luego de ser electo con
amplia mayoría de votos y probablemente avalado por la
fama de su tío. Cuando asume el gobierno no se encuentra
cómodo con el funcionamiento de las instituciones, promueve un golpe de estado y termina eliminando la república y
reinstaurando de manera dictatorial el Imperio hereditario;
se auto corona emperador y logra abolir la república laica
y representativa –cualquier semejanza con la actualidad no
es pura coincidencia, y representa, quizás, el sueño de todo
gobernante que desea eternizarse en el poder.
Recordemos que Pasteur descubrió los microorganismos casi por casualidad. Habiendo sido llamado por Napoleón III para estudiar la por entonces llamada “enfermedad del vino”, suponiendo que se trataba de un problema
químico, acude de inmediato al llamado del Emperador y se
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Historias Microbiológicas
embarca en el desafío de establecer sus causas, con su entusiasmo natural por la investigación, pero enormemente halagado por ser convocado por una autoridad afín a sus convicciones políticas y su profunda lealtad al bonapartismo. El
gran sabio francés provenía de una familia conservadora y
profundamente religiosa, y su pensamiento se oponía a los
paradigmas enunciados por la revolución francesa.
Al descubrir que los procesos fermentativos se encuentran vinculados a la existencia de microorganismos,
publica sus “Estudios sobre el vino” y escribe:
“Cuando vemos al vino y a la cerveza sufrir profundas
alteraciones porque estos líquidos han dado asilo a organismos
microscópicos, que se han introducido de una manera invisible
y fortuita en su interior, y en donde han pululado rápidamente,
¿cómo no obsesionarse con la idea de que esos hechos pueden
presentarse alguna vez en el hombre o en los animales?”
Bien podríamos considerar el párrafo anterior como
el acta fundacional de la Microbiología Clínica ya que, sin
disponer de evidencia alguna, Pasteur intuyó que los agentes causales de muchas enfermedades, hasta el momento
inexplicadas, eran los microorganismos. Al mismo tiempo,
recuperando viejos escritos de Lazzaro Spallanzani y las experiencias de Francesco Redi, se obstinó en demostrar que
la generación espontánea era, a su decir, una quimera.
Los liberales se opusieron férreamente a Pasteur y
sus ideas conservadoras y los debates sobre el tema, en la
Academia de Ciencias de París, fueron desbordados en más
de una ocasión por las pasiones de sus interlocutores que
trasladaron el contenido de una discusión científica al ámbito de los ideales políticos.
El 7 de abril de 1864 Pasteur dicta en la Sorbona una
conferencia titulada:
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Mario L. Vilaró
“Memoria sobre los corpúsculos organizados que
existen en la atmósfera. Examen de la doctrina de la generación espontánea”. Allí demuestra experimentalmente que
sus suposiciones, acerca de la falta de coherencia de la teoría
de la abiogéneses – generación sin vida – eran correctas.
Finalmente en una encendida diatriba ataca a los existencialistas proclamando de viva voz:
«Qué victoria sería para el existencialismo si lograse demostrar
que la materia puede auto organizarse y fabricar la vida ella
sola»
Una batalla ganada y el comienzo de una revolución
en el conocimiento que fue llamada por sus seguidores “La
revolución Pasteuriana”.
Pero, a las tinieblas de Pasteur, queda opacada y casi
olvidada la memoria de Antoine Béchamp. ¿Quién fue Antoine Béchamp?
De origen alsaciano, Béchamp cursa sus estudios en
Rumania, se diploma de farmacéutico en la Universidad de
Bucarest y regresa a Estrasburgo. Se presenta a concurso
para un puesto de profesor en la Escuela de farmacia de esa
ciudad y uno de sus examinadores es el profesor suplente
de química Louis Pasteur. Bechamp profesa por Pasteur el
enorme respeto y admiración que se le tiene a un maestro.
A tal punto que le dedica su tesis doctoral en Química y termina ocupando su puesto de profesor titular cuando Pasteur
regresa a París.
Posteriormente, Bechamp pasa su Doctorado en Medicina, y ejerce toda su carrera en la Universidad de Monpellier en donde desarrolla numerosos proyectos de investigación que son remitidos regularmente a la academia de
Ciencias y Medicina de París, en donde son menospreciados
o ni siquiera tenidos en cuenta.
