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Eucaristía y Misericordia en la Pastoral de la Salud
1) Congreso Eucarístico San Miguel de Tucumán 2016– Bicentenario – Año de la
Misericordia. Mons. Ricardo Faifer, obispo Emérito de Goya.
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Hermanos sean ustedes bienvenidos.
En estos días, estamos congregados junto a nuestro Redentor Jesucristo, presente en la
Eucaristía.
Nos hemos congregado porque nuestro Padre Dios nos atrae hacia Jesús. En efecto, Él nos ha
dicho: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió” (Jn. 6, 44).
Simultáneamente, el Espíritu Santo nos introduce en la Verdad de Cristo (Jn. 16,13) y con su
fuego nos hace creer en Jesucristo con adhesión confiada y gozosa. Su testimonio interior nos
confirma en esta verdad tan consoladora: “Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora
está vivo a tu lado cada día, para iluminarte para fortalecerte para liberarte” (Evangelii
Gaudium 164)
Por su parte, Jesucristo con su vida, muerte y resurrección nos revela y comunica la misericordia
infinita del Padre.
Estamos, entonces, congregados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
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Estamos congregados aquí en Tucumán para celebrar junto a los hermanos argentinos el
XI Congreso Eucarístico Nacional, en el Bicentenario de nuestra Independencia.
En referencia a este Bicentenario, los Obispos Argentinos decimos: “Deseamos acercar nuestra
reflexión pastoral, y así dar gracias por el legado que nos dejaron nuestros mayores, interpretar
nuestro presente a la luz de nuestra fe y decir una palabra esperanzadora, siempre iluminada
por el Evangelio, que desde aquella Magna Asamblea de Tucumán inspiró a los legisladores la
virtud de abrir el futuro para una Argentina fraterna y solidaria, pacificada y reconciliada,
condiciones capaces de crear una Nación para todos. (El Bicentenario de la Independencia N°2)
“La celebración del Congreso Eucarístico «en la benemérita y muy digna ciudad de San Miguel
de Tucumán» nos brinda una oportunidad para encontrarnos cerca de los lugares que dan a este
Bicentenario un renovado fervor patriótico. Jesús Eucaristía «es el mismo, ayer, hoy y lo será
siempre» (Hb 13,8), y desde el primer momento fue invocado e inspiró con su gracia a aquellos
hombres que debían echarse al hombro la grave responsabilidad de pensar e imaginar una
nación soberana. Animados por la puerta esperanzadora que nos abre el Jubileo de la
Misericordia, queremos volver con gratitud a la fuente de la reserva moral, ética y religiosa, que
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animó a quienes declararon la Independencia y nos legaron una clara identidad cultural”. (El
Bicentenario de la Independencia N° 14).
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Estamos congregados en el año de la Misericordia bajo el lema: “Misericordiosos como
el Padre”. Se nos propone ser felices recibiendo misericordia y dando misericordia.
Que, como telón de fondo, resuenen en nuestro corazón algunas afirmaciones del Papa Francisco
en la Bula de Convocación a este Jubileo Extraordinario:
“Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser
amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado”. (MV N°2) “Ante la gravedad del
pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que
cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona”. (MV N°3)
“La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don
de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente,
allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las
asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar
un oasis de misericordia”. (MV N°12)
“Queremos vivir este Año Jubilar a la luz de la palabra del Señor: Misericordiosos como el
Padre. El evangelista refiere la enseñanza de Jesús: « Sed misericordiosos, como el Padre
vuestro es misericordioso » (Lc 6,36). Es un programa de vida tan comprometedor como rico de
alegría y de paz”. (MV 13)
“Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de
misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas
veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del
Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de
Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no
como discípulos suyos…
No podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados: si dimos de
comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si
dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cfr Mt 25,31-45)…
En cada uno de estos “más pequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo
visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga ... para que nosotros los
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reconozcamos, los toquemos y los asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras de san Juan
de la Cruz: « En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor ». (MV N°15)
“Un Año Santo extraordinario, entonces, para vivir en la vida de cada día la misericordia que desde
siempre el Padre dispensa hacia nosotros. En este Jubileo dejémonos sorprender por Dios. Él nunca se
cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su
vida. La Iglesia siente la urgencia de anunciar la misericordia de Dios. Su vida es auténtica y creíble
cuando con convicción hace de la misericordia su anuncio. Ella sabe que la primera tarea, sobre todo en
un momento como el nuestro, lleno de grandes esperanzas y fuertes contradicciones, es la de introducir a
todos en el misterio de la misericordia de Dios, contemplando el rostro de Cristo. La Iglesia está llamada
a ser el primer testigo veraz de la misericordia, profesándola y viviéndola como el centro de la
Revelación de Jesucristo. Desde el corazón de la Trinidad, desde la intimidad más profunda del misterio
de Dios, brota y corre sin parar el gran río de la misericordia. Esta fuente nunca podrá agotarse, sin
importar cuántos sean los que a ella se acerquen. Cada vez que alguien tendrá necesidad podrá venir a
ella, porque la misericordia de Dios no tiene fin. Es tan insondable la profundidad del misterio que
encierra, tan inagotable la riqueza que de ella proviene.
