Selección - DNPS

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Forster, Ricardo
Antología manifiestos políticos argentinos : tomo II 1956-1976 . - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Ministerio de Cultura de la Nación. Secretaría de Coordinación
Estratégica para el Pensamiento Nacional, 2015.
704 p. ; 20x28 cm.
ISBN 978-987-3772-37-5
1. Historia Política Argentina.
CDD 320.982
Dirección del proyecto
Matías Bruera y Gabriel D. Lerman
Coordinación de la edición
Mariana Casullo
Consejo Asesor
Diego Caramés, Matías Farías y Roberto Pittaluga
Edición y guión
Mariana Casullo y Diego Caramés en colaboración
con Matías Farías y Roberto Pittaluga
Diseño de tapa y de interior
Carlos Fernández
Corrección
Juan Martín Rosso
Belén Domínguez
2015 - Ministerio de Cultura - Ministerio de Educación
ISBN 978-987-3772-37-5
ISBN obra completa 978-987-3772-38-2
IMPRESO EN ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINA
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
Autoridades
Nacionales
Presidenta de la Nación
Cristina Fernández de Kirchner
Vicepresidente de la Nación
Amado Boudou
Jefe de Gabinete de Ministros
Aníbal Fernández
Ministerio
de Cultura
Ministra de Cultura
Teresa Parodi
Jefa de Gabinete
Verónica Fiorito
Secretario de Coordinación Estratégica
para el Pensamiento Nacional
Ricardo Forster
Director Nacional de Pensamiento
Argentino y Latinoamericano
Matías Bruera
Director de Asuntos Académicos
y Políticas Regionales
Francisco “Teté” Romero
Ministerio
de Educación
Ministro de Educación
Alberto E. Sileoni
Secretario de Educación
Jaime Perczyk
Jefe de Gabinete
Pablo Urquiza
Subsecretario de Equidad y
Calidad Educativa
Gabriel Brener
Director Nacional de Políticas
Socioeducativas
Alejandro Garay
ÍNDICE
Palabras previas, por Teresa Parodi
Palabras previas, por Alberto Sileoni
Prólogo, por Ricardo Forster
Presentación, por el Consejo Asesor y editores
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1956-1966
RESISTENCIA
Programa de La Falda
Fotografías de Andrés Framini y Amado Olmos
“¡Perón vuelve!”
La Juventud Peronista se adueña del sable de San Martín
Prensa peronista durante la Revolución Libertadora 29
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34
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El decreto del gobierno de facto del general Aramburu que
prohíbe la simbología peronista
Portada del semanario Descartes Nº 3
Introducción a Operación Masacre (selección), por Rodolfo Walsh
Afiche de la película Operación Masacre de Jorge Cedrón
Periódico El Grasita
Carta de J. D. Perón a J. W. Cooke
Resistencia Peronista: testimonio, por Juan Carlos Brid Afiche de la película Los resistentes de Alejandro Fernández Mouján
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DESARROLLISMO Y MODERNIZACIÓN
Las dos perspectivas económicas, por Arturo Frondizi
Ilustración “Petróleo y contratos”
Discurso de la “batalla del petróleo”, por Arturo Frondizi
La toma del frigorífico “Lisandro de la Torre”
Fotografía de la toma del frigorífico “Lisandro de la Torre” Volante del sindicato de trabajadores de la carne El Programa de Huerta Grande Boleta electoral del partido Unión Popular
Informe económico de Raúl Prebisch 65
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El Plan Prebisch. Retorno al coloniaje (selección), por Arturo Jauretche
Fotografía de la telenovela “La familia Falcón” El camino del desarrollo (selección), por Rogelio Frigerio
Primeras dos tiras de Mafalda en Primera Plana
Carta abierta al presidente Frondizi, por Ismael Viñas
Fotografía de la huelga de ferroviarios de octubre de 1961
El guardapalabras (Memorias de un ferroviario) (selección), por Juan Carlos Cena
“Roberto Arlt, yo mismo”, por Oscar Masotta
“El carácter nacional”, por Enrique Pichon-Rivière en Primera Plana
Verso 23 del poema Árbol de Diana, por Alejandra Pizarnik
Debate sobre la enseñanza: laica o libre
93
102
103
110
111
115
116
124
136
137
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RECEPCIONES DE LA REVOLUCIÓN CUBANA
Y NUEVO LATINOAMERICANISMO
Cooke habla desde La Habana, Cuba
Uturuncos, los primeros soldados de Perón
Símbolo de los Uturuncos
Documentos del FRIP
Certificado de la Milicia Nacional Revolucionaria a J. W. Cooke
Por qué estoy en Cuba y no en otra parte, por Ezequiel Martínez Estrada Cuba nuestra, por Abel Alexis Latendorf
Portada de la revista Che. Una revista de la nueva izquierda Nº 9 “Cuba: detenerse es retroceder”. Entrevista al Che y a Raúl Castro,
por Juan Carlos Portantiero
Fotografía de J. R. Masetti, M. Á. Asturias y R. Walsh, en la agencia Prensa Latina
Las izquierdas en el proceso político argentino (selección), por Carlos Strasser
Prólogo de Antología poética, por El Pan Duro
Informe sobre Santo Domingo, por Barrilete
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196
201
REVISAR LA HISTORIA:
COLONIALISMO Y NACIÓN
Proclama Fitzgerald
Alegato Ruda (selección)
Resolución 2065 (XX)
Proclama de Los Cóndores
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215
219
220
Debate sobre el gaucho Rivero:
• Dictamen de la Academia Nacional de la Historia
en torno de la figura del gaucho Antonio Rivero
• Los Cóndores según Arturo Jauretche Fotografía de los Cóndores junto al avión DC-4 de Aerolíneas Argentinas
Fotografía de integrantes de los Cóndores
“Nuestras Islas Malvinas”, de Raymundo Gleyzer Por qué nuestro homenaje, por La Rosa Blindada
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242
247
248
Introducción a La formación de la conciencia nacional (selección),
por Juan José Hernández Arregui
Introducción a América profunda, por Rodolfo Kusch
Rosas, romanticismo y literatura nacional, por David Viñas
Industrialización, burguesía industrial y marxismo (selección), por Milcíades Peña
Civilización occidental y cristiana, de León Ferrari
Insólito Paraguay (selección), por León Pomer
Poemas a los guerrilleros
Fotografía de Jorge R. Masetti entrevistando a Ernesto “Che” Guevara Imagen de la historieta El Eternauta 250
261
266
270
288
289
293
299
300
Manifiesto del Grupo Espartaco
Obra “Sin título” de Juan Manuel Sánchez
Editorial de Pasado y Presente Nº 1 (selección), por José Aricó
Portada de la revista Pasado y Presente Nº 1
“Reportaje a nosotros mismos”, por Abelardo Castillo
Portada de la revista El Escarabajo de Oro
1966-1976
DE LA REVOLUCIÓN ARGENTINA AL GAN
Mensaje de las Fuerzas Armadas luego del golpe de Estado
contra el gobierno de Arturo Illia
Declaración de ACIEL a favor del golpe de Estado y del gobierno de Onganía Discurso de Onganía sobre los objetivos de la Revolución Argentina
Portadas de Panorama y Crónica sobre el gobierno de Arturo U. Illia
Mi testimonio (selección), por Alejandro A. Lanusse Por la Nación, por Mariano Grondona El carisma de Perón, por José Luis Romero
Última portada de la revista Tía Vicenta antes de ser censurada Fotografía de “La Noche de los Bastones Largos”
305
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329
333
333
LA DEPENDENCIA EN CUESTIÓN
Tucumán Arde, por Nicolás Rosa y María Teresa Gramuglio
Fotografías de la muestra “Tucumán Arde”
Fotografía de fábrica tomada por obreros y empleados de un ingenio
azucarero en Tucumán
Elogio de la marginalidad, por Eco Contemporáneo Portada de Primera Plana sobre el Instituto Di Tella
Primera declaración del Grupo Cine Liberación
Afiche de la película La hora de los hornos
de Fernando “Pino” Solanas y Octavio Getino
Prólogo a la primera edición de Historia contemporánea de América Latina,
por Tulio Halperín Donghi
Prólogo a Isidro Velázquez, por Roberto Carri
Oscar Varsavsky: ciencia y política
Feudalismo y capitalismo en América Latina (selección), por Ernesto Laclau
Intelectuales y revolución. El debate en Nuevos Aires
Portadas de la revista Crisis 337
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DOSSIER PUEBLO INSURRECTO
Introducción Rosariazos: primero y segundo
Testimonio de Héctor Quagliaro
Testimonio de Zenón Sánchez
Fotografía de la marcha de silencio del 21 de mayo de 1969
Testimonios de Rubén Naranjo y Héctor Quagliaro
Testimonios de Gloria Canteloro y Victorio Paulón
Testimonio de Zenón Sánchez
Fotografías de la represión policial y militar que lleva a la sublevación general
Testimonios del Dr. Horacio Zamboni y Enrique Gigena
Cordobazo
Testimonios de Hugo Papalardo y Miguel Contreras
Testimonios de Oscar Álvarez y Jorge Canelles
Testimonios de Juan Carlos Cena y Juan Manuel Campos
Fotografía de barricada
Declaración de empresarios
Declaración de la Regional Córdoba de la CGT
Fotografía de un colectivo incendiándose
Tucumanazo
Mensaje del gobernador de facto Roberto Avellaneda
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Villazo
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419
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Fragmento del testimonio de Ángel Porcu en Tito Martín, el villazo y
la verdadera historia de Acindar, de José Ernesto Schulman
Volante ¡El Villazo!
Carta manuscrita de Alberto Piccinini desde la cárcel de Coronda
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431
432
Respuesta de la Coordinadora Estudiantil
Comunicado de la UCRP
Comunicado de la Juventud Peronista Tercera Zona
Testimonio de José Luna
Fotografía de barricada
Testimonios de militantes
Debate frente a frente: Agustín Tosco y José Rucci en “Las dos campanas”
Ilustración de Agustín Tosco y José Rucci en “Las dos campanas”
Mendozazo
“El mendocinazo. Crónica, análisis y relatos” (selección)
Fotografía de barricada
Trelewazo
La pasión según Trelew (selección), por Tomás Eloy Martínez
Extracto de la asamblea popular en Trelew
MILITANCIAS Y ORGANIZACIONES
REVOLUCIONARIAS
El significado del giro a la izquierda del peronismo (selección),
por Victorio Codovilla Portada de la revista Nueva Era Nº 5
437
451
Vanguardia Comunista: Proyecto de Resolución sobre
Situación Nacional (selección) Portada de la revista No transar: órgano de la Vanguardia Comunista Resolución fundacional del Ejército Revolucionario del Pueblo Estrella roja, símbolo emblemático del ERP ¿Por qué no se quiere discutir? (selección), por Otto Vargas Masacre de Trelew Programa de la CGT de los Argentinos “Libertad a Ongaro y Tosco”, de Ricardo Carpani
Plenario Regional del Movimiento Nacional Intersindical Solicitada de SI.TRA.C y SI.TRA.M a los trabajadores y al pueblo argentino
Portada del periódico Política Obrera Nº 98
Debate sobre quién escribe en el Semanario CGT Portada del Semanario CGT
Peronismo revolucionario, por John W. Cooke
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493
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FAP: Taco Ralo Destacamento Guerrillero “17 de Octubre”
Nuestras coincidencias básicas, por Movimiento Sacerdotes del Tercer Mundo
Fotografía de la reunión del MSTM con J. D. Perón
Secuestro y muerte de Aramburu
Fotografía de algunos miembros del Comando Juan José Valle
Documento “Hablan los Montoneros” “Por qué somos peronistas de base” (Reportaje) Portada de la revista Cristianismo y Revolución
Reportaje a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR)
“Documento Verde” de la agrupación Sabino Navarro (selección)
El caso Heberto Padilla:
• “Poesía y revolución”, por Juan Gelman • “Puntos de partida para la discusión”, por Los Libros
Portadas de la revista Antropología 3er mundo Misa para el Tercer Mundo, por el padre Carlos Mugica Amanecer Agrario, por Movimiento Agrario Misionero
Portada del periódico Amanecer Agrario. Órgano oficial del MAM
Introducción a Qué son las ligas agrarias, por Francisco Ferrara Tapa de la primera edición de Qué son las ligas agrarias de Francisco Ferrara
Folleto “Qué son las Ligas Agrarias”
Comunicado del Frente de Liberación Homosexual en Somos Nº 1 Fotografía del FLH en la Plaza de Mayo del 25 de mayo de 1973
La mujer y los cambios sociales (selección), por Mirta Henault
Volante de UFA (Unión Feminista Argentina) No negociable (selección), por Roberto Santoro
Antiafiche de Roberto Jacoby 500
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DE “PERÓN VUELVE” A
LA ANTESALA DEL HORROR
Carta de Perón al movimiento peronista con motivo
de la muerte del “Che” Guevara Perón: Actualización política y doctrinaria
Fotografía de Fernando “Pino” Solanas y Octavio Getino con J. D. Perón
Decreto-indulto Nº 11/73 Fotografía de la Plaza de Mayo del 25 de mayo de 1973 Fotografía de la liberación de presos de la cárcel de Devoto
Documento Literal: el matrimonio entre la utopía y el poder Fotografía de Ezeiza: retorno de Juan D. Perón
Discurso de Perón ante el Congreso Nacional
Discurso de Perón del 1º de Mayo de 1974 en la Plaza de Mayo
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Fotografía de los disturbios en el acto del 1º de Mayo de 1974 Mensaje de Perón por cadena nacional (12 de junio de 1974)
Fotografía de Juan Domingo Perón en su último discurso en la Plaza de Mayo
Revista Movimiento: entrevista a Ortega Peña y Felipe Romeo
“General: el pueblo no está de acuerdo”, por Miguel Lizaso Carta a Jarito Walker (selección), por Nicolás Casullo Portada de la revista El Descamisado Nº 43
Envido, nueva etapa La crisis de julio y sus consecuencias políticas, por Pasado y Presente
“La verdad es la única realidad”, por Francisco Urondo
Fotografía del cortejo fúnebre y tapas de diarios sobre la muerte de J. D. Perón
Documento reservado del Consejo Superior Peronista
El Navarrazo:
• Fragmento radial de las fuerzas policiales rebeldes
• Fotografía de miembros de la conducción montonera
con O. Bidegain y R. Obregón Cano
• Fotografía de miembros de infantería sublevados en las calles
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Comunicado del Movimiento Sindical Combativo encabezado
por Agustín Tosco frente al “Navarrazo”
Anteproyecto de declaración política del Frente Antiimperialista y por el Socialismo
El Caudillo N°38 sobre el asesinato de Ortega Peña Lista negra de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) El pasaje a la clandestinidad de Montoneros
Testimonios del film Cazadores de utopías
Fotografía de la conferencia de prensa de Montoneros Editorial de la revista Movimiento Nº 8: “¿Revolución o violencia?” Portada de la revista Movimiento Nº 8 Decreto 261 / 5 de febrero de 1975
Fotografías del “Operativo Independencia”
Monte Chingolo
El Rodrigazo y sus efectos
Entidades empresarias con ideologías opuestas acosan al plan de emergencia
APEGE pide cambios drásticos
Discurso de Ricardo Balbín por cadena nacional (extracto)
“Oíd lo que se oye”, por Leónidas Lamborghini Fotografía de la Plaza de Mayo en la madrugada del 24 de marzo de 1976,
de Héctor “Puchi” Vázquez
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701
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Palabras previas
por Teresa Parodi
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Esta etapa de profundas transformaciones sociales nos vuelve protagonistas de un momento histórico desde el cual podemos avanzar en áreas que por primera vez encuentran
espacio en la agenda pública.
Abrir ámbitos de discusión que permiten recuperar la verdadera potencia de las palabras como portadoras de sentido y constructoras de identidades compartidas es una señal
de que podemos confluir en un proyecto común en el que las diferencias conviven y construyen diálogos propios de la práctica democrática.
Este segundo tomo de Manifiestos políticos argentinos, que abarca el período de 1956 a
1976, reúne por vez primera documentos que constituyen insumos imprescindibles para
pensar la Argentina desde la enorme diversidad de sus tradiciones culturales.
La compilación de los principales discursos, textos y proclamas fundantes de las corrientes políticas argentinas y de los manifiestos que dieron origen a episodios populares
emblemáticos constituyen una verdadera puesta en valor de la historia del lenguaje político argentino.
Estos textos de nuestra Argentina moderna presentan diversas maneras de decir, de
referirse al conflicto social, a la lucha por el poder, al litigio por la igualdad desde un amplio
espectro de tradiciones intelectuales que constituyen verdaderas genealogías de nuestro
presente y de los debates, sueños e ideales actuales. Repensar la cultura política es una manera de reivindicarla como herramienta indispensable para expresar los reclamos, la alegría
y la dignidad de un pueblo que ha sabido resignificarla con mucho esfuerzo.
Desde el Ministerio de Cultura bregamos por ampliar los recursos para la participación
plena de todos los argentinos y argentinas en la vida cultural de nuestro país. Estamos convencidos de que necesitamos valorar el ejercicio de la palabra como instrumento primordial
de expresión de un pueblo que puede reconocerse a sí mismo como constructor activo y
legítimo de una democracia capaz de amparar lo plural y lo diverso.
Teresa Parodi
Ministra de Cultura
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Palabras previas
por Alberto Sileoni
El Ministerio de Educación de la Nación ha considerado que la Antología de manifiestos políticos
argentinos (1890-2010), editada en tres tomos por el Ministerio de Cultura de la Nación, por sus
valores históricos y pedagógicos, integre el acervo bibliográfico de los Institutos de Formación
Docente de todo el país.
Este conjunto de documentos del pasado argentino, seleccionados y editados con un sólido criterio profesional, constituye un aporte invalorable para el conocimiento, el estudio y la
reflexión sobre el acontecer histórico y sobre sus protagonistas.
El manifiesto, en tanto expresión política, literaria o cultural de intervención en la vida
social, tiene una larga y compleja historia, difícil de reducir a algún soporte determinado o a
algún formato particular de enunciación. La selección que aquí se presenta da cuenta de esa
diversidad y, lo que es aún más relevante, nos coloca frente a una amplia variedad de perspectivas políticas, sociales y estéticas, permitiendo así que podamos conocer, de primera mano,
el pensamiento de diferentes actores, individuales o colectivos, que han actuado a lo largo de
la historia argentina. En nuestro país, y acompañando a los movimientos sociales y políticos revolucionarios de
fines del siglo xix, la producción de manifiestos se constituyó en un modo habitual de intervención para los diversos grupos y facciones que buscaban movilizar la conciencia pública,
en el marco de la progresiva ampliación del universo de lectores, por efecto de las leyes de
educación pública. Estas proclamas, más allá del texto o la imagen que busca impactar la realidad inmediata a la que se dirigen, contienen dos elementos que, a nuestro juicio, las hacen
particularmente interesantes.
En primer lugar, la evocación de la gestualidad que acompañó su producción y la reconstrucción de las formas materiales en que estas ideas fueron inscritas, reproducidas y, sobre
todo, receptadas por sus contemporáneos. En segundo término, los manifiestos nos convocan
a que ese pasado del cual estas reliquias nos hablan vuelva a estar vivo entre nosotros, para
que podamos interrogarlo con las preguntas del presente. Esa posibilidad de dialogar con la historia desde el presente es lo que la hace viva, lo que
le da sentido, lo que le sacude el polvo de los años y, sobre todo, la hace humana. El manifiesto, como texto en acción, bien puede ser leído como la mecha que enciende el
acontecimiento e incluso como una antorcha que ilumina todo un período –pensemos, entre
otros ejemplos, en el Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria, o en las páginas fundacionales de F.O.R.J.A.–; sin embargo, no agota su eficacia en el tiempo corto de la historia, que
es donde emerge con toda su vitalidad. Por el contrario, cada uno de estos documentos sigue
interpelando a cada presente y abriendo nuevos caminos a la interpretación del pasado.
Recuperar, entonces, estos pedazos del pasado, sirve para ponerlos frente a nuevos hombres y mujeres que tienen diferentes preguntas que las que dominaban aquellas épocas que
los vieron nacer. Esa es la tarea pedagógica a la que esta magnífica antología nos invita: promover en nuestros docentes una renovada mirada acerca de nuestra historia y hacer que su
enseñanza no se circunscriba a la repetición acrítica de un canon heredado.
Por supuesto que la selección de materiales que aquí se presentan no es azarosa y mucho menos inocente: nos internamos en el pasado con la mirada ideológica del presente que
representamos.
Muchos documentos aquí reproducidos son largamente conocidos, otros menos y algunos
constituirán piezas novedosas y extrañas. Del inmenso repositorio que el pasado nos ofrece,
tomamos aquello que consideramos relevante, e incluso, en algún caso, por sobre la relevancia
que sus contemporáneos le dieron. Poner en circulación estos textos, imágenes e intervenciones
intelectuales, al aumentar la cantidad y sobre todo la variedad de fuentes disponibles para su acceso inmediato, debería constituir un antídoto contra los peligros que siempre acechan al trabajo
histórico y a su enseñanza, entre ellos la interpretación forzada de los documentos y el anacronismo. Cuanto más ampliemos el horizonte documental que ponemos a disposición de nuestros
jóvenes, más haremos para construir una educación de calidad en el campo de las ciencias sociales e históricas. Estos volúmenes constituyen un invalorable aporte en este sentido.
Como bien queda expresado en las palabras introductorias de Ricardo Forster, se trata de
un libro-herramienta que nos invita a saber más de nosotros mismos, de las preguntas que
hoy podemos hacerle a la historia argentina, preguntas nuevas, sin duda, cargadas de un sentido de libertad, justicia y solidaridad renovado, cargadas, por fin, de futuro.
Alberto Sileoni
Ministro de Educación
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18
Prólogo
por Ricardo Forster
1. El pasado, el presente y el futuro no son simples formas verbales que nos sirven para
describir la temporalidad de una acción; son, a su vez, los núcleos de un antiguo litigio que
atraviesa la vida social allí donde los relatos que le dan sentido a nuestra travesía por el tiempo surgen de las distintas maneras, muchas veces antagónicas, de entender lo que nos ha
pasado, lo que nos está pasando y lo que nos puede llegar a pasar. Así como no hay una mirada
histórica neutra tampoco hay una intervención sobre los sucesos del presente que pueda ser
despojada de su intencionalidad. Todo relato supone, lo diga o no, lo sepa o no, una elección y
un recorte que redefine nuestra comprensión del pasado y nuestra imaginaria aproximación
hacia el futuro. Una antigua batalla por el sentido atraviesa la vida histórica y se corresponde
con la puja por la hegemonía cultural (derechas e izquierdas, y sus intelectuales, siempre lo
han sabido). No hay proyecto de nación sin un relato que le imprima a su itinerario un desde
dónde y un hacia dónde.
El problema no pasa por aceptar o no este mecanismo cuasi literario sino por creer que
el relato todo lo puede ante una realidad que nada tiene que ver con lo que ese mismo relato
señala como supuestamente verdadero. No hay proyecto que se sostenga sólo y exclusivamente amplificando, a los cuatro vientos, una ficción histórica o una virtualidad que nada
tiene que ver con la materialidad de la vida real. Es absurdo pretender sostener un modelo
de país a través de una fábula, por más brillante que esta pueda ser, expuesta a los ojos
de la opinión pública sin ningún correlato con la realidad y sin haber provocado cambios
sustanciales en la sociedad. El relato puede darle espesura y sentido a una etapa histórica
y habilitar los complejos y muchas veces enigmáticos mecanismos capaces de promover la
empatía entre un proyecto político y amplios sectores populares, pero lo que no puede hacer
es inventar aquello que no existe ni darle entidad verídica a lo que sale de la galera del mago.
En todo caso, cada época busca encontrar el pasado que le resulta más verosímil y, políticamente hablando, más pertinente para sus necesidades y sus disputas.
Diversas, antagónicas, conflictivas, concluyentes y litigiosas han sido las tradiciones político-intelectuales que se desplegaron a lo largo de ese itinerario que, en este volumen, arranca
en 1956 y llega hasta 1976, ambas fechas que suponen giros y rupturas muy significativas en
el interior de nuestra historia. Relatos nacidos de distintas canteras filosóficas e ideológicas
que buscaron imprimirle sus sellos al país a través de muy distintas concepciones políticas,
sociales, económicas y culturales. Algunas alcanzaron a marcar largos períodos de esa historia, otras se constituyeron como oposición pero dejaron su impronta y sus herencias. Tratar de
comprender mejor nuestro presente, sus vicisitudes y sus conflictos, sus logros y sus dificultades descifrando las genealogías de nuestros sueños e ideales constituye un modo genuino
de romper simplificaciones al uso. Tal vez por eso imaginamos que sería oportuno recobrar
las diversas voces y escrituras que se agolparon en las luchas políticas de un país, el nuestro,
siempre atravesado por intensidades y diferencias que no se han saldado.
2. La realidad histórica, se sabe, es objeto de permanentes y desencontradas interpretaciones.
Litigios interminables han recorrido, y lo seguirán haciendo, la travesía de nuestro país, exa-
cerbándose, esos conflictos, en aquellas épocas en que la problemática del pasado escapa de
los límites de la vida académica para estallar, con toda su riqueza y virulencia, en el seno de un
presente atravesado por nuevos desafíos que impiden, precisamente, que el relato de la historia,
aquello que tiene que ver con las marcas decisorias y con las opacidades del comienzo (que se
vuelve “origen” cuando adviene un relato legitimador poderosamente establecido en la escena
nacional), se refugie en la calma del gabinete de trabajo del historiador. Señalar las diferencias
y las rupturas, hacer eje en las continuidades o en las discontinuidades, establecer ciertas genealogías en detrimento de otras, priorizar tal acontecimiento para resaltar el peso específico
de tal o cual decisión, imprimirle a la voluntad de un dirigente un sesgo excepcional o reducirlo a
una suerte de equivalencia que lo vuelve intercambiable con otros personajes de su tiempo son,
como el lector comprenderá, algunos de los ejes de estos debates interminables que han jalonado la historia argentina (y universal, para utilizar un viejo concepto hegeliano ya en desuso).
Cuando esos debates se circunscriben a un período demasiado cercano al presente, la dilucidación de su “verdad histórica” constituye un complejo y grave acontecimiento político que poco
y nada tiene que ver con el concepto de “objetividad” y, mucho menos, con el de “neutralidad”.
La potencia de lo acontecido, su materialidad –que es algo más que lenguaje aunque siempre lo
siga siendo cuando se vuelve objeto de interpretación–, no proviene, como si fuese un maestro
de la prestidigitación o un soñador de ficciones, de la imaginación del historiador pero, y de eso
también se trata, su manera de citarlo, su subjetividad interpretativa y los condicionamientos de
su propia realidad, se ponen en juego alterando lo que ya ha sido irremediablemente colocado en
el interior de la disputa por el relato. Pero así como no hay hermenéutica virtuosamente objetiva
tampoco existe algo así como una realidad cristalina ni mucho menos procesos históricos en
estado de pureza y alejados del barro de la vida. Trabajar con un material que responde a diferentes concepciones y perspectivas de país y de sociedad, internarse por la selva de documentos liminares y de debates que hicieron época, rescatar proclamas sepultadas en los archivos,
recuperar los programas políticos de fuerzas muchas veces antagónicas constituye un desafío
que hemos acometido con la convicción de abarcar al más amplio espectro de esas tradiciones
político-ideológicas que han ido dejando sus marcas sobre el cuerpo del país y que, de diferentes
maneras, persisten en nuestros lenguajes actuales y en nuestros litigios.
Siguiendo esta perspectiva que hace del pasado un territorio de múltiples interpretaciones que no puede dejar de señalar la injerencia del presente y de sus conflictividades político-ideológicas a la hora de intentar dar cuenta de él y de sus diversidades, es que hemos
abordado la elaboración de este libro de manifiestos políticos recorriendo la totalidad de las
tradiciones políticas que se han expresado en nuestra travesía como nación. Autonomistas,
anarquistas, socialistas, liberales, radicales, comunistas, conservadores, peronistas, nacionalistas de derecha y de izquierda, católicos, sindicalistas desfilan a través de sus manifiestos, proclamas y debates intelectuales a lo largo de estas páginas que intentan contribuir a
una visión plural y compleja de ese vasto mundo que, siguiendo una selección que también
constituye materia de controversia, les permitirá a los lectores descubrir y recuperar la diversidad de esas tradiciones.
3. Se trata de la memoria y de sus usos. Un viaje laberíntico en el que los márgenes se desdibujan y la bruma invade la comarca que recorremos; como si el itinerario que seguimos
eligiese caprichosamente el camino. Pero también se trata de las astucias del olvido, de todas
aquellas estrategias montadas para reescribir la historia. Mapa en mano nos lanzamos hacia
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un territorio previamente cartografiado en el que esperamos encontrar aquello que no venga
a cuestionar la biografía que nos supimos construir. El arte de la memoria supone la utilización recurrente, y a veces obsesiva, del bisturí del olvido. ¿Acaso no es necesario olvidar para
recordar? ¿No ejercemos la tiranía de la memoria como un subterfugio para desplazar hacia
lo evanescente aquello que nos interpela y nos conmueve? ¿Reivindicar la memoria no es un
modo de seguir tejiendo en el telar del olvido? ¿Podemos recordar?
Preguntas esenciales que involucran los modos de narrar un tiempo ido, que atraviesan
con intensidad la percepción del pasado vuelto, a la vez, ficción, densidad material e interpretación. Porque de eso se trata. El pasado regresa como ficción e interpretación, como
una querella que disputa la supuesta “verdad” de tal o cual comprensión. Su presencia-ausencia es convocada desde la lengua de la narración y en esa convocatoria ordenamos los
claroscuros de nuestra biografía, la volvemos a escribir y le damos una nueva existencia
que, lo sepamos o no, lo digamos o no, siempre constituye una política y se sostiene en una
determinada matriz teórica e ideológica. Como individuos y como sociedad estamos permanentemente escribiéndonos, es decir, borrando y volviendo a narrar, hasta encontrar la
historia que nos acomoda, aquella que nos permite vivir con el pasado sin experimentar el
insoportable sufrimiento de lo vivido, de aquello que hicimos o dejamos de hacer.
La ética de la memoria se construye como fortaleza de un presente que asume, o suele
asumir, dos estrategias opuestas y complementarias: el rechazo del pasado recordado como
tiempo aciago, o su reivindicación como tiempo ejemplar y heroico; ambas narraciones oscurecen la historia o la llevan hacia el campo de una ficción en la que los acontecimientos y
las acciones se despliegan como parte de una estrategia. Aquello que se silencia regresa por
caminos oscuros, impensados, caminos que nos vuelven a conducir, pese a nosotros, hacia
esas comarcas que ya no deseamos experimentar como propias. Comarcas carcomidas por
los desgarramientos que las ficciones de la historia han ido generando a partir de la necesidad, siempre recurrente, de tener que dar cuenta, de no poder, aunque lo deseemos fervientemente, vivir instalados en el hoy absoluto; como si una culpa secreta nos impidiese dejar en
paz ese otro tiempo del que preferimos no hablar pero del que siempre estamos hablando a
través de nuestras negaciones. Al hablar silenciamos lo inoportuno; al intentar construir lo que
fue, desvelamos, sin quererlo, los fantasmas que invaden la fragilidad de una memoria que al
fallar recuerda. Por eso, y no estamos haciendo teoría de la historia, todo viaje hacia lo acontecido involucra una puesta en cuestión del punto actual de partida; sólo alcanzamos a mirar
lo que la atalaya de nuestro presente nos permite contemplar, o, también, sólo miramos lo que
queremos ver, lo que nuestra época y nuestras necesidades nos exigen que veamos.
La ingenuidad, o la mala conciencia, nos ofrecen sus narraciones como si en ellas pudiéramos captar la esencia destilada del pasado, de un pasado que puede ser interrogado hasta
la extenuación por el saber de una mirada distanciada, incontaminada, curada de las viejas
pestes. Desapasionamiento de la mirada que viaja hacia el ayer destituyendo los derechos de
ese otro tiempo en el que lo experimentado se vuelve materia ajena, extranjera de nuestras
propias acciones. Metamorfosis del pasado que se adapta, mejor dicho, que es adaptado a
las demandas oscurecedoras y fetichizantes del presente. Volvemos para destituir; es decir,
el regreso es ya una estrategia del olvido. No hacemos historia, la inventamos para adaptarla
a nuestras necesidades y a nuestras virtudes. En esa reescritura, lo que desaparece es el
sufrimiento de los que vivieron con sus cuerpos, de aquellos cuyas voces se cerraron con el
plegamiento de su época, que fueron tragados por la vorágine de su tiempo y que perdieron la
oportunidad de establecer las líneas de sus biografías. Su historia encuentra otra narración: se
trata nuevamente de la ejemplaridad heroica o del despojamiento desapasionado y racional.
Una historia epopéyica que monta su estrategia narrativa en la producción sistemática de mitos, de acciones ejemplares en las que los actores cobran la dimensión de lo puro; una historia
para purificar la memoria de los muertos, una forma de la santificación que disuelve la tragedia
en epopeya. Otra historia (que puede ser de rechazo o de interpretación despojada y objetiva,
una historia que parte de la premisa de la necesidad de cortar los hilos entre el hoy y el ayer
en términos de presencia conmovedora) que elige, por lo general, la atalaya de la buena conciencia, ese sitio desde el cual mirar sacándose de encima las tramas profundas que lo ligan,
también, con aquella experiencia. No deja de ser inquietante que descubramos hilos secretos
que nos unen con esos otros tiempos y que el pasado, sus tradiciones, siga insistiendo, a veces
por caminos extraños, en nuestra actualidad. Manifiestos políticos argentinos es una contribución para que recuperemos, en el debate contemporáneo, aquellos otros textos, manifiestos e
ideas que nos vertebraron desde sus acuerdos y sus antagonismos.
No es necesario haber vivido una determinada historia para sentir, en nuestras palabras
y en nuestras concepciones, la presencia de lo efectivamente desarrollado en aquel tiempo.
El martirio, o el despojo de la condición trágica de toda experiencia histórica: en la Argentina
hemos optado por alguna de estas dos versiones, como si el peso de una historia doblemente
silenciada nos exigiese permanentemente tener que oscurecer sus contradicciones oscureciendo nuestras relaciones con ella. Opacamiento de la mirada que reduplica el inexorable
opacamiento del ayer. Vamos al pasado para destituir sus derechos, no para ejercer el duro
trabajo de interrogarlo/nos; nuestra visita se asemeja o a la del devoto que se postra ante el
santo en la iglesia o a la del visitante de un museo que contempla desde la frialdad y la ajenidad aquello que también, aunque lo niegue, lo involucró y lo involucra. La historia argentina,
especialmente la reciente, la que hoy amenaza con volverse efeméride, corre el riesgo de la
santificación o del museo. Santificación de un pasado que derrama sobre las miserias contemporáneas la luz de los ideales incontaminados, rememoración mitologizante que impide un
abordaje crítico y sin contemplaciones de aquellas experiencias y de aquellas conductas que
marcaron a fuego a las distintas generaciones y que contribuyeron, no sólo a la elaboración
de un relato fabuloso, sino a nuestras actuales carencias. Pero también visita al pasado para
encontrar las marcas de nuestras propias concepciones y legados.
Es por eso que nuestro esfuerzo al seleccionar los materiales que componen estos Manifiestos políticos argentinos tuvo como objetivo central eludir la tentación de la mirada sesgada,
de la ortodoxia doctrinaria, del dogmatismo y, también, de la ceguera que muchas veces nace
de la intolerancia principista. Buscamos rescatar escrituras y discursos, textos y programas,
intervenciones intelectuales y octavillas de batalla, dejando que los diversos ríos de las tradiciones políticas argentinas fluyeran por las páginas de un libro-herramienta que nació a partir
de la idea de constituir un instrumento capaz de reunir una diversidad que, por lo general,
siempre se ha mantenido separada. En nuestro ánimo, que tiene que ver con el espíritu de la
Secretaría a mi cargo, siempre estuvo, y así se trabajó, la intención de reunir lo que las duras
batallas políticas han separado, no imaginando una imposible reconciliación entre corrientes
que nada tienen en común, sino como un fresco de la riqueza política e intelectual argentina.
Ricardo Forster
Secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional
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Presentación
por el Consejo Asesor y editores
Esta Antología de manifiestos políticos argentinos reúne importantes documentos de la vida
política y cultural argentina entre los años 1956 y 1976. No intenta ser una recopilación exhaustiva ni ofrecer una interpretación global del período, sino recuperar algunas intervenciones políticas y culturales que han dejado una marca en la historia y, fundamentalmente, en
nuestro tiempo presente. No se trata, entonces, de un volumen historiográfico, sino de una
invitación a prolongar el debate político actual a través de estas huellas. Como en el volumen anterior, que abarcaba el período 1890-1956, incluimos aquí materiales bien diversos, organizados en tres tipos diferentes de registros: manifiestos (que incluyen
también proclamas y discursos públicos), intervenciones intelectuales (que se expresan en discusiones, polémicas, editoriales de diarios y de revistas) y artefactos culturales (que abarcan
desde pinturas e imágenes de cuadros, folletos y fotografías, hasta poemas, crónicas y cartas,
pasando también por testimonios y memorias). También en continuidad con la orientación del
volumen precedente, las fuentes han sido seleccionadas desde una perspectiva anclada en la
intervención de los sectores populares y en la conflictividad política que ella expone, lo cual
se hace particularmente visible en un dossier especialmente dedicado a las generalizadas revueltas y rebeliones populares acontecidas a lo largo de todo el país entre fines de los sesenta
y principios de los setenta. Dicho dossier, que lleva el título de “Pueblo insurrecto”, hilvana las
voces plurales de distintos protagonistas que tomaron la palabra en el mismo acto de tomar
las calles y en sus rememoraciones actuales, conformando una saga que la memoria colectiva
recuerda con el aumentativo “azo”, desde los “Rosariazos” y el “Cordobazo” hasta el “Mendozazo”, pasando, entre otros, por el “Viborazo” y los “Tucumanazos”, el “Trelewazo” y el “Villazo”. A
su vez, el dossier está antecedido por una breve introducción que tiene como objetivo contextualizar este novedoso proceso político de rebeliones populares.
Esta Antología se organiza a través de dos capítulos. En el primero, el lector encontrará
intervenciones que corresponden al período 1956-1966, y en el segundo, otras que corresponden, preponderantemente, al período 1966-1976. Si bien existen numerosas discusiones en
cuanto a cómo organizar temporalmente este período, en el caso de esta Antología se escogió
un ordenamiento que pone en diálogo un conjunto de documentos que entre sí conforman diferentes bloques temáticos, con la intención, también, de que mediante ellos asomen algunas
de las problemáticas más relevantes de la época, las cuales se atraviesan y se conectan de
modos que no son necesariamente cronológicos. Los lectores podrán advertir, entonces, que
existen nudos problemáticos comunes entre los capítulos y los bloques temáticos. En este
sentido (y si bien, como dijimos, la Antología no tiene intenciones explicativas), la selección de
los materiales debe mucho a la idea según la cual entre 1956 y 1976 se despliega en la Argentina una profunda “crisis hegemónica” que funciona como un telón de fondo que si ayuda
hoy a conferir alguna inteligibilidad a las no pocas tragedias políticas del período, hizo posible
en aquellos años la construcción de distintos proyectos contrahegemónicos que excedieron
largamente el representado por las distintas guerrillas y organizaciones político-militares revolucionarias de las décadas del 60 y 70. De algún modo, el volumen entero busca reconstruir
los efectos ampliados de esta situación en la cultura, política y sociedad argentinas.
La crisis hegemónica puede apreciarse a través de aquellos documentos que la evidencian
en la política de los grupos dominantes para ejercer tareas “dirigentes”, como así también a
través del fuerte y generalizado cuestionamiento a la articulación y distribución de los poderes sociales, políticos y económicos vigentes, cuestionamiento lanzado por colectivos políticos
sumamente heterogéneos, desde los trabajadores hasta las organizaciones revolucionarias,
pasando por organizaciones de base, el movimiento estudiantil, organizaciones feministas,
etc. Asimismo, este cuestionamiento no sólo habilitó la puesta en suspenso de la credibilidad
en un orden consagrado, sino también una serie de preguntas en torno a los compromisos
intelectuales y políticos que debían asumirse en un contexto de esta índole. De este modo, esta
Antología busca particularmente dar cuenta de este proceso de crítica y crisis pero también de
redefinición de las identidades políticas que se operan en este período. Este rechazo al orden social y este proceso de redefinición de las filiaciones políticas se
manifestó a través de distintos fenómenos históricos y culturales. La relectura del peronismo
y la discusión en torno a las potencialidades pero también los límites que asumía el liderazgo
de Perón; la pregunta respecto de los caminos específicos que debería recorrer el socialismo
en la Argentina tras la Revolución cubana; la reconfiguración de las ideas en torno a América
y el surgimiento de un nuevo antiimperialismo; el debate sobre el papel de los trabajadores
en un proceso de transformación social y política y sobre el modo en que las clases populares
habrían de constituirse en clases dirigentes; las polémicas acerca del rol de los intelectuales
en la cultura y en la política argentina en un contexto signado por una crisis de dominación;
los puntos de diálogo pero también los límites que los actores fueron planteando entre la
experimentación artística y la radicalización política y entre las vanguardias estéticas y las
vanguardias políticas; la discusión sobre la violencia institucionalizada pero también sobre
la violencia revolucionaria; los procesos de revisión de la cultura nacional, desde la historia
hasta la literatura; e incluso la manera misma en que un concepto político clave del período, el
de revolución, debió ser abandonado por las propias clases dominantes al ser completamente
apropiado para nombrar la rebeldía y el desafío de los distintos colectivos ante el orden político y social, son algunos ejemplos de los múltiples rostros que asumió la disputa del poder y
que le confieren a estos años su carácter epocal.
En un contexto de esta índole, la idea misma de “manifiesto” fue objeto de diversas intervenciones que motivaron su resignificación. En efecto, en ocasiones la propia acción colectiva
era encarada por sus protagonistas como un manifiesto cuyo sentido quedaría planteado en el
momento mismo en que dicho acto devendría historia. Desde el robo del sable de San Martín
hasta la manifestación callejera, pasando por diversas intervenciones de las vanguardias estéticas o acciones guerrilleras, la figura del manifiesto sobrepasó largamente en este período
los márgenes de un género textual. Finalmente, esta Antología recoge también algunos fragmentos y sostenes ideológicos de
la brutal escalada represiva con que se clausura este ciclo de “crisis hegemónica”, a través
de un corpus que da cuenta del favor con que contó dicha escalada por parte de poderes e
instituciones del Estado, sectores ampliados de partidos políticos, asociaciones empresariales
y sindicales, entre otros. En este corpus también puede leerse cómo las desapariciones, asesinatos, persecuciones, torturas y atentados que se intensifican al final del período que abarca
esta Antología, apuntaron a la desarticulación, e incluso el aniquilamiento, de las organizaciones populares surgidas entre los años sesenta y setenta. Asimismo, recogemos algunas inter-
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venciones de las organizaciones revolucionarias que interpretan esta etapa como parte de una
“ofensiva popular” bajo un diagnóstico de la realidad política nacional cada vez más deudor de
concepciones “militaristas” de la organización y acción revolucionarias.
La dictadura cívico-militar iniciada el 24 de marzo de 1976 radicaliza y reformula la salida
represiva a la “crisis hegemónica”, frente a la que no sólo se propone oficiar su cierre definitivo,
sino también redefinir las bases políticas, sociales y económicas que hicieron históricamente
posible el generalizado cuestionamiento al orden social que, según podrá apreciar el lector de
esta Antología, un multifacético movimiento político y social de raigambre popular manifestó
en la Argentina entre 1956 y 1976.
Este libro condensa un importante trabajo de recopilación de documentos muy diversos y
por ello agradecemos a los colegas e instituciones que nos facilitaron el acceso a distintos archivos. Tenemos un reconocimiento especial para Eugenia Sik y Tomás Verbrugghe, del Centro
de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argentina (CeDInCI), Cecilia
Sagol, del portal Educ.ar del Ministerio de Educación de la Nación, Adrián Muoyo y Octavio
Morelli, de la Biblioteca de la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (ENERC), Evangelina Sánchez y Celina Flores, del Archivo Documental de Memoria Abierta,
y a Clara Rebottaro Pettinari, del Archivo Nacional de la Memoria. También estamos en deuda
con Ana Longoni, Roberto Baschetti y Carlos López, por facilitarnos parte del material de su
archivo, con Florencia Ubertalli, de la Biblioteca Nacional, con Juan del Mármol, del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, y con los trabajadores de la Hemeroteca del Congreso de la
Nación Argentina y del Departamento de Fotografía del Archivo General de la Nación.
Diego Caramés, Mariana Casullo, Matías Farías y Roberto Pittaluga
1956 - 1966
RESISTENCIA
En septiembre de 1955 un golpe de Estado cívico-militar
derroca el gobierno constitucional de Juan Domingo Perón,
electo por una importante mayoría tres años antes. Este golpe
de Estado, que tiene como antecedente el bombardeo sobre la
Plaza de Mayo en junio de ese mismo año (el cual dejó más de
300 muertos y 700 heridos), pone en acción una política represiva sobre la clase trabajadora en general, y sobre el movimiento
peronista en particular. Como respuesta a la represión y al régimen antidemocrático, distintos sectores del movimiento obrero
y militantes políticos despliegan una serie de prácticas de resistencia, que van desde sabotajes y boicots por parte de pequeños
grupos contra empresas públicas y privadas, hasta la gestación
de un espacio sindical combativo como el que se constituye a
mediados de 1957, en Córdoba, a partir del llamado “Programa de La Falda”. Asimismo, otros actores de la sociedad civil
emprenden acciones de denuncia contra la violencia autoritaria
e ilegal del gobierno dictatorial, como la que realiza Rodolfo
Walsh en Operación Masacre, obra destinada a convertirse en
una de las más significativas de la época. Este conjunto de prácticas desarrolladas por diversos sujetos, denominado con posterioridad como la “Resistencia”, trasciende la lucha contra la
autoproclamada “Revolución Libertadora” y se prolonga bajo el
gobierno de Arturo Frondizi (electo en 1958, bajo la proscripción del peronismo), quien no repone la plena vigencia de los
derechos y garantías constitucionales y, contrariamente, impulsa
medidas represivas, como la sanción del Plan Conintes.
1956 - 1966
Programa de La Falda
Luego del golpe de Estado de 1955 que derroca al gobierno electo de Juan
D. Perón, una de las primeras medidas que toma el nuevo gobierno de
facto es la intervención de la CGT. Importantes sectores de los sindicatos
agrupados en la central de trabajadores, mayoritariamente de filiación
peronista, pasan a formar parte de lo que luego será conocido como la
Resistencia a raíz de sus prácticas de lucha contra las políticas antiperonistas y antisindicales del gobierno militar. A mediados de 1957, en
Córdoba, cuya regional de la CGT es la primera en ser recuperada, se organiza un Plenario Nacional de delegaciones regionales de la CGT y de las
62 Organizaciones. El resultado de ese Plenario Nacional es el llamado
“Programa de La Falda”, de fuerte contenido combativo y con amplias definiciones en los planos político, económico y social.
Para la Independencia Económica:
a) Comercio exterior:
1. Control estatal del comercio exterior sobre las bases de la forma de un monopolio estatal.
2. Liquidación de los monopolios extranjeros de importación y exportación.
3. Control de los productores en las operaciones comerciales con un sentido
de defensa de la renta nacional. Planificación del proceso en vista a las necesidades del país, en función de su desarrollo histórico, teniendo presente el
interés de la clase laboriosa.
4. Ampliación y diversificación de los mercados internacionales.
5. Denuncia de todos los pactos lesivos de nuestra independencia económica.
6. Planificación de la comercialización teniendo presente nuestro desarrollo
interno.
7. Integración económica con los pueblos hermanos de Latinoamérica, sobre
las bases de las experiencias realizadas.
b) En el orden interno:
1. Política de alto consumo interno; altos salarios, mayor producción para el
país con sentido nacional.
2. Desarrollo de la industria liviana adecuada a las necesidades del país.
3. Incremento de una política económica tendiente a lograr la consolidación de
la industria pesada, base de cualquier desarrollo futuro.
1956 - 1976
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1956 - 1966
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4. Política energética nacional; para ello se hace indispensable la nacionalización de las fuentes naturales de energía y su explotación en función de las
necesidades del desarrollo del país.
5. Nacionalización de los frigoríficos extranjeros, a fin de posibilitar la eficacia
del control del comercio exterior, sustrayendo de manos de los monopolios
extranjeros dichos resortes básicos de nuestra economía.
6. Soluciones de fondo, con sentido nacional, a los problemas económicos
regionales sobre la base de integrar dichas economías a las reales necesidades del país, superando la actual división entre “provincias ricas y
provincias pobres”.
7. Control centralizado del crédito por parte del Estado, adecuándolo a un
plan de desarrollo integral de la economía con vistas a los intereses de los
trabajadores.
8. Programa agrario, sintetizado en: mecanización del agro, “tendencia de la
industria nacional”, expropiación del latifundio y extensión del cooperativismo agrario, en procura de que la tierra sea de quien la trabaja.
Para la Justicia Social:
1. Control obrero de la producción y distribución de la riqueza nacional, mediante la participación efectiva de los trabajadores:
a)en la elaboración y ejecución del plan económico general, a través de las
organizaciones sindicales;
b)participación en la dirección de las empresas privadas y públicas, asegurando, en cada caso, el sentido social de la riqueza;
c)control popular de precios.
2. Salario mínimo, vital y móvil.
3. Previsión social integral:
a)unificación de los beneficios y extensión de los mismos a todos los sectores
del trabajo.
4. Reformas de la legislación laboral tendientes a adecuarla al momento histórico y de acuerdo al plan general de transformación popular de la realidad
argentina.
5. Creación del organismo estatal que con el control obrero posibilite la vigencia real de las conquistas y legislaciones sociales.
6. Estabilidad absoluta de los trabajadores.
7. Fuero sindical.
Para la Soberanía Política:
1. Elaboración del gran plan político-económico-social de la realidad argentina, que reconozca la presencia del movimiento obrero como fuerza fundamental nacional, a través de su participación hegemónica en la confección y
dirección del mismo.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
2. Fortalecimiento del Estado nacional popular, tendiente a lograr la destrucción de los sectores oligárquicos antinacionales y sus aliados extranjeros, y
teniendo presente que la clase trabajadora es la única fuerza argentina que
representa en sus intereses los anhelos del país mismo, a lo que agrega su
unidad de planteamientos de lucha y fortaleza.
3. Dirección de la acción hacia un entendimiento integral (político-económico) con las naciones hermanas latinoamericanas.
4. Acción política que reemplace las divisiones artificiales internas, basadas en
el federalismo liberal y falso.
5. Libertad de elegir y ser elegido, sin inhabilitaciones, y el fortalecimiento
definitivo de la voluntad popular.
6. Solidaridad de la clase trabajadora con las luchas de liberación nacional de
los pueblos oprimidos.
7. Política internacional independiente.
Gentileza Roberto Baschetti
Fuente: “Programa de La Falda. Plenario Nacional de delegaciones regionales de la CGT y de las 62 Organizaciones.
La Falda, Córdoba, 1957”, en Roberto Baschetti (comp.), Documentos de la resistencia peronista (1955-1970), Buenos
Aires, Editorial de la Campana, 1997, pp. 121-125.
Andrés Framini (izquierda), dirigente sindical de la industria textil, y Amado Olmos (derecha), dirigente de Sanidad, son dos de los principales líderes de la Resistencia Peronista. En 1957 impulsan
el Programa de La Falda para la independencia económica. En el Plenario de las 62 Organizaciones
en Huerta Grande, Framini pronuncia un discurso fundacional para la consagración de un programa
revolucionario.
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1956 - 1966
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“¡Perón
vuelve!”
Los meses que siguen al golpe de Estado de 1955 se caracterizan, entre
otras cosas, por una creciente avanzada del gobierno de facto sobre el
movimiento obrero organizado, que tiene en la intervención de la CGT uno
de sus hitos fundamentales. La respuesta a esta avanzada –la llamada
Resistencia– la encabezan los trabajadores sindicalizados. Esta tiene en
un primer momento un carácter local, atomizado, donde priman las protestas y los sabotajes en los propios lugares de trabajo, pero poco a poco
irán ganando en organización e intensidad. En ese marco, hacia finales
del año 1956 algunos sectores del activismo sindical lanzan una huelga
general revolucionaria con el objetivo de promover un levantamiento insurreccional contra el gobierno golpista.
¡Perón vuelve!
Trabajadores - Soldados - Pueblo Argentino
“Decimos basta” a la tiranía que pretende someter a servidumbre al pueblo argentino y para su mayor escarnio, someterlo a servidumbre invocando la libertad.
Dirigidos por intereses extranjeros, la dictadura destruye inexorablemente nuestra
independencia económica, para reducirnos a dóciles proveedores de materias primas
del capitalismo extranjero, cerrando nuestras fuentes de trabajo.
Destruida la industria, se sumerge en la miseria al pueblo y se pretende imponer
nuevamente como clase dirigente a la oligarquía de doloroso y nefasto recuerdo.
Se consagra la injusticia social, el derecho de huelga está proscripto, al trabajador
que pretenda reivindicar su derecho se le lleva al confinamiento en las cárceles del Sud
o se le encierra en cualquier otra del país, muchas veces torturado y vejado previamente.
Los sindicatos han sido avasallados, destruidos, saqueados sus bienes, falseada su documentación y aplastada su base gremial; se han impuesto la discriminación, la amenaza y
el fraude como sistema electoral en los gremios, cuando no ha bastado la inhabilitación
en masa de sus dirigentes. Cuando el pueblo ha querido hacer oír su voz, las torturas
y los fusilamientos han sido la respuesta. En las cárceles viven de hace más de un año,
miles de ciudadanos, y ha pasado por las mismas, media ciudadanía, que ha conocido
su rigor y sufrido sus torturas; así son tratados todos los que no someten su espíritu al
yugo de la tiranía, y la sangre de miles de fusilados y asesinados a mansalva han regado
el suelo de la patria, marcando por siempre a fuego a los hombres que los ordenaron y
a todos los políticos que las consintieron.
La Justicia ha sido prostituida, y la dictadura proclama como único derecho la prepotencia, la persecución a los obreros y la venganza salvaje y despiadada a quienes se
oponen a sus designios antinacionales.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
Se declara la imparcialidad política del gobierno y se comienza a realizar el más
escandaloso fraude que conoce nuestra patria, decretando la desaparición del partido
Peronista, fuerza política mayoritaria en el país y auténticamente popular y democrática.
Los trabajadores estamos como siempre con la Patria y con Perón, única garantía
para la libertad, la dignidad y la auténtica democracia.
Por todo ello declaramos:
A partir de las 0 horas del día 13 de diciembre de 1956
“Huelga general revolucionaria en todo el país”
hasta lograr la vuelta inmediata del general Perón para la reimplantación del Estado justicialista, para que nuestra patria vuelva a ser libre,
justa y soberana.
Trabajadores:
–Por la huelga general para terminar con las humillaciones y vejaciones.
–Por la libertad de los presos gremiales políticos y militares.
–Para el cese total de las inhibiciones.
–Para que los Sindicatos retornen a manos de auténticos trabajadores.
–Para garantizar nuestra economía, la Justicia Social y la Independencia Económica,
la vuelta de Perón.
El triunfo total de nuestra huelga general revolucionaria nos asegurará definitivamente la liquidación de la oligarquía avasalladora y vendepatria.
Viva la Patria
Viva la huelga general
Viva Perón
Viva la clase trabajadora argentina
Fuente: “Perón vuelve”, en Roberto Baschetti (comp.), Documentos de la resistencia peronista (1955-1970), Buenos
Aires, Editorial de la Campana, 1997, pp. 97-98.
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La Juventud Peronista
se adueña del sable de
San Martín
El 12 de agosto de 1963, en el aniversario de la Reconquista de la ciudad de
Buenos Aires durante la primera invasión inglesa, un grupo de la Juventud
Peronista integrado por Osvaldo Agosto, Alcides Bonaldi, Luis Sansoulet
y Manuel Gallard ingresa al Museo Histórico Nacional para adueñarse del
emblemático sable que San Martín obsequió a Rosas por la resistencia
de las tropas federales al primer bloqueo francés. En el Museo, el grupo
deja un comunicado donde piden la liberación de los presos políticos, la
anulación de los contratos petroleros asumidos por Frondizi y el fin de la
proscripción del peronismo, entre otras cosas. Pero más allá de estas demandas, el acto mismo de adueñarse del sable sanmartiniano constituye
un verdadero manifiesto político e histórico, que instituye a Perón como
heredero de Rosas y San Martín, y ubica a la Juventud Peronista en la saga
de las luchas de la resistencia. al pueblo argentino. comunicado n° 1:
Pocas veces como hoy una crisis moral y espiritual ha comprometido más entrañablemente el honor de la patria y la felicidad del pueblo.
En efecto, en pocas coyunturas como en esta la soberanía argentina ha sido tan
vejada, la economía más entregada y la justicia social más negada.
Frente a esta realidad angustiosa y vejatoria, la elección del 7 de julio, fraudulenta
en su proceso y realización, difícilmente pueda dar las soluciones honradas y profundas
que la dignidad de la nación exige imperiosamente.
A pesar de ello, los beneficiarios del fraude han prometido reivindicar el honor de
la patria y los derechos del pueblo, produciendo los siguientes actos: anular por decreto los infamantes contratos petroleros suscriptos por el gobierno radical del doctor
Frondizi, ruptura con el FMI, nulidad de los convenios leoninos con SEGBA, levantamiento de la proscripción que pesa sobre la mayoría del pueblo argentino.
Y bien, como tales hechos, prometidos pública y solemnemente, devolverían al
pueblo su fe perdida y a la república su soberanía enajenada, la juventud argentina se
ve forzada a realizar un acto heroico para lograr su cumplimiento.
Pues bien, aquella espada, la purísima espada del padre de la patria, aquel sable
repujado por la gloria, aquella síntesis viril y generosa de la patria, por milagro de la fe,
volverá a ser el santo y seña de la liberación nacional.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
Para ello, desde hoy aquella espada que un día el Libertador, en plena lucidez,
legara al Brigadier General Juan Manuel de Rosas por la satisfacción con que viera la
defensa de su patria frente a las agresiones del imperialismo, dejó su reposo en el Museo
Histórico Nacional para brillar de nuevo en magno combate por la reconquista de la
argentinidad.
Desde hoy, el sable de San Lorenzo y Maipú quedará custodiado por la juventud
argentina, representada por la Juventud Peronista.
Y juramos que no será arrancado de nuestras manos mientras los responsables
directos o indirectos de esta vergüenza que nos circunda no resuelvan anular los
contratos petroleros, anular los convenios con los trust eléctricos, decretar la libertad de todos los presos políticos, gremiales y conintes, y dar al pueblo libertad para
expresar su pensamiento y ejercer su voluntad al amparo estricto de la ley y lejos de
decretos delictivos y comunicados de mentiras, que han constituido la más fabulosa
y descarada estafa uniformada de que se haya hecho objeto al pueblo de la República
en toda su historia.
El pueblo argentino no debe albergar ninguna preocupación: el corvo de San Martín
será cuidado como si fuera el corazón de nuestras madres; Dios quiera que pronto podamos reintegrarlo a su merecido descanso. Dios quiera iluminar a los gobernantes.
Juventud Peronista
12 de agosto de 1963
Fuente: “Al pueblo argentino. Comunicado N° 1”, en Roberto Baschetti (comp.), Documentos de la resistencia peronista
(1955-1970), Buenos Aires, Editorial de la Campana, 1997, pp. 252-253.
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El Topo Blindado
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Prensa peronista
durante la Revolución
Libertadora y vigencia
del Decreto-Ley
Nº 4161.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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El decreto del gobierno de
facto del general Aramburu
que prohíbe la simbología
peronista
Apenas transcurridos dos meses del golpe militar que en 1955 pone fin al
gobierno de Juan D. Perón, los sectores más rabiosamente antiperonistas del nuevo gobierno cívico-militar entienden que la política del general
Lonardi no ha avanzado lo suficiente en lo que consideran la necesaria
“desperonización” de la sociedad argentina. En ese contexto, el 5 de marzo de 1956 el gobierno de facto encabezado por el general Pedro Eugenio
Aramburu dicta el decreto 4.161, que prohíbe todos los elementos de propaganda e identificación con el peronismo.
Prohibición de elementos de afirmación ideológica o
de propaganda peronista
Visto el decreto 3855/55 por el cual se disuelve el Partido Peronista en sus dos ramas en virtud de su desempeño y su vocación liberticida, y
Considerando: Que en su existencia política el Partido Peronista, actuando como
instrumento del régimen depuesto, se valió de una intensa propaganda destinada a
engañar la conciencia ciudadana para lo cual creó imágenes, símbolos, signos y expresiones significativas, doctrinas, artículos y obras artísticas:
Que dichos objetos, que tuvieron por fin la difusión de una doctrina y una posición política que ofende el sentimiento democrático del pueblo argentino, constituyen para este una afrenta que es imprescindible borrar, porque recuerdan una
época de escarnio y de dolor para la población del país y su utilización es motivo de
perturbación de la paz interna de la Nación y una rémora para la consolidación de la
armonía entre los argentinos.
Que en el campo internacional, también afecta el prestigio de nuestro país porque
esas doctrinas y denominaciones simbólicas, adoptadas por el régimen depuesto tuvieron el triste mérito de convertirse en sinónimo de las doctrinas y denominaciones similares utilizadas por grandes dictaduras de este siglo que el régimen depuesto consiguió
parangonar.
Que tales fundamentos hacen indispensable la radical supresión de esos instrumentos o de otros análogos, y esas mismas razones imponen también la prohibición de
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su uso al ámbito de las marcas y denominaciones comerciales, donde también fueron
registradas con fines publicitarios y donde su conservación no se justifica, atento al
amplio campo que la fantasía brinda para la elección de insignias mercantiles.
Por ello, el presidente provisional de la Nación Argentina, en ejercicio del Poder
Legislativo, decreta con fuerza de ley:
Artículo 1º
Queda prohibida en todo el territorio de la Nación:
a) La utilización, con fines de afirmación ideológica peronista, efectuada públicamente, o propaganda peronista, por cualquier persona, ya se trate de individuos aislados o grupos de individuos, asociaciones, sindicatos, partidos
políticos, sociedades, personas jurídicas públicas o privadas, de las imágenes,
símbolos, signos, expresiones significativas, doctrinas, artículos y obras artísticas, que pretendan tal carácter o pudieran ser tenidas por alguien como
tales pertenecientes o empleados por los individuos representativos u organismos del peronismo. Se considerará especialmente violatoria de esta disposición la utilización de la fotografía retrato o escultura de los funcionarios
peronistas o sus parientes, el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto, el de sus parientes, las expresiones “peronismo”,
“peronista”, “justicialismo”, “justicialista”, “tercera posición”, la abreviatura
PP, las fechas exaltadas por el régimen depuesto, las composiciones musicales
“Marcha de los Muchachos Peronistas” y “Evita Capitana” o fragmentos de
las mismas, y los discursos del presidente depuesto o su esposa o fragmentos
de los mismos.
b) La utilización, por las personas y con los fines establecidos en el inciso anterior,
de las imágenes, símbolos, signos, expresiones significativas, doctrina, artículos
y obras artísticas que pretendan tal carácter o pudieran ser tenidas por alguien
como tales creados o por crearse, que de alguna manera cupieran ser referidos a
los individuos representativos, organismos o ideología del peronismo.
c) La reproducción por las personas y con los fines establecidos en el inciso a),
mediante cualquier procedimiento de las imágenes, símbolos y demás objetos
señalados en los dos incisos anteriores.
Artículo 2º
Las disposiciones del presente decreto-ley se declaran de orden público y en consecuencia no podrá alegarse contra ellas la existencia de derechos adquiridos. Caducan las
marcas de industria, comercio y agricultura y las denominaciones comerciales o anexas,
que consistan en las imágenes, símbolos y demás objetos señalados en los incisos a)
y b) del art. 1º. Los ministerios respectivos dispondrán las medidas conducentes a la
cancelación de tales registros.
Artículo 3º
El que infrinja el presente decreto-ley será penado:
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a) Con prisión de treinta días a seis años y multa de m$n 500 a m$n 1.000.000;
b) Además, con inhabilitación absoluta por doble tiempo del de la condena para
desempeñarse como funcionario público o dirigente político o gremial;
c) Además, con clausura por quince días, y en caso de reincidencia, clausura definitiva cuando se trate de empresas comerciales. Cuando la infracción sea imputable a una
persona colectiva, la condena podrá llevar como pena accesoria la disolución.
Artículo 4º
Las sanciones del presente decreto-ley será refrendado por el Excmo. Señor vicepresidente provisional de la Nación y por todos los señores ministros secretarios de Estado
en acuerdo general.
Artículo 5º
Comuníquese, dése a la Dirección General del Registro Nacional y archívese.
Aramburu - Rojas - Busso - Podestá Costa - Landaburu
Migone - Dell´Oro Maini - Martínez - Ygartúa - Mendiondo
Bonnet - Blanco - Mercier - Alsogaray - Llamazares - Alizón García
Ossorio Arana - Hartung - Krause
El Topo Blindado
Fuente: Boletín Oficial del 9 de marzo de 1956, en Archivo Histórico del Ministerio de Educación.
Portada del semanario Descartes Nº 3
del 7 de marzo de 1962, dirigido por las
62 Organizaciones, donde se convoca
a votar la fórmula Andrés FraminiMarcos Anglada, bajo las siglas de la
Unión Popular, que lleva durante la
campaña la consigna “Framini-Anglada,
Perón en la Rosada”.
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INTRODUCCIÓN
A OPERACIÓN
MASACRE
(SELECCIÓN)
POR RODOLFO WALSH
Cerca de la medianoche del 9
de junio de 1956, agentes de la
policía de la provincia de Buenos
Aires allanan una casa del barrio
de Florida y detienen a un
grupo de hombres que suponen
implicados en la insurrección
cívico-militar que ese mismo
día ha lanzado el general Juan
José Valle contra el gobierno
de facto del general Pedro E.