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Historias Microbiológicas
En el artículo publicado en el 2004, titulado “Pasteur
el impostor, los contradictores del siglo de Pasteur”, los defensores de Bechamp dicen:
“Vivir en la provincia y no estar en las bancas al lado de sus
pares en las reuniones académicas de la ciudad (París) que se
jactaba de ser intelectualmente la primera ciudad en el mundo,
era una debilidad inexcusable”
Ahora bien, ¿qué es lo que desencadenó tamaña enemistad entre dos personas que se respetaban y admiraban
mutuamente?
Cuando Pasteur en sus comienzos afirmaba que los
fermentos se formaban espontáneamente en las soluciones
Béchamp, describe que el proceso era causado por “pequeños cuerpos” que se desarrollaban al mismo tiempo que se
efectuaba las transformación de la sustancia, y los llamó
“microzymas”. Ampliando sus observaciones encuentra microzymas en la sangre, la leche, la orina, el hígado y otros
órganos.
Esta aseveración fue refutada por Pasteur tildándola
de falsa.
Posteriormente cuando Pasteur comprende su error
y afirma que los gérmenes existen en el aire, diciendo que
todas las enfermedades vienen del aire, elabora la teoría de
la “panspermia atmosférica” y afirma que todo ser viviente
protegido por su piel de los microorganismos del ambiente
es aséptico en su interior. Basándose en eso comunica entonces la llamada teoría de la “Asepsia de los seres vivientes”.
Esta teoría es rápidamente objetada por Béchamp demostrando que se encuentran “microzymas” en los fluidos
corporales de personas sanas.
En 1872 Pasteur se atribuye públicamente la teoría
“microzymeana” incluyéndola al desarrollo de las enferme-
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Mario L. Vilaró
dades y adicionando a su teoría de la panspermia clásica, la
de la “panspermia patogénica”.
Béchamp no acusa a Pasteur de plagiario o criminal,
simplemente lo tacha de no haber entendido nunca nada de
los descubrimientos y haberlos robado.
De allí en más, la controversia y refutaciones entre
Pasteur y Béchamp no se detienen nunca, llega hasta nuestros días con seguidores y detractores de ambos. De hecho
el nombre de Béchamp ha sido tomado como símbolo por
los defensores de una escuela de medicina ocupada en desenmascarar negociados y otras actividades non sanctas vinculadas a la medicina moderna.
Cuatro años después de la muerte de Pasteur y con
la llegada del nuevo siglo, se publica un artículo de prensa
en el que se menciona a Béchamp como el precursor de sus
descubrimientos.
A tal efecto, Béchamp a los 84 años escribe una carta
al autor del artículo diciendo:
“Es evidente que para engrandecer vuestro héroe y por hacerme
el cumplido, que usted me hace el precursor de Pasteur; yo no sé
de dónde ha tomado usted esa opinión.
Se podría haber convencido leyendo el prefacio del libro sobre la
Microzymas publicado en 1883. Un solo ejemplo es suficiente
para demoler todo el andamiaje construido para elevar un
monumento a la gloria de ese que ustedes llaman gloriosamente
Nuestro Pasteur”
La política le jugaría una nueva mala pasada a Pasteur. Napoleón III es obligado a dejar el gobierno y se exilia
en Inglaterra mientras se crea la tercera república, reflotando las ideas del anterior sistema republicano sobre el laicismo y representatividad popular. Por causas políticas Pasteur
se queda sin trabajo, retoma lentamente sus investigaciones
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Historias Microbiológicas
fuera del estado intentando financiarse con los productores
industriales privados. Publica entonces sus “Consejos sobre
la fabricación de cerveza”.
Luego de sus experiencias sobre la cerveza Pasteur
se presenta como candidato a Senador donde su propuesta
basada en la educación religiosa no es aceptada por el electorado y sufre una rotunda derrota. Soplaban vientos desfavorables para el conservadurismo.
Al mismo tiempo en Alemania Robert Koch prueba
que un tipo dado de microbio produce un cierto tipo de enfermedad, enunciando los postulados que sentaron las bases
de la comprensión de las enfermedades infecciosas.