En este Año Jubilar la Iglesia se convierta en el eco de la Palabra de Dios que resuena fuerte y decidida
como palabra y gesto de perdón, de soporte, de ayuda, de amor. Nunca se canse de ofrecer misericordia y
sea siempre paciente en el confortar y perdonar. La Iglesia se haga voz de cada hombre y mujer y repita
con confianza y sin descanso: « Acuérdate, Señor, de tu misericordia y de tu amor; que son eternos »
(Sal 25,6). (MV N° 25)
2) Eucaristía – Misericordia – Pastoral de la Salud
Estamos congregados aquí los agentes de la Pastoral de la Salud con la esperanza de que en
nuestro corazón se encienda un nuevo ardor junto a la Eucaristía y a la Misericordia de nuestro
Dios.
Nos disponemos a abordar entonces el área temática que nos interesa y en la que libremente nos
hemos anotado para participar. Aproximándonos al tema me refiero a: “Eucaristía y Misericordia
en la Pastoral de la Salud”.
Dos palabras, unifican y sintetizan este tema. Ellas son: presencia y amor, estar y amar. Estar
amando y amar estando. Todo se resume en la fe que nos mueve a estar y a obrar por medio del
amor. (Gal. 5,6).
a) En primer lugar, caigamos en la cuenta que la Eucaristía nos habla de presencia y
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de amor.
El Catecismo de la Iglesia Católica en el N°1374 afirma: “En el Santísimo Sacramento de la
Eucaristía están "contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con
el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" (Concilio
de Trento: DS 1651). «Esta presencia se denomina "real", no a título exclusivo, como si las otras
presencias no fuesen "reales", sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios
y hombre, se hace totalmente presente».
Pero esta presencia real del Señor está orientada a ser manifestación y comunicación de un amor
extremo. Por eso el mismo Catecismo afirma en el N°1380: “Es grandemente admirable que
Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto que Cristo
iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que
iba a ofrecerse en la cruz por muestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con
que nos había amado "hasta el fin" (Jn 13,1), hasta el don de su vida. En efecto, en su presencia
eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó
por nosotros (cf Ga 2,20), y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor”.
En el don de la Eucaristía, Jesucristo entregó a la Iglesia la actualización perenne del misterio
pascual. En cada Misa, la Eucaristía, trascendiendo las categorías de espacio y tiempo nos hace
“contemporáneos” al misterio pascual. ¡El misterio pascual de la pasión muerte y resurrección del
Señor presente ante nosotros, y nosotros presentes ante el misterio pascual!¡qué maravilla de la
fe!¡asombro y gratitud!.
Por todo esto, con fe y agradecimiento confesamos que la Eucaristía es la presencia total de
Cristo en su total entrega de amor.
Por eso, cuando comulgamos, obedeciendo al mandato del Señor: “tomen y coman… tomen y
beban”, entramos en comunión con el Cristo entregado: Cuerpo entregado y Sangre
derramada. Comulgamos para vivir también nosotros, con su Gracia, una generosa entrega de
amor concreto y cotidiano… para llevar la Misa a la vida y hacer de la vida una Misa, con nuestra
ofrenda al Padre y con nuestra presencia y amor junto a los hermanos encontrados en el camino
de la vida.
b) En segundo lugar, corresponde asomarnos al abismo de la misericordia y de la
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ternura de nuestro Dios. Para comprender mejor el significado de la palabra misericordia nos
ayuda hacer una referencia a la etimología. La palabra “misericordia”, nos llega del latín y significa
compasión, piedad. La raíz es: “miser” que designa al infeliz, al desdichado, digno de compasión;
“miseria” (desgracia, adversidad). Pero “miseri – cordia” está compuesta por otra palabra latina: cor –
cordis que significa corazón. Así, misericordia puede entenderse como el inclinar el corazón hacia el
desdichado; tener piedad de corazón por el que sufre… conmoverse por la desgracia ajena. Pero,
experimentar misericordia es mucho más que sentir lástima frente a la situación de alguien… Cuando la
misericordia es genuina, conduce a una acción concreta de ayuda. La misericordia se muestra y se
demuestra. Con el tiempo, la palabra se refiere también al hecho de perdonar.
La misericordia de Dios es su esencia en el lado que se vuelca hacia nosotros. “Misericordia es la
palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto ultimo y
supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro” (MV N° 2)
En la historia de salvación se nos muestra con su corazón abierto hacia “los míseros”, hacia los
pobres, entendidos en el sentido más amplio y abarcador de este término.
Nuestro Dios no es el ausente lejano, encerrado en su felicidad, desentendido de la pobre
humanidad frágil y doliente… Todo lo contrario, está metido en la historia y se implica con el
corazón y actúa en la vida concreta de los hombres, sus hijos. Es la “pasión de amor” que Dios
tiene por su creatura.
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Es muy consolador recibir la revelación que Dios hace de sí mismo a Moisés (Ex. 3). Se
presenta como Aquel que está con los padres, con Abraham, con Isaac, con Jacob. “Yo soy el que
soy” que también se traduce “Yo soy el que está”.