Aramburu. A la madrugada del
día siguiente, algunos de esos
hombres son fusilados en los
L
a primera noticia sobre la masacre de
José León Suárez llegó a mis oídos en
la forma más casual, el 18 de diciembre de 1956. Era una versión imprecisa, propia del lugar –un café– en que la oí formulada. De ella se desprendía que un presunto
fusilado durante el motín peronista del 9 y
10 de junio de ese año sobrevivía y no estaba
en la cárcel.
La historia me pareció cinematográfica,
apta para todos los ejercicios de la incredulidad. (La misma impresión causó a muchos, y
eso fue una desgracia. Un oficial de las fuerzas armadas, por ejemplo, a quien relaté los
hechos antes de publicarlos, los calificó con
toda buena fe de “novela por entregas”).
basurales de José León Suárez.
Uno de ellos, Juan Carlos Livraga,
logra sobrevivir y pasa a ser
“un fusilado que vive”. Esa es
la información que llega a oídos
del periodista Rodolfo Walsh seis
meses después de los hechos. A
partir de allí, el escritor llevará
adelante una investigación
cuyos resultados irá publicando,
primero en el periódico
Revolución Nacional, después en la
revista Mayoría. Ese mismo año
de 1957, sus notas cobran forma
de libro en la editorial Sigla bajo
el nombre de Operación Masacre.
El libro, pionero en el género de
“ficción periodística” (o nonfiction novel), es también –en
palabras del propio Walsh– una
denuncia contra “la perfecta
culminación de un sistema”,
el sistema represivo que viene
siendo descargado ferozmente
sobre segmentos significativos
de la clase trabajadora peronista
desde el golpe de Estado de 1955.
Esta, sin embargo, puede ser apenas la
máscara de la sabiduría. Suele ser tan ingenuo el incrédulo absoluto como el que todo
lo cree; pertenecen en el fondo a una misma
categoría psicológica.
Pedí más datos. Y al día siguiente conocí al primer actor importante del drama: el
doctor Jorge Doglia. La entrevista con él me
impresionó vivamente. Es posible que Doglia,
un abogado de 32 años, tuviera los nervios
destrozados por una lucha sin cuartel librada
durante varios meses, desde su cargo de Jefe
de la División Judicial de la Policía de la Provincia, contra los “métodos” policiales de que
era testigo. Pero su sinceridad me pareció absoluta. Me refirió casos pavorosos de torturas
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con picana y cigarrillos encendidos, de azotes
con gomas y alambres, de delincuentes comunes –por lo general “linyeras” y carteristas sin familiares que pudieran reclamar por
ellos– muertos a cachiporrazos en las distintas comisarías de la provincia. Y todo esto
bajo el régimen de una revolución libertadora
que muchos argentinos recibieron esperanzados porque creyeron que iba a terminar con
los abusos de la represión policíaca.
Doglia había combatido valerosamente
contra todo esto, pero ahora lo asaltaba el
desaliento. Dos meses antes había denunciado las torturas y los fusilamientos ilegales
ante un Servicio de Informaciones. Pero allí
un burócrata que bien podría pasarse el resto
de sus días estudiando en los textos elementales las normas para cultivar al informante –principio que suponemos básico de todo
Servicio similar– no encontró nada mejor que
delatarlo. En vez de protegerlo, pusieron en
peligro su vida, sujeta desde entonces a las
más directas amenazas.
Una denuncia similar presentada por Doglia ante el Ministerio de Gobierno de la provincia terminó en una acumulación de papel
erudito, un expediente donde –con prosa digna de Gracián, en sus malos momentos– un
señor subsecretario llegó a la conclusión de
que algo había, pero no se sabía qué.
A estas horas el expediente seguirá creciendo, acumulando fojas, polvo y frases
declamatorias. Pero en resumen, nada. En
resumen, lentitud e inepcia, cuando es evidente que se trataba de un asunto que importaba resolver pronto y bien. Este es el
servicio que prestan al actual gobierno algunos funcionarios.
Doglia no depositaba una excesiva confianza en el periodismo. Presumía que los
diarios oficiales no iban a ocuparse de un
asunto tan escabroso, y por otra parte no deseaba que los órganos de oposición lo explotaran con criterio político. Tampoco esperaba
demasiado de la Justicia, ante la que acababa
de presentarse como demandante el fusilado
sobreviviente.
Doglia vaticinó desde el primer momento:
1) que la causa sería reclamada por un Tribunal Militar, y 2) que ese reclamo sería atendido. (Lo primero se cumplió puntualmente
a comienzos de febrero de 1957. Lo segundo
estaba por verse. Todo dependía de lo que resolviera la Suprema Corte de la Nación, ante
la que fue planteado el conflicto jurisdiccional. Al publicarse este libro, también el segundo vaticinio de Doglia se ha cumplido).
En cuanto al fusilado sobreviviente, conseguí esa noche el primer dato concreto: se
llamaba Juan Carlos Livraga. En la mañana
del 20 de diciembre tuve en mis manos la fotocopia de la demanda judicial presentada por
Livraga. Más tarde pude comprobar que la relación de sucesos que allí se hacía era exacta en lo esencial, aunque con algunas serias
omisiones e inexactitudes de detalle. Pero todavía era demasiado cinematográfica. Parecía
arrancada directamente de una película.
Y sin embargo, esa demanda era ya un
hecho. Lo que allí se alegaba podía ser enteramente falso o no, pero era un hecho: un
hombre que decía haber sido fusilado en
forma irregular e ilegal se presentaba ante
un juez del crimen para denunciar “a quien
resulte responsable” por tentativa de homicidio y daño.
Había algo más. En el escrito se mencionaba a un segundo sobreviviente, un tal Giunta, lo que brindaba una posibilidad inmediata
de verificar los hechos denunciados. Ya estábamos a una larga distancia de aquel rumor
inicial recogido en un café treinta y seis horas
antes.
Esa misma tarde la copia de la demanda
estuvo en manos del señor Leónidas Barletta,
director de Propósitos. Barletta habló poco y
no prometió nada. Sólo preguntó si la difusión
de ese texto no podría perjudicar la marcha
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de la investigación judicial. Se le contestó que
lo más urgente era proteger mediante una
adecuada publicidad la vida del demandante,
del propio Doglia y de otros testigos, a quienes se consideraba en peligro.
Tres días más tarde, la noche del 23 de
diciembre, la denuncia estaba en la calle, llevada por Propósitos. El 21, entretanto, tuve
mi primer contacto directo con Livraga en el
estudio de su abogado, el doctor von Kotsch.
Hablé largamente con él, recogiendo los datos que utilizaría luego en el reportaje que
publicó Revolución Nacional.
Lo primero que me llamó la atención en
Livraga fueron, naturalmente, las dos cicatrices de bala (orificios de entrada y salida) que
tenía en el rostro. Esto también era un hecho.
Podían discutirse las circunstancias en que
recibió esas heridas, pero no podía discutirse
la evidencia de que las había recibido, aunque
una versión oficial llegó a afirmar, absurdamente, que “no se le hicieron disparos de ninguna naturaleza”.
Por otra parte, se planteaba de inmediato
un interrogante fundamental, el de la inocencia o culpabilidad de Livraga en el motín del
9 de junio. Si hubiera sido culpable, aun en
la intención, ¿era normal, psicológicamente,
que se presentara ante los jueces a exigir reparación? ¿No era mucho más lógico que se
quedara tranquilo, dando gracias a Dios por
haber salvado la vida y recuperado la libertad? Yo creo que un hombre tiene que sentirse inocente para presentar una denuncia así
contra toda una Potencia como es la policía
provincial. Desde luego –se dirá– todo es posible en psicología anormal. Pero si hay algo
que llama la atención en Livraga es su normalidad, su reserva, su capacidad razonadora
y observadora.
Por otra parte, ya lo he dicho, estaba en libertad. Esto también era un hecho. ¿Cómo admitir que un actor directo de los episodios de
junio, un “revolucionario”, un fusilado, estuvie-
ra en libertad? Lo único que podía explicarlo
era la hipótesis de su inocencia. Y ya estábamos cada vez más lejos de la “novela por entregas”, que a partir de entonces correría por
cuenta exclusiva de las versiones oficiales.
No relataré aquí cómo se fue desenredando la madeja; cómo se llegó a establecer, a
partir del hilo inicial, un panorama casi definitivo de los hechos; a partir de un personaje
del drama, localizar a casi todos los demás.
Prefiero exponer los resultados obtenidos.
En los cuatro meses que dura ya esta búsqueda, he hablado con los tres sobrevivientes
del drama que aún están en libertad en el país.
A todos ellos fui el primero en llegar como periodista. Al tercero pude localizarlo y entrevistarlo antes que la justicia actuante inclusive.
He descubierto los nombres de tres sobrevivientes más que se encuentran en Bolivia y el de un séptimo que se halla preso
en Olmos. He establecido y probado que un
hombre que figuró como muerto en la lista
oficial de fusilados (Reinaldo Benavídez), y
de quien existiría inclusive una partida de defunción, se encuentra perfectamente a salvo.
Inversamente, he lamentado comprobar que
otro hombre (Mario Brión), que no figuró en
esa lista y al que por un momento abrigué la
esperanza de encontrar con vida, cayó ante el
pelotón.
He hablado con testigos presenciales de
cada una de las etapas del procedimiento
que culminó en la masacre. Algunas pruebas materiales se encuentran en mis manos,
antes de llegar a su destinatario natural. He
obtenido la versión taquigráfica de las sesiones secretas de la Consultiva provincial
donde se debatió el asunto. He hablado con
familiares de las víctimas, he trabado relación directa o indirecta con conspiradores,
asilados y prófugos, delatores presuntos y
héroes anónimos. Y estoy seguro de haber
tomado siempre las máximas precauciones
para proteger a mis informantes, dentro de
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lo compatible con la obligación periodística.
En todas estas diligencias conté con la inestimable ayuda de la persona a quien está dedicado este libro.
Desde luego, no pretendo haber llegado primero a todas partes. Sé que hubo una
investigación judicial, y aunque no conozco
directamente sus conclusiones, tengo todos
los motivos para suponer que fue muy seria,
eficiente y rápida hasta que quedó interrumpida por el conflicto jurisdiccional. Espero que
cuando sus resultados se hagan públicos –si
alguna vez ocurre– puedan llenar las inevitables lagunas que hay en este relato.
Parte del material aquí recogido apareció
en el semanario Revolución Nacional, que dirigía el doctor Cerruti Costa. Espero que el doctor Cerruti no me culpe de ingratitud si digo
que el hecho de que le llevara ese material no
implica una preferencia o una simpatía por la
línea política en que él está colocado. Como
periodista, no me interesa demasiado la política. Para mí fue una elección forzosa, aunque
no me arrepiento de ella. El reportaje inicial
a Juan Carlos Livraga ya había sido rechazado por los distintos semanarios a que acudí,
cuando el doctor Cerruti tuvo el valor de publicarlo e iniciar con él la serie de artículos y
reportajes sobre los fusilamientos.
Suspicacias que preveo me obligan a declarar que no soy peronista, no lo he sido ni
tengo la intención de serlo. Si lo fuese, lo diría.
No creo que ello comprometiese más mi comodidad o mi tranquilidad personal que esta
publicación.
Tampoco soy ya un partidario de la revolución que –como tantos– creí libertadora.
Sé perfectamente, sin embargo, que bajo
el peronismo no habría podido publicar un
libro como este, ni los artículos periodísticos
que lo precedieron, ni siquiera intentar la investigación de crímenes policiales que también existieron entonces. Eso hemos salido
ganando.
La mayoría de los periodistas y escritores
llegamos, en la última década, a considerar al
peronismo como un enemigo personal. Y con
sobrada razón. Pero algo tendríamos que haber advertido: no se puede vencer a un enemigo sin antes comprenderlo.
En los últimos meses he debido ponerme
por primera vez en contacto con esos temibles
seres –los peronistas– que inquietan los titulares de los diarios. Y he llegado a la conclusión
(tan trivial que me asombra no verla compartida) de que, por muy equivocados que estén, son
seres humanos y debe tratárselos como tales.
Sobre todo no debe dárseles motivos para que
persistan en el error. Los fusilamientos, las
torturas y las persecuciones son motivos tan
fuertes que en determinado momento pueden
convertir el error en verdad.
Más que nada temo el momento en que humillados y ofendidos empiecen a tener razón.
Razón doctrinaria, amén de la razón sentimental o humana que ya les asiste, y que en
último término es la base de aquella. Y ese
momento está próximo y llegará fatalmente,
si se insiste en la desatinada política de revancha que se ha dirigido sobre todo contra
los sectores obreros. La represión del peronismo, tal como ha sido encarada, no hace
más que justificarlo a posteriori. Y esto no
sólo es lamentable: es idiota.
Reitero que esta obra no persigue un objetivo político ni mucho menos pretende avivar odios completamente estériles. Persigue
–una entre muchas– un objetivo social: el
aniquilamiento a corto o largo plazo de los
asesinos impunes, de los torturadores, de
los “técnicos” de la picana que permanecen a
pesar de los cambios de gobierno, del hampa
armada y uniformada.
Si se me pregunta por qué hablo ahora,
habiendo callado como periodista cuando
otros no lo hicieron –si bien jamás escribí una
sola palabra firmada o anónima en elogio del
peronismo, ni por otra parte me encontré con
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un caso de atrocidad comparable a este–, diré
con toda honradez: he aprendido la lección.
Pero ahora son mis maestros los que callan.
Durante varios meses he presenciado el
silencio voluntario de toda la “prensa seria”
en torno a esta execrable matanza, y he sentido vergüenza.
Se dirá también que el fusilamiento de
José León Suárez fue un episodio aislado,
de importancia más bien anecdótica. Creo
lo contrario. Fue la perfecta culminación de
un sistema. Fue un caso entre otros; el más
evidente, no el más salvaje. Cosas he sabido
que resulta difícil callarlas, pero que en este
momento sería insoportable decirlas. El exceso de verdad puede enloquecer y aniquilar la
conciencia moral de un pueblo. Algún día se
escribirá, completa, la trágica historia de las
matanzas de junio. Entonces se verá cómo el
asombro rebasa nuestras fronteras.
Entretanto, el jefe de Policía que ordenó
esta masacre en particular sigue en su cargo. Eso significa que la lucha contra lo que él
representa continúa. Y tengo la firme convicción de que el resultado último de esa lucha
influirá durante años en la índole de nuestros sistemas represivos; decidirá si hemos
de vivir como personas civilizadas o como
hotentotes.
Sé que el señor jefe de Policía de la provincia de Buenos Aires ha demostrado una gran
curiosidad –que supongo insatisfecha hasta
ahora– por saber quién era el autor de los artículos en que presumiblemente se le atacaba.
En realidad, debo decir que no ha existido intención de atacar su persona, salvo en la medida en que constituye una de las dos caras
de la Civilización y Barbarie estudiadas hace
un siglo por un gran argentino; y justamente
aquella que debe desaparecer, que todos debemos luchar por que desaparezca.
Con la publicación de este libro firmado se
disiparán las dudas del señor jefe de Policía.
En tal revelación no alienta un fatuo espíritu de baladronada o desafío. Sé perfectamente que en este país un jefe de Policía es poderoso, mientras que un periodista –obscuro
por añadidura– apenas es nada. Pero sucede
que creo, con toda ingenuidad y firmeza, en el
derecho de cualquier ciudadano a divulgar la
verdad que conoce, por peligrosa que sea. Y
creo en este libro, en sus efectos.
Espero que no se me critique el creer en un
libro –aunque sea escrito por mí– cuando son
tantos más los que creen en las metralletas.
Fuente: Rodolfo Walsh, Operación Masacre, Buenos Aires,
Ediciones de la Flor, 2000.
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INCAA
En 1972, durante el gobierno de facto del general Alejandro Agustín Lanusse, el cineasta Jorge Cedrón rescatará y filmará en la clandestinidad Operación Masacre. Rodolfo Walsh colabora en el guión y el único fusilado aún con
vida, Julio Troxler, se recrea a sí mismo y relata los sucesos. La película,
que se exhibirá clandestinamente en barrios, villas, iglesias y escuelas, no
se limita a narrar la historia relatada por Rodolfo Walsh en el libro, sino que
agrega un epílogo en el que Julio Troxler hace un recorrido por la evolución
de la lucha popular desde el momento de las ejecuciones hasta los primeros
años setenta, al tiempo que se muestran imágenes ilustrativas del Cordobazo, secuestro y asesinato del Gral. Pedro E. Aramburu, Montoneros, etc. Afiche de la película
Operación Masacre
de Jorge Cedrón.
Se estrena el 27 de
septiembre de 1973
en salas comerciales.
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PERIÓDICO
EL GRASITA
Dirigido por Enrique Oliva, quien
tras ser detenido en mayo de 1956
comparte el exilio en Venezuela
con Perón y Cooke, El Grasita
condensa los temas centrales de
la Resistencia Peronista. Con un
lenguaje popular que se remonta
a la tradición de la gauchipolítica,
este órgano político se define
leal a Perón (aludido como el
¡Perón o muerte!
Las fábricas y los barrios vigilando las
consignas del hombre
Órgano de los soldados anónimos del Movimiento Peronista
Dir.: Juan Grasa
Número 7
Segunda quincena de agosto de 1958
Desaparece el comando táctico
Por necesidades del Movimiento, el Hombre ha
disuelto el Comando Táctico y El grasita quiere
saludarlo en la despedida. Nosotros siempre lo
obedecimos en sus grandes líneas porque venían del Jefe aunque no tragábamos muchos
puntos que lo integraban. Pero hoy debemos
hacerle justicia al cuerpo y reconocer que al
pobre le tocó bailar con la más fea.
¡Lindo encarguito le dieron de aconsejar el
voto al narigón!… A más de uno de esos mensajeros los corrieron de varias asambleas.
Sin embargo –se meditó un poco– y aunque
con asco, acatamos por fe y respeto al líder
de los humildes.
Actualmente, las broncas se han suavizado y la nueva estructura tiende a rejuntar a
Hombre, el Potro y el Grande)
en el contexto de las elecciones
presidenciales de 1958, aun
cuando sus redactores confiesen
que “no tragábamos muchos
puntos”. También insta a
recuperar la CGT para los
“grasitas”, arremete contra los
“gorilas” que robaron el cadáver
de Eva Perón y celebra la llegada
del “tordo” Cooke y Alicia
Eguren a la Argentina. Asimismo,
bautiza a los resistentes con un
nombre que en retrospectiva
resulta sumamente significativo:
“soldados anónimos del
Movimiento Peronista”.
todos los peronachos que no han tenido otras
diferencias que el discutir sobre quién era
más leal al Hombre.
Por último, esperamos que quienes se
quedaron fuera de la pomada [ilegible] (ya que
la Delegación se compone sólo de 15 miembros), se la serán aguantar piola y [ilegible] el
que chilla se deschavará fiero y merecerá el
repudio del graserío.
Ahora vayamos en serio
(…) Tendremos cuatro meses de laburo firme. Al final de ese período el Potro tendrá
en sus manos un cuerpo político de fierro.
Eso dentro del Partido. Fuera de él debemos
conquistar la CGT para que sirva a los laburantes de todo el país.
La próxima tarea será volcar todo el poder del Movimiento en apoyo de los grasitas
de Misiones y La Pampa para darles una
manito en sus elecciones. Como queremos
que gane el pueblo, ya sabemos que primero
nosotros.
Por ello, los trabajos a realizar a partir de
ahora no dan lugar a macaneos ni vivos de
ninguna especie.
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Serán traidores al Movimiento y a la Patria
quienes chicaneen el objetivo de las órdenes
del Hombre.
Para este número teníamos varias bombas contra “personajes” del Movimiento pero
hemos decidido darles una oportunidad más.
El General quiere la unidad y nosotros sólo
nos tiraremos contra quienes se opongan a
ella o en nombre de la unidad se hagan los
ranas y pretendan ventajas. Y nos tiraremos
sin asco y a matar. No es hora de politiquear
sino de laburar.
Desde hoy, todos los amigos de El grasita
le meten dura a colaborar en la inscripción
y también darán duro –de ser necesario– a
quienes se aparten de la patriótica consigna.
¡Tonto, no!… Díganle ¡peloduro!
Cuando el plenario de las “62” le empezó a
llenar la cocina de humo al cagueta del Frondigogo, se arrugó todo y los llamó corriendo a
conversar con él en Olivos. Este gilastrón no
conoce otro lenguaje que el rigor. ¡Si lo sabrán
los gorilas! Entre otras cosas se quejó de que
en el plenario un grasita le llamó “tonto”. ¡No
te asustés de eso! Si querés saber cómo te
llama el pueblo, citalo a la Plaza de Mayo y
conocerás detalladamente su opinión sobre
vos, tu gobierno y toda tu familia.
Gracias, compañero Juan Cruz Romero
El grasa del título ha publicado un lindo artículo en Mayoría donde recuerda la primera
edición argentina del libro del Hombre titulado La fuerza es el derecho de las bestias. Esta
obra se hizo en un mimeógrafo a mano, en
casa de un grasita de Lomas de Zamora (que
se levanta a las tres y media de la matina
para laburar en una fábrica). Sinceramente,
y como estuvimos en la onda de esa edición,
nos emocionó el recuerdo de ese laburo de
presos y que al final llevó a varios de nosotros a la cana.
Una preguntita a los yanquis
Ustedes siempre andan jeringando con el fantástico balurdo del comunismo en América y
parece que no se han avivado bien del fato
del aumento en el país a raíz de la caída de
Perón. Sus votos se han multiplicado varias
veces y llegan al cuarto de millón. ¡Pavadidas!
Esa cantidad de votantes politizados en una
nación de blancos que junan de leer y escribir
vale por varios millones de salvajes analfabetos de otros pueblos. ¡Pónganle la firma! Y
estén seguros también de que los zurdos en
poco tiempo se destaparán con jugarretas
peligrosas si se piensa que el necesario petróleo es lamentablemente combustible. En
este rincón del continente los comunardos no
tienen interés en hacer un gran gobierno sino
de perturbar en [ilegible] morocha con una
peligrosa cabeza de puente (y ya nos tienen
metida la puntita). Para este laburo, cuentan
con instrucciones bien cocinadas y guita tupida de Moscú.
Pero vamos al grano. Los peronachos nos
consideramos el único movimiento que puede
arrebatarle el revolucionarismo a troskos y
comunas y sin embargo el reaccionario Frondizi (reaccionarios creemos que son aquellos
cosos que se oponen al progreso de los grasas), no nos da bola para concurrir a las elecciones ya convocadas en dos provincias, una
de ellas fronteriza. Pero esta vez el narigueta no puede soñar con nuestro apoyo porque
jugaríamos al continuismo de un régimen de
embudo.
Y aquí tienen la preguntita reventadora
“los rubios del Norte”: ¿Qué pasaría en la
Argentina, en América y Occidente si el peronismo entrara a hacer ganar con sus votos a los comunistas en cuanta provincia se
llamara a elecciones?…
¿No es peligroso llevar a un pueblo como
el peronista a la desesperación que actualmente domina a los árabes esclavizados por
los falsos aliados ingleses?…
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Esta advertencia vale también para el
caso de que pensaran en la solución de amasijar a Perón.
Les dejamos la púa.
La carne que nos falta está pagando el
portamiseria - La marina se prepara para
bombardear Buenos Aires
Un oficial naval echado del cuerpo por peronacho nos asegura que los mangos de la
chatarra (léase desperdicios) del “Pueyrredón”, el “Rivadavia” y el “Moreno” ya han sido
gastados y no podrán aguantarse con ellos
el portagolpes. Se garpará íntegramente con
nerca jugosa (al gusto delicado inglés) y por
eso no la vemos en las carnicerías. El tronismi miente también cuando asegura que
la pista viene con tripulación argentina, pues
ya están contratados técnicos ingleses (por
dos años) para asesorar en su manejo y uso
contra los criollos.
Si quieren fortalecer la defensa, ¿por
qué no compran submarinos? Precisamente porque los submarinos sirven para pelear
contra el extranjero y no para bombardear
ciudades y bienes argentinos (incluidos regimientos terrestres), papel que cumplirá maravillosamente el portacerdos conducido por
piratas ingleses y el cipayo gorila Sánchez
al Ñudo.
Puerto Belgrano mira al mar abierto y no
está fortificado. En cambio, fortifican Martín
García, donde no pueden entrar barcos extranjeros. Por qué. Porque Martín García sirve para bombardear Buenos Aires. Sin duda,
las Malvinas comienzan en el Río de la Plata
y los grasas tendremos que argentinizarlas
a pesar de los caguetas traidores de la Marina (que se la agarran con el Snipe). Cuando
los hagamos pasto no nos servirán ni para
pescar. Ya lo decía Perón: la Marina no tiene tradición porque no peleó nunca. Sólo
bombardeó a los argentinos y hundió barcos criollos por su falta de responsabilidad
y valor. Además, la historia del mar no guarda ejemplos más cobardes y ruines que los
brindados por la Marina de Guerra argentina
en los casos de la cañonera “Rosales” y el
destructor “Corrientes”. En ambos naufragios se salvaron todos los oficiales (con su
Capitán) y murió la marinería.
¡Flores de machotes y hombres de honor
para defender la Constitución y la dignidad!
¡Basuras!
¡Chorros!
Los “honorables” concejales de San Isidro,
tanto de la UCRP y de la UCRI, se acusaron
unos a otros de haberse afanado la ropa nueva aportada por el pueblo para los inundados.
La bronca se armó gorda y de los insultos pasaron a las trompadas y de los cinterasos en
la sala la terminaron a patadas en la vereda
en presencia de la población.
Tres concejales de la UCRP resultaron heridos. Son ellos: Vázquez, López y Romano.
Los hijos de este último son jefes de comandos civiles y se espera un acto en represalia.
Laika Gómez será puesto en órbita
El vice andaba un poco desorbitado jugando
con los gorilas (es decir, con los gorilas no
frondizistas). Por esa razón, para ponerlo en
órbita se le encargará una “importantísima”
misión de la Sociedad Sarmiento y turistiará
por varios meses en el exterior acompañado
de su amoroso secretario. Costará caro pero
no hinchará. Así elimina a sus enemigos el
Frondigogo. ¡Si a Juan Grasa le ha ofrecido
una embajada aunque tenga que dejarlo cesante a Cuaranta!
Hugo del Carril cantando claro
Huguito, por el solo hecho de haber grabado
nuestra marcha (porque es peronacho de fierro) tuvo que aguantarse la cana y la persecución del gorilaje. Pero las otras noches se
despachó a gusto contra un cretino gorila que
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sigue saboteando al cine argentino por cuenta de las empresas extranjeras. Se trata del
gorila Raimundo Calcagno, “Calki”, a quien le
desafió con todo. ¡Bien, Huguito, cantá claro
que tenés público!
Una grande del Potro
(fresquita, recién llegada)
Comentando las próximas elecciones sindicales en las que se mueven ex jerarcas que
ya no corren, dijo el Hombre en Ciudad Trujillo hace unos días: “Yo sé que ahora andan
muchos con el caballo del General, pero
después de los escrutinios se quedarán
montados en un caballito de madera”.
¡Qué kilo! ¡No juna ni diome, eh!
¡Y pensar que aún quedan chantapufis que
nos quieren correr a gritos abusando de la
paciencia del Quia!
¿Assis de Chatobriand entró al fin en el periodismo argentino?
Este degenerado –viejo enemigo del Quia y
los grasitas de todo el mundo– fue trompa de
Constantinowsky (hoy Perina) en el Brasil y en
la actualidad trabajarían juntos como socios
de El Nacional.
¿Libertad de prensa o contrabando?
¿Saben por qué se decretó liberar de trabas
la entrada de material para periódicos? Pues
simplemente por tres razones: 1°) “Arreglar”
unos brutos contrabandos ya descubiertos
por el personal de Aduana y que tendrían
que ser confiscados en contra de los ucristas;
2°) Para que el diario radical intransigente (o
insugerente), El Nacional, pueda armarse de
maquinarias nuevas y baratitas (traerá de
más y con la reventa de las sobrantes le saldrán gratarolas las propias); y 3°) Para que
haga lo mismo con sus maquinarias el Clarín,
cuyo dueño el pirata Noble se ha convertido
en defensor de los convenios petrolíferos juntamente con su cuñadito Eduardo Busso.
Busso siempre en onda
Este busso ve debajo del agua pero también ve debajo del petróleo. Fue nombrado
ministro del Interior por Lonardi junto con
otras brillantes designaciones como las de
Prebisch, Botet, etc. Cuando los giles que
inventaron a Lonardi fueron desplazados a
soplidos, Busso panquequió y se hizo continuista. Así, para Aramburu y Rojas efectuó
mil perrerías hasta que renunció ante un escándalo por divorcio.
No obstante, dejó de reemplazante a un
discípulo y siguió con manija de los gorilas.
Cuando Frondizi resultó electo se le vio entre
los empujadores en un palco para arrimarse
al narigueta. Más tarde metió veneno en el
problema de “sus” jueces y ahora aparece de
abogado de Henry Holand (el que declaró que
Perón no volvería más a la Argentina).
El ex ministro de Lonardi (que según el difunto tomó la presidencia para evitar la entrega a la California) hoy es defensor de la Pure
Oil Company [ilegible] de la risa. En cualquier
momento lo tenemos de Almirante o Nuncio.
Otra grande del Quia
Los otros días tomamos un feca con Enrique
Pavón Pereira, el biógrafo del Hombre y que
se las sabe todas en ese tema. Entre las muchas cosas lindas que escuchamos, oímos
una tan emocionante que casi nos hace saltar
los mocos.
Dice que él ha hablado con muchos de
los asistentes que en distintos grados de su
carrera militar tuvo el Potro y todos repiten
que el Hombre jamás se dejó lustrar los zapatos puestos porque no podía ver a un grasita
arrodillado a sus pies. ¡Qué grande!
Un chimento de “El grasita”
Hemos tenido noticias de Ciudad Trujillo en
el sentido de que el Grande ha recibido y
leído varios números de El grasita y estaría
dispuesto a enviarnos unas líneas especia-
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les para su publicación. Las esperamos con
ansiedad para saber si estamos en onda y
qué quiere decirles en tono rante e íntimo a
estos soldados anónimos pero fieles del Movimiento Peronista.
El día del renunciamiento
Los ladrones de cadáveres nunca entendieron a Evita ni la entenderán jamás. Los gorilas que mataron y atropellaron hermanos,
instituciones y bienes patrios alentados sólo
por la ambición desmedida de destrozar la
nacionalidad y postrarla a los pies del Imperio
Británico, nunca comprenderán el renunciamiento sin par de Evita.
Pero no importa, compañera, bástele saber que los grasas la recordamos con amor
y su mayor monumento lo llevamos en nuestros corazones.
Viene el tordo Cooke
En pocos días más los grasitas podremos
recibir al tordo Cooke que regresa al país
conjuntamente con su entusiasta jermu, la
compañera Alicia Eguren (torda también). El
grasita les desea un feliz reencuentro con la
Patria de los peronistas.
El dogor Cooke viene a encabezar la Delegación del Comando Superior Peronista y
le cabe una enorme responsabilidad ante el
graserío esperanzado en que la nueva Delegación prepare el camino para el pronto retorno del Potro.
Fuente: El Grasita, órgano de los soldados
anónimos del Movimiento Peronista,
documento número 7, segunda quincena
de agosto de 1958, disponible en el sitio El
topo blindado, Centro de documentación de las
organizaciones político-militares argentinas:
www.eltopoblindado.com
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El 2 de noviembre de 1956 Juan D. Perón, desde su exilio en Caracas, pone por
carta lo que ya era una situación de hecho: la autorización al “compañero Dr. D.
John William Cooke” para que actúe como su único representante, nombrándolo
al frente de “la totalidad de las fuerzas peronistas organizadas en el país y en
el extranjero”. Cooke, que en sus años de formación universitaria se vio influido
por el pensamiento forjista, después del golpe de 1955 entiende que el peronismo
debe asumir y radicalizar su condición revolucionaria, y alienta a la “resistencia”
por el camino de la vía insurreccional. Esta carta forma parte de la nutrida correspondencia que Perón y Cooke intercambian hasta 1968, año de la muerte de este
último, donde pueden verse las diferencias entre ellos y los cambios de apreciaciones que ambos realizan no sólo de la situación política argentina sino también
del devenir de la realidad política latinoamericana.
Al Dr. D. John William Cooke
Buenos Aires
Por la presente autorizo al compañero Dr. D. John William Cooke, actualmente preso por cumplir con
su deber de peronista, para que asuma mi representación en todo acto o acción política. En ese concepto su decisión será mi decisión y su palabra la mía.
En él reconozco al único jefe que tiene mi mandato para presidir a la totalidad de las fuerzas peronistas
organizadas en el país y en el extranjero y sus decisiones tienen el mismo valor que las mías.
En caso de fallecimiento, delego en el Dr. D. John William Cooke el mando del Movimiento.
En Caracas, a los 2 días de noviembre de 1956.
Juan Perón
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Juan Carlos Brid fue un militante histórico de la Resistencia Peronista.
En sus crónicas, se aprecia cómo fue articulándose una respuesta popular y desde abajo a la política represiva que distintos gobiernos, no sólo el
elenco militar que derrocó a Perón, encararon hacia los trabajadores luego del golpe de 1955. A su vez, los diferentes testimonios de Brid revelan
las tensiones internas al interior del propio peronismo en ese período. La
publicación de las crónicas en una revista como Nuevo Hombre no es un
dato menor, puesto que contribuye a establecer un nexo histórico y político
entre la Resistencia y las nuevas organizaciones revolucionarias. Brid fue
secuestrado durante la última dictadura cívico-militar, el 7 de octubre de
1977, y aún hoy permanece desaparecido. Resistencia Peronista: testimonio de
Juan Carlos Brid
Capítulo I
Mi oficio, pintor. En el año 55 yo tenía una pequeña empresa de pintura,
chica nomás. Y estábamos pintando, el 16 de junio, en la calle Rivadavia entre
Rivadavia y Talcahuano [sic]; una Cooperativa metalúrgica, creo que era la
más importante del país. Yo tenía 38 años, políticamente no hacía nada. En
fin, era peronista, como muchos, no era afiliado pero iba a algunos actos peronistas, no a todos, claro.
Cinco hermanos somos, yo el más chico, pero en ese tiempo estaba ya casado,
con tres pibes. Nosotros somos de una familia muy antigua del Tigre, no de abolengo, pero un Juan Bautista Brid fue nombrado por Liniers, Tte. 1° de las milicias urbanas, cuando las invasiones. Mi padre había malvendido algunas propiedades, que no era mucho, otras le quitaron y era empleado; así que yo nací pobre
y sigo siéndolo. Nací en el Tigre, me casé en el Tigre y sigo viviendo en el Tigre.
Y cuando empezó el bombardeo, allí a pocas cuadras hubo espanto general.
Ahí en la cooperativa todos los empleados salían corriendo abandonando el
trabajo. Y yo fui para Plaza de Mayo.
No. No sé bien por qué, quizá por deseos de defender, eso es: para defender.
Y entonces me voy. Plaza de Mayo parecía cuando el fantasma de la Ópera lo
corren; la gente despavorida por el medio de la calle, los coches abandonados.
Gente lastimada, muertos por todos lados. En la esquina de la Municipalidad
había un grupo de gente. Yo no sé qué me pasaba, los increpé, los insulté a ellos.
–Manga de cobardes –les dije.
Y algunos fuimos para la Plaza, pero el bombardeo seguía y nos tuvimos
que volver. Entonces vimos la armería esa que está frente a la Catedral y empezamos a levantar la cortina entre todos. Ahí fue cuando desde el techo de la
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Catedral nos tiraron unos balazos. Y la mano de Dios, ¿no? salimos corriendo
para guarecernos y justo una bomba cae cerca y perfora la persiana y el lugar
donde nosotros acabábamos de estar. De ahí empezamos a deambular por el
centro pero nos dábamos cuenta de que no había nada que hacer, queríamos
hacer algo, armas, todos pedían armas. Así, hasta la tardecita, andábamos
entre el humo y los últimos tiros. Después me fui caminando hasta Retiro, para
el lado de casa.
Pero yo ya estaba cambiado. Bronca, porque noté que esta gente que estaba
trabajando para derrocar a Perón, no hacía sólo eso, sino que estaba en contra
del pueblo; nos habían tirado desde los aviones, desde la Catedral y nosotros
no teníamos armas. Yo ya era otro. Volví al día siguiente, no trabajé, miraba
los destrozos y me sentía hervir; había sido una masacre donde murieron muchos, cualquiera. En ese momento me sacude ese bombardeo y yo empiezo mi
actividad política. Yo estaba emocionado y empecé a tratar de conectarme con
alguien, pero no era afiliado, no era nada. Andaba con ganas de hacer, pero
como bala perdida. Formábamos algunos grupos, espontáneamente, cuando las
manifestaciones, pero uno se veía un momento y después perdía el contacto. Así
hasta el 16 de septiembre.
Estuve esos días como enloquecido, sin saber qué hacer. Salía de casa a la
mañana con el pretexto de ir a trabajar pero me juntaba con la gente que como
yo andaba por el centro, formábamos grupos, manifestaciones relámpagos y así.
Hasta que el día que bombardearon la Alianza, ese mismo día, no recuerdo
a qué hora, nos habíamos juntado unos cuantos por Avenida de Mayo y nos
fuimos hasta el local de la Alianza. Ahí estaban atrincherados, empezamos a
gritar y yo les pedí una bandera. Insistí, insistí hasta que me tiraron desde los
balcones una de esas banderas largas que tenían. Con eso iniciamos una manifestación. Yo iba de abanderado. Agarramos San Martín hasta la Avenida de
Mayo, gritábamos Perón y la gente se iba sumando. Luego por la Avenida 9 de
Julio hasta no recuerdo qué calle y fuimos a parar a la CGT.
Me acuerdo, era un día lluvioso. Las puertas de la CGT estaban cerradas.
Adentro se veía gente, pero todo cerrado. Así que empezamos a pedir, a gritar.
No sé, parece que queríamos otro 17 de Octubre. Pero el señor Di Pietro nos
pidió por el parlante que nos retiráramos, que nos dispersáramos en orden. No
le hicimos caso, dimos la vuelta, pero ya éramos menos. Los sindicalistas allí
encerrados, quietos, descorazonaron a muchos. Quizás si ellos hubieran salido,
podríamos haber levantado Buenos Aires.
Los que quedamos nos volvimos para el centro. Pero ya la cosa había cambiado. La policía estaba empezando a reprimir todo lo que fuera o tuviera
olor a peronista. La columna que había quedado, chica, la componíamos los
más decididos, pero éramos pocos. Se nos cruzaron varios furgones cargados de
policías, les gritamos Perón, Perón, pero empezaron a tirar. Tiros, claro, nada
de gases. Nos espantamos, hay que decirlo, ¿no?, algunos quedaron tirados,
no sé si heridos, muertos o qué, yo perdí la bandera que quedó, me acuerdo,
sola en el medio de la calle, estirada y sola. No sé cómo, me vi en un tranvía
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que tomamos con un grupo de muchachos. Fuimos hasta Constitución y de
allí volvimos; la policía ya estaba haciendo desastres. Perón ya estaba en el
buque o estaba por ir, no sé. Habíamos perdido y la rabia se nos mezclaba
con una tristeza.
Bueno, no lo concebía. Yo entendía que Perón tenía que quedarse. No podía ser, si todos le respondíamos, el pueblo entero estaba con él. Con el tiempo,
yo me volví un peronista total, lo conocí a Perón y he luchado por él, me he
hecho enemigos; pero no entendí nunca por qué se fue.
Habrá tenido sus motivos, ya sé, pero yo entiendo, revolucionariamente,
pienso que tendría que haberse quedado.
Cae Perón. Yo creo cómo la oligarquía se toma la revancha. Quema un
montón de lugares, parecía que querían borrar todo en un día. Saqueaban. Yo
me hacía cada vez más peronista.
Poco a poco nos vamos conectando gente que pensábamos lo mismo, que había que pelear. Así hasta que me notifican clandestinamente que había un movimiento militar que se preparaba para tomar el poder otra vez. Hubo uno antes,
el de Gentiluomo, pero yo no supe nada, recién empezábamos y había mucho
desorden. Nosotros teníamos un grupo en el Tigre y gente de la Capital me anoticiaron de lo que se preparaba. Empecé a ver gente. A nuclear. Hicimos algunas
reuniones, varias en mi casa, hasta que nos dan como zona de operaciones el
Barrio de la Boca. Valle era el jefe, algunos sindicalistas hacían de enlace.
Debíamos esperar cerca del puerto, en las cantinas. Cuando se tomara el
Arsenal Esteban de Luca nos iban a proveer de armas y materiales y órdenes
precisas; en general, debíamos provocar atentados en los buques de la Marina
que estaban allí atracados, tapar el canal y esas cosas.
Estábamos en varias cantinas, esperando. Fue la noche que peleó Lausse
con Selpa, lleno de gente. Había enlaces. Habíamos tomado varios camiones
del Correo que teníamos en la zona y con ellos debíamos ir a buscar el armamento hasta el arsenal en cuanto estuviera en manos peronistas.
Nosotros sentimos el tiroteo, nosotros los del Tigre éramos diez, por las caras
debía haber muchos, pero cada grupo tenía su enlace y no nos conocíamos. De a
poco nos fuimos enterando del fracaso; primero que lo del Arsenal había fracasado, que estaba la ley marcial, en La Pampa se estaba triunfando, en La Plata
se peleaba, pero en síntesis las cosas no habían salido. Pero nos quedábamos
tercamente en las mesas, no nos movíamos, esperando, esperando un milagro
que no ocurrió. A las cinco de la mañana, de a dos nos fuimos yendo.
En casa, mi mujer estaba pegada a la radio. Ella sabía la misión que yo
había ido a cumplir. Le di un beso y me acosté. Era medio amarga la cosa.
Amigos, amigos, no. Pero compañeros conocidos, sí. Entre los que fusilaron
estaba Lizaso. Fueron unos cuantos los fusilamientos, del grupo nuestro no
mataron a nadie.
Así que como eso fracasó, nos pusimos a trabajar más duro. Perdimos los
contactos con los militares, pero trabajábamos clandestinamente para que un
movimiento militar consolidara lo que nosotros hacíamos. Fuimos formando
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células, buscando armas y materiales. Todavía en aquel tiempo creíamos en el
golpe de Estado peronista
El grupo que había participado en el levantamiento del 9 se componía de
todos muchachos de la zona, había un ex concejal y después, muchachos como
yo, nuevos. Justamente uno de ellos estaba muy preocupado por las impresiones
digitales que habíamos dejado en las bombas. Eran unas molotov que, ante
el fracaso, dejamos abandonadas bajo el puente grande que hay en La Boca.
El muchacho este estaba intranquilo porque había salido en el diario que se
encontraron esas bombas.
–Y ¿qué hacemos? Mirá que está la Ley Marcial todavía –me dijo.
–Y, bueno, ya te vas a dar cuenta, si te vienen a buscar es porque aparecieron las impresiones digitales.
Nos reímos un rato. Después no pasó nada.
Capítulo II. Empezamos así nomás, a la que te criaste
Bueno, después del fracaso del golpe del 9 de junio, empezamos a organizarnos otra vez. Para otra revolución, ¿no? Nos reuníamos por la zona. En
San Fernando hicimos una vez una reunión y formamos el comando Zona
Norte, que daría mucho que hablar más tarde. Teníamos una organización
celular. Ahí fue cuando iniciamos la industria de la resistencia. Modesta,
claro. Empezamos del principio, a fabricar pólvora. A uno le parecía que
era de una manera, a otro de otra. Experimentábamos, así nomás, a la que
te criaste, ninguno era especialista. Algunos nos quemamos más de una vez,
otros muchachos, pobres, quedaron marcados para toda la vida; uno perdió
un ojo, otro un brazo cuando le estalló un “caño” mal preparado, en fin,
costaba bastante aprender. Mezclábamos sal de Chile, carbón de álamo,
clorato de potasio, azufre. Por fin, llegamos a la pólvora negra. Me acuerdo
que hasta azúcar impalpable usábamos. Era pólvora de cohete, al fin y al
cabo ¿no? pero nosotros no sabíamos cómo conseguirla, así que nos largamos
a fabricarla. Al principio costó, después repartíamos los “caños” para todo el
mundo que anda en estas cosas.
El clorato y el carbón los comprábamos en las farmacias. El clorato viene
en pastillitas, así que teníamos que hacerlo polvo triturándolo con un sifón;
la sal de Chile se vende en las semillerías. En esta parte me junto con Carlitos
Romagnolli, que sería para siempre un compañero inseparable. Las noches y
hasta los días que nos habremos pasado metidos en una pieza llena de elementos, mezclando unos con otros hasta lograr algún resultado. Pensar que después
llegaron los materiales pesados a los que sólo había que ponerles mecha y detonante y listo. Fue una época donde todo se hacía así, a pulmón.
Los “caños” eran toda una obra de ingeniería. Comprábamos pedazos de
caños cualquiera, los tapábamos de un lado y les hacíamos rosca del otro; los
rellenábamos con la pólvora, adentro un tubito de ácido sulfúrico; cuando se
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invertía el “caño” el ácido entraba a funcionar hasta que llegaba al clorato,
fuego y explosión. Hacían un ruido bárbaro, pero puro ruido nomás. En realidad eran petardos grandes, nunca pasó nada. Fueron las primeras bombas
que se hicieron en el país. Eran muy peligrosas para quien las llevaba. Hubo
muchas desgracias entre los compañeros, en cambio nunca se hirió a nadie en
un atentado con esas bombas; ruido, nada más.
Entonces nos convertimos de fabricantes en distribuidores. Con un equipo
de canillitas que estaba incorporado al grupo nuestro repartíamos los “caños”
por toda la Capital y el Gran Buenos Aires. ¡Hasta al Interior mandamos!
Después pasamos la fórmula y se empezó a fabricar en otros lados: hubo más
accidentes. Pero comenzó el ruido, por todos lados explotaban bombas. No
teníamos armas, no podíamos hablar, ni votar, ni nada, ni explosivos en serio
teníamos, era la única forma de poder contestarle a esta gente lo que nos negaba. No teníamos libertad de prensa, no teníamos nada; sólo teníamos el 4.161,
que si nombrábamos a Perón, con nombrarlo nomás ya íbamos en cana; ni
siquiera una foto podíamos tener en nuestra propia casa, entonces apelábamos
a los “caños”.
Para esa época empieza la organización. Hasta ese momento nosotros no teníamos contacto directo con Perón ni con nadie. Más bien era una cosa nuestra,
espontánea. Hasta que un día llegó Peter Castro… El “Negro” Peter Castro. Él
nos nucleó y promovió la primera organización de la resistencia.
Él se dedicó a nuclear, a reunirse clandestinamente con todos los grupos.
Era un hombre de confianza, para nosotros, él había sido lugarteniente de
Tanco en la Revolución del 9 y había hecho de enlace, así que fue formando
todo. En realidad hizo un trabajo muy bueno. Me acuerdo que tenía pinta
de militar y nosotros siempre creíamos que lo era, incluso pensábamos en un
nombre falso. Era de buen porte y seco para hablar, pero le gustaban mucho los chistes y nunca soltaba prenda de nada; cuando lo apurábamos con
alguna pregunta, salía con un chiste y no sabíamos si había contestado en
serio o en broma. Lo encontrábamos en todos lados. Una vez, para salir de
dudas, un compañero le sacó la cédula de un saco que dejó colgado de una
silla y decía:
“Fulano de Tal, General de la Nación”
Nos quedamos todos mudos, pero quedó el enigma, aunque supimos que
general no era. Bueno, él se convirtió un poco en el responsable, en el Jefe de la
Resistencia o de los grupos. Hasta que llegó el momento de mandar a alguien
a ver a Perón, que estaba en Centroamérica, a consultarlo, a decirle lo que
estábamos haciendo: resistiendo. Pero necesitamos algo concreto. Ahora bien,
todos nosotros, el que más que menos, por razones de trabajo, familiares o porque estábamos perseguidos o marcados ya por la policía, no podíamos viajar.
Entonces, Peter Castro buscó un compañero sin mucho que ver en la cosa para
que llevara nuestra correspondencia a Perón. Consiguió uno que andaba dando vueltas por ahí, pero que nunca se había metido en nada. Se llamaba Jorge
Daniel Paladino.
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Se fue enviado por Araujo –que está en Cuba ahora–, por Pedro San
Martín, y Peter Castro, para que hiciera de mensajero, ¿no? Él debía recibir las
órdenes para el comando y transmitirlas.
Fue como estafeta y volvió como Jefe. Con cartas y órdenes de Perón que lo
nombraban jefe de la resistencia. ¡Vaya a saber qué le dijo a Perón! Nosotros ni
lo conocíamos. Él se sabía reunir –antes– en un café de la calle Uruguay donde
servían café a bola, que le gustaba mucho, pero nadie lo conocía. Vino entonces
a suplirlo a Peter Castro.
Muchos grupos se rebelaron contra él; encauzamos la cosa los de la Zona
Norte y los del Oeste. Lo cuestionamos porque él no tenía ningún mérito como
para ser nuestro jefe, y nos abrimos. Pero algunos compañeros, claro, impresionados por las cartas y órdenes de Perón, lo aceptaron. Así fue, por un viaje,
Paladino consiguió la jefatura y nosotros comenzamos a trabajar por nuestra
cuenta. Nos abrimos.
Peter Castro no quiso luchar por el cargo, se apartó. Paladino le inició una
campaña de desprestigio y el hombre quedó relegado.
Con Romagnolli entendíamos que había que buscar formas más potentes
de agresión al régimen, ya la pólvora negra fabricada en casa no nos servía.
Así que empezamos a tender los hilos hasta que de Mar del Plata nos llegó la
salida: las canteras trabajan con dinamita y otros materiales más poderosos.
Había que ir a buscarlos allí.
Trabajando sobre un dato, salí para Mar del Plata con una compañera que
más tarde se destacaría como una de las principales combatientes. Me alojaron
en una casa deshabitada y esperé mientras se preparaba todo. Pero allí interviene Paladino: manda una comunicación para que no se me preste apoyo, los
compañeros vacilan y no puede hacerse la cosa. Paladino prefirió mantener la
cuestión formal a que se realizara la acción. Pero un compañero de Mar del
Plata me dice:
–No se aflija, yo me voy a encargar de buscar algún polvorín.
Yo volví a Buenos Aires con pocas esperanzas. Pero el hombre cumplió. A los
quince días siento que golpean las manos en la puerta de casa y allí estaba él.
–Mire –me dice–, hay un polvorín allá que se puede tomar.
Era uno en Batán. Me fui corriendo a verlo a Carlitos Romagnolli que
vivía en Moreno. Yo no tenía medios de movilidad; había que traer no sé
cuánto material de vuelta. Él me consigue un hombre con un camión; el tipo
ni era peronista ni sabía a qué iba, pero Carlitos era un crack, un artista para
convencer gente para esas cosas y se lo llevó a Mar del Plata. Lo dejamos en un
lugar, que nos esperara, y nosotros nos fuimos a tomar el polvorín.
Éramos tres. Fuimos a la mañana; lo miramos y a la noche le dimos.
Carlitos tenía una pistola 765, yo una tenaza de cortar alambre y el otro compañero nada. Creíamos que iba a estar custodiado, así que fuimos rodeando
con mucho cuidado, pero cuando llegamos vimos que no había ni sereno. El
camión lo teníamos en la ruta que estaba como a 500 metros. Cuando vimos
que la cosa era fácil, nos pusimos a cargar cajones hasta que nos agarró la
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madrugada; quedamos deshechos, nos caíamos de cansancio porque teníamos
que cruzar con cada cajón un campo arado, llegábamos muertos. Cargamos
unos setecientos kilos de dinamita.
Fuimos a buscar al chofer, agregamos unos cajones vacíos como si esa fuera
la carga y nos volvimos para Buenos Aires; parecíamos chicos con un juguete
nuevo: el chofer nos miraba raro, pero ni se imaginaba qué pasaba; él creía que
éramos contrabandistas. Setecientos kilos de dinamita… ¡para nosotros que fabricábamos a mano pólvora negra! El asunto ni se publicó en los diarios: resulta
que el polvorín era de contrabando… ¡si lo hubiéramos sabido lo habríamos
vaciado todo!
Ahí empezó la época de los materiales pesados, el ruido se les volvió mucho
más embromado a los “libertadores” y algunas casas, dependencias militares o
estatales empezaron a derrumbarse después de las explosiones; la cosa terminó
de ser nada más que un susto. Es que ya habían empezado también las torturas.
Por los familiares de los compañeros que van cayendo presos nos enteramos que
la policía había endurecido la mano. La picana era lo más común y la biaba,
segura. A más, los allanamientos eran feroces, ¿no? Entraban a la casa de uno
a las patadas, no respetaban mujeres ni chicos, daban vuelta todo y se metían
en las casas, no sólo de los buscados, sino de sus familiares y amigos; se llevaban
preso a cualquiera y la ligaba cualquiera.
Para ese tiempo, un comando civil o la policía argentina realiza en
Montevideo un operativo arreglado con las autoridades de allá, seguro.
Asaltaron la casa del Dr. Colomb, que hacía de enlace y de punto de referencia con gran parte de la Resistencia y le llevaron, entre otras cosas, una lista
con nombres de contactos; entre esos nombres había un Brid, que venía a ser
yo. Entonces me salió la captura recomendada y pasé a la clandestinidad,
pero la policía detuvo a un sobrino mío. Su señora vino a verme asustada,
afligida “por si le han pegado” porque no se lo dejaban ver. Así que yo me
fui hasta la comisaría del Tigre y pedí hablar con el comisario, le dije que
quería verlo y sacaron la excusa de que estaba incomunicado, “pero yo quiero verlo, nada más”.
–¿Y para qué? –me dice el taquero.
–Porque quiero ver si no lo han torturado…
Me sacaron poco menos que a las patadas, pero no se dieron cuenta de que
era a mí a quien buscaban.
Bueno, ya teníamos contacto con Mar del Plata y un grupo esperaba allá,
de Rosario vinieron algunos muchachos y el Chango Mena era el enlace con las
provincias del Norte.
El material robado en Mar del Plata lo llevamos a una casa de Cañuelas.
Era de un tano que nos la prestaba. Allí había un mimeógrafo, papel, tinta,
todos los materiales para imprimir volantes y esas cosas; también una bicicleta
con cussiolo que usaba Carlitos para ir y venir; a más de los explosivos que
venían a buscar de todos lados. Mena trajo bastante de las canteras del Norte.
Allí vivía yo, ya que estaba perseguido por la policía. Como tenía más tiempo
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porque debía estar mucho encerrado, preparaba y preparaba material que era
retirado inmediatamente.
Dos compañeros, el “Gordo” Pracánico y Manito, que trabajaban con
nosotros, son entregados por un lanchero que los llevaba clandestinamente al
Uruguay. Torturados bárbaramente debieron dar algunos nombres, entre ellos
el mío. Yo me enojé un poco, así que un día me puse unos lentes y una gorra y
con el padre de Pracánico y la hija me fui a la comisaría de Vicente López a
verlos. A hacerle lío a Manito, que me había nombrado. Me hice pasar por tío,
cuando ellos me vieron no querían creer. Allí me puse a discutir con Manito,
pero cuando me dijo lo que le habían hecho me daban ganas de llorar. Bueno,
me enteraron de lo que sabía la policía, la gente que había marcada y todo
eso. Para ese tiempo, también había caído un grupo de gente de San Martín y
otro de Lanús; de la Zona Norte, el único que quedaba era yo, así que había
que demostrarle a la policía que la organización estaba en pie. Trabajábamos
como locos; no pasaba día sin que reventaran dos o tres caños por todos lados.
Le metíamos por donde menos lo esperaban, volanteadas, pintadas; éramos
hombres orquesta…
(…)
Capítulo V. El golpismo y el electoralismo: dos frustraciones
impulsadoras de la lucha por el poder
Bueno, aprovechando que todo el mundo andaba en el quehacer político, y
nosotros también teníamos la cobertura de ser miembros de Comando Táctico,
aprovechábamos esa cobertura para seguir en las actividades subversivas.
Porque nosotros no creíamos en la salida política que se le prometía al peronismo por esos años. También en ese tiempo se hablaba de elecciones “libres”, de
“juego limpio” y todas estas cosas que se hablan también ahora; la cosa fue, que
los políticos entraron en el asunto como caballos y cuando fueron a elecciones
y ganó el peronismo, los milicos vieron esto, dieron el golpe de Estado y a otra
cosa. Frondizi también anuló las elecciones cuando las ganó el peronismo, a ver
si se salvaba del golpe, pero ya era tarde. Nosotros no creíamos en esos cuentos de
elecciones para el peronismo, como no lo creemos ahora, con la diferencia que
ahora uno dejó de andar ya, pero están los pibes que no son ningunos giles y no
los engrupen con las elecciones; esos entretenimientos para bebés.
Volviendo entonces a la historia. Un intento de comprar explosivos en el
exterior nos indicó que [era] muy caro y arriesgado, sobre todo traerlos. Yo
propongo el viejo método de mayor cantidad y menor costo. Me hago un viaje
a Mar del Plata, veo a los muchachos del antiguo Comando de esa ciudad.
Estaban contentos porque yo caí preso y no había mandado a nadie adentro.
Bueno, nos ponemos en campaña y ellos aconsejan un golpe en Olavarría, una
cantera en Loma Negra. Formamos un equipo en Buenos Aires y fuimos a
hacer la cantera.
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Éramos siete. Fue una cosa fácil: hacer saltar un candado. Dejamos el
camión en la ruta, a unos doscientos metros de donde sacábamos el material y
cargamos 700 kilos de dinamita gelinatizada al 30 y 60 por ciento; material
muy bueno. Era un sábado, y el domingo no fue el personal y hasta el lunes no
descubrieron el asunto, así que hicimos un viaje muy tranquilo; nos volvimos
en el camión, los demás en micro y nos esperaron en la entrada a Buenos Aires.
En pleno mediodía del domingo, en una casa de la zona norte empezamos a
descargar los cajones. Era un lugar muy propicio porque parecía inimaginable
que allí se guardara ese tipo de cosas. Me acuerdo que en el camión había un
olor que apestaba, porque ese material no huele muy lindo, ¿no? Al otro día, el
lunes volví al lugar donde estaba el material, con otro camión y otro compañero, saqué el material, lo cargamos y lo llevamos a otro lado. Por supuesto era
Carlitos Romagnolli el que me acompañaba. Al cambiar de lugar, se cuidaba
la seguridad: el grupo que hizo la operación ya no sabía dónde estaba el material. Desde donde lo llevamos comenzamos a distribuirlo. Pero al salir en los
diarios publicado el robo de dinamita, a mí se me armó un problema en casa.
Resulta que yo le había prometido, al salir de la cárcel –cuatro meses atrás–,
a mi mujer que no me iba a meter más en nada. Así que cuando el viaje a
Mar del Plata, yo le dije que iba para Rosario. Pero la vieja vio en los diarios
lo de la cantera, lo relacionó con mi viaje “a Rosario” y se me vino encima. Yo
dije al principio que no había sido, negué, negué todo lo que pude pero al final
le tuve que decir que sí; ¡qué bodrio que se me armó!, un lío peor que si me
hubiera agarrado la policía, pero al final –firme la vieja– entendió, entendió
y se conformó. Como se conformó siempre después, me acompañó sin aflojar en
todo: tendría que hacerle un monumento.
Para el tiempo de la gran huelga metalúrgica de 1959, las formaciones
especiales colaboraron activamente. Sin embargo ocurrió un hecho muy lamentable del que fue protagonista el compañero Benito Moya. Junto con una
compañera se disponían a poner una bomba en las oficinas de Siam en la Av.
de Mayo, que tenía fondos a la calle Yrigoyen. Como debieron hacer tiempo
para llegar al momento indicado, se sentaron a tomar un café en un bar
de las inmediaciones. Cuando estaban allí, advirtieron que del portafolios
donde estaba el explosivo salía humo, lo que indicaba que se había puesto en
actividad el mecanismo de explosión, que se haría inminente en pocos segundos. Tomaron el portafolios y salieron corriendo hacia la calle con el fin de
evitar víctimas en el bar. Ya en la calle tiraron el portafolios contra la pared
con tan mala suerte que justo embocó en la puerta de otro bar vecino, y allí
explotó. A consecuencia de esto, hubo que lamentar la vida de un parroquiano y varios heridos. Entre nosotros esto se tomó como una terrible tragedia ya
que siempre se trató de evitar víctimas; sólo por un accidente de este tipo las
cosas salieron de esa manera.
La compañera de Moya fue detenida en las inmediaciones y Moya identificado. Se planteó entonces la necesidad de tener que sacarlo del país. Fue así,
que para tratar esto e investigar las causas reales y la responsabilidad por lo
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ocurrido, debió hacerse una reunión de varios activistas. Como varios de ellos
estaban en la clandestinidad y activamente buscados por la policía, se simuló
una fiesta familiar en la casa de un compañero, como la forma más segura de
evitar que la reunión del grupo llamara la atención. Se decidió que Moya fuera
trasladado a Bolivia y a mí se me encargó la misión de guiarlo y acompañarlo.
A Moya lo maquillamos, ya que los carteles con su fotografía estaban en
todos lados. Y salimos en avión con documentación falsa y así llegamos sin
inconvenientes mayores hasta Tartagal. Un compañero debía esperarnos con
un camión, en cambio –cuando llegamos al aeropuerto– nos encontramos con
tropas que después supimos custodiaban el avión del ministro de Guerra, general Larcher. Pasada la primera impresión optamos por que él se quedara
escondido en una zanja mientras yo iba hasta la ciudad a requerir los servicios
de los compañeros de la zona. Conseguí una camioneta, lo fui a buscar a la
zanja donde prácticamente se lo estaban comiendo los bichos. Fuimos entonces hasta Pocitos (Argentina) y abandonamos la camioneta; cruzamos a pie
la quebrada, gambeteando las patrullas de Gendarmería que custodiaban la
zona. Así llegamos a Pocitos boliviano y tomamos un colectivo a Yacuiba. Un
compañero argentino que vivía allí nos facilitó una camioneta y con ella nos
fuimos a Sananadita, un lugar oculto en medio de la selva donde había un
puesto de campesinos armados, que ya habían sido avisados de nuestra llegada
y nos recibieron con júbilo. De ahí me volví.
Bueno, el trabajo clandestino se hizo más organizado. Las huelgas eran activas, quiero decir que tenían el apoyo nuestro. Por ejemplo, en la huelga de 48
horas que hizo en el 59 las “62 organizaciones” se combinó todo y estallaron en
esos dos días 72 bombas. Eran los tiempos en que la dirección sindical peronista era combativa, aún no se había burocratizado y los planteos conmovían en
serio al régimen. En una huelga de los obreros de gas del Estado, a los que no se
les reconocían sus derechos, se los cesanteaba, se los metía presos, los reprimían.
Ellos pidieron apoyo a las organizaciones especiales. Una acción que coincidió
con esta huelga –la voladura de la planta envasadora de gas en Mar del Plata–
convenció al gobierno de la necesidad de implantar el plan Conintes. Más
adelante contaré cómo fue la cosa.
En este tiempo también empezamos la fabricación de granadas, las que se
conocieron popularmente, digamos, como “ravioladas”. Con un compañero del
gremio metalúrgico vimos la posibilidad de producirlas. Él consiguió que un matricero hiciera la matriz para producirlas en serie. Se montaron varias fábricas
de estas. Por nuestra parte la hicimos sin necesidad de montar taller. Un día me
presento a un taller metalúrgico chico, pido hablar con el dueño y le digo que soy
un directivo de YPF y que necesito que me haga esas carcazas, necesarias para las
perforaciones por explosión. El hombre me creyó en seguida y empezó a fabricarlas, y con mucho esmero, ya que las que salían con un poro por defecto de material
las tiraba a un patio que tenía, y allí se amontonaban porque –decía– esos poros
le podían hacer perder fuerza a los gases. Nosotros tratábamos de convencerlo de
que no fuera tan cuidadoso, porque el taller estaba a dos cuadras de una brigada
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policial y el patio daba a la calle, así que cualquiera veía las carcazas inútiles
amontonadas. Pero no pasó nada; hicimos cuatro mil, le pagamos y nos fuimos.
Era un hombre responsable, pero nos hacía sudar la gorda.
Paralelamente –mientras se cumplía el encargo de las granadas– fuimos a
conseguir los detonantes. Con el mismo procedimiento de otras veces, caímos en
una cantera y nos llevamos más de diez mil detonantes eléctricos y de mercurio.
Es que se estaba gestando otra revolución y nosotros, creyéndolo ingenuamente
a algunos militares, nos preparábamos otra vez para apoyarlos. Hasta había un
Estado Mayor Revolucionario que yo integraba; había almirantes, un general
y un comodoro, a más de algunos gremialistas que estaban en la cosa con nosotros y un par de políticos. Era la revolución y la contrarrevolución planificando
sobre una misma mesa. Por eso que nunca se llevó a cabo. Era en tiempos de
Frondizi, pero nosotros sabíamos que teníamos que derrocar al régimen, del
que Frondizi era un accidente, porque a él lo manejaban como querían, así
que no nos importaba si Frondizi caía o no; había que voltear todo.
Fuente: Juan Carlos Brid, “1955-1970. Quince años de resistencia”. Recopilación de notas aparecidas en Nuevo Hombre, Buenos Aires, 1971-1972.
Gentileza Alejandro Fernández Mouján - El Perro en la Luna
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Los resistentes (2009), de Alejandro Fernández
Mouján, documenta relatos de algunos de los
protagonistas de la Resistencia Peronista, entre
1955 y 1965. Son hombres y mujeres de más
de 70 años que recuerdan esa lucha clandestina
y que se reivindican aún como resistentes. En
cierto modo, la película apuesta a recuperar en el
presente un segmento de la historia del peronismo –la etapa de la Resistencia– que muchas veces
ha quedado ocluido o poco revisitado.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
DESARROLLISMO Y
MODERNIZACIÓN
Dos vectores que atraviesan las discusiones políticas, económicas y culturales de las décadas de 1950 y 1960 (aunque sus premisas pueden
rastrearse años antes, y sus efectos pueden reconocerse años después)
son los tópicos en torno al desarrollo y la modernización. El desarrollismo, como perspectiva económica gestada en la CEPAL, tiene
en Raúl Prebisch y su “Informe económico” (realizado a pedido del
gobierno militar que asume luego del golpe de Estado de 1955) a uno
de sus principales propulsores; como contraparte, Arturo Jauretche
sintetiza en su obra El Plan Prebisch. Retorno al coloniaje, buena
parte de los argumentos que desde una perspectiva nacional-popular
se esgrimen contra esa concepción. Por su parte, Arturo Frondizi, en
varios trabajos publicados en los años cincuenta, defiende una propuesta desarrollista que, al mismo tiempo, blande las banderas de
la defensa del interés nacional contra las potencias extranjeras. Sin
embargo, a los pocos meses de asumir como presidente de la Nación,
sus acciones y sus discursos revelan un giro drástico respecto del tema
petrolero. Por otro lado, mientras la cuestión social exhibe una continuidad en las luchas del movimiento obrero organizado –que puede
ubicarse en el trayecto que va de los congresos sindicales de La Falda
al de Huerta Grande–, en el ámbito cultural emergen un conjunto de
transformaciones que supieron ser tematizadas bajo la idea de modernización. El debate entre laica o libre, en el campo educativo; la aparición de nuevas publicaciones periodísticas y culturales; y la recepción
de nuevas corrientes teóricas, como el psicoanálisis lacaniano, pueden
señalarse como algunos emergentes de ese fenómeno.
