EL SENTIDO DE LO HUMANO Por Wilfrido Zúñiga Rodríguez, Filósofo, Especialista en Docencia Investigativa Universitaria. Junio 19 de 2009. Nuestros modernos conocimientos de la prehistoria, generados desde el más exigente método científico, nos hablan de un universo nacido de la nada en una inflación progresiva, que tras millones de años formó inmensas nubes de gas que atraídas sobre sí por la gravedad dio origen a estrellas, de cuyas cenizas emergieron los elementos más pesados dando lugar a planetas. En un milagro todavía no del todo claro, de uno de los miles de millones de planetas que pueden existir en este universo, sabemos de uno donde nació la vida. Que arrastrándose al principio, logró surgir desde formas elementales hasta complejidades cada vez más crecientes cristalizándose en organismos cada vez más complejos y sofisticados en su especialización. Sabemos además que hace aproximadamente 150 millones de años una inmensa roca, un cometa, descendió desde el espacio matando alrededor del 90% de las especies animales y vegetales de entonces, gracias a eso, pudo prosperar una variedad de marsupial mamífero que hasta entonces no tenía otro camino que ser devorado haciendo las veces de simple eslabón de la cadena alimenticia en cuya cúspide reinaban los grandes saurios. Por azares y adaptaciones evolutivas aquel modesto mamífero dio origen a los grandes troncos, hasta las ramas y divisiones menores y complejas en nuestro árbol genealógico vital. En aquel incierto camino algunas especies caen víctimas de cambios climáticos que inciden sobre los ecosistemas afectando las especializaciones de las que dependían. Los homínidos se bifurcan hasta nuestros actuales simios y primates pero una rama se especializa y desarrolla cerebros más grandes dando una ventaja sobre los demás, son altamente competitivos y tienen la característica de la pérdida de su pelaje, son “monos desnudos” estos llegan hasta el hombre de cromañón y el homo sapiens. El hombre de cromañón se extingue y no pocos paleontólogos creen que fueron los homo sapiens, los responsables de su extermino en una guerra sin cuartel y de verdadera “limpieza étnica”, la primera de la que se tendría noticia. Este advenedizo “mono desnudo” descubre el fuego, somete a las demás creaturas que le superan en tamaño y fuerza, y en solo 25 mil años - un “soplo” en la escala de tiempo cósmica - esta especie, la nuestra, se hace dueña de este mundo como lo demuestran los registros fósiles e históricos. Tras una mirada optimista nos parece que el hombre así descrito nos sorprende con su éxito, ha salido victorioso de cada uno de los retos impuestos por la naturaleza, ha sorteado los azares y peligros que suponían otras especies y hasta ha sabido poner a su favor fuerzas pavorosas y adversas. Pero hoy por hoy este “triunfador” de la evolución cósmica se enfrenta a problemas totalmente nuevos, camina a tientas mientras se acostumbra a la oscuridad que él mismo ha formado. Debe estar atento, porque fracasar a estas alturas de la historia sería el único fracaso, pues no hay segundas oportunidades. Hasta ahora nuestro “mono desnudo” ha salido avante gracias a su poderoso cerebro híper desarrollado, y, a propósito, es este cerebro el único que puede salvarlo. Todo depende del uso que se le dé en los próximos años, porque la especialización del cerebro tiene también su historial de luchas marcada en su compleja estructura; en él convergen los sentimientos de misericordia y compasión por los sufrimientos de las demás creaturas, pero también las reacciones violentas y crueles a veces disparadas con nefastas consecuencias. El mito del ángel y el demonio alternándose cada uno el manejo de los impulsos humanos se convierte en su yugo. Ni ser de luz completo ni habitante de las oscuridades, la condición humana nos habla de su dicotomía esencial. Y es este el problema capital al que se enfrenta el hombre: debe descubrir qué es el hombre. Aunque semejante problemática ya la ha tenido que encarar antes, hoy se le demanda una respuesta acosado por un nuevo reparo, pues los viejas proposiciones que antes ensayó y le resultaron útiles en su momento, hoy han entrado en crisis, agrietando su mundo, condenándolo a una fractura antropológica. Se le exige al hombre moderno, una introspección, un confrontarse consigo en nombre no de un individuo sino en nombre de la humanidad. No es que el hombre cambie, para nuestra sorpresa somos los mismos tipos humanos ahora que hace 25 mil años como atestiguan los restos fósiles. Lo que en definitiva ha cambiado es nuestro mundo de manera dramática, la perspectiva con la cual nos vinculábamos a este. Por eso esta pregunta no está dirigida al hombre de la antigüedad ni al del Medioevo o al renacentista, pues nos consta que estos tenían, gracias a su cosmovisión, claro quiénes eran o hacia dónde dirigir sus ideales; esta pregunta es para ser respondida por el hombre contemporáneo, contradictorio, confundido y que reclama una identidad, se trata de cuestionar a ese hombre dado en llamarse “postmoderno”. Absortos en preguntarle al mundo lo que era, el hombre olvidó preguntarse quién es. En el primer caso, las respuestas fueron halladas de manera espectacular; la ciencia desarrollada en los dos últimos siglos supera en eficacia y número todos los demás milenios de la humanidad, ya se ha explorado el universo en sus millones de galaxias y miríadas de átomos, pero en lo que concierne a la pregunta por el sí mismo el avance ha sido lento, apenas si se le está retomando. Lo difícil de este interrogante estriba en la pérdida moderna de los absolutos que antes sustentaban las cosmovisiones de las formas culturales; la relativización del mundo actual, hace que desconfiemos de los meta relatos que se abroguen una verdad absoluta. Las propuestas políticas y religiosas que radicalizan las posiciones personales - que por cierto cada vez más se convierten en un refugio de individuos anhelantes de un sentido a toda costa - desde hace poco tiempo vienen siendo miradas como fanatismos sin sentido, anacronismos en un mundo siempre cambiante. Sin un referente de sentido fuerte toda toma de postura se presenta como provisional, y los hombres, apenas conscientemente, se ven sorprendidos entre la necesidad de concebir el mundo sobre una base firme y entre su entorno social que les muestra lo necio de esta intención. “Nuestro punto de partida estriba en la crisis global que padece el hombre actual que podemos sintetizar como ausencia de un destino feliz o de un futuro-presente sano y agradable, digno y gozoso; y también, simplemente, como falta de sentido: por qué vivo y para quién vivo. Soy ¿pero vivo? Soy ¿pero me aman?”1. Ante la crisis generalizada en términos antropológicos se plantean serios interrogantes sobre el futuro del hombre y su puesto en el mundo. La pérdida de los referentes otorgadores de sentido se hace cada vez más evidente. Es necesario acrecentar la búsqueda en este orden. El enorme aumento de los conocimientos científicos y tecnológicos, y la asistencia a un mundo en términos de globalización, planetización, aldea universal, postmodernidad, plantea un difuso interrogante sobre el significado humano de esta gigantesca empresa cultural. No se puede seguir soñando con que el programa científico pueda conseguir casi automáticamente una vida mejor2 o que la creación de nuevas 1 BENNÀSSAR, Bartomeu. Dios, futuro humano para todos. Madrid. BAC. 2000, p. 3. Buena parte de la investigación científico-técnica está construida sobre el pretendido de mejorar las condiciones de vida del ser humano. Su intención y razón, al menos en un nivel teórico, está orientada a conseguir este objetivo. Pero cuando se evidencia que, en muchas ocasiones, la realidad de la miseria humana aumenta en términos cada vez más alarmantes, colocando de relieve lo contrario, se generan grandes 2 estructuras sociales pueda proporcionar la clave última y definitiva para superar las “miserias” humanas3. Ambas posibilidades han sido ensayadas por la humanidad pero ante la pobreza de los resultados obtenidos tales propuestas nos obligan a ser muy precavidos y cautos a la hora de proponerlas como la única panacea mágica de soluciones o como la encarnación de utopías sociales con alguna capacidad de salvación. Las inmensas posibilidades positivas ofrecidas por la civilización global postmoderna, científico-técnica e industrial al hombre no están exentas de ambigüedades y dificultades. Un mundo dominado exclusivamente por la ciencia o la tecnología podría, ser inhabitable, no sólo en la perspectiva biológica, sino sobre todo, desde el punto de vista espiritual y cultural4. El aumento progresivo de los conocimientos científicos y la creciente desorientación en los laberintos de las especializaciones, van acompañados cada vez más de una gran incertidumbre respecto a lo que constituye el ser profundo y último de hombre5. Conocer, comprender, develar, volver inteligible el mundo ha sido la tarea del hombre en toda su historia. Reflejo de la necesidad constante de volverse él mismo comprensible. Sin embargo esto no aparece con tanta claridad en las circunstancias actuales. La asistencia a un mudo con escenarios y circunstancias tan particulares y definitivas hace difícil esta tarea. Estamos en una época verdaderamente paradójica, pues aquello que le da al mundo su nombre y lo explica (el hombre) no tiene palabras para describirse y explicarse a sí mismo. Este es el sino trágico–cómico en que estamos sumidos actualmente. interrogantes frente este pretendido de la ciencia. 