Pero este Dios sigue presente, digamos así, no “a control remoto”, sino que El mismo viene,
busca, salva. Por eso afirma: “Yo he visto la opresión de mi pueblo… He oído sus gritos de
dolor… Conozco muy bien sus sufrimientos”. “Por eso he bajado a liberarlos”.
Para confirmar a Moisés en la misión encomendada le asegura: “Yo estaré contigo”. En otras
ocasiones Dios agrega: “No tengas miedo”…
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Pero hay una gran definición de Dios en la Biblia que la encontramos en la primera
carta de Juan. Es la sorprendente afirmación: “Dios es amor” (1 Jn 4,8). Y como tal, siempre nos
“primerea en el amor”, actúa a favor nuestro y hasta muere por nosotros.
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Cuando hablamos de misericordia (tanto de la misericordia “descendente”: de Dios
hacia la humanidad, como de la misericordia “horizontal”: de los hombres entre sí), todo nos
indica un dinamismo de presencia activa y amorosa. Así es la misericordia de Dios, así debe ser
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la nuestra. Se trata de tener el corazón abierto, con las manos igualmente abiertas. Un corazón
que pone en movimiento nuestros pies para acudir en ayuda del que está necesitado. Cada vez
que hablamos de misericordia, hablamos de cercanía, presencia, conmoción, ternura,
disponibilidad, ayuda… en fin donación de nosotros mismos a nuestro prójimo.
c) Corresponde ahora referirnos a la Pastoral de la Salud, que es una pastoral de
presencia y amor, imitando a Dios que está y que ama.
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El CELAM describe así a esta Pastoral: “La Pastoral de la Salud es la acción
Evangelizadora de todo el Pueblo de Dios, comprometido en promover, cuidar, defender y
celebrar la vida, haciendo presente la misión liberadora y salvífica de Jesús en el mundo de la
salud. El documento de Aparecida precisa: "La Pastoral de la Salud es la respuesta a los
grandes interrogantes de la vida, como son el sufrimiento y la muerte, a la luz de la muerte y
resurrección del Señor".
A su vez, señala el objetivo general de la misma. “Evangelizar con renovado espíritu misionero
el mundo de la salud, en una opción preferencial por los pobres y enfermos, participando en la
construcción de una sociedad justa y solidaria al servicio de la vida”. (“Discípulos misioneros
del mundo de la salud”, del Dto. de Justicia y Solidaridad del CELAM, N° 90)
Nuestro trabajo en la Pastoral de la Salud arranca de una convicción básica: la Iglesia prolonga y
encarna en el mundo la presencia de Jesucristo y su amor concreto. Por eso con El y en Él se
compromete para que los hombres de hoy “tengan vida y la tengan en abundancia”, porque
hemos escuchado de los labios de Jesús aquella esperanzadora expresión: “Yo he venido para que
tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10.10).
Esto motiva a la Iglesia para que esté presente con amor servicial en el mundo de la salud y de la
enfermedad.
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Cabe aquí decir algo en referencia a los enfermos, que tienen un lugar privilegiado en
esta Pastoral. Cuando yo comulgo, toco la carne de Cristo, pero también, cuando toco o acaricio
la carne de un enfermo, estoy tocando la carne de Jesús. Porque el enfermo es Jesús…
Ahora bien, cuando el enfermo es tocado por Cristo, recibe de El no explicaciones sobre el dolor
sino su solidaridad. Ya no está solo y puede comenzar a vivir su situación de dolor en la
dimensión pascual, que hace fructíferos sus sufrimientos. Jesús solidario con él en el dolor, lo
asume en su misterio de amor. Entonces, Cristo hace posible que el lecho de dolor se transforme
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en un altar de amor… El enfermo consciente, aunque este físicamente imposibilitado, siempre
podrá hacer dos cosas: rezar y amar.
3) Actitud de Servicio
Para finalizar permítanme citar al Papa Francisco en la Exhortación Apostólica Postsinodal
“Amoris Laetita” N° 94, en el comentario al Himno de la Caridad (1ª Cor 13, 4–7): “En todo el
texto se ve que Pablo quiere insistir en que el amor no es sólo un sentimiento, sino que se debe
entender en el sentido que tiene el verbo «amar» en hebreo: es «hacer el bien». Como decía san
Ignacio de Loyola, «el amor se debe poner más en las obras que en las palabras». Así puede
mostrar toda su fecundidad, y nos permite experimentar la felicidad de dar, la nobleza y la
grandeza de donarse sobreabundantemente, sin medir, sin reclamar pagos, por el solo gusto de
dar y de servir”.
Que estas palabras del Papa Francisco orienten nuestro trabajo en la Pastoral de la Salud,
renovados en nuestro ardor junto a la Eucaristía y a la misericordia del Señor.
Nos cuide la Madre de Jesús y Madre nuestra, que estuvo de pie junto a la cruz de su Hijo,
amando hasta el extremo en su oblación. Con Ella fijamos los ojos en Jesús, y repetimos una vez
más el lema de nuestro Congreso: “Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos”.
+ Ricardo Oscar Faifer
Obispo Emérito de Goya
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