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Las dos perspectivas
económicas
POR ARTURO FRONDIZI
En una obra publicada un año antes de asumir el gobierno, Arturo Frondizi retoma algunos de los tópicos más importantes que venía
promoviendo desde hace ya más de una década y que serán banderas
fundamentales de su campaña presidencial. Entre otros temas, el dirigente radical destaca la importancia del desarrollo industrial para el
crecimiento económico. Sólo la “conjunción armonio­sa de la industria,
la minería y el agro”, bajo una perspectiva de fuerte defensa del interés
nacional, podría torcer el modelo de atraso que habían forjado los intereses de las potencias extranjeras “valiéndose de manos argentinas: la
vieja oligarquía”.
La Argentina se encuentra ante una encrucijada de su desarrollo económico.
Hoy nuestro país está frente a dos caminos que desembocan en dos diferentes perspectivas económicas. Uno es el mantenimiento de una producción preferentemente
agropecua­ria, aun a costa de nuestro progreso industrial y de la concentración de
toda la potencia económica argentina en un radio de 300 kilómetros con centro en
el puerto de Buenos Aires. El otro es la promoción conjunta de toda su economía,
reconociendo el alto rango de la actividad agropecuaria pero completándola con
las tareas industriales, la explota­ción de las demás fuentes de riqueza, el despertar
de las regiones atrasadas, la creación de centros económicos en todas las latitudes
del país: en suma, la conjunción armonio­sa de la industria, la minería y el agro. El
primer camino reserva a la Argentina el papel de apéndice agrario de las potencias
manufactureras, favorece la deformación del país y deja sin utilizar muchos de los
recursos materiales y humanos que componen el pa­trimonio nacional. El segundo
camino conduce a la estabilidad económica, al aprove­chamiento ordenado de todos
los recursos en las varias facetas del prisma económico y a la integración del ser nacional. Aquel nos devuelve a un pasado histórico modelado por artífices extranjeros
valiéndose de manos argentinas: la vieja oligarquía. Este nos abre el horizonte de un
porvenir generoso, amasado con nuestras propias manos. De la política económica
que adoptemos dependerá, pues, el desenvolvimiento o la frustra­ción de posibilidades inmensas.
Si la Argentina ha quedado rezagada en el proceso de desarrollo económico mundialmente acelerado desde mediados del siglo xix y que transformó la fisonomía de
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Occidente, no ha sido por carecer de recursos materiales y humanos, por cierto, sino
por la actitud negativa de sus viejas clases dirigentes.
El extraordinario nivel alcanzado por Estados Unidos en la misma época en que
en Argentina comenzaban a despertar sus fuerzas productivas, es la demostración
más aca­bada de lo que aquí habría podido hacerse si nuestros dirigentes, orientándose en una política de sentido nacional, hubieran tendido al aprovechamiento
autónomo y racional de nuestros abundantes medios rentísticos, en lugar de preferir una postura de mero complemento alimenticio respecto de los países europeos
industrializados.
La referencia al caso norteamericano es imperiosa. La similitud de clima y de re­
cursos naturales entre ambos países permitía esperar en el nuestro un desarrollo estruc­
tural simétrico, aunque proporcionado a nuestra menor dimensión en territorio y
pobla­ción. Pero la comparación del crecimiento operado, fuertemente dispar, no guarda relación alguna con aquellas bases económicas. Al cabo de casi un siglo, nuestro país
sigue aún a la defensiva, sometido a criterios que plantean al porvenir nacional una fal­sa
disyuntiva, como si nuestra opción sólo consistiera en subordinarnos a una potencia
europea o a una americana.
Sin embargo, la Argentina posee todo lo necesario para ser un país grande y prós­
pero, que asegure a su pueblo un muy alto nivel de vida. Podemos alcanzar lo que
lo­graron Estados Unidos y Canadá con recursos naturales como los nuestros y lo que
Gran Bretaña, Suiza o Japón, con menos territorio y menos recursos naturales que nosotros, supieron también lograr.
Es fundamental tener presente la realidad histórica. Esa realidad nos dice que el
pro­ceso de la transformación económica, técnica y social conocida bajo el nombre
de “re­volución industrial” no ha concluido. Por el contrario, todo autoriza a afirmar
que es­tá comenzando a difundirse en escala mundial. Como se sabe, ese proceso consistió en abandonar el artesanado y la explotación agrícola familiar y autosuficiente
y sustituirlos por el sistema fabril, la maquinaria y la energía mecánica. Se equivocan
quienes lo conciben solamente como un episodio o tendencia que produjo grandes
cambios en la Inglaterra de hace poco más de un siglo y que algo más tarde tomó
fuerzas en Nortea­mérica, Alemania, Japón y otros países; como algo concluido y de
lo cual ya no pueden esperarse más cambios. La realidad es otra. La revolución industrial es un hecho en marcha, que prosigue y crece con más fuerza en cada generación.
Vivimos una nueva era de maquinismo, producción en masa, automatismo fabril y
captación de nuevas ener­gías, que está modificando la naturaleza de todos los problemas económico-sociales.
Esa era, que a nosotros también nos rodea y nos empuja, apenas empieza a afirmarse ahora, a mediados del siglo xx. Nuestra generación advierte que todos los países del mundo situados en la periferia económica procuran activamente su desarrollo
econó­mico y que los pueblos latinoamericanos y las naciones asiáticas están realizando in­gentes esfuerzos para integrar sus estructuras productivas. Puede sostenerse que
el gran problema de este momento histórico es, precisamente, el “desarrollo de los
pueblos no desarrollados”. Desarrollo que no quiere decir mero aumento de la producción prima­ria, sino diversificación interna de la producción total.
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La Argentina no puede quedar al margen de esa tendencia universal, pues ello im­
portaría su autodestrucción, su suicidio económico. Es, pues, la propia estructura del
mundo en que vivimos la que nos impone plegarnos a ese movimiento, para no quedarnos atrás.
Solamente necesitamos proponernos esa meta y poner toda nuestra capacidad,
nuestra inteligencia y nuestro patriotismo a su servicio. Tenemos que ir limpiamente a los hechos y despojarnos de prejuicios, versiones interesadas y complejos
de inferio­ridad. (…)
Gentileza Roberto Baschetti
Fuente: Arturo Frondizi, Industria argentina y desarrollo nacional, Ediciones Qué, 1957, pp. 19-23, en Carlos Altamirano, Bajo el signo de las masas (1943-1973), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo IV, Buenos Aires,
Emecé, 2007, pp. 217-219.
Ilustración que acompaña la nota “Petróleo y contratos. De Perón a Illia” publicada en el segundo número de la revista 4161. Órgano de la Juventud Universitaria Peronista en junio de 1964.
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Discurso de “la batalla del
petróleo” POR ARTURO FRONDIZI
A poco menos de tres meses de la asunción de la presidencia, y frente a la
grave situación petrolera en que se encuentra la Argentina –cuyo consumo
diario de ese hidrocarburo triplica el nivel de producción–, el 24 de julio de
1958 Arturo Frondizi realiza un importante discurso donde lanza lo que él
llama “la batalla del petróleo”. Librada “en nombre y a favor de la soberanía
nacional”, y con el principal argumento de la necesidad del autoabastecimiento hidrocarburífero, esa batalla parece marchar en sentido opuesto a
lo que Frondizi había defendido en su libro fundamental de 1954, Petróleo y
política. Este abrupto cambio de perspectiva política será tematizado poco
después por varios de los intelectuales que apoyaron inicialmente al gobierno, con el nombre de la “traición Frondizi”.
El 23 de febrero de 1958 el pueblo argentino demostró, inequívocamente, su voluntad de progreso y realización nacional. En las urnas de ese comicio quedó sellado
un compromiso ante la Historia: derribar las barreras que se oponen al desarrollo de la
República y lanzar la Nación hacia el futuro.
El principal obstáculo al avance del país es su estrecha dependencia de la importación de combustibles y de acero. Esa dependencia debilita nuestra capacidad de autodeterminación y pone en peligro nuestra soberanía, especialmente en caso de crisis
bélica mundial.
Actualmente, la Argentina importa alrededor del 65% de los combustibles líquidos que consume. Sobre unos 14 millones de metros cúbicos, consumidos en 1957,
aproximadamente 10 millones provinieron del exterior. Es el petróleo el que mueve
nuestras locomotoras, tractores y camiones, nuestros buques, aviones y equipos militares. Alimenta a nuestras fábricas, da electricidad a nuestras ciudades y “confort” a
nuestros hogares.
Es la savia de la vida nacional, y nos llega casi totalmente desde el exterior. Porque
es vital, obliga a los más ingentes sacrificios. Para que no disminuya la provisión indispensable, la Argentina se ha visto obligada a ser simple exportadora de materias
primas, que cambia por petróleo y por carbón. Es decir, que el país trabaja para pagar
petróleo importado, petróleo que tenemos bajo nuestros pies y que hasta ahora no
nos hemos decidido a extraer, en la cantidad que necesitamos. Esa dependencia de
la importación ha deformado nuestra economía. Somos potencialmente uno de los
países más ricos de la Tierra y podríamos tener un pueblo con uno de los más altos
niveles de vida del mundo. En cambio, vamos empobreciéndonos paulatinamente.
La inflación no cede, nuestras máquinas se desgastan y el país está estancado. Cada
argentino siente estas consecuencias en su propio hogar, en el creciente costo de la
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vida, en las dificultades cada vez mayores del transporte y en la imposibilidad de ampliar sus medios de trabajo.
La Argentina no puede continuar por este camino, que se ha convertido en una
peligrosa pendiente de declinación. En 1930, cuando éramos poco más de 12 millones,
el petróleo y sus derivados insumían menos del 8% de nuestras importaciones, y el país
producía el 45% del consumo. En 1957, con 20 millones de habitantes, el petróleo y
sus derivados representaron más del 21% de las importaciones y el país produjo aproximadamente el 35% del consumo. Todo ello se traduce en estancamiento, paralización
y crecientes dificultades para el país.
La opción es clara y así lo debo advertir al país: o seguimos en esa situación, debiendo recurrir a una drástica disminución del nivel de vida del pueblo, con sus secuelas de
atraso, desocupación y miseria, o nos decidimos a explotar nuestra riqueza potencial
para crear las condiciones de bienestar y seguridad de un futuro próximo y cierto.
Conocemos la raíz del mal. Sabemos dónde debemos atacar y ahí atacaremos
decididamente.
Se ha de romper el cerco que ahoga nuestra economía y ensombrece nuestro futuro.
Vamos a librar una lucha sin cuartel por la felicidad y la grandeza nacional.
Hemos librado ya las primeras acciones en el campo de la siderurgia. Impulsaremos
la puesta en marcha de los altos hornos de San Nicolás y daremos todo el apoyo necesario a las empresas siderúrgicas privadas y del Estado, para que la Argentina tenga, en
el menor tiempo posible, el acero que le permitirá convertirse definitivamente en un
gran país industrial.
Lucha en todos los frentes
Pero hoy habremos de referirnos a otra gran batalla: la batalla del petróleo. Es la
más ardua y la más decisiva, pero es también la más llena de esperanzas, porque la libraremos en nombre y a favor de la soberanía nacional, con el apoyo del pueblo y con el
instrumento que la República forjó y preservó a través de todas sus vicisitudes, es decir:
con Yacimientos Petrolíferos Fiscales.
Será una batalla absolutamente frontal y, por lo tanto, difícil y de enorme desgaste.
Emplearemos, en consecuencia, todos los recursos disponibles. Si el país contara con
medios financieros, no titubearíamos en aplicarlos a nuestro petróleo. Lo propusimos
cuando el Banco Central tenía reservas de oro y divisas, y si el 1º de mayo de 1958
hubiera habido oro suficiente en las arcas del Banco Central, habríamos ido personalmente a retirarlo para entregarlo a YPF.
Pero cuando asumimos el gobierno, las reservas de oro ascendían a 125 millones y
medio de dólares, y el conjunto de oro y divisas, a poco más de 250 millones de dólares.
A su vez, del 1º de mayo al 31 de diciembre habrá que cumplir compromisos por
valor de 645 millones de dólares en el exterior. No disponemos, por lo tanto, ni de un
gramo de oro en el Banco Central para YPF.
Los argentinos no somos hombres de llorar sobre las ruinas. Por el contrario, sobre estas ruinas, estamos dispuestos a construir un porvenir de grandeza y bienestar
en un clima de auténtica soberanía nacional. Lo haremos, cualquiera sean las condiciones en que se nos presente la lucha. Lo haremos con prudencia y serenidad, pero
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lo haremos también con entera energía. No está en juego nuestro destino personal ni
la suerte de un gobierno. Es una encrucijada de la nacionalidad. O seguimos estancados y empobreciéndonos, y nos convertimos definitivamente en apéndices inertes
de intereses extranjeros, o nos ponemos de pie y salimos a defender lo que es nuestro,
para que la Argentina aproveche los bienes que la Providencia ha depositado generosamente en su seno.
El frente de la importación
Libraremos esta batalla del petróleo en todos los frentes. En primer lugar, en el
frente de la importación del petróleo, para ir reduciendo progresivamente su negativa
incidencia sobre nuestra economía. Mientras no alcancemos el objetivo del autoabastecimiento, el petróleo importado debe significar la menor erogación inmediata de
divisas que sea posible, para poder aplicar esas mismas divisas a la adquisición de los
equipos y materias primas indispensables para nuestro desarrollo nacional.
Al llegar al gobierno el 1º de mayo nos encontramos con un contrato firmado con
la British Petroleum en abril de 1957. El convenio respectivo, tratado durante la crisis
de Suez, estableció la venta de petróleo a razón de 3,31 dólares el barril, o sea casi 21
dólares el metro cúbico.
Nos preocupamos entonces de discutir el contrato con la British Petroleum.
Obtuvimos que la firma británica redujera el precio de 3,31 a 2,38 dólares por barril
hasta julio de este año y a 2,53 hasta diciembre. Es decir, que en lugar de pagar 21 dólares el metro cúbico, pagaremos menos de 16, o sea, una economía de unos 5 dólares
por cada metro cúbico de petróleo que importaremos de aquí a fin de año.
En el mismo sector de la importación, YPF ha celebrado un convenio con la
Unión Soviética, para la provisión de un millón de toneladas de petróleo hasta julio
de 1959.
El precio fijado es de 2,33 dólares por barril, o sea menos de 15 dólares por metro
cúbico.
Además, la compra se hace sin uso de divisas, dentro de los términos del acuerdo comercial argentino-soviético de 1953. Es decir, que en este caso se pagarán unos 6 dólares
menos por metro cúbico en relación al precio establecido en el contrato promovido con la
British Petroleum. Se ha concretado también un convenio por el cual adquirimos petróleo colombiano a cambio de productos nacionales, por un total de 15 millones de dólares
anuales, que pueden elevarse a 35 millones. Esperamos también adquirir, en condiciones
semejantes, petróleo de Rumania, Venezuela, Bolivia, México y Perú.
Reestructuración de YPF
Estos acuerdos permitirán atenuar la incidencia de la importación de combustibles sobre nuestro balance de pagos y dejarán libres muchos millones de dólares que
podremos aplicar a inversiones reproductivas. Pero la solución de fondo no puede
provenir sino del máximo objetivo a alcanzar: el autoabastecimiento de petróleo. Allí
es donde el Gobierno está dispuesto a librar la verdadera acción frontal.
La Argentina tiene reservas suficientes para apoyar esa ofensiva. Las reservas comprobadas se estiman en más de 500 millones de metros cúbicos y las probables en
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muchos millones más, que exigirán un gran esfuerzo de exploración y explotación.
Si al mismo tiempo se aprovecharan las demás fuentes de energía y se racionalizara
el consumo de combustibles, esas reservas alcanzarán con exceso para cubrir nuestras
necesidades.
Tenemos también el instrumento adecuado. El país cuenta con una empresa fiscal
de larga experiencia, técnicas capaces y hábiles operarios. Por obra de los poderosos
intereses que han actuado permanentemente en contra de nuestras posibilidades de
desarrollo, Yacimientos Petrolíferos Fiscales vio perturbada su eficiencia y presenció el
éxodo de profesionales experimentados. Para que cumpla acabadamente la misión soñada por sus grandes propulsores y para que el esfuerzo y la abnegación de sus obreros,
empleados y técnicos rindan todos sus frutos, YPF será estructurada de acuerdo con
las normas de una moderna empresa industrial. Deberá ser YPF, para siempre, la gran
empresa industrial del pueblo argentino.
Para alcanzar esa finalidad, la organización de YPF será despojada de hipertrofias
burocráticas y se acentuarán los aspectos esencialmente ejecutivos y operativos. A tal
fin se dictarán normas orgánicas que respondan a esas exigencias. En la nueva organización, el directorio deberá tener a su cargo la orientación general y la vigilancia de los
programas de producción, pero la responsabilidad ejecutiva deberá recaer sobre funcionarios técnicos provistos de amplias atribuciones. Del directorio no deberá excluirse ni
al obrero, ni al empleado, ni al técnico de la empresa, y las provincias petroleras deberán estar debidamente representadas.
Las distintas actividades de la empresa, es decir, los yacimientos con sus oleoductos y gasoductos; las destilerías, la red de comercialización y la flota petrolera deberán
gozar de autonomía dentro de la organización, para que su evolución industrial,
técnica y administrativa pueda realizarse sin demoras innecesarias ni interferencias
burocráticas.
Al mismo tiempo, deberá establecerse un riguroso control de costos en cada
sector, hecho con criterio económico-financiero, y los programas de producción
deberán ser formulados con la conveniente anticipación. En esta forma y mediante
la publicidad de los balances, el pueblo estará informado y permanentemente sobre
la marcha de su propia empresa fiscal. A su vez, los precios de los combustibles,
aceites y demás subproductos del petróleo han de ser determinados con precisión,
evitándose déficits que no se justificarían en una de las industrias más productivas
de nuestro tiempo.
Una vez logrado ese reajuste interno, YPF estará en condiciones de llevar adelante
los planes propuestos. Dichos planes prevén, para 1961, una producción no inferior a
casi 16 millones de metros cúbicos de petróleo, o sea más del triple de lo que actualmente produce por falta de apoyo que la Nación debió proporcionarle.
Pleno apoyo a YPF
La inyección de vitalidad que se dará a YPF no quedará entonces limitada a una
simple reorganización. YPF recibirá, además, un enérgico impulso dinámico. El Poder
Ejecutivo pondrá a su alcance todos los recursos disponibles y acelerará la terminación
de las obras iniciadas y proyectadas.
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La construcción del oleoducto del Norte, que ya llega a Tucumán, y las obras
del oleoducto de Mendoza, actualmente en licitación, serán concluidas rápidamente. Ambas obras constituyen aportes considerables a la solución de nuestro problema
petrolero, pues la producción actual de Salta y la futura de Mendoza se encuentran
frenadas por la falta de medios adecuados de transporte del petróleo hasta las grandes
refinerías de San Lorenzo y La Plata. A su vez, el oleoducto y el gasoducto de Salta permitirán encarar la concertación de más amplios convenios con la República de Bolivia,
que faciliten la adquisición de una parte sustancial del petróleo y del gas que produce
ese país hermano.
Cooperación del capital privado
Para incrementar la producción se apresurará, también, la perforación de pozos
en las zonas donde YPF cuenta con medios de transporte suficientes. Aquí no caben
dilaciones.
Estamos resueltos a extraer la mayor cantidad de petróleo en el menor lapso posible.
Para ello, YPF utilizará sus propios recursos, y de acuerdo con lo anticipado por el P.
E. en el mensaje leído ante las Cámaras el 1º de mayo último, recurrirá, también, “a la
cooperación del capital privado, sin dar lugar a concesiones ni a renuncias del dominio
del Estado sobre nuestra riqueza petrolífera”. Por lo tanto, esta cooperación de capital
privado se realizará a través de YPF y mediante pagos exclusivamente en moneda nacional y en dinero extranjero. No se pagará en petróleo ni se perderá el dominio del país
sobre las áreas que se explotan. Todo el petróleo que se produzca aumentará el volumen
de transporte, industrialización y comercialización de YPF.
Sobre estas bases el P. E. ha dado pasos absolutamente concretos que quiero esta
noche exponer al país. En primer lugar, YPF ha celebrado un contrato preliminar con
la compañía ASTRA, que trabaja en el país desde hace tiempo y cuyos equipos de
perforación estaban paralizados por haberse agotado las reservas de su propia zona de
explotación.
De acuerdo con ese convenio, ASTRA perforará en 2 años por cuenta de YPF y
donde esta indique, 30 pozos que producirán, aproximadamente, 300 toneladas diarias
de petróleo. El valor de las obras asciende a 50 millones de pesos moneda nacional, que
el país está en condiciones de abonar.
En segundo lugar, se ha firmado un acuerdo de bases generales, de extraordinaria importancia financiera, con un grupo de importantes firmas de Estados Unidos y
Europa, reunidas bajo la denominación de “Grupo Estadounidense”, que incluye los
siguientes puntos:
a) Suministro del exterior de equipos, maquinarias, material y repuestos para YPF,
durante 3 años, por valor de 50 millones de dólares, pagaderos parte en pesos y
parte en dólares. Estos últimos comenzarán a pagarse a los 3 años del suministro
y durante 3 años más;
b) Perforación de, por lo menos, 7 millones de metros lineales, que equivalen aproximadamente a 4 mil pozos de Comodoro Rivadavia, en el plazo de 6 años y en
lugares que fije YPF, con equipos proporcionados por el grupo contratado;
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c) Instalación de una fábrica privada de maquinarias, equipos, material y repuestos
para la industria del petróleo, e industrias conexas, con un costo no inferior a 5
millones de dólares;
d) Suministro de por lo menos 18 millones de barriles de petróleo crudo o derivados, por un período de 2 a 3 años, pagaderos a plazos;
e) Posible construcción de un nuevo gasoducto entre Comodoro Rivadavia y
Buenos Aires, con el trazado y las características que indique YPF.
Este grupo se compromete asimismo a otorgar un préstamo de 30 millones de
dólares al Banco Central de la República Argentina, por 5 años, para facilitar el cumplimiento de las obligaciones contraídas a raíz de este mismo contrato.
Esta importante operación industrial y financiera que importa, entre provisiones
y obras, una movilización de no menos de 700 millones de dólares, se realiza en condiciones altamente beneficiosas para el país. Los pagos se harán parcialmente en pesos
moneda nacional, y el resto en dólares, en plazos que llegan hasta los seis años.
Tercero, YPF ha firmado con la empresa belga Petrofina S.A. una carta de intención
que servirá de base a un contrato de perforación de aproximadamente 200 pozos, en
los lugares que indique YPF, que producirán alrededor de 1.000 toneladas diarias. La
inversión estimada es del orden de 35 millones de dólares y los pagos se harán, una
vez que los pozos entren en producción, parte en moneda nacional y parte en moneda
extranjera, sin desembolso inmediato de divisas.
Cuarto, se ha firmado, también, un contrato con la Panamerican International Oil
Company de Estados Unidos, de desarrollo, extracción y transporte de petróleo para
YPF. La compañía perforará entre 300 y 400 pozos, con una producción estimada de
3.000 toneladas diarias. La inversión prevista es del orden de 60 millones de dólares y
el pago se hará en dólares y en moneda nacional, sin empleo inmediato de divisas.
Quinto, la Compañía Lane-Wells de Estados Unidos tomará a su cargo la terminación y reparación de pozos en explotación, bajo la supervisión de YPF. La inversión
inicial será de 2.500.000 dólares, con opción a ampliarse a 10 millones de dólares. Los
pagos se harán en pesos moneda nacional, comprometiéndose YPF a obtener los dólares que requiera la empresa norteamericana para su desenvolvimiento normal.
Sexto, el Banco Carl Loeb, Rhoades y Cía., de Estados Unidos, ha convenido
tomar a su cargo la extracción de petróleo y el financiamiento de las inversiones
correspondientes, en la zona que determine YPF, con una inversión mínima de 100
millones de dólares. Los pagos comenzarán al año de iniciarse la entrega de petróleo
a YPF y se harán en proporción al ahorro de divisas ocasionado por la nueva producción. Este convenio de financiación prevé, asimismo, que en caso de litigio entre el
Banco e YPF, será el Presidente de la República quien tendrá la facultad de designar
el árbitro tercero.
Séptimo, con la Sea-Drilling Corporation de Estados Unidos se ha firmado también una carta de “intención” que prevé la explotación de la plataforma submarina. El
monto global no se ha determinado proponiéndose un precio de 10 dólares por metro
cúbico de petróleo entregado a YPF, que se pagará parte en moneda nacional y parte
en dólares.
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La exploración será por cuenta de la Compañía y los equipos e instalaciones pasarán a ser propiedad de YPF al finalizar el contrato, que deberá firmarse si este al país
argentino le interesa.
Octavo, un grupo de compañías independientes norteamericanas, reunidas en la
Conorada Petroleum Corporation, ha suscripto también con YPF una carta de “intención”, que prevé una inversión aproximada de 100 millones de dólares en la extracción
de petróleo para la empresa fiscal.
YPF tiene a estudio muchas otras propuestas similares, entre las cuales [hay] una de
un grupo suizo-alemán, que se dispone a explotar y perforar por cuenta y orden de YPF,
recibiendo en pago dólares y pesos moneda nacional.
Hace pocas horas, el gobierno de la Unión Soviética ha comunicado, para ser más
preciso, a las 18.30 del día de hoy, al gobierno de la República Argentina, por intermedio de su embajador en Buenos Aires, que ese país está dispuesto a vender maquinaria
para la explotación petrolífera por un valor de cien millones de dólares, pagaderos en
productos primarios argentinos a un largo plazo.
El P. E. ha encarado estos convenios así como las demás propuestas que se encuentran a su estudio para proveer equipos y construir destilerías y oleoductos, con criterio
absolutamente dinámico y ejecutivo. En todos los casos, ha buscado la solución óptima
e inmediata, como corresponde a la situación económica por que atraviesa el país. Por
eso, se ha utilizado, como recurso de excepción, el procedimiento de la contratación
directa, asumiendo, para que quede claro, el propio Presidente de la República la total
responsabilidad de los actos que se realicen en el terreno de la contratación.
En resumen, los acuerdos en trámite y ya convenidos significan una inversión del
orden de los 1.000 millones de dólares, exclusivamente para petróleo.
Por otra parte, el P. E. está firmemente dispuesto a dar gran impulso a la industria
nacional, productora de equipos para petróleo. El país fabrica, cada vez más, materiales
y equipos aplicables a la explotación petrolífera y esas fábricas, como las nuevas que
se levanten, recibirán todo el apoyo que sea necesario. YPF ya está en tratos con una
firma argentina, para la provisión de 1.200 aparatos de bombeo, por un monto de 400
millones de pesos moneda nacional. La explotación intensiva del petróleo argentino
ofrecerá, así, no sólo la perspectiva de un alivio inmediato de nuestra balanza de pagos,
sino también la apertura de nuevas y provechosas actividades para el esfuerzo de los
trabajadores y empresarios de nuestro país. (…)
Fuente: Luis Alberto Romero y Luciano de Privitellio, Grandes discursos de la historia argentina, Buenos Aires,
Aguilar, 2000.
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La toma del frigorífico
“Lisandro de la Torre”
En el marco de una política de reducción del gasto fiscal, el 12 de enero
de 1959 el gobierno de Arturo Frondizi eleva al Parlamento un proyecto
de ley para privatizar el frigorífico “Lisandro de la Torre”, ubicado en
el barrio de Mataderos. El 14 de enero la ley es sancionada y Sebastián
Borro (delegado gremial, hombre de la Resistencia Peronista) irrumpe
en el Congreso con otros compañeros, exigiendo “la defensa del patrimonio nacional y contra la entrega del frigorífico a manos privadas”. Al
día siguiente comienza la toma del frigorífico por parte de los trabajadores. En la madrugada del 17 de enero, más de mil agentes del Ejército,
Gendarmería y la Policía Federal ingresan en el frigorífico para reprimir y desalojar a los obreros, quienes resisten por varias horas, entre
otras cosas porque cuentan con la solidaridad de la gente del barrio y
de otras zonas aledañas como Villa Lugano, Villa Luro, Liniers, Bajo Flores y parte de Floresta. Sin embargo, a partir de que algunos dirigentes
gremiales, como Eleuterio Cardozo (del gremio de la carne) y Adolfo
Cavalli (de petroleros), cooptados por el “integracionismo” de Frondizi,
quitan el apoyo inicial dado a la huelga, esta termina por desgastarse.
Hacia finales de mes, el Comando Nacional Peronista se propone analizar las llamadas “jornadas de enero”, y presenta una caracterización,
balance y perspectivas de dichos sucesos mediante este documento interno de la organización. Comando Nacional Peronista. Documento interno. 30 de enero de 1959
a) El paro general
1. El paro general realizado por todo el Pueblo Argentino los días 18 y 19 de
enero de 1959 ha sido la más formidable demostración de repudio a un gobierno que se conoce en nuestra historia.
2. Desde el punto de vista de la lucha por la Liberación Nacional, el paro general ha confirmado la ubicación de las masas trabajadoras como vanguardia
combatiente e indiscutida de la Nacionalidad. Una vez más los trabajadores
han demostrado que su fuerza, su unidad y su homogeneidad constituyen la
única garantía real para la emancipación de la Patria.
3. Desde el 17 de Octubre de 1945 –en que por primera vez las masas laboriosas irrumpen en el campo político y deciden el destino auténtico del país–
hasta esta gran huelga de enero de 1959, sólo las masas trabajadoras se han
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mantenido fieles y consecuentes a los principios y objetivos de la argentinidad, en una forma clara, definida y continua.
4. Y al mismo tiempo, desde el 17 de Octubre de 1945, sólo el Movimiento
Peronista, por encima de la incapacidad, el temor y el aventurerismo de muchos de sus dirigentes, ha probado que es capaz de jugarse entero, limpiamente, sin compromisos espurios, en defensa del destino, del patrimonio y
del Pueblo Argentino.
5. Mientras tanto, todos los demás sectores o partidos políticos, de una u otra
manera, consciente o inconscientemente, han apoyado la entrega, o han vacilado o se han echado atrás en el momento decisivo.
6. Somos los primeros en propugnar la unidad de todos los sectores nacionales
contra la Oligarquía venal y el Imperialismo extranjero, pero afirmamos que
el Movimiento Peronista, consustanciado con los trabajadores, se ha ganado
el derecho innegable a conducir la lucha de todo el Pueblo, sin exclusiones,
hasta liquidar el Gobierno entreguista y restaurar la vigencia de la Soberanía
y la Dignidad argentinas.
7. Desde esta perspectiva general, las jornadas de enero de 1959 han revelado
en alto grado la fuerza combativa y la unidad efectiva del Pueblo para luchar
no sólo en demanda de reivindicaciones inmediatas sino, principalmente,
en procura de grandes objetivos nacionales: en este caso, liquidar el llamado
Plan de Austeridad –Plan de Miseria y Entrega– elaborado en el extranjero
y puesto en práctica por una banda oportunista y criminal de cipayos y
vendepatrias.
8. Durante casi cuatro días, el país entero quedó paralizado en señal de protesta
contra la Entrega. Todos los sectores populares: los trabajadores superando
la artificial división sindical; los estudiantes; los industriales con sensibilidad
patriótica; el comercio minorista en forma unánime, pusieron en evidencia
que los argentinos, al margen de diferencias políticas, económicas o sociales, están dispuestos a impedir la aplicación de los planes de colonización y
miseria.
9. Sobre esta experiencia, sobre estas bases reales y tangibles, afirmamos con
entera seguridad que hemos de llegar a la victoria final y a la definitiva
Emancipación Nacional.
10.En este documento el Comando Nacional Peronista se propone analizar el
desarrollo de las jornadas de enero de 1959 como fuente de valiosas experiencias para las próximas batallas que inexorablemente habrán de librarse
contra la Oligarquía venal y el Imperialismo extranjero.
11.Ante todo debemos señalar que el resultado inmediato del Paro General,
sólo aparentemente puede ser computado como un triunfo del Gobierno
entreguista. Ante la huelga popular, que en ningún momento asumió caracteres de insurrección ni mucho menos contó con una Conducción Orgánica,
el Gobierno entreguista tuvo que recurrir a todos los efectivos y reservas de
su aparato represivo policial y militar y emplear todas las medidas de fuerza
y de coacción de su propio dispositivo de poder. Ni siquiera en tiempos
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de la Revolución Fusiladora se echó mano de tantos medios y elementos
contra masas populares inermes, como tuvo que hacerlo este Gobierno que
pretende ser Constitucional y de Derecho. La verdad es que, a pesar de sus
medidas y declaraciones, este Gobierno Entregador se debate entre el miedo,
la impotencia y sus propias contradicciones.
12.Por esto, lo que nos interesa destacar es el valor de las jornadas de enero de 1959, como una experiencia concreta en que se han expresado y
puesto en evidencia los factores positivos y negativos de las dos fuerzas
en lucha. Analizar y comprender, sin apasionamientos, dónde están
y cuáles son los puntos fuertes y débiles, tanto del enemigo como los
nuestros; asimilar la enseñanza y aplicarla consecuentemente, constituye el requisito indispensable de toda conducción correcta. Sólo así
estaremos en condiciones de dirigir acertadamente los próximos enfrentamientos y obtener la victoria definitiva.
13.En tal sentido, podemos asegurar que el primer encuentro serio contra la
entrega del país nos ha dejado tal cantidad de enseñanzas como para que, en
el curso de la lucha, la decisión final sea nuestra.
b) La fuerza del Pueblo
14. Cuando los trabajadores del Frigorífico Nacional, en memorable Asamblea,
resolvieron ocupar el establecimiento, el Comando Nacional Peronista analizó el conjunto de la situación advirtiendo que se había puesto fin al período
de retroceso abierto cuando las 62 Organizaciones levantaron el Paro dispuesto para los días 11 y 12 de diciembre de 1958.
15. Entendimos que la voluntad de lucha de los obreros del Frigorífico reflejaba
el nivel general de la masa en el sentido de no dar un paso atrás y de combatir
de cualquier manera contra al Plan Antinacional de Frondizi. Dijimos en
aquella oportunidad: “la defensa del Frigorífico Nacional será la chispa que
incendiará el país y barrerá al Gobierno de la Entrega”. Los acontecimientos
demostraron que no nos habíamos equivocado.
16. Al producirse la ocupación del Frigorífico comenzaron a parar espontáneamente, en solidaridad, los establecimientos fabriles de la zona. El comercio
minorista de Mataderos, Villa Lugano, Villa Luro y Liniers paralizó inmediatamente las actividades. Cuando en la madrugada del 17 de enero, 1.500
hombres armados de la Gendarmería, la Policía y tanques del Ejército se
apoderaron del Frigorífico tras una violenta lucha que ocasionó decenas de
víctimas, una ola de indignación recorrió el país.
17.La vacilante dirección de las 62 Organizaciones declaró un Paro General
por 48 horas; igual temperamento siguieron las ex 19 y casi todas las organizaciones sindicales. A esa altura las masas habían rebasado completamente a sus dirigentes y estos, temerosos de verse barridos y superados,
pasaron de una completa pasividad a un desorbitado aventurerismo. Entre
gallos y medianoche, sin preparación alguna, sin tomar las precauciones
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más elementales, transformaron el Paro de 48 horas, convirtiéndolo en
tiempo indeterminado.
18. El Plan del Comando Nacional Peronista, en cambio, suponía una serie de
pasos previos hasta la declaración del Paro General por el Plenario ya convocado para el día 20 de enero. Considerábamos que antes de declarar un Paro
General indefinido –que siempre plantea el problema del Poder, de decidir
quién gobierna el país– era imperioso crear gradualmente el clima necesario;
dar oportunidad de expresarse a todos los sectores; coordinar la lucha con
los grupos sindicales disidentes, con las organizaciones de comerciantes, de
estudiantes y de industriales; explicar clara y perfectamente al Pueblo entero
los objetivos del Movimiento y sus dificultades reales.
19. Nada de esto se hizo. A poco que el Gobierno Entreguista tomó las primeras
medidas represivas, el Paro quedó totalmente descabezado. En la madrugada
del domingo 18 de enero, la dirección de la Huelga había dejado de existir
y todos los locales sindicales estaban allanados o cerrados. La alta dirección
sindical demostró así, en los hechos por lo menos, su total incapacidad.
20. No es posible afirmar que de haberse adoptado los recaudos elementales, el
resultado habría sido diametralmente distinto, porque un enfrentamiento de
tal naturaleza está condicionado a numerosos factores imprevisibles; pero es
indudable que la posibilidad de extender y mantener el conflicto hasta obtener un cierto equilibrio en la lucha dependía esencialmente de la existencia
de una conducción y dirección audaz, dinámica y experimentada.
Sin embargo, a pesar de la carencia total de dirigentes, la espontaneidad
popular puso de relieve, fundamentalmente, dos hechos de trascendencia
histórica.
1) La absoluta unidad del Pueblo contra el Gobierno Entreguista
Las jornadas de enero de 1959 enseñan cómo, frente a problemas que afectan de manera común y directa, aunque con mayor o menor incidencia, a todos
los sectores nacionales, las distintas diferencias de las direcciones respectivas
pasan a segundo plano al ser superadas por la presión de las masas. Se observó
así cómo, incluso las 62 Organizaciones, manejadas por elementos cipayos y
gorilas, tuvieron que plegarse a la lucha, presionadas por el empuje de las bases.
Este hecho pone en evidencia que la acción entreguista del Gobierno vendepatria ha actuado como elemento unificador de la fuerza popular. Frondizi ha
logrado que las masas alcanzaran en la práctica una efectiva Unidad de Acción.
Es evidente entonces, que debemos proceder, en adelante, con la inteligencia suficiente como para que la unidad alcanzada en las jornadas de enero sea
consolidada y extendida. Y en consecuencia, habrá que estar prevenidos contra
los provocadores e infiltrados enviados por el Gobierno Entreguista para dividir
la unidad alcanzada. Así como también vigilar y anular la prédica y acción de
los “papafritas” que, dentro de nuestro Movimiento, no comprenden todavía
que para derrotar a Frondizi hay que dejar de lado todo sectarismo, puesto que
la ruptura y la división del frente común sólo favorecen a la banda entreguista
que detenta el poder.
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2) La heroica actuación de la barriada de Mataderos
El segundo hecho relevante que demuestra la eficacia de la fuerza popular
ha sido el comportamiento de la barriada de Mataderos, significativamente silenciado por los cronistas de la Oligarquía y del Imperialismo. Durante cinco
días consecutivos un enorme sector de la ciudad, comprendido entre Avenida
Olivera y la Avenida General Paz y abarcando los barrios de Mataderos, Villa
Lugano, Bajo Flores, Villa Luro y parte de Floresta, ha estado ocupado por el
Pueblo, ofreciendo una tenaz, entusiasta y exitosa resistencia a los organismos
de represión. Una nueva generación, integrada por miles de jóvenes trabajadores,
se incorporó a la lucha aportando iniciativas y experiencias combativas inéditas
en nuestra historia social. Los grupos juveniles, surgidos al filo de los hechos
y al calor de la pelea, descubrieron nuevas formas para inmovilizar a los destacamentos de represión. Así se cortó totalmente el alumbrado público de la
zona, se voltearon árboles para obstruir las calles y, aprovechando el adoquinado de las mismas, se levantaron barricadas en las avenidas de acceso y en
algunas laterales. De esta manera, al amparo de la oscuridad total, los grupos
combatientes pudieron moverse con relativa facilidad durante las noches y
neutralizar la acción enemiga.
De haber existido un mínimo de organización y dirección en la resistencia y
de haberlo exigido las circunstancias, pudo haberse equilibrado la lucha contra
los equipos de represión que, moviéndose en un medio hostil y sin poder identificar a nuestros propios grupos, se encontraron prácticamente en desventaja y
superados por el Pueblo.
Esta experiencia impone a los activistas y militantes del Comando Nacional
Peronista, la obligación de solidificar y extender la organización de los grupos
de lucha, surgidos en las jornadas de enero, y discutir las tácticas empleadas
en las calles y barricadas, a fin de perfeccionar y adoptar nuevos y mejores
métodos de combate.
c) La debilidad del Pueblo
21.Los puntos débiles de nuestra acción y de nuestras fuerzas han residido,
principalmente, en la carencia de una Dirección Política Revolucionaria y de
cuadros dirigentes sindicales combativos y leales al Pueblo.
22.Durante muchos meses el Comando Nacional Peronista trató infructuosamente de explicar, con paciencia y camaradería, a los dirigentes de las 62
Organizaciones, la necesidad de una conducción política, doctrinaria y peronista, capaz de ligar la táctica con la estrategia, de analizar los múltiples factores
de la realidad social y de prever el desarrollo lógico de los acontecimientos.
23.Insistimos en señalarles que la experiencia histórica demostraba que el
Movimiento Sindical, por su propia naturaleza, no genera espontáneamente una Dirección capacitada especialmente para abordar la Conducción
General, fijar los objetivos finales y, en base a estos y a las situaciones dadas,
articular los distintos momentos del proceso.
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24.Esta Conducción Política, como el Estado Mayor para un ejército, es condición indispensable para obtener la victoria en la batalla por la Liberación
Nacional.
25.En todos los casos tropezamos con la suficiencia y la soberbia de estos dirigentes “peronistas” que prefirieron siempre la vinculación con agentes de
Frigerio, como el traidor Prieto, o con aventureros sin principios, a la colaboración del Comando Nacional Peronista, única tendencia que a lo largo
de tres años ha probado saber interpretar correctamente la realidad y ser
capaz de dirigirla.
26.Los resultados están a la vista. Difícilmente se volverá a contemplar el
fenómeno reciente observado en las jornadas de enero, de que la combatividad de la masa sea tan inversamente proporcional a la ineptitud de los
dirigentes.
27.Desde los actos de traición lisa y llana, como en los casos de UTA y de
Sanidad, hasta los de imprevisión criminal, como los del Comité de Huelga,
que se reúne en los locales sindicales, sin tomar la menor precaución para
la clandestinidad, los dirigentes actuales, salvo honrosas excepciones –la
Comisión Directiva del Frigorífico Nacional, en primer término– demostraron que sólo son eficaces para conducir a la derrota.
28. Las masas trabajadoras deben comprender que, sin dirigentes sindicales peronistas, probados en la lucha y leales al Movimiento y a Perón, no se conseguirá aplastar los planes de miseria y entrega del Gobierno Cipayo. Por su
parte, los miles de activistas que integran la vanguardia del Peronismo, deben
extraer la conclusión de que, sin su agrupamiento dentro de la tendencia
revolucionaria del Movimiento –el Comando Nacional Peronista– no se podrá sacar partido de las graves contradicciones en que inexorablemente irá
cayendo el régimen actual.
d) Las fuerzas del Gobierno
29.La potencia imprevista del Paro General y el carácter total que adquirió
rápidamente, profundiza las diferencias dentro de las filas del Gobierno
Entreguista. La pugna entre los sectores que se disputan la primacía –Frigerio
y Vitolo– que sólo son dos modalidades de la entrega, se agudizaron ante el
peligro del Movimiento Popular.
30.El sector Vitolo –partidario de una política de “mano dura” con los trabajadores– se impuso circunstancialmente sobre Frigerio –defensor de la corrupción de dirigentes sindicales y políticos– y puso en funciones el Plan
Conintes, de represión al Pueblo.
31. Se hizo entonces evidente una premisa crudamente extraída de la experiencia de los tres últimos años: en momentos que la combatividad de las masas
aparenta hacer peligrar el orden oligárquico imperialista, las altas jerarquías de
las Fuerzas Armadas cumplen el papel de verdugos del Pueblo y de sostenes del
privilegio y la antipatria.
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32.Este hecho pudo advertirse con nitidez durante las jornadas de enero.
Quedaron una vez más desmentidas las falacias de los “chantapufis” que pretenden hacer confiar al Pueblo en el sentido de la dignidad nacional de los
altos mandos de las Fuerzas Armadas.
33. Las tres armas fueron movilizadas en función represiva y cumplieron eficientemente ese papel humillante. Sobre este particular ya no cabe más engañarse. El Gobierno Entreguista, que no cuenta con ningún apoyo del Pueblo
Argentino, se respalda exclusivamente en la fuerza armada, que es, hasta
ahora, suficiente para conservar el poder.
34. Los grandes paros de 1957 –24 y 48 horas– y las Jornadas de Enero de 1959
nos indican que el solo enfrentamiento de las masas populares del Gran
Buenos Aires, con las fuerzas represivas, no es suficiente para derrotar al
Gobierno Entreguista.
35. En las próximas batallas, independientemente de profundizar y extender la
lucha popular en las calles y barrios, siguiendo el ejemplo de Mataderos,
habrá de combinar simultáneamente la Huelga General en el Gran Buenos
Aires, con la creación de focos similares de resistencia en las grandes ciudades
y localidades importantes del interior del país.
36. La creación simultánea de tales focos de resistencia obligará forzosamente a dispersar la concentración de fuerzas represivas en un solo lugar, con
el consiguiente debilitamiento de las mismas; aceleraría la agudización de
las contradicciones dentro de cada fuerza armada y permitiría, finalmente, a todos los sectores populares del país, no sólo equilibrar la lucha sino
tomar la ofensiva en condiciones más favorables que las obtenidas hasta
el presente.
e) La debilidad del Gobierno entreguista
37. A pesar del apoyo fervoroso del imperialismo norteamericano y de los altos
mandos militares, Frondizi no tiene posibilidades objetivas de lograr el cumplimiento de sus planes de miseria y de entrega.
Como lo ha probado el régimen de la Revolución Fusiladora, un gobierno que sólo se sustenta en la fuerza y que debe permanentemente recurrir
a ella para mantenerse en el poder, está impedido fatalmente de desarrollar
una política coherente. Necesariamente está sujeto a un desgaste perpetuo y
a una hostilización que termina por agotarlo.
38.Por ello la actitud oficial ante el Paro General bien puede calificarse como
una “victoria a lo Pirro”. La intervención a gran número de sindicatos, la
movilización de varios gremios y la despiadada persecución al Peronismo
han liquidado definitivamente las posibilidades de cualquier “integración”
en favor del frondizismo.
39. Esta es, en realidad, la primera gran derrota del oficialismo apátrida. El único
peligro serio que amenazaba al Movimiento Popular era el ser copado por
arriba, por la vía de la corrupción y del “legalismo” controlado.
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40.Ambas perspectivas se han esfumado entre las tinieblas del Estado de
Sitio. Nuevamente entrarán en conflicto las fuerzas reales de la sociedad argentina: aquellas que han comprendido que no es posible en la
República instaurar un gobierno estable sin que el actual orden económico y social impuesto por la Oligarquía y el Imperialismo sufra profundas
modificaciones.
41. Los elementos intermedios –transaccionistas– están desde ahora condenados
a la desaparición por falta de bases objetivas para maniobrar. Dentro del
Movimiento Peronista ha sonado la hora definitiva para los vacilantes y los
temerosos. Un primer síntoma ha sido dado en las 62 Organizaciones con
la “liquidación” de la Mesa Coordinadora que simbolizó el compromiso y
la capitulación. Pronto correrán igual suerte todos los politiqueros sin principios. De más en más, la agudeza y violencia de las condiciones sociales
promoverá una nueva Dirección Combatiente.
42. Por su parte, el Gobierno Entreguista está ya apresado por una contradicción
de hierro que, al desarrollarse inevitablemente, terminará por destrozarlo. O
mantiene sus fuerzas represivas en permanente estado de movilización, con el
consiguiente desgaste; o disminuye la coerción, en cuyo caso el Movimiento
de masas pasará a la ofensiva empujado por la agudeza de las dificultades
materiales. En cualquier opción su suerte está sellada.
f ) Balances y perspectivas
43.Del análisis de las Jornadas de Enero de 1959, se desprenden un conjunto
de lecciones que debemos asimilar. Los Peronistas tendremos que formular
nuestra Doctrina de Lucha con el material que nos va proporcionando la
experiencia y la realidad, entendiendo firmemente que sin esa Doctrina no
lograremos aniquilar a los enemigos de la Patria.
44.Resumiendo esquemáticamente las conclusiones más importantes que deben ser ya aplicadas en el orden táctico, diremos que ellas son:
a) Desarrollar una acción tendiente a la unidad del Movimiento Obrero, sin
prejuicios sectarios.
b) Tender por todos los medios a consolidar un frente común de lucha
con todas las organizaciones populares que sean afectadas por la política
antinacional de la pandilla entreguista. Existen los puntos coincidentes para la defensa de la nacionalidad, con los comerciantes afectados
por la restricción del mercado interno de consumo; con los industriales
amenazados por la libre importación de artículos manufacturados y por
los altos aforos para la provisión de materias primas esenciales; con los
estudiantes universitarios y secundarios.
c) La tarea más importante, condición previa para el cumplimiento de las dos
anteriores, es la construcción de la tendencia revolucionaria del Peronismo.
Fortalecer y desarrollar el Comando Nacional Peronista, hasta que alcance
la Dirección del Movimiento, constituye la obligación de todo activista y
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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militante consciente de su responsabilidad. Hay que superar la indisciplina y la anarquía. Hay que trabajar orgánicamente. Hay que prestar particular atención a la capacitación doctrinaria. Hay que combinar la mayor
audacia en las concepciones con el mayor desprecio por los aventureros y
vendedores de buzones.
45. Las perspectivas que se abren son duras y difíciles. Nos aguardan cárceles y
persecuciones.
46.Pero el porvenir será nuestro si ponemos en la lucha, abnegación, fe en el
Pueblo y confianza en la justicia de nuestro Movimiento.
Comando Nacional Peronista
30 de enero de 1959
Gentileza Roberto Baschetti
Fuente: “Documento del Comando Nacional Peronista”, en Roberto Baschetti (comp.), Documentos de la resistencia
peronista (1955-1970), Buenos Aires, Editorial de la Campana, 1997, pp.150-159.
15 de enero de 1959. Huelga y toma del frigorífico “Lisandro de la Torre”.
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Volante del sindicato de trabajadores de la carne durante el conflicto en el
frigorífico “Lisandro de la Torre”, en 1959.
Asociación Gremial del Personal del Frigorífico y Mercado Nacional de
Hacienda (Adherida a las 62 Organizaciones)
Un atropello más
En la Asamblea General realizada en el local del Sindicato del Calzado, los
trabajadores y la comisión directiva han puesto de relieve su grado de madurez
gremial, y esto es necesario destacarlo frente a los difíciles momentos por los que
atraviesa la clase trabajadora argentina.
Una vez más, las fuerzas de la opresión del gobierno de la entrega se han
ensañado con los trabajadores de nuestro querido gremio. Al promediar la
Asamblea, el local del Sindicato del Calzado y zonas adyacentes fueron objeto
de un fabuloso despliegue de efectivos policiales, provistos de las famosas ametralladoras de la fusiladora, ocupando también el subsuelo donde se efectuaba
la Asamblea.
Después de realizado el “copamiento” y sin que los trabajadores hubieran
quebrado la magnífica disciplina mantenida a lo largo del acto, un “jefe” de las
fuerzas de represión hizo saber a los asambleístas que de ese local no salía nadie
si previamente los miembros de la Comisión Directiva no conversaban con él ya
que tenía órdenes del Jefe de Policía de llevar a los mismos a entrevistarse con él.
Para tal efecto fueron designados los compañeros directivos Oscar Vera,
Fermín López y Ernesto Astudillo, a los que se agregaron después los afiliados
Martín López y Ernesto Cerezo, los que pese a las seguridades de que sólo se les requería para hablar con el Jefe de Policía, fueron retenidos en calidad de “rehenes”.
Esta es otra burla al tan mentado estado de derecho y destaca diariamente la falsedad de los hombres de este gobierno de la entrega.
Compañeros: sigamos unidos como hasta ahora que el triunfo será nuestro.
Viva la clase trabajadora
Viva la patria
Comisión Directiva
Secretaría de Prensa y Propaganda
Fuente: “Volante de la Asociación Gremial del Personal del Frigorífico y Mercado Nacional de Hacienda”, en Liliana Garulli, Liliana Caraballo, Noemí Charlier y Mercedes Cafiero, No me olvides. Memoria
de la Resistencia Peronista (1955-1972), Buenos Aires, Editorial Biblos, 2000.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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El Programa de Huerta
Grande
Con un creciente debilitamiento de su gobierno, bajo fuertes presiones tanto de las fuerzas militares como de diversos actores sociales
y políticos –fundamentalmente, el malestar de buena parte de la clase
trabajadora, que se expresa en paros e intensas protestas–, el presidente Frondizi, poco tiempo antes del llamado a elecciones de 1962,
decide anular la ilegalización del peronismo que había sido decretada
por el gobierno golpista de 1955. En la votación del 18 de marzo, el
peronismo vence en diez de las catorce provincias en disputa, con un
importante triunfo en Buenos Aires, donde las organizaciones obreras
llevan al sindicalista textil Andrés Framini como candidato a gobernador, y a otros importantes dirigentes obreros (como Sebastián Borro,
Jorge Di Pascuale y Roberto García, entre otros) como diputados. El 29
de marzo las fuerzas militares derrocan a Frondizi y asume José María
Guido, quien pacta con dichas fuerzas las principales líneas de acción
de gobierno. La primera de ellas es la anulación de las elecciones que
habían relanzado al peronismo como la principal y más representativa
de todas las fuerzas políticas. Frente a esta situación, el movimiento
obrero organizado comienza a delinear un plan de lucha contra el nuevo gobierno de facto, el cual tiene como corolario el plenario nacional
que realizan las “62 Organizaciones” en junio de ese mismo año. Los
objetivos programáticos que de allí resultan, el Programa de Huerta
Grande (localidad cordobesa donde se realiza el encuentro) en continuidad con el Programa de La Falda de 1957, marcan una profundización de
la impronta nacionalista, antiimperialista y antioligárquica de un sector
importante del sindicalismo peronista.
El programa de Huerta Grande
1.Nacionalizar todos los bancos y establecer un sistema bancario estatal y
centralizado.
2. Implantar el control estatal sobre el comercio exterior.
3. Nacionalizar los sectores claves de la economía: siderurgia, electricidad, petróleo
y frigoríficos.
4. Prohibir toda exportación directa o indirecta de capitales.
5. Desconocer los compromisos financieros del país, firmados a espaldas del pueblo.
6. Prohibir toda importación competitiva con nuestra producción.
7. Expropiar a la oligarquía terrateniente sin ningún tipo de compensación.
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8. Implantar el control obrero sobre la producción.
9. Abolir el secreto comercial y fiscalizar rigurosamente las sociedades comerciales.
10.Planificar el esfuerzo productivo en función de los intereses de la Nación y el
Pueblo Argentino, fijando líneas de prioridades y estableciendo topes mínimos
y máximos de producción.
Fuente: “Programa de Huerta Grande”, en Roberto Baschetti (comp.), Documentos de la resistencia peronista (19551970), Buenos Aires, Editorial de la Campana, 1997, p. 228.
Gentileza Roberto Baschetti
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Boleta electoral de Unión Popular en las elecciones a gobernador de la provincia de Buenos Aires del
18 de marzo de 1962. La Unión Popular gana las elecciones con más de 1.170.000 votos. Este resultado desata una crisis política que empuja al presidente Arturo Frondizi a anular los comicios.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
INFORME
ECONÓMICO DE
RAÚL PREBISCH
En octubre de 1955, Raúl
Prebisch, director de la CEPAL,
presenta ante el presidente de
facto general Eduardo Lonardi
un informe conocido como “Plan
Prebisch”, donde el economista
traza un diagnóstico sombrío
de la situación económica
argentina. Entre otros problemas,
Prebisch señala la escasez de
divisas, el déficit energético y
la incapacidad de compra de
insumos para profundizar el
desarrollo industrial, todo lo cual
él cree que puede resolverse por
medio de estímulos –en rigor,
por la vía de la devaluación– a
la producción agropecuaria, a
la que veía estancada a causa
de las políticas peronistas para
el sector. El Informe generó
múltiples controversias. 18 de noviembre de 1955
Señor presidente, señores consejeros: se
ha dado al informe que he tenido el honor de
presentar al señor presidente de la República
el carácter de un plan; en realidad es, como
se dice en su carátula, un informe preliminar,
un planteamiento previo de una serie de problemas muy graves vinculados a la economía
argentina, y dista mucho de encerrar un plan.
El plan se está elaborando, y lo que se ha
sugerido hasta ahora y aceptado en buena
parte por el gobierno no es más que una serie de medidas de emergencia destinadas a
corregir la situación crítica de la balanza de
pagos provocada por la crisis de la agricultura, y el estado desastroso del abastecimiento
de materiales importados por el país.
El problema fundamental que el informe
ha subrayado era por todos conocido: la situación de postración en que había caído la
producción agropecuaria argentina en virtud
de la política de precios que durante muchos
años se ha seguido. Esta política de exprimir
los ingresos del productor rural ha originado
dos consecuencias muy graves; por un lado,
quitar el estímulo para el desarrollo de la producción, y por otro, privar a la agricultura de
los medios indispensables para proseguir un
necesario proceso de tecnificación.
No se trata solamente de compras de maquinarias e implementos, sino también de que
la agricultura argentina pueda seguir a países
de análogas condiciones en este proceso de
aumento de la productividad, respecto de lo
que estamos rezagados en muchísimos años,
sobre todo si se comparan los enormes adelantos que en materia de tecnología agrícola
se han hecho en numerosos países del mundo.
Era necesario, señores consejeros, atacar urgentemente el problema de los precios. Y mejorar los precios rurales no podía
hacerse por maniobras inflacionarias. Ha-
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bría sido posible destinar mediante la expansión del crédito una cantidad cuantiosa
de millones para elevar los precios agropecuarios, pero eso hubiera tenido consecuencias desastrosas para el país. No había
más remedio que rectificar el valor ficticio
de la moneda, que había sufrido ya un serio quebranto interno, pero que una política extraviada llevó a mantener un nivel de
cotizaciones internacionales que cada vez
difería más de la realidad.
No se logró con ello evitar el alza de los
precios. Entre el año 1951 y el momento
actual los precios internos en la Argentina
aumentaron en un cuarenta por ciento, sin
que se hubiera desplazado el tipo ficticio de
cambio que el país venía manteniendo desde
tiempo atrás. Por lo tanto, la primera medida
que había que aconsejar, para la que indudablemente se requería coraje, era elevar el tipo
de cambio a fin de acercarlo a la realidad.
Naturalmente, señores, que el ajuste de
una situación ficticia de esta naturaleza,
hasta llevarla a términos compatibles con la
realidad, tenía que traer consecuencias inevitables en el precio de las importaciones.
No se ha tratado en forma alguna de disimular la gravedad de este hecho; se ha dicho
claramente en el informe que el desplazamiento de los tipos de cambio encarecería
el precio de las importaciones y, a través de
este fenómeno, se encarecería el costo de la
vida para la población argentina. Se ha dicho en el informe, y he tenido oportunidad de
decirlo al señor presidente de la República
cuando junto con los señores ministros responsables fuimos a presentarle las medidas
concretas en que se traducía la reglamentación del informe.
Creo que ello era inevitable. Y no solamente ello, sino que el no tomar esta medida no hubiera ahorrado al país el alza de
precios, puesto que, como es bien sabido, los
precios rurales que el país mantenía en los
últimos años originaban al Estado una pérdida cuantiosa que daba lugar a emisiones de
dinero por parte del Banco Central, de una
magnitud de cuatro a cinco mil millones de
pesos por año. Esa inyección de dinero, junto
con la provocada por la financiación de las
operaciones hipotecarias después de la destrucción de las cédulas, y por los cuantiosos
déficits de los ferrocarriles, eran los factores
que estaban desplazando constantemente
hacia arriba los precios.
Creo que al mismo tiempo que se elevan los precios agropecuarios, en virtud
del desplazamiento del tipo de cambio, se
ha logrado corregir una de las causas más
importantes de la inflación monetaria, o sea
ese déficit de las operaciones de granos, que
ha quedado extirpado, o sea que la mitad de
los factores de inflación de la Argentina se
han eliminado a raíz de esta medida. Quedan
otros que se han considerado en el informe
y que deberán ser objeto de enérgicas medidas más adelante.
Sin duda, señores consejeros, los precios
van a subir; pero ello no quiere decir que
ciertas alzas esporádicas que se han producido estén justificadas. Ha habido abusos; y
es lamentable comprobar que entre los fenómenos de perversión que han ocurrido en
este país en los últimos años presenciemos
la actitud de ciertos comerciantes que se han
acostumbrado al Estado gendarme frente a la
puerta y que no saben tener espíritu de responsabilidad y la colaboración necesaria en
estos momentos con las autoridades del país
para evitar la exageración en ese aspecto, con
todas sus consecuencias.
Con todo, creo que se ha exagerado en la
opinión pública la magnitud del alza de precios desatada por las medidas de cambio.
Hay que tener en cuenta que una buena parte de las importaciones que se realizaban al
tipo de 7,50 se vendían en el mercado a precios considerablemente superiores a los que
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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hubieran debido tener en virtud de ese tipo
de cambio. Se han generado así ganancias
espurias en los sectores de importación, que
quedan eliminadas con el nuevo régimen de
cambio. Pero en los otros artículos en los
cuales no sobrevenían esos fenómenos, habrá un encarecimiento. Cálculos estadísticos
que hemos realizado nos indican que ese
encarecimiento será de alrededor del 10%
en el conjunto de los precios del país, cifra
seria, sin duda, pero no exagerada en la forma en que se ha dado en pensar en ciertos
sectores de la opinión.
Este es el comienzo de las medidas que
deben tomarse en materia agropecuaria, pero
no constituye, según dije al comenzar, un programa, porque el programa deberá elaborarse.
Es indudable que nuestro país, en materia de producción agraria, se encuentra en un
punto muy interesante de su evolución histórica. Ya ha terminado el período de expansión
fácil de la agricultura en nuevas tierras.
Ese es un hecho del pasado. La agricultura
argentina podrá avanzar lentamente en nuevas tierras, con ciertas dificultades, que solamente la inversión de capitales y el progreso
técnico podrán superar. Por lo tanto, el problema fundamental de la agricultura argentina es aumentar la productividad por hectárea
y la productividad por hombre incorporando
las conquistas modernas de la tecnología,
que son sorprendentes.
Un programa de ese tipo requiere investigación tecnológica y una reorganización total
de los servicios, en la cual habrá que invertir
esfuerzo y dinero, que serán bien invertidos.
Eso deberá constituir uno de los capítulos
fundamentales del programa. Si la Argentina
no se incorpora a la tecnología moderna con
gran vigor y no se pone a tono con esa tecnología para aumentar su productividad, será
muy difícil el restablecimiento argentino.
Por lo tanto, no se trata solamente de un
problema de precios. Se trata de un problema
fundamentalísimo, de una verdadera revolución técnica de la agricultura, la que deberá
acometerse con vigor y sin tardanza, aprovechando todas las enseñanzas de la técnica
moderna. Eso demorará algún tiempo, pero
deberá iniciarse cuanto antes.
Abordado el problema de la agricultura
será necesario pasar a otros aspectos de la
economía del país, especialmente el de la
energía, el de los transportes y el de la industrialización.
Voy a comenzar, señores, por este último,
acaso porque se ha atribuido a estas medidas
del gobierno el propósito siniestro de perturbar la industria del país. Nada más absurdo.
No se concibe el desarrollo industrial argentino sin una fuerte base agropecuaria,
que no solamente creará un vasto ámbito de
demanda en la campaña, sino que proveerá
a la industria de las divisas necesarias para
sus equipos, en la medida en que estos equipos no puedan producirse económicamente
en el país, y para sus combustibles y materias primas.
Creo que la orientación de la política industrial de este país ha sido equivocada; que
hemos desatendido elementos básicos que
eran indispensables en esta nueva etapa del
desarrollo industrial argentino, en donde ya
se habían cubierto casi todas las necesidades
del consumo corriente de la población y era
necesario entrar en sustituciones de importaciones de un carácter mucho más complejo
que las sustituciones que hasta ese momento
se habían cumplido en la vida del país.
Se ha descuidado lamentablemente la industria siderúrgica. La industria siderúrgica
–se ha dicho muchas veces entre nosotros–
carece de base en el país argentino, por no
ser este productor en abundancia de la materia prima esencial ni del combustible necesario para el tratamiento del acero.
Creo que hemos contribuido en las Naciones Unidas en nuestros informes a despejar
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este problema, haciendo ver que lo esencial
para el establecimiento de la industria siderúrgica en países que están en la etapa de evolución del nuestro, era contar con un gran mercado que permitiera la explotación racional de
recursos que, aunque no se produjeran en el
país, puedan ser accesibles al país mediante
operaciones convenientes de intercambio.
Hoy el consumo es superior a un millón
de toneladas, no obstante todas las restricciones; y no me cabe la menor duda de que
dentro de cuatro o cinco años el consumo
argentino de material siderúrgico, si se logra suministrar los productos, podrá llegar
a tres millones de toneladas, porque actualmente el coeficiente por persona ha caído en
un nivel muy bajo.
Creo que por ahí debe encararse el problema industrial argentino: crear bases para
las industrias siderúrgicas, químicas, de la
celulosa y otras indispensables, que no se
han abordado.
Hago esta declaración para dar la seguridad absoluta de que en ningún momento se ha
tratado de establecer una artificiosa dualidad
o antagonismo entre la agricultura y la industria, pues estas son dos actividades perfectamente compatibles, y solamente una política
extraviada puede pretender dar a una de ellas
cierta importancia en desmedro de la otra.