3 Cf. GEVAERT, Joseph. El problema del hombre. introducción a la antropología filosófica. Salamanca. Sígueme. 2005, p. 11. 4 Ibíd., 12 5 El científico austriaco Edwin Schrödinger ya desde los años cincuenta llamaba la atención sobre este tema. En su libro “Ciencia y humanismo” ha cuestionado enfáticamente la pretendida felicidad, en términos de mejores condiciones de vida, que la humanidad ha alcanzado gracias al programa científico. Se pregunta si es cierto que toda esta empresa de ciencia y tecnología realmente mejora las condiciones de vida del ser humano. En última instancia la pregunta está dirigida a cuestionar el valor de la ciencia con relación al hombre. A la pregunta por el valor de la ciencia natural, responde: “…su objetivo, alcance y valor son los mismos que los de cualquier otra rama del saber humano. Pero ninguna de ellas por sí sola tiene ningún alcance o valor si no van unidas. Y este valor tiene una definición muy simple: obedecer al mandato de la deidad délfica: nwqi seauton, conoce a ti mismo. O, por decirlo en pocas palabras según la retórica de Plotino (Enn. VI, 4, 14): hmeij de, tinej de hmeij, “Y nosotros, ¿qué somos en el fondo?”…Parece claro y evidente, pero hay que decirlo: el saber aislado, conseguido por un grupo de especialistas en un campo limitado, no tiene ningún valor, únicamente su síntesis con el resto del saber, y esto en tanto que esta síntesis contribuya realmente a responder al interrogante tinej de hemeij (“¿qué somos?”) de la deidad délfica: Su pregunta fundamental gira en torno a si es cierto que toda esta empresa de ciencia y tecnología a la que asistimos realmente mejora las condiciones de vida haciendo eco de la vieja pregunta de si efectivamente la ciencia hace más humano al hombre”. Cfr. SCHRÖDINGER, Edwin. Ciencia y Humanismo. Matatemas. Barcelona. 1998. pp. 14-15 Son corriente los términos globalización, postmodernidad, pluralidad..., hablamos y sentimos el mundo en términos de multi y pluriculturalidad, de pluralismos religiosos, de relativismos extremos... ¿Es pertinente, entonces, en un mundo con estas características preguntar por el hombre? ¿Sigue siendo relevante las búsquedas de quienes somos, a dónde vamos, de dónde venimos? La antigua pregunta antropológica, por el puesto del hombre en el mundo, parece revestirse hoy de una importancia capital. "Y nosotros, ¿quiénes somos nosotros en resumidas cuentas?"6 Preguntas de este calibre son las que nos acosan hoy, y nunca como ahora ha sido tan urgente una respuesta. El mundo de hoy, aceleradamente cambiante y crítico, invita a responder lúcidamente, y sin vacilaciones, al desafío e influencia que ejerce sobre nosotros la constante creación de nuevas realidades científicas, tecnológicas, artísticas, políticas, económicas, religiosas, en una palabra, culturales, para no perder el verdadero sentido de todas estas empresas, lo humano por excelencia. Este cambio veloz amenaza con dejarnos rezagados, pero ante la importancia de nuestra cuestión, se exige que mermemos el paso y nos tomemos un aire de introspección; el suficiente para meditar nuestra realidad. Dar cuenta de esta situación también es un problema que no se puede dejar de lado en las circunstancias actuales. Apostar e intentar dar respuesta a los interrogantes más urgentes del hombre para su sosiego y tranquilidad en la incertidumbre y absurdidad de su existencia, se instaura como una tarea inaplazable. Es asimismo cierto que en las soluciones planteadas se encontrarían las salidas propuestas para esta etapa crítica de nuestra historia como especie. En el texto “El problema del hombre” Joseph Gevaert afirma, “quizás estemos asistiendo a la mayor crisis de identidad por la que el hombre ha pasado y en la que se ponen en tela de juicio o se marginan muchos fundamentos seculares de la existencia humana”7. Parece cierto, dadas las condiciones actuales de nuestra existencia. La perspectiva abierta por el mundo científico técnico nos hizo pensar en la posibilidad de resolver todas las miserias humanas. Pero la constatación cada vez más aguda del incremento de las dificultades en torno a lo humano ahora nos hace vacilar. La idea alcanzada en la modernidad y desarrollada como su más alta conquista en términos del sujeto no está exenta de ambigüedades. Las libertadas alcanzadas o bien reclamadas nos hicieron pensar, como un gran ejercicio de la modernidad y como un reflejo objetivo de haber 6 7 PLOTINO. Enn. VI. 4, 14 GEVAERT, Joseph. Op. Cit., p. 12. alcanzado la mayoría de edad, que nos podíamos liberar de todo aquello que no cumpliera con los cánones establecidos por una razón instrumental de medida y cuantificación. Pues bien, alcanzadas estas libertades y asumiendo la responsabilidad del obrar humano, el hombre, se siente dueño y seguro de sí mismo. Pero queda una desazón con todas las consecuencias de sus actos. Los grandes ideales de la cultura parecen hoy desfigurados. No es un asunto de la nostalgia del pasado, ni un grito desesperado de quien no quiere adaptarse a las condiciones del mundo contemporáneo. Es un asunto de responsabilidad antropológica. Lo que debemos cuidar por encima de cualquier cosa es lo humano. No necesitamos ser adivinos para darnos cuenta de la urgencia de reflexionar sobre esta gigantesca empresa cultural que parece llevarnos a la destrucción total de la humanidad. No se necesita ser adivino para comprobar que si las acciones del hombre no tienen otra direccionalidad, lo más probable es que asistamos a la destrucción acelerada de la humanidad. No es un asunto de condenar o satanizar nuestra época o todas sus posibilidades, es más bien un llamado de atención, una invitación a pensar para que no se nos pierda de vista lo realmente importante el ser humano y todas sus posibilidades. En muchas ocasiones las acciones de los hombres están acelerando el proceso de la destrucción de la humanidad. Las consecuencias son aterradoras en todos los órdenes. Ambientales, políticos, sociales, económicos y morales. “Frente al pesimismo ante los síntomas de decadencia en nuestras sociedades, de crisis, de barbarie, de deshumanización de miseria o de oscuridad, habría que saber – citando al antiguo poeta griego Menandro – que “hay un bien que nadie puede arrebatarle al hombre, y es la Paideia. Porque la Paideia es un puerto de refugio de toda la humanidad”8. Hoy puesta en un segundo plano o al menos con una calidad inquietante. Nuestra educación, nuestra Paideia parece relegada o ensombrecida por las circunstancias de nuestros contextos actuales que respirar ciertos aires de decadencia en los niveles educativos influyendo de manera decisiva en todos los ambientes; un texto referido a los medios de comunicación, por ejemplo, del profesor Enrique González ilustra muy bien buena parte de nuestros contextos actuales: “La decadencia cultural de nuestro tiempo es evidente. Desde alrededor de 1960 se viene produciendo una inquietante de pérdida de nivel, un abandono de lo más valioso y profundo de la civilización occidental. Es difícil sustituir a los grandes autores que han muerto o han llegado a la 8 GONZÁLEZ, Enrique. El renacimiento del humanismo. Madrid. BAC. 2003, p. XIII (prólogo) vejez, algo que no ocurría antes. Los magníficos libros publicados durante muchos decenios del siglo XX no se ven acompañados ahora por otros de su mismo nivel, sino muy inferiores. Algo parecido ocurre con los periódicos, cuya extraordinaria calidad alcanzada se está perdiendo; en general informan de lo que les conviene; debido a su partidismo, a su falta de independencia y veracidad, propenden a la manipulación y a la censura; para muchos lectores la única realidad que conocen es la que muestra su diario, cuya postura es considerada intangible. La televisión, contra lo mucho bueno que podría esperarse de ella, bate marcas de ordinariez y chabacanería; en las distintas cadenas se hacen programas del mismo tipo y formato, destinados a avivar los más bajos instintos de la masa, y que parecen obedecer a consignas de envilecimiento. Es decir, los grandes medios de difusión cultural contemporáneos se están viendo afectados por un primitivismo del que eran ajenos. Innumerables hombres actuales no constan por lo que son, ni siquiera por lo que tienen, sino por la imagen que dan de ellos los