Se inicia una carrera entre ambos enfrentados por razones políticas y científicas.
Francia había sido derrotada por Prusia en la guerra
que llevó a cabo Napoleón III y eso le costó la pérdida de los
territorios de Alsacia y Lorena. Esas heridas continuaban
abiertas y la batalla política se trasladó a la ciencia.
Koch perfecciona los medios de cultivo para el desarrollo artificial de los microorganismos y Pasteur los usa
para nuevos descubrimientos.
El 6 de junio de 1885 Pasteur recibe la visita de una
mujer alsaciana Marie-Angélique Meister quien le traía su
hijo Joseph Meister de nueve años, mordido por un perro supuestamente rabioso. Pasteur inocula al niño la médula de un
conejo rabioso que había sido previamente deshidratada.
En su libro “L´ombre de Pasteur”, su sobrino y colaborador, Adrién Loir cuenta que la técnica había sido desarrollada y propuesta originariamente por uno de los ayudantes
de Pasteur, el Dr. Emile Roux, que se sintió dejado de lado
por Pasteur quien se atribuyó el crédito del descubrimiento.
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Mario L. Vilaró
A consecuencia de ello Pasteur dijo:
“La profilaxis contra la rabia luego de una mordedura ha
sido fundamentada, será necesario crear un establecimiento
vacunatorio contra la rabia”
Ese establecimiento recibiría a todas las personas
que hayan sido mordidas por un animal rabioso en Europa
desencadenando un fuerte apoyo de los hombres más ricos
de Francia y principalmente de Alsacia que se deciden a financiar su construcción. La Alsacia Prusiana apoya económicamente a un ilustre Francés para el desarrollo de sus
investigaciones.
Pasteur, en una muestra más de su postura, rechaza y
devuelve a la Universidad Prusiana todos los honores académicos que le había conferido por sus trabajos. A la hora
de la gloria, supo demostrar el desprecio que sentía por los
alemanes.
Fortalecido por su éxito, puede hablar de igual a igual
con el gobierno francés, y siendo adversario declarado de la
República Laica, refiriéndose a la construcción del instituto
contra la rabia dice:
¿Es necesario reclamar la participación del estado o de la ciudad
de París para una instalación completa?...no lo creo.
De allí en más la fama de Pasteur crece de manera
ilimitada y su figura de consolida como uno de los hombres
más sabios de todos los tiempos.
Pasteur, conservador, bonapartista, monárquico y
fundamentalista religioso, se sube a la gloria que le otorga
una República que protege el libre juego del hombre y las
empresas, la misma república que condenó y denostó y cuyo
sistema lo había dejado cesante años atrás.
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Historias Microbiológicas
Pero esa república necesitaba políticamente un héroe
y la fama de Pasteur había trascendido mucho más allá de
las fronteras, opacando incluso al propio Koch. En esta asociación de hecho y por mutua necesidad, un conservador,
religioso, defensor de la monarquía y opositor al gobierno
termina siendo ensalzado por los mismos existencialistas
que defendían, años antes, la generación espontánea.
El 5 de octubre de 1895 en ocasión de las exequias de
Pasteur, el entonces ministro de Instrucción Pública del gobierno francés Raymond Poincaré despide sus restos mortales diciendo:
“Pasteur ha obedecido toda su vida al ideal más puro, a un ideal
superior de la ciencia. El futuro lo conservará en la radiante raza
de los apóstoles del bien y la verdad”
Estas contradicciones que deja entrever la vida de
una figura brillante, con una enorme capacidad de trabajo
y una tremenda inquietud por investigar, son las que hacen
más sabrosa esta historia. Es la inquietud por saber y emprender nuevos desafíos lo que marca la diferencia y distingue a los grandes hombres del resto de los mortales.
Una de las mejores frases que resumen la forma de
pensar de Pasteur es:
“Son los griegos los que nos han legado la más bella palabra de
nuestra lengua: entusiasmo: del griego en Dios, o sea un Dios
interior.”
Es probable que al conocer estos aspectos de nuestro
héroe microbiológico muchos sufran desilusión, otros desconfíen de la verdad de lo expuesto, o más de uno se sienta
con deseos de profundizar más sobre el tema. Es por demás
conocido por todos que la historia tiende a minimizar las flaquezas de sus personajes con el objeto de que no opaquen sus
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Mario L. Vilaró
grandes obras. Esta manera de encubrir los hechos bien podríamos llamarla, en nuestro ámbito, pasteurizar la historia.