Otro de los grandes errores que se han
cometido en materia industrial es olvidarse
de que las máquinas necesitan fuerza motriz
para moverse. En el informe se consignan
cifras muy graves en esa materia. La Capital
Federal y el Gran Buenos Aires necesitarían
en estos momentos 1.250.000 kilovatios, y solamente tienen 850.000. Nunca se ha hablado
en el país con tanto énfasis de planificación,
y nunca se ha previsto menos en cosas fundamentales como son el abastecimiento de
energía, que requiere un alto grado de previsión, puesto que no se puede improvisar de
un año para otro.
Estamos sufriendo las consecuencias de
esa imprevisión. Pasarán tres años, por lo
menos, hasta que el país pueda tener un alivio en el abastecimiento de energía eléctrica.
Pero cuando se tenga ese alivio, el consumo ya habrá crecido en tal forma, que el alivio
resultará muy pequeño.
Por lo tanto, en el programa que habrá de
elaborarse, uno de los capítulos más importantes ha de ser el abastecimiento de energía en el Gran Buenos Aires y en todo el resto
del país.
Allí, señores, habrá que acometer soluciones fundamentales que requieren aptitud técnica y gran inversión de capitales. Habrá que
considerar el problema de Salto Grande. Habrá que considerar también muy seriamente
el problema de la energía atómica. Estoy convencido de que en las condiciones del país, la
energía atómica puede ser una solución conveniente más allá del año 1960.
Creo que la técnica, y eso lo hemos visto
en la reunión de Ginebra, ha progresado ya
sobre bases firmes, y que el país si se preocupa puede agregar este nuevo elemento
a la solución de sus graves problemas energéticos. Pero también hay que planear, y sin
ambiciones, la solución de este problema, lo
cual no quiere decir que la energía atómica
haya de desalojar a las otras fuentes de energía, sino que habrá de superponerse. Es tal
el incremento del consumo del país que será
necesario mantener las fuentes tradicionales,
desarrollar otras –como Salto Grande– y, además, preocuparse de la energía atómica en la
medida en que sus costos llegaran a ser más
bajos, como es muy probable, que los de la
energía corriente.
El aspecto más serio del problema de la
energía, señores, es este. El ingreso medio
por habitante en nuestro país, con ser superior ampliamente al de otros países de la
América latina, no ha progresado sensiblemente en los últimos diez años. He señala-
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
do en mi informe una cifra tomada de cifras
del gobierno anterior, de la que se desprende que el ingreso o producto medio por habitante en la República Argentina es hoy,
apenas, un tres y medio por ciento superior
a lo que fue hace diez años. Nunca en la
vida del país se había producido un estancamiento similar en el ritmo de crecimiento. Y no hay país latinoamericano, señores,
que en los últimos diez años haya crecido
con un ritmo tan insignificante como el ritmo de crecimiento del país.
Es real que hay enormes posibilidades de
aumentar rápidamente el ingreso mediante
el aumento de la productividad; pero ahí nos
encontramos con el problema de la energía.
Yo creo que en la industria, en los transportes, en los frigoríficos, en todas las actividades de nuestro país, hay oportunidades inmediatas de aumentar la productividad en un
diez, veinte, treinta y aun cincuenta por ciento.
En algunos casos el aumento de la productividad va a poder hacerse en tal forma que la
expansión del mercado volverá a reabsorber
a la gente desalojada por ese aumento; pero
en otros casos, desgraciadamente, esa población quedaría desocupada.
En una economía sometida a vigorosas
fuerzas dinámicas ese problema de desocupación no tiene mayor importancia, puesto
que sobrevienen otras ramas de la actividad,
ya sean nuevas industrias o la expansión de
las existentes, que absorben rápidamente la
población desplazada de la industria en que
hubiere esos aumentos de productividad.
Pero en el momento actual de nuestro país,
con el freno que al crecimiento industrial
está poniendo la escasez de energía, ni esa
posibilidad se presenta en grado satisfactorio. Será necesario esperar que la producción de energía crezca, a fin de poder resolver a fondo el problema de la productividad.
O sea, que una de las más interesantes posibilidades de aumentar el ingreso se ve obs-
taculizada también por esa imprevisión en
materia de energía.
Esto no quiere decir que no se pueda resolver en casos particulares este problema
de la productividad, pero no en la medida general, intensa y sistemática que se requeriría
en este país para poder llevar rápidamente sus ingresos por habitante a la cifra que
la potencialidad del país podría permitir en
otras circunstancias.
A todo eso se agrega, señor presidente y
señores consejeros, el estado desastroso de
los transportes, sobre lo cual no necesito insistir porque es de pública notoriedad. Será
necesario gastar ingentes cantidades de capital a fin de poner el sistema de transportes
argentinos en un pie de eficiencia compatible con las necesidades de la producción y
del comercio. Y será la única forma, aparte
de reajustes internos, de ir achicando progresivamente el déficit de 3.500.000.000 de
pesos que actualmente tiene el sistema de
transportes de nuestro país. Ha habido, como
es notorio, un descenso de la productividad,
medido en horas crecientes de trabajo para
mover una tonelada-kilómetro, o para transportar un pasajero-kilómetro en la red ferroviaria argentina.
Y esto, señores, va a requerir ingentes
gastos, ingentes necesidades de capital. Y
por desgracia, el país no se encuentra en
condiciones de afrontarlas. Las divisas de
que hoy dispone la Argentina son escasamente indispensables para pagar las materias primas y los combustibles que el país
necesita. Por el mercado oficial, señor presidente, no es posible en estos momentos
importar una sola máquina, un solo equipo;
y a pesar de eso se calcula, no con fantasías
sino sobre bases firmes, que habrá un déficit
de 200 millones de dólares en el balance de
pagos de este año, déficit que al agregarse a
los compromisos anteriores da la suma de
757.000.000, equivalentes, por rara casuali-
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dad, a la masa de repatriaciones que la Argentina hizo en años anteriores.
Es muy lamentable esta circunstancia. Se
está haciendo todo lo posible para superarla;
se está haciendo el esfuerzo de traer algunos
bienes de capital a través del mercado libre,
lo cual llevará a comprimir las importaciones
de automóviles.
Sobre eso quisiera decir algunas palabras,
puesto que ha habido ilusión y expectativa
públicas en esta materia. Se han estado importando automóviles a razón de 5.000 unidades por año. No creemos, señores, que esa
cifra pueda mantenerse. Esos automóviles se
han estado pagando por el mercado negro,
hoy transformado en mercado libre. Como es
indispensable aprovechar en lo posible ese
mercado para cosas mucho más urgentes
–repuestos para maquinaria industrial, para
transporte, camiones, motores para camiones, implementos agrícolas, semillas– que el
país tenía restringidas, nos ha parecido prudente recomendar que se achiquen en lo posible, y por el más corto tiempo posible, las
importaciones de automóviles, a fin de poder
dar margen a que se realicen otras operaciones mucho más urgentes en la escala de
prelación, que hoy tiene que tener ineludiblemente el país en sus compras en el exterior.
Es muy lamentable, señores, que no veamos otra solución, porque tampoco sería
aconsejable endeudar al país para importar
automóviles. Será necesario hacerlo para
maquinarias y equipos, y creo que todos reconocerán que sería muy poco sensato pensar
en créditos exteriores para ese objeto.
Fuente: “Informe económico ante la Junta Consultiva
Nacional”, Diario de Sesiones de la Junta Consultiva Nacional, 18 de noviembre de 1955, pp. 2-5, en Carlos Altamirano, Bajo el signo de las masas (1943-1973), Biblioteca
del Pensamiento Argentino, tomo VI, Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 178-184.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
EL PLAN
PREBISCH.
RETORNO AL
COLONIAJE
(SELECCIÓN)
POR ARTURO JAURETCHE
¿Hay un plan?
Bajo el título “Las soluciones inmediatas”,
contiene el Informe un conjunto de pro­
posiciones desordenadamente expuestas que
no aparentan conformar un plan de acción.
En ese sentido parecería justa la protesta de
Prebisch acerca de la denominación de “plan”
con que popularmente se ha bautizado a lo
que él llamaba soluciones inmediatas.
Sin embargo, el análisis permite sistematizar esas proposiciones e integrar un plan
económico perfectamente definido en sus
líneas fundamentales. Podrán más tarde darse a conocer otros documentos informando
acerca de la manera de resolver los proble­
mas de ejecución, con todo el lujo de detalle
que se crea necesario difundir, pero ello no
dejará de constituir sino un aspecto secundario de un plan cuya estructura básica es­tá ya
a la vista.
Los puntos principales de la reforma pueden resumirse en las siguientes proposiciones:
1. Transferencia al sector agropecuario de
una mayor proporción del ingreso na­
cional, mediante el aumento de los precios
de los productos agropecuarios, el encarecimiento de los productos de importación,
la liberación de los controles de precios y
la congelación general de los salarios.
En noviembre de 1955, Jauretche
responde al “Informe Prebisch”
desde su exilio en Montevideo.
El fundador de FORJA denuncia
que los objetivos de este
Informe, tales como el de
“alentar la producción rural
transfiriéndole una parte del
ingreso real del país”, apuntan
a la reducciónn del salario real
de los trabajadores y al deterioro
del nivel de vida popular.
2. Amplio concurso del capital extranjero,
bajo la forma de empréstitos.
3. Política desinflacionaria tendiente a comprimir el actual nivel de ocupación y a
transferir mano de obra de la industria al
agro.
4. Eliminación de los cauces bilaterales del
comercio exterior con miras a la adop­ción
de una multilateralidad limitada.
Hemos de analizar aisladamente cada uno
de los aspectos básicos del plan Prebisch,
para luego ensayar, en una síntesis de conjunto, un juicio definitivo acerca de sus resul­
tados. Trataremos de contestar así al interrogante formulado por todos y cada uno de los
argentinos: “¿Hacia dónde vamos?”.
Transferencia de ingresos
La premisa principal en el razonamiento de
Prebisch es la necesidad de extremar todos
los recursos a fin de provocar un aumento de
la producción agropecuaria con des­tino a la
exportación.
A tal efecto, propone un fuerte aumento de los
precios internos de la producción agropecuaria,
con una correlativa modificación de los tipos de
cambio de exportación. Dice, al respecto: “Hay
que dar un fuerte incentivo a la producción
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agropecuaria, ele­
vando apreciablemente los
precios, hay que facilitarle, además, la importación sin tra­bas de los bienes productivos que
requiere y que no produce convenientemente
la in­dustria nacional, mediante el desplazamiento de los tipos de cambio artificialmente
sobrevaluados y permitiendo así acrecentar su
débil fuerza capitalizadora”.
En pocas palabras, se trataría de “alentar
la producción rural transfiriéndole una parte
del ingreso real del resto del país”. Transferencia que consiste, claramente, en una
reduc­ción de los salarios reales de los trabajadores –empleados y obreros– mediante el alza del costo de vida y la congelación
masiva de los salarios nominales. Prebisch
lo ratifica con palabras inequívocas: “A fin de
alentar la producción rural es indispensable
admitir cier­ta reducción momentánea y moderada del consumo urbano, por lamentable
que ello sea”.
Es notable observar que en el curso del
Informe, Prebisch considera que la proporción de los sueldos y salarios en el ingreso
total argentino era antes demasiado baja
en relación a los países más avanzados. Y
considera también que la mejora producida entre 1945 y 1955 significa un evidente
progreso social del país. Pero una vez expre­
sado eso, la primera “solución inmediata” que
propone es la de reducir el salario real de los
trabajadores, lo que significa limitar la actual
participación de los asalariados en el ingreso
total del país volviendo a la relación existente
con anterioridad a 1946.
Por otra parte, hay razones de peso para
suponer que la transferencia de ingresos al
sector agropecuario, no aprovechará sino
en forma limitada y transitoria al verdadero
productor. Se está reconstituyendo, en efecto, el viejo mecanismo de succión del pro­
ducido de la explotación agraria, integrado
por el terrateniente, los acopiadores y los
monopolios de exportación.
En el primer momento, algunos productores aprovecharán de los beneficios aportados
por los mayores precios. Pero no hay que olvidar que la mayor parte de los con­tratos de
arrendamiento están hechos sobre la base de
“aparcería” con lo que el propie­tario de la tierra, sin ningún esfuerzo, absorberá la mitad
de ese beneficio. Los contratos de arrendamiento en dinero no tardarán en sufrir modificaciones que permitan a los te­rratenientes
aumentar sus ingresos, sin perjuicio todo ello
de la eliminación total del ac­tual régimen del
arrendamiento rural que constituyó la mejor
defensa del productor con­tra la voracidad de
las clases parasitarias.
Por otra parte, la eliminación de la intervención de los organismos estatales y de las
ventajas conferidas a las entidades cooperativas importan el regreso al campo de los
acopiadores, consignatarios y demás intermediarios que, al servicio de los consorcios
monopolísticos de exportación, absorberán en
provecho propio los mayores beneficios que
teóricamente se asignan hoy al productor.
Al eliminar todo el sistema construido
en los últimos diez años para la defensa de
los intereses agrarios, la transferencia de
ingresos no se operará de la masa urbana a
la masa campesina, sino de las clases populares al sector de los terratenientes y de los
exportadores.
La pauperización del pueblo
El primer y principal efecto de la reforma
será la compresión de los ingresos popu­
lares. La enorme masa de obreros y empleados tendrá que ajustar el cinturón a fin de salvar al país de una catástrofe que sólo existe en
la inventiva de Prebisch. Pero al tiem­po que
el pueblo efectúe ese sacrificio, las clases
parasitarias argentinas volverán a par­ticipar
desmesuradamente en el reparto de una riqueza a cuya producción no han apor­tado ni
esfuerzo ni inteligencia.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
La elevación de los precios es el efecto
directo e irremediable de la reforma. El cos­
to del nivel de vida popular aumentará como
resultado de la elevación de los precios de
los productos nacionales que integran los rubros de la alimentación y el vestuario. Lue­go
se agregará a todo ello, el movimiento alcista
provocado por la eliminación de los controles de precios, anunciado reiteradamente por
Prebisch y altos funcionarios del gobierno.
El alza no será brusca, porque la sangría
debe ser dosificada a fin de evitar conse­
cuencias desagradables. Para ello se aplicarán algunos subsidios, financiados con los
recursos de lo que, no sin ironía, se denomina
“Fondo de restablecimiento económico nacional”. Pero esos subsidios están destinados a
desaparecer progresivamente ya que uno de
los principios de la reforma es la eliminación
de los “precios políticos” y su sus­titución por
los “precios reales”.
Prebisch no ha querido expresar las dimensiones que en definitiva alcanzará el al­za
de los precios, ni su incidencia en el nivel de
vida popular. Aun cuando tiene a su dis­posición
todos los medios para calcularlo y aun cuando
se trata del dato numérico más importante de
la reforma, ha preferido desligar toda responsabilidad. Por eso, ante una pregunta concreta
formulada en la conferencia de prensa del día
15 de noviembre, se ha limitado a responder:
“El alza del costo de la vida que pueda producirse por el despla­zamiento de los tipos de
cambio no excederá del 10% de acuerdo con
los cálculos efec­tuados por el Servicio Estadístico Nacional sobre la base de las importaciones y de los precios del último año” (La Nación,
noviembre 16 de 1955).
Es difícil penetrar en el sentido de esa
afirmación destinada a hacer creer al gran
pú­blico que el alza total del costo de vida será
del 10% y que, si se excede de ello, no es Prebisch sino el Servicio Estadístico Nacional el
que tiene la culpa. Pero nadie puede engañar-
se al respecto: el aumento de los precios de
la casi totalidad de los productos agropecuarios, sumado al que sufrirán los productos de
importación, especialmente en lo relativo a
combustible, tiene que traducirse necesariamente en un alza del costo de vi­da superior
al 30%. Las subvenciones podrán disimular
temporalmente parte de ese au­mento, pero a
corto plazo se cumplirán irremediablemente
las previsiones formuladas.
No es posible creer que el Servicio Estadístico Nacional haya asumido la responsabilidad histórica de engañar al pueblo con
un cálculo extravagante que no tendría otro
objeto que el de evitar la inmediata reacción
de las masas trabajadoras. Si ha existido el
cálculo a que hace referencia el señor Prebisch, tiene que haber sido elaborado sobre
supuestos limitados, excluyendo importantes
factores de alza y suavizando el proceso con
subvenciones cuyo carácter ha omitido maliciosamente en la conferencia de pren­sa a
fin de confundir a la opinión pública, atribuyendo a la autoridad técnica de un organismo estatal la responsabilidad de una afirmación que, cuando los hechos la desau­toricen,
le permitirá presentarse como otra ingenua
víctima del engaño. Pero no podemos caer en
esa trampa. El alza de los precios, repetimos,
afectará progresivamen­te el nivel de vida popular en más de un 30%, lo que significará la
pauperización de nuestro pueblo y la eliminación del progreso social conquistado en los
últimos diez años.
Y no hay otra salida, porque Prebisch
está dispuesto a enfrentar el incremento del
costo de vida con una congelación general
de salarios. Así lo ha dicho claramente: “Si
para compensar los efectos de este alza de
precios y de la que sobrevendrá a raíz del
desplazamiento de los tipos de cambio, se
hicieran aumentos masivos de sueldos y sa­
larios, no tardarían en ocurrir nuevas elevaciones de precios, con lo cual se alentaría
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sensiblemente la espiral inflacionaria”. No
hay, según él, otra salida para esta terrible
crisis económica. Queda así formulada la tesis económica que justificará el despojo de
las clases trabajadoras y el enriquecimiento
de una oligarquía que está dispuesta a aho­
gar en sangre todo intento de rebelión.
El aumento de nuestras exportaciones
El propósito de Prebisch, como se ha dicho,
es el de obtener un aumento de nues­tras exportaciones que permita acentuar el ritmo de
capitalización del país y evitar el desequilibrio
de nuestra balanza de pagos.
Evidentemente, no podemos discrepar con
esas aspiraciones. Pero debemos sí preguntarnos si las medidas adoptadas son idóneas o
si, por el contrario, nos conducirán a un sacrificio del que no aprovecharemos los argentinos,
fuera del reducido grupo de los terratenientes
y exportadores.
En primer lugar, en la hipótesis de que los
nuevos precios beneficiarán exclusiva­mente
a los productores, cabe preguntar: ¿cuál es la
elasticidad de la producción agra­ria frente a
la fluctuación de los precios? O en otras palabras: ¿los mayores precios pa­gados se traducirán en mayor producción?
No se trata aquí de analizar el problema a
largo plazo, ya que la brusca elevación de los
precios (de 40% en el trigo, de 55% en la avena, de 86% en el lino y de 30% en el girasol,
que ya había sido objeto de aumento últimamente) nos demuestra que se es­tán buscando efectos a corto plazo inmediatos, que puedan dar solución a problemas que también se
plantean con carácter perentorio.
Hemos visto al analizar la producción
agraria, que la disminución de los cultivos
ope­rada en el último decenio, no es sino la
consecuencia de la mayor preponderancia
adqui­rida por la ganadería que se ha venido desenvolviendo a expensas de aquella.
La elevación de los precios de la agricultura
podría, en consecuencia, incrementar el área
bajo cultivo si los precios de la ganadería
permanecieran en sus niveles actuales. Pero
las gestiones ini­
ciadas por los ganaderos
llevarán prontamente a un nuevo equilibrio
entre los dos secto­res, sin que en conjunto
pueda registrarse un aumento sustancial del
área utilizada.
Cierto es que en el último decenio, como
oportunamente probáramos, ha habido una
ampliación considerable de la superficie
ocupada por la explotación agropecuaria,
pero hay dudas más que atendibles en el
sentido de que no es posible avanzar mucho
más allá sino mediante grandes obras de
riego y una acción eficaz, pero naturalmente
lenta, contra la erosión.
No son estos conceptos personales. Ya el
propio Prebisch, al considerar las ambi­ciosas
metas del 2° Plan Quinquenal, señalaba que
no eran alcanzables sino merced a un mejor
uso de la tierra y en especial mediante la realización de grandes programas de riego (Estudio
Económico de América Latina, años 1951-1952,
p. 168). Y fue mucho más categórico, no hace
muchos meses, cuando analizando la fijación
de precios de es­
tímulo a ciertos productos
agrarios, por parte del gobierno depuesto, expresaba: “Esta política plantea algunas dificultades derivadas de la posición relativa de algunos pro­ductos entre sí porque compiten por
la misma tierra y recursos naturales, o porque
cons­tituyen parte apreciable del costo de producción de otros. Así, por ejemplo, el subsidio
de precios concedido al maíz en años anteriores ha desalentado las siembras de gira­sol por
el primer motivo y la producción de ganado
porcino por el segundo. Ello indi­caría que la
frontera agrícola no ofrece muchas posibilidades de expansión” (Estudio Económico de América Latina, año 1954, p. 122).
Difícil resulta comprender ese cambio de
criterio en el curso de unos meses. El Pre­
bisch de CEPAL nos observa que las fronteras
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
agrícolas de Argentina no ofrecen muchas
posibilidades de expansión y que cuando se
aumenta el precio de un cereal, su siembra
y producción aumentan en desmedro de otro
que disminuye en igual proporción. Ahora, en
cambio, nos pretende hacer creer que con un
aumento general de los precios, ha de obtener un aumento general de la producción.
¿Cuándo dice la verdad y cuándo mien­te, el
señor Prebisch?
Por otra parte, ya lo hemos observado, la
mejora de los precios no aprovechará mu­
cho tiempo a los productores. Y no ha de
creerse que las mayores ganancias de los
te­
rratenientes, de los intermediarios y de
los exportadores constituyan un poderoso
alicien­te para utilizar mejor la tierra o conquistar nuevas áreas hasta entonces desaprovechadas.
¿De dónde surgirá, entonces, el crecimiento
de la exportación que Prebisch nece­sita? Simplemente, de la limitación del consumo interno como consecuencia de la pér­dida de poder
adquisitivo de la masa popular. Lo que vamos
a exportar no es la mayor producción agropecuaria, sino la parte que los argentinos dejamos
de consumir a con­secuencia de la pauperización general, del deterioro del salario real y de
la desocu­pación.
No por simple casualidad Prebisch inicia
su informe recordando aquel programa de
Avellaneda resumido en esta descarnada frase: “Hay en el país dos millones de argenti­nos
que estarán dispuestos a economizar sobre el
hambre y sobre la sed a fin de cum­plir en una
situación extrema con los compromisos de la
Nación hacia sus acreedores extranjeros”. Se
dirá que ahora no hay acreedores extranjeros,
pero eso no es problema, porque ya Prebisch
nos ha anunciado que los conseguirá y en la
cantidad necesaria.
Ya no son 2 millones, sino 18 millones
de argentinos los que están a disposición de
Prebisch, para que sobre el hambre y la sed
de los mismos resuelva el grave problema
de una crisis inexistente y haga frente a los
compromisos que de una u otra manera es­tá
dispuesto a contraer.
Esa es la fuente efectiva de donde provendrán los aumentos de nuestros saldos
exportables. Ya nos ha advertido que consumimos demasiado y que exportamos poco.
Aho­
ra hay que invertir los términos. Prebisch así lo ha dispuesto.
Los valores de nuestras exportaciones
La misma hipótesis a que ahora se adhiere,
esto es, la posibilidad de aumentar la producción global agropecuaria mediante mayores
incentivos, no tiene porvenir frente al curso
declinante de los precios en el mercado internacional. El propio Prebisch ha enseñado
en sus estudios por cuenta de CEPAL la imposibilidad material de compensar con el aumento de producción la curva declinante de
la relación de precios entre nues­tras exportaciones y nuestras importaciones.
Entre 1948 y 1954, la relación de precios
del intercambio argentino se ha deteriorado
en un 35%, según información de CEPAL. Lo
que quiere decir es que para obtener una
misma cantidad de productos importados,
debemos entregar en 1954 un 35% más
de nuestros productos que en el año 1948.
Ahí está a la vista el origen de todas las di­
ficultades actuales, ya que esa declinación
de nuestros precios equivale en la práctica
a una disminución del 35% en nuestro volumen de exportación.
Este fenómeno nos está indicando la inconveniencia de forzar nuestra producción
agraria en desmedro de los otros sectores
de nuestra producción que integran nuestra
economía. En momentos en que el mercado
internacional de granos se precipita acele­
radamente hacia la baja, como consecuencia
de la gran acumulación efectuada por Es­
tados Unidos, Canadá y Australia y de la falta
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de mercados compradores, se nos propo­ne
una reforma tendiente a sacrificar la economía interna en aras de un aumento de esa
producción que amenaza con tornarse invendible. ¿No es esto un desatino de conse­
cuencias trágicas para el porvenir argentino?
¿No se trata, por el contrario, de reforzar el
mercado interno y la integración industrial
que permita independizarnos aún más de
nuestro intercambio con el exterior?
Las preguntas parecen ociosas. Prebisch
no ignora que lo vulnerable de nuestra eco­
nomía ha sido esa excesiva dependencia hacia los resultados del comercio exterior. Y no
ignora, además, las perspectivas sombrías
que se ciernen sobre el mercado mundial de
granos. ¿Qué pretende entonces? Ya trataremos de contestar ese interrogante, pero antes debemos analizar una cuestión aún mucho más grave.
Porque hay, efectivamente, algo mucho
más grave. Las drásticas reformas cambia­rias
recomendadas y llevadas a la práctica tienden
automáticamente a producir una baja mayor en
los precios internacionales de nuestra producción. El exportador se en­cuentra de improviso
con un extraordinario margen de negociación
y la acción vigilan­te del IAPI –que luchó eficazmente por la defensa de nuestros precios
hasta ayer– ha desaparecido. Los exportadores de lana, por ejemplo, que consideraban
satisfactorio un tipo de cambio de $7,50 m/n
por dólar, se encuentran de improviso con la
otorgación de un cambio de prácticamente
$18 m/n por dólar (se llega a esa altura por la
facul­tad de negociar en el mercado libre el excedente sobre el precio de aforo). Tiene en su
mano una ganancia fácil y un amplio margen
de negociación, que es lo que técnicamen­te se
suele llamar “condiciones competitivas”. Y ello
se traduce irremediablemente en una baja de
precio que importa una artificial pronunciada
agravación del proceso gene­ral de declinación
a que está sometido el mercado mundial.
No son estas especulaciones de carácter
teórico. Pocos días después de la reforma de
nuestros cambios exteriores, en la Cámara de
los Comunes de Gran Bretaña el pre­sidente
de la Junta de Comercio era invitado a formular un cálculo acerca de la baja de nuestros
precios y de la economía que ello representaría para el consumidor inglés (La Nación, noviembre 4). El Journal of Commerce de Nueva
York comenta en la misma época bajas importantes en la cotización de los productos
argentinos, agregando: “En lo que la ganancia neta del exportador quede virtualmente
sin cambios no habría in­centivo para rebajar
las cotizaciones; pero allí donde los pesos por
dólar recibidos por el exportador son aumentados, como parece ser el caso de la lana,
los exportadores po­drían rebajar los precios
para hacerlos realmente competitivos” (La
Nación, noviem­bre 6). Y desde Chicago, el 28
de octubre, se nos hace saber que “la decisión
argenti­na de desvalorizar el peso provocó hoy
algunas ventas de trigo en el mercado de granos de esta ciudad. Los comerciantes entienden que la desvalorización hará que el trigo
ar­gentino se cotice más barato en el mercado
internacional” (La Nación, noviembre 29).
No hacemos referencia a perspectivas,
sino a hechos que ya son reales (la vertiginosa baja del precio de la carne en el mercado
de Smithfield, seguidamente a las reformas
de Prebisch, documenta la magnitud de esa
estafa a los intereses argentinos). La devaluación monetaria, la eliminación del rol vigilante
del IAPI y la política seguida con los aforos llevarán a una baja arbitraria de un 15% en los
precios internacionales de nues­tros productos
de origen agropecuario. Lo que quiere significar
que el pedazo de pan o de carne que los argentinos se quitarán de la boca para aumentar la
exportación se transferirá sin cargo a los consumidores extranjeros. Esto es, que el sacrificio será inú­til, porque nuestros ingresos por
concepto de exportación serán iguales o me-
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
nores que los actuales, no obstante el aumento de las exportaciones obtenido a costa de
un sacri­ficio de nuestro pueblo. Y los únicos
favorecidos, en definitiva, serán los consumidores extranjeros, que podrán ensanchar el
cinturón en la misma medida en que los argentinos lo achican, y tendrá que ser porque
Prebisch lo ha dispuesto así.
Las medidas desinflacionarias
Previa aclaración de que no es partidario de la
contracción general de las actividades económicas, Prebisch anuncia desde ya la adopción
de una política desinflacionaria des­tinada a
“evitar firmemente la típica espiral de la inflación de costos por un lado y de ir disminuyendo progresivamente la creación de dinero
en las operaciones del Estado”.
Para comprender ese programa conviene
tener en cuenta que las medidas inmedia­tas
puestas en marcha significan un poderoso
impacto inflacionista que se traduce en la elevación externa de la moneda. Claro está que
el origen de ese movimiento no reside en el
crecimiento de los costos ni en el incremento
de la emisión del Estado, sino sim­plemente
en el arbitrario aumento de los ingresos de la
clase terrateniente, de los con­sorcios exportadores y de los consumidores extranjeros.
De donde resultaría que en la teoría de Prebisch un aumento de los precios por efecto
de la mejora de los salarios es inflación, pero
no lo es cuando resulta del aumento de la ganancia de los empresarios y rentistas.
No hay sin embargo ningún contrasentido
en el plan de Prebisch, ya que el proce­so de
deflación que se iniciará a continuación del
alza de precios tendrá por objeto con­solidar
y aumentar los beneficios transferidos a ciertos sectores en desmedro del pue­blo. Bastará
simplemente la disminución de la demanda interna de artículos industriales, en virtud de la
caída del salario real y de la contención monetaria, para que la mayor parte de la industria y
del comercio se vea sometida a un proceso de
con­tracción que generará desocupación. De esa
manera, lo que Prebisch anuncia como una
mayor “demanda de brazos en las actividades
rurales” –concepto contradictorio con la mecanización y tecnificación que propone– será
satisfecha con una oferta de trabaja­
dores
necesitados y poco dispuestos a discutir el
monto del jornal. Las clases terratenientes,
en consecuencia, no sólo se beneficiarán con
el mayor precio asignado a la producción, sino
también con el menor costo de la mano de obra
que permitirá bajar aún más nuestros precios
en el mercado internacional.
Sostiene Prebisch en su Informe que las
medidas desinflatorias permitirán eliminar
totalmente el régimen de control de precios
y que el costo de vida, después del al­za ocasionada por los aumentos oficialmente decretados, tenderá a bajar. Con ello nos está
anunciando claramente ese proceso de contracción, de liquidación industrial y de desocupación del plan. Solamente la liquidación ruinosa de las existencias, las ventas por debajo
de sus costos de producción y la compresión
de los salarios podrá, en las cir­cunstancias
presentes, traducirse en una baja del costo de vida. Pero no son los trabaja­dores, ni
los industriales, ni los comerciantes los que
aprovecharán esa baja, sino los rentistas, los
terratenientes y los empresarios vinculados
al intercambio internacional.
La idea central no es otra que la de retornar a la Argentina colonial de hace veinte años,
con una economía basada en la producción y
exportación de materias primas a los costos reducidos de una mano de obra abaratada por la
desocupación y la miseria.
No es esto nuevo, por otra parte, en la teoría económica de Prebisch, que ya de muy antiguo ha tomado posiciones contra la política
de plena ocupación.
En una monografía publicada en México
hace pocos años, bajo el título “El Patrón oro
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y la vulnerabilidad económica de nuestros
países”, luego de afirmar que Estados Unidos
está en condiciones de seguir una política de
plena ocupación sin peligro algu­no para su
estabilidad monetaria, agrega: “No es el caso
de la Argentina y otros países de estructura similar. No es dable seguir en ellos una
política monetaria de plena ocu­pación sin el
riesgo inminente de un fuerte desequilibrio
que conduzca a la inestabili­dad monetaria”.
Lo que quiere decir, en más simples palabras, es que para lograr la es­tabilidad monetaria a que Prebisch aspira, deberá crearse
una masa permanente de de­socupados. Y
si alguna duda quedara en cuanto a su capacidad y decisión para llevar a la práctica
esas ideas, bastará recordar el auge de la
desocupación a que se llegó en el año 1940,
luego de una década de conducción de nuestra economía por el actual asesor económico
del gobierno nacional.
Autor de un manual de “Introducción a
Keynes”, Prebisch demuestra no haber asi­
milado del genial economista británico más
que su habilidad para expresarse en términos de la macroeconomía. Porque si algo
medular hay en la obra de Keynes es su
convicción de que la economía y los economistas deben ser los instrumentos de que la
sociedad se sirve para eliminar el fantasma
permanente de la desocupación. A no ser
que se entienda que mientras Keynes escribía para la metrópoli, Prebisch lo hace para
sus dominios, in­
tegrando así la moderna
doctrina económica del Imperio que en 1930
decidió abandonar el simple y ya deteriorado
andamiaje que elaborara Adam Smith. Plena
ocupación, altos ingresos y prosperidad en
la metrópoli, sustentado en un ventajoso intercambio comer­cial con un dominio endeudado, monoproductor de materias primas y
cuyo bajo costo de producción está garantizado por el estado de necesidad de su masa
trabajadora.
La panacea del capital extranjero
No perderá el lector de vista el punto de partida del razonamiento de Prebisch. La falla
principal de nuestra economía consistiría
en la declinación de nuestras exportacio­nes
traducida en una tendencia deficitaria de
la balanza de pagos con el exterior. Y pa­ra
eliminar ese factor de perturbación, las medidas propuestas tenderían –según él– a incrementar poderosamente nuestros envíos
al exterior, nivelando la balanza de pagos
y aumentando el ritmo de constitución del
ahorro nacional.
Planeada así la solución, aparece como
un evidente contrasentido la forma obsesi­
va con que Prebisch destaca la necesidad
del empréstito y del concurso del capital ex­
tranjero, al punto de dedicar la mayor parte
de su Informe a la justificación de ese re­curso
excepcional.
Claro está que previamente ha ensayado
configurar un estado de cosas que conduz­ca
irremediablemente a los brazos del acreedor
extranjero. No otro sentido puede darse a su
falso diagnóstico de nuestra situación económica, a la incorrecta apreciación de nuestra
posición de divisas, o a la formulación de astronómicas estimaciones para la sa­tisfacción
de necesidades impostergables, como es el
caso de los 1.400 millones de dó­lares destinados a la renovación de nuestros ferrocarriles.
Ese cuadro desolador, maliciosamente
urdido, nos obliga a doblegarnos ante el ca­
pitalista extranjero. La simple anunciación
de algunas cifras permitiría descartar la ca­
pacidad de los recursos nacionales para hacer frente a esas exigencias y salvarnos de
los efectos de “la crisis más grave de nuestra
historia económica”.
Pero no se trataría solamente de concertar los empréstitos necesarios para salir del
paso, sino también de recurrir a ellos como
recurso normal. Lo dice Prebisch bien cla­
ramente al concluir su Informe: “El país tiene
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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dos caminos a este respecto: el de limitarse
a un programa de cortos alcances y escasa
cuantía que pueda realizarse sólo con sus
recursos y sin resolver sus problemas fundamentales de crecimiento o afrontar con
vigor la corrección de las grandes fallas estructurales de su economía”, para lo que se
requerirían nuevos aportes de capital extranjero. Y ese programa lo suscribe el mismo
economista que hace unos años formulaba
esta correcta prevención: “Si la Argentina se
propusiera subsanar prontamente todas sus
deficiencias de capital y dar gran aliento a
todos sus proyectos, acelerando extraordinariamente la capitalización, sus recursos propios le resultarían sin duda suficientes. Pero
aun cuando le fuese dado obtener am­plias inversiones extranjeras, habría que preguntarse hasta qué punto el forzar la ca­pitalización
se concilia con el desarrollo ordenado de la
economía y en qué medida los balances de
pago futuros podrían afrontar holgadamente
el pago de los servicios finan­cieros muy acrecentados” (Estudio Económico de América Latina, 1949, p. 100).
Hemos señalado en el curso de este estudio, que en época de preguerra el peso de
los servicios financieros originados por las
deudas externas fue el factor que perturbó
permanentemente el equilibrio de nuestra
balanza de pagos y frustró el crecimiento de
nuestra economía. Bastará recordar que en
el año 1933, el 37% de nuestras exportacio­
nes se destinaba única y exclusivamente al
pago de esos servicios financieros, en for­
ma tal que cualquier declinación de los precios de nuestros productos en el mercado
in­ternacional nos colocaba en una crítica situación económica, como el propio Prebisch
lo ha reconocido reiteradamente en sus estudios de la CEPAL.
Frente a eso, la actual apología del empréstito, convertido en la panacea que resol­
verá todos nuestros problemas económicos,
adquiere contornos singulares. O la teoría económica ha cambiado, o el señor Prebisch tiene
ahora razones muy particulares para propiciar
medidas tendientes a exagerar la vulnerabilidad externa de nuestra economía, esa misma
vulnerabilidad que hace veinte años justificó
la firma del tratado Roca-Runciman, la coordinación de transportes, la creación del Banco
Central y el lamentable re­conocimiento de un
vicepresidente argentino acerca de la ubicación de nuestro país en el desdoroso cuadro
de los dominios británicos. (…)
Fuente: Arturo Jauretche, El Plan Prebisch. Retorno al
coloniaje, Buenos Aires, Peña Lillo, 1984, pp. 107-123, en
Carlos Altamirano, Bajo el signo de las masas (1943-1973),
Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo VI, Buenos
Aires, Emecé, 2007, pp. 185-195.
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INCAA
“La Familia Falcón” es una popular telenovela argentina difundida por
Canal 13 entre 1962 y 1969. Escrita y dirigida por Hugo Moser, el guión
se basa en el retrato costumbrista del estereotipo de la familia de clase
media argentina de la década del 60. El apellido de la familia está tomado
del automóvil modelo “Falcon” que había lanzado al mercado la empresa
Ford, patrocinante de la tira.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
EL CAMINO DEL
DESARROLLO
Luego del golpe de Estado que
derroca al presidente Arturo
Frondizi en marzo de 1962,
su secretario de Estado de
Relaciones Económico-Sociales,
Rogelio Frigerio, se exilia en
Montevideo. A su vuelta, en 1963,
funda con Frondizi el Movimiento
de Integración y Desarrollo
(MID). En este artículo,
publicado en el diario Clarín,
Frigerio sintetiza la perspectiva
desarrollista del MID a partir de
una comparación crítica con el
modelo cepalino esbozado por
Raúl Prebisch. Para superar el
moderatismo “conformista”
en el que cae este último –al
abogar por correcciones parciales
en las desigualdades de las
relaciones de intercambio entre
las economías desarrolladas y
las subdesarrolladas–, Frigerio
propone una transformación
con sentido industrialista que
modifique las raíces profundas de
aquellas desigualdades.
El desarrollo de América Latina
Nos proponemos, en este trabajo, examinar los caminos de la lucha contra el subdesarrollo en América Latina. La discusión
en este ámbito cuenta con una valiosa con­
tribución realizada por la CEPAL, el organismo regional económico de las Naciones Unidas, identificado en la figura de su fundador
y máximo expositor, el economista argentino
Raúl Prebisch, cuya actuación ha superado
ya el cuadro latinoamericano y se proyecta al
escenario más vasto del comercio y el desarrollo mundiales. En torno de la CEPAL y sus
trabajos se ha formado, prácticamente, casi
toda la generación de economistas latinoamericanos. Por eso no puede prescindirse de
Prebisch y la CEPAL cuando incursionamos
en el campo de la política del crecimiento en
nuestra región. Partiendo del reconocimiento de la excelente participación de este grupo
en el tema que abordamos, queremos señalar sus aciertos, y nos atrevemos también a
descubrir los puntos débiles, que, a nuestro
juicio, impiden que los análisis y proyectos
de la CEPAL y de Prebisch configuren una
base efectiva para orientar la lucha práctica de las naciones latinoamericanas contra
los factores que se oponen a esa auténtica
li­beración.
Estos puntos débiles, estas contradicciones de fondo yacen disimuladas bajo un repertorio de ideas y proposiciones que tienen
toda la apariencia de una teoría orgánica y
eficiente, sin duda, muy bien inspirada. Pero
dudamos fundadamente que su aplicación
nos guíe hacia el más directo y verdadero
camino, por el que tanto Prebisch como to­
dos los latinoamericanos queremos avanzar.
De ahí la importancia que asignamos a una
revisión detenida de toda la política del crecimiento económico en América Latina, tendiente a superar las debilidades de la literatura originada en un grupo de tanta influencia
en nuestro continente. Confiamos en que estas fallas surgirán de la exposición de fi­nes y
medios de la política que propugnamos para
América Latina y de la comparación que haremos con las tesis de la CEPAL.
(SELECCIÓN)
POR ROGELIO FRIGERIO
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Premisas básicas
Algunas proposiciones básicas servirán para
fijar nuestro criterio. Desarrollaremos estas
proposiciones al estudiar cada aspecto parcial del problema.
1) No hay una economía política del desarrollo como categoría distinta a la economía
política general. Las leyes de esta última
rigen toda la vida económica mundial, y la
deliberación que se ponga en la adopción
de una política del desarrollo debe partir del reconocimiento de esas leyes. Por
consiguiente, están condenadas al fracaso
las me­didas que pretendían eludir o torcer
la gravitación de las leyes de la economía,
partien­do de la base que ellas pueden ser
objeto de un tratamiento subjetivo dictado por con­sideraciones políticas. En esta
falacia se incurre cuando se invoca la
“comprensión”, la “buena voluntad”, hacia
los países subdesarrollados para preservarlos de una u otra des­viación ideológica o política, o simplemente como deber
humanitario hacia ellos. El crecimiento
económico del mundo subdesarrollado es
un hecho objetivo que forma par­te de un
proceso de integración económica mundial, presidido por las leyes objetivas de
la economía. El margen –muy amplio– de
deliberación y elección voluntaria de los
medios para impulsar y acelerar ese proceso universal no es independiente, sino
depen­diente del juego de leyes y factores
predeterminados. Hay que adaptar a estos
la políti­ca voluntaria, y no al revés.
2) No hay una política de los países subdesarrollados enfrentada e incompatible con
la política de los países desarrollados. Del
mismo modo que el esquema de la división
internacional del trabajo del siglo xix definía
una estructura mundial indivisible, las tendencias universales de esta segunda mitad
del siglo xx son válidas e imperativas pa­ra
el sector adelantado y el sector rezagado
por igual. Las rupturas e incompatibilida­
des que todavía configuran una apariencia
de conflicto son precisamente resabios de
la crisis que invalidó aquel viejo esquema
y están condenadas a desaparecer en la
transi­ción definitiva de las viejas formas
a las nuevas. Este es el proceso dinámico que esta­
mos obligados a reconocer,
orientar y utilizar en nuestra acción del
crecimiento. Por consiguiente, es errónea
toda política que arranque de la noción de
enfrentamiento irreductible de los intereses de uno y otro mundo, y es acertada, en
cambio, toda política que parta de la noción
de la integración y unidad de intereses entre ellos. Lo cual no equivale a desconocer
que subsisten criterios muy generalizados
que aún no han alcanzado a percibir la objetividad y la necesidad del proceso, como
lo demuestra el anacro­nismo de ciertas posiciones políticas de derecha y de izquierda
frente a la revolución que se está operando
vertiginosamente en nuestros días.
3) No hay integración mundial ni integración
regional que pueda ignorar o preten­
da
reemplazar el proceso de integración nacional, que es la base indispensable del
desarrollo económico de nuestros países.
La quiebra definitiva de la estructura económica basada en la complementación
entre naciones industriales y países proveedores de alimentos y materias primas
tiene una consecuencia objetiva y cierta: la
dislocación del intercambio mundial, que
se nutría de aquella complementación,
obliga a replantear los términos hacia una
sola salida: el nuevo intercambio tiene
que realizarse entre unida­des nacionales
y regionales progresivamente integradas,
o sea, progresivamente ascen­dentes en
su propio proceso de industrialización,
de altos ingresos y de creciente apti­tud
adquisitiva. La viabilidad de la economía
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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mundial, que antes se satisfacía con el
intercambio entre países productores primarios y países productores de bienes de
capi­
tal y manufacturas, depende ahora
del intercambio entre países industriales
y países industriales. Y esto es válido en
escala mundial lo mismo que en las llamadas “comu­nidades regionales”. La comunidad regional debe integrarse en su
ámbito, para incorporarse solventemente al intercambio mundial. Y dentro de la
comunidad regional, cada nación debe
integrarse en su ámbito interno para incorporarse con solvencia al inter­cambio
regional o mundial. Por consiguiente, es
la suma y la coordinación entre unida­des
nacionales integradas las que hacen la
solvencia de la región y las que concurren
a la expansión del intercambio mundial.
Es errónea toda política que debilite o
posponga la integración de cada nación
con el argumento de que es más económica, menos gravo­sa o más expeditiva la
complementación y la división del trabajo dentro de la comuni­dad regional. Tal
concepción es contraria a la dinámica de
los grandes cambios tecno­lógicos que se
operan velozmente en nuestra época y es
contraria a la dinámica de la expansión,
también vertiginosa, de la producción y
de los recursos del mundo desarro­llado.
Estos dos factores tornan inevitable la
industrialización integral de cada unidad
na­cional para participar de un mercado
mundial gobernado por la masividad de
la oferta.
4)El concepto de integración nacional no
es cuantitativo ni se limita a postular la
industrialización del país. Es una noción
histórica vinculada al desarrollo económico en esta etapa de la evolución de la humanidad, pero superior a sus expresiones
materia­les o a los índices económicos del
producto bruto o del ingreso per cápita. Un
país pue­de tener altos coeficientes en las
categorías aludidas y todavía no será una
nación. No lo son, por ejemplo, países y regiones de muy altos ingresos producidos
por la explota­ción y exportación de materias primas de gran valor en el mercado
mundial, como los minerales preciosos o
el petróleo. Tampoco lo sería un país cuyo
desarrollo industrial estuviera concentrado en una porción del territorio mientras
vastas extensiones se mantuvieran en el
aislamiento y el subdesarrollo.
Por eso, la política del crecimiento nacional se asienta en la noción de la integra­ción
geoeconómica, de la distribución armónica de
los ingresos entre las diversas regio­nes del
país, de la comunicación fluida entre ellas, de
la formación de un mercado na­cional único,
de la elevación del nivel de vida y de la cultura de todo el pueblo, de la interacción de la
economía urbana y la rural. En una palabra,
los factores materiales de la unidad de la
nación conjugados para favorecer su unidad
histórica tradicional, su conciencia histórica
comunitaria.
No hay política integral del desarrollo que
pueda dejar de computar estos elemen­tos o
que se resigne a diluir la personalidad nacional, el concepto irrenunciable de na­ción, en
una estructura regional basada solamente
en la complementación de unidades nacionales débiles, fragmentadas o deficientemente
integradas. La fuerza del todo es incapaz de
suplir la debilidad de las partes.
Premisas y conclusiones de la CEPAL
(…) Para nosotros, la única solución de fondo y de resultados permanentes consiste en
producir cambios radicales en la estructura de producción de los países rezagados,
idén­ticos a los que impulsaron el desarrollo de las formas avanzadas del capitalismo
de las grandes potencias. Por eso hemos
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dicho que rechazamos la idea de una economía polí­tica para el mundo subdesarrollado distinta de la economía política cuyas
leyes rigen todo el proceso histórico del
capitalismo. No se trata de integrar economías primarias por un lado con economías
industriales por el otro, ni de postular un
modus vivendi en­tre el mundo rezagado y el
mundo desarrollado, que haga viable lo que
hoy está en crisis: la división internacional
del trabajo. Cuando se parte de la base de
corregir las de­
sigualdades y los embotellamientos del intercambio entre uno y otro
mundo, para evitar el colapso del sector primario, se tiende en realidad a perpetuar esa
relación. Cuando se habla de industrializar
a nuestros países como medio de calificar
e incrementar sus ex­portaciones y de sustituir importaciones, se admite que lo que se
busca es sólo un pro­greso cuantitativo, un
tratamiento destinado a fortificar nuestras
economías, pero siem­pre ligadas a la relación agroimportadora. Cuando se pone como
techo de nuestros re­cursos para el desarrollo los saldos positivos del comercio exterior, se subordina la intensidad y el ritmo de
nuestro crecimiento a nuestro mayor o menor peso dentro de aquella relación clásica.
De este modo, hablando de liberar a nuestros países de su vie­ja dependencia, lo que
se hace es darles una inyección para que la
soporten mejor. A es­to se reduce, en general,
la teoría de los economistas internacionales
de las Naciones Unidas. Y es lógico que así
sea, pues no pueden divorciarse de los intereses mundiales que aún prevalecen y que,
por ahora, no aceptan –por lo menos en los
niveles de la más alta decisión– otra teoría
del crecimiento del mundo rezagado que
vaya más allá de una mejoría de la relación
de intercambio y una mayor participación en
el comercio mundial, siempre que se mantenga esencialmente la ecuación “países
industriales-paí­ses de producción primaria”.
A diferencia de esta doctrina, que podría
calificarse de “conformista”, nosotros par­
timos de la necesidad y presencia del cambio y tenemos en cuenta, ante todo, las leyes
objetivas del desarrollo, y no postulados o
acuerdos políticos internacionales.
1. Nuestros pueblos están objetivamente forzados a acelerar las etapas en el proce­so
de crecimiento que desarrollará integralmente las fuerzas productivas, introducien­
do las formas más avanzadas de la técnica,
tanto en la agricultura como en la industria.
2. La transformación de sus estructuras precapitalistas, en una época de rápidos avances tecnológicos, se cumplirá en un lapso
infinitamente más breve que el que em­
plearon en tal evolución las actuales potencias industriales.
3. Este proceso de desarrollo abarcará igualmente a la agricultura, la minería y la industria, en perfecta interdependencia. No
hay posibilidad alguna de incrementar la
productividad del agro ni la explotación intensiva y racional de los recursos minerales sin una gran base industrial, que, a su
vez, necesita movilizar las materias primas que pueda obtener en su propio país.
4. La industrialización es un proceso único
y continuo, que parte necesariamente de
la industria pesada. Cualquier intento de
reducir la industrialización al sector de
la industria liviana agrava la dependencia del factor externo y crea otro cuello
de botella a la economía. Energía, siderurgia, química pesada e infraestructura
de comunicacio­nes y servicios son prioridades absolutas en cualquier país subdesarrollado que se plan­tee el crecimiento
económico, en esta época.
5. El crecimiento económico reconoce una
sola pauta: el aumento de la productivi­
dad, con todos sus efectos acumulativos
y reproductivos. A su vez, ese aumento
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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está condicionado por el coeficiente capital-hombre, entendiéndose por capital la
totalidad de los insumos. La transformación de la base agraria de nuestros países
no es un pro­blema de tenencia de la tierra, sino de aumentar la renta del suelo,
su productividad, me­diante el agregado de
capital y tecnología. Las reformas del régimen de la propiedad –necesarias en algunos países– deben subordinarse a este
criterio puramente econó­mico. El problema social del campesino no es causa sino
resultado de las formas precapitalistas de
explotación, no de propiedad.
La productividad de la industria, como
la de la tierra, depende igualmente de la
re­lación capital-hombre. Esta relación depende, a su vez, de la posibilidad de financiar las inversiones en los rubros de la
industria de base que alimenten en condiciones eco­nómicas a la industria liviana
y a la actividad agropecuaria ávida de mecanización y tec­nología.
6. Toda la política económico-financiera del
Estado debe orientarse a fomentar el
ahorro interno y a canalizarlo hacia los
rubros prioritarios. Sólo el Estado puede
pro­gramar esta canalización y conducir
el desarrollo. En países como los nuestros, de es­casos ingresos fiscales y de
baja tasa de capitalización, no es aconsejable la gestión empresaria del Estado.
La burocracia debe reducirse al mínimo y
toda la actividad económica debe ser ejecutada por la empresa privada, aunque el
Estado se reserve el dominio de las fuentes energéticas y el control de los servicios esenciales, por razones de soberanía
y defensa nacional.
7. El aporte de capital exterior no es facultativo ni secundario, como suele sostenerse.
Librado a los recursos del capital interno o
a los saldos del intercambio, el desarro­llo
de nuestros países tardaría muchos de-
cenios en alcanzar niveles dinámicos. El
take-off –el despegue– debe ser drástico
y rápido para que produzca resultados. En
esta etapa de despegue, el capital internacional –público y privado– juega el papel
impul­
sor decisivo. Sentadas las prioridades, el Estado nacional debe fomentar
el influjo de capitales externos hacia los
rubros básicos y hacia las inversiones de
lenta amortización.
Toda política que descanse sobre la
premisa de una lenta y gradual financiación del desarrollo, como es la que parte de la mejora relativa en el comercio
exterior y del pro­ducto creciente de las
exportaciones, desconoce el hecho del
desigual crecimiento de las economías
de las potencias industriales y el de los
países rezagados. En los prime­ros, el aumento de la tasa de capitalización y los
extraordinarios avances tecnológicos de
los últimos decenios han significado una
concentración sin precedentes de sus
eco­nomías y su distanciamiento vertiginoso de ellas en relación con las de los
países subdesarrollados.
Este hecho –muy diferente al lento
proceso del desarrollo capitalista que se
operó en los centros en el siglo xix– determina que los grandes centros de hoy acaparen los recursos mundiales y que los
lentos progresos registrados en la productividad de los paí­ses periféricos tiendan a
ser absorbidos también por las potencias
industriales a través del mecanismo de la
relación de intercambio. La única manera
que tienen nuestros paí­ses de evitar que
sus esfuerzos de capitalización y crecimiento se transfieran, en defini­tiva, al polo
más fuerte, es dar un impulso drástico y
rápido al despegue y a la forma­ción de un
mercado interno solvente y en expansión.
En otras palabras: no hay manera de defenderse de la absorción del mundo ya
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desarrollado, sino enfrentándolo con otro
mundo en rápida transformación y desarrollo. El capital exterior es indispensable
para obtener este ritmo.
8. El crecimiento, pues, debe ser hacia adentro, no subordinado a las relaciones ex­
ternas. Debe propender a la creación de
unidades nacionales integradas, de mercados na­cionales en desarrollo. Este crecimiento, para que produzca una auténtica
integración, debe ser vertical y horizontal:
vertical en la relación entre industria pesada e industria li­viana, entre agro, minería e industria, como un solo proceso;
horizontal en la distribu­ción armónica de
inversiones, recursos y centros energéticos fabriles a lo largo de todo el territorio
nacional, unido por comunicaciones fluidas. Ambos factores son los únicos que
pueden crear un mercado nacional fuerte
y dinámico, con todas las implicancias so­
ciales, culturales y políticas de esta unidad.
La integración económica en profundidad
y en extensión hizo de Estados Unidos una
nación. Nuestros países serán naciones
cuan­do sus economías cumplan esa doble
integración. Cuando sus economías no estén es­tructuradas hacia afuera, sino hacia
adentro. Cuando sus centros industriales
y los ade­lantos de la civilización y la cultura no acaben en el litoral marítimo, sino se
extiendan a sus vastas extensiones mediterráneas. Cuando la actividad económica
genere homogé­neamente la elevación de
los niveles de vida materiales y culturales
de toda la población.
9.Integración nacional significa que cada
país explote intensivamente sus recursos
naturales; que edifique y proteja su propia
industria, que abra fuentes de trabajo para
su propia población; que deje de importar
lo que puede producir en sus fronteras.
10.La integración racional, el desarrollo prioritario y acelerado, son la base, no el obs-
táculo, de todo esquema de integración
regional y mundial. La suma de unidades
na­cionales integradas fortifica, no debilita, la unidad regional. La fortifica para
integrarse, con solvencia y soberanía,
en el intercambio mundial. En cambio,
la supuesta fuerza que emanaría de una
comunidad regional basada en la división internacional del trabajo en­tre sus
miembros, en la propuesta coordinación
y complementación de sus economías,
so pretexto de economicidad, trasladaría al ámbito regional las desigualdades
que han determinado la crisis del mundo
subdesarrollado en el cuadro de la división internacio­nal del trabajo en escala
mundial. Habría, entre nuestros países,
naciones industriales y naciones agrícolas, con los consiguientes problemas de
la demanda insolvente.
No estamos contra la integración regional expresada por la ALALC. La considera­
mos una tendencia objetiva irreprimible.
Pero hay que programarla de manera que
es­timule el desarrollo integral de cada uno
de sus países miembros en lugar de unilateralizarlos en nombre de una supuesta
complementación regional.
11.El crecimiento económico de cada uno
de nuestros países, con los caracteres
or­gánicos que acabamos de exponer, es
la única solución para la integración de
la econo­mía mundial en la época de la
competencia pacífica y del crecimiento
explosivo de las fuerzas productivas. En
el sector socialista, sus diversos miembros han rechazado toda tentativa de ordenarlos en una comunidad fundada en
la complementación regional. Mu­chos de
ellos han salido a buscar recursos y mercados en el sector capitalista. El impul­so
objetivo de su propio crecimiento y el impulso subjetivo de su conciencia nacional
histórica han sido más fuertes, inclusive,
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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que su disciplina ideológica fundada en el
internacionalismo.
En el sector occidental no hay nación,
grande o pequeña que, restauradas las
heridas de la guerra, no haya emprendido
su propia carrera independiente hacia su
integración nacional. Sólo después de haber recuperado y sobrepasado sus niveles
de anteguerra han marchado a la integración regional, cada una con su economía
autointegrada. El merca­do común europeo
es, para ellas, un instrumento de sus políticas nacionales, no un sus­tituto de ellas.
Europa es fuerte en la medida en que lo
son cada uno de sus Estados.
El mundo de la coexistencia necesita
la presencia de las nuevas nacionalidades in­dependientes de Asia y África y las
repúblicas latinoamericanas en la dinámica de su rápida transición. No es un
problema técnico, que se resuelve con
un digesto aprobado en una conferencia
diplomática, ni con “ayudar” o “tener consideración” a las econo­mías deficitarias
y estancadas del tercer mundo. Es una
necesidad histórica que afecta a toda la
comunidad universal, enfrentada a la inminencia de una integración total en la
era de la paz y de la próxima abundancia
emergente del crecimiento ilimitado de
las fuerzas productivas.
Por eso, sostenemos que la tesis de
Prebisch, bajo una apariencia revolucionaria y al margen de toda buena intención de
su autor, no corresponde al contenido histórico y político de la transición que ha de
operarse inevitablemente en América Latina. La CEPAL se esfuerza por reivindicar
para nuestros países un lugar en una estructura mundial que está desapareciendo, casi con la misma velocidad con que el
hombre explora los se­cretos del cosmos.
En este loable afán, propone paliativos,
medidas y arbitrios muy ra­zonables, pero
que no ahondan en la entraña de los cambios que pretende conducir o instrumentar. Se queda así en una versión corregida
de la división internacional del tra­bajo y
recoge conceptos e ideas sobre cambios
sociales y políticos sacados de la litera­
tura tradicional.
Los procesos de la coyuntura mundial
van más de prisa. Las fuerzas económicas
del mundo desarrollado –capitalista y socialista– tendrán que impulsar el desarrollo vertical y horizontal de las economías
nacionales del tercer mundo, para producir, lo antes posible, la integración económica mundial que exigen sus propias economías en irreprimible expansión. Este
impulso dinámico, verdaderamente revolucionario, no se conforma con mejorar la
posición del mundo subdesarrollado en la
relación de inter­cambio –límite hasta donde llega esencialmente toda la filosofía de
la CEPAL–, sino que necesita transformar
los dos tercios atrasados de la humanidad
en naciones inte­gradas y fuertes, para ensanchar un mercado que ya les queda chico a las fuerzas pro­ductivas combinadas
de Oriente y Occidente.
Esta necesidad universal corre pareja
con la necesidad de los países del llamado
ter­cer mundo de romper, no de mejorar, el
viejo esquema de la división internacional del trabajo, tendiendo a la creación de
naciones de alto nivel técnico y de gran
capacidad de absorción de capitales y tecnología. Esta tendencia de nuestros países
excede en mu­cho las tímidas recomendaciones de la CEPAL y la voluntad de los intereses mundiales que aún no reconocen
ni aceptan las tendencias irreprimibles de
su propio mundo.
La conferencia de Ginebra sobre Comercio y Desarrollo demostró esta falta de
ade­cuación a sus propios intereses, esta
falta de proyección hacia el futuro que to-
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davía ca­racteriza a los círculos dirigentes
de las grandes potencias, incluso las de los
países in­dustriales socialistas. Fenómeno
perfectamente natural en todo el decurso
histórico y que no debe sorprendernos.
Donde fallan los técnicos internacionales y los políticos de la diplomacia, no
fallan, en cambio, las leyes objetivas de la
economía y de la historia ni las urgencias
progre­sistas de los pueblos. Del mismo
modo que la física revela que la diferencia
entre un sa­télite que gira en torno de la
Luna y otro que desciende en ella y retorna al punto de par­tida es sólo cuantitativa,
la experiencia de la historia y de la ciencia
económica contemporáneas señalan que
las mismas fuerzas que operan la concentración de las fuer­zas productivas en
un tercio de la sociedad y dejaron marginados a los dos tercios res­tantes, obran
ahora en el sentido de integrar a estos dos
tercios en el cuadro general del progreso,
pues sin esta integración se traba el mecanismo entero.
Fuente: Rogelio Frigerio, “El camino del desarrollo”,
Clarín, 20 de septiembre de 1964, en Carlos Altamirano,
Bajo el signo de las masas (1943-1973), Biblioteca del
Pensamiento Argentino, tomo VI, Buenos Aires, Emecé,
2007, pp. 238-248.
Biblioteca Nacional
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El nacimiento de Mafalda se produce el 29 de septiembre de 1964, día en que aparece por primera vez
en la revista Primera Plana. Surge así un ícono de la historieta argentina.
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CARTA ABIERTA
AL PRESIDENTE
FRONDIZI
POR ISMAEL VIÑAS
En julio de 1961, el presidente
Arturo Frondizi envía al Congreso
de la Nación la ley de “Defensa
de la democracia”, normativa de
D
ecir que su gobierno se ha convertido
en el más eficaz instrumento de la entrega, comparable al de Justo o al de
Juárez Celman, ya no es decir ninguna novedad, ni en la Argentina, ni en el mundo. La
Argentina ha adquirido, por cierto, una triste
gloria gracias a Ud. Doctor.
Hasta ahora, sin embargo, algo nos quedaba. Si la entrega se iba realizando casi
impunemente, debido en cierta parte a la ineficacia general de la oposición, cuando no a
su complicidad –tal es el caso de los partidos
tradicionales–, el pueblo podía seguir manifestándose en alguna medida. Eso resulta sobre todo imprescindible para apresurar la crisis de esos partidos, para que el pueblo vaya
encontrando nuevos modos de actuar orgánicamente en el terreno político. Y es porque los
factores económicos que se mueven detrás
de su poder aparente saben eso, que se ha
enviado al Congreso la llamada “Ley de defensa de la democracia”. Se pretende mejorar
los instrumentos que acallen la voz popular y
su creciente conciencia de su propia fuerza y
de sus propias posibilidades.
carácter represivo que apunta
contra los partidos de izquierda
y contra la oposición más firme
al gobierno. El envío de esa ley le
sirve a Ismael Viñas como punto
de partida para la publicación de
una “Carta abierta al presidente
Frondizi”, donde el intelectual
hilvana una serie de críticas
y denuncias sobre el gobierno
radical. La carta, que da cuenta
de una posición personal, expresa
también el desencanto de ese
grupo de jóvenes intelectuales
–grupo referenciado en la revista
Contorno– que ya desde 1954
venía trabajando políticamente
con Frondizi.
Por eso mismo, es necesario evitar que
esa ley se apruebe, y lograr una movilización
tal de las fuerzas populares que se logre la
derogación de todo el sistema represivo.
Voy a recordar algunos hechos, para aclarar lo que digo.
El grupo joven que hacia 1954 decidimos
trabajar políticamente con Ud., pensábamos
que a través de esa acción era posible constituir un movimiento que expresara la progresiva radicalización nacionalista de izquierda
que era ya visible en parte de la oposición
al peronismo, particularmente en las clases medias, lo que podía conjugarse con un
proceso similar que se estaba dando en las
clases populares peronistas. Eso podía facilitar una salida oligárquica continuista que
se estaba gestando en los grupos empresarios del peronismo. No es que confiáramos
en Ud. personalmente, ni en los conjuntos de
los cuadros políticos que lo rodeaban –no era
necesario– pero esperábamos que la conjunción de los elementos más populares de
la población pudiera evitar que la salida del
peronismo significara un paso atrás.
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Nos bastaba con que se mantuvieran las
conquistas logradas durante el peronismo, a
fin de evitar el acostumbrado arrasamiento
imperialista que se ha dado en nuestro país
después de todas las crisis mundiales. De Ud.
sólo esperábamos un cierto grado de honestidad personal y el deseo (producto más o menos previsible de su no ocultable ambición) de
pasar a la historia como un presidente popular, de corte nacionalista. Esperábamos que
los cuadros políticos que lo rodeaban cumplieran más o menos semejante papel.
Es decir, que no confiábamos en Ud. sino
en la medida en que se ejerciera la presión de
los acontecimientos, de las masas populares,
de los cuadros políticos y sindicales organizados. Desde un principio intentamos colaborar,
desde adentro, en esa presión.
Nuestros primeros intentos orgánicos en
escala relativamente vasta se dieron después
de la división del radicalismo (antes era imposible por el carácter profundamente reaccionario del balbinismo y del unionismo).
Los primeros planteos tuvieron relativo éxito.
Cada visita en grupo a su casa, lograba arrancarle algunas concesiones, porque Ud., eso
era evidente, necesitaba de nosotros. Ya candidato presidencial, sin embargo ese relativo
control fue desapareciendo; muchos otros
grupos, la mayoría con gran poder financiero,
comenzaron a acercarse a Ud. y a influir, incluso, en algunos de nosotros mismos.