medios de comunicación, que han llegado a alcanzar un poder excesivo, desproporcionado, si se repara en el daño que algunos pueden causar con sus consignas. Hasta hace unos decenios lo periodistas – en cuyas manos se encuentra la administración de ese poder – eran, por lo general, cultos, educados, responsables, veraces. Ahora, no pocos reporteros gráficos, los llamados paparazi al servicio de la prensa sensacionalista, han llegado a mancillar esa profesión. Cantidades de periodistas, sin principios éticos ni estéticos, sin responsabilidad, pontifican, adoctrinan arrogantemente –con el enorme poder del que disponen- sobre millones de lectores, televidentes u oyentes, comenten faltas de ortografía y redacción, muestran su descomunal ignorancia histórica, literaria o filosófica, pero hacen parecer saberlo todo, imponiendo su criterio como única verdad y dictando sus normas a unas masas, indefensas ante ellos, que se dejan llevar. Es tan extraordinario el influjo de los productores o fabricantes de opinión que ello disipa las opiniones personales: son muy pocos los hombres que opinan y piensan por sí mismos, desde sí mismos. La gran mayoría recibe las opiniones prefabricadas de la televisión, de la radio o de la prensa (frecuentemente “medios de confusión”, dice Marías), que muchas veces distorsionan, desfiguran, omiten algunas noticias, o sencillamente no informan de cuanto les parece inconveniente a sus intereses particulares. Por eso los medios de información se han convertido en medios de propaganda. Muchos de ellos ofrecen carnaza, morbo, engañando como un cebo para atraer la atención y envenenarla con él. Gabriel Marcel hablaba de techniques d’avilissement, técnicas de envilecimiento. Poderosos intereses económicos manejan esa especie de técnicas, dirigidas a envilecer al hombre y a la sociedad en general, de tal manera que la persona queda reducida – como si fuera una cosa – a ser manipulada según los dictados marcados por una férrea publicidad destinada a consumir los productos de sus empresas. El hombre ha perdido capacidad de decisión por sí mismo; envilecido, no se da casi cuenta de cómo otros ya han decido en su lugar y pretenden afanosamente amaestrarlo o adoctrinarlo. Unas minorías pretenden manipular a conjuntos amplísimos de personas. En nuestra época está difundiéndose ese fenómeno sumamente curioso que – en expresión de Marías – consiste en la opresión de las mayorías por las minorías. Éstas – que consiguen ocupar puestos decisivos en la administración y en los medios de comunicación o “de confusión” – tratan de imponerse a la totalidad, a aquéllas, atribuyéndose su representación, descalificando, tutelando, coaccionando y hasta violentando a los discrepantes, que son la inmensa mayoría. Asistimos a una enorme ola de reaccionarismo: no afecta a un aspecto secundario de la vida, sino a su misma realidad, a lo que tiene de personal, de humana. Parece que la Humanidad, en lugar de seguir hacia a delante, de innovarse, de tomar posesión de todos los admirables adelantos que ha alcanzado sobre todo en el siglo XX, recae en el arcaísmo, en el primitivismo. Según Julián Marías, “estamos en la inversión del movimiento enriquecedor que comenzó hace un siglo, en una fase de extraña regresión, que he llamado con insistencia arcaísmo” (Razón de la filosofía). Hay un afán por deshumanizar lo humano, por cosificar al hombre; se ve a la persona como si fuera una cosa más. Muchos hacen esfuerzos para lograr la despersonalización, la reducción de la persona a cosa. De ahí la tendencia a la homogeneidad, a sumergir a todos en la masa, a la uniformidad, a olvidar la condición personal, a forzar un igualitarismo llevado a la práctica en la política antihumanista de algunos Estados, que contradice la evidencia de la diversidad de lo humano, la absoluta unicidad de cada persona, de su carácter único e insustituible. Por eso pululan los fundamentalismos, las sectas, los partidismos, la astrología irracional que pretende hacer creer que el destino de cada persona sin capacidad de decisión, es manejado caprichosamente – como si fuera una cosa a la deriva – por fuerzas ocultas. Los recursos para la manipulación – muchos de los cuales no habían sido posible antes – son poderosísimos en nuestra época, condicionada por interese económicos, por la dilatación de las sociedades. El desarrollo de las técnicas de comunicación y persuasión. Los totalitarismos del siglo XX requirieron la pasividad uniforme y fanática de grandes masas. En las grandes religiones se han deslizado los arcaísmos, el colectivismo y el igualitarismo, las tendencias no humanistas. El mismo deporte se ha convertido en algo polémico que produce violencia y extremismo: los hinchas, fans, tifosi o hooligans aplican al fútbol, por ejemplo, grandes hostilidades y sectarismos, hace que la vida se subordine a él, en un negocio que mueve cantidades enormes de dinero, con propensión a la histeria colectiva. Por paradójico que sea, todo ello se ha producido durante un periodo antes del cual se esperaba una mayor humanización de lo humano”9. Todo esto nos sucede precisamente en el momento en el que supuestamente habíamos alcanzado el culmen de lo humano, lo máximo del hombre, lo último a lo que podían llegar las sociedades y el género humano. En el que habíamos alcanzado la mayoría de edad y nos habíamos liberados del primitivismo, de la magia, de todas las fuerzas oscuras y en la que podíamos tener el control de todo bajo la egida de la razón; en un momento en el que creíamos haber superado todas las miserias humanas, en el que habíamos superado la animalidad porque habíamos alcanzado la mayoría de edad, nos encontramos con este panorama tan desolador para la condición humana. “Es gravísimo, muy preocupante, lo que ha ocurrido con una nuevas leyes “educativas” (no progresistas, como se las ha querido presentar, sino regresistas), que han hecho degenerar los centros de enseñanza, que humillan a maestros y profesores, desmoralizados, deprimidos, desvalidos y hasta atemorizados ante el embrutecimiento y la creciente indisciplina de sus alumnos, que por lo general no aprenden nada ni dejan aprender a los demás. ¿Qué futuro puede aguardar a un país con unos alumnos asilvestrados y bárbaros? Si hay menos niños y jóvenes debido a la bajísima tasa de natalidad, éstos son cada vez peores”10. “A lo largo del siglo XX, el prodigioso desarrollo de la técnica y la ciencia, su influencia en el bienestar, en la comodidad y en la holgura de la vida – y en la prolongación de ésta, incluso en la desaparición de enfermedades que habían acompañado a los hombres durante toda la Historia-, la creación de riqueza en un grado inconcebible antes de nuestro tiempo, todo ello había hecho que la Humanidad afrontara el porvenir con enorme optimismo, que ahora ha sido suplantado por un pesimismo generalizado. Se tiene la extendida impresión de que actualmente la Humanidad atraviesa un difícil momento de su Historia”11. “Es cierto que ha vivido épocas más complicadas que la presente, y que también ésta goza de espléndidos adelantos y de bienes que no existían en el pasado. Pero así como hoy aquellas seguridades con que cuenta el hombre son, afortunadamente, las mejores de toda la Historia, también los peligros que amenazan son los más graves. La 9 Ibíd., p.17-19 Ibíd., p.21 11 Ibíd., p.21 10 persona humana ha progresado de maravilla en unos aspectos, mientras que ha retrocedido o no ha avanzado lo suficiente en otros”12. Es necesario ponerse a tono y equilibrar la balanza que pesa el poder y nuestra capacidad de misericordia, por ejemplo, de sentir empatía por el sufrimiento de otros, de manera preocupante, esta balanza parece inclinarse ante el abrumador peso de nuestras tendencias más egoístas. “Estos últimos aspectos negativos forman todos ellos del desvío contemporáneo que podríamos denominar con una palabra: deshumanización. Se trata de una crisis que envilece al hombre, que hace rebajar peligrosamente su dignidad. La civilización occidental ha visto aumentar espectacularmente los casos de barbarie, entendida ésta como tosquedad, como falta de cultura, como rudeza, grosería, arcaísmo, ignorancia, como crueldad”13. Como si no fuera de por si desolador este panorama, preciso al describir la vida individual del sujeto, las grandes mareas colectivas se enfrentan igualmente contra comunidades enteras percibidas como amenazas a las que habría que poner a raya, sea por un muro de concreto o por limitantes menos sólidos como pasaportes o visas. El caldo de cultivo para una guerra devastadora esta sembrándose sin que lo percibamos y sin que hagamos mucho por evitarlo, no es cuestión de cómo sino de cuando se dará luz verde a la carnicería monumental que nos aguarda14. “En la convivencia social de estos tiempos es común reprochar al hombre su comportamiento frecuentemente inhumano: la aspereza y la agresividad, el vandalismo, la progresiva destrucción de la Naturaleza mediante incendios forestales intencionados, el colectivismo y el gregarismo, el racismo y la xenofobia, la violencia verbal y física, el tráfico y consumo de drogas, la manipulación de la Historia y de las noticias, el egoísmo insolidario de las sociedades generado por el nacionalismo, el consiguiente enriquecimiento desmesurado de unas naciones que no tienen en cuenta la pobreza y el hambre de otras, el orgullo exacerbado por la idiosincrasia propia, la invocación al particularismo o al hecho diferencial de unos pueblos que se desentienden del futuro de los otros mediante la creación de fronteras de cualquier tipo, la corrupción política, la búsqueda del sometimiento de grupos o países, el terrorismo organizado; en definitiva, el poco o nulo respeto no sólo por el otro, sea quien sea, sino aun a veces por su propia vida”15. 