Finalmente, no es cuestión de rasgarse las vestiduras
y abrir juicio crítico y moral sobre las actitudes de la ilustre
personalidad del sabio sin dejar de considerar que Pasteur,
al igual que nosotros, era un ser humano, con todo lo que
ello implica. El día que nos exijamos a nosotros mismos una
vida proba y sin debilidades, con la entereza suficiente para
evitar sucumbir a las tentaciones, con el espíritu libre de
emociones arteras, estaremos en condiciones de exigirle lo
mismo a nuestros héroes y, de esto último, no estoy muy
seguro.
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-XXIIA manera de conclusión
(Tribulaciones de un microbiólogo)
Ser microbiólogo puede ser considerado por muchos
como una excentricidad. Basta con ver las caras de nuestros
interlocutores cuando les decimos a qué nos dedicamos, para
comprobar que no muchas personas saben con certeza cuál
es nuestro trabajo. Es en esos momentos en que nuestro orgullo profesional se ve menoscabado frente a la ignorancia
de la mayoría de la gente que se limita a hacer comentarios
tales como “ustedes son los que se la pasan todo el día buscando
bichitos con un microscopio”, y refuerzan su acotación con un
gesto impreciso con las manos, un tonito francamente despectivo al pronunciar la palabra “bichitos” y una cara que
bien podría ser definida como de repugnancia. Entonces,
educadamente, descargamos una andanada de explicaciones
sobre nuestra tarea, la importancia de los microorganismos
y todo tipo de argumentos que suelen ser coronados por
quien nos escucha con un “¡qué interesante!”, que suena más a
complaciente indiferencia que a un convencimiento de haber
comprendido lo que tratamos de explicar.
Es cierto que los microbiólogos no construimos
puentes ni rascacielos, no salvamos vidas –por lo menos de
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Mario L. Vilaró
manera directa- ni realizamos complejas cirugías, no dictamos leyes fundamentales para la sociedad ni somos los artífices de revolucionarios desarrollos tecnológicos que puedan
cambiar el destino de la humanidad, tampoco creamos obras
de arte eternas que aportan solaz del espíritu humano. Nada
de eso. Nuestro mundo suele ser tan limitado como el objeto
mismo de estudio: los microorganismos, aunque todos somos concientes de que la importancia que tienen trasciende
mucho más allá del universo microscópico.
Afortunadamente existen los congresos y las reuniones científicas de Microbiología en dónde, en un claro ejemplo de endogamia intelectual, hablamos el mismo idioma,
nos asombramos ante los nuevos descubrimientos, la llama
de la inquietud se despierta ante la posibilidad de buscar
algo más y nuestra alicaída imagen se retroalimenta fortaleciéndonos al reconocer que no estamos solos buceando en
las profundidades del infinito mundo de lo pequeño. Entonces, vigorizados, salimos a enfrentar al exterior que injustamente nos considera meros animales de microscopio.
Aunque en un acto de sinceridad, bien podríamos ponernos en el lugar de los demás y admitir que a los ojos
legos de quienes nada saben de Microbiología, les debe resultar difícil comprendernos.
Estudiamos cosas que no se puede ver –por lo menos
a simple vista, e incluso, a veces, ni siquiera con la ayuda
de un microscopio- aunque existen, por lo que no entran
en el campo de lo abstracto, están por todas partes, suelen
cambiar de forma y aspecto constantemente, se reproducen
a una velocidad asombrosa haciendo que los cambios generacionales, que al ser humano le demandan años, se produzcan en tan solo unas horas causando modificaciones en sus
poblaciones, y, para colmo de males, están constituidas por
un número ilimitado de individuos. Bien podríamos afirmar
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Historias Microbiológicas
que para estudiar algo con semejantes características, habiendo en la naturaleza cosas más concretas, hay que ser,
cuanto menos, excéntrico.
Recorriendo estas páginas matizadas de curiosidades
vemos que la historia de la Microbiología fue forjada por
personas que se sintieron atrapadas por un microcosmos
fascinante y que tuvieron que enfrentar el descreimiento del
resto de la comunidad científica que por momentos consideraron a sus afirmaciones propias de locos.