Luego de varios hechos que nos iban
dando la pauta de lo que ocurría, el primer
hecho grave y público fueron las declaraciones de Alsogaray (recientemente ex ministro
de Aramburu), quien afirmó que Ud. le había
manifestado una coincidencia total con sus
planteos económicos libre-cambistas, sólo
que le había aclarado que eso no se podía reconocer públicamente. Eso nos dio la ocasión
para hacerle un nuevo planteo concreto y total, con un arma eficaz en las manos. Ud. (era
en las oficinas de Schmukler en la Diagonal
Sur), nos aseguró que Alsogaray era un vulgar calumniador exhibicionista, que buscaba
prestigiarse atacándolo.
Nos preguntó en tono patético si podíamos dudar de treinta años de vida política
dedicados a la defensa del patrimonio nacional, y nos dio algunas pruebas concretas de lo
que decía, incluso apoyándosenos en contra
del grupo de la revista Qué. Hasta aquí llegaba nuestra confianza y hasta ese límite se la
seguimos otorgando.
Poco después, sin embargo, hizo Ud. sus
famosas declaraciones a la revista Qué sobre
educación privada. Le planteamos una nueva
cuestión, esta más áspera y pública, no por
razones religiosas (coincidíamos con Ud. en
que la cuestión religiosa había que dejarla de
lado o posponerla, en los países coloniales),
sino porque veíamos en sus declaraciones
señales de un peligroso acercamiento a grupos ideológicos que a su vez representan al
capital financiero internacional, y la Iglesia
Católica, en cuanto a organización, es una de
ellos. Ud. entonces nos pidió una entrevista
a realizarse en mi estudio, a fin de revisar
la situación. En esa entrevista no estuvimos
presentes más que seis personas, más Ud. y
su hija Elena. Allí explicó Ud. que la decisión
tomada la había resuelto absolutamente solo,
sin responder a presión de ninguna especie,
y que no lo comprometía absolutamente con
nada ni con nadie. Los demás asistentes (Balbín, Jitrik, Luna, Zavala, Zanoni) admitieron
sus explicaciones. Yo le contesté que el paso
que había Ud. dado significaba la ratificación
para mí, de que Ud. había elegido socios que
iban a terminar siendo sus patrones, y que
desde ese momento adoptaba respecto de su
candidatura una posición de apoyo crítico, ya
que era la única opción que a esa altura de los
hechos quedaba, frente a opciones peores.
Quedé, sí, desde ese momento prácticamente desvinculado de su persona, y dedicado a
tratar de ayudar a fortalecer, dentro y fuera
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de la UCRI, situaciones que pudieran contrabalancear en el futuro su personal acción.
Pero, yo no lo sabía todavía, la corrupción,
aun en nuestras filas, ya había penetrado profundamente. El proceso iba de arriba abajo.
Así como Ud. había sido, hasta el momento
de su precandidatura, sólo un típico abogado de nuestra clase media, vacilante, tal vez
no muy decidido, con débiles relaciones con
algunos círculos de negocios, oscilando continuamente entre acercarse a las clases populares y participar en sus luchas hasta sus
últimas consecuencias y ascender individualmente por medio de pactos y compromisos;
después de ser candidato, Ud. comenzó a relacionarse poco a poco con la gran burguesía
nacional (¿recuerda el caso de “La Bernalesa”,
doctor?), y sus expositores teóricos; Frigerio,
Mario Amadeo, que lo deslumbraban con su
“eficacia” y la seguridad de sus juicios. Esa relación, primero política, fue luego llevándose
al terreno concreto; al principio, se trataba de
“préstamos” para la campaña, luego, de ofrecimientos de negocios para sus amigos, finalmente, de negocios también para Ud. Algo
de eso, en menor escala, ya le había ocurrido
antes; eran las pequeñas debilidades del profesional de clase media. Ya había participado
Ud. en el negocio de la playa “Alfar”, con los
Marchinandiarena y Frigerio, y en los negocios de construcciones y útiles de los Mazar
Barnett y Giralt. Ellos lo introdujeron al mundo financiero, especulando a la vez con su
prestigio político.
En nuestros grupos, a través directamente
de su acción, ese mismo proceder se repetía.
Así fue como alrededor del 15 de mayo,
recién asumido el poder, el doctor Ricardo
Rojo nos solicitó una reunión en nuestra
casa particular, para escuchar “una propuesta” que deseaba hacernos Ramón Prieto, a
quien calificó de “ideólogo del peronismo”.
Nos reunimos unas veinte personas; entre
ellas su secretario Jorge García Domínguez,
Susana Fiorito, María Liceaga, David Jalife, el
mismo Rojo. Invocando extrañas representaciones, Ramón Prieto nos dijo que en breve
plazo se iban a firmar diversos contratos con
las grandes compañías petroleras, sobre el
modelo de la Standard Oil. Y afirmó que su
presencia esa noche se debía a que apoyáramos esos contratos, necesarios para el desarrollo nacional, según expresó. Comenzó
una larga y áspera discusión, en la que varios de los presentes –y debe destacar que
entre ellos estaba Jorge García Domínguez–
manifestamos nuestra intransigencia en esa
materia. Lo que viene aquí al caso es que
la señora de Liceaga manifestó que en los
viajes a los países vecinos que acababa de
hacer con Ud., Ud. personalmente la había
convencido de la necesidad de pasos como
el que en ese momento se nos anunciaba. Y
afirmó dos cosas sintomáticas. Que Ud. había llegado a acuerdos con los empresarios
norteamericanos, y que la participación en
empresas que permitieran grandes ganancias iba a coincidir con el desarrollo nacional en los próximos años. Ante el silencio
de algunos, otros le manifestamos que si lo
que decía era cierto, nosotros estábamos ya
en la oposición, aun cuando participáramos
en cargos del gobierno, y que nos sentíamos
con derecho a realizar la oposición pública
desde nuestros cargos, cualesquiera ellos
fueran, hasta que nos echaran o nos obligaran a renunciar.
Allí comenzó nuestra lucha abierta, que
culminó efectivamente en renuncia al tiempo
más o menos breve. No es hoy el momento
de relatar cómo se dio esa lucha contra la
opinión de todo el mundo, incluso amigos e
incluso partidos de izquierda.
Desde entonces, su gobierno se ha venido transformando poco a poco en una singular pero no inusitada “rosca”; los políticos
se han ido transformando en nuevos ricos, a
través de negocios de todo tipo y clase; los
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militares ligados a su grupo han ido ingresando a los directorios de las compañías filiales de los grandes monopolios internacionales; y los gerentes de esas compañías han
ido ocupando poco a poco lugares claves en
su gobierno.
No se trata de afirmaciones generales,
basadas en una teoría de la historia, sino de
hechos concretos y particulares que vienen
a confirmar esa teoría de la historia en su
anécdota argentina actual.
Algunos ejemplos: el ministro Acevedo es
el personero de la Republic Steel Co. y de la
Thyssen en Acindar, Acindar domina a su vez
a Misipa (concesionaria favorita de Frigerio)
en la que es Director el general Leguizamón
Martínez, Misipa forma parte del mismo grupo Minera Aluminé (concesionaria favorita
también), que a su vez domina la Editorial
Haynes (Presidente del Directorio, el general
Leguizamón Martínez). Y no sólo Acevedo es
ministro de su gobierno, sino que el general
Leguizamón Martínez es primo de la señora
de Belcha Rosso Leguizamón, conocida en la
vida civil como esposa del doctor Juan Ovidio
Zavala, pieza clave en su ministerio.
Doctor, podría seguir este hilo, por ejemplo a través de la señora de Zavala, alto funcionario ella también ¿no es cierto? Podría
seguir refiriéndome a su contorno inmediato. Por ejemplo a su hombre de confianza,
Grancelli Cha, hoy poderoso representante
de empresas extranjeras, o a su sobrino Román Frondizi, hoy instalado con un piso que
le costó un millón de pesos, como “gestor”
de empresas extranjeras.
Podría hablar de los negocios papeleros
de la ex diputada Liceaga, y de su pobre marido y rico empresario.
Podría hablar de los cientos de hombres
jóvenes que Ud. y sus amigos han corrompido. Pero todo esto no sería sino presentarlo
a Ud. como lo que pretende ser; una especie
de Maquiavelo cínico y astuto, que a lo me-
jor está usando métodos retorcidos en lo que
cree el bien de su patria, y vive austeramente,
como lo proponía y lo practicaba el Maquiavelo real. Pero eso sería disfrazar la verdad,
poniéndolo en un plano que no es el que Ud.
merece ocupar siquiera. Por eso, prefiero ir al
otro extremo de la línea y volver a Ud.
¿No es cierto, doctor, que el señor Giralt es socio de los Mazar Barnett, y Ud.
socio de ellos? ¿No es cierto que esa sociedad, dedicada antaño a las construcciones (el señor Giralt es maestro de obra, o
algo así), en escala relativamente pequeña,
ahora se dedica a los grandes negocios del
cemento, en ligazón con el señor Fortabat
(“Loma Negra”) y en relación con el actual
ministro Acevedo? ¿No tiene toda esta gente algunos intereses en la construcción de
caminos? ¿Y Ud. doctor? ¿No es cierto, doctor, que los Mazar Barnett, dueños virtuales de las Universidades Populares, hayan
recibido un jugoso subsidio del Estado? ¿Y
no es singular que el señor Mazar Barnett
aparezca testarudamente en los directorios
de los grandes bancos nacionales, a pesar
de su declarado desconocimiento en materia financiera? Es que, como denunció el
Movimiento político al que pertenezco, nos
encontramos ahora ante una perfecta “rosca”, sí, mi doctor, cuyos tornillos también se
ajustan en el mentado sillón de Rivadavia.
¿O son estos los beneficios de la libre empresa, en concurrencia con el “desarrollo”
de que nos hablaba la señora Liceaga?
Como Ud. ve, doctor Frondizi, no ando tan
descaminado cuando digo que la “Ley de defensa de la democracia” está redactada para
defender tanto los intereses del imperialismo
como los suyos y los de sus amigos, ligados
al imperialismo por algo más concreto que las
simples ideologías. ¿No condena ese proyecto de ley, acaso, como delito subversivo, toda
crítica contra la enseñanza privada, tan bien
representada en las Universidades Populares?
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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negocios, en el cándido lenguaje que tan bien
empleaba míster Foster Dulles!
Entonces estaremos hablando cada cual
su propio lenguaje, y el paraíso de la libre empresa no tendrá que recurrir a la mala literatura. Al menos, como lo reclaman algunos de
sus propios amigos, no estará Ud. haciendo
el ridículo.
Fuente: Ismael Viñas, “Carta abierta al presidente Frondizi”, en Marcha, año XXIII, N° 1073, Montevideo, Uruguay,
1º de septiembre de 1961.
Gentileza Roberto Baschetti
¿No condena toda discrepancia con la libre empresa? Como en los bloques de senadores y diputados también hay buenos negociantes de esta hora, no dudo que esta Ley, u
otra parecida (una variante dulcificada por el
benemérito libreempresista doctor Soler, por
ejemplo, a quien los senadores han llamado
en consulta) será aprobada.
Sus intereses y los de sus socios amigos,
cogobernantes y representantes de los amos
norteamericanos, estarán bien protegidos,
doctor. ¡Pero dejémonos entonces de grandes frases sobre la democracia, Occidente y
todo lo demás, y hablemos finalmente de los
Diario La Prensa del 30 de octubre de 1961. Ese día se convoca a una huelga de ferroviarios por tiempo indeterminado en respuesta al Plan Larkin, un programa de racionalización de la red ferroviaria
argentina puesto en marcha durante el gobierno de Arturo Frondizi.
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En una narración capaz de imbricar la reflexión política con las formas
del decir popular, el ferroviario y escritor Juan Carlos Cena expone –en el
extracto de su libro El guardapalabras (Memorias de un ferroviario) que se
ofrece aquí– los inicios de la militarización de la sociedad argentina por medio del Plan Conintes, así como las formas de solidaridad que se le oponen
y en las que parecen despuntar nuevos modos de reunirse que atraviesan
sagitalmente las identidades políticas y sociales preexistentes.
El Plan Conintes
(Plan de Conmoción Interna)
Julio Marsó era flaco, nervioso, tenía una voz como la de Edmundo Rivero.
Al principio, cuando llegó a Córdoba desterrado por la empresa, no hablaba
mucho. Bichamos que miraba, preguntaba, se iba acomodando. Sus compañeros de sección decían que era muy buen tornero. A la hora del mate, leía. No
quería que lo vinieran a ver sus camaradas en las horas de trabajo; siempre fue
así, tenía una actitud muy definida: había que trabajar, y bien.
Me lo presentaron en una reunión, y de entrada nomás hubo enganche.
Daba la mano con ganas, no como esos que te la extienden colgando, como un
pescado frío. Me dio la impresión que sabía todo de mí, y yo de él, sólo sus mentas.
Desde que había llegado Julio, los bichos estaban cambiando. Se arrimaban más a nosotros. Dejaban ese gesto adusto y desconfiado que tenían hacia
los peronistas. De pronto hubo más fluidez, más confianza. Antes, ellos habían
preferido aliarse con los radicales, no con nosotros.
En una oportunidad pidieron hablar conmigo en forma reservada.
–Mirá, Negro –me dijeron–, acá se viene la pesada, y los peronistas van a
ser los primeros, sobre todo los que estén vinculados con la Resistencia.
Me lo largaron así, sin precalentamiento, y esperaron mi reacción. Les dije:
–Qué saben ustedes si yo estoy o no estoy en el Comando de Resistencia.
Estas cosas son secretas, ¿ah? ¡Batime, varón!
–Nosotros sabemos. Es nuestra obligación alertarte. Vos hacé lo mismo con
tus compañeros. Hay que ayudarse entre compañeros de laburo, se piense como
se piense. Tomalo en cuenta y alertalos.
Los miré con una insolencia cargada de soberbia y, con una ingenuidad
política supina, les contesté:
–¡Qué nos van a hacer, no nos han podido nunca! Somos mayoría. Les
agradezco mucho, compañeros.
Mi gesto partía de la impotencia. Posaba de macho para demostrar algo
que nadie me había pedido: que no arrugara. Después de hacerme el bravucón
rajé a avisarles a mis compañeros. Ellos fueron tan irresponsables como yo.
Contestaron a coro:
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–Somos intocables, la mayoría del país, no se van a atrever. Hay un acuerdo con el Pocho. No jodás, Negro, vos sos muy amigo de los bichos colorados y
te llenan la croqueta.
Eso de la mayoría imbatible ya no se sostenía. Nos venían dando duro,
pero más duro era nuestro razonamiento. A pesar de las movilizaciones, las
elecciones, el salario salteado y otras experiencias como la de la Resistencia
–que fue negativa en algunos casos y más o menos positiva en otros–, uno no
cambiaba así de rápido. Pasaron los días y los compañeros seguían diciendo
lo mismo y más:
–El movimiento obrero es peronista, Negro, no jodás con boludeces. Es
como si no creyeras en el movimiento peronista.
–El flaco Frondizi no se va a echar a los trabajadores encima. Son todos
amagues para negociar.
Uno hasta me cargó:
–Negro, qué boludo sos, todo te creés, todo, y tan luego a los bichos. Serán
buenos tipos pero exageran, desconfían de todo, es como una enfermedad, tienen una persecuta del carajo.
Yo intentaba defender mi punto de vista, pero era inútil. Les decía que
leyeran los diarios, que vieran cómo los estaban apretando también a los bichos,
cómo estaban apretando a todo el mundo, especialmente a los trabajadores.
–No jodás más.
Con mis dudas a cuestas pero más cerca de la versión de los bichos,
fui a comentarle al viejo, quien después de rumiar básicamente estuvo de
acuerdo.
–A Frondizi le importa un carajo la clase obrera, la peronista o la otra.
Hay traidores que se han hecho desarrollistas, y el peronismo ya no es uno solo.
Está el nuestro y el de los mentirosos, burócratas, traidores y alcahuetes. Esa es
una raza que tiene cría, crece y se reproduce. Nos delatarán si es preciso. Corre
mucha guita. Lo que te dijeron los del PC, tomalo en cuenta.
A mediados de 1960 se implantó el Plan Conintes, lo que terminó por
darles la razón.
El decreto decía “para combatir al terrorismo…”, y seguía: “…Los procesados serán juzgados por la justicia militar”. Todo el texto tenía el mismo tono
amenazador. Se subordinaban las policías provinciales a los comandos militares. Otros decretos ampliaban y aclaraban las penas, los códigos de justicia
militar y toda la artillería que venía de la época de Perón. Todo difundido con
una publicidad inusual.
El Porfirio recomendó secamente:
–Limpiá la casa.
Era casi una orden.
Yo tenía panfletos y papeles del color que uno buscara. Hice una fogata en
el gallinero, donde estaba el pozo de la basura.
En el taller, los bichos volvieron a advertirnos que éramos los primeros de
la lista.
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–Cuídense, después seguirán con nosotros y con otros más tarde, pero todo
viene apuntando a ustedes, estén alerta.
Yo me preguntaba a quién iba a comentarle eso si los del Partido Peronista
no me daban bola, ni yo a ellos. Mientras tanto, seguía con el teatro y el cine
club. Ahora con el cine italiano de Antonioni, Visconti, Carlo Ponti y otros
ilustres. Me entretenía y estudiaba. Estaba preocupado porque no había entendido la película de Resnais, Hace un año en Marienbad. Seguía viviendo en
Guiñazú, adonde todavía no había llegado la luz eléctrica. Frente a mi casa,
que quedaba sobre la ruta 9, se había instalado la primera farmacia.
En esa villa de tanos, gallegos y criollos, nos conocíamos todos. Nadie escapaba a las lenguas. Una noche, mi hermano Luis estaba en la farmacia
con Doña Filomena Argüello, vecina de tapial por medio que era como una
segunda madre pero para el encubrimiento, en especial con mi hermano. Era,
también, la pinchanalgas del pueblo. Se la veía con su cajita de jeringas por
cualquier rincón de Guiñazú. Su marido era enfermero del Liceo General Paz,
así que la medicina de primera mano, en ese pueblo sin médico, corría por
parte de ellos.
Dentro de la farmacia habían prendido los dos soles de noche porque se había hecho tarde. La luz proyectaba hacia afuera las sombras de los clientes que
se corrían de un lado a otro, que se cruzaban gesticulando y parecían muñecos
de un teatro de sombras. Entraron unos milicos armados, con toda la pilcha de
ir a la guerra. No se los veía así desde el 55, cuando estaban acampados en el
monte de los Benavídez. Encararon al farmacéutico y, sin mucho preámbulo,
le preguntaron por la familia Cena.
El galeno miró a mi hermano. Luis, en un movimiento simultáneo con
Doña Filo, se soltó de la mano de ella y empezó a recular despacio. Salió pisando las sombras que ahora estaban inmóviles. Afuera estaba la milicada, pero al
ver un pibe de 15 años ni le prestaron atención.
El farmacéutico, como disculpándose, contestó que era nuevo en el pueblo,
que no conocía a nadie porque recién se estaba instalando.
–¿Quién los conoce? –preguntó el milico.
Los vecinos miraron para otro lado. Doña Filo miraba los estantes de remedios haciéndose la cegatona, tanteando frasquitos, como si no entendiera. Ella,
una enfermera rural, casi médica.
El farmacéutico, como queriendo demorarlos, preguntó a su vez:
–¿Pasa algo, señor? –No sabía el grado de los milicos.
–No, vengo a ver a esta familia, nada más.
–¿Por qué no pregunta en la comisaría? Ahí le van a informar.
Apuntó con el dedo a la oscuridad de la calle, indicando la dirección. La
comisaría estaba enfrente y casa de por medio, la mía. El comisario a cargo
era Don García, “el León de Francia”, compañero de taba, truco, asados y
parrandas de mi viejo. Al final los guió hasta mi casa. ¿Qué habrá pensado
en esos pocos metros? Este hombre era parte del paisaje de Guiñazú. Era el
comisario ideal.
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Llegaron a mi casa. Golpearon el portón de chapa que daba a la galería.
Salió mi hermana Isabel y se encontró con toda la tropa en la puerta. Luis ya
había dado el grito de alarma y nadie estaba sorprendido.
–¿Qué desean? –preguntó mi hermana haciéndose la gila.
El milico se presentó y enseñó una orden de allanamiento. Pidió permiso y
entró sin esperar contestación. Saludó a mis viejos, distribuyó a los soldados y
comenzó con la requisa y las preguntas: que qué sabían de mi paradero y actividades, amigos, reuniones…
Mi vieja tenía un baúl con ropa y recuerdos que traía arrastrando desde
Marruecos. Adentro había un par de zapatillas árabes bordadas, puntiagudas
y muy hermosas, de color oro y rojo, como las de Aladino, unos gobelinos con
camellos en un oasis y tafetán marroquí. Ahí ella había escondido mi carné del
Comando de Resistencia, con mi número y mi nombre en clave, que yo creía
que se había perdido. Los milicos lo encontraron y también unos panfletos de
los que yo no había tirado. Dedujeron una conexión entre peronistas, comunistas y algunos radicales de la tendencia de Don Santiago H. del Castillo. Dieron
vuelta la casa buscando más. Afuera los vecinos, con lámparas, linternas y
faroles, tejieron mil versiones de por qué los militares estaban en casa de Don
Porfirio. Algo sospechaban, porque sabían que éramos peronistas. Los milicos
no dejaron entrar a nadie ni dieron explicaciones.
Adentro estaban mis viejos, mi hermana Isabel y Yolanda, la heroína de
la noche. Yolanda vivía con nosotros y ayudaba a mi madre, que era asmática, con los quehaceres pesados de la casa. Aquella noche, ni bien vio entrar a
los milicos, lo primero que hizo fue dirigirse a la repisa donde colgaban unos
helechos trabajosamente cuidados por mi vieja y meterse el cuaderno donde yo
anotaba direcciones, citas, actividades entre los calzones. Después se sentó y no
se movió más, para disgusto de mi vieja que la veía poco atenta o comedida con
los militares. Mi vieja creía que siendo amable la cosa cambiaba, se suavizaba.
El milico que revisaba era suave, pero miró hasta el paladar del perro.
Al tiempo, le pregunté a Yolanda por qué había guardado aquel cuaderno,
qué sabía de él.
–Me latió que era importante. Vos lo leías y lo guardabas los fines de semana. Cuando los vi entrar algo me dijo “guardá el cuaderno”. Cuando se fueron
lo revolié por el tapial para lo de Doña Filo. Al otro día, cuando ella lo vio, lo
guardó para devolvértelo a vos.
–No –repuse–. Le mandé decir que lo quemara.
Todos en algún momento me reprocharon el descuido: mi vieja, Doña Filo,
mi viejo, Yolanda… Tenían razón.
En el momento del allanamiento mi viejo estaba ciego, la diabetes lo tenía
mal. Se mantuvo silencioso, con la mirada fija. Los milicos hicieron un paquete
con lo que encontraron; el carné fue la perla. Terminada la requisa, vinieron
las preguntas.
Al Porfirio le preguntaron por sus hijos y él contestó que hacía tiempo no
los veía. El milico no le creyó; volvió a preguntar y recibió la misma respuesta.
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Pretendieron apretarlo, intimidar a la vieja, pero él ni se mosqueó. Le pusieron
un saco y se lo llevaron. Dentro del jeep, volvieron a apretarlo.
Lo paseaban por la oscuridad de los callejones que circundaban las fincas.
–¿Vio a sus hijos?
–No.
–Cómo que no los ve…
–Hace mucho que no los veo. Estoy ciego. Ojalá los pudiera ver.
Los milicos se quedaron silenciosos. Él siguió:
–No sé dónde están, y si lo supiera no se los diría. No pierdan el tiempo
conmigo porque yo ya estoy jugado. ¿Ustedes delatarían a sus viejos o a sus hijos?
¿Ustedes qué harían?
Los milicos pararon el jeep. Deliberaron y resolvieron llevarlo de vuelta a casa.
A todo esto, la casa y la ruta ya estaban inundadas de vecinos con lámparas
de kerosén en las manos. Una sola sombra manchaba el asfalto, una sombra
compacta de gente.
Al viejo lo dejaron en la vereda. El vecindario lo rodeó y, muy despacio, lo
condujo hasta la punta de la galería. El primero que lo sintió fue el Negro Tom,
el perro, que le hizo fiesta. Mi hermano se había esfumado. Alcanzó a avisar y
saltó el tapial por el gallinero. Tenía 15 años.
Yo ignoraba todo. Ese día habíamos ido a ver Hiroshima mon amour con
el grupo de teatro al cine Cervantes. Desde que había hablado con Julio Marsó,
no le había dado mucha bola al Conintes. A la salida del cine, vi la figura inmensa del Gordo Scavuzzo con otros compañeros del taller. Prácticamente me
suspendieron en el aire para separarme de los del grupo de teatro. Me bajaron
sobre la vereda y me contaron lo que había pasado sin preámbulos.
–Negro, te allanaron la casa.
Creo que lo primero que dije fue “puta madre”. Lo primero que me vino a
la cabeza fue: los bichos tenían razón. Los compañeros me dijeron, además, que
se habían llevado a mi viejo por la aplicación del Plan Conintes. Yo pensé con
angustia que él justo ahora estaba tan jodido. No me podía sacar de la cabeza
el rostro del Porfirio. Me quedé medio paralizado.
Aparecieron otros compañeros del PC y los del grupo de teatro ya me habían rodeado también. Yo escuchaba y no podía creer que me buscaran los
milicos. Me contaron que los compañeros del taller y los de teatro se miraban
de costado. El Conintes los hizo amigos.
–¡Basta de hacer bandera! –tronó el Gordo Scavuzzo–. Vos tenés que guardarte, no podés volver a tu casa.
–Nosotros te guardamos –dijo uno– hasta ver qué pasa y qué se hace.
Llegaron otros que me dieron la noticia de que mi viejo ya estaba libre.
Los compañeros del PC me habían estado buscando desde temprano. Sabían
de los operativos que se iban a iniciar ese día en forma simultánea. Habían
apostado compañeros en la ruta 9 para detenerme antes de que llegara a casa.
Por esa época, yo andaba en motoneta. Me dijeron que había dos abogados de
ellos en mi casa. Yo seguía aturdido. Sentía que a mi alrededor hablaban, pero
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dentro de mí había un aluvión, removía todo. Como para que no quedaran
dudas, estos compañeros se expresaban con firmeza:
–Tienen razón, vos no podés regresar. Tenés captura, tu casa debe estar
vigilada y los vecinos también.
Nos fuimos. Mi cabeza continuaba siendo un revoltijo pero algo quedó
prendido: captura. Dijeron captura. Me llegó el turno.
Tenía razón mi viejo, y los compañeros me habían alertado. Los que no teníamos razón éramos los de la mayoría respetada. Habían tocado a mi puerta.
–Es su turno.
–¿A mí me habla?
–Sí, a usted.
–Así, de repente, sin avisar…
–Usted sabía.
Y ese fue el principio, una bisagra en mi vida de ese momento, casi una
fractura. Aún no lo sabía bien, pero el desencanto que venía anidando hacía
tiempo estaba despertando, presagiaba una tormenta. A partir de aquí hubo
un antes y un después. Pasé la noche recordando, haciendo un repaso. Era mi
noche, esa noche. Había que esperar el alba.
Al día siguiente me presenté en el taller como habíamos convenido con los
compañeros. Siempre entraba por el portón norte, pero esa vez lo hice por el sur,
acompañado por ellos. Entré sin novedad, en medio del resto. Pedí hablar con
el jefe pero no había llegado. Me atendió el sustituto. Le manifesté que mi viejo
estaba enfermo y que precisaba unos días de licencia sin goce de sueldo. No me
contestó. Me hizo una seña para que entrara al despacho. Cerró la puerta y me
invitó a sentarme. Abrió el cajón de su escritorio y me extendió un panfleto del
PC que denunciaba los allanamientos, con los nombres de todos los ferroviarios
que habían sufrido la represión. Todos los allí nombrados éramos peronistas.
No supe qué decir. Él sí.
–Hacé una nota solicitando licencia con fecha atrasada.
Me alcanzó papel y lapicera, me dictó.
Pensar que ese tipo me había tenido a los saltos. Católico ferviente –no
peronista–, me daba una mano.
–Cuidate –recomendó–. No me mientas más. Cuidate –repitió–. Si lo ves,
saludos a tu viejo.
Yo iba a cumplir 23 años. Estaba de nuevo en crisis y solo, absolutamente
solo. Afuera de mi cuero, mis compañeros, que eran de fierro. Había ocurrido
otra vez. Era otro parto pero no como en la colimba, aquí la partera era la
represión. Y el desencanto.
Cuando salí del taller, los mismos compañeros estaban ahí, junto con otros.
Me comunicaron quiénes eran los detenidos. En el taller, uno solo de la sección
Calderería. A los otros los habían ido a buscar pero no los habían encontrado.
El Loco Alderete, me dije, se lo llevaron al Loco. Mientras conversábamos, me
repetía: ¿Y ahora?, ¿dónde voy a ir?, ¿qué estructura política me protege? Dónde
estaban la mayoría, la columna vertebral, la solidaridad partidaria. La ayuda
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venía de otro lado. Dónde estaban los peronistas de la primera hora. Cuando
estaba en el portón iban pasando y pasando, haciendo como que leían La
Voz del Interior en la penumbra. ¿Qué fue: indiferencia, miedo? La soledad
es grave, la soledad política mucho más. Es verte solo, pero bien solo, como si
hubieras pedaleado en balde por una idea, una causa, por los que pasaban
rumbo al laburo sin darte bolilla. Ayer te palmeaban, “bien, pibe, así se hace,
qué huevos tenés…”.
Me sentía descuereado, en carne viva, sin ninguna protección, sin siquiera
un pellejito. Me repetía que había sido un boludo, un soberbio. Me condenaba
yo mismo.
–Vamos al bar de enfrente –dijeron los compañeros tomándome del brazo.
En medio del café con leche con tortillas de grasa, los del PC me dijeron con
buen tono, ofreciendo, que ellos me guardaban hasta que los míos se organizaran. Esperaron respuesta y, como no la hubo, siguieron:
–Vas a tener que observar reglas muy estrictas. Nunca nadie debe saber
dónde estuviste. Ni tus viejos. Pueden cometer una imprudencia sin querer.
Ellos me vendrían a ver todos los días. Iba a recibir noticias de mi familia
y ellos de mí. Sin cartas, sin nada escrito, todo verbal. A la novia, los saludos y
que espere, porque esto recién empieza.
Se fueron. Los ferroviarios entraron tarde al taller. Yo salí rumbo al
aguantadero.
Como a los quince días, me cambiaron de lugar. Sin avisar, imprevistamente, me mudaron a una casa con una inmensa biblioteca y una recomendación: podía tomar el libro que quisiera, pero cuando terminara de leerlo
debía ponerlo en su lugar. Ahí estaban todos, no faltaba ni uno: Vladimir,
Carlos, Federico, un argentino gordito de nombre Vittorio, otro que se llamaba
Rodolfo, Mao con su verruga en la pera y cara de boliviano inteligente, el que
le había dado de comer a 600 millones de chinos.
Empecé a conocerlos en forma no muy ordenada. Leía con sed y a tragos
largos, sin esperar la decantación. Me impactó mucho La madre, de Gorki.
Comprendí por qué los compañeros leían en silencio, en la semioscuridad,
como ocultando.
A los pocos días me sacaron de nuevo. Me reuní con mi hermano y luego,
en ese mismo lugar, con mis viejos. Qué manera de moquear. Nos tocábamos.
El viejo sobre todo, por la ceguera, me tocaba la cara angustiado e impotente.
Los compañeros que nos atendían –y a los que yo no conocía– nos dejaron solos.
Arrimaron una torta, unas cervezas y algo caliente para mi viejo. Mi hermano
estaba feliz, vivía una aventura. Me contaba riéndose cómo le habían ladrado
los perros del barrio el día aquel que saltó la tapia después de avisar.
A los viejos los habían ido a recoger temprano. Los pasearon de lo lindo. Al
final los hicieron entrar a un hospital por una puerta y los sacaron por otra, en
otro auto. Cuando estuvimos juntos, el Porfirio no dejaba de preguntarme por
los compañeros peronistas del partido. No le dije la verdad en ese momento. Lo
tranquilicé, le aseguré que estábamos bien, que no nos iba a pasar nada. Al
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tiempo, cuando regresé, le conté todo. Una sombra le oscureció las facciones. No
dijo nada, pero seguro que su amargura fue muy grande.
Todavía guardado yo salía a tomar aire, a estirar las piernas junto a un
grupo de compañeros. Había desarrollado una estrategia antidepresiva. A decir
verdad, no conozco la depresión. Cada uno es como es. Caminar por barrio
Yofre con esa inmensa arboleda era un placer, a pesar de todo.
La soledad política puede tener efectos mortales. Para algunos, sobrevivir
fue rajarse para siempre de la actividad. Otros tomaban la situación como un
accidente de tantos y se sobreponían. Pero, ¿si no hubiera sido por estos compañeros del PC, dónde estaría mi alma? No sé si hubiera podido sobreponerme.
La solidaridad de ellos fue una enseñanza. Jamás me pasaron la factura ni
me condicionaron. Sí sentí que ellos le disputaban el compañero al enemigo.
Y no fui el único, porque varios peronistas nos salvamos por esos compañeros a
los que descalificábamos. Hubo fachos que nos reprocharon haber aceptado el
refugio de los bichos colorados.
Hubo casi dos mil detenciones. Les tocó a algunos de arriba, pero los
arrestados de abajo aguantaron la represión más dura. El golpe le dio resultado a Frondizi. La desmoralización y el desaliento adormecieron los entusiasmos. El Conintes apuntó a la dirigencia gremial capaz de mover seccionales.
Rosario fue una de las más castigadas. La paz de los fierros duró hasta fines
de 1960. Por primera vez, las fuerzas policiales de todo el país fueron subordinadas a las Fuerzas Armadas, que dividieron el territorio en zonas donde
establecieron Consejos de Guerra Especiales para juzgar a los detenidos por
la justicia militar. Y ese era un gobierno civil que había subido por los votos
de los que ahora reprimía.
En el plano ideológico, los militantes peronistas se encontraban con que
no podían discutir o criticar al desarrollismo ni debatir acerca de la lucha
de clases. Todo se redujo a una cuestión de lealtad a Perón y esto debilitó las
discusiones ideológicas. Cooke fue una voz solitaria. Su posición frente a Cuba
y al Tercer Mundo y la frialdad y ambigüedad con que Perón recibía sus sugerencias lo fueron dejando en una situación de debilidad. En el 61, el Comando
Nacional Peronista era casi un sello. Triunfante el Plan Conintes, muchos activistas abandonaron o transaron con el aparato formal del movimiento. Las
ideas de Cooke fueron tomadas por un sector de la juventud.
Fuente: Juan Carlos Cena, El guardapalabras (Memorias de un ferroviario), Buenos Aires, La Rosa Blindada, 1998,
pp. 137-144.
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“Roberto Arlt, yo mismo”. Así se titula el discurso que Oscar Masotta
brinda en el Salón “Arte y Ciencias” con motivo de la presentación de su
libro Sexo y traición en Roberto Arlt en febrero de 1965. Incluido luego
en Conciencia y estructura (1968), el discurso articula un relato autobiográfico de pasaje, donde el autor narra cómo sucumbe ante el despliegue
de aquellas estructuras simbólicas y prejuicios de clase que en sus escritos previos denunciaba como propios de la “pequeña burguesía”. En su
periplo intelectual, representativo de una fracción del campo cultural argentino de los años sesenta, este texto media entre la influencia sartreana
y el psicoanálisis lacaniano, que tuvo en Masotta a uno de sus primeros y
principales exponentes en la Argentina. Yo he escrito este libro, que ahora Jorge Álvarez publica bajo el título de
Sexo y traición en Roberto Arlt (título comercialmente atractivo, elegido
ex profeso; pero también el más sencillamente descriptivo de su contenido),
hace ocho años atrás. Y cuando Álvarez me invitó a que presentara yo mismo
mi propio libro, me sentía ya lo suficientemente alejado de él y pensé que
podría hacerlo. Pensé en ese tiempo transcurrido, esa distancia que tal vez
me permitiría una cierta objetividad para juzgar(me); pensé que el tiempo
transcurrido había convertido mi propio libro en un “extraño” para mí mismo. No era totalmente así.
Pero en el hecho de tener que ser yo mismo quien ha de presentar mi propio
libro, hay una situación paradojal de la que debiera, al menos, sacar provecho.
En primer lugar podría preguntarme por lo ocurrido entre 1958 y 1965; o
bien, y ya que fui yo quien escribió aquel libro, ¿qué ha pasado en mí durante
y a lo largo del transcurso de ese tiempo? En segundo lugar podría reflexionar
sobre las causas que hicieron que durante ese tiempo yo escribiera bastante poco.
Y en tercer lugar, y si es cierto que los productos de la actividad individual no
se separan de la persona, podría hacerme esta pregunta: ¿quién era yo, entonces,
cuando escribí ese libro?; y también: ¿qué pienso yo en el fondo y de verdad
sobre ese libro?
Mi juicio sobre mi propio libro: yo diría que se trata de un libro relativamente bueno. Relativamente: es decir, con respecto a los otros libros escritos
sobre Arlt. Es que son malos. Pero los juicios de valor, a este nivel, no son
interesantes…
¿Pero volvería yo a escribir ese libro, ahora, si no estuviera ya escrito? Bien,
creo que no podría hacerlo. Entre otras cosas, porque hoy soy un poco menos
ignorante que entonces, más cauteloso. Y seguramente: una cierta indigencia
cultural, de formación, con respecto a los instrumentos intelectuales que realmente manejaba, estoy seguro, fueron entonces el motor que no sólo me impulsó
a planear el libro, sino que me permitió escribirlo. Pero no es que no esté de
acuerdo con lo que hoy acepto publicar. Y además, también estoy seguro, de no
haber escrito aquel libro, y de escribirlo hoy, no escribiría un libro mejor.
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Pero me pongo en el lugar de ustedes que me están escuchando. ¿Sobre qué
estoy hablando? O bien: ¿de qué me estoy confesando? Pues bien: de nada.
Si acepto publicar un libro que escribí hace varios años atrás es porque ese
libro es bueno, para mí. Y lo es porque a mi entender cumple con el requisito
sin el cual no hay crítica en literatura: acompaña las intuiciones del autor y
trata de explicitarlas, a otro nivel y con otro lenguaje. Pero debo decirlo: cuando escribí el libro yo no era un apasionado de Arlt sino de Sartre. Y habiendo
leído a Sartre no solamente no era difícil encontrar lo fundamental de las
intuiciones de Arlt (o mejor: de esa única intuición que define y constituye su
obra), sino que era imposible no hacerlo. Lean ustedes el Saint Genet de Sartre
y lean después El juguete rabioso. El punto crítico, culminante, de esa novela
que tengo por un gran libro, es el final. Después de leer a Sartre no era difícil
encontrar el sentido de ese final, tan aparentemente sorprendente. ¿Por qué
Astier se convertía tan repentinamente en un delator? En fin, yo diría, mi libro
sobre Arlt ya estaba escrito. Y en un sentido yo no fui esencial a su escritura:
cualquiera que hubiera leído a Sartre podría haber escrito ese libro.
Pero al revés, la factura del libro, su escritura, me depararía algunas sorpresas. Entre la programación del libro y el libro como resultado, no todo estaba en
Sartre. Y lo que no estaba en Sartre estaba en mí. No en mi “talento” (no hablo
de eso): me refiero a las tensiones que viniendo de la sociedad operaban sobre
mí a la vez que no se diferenciaban de mí, y de cuya conciencia (una cierta
incompleta conciencia) extraje, creo, esa certeza que me acompaña desde hace
más de quince años. Que, efectivamente, tengo algo que decir. Escribir el libro
me ayudó, textualmente, a descubrir el sentido de la existencia de la clase a la
que pertenecía, la clase media. Una banalidad. Pero esa banalidad me había
acompañado desde mi nacimiento. Pensando sobre Arlt descubría el sentido
de mis conductas actuales y de mis conductas pasadas: que dura y crudamente
habían estado determinadas por mi origen social. Y uso la palabra “determinación” en sentido restringido pero fuerte.
¿El “mensaje” de Arlt? Bien, y exactamente: que en el hombre de la clase
media hay un delator en potencia, que en sus conductas late la posibilidad
de la delación. Es decir: que desde el punto de vista de las exigencias lógicas
de coherencia, que pesan sobre toda conducta, existe algo así como un tipo de
conducta privilegiada, a la vez por su sentido y por ser la más coherente para
cada grupo social, y que si ese grupo es la clase media, esa conducta no será sino
la conducta de delación. Actuar es vehicular ciertos sistemas inconscientes que
actúan en uno, y que están inscriptos en uno al nivel del cuerpo y la conducta,
sobre ciertos carriles fijados por la sociedad. Actuar es, a cada momento, a cada
instante de nuestra vida, como tener que resolver un problema de lógica. En
cuanto a los términos de ese problema: están dos veces a la vista (aunque no
para quienes lo soportan), son dos “observables”. Por un lado la sociedad nos
enseña, y por otro lado estamos llamados, solicitados, constreñidos, todo a la
vez, a resolver cuestiones que el medio social nos plantea. Solamente que esas
cuestiones difícilmente pueden ser resueltas en la perspectiva de lo que se nos ha
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enseñado, de lo que ha sido sellado en nosotros por la sociedad; y la relación
que va de uno a otro término, en sociedades enfermas como las nuestras, es una
relación absurda (habría que precisar qué se entiende por esto) o directamente
contradictoria. Pero como la capacidad lógica del hombre es infinita, siempre
es posible resolver problemas imposibles: hay gente que lo hace. Son los enfermos
mentales. En este sentido la enfermedad mental es absolutamente lo contrario
a lo que una literatura envejecida, burguesa, nos ha querido hacer entender. Es
exactamente lo opuesto a la incoherencia. Es más bien la puesta en práctica de
la máxima existencia de lógica y razón.
En este sentido digo, entonces, que la delación –y Arlt tiene razón– no
constituye sino el tipo lógico de acto preferencial, en cuanto a la coherencia
que arrastra, para conductas individuales determinadas por un preciso grupo
social. Y solamente habría que hacer esta salvedad. Que cuando hablamos de
lógica y coherencia aquí nos referimos menos a una lógica pensada por el individuo que se enferma, que a una lógica que –no hay otro modo de decirlo– se
piensa en el enfermo mental. Y en cuanto a la relación entre conducta mórbida y conducta de delación: la tesis es de Arlt. Y es profundamente verdadera.
Pero esto no significa moralizar; y lo que se quiere decir no es que un delator “no es más” que un enfermo mental. Sino exactamente al revés, contramoralizar, puesto que lo que Arlt denuncia es a la sociedad que produce delatores.
En cuanto a la conexión entre lógica y coherencia por un lado, y enfermedad
mental o delación por el otro, es cierto que necesitaría una larga explicación.
Pero esa explicación existe, no es difícil, es cierta, y yo no hago metáforas. Pero
relean ustedes a Arlt. Él, como novelista, tenía en cambio que usar metáforas.
¿No recuerdan ustedes aquellas que en sus novelas se refieren a esa necesidad
“geométrica”, “matemática” o propia del “cálculo infinitesimal”, que el que
humilla descubre como en negativo, y en el corazón del acto, en el momento
mismo que lo planea, o un instante antes de su realización?
Después de estas breves reflexiones se justifica tal vez un poco más que hable
de mí. ¿Quién era yo cuando escribí ese libro? O para forzar la sintaxis: ¿qué
había de aparecer en aquel libro de lo que era yo?
Pueden ustedes reírse: pero ya entonces, en 1957, estaba yo un poco loco. Es
decir, que pesaban sobre mí un conjunto de estructuras, un pasado, que se contradecían, las que yo intentaba estúpida e inconscientemente resolver. Es cierto,
no lo sé todo sobre mí mismo, y no entiendo del todo el sentido de aquel modo
de resolver mis contradicciones que fue para aquel entonces escribir sobre Arlt.
Pero de cualquier modo no carezco de una cierta conciencia aguda de algunos
de los términos contradictorios. Pensemos por ejemplo en el “estilo”, en la prosa
de mi libro. Ya he dicho que al nivel de las ideas del libro estaba fuertemente
influenciado por Sartre. Ahora bien, en lo que hace a la prosa, la influencia
viene de Merleau-Ponty.
Yo había leído entonces todo lo que Merleau-Ponty había escrito, y me fascinaba ese estilo elegante, esa prosa consciente de su cadencia y de su ritmo, esa
sobre o infraconciencia del desenvolvimiento temporal de las palabras, ese gusto
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por el “tono” o por la “voz”, esas insistencias de un fraseo a veces monotemático
que entiende investigar las ideas acariciando las palabras. Amaba entonces esa
prosa. En mi libro sobre Arlt intentaba esa prosa, me esforzaba por establecerme en ella, o en que ella se estableciera en mí. Quiero decir: que la imitaba.
Y esto no es malo en sí mismo, ni me ocasiona hoy problemas de conciencia,
puesto que imitar una prosa es la mejor manera de apresar desde adentro el
pensamiento del autor, o como dice el mismo Merleau-Ponty, aprender a pensar
lo informulado por el pensamiento, ese lugar todavía vacío hacia el que toda
formulación tiende y que es el verdadero “objeto” del pensamiento. No, lo malo
estaba en otra cosa. Piensen: una prosa que, como la de Merleau-Ponty, se basa
sobre todo en el tono, en la “altura” de la voz, no es sino la prosa de un refinado.
Supone un alto grado de cultura, la inscripción en una tradición cultural precisa, es decir, otros tipos de prosa pertenecientes a escritores lejanos y cercanos en
el tiempo, con los que ella misma forma sistema, oponiéndose y diferenciándose
de unas, semejándose a otras. Una prosa de refinado: una prosa de “tonos”. Y
se podría pensar en una analogía con la lengua china. Efectivamente: en las
lenguas chino-tibetanas los tonos de la frase no son usados como en las nuestras
para expresar sentimientos, sino que sirven para nombrar objetos. Ahora bien,
ese tipo de lengua aparece históricamente en sociedades muy jerarquizadas. La
estructura propia de un orden social muy regimentado parece ser complementaria de la lengua de tonos. Una lengua de tonos, en una sociedad democrática,
así, sería un impensable. Si se hiciera la experiencia de juntar una cosa con
la otra el resultado tal vez sería alguna aberración: tal vez, una sociedad de
idiotas. Ahora bien, con mi libro pasaba algo parecido. Imagínense: emplear
una prosa de “tonos” para hablar sobre Roberto Arlt. Claro que Merleau-Ponty
había usado esa prosa para escribir sobre Hemingway. Pero yo no era MerleauPonty. Y la relación que va desde Merleau-Ponty a Hemingway no es homóloga
a la que iba de mí a Arlt. Y no me refiero al valor de los autores ni me comparo a quien tengo por uno de los autores más importantes de nuestro tiempo.
Quiero decir, que entre yo y las novelas de Arlt había una relación más estrecha,
más igualitaria, que entre un alto profesor universitario parisino, y que hablaba por lo mismo, y con derecho, desde la cumbre de la cultura (y no ironizo) y
un hombre con las características de Hemingway. Arlt y yo habíamos salido de
la misma salsa, conocimos los mismos ruidos y los mismos olores de la misma
ciudad, caminamos por las mismas calles, soportamos seguramente los mismos
miedos económicos… Brevemente: apoyándome en Sartre y en Merleau-Ponty
yo escribía entonces sobre Arlt. ¿Cómo decirlo? Cuando escribía mi libro en
verdad me sentía un poco exótico. Y textualmente, puesto ¿qué es lo exótico sino
el resultado de la unión de sistemas simbólicos que tienen poco que ver unos con
otros? Pero aun aquí, y aunque con otra significación, aquel exotismo me colocaba en la línea de Arlt. ¿Esa imagen sobre mí mismo (prosa de “tonos” para
escribir sobre Arlt) no tenía acaso mucho que ver con esa foto que se conserva
de Arlt en África, vestido con ropas nativas pero calzado con unos enormes y
evidentes botines?
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Dicho de otra manera: un día me encontré con que ya el libro estaba escrito. Es decir, que me encontré con que ya algo había sido hecho en mí, o que
se había hecho ya algo de mí, tal vez sin mí. ¿Quién era yo? En 1960 iba a
comenzar a conocerme: de la noche a la mañana mi salud mental se quiebra y
una insufrible enfermedad “cae” sobre mí. Me veo convertido entonces, y de la
noche a la mañana, en un objeto social: hago la experiencia de lo que significa,
en sociedades como las nuestras, ser un enfermo mental. Hago esa experiencia,
como se dice, desde adentro. Enfermo, no puedo ya seguir escribiendo. Tampoco
puedo leer. Fue la miseria de aquella enfermedad, mezcla de histeria y de
neurosis de angustia, y también la miseria real, los habitantes de una parte del
espacio de tiempo que va desde el momento que escribí aquel libro a la fecha
de su publicación.
Enfermo (aunque con el cuerpo sano) me veía obligado a pasarme las horas, los días, los meses, con la cara contra la almohada, oliendo el neutro y
espantoso olor a las sábanas (me parecía espantoso: lo era), regando de saliva el
género. ¿Cuánto tardaría en idiotizarme por completo? No podía leer, no podía
trabajar, no podía estudiar, no podía escribir. No podía nada, salvo atender a
ese pánico psicótico que me habitaba. Tenía miedo de todo, de cualquier cosa,
de ver, por ejemplo, brotar el agua del agujero de una canilla. ¿Y los otros? Yo
temía que se aburrieran pronto y que me mandaran al demonio. Temía, digo,
puesto que quería curarme y necesitaba de ellos, “apoyarme” en ellos. Mi mujer
(esto antes de mandarme al demonio) me explicaba, con la mejor voluntad,
que puesto que yo quería curarme era seguro que me curaría. Pero yo entonces
me acordaba de esas historias clínicas de esquizofrénicos que también se quieren curar y que no lo logran jamás. Era seguro: yo era un esquizofrénico.
¿Pero tiene sentido que un autor hable de sus enfermedades, que las use
para “racionalizar” sobre su vida, para justificarse? No sé bien, y sólo recuerdo
ahora un escritor que a veces lo hace (y dejo de lado el exaltamiento pueril de la
locura a lo Allen Ginsberg): es Georges Bataille. Recuerdo su tono, bajo y lento,
en el prólogo de un libro en el que relata el tiempo real, el suyo, de la redacción
del libro. Dice que una enfermedad, a la que no nombra, le dificulta las cosas,
le obliga a escribir lentamente. Un tono quejoso: y no estaba mal, porque servía
al menos para recordar al lector que un libro ha sido hecho con el tiempo real,
cotidiano, del escritor. De cualquier modo, y tratándose de quejas: yo prefiero
reservarme el derecho para mi vida privada. Pero mi enfermedad está ahí –estuvo ahí– y tal vez no es malo, ahora, reflexionar sobre ella. En ese sentido, la
experiencia de la enfermedad –la mía– podría resumirse así: padecer algo que
se hizo afuera de uno, la experiencia de “soportar” algo. Pero aun en el interior
mismo de esa experiencia había un nido de víboras: ¿yo, que amaba a Sartre,
cómo podía olvidar que uno “hace” su enfermedad? Recordaba entonces un
párrafo de Merleau-Ponty sobre el Greco: las deformaciones de las figuras que
pintaba no podían ser explicadas a partir del astigmatismo que el artista padecía, sino al revés, las figuras explicaban su astigmatismo, revelaban el carácter
“intencional” de la enfermedad. El Greco había hecho su astigmatismo para
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explorar el mundo a su manera. Su arte y su enfermedad no eran más que dos
aspectos de una misma cosa, dos manifestaciones de un mismo “estilo” de vivir
y de comprometerse en el mundo.
Pero en el momento mismo en que soportaba mi enfermedad, en que ella
no se traducía más que en mi imposibilidad de vivir, en el momento en que
me veía arrancado de mi trabajo, trabado y presa de la mirada de los otros,
arrastrado por añadidura a la miseria económica, ¿cómo entender que yo “había hecho” (y por lo mismo, querido) todo eso? Uno hace su enfermedad, ¿pero
qué podía sacar yo ahora de eso que yo había hecho de mí? No entendía nada.
Era un infierno.
De vez en cuando, y en medio del tiempo de mis pánicos, de mis obsesiones,
de mi aislamiento, me repetía una frase de Freud: “La enfermedad mental es
inútil”. Fantaseaba que con el reconocimiento de su inutilidad tal vez me curaría. Como no podía leer, y encerrado, caminaba, incansablemente, caminaba.
Tenía el mundo reducido a imágenes despedazadas metido dentro de los ojos.
Para comprender algo hay que pensarlo todo, ¿pero cómo pensar algo cuando no se comprendía nada? Poco a poco. Tenía que “darme tiempo”. Ante todo,
¿qué era lo que había ocasionado la enfermedad? Eso estaba a la vista: la muerte de mi padre. Se lo podría decir así: cuando supe que él iba a morir, yo ya no
pude vivir más. ¿Como dos amantes? Tal vez, pero nuestro amor había estado
escondido (y no ironizo).
Mi padre no tuvo una muerte dura: fue una muerte como la que él siempre
había deseado. En esto fue un hombre con suerte: murió en su cama. Y además
tuvo otra ventaja, puesto que siempre había temido a la muerte: no darse cuenta de que se moría. Estaba en la cama, conversando de cualquier cosa, enfermo
de leucemia (pero él lo ignoraba) y sonriendo tal vez, cuando lo sorprendió la
muerte. Sonriendo digo, puesto que cuando lo vi en el cajón y envuelto en sus
mortajas, tenía un ricto de tranquilidad y de alegría en la boca. Para entonces
yo ya había enfermado, y habría preferido no acercarme al cajón: pero mis
parientes me arrastraron a él. No puedo olvidar la impresión que me causó
su rostro: por detrás de la insobornable certeza de que yo amaba esa cara, una
mezcla de indignación y repulsión… Ahora ya está, me decía, este hombre ha
terminado y se ha llevado con él y de una buena vez al empleado bancario, sus
“miedos de fin de mes” (como decía Arlt), los rasgos pusilánimes de su carácter,
su ignorancia, su mala fe ideológica, su ceguera y su cobardía, su antisemitismo. Durante más de una interminable hora y media tuve que simular, ante la
mirada vigilante de mis parientes, junto a la dura realidad de la carne muerta
de mi padre. Yo no amo a los muertos, pero como me obligaban a simular respeto, sentí, además, recuerdo, que tampoco respetaba ese cadáver, ya que me
acordaba del hombre, y lo execraba.
Pero las cosas estaban así: mi padre había muerto y yo había “hecho” una
enfermedad, en “ocasión” de esa muerte. Y desde el día que “caí” enfermo (fue
de la noche a la mañana) me tuve que olvidar de golpe de Merleau-Ponty y
de Sartre, de las ideas y de la política, del “compromiso” y de las ideas que
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había forjado sobre mí mismo. Tuve entonces que buscarme un psicoanalista.
Y me pasé un año discutiendo con él, sobre si mi enfermedad era una histeria
o una esquizofrenia. Yo entonces confundía el aislamiento que padecía con el
aislamiento como conducta de corte con lo real, y como no podía o no quería
observarme desde afuera, afirmaba que estaba esquizofrénico. Al cabo acepté
la opinión de mi analista. Aparté los índices somáticos, una sordera creciente,
un horrible y continuo silbido que taladraba mis oídos desde el interior de mi
cabeza, la perturbación de mi equilibrio: mi psicoanalista tenía razón. La tendencia a la seducción como rasgo constante de mi conducta, la representación,
la teatralización del sufrimiento, la tendencia al chantaje. Yo aceptaba: era un
pavo que debía tragarse todas las nueces. La discusión, sin embargo, no terminaba: se me ocurría que el analista observaba bien el lado representación de
mis conductas, pero que extremaba el juicio sobre él. En el fondo yo sentía que
me quería hacer creer lo que yo temía. Que yo no era más que un farsante. Pero
entonces –en su presencia, o en la soledad– yo me rebelaba. Me decía entonces
que no era del todo así, puesto que ahí estaba ese trabajo sobre Arlt, y que el
trabajo no es farsa.
Después comprendí que lo que pasaba era que mi analista usaba conmigo
la técnica neoanalista de la frustración. Pero cuando me frustraba yo me ponía
de pronto intransigente, y en cambio de responder con una reacción regresiva
(según el esquema técnico que seguramente usaba) me ponía lúcido con respecto a él, no le perdonaba lo que mis ojos veían, su ceguera con respecto a las
determinantes de clase, de trabajo y de dinero, que pesaban tanto sobre él como
sobre mí. Cuando me frustraba, yo en cambio de regresar hacia mis estructuras arcaicas, progresaba, hacia el marxismo. La situación no tenía salida, y
en medio de un análisis en el que había puesto las esperanzas de la cura, me
aburría. Es cierto que no se podía culpar al psicoanalista ni al psicoanálisis de
mi imposibilidad de salir adelante. Pero en mis choques con ese hombre todo se
ponía en juego. De pronto me encontraba despreciándolo tanto como a mi padre. ¿Pero no revelaba tal cosa la constitución de un lazo de transferencia? No
sabía nada. Recuerdo que una vez le pregunté por quién votaba. Me contestó
que por los socialistas de Ghioldi. Por favor, no me diga más, le dije. Era suficiente y ridículo. ¿Y yo esperaba la cura de ese hombre? Estaba solo. Finalmente
mandé vis-à-vis, como dicen los franceses, al psicoanálisis y al psicoanalista, a
la historia y a mis discusiones de psiquiatría social con el analista.
Iba aprendiendo y comenzaba a curarme. La enfermedad había puesto al
descubierto la ligazón con mi padre, y la ligazón de esa ligazón con el dinero.
El dinero existe y vale. Y esa prostituta, como le dice Marx, fue “el lugar” donde
me hice adulto porque supe lo que era la vergüenza. Si uno no tiene dinero, o
se muere de hambre o lo pide. Yo, como elegía vivir, a cada instante, lo pedía.
Después no podía devolverlo. Tenía entonces que explicarme ante quienes me
lo habían prestado. A veces me creían, a veces se reían un poco paternalmente
de mí, a veces se enfurecían. En una oportunidad alguien a quien yo quería
bastante llega a mi casa y con violencia me comunica que quería el dinero que
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le debía, o se llevaría mi máquina de escribir: tuve que pagarle con libros.
También tuve que pedir dinero al Fondo de las Artes: leyeron mis trabajos y
me lo dieron. Era lamentable: yo sentía que era como pedir limosna. Entre mis
amigos, algunos me juzgaban. Es que para pedir ese dinero, tenía que pedir
antes “cartas de presentación”: una vez a Murena. Ese hombre, personalmente
cortés y bueno, no me la niega, y yo uso entonces su prestigio, ideológicamente
aceptable en los medios oficiales, para no morirme de hambre. Explico esto a
mis amigos, pero ellos no dejan de juzgarme: la cortesía, y la bondad incluso,
la bondad que significaba en Murena el dejarse usar ideológicamente, no son
más que virtudes individuales. Las que ama la derecha. Tenían razón. Pero en
esos momentos yo estaba más cerca del cálculo infinitesimal que de la razón, me
parecía más a un personaje de Arlt que a mí mismo. O a mí mismo más que a
ninguna otra cosa. ¿Pero quién era yo?
Según el entonces rector de la Universidad de Buenos Aires, Risieri Frondizi,
yo había muerto. Quiero decir: que había fallecido. Es que mientras se encontraba en sus funciones le pedí también a él una carta de presentación para el
Fondo de las Artes. Cuando le hago llegar el pedido, a través de su secretaria,
se niega, dice que jamás había leído nada mío. Pero además, extrañado, le pregunta que cómo era, que si yo no había muerto. Tenía razón: es que yo había
intentado suicidarme dos veces, y habrían llegado seguramente a él algunos
rumores sobre la cuestión (y les ruego a ustedes que me excusen nuevamente: me
refiero al impudor con que nombro la palabra “suicidio” cuando ella se refiere
a intentos reales míos). Ante el relato de la secretaria del Rector, me quedé
impávido. Pensé entonces esa frase conocida: “El relato de mi fallecimiento es
considerablemente exagerado”. Pero no pude pronunciarla.
Pero no sé si se entiende: no estoy contando anécdotas. Sino mejor, contando algunas coordenadas reales de una situación concreta, la mía. La
enfermedad, a raíz de la muerte de mi padre, la vergüenza, la vergüenza
económica, la buena voluntad de mis intenciones intelectuales, mis influencias intelectuales, las mejores, Sartre, la relación de compromiso entre el sostenimiento de las ideas y la exigencia de coherencia con uno mismo cuando
se trata de jugar los roles en el interior de la sociedad concreta, la relación
personal al nivel más concreto cuando uno se relaciona con otros intelectuales. El desorden no es más que aparente. Hay aquí pocas vías hacia las cuales
todo converge, y desde donde brota, seguramente, todo lo que nos determina.
Y hay dos, fundamentales, que están en la base del hombre concreto: el sexo
y la economía. O como decía Pavese: dinero, mujeres, prestigio. Yo no creo
haber endurecido, ¿pero es que hay otras cosas?
Los marxistas en general y los comunistas en particular suelen tomar con
ligereza la noción de alienación. Pero la alienación no es una noción. Por lo
mismo hay que comenzar ya a entender de una buena vez la realidad que
comenta esta vieja idea: la idea de destino. Hay que arrancarles a los escritores
de derecha el uso exclusivo que hacen de ella. Quien ha comenzado esa empresa
es Pavese. La muerte, la violencia, la locura, el hambre, el suicidio, existen
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en el mundo, y están presentes en todos lados, aun ahí donde aparentemente
no. Por eso Rozitchner tiene razón cuando afirma con desprecio que hay más
filosofía en su libro sobre los invasores de Playa Girón que en toda la filosofía
universitaria.
A mi vuelta de los infiernos, mientras de modo paulatino iba reintegrándome a la vida y a mi trabajo, a medios que pagan mi trabajo y me permiten seguir escribiendo y leyendo, volvía a encontrarme con mis amigos. Tuve entonces
la alegría de comprobar qué cosa es poder mirar a la gente en los ojos. Cuando
estaba enfermo, no podía hacerlo. Y cuando lo lograba, era sólo por esfuerzo:
sostenía la mirada, que de por sí, tendía a bajar. ¿No se han fijado ustedes que
la gente que adquiere una enfermedad mental adquiere al mismo tiempo una
manera huidiza de mirar? A veces, cuando miro a ciertos ojos, me parece saber
de qué se trata. Pero ya no es mi caso. Y dentro de poco mi caso no será más que
un cuento al que cualquiera tendrá derecho a poner en duda.
Me reencontraba con mis amigos: Correas, Sebreli, Lafforgue, Rozitchner,
David Viñas, Ismael, Verón, Marín, León Sigal. Durante mi estadía en el infierno los había visto poco. Algunos, supe, me evitaban, tenían razón. Otros no
pudieron acercarse a mí, aunque tal vez lo deseaban. Es que tenían miedo, no
de mí, sino de la imagen de ellos mismos que tal vez podrían descubrir, como
en espejo, en mí. También tenían razón. Otros respondían con la conducta
inversa: se acercaban y con una mezcla de piedad y lucidez me decían lo que
era cierto: que no había diferencia entre la enfermedad mía y la salud de ellos.
También tenían razón. Cuando yo me puse tratable, pienso, todos respiramos,
y fue bueno para todos volverse a tratar.
Reaparecían entonces para mí las cuestiones fundamentales que ciñen la
vida del intelectual contemporáneo: la política y el Saber. No hablaré de ellas
aquí. Con respecto a la primera, diré que el problema de la militancia, al
menos en la Argentina, aparece intocado. La cuestión fundamental está en pie.
¿Debe o no un intelectual marxista afiliarse al Partido Comunista? Yo no me
he afiliado: primero, porque los cuadros culturales del partido no resistirán mis
objetivos intelectuales, mis intereses teóricos. El psicoanálisis, por ejemplo. Y
en segundo lugar porque hasta la fecha disiento con los análisis y las posiciones
concretas del PC. Por esas razones no me he afiliado, y no sé si lo haré algún
día. Pero respeto a quienes lo hacen o lo han hecho. Pero además, ¿dónde militar? ¿Con qué grupos trabajar? ¿Qué hacer?
En lo que se refiere al Saber: en estos años he “descubierto” a Lévi-Strauss, a
la lingüística estructural, a Jacques Lacan. Pienso que hay en estos autores una
veta para plantear, en sus términos profundos, el problema de la filosofía marxista. Lo que significa que ya no estoy tan seguro sobre la utilidad de las posiciones filosóficas, teóricas, sartreanas, como lo estaba hace ocho años atrás. Es que
en esos ocho años, al nivel del saber, han pasado algunas cosas: entre otras, un
cierto naufragio de la fenomenología. Recién hoy comienzo a comprender que
el marxismo no es, en absoluto, una filosofía de la conciencia; y que, por lo mismo, y de manera radical, excluye a la fenomenología. La filosofía del marxismo
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debe ser reencontrada y precisada en las modernas doctrinas (o “ciencias”) de los
lenguajes, de las estructuras y del inconsciente. En los modelos lingüísticos y en
el inconsciente de los freudianos. A la alternativa “¿o conciencia o estructura?”,
hay que contestar, pienso, optando por la estructura. Pero no es tan fácil, y es
preciso al mismo tiempo no rescindir de la conciencia (esto es, del fundamento
del acto moral y del compromiso histórico y político).
Cuando Álvarez me invitó a que presentara mi libro, me fue difícil atinar
en el primer momento a darme un tema que no fuera banal. Ante todo, porque
lo que estoy estudiando en este momento es Freud, y no Arlt. Por otra parte,
hace tiempo que no releo a Arlt. Además, lo que pienso sobre él lo he escrito en
el libro. ¿De qué hablar? Creo que de alguna manera he disuelto el problema.
Pero si he hablado de mí, es porque estoy seguro de que esta manera de hacerlo
me acerca a Arlt, me coloca en su línea. Sólo que al principio había ideado
hacerlo de otra manera. Pensé que muy bien podría aprovechar la ocasión para
reordenar algunas notas de un trabajo autobiográfico que tal vez escriba. Tal
vez, digo. Y les leeré a ustedes el comienzo de la redacción (y sólo el comienzo)
de un libro que, de escribirse alguna vez, ustedes releerán, en algún sentido,
puesto que habrán tenido una primera experiencia de su tono, de su estilo, y
para hablar como Barthes, también de su “escritura”.
Leo:
¿Violencia o comunicación? Con mayor o menor conciencia siempre supe
que esa era la alternativa. Esos dos polos se hallan en todas partes, y si uno no
los descubre a raíz de cada cuestión, corre el peligro de convertirse en un ángel.
Pero yo quería ser histórico. O bien: sabía que lo era. ¿Pero cómo convertirse en
eso que uno es? No había otra manera que esta: darse una vocación. Lo hice a
los veintiún años: sería escritor.
Salía del servicio militar, donde había perdido un año, como se dice, limpiando caballos; mientras leía en los momentos de descanso a Faulkner, a John
Dos Passos, a Hemingway. Durante ese año rumiaba también una novela que
al año siguiente escribí, y que resultó perfectamente mala. Mientras la escribía,
recuerdo, pensaba en mi edad y me decía, fuertemente ansioso, que con un poco
de suerte “publicaría antes de lo que lo habían hecho cualquiera de los norteamericanos” (Faulkner, Dos Passos, Hemingway). No imaginaba entonces que
pasarían catorce años antes de poder publicar mi primer libro. Catorce años:
durante ese entretiempo aprendí a rumiar otro tipo de libros. Autobiografías.
¿Es que me sentía tan interesante para mí mismo?
En absoluto. Lo que ocurría era que mi fe en la literatura se iba deteriorando. Quiero decir: lo que se deterioraba era la aceptación de esa mala fe
necesaria para creer en la palabra escrita, o para escribir ficción. Pero puesto
que pensaba todavía en escribir una autobiografía, mi fe no se había terminado de quebrar. Es que me había salvado por la lectura. Si podía pensar en
escribir no era a causa de la vida, sino de los libros. Dos ensayistas franceses
me sugerían el camino: Maurice Blanchot y Michel Leiris. Sobre todo la
lectura de un libro de este último: La edad del hombre. Aprendí de él que
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para defenderse de la gratuidad del acto de escribir había que escribir sobre
temas que lo pusieran a uno en situación de peligro, que lo descolocaran ante
los demás. Y hay entre otras (puesto que si se redacta un panfleto político
el peligro es bastante inminente, policial y real) una manera de hacerlo.
Escribir sobre uno mismo. Para desnudarse o para confesarse. Pero quien se
confiesa se confiesa de algo, y para hacerlo, es preciso un juicio retrospectivo,
y negativo, sobre ese algo. Confesarse, así, es convertirse de alguna manera
en un pasatista, y en un moralista. ¿Será este mi caso? Y por otra parte, es
difícil sortear el peligro de la falta de peligro. Es necesario decidirse entonces
a sumarse en todos esos peligros para intentar sortearlos.
Habrá entonces que comenzar por el comienzo. Y si uno se quiere escritor
el comienzo es su primer libro. “Todo” comienza entonces a los veintiún años.
Yo llenaba entonces, y trabajosamente, las hojas de un grueso cuaderno Avón
mientras que, manipulando palabras, hacía una cierta experiencia del mundo,
a cuyo sentido, o contenido, llamaré de esta manera: lo siniestro. Esto significa: que quería ser escritor y que cuando intentaba hacerlo encontraba que no
conocía el nombre de las cosas. Que no conocía ninguna palabra, por ejemplo,
que sirviera para distinguir el estilo a que pertenecía un mueble.
Y tampoco conocía el nombre de las partes de un edificio. Si el personaje de
mi novela bajaba por la escalera, y apoyaba la mano mientras lo hacía, ¿dónde
la apoyaba? ¿En la “baranda” o en la “barandilla”? Y si el personaje miraba a
través de un balcón, ¿cómo nombrar a los “travesaños” del balcón? Travesaños,
simplemente. O tal vez “barrotes”. Pero me perdía entonces en el sonido material de las palabras y me parecía grotesco y desmesurado llamar, por ejemplo,
“barrotes” a esos “travesaños”. Y si me decidía por la palabra “travesaño” me
parecía de pronto pobremente descriptiva para contentarme con ella. Si mi
personaje debía caminar por la calle, y creía imprescindible envolverlo en la
atmósfera propia de un determinado momento del día, había que decir “que
caminaba bajo los árboles”. ¿Pero qué árboles? ¿“Pitas” o “cipreses”? ¿Se dan
cuenta de la locura? Lo siniestro era el descubrimiento de aquel idiotismo. Yo,
seguramente un idiota mental, pretendía escribir. Tenía miedo.
Ese miedo nunca me ha abandonado. O mejor: el miedo nunca me ha
abandonado. Es aquel, ese miedo, que se reflejaba en una más que sugestiva
fotografía de la época. Se ve en ella una cara irregular y un poco mofletuda.
La nariz levemente torcida. La frente, sin arrugas, pero con surcos, cae fláccidamente sobre las cejas, las que se juntan a la altura del comienzo de la nariz.
La mirada, floja, como incapaz de penetrar nada. Y una mezcla de estupor y
de disgusto (de disgusto concreto, como si estuviese frente a un plato de comida
un poco repugnante) envuelve la zona de la boca, el labio inferior ancho y un
poco caído, una comisura lateral empujando al labio superior hacia arriba. Y
como todavía no había aprendido la ventaja que consiste en ocultar el tamaño
de las orejas llenando de cabello los costados de la cabeza, las orejas aparecían
en su tamaño natural, largas y un poco separadas. Cuando vi por primera vez
la foto, me acuerdo, me asusté bastante. No era que temiese a mi fealdad: la
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conocía. Lo que me inquietaba era como la presencia en la foto de algún germen congénito de anormalidad…
Esa sensación me acompañó durante mucho tiempo. Aunque sospechaba
que lo que temía congénito, no se originaba en la naturaleza ni en la biología,
sino en la cultura y en la sociedad. Esa atmósfera vagamente mórbida de mi
rostro de aquella fotografía tenía que ver conmigo y con el dinero, con el dinero
y con el trabajo, con el trabajo y con el trabajo de mi padre, con el “status” de
mi padre, con mi conciencia y con mis deseos. Me basta ahora mirar la parte
inferior de la fotografía para cerciorarme de ciertos datos que tienen que ver con
el origen de mis “rasgos de carácter” y también de mi temperamento. La ropa
que llevaba: un traje cruzado, oscuro, de franela, a rayas blancas. Además, una
camisa blanca y una corbata oscura; se dirá: un conjunto banal, en el cual es
posible leer bastante poco. Pero si se mira la foto con cuidado se puede observar
un cierto corte de las solapas, que el saco se estrechaba en el pecho, que “cruzaba” bastante más de lo normal. En verdad –como yo decía–: un saco de corte
perfecto. Y lo era: lo había hecho Anselmo Spinelli. Pero ese sastre no lo había
hecho para mí: habrían sido necesarios más de dos sueldos enteros de mi padre
para pagarle la hechura. Ese traje, sobre mi cuerpo, era ya una locura sociológica, por decirlo así. Yo lo había comprado –después de rogarle para que me lo
vendiera– a un compañero en el servicio militar. El hijo de un juez de la capital y de una familia dueña de algunos campos en la provincia de Buenos Aires.
Pero yo sabía todo esto. Sin embargo, no podía dejar de despreciar a mi padre
puesto que “carecía de gusto”. Y efectivamente: se vestía con el gusto mediocre de
un bancario. Él me contestaba que era cuestión de dinero. Pero yo sabía que no
era así, o que era una cuestión de dinero, pero no en el sentido que lo entendía
mi padre: mi padre ignoraba los principios más generales de un dandismo a la
inglesa que yo en cambio me sabía de memoria.
Los había aprendido mirando, fascinado, la ropa de Marcelo Sánchez
Sorondo (hijo), que había sido mi profesor de historia en la escuela secundaria. Yo no sabía entonces quién era en verdad mi profesor de historia.
Mientras despreciaba a mi padre. En cuanto a la ropa inglesa, “clásica”, todavía hoy me fascina. Y en cuanto a la época de la foto, es seguro que todo eso
no podía no desfigurarme, no enfermarme, a la larga, o en aquel momento,
ya, de algún modo…
Fuente: Oscar Masotta, “Roberto Arlt, yo mismo”, en Conciencia y estructura, Buenos Aires, Eterna Cadencia,
2010, pp. 224-243.
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En tiempos en los que el ansia de modernización se hace evidente en la vida
cotidiana, pero también en el arte y en las ciencias sociales, irrumpe Primera
Plana, una revista que se hace cargo de la avidez del público lector por nuevas formas de lenguaje periodístico: Onganía, Freud, el Instituto Di Tella y el
“boom” de la literatura latinoamericana son algunos de los ingredientes de
esta propuesta emblemática de la época. Las columnas inaugurales sobre
psicología llevan la firma de Enrique Pichon-Rivière, psiquiatra y psicoanalista, uno de los introductores del psicoanálisis en la Argentina y uno de los
fundadores de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), de la que luego
toma distancia para fundar la Escuela de Psicología Social. Es desde este
último lugar que Pichon-Rivière participa como columnista regular en la revista Primera Plana desde mayo de 1966 hasta marzo de 1967.
Biblioteca Nacional
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Revista
Primera
Plana, Año
V, Nº 218,
Buenos Aires,
28 de febrero
al 6 de marzo
de 1967.
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En 1962, la editorial Sur publica en Buenos Aires Árbol de Diana, de Alejandra
Pizarnik, un poemario escrito en París con el prólogo consagratorio de
Octavio Paz. El verso 23 del poema ofrece una perspectiva alternativa a la
estética del compromiso y una apuesta radical para inscribir la rebelión en
el lenguaje.
una mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del mundo
la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos
Portada de la primera edición de Árbol
de Diana, de Alejandra Pizarnik, Buenos
Aires, Editorial Sur, 1962.
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En septiembre de 1958, cuando Arturo Frondizi busca reglamentar el decreto 6403/55 promovido por el gobierno de facto del Gral. Pedro E. Aramburu,
emerge un debate en torno a la enseñanza superior. El decreto, por un lado,
otorga plena autonomía en su funcionamiento a las universidades nacionales, pero por otro, su artículo 28 desata la polémica en tanto autoriza
la creación de universidades privadas con facultad para expedir títulos y
diplomas habilitantes. A favor de esta posición se pronuncia un sector en
el que se destaca la Iglesia Católica, partidaria de la enseñanza libre. En
contra, se levantan diversas voces, entre las cuales se encuentra la del movimiento estudiantil organizado en la Federación Universitaria Argentina
(FUA), que coordina un plan de movilizaciones con apoyo de los sindicatos,
estudiantes secundarios y partidos políticos de oposición, bajo el lema de
“laica o libre”, que se ubicarán entre las más grandes de la historia del movimiento estudiantil argentino. La aprobación de esta reforma conducirá,
entre otras cuestiones, a que se les otorgue personería jurídica a nuevas
universidades, como la Universidad Católica Argentina en 1959. Gentileza Roberto Baschetti
Gentileza Roberto Baschetti
Manifestación
en defensa de
la enseñanza
libre.
Risieri Frondizi (segundo a
la izquierda) participa de la
manifestación en defensa
de la enseñanza laica.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
RECEPCIONES DE LA
REVOLUCIÓN CUBANA Y NUEVO
LATINOAMERICANISMO
La Revolución cubana que triunfa en enero de 1959 supone un gran
impacto en la política internacional, y muy especialmente en el continente americano. El significado de ese fenómeno irradia sobre la política
argentina y obliga a nuevas definiciones, tanto sobre los destinos de
nuestro país como también sobre Latinoamérica –en tanto que unidad
política y cultural–, interpelando a un muy diverso abanico de militantes e intelectuales. Así, una de las figuras más destacadas del peronismo
a comienzos de los 60, como John William Cooke, o un representante
de la intelectualidad antiperonista como Ezequiel Martínez Estrada,
además de reflexionar sobre los significados de esa revolución en el horizonte del contexto latinoamericano, pasan a colaborar en distintas instancias del proceso político cubano fijando residencia en su territorio.
La hondura de las repercusiones de aquella revolución y la emergencia
revitalizada de una mirada latinoamericanista en el amplio arco de las
izquierdas de la Argentina tienen en la revista Che un emprendimiento
paradigmático, no sólo por las distintas plumas que en sus páginas se
reúnen y por su explícita reivindicación de la experiencia cubana; también porque puede ser ubicada como nudo emblemático del surgimiento
de la “nueva izquierda”. Esta última, por lo demás, ya puede entreverse
tanto en los debates y entrevistas que ofrecen figuras destacadas de la
política y la intelectualidad de izquierda, en la formación de distintos
colectivos de sesgo latinoamericanista, como también en agrupamientos
artísticos en los cuales el cruce entre arte y política comenzará a ser redefinido teórica y prácticamente.
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Cooke habla desde
La Habana, Cuba
SEPTIEMBRE DE 1961
Instalado en La Habana desde 1960, John William Cooke ofrece un reportaje donde enuncia algunas definiciones sobre la Revolución cubana y sus
significaciones para el movimiento peronista. Desde una perspectiva antiimperialista, cercana al socialismo nacional, Cooke disputa con lo que
entiende un “nacionalismo extraño” dentro de las filas peronistas, al que
identifica como una “capa burocrática” que no comprende una premisa
fundamental de la época: que la liberación de la Patria y la revolución
social son una y la misma cosa. Pese a que desde 1959 ya no ocupa la
función de delegado personal de Juan D. Perón, no duda en afirmar que
sus ideas sobre el proceso cubano son también las del líder del movimiento: “La Revolución cubana tiene nuestro mismo signo”. De este modo,
las posiciones de Cooke, pioneras en varios aspectos, traducen algunos
lineamientos fundamentales de lo que luego se perfilará como un sector
relevante de la izquierda peronista.
John William Cooke y su esposa, Alicia Eguren, se encuentran en La Habana desde
hace más de un año. Ambos forman parte de las milicias y colaboran –al mismo tiempo–
en distintas publicaciones cubanas. Che ha entrevistado a Cooke en su residencia, el Hotel
Riviera. Sus respuestas, sin duda, son de trascendencia por la influencia que ha tenido –y
conserva aún– John William Cooke entre las filas peronistas.
–En la Argentina, la Revolución cubana cuenta con apreciable apoyo popular y
los esfuerzos de la propaganda reaccionaria –abrumadora y constante– son vanos
por contrarrestarlo. ¿A qué razones atribuye esta perspicacia popular, pese a la
prensa y agencias internacionales?
Lo que eso demuestra, en primer lugar, es la madurez de nuestro pueblo, lo
arraigado que está en el sentido de la soberanía nacional. Tengamos en cuenta que
esta recolonización de la Argentina es doblemente anacrónica: por producirse en
la época de los movimientos de liberación en todo el mundo y por serle impuesta
a un país que se había librado de la dominación inglesa y tenía conciencia de lo
que significa el ejercicio de la soberanía. La consecuencia es que no solamente la
represión es singularmente violenta, sino también la propaganda proimperialista.
El pensamiento colonial utiliza el monopolio de la difusión para derramar una
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catarata de discursos, declaraciones, manifiestos, conferencias, editoriales, solicitadas, pastorales, etc., para confundir a la masa. En el caso de Cuba, sólo se difunden
groseras tergiversaciones, embustes y planteos arbitrarios. Sin embargo, las clases
populares disciernen lúcidamente y saben que la suerte de la Revolución cubana
incide en su propia suerte.
–Con respecto a Cuba, ¿cuál es la forma que adopta esa táctica de ocultamiento?
Hay una sucesión de trampas. Todos los datos son falsos, al punto que la mentira de
ayer es desmentida por la mentira de hoy. Después se hace una mezcla de los problemas
concretos de la nación cubana con los problemas de la guerra fría y con las discusiones
técnicas en torno al comunismo. Nuestra masa evita esos falseamientos porque va a la
médula del problema, o sea, la agresión del imperialismo contra un país hermano que
osó liberarse: así no hay forma de equivocarse. Con motivo de la reciente invasión de gusanos al servicio de los yanquis, se vio cómo
se desvirtuaba el problema planteándolo maliciosamente: se afirmó que la Revolución
es comunista, como si eso fuese lo que estaba en debate. Un cierto porcentaje de papanatas quedó atrapado en ese artificioso enigma –ya fuera para coincidir con la tesis
o para discrepar con ella–, lo que implicaba que de ser concluyente la prueba sobre
el carácter comunista del gobierno cubano, eso legitimaba que se agrediese a un país
soberano. ¿Quién ha dicho que los Estados Unidos o los organismos internacionales
tienen jurisdicción para hacer macartismo y determinar cuál régimen tiene derecho a
ser respetado y cuál no? –Supongo que usted sabrá que hubo algunos dirigentes peronistas que se
“empantanaron”.
Eso demuestra que carecen de capacidad para dirigir nada y que invocan el nombre del peronismo en vano. Con el pretexto de que nuestro gobierno era nazi, se buscó que Estados Unidos hiciese lo mismo que ahora hace con Cuba: los cipayos pedían
la intervención yanqui y de los organismos como la UN: un canciller uruguayo inventó la tesis de la “intervención multilateral”, que es la que ahora se quiere resucitar
contra los cubanos; se pidió que los países rompiesen relaciones con nosotros, por
no ser “democráticos”, etc. Eran los mismos procedimientos y las mismas personas
de aquí y del extranjero los que se movían para destruir nuestra soberanía. ¡Y cómo
ardíamos de indignación contra el bradenismo y sus servidores! ¡Cómo protestábamos contra los Jules Dubois, los Figueres, los Haya de la Torre, los Ravines, contra
Braden, Nelson Rockefeller, la gran prensa norteamericana y continental! Pues bien:
todos esos, y los miles de secuaces ahora hacen lo mismo contra Cuba, ayudados por
los mismos aliados que entonces tuvieron en la Argentina, desde los políticos tradicionales hasta las fuerzas vivas, la intelectualidad cipaya, las damas patricias y demás
escoria enemiga de los descamisados. ¿O es que la UPI, la AP, el Time, etc., son reptiles cuando nos atacan a nosotros y
“objetivos” cuando atacan a Cuba? Sumarse, aunque sea pasivamente a esa campaña,
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es dar razón retrospectivamente a los vendepatrias: es negarnos como movimiento
nacional-liberador.
–Hay algunos pequeños sectores peronistas influenciados por el “nacionalismo” que son activamente enemigos de la Revolución cubana. Supongo que en unos cuantos millones como somos, habrá de todo un poco.
Hasta de quienes se dejen llevar por un extraño “nacionalismo” que ante algo concreto como el imperialismo que nos asfixia nos quieren hacer pelear contra los enemigos
de ese imperialismo. El único nacionalismo auténtico es el que busque liberarnos de
la servidumbre real: ese es el nacionalismo de la clase obrera y demás sectores populares, y por eso la liberación de la Patria y la revolución social son una misma cosa, de la
misma manera que semicolonia y oligarquía son también lo mismo. Algunos sectores
reaccionarios pudieron, en otras épocas, llamarse “nacionalistas” porque coincidían
con el pueblo frente a los ataques a nuestra soberanía; ahora no, porque el antiimperialismo ha pasado a ser retórico en ellos, que vuelven a su raíz oligárquica y ante
el caso de Cuba quedan al desnudo. Como ya quedaron cuando contribuyeron a la
caída del gobierno popular en 1955.
Hay que tener la cabeza muy hueca para creerse peronista y aceptar a esos teóricos
del absurdo, que combinan las añoranzas del imperio de la hispanidad medieval con el
apoyo práctico al imperio bárbaro norteamericano, y el culto a gauchos embalsamados
con el paternalismo aristócrata frente al cabecita negra, para oponerse, nada menos,
a Fidel Castro. Ocurre que Castro, a la cabeza de los hombres de la tierra, derrotó a
puro coraje al ejército armado y entrenado por los yanquis para proteger a la satrapía
batistiana; y que cuando los gringos quisieron llevárselo por delante, los echó de Cuba
y les quitó hasta el último dólar, más de mil millones que tenían invertidos en centrales
azucareras, fábricas, empresas, bancas, etc. ¡Qué manera de apagar faroles! Sin embargo,
parece que Fidel no es “nacionalista”, porque nunca se dedicó a predicar el exterminio
de estudiantes semitas ni a delatar herejes incursos en el crimen del marxismo.
–¿Usted no cree, entonces, que esos defensores de “Occidente” tengan influencia en su movimiento?
Solamente entre cierta capa burocrática, que, por otra parte, nunca sirvió para
nada, ni en el gobierno ni fuera de él. Ahora hacen méritos para que los dejen participar en el festín político y administrativo del que están excluidos los revolucionarios
consecuentes. No hacen más que confirmarle al pueblo lo que este siempre supo sobre
ellos. Habrá siempre alguna confusión, por los que embarullan las cosas y por otros
que, debiendo hablar, han callado. Pero el pueblo sabe que desde que Fidel Castro
empezó a quitarles a los ricos para darles a los pobres fue la bestia negra (o roja) del
continente. Claro que los gansos que creen que el peronismo es parte del dispositivo
de la “civilización y de la democracia occidental” quedan identificados frente a Cuba
con los socios de Aciel y de la Bolsa de Comercio, con los socialistas conservadores
y los conservadores de la infamia, con los exquisitos del Jockey Club, el Círculo de
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Armas, con Ascua, Sur y las demás agrupaciones de conciencias muertas, con las numerosas instituciones, frentes y agrupaciones gorilas que piden nuestra sangre, con
Gainza Paz, el almirante Rojas, el Dr. Vicchi, el brioso Toranzo Montero. Todas esas
fuerzas son virulentamente enemigas de la Revolución cubana, a la que odian tanto
como al “régimen depuesto”, esas cosas no ocurren por casualidad, y nuestra masa no
vive en la luna. ¿Hay algún personaje en la Argentina que logra, como Fidel Castro, que todas las
cabezas del privilegio se unan para acusarlo de demagogo, comunista, totalitario, chusma, perjuro, punguista, motonetista, barba azul, asesino incendiario, anticristo, y otras
lindezas semejantes, y contra el cual piden el cadalso, la bomba atómica o la muerte a
manos de los “marines” yanquis? Creo recordar que sí. Y me resulta muy difícil entender cómo puede indignarnos la difamación contra la versión pampeana del monstruo y
quedarnos mudos cuando la víctima es la versión tropical.
–Hubo quien no repudió la reciente invasión a Cuba alegando que al no abrir
juicio cumplía con la “tercera posición”.
Con quien cumplió fue con su propia cobardía. A cambio de la riqueza que nos llevan los yanquis nos dejan su histeria anticomunista que contagia a ciertos “dirigentes”.
En el país reina un clima de terrorismo ideológico: ya no basta con no ser comunista;
hay que demostrarle a la reacción que se es anticomunista. Y se llega a emplear el mismo lenguaje de nuestros enemigos: en lugar de dar apoyo total, solidaridad sin retaceos
a Cuba avasallada, se agregan condenas al “imperialismo soviético”, lo cual equivale a
aceptar las premisas del imperialismo agresor, que califica de crimen la negación de sus
ansias hegemónicas y el derecho a elegir las formas de gobierno y los amigos que a cada
país americano le resultan más convenientes.
La tercera posición es, precisamente, todo lo contrario. Significa no tener compromisos con los bloques mundiales, estar en libertad de tomar las decisiones más
convenientes a los intereses nacionales. Significa tener criterio propio para apreciar
cada hecho y cada actitud; no tenemos obligación de encontrar que cada cosa del
señor Kruschev es perfecta o malvada; ni de estar de antemano en pro o en contra
del bloque capitalista; en otras palabras, en cada momento y circunstancia nuestro
tercerismo consiste en opinar libremente, no sumarnos al coro de los que ven en
Estados Unidos la potencia rectora. A pesar de que nuestro gobierno tuvo que maniobrar solo, en un mundo hostil, en lo fundamental jamás se apartó de su independencia; no suscribimos el Pacto de Caracas que establecía el peligro del “comunismo
internacional” para así consumar el crimen contra Guatemala orquestado por Foster
Dulles y otras bestias de la “guerra fría”; no firmamos los Acuerdos de Bretton Woods
(Fondo Monetario Internacional, Banco de Reconstrucción y Fomento); no nos atamos por pactos militares bilaterales, etc. Nada de eso subsistió; las primeras medidas
de la dictadura militar fueron adherirse a Bretton Woods, y hoy el FMI dirige nuestra
política económica, y revocan por decreto el voto de Caracas; siguieron los pactos
militares, los acuerdos sobre el Atlántico Sur, etc. Hoy somos un apéndice del imperialismo, lo que requirió modificar totalmente la política internacional fijada por
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el Peronismo. El tercerismo fue una forma de no ser absorbidos por el imperialismo
yanqui: en ningún caso puede ser excusa para plegarnos a su estrategia de guerra fría
y para gritar junto con los derviches de la guerra contra los pueblos que han adoptado
el socialismo.
Es lo que hacen los terceristas como India, Yugoslavia, Egipto, etc., que no
han vacilado en apoyar fervorosamente a Cuba y que no ven al mundo como una
división tajante donde los “buenos” son las potencias occidentales. Es una posición para encarar los problemas, no para eludirlos. En el caso de un país hermano
sometido a persecuciones de toda índole por el Imperialismo, no ser terminantes,
escatimar el apoyo, es renegar del tercerismo y apoyar al imperialismo. Así como
hay farsantes que son antiimperialistas cuando las causas son lejanas, y cipayos en
las cuestiones argentinas, igualmente hay farsantes que gritan contra el imperialismo aquí y se suman a sus consignas en el orden mundial; estos últimos son los más
peligrosos. La posición consecuente de un antiimperialista es desprenderse de los
falsos esquemas como “Occidente y Oriente”, “mundo libre y mundo comunista”
y demás zonceras. Hay que estar con los argelinos, que son musulmanes, con los
kenyanos, que son maumau, con los chinos, que son budistas, y con los cubanos,
que son barbudos. Y decirlo claramente y ayudarlos todo lo que se pueda y tener la
valentía de despreciar las voces que se alzaran para acusarnos de comunistas, trotskistas, cripto marxistas, camaradas de ruta, idiotas útiles, filo comunistas, infanto
comunistas, etcétera. –¿Existe algún pronunciamiento de Perón con respecto a la Revolución cubana?
¿Cómo cree usted que Perón podía desentenderse de un problema fundamental?
Cuando dijo que la Revolución cubana “tiene nuestro mismo signo”, enunció una fórmula exacta que indica la común raíz antiimperialista y de justicia social. Si Cuba ha
elegido formas más radicales, ese es un derecho que ningún antiimperialista le puede
negar; por otra parte, los procedimientos de 1945 tampoco sirven ahora para nosotros,
y nuestro programa, según lo ha dicho repetidamente el propio Perón es de “revolución
social”, que salvo para los que viven en el limbo sólo se puede cumplir socializando
grandes porciones de la economía y buscando las formas de transformación profunda y
total que correspondan a nuestra realidad nacional. En cuanto al apoyo de la Unión Soviética a Cuba, sólo quienes se plieguen al bando de la oligarquía pueden hablar de “entrega” y demás tonterías semejantes. Porque
los cubanos no han delegado ningún atributo de su soberanía ni han entregado ningún resorte de su economía. ¿Que eso sirve a la URSS para hacerse propaganda? ¿Y
a los cubanos qué les importa? Los quisieron matar de hambre, dejarlos sin petróleo,
dejarlos sin vender el azúcar, que es su única fuente de divisas, atemorizarlos, agredirlos, quemarles los cañaverales, etc.: el cipayaje estaba feliz porque serían castigados
los “desplantes”, la insolencia frente al coloso. El mundo socialista les permitió salir
de esa ruina a que estaban condenados, y he aquí que ciertos “antiimperialistas”
resuelven que Cuba debió dejarse morir de hambre, o llamar a los embajadores norteamericanos para que la vuelvan a gobernar, para que no sufra la “democracia” y
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puedan seguir tranquilos Somoza, Ydígoras, Frondizi, Prado y demás paladines de la
cruzada anticomunista. Todos regímenes democráticos que no podrán hacer lo que
hace Fidel Castro: darle un fusil o una ametralladora a cada obrero, a cada campesino, a cada pobre.
En un documento del año pasado el general Perón indicó que el Movimiento debía
apoyar a todos los movimientos de liberación regional, como Egipto, Argelia, Cuba,
etc. Eso se ha respetado siempre, aunque ciertos sordos no han cumplido estas instrucciones ni las han transmitido a la masa. Y en una carta dice: “Yo sé bien lo que
son las sanciones económicas. En 1948 nos las aplicaron intensamente impidiendo la
provisión de todo material petrolífero y dejando sin efecto la compra comprometida
para nuestra producción de lino que, en ese momento, representaba más del sesenta por
ciento de la producción mundial. Como en el caso de Cuba, fue la Unión Soviética la
que nos sacó del apuro comprando el lino y ofreciéndonos material petrolífero”. Tal vez
deberíamos haber dejado que se pudriera el lino.
–¿Y no cree que también influyó la Iglesia?
La creencia religiosa es una cuestión del fuero espiritual y como tal respetable.
Pero cuando algunos sacerdotes opinan de política entonces no puede invocarse
para ellos el privilegio de que se les respete como cuando desempeñan sus funciones espirituales: deben ser enjuiciados de acuerdo a sus actos y posiciones políticas.
Si se les hiciese caso en materia política, América no se hubiese independizado de
España; o, tomando otra etapa posterior, en México reinarían los descendientes
del emperador Maximiliano, Cuba sería colonia española, etc. Si se les otorgase
imperio en materia política, nosotros nos debíamos haber puesto en 1955 contra
Perón, como ellos querían; entonces conspiraron con los enemigos del pueblo,
como ahora lo hacen en Cuba.
Durante seis años nuestros compañeros han ido a la cárcel, han sufrido torturas,
han sido echados del trabajo, han sido fusilados, sin que los altos dignatarios de la
Iglesia hiciesen más que algunos inocuos llamamientos a la paz general, uniendo a
verdugos y victimados como si las culpas fuesen comunes; cuando discriminaron,
fue para atacar al “régimen depuesto” y para condenar la rebeldía de nuestra masa.
No he leído la pastoral que condene a los asesinos del heroico general Valle, que
era un católico sincero. No he leído la pastoral que condene a los asesinos de la
“Operación Masacre”. No he sabido de ninguna epístola incandescente denunciando a los sicarios uniformados que aplicaban suplicios a la gente trabajadora. Pero
basta que el señor Frondizi justifique la represión como defensa de “los altos valores
del espíritu”, para que entonces sí se conmuevan esos duros corazones episcopales.
En cambio están muy preocupados y tristes porque en Cuba hay un gobierno revolucionario. ¿Por qué no dijeron nada cuando murieron 20.000 luchando contra el
gobierno que mantenían los yanquis, cuando Nixon abrazaba a Batista y lo colmaba de elogios? ¿Por qué no se preocupan de Angola, donde las fuerzas “occidentales” mantienen la esclavitud aplicando la tortura? ¿O de Argelia, que ha movido la
indignación de muchos católicos franceses por el sadismo de las tropas coloniales,
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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cuyas técnicas aprenden nuestros jefes militares? ¿Les parece que hay poco dolor en
el mundo y en América, como para que se dediquen al único país donde el pueblo
se siente libre?
–¿Usted rechaza, por lo tanto, la tesis de que el peronismo es un freno contra
el avance del comunismo?
Una cosa es que nosotros tengamos una visión de las cosas argentinas que difiere de
la del Partido Comunista y tratemos de mantener la adhesión de las masas trabajadoras;
otra muy diversa es unirnos al fanatismo regimentado que ve a los comunistas como
criminales y a los países socialistas como enemigos del género humano. Esto es renunciar a la facultad de raciocinio y aceptar que el bando imperialista piense por nosotros.
No necesito ser comunista para considerar que el principal responsable de la guerra fría
es el imperialismo occidental, ni para comprender que el enemigo más grande que hoy
tiene el género humano es la brutal plutocracia norteamericana. En el orden nacional, la manera de mantener nuestro prestigio en la masa no es
actuando como ayudantes de los pastores para que el rebaño no se ponga arisco, sino
ofreciendo soluciones revolucionarias a los problemas reales. Los que están en la jugada de presentarnos como defensores del orden contra el comunismo desnaturalizan
la esencia del peronismo. Y, además, cometen una estupidez. Salvo para los energúmenos que ven conspiraciones bolcheviques en cada lucha popular, el comunismo
avanza porque hay razones económico-sociales que así lo determinan. Esas razones
no desaparecerán y se trata de ver quiénes darán las soluciones. Los que piensan
en “conciliaciones” entre las clases o en paternalismos equilibristas están al margen
del tiempo, como los que hablan de corregir los “abusos” del capitalismo. Pero los
que quieran dar soluciones, los que como nosotros aspiran a mantener su vigencia
como movimiento de masas, tienen que ir al fondo de los problemas. No es posible
enunciar aquí todas las cosas que debemos hacer, pero para terminar con el drama
argentino hay algunas que son ineludibles, como ejemplo: dejar sin efecto convenios
petrolíferos, eléctricos. etc.; denunciar tratados militares y compromisos belicistas;
expropiar las instalaciones petrolíferas y demás bienes de los monopolios; expropiar
a la oligarquía latifundista y a los grandes empresarios industriales; expropiar los
bancos, puertos, servicios públicos; socializar grandes ramas de producción, hacer
una reforma agraria que respete las características de nuestro agro pero que elimine
muchas de las formas empresarias de explotación; planificar la economía en escala
nacional; nacionalizar la gran industria pesada; controlar los sectores de la economía
que deban mantenerse bajo el régimen de la propiedad privada, etc., etc. Eso significa
terminar con la democracia capitalista y sustituirla por nuevas estructuras que reflejen el predominio de las fuerzas de progreso, dirigidas por el proletariado. Es decir,
que estaremos vulnerando el “derecho” de la libre empresa, de la propiedad y otros
valores igualmente sacros: en otras palabras, seremos “comunistas”. Los factores de
poder y la oligarquía en su conjunto nos consideran, desde ya, comunistas, porque
nuestro triunfo implica el advenimiento de las masas que exigirán soluciones y las
impondrán. Como dijo Perón: “Las masas avanzarán con sus dirigentes a la cabeza o
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con la cabeza de sus dirigentes”. Nosotros lo sabemos y la reacción también lo sabe,
así que los que se hacen los “ranas” no engañan a nadie, y menos a la oligarquía, que
tiene sensibilidad de sobra cuando se trata de que no le toquen sus privilegios. Los
que quieren desempeñar el papel de “defensores del orden” harán el deleite de los
monseñores y de los espadones de moda, sirviendo de preservativos por poco tiempo.
O impulsamos el avance de las masas –y entonces somos peligrosos y nos llamarán
comunistas– o tratamos de frenarlas y entonces ayudamos a sembrar la confusión
durante un tiempo y luego nos barrerán como a la demás resaca del orden caduco
ocupando el partido comunista o quien sea, la dirección que hemos desertado. –¿Qué piensa de la unidad de las fuerzas populares? La unidad es indispensable y será un paso previo al triunfo popular. Lo principal es
para qué hacemos la unidad, cuáles son los objetivos cercanos (como por ejemplo las
elecciones) y cuáles los grandes objetivos. Unidad para simple usufructo politiquero,
no. Sí, en cambio, para dar las grandes batallas por la soberanía nacional y la revolución social. En la lucha contra el régimen es como llegaremos más pronto a la unidad,
forjada en la acción: dentro del régimen nos esperan sólo frustraciones y derrotas, y
pequeños triunfos que serán desastres.
Fuente: Revista Che Nº 1, septiembre de 1961 y reproducido en Crisis, 1975, en Roberto Baschetti (comp.), Documentos de la resistencia peronista (1955-1970), Buenos Aires, Editorial de la Campana, 1997, pp. 186-194.
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Uturuncos, los primeros
soldados de Perón
El 24 de diciembre de 1960 una treintena de guerrilleros –en su mayoría
tucumanos y santiagueños– comandados por Félix Serravalle y Genaro
Carabajal llevan adelante la “Operación Frías”. Esta consiste en la toma de
la central policial de la ciudad santiagueña de Frías con el fin de hacerse
de armamento y municiones. Con esa acción, el comando Uturuncos se
constituye en la primera guerrilla argentina del siglo xx. Un mes después,
sus autores conceden una entrevista a la revista Mayoría, donde reivindican la acción, explican los motivos y definen los objetivos a futuro, en
cuyo centro se encuentran la vuelta al país del general Juan D. Perón, la
devolución del cadáver de Evita –secuestrado por los militares golpistas
en 1955– y la reivindicación de las históricas banderas del peronismo: “la
Soberanía Política, la Independencia Económica y la Justicia Social”.
“Nos consideramos soldados y como tales reclamamos el mismo
trato que daremos a quienes tengan la desgracia de luchar contra
nosotros” Los objetivos de la lucha
–¿Por qué motivo se ha levantado Ud. en armas con sus hombres?
Acicateados por nuestro orgullo de argentinos conscientes de que la Patria maniatada está siendo convertida en una colonia del imperialismo, hemos resuelto tomar las
armas en su defensa. Hemos jurado ante Dios, fuente de toda razón y justicia, como
así ante el Padre de la Patria, General José de San Martín, morir por ella antes de verla
postrada y encadenada a la voluntad de potencias extranjeras.
–¿Cuál es el objetivo final de la lucha?
Nuestras banderas son la Soberanía Política, la Independencia Económica y la
Justicia Social. Entendemos a la Soberanía Política como la unidad espiritual de la
Nación y la real afirmación de la personalidad de la Patria en sus relaciones con el
mundo, aspirando a la recuperación de los grandes valores morales sobre los que fue
fundada. Entendemos que la Independencia Económica nos impone la recuperación
de todos los resortes económicos y financieros de la Nación, vilmente entregados al
extranjero por los mercaderes que la venden en criminal remate. Entendemos la Justicia
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Social fundada en la promoción de los trabajadores a la dignidad que corresponde
en una concepción cristiana de la persona humana; de la familia y del trabajo; reconocimiento del derecho y de la obligación de trabajar; a una retribución justa; a las
condiciones dignas del trabajo; a la prevención de la salud; al bienestar; a la seguridad
social; a la consolidación de la familia; al mejoramiento económico y a la defensa de los
intereses profesionales.
El programa concreto
–¿Cuál es el programa concreto de su movimiento?
Bajo la protección de esas banderas consustanciadas con la gloriosa enseña azul y
blanca, que preside nuestros destinos, juramos vivir o morir por los siguientes objetivos:
1) Retorno a la Patria del general Juan Perón, y devolución del cadáver de la protectora de los humildes Eva Perón.
2) Rescisión de los contratos económicos financieros que afectan a la soberanía y
dignidad nacional, especialmente los contratos petroleros, Cade, Ansec, Otto
Bemberg, Dinie y todas las entregas efectuadas con el patrimonio del país al
Fondo Monetario Internacional y demás instituciones del imperialismo.
3) La coexistencia armoniosa y próspera de una industria y comercio floreciente,
una clase media y profesional progresista y una masa trabajadora dignificada
y partícipe de la riqueza de la Nación. Para que ello pueda ser realidad se
llevará a cabo como base principal una amplia y profunda reforma agraria,
eliminando definitivamente en el país la gravitación de la funesta oligarquía
terrateniente.
4) La promoción de una amplia política familiar que respetando su intimidad,
fecundidad y espiritualidad, promueva su constitución y desenvolvimiento sin
quebrar su unidad; un régimen de remuneraciones que contemple las asignaciones familiares; la adquisición en propiedad de viviendas dignas, el derecho de
los padres a la educación de sus hijos y su efectivo ejercicio, cualquiera fuere su
situación económica.
Protección de la industria nacional
5) El establecimiento de un sistema económico financiero que proteja a la industria
y al comercio nacional, al borde ya de la quiebra por los sistemas económicos
liberales entronizados en nuestra Patria desde septiembre de 1955.
6) Conscientes del inmenso esfuerzo que deberá realizar la clase trabajadora para
hacer reflotar el país del abismo a que ha sido precipitado, los que ofrendamos nuestras vidas al servicio de su liberación pediremos a nuestros hermanos trabajadores y asalariados que en homenaje a la Patria, ofrezcan al gobierno
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revolucionario la suscripción de un Empréstito de Salvación Nacional, que integrarán con el valor de dos horas de trabajo diario suplementario, durante un
período de tres años, y que será rescatado en veinte años.
7) La convivencia de todos los argentinos y extranjeros que habitan el suelo patrio,
sin discriminación de colores y matices políticos e ideológicos. Ello significa que
no nos anima un afán de secta ni la petulancia de poseer el monopolio exclusivo
ni excluyente de la mejor razón.
8) Recuperar la Tercera Posición, pregonada y practicada por el general Juan
Perón, que continuará siendo la bandera del pueblo para el pueblo en convivencia dinámica y constructiva con todas las naciones y regímenes políticos y
sociales de la tierra.
La guerra de guerrillas
–¿Cree Ud. que la Argentina, por su topografía, permite una prolongada actividad de guerrillas, a pesar de los armamentos y métodos modernos de que puedan
disponer las fuerzas de represión?
La guerra de guerrillas es la guerra revolucionaria del pueblo en armas, contra la
cual se estrellan los ejércitos que son utilizados para enajenar la soberanía de la Patria.
Estamos seguros de que el Ejército Argentino no peleará en defensa de un Gobierno que
traiciona la Nación y que ha cerrado al pueblo todos los caminos normales. Confiamos
en que excepto los altos jerarcas militares entregados al oro extranjero, los oficiales,
suboficiales y tropa con sentido de Patria no lucharán en contra de los hermanos que
quieren liberarla para todos. En cuanto a la topografía, toda ella es buena, incluso las
ciudades, si hay corazones argentinos dispuestos a cumplir con su deber.
–¿Qué sanciones piensan adoptar contra los traidores al país o los que en la
represión de su Movimiento violen las normas humanas?
Los que traicionan nuestras propias filas, quienes repriman a sangre y fuego nuestra
gesta de liberación, o los que torturen y cometan atrocidades con los integrantes de las
guerrillas o sus simpatizantes en la retaguardia, serán considerados por nosotros como
criminales de guerra y pasados por las armas.
–¿La guerrilla cuenta con apoyo moral y material de la población de las zonas
en las que opera?
Estamos seguros de que millones de hombres y mujeres sumarán sus voluntades y
la resolución de ofrendar sus vidas en los campos, pueblos y ciudades, antes que ver
condenados a sus hijos a la miseria y esclavitud. Las pruebas que hemos recibido nos
afirman en tal actitud.
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Una advertencia a la opinión pública
–¿Se consideran ustedes combatientes sujetos a las normas de la guerra?
Nos consideramos soldados, y como tales reclamamos el mismo trato que daremos
a quienes tengan la desgracia de luchar contra nosotros. Desde ya anticipamos que
cuidaremos ajenos como los propios, y devolveremos a su hogar a todos los prisioneros
que caigan en nuestras manos. Sólo retendremos y juzgaremos a los jefes que hayan
cometido crímenes de guerra. Los hombres y mujeres que nos enrolamos en la lucha
conocemos que el aparato propagandístico nacional y extranacional al servicio de la
oligarquía nos hará objeto de las más atroces calumnias y calificaciones. Los epítetos
de bandoleros, comunistas, nacionalistas, etc., adornarán seguramente los titulares de
la prensa amarilla, y cuanto crimen sobre en los archivos de la República será cargado
a nuestra cuenta. Ante esas perspectivas, deseamos advertir a la opinión que ello no
agrede nuestro ánimo de luchar y vencer, como así también que no perdonaremos los
crímenes que cometan con nuestros soldados, sus familiares y sus bienes.
–¿No temen Uds. afrontar a las fuerzas de la represión infinitamente superiores?
Creo haber contestado anteriormente a esta pregunta, pero en todo caso pueden ustedes decir que, cuando hemos resuelto afrontar esta lucha, no hemos tenido en cuenta
nuestra vida física. Tenemos la mejor razón histórica, combatimos por la salvación del
ochenta por ciento de los habitantes del país y ganaremos. No será la primera ni última
vez que un puñado de hombres salva a una Nación.
La “operación Frías”
–¿Se cumplió la finalidad de la operación Frías?
A la perfección y tal cual fue proyectada. Lo mismo sucederá con las próximas.
Nadie espere de nosotros operaciones diarias ni golpes espectaculares, pues nuestra
misión es liberar definitivamente a la Nación, y ello es una tarea larga y penosa.
–¿Tiene algo que decir con respecto al tratamiento que se ha dado a los hombres capturados en Tucumán?
Hasta ahora sólo sabemos de golpes y malos tratos cometidos contra algunos de los compañeros que cayeron. Si confirmamos tales malos tratos, los cobraremos oportunamente.
–¿Cuándo terminará la lucha?
Hasta que regrese a la Patria el general Perón y se cumpla el programa que
enarbolamos.
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–¿Admiten Uds. combatientes de todas las ideologías?
Nosotros no hacemos discriminaciones respecto de los que quieren ser combatientes por la Liberación de la Patria. Nuestras banderas alcanzan al ochenta por ciento de la población, que en su diferente condición social pueden y deben participar
en la lucha.
Centenares de Uturuncos
–¿Es usted el único comandante Uturunco?
Soy y no soy el único Uturungo. Dentro de poco habrá centenares de Uturungos
en el país, incluso en los bosques de cemento armado como son las grandes ciudades,
donde también nacerán los Uturungos. Gentileza Roberto Baschetti
Fuente: Mayoría, enero de 1960, en Roberto Baschetti (comp.), Documentos de la resistencia peronista (1955-1970),
Buenos Aires, Editorial de la Campana, 1997, pp. 171-176.
Símbolo de Uturuncos, una
“U” sobre una estrella de ocho
puntas, la estrella federal.
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Documentos del FRIP
En julio de 1961 se conforma el Frente Indoamericanista Popular, agrupación que nuclea a intelectuales, sectores del movimiento estudiantil y
campesinos, en su mayoría santiagueños. Francisco René y Mario Roberto
Santucho, junto con Raúl “Peteco” Rizzo Patrón, son, entre otros, algunos
de sus militantes más reconocidos. En diálogo con el aprismo de la década
de 1920, sus dirigentes se reconocen como indoamericanistas y antiimperialistas, pero no como un grupo marxista, y es en estos términos que
celebran la Revolución cubana. El FRIP es uno de los primeros movimientos en identificar al noroeste argentino como una zona capaz de encender
la chispa revolucionaria en la Argentina y uno de los pocos que publica en
quechua una síntesis de sus boletines. FRIP N° 1. Octubre de 1961
Boletín mensual del Frente Revolucionario Indoamericanista Popular
Una nueva política
Los días 8 y 9 de julio ppdo., fecha de la patria, se realizó en la ciudad de Santiago
del Estero una asamblea política con la presencia de delegados de varias provincias del
Norte Argentino, representantes obreros y estudiantes universitarios. En dicha asamblea se resolvió fundar un movimiento político revolucionario sobre la base de los
principios doctrinarios que el grupo venía desarrollando.
De acuerdo a esos mismos principios se acordó para el movimiento la siguiente
denominación:
Frente Revolucionario Indoamericanista Popular (FRIP).
La primera medida de la nueva organización política fue fijar un pronunciamiento
público a través de una declaración de puntos básicos, que a continuación se transcriben:
a) Romper con los anacrónicos y falsos criterios adversos al hombre americano. Su inferioridad es consecuencia de la opresión económica que padece
desde la colonia.
b) El atraso de la región, a su vez, es consecuencia de la deformación estructural que sufre América, debido a la gravitación de los intereses imperiales e
imperialistas.
c) Lo mismo que en el resto de América Latina, en esta zona las castas explotadoras resultan cómplices conscientes o inconscientes del juego imperialista
que mantiene distorsionado el continente.
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d) La libertad política, sin tener en cuenta la opresión económica, es sólo una
legalización del sistema de explotación imperante.
e) Los partidos políticos al prestarse a esta estafa se convierten en encubridores
de las castas explotadoras.
f ) Es un deber histórico de las nuevas promociones, el asumir la lucha por las
transformaciones revolucionarias, aquí, como en el resto de América Latina.
g) La Revolución cubana merece la solidaridad de los patriotas latinoamericanos y en ese sentido nos pronunciamos, desvirtuando la acusación de comunista que le atribuye el imperialismo.
Ckari, huarmi masisniycu: Ama ckechuchina cuychischu; Sayacuychis.
Nockai cuan sujllayaychis, sujlla callpa cananchispaj.
Traducción: Hombres y mujeres, nuestros semejantes: no permitáis que
se os quite, que se os despoje; paraos, resistid. Uníos a nosotros para que
seamos una sola fuerza.
FRIP N° 2. Noviembre de 1961
Boletín mensual del Frente Revolucionario Indoamericanista Popular
Llajtaicu ckarecka, mana cananta, lamcaylla llamcan, mana paypaj inatapas ckaas. Tarpuy cachun, hacha cachun, caña cachun, quiquinllami tucuy:
ckollcke imacka, sucunallapajmi atuchajcunallapaj; paypajcka, mana aicapas.
Chay tucuytacka, sujyachinataj cachun. Nami tucucunampaj alli.
Llajtaicu ckaricuna: nockaicuan cuscayachis, sujllayas sinchiyananchispas.
Sujlla atun callpa sayacoj casajcu!
Traducción: El hombre de nuestro suelo, en indebida forma, trabaja y
trabaja, sin que de ello nada vea para sí. Sea la siembra, el hacha o la caña,
todo resulta igual: el dinero y lo demás es siempre para otros, para los poderosos solamente: nunca para él.
Propongámonos para que todo eso cambie. Ya es hora de que concluya.
Hombres de nuestra tierra: uníos, incorporaos a nosotros, para que unificados nos fortifiquemos. ¡Seamos una sola gran fuerza que haga frente y
que resista!
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FRIP N° 3. Diciembre de 1961
Boletín mensual del Frente Revolucionario Indoamericanista Popular
Chacka achca atejcunapa mana alli soncko caynincuna raycu, llajtaycucuna huajchalla cancu. Mana caymantacuna, tucuy imamanta paypachacuncu; chaypata huajchacunacka, huasincunata huijchus, rinancuna tian mayllamanpas llamcaj, mana yarckaymanta huañunayaspacka.
Llajtamasicuna: cuscayananchis tian, sujllayas, yanapanacus, chaynacunamanta ckeshpinanchispaj.
Traducción: Por la mala fe que abrigan aquellos que pueden mucho,
nuestros coterráneos son siempre pobres. Los que no son de aquí, los de
afuera, se adueñan de todo; de ahí que la gente pobre, abandonando sus
hogares, tenga que ir hacia cualquier parte a trabajar, para no morirse de
hambre.
Paisanos: debemos agruparnos, para que unificados, ayudándonos los unos a los otros, podamos liberarnos de ello.
Fuente: “Boletines del Frente Revolucionario Indoamericanista Popular, 1961”, en Daniel de Santis, A vencer o morir,
PRT-ERP, Eudeba, Buenos Aires, 1998, pp. 22-23.
Gentileza Roberto Baschetti
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Certificado emitido
por la Milicia Nacional
Revolucionaria a John
William Cooke para la
defensa de Cuba contra
la invasión norteamericana
de Bahía de los Cochinos
en abril de 1961.
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POR QUÉ ESTOY
EN CUBA Y NO
EN OTRA PARTE
POR EZEQUIEL MARTÍNEZ
ESTRADA
Entre 1960 y 1962, Martínez
Estrada se desempeña como
director del Centro de Estudios
Latinoamericanos de la Casa
de las Américas, en La Habana,
desde donde apoya los primeros
pasos de la Revolución cubana
L
a Habana. – Gustavo Roca quiere llevar,
de regreso a la Patria, algunas palabras
mías, destinadas a los que extrañan mi
ausencia. Gustavo ha presenciado lo que yo
pudiera narrar, y su testimonio disipará cualquier duda acerca de la veracidad de lo que
parece increíble.
Él ha visto la realidad de lo que en Cuba se
ha hecho en veinte meses y es lo que se está
haciendo para organizar una vida común de
paz y de progreso. Vio lo que puede un pueblo
que se levanta de su postración y adquiere
conciencia cabal de sus derechos y deberes.
Les contará lo que es posible hacer cuando
un pueblo entero se une para defender un
ideal, y les dirá la integridad y capacidad extraordinarias de sus líderes, de los poderes
insospechables de las fuerzas morales.
Les dirá asimismo que me entristece infinitamente la brutalidad y la insolencia con
que los caudillos de todo género sojuzgan a
nuestro pueblo, lo esquilman, lo castigan y lo
escarnecen. Les dirá que si sigo creyendo que
tantos esfuerzos y sacrificios han sido estéri-
y elabora un discurso sobre
América que dista de los
rasgos sombríos que le había
atribuido al continente en
obras como Radiografía de la
pampa (1934). Este testimonio,
publicado en la revista Che, da
cuenta del amplio impacto de
la Revolución cubana entre los
intelectuales argentinos y resulta
un indicio claro, junto con la
polémica entre Victoria Ocampo
y José Bianco, de la fractura al
interior del grupo intelectual
ligado a la revista Sur, fractura
que, sin embargo, ya se había
comenzado a evidenciar pocos
meses después del golpe contra
Juan D. Perón. les, ello se debe a que los usurpadores y embaucadores han gobernado casi siempre al
país, y a que los llamados intelectuales están
enrolados, voluntaria o complacidamente, en
la causa de los enemigos del pueblo. Pero sobre este aspecto de la gran traición nacional
de que pocos están exentos de culpa, prefiero
no insistir.
Estoy en Cuba para servir a la Revolución,
que es también la causa humanitaria de los
pueblos expoliados por los “raketers” de la
banca internacional, amedrentados y escarnecidos por los esbirros de la policía militar
interamericana, y torturados y perseguidos
por los verdugos y delatores en sus propios
países. ¿Qué se piensa de ese gran pueblo cubano en Argentina, manejada por camarillas
estipendiadas y ofuscada la opinión pública
por las informaciones insidiosas de la prensa
asociada? ¿Qué esperan allí del mañana?
En Cuba se espera lo que es correcto y lógico; se espera cosechar mañana lo que se
siembra hoy, y no se esperan mercedes ni
gratificaciones, menos de los cazadores con
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halcón que de los de escopeta. Lo declaró Fidel Castro en la ONU con el lenguaje de los
hombres libres y honrados: “El capitalismo es
una ramera que no nos seduce”.
Aquí cada día esperamos la llegada de los
bombarderos norteamericanos apostados en
Guatemala, y sin duda en otros lugares estratégicos, y no hay un ciudadano que no esté
dispuesto a repelerlos hasta morir. Esperamos de un momento a otro a los bombarderos tripulados por criminales recolectados
como desperdicios de los bajos fondos morales de toda América, adiestrados, equipados y
asalariados por el Departamento de Estado,
el Pentágono y el FBI para asesinar en masa
a hombres, mujeres y niños que trabajan, estudian y miran con la cabeza alta al porvenir.
Estoy en tierra conquistada por el pueblo
a sus enemigos inmediatos, a los que estaban
atrincherados aquí como ahora allá, convertidos los poderes públicos en casamatas. Destruidas fueron sus fortalezas y convertidas en
escuelas, con solo la fuerza de los corazones
ansiosos de justicia y de las manos cansadas
de trabajar sin provecho. Esas son también
las armas invencibles que posee el pueblo
argentino para su liberación. Las otras las tienen los ejércitos de ocupación y sus servicios
auxiliares.
Yo no soy especialista en revoluciones, ni
siquiera un agitador más. Debo dar mi parecer sobre lo que puede hacerse ahora. Hay
en Argentina asociaciones sindicales y profesionales, cooperativas e institutos de defensa
de la dignidad nacional, como la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, que sin
intervención de los dirigentes políticos y sin
asesoría de los abogados del diablo, pueden
levantar un gran movimiento de liberación.
Creo que las bases, la conciencia real de la
situación del país, la localización de los focos
de agresión y de espionaje y el conocimiento de los enmascarados traidores a la patria,
están firmemente en todos los sectores de
la ciudadanía. Únicamente falta, en este momento de quiebra fraudulenta declarada por
los poderes públicos, un ente coordinador
que concentre las fuerzas diseminadas, les
infunda un sentido patriótico de solidaridad y
encienda en ellas la fe en el triunfo.
Cómo se puede hacer esto lo demuestra
el ejemplo de Cuba. Y volverá a demostrarlo
cuando lleguen los asaltantes mercenarios,
aunque el resto de América la abandone a su
suerte. ¿Pero acaso permanecerán impasibles ante el atropello que decidiría a la vez
la suerte de todos los demás países víctimas
del mismo agresor? La cooperación consiste,
ahora mismo, en despertar en todas partes
el repudio y el desprecio a los que sirven en
las filas de los enemigos de la libertad y la
justicia. La suerte está echada para los cazadores de esclavos y para los capataces de sus
plantaciones. En América y en todo el mundo, a corto o largo plazo; por la razón o por
la fuerza.
Fuente: Ezequiel Martínez Estrada, “Por qué estoy en
Cuba y no en otra parte”, Che, Nº 11, abril de 1961.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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CUBA NUESTRA
POR ABEL ALEXIS LATENDORF
H
emos leído dos tipos de críticas a
nuestro –a mi– apoyo a la Revolución
cubana. La primera consiste en el ataque abierto al gobierno y a sus realizaciones,
repitiendo monocordemente los cables y las
insidias internacionales. La segunda es más
sutil, tiene un muy ligero barniz de atracción
patriótica. No entran a juzgarla, se encogen
simplemente de hombros. Dicen: “Es un problema lejano, extraño. Ustedes –usted– se
ocupan de él para eludir pronunciarse sobre
los grandes temas nacionales”.
Andanadas con municiones de los dos tipos
recibimos quienes de Cuba hemos hecho desvelada milicia, y la propia revista que cobija estos
afanes latinoamericanos. Quizá convenga entonces decir algo contestando más a la segunda
posición que a la primera, ya que a esta última
respondemos en cada artículo, en cada foto, en
cada noticia que llega hasta nosotros traspasando aduaneros inquisitoriales, policía desbaratadora de coyunturas humanas y un miedo
enervante que hinca su historia en la república.
A principios de la década de
1960, Alexis Latendorf, una
de las figuras de la emergente
“nueva izquierda” argentina,
escribe un artículo para la revista
Che. En su texto, el dirigente
socialista esgrime una defensa
de la Revolución cubana como
así también una argumentación
histórica que subraya la
dimensión latinoamericana que
debería recuperar cualquier
proceso de liberación nacional
y social en la Argentina. Ambas
cuestiones constituyen aspectos
medulares de la experiencia de
confluencia política que expresa
la revista Che a comienzos de los
años sesenta.
1. Nacimos con vocación continental
Por más que rastreo en la historia argentina –y siempre que se parta de la base que
Moreno la protagonizó mejor que Álzaga– no
encuentro en los hombres de nuestra independencia uno solo que pretendiese circunscribirla a los puros límites del Virreinato del
Río de la Plata; San Martín, Belgrano o Monteagudo tuvieron conciencia de que nuestra
libertad sería precaria si no era acompañada
por la del resto de los países de origen común. Nuestro Gran Capitán luchó en Maipú
igual que en San Lorenzo –que en definitiva
eran los mismos campos de batalla y el mismo enemigo– y entró en Lima con igual fe que
en Mendoza. Bolívar entendió con meridiana
claridad el problema y hendió su espada en el
pecho godo desde el Caribe hasta el Altiplano.
Y Bolívar promovió también el congreso de
Panamá que después frustrara los primeros
zarpazos del águila imperial norteamericana
(a Panamá no asistió la Haití negra que derrotara a Napoleón y ayudara a Bolívar, porque
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en Estados Unidos los negros eran esclavos
y no libertadores). La independencia se ganó
en Buenos Aires, en Quito, en México, en Caracas. ¿De dónde entonces la admonición de
quienes se recuestan en la historia argentina
como si ella fuese su concubina, sin infidelidad ni otros cariños?
Nacimos con vocación latinoamericana.
Nos la hicieron tragar los cipayos de la historia, de la banca, de la política, del comercio.
Nos lo succionaron los ferrocarriles ingleses
y la oligarquía porteña, afrancesada y tilinga.
Nacimos con vocación latinoamericana. Nos la
quiso birlar la élite liberal finisecular. Y ahora
mismo la prostituyen quienes la disimulan en
un interamericanismo que pretende embolsar
amigos y enemigo. Enemigo, que es uno.
2. Una definición militante
Pero esta vocación latinoamericana no era ni
es un puro sentimiento abstracto o una entelequia aguda. Tenemos vocación latinoamericana por una necesidad histórica, objetiva,
inmediata. Necesitamos del resto de los países latinoamericanos para nuestra y para su
liberación.
Definirse sobre Cuba es definirse sobre el
futuro argentino. La consideramos la primera
experiencia profunda, a fondo, de construcción socialista en tierras de nuestra América.
Ellos pagan el derecho de piso, pero enseñan
que son posibles la reforma agraria y las milicias armadas y la honda de David victoriosa
sobre el furibundo Goliath. Es esa posibilidad
de liberación, esa demostración de que nuestro pensamiento se hace carne y país y futuro,
la que espanta a la derecha. Si alguna definición faltaba sobre la importancia de Cuba en
el proceso revolucionario latinoamericano y,
por ende, argentino (¿fueron extranjeros Túpac, o los comuneros, o las montoneras, o Zapata y sus indios, o Sandino, o Bolivia del 52, o
Guatemala sacrificada en el 54?), ese espanto de la derecha demuestra que Cuba eligió
en nuestro país a sus enemigos –que son los
nuestros– y eligió bien, muy bien.
Estamos –estoy– con Cuba, con esta Cuba
de fusil, lápiz y arado, porque su éxito o fracaso serán definitivos para nuestra propia experiencia y liberación nacional.
3. La intercomunicación revolucionaria
Quizá –sólo quizá– insistir preferentemente
en la lucha en Laos o los problemas del Medio
Oriente, pudiera merecer alguna –sólo alguna– crítica, si ello significa abandonar la consideración de nuestro propio drama nacional.
Pero rodear a Cuba, exaltar a Cuba, cuidar de
Cuba, es una obligación militante. Proclamar
un absurdo aislamiento es en el fondo la más
internacionalista de las posiciones en su peor
sentido, en el de servir a una potencia imperial. Aislar a los movimientos populares significa servir en bandeja al imperialismo el bocado de una veintena de países. Gobernantes
y movimientos de muy distinto origen, pero
que de una manera u otra, parcial o totalmente, encarnaron en su momento aspiraciones
multitudinarias, apelaron a este destino común. Lo hizo Haya de la Torre hace treinta
años (con treinta kilos menos y sin treinta
dineros), lo hicieron Gaitán y Chibás y Lázaro
Cárdenas y Albizu Campos y Mariátegui. En la
Argentina los conservadores se desentendieron de los países latinoamericanos, pero se
entregaron con desenfadado alborozo a los
ingleses. El pabellón argentino negándose a
saludar a los ocupantes yanquis de un territorio latinoamericano durante el gobierno de
Yrigoyen tenía, en cambio, un sentido embrionario de común destino.
Si alguien que se supone a sí mismo como
de pensamiento popular proclama, empero,
la necesidad de encogerse de hombros frente
a Cuba, repite una estrategia extranjera adoptada por la derecha oligárquica y es un –consciente o inconsciente– servidor de intereses
coloniales.
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Fuente: Abel Alexis Latendorf, “Cuba Nuestra”, Che, año
1, N° 19, 27 de julio de 1961, pp. 8-9.
CeDInCI
Estamos –estoy– con Cuba y lo proclamamos desde Che porque no nos desentendemos
de la historia argentina que está a nuestras
espaldas y porque sabemos que constituimos
así la más lógica y homogénea continuación
de un proceso que se inició rompiendo lazos
con España en un esfuerzo emancipador latinoamericano, y terminará con la construcción
de una sociedad socialista en las indómitas
tierras que van desde el río Bravo hasta las
soledades patagónicas.
Portada revista Che.
Año 1, Nº 9,
marzo de 1961.
Una revista de la
nueva izquierda.
1956 - 1976
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CUBA:
DETENERSE ES
RETROCEDER
JUAN CARLOS
PORTANTIERO ENTREVISTA
AL CHE Y A RAÚL CASTRO
“Nos animaba una idea: hacer una
revolución verdadera en Latinoamérica; no
queríamos una media revolución.”
Raúl Castro
“En realidad, ahora hay sólo dos partidos:
la revolución y la contrarrevolución. Nos resta
darle el nombre al primero.”
Ernesto “Che” Guevara
S
antiago de Cuba, capital de la provincia
de Oriente, la provincia más grande de
la isla y la más peleadora. Allí estuvo
el cuartal Moncada (ahora es una ciudad escolar, como el de Columbia, en La Habana) y
allí nació un 26 de julio de 1953 el fuego de
la revolución. Por algún tiempo, Santiago de
Cuba fue capital nacional en los días posteriores a la caída de Batista: era un premio a
esa ciudad de mártires y héroes, a esa ciudad
ejemplar que mira a la Sierra Maestra.
En julio de 1961, tres meses
después de la invasión
norteamericana de Bahía de los
Cochinos, en un viaje que realiza
a la isla, Juan Carlos Portantiero
realiza una entrevista a dos de los
líderes máximos de la Revolución
cubana. Allí, el intelectual
argentino –que aún milita en
el Partido Comunista, del cual
será expulsado en 1963 junto con
los cordobeses José Aricó, Oscar
del Barco y Héctor Schmucler,
entre otros, quienes habían
iniciado la publicación de Pasado
y Presente– dialoga con Raúl
Castro y el Che Guevara sobre
el complejo proceso que llevó a
los revolucionarios a la toma del
poder y sobre las perspectivas
inmediatas de la revolución.
Allí, en Santiago de Cuba, tiene su residencia habitual Raúl Castro. Además de ministro
de las Fuerzas Armadas Revolucionarias es el
jefe militar de la zona. Este alejamiento de La
Habana determina que Raúl (indudablemente
el segundo de Fidel, en el fervor popular) sea el
líder revolucionario menos conversado por periodistas y visitantes. Y sobre él se teje, entonces, toda una literatura susurrante y casi temerosa. Cada vez que los cables nombran a Raúl
es para mentar su fama de despiadado: un frío,
oculto y fanático iracundo que está dispuesto a
hacer papilla, deleitosamente, a sus enemigos.
Un muchacho menor de 30 años
Pero Raúl Castro es todo lo contrario. Dentro
del común aire amuchachado que tiene la
Revolución cubana, Raúl es el escalón más
joven. Es evidentemente (como Fidel) un apasionado; es, también como su hermano, una
especie de máquina para hacer cosas, funcio-
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
nando sin pausas. Pero sobre todo es un muchacho menor de 30 años que habla, bromea,
sonríe, como un muchacho menor de 30 años.
No es fácil verlo a Raúl. Salvo que se tenga
la suerte que tuvimos nosotros de encontrarlo
en un cine. Era una noche calurosa de Santiago, en una sala en que se proyectaba un documental chino. (Un documental chino: atención,
“Correo de la tarde”.) Allí, como un espectador
más, estaba Raúl con Vilma Espín, su esposa.
En el hall, o lo salida, se arregló la entrevista:
–Mañana a la noche los paso a buscar. Y
es probable que los argentinos tengan una
sorpresa…
Una sorpresa llamada “Che”
El “Ciudamar” Yacht Club de Santiago de Cuba,
una maravilla al borde del mar, acaba de ser
nacionalizado y transformado en un Círculo
Social Obrero, como todos los clubes de las
clases altas. Allí conversaremos con Raúl y
con su sorpresa: una sorpresa llamada Ernesto “Che” Guevara. El ministro de Industrias
(el “zar rojo de la economía” difundido por la
UPI) ha llegado a Santiago en una de sus habituales giras por el interior. La conversación
se anudará por horas (más de cuatro) girando
alrededor de muchos temas. El “Che” es, finalmente, quien más habla, a pesar de ser más
reservado, más callado que Raúl. Lo vemos y
pensamos: temperamentalmente, de alguna
manera, Ernesto Guevara sigue siendo un porteño, aunque ese ligero acento cubano ronde
sus expresiones.
Es difícil recomponer el diálogo, porque si
bien fue ordenado por un cuestionario previo,
no pudo librarse de la espontaneidad y la naturalidad que son rasgos de todo lo cubano. Interesa reproducirlo, sin embargo, aunque sea
escuetamente, sobre todo porque las opiniones por ellos vertidas son opiniones compartidas por la enorme mayoría del pueblo. Son
propiedad común ya de todos los cubanos en
estos meses cruciales de su historia; en estos
días de su tiempo, después de la invasión mercenaria y en plena construcción socialista.
–Nos interesaría un ligero examen acerca
de la participación de las fuerzas políticas
cubanas en el proceso de la revolución subdividido en dos etapas: la toma del poder y
la construcción social.
“Che” Guevara: Ustedes conocen el origen del Movimiento 26 de Julio, como expresión de la lucha llevada a cabo por Fidel y
un grupo de jóvenes, en el seno del partido
Ortodoxo. En dos palabras, el 26 es la expresión de la lucha contra el quietismo de los
partidos tradicionales. La derrota táctica,
pero victoria estratégica, que fue el asalto al
cuartel Moncada, significó el acta de bautismo del movimiento: a partir de ese suceso
los hechos se fueron precipitando. Después
de un tiempo de encierro, Fidel es liberado
y marcha al exilio en México, donde se dedica a reorganizar las fuerzas dispersas. En
la Cuba batistiana no había margen para la
lucha legalista: sólo la insurrección popular
podía destruir al régimen de terror de la tiranía. Eso pensaba Fidel e incluso muchos políticos tradicionales, derivados de sucesivas
ramificaciones del viejo partido Auténtico.
En 1956, cuando nosotros organizábamos
la expedición del “Granma”, el partido Socialista Popular decía que ya la insurrección
era el único método posible de lucha. Junto
con nosotros era el único grupo político que,
de manera compacta, defendía esa tesis. En
México tuvimos los primeros contactos y nos
pusimos de acuerdo en lo fundamental, aunque surgieron diferencias acerca del tiempo
que podía demorar el proceso. Fidel pensaba
que sería más corto: en el 56 seremos mártires o libres, había dicho antes de la expedición. La lucha, finalmente, duró un poco más
que eso. Una vez actuando ya las guerrillas
en territorio cubano, retomamos los contac-
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tos con el partido Socialista Popular. Sus militantes actuaron en ese aspecto de la lucha,
no sólo con nosotros en la Sierra Maestra
sino con guerrillas propias en Yaguajay, Matanzas y Las Villas. Paralelamente combatían en la zona del Escambray los guerrilleros del llamado Segundo Frente, militantes
casi todos del Directorio Revolucionario 13
de Marzo. Este era el panorama en la guerrilla campesina. En el llano hubo más problemas, sobre todo derivados de la actuación
de grupos del 26 y del Directorio que hacían
valer demasiado el terrorismo individual, sin
una preparación de masas que lo acompañara. Esa tendencia “pustchista”, sumada a
un anticomunismo preventivo, determinó el
fracaso de la huelga de abril del 58, dirigida
en La Habana por David Salvador. Salvador
creía que bastaba anunciar por un micrófono
que había comenzado la huelga, para que la
gente se largara a la calle. Y no era así.
Después del triunfo sólo quedan en pie
tres fuerzas: el PSP, el Directorio y el 26 de
Julio. Superadas pequeñas diferencias, especialmente con el Directorio, las tres fuerzas se
hallan ahora integradas en la común tarea de
la construcción socialista. La labor partidista
ha concluido. En realidad, ahora hay sólo dos
partidos: la revolución y la contrarrevolución.
Nos resta darle el nombre al primero.
Raúl Castro: Quiero opinar sobre algunas
cosas que se suelen decir, habitualmente de
mala fe. Las críticas que el partido Socialista
Popular hizo al 26 de Julio durante la época
insurreccional fueron correctas. Por ejemplo,
la crítica a la quema indiscriminada de cañaverales. Es una infamia censar al PSP de oportunista, como lo hacen algunos enemigos disfrazados de la revolución. El PSP ha jugado un
papel decisivo en nuestra revolución. Sus críticas nos ayudaron para desembarazarnos de
los elementos reaccionarios, pequeñoburgueses del 26 de Julio, radicados especialmente
en el llano.
–¿Cuáles son las perspectivas inmediatas
de la Revolución cubana?
“Che” Guevara: Ahora que tenemos casi
el 85 por ciento de la economía en manos del
pueblo, el total de los bancos, la industria fundamental y el 50 por ciento del campo, podemos empezar a planificar. El único factor que
puede paralizar momentáneamente a Cuba en
este momento es el ataque norteamericano. El
año próximo comienza nuestro plan cuatrienal
de industrias, aunque ya en 1961 hemos comenzado a trabajar en algunos sectores. Calculamos con él, duplicar nuestro nivel de vida
para el año 1965. Entre los planes está la producción de 700.000 toneladas anuales de acero, 1.200.000 kwh de electricidad, la creación
de la industria automotriz (tractores, camiones
y en 10 años motos y autos), para lo cual contamos con créditos checoslovacos y la puesta
en funcionamiento de alrededor de 100 fábricas nuevas que van desde la química (soda
cáustica, fertilizantes, plaguicidas, etc., fundamentalmente con créditos chinos y búlgaros)
hasta la fabricación de máquinas de escribir y
coser, barcos, etc., con créditos de la República
Democrática Alemana y de Polonia, especialmente. A esto hay que sumar el desarrollo del
agro. A fines del 65 queremos llegar a los 9
millones de toneladas de azúcar y, en general,
a autoabastecernos de todos los productos comestibles susceptibles de ser producidos en
Cuba. Todo esto, por supuesto, sin disminuir el
nivel de vida del pueblo sino, por el contrario,
aumentándolo incesantemente. Nuestro problema actual es darle bases institucionales a
la revolución. En economía, por ejemplo, estamos ultimando los detalles de la planificación.
Ella será socialista; es decir, que no nos parece aconsejable el sistema de la autogestión
yugoslava, porque pensamos que ese tipo de
planificación es sólo general. Los planes deben
ir de arriba abajo y de abajo arriba. Si no hay
una cabal comprensión del pueblo y una acep-
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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tación no formal sino efectiva de los planes por
parte de este, el desarrollo económico no puede llevarse a cabo.
Raúl Castro: A veces pensamos cómo es
que hemos avanzado tan rápido. El Rubicón
lo cruzamos cuando aprobamos la Reforma
Agraria. Cualquier país latinoamericano que
emprenda una Reforma Agraria profunda
como la nuestra, debe ir evolucionando como
lo hicimos nosotros para poder subsistir frente a la presión de las clases desplazadas. Así
pasó en Cuba: paradójicamente, a pesar de las
agencias informativas, la influencia más grande para el aceleramiento de la Revolución cubana fueron los Estados Unidos, no la URSS. A
cada golpe que nos propinó el imperialismo, le
respondimos con un contragolpe más violento.
Es que si nos deteníamos, retrocedíamos. Nos
animaba una idea: hacer una revolución verdadera en Latinoamérica; no queríamos una media revolución. Lo que no calculábamos es que
lo íbamos a hacer en tan poco tiempo. Dimos,
tal vez, un salto en el vacío, pero ya estamos
agarrados del otro trapecio. Si los yanquis no
nos hubieran golpeado tanto, no hubiéramos
avanzado tanto. Sabemos que las revoluciones
no se exportan, pero nos sentimos hermanos
de Latinoamérica. Cuando luchábamos aquí no
pensábamos sólo en los seis millones de cubanos, sino en todos los hermanos de nuestro
continente. Ahora nos dicen que hemos traicionado la Revolución. ¿Cuál? La única que hemos
“traicionado” es la “revolución” al estilo de los
Figueres y los Muñoz Marín, las “revoluciones”
de mercurocromo, como dice Fidel. Tuvimos
dificultades, pero un gran triunfo: destruimos,
por primera vez en América, el brazo armado
de las oligarquías, el aparato militar de la dictadura. ¡Ojalá pudiéramos ahora quitarnos los
uniformes y meter los tanques en fundiciones!
De todos modos, el Ejército Rebelde es una minoría al lado de la Milicia Nacional Revolucionaria. Nadie mejor que el propio pueblo para
defenderse a sí mismo. Y nosotros le damos
las armas al pueblo. Por ejemplo, en una cooperativa: nosotros entregamos los rifles y las
metralletas y los campesinos eligen a quienes
cuidarán el orden de entre ellos mismos. A una
revolución así no la destruye nada ni nadie.
Fuente: Juan Carlos Portantiero, “Cuba. Detenerse es
retroceder”, en Che, Nº 19, pp. 10-11.
De izquierda a
derecha, Jorge
Ricardo Masetti
(fundador de Prensa
Latina), el Nobel
guatemalteco
Miguel Ángel
Asturias y Rodolfo
Walsh, en la agencia
Prensa Latina.
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LAS IZQUIERDAS
EN EL PROCESO
POLÍTICO
ARGENTINO
En 1959, Editorial Palestra
publica un conjunto de
entrevistas realizadas por
Carlos Strasser a dirigentes
políticos e intelectuales de un
amplio abanico de la izquierda
argentina. Pensadas bajo la forma
del reportaje con propósitos
de claridad comunicativa, las
preguntas que estructuran el
cuestionario tienen la pretensión
de ofrecer al lector una suerte
de mapa de las diferentes
orientaciones que configuran
el universo de las izquierdas
en la Argentina, como así
también una arquitectura de
sus fundamentos políticos y
una valoración de la situación
particular de cada una de esas
ramas en el contexto argentino
y el escenario internacional. Al
mismo tiempo, las preguntas
proponen un acercamiento más
detenido sobre dos aspectos clave
de la política argentina de fines
de los cincuenta y principios
de los sesenta: las evaluaciones
del peronismo y sus legados
y las significaciones políticas,
económicas e ideológicas del
frondizismo. Sobre estas dos
problemáticas puntuales, se
recogen aquí extractos de las
definiciones brindadas por
Silvio Frondizi, Nahuel Moreno,
Rodolfo Puiggrós y Jorge Abelardo
Ramos. Otros invitados que
participaron del volumen fueron
Rodolfo Ghioldi, A. M. Hurtado de
Mendoza, Abel Alexis Latendorf,
Quebracho (Liborio Justo),
Esteban Rey e Ismael Viñas.
Reportaje - Cuestionario preparado b) ¿Cuál fue el significado de la Unión Demopor Carlos Strasser
crática?
1. ¿Qué es la izquierda y cuándo se está en
la izquierda?
2. En líneas generales, ¿cuál ha sido la posición de las izquierdas en el proceso político argentino, desde 1916? Una breve opinión sobre las presidencias de Yrigoyen.
3.Peronismo.
a) ¿Cuáles son las razones económico-político-sociales de su origen? Su aparición,
¿obedece a algún factor, causa o fenómeno internacional?
c) El triunfo de Perón en febrero de 1946,
¿cabía esperarlo como cosa lógica? En
vez: ¿fue imprevisto? ¿A qué se debió?
d) La política económico-social del peronismo, ¿puede llamarse de izquierda? ¿Fue
fascismo? ¿Fue bonapartismo? ¿Fascismo
y bonapartismo, según la época? ¿Puede
ser identificada con la de Yrigoyen en una
común línea popular? ¿Puede ser asimilada con la que observan los movimientos
de liberación nacional de Asia y África?
e) La industrialización que preconizó el peronismo, ¿fue correcta en su ejecución? ¿Tuvo
simples defectos? ¿Fue mal ejecutada?
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
f) ¿Fue correcta –políticamente– la oposición casi absoluta de la mayoría de las
izquierdas frente a Perón?
g) El Estado policial, bajo el gobierno peronista, ¿qué explicación tiene? ¿Se justificaba?
h) ¿Qué saldo positivo dejó, sintéticamente,
el peronismo? ¿Fueron mayores sus aspectos negativos?
i) ¿Qué hubiera ocurrido, en lo económico-político-social, de no haber caído Perón?
j) ¿Cuáles fueron los motivos de la caída de
Perón? ¿Puede vincularse al imperialismo
inglés con ella?
k) ¿Qué importancia y posibilidades tiene el
peronismo en la hora actual?
sía industrial argentinas en una revolución democrático-burguesa?
j) ¿Coinciden los intereses de la burguesía
industrial argentina con el plan económico
de Frondizi? La coincidencia, ¿es absoluta,
parcial o no existe?
k) La política de Frondizi, ¿es representativa
de la pequeña burguesía?
l) ¿Retomó Frondizi el camino que habría
emprendido Perón –negociar con el imperialismo yanqui– con su frustrado contrato
con la California?
m)¿Qué rol juega y qué importancia tiene en
la política de Frondizi el famoso artículo
28, sobre Universidades particulares?
4.Frondizismo.
a) ¿A qué se debió el apoyo de extrema derecha y extrema izquierda a la candidatura
de Arturo Frondizi?
b) ¿Qué era la integración nacional que postulaba Frondizi?
c) Desde el punto de vista de nuestro desarrollo económico, ¿nos son igualmente inconvenientes el imperialismo británico y
el yanqui?
d) ¿Hasta dónde puede el imperialismo norteamericano ayudar al desarrollo industrial y económico general del país?
e) ¿Qué resultados y consecuencias traerá, a
corto y a largo plazo, el plan económico de
Frondizi?
f) Al asumir el mando Frondizi, ¿se hallaba la Argentina frente a una grave crisis
económica, cercano el país a la cesación
de pagos?
g) De no haber sido así, ¿a qué otra razón se
debió el giro de Frondizi-candidato a Frondizi-presidente?
h)La política de Frondizi, ¿puede ligarse
con un proceso de revolución democrático-burguesa?
i) ¿Qué papel y posibilidades de contribución
tienen la pequeña burguesía y la burgue-
5. ¿A qué se debe el carácter minoritario de
los partidos de izquierda en nuestro país?
¿Qué perspectivas tienen en cuanto a crecimiento de su caudal de votos?
6. ¿Es necesaria la formación de un frente
popular? ¿Sobre qué bases? ¿Es viable?
7. ¿Qué opina del movimiento estudiantil reformista y sus organizaciones?
8. ¿Qué opinión tiene acerca de la construcción socialista en la URSS? ¿Y en China?
¿Y en las democracias populares? ¿Y en
Yugoslavia?
9. ¿Puede admitirse un camino nacional,
particular, hacia el socialismo?
10.¿Qué opinión tiene de los movimientos
nacionales de Asia y África?
11.¿Qué opinión tiene del partido laborista
inglés, el social-demócrata y el socialista
italianos y el socialista francés?
12.¿Considera usted que hay posibilidades
de que estalle una nueva guerra?
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Silvio Frondizi
Respuesta a la pregunta 3
Peronismo
Para nosotros, el peronismo ha sido la
tentativa más importante y la última de realización de la revolución democrático-burguesa en la Argentina, cuyo fracaso se debe a la
incapacidad de la burguesía nacional para
cumplir con dicha tarea.
A través de su desarrollo, el peronismo
ha llegado a representar a la burguesía argentina en general, sin que pueda decirse
que ha representado de manera exclusiva
a uno de sus sectores (industriales o terratenientes). Dicha representación ha sido directa, pero ejercida a través de una acción
burocrática que lo independizó parcial y momentáneamente de dicha burguesía. Ello le
permitió canalizar en un sentido favorable a
la supervivencia del sistema, la presión de
las masas, mediante algunas concesiones
determinadas por la propia imposición popular, la excepcional situación comercial y
financiera del país, y las necesidades demagógicas del régimen. Precisamente, la floreciente situación económica que vivía el país
al término de la segunda gran guerra, constituyó la base objetiva para la actuación del
peronismo. Este contó, en su punto de partida, con cuantiosas reservas acumuladas de
oro y divisas, y esperó confiadamente que
la situación que las había creado mejorara
constantemente, por la necesidad de los países afectados por la guerra y por un nuevo
conflicto bélico que se creía inminente.
Una circunstancia excepcional y transitoria más contribuyó a nutrir ilusiones sobre
las posibilidades de progreso de la experiencia peronista. Nos referimos a la emergencia
de una especie de interregno en el cual el
imperialismo inglés vio disminuir su control
de la Argentina, sin que se hubiera produ-
cido todavía el dominio definitivo y concreto
del imperialismo norteamericano sobre el
mundo y sobre nuestro país. Ello posibilitó
cierto bonapartismo internacional –correlativo al que se practicó en el orden nacional–,
y engendró en casi todas las corrientes políticas del país grandes ilusiones sobre las
posibilidades de independencia económica y
de revolución nacional.
La amplia base material de maniobra permitió al gobierno peronista, en primer lugar,
planear y empezar a realizar una serie de
tareas de desarrollo económico y de recuperación nacional, con todas las limitaciones
inherentes a un intento de planificación en el
ámbito capitalista. La estructura tradicional
de la economía argentina no sufrió cambios
esenciales; las raíces de su dependencia y
de su deformación no fueron destruidas. Al
agro no llegó la revolución, ni siquiera una tibia reforma. Fueron respetados los intereses
imperialistas, a los cuales incluso se llamó a
colaborar, a través de las empresas mixtas.
Tampoco se hicieron costear las obras de desarrollo económico al Gran Capital nacional
e imperialista. El Primer Plan Quinquenal, en
la medida que se realizó, fue financiado, ante
todo, con los beneficios del comercio exterior.
Por otra parte, a consecuencia de una serie
de factores, aquella fuente primordial de recursos pronto se tornó insuficiente, y debió
ser complementada con las manipulaciones
presupuestarias y el inflacionismo abierto. A
través de la inflación, los costos de la planificación económica peronista no tardaron en
recaer también sobre la pequeña burguesía y
el proletariado de las ciudades.
Pero durante su primer período de expansión y euforia, el peronismo tuvo también
realizaciones en los distintos aspectos de la
economía. En materia de transportes, se nacionalizaron los ferrocarriles y se incorporó
nuevo material; la marina mercante argentina
fue aumentada en sus efectivos y en el tone-
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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laje total transportado. Hacia la misma época
se fue dando gran impulso a la aviación, se
completó la nacionalización de puertos, etc.
Otra realización recuperadora del peronismo
en su período de auge ha sido la repatriación
de la deuda pública externa. Se pretendió solucionar el problema de la energía en general
y del petróleo en particular, pero sin atacar
las cuestiones de fondo. Se tomaron una serie de medidas favorables a la industria y se
apoyaron los rudimentos de una industria pesada estatizada, heredados del gobierno precedente, aumentando la participación estatal
en la industria. La intervención directa del Estado en la industria tuvo una doble finalidad:
tomar a su cargo tareas económicas necesarias que la endeble burguesía nacional no era
capaz de realizar por sí sola y proporcionar a
la burocracia bonapartista un nuevo resorte
de poder y una importante fuente adicional de
beneficios. La generosidad del crédito estatal
fue otra de las formas de favorecer al capitalismo nativo-extranjero.
El mantenimiento de un grado apreciable
de paz social ha sido una de las contribuciones más importantes del Estado peronista
a la prosperidad de la burguesía agroindustrial argentina durante el primer período de
expansión. La propia prosperidad general fue
factor fundamental en la atenuación transitoria de las luchas clasistas argentinas. A ello
se agregó la acción del Estado, que por un
lado promovía una política de altos salarios, a
la vez que subsidiaba a las grandes empresas
para evitar que estas elevaran exageradamente sus precios, y por otra parte encerraba
a los trabajadores en un flexible pero sólido y
eficiente mecanismo de estatización sindical.
Este balance realizado –que es nuestra
posición desde hace varios años– nos ha evitado caer en los dos tipos de errores cometidos respecto al peronismo: la idealización de
sus posibilidades progresistas, magnificando
sus conquistas y disimulando sus fracasos, y,
por el otro lado, la crítica negativa y reaccionaria de la “oposición democrática”, que, v.gr.,
tachó al peronismo de fascismo.
El resultado de tal balance es la entrega del capitalismo nacional al imperialismo,
a través de su personero gubernamental, el
peronismo. En efecto: transcurridos los primeros años de prosperidad, entró a jugar con
toda fuerza el factor crítico fundamental de
los países semicoloniales: el imperialismo.
Este logró por diversos medios (dumping, relación de los términos de intercambio, etc.) ir
estrangulando paulatinamente a la burguesía
nacional y su gobierno. Los diversos tratados
celebrados con el imperialismo –verdaderamente lesivos para el país– culminaron el
proceso de entrega. En fin, el balance de la
experiencia nacional-burguesa del peronismo
ha sido la crisis: estancamiento y retroceso
de la industria, la caída de la ocupación industrial y de los salarios reales, el crónico déficit
energético, la crisis de la economía agraria y
del comercio exterior, la inflación, etc.
Yendo ahora a su aspecto político, el rasgo fundamental del peronismo estuvo dado
por su aspiración de desarrollar y canalizar
simultáneamente la creciente presión del
proletariado en beneficio del grupo dirigente
primero y de las clases explotadoras luego.
De aquí que nosotros hayamos calificado al
peronismo como bonapartismo, esto es, una
forma intermedia, especialísima de ordenamiento político, aplicable a un momento en
que la tensión social no hace necesario aún
el empleo de la violencia, que mediante el
control del aparato estatal tiende a conciliar
las clases antagónicas a través de un gobierno de aparente equidistancia, pero siempre
en beneficio de una de ellas, en nuestro caso
la burguesía.
El capitalismo, frente a la irrupción de las
masas populares en la vida política, y sin necesidad inmediata de barrer con la parodia
democrática que lo sustenta, trata de cana-
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1956 - 1966
170
lizar esas fuerzas populares. Para ello necesita favorecer, por lo menos al comienzo, a
la clase obrera con medidas sociales, tales
como aumento de salarios, disminución de
la jornada de trabajo, etc. Pero como estas
medidas son tomadas, por definición, en un
período de tensión económica, el gran capital no está en condiciones materiales y psicológicas de soportar el peso de su propia
política. Lógico es, entonces, que lo haga incidir sobre la clase media, la que rápidamente pierde poder, pauperizándose. Con ello se
agrega un nuevo factor al proceso de polarización de las fuerzas sociales.
La política de ayuda obrera referida se
realiza, en realidad, en muy pequeña escala,
si es que alguna vez se realiza, dándosele
apariencia gigantesca por medio de supuestas medidas de todo orden.
Las consecuencias de este demagogismo
son fácilmente previsibles: dislocan aún más
el sistema capitalista, anarquizándolo y por lo
tanto, acelerando su proceso crítico. Además,
la política demagógica relaja la capacidad
de trabajo de los obreros, lo que explica que
cuando el capitalismo necesita readaptarlos
para el trabajo intenso, tenga que emplear
métodos compulsivos. Esta es una nueva
causa que explica el totalitarismo y una nueva demostración de que, en el actual período,
el Estado Liberal carece tanto de posibilidad
como de valor operativo.
El proceso demagógico presenta algunos
resultados beneficiosos, particularmente en
el orden social y político. Al apoyarse en el
pueblo, desarrolla la conciencia de clase política del obrero. Creemos que el aspecto positivo fundamental del peronismo está dado
por la incorporación de la masa a la vida política activa; en esta forma la liberó psicológicamente. En este sentido Perón cumplió el
papel que Yrigoyen en relación a la clase media. Hizo partícipe al obrero, aunque a distancia, en la vida pública, haciéndole escuchar a
través de la palabra oficial el planteamiento
de los problemas políticos de fondo, tanto nacionales como internacionales.
Estos aspectos representados por el peronismo fueron los que lo volvieron peligroso
a los ojos del Gran Capital. De aquí que nosotros hayamos dicho en el primer tomo de La
realidad argentina, escrito en 1953, que Estados Unidos “necesita un gobierno de personalidades más formales” que las peronistas,
permitiéndonos predecir “que llegado este
momento (de profundas convulsiones sociales) el General Perón, instrumento del sistema capitalista en una etapa de su evolución,
será desplazado”.
La pérdida de la base material de maniobra del país y del peronismo restó a este la
posibilidad de continuar con su política, y fue
la que condujo, en última instancia, a su caída.
La acusación de fascismo lanzada contra
el régimen peronista carece de tanto fundamento como la posición que consideró a este
un movimiento de liberación nacional. Para
demostrar que el mismo fue bonapartista y
no fascista, será suficiente con indicar que se
apoyó en las clases extremas, gran capital y
proletariado, mientras la pequeña burguesía
y en general la clase media, sufrió el impacto
económico-social de la acción gubernamental.
Por el contrario, en el fascismo, la fuerza social de choque del gran capital está
constituida por la pequeña burguesía. Esta
circunstancia explica que las persecuciones
contra el proletariado bajo el régimen fascista encierren tanta gravedad, ya que la acción
represiva está a cargo de toda una clase. Es
necesario distinguir entre dictadura clasista
y dictadura policial. La torpe y reaccionaria
acusación de fascismo partió de la Unión Democrática, de triste recordación. Las fuerzas
más oscuras de la política argentina, coaligadas en la Unión Democrática, en la que no
faltó el apéndice izquierdista, no quisieron o
no supieron comprender en su hora toda la
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importancia del nuevo fenómeno representado por el peronismo, y de su desprestigio
e incapacidad cosechó este para conquistar
el poder. Así, nosotros pudimos predecir el
triunfo del Coronel Perón, en nuestro trabajo
La crisis política argentina.
El gran odio que le profesó la “oposición
democrática” se debió a que su régimen destapó la olla podrida de la sociedad burguesa,
mostrándola tal cual es. La juridicidad burguesa y la sacrosanta Constitución Nacional
perdieron su virginidad, poniendo al descubierto su carácter de servidoras de una situación. Se destruyó la unidad del Ejército
y se colaboró en la descomposición de los
partidos políticos, etc. En efecto, no fueron
los rasgos negativos del peronismo los que
verdaderamente separaban a la “oposición
democrática”, como se ha visto después: el
aventurerismo y la corrupción política, administrativa, etc., la “pornocracia”; la estatización y burocratización del movimiento obrero; la legislación represiva, hoy en vigor con
más fuerza que nunca, etc. Asimismo, con la
caída de Perón no se trató de corregir esos
defectos, sino terminar con los excesos de su
demagogismo, demasiado peligroso ya en un
período de contracción económica. El golpe
de Estado de 1955 cumple ese objetivo del
gran capital nativo-extranjero.
Respuesta a la pregunta 4
Frondizismo
Hace seis años concluimos el examen de
la intransigencia radical, realizado en la primera parte de La realidad argentina, diciendo:
“¿Está el radicalismo en condiciones doctrinarias, políticas y morales de dar una solución a
la crisis que aqueja al país? La respuesta es
obvia. Lo único que puede dar el radicalismo
es un cada vez mayor entendimiento con la
reacción”. Lo que está ocurriendo actualmente, por lo visto, no nos toma de sorpresa.
A la UCR Intransigente, como partido pequeñoburgués, le alcanzan directamente las
consecuencias de la descomposición de esta
clase social: disminución de la clase media
productiva, mayor gravitación de la no productiva y parasitaria: burócratas, dependientes del
gran capital, intelectuales, profesionales, etc.
La gran burguesía emplea en función de
gobierno, sobre todo en el país, a las fuerzas
centristas pequeñoburguesas, entre otras
ventajas, por cuanto suelen confundir a las
fuerzas de izquierda.
En un momento dado de la evolución
moderna, la clase media representó un papel sobresaliente, pero en la actualidad, por
obra de factores objetivos inherentes al sistema, está perdiendo rápidamente su poderío. Lógico es, entonces, que las fuerzas políticas que la representan vayan perdiendo a
su vez posiciones. No debemos olvidar que
los partidos políticos son representantes de
fuerzas sociales determinadas, y nacen, se
desarrollan y mueren con ellas. Esta es la
explicación lisa y llana del proceso sufrido
por los partidos socialistas y moderados de
todo el mundo, como representantes de la
pequeña burguesía.
Estos partidos –entre los cuales se contaba la UCRI– atacan las consecuencias inevitables del sistema capitalista, pero defienden
a muerte la perpetuación del sistema mismo,
origen primordial de todos los males que atacan. Los resultados de su acción, cuando alcanzan el gobierno, están a la vista.
La UCRI soñó con el desarrollo del capitalismo nacional, porque creyó en la posibilidad
de la independencia económica y política dentro de un mundo capitalista, sin ver el problema de la integración imperialista de este en
manos de los Estados Unidos, que conduce
al fracaso de las revoluciones nacional-burguesas. Además, el radicalismo, huérfano de
apoyo popular, siempre lo ha buscado en los
elementos de fuerza de la sociedad argenti-
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na: el imperialismo, la burguesía nacional,
las Fuerzas Armadas y la Iglesia. En relación
con el primero, la UCRI, durante sus años de
oposición, centraba su ataque en el imperialismo inglés, dejando de lado al imperialismo
yanqui; en esta forma, hacía aparente antiimperialismo, atacando a un moribundo sin caer
en desgracia frente a la fuerza internacional
con cuyo apoyo contaba para tomar el poder.
Por otra parte, como gobierno al servicio de la
burguesía nacional, no tenía otro camino que
entregarse al amo yanqui, hegemónico socio
de aquella.
En cuanto al aspecto político del problema,
no tenemos más que repetir lo que decíamos
en 1953: “La posición pequeñoburguesa comprende una extensa gama que abarca desde
el auténtico liberal al fascista declarado. Podemos agregar aquí que, en lo que se refiere
al político profesional, tiene de todo ello; por
regla general va perdiendo su liberalismo a
medida que se aproxima a la función pública,
que le impone una posición concreta frente a
la realidad capitalista. Entonces el centrista,
que es un derechista vergonzante, debe mostrar la cara”.
Por eso, no creemos que haya sido acertado el apoyo de “la extrema izquierda a la
candidatura de Arturo Frondizi”. Por lo que
hace al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (Praxis), fue el primero en alertar sobre
el peligro que entrañaba este gobierno para
el proletariado y para el país. Si algún partido
de izquierda apoyó esa candidatura, lo hizo en
abandono de las posiciones revolucionarias,
cosa que bien caro le estará costando ahora.
El problema planteado en el cuestionario
referente a las diferencias entre el imperialismo inglés y el norteamericano y a la posibilidad de que este último pueda ayudar al desarrollo industrial y económico general del país,
se resuelve claramente aplicando la teoría de
la integración mundial capitalista formulada
por nosotros en 1946.
Las nuevas condiciones que explican la
transformación de la política mundial del capitalismo son fundamentalmente las siguientes.
Ante todo, el enorme desarrollo de las fuerzas
productivas mundiales y la consiguiente interdependencia económica. Debemos agregar la
enorme intensidad alcanzada por las contradicciones internas en los países capitalistas,
especialmente en los Estados Unidos.
Otra condición está dada por la franca
ruptura del equilibrio entre las principales potencias capitalistas, equilibrio que era uno de
los fundamentos del período anterior, y cuya
ruptura es consecuencia de la ley del desarrollo desigual de las potencias que integran
el sistema. Esta desigualdad en el desarrollo
permite al capitalismo realizar su postrer
avance por medio de la potencia directora,
Estados Unidos, y en su propio beneficio. Así
como la dinámica interna del sistema tendió
en un momento dado a integrar la producción
en el orden nacional, podríamos decir a socializarla, a través de la división del trabajo, hoy
tiende por gravitación natural a realizar dicha
integración en el plano internacional.
Esta tentativa no es la primera, pues su
objetivo siempre constituyó el sueño dorado
de las potencias capitalistas. Lo único nuevo
está dado por las condiciones históricas actuales, favorables para llevar a una potencia
al dominio del mundo capitalista. Para ello es
necesario someter a revisión el principio de
soberanía y modificar la política seguida con
las demás potencias. La realidad de la política internacional de los Estados Unidos se ha
amoldado a esta nueva situación. Lo demuestra, entre otras cosas, la nueva orientación
de los acuerdos internacionales, así como la
política de tipo “progresista” iniciada por Roosevelt, tendiente a estimular cierto desarrollo industrial de las potencias menores. Por
supuesto que este desarrollo tiene límites
perfectamente claros, fijados por el interés
del país director. De aquí que la industrializa-
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ción de los países coloniales y semicoloniales
se produzca de acuerdo a un plan de división
del trabajo impuesto, y se refiera a productos
que no significan una competencia seria con
la del país imperialista. Por ello, en casi todos
los casos, se excluye la industria pesada.
Esta nueva orientación, ajustada a las necesidades de la situación presente del capitalismo, exige la modificación del actual sistema colonial, es decir, la sustitución de un
sistema colonial por otro sistema colonial, en
el que el país dominante cede aparentemente
en un aspecto –el político– para ganar en otro
–el económico.
La anterior política colonial, seguida en
general por todas las potencias capitalistas y
especialmente por Inglaterra, se basaba más
que nada en su limitada capacidad económica y en la falta de desarrollo de los movimientos nacionales de las colonias.
La situación actual se ha modificado; por
un lado, Estados Unidos ha adquirido una capacidad financiera y técnica extraordinaria, y
por el otro, el grado de madurez alcanzado
por los países sojuzgados no permite continuar con la vieja política colonial y obliga a
someterla a revisión para colocarla sobre
nuevas bases.
Íntimamente unida al problema de la política colonial seguida hasta el presente, se
encuentra nuestra afirmación de que al integrar un frente mundial capitalista se atenúa
la contradicción entre el capital imperialista
y el capital nacional, por el dominio del primero sobre el segundo. En consecuencia, se
atenúan las diferencias nacionales, se universaliza la situación política, y queda señalada
cuál debe ser la posición de las fuerzas de izquierda: integrar un frente mundial y lanzarse
a la batalla definitiva; y más particularmente
para el caso argentino, queda invalidado el
argumento de la necesidad de que nuestro
país cumpla la llamada revolución democrático-burguesa. Los intentos frustrados del
peronismo y el actual gobierno prueban esta
última afirmación.
Examinemos ahora otra fase de la nueva
situación imperialista. Al iniciar el examen
de la integración, partimos del carácter autocontradictorio del capitalismo. Pues bien,
este carácter explica que las fuerzas integradoras actúen también como fuerzas desintegradoras, las que en última instancia habrán
de prevalecer si perdura el sistema. Porque
si bien el capitalismo tiene la virtud de tender siempre a la expansión económica destruyendo todas las barreras que se le oponen,
todos los aislamientos, realiza esta tarea de
acuerdo a su propia dinámica interna, es decir, desarrollando sus propias contradicciones
y destruyendo en parte su tarea de avance.
Esta característica puede ser explicada con
una comparación de corte leninista. Así como
los monopolios produjeron y producen, como
consecuencia del carácter autocontradictorio
del capitalismo, una acentuación de la anarquía de la producción, la integración actúa
también al mismo tiempo como fuerza desintegradora y anarquizante. La característica
del momento actual, dado el estado crítico del
capitalismo mundial, el parasitismo de la potencia dominante, es una tremenda lucha por
la supervivencia entre las potencias menores.
Esta lucha queda al descubierto, por ejemplo,
en la total dislocación del comercio mundial.
En ese proceso de integración imperialista bajo comando de los Estados Unidos,
tiene un papel importante el fenómeno que
nosotros hemos caracterizado como pseudoindustrialización.
La intervención del capital extranjero en
la industria nacional se opera –simultánea o
sucesivamente– en diversas formas y ramas:
1) Actividades extractivas, que operan sobre
materias primas nacionales –frigoríficos,
minería, fábricas de cemento, subproductos agropecuarios.
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2) Industrias de montaje –automóviles, ascensores, aparatos radiotelefónicos–, con
piezas total o parcialmente importadas, o
bien producidas total o parcialmente en
el país.
3) Industrias manufactureras y semimanufactureras, fraccionadoras y de envasamiento, que trabajan con materia prima
e incluso productos semiterminados importados.
Desde el punto de vista jurídico financiero,
el capital extranjero ha intervenido en la industria nacional, sucesiva o simultáneamente, en diversas formas. Una, la primera históricamente, y que ha sido típica del capital
británico, consiste en la financiación pura y
simple, por capitales extranjeros, de empresas establecidas para operar en el país: talleres ferroviarios, usinas eléctricas, compañías
petroleras.
Otra modalidad, en la que los EE.UU. han
tenido un destacadísimo papel, consiste en
la exportación directa de industrias; grandes
establecimientos industriales de las metrópolis imperialistas instalan en el interior de
un mercado nacional dado –por diversos motivos– fábricas que son simples prolongaciones del establecimiento inversor. Podríamos
decir que así como el capitalismo de libre
competencia se caracterizó por la exportación de manufacturas, y el imperialismo en
su primera etapa por la exportación de capital
financiero, en la actual etapa de integración
se caracteriza también por la exportación directa de industrias.
Los mismos factores que estimularon
la exportación de industrias a la Argentina,
unidos al deseo de “camuflar” la penetración
del capital foráneo y de controlar toda empresa puramente nacional que puede surgir
en la industria, han producido otras formas
de “naturalización” de aquel. V. gr., sociedades de capital extranjero se organizan bajo
el régimen legal argentino, incluso admitiendo capital y personal nativos, pero sin que
desaparezcan ni el control foráneo ni –en la
medida posibilitada por el control de cambios– la exportación de dividendos; o bien,
accionistas extranjeros de compañías argentinas bajo control foráneo venden o permutan
sus acciones a gerentes o accionistas nativos
residentes en el país; o finalmente, inversores nativos, inducidos por las favorables
perspectivas abiertas a la industria, forman
–por sí solos o con la participación foránea–
compañías que establecen manufacturas
domésticas. Esta participación directa, total
o parcial, en las empresas, el manipuleo de
la palanca crediticia, la concesión del uso
de patentes, el dominio de los mercados internacionales, dan al capital imperialista un
control decisivo de la industria nacional.
Asimismo, creemos conveniente señalar
brevemente las características principales
y los rasgos diferenciales de las inversiones
británicas y yanquis.
En sus relaciones económicas con la Argentina, el capital británico empezó por intercambiar mercancías: materias primas contra
manufacturas. Siguieron luego las inversiones en grandes obras y servicios públicos.
Simultáneamente, se fueron desarrollando
las inversiones agropecuarias, forestales, mineras, de colonización. Las inversiones en la
banca y en el gran comercio exterior argentino fueron resultado lógico de este desarrollo
general.
Por ser gran exportadora de artículos industriales de consumo, y por el paulatino retraso que fue sufriendo en su capacidad técnica general –lo que le impidió conservar el
monopolio mundial en la industria pesada y
en la producción de maquinarias–, Gran Bretaña no desarrolló industrias coloniales competitivas, y sí solamente aquellas típicamente
coloniales o complementarias de otras inversiones coloniales.
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En síntesis, las inversiones británicas han
sido casi siempre indirectas –empréstitos,
ferrocarriles–, o en industrias típicamente
coloniales. Comparado con el capital norteamericano, fue escaso el papel británico en las
migraciones de industrias. Lo expuesto se aplica plenamente en lo relativo a la Argentina.
Las inversiones yanquis, sin dejar de explotar las ramas tradicionales, han manifestado una tendencia creciente a dirigirse hacia
las industrias manufactureras, así como hacia actividades que, como el petróleo, las minas y la electricidad, de una u otra forma estimulan la propia producción norteamericana.
A diferencia de Gran Bretaña, para quien
un desarrollo industrial de la Argentina implicaba la disminución de la demanda de los
bienes de consumo que ocupan un lugar primordial en sus exportaciones, el capital norteamericano poco o nada perdía, y mucho
podía ganar, en un desarrollo industrial que
controla, que le entrega mercados dificultosos, que aumenta la demanda de maquinarias, materiales de construcción, patentes y
técnicos norteamericanos que permite incrementar la producción bajo control yanqui de
materias primas importantes. La introducción de capital imperialista tiene como fundamento y presupuesto necesario el atraso del
país, y lo agrava, puesto que está en su interés mantenerlo, pese a la existencia simultánea de formas enormemente tecnificadas,
que es lo que se ha dado en llamar desarrollo
combinado.
Creemos con esto haber contestado la
teoría del gobierno “nacional popular”, que,
a falta de una burguesía nacional que industrialice el país, pretende que Estados Unidos
le haga ese servicio gratuitamente.
De acuerdo con lo visto, podemos afirmar
que la burguesía nacional no está en condiciones de realizar la revolución democrático-burguesa, por su alianza con el imperialismo, con la oligarquía y por su profundo odio
y temor a la clase obrera. Si de ella tenemos
que depender, no sólo no avanzaremos un
paso, sino que retrocederemos en el desarrollo alcanzado y caeremos en las peores formas de atraso y dictadura. Apenas un año de
gobierno “nacional y popular” es un anticipo
suficiente de lo que decimos.
Tampoco la pequeña burguesía puede
cumplir un papel dirigente en un proceso revolucionario debido a su posición intermedia
y fluctuante, a su composición heterogénea,
a su pérdida de posibilidades, y a su desintegración. La tarea de la izquierda es contribuir a rescatar los elementos y sectores de
esa clase que puedan secundar la lucha del
proletariado.
Si ninguna de estas dos clases sociales –gran y pequeña burguesía– es capaz de
cumplir con las tareas elementales de nuestro desarrollo, debemos dedicarnos entonces
al proletariado.
Respuesta a la pregunta 9
¿Puede admitirse un camino nacional, particular, hacia el socialismo?
El altísimo grado de interdependencia que
han alcanzado las relaciones económicas, sociales, políticas e ideológicas dentro de los
marcos generales del capitalismo, y la madurez de la economía mundial para el socialismo –aspectos a que me he referido más
arriba–, suprimen de hecho toda posibilidad
y perspectiva ciertas de “un camino nacional,
particular, hacia el socialismo”.
Pero ello no significa tampoco que la marcha argentina y latinoamericana hacia el socialismo deba comenzar fatalmente por el
sometimiento inicial y sin condiciones a los
intereses y exigencias de la Internacional stalinista, ni a las pretensiones al liderazgo de
alguna de las dos ficciones trotskistas de Internacional. El camino debe partir de la construcción de un poderoso movimiento socialis-
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ta revolucionario, con estructura y programa
auténticamente marxistas, que revela su
fuerza y eficacia en todos los aspectos –sindicales, políticos, ideológicos, etc.– de la lucha
contra el sistema; que sea capaz de enraizarse en las masas y de influir realmente en sus
experiencias concretas.
Esta tarea debe ser planteada simultáneamente y desde el principio en coordinación con movimientos similares de Latinoamérica, para ir sentando –sin menosprecio
de las particularidades nacionales y regionales– las bases de una especie de Internacional Latinoamericana, tarea ya posible y
en la cual trabaja activamente el Movimiento
Izquierda Revolucionaria (Praxis). La concreción de este primer objetivo contribuirá realmente a dar bases efectivas –no imaginadas
o mistificadas para autoengañarse y/o dar
satisfacción a determinados centros burocráticos europeos– al surgimiento de una
nueva Internacional revolucionaria en escala
mundial, sin la cual será problemático o imposible el triunfo definitivo de la Revolución
Socialista Mundial.
Nahuel Moreno
Respuesta a la pregunta 3
Peronismo
a) ¿Cuáles son las razones económico-político-sociales de su origen? Su aparición,
¿obedece a algún factor, causa o fenómeno
internacional?
El surgimiento del peronismo es producto de varias razones económico-político-sociales. Las que originaron el golpe del 4 de
Junio fueron: la estructura capitalista del
país, íntimamente ligada a los imperios europeos y tradicionalmente antiyanqui, fundamentalmente la burguesía ganadera; el
predominio y la fuerza creciente del imperialismo yanqui y la debilidad de los imperios europeos, desaparición del alemán y
debilitamiento del inglés; crisis total de la
oligarquía argentina que servía como agente del pacto Roca-Runciman, que nos había
transformado en semicolonia británica. Esta
oligarquía estaba formada: por el consorcio
financiero Bemberg Tornquist Robert-Len
& Co.; en un segundo plano, los ferrocarriles, los grandes consorcios cerealistas, Sofina, el trust del tanino, los frigoríficos, los
sectores más fuertes de la burguesía industrial y de los ganaderos (los invernadores),
los grandes terratenientes industriales y
laneros (los azucareros, viñateros, Menéndez Behety, etc). Todos estos sectores formaban una terrible rosca que controlaba
completamente el país al servicio del imperialismo inglés. La crisis agraria y la guerra mundial provocaron una crisis total en
ese frente único oligárquico. Varios de esos
sectores oligárquicos consideraban que era
mucho más productivo pasar al servicio del
amo de América y futuro amo del mundo:
Wall Street. Bemberg y las casas cerealistas comenzaron el éxodo. Los grandes bonetes de la burguesía industrial los siguieron
y, tras ellos, los terratenientes-industriales.
Tras Bemberg y las casas cerealistas se fueron Pinedo y el general Justo. Ortiz ya se había pasado con armas y bagajes poco antes.
Pero, con los terratenientes-industriales, representados por Patrón Costas, se produjo
la crisis del partido conservador, el partido
de las oligarquías terratenientes provinciales. Para restablecer el equilibrio y la unidad
rota de la oligarquía y la burguesía argentinas, salió a la calle el ejército el 4 de junio de
1943. Todos los intentos que este hizo para
resistir al imperialismo yanqui, volviendo al
statu quo oligárquico anterior, fracasaron.
Es que la balanza cada día se desnivelaba
más en favor del imperialismo yanqui. Ha-
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biendo fracasado todos los planes de volver
al pasado para frenar la colonización yanqui del país (apoyarse en los ingleses y recomponer la oligarquía) le llegó el turno al
sector del ejército, comandado por el general Perón, que había vislumbrado el futuro:
la única fuerza que podría resistir la colonización yanqui y darle estabilidad al gobierno
no podía ser otra que el movimiento obrero organizado en los sindicatos. De ahí el
fenómeno nuevo en el país de un gobierno
fundador, protector y feroz controlador de
sindicatos. Por otra parte, la siniestra política proyanqui de los sindicatos comunistas
posibilitaba esa fundación, protección y feroz contralor del movimiento obrero a través de nuevos sindicatos. Sumando a esa
política el hecho fundamental de las nuevas
camadas de obreros del campo venidos a
la ciudad, podemos decir que esas razones
económico-político-sociales provocaron el
surgimiento del peronismo.
b) ¿Cuál fue el significado de la Unión Democrática?
La Unión Democrática fue esencialmente
el movimiento político de la colonización yanqui del país. La fórmula Braden o Perón sintetizó magistralmente la situación.
c) El triunfo de Perón, en febrero de 1946, ¿cabía esperarlo como cosa lógica? En vez: ¿fue
imprevisto? ¿A qué se debió?
A mí personalmente me sorprendió, principalmente en Buenos Aires, no así en la Provincia de Buenos Aires. No creía que el nuevo
movimiento obrero argentino fuera tan fuerte,
tan homogéneo, tan clarividente.
d) La política económico-social del peronismo,
¿puede llamarse de izquierda? ¿Fue fascismo? ¿Fue bonapartismo? ¿Fascismo y bona-
partismo, según la época? ¿Puede ser identificada con la de Yrigoyen en una común
línea popular? ¿Puede ser asimilada con la
que observan los movimientos de liberación
nacional de Asia y África?
Bonapartismo sui géneris, porque se apoyaba en el movimiento obrero, controlándolo
férreamente, para defender al país y coquetear con el imperialismo. Puede ser comparado con el de Yrigoyen si recordamos que la
estructura del pueblo ha cambiado esencialmente desde Yrigoyen a Perón (bajo este la
clase obrera adquiere la primacía). Debe ser
asimilado a los movimientos de liberación nacional de Asia y África si no olvidamos que en
Asia y África se trata de conquistar la independencia nacional y que aquí es el imperialismo yanqui el que está a la ofensiva y que
nuestro país se defiende.
e) La industrialización que preconizó el peronismo, ¿fue correcta en su ejecución? ¿Tuvo
simples defectos? ¿Fue mal ejecutada?
Fue incorrecta, sin plan y sin revolucionar la economía nacional: no expropiando los
grandes monopolios ni los grandes terratenientes y no nacionalizando el comercio exterior. Por eso fue una industrialización basada
en una mayor utilización de la mano de obra
y no en una mayor tecnificación. No olvidando
para nada el chantaje imperialista, que fue el
que obligó al peronismo a esa política industrial oportunista.
f) ¿Fue correcta –políticamente– la oposición
casi absoluta de la mayoría de las izquierdas frente a Perón?
“Incorrecta” me parece un término inapropiado. Fue canallesca: al servicio de la
colonización yanqui y de las peores fuerzas
regresivas.
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g) El Estado policial, bajo el gobierno peronista,
¿qué explicación tiene? ¿Se justificaba?
Hay una explicación profunda: la resistencia a la colonización imperialista puede
hacerse con el movimiento obrero en continua movilización, aprendizaje y superación,
o desde el Estado capitalista apoyándose en
el movimiento obrero. El primer camino es
el único seguro pero tiene un inconveniente para los capitalistas nacionales: el movimiento obrero no sabe, ni puede distinguir,
dónde empieza y dónde termina la explotación nacional y la extranjera. En su lucha
contra el imperialismo, el movimiento obrero tiene que postular su derecho al poder,
como la única clase antiimperialista y democrática hasta el fin. El Estado capitalista
nacional, cuando se defiende del imperialismo, necesita controlar todo por dos razones:
para impedir el libre juego de los agentes del
imperialismo dentro del país y para evitar
que el movimiento independiente, autónomo, de la clase obrera, haga peligrar a los
explotadores nacionales. De ahí el carácter
totalitario de sus gobiernos. El peronismo es
el ejemplo más acabado de ese tipo de gobierno; Nasser es otro. No se justifica, aunque se explica.
h) ¿Qué saldo positivo dejó, sintéticamente, el
peronismo? ¿Fueron mayores sus aspectos
negativos?
Un enorme saldo positivo. El gobierno
más importante y progresivo de la historia
argentina, a pesar de su carácter formal totalitario. Profundizó la democracia al desarrollar la organización y los derechos sindicales.
Unificó políticamente a toda la clase obrera
del país. Inculcó un férreo sentimiento antiimperialista. Organizó uno de los más importantes movimientos obreros del mundo entero.
Objetivamente, independizó al país del pacto
Roca-Runciman, sin caer bajo las garras del
imperialismo yanqui. Insistimos, todo esto
hace al gobierno peronista el más progresivo
y democrático de toda la historia argentina, a
pesar de su forma totalitaria.
i) ¿Qué hubiera ocurrido, en lo económico-político-social, de no haber caído Perón?
Se hubiera planteado una lucha mortal
entre los Teisaires, Olivieri, del gobierno peronista y el movimiento obrero peronista, con
o sin la CGT, por ver quién conducía y hacia
dónde, al gobierno y al país.
j) ¿Cuáles fueron los motivos de la caída de
Perón? ¿Puede vincularse al imperialismo
inglés con ella?
Perón cayó porque el imperialismo yanqui, apoyado por el inglés, cambió su política
de conjunto en Latinoamérica. El imperialismo yanqui considera que la mejor forma
de lograr que nuestros países entren en la
carnicería mundial que prepara, es darnos
una democracia formal que nos engañe.
Cuenta para este plan con la colosal ayuda
de la Iglesia católica, que se ha ubicado con
armas y bagajes al lado del imperialismo
yanqui. Los gobiernos “dictatoriales” que tienen roces con el imperialismo y que no se
someten a este nuevo plan imperialista de
hambre, miseria y democracia formal para
los pueblos, están de más. Odría se sometió
al plan yanqui y no cayó. Todos los otros “tiranos” ya han caído o seguirán cayendo si no
se someten.
La caída de Perón es la etapa más importante de ese plan pero es una etapa. A esto
hay que agregar que toda la burguesía argentina apoyó la caída de Perón, especulando en
un acuerdo económico con el imperialismo,
contra las conquistas económico-político-sociales del movimiento obrero argentino.
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k) ¿Qué importancia y posibilidades tiene el
peronismo en la hora actual?
Todo depende del programa y de los cuadros de dirección. Si el peronismo se transforma definitivamente en un movimiento obrero
revolucionario, su futuro está asegurado, por
más vaivenes circunstanciales que tenga. Si
no, sufrirá una o varias crisis.
Respuesta a la pregunta 9
¿Puede admitirse un camino nacional,
particular, hacia el socialismo?
La lucha de clases en todos los países responde a una serie de leyes generales; una de
ellas, que son eslabones de una lucha mundial de conjunto total; otra, que no es posible
llegar a triunfos de importancia por la colaboración de clase, sino solamente por la lucha
intransigente de la clase obrera contra toda
forma de explotación.
Esto no impide que la aplicación de estos
lineamientos generales varíe de país a país,
de acuerdo a las características específicas de
cada país y de cada etapa de la lucha de clases.
Los “caminos nacionales” hacia el socialismo es el nombre que los stalinistas le han
puesto a la vieja colaboración de clases practicada por la socialdemocracia internacional.
Llenos de vergüenza por llamar a la colaboración de clases con Mendes France o con democristianos italianos de “izquierda”, colaboración
de clases que han denominado “camino nacional” hacia el socialismo. Ese camino nacional
llevó al poder a De Gaulle en Francia y llevará
al ascenso de otros De Gaulle en otros países.
Rodolfo Puiggrós*
5. El peronismo nació como antítesis de
esa conjunción de todos los partidos que desembocó en la unión democrática. Fue la res-
puesta a los intereses nacionales concretos
y de las reivindicaciones vitales de las masas
populares al intento de aplicar en la Argentina la estrategia imperialista de posguerra.
Identificar el peronismo con el nazifascismo –y no falta quien lo asimila al comunismo– o con el bonapartismo francés de hace
un siglo es la manera corriente de eludir el
estudio analítico de las causas internas que
lo originaron. No puede negarse la influencia de los acontecimientos mundiales en la
aparición del peronismo, pero hacer de tal
influencia su factor único determinante sólo
cabe en mentalidades dogmáticas que examinan los procesos nacionales desde puntos
de vista abstractos.
En 1945-1946 estaba destruido el poder
de Alemania y postrada Inglaterra por su
desgaste bélico. La URSS y los Estados Unidos rivalizaban en extender sus respectivas
esferas de influencia y en ocupar posiciones
estratégicas en el mundo. Vastos movimientos de liberación nacional se desataban en
las zonas coloniales y dependientes. Al ser
aplastados el fascismo y el nazismo desaparecería el antagonismo entre los dos bloques mundiales y pasaba al primer plano el
antagonismo entre el mundo capitalista y el
mundo socialista, entre los países oprimidos
y los países opresores. La cuestión nacional
cobraba una importancia dominante.
¿Tiene el menor asomo de sensatez igualar con el nazifascismo que se quebraba
en el orden mundial al profundo y extenso
movimiento popular que en 1945 se levantó
en la Argentina al margen y en oposición a
los partidos políticos? Cuanta expresión de
autodeterminación nacional aparecía, era
tildada de nazifascista por los servidores
conscientes e inconscientes de la estrategia imperialista de posguerra. Los mismos
personajes que hasta poco tiempo antes negaban que en un país semicolonial pudiese
darse el nazifascismo, acusaban de serlo al
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despertar de las masas populares argentinas o a la movilización nacionalista de los
obreros e indios de Bolivia.
La mistificación dura hasta nuestros días.
Políticos, economistas, filósofos y escritores
de reblandecida mentalidad liberal y espíritu
colonial siguen sosteniendo todavía que el
movimiento nacional de masas que tomó el
nombre de peronismo o justicialismo fue extraño a la evolución del país argentino, a la
cual ellos sólo conciben dentro del esquema
de la hipócrita legalidad democrático-burguesa-anglosajona. No admiten otra legalidad,
como si las formas jurídicas, económicas y
culturales de la democracia de la decadencia
del capitalismo se hubiesen cristalizado para
siempre en ella. Todos los partidos políticos
argentinos son conservadores desde hace
varios lustros. He ahí una de las razones de
nuestra crisis política y por qué las masas populares no creen en dirigentes que con frases
izquierdistas les ofrecen la continuidad del
viejo orden social.
El justicialismo se convirtió de la nada
en el mayor movimiento nacional de masas
de nuestra historia por ser el resultado de
las contradicciones internas de la sociedad
argentina en determinado grado de su desarrollo o, con otras palabras, por ser el espejo,
la representación, de las tendencias reales a
emanciparse de las fuerzas sociales oprimidas por una superestructura oligárquico-imperialista y encadenadas a un determinado
tipo de legalidad que no corresponde a las
cambiantes relaciones entre las clases. Obliga a reflexionar con la máxima seriedad una
comprobación de tan inmensa importancia
como la de que en el justicialismo reaparece, con mayor nitidez y vigor que en el yrigoyenismo, el movimiento político policlasista.
No surge el justicialismo como nuevo partido o como un partido más en el juego de
los partidos; surge como antítesis de todos
los partidos, como oposición de un naciente
nacionalismo popular a un artificial régimen
de partidos que no representa al país real.
También obliga a reflexionar el hecho de que
en cada oportunidad el movimiento político
clasista muestra una conciencia más firme y
clara del interés nacional y una mayor participación en él de la clase obrera. No cabe
duda que esta tuvo en el yrigoyenismo un
papel protagónico mucho más débil que en
el justicialismo.
Si analizamos esa reiterada tendencia
de las masas populares argentinas hacia la
formación de un movimiento que parta de
ellas mismas –tal vez sea más exacto decir:
que cada vez parte más de ellas mismas, que
cada vez posee mayor grado de autonomía y
menor grado de patriarcalismo– tendremos
necesariamente que convenir en que el proceso histórico nacional, en función del proceso histórico latinoamericano, se encamina
hacia algo absolutamente nuevo, de lo cual
el yrigoyenismo y el justicialismo sólo fueron
anuncios, anticipaciones, experiencias iniciales. Los dirigentes de todos los partidos están
hipotecados a un concepto y a una práctica
de la política superados por las condiciones
materiales del país y la conciencia social del
pueblo. Por eso son incapaces de señalar
perspectivas para el futuro y se atrincheran
en sus dogmas y prejuicios para impedir que
avance el movimiento de masas.
6. El carácter de la política que gobernó
a la Argentina durante el decenio de 19451955 estuvo determinado por el propio origen del justicialismo en una serie de esporádicos movimientos de masas que tuvieron
en el del 17 de octubre su más alta, genuina
y espontánea expresión. No olvidemos que
toda política que nace de un movimiento de
masas y se inspira en él trata por impulso
natural de crear economía y propiedad sociales. Es la inversa de esa democracia de
minorías y para minorías que se da por obje-
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tivo el lucro individual, se resume en la llamada libre empresa y reemplaza el pronunciamiento directo de las masas por la opción
obligatoria dentro de un régimen preestablecido de partidos.
Como las causas generatrices del justicialismo están dentro del país y no en el
exterior, como es expresión de la sociedad
argentina a mediados del siglo xx, su política posee el realismo de que carece la política de los hombres prácticos, imbuidos de
una suicida filosofía utilitarista contraria al
interés nacional. No se trata de caer en la
fácil apología, tan falaz y dañina como los
de nuestros inconscientes opositores resentidos. El porvenir argentino exige una digna
actitud objetiva para interpretar una concepción política que gobernó al país durante un
decenio y que continúa siendo la bandera de
las grandes masas. La angustia del espacio
nos obliga a resumir la obra del gobierno peronista en los siguientes puntos:
a) Primer intento de planificación social de la
economía;
b) Nacionalización de los comandos de la economía y las finanzas (bancos, transportes,
comercio exterior) hasta entonces en manos del capital imperialista extranjero;
c) Expropiación de empresas monopolistas
(La Prensa, Bemberg);
d Impulso a la siderurgia y a la metalurgia
como empresas estatales y estímulo a la
industria privada nacional;
e) Acercamiento al gobierno de los sectores
de la producción (patrones y obreros) e intentos de llegar a acuerdos permanentes
entre ellos para elaborar y aplicar los planes económicos;
f) Extensión del movimiento sindical hasta el
último rincón del país y a todas las esferas
de la economía;
g)Primeros ensayos de incorporación de
las fuerzas armadas a los procesos pro-
ductivos, a través de su autoabastecimiento y de su participación en las empresas estatales;
h)Política internacional de acuerdos bilaterales con todos los países sin tener en
cuenta su régimen y su ideología y desarrollando la autodeterminación nacional;
i) Extraordinario progreso de la legislación
social, de la justicia del trabajo y de las
obras sociales en beneficio de la clase
obrera.
Estos pasos hacia delante –por mínimos
que parezcan a la mentalidad izquierdista
que exige todo para que no se haga nada y
sabotear lo que se hace– tenían necesariamente que provocar una intensa resistencia.
No contaron con el apoyo coherente del elenco gubernamental y de las fuerzas armadas.
No sólo la vieja oligarquía, los abogados y
comerciantes asociados a los monopolios
extranjeros y la prensa y la diplomacia imperialistas conspiraron durante un decenio
para anular al justicialismo. Todos los partidos políticos, sin excepción, prepararon su
derrocamiento por el único camino que les
quedaba: el golpe de Estado. Pero esta operación de fuerza que los legalistas liberales
proyectaron requería un ambiente social determinado, cierto grado de desarticulación
del frente gubernamental. No bastaba con
tener la generosa ayuda de la prensa, las finanzas y los servicios de información de las
potencias imperialistas. La Nueva Argentina
no había destruido a la Vieja Argentina. El
país estaba desdoblado y lo componían dos
planos cruzados de intereses.
Es evidente que los partidos por sí mismos
no hubieran logrado la caída del gobierno peronista. Tuvo que producirse la desarticulación del frente gubernamental, provocada,
principalmente, por el conflicto con la Iglesia
Católica, el convenio en trámite con la California y el temor a un levantamiento obrero.
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Tres causas de distinto valor que dividieron
ese frente desde distintos ángulos. Militares
y civiles nacionalistas, en su mayoría antiguos adherentes del peronismo, fueron los
que sacaron las castañas del fuego para que
dos meses después, en noviembre de 1955,
el liberalismo de diestra y siniestra volviera
al poder y Gran Bretaña comprobara que no
había perdido todo en la Argentina.
7. El interregno de marinos y militares liberales que se dieron por misión destruir lo
que había en el país de economía y propiedad sociales y devolver a los monopolios privados las empresas nacionalizadas, además
de atomizar al movimiento obrero, probó que
no se puede navegar contra la corriente de
la historia.
Los argentinos hemos vivido más de dos
años bajo un gobierno sostenido por la fuerza
y el sistema de partidos, animado del único
propósito de hacer tabla rasa de cuanto se
había hecho desde 1945. Pero hay algo que
permanece en pie, que lejos de debilitarse se
fortalece con la persecución y la calumnia: la
firmeza con que luchan las masas trabajadoras por una Argentina en la que impere plenamente la solidaridad nacional.
Esa firmeza pasó por la amarga experiencia del 23 de febrero de 1958. Fue necesario el increíble camuflaje que precedió
a los comicios, la mentira más escandalosa
que se haya conocido entre nosotros, para
que los “libertadores” encontraran salida
legal a su delictuosa orfandad. Había que
atraer a las masas con promesas que se
abandonarían el mismo día de asumir el
poder. Había que crear una integración nacional por arriba, pura fórmula, de la vereda
de enfrente del pueblo.
El frondizismo llegó al gobierno para ser
la resurrección y muerte del izquierdismo, a
la vez que la resurrección y muerte del derechismo. En él se unen las dos mitades de
una agónica concepción del mundo y de los
problemas argentinos. En él está representado todo el pasado de verbalismo antiimperialista y sometimiento práctico a los intereses antinacionales. Si Frondizi no hubiese
triunfado, hoy lo tendríamos exhibiendo su
libro sobre el petróleo como si fuese nuestro Corán. Si hubiesen triunfado los vencidos
del 23 de febrero, hoy los tendríamos en el
gobierno haciendo lo mismo que Frondizi.
Cuando se arriba a tal comprobación hay
que pensar que la solución de nuestra crisis
está fuera del juego de los partidos: en un
movimiento de masas que renueve las instituciones, reforme la estructura agropecuaria y cree una democracia directa de obreros
y empresarios.
El frondizismo nos promete para dentro
de dos años el paraíso terrenal. Para alcanzarlo exige austeridad, es decir sacrificios a
obreros y empresarios, y ofrece a los inversionistas extranjeros los mayores beneficios.
Carece de plan de desarrollo integral del país
desde el punto de vista de sus propias posibilidades y con vistas a la autocapitalización.
Su plan de estabilización no es más que la
consigna de “respeto absoluto de las situaciones creadas” del gobierno del general Justo.
Después de haber enviado emisarios a Estados Unidos para vender al país parece haber
comprendido que su estabilidad se conserva
mejor bajo la protección inglesa. “La influencia estadounidense es una de las causas que
determinan divisiones en los partidos políticos que ya dejan de tener la unidad ideológica
que resultaba de la antigua preeminencia británica” (Petróleo y Política, XLIX).
Las inversiones extranjeras pueden capitalizar a un país y pueden también descapitalizarlo. Lo capitalizan cuando son absorbidas por planes nacionales de desarrollo. Lo
descapitalizan cuando se realizan a costa del
desarrollo nacional. El gobierno frondizista
no tiene ningún plan nacional de desarrollo,
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a no ser que se entienda por tal la teoría económica de almacenero minorista que el señor Alsogaray predica en nombre de la libre
empresa. La política de austeridad es una
exigencia de los inversores y no una contribución que se pide para capitalizar al país. Por
eso se impone con la violencia de la máquina
impresora de papel moneda sin la más mínima adhesión voluntaria del pueblo.
8. Con el gobierno frondizista se marcha
hacia el acabamiento de la vieja Argentina
oligárquica y satélite de las potencias imperialistas. Cuanto más tiempo dejen los acontecimientos a las fuerzas del pueblo para
concentrarse, prepararse y tener clara conciencia de los cambios históricos que necesitan la estructura y la superestructura de la
sociedad argentina, más complejo y perfecto será el nuevo orden social, más estable la
nueva legalidad.
Nuestra crisis no se arregla con golpes de
Estado, con fusilamientos en masa o con dar
eternamente vuelta a la noria de los partidos.
Hay que elaborar un programa de reconstrucción nacional que sea la bandera del gran
movimiento de masas que se está gestando
espontáneamente. Creemos que tal programa debe tener los siguientes fundamentos:
a)No podemos transferir a ninguna potencia extranjera, monopolio o grupo de
monopolios extranjeros, la responsabilidad de nuestro autodesarrollo integral
sin anularlo, sin hundirnos en la miseria
y el coloniaje. La teoría de la integración
mundial del capitalismo bajo la égida de
los Estados Unidos es tan falsa como la
teoría de la integración mundial del socialismo bajo la égida de la Unión Soviética.
Tenemos que incorporarnos plena y decididamente al despertar de los pueblos
relegados, en quienes descansa el porvenir de la humanidad.
b)Si se exceptúan pequeños núcleos que
miran al país nada más que como fuente de enriquecimiento personal, todos los
argentinos tenemos intereses solidarios
que nos unen y se extienden al resto de
América Latina. En consecuencia hay que
planificar solidariamente la explotación,
la circulación y el consumo de nuestras
inmensas riquezas yacentes, con vistas a
impulsar la economía y la propiedad sociales.
c) Los partidos políticos han dejado de representar a la sociedad argentina. El movimiento de masas se orienta por caminos
propios, pero necesita una conducción
programática –teórica, práctica, organizativa–, que se desarrolle sobre la base de
una honda asimilación autocrítica del justicialismo.
d) Las fuerzas del trabajo y de la producción, las comunas y los organismos que
el pueblo crea espontáneamente, tienen
que estar representados en forma directa
en todas las instancias del poder público,
sin delegar en arcaicos y circunstanciales
comités la lucha por sus derechos y reivindicaciones.
e)El futuro gobierno debe ser el reflejo
de las relaciones concretas que están
en pleno desenvolvimiento en el campo
de la producción, como resultado de los
acuerdos, en el plano de los intereses nacionales o de determinados sectores de
la comunidad, que se establecen entre
empresarios y obreros.
f) Hay que modernizar la organización de
las fuerzas armadas. La consigna “los
militares al cuartel”, que los políticos agitan siempre que no necesitan a los militares para un golpe de Estado o para
que les entreguen el gobierno, no corresponde a la situación real de nuestro
país. Las fuerzas armadas, incorporadas
plenamente a la vida económica de la na-
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ción, serán puntales de la economía y la
propiedad sociales en la lucha contra el
privilegio y la servidumbre.
Frente a la política sin grandeza que estamos sufriendo, ha llegado el momento de
proponernos, por encima de las miserias del
presente, construir con nuestras propias manos una nación que sea ejemplo y estímulo
para sus hermanas del continente.
* En el original no figuran las preguntas como en las
entrevistas restantes. Reproducimos las respuestas tal
cual aparecen en el libro del que se extrajo el texto.
Jorge Abelardo Ramos
Respuesta a la pregunta 3
Peronismo
a) ¿Cuáles son las razones económico-político-sociales de su origen? Su aparición,
¿obedece a algún factor, causa o fenómeno
internacional?
Esta pregunta ha sido contestada ya por
el socialismo revolucionario nacional desde
1945: en el periódico Frente Obrero (septiembre de 1945); en la revista Octubre (noviembre
de 1945 hasta abril de 1947); en mi libro América Latina: un país (noviembre de 1949); en el
periódico Frente Obrero (1954); en la revista
Izquierda (agosto y septiembre de 1955); en
el semanario Lucha Obrera (octubre de 1955
hasta febrero de 1956); en el libro ya citado
Revolución y contrarrevolución en la Argentina
y, más recientemente, en la revista Política
(octubre a diciembre de 1958). No necesitaré
en consecuencia improvisar una respuesta, ni
corregir el pasado. Se me excusará en cambio, que ofrezca una versión compendiada
de ideas que, expresadas a lo largo de muchos años, han adquirido un vasto auditorio.
Por uno de esos fenómenos tan comunes en
la historia, estas ideas han ganado el pensamiento de antiguos adversarios; como la
gratitud es un sentimiento desconocido en
política, será obvio que indique que aquellos
mismos que otrora nos atacaran como “peronistas” (usando esta denominación política
como elemento de descalificación) hoy han
efectuado un cambio de frente de 180 grados:
de cualquiera podremos esperar comprensión, menos de estos neófitos, para quienes
somos testigos molestos de su antiguo cipayismo de izquierda, así como espectadores
irónicos de su actual conversión.
El imperialismo europeo, sobre todo el
británico, deformó el desarrollo económico
de la Argentina; arrasó las antiguas economías precapitalistas, liquidó las industrias
artesanales y abrió a sangre y fuego, por la
mano de Mitre, el mercado interior para sus
productos. Recién con Avellaneda se restaura
una legislación protectora, suprimida a partir
de Caseros, y se inicia una política de amparo a la industria. Poco hará Yrigoyen en este
orden, pero la guerra mundial, lo mismo que
la crisis de 1929 y la segunda hecatombe imperialista funcionarán a modo de propulsoras
de la industrialización, por supuesto que en
la esfera de los productos de consumo. Es
esta corriente industrializadora, sobre todo a
partir de 1930, la que atrae a los “cabecitas
negras” del interior mediterráneo a los alrededores de la Capital Federal y los incorpora
a la economía monetaria.
Al mismo tiempo que la crisis mundial
de 1929 restringía la capacidad de compra
argentina y cerraba las importaciones, la
sobresaturación europea de los productos
agropecuarios argentinos llegaba a su punto máximo. Desde 1914 los ingleses cesan
de expandir la red ferroviaria y la producción
agraria detiene su rápido crecimiento anterior. Como lógica consecuencia, la oligarquía
frenará en 1930 la afluencia inmigratoria,
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tradicionalmente destinada a la producción
rural. La economía comienza a independizarse lentamente del comercio exterior, empieza
a funcionar hacia adentro. Cuando se abren
las nuevas fábricas, la mano de obra ya no
puede ser extranjera, como a principios de siglo, sino que será predominantemente criolla
y los obreros industriales provendrán de La
Rioja o Entre Ríos, de Santiago del Estero o de
Corrientes. Esta tendencia se reforzará hacia
1942. Y el proceso se hará recién visible para
todos el 17 de octubre de 1945.
Hasta 1943, la política era asunto exclusivo del Círculo de Armas; la oligarquía se
sobrevivía en el poder, con la complicidad del
radicalismo encabezado por Alvear. Los partidos “obreros” participaban de este régimen
bipartidario; trotaban a su costado; recibían
migajas. Cuando el ejército asesta su golpe
palaciego el 4 de junio, todo el país estaba
preparado para un cambio profundo. El golpe
no hace sino devolver la libertad a las fuerzas
sociales reprimidas por el régimen político y
sus verdaderas dimensiones a las tendencias
económicas. La industria necesitaba urgentemente el apoyo del Estado y una remodelación de la estructura jurídica. Por su parte,
la clase obrera criolla carecía de sindicatos
y partidos representativos. En ese momento
decisivo ni la burguesía nacional ni el proletariado contaban con el precioso instrumento
del partido. Hemos examinado las causas y
no podría sorprender que en tales circunstancias el ejército cumpliera la función de reemplazar al partido burgués, inexistente. Así
lo indicó su política económica inmediata. La
presencia de Perón se originó en ese gran vacío político de la clase trabajadora. Pero ese
mismo hecho, como el surgimiento y la asombrosa victoria del peronismo, indicaron por sí
mismos que los llamados “partidos obreros”
habían traicionado por completo y para siempre su misión. La carrera política meteórica
del coronel respondió esencialmente a la
inexistencia de un gran partido obrero y popular en la Argentina. Este es el factor cardinal de su triunfo, pero no es el único. Perón
encontró su verdadero partido en el Ejército,
que desempeñó un notable papel no sólo en
el estudio del Plan Savio para la industria pesada, en la Dirección de Fabricaciones Militares, sino también en la conducción de la política interior y exterior. La generación de los
Sosa Molina, Lucero, Silva, etc., que lo acompañó desde 1930, fue la base de sustentación
política del coronel, su verdadera cohorte de
hierro. Ya se ha dicho muchas veces que el
Ejército en un país semicolonial puede desempeñar tareas de enorme importancia en
la resistencia nacional ante el imperialismo.
Como este último domestica generalmente
a los partidos tradicionales, y los coloca a su
servicio, sólo quedan al margen de este proceso de subordinación las Fuerzas Armadas y
en particular el Ejército de tierra, más ligado a
las tradiciones nacionales, más metido en el
país y de procedencia más plebeya.
De ahí la tradición “antimilitarista” de los
partidos seudodemocráticos, que ven siempre la política argentina con los ojos del concentrado capital extranjero y para el cual es
muy difícil tratar con el Ejército, único factor
concentrado en la indefensa semicolonia.
Más fácil es por supuesto, negociar con el
Dr. Alvear el convenio de la CADE, o cualquier
otro abogado hábil (como el Dr. Frondizi) de
esos que se encuentran a montones entre los
políticos “natives”.
Perón demostró su destreza política al
lograr desembarazarse del cerco asfixiante
que le habían tendido los ideólogos nacionalistas del 4 de junio, enquistados en el aparato del Estado y embebidos en los mitos
reaccionarios europeos. La derrota de Hitler
y Mussolini dejó al nacionalismo clerical sin
base mundial. Los militares advirtieron que
se les abría un abismo a sus pies. El almirante Storni envió una vergonzosa y humi-
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llante carta a Cordel Hull, repudiada por todo
el país y que demostró abiertamente que el
Ejército, por sí mismo, ya no estaba en condiciones de sostener una política nacional. O
creaba una base de masas, buscaba el apoyo
popular a su política económica y a su política exterior, o caía. La carta de Storni resonó
como el responso fúnebre del nacionalismo
militar sin pueblo. En la confusión de esos
días, Perón maniobró para unir en una fracción militar a los mejores y más resueltos
elementos neutralistas del Ejército, la Aeronáutica y la Marina. El imperialismo norteamericano, ensoberbecido por su victoria
europea, expresó a través de Braden su voluntad de aplastar al gobierno del 4 de junio.
Ante la pasividad envidiosa del imperialismo
inglés, Braden actuó enérgicamente, como
en tierra conquistada, y movilizó a la FUBA,
a los partidos obreros, a los viejos sindicatos
socialistas y stalinistas que ya carecían de
toda representatividad, a la Bolsa de Comercio y a la Unión Industrial, a las fuerzas vivas
y muertas de la vieja Argentina, a los Borges y a los Mallea, a las Victoria Ocampo y a
los Codovilla, a los magistrados venerables
y a los varones consulares, a los patricios
y plebeyos, a la izquierda y a la derecha de
aquella sociedad oligárquica enraizada hasta 1943 en la gran factoría pampeana.
Esta ofensiva oligárquica impregnó de
odio hacia el gobierno militar y su jefe más
notorio a grandes masas de la clase media,
electrizadas por los triunfos europeos de las
“democracias”. La ciudad-puerto fue levantada en vilo y su alma, conmovida por la campaña aplastante de la prensa, la radio y los
oradores del frente “democrático”. El ataque
desorientó a los núcleos militares que sostenían a Perón. El gobierno militar se creyó
aislado ante las imponentes manifestaciones
que exigían la renuncia de Farrell y la entrega del poder a la Suprema Corte. Un motín de
palacio, instigado por la Marina, siempre sen-
sible a las voces del extranjero, y apoyado por
algunas fuerzas de Campo de Mayo, obligó a
Perón a presentar su renuncia de ministro de
Guerra; inmediatamente fue detenido y enviado a Martín García.
La ciudad elegante vivió su hora de júbilo; la calle Santa Fe refulgía de risas y flores.
Pero diez días más tarde una marea humana desbordó la Gran Buenos Aires y se volcó
en una corriente irresistible hacia la Plaza
de Mayo. Multitudes jamás vistas hasta entonces, formadas por trabajadores, llegaron, enfurecidas, hasta la Casa de Gobierno,
exigiendo el retorno del coronel. ¿Qué había
ocurrido? El tránsito del 4 de junio al 17 de
octubre comenzó a percibirse cuando Perón
organizó en 1944 la Secretaría de Trabajo
y Previsión y se lanzó a estimular la iniciativa de los trabajadores, de esa clase obrera
criolla, sin tradición sindical ni política, que
pugnaba por mejorar sus condiciones de vida
y deseaba luchar por ello. Los diarios no informaban de esa revolución sindical profunda que operaba en el diálogo constante entre
Perón y los nuevos sindicatos industriales.
Esa actividad de Perón era mirada con
curiosidad y desconfianza por la oligarquía
y los partidos “democráticos” pero estaban
demasiado preocupados en conspirar con el
Departamento de Estado para derribar el gobierno como para meditar sobre el significado de esa actividad “demagógica” del coronel. Lo cierto es que el 17 de octubre de 1945
la clase obrera argentina intervino abiertamente en la política del país y provocó un
cambio radical en la situación. Fue apoyada
en esa actitud por el sector más nacional
del Ejército, por gran parte de la burocracia
estatal y por el país rural, aquellos argentinos del interior integrantes de las peonadas,
clase media culta, pequeños estancieros y
productores cuyas voces se escuchan poco
en la capital, pero cuyo peso se hace sentir en las grandes decisiones históricas. Así
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fue como Perón demostró ante sus camaradas del Ejército que su política estaba lejos
de ser insensata. Las fuerzas antagónicas
convinieron en que toda la cuestión debía
ser resuelta por medios electorales. Perón
triunfó ampliamente contra Tamborini, candidato del embajador Braden, y en las listas
de diputados que resultaron elegidos por la
minoría sostenedora de Tamborini-Braden
figuraban Frondizi, Del Mazo, Balbín, Santander y Sanmartino.
Perón llegó al gobierno en brazos de una
coalición. Se trataba en verdad de un Frente
Único Antiimperialista: Ejército, Iglesia, burguesía industrial, sectores de la burocracia,
clase media del interior, peonadas y clase
obrera industrial. ¿Qué clases pesaban de
manera más influyente en el primer período del gobierno peronista? Por supuesto que
la orientación esencial estaba dada por una
política de nacionalismo burgués, de desarrollo del capitalismo nativo, de nacionalizaciones, etc. En esta esfera, Perón realizó
una enorme y positiva tarea de modernización del país. Pero la primera fase de su
política no fue solamente industrial, sino de
proteccionismo agrario: el IAPI enfrentó al
comprador europeo, al mismo tiempo que
se nacionalizaban los elevadores de granos,
se creaba la flota mercante y se propulsaba
la fabricación de tractores. Sin embargo, los
chacareros enriquecidos derramaron lágrimas de cocodrilo porque el IAPI no les pagaba los precios mundiales, esa suculenta
renta de la tierra inflada por la crisis agraria
europea; las diferencias de precio quedaban
en poder del IAPI, que las transfería al gobierno para que este llenase la cartera del
Banco Industrial y financiase obras de interés general. El contenido histórico de esta
política es burgués, en el mejor sentido de
la palabra, y no en el malo, pero la burguesía industrial, representada en el gobierno al
principio por Miranda, no apoyó en su gran
mayoría al peronismo, cegada por su imbecilidad histórica y por la política social del
régimen. El verdadero sostén del gobierno
de Perón fue el Ejército, y en realidad, es
bueno decirlo, Perón no deseó otro pilar.
Para que la clase obrera interviniese como
fuerza en la sustentación del gobierno habría debido organizarse independientemente
como partido político; Perón se opuso resueltamente, y en todo momento, a esa salida.
Ni aun permitió la formación de un genuino
partido nacional, ya que el Partido Peronista
no fue nunca más que una ficción burocrática. Cuando falló el Ejército, desmoralizado
por la ausencia de una clarificación política
de la situación, Perón cayó instantáneamente.
De ahí que corresponda juzgar a su régimen
como un típico régimen bonapartista, esto es,
un gobierno fundado en el poder militar, en la
burocracia y la policía.
La política económica del régimen peronista puede dividirse en dos partes: la primera fue
inspirada por Miranda, representante de los
intereses de la industria liviana, y la segunda,
la correcta aunque tardía, obedecía al pensamiento militar que deseaba crear ante todo la
industria pesada. Perón se dejó llevar por la
euforia de la posguerra y recién en 1952, cuando se hicieron visibles las señales de la crisis,
modificó el rumbo y se lanzó resueltamente
a resolver los dos problemas básicos para
el desarrollo argentino: la industria pesada y
la cuestión del petróleo. Ya se había perdido
mucho tiempo; pero cuando rectificó la orientación económica, los mismos opositores del
frente “democrático” no hicieron sino acentuar
sus tareas conspirativas. ¡Bueno para imaginar que los Manrique y los Rojas estuvieran
preocupados porque demoraban en erguirse
en el horizonte los altos hornos! De esa tarea
se encargaría más bien Frondizi, que cavilaba
sobre la mejor manera de proteger YPF, de
amparar la DINIE, de nacionalizar la CADE y de
luchar contra el imperialismo.
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Pero el régimen peronista debe ser interpretado asimismo bajo otra luz. Cuando se
dice que se sostuvo con el Ejército, la policía y
la burocracia, es necesario aclarar que la burocracia expresaba en parte los intereses nacionales derivados de una importante rama
de capitalismo de Estado cuya creación y
desarrollo es uno de los elementos capitales
del peronismo, y uno de los elementos menos
estudiados. Todo el mundo sabe que la venenosa campaña imperialista contra los “excesivos gastos de la burocracia estatal” (retintín
sistemático de la canalla periodística antinacional como La Prensa y La Nación) es una de
las exigencias favoritas del capital extranjero.
Nadie ignora que el Fondo Monetario Internacional plantea como una de las condiciones
esenciales de su “apoyo” la reducción de los
gastos públicos, la liquidación de las industrias nacionalizadas y la entrega a la “iniciativa privada” de las empresas administradas
por el Estado. Es menos sabido que Perón
encaró también ese nuevo sector de economía nacionalizada –transportes, comunicaciones, industria, energía– que constituía un
tremendo obstáculo objetivo a la penetración
imperialista y un sólido respaldo a la política
nacional de su gobierno. La burocracia creada alrededor de ese capitalismo de Estado sui
géneris no podía menos que suscitar la hostilidad y el despecho de los abogados y agentes
del imperialismo extranjero.
d) La política económico-social del peronismo,
¿puede llamarse de izquierda? ¿Fue fascismo? ¿Fue bonapartismo? ¿Fascismo y bonapartismo, según la época? ¿Puede ser identificada con la de Yrigoyen en una común
línea popular? ¿Puede ser asimilada con la
que observan los movimientos de liberación
nacional de Asia y África?
La política económica de Perón fue, como
ya se ha dicho, nacional, burguesa, capitalis-
ta, y ese fue su mérito, si se tiene en cuenta
que la política clásica anterior a su ingreso a
la escena había sido oligárquica, semicolonial, propia de una factoría. Si se busca saber en qué medida la clase obrera era beneficiada por esta política, cabe responder que
en tanto Perón representaba los intereses
nacionales, también debía satisfacer ciertas
demandas obreras, solucionar problemas
obreros específicos, defender los salarios,
las condiciones de vida, la expansión de los
sindicatos, pues de otra manera no habría
contado con el apoyo popular para enfrentar
al imperialismo y garantizar todo el resto de
su política burguesa. No será obvio indicar
que si la clase obrera, en condiciones más
favorables, hubiera controlado el gobierno
argentino, habría realizado concesiones semejantes a las otras clases no proletarias,
para buscar su apoyo o al menos su neutralidad, pues en un país semicolonial una política para ser popular debe ser nacional, y viceversa. En cuanto a si el régimen de Perón
fue fascista, es preciso recordar que el fascismo fue la expresión política terrorista del
capital financiero, y reposó en la lucha pequeñoburguesa estudiantil contra los sindicatos, mientras que Perón contó con el apoyo
obrero contra los estudiantes influidos por
la ideología imperialista. De los estudiantes
antiperonistas de aquella época salieron los
terroristas cipayos y los comandos civiles de
la contrarrevolución de septiembre.
Las masas populares nucleadas después
de Rosas en el alsinismo bonaerense y luego en el autonomismo nacional roquista, se
ensamblaron más tarde con el yrigoyenismo,
síntesis de la inmigración y del criollaje, para
transferirse luego al torrente peronista del
45. Discutir a esta altura de las circunstancias el carácter popular del peronismo y sus
vinculaciones históricas con el yrigoyenismo
es cosa que sólo puede ocurrírsele al charlatanismo radical.
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Por otra parte, el peronismo no es solamente un fenómeno político argentino, sino
más bien la expresión local del movimiento
mundial de las revoluciones nacionales que
se propagan al concluir la última guerra.
f) ¿Fue correcta –políticamente– la oposición
casi absoluta de la mayoría de las izquierdas frente a Perón?
g) El Estado policial, bajo el gobierno peronista,
¿qué explicación tiene? ¿Se justificaba?
La oposición de las “izquierdas” al gobierno de Perón no tenía otra significación que la
de su completa ruina histórica; Perón existía
porque los socialistas y stalinistas habían sido,
como tales, inexistentes en el 45. Si la burguesía argentina hubiese tenido un verdadero partido nacional en 1945 (quizá el radicalismo) y
la clase obrera hubiera contado asimismo con
partidos representativos, Perón habría debido,
a pesar del apoyo del Ejército, realizar concesiones democráticas, incluir en su gabinete a
representantes del Frente Antiimperialista y
gobernar democráticamente.
No se vio obligado a esa solución, y no
lo hizo. Su bonapartismo nació de ese vacío
histórico, y los más tenaces opositores al
régimen peronista serán precisamente los
principales responsables de esa monstruosa centralización de poder. El Estado policial
manifestó además de esa causa histórica
profunda, la indiferencia o disgusto de Perón
hacia toda crítica, aun proveniente de su propio movimiento, y su intolerancia realmente
profesional hacia toda posición independiente. Este defecto político le costó el poder, en
último análisis, como alcanzó a comprenderlo el mismo Perón cuando ya todo estaba
perdido, después del bombardeo del 16 de
Junio: no otro sentido tuvo su desesperada
tentativa por democratizar el peronismo,
desalojando a Tessaire, y reemplazándolo
por Leloir y los hombres de FORJA, al mis-
mo tiempo que intentaba débilmente tender
un puente al radicalismo intransigente. Al
no disponer de una ideología para ofrecer al
país y para justificar ante las masas de la
clase media su gran movimiento, y al desdeñar toda “teoría”, mecido en el sueño de
una prosperidad ilimitada, Perón se encontró una tarde, insensiblemente, refugiado en
una cañonera. Las características policiales
del régimen surgían del hecho de que Perón
no lo defendía con ideas políticas, pero debía defenderlo de todos modos; así, enviaba
la policía a la Universidad, obteniendo como
único resultado que los estudiantes opositores controlasen políticamente las aulas durante doce años. Esta indigencia ideológica
del peronismo se nutría no sólo de las características personales de Perón –que, en otro
plano, es un político extraordinariamente dotado y por supuesto muy por encima de los
mediocres jefezuelos de la oposición “democrática”– sino de una causa mucho más trascendente. El país vivió una época excepcional en la posguerra. Miranda simbolizó esa
edad de oro, período munífico que “engrasó”
todas las contradicciones y abrazó todas las
clases. La prosperidad mató toda inquietud,
y la teoría quedó en manos de gentes como
Raúl Mendé y Raúl Alejandro Apold.
Una observación final con respecto al
Estado policial: es útil destacar que la propia oposición “democrática” que añoraba los
“tiempos de la República”, y que criticaba
acerbamente la acción policial, pertenecía a
un sistema oligárquico que no sólo empleaba
la picana eléctrica, sino que además la había
inventado. Este instrumento fue introducido
por un ilustre jurista radical antipersonalista,
el Dr. Leopoldo Melo, cuando se desempeñó
como ministro del Interior en el gabinete del
General Justo, en 1932; a esa época se remonta la organización de la Sección Especial.
Por otra parte, durante todo el período de Perón no se fusiló a nadie, y se cerró el penal de
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Ushuaia. Me permitiré recordar que los fusilamientos comenzaron después que los libertadores expulsaron al Tirano y que Ushuaia
reabrió sus puertas con las manos de la democracia restaurada. La policía no dejó su oficio al caer Perón, si mal no recuerdo, sino que
continuó, con la ayuda de diligentes comandos y nuevos torturadores. En el año transcurrido en el Estado de derecho del abogado
Frondizi, las detenciones en masa continúan,
así como los emigrados, los allanamientos
nocturnos, la inexistencia del hábeas corpus.
La única diferencia es que en tiempos de Perón, Victoria Ocampo debía conocer la crueldad de la cárcel, mientras que en los tiempos
posteriores sufrieron esa experiencia miles
de militantes obreros.
Existe, en síntesis, una explicación de
orden general para comprender el Estado
policial a que alude la pregunta. En un país
atrasado, el gobierno popular, de acuerdo a
sus características, debe enfrentar a las más
grandes potencias de la tierra, munidas de todos los recursos de la presión económica del
espionaje organizado, del terrorismo ideológico, de la prensa mundial, de las provocaciones de las agencias noticiosas, de la acción de
los partidos indígenas, de la movilización de
las fuerzas vivas, de la adulterada tradición
cultural de la semicolonia, de los estudiantes
hipnotizados, etc., etc.
La única posibilidad de un gobierno revolucionario –aun en el caso de que adolezca de
graves taras burocráticas, aun en el caso de
tratarse de un régimen bonapartista– es presentar un frente férreamente centralizado.
Sabemos que Visca salió a la calle para
clausurar diarios y cometer excesos. El que
esto escribe lo sabe bien, pues ese individuo
ordenó el secuestro de América Latina: un
país, pero Visca también allanó firmas importadoras de papel, ligadas al monopolio internacional de papel de diario, e intervino agencias noticiosas imperialistas.
Estas contradicciones eran habituales y
sirven para que dibujemos a la distancia un
retrato más o menos aproximado de un régimen que no puede ser simplificado con un
simple aforismo, ya que expresa en último
análisis la inmadurez histórica del país, sus
debilidades, su osadía, su esperanza y su
frustración.
h) ¿Qué saldo positivo dejó, sintéticamente, el
peronismo? ¿Fueron mayores sus aspectos
negativos?
i) ¿Qué hubiera ocurrido, en lo económico-político-social, de no haber caído Perón?
j) ¿Cuáles fueron los motivos de la caída de
Perón? ¿Puede vincularse al imperialismo
inglés con ella?
Desde el punto de vista de la clase obrera,
el peronismo deja como herencia una formidable red de sindicatos industriales, una conciencia política de los intereses nacionales y
un primitivismo –decreciente– en cuanto a la
autoconciencia de sus fines históricos como
clase. El peronismo incorporó pese a todo al
proletariado y a las masas desposeídas a la
vida política del país; despertó a la mujer del
pueblo del idiotismo y del atraso de la vida
doméstica y la alzó, aún imperfectamente, al
nivel de los grandes problemas nacionales. El
surgimiento de la mujer y su pasión por los
asuntos públicos es uno de los méritos indiscutibles del peronismo, y uno de sus títulos
para la historia. Ya decía el viejo Fourier, que
el grado de evolución de una sociedad debía
medirse por el grado de emancipación de la
mujer. Antes del peronismo, la política argentina se resolvía entre la Embajada británica y
el Círculo de Armas, entre los dirigentes valetudinarios de los antiguos partidos y su clientela romana. Después del peronismo, todo el
país participará en la discusión de asuntos
públicos; introduce a las grandes masas de
todos los sectores en la dilucidación de los
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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problemas capitales de la Nación. Por eso el
peronismo fue un movimiento nacional. Sus
aspectos negativos ya los hemos señalado.
Perón cayó porque su ciclo estaba concluido. La época de la prosperidad estaba
atrás; en el horizonte sólo se veía la perspectiva de una lucha muy dura, e innumerables
problemas económicos y políticos que sólo
podían afrontarse con un criterio revolucionario, apelando al sacrificio y al coraje de todo
el pueblo argentino. Perón hizo como Rosas,
que se retiró sin combatir, y dejó el poder al
ala traidora y capitulante de su propio movimiento, esto es, a Aramburu, su fiel discípulo y jefe del adoctrinamiento peronista en el
Ejército. Aramburu y los demás traicionaron
a Perón, pero es bueno no olvidar que eran
peronistas hasta el día antes. El peronismo
militar se desgarró en una lucha intestina y
venció la tendencia cipaya del peronismo. Los
Zavala Ortiz y los Ghioldi, los Santander y los
Vicchi jamás habrían podido triunfar por sí
mismos, pues nada representan.
Los errores personalistas de Perón y
la provocación clerical, a la cual respondió
Perón con muy poca habilidad, concluyeron
por minar su influencia en el Ejército. Pero
el factor desencadenante de su derrota es
Perón mismo, hastiado y fatigado, que se encontró solo en el momento decisivo. Era el
fruto de sus propios errores políticos. Tenía
la victoria al alcance de la mano, pero no se
atrevió a asumir la responsabilidad de esa
victoria, que era de índole política y que envolvía todo un replanteo y profundización de
la revolución nacional agonizante. No lo derribaron, sino que se retiró. Por supuesto que
el imperialismo inglés desempeñó un papel
de primer orden en la campaña de ablandamiento preliminar al estallido. La Argentina
no es el único país donde Gran Bretaña y el
Vaticano luchan codo a codo. En España lo
hacen desde hace treinta años y en Portugal
desde hace cuatrocientos.
Perón había comprendido en 1953 que se
imponía reorientar la política económica argentina hacia la ruptura con Inglaterra: buscó
un acuerdo con los norteamericanos para extraer el petróleo argentino y suprimir la importación de petróleo árabe comercializado
por los ingleses a cambio de nuestras carnes.
Como la Argentina no necesita petróleo para
exportarlo, como Arabia Saudita, sino para
consumirlo en su industria, el paralelo de esta
política petrolera con la de países coloniales
carecía de consistencia, salvo para los Silenzi
de Stagni y otros aliados probritánicos. Un gobierno respaldado por el pueblo podía hacer
cualquier negociación con el imperialismo, si
así convenía a los intereses nacionales. Como
era previsible, el imperialismo inglés aprovechó la ocasión para influir con sus agentes
ante la Marina argentina, educada secularmente en el culto a los países anglosajones
y cuyas instituciones democráticas admiraba
sin comprender sus orígenes dictatoriales. La
conspiración oligárquica-británica no triunfó
en virtud de su propia fuerza, sino por la desintegración del frente de clases encarnado en
el peronismo.
Respuesta a la pregunta 4
Frondizismo
El peronismo, como frente de clases, ha
desaparecido, y la clase obrera ha quedado
como su fuerza más importante. Esto crea
una incógnita política que sólo los acontecimientos podrán descifrar. Mal asunto para
los profetas impacientes. ¿Asistiremos a
una creciente disgregación del “peronismo”? ¿O una redoblada lucha intestina de
los elementos burocráticos por el control de
la dirección, en un movimiento inorganizado, concluirá finalmente en la aparición de
un partido nacional burgués estable? ¿Se
decidirá Perón, al fin, a romper su alianza con Frondizi, y pasar a la oposición? En
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este último caso, ¿admitirá la organización
regular de un partido justicialista, tentativa
hasta ahora por él obstaculizada? En definitiva, la clase obrera, ante la ausencia de línea política del peronismo, ¿emprenderá la
tarea de formar su propio partido político?
En otro orden de ideas, ¿Perón es ya una figura histórica o continúa siendo un caudillo?
Su decisión de no enfrentar políticamente
el Plan yanqui-frondizista, ¿significa que da
definitivamente por concluido su rol político en la Argentina? El fracaso de la política frondizista, a pesar del apoyo de Perón,
¿amenaza en derivaciones sociales peligrosas que empujarían a la clase obrera a una
salida revolucionaria? En ese caso, ¿habría
llegado el momento de que las viejas fuerzas
intentaran jugar el prestigio popular de Perón para “mantener el orden”, resignándose
a su regreso y presentándolo como un “pacificador”? ¿Estará llegando el momento de
que la Iglesia sea un nexo para reconciliar a
Perón con el Ejército y la burguesía y enfrentar la crisis política insensata a que ha llevado la política de Frondizi? Todo puede ser
y el mundo de la contingencia existe pese a
todo dentro de un proceso histórico regido
por leyes, pero nutrido por la acción de los
hombres.
No hay situación sin salida, y si la clase
obrera y el pueblo no están todavía en condiciones de dictar su política al país, lo harán,
de acuerdo a sus particulares intereses y
fuerzas, las clases sociales más poderosas.
Esta misma indeterminación de los interrogantes actuales impide una respuesta definida a una situación tan viva y fluyente como la
que vivimos.
De ahí que el frondizismo, caracterizado
provisoriamente como un movimiento de la
clase media, cambie vertiginosamente, a sólo
un año de su triunfo, todo su programa, su
elenco dirigente y hasta su ubicación social.
Han bastado doce meses para que el frondi-
zismo se haya hundido en el descrédito más
completo y haya readquirido sus dimensiones
reales, es decir, para que se revelara como un
partido minoritario.
Su triunfo del 23 de febrero se debió a dos
factores esenciales: el ex peronista Aramburu
hizo un frente con Frondizi para legalizar la
candidatura intransigente a cambio de la preservación de los factores de poder legados
por los libertadores, y la impunidad con respecto a los crímenes y atropellos. Aramburu
se veía obligado a este acuerdo por la presión
militar y el creciente aislamiento político del
gobierno, derivado de sus divergencias con el
ala abiertamente entreguista de Rojas. A este
efecto, Frondizi, antes de subir al gobierno,
ya tenía numerosos amigos en la burocracia,
en la diplomacia y en las fuerzas armadas.
Entonces llegó a un acuerdo con Perón, que
accedió a “prestar” sus votos, a cambio de
la legalidad de su movimiento, devolución
de sus bienes, abrogación del decreto 4161
y otras exigencias. Así quedó constituido el
frente Aramburu-Frondizi-Perón. El fin último de esta alianza residía en condicionar el
comportamiento político de la clase obrera, e
impedir un viraje proletario a una política independiente de todas las fuerzas burguesas
(radicalismo, o peronismo) o abiertamente
extranjeras: el socialismo probritánico o el
comunismo prosoviético. Además, el Ejército
estaba políticamente aniquilado. La generación militar que había sostenido el 4 de junio y el 17 de octubre, que había librado las
grandes batallas por la soberanía económica
y que había aceptado y apoyado las importantes conquistas económicas y políticas del
proletariado durante los diversos episodios
de la revolución nacional, había sido radiada de los cuadros activos. Aquellos oficiales
que impulsaron la industria pesada, que se
plantaron frente a Estados Unidos, que sostuvieron la neutralidad, esos oficiales que
permanecieron leales al gobierno constitu-
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
cional el 16 de septiembre, estaban retirados,
o habían terminado sus días ante el pelotón
de fusilamiento. Los otros, los oficiales lonardistas, los que cayeron el 13 de noviembre,
que se habían especializado lo mismo que
sus inspiradores nacionalistas en organizar
revoluciones para que otros las disfrutaran,
también habían sido expulsados de las filas
del Ejército. Quedaban, aquí y allí, grupos
aislados de oficiales patriotas, enmudecidos
ante el desastre, y otros que como Aramburu,
representaban el ala cipaya del peronismo
militar, el ala entreguista o burocrática; hipnotizados por el escalafón, nada les importaba, fuera de mantener el orden, “su” orden.
Claro está que al lado de los marinos de Rojas, que sólo deseaban la oficialización del
contrabando por el Paralelo 42 y maniobras
conjuntas con el Almirantazgo, esos militares del grupo burocrático de Aramburu parecían la honra y prez de las Fuerzas Armadas.
En síntesis, los aramburistas representaron
una salida moderada, burguesa. Aramburu
garantizó el traspaso; Frondizi puso sobre la
mesa la bandera desgarrada de Yrigoyen. Perón arrimó los votos.
Han pasado doce meses. ¿Y ahora? Resulta grotesco recordar a esta altura de las circunstancias la campaña anterior y posterior
a las elecciones del 23 de febrero realizada
por los escribas del equipo Frigerio, y donde
intentaban presentar a Frondizi como al “verdadero” nacionalista, al hombre que había
luchado denodadamente durante la década
infame para llevar al radicalismo de Alvear a
la buena senda de los tiempos viejos. Los frigeristas, con esa desaprensión por las ideas,
propias de comerciantes y stalinistas, se pusieron a la tarea de inventar un caudillo, un
luchador, un “intransigente” en un abogado
tan cauteloso como Frondizi; esto sólo podía
ocurrírseles a plumas capaces de glorificar a
Frigerio como “político”. En un libro no accidentalmente silenciado (¿Es Frondizi un nue-
vo Perón?), Esteban Rey demostró el origen
político alvearista y conciliador del actual
Presidente, su actitud de desconfianza hacia FORJA y su estrecha vinculación con los
stalinistas del Frente Popular, de la Liga por
los Derechos del Hombre y de otras organizaciones “democráticas” de la década infame.
Sobre este punto y sobre la personalidad política de Frondizi remitimos a nuestros lectores
a la obra citada.
Como las fuerzas nacionales han sufrido
un descalabro el 16 de septiembre, cuyas razones generales ya hemos indicado, Frondizi
apareció como un candidato aceptable precisamente por su condición de antiguo cipayo y
diputado de Tamborini-Braden. Un candidato
de este género, fubista, prostalinista y “democrático”, debía ser suficiente para inspirar
confianza a la oligarquía, o por lo menos para
no justificar un veto terminante del gorilismo castrense. Ante el fracaso del Ejército en
orientar una política nacional, con la presencia de Aramburu en la presidencia en su calidad de gran moderador, los elementos de la
burguesía nacional, antiguos forjistas y peronistas sin Perón planearon una maniobra de
gran envergadura destinada a llevar a Frondizi a la Presidencia, a deshacerse una vez en
el poder del núcleo cipayo de Rojas y a sentar
las bases para un nuevo partido nacional que
rebasara los marcos del peronismo y del radicalismo intransigente.
Esta maniobra debía fracasar precisamente por la participación del grupo burgués
stalinista de Frigerio. Este último, que antes
de la guerra mundial perteneciera al Partido
Comunista (era administrador de la revista
Argumentos, órgano teórico del PC, dirigido
por Puiggrós) había abandonado la militancia
activa para consagrarse a los negocios. Pero
conservó, al cambiar de situación social, un
vivo interés por la política, como lo demostró
cuando después de haber apoyado a la Unión
Democrática en 1945, editó la revista Qué, di-
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rigida por el antiguo stalinista Jaramillo. La
revista Qué de la primera época conservaba
todas las características del cipayismo del
grupo, que era un doble cipayismo, prosoviético y pronorteamericano, simultáneamente,
agrio fruto ideológico del Acuerdo de Yalta.
Pero la segunda época de Qué presenciaría una intervención abierta de Frigerio, “teórico” del grupo, en la arena política. Frigerio
ha sido blanco de numerosos ataques en los
últimos tiempos, pero lo fundamental en ese
núcleo es su tentativa, típicamente stalinista, de hacer una política puramente esquemática, de espaldas a las masas populares,
abstrayendo todos los factores sociales y
políticos en juego. Como Stalin aniquiló a
diez millones de campesinos y sobre sus cadáveres construyó la industria pesada, Frigerio, educado en esa escuela, se proponía,
mutatis mutandi, hacer algo parecido en la
Argentina. En verdad, todo ese núcleo pareciera expresar una tentativa kruschevista de
intervenir desde arriba en la política argentina y de influir en movimientos nacionales.
Esa tendencia no podía sino concluir en un
rotundo fracaso y su triste papel consistió en
traspasar el poder a los representantes más
o menos tradicionales de la oligarquía. Si
Frigerio propiciaba una política pronorteamericana, era completamente natural que
los realizadores de esa política no fueran
ex sospechosos comunistas, sino caballeros
bien probados del ancien régime.
Ahora bien, si la base de Frondizi estaba
constituida en el radicalismo intransigente
por el verbalismo radical y por los elementos
prostalinistas como Liceaga y compañía, con
la ayuda de los integracionistas amalgamados por el dinero de Frigerio, de ex nacionalistas y del no desdeñable sector radical-peronista, además del apoyo circunstancial de
Perón, a esta altura de las circunstancias, a
seis meses del Plan Económico, ¿qué resta
del heteróclito frente?
El radicalismo intransigente ha entrado en
el reino de las sombras. El triunfo del 23 de
febrero ha sido una victoria a lo Pirro, una especie de estimulante ceremonia fúnebre. La
historia ha conocido muchas resurrecciones,
pero todos los datos parecerían indicar que
el radicalismo de Yrigoyen, bajo cualquiera
de sus manifestaciones actuales, se ha eclipsado para siempre. En cuanto a los nacionalistas del género de Amadeo, han escuchado
las voces de la prudencia y sólo sirven para
embajadores. Esa confortable trinchera les
permite soñar con la Edad Media.
El “frondizismo”, que nunca existió en
tanto tendencia ideológica o política, se ha
desintegrado rápidamente aun en su más
superficial acepción, puesto que nadie, ni
aun los subsecretarios de Estado, se llaman
ya “frondizistas”, mala palabra para el pueblo argentino.
Cuando Prebisch propuso su Plan, no se
trataba sino de un juego de niños comparado
con el que ha puesto en práctica el presidente “nacional” y “popular”. El triste héroe de la
Reforma del 18 (junto a Gabriel del Mazo, vestal viva de la llama sagrada) la ha enterrado
sin más trámites. El artículo 28 ha entregado
a la “iniciativa privada” (clero católico, ICANA
norteamericana, burguesía sionista y “tutti
cuanti”) las garantías jurídicas para disociar
la conciencia nacional de las nuevas generaciones. El implacable adversario de Perón, a
cuya política se oponía no porque fuera “revolucionaria, sino por contrarrevolucionaria”, ha
capitulado ante la CADE, Bemberg, Standard
y Shell. La corriente nacional de la clase media, que había encontrado un cauce por donde
expresarse en el frondizismo, se ha metido
en un callejón sin salida. La debilidad personal de Frondizi, el raquitismo ideológico y la
dispersión social de su clase, la presión del
imperialismo y las tretas de la oligarquía han
terminado por aplastar al trémulo triunfador
del 23 de febrero.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
¿Todo está perdido? ¿El país vuelve
atrás? No lo creemos. En esta hora sombría
se preparan las fuerzas nacionales para
encontrar un nuevo eje alrededor del cual
agruparse. Frondizi es un efímero accidente
y no dejará rastros.
La más interesante incógnita la ofrece Perón y su actitud de tolerancia frente a Frondizi.
Pero los próximos acontecimientos obligarán
a todos a pronunciarse, y también a Perón. La
burguesía industrial argentina, integrada por
una proporción de imbéciles políticos que humilla la estadística, esa burguesía que conspiró contra el que la enriquecía y apoyó a quien
iba a arruinarla, esa burguesía de hojalateros
y especuladores, de mafiosos traficantes de
circulares del Banco Central, esa burguesía
padece ahora de un curioso malestar: es que
se ha golpeado la cabeza con el martillo de
la congelación crediticia. ¡Qué rudo despertar!
¡Qué cruel incertidumbre! ¡Había soñado con
la inmovilización de los salarios y con una lluvia de dólares de los Buenos Vecinos! ¡Había
soñado con mantener un voraz mercado de
consumo hambreando al mismo tiempo a los
consumidores! ¡Había soñado con protección
bancaria y aduanera, para continuar evadiendo réditos y exportando discretamente hacia
Montevideo los dólares amasados por el pueblo argentino!
De pronto, como si la escena fuera iluminada por un rayo en un cielo sereno, Frondizi
se encuentra al fin solo. ¿Solo, realmente? La
naturaleza aborrece el vacío, y los abogados
de la oligarquía ocupan las sillas vacantes. Se
acercan lentamente a Frondizi, observándolo
con el leve tinte de desprecio con que se examina a todos los conversos, pero se acercan.
¿Y el Ejército? Con los ojos fijos en el escalafón, y un sano temor por los traslados y los
retiros, un grupo de mandos controla la situación y apuntala la política antinacional. Pero
como en las Fuerzas Armadas se refracta la
sociedad entera, también en ellas el debate
político hace su tarea y los militares con conciencia nacional meditan sobre el actual y trágico divorcio entre Ejército y pueblo.
Fueron los obreros-soldados de San Martín quienes fundaron la industria metalúrgica
y siderúrgica y quienes trocaron el martillo
por la espada para dar la libertad política a
medio continente. De aquellos paisanos armados a los actuales cuadros profesionales
ha transcurrido mucho tiempo, pero no tanto
como para sumir en el olvido las tradiciones
más elocuentes que aluden al origen popular
de nuestro Ejército. Las necesidades nacionales se abrirán paso irresistiblemente, también en las cabezas de los oficiales. El abismo
que separaba hasta hace algunos años a los
sectores más pobres y nacionales de la clase
media y la clase obrera tiende a cerrarse. Los
estudiantes de la FUBA que en 1945 luchaban
contra los “cabecitas negras” han sido reemplazados por una nueva generación que mira
hacia los obreros y hacia el país. Venciendo
el cosmopolitismo de la ciudad-puerto, con
su fofa ideología, ha surgido un programa
para todos los argentinos y latinoamericanos, popular, proletario y socialista. Bajo su
influencia se engendrará el gran partido de la
juventud y de los trabajadores. Y ese partido
será invencible, porque encarnará las más
entrañables tradiciones nacionales y la todopoderosa ideología del siglo xx: el socialismo
revolucionario.
Fuente: Carlos Strasser, Las izquierdas en el proceso
político argentino, Buenos Aires, Editorial Palestra,
1959, pp. 28-39, 51-52, 134-144, 157-164 y 195-212.
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El Pan Duro (1955-1964) es una agrupación integrada por jóvenes poetas
militantes de izquierda, entre ellos José Luis Mangieri, Héctor Negro, Juana
Bignozzi y Juan Gelman, quienes se proponen una poesía comprometida y
popular, sintetizando la tradición de Boedo, el compromiso sartreano, la renovación formal y el apoyo explícito a la Revolución cubana. El “Prólogo” de
la Antología poética que editan en 1963 constituye una suerte de manifiesto
“obstinado en esa batalla por la poesía en rebelión, batalla entroncada en
otra más vasta por la formación de una cultura nacional”.
“Prólogo”, Antología poética
“El artista es, inevitablemente, un sujeto político. Su
neutralidad, su carencia de sensibilidad política, probaría
chatura espiritual, mediocridad humana, inferioridad estética.”
César Vallejo
“La poesía es todo, más el poeta.”
Raúl González Tuñón
1963. Hace diez libros del primero; hace ocho años de la primera lectura
de poemas; fue en el teatro “La Máscara” sin un propósito todavía definido,
balbuceo de un puñado de jóvenes que “además escribían” y que ensayaban un
acercamiento, un juntar fuerzas, un sentir a alguien cerca de uno, a alguien
que también crea que la poesía es un artículo de primera necesidad como el
pan y el fusil.
Desde luego esta alianza no está signada por la casualidad; en el país están pasando cosas graves y ese 1955 se nos presenta como un punto de partida
casi generacional, no por un determinismo biológico, ni por una constante
que se repite fatalmente cada veinte años como pretenden quienes se sienten
más tranquilos con una lucha de generaciones que con una lucha de clases,
sino porque inicia una dolorosa experiencia que conformará la personalidad
creadora de aquellos que en 1943 eran todavía demasiado jóvenes, que maduraron en la demagogia social del peronismo, quebrada por la oligarquía
temerosa de las exigencias cada vez más apremiantes de las masas, urgiendo
el cumplimiento de las promesas.
Ese 1955, con pueblo ametrallado y flores y marineros en andas en las calles del barrio norte, con multitudes humilladas y la revancha de las minorías
celebrada, en funciones de gala y recepciones de embajada, es también el año
de nacimiento de El Pan Duro.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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La poesía cada vez más como actitud; la poesía en contradicción con un
mundo –y son palabras de uno de nosotros, Juan Gelman– que por su propia
esencia niega toda poesía, contribuyendo a anticipar el otro mundo, el mundo
de la poesía en libertad.
Desde luego no es El Pan Duro el único conjunto de poetas obstinado en
esa batalla por la poesía en rebelión, batalla entroncada en otra más vasta por
la formación de una cultura nacional; muchos, felizmente, son los grupos de la
capital e interior del país que han recogido la rosa que blindara Raúl González
Tuñón, y la unión real de todos ellos, no fusionándose ni absorbiéndose sino
amalgamando un movimiento fraternal y combativo que evite la dispersión de
esfuerzos, es una de nuestras urgencias.
Y porque cada vez se hace más difícil afrontar la lucha individualmente,
esos jóvenes que sólo planean un acto de lectura de poemas, continúan colaborando estrechamente.
El balance fundamental indica un superávit de poesía, un haber millonario de materia prima.
¿Por qué no llega entonces a su destino natural, el pueblo?
Porque a los dueños de la oscuridad no les interesa que llegue; porque un
poeta, cuando lo es en serio, es un enemigo de la injusticia entronizada en el
sistema, y por lo tanto resulta subversivo, revolucionario; porque la oligarquía
terrateniente más poderosa de América tiene conciencia de que perjudica a sus
intereses de clase que esto ocurra, y al intentar adulterar las manifestaciones
nacionales y populares que caracterizan nuestra herencia cultural ha prohijado
falsos representantes de la inteligencia argentina de mentalidad colonialista,
usurpadores de un lugar que no les corresponde y dueños de todos los vehículos de difusión, la “élite” del pensamiento oficial, con la boca llena de falsas
concepciones de la “universalidad”, del “cosmopolitismo” y el cerebro envuelto
en la tela de araña del medievalismo; representan al país en las reuniones del
Pen Club y los congresos por “la libertad de la cultura”; algunos hasta cumplen
meteórica carrera política (Silvina Bullrich, por ejemplo) aunque la mayoría
vive de la limosna, magra por lo general (no debemos ser injustos con ellos), de
las grandes empresas y de sus colaboraciones en los suplementos dominicales de
La Nación sobre “Acerca de la problemática de los puntos y comas en los pasajes
de Tucídides sobre la guerra del Peloponeso” o “El realismo socialista, soga al
cuello de Evtuchenko”, por ejemplo.
¿Cómo abrir una brecha?, ¿cómo trazar un lecho a la joven lírica de la protesta, del inconformismo? La aventura no sólo es necesaria sino impostergable: lo
que para uno solo es imposible puede no serlo para un grupo claramente identificado en objetivos comunes, y El Pan Duro inicia su actividad, fijando metas
inmediatas y mediatas que va cumpliendo en la medida de sus posibilidades.
Al principio el fin unificador es la edición de libros. Todos trabajan para
uno y es así como Violín y otras cuestiones, de Juan Gelman, es el primer
testimonio en 1956. Desde luego no existe un aparato de distribución, pero el
libro se agota prontamente, vendido ejemplar por ejemplar, por el autor, sus
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compañeros de grupo y todos los amigos que se acercan a esta trinchera para
poner el hombro. La empresa tiene mucho de heroica por sus circunstancias.
La primera palabra ya está dicha, hermosa como el balbuceo del hijo; el pueblo ha ganado un poeta al que Raúl González Tuñón saluda en un hermoso
prólogo. Después, ante el resultado alentador, se publica y difunde Bandoneón
de papel, de Héctor Negro, en 1957, y en 1958 El tiempo es un barrio, de Julio
César Silvain; todos con el sello casi mitológico de Manuel Gleizer, “el último romántico de los editores”, como lo definiera cabalmente Enrique González Tuñón.
Pero el mismo hecho de que la gente que toma esta responsabilidad tiene
algo más en común que una simple coincidencia de oficio y necesidad ensancha
las perspectivas, y aquello entrevisto en un principio como mediato adquiere
carácter de urgencia. Así El Pan Duro deja de ser exclusivamente un grupo
editor, para convertirse en un grupo militante de poesía, con coincidencias
éticas y estéticas y con una acción más ambiciosa de trabajo.
Ya el contacto a través del libro no resulta suficiente. ¿Cuántos ejemplares
de un libro de poesía pueden editarse hoy-aquí?: quinientos, mil, dos mil a lo
sumo. Esta última tirada puede considerarse casi extraordinaria y sin embargo
es insignificante, si se piensa en la enorme cantidad de público para el que el
poeta canta, un público absolutamente virgen de poesía y sin embargo fuente
de poesía, semántica de la voz del poeta, artífice de una realidad que nutre
toda creación artística. Por eso es necesario salir a su encuentro, llevarle en obra
de arte lo que nos ha entregado en vivencia.
Los poetas de El Pan Duro acercan a sindicatos y bibliotecas populares, a
clubes y teatros independientes, a facultades y patios de conventillo, a sociedades de fomento y a todo lugar donde se lo necesita, el pan duro pero luminoso de
la nueva poesía, nueva porque es hija de una nueva cultura, es decir, portavoz
de una esperanza donde ella sea posible.
Claro que dentro de esa vocación de aurora caben todos los tonos del presente sombrío en que se gesta.
La certeza de un camino seguro no impide al poeta desangrarse en su tránsito;
entonces suele reprochársele falta de optimismo, como si la esperanza no estuviera
también en el aullido de dolor. Además las puertas de la lucidez son difíciles de
trasponer y están precedidas por inmensas antesalas de legítima angustia.
Tanta sordidez invalida un optimismo demasiado fácil.
“Lenguaje que canta –nos dirá Paul Eluard–, lenguaje cargado de esperanza, aunque sea desesperado, porque siempre es portador de inteligencia profunda, de razón fundada en el instinto, en la sensibilidad, en la necesidad de
vivir, en el amor a la vida, en la verdad. Cuando un poeta invoca a la muerte
digamos que lo hace por despecho. Si inventa un dios digamos que la tierra es
responsable de ello. Y cuando un poeta se perturba, cuando llega a las puertas
de la sinrazón y un inmenso cúmulo de ruinas se lo traga, tratemos de reconocer
cuál pudo ser su valentía y el gusto inicial que sentía por la vida”.
El elemento ideológico, cuando no es circunstancia personal en el poeta, no deviene en contenido. Para asimilar una realidad el creador deberá
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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integrarse en ella orgánicamente, y los que componemos El Pan Duro, al entablar el diálogo con los hombres que la construyen, sabemos que agilitamos
en nosotros ese proceso.
El objetivo principal es acercar la poesía, difundirla, pero haciéndolo nos
nutrimos, agudizamos nuestra toma de conciencia.
De esta reciprocidad, como de todos los contactos que intentemos con el
mundo que nos rodea, dependerá que nuestro canto sea por fin un desbordamiento de lo que recibimos de los hombres, junto a los que soñamos y luchamos,
y que contribuya a liberarlo; así de nuestra boca saldrá la voz de todos.
Nosotros creemos que la poesía es ante todo una necesidad de la existencia,
un sentimiento que condiciona todas las cosas y que el poeta rescata de su permanente mundo de asombro; este intento es en sí mismo un acto de amor.
Los poetas de El Pan Duro, los que lo fueron definiendo y los que actualmente lo integran, coinciden en esta actitud. Su unidad es de tendencia, y se
sienten fraternalmente al lado de todos aquellos que la sustentan; desde luego
esto no significa unidad de expresión.
El elemento esencial del poeta es su particular sensibilidad y cada cual debe
ser respetado dentro de las esencialidades de su mundo sensible, sin perder su
insoslayable identidad.
Por eso El Pan Duro está abierto a muchas voces. No obstante, la variedad de interpretaciones y técnicas poéticas no excluye la general consideración
de que el poeta debe ser ante todo un hombre de su tiempo, lo que es más, su
vanguardia esclarecida y, como tal, revolucionario en la forma y en el fondo.
Partiendo de la premisa de una poesía eminentemente popular, donde el
tema como objetivo debe estar enraizado en la pasión, el dolor, las alegrías y
las luchas del hombre común, es decir, la realidad histórica que la condiciona
y que conforma también, por supuesto, la sensibilidad del poeta. En síntesis:
la verdad del mundo más la verdad interior del creador, suma de la que obtendremos ni más ni menos que la verdad del mundo, sutilizada, enriquecida,
profundizada.
Para llegar a esta verdad, consideramos que no hay formas sagradas ni imperecederas; los caminos de la poesía son infinitos; eso sí, otra vez Eluard: “Todo
poeta valeroso tiene el deber de abrir un camino tan amplio como sea posible
a la exaltación humana”.
No olvidamos ni dejamos de apreciar los aportes de las literaturas de calidad de cualquier parte del mundo; claro que rehusamos trasplantarlas mecánicamente; antes bien las aprehendemos e incorporamos en expresión propia,
coherente con nuestras características nacionales.
Aprovechando un razonamiento anterior podríamos afirmar que la arquitectura del poema, cuando no es circunstancia del contenido, no deviene
en forma.
Sabemos que después del surrealismo no se puede escribir como antes de él;
pretenderlo sería ingenuo. Equivaldría a ignorar que este siglo ha sufrido dos
guerras mundiales, que la placidez de la lógica euclidiana ha sido estremecida,
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que el proletariado dirige el destino de gran parte del mundo, que la bomba
atómica asesinó dos pueblos, que existieron Lenin, Einstein, Freud, Kafka,
Joyce, Hitler, Picasso, Chaplin, Fidel Castro, Gagarín, que “átomo” no es sólo
una palabra rara, que “guerra termonuclear” es algo más concreto que una
fantasía de Wells.
Por eso si hablamos de “vanguardia”, entendemos contemporaneidad, no
decadencia, diálogo con nuestro tiempo, no “imposibilidad de toda comunicación”, aventura permanente del espíritu que abra nuevas posibilidades de
libertad, no injertación de lo externo traducido de lo nuevo.
Sartre, en la presentación de Les Temps modernes, advierte que “ya que el
escritor no tiene modo de evadirse, queremos que se abrace estrechamente con su
época; es su única oportunidad; su época está hecha para él y él está hecho para
ella”. Los poetas de El Pan Duro se niegan a perder su única oportunidad.
***
1963. Hace diez libros del primero, hace mil lecturas de la primera. Ahora
el encuentro fraternal con La Rosa Blindada, que lucha por lo que luchamos,
nos permite entregarles a ustedes esta muestra de conjunto para que la juzguen.
Esto no es una antología, es un conjunto de nuestros últimos poemas, es “poesía
junta” de poetas que juntos sostienen su combate por el pan y las rosas.
Algunos ya no pertenecen a El Pan Duro, pero siguen estando al lado
nuestro, como están a nuestro lado muchos que nunca pertenecieron a El
Pan Duro.
Nos hermana una misma vocación de canto, un idéntico acento de poesía
en armas.
1963, es decir, proscripciones, Fondo Monetario, desocupación, presos
Conintes, peligro atómico; pero también: Cuba, despertar de los pueblos coloniales, ocupación de fábricas, huelgas generales.
1963, con poesía encarcelada.
A Juan Gelman, a Luis Alberto Navalesi, a José Luis Mangieri, a José
Pastafiglia, a Lázaro Kanonich, presos por enarbolar el poema y apretar el
gatillo de la luna, dedicamos este libro.
A todos los hombres y mujeres que llenan las cárceles del país, culpables de
creer en la vida, nuestra solidaridad, nuestra fe, nuestra poesía.
El Pan Duro
Buenos Aires, julio de 1963
Fuente: “Prólogo”, en El pan duro, Buenos Aires, La Rosa Blindada, 1963, pp. 6-9. MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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El barrilete, o Barrilete, como se llamará a partir del número 6, es una revista que difunde la obra de un grupo de jóvenes poetas que se llaman a
sí mismos “taller” y que retoman el surrealismo de los años cincuenta. A
través de un lenguaje conversacional y muchas veces tanguero, codifican
en la poesía una coyuntura política de lucha por la liberación. Una de sus
actividades más conocidas son los Informes, especie de periodismo poético. Sobre un tema propuesto de actualidad, a veces casi periodístico, ocho o
diez poetas lo hacen poesía. Estos temas son: “Lavorante, el boxeador que
vuelve en coma de los Estados Unidos y muere sin recuperarse” (junio de
1963); “El desocupado” (agosto de 1963); “La esperanza” (octubre de 1963);
“Discépolo” (abril de 1964); “Santo Domingo” (julio de 1965); “El país” (abril
de 1966) y “Trelew” (1975). Estos “informes” son repartidos y vendidos
por los propios editores en las calles, bares y plazas. Uno de los más vendidos (más de 25.000 ejemplares) es el “Informe sobre Santo Domingo”,
una crónica poética sobre la invasión de la República Dominicana por parte de marines de los Estados Unidos.
Informe sobre Santo Domingo
(Selección de poemas)
Homenaje póstumo
Te han quemado la boca again otra vez
y en cada puerta han dejado un muerto inmenso de negra piel.
América está rota desde tu vientre hasta mis pies quién no habló de tus piedras
de tu Caribe intenso otra vez
te han dado paz infames generales de papel mientras hacías de cada esquina de cada nube de cada hombre un cuartel
Santo Domingo coágulo de tierra y sol te han quemado la boca
again otra vez.
Daniel Desaloms
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Yanquis hijos de puta
En realidad
sólo quería decir eso.
En realidad, la vida
es pongamos por ejemplo, una manzana. Entonces,
uno la mira, la toca, le hace fiestas,
la besa, le habla
tal vez
hasta dibuja manzanitas imitándola.
La quiere así, manzana, rica, pulposa, viva, indescifrable, sabia.
Si la quieren romper, si viene
un bicho, por ejemplo, un yanqui hijo de puta, para ser más precisos, a matarla,
ya no se puede hablar
así nomás de la manzana. Hay que matar el bicho, es necesario
odiarlo, destruirlo. Es casi obligatorio decirle hijo de puta
decirle yanqui hijo de puta todos los días, religiosamente, y encontrar la manera
de acabarlo.
Por amor a la vida, simplemente.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
Grupo Barrilete, “Informe sobre Lavorante”,
Buenos Aires, junio de
1963.
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En realidad tal vez
no me he explicado bien. Si uno tiene,
pongamos por ejemplo, un amor, una cosa
que le anda por la piel por todas partes. Digamos
Buenos Aires. Digamos un octubre, un poema, una muchacha. O digamos la esquina
de Nazca y Tequendama
los domingos, a las seis de la tarde. (Estoy casi seguro
que había una esquina así en Santo Domingo, que había un viejo,
una silla,
un cielo inverosímil,
muchachos que volvían del fútbol, señoras apuradas,
bocinas, qué sé yo y tal vez
hasta un tipo solitario
como yo
que miraba).
Si uno tiene un amor entonces, eso que le camina por la piel, decíamos,
y pasa algo,
ocurre que viene el mal, la peste, la desgracia o para no ir más lejos
vienen los marines idiotas, los cretinos mascadores de chicle, odiadores de todo lo que crece
y desembarcan. Entonces ya no se puede hablar así nomás,
hay que matar la muerte de algún modo, hay que pelear con rabia,
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Grupo Barrilete, “Informe sobre el desocupado”,
Buenos Aires, agosto de
1963.
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destruirlos, salirles al encuentro como sea y además
decir, decir hijos de puta,
decir marine yanqui hijo de puta, decirlo y masticarlo
y enseñarlo a los chicos como un rezo.
Por amor a la vida, simplemente, me parece.
Humberto Costantini
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Réquiem por una isla
UPI informa OEA asiente
Marines desembarcan al ataque Rebeldes mueren
Han visto qué tupé llamarse democráticos Los ayudan Fidel el Che Cuba
Qué subversivos mátenlos escupan
La historia es esta:
Santo Domingo fue treinta años dios y trujillo
vale decir trujillo y dios Un día el pueblo
levantó rayos y gatillos
cantó por una vez en castellano y despertó sin avisar
Eso fue un tiempo Después
UPI informó que Junta Militar Democrática
levantose contra gobierno OEA asintió
UN estuvo conforme Cancillerías dijeron sí
Todo va mejor con coca cola La historia
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
Grupo Barrilete, “Informe sobre la esperanza”,
Buenos Aires, octubre de
1963.
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se escribió una vez más con uniformes Amistad eterna entre los dos países punto Washington yes Santo Domingo yes
Hubo un pequeño sin embargo un no obstante molesto
ver diarios marzo-abril Estos latinos
cuándo sabrán lo que es la democracia
Entonces los infantes de marina salieron de la noche con sus M-14
con sus cañones
con su apoyo de fuego El american way of life está en peligro
otros castro
No thanks
UPI informa OEA asiente UN conversa Cancillerías tartamudean
Santo Domingo sigue latiendo qué tozudez
qué lástima
Juan José Folguera
________________________________
Oración
Los que no quisieron entregar el horizonte. Los que amaban este idioma
y a Max y a Pedro Henríquez Ureña, las calles llenas de sangre,
ya murieron en Santo Domingo.
Los que no quisieron entregar el horizonte
los que defendieron tres veces su muerte han muerto por nosotros estos días.
Se fueron: uno a uno fueron sucumbiendo doblado el codo arriba de su arma.
Han muerto como Daniel aquí 1956 - 1976
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Grupo Barrilete, “Informe sobre Discépolo”,
Buenos Aires, abril de
1964.
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con la calle roja
sosteniendo una bandera
los que buscaron su patria adentro de su patria
ya no pueden vivir
ahora tienen los ojos vacíos y se llaman Santo Domingo.
Felipe Reisin
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Santo Domingo y la espera
Bajaron desde el norte como con rabia
como si nada fuera como si aquellos los de América hacia el sur
como si nosotros
de este lado de América al sur
los de la patria dominicana como si nosotros
los de abajo tuviéramos la culpa
de estar en su escala productiva.
Se nos bajaron en bandada y con infantería de marina… se nos corrieron
hasta el plato hasta el cuento
del pibe que soñaba en la cocina
se nos vinieron dejándonos un coágulo de llanto en la mirada siguiente y en las manos ciegas una amenaza repetida.
Enrique Courau
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