12 Ibíd., p. 21-22 Ibíd., p.22 14 No se nos puede olvidar los grandes genocidios recientemente Ruando, Camboya, Alemania, Bosnia, Colombia. 15 GONZÁLEZ, Enrique. Op. Cit., p.22 13 Nuestra sociedad se parece cada vez más a un kamikaze consciente de que su sacrificio no cambiará el rumbo general de los acontecimientos de la guerra, pero no por eso desiste de su ataque suicida si tiene la plena seguridad de causar algún daño a su oponente. Esta necesidad compulsiva por provocar el deterioro físico y moral del mundo sólo puede explicarse apelando a una auto-inducida histeria colectiva que ya parece pandemia. “Podemos describir al hombre actual como un ser des-animado (sin alma), des-orientado, sin norte ni rumbo, des-valorado, des-motivado, asfixiado, infeliz…Hombre des-esperanzado. El hombre hundido, arrojado al vacío en el que las grandes palabras y los grandes porqués y las más fuertes luchas se llaman progreso, técnica, ciencia, política… le asfixia y deshumaniza. Pese a tener multitud de cosas, aparatos y medios y de permitírselo casi todo, se siente enormemente insatisfecho e inseguro. Distraído y divertido, se siente corroído por un malestar que lo invade todo y llena de conflictos en el mundo individual y colectivo”16. “Todos esos comportamientos inhumanos, algunos de los cuales eran antaño incluso más acentuados, hoy aparecen generalizados y multiplicados por doquier, a pesar de haberse conseguido un amplio progreso en otros aspectos que hacían esperar un venturosa etapa de la Humanidad, cuyo peligro de autodestrucción ha aumentado al máximo. En el mundo actual es enormemente superior la capacidad de generar discordia y odio, debido en parte a que quienes quieren dedicarse a estos menesteres poseen más poderosos medios para hacerlo”17. Acaso esta sensación de de desamparo y negativismo masivo, no sea sino una más de las creaciones artificiosas de los medios masivos perseguidores de ratings antes que de preocuparse por la cultura de los ciudadanos. “Por otro lado, los fenómenos negativos resaltan, magnificados con su difusión en los medios de comunicación social, que ya los recogen como si fueran algo normal en la vida. Parece que sólo debe darse y exaltarse las malas noticias, para algunos tan inevitables como imitables, que horrorizan, causan miedo y espanto, hacen tener la sensación de encontrarnos en un mundo muy poco acogedor”18. 16 BENNÀSSAR, Bartomeu. Op. Cit., p. 99 GONZÁLEZ, Enrique. Op. Cit., p.22 18 Ibíd., p.22-23 17 El miedo líquido del que hablara Zygmunt Bauman está en su etapa suprema, hay intereses creados alrededor de nuestro miedo infundado, y los negociantes de turno asechan nuestra necesidad de seguridad promoviendo un círculo vicioso del terror. Compramos de manera compulsiva todo aquello que nos haga sentir más seguros y a cambio recibimos más dosis de miedo en nuestros canales privados de televisión. Cabe preguntarse después de constatar que nuestro tiempo se percibe como uno de los más difíciles: ¿todo este debacle amenazante se debe a la especialización técnica de nuestro momento histórico? Algunos culpan a la tecnología y los avances científicos como responsables de todos los males, pues la facilidad con la que contamos hoy para crear zozobra y sufrimiento es directamente proporcional a nuestra capacidad técnica. Al estar mediados por artefactos que distancian nuestro contacto directo con los demás hombres, (autos, ordenadores, rascacielos, etc.) se impide una relación empática con ellos y este distanciamiento tiene como consecuencia indeseada una inevitable deshumanización. Esta, entre otras razones, induce a señalarla como la indirecta responsable de este estado grave de cosas. Sin embargo este pensamiento hostil no cuenta con la aceptación generalizada, la respuesta, para Enrique González - citando a Julián Marías - es muy clara, la falta de técnica redunda en falta de humanidad, allí donde no hay técnica, su ausencia es notoria, traduciéndose en lugares inhabitables para el hombre, en este sentido, la contaminación, las malas condiciones de vida, la violencia, en una palabra, la inhumanidad, no vendría a estar dada por un exceso de técnica sino al contrario, se explicaría principalmente porque la cantidad y calidad de esta técnica ausente, se encontrarían, por esto mismo, en descenso. “Ahora se le echan a la técnica todas las maldiciones imaginables; muchos consideran que tiene la culpa de todo. Dicen que es inhumana, lo cual es falso. La técnica – el gran instrumento de los proyectos humanos – es un instrumento de felicidad. El hombre necesita la técnica; se hominiza y humaniza mediante ella. Por eso Julián Marías – en un ensayo titulado La técnica: ¿humaniza o deshumaniza? – considera que la técnica es “el gran instrumento de humanización”. La deshumanización “viene de la falta de una técnica más: la técnica del manejo de las técnicas. Esto es otra cosa. Cuando me falta esa técnica, entonces la técnicas se rebelan y se convierten en un factor de deshumanización”. Evidentemente hay polución, se respiran humas y gases, los ríos están contaminados, casi todo está lleno de automóviles, las grandes ciudades son bastante inhabitables. ¿A causa de la técnica? Considera María que no: “creo que a pesar de la técnica”. No sería posible vivir en una ciudad enorme con una técnica elemental, primitiva; es la técnica la que hace casi habitable esa gran ciudad. Hay lugares que son inhóspitos o poco agradables no por sobra de técnica, sino por falta de ciertas técnicas. A mayor técnica, mejor habitabilidad y menor contaminación”19. Estas palabras alentadoras para nuestro momento, indican una pizca de esperanza, es decir, si la técnica con la cual contamos es en verdad culpable de algo, ella estaría en capacidad de resarcirnos a nosotros mismos de ese daño. “El siglo XX, como consecuencia de dos ideologías deshumanizadoras, ha conocido las dos mayores guerras de la Historia y hasta qué punto se ha podido tratar al hombre como si fuera una cosa, y de ello hay ejemplos significativos: los campos de concentración practicados por Hitler y Stalin, así como por todos sus secuaces que aún existen”20. El problema no es para imputarlo a nadie más, los seres humanos no tenemos chivos expiatorios para hacerles cargar con la culpa, somos nosotros quienes hicimos el estado de cosas reinante, no son circunstancias ajenas a los mismos hombres las que indujeron al mundo del siglo pasado a la mutua destrucción, una conflagración inmensamente peor nos espera si no somos capaces de reflexionar lo que venimos haciendo mal, cómo debemos corregirlo y cómo debemos evitarlo. Si el problema es un problema humano, hay que considerar soluciones “humanas” que respeten el hombre en su humanidad, han de ser soluciones que sepa inmiscuirnos a todos. Una posible salida a mediano plazo, es considerar a la educación como la punta de lanza contra esta crisis, ella da una oportunidad de respuesta certera, es además muy lógico retomarla como posible campo de acción para influir en la sociedad. “Puede decirse que una de las principales causas de los males contemporáneos estriba en la falta de educación que se observa en la mayoría de los hombres. El tipo común actual de hombre aparece como ineducado o maleducado. Nos encontramos en el tiempo de la mala educación. Hay diversos casos de comportamientos maleducados, pero todos tienen en común el hecho de que rebajan la dignidad de quienes los practican y de quienes los sufren. Si no se educa, se enseña, se guía, se instruye, se dirige, se conduce, se orienta, se encamina, se forma o se adiestra para la paz, para el amor, para la verdad, para la belleza o para realizar el bien, entonces cabe esperar una deshumanización del hombre”21. Esta crisis es una crisis educativa; bien se identifica la ausencia de esta como la causa de todos los males. Se aboga por una educación que 19 Ibíd., p. 23 Ibíd., p.23 21 Ibíd., p.24 20 parta de lo básico – porque parece que lo hemos olvidado- que enseñe a mirar la belleza y descubrirla, que atice los demás sentidos para una elevación