Quizás el primero en afrontar el descrédito haya sido
Van Leeuwenhoek que fue tratado de demente por relatar la
existencia de un pequeño mundo, hasta el momento ignorado. No fueron pocos los que desestimaron rotundamente sus
descripciones e incluso, habiéndolas comprobado ellos mismos, emitieron las más disparatadas teorías para explicar lo
que no tenían la menor idea de cómo justificar. Pleomorfistas, generacionistas, panspermistas, abiogenesistas, sólo por
nombrar algunas de las tantas corrientes de pensamiento
que forman parte de la historia, defendieron sus ideologías
más allá de cualquier crítica que se les hiciera, sosteniendo
con enjundia sus pensamientos dotados de un impulso que
no tiene límites: la pasión por el conocimiento. Es esa misma pasión es la que nos alienta a recorrer el camino sin límites, atestado de obstáculos y con el horizonte inalcanzable
que nos plantean los microorganismos y cuyo final hace que
tengamos la sensación de que los microbios siempre están
dos pasos delante de nosotros.
Sí, es verdad, los microbiólogos somos un poco excéntricos. Porque perseguimos algo que sabemos nunca vamos a encontrar en su totalidad, ya que cuando lo logremos
capturar seguramente habrá mutado y nos abrirá la puerta a
un nuevo desafío sin fronteras. Porque a pesar de escudriñar
en los misterios elementales de una bacteria no cesamos de
encontrar más y más secretos que jamás terminan de des145 |
Mario L. Vilaró
cubrirse. Porque en su simplicidad funcional desnudan una
complejidad que hace que todo encaje de manera perfecta.
Porque en Microbiología nada es todo y todo es nada. Porque como dijo Louis Pasteur
“El rol de lo pequeño en la naturaleza es infinitamente
grande”
Por todo eso y por cientos de razones más hemos
quedado atrapados en el seductor enigma de sentarnos al
microscopio y observar tratando de descubrir qué hay más
allá de lo que estamos viendo. Porque nuestra tarea sería
muy pobre si nos limitásemos a describir y analizar los fenómenos de ese firmamento microscópico sin pensar un
poco más allá, sin reflexionar sobre la magnanimidad de lo
que se nos ofrece ante nuestros ojos, sin dejar de asombrarnos y, por qué no, emocionarnos ante tamaño despliegue de
armonía biológica poseedora del ritmo y la consonancia de
una excelente poesía o de una bella melodía.
Porque en el fondo de nuestros corazones debemos
reconocer íntimamente que:
“de poetas y de locos todos los microbiólogos tenemos un
poco”
| 146
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151 |
ÍNDICE
Agradecimientos................................................... 7
Prologo................................................................. 11
A modo de introducción...................................... 13
I - Más allá de lo que ven los ojos......................... 15
II- El bacilo prodigioso......................................... 23
III - El bien de Chagas......................................... 27
IV - La historia de Petri y su placa........................ 33
V - La listeriosis de Lister..................................... 37
VI – El veneno viene en frasco chico.................... 41
VII- Gram… ¡un Gran positivo!........................... 47
VIII- Habemus bacteriam.................................... 53
IX- La Microbiología anda como la mona............ 59
X- La poesía de los microbios............................... 65
XI- Verdes de envidia y amarillos de fiebre............ 71
XII- Ki denga pepo............................................... 75
XIII- Blanca y radiante va la Candida................... 81
XIV- “Eppur si muove” (Sin embargo, se mueve). 87
XV- Sífilis… ¿estás ahí?......................................... 93
XVI- ¡Maldito tósigo!........................................... 97
XVII- ¡Marcianos al ataque!.................................. 103
XVIII- Al lado del alimento.................................. 109
XIX- ¡No me peguen, soy taxónomo!.................... 115
153 |
Mario L. Vilaró
XX- Dioses en miniatura (Curso básico de Teología
barata).................................................................. 125
XXI- Pasteurizando la historia.............................. 131
XXII- A manera de conclusión (Tribulaciones de un
microbiólogo)....................................................... 143
XXIII- Bibliografía Consultada............................ 147
| 154
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