del gusto general, una educación que no privilegie los datos eruditos sobre la sabiduría. Sin embargo, la realidad que observamos se niega a seguir por esta vía, la desconsideración por el entorno y las necesidades ajenas, gozan hoy de una regularidad cada vez mas reiterada. “Salta a la vista el primer sentido del concepto de mala educación: salvo muy contados casos, dentro de nuestra sociedad se han perdido los buenos modales, la cortesía, la urbanidad, el sentido de la caballerosidad. Ha descendido el nivel de respeto a los demás, de entusiasmo por ellos. Igualmente hacia la Naturaleza: ni siquiera los montes, playas o campos se libran de la basura, de envases, de papeles, latas o desperdicios. Casi todo está transido por la chabacanería, la grosería, la ordinariez. Esta radiografía tomada con rapidez, a nuestro mundo actual, muestra una mancha maligna, hay un cáncer social dañoso, tanto, que para mantener la cordura y no caer en la desesperación hay quienes prefieran ignorarlo, pero ¿tal cosa no sería peor? Ignorar las malas noticias con respecto a la salud implica que la cura se haga imposible, es por eso que el silencio es imperdonable, y la palabra que mejor describe nuestra situación, es “barbarie”; grave palabra, que si tiene razón en acuñarla Enrique González al describir nuestro estado, debería preocuparnos mucho más y de verdad hacernos tomar en serio la situación que rayaría en el desespero. De manera semejante a como se ha hecho en todo Renacimiento, cabría calificar esta etapa histórica, dada tan grave deshumanización y tan generalizada falta de educación, como un tiempo de barbarie, como un momento intermedio de transición”22. Pero cabe preguntar ¿transición a qué o hacia dónde? Efectivamente, de nosotros depende darle una respuesta conveniente a estas preguntas. No podemos negarle en definitiva a nuestra época los logros gigantes que ha conseguido pero con todo, “¿Nuestro mundo, magnífico y maravilloso, es un mundo deshumanizado(r) que camina del caos al cosmos y ahora del cosmos al caos inhumano, excluyente, mortal?”23. La amenaza es la vuelta a las leyes del más fuerte, que se traducen casi siempre en la ley del más brutal, en un mundo así se da una transvaloración de todos los valores en su forma más negativa y odiosa posible. En un orden de cosas semejante, la inteligencia es entendida en nombre de “las soluciones prácticas” como una astucia marrullera y ventajosa más que como capacidad de asombro que investigue el por qué de la existencia. La fuerza, otrora sometida al mando de la recta 22 23 Ibíd., p.24 BENNÀSSAR, Bartomeu. Op. Cit., p. XII (Prólogo). intención y el cálculo de la justicia, se convierte en un valor por sí misma, de hecho, es la ley suprema pujando en constante lucha con sus rivales y sólo cediendo allí donde es desplazada por una fuerza mayor. Lo bello es relegado como lujo innecesario y todo aquello que no sirva a la simple supervivencia es desechado igualmente como inútil. El gran peligro de la barbarie es que ella tiene el poder de imponerse por sí misma y arrastrar en su avasallante impulso todo aquello que ha demorado siglos construirse, la barbarie no admite diálogo porque su léxico es pobre, sólo sabe de gritos, llanto y rabia. Es esa suerte de anarquía de la que hablara Hobbes sobre el estado natural donde los hombres se despedazan a sí mismos unos a otros. Una sociedad donde sólo se impondría la forma del sistema carcelario pero sin guardias para establecer reglas - los abusivos estarán en su elemento, la justicia degeneraría en ajuste de cuentas y persecución de la venganza, los incapaces de violencia serían los esclavos de amos déspotas, ¡todo eso es barbarie! “Estas constataciones nos llevan a afirmar que el hombre de estas características, más fuerte, innoble y aprovechado que otros, es el lobo para los otros hombres, es la sanguijuela que chupa la vida. Hasta la última gota, de quien sea y como sea. Sociedad cruel. Mundo inhumano. Pisar, ahogar, desangrar. Es la guerra de y en las empresas, cargos e instituciones. Este es el campo de batalla: muertos y heridos. Todos maltrechos y vencidos. Los vencedores (los poderosos, los nuestros) pueden ir incrementando el número de víctimas. Fobias, odios, venganzas. Aire irrespirable. Mundo inhabitable”24. Definitivamente asistimos al peligro de la decadencia. Es cierto, no parecen existir calamidades como las épocas pasadas, ni invasiones, ni pestes ni hambre, (vil mentira) todavía asistimos a las grandes catástrofes naturales, a las invasiones de pueblos por otros que se creen dueños y señores del mundo y se creen con el derecho de intervenir en los procesos históricos muy particulares de algunos pueblos. Es cierto ya no tenemos peste ni hambrunas, pero tenemos el sida y mueren más niños de hambre que hombres en la guerra. Y el Pero ésta decadencia puede ser evitable, según Marías. El Humanismo, que tiene su origen en un acierto intelectual, puede evitar la decadencia, impide que sea inevitable. Todavía se está a tiempo de evitar que se consume nada menos que una degradación de lo humano. Los próximos decenios pueden suponer una innovación o una confirmación anacrónica de la recaída en el primitivismo25. La esperanza está puesta en el Humanismo, esa valoración de lo humano como algo 24 25 Ibíd., p. 72 GONZÁLEZ, Enrique. Op. Cit., p.25 apreciado, imprescindible, que debe ser cuidado especialmente y de valor absoluto. “Puede entenderse por Humanismo toda trayectoria filosófica liberadora de la visión cosificadora del hombre, de la propensión a deshumanizarlo, a deslizar en lo humano el modo de ser de las cosas, y así intente proporcionar entusiasmo de serlo plenamente. En este sentido el Humanismo, mediante la educación o la participación de todo cuanto pueda enriquecer, intenta liberar al hombre de la masa, de su cosificación, de la tendencia a la despersonalización, para que se haga más verdaderamente humano, se renueve y se dé cuenta de su grandeza, su dignidad, su deber por desarrollar las capacidades que tiene de amar, de realizar el bien o la belleza. Para el Humanismo, el hombre - cualquier hombre – está por encima de toda nación, de todo territorio, de toda ideología, de toda religión (porque ésta debe estar a su servicio, nunca para esclavizarlo o atemorizarlo, y Dios garantiza el carácter sagrado de cualquier persona, de su vida absolutamente respetable)”26. El humanismo es el hombre entendido como un fin en sí mismo, de tal suerte que los distingos, diferencias o situaciones particulares, sean opiniones anexadas sin ninguna incidencia clasificatoria sobre los hombres. Desde este punto de partida como base del posible rescate de lo humano, puede iniciarse una intervención, que con el apoyo de una nueva educación, intervenga en los demás problemas tan puntuales como elementales, por ejemplo, en esta ola barbárica moderna, la belleza es una de las principales resentidas por el empuje de lo grotesco o simplemente se le tiene como un accidente de las cosas totalmente superfluo del que se puede prescindir. “Una de las notas más expresivas de la decadencia actual es el alarmante descenso del nivel de la belleza de nuestro mundo. Se ha producido un desdén contra la belleza en todos los órdenes, una bajísima estimación hacia ella. En la época en que la técnica y el desarrollo económico han multiplicado la habitabilidad del mundo, al mismo tiempo se ha generalizado el desapego, el desprecio, el olvido de la belleza, la obsesión por los aspectos feos. De ahí la propensión a ensuciar el mundo, destruirlo, incendiarlo; a mancillar y despreciar la vida del hombre.”27 La falta de ambientes habitables bellos - manifiestos en una arquitectura donde prima la economía sobre la estética – perjudican la 26 27 Ibíd., p.25 Ibíd., p.31 autoestima de quienes viven - o mejor sufren - estos esperpentos de concreto actuales. Por otro lado, gran parte del arte, en la pintura y la escultura presente, es una colección chabacana de objetos inconexos que causan una verdadera contaminación visual, desde entonces, los museos, aquellos recintos sagrados llamados a mostrarnos y sorprendernos exponiendo las nuevas formas bellas ideadas por seres sensibles a ellas, ahora nos sorprenden si por casualidad enseña creaciones que merezcan estimación y aprecio artístico. “Si la deshumanización actual se manifiesta en la falta de educación, ésta a su vez podría ser consecuencia de la falta de Arte Hermoso. He ahí una razón más para calificar este periodo histórico como decadente: es en general una época triste, oscura, de barbarie artística”28. El resultado: una enorme insatisfacción sensitiva manifiesta en una infelicidad progresiva, se olvida que las necesidades estéticas no son necesidades superfluas, los seres humanos somos las únicas creaturas del cosmos que responden a la belleza, que reaccionan a ella, ya sea con una mirada absorta, con una impresión casi mística o con el paroxismo. Cuando somos privados de la belleza, somos víctimas de una agresión espiritual, de un acto sádico, es semejante a sufrir una herida imposible de sanar, pues no todos tienen la capacidad de crearse belleza, ya que los encargados de tal cosa, los artistas, son una élite minoritaria con el deber de regodearnos de belleza, esta es una necesidad primaria del hombre. “En realidad el hombre no puede vivir sin la belleza. Ella libera del pesimismo, de las angustias de esta vida, de la oscuridad; produce satisfacción, entusiasmo y holgura, alegra el corazón. Cuando falta se desea morir29. Cuando se medite suficientemente sobre esto, llegará el día en que la belleza sea declarada como un derecho fundamental en todas las constituciones del mundo. “Quizá la falta actual de belleza artística en la vida del hombre sea una de las principales causas del declive ético de nuestro tiempo, de la deshumanización, del generalizado defecto de formación, de educación, de cortesía y urbanidad”30. Las consideraciones sobre la crisis humanista no terminan ahí, hoy vivimos lo que hace más de siglo y medio ya intuyó una generación completa con el trabajo de Darwin, por aquel entonces se debatía acaloradamente si la teoría de la evolución traería consecuencias negativas al rebajar al hombre del pedestal en que por derecho propio se encontraba como el hijo predilecto de Dios. 28 Ibíd., p.37 Ibíd., p.31-32 30 Ibíd., p.36 29 La idea evolutiva declaró que el hombre, quien era considerado como la creatura más importante de la tierra, no era en verdad sino un animal si acaso el más complejo – pero al fin, de la misma naturaleza que los demás primates. Se llegó a pensar y a la vez a temer, que la más afectada por estos descubrimientos sería la creencia en Dios. Ciertamente no podían atinar sospechar en aquel entonces a donde abrían de ir a parar estas ideas ¿Cómo imaginarse siquiera que en último término, no fue la creencia en Dios la que sufriría una mella considerable sino que quien resultó seriamente lesionada fue la creencia en el hombre? “Para considerar al hombre, hoy han irrumpido factores deshumanizadores, con un predominio inquietante de lo zoológico. Pero la visión zoológica del hombre es “el riesgo actual mayor de inmoralidad”. La inmoralidad procede de prescindir de la condición personal: cuando se toma a una persona como cosa, como mero organismo. Y esa tendencia a la despersonalización es el peligro de nuestros días”31. El zoomorfismo, en que ha decaído nuestra concepción del hombre, es una amenaza a la propuesta de humanización. No hay duda de que nuestra relación con los animales a través de la historia ha sido cruelmente funesta para ellos, los animales se han convertido en nuestras peores víctimas, alrededor del mundo; les hemos cazado, los devoramos, los torturamos, esclavizamos, les hostigamos y destruimos sus hábitats, aunque creaturas vivas, los animales sólo nos interesan en la medida de la utilidad que nos proporcionen, les degradamos en su condición de animal ser vivo, hasta el punto de relegarlos indistinguiéndolos de objetos, les hemos declarado una guerra sin que haya mediado ninguna especie de diplomacia ¡y cuán pocas son las voces que se pronuncian en su favor! por eso, entender al hombre como animal debe causar serio temor, hay que sonar las alarmas al considerar lo que nos esperaría en ese misma línea a nosotros mismos, no puede extrañarnos si este zoomorfismo antropológico acarreara estas mismas consecuencias en nuestra contra. El gran peligro del reduccionismo aplicado como forma de pensar al hombre, es su permanente insatisfacción, a esta manera de concepción de las cosas le es difícil encontrar su límite, una vez concebido el hombre como animal, no se detendrá ahí, continuará con su sistema de entender lo mucho como un agregado compuesto de lo poco, hasta llegar, como culmen de semejante manera de pensar, a la reducción material y completa del concepto hombre. “El reduccionismo dominante, que cosifica al hombre, lo ve como una cosa muy particular, como un mero organismo, si es posible como una 31 Ibíd., p. 34 realidad inorgánica, impide comprender lo humano y conduce a una vía muerta del conocimiento. El predominio de esta tendencia es la causa de la decadencia que nos amenaza, que mi inveterado optimismo me lleva a calificar de evitable […] la presión milenaria de los conceptos aptos para entender las cosas ha obturado la capacidad de pensar esa otra realidad, absolutamente original e irreducible, que es la persona humana. Es menester un gran esfuerzo intelectual para cambiar de perspectiva”32 No puede una metodología importada de la física como es el reduccionismo, aplicarse sin más al estudio antropológico, debe desautorizarse todo intento conducido por esa vía. El reduccionismo es una metodología ineficaz para estudiar al hombre porque el orden de realidades implicadas, entre las ciencias físicas que estudian procesos inanimados y mecánicos y las motivaciones humanas propias de cada individuo, no permite una justa yuxtaposición de resultados. El hombre como especie animal es explicado satisfactoriamente por la biología y la paleontología, pero su realidad no se agota allí, también él, como homo sapiens sapiens es decir como especie, está compuesto de personas, es aquí donde esta lo irreductible, aquello indefinible, que se niega a dejarse expresar y definir con base a fórmulas. Reconózcasele al hombre su persona - pues en último término hombre y persona vienen siendo lo mismo – de ese modo se estaría en condición a su vez de reconocer que una persona es una realidad emergente y compleja no explicada por la suma de sus partes. La realidad de la trascendencia de lo humano, no puede entenderse diseccionando al hombre sino viéndolo en su totalidad. Los grandes males que acechan nuestra época son el subproducto de estos olvidos, de los olvidos de la persona que es cada hombre, de lo especiales y complejos que son los seres humanos, del terrible daño de despreciar la vida humana y sus necesidades primarias, del olvido también de ese sentimiento de pérdida irreparable que nos dejan todos los hombres cuando terminan su vida en este mundo. A pesar de ser millones, los seres humanos gozan de una individualidad que los hace irrepetibles, los hombres son las únicas creaturas que deparan sorpresas al nacer porque no son hechos en molduras ni en serie, ya que su naturaleza es “hacerse” “irse haciendo” ser inacabado con una vida para perfeccionarse. Lo dicho hasta aquí no es de ninguna manera algo novedoso, de todos es sabido, aunque sea por simple sentido común, que los seres humanos 32 MATÍAS, Julián. Discurso con motivo de recibir el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades son valiosos y que su pérdida representa una verdadera tragedia, de eso cualquier hombre es testigo. Aunque el mundo parezca seguir su curso, indiferente al dolor, la desgarradura que experimenta el hombre cuando es separado de aquellos a quienes quiere no tiene parangón. ¿De adonde pues todo este caos, salvajismo, agresión y violencia sin fin? ¿Cómo conciliar nuestra conciencia de lo irremediable de la perdida de lo humano con estas ansias de destrucción, miedo, dolor y desespero generalizado? Esta autodestrucción –como puede llamarse al hecho de que el hombre se torne violento con el hombre- es, como dijimos olvido, pues las manos que acarician son también las que golpean, ¿Cómo se ha venido a dar este hecho posible? ¿Qué es lo que media entre la caricia y el maltrato? ¿No es acaso una negación de los impulsos propios de lo humano? Destruir, depredar arrasar, ansias de causar daño, todo eso es inhumanidad, aquello que niega lo humano, lo que lo suprime e impide su expresión. La inhumanidad tiene sus raíces cuando el hombre cede al reduccionismo y no se reconoce ya, ni a sí mismo ni a los demás, como la creatura más trascendente de toda la creación, inhumanidad hija de animalizar a los demás, de negarles su condición de persona no cosificable, de considerar a los hombres números, elementos de repuesto, uniformizar a cada hombre y hacerlo parte del flujo, del dato estadístico. Y sobre todo inhumanidad al dejar de reconocer el espejo que son los demás, es decir, de olvidar que se es “semejante”, que en el otro hay también un yo perceptible y con la capacidad riesgosa de estar capacitado para sentir dolor, por eso, en gran medida, sólo le queda confiar en los otros. “Hombre in-humano: unos porque nos hemos deshumanizados y otros porque los hemos declarado in-humanos, excluidos, innecesarios, inexistentes. Humanidad in-humana por activa y por pasiva. Somos activamente ciegos y sordos. Por la ceguera y sordera evitamos, eludimos, excluimos a los otros, las mayorías. Por el camino de la invidencia caminamos hacia la increencia, increencia en el hombre y en Dios. El peligro mayor que nos acecha no es, pues, el relativismo respecto a verdades y valores, sino la falta de un relación justa y fraterna. A nuestra sociedad le afecta en la raíz de su ser que crezcan individuos informados pero indiferentes, inteligentes pero crueles, sin entrañas”33. Esta situación de ceguera voluntaria, o lo que viene siendo peor, una selectividad a la hora de mirar, convierte la insensibilidad en una culpa consciente, haciendo las veces de detonador, de impulso inicial al círculo vicioso del obrar inhumanamente. “Realmente nuestra sociedad ha desaparecido el hombre-hombre. Una sociedad inhumana o deshumanizada lo envejece todo. Una sociedad 33 BENNÀSSAR, Bartomeu. Op. Cit., p. XII (Prólogo). vacía de humanidad, llena de aparatos e instrumentos. No se cree en el hombre. No se espera nada de él, ni se le quiere…Cualquier vía de solución, cualquier terapia de salvación irá en la dirección de hacer o rehacer las experiencias primordiales de humanidad, las experiencias originales y básicas de bien, de amor, de confianza…que ayuden al alumbramiento del hombre y a su sostenimiento a lo largo de su difícil, dura y precaria existencia”34. Las necesidades de amor y empatía, antes tenidas como secundarias, han devenido en una demanda imperiosa y reclamar su lugar para hacerse prioritarias, tanto, que de la capacidad de amor y empatía que estemos dispuestos a dar posiblemente dependerá el futuro de la especie. Resulta altamente diciente que las armas de destrucción masiva con capacidad para aniquilar a millones en cuestión de segundos, no sean una amenaza en sí, pues estas no son autónomas sino dependientes de la voluntad humana para dejarse sentir con todo su horror; la detonación de estas armas depende en último término de los sentimientos de odio que se albergan en lo profundo del corazón humano. De este modo la capacidad de amar, de respetar y de sentir compasión hacia los demás es lo verdaderamente crítico ahora. Hasta qué punto se pueda seguir ignorando el dolor de los demás es lo que marcaría nuestra cuenta regresiva a la segura aniquilación de la humanidad o el inicio de un cambio histórico de proporciones insospechadas. “¿Puede lo humano ser elevado y respetado como sagrado? No podemos ni pensar ni vivir a espaldas de las desgracias ni de las miserias o del sufrimiento humano ni en el pasado que se recuerda, ni en el presente que se vive, ni en el futuro que se vislumbra y proyecta”35. Tener presente esta recomendación de Bennàsar, de estar atentos a socorrer “el sufrimiento humano” desde los mismos pensamientos hasta la actitud comprometida con ellos es una tarea inaplazable incluso, desafiando la omnipotencia del fluir temporal, pues hasta en el pasado incorregible de por sí – aún se puede ser portador de empatía hacia aquellas personas que han sufrido y de esta manera aprender la actitud correcta para enseñarle al presente y practicarlo, desde ya, y a futuro. Aristóteles ha definido al hombre como animal político, esto es porque la organización social le es inherente a su propia naturaleza, la sociedad es su primera gran creación nacida a partir de una necesidad básica de refugio y seguridad. Las formas actuales de organización de las comunidades, tienden a la deshumanización; entienden a los hombres como elementos de un conjunto, lo social, y es a partir de ahí cuando se 34 35 Ibíd., p. 6. Ibíd., p. XVI (Prólogo). convierte esta organización en algo de por sí más importante que las propias personas que le han creado. Muchas veces bajo la idea de “bien común” se desatan los mayores atropellos contra los individuos en nombre del progreso y la mejoría de una gran comunidad o de un pueblo. Puesto que “Todos nos hallamos y actuamos en un marco socioeconómico, político y cultural que, paradójicamente podríamos pensar, nos aboca a un gran vacío existencial, esto es, a una clara falta de humanidad y de amor vital”36. La situación no se resuelve proponiendo nuevas formas de gobierno o de organización social, la historia de los cambios sociales está teñida por los mayores ríos de sangre jamás vertidos. Para terminar por descubrir que todo ese sacrificio fue en vano, pues lo que debía ser cambiado estaba dentro del hombre, no fuera de él, en esas condiciones los hombres terminan hastiados, pero sin renunciar a proponer renovadas utopías endiosadas por la propaganda de sus entusiastas seguidores a las cuales sacrificarle la próxima masa de victimas. Sólo para continuar ad infinitum por esta vía. “Vivimos, pues, en una sociedad con gravísimos efectos deshumanizadores, provocados y sufridos principalmente por los más pequeños, indefensos y débiles. No solamente por la falta de afecto, de ternura, de confianza. Se trata de la misma muerte; la más insensata, cruel e incomprensible: la muerte de los niños. Una sociedad, que mata a los niños de tantas maneras, no puede llamarse ni sociedad ni humana”37. Lo mismo se puede afirmar de la estación de la vida que nos lleva a la senectud, los viejos; nuestros viejos son excluidos y colocados como inservibles en nuestra sociedad, sin el reconocimiento responsable que alguna vez otorgaron a los ancianos nuestros primeros pobladores. En una sociedad como la nuestra donde el canon regulador de la existencia está en la productividad los niños y los ancianos son desechados y no tenidos en cuenta, sólo los llamados productivos y con derechos civiles en términos de su productividad caben en la sociedad. Una sociedad que desprecia a los niños, su futuro y a los ancianos, su memoria histórica está condenada a la decadencia, a la desaparición. Estas fases naturales de la vida, en estos tiempos y en estas sociedades actuales parecen verse distorsionadas, como si fueran enfermedades, la una pasajera y la otra inevitable e incurable. Prescindir de los niños es un suicidio social, verlos como desagradables parásitos de los cuales hay 36 37 Ibíd., p. XXV (Prólogo). Ibíd., p. 21-22. que librarse, es un desprecio a sí mismo, es “Un gran déficit de humanidad. El resultado se manifiesta en un hombre desfondado, hundido, desestructurado en la raíz38. En una palabra un hombre con apariencia de hombre, cuya clasificación precisa ofrece grandes dificultades, pues no es del todo animal, ni es del todo hombre, “La desaforada codicia de poder, de dinero y de éxito y el ansia materialista (a lo bestia) rompe a la persona, las relaciones interpersonales, las tareas sociales y políticas más nobles y la naturaleza misma hasta destrozarla. El abuso de todo y de todos en todos los niveles abre la puerta a la multitud de corrupciones, fraudes, juego sucio, especulación. Para ello es preciso magnificar las apariencias (y las apariciones), la fachada, el cartón-piedra: ¿Dónde está la materia prima? ¿Somos todos de segunda mano, material débil y fácil? La persona pierde su mundo interior, el dentro, como también pierde el Sur, punto de referencia imprescindible para no perder el norte, el juicio. Pese a todo, mantenemos la apariencia de buena gente y de fiar”39. Y eso es lo trágico, lo verdaderamente incurable, contentarse con la forma descuidando el fondo, acostumbrarse a la fachada y guardar como sorpresa inevitable el interior, que, de manera ilusa, se intenta ocultar indefinidamente. Una sociedad que demanda de sus ciudadanos su apariencia, que no exige, ni tiene como hacerlo, un acto sincero de compromiso con los menos favorecidos, crea igualmente, a todo nivel, personal y colectivo, apariencia de felicidad, pero incapaz de mantenerse por mucho tiempo en esta farsa, enseguida devuelve una tristeza profunda que atormenta al alma de los pueblos. “Es ya un lugar común hablar de los seres humanos que no cuentan para el aparato productivo. Ha aparecido la subespecie de los noexistentes, los sobrantes, los excluidos”40. Toda división social induce como subproducto necesario pero indeseable, los llamados intocables o parias, los esclavos de la historia, o en su nombre genérico, los pobres. Esta sociedad globalizada, imposible de hacerle el quite, mundializa sus taras o problemas propios, ya no se trata de países o comunidades aisladas con la autonomía suficiente para experimentar alguna forma de gobierno propia acorde a su forma cultural y evaluar con ella su posibilidad de convertirse en el modelo propio, esta globalización no 38 Cf. Ibíd., p. 13. Ibíd., p. 71 40 Ibíd., p. 19. 39 admite competencia y ante los intentos de una salida o independencia sólo responde con la alternativa de la asimilación o la muerte. Las principales características de la globalización deben ser tenidas en cuenta pues el problema de lo humano tiene ya que contar con ella. Una sociedad con estas características configura, por ejemplo, un estilo de vida o gramática de la vida que acentúa la ética puritana vertida hacia la productividad material, el cuantitativismo y a la competitividad; la agresividad y tendencia a la solución por la fuerza de las armas de los conflictos, cuando no a la imposición violenta e imperialista de los deseos del más fuerte sobre el más débil, y al sojuzgamiento de la mujer, su minusvaloración y marginación de la cultura de los varones. Las llamadas revoluciones industriales y desarrollos económicos que hoy amenazan con expoliar los recursos naturales y infligir heridas mortales a la vida sobre al planeta tierra mediante la contaminación, la desertización, la deforestación, la degradación ecológica, son una muestra de la irracionalidad que preside a ese llamado desarrollo”41. Y es que las palabras pueden engañar con su juego de lenguaje, pues desarrollo no es sinonimia de “mejor” podría “desarrollarse” igualmente en sentido de proceso negativo, así que debe preguntarse ¿desarrollo pero hacia donde? Para darle una valoración precisa, este llamado “desarrollo” debería antes ganarse ese título al responder esta pregunta: ¿Cuáles son los resultados de este desarrollo? “La lógica que preside este desarrollo es funcional-instrumental y agresivo-posesiva. Está ligada a una concepción cuantitativista del desarrollo; desconoce los elementos cualitativos que hacen más apreciable y valiosa la vida humana. La vida realizada, la sociedad mejor y más humana parece vinculada únicamente al desarrollo material; a la maximación de los bienes, cosas, materiales. Esta lógica es ciega a la cosificación que produce a su alrededor. Desconoce que introduce un dinamismo enloquecido que no repara en someter a la lógica del proceso al propio hombre. Lo que debiera ser un medio para procurar una vida más humana y mejor se torna fin que devora en forma de esfuerzo y tiempo (trabajo), de relaciones de poder (guerras, violencia), o sometimiento y uso (naturaleza, mujer), a los destinatarios del proceso. Una suerte de lógica invertida que, como anunciaron Horkheimer y Adorno, convierte la ilustración moderna en mito y al hombre en víctima de sí mismo”42. 41 MARDONES, José María. La crisis cultural de nuestro tiempo. En: Mundo en crisis, fe en crisis. Estella (Navarra). Verbo Divino. 1996, p. 56 42 Ibíd., p. 57 Mas parece que el desarrollo actual sólo mejora las formas de inhumanidad, las extreme y en el mejor de los casos las sutilice, desde luego debe reconocérsele a la sociedad grandes avances, pero en la misma medida se ha caminado hacia direcciones donde debería haberse extinguido tal recorrido si es cierto que el desarrollo implica un cambio a lo mejor. Dentro de los procesos donde se advierte un nulo avance a pesar de contar con las herramientas para lograrlo, esta la comunicación pues, en la sociedad actual no siempre se permite la doble línea, es decir, la intercomunicación, el toma y dame de las ideas, el resultado es un aislamiento del individuo, “La incomunicación, masificación, sociedad anónima, multitud solitaria, aislamiento, individualismo afectan gravemente a la persona en sus bases: yo-tú, cara a cara. Diálogo. Puede haber hoy una importante comunicación visual (sociedad de la imagen) de los dramas y las tragedias de las personas y pueblos pero que nos hacen pasivos, aislados unos de otros y sólo impresionables, ya que el efecto inmediato de la impresión radica en el sentimiento y no en el discernimiento”43. La televisión, maravilloso aparato de intercomunicación entre individuos aislados naturalmente, sirve hoy a los intereses más bajos de las sociedades, incapacitado y basando su éxito en la consecución de televidentes, no duda en estimular el corazón con deseos superfluos y para nada nobles, las inmensas posibilidades que permitiría parecen limitadas adrede. Cabría imaginarse la forma distinta que otras sociedades le darían al televisor si tal invento se hubiera dado en su sociedad, ¿que hubieran hecho los griegos con la televisión en aquella sociedad donde los hombres tenían como máxima realización la sabiduría y el heroísmo de su juventud? o ¿cómo sería el enfoque que le pudieron dar los medievales, con sus principios de trascendencia, de honor y caballerosidad de la que sus cantos nos dan fe? o ¿qué clase de transmisiones les resultarían interesantes a los hombres del renacimiento? Pero acaso esta sea la época más pobre comparada con aquellas, aunque más técnica, también la más palurda en ideas y lucidez, de donde se concluye que el producto humano final sea también el menos acabado. Actualmente existe una característica propia de nuestro tiempo: la globalización. “Nuestro mundo es un mundo global. Es un mundo de todos. Pero ¿para todos? ¿Qué se está globalizando: la vida o la muerte? ¿El bienestar humano y digno para todos o un bienestar indigno que es malestar mortal para muchos?”44. 43 44 BENNÀSSAR, Bartomeu. Op.Cit., p. 43. Ibíd., p. 45 Si se tiene la osadía y la actitud sincera para atender a estos interrogantes, se va a constatar, con la vergüenza que debe suscitar para el hombre, que la globalización es una subyugación masiva de todas las formas culturales a una sola, a una manera y estilo de pensar absoluta, lo único más humano es la táctica pues ya no se mata de manera literal a quien se resista al poder globalizante, sino que se le ataca con una muerte simbólica: el aislamiento. No es casualidad, lo primero que pierde un pueblo antes de su sometimiento total es su historia; el olvido de la historia equivale a una segura anulación. Las modas, artificiosas cuidadosamente seleccionadas, se hacen extensivas a todos los órdenes de la realidad, de ese modo se habla de ideas o de personas “pasadas de moda”. La pérdida del sentido histórico por el concepto de moda, no es un daño menor pues equivale a quedarse inerme ante la despersonalización colectiva, a la entrega voluntaria de lo que tomó años y lo mejor de la sociedad para ser construido. “Vivimos en unas sociedades que quieren y hacen al hombre sin origen, sin pasado, sin tradición. Cada día y con cada cual empieza todo. Una sociedad sin memoria, olvidada o rechazada, y sin historia, es un conglomerado sin pueblo, sin esperanza. Una sociedad sin orígenes ni metas, no puede servir para atraer ilusiones ni tareas, proyectos ni decisiones, ni tampoco para apoyarlos”45. “Se ha logrado que la ignorancia histórica, incluso entre los llamados cultos, sin exceptuar los universitarios, sea incomparablemente mayor que en ninguna otra época”46. Lo dicho hasta aquí, no es un vaticinio positivo, pero pretende prevenir a tiempo de los peligros si se continúa por este camino. El hombre merece un voto de confianza, si hasta ahora ha sabido sortear las dificultades impuestas por la naturaleza ¿Por qué no cabe esperar que supere las que a si mismo se ha impuesto? En los momentos de crisis es cuando se ponen a prueba las especies, y el hombre no es la excepción, debe demostrar si esta fractura antropológica tiene cura o en definitiva el camino trazado por ella es la primera de la secuencia en una imparable quiebra general de la humanidad. La tecnología, la globalización y el aumento de conocimientos son oportunidades únicas de llevar a la humanidad hasta logros insospechados y sólo alcanzables por este momento histórico, se debe estar a la altura del reto, no se puede ni tomar aire ante el peligro de quedar descalificados pues como se dijo antes no hay segundas 45 46 Ibíd., p. 101 GONZÁLEZ, Enrique. Op. Cit., p.44 oportunidades, y todo esfuerzo de último momento, por pequeño que parezca puede hacer la diferencia. La conciencia histórica, se suma al ya citado aporte de la educación, haciendo hincapié en la belleza como una posible respuesta a la crisis humanista. El problema de la inhumanidad, sólo puede remediarse redireccionando al hombre contemporáneo; para lograrlo, antes es necesario tener claro hacia donde se va a dirigir ¿Qué tipo de humanidad es la que estamos dispuestos a promover y cuidar? ¿Debe este cambio concentrarse en una élite dirigente o por el contrario, las nuevas reglas de juego han puesto el poder en los individuos de a pie? Siendo la educación factor fundamental para este cambio, las instituciones educativas tienen un papel clave en esta tarea inaplazable, ellas son las encargadas de dotar con nuevas interpretaciones a los problemas antropológicos, para ello cuentan con una élite del pensamiento social, los intelectuales, que con un compromiso y aire renovado le indiquen a los hombres por dónde, cómo, por qué, y cuáles son los horizontes más correctos del porvenir de todos aquellos que componen esta sorprendente familia humana. Bibliografía BENNÀSSAR, Bartomeu. Dios, futuro humano para todos. Madrid. BAC. 2000, p. 3. GEVAERT, Joseph. El problema del hombre. Introducción antropología filosófica. Salamanca. Sígueme. 2005, p. 11. a la GONZÁLEZ, Enrique. El renacimiento del humanismo. Madrid. BAC. 2003, p. XIII (prólogo) MARDONES, José María. La crisis cultural de nuestro tiempo. En: Mundo en crisis, fe en crisis. Estella (Navarra). Verbo Divino. 1996, p. 56 MATÍAS, Julián. Discurso con motivo de recibir el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades SCHRÖDINGER, Edwin. Ciencia y Humanismo. Matatemas. Barcelona. 1998. pp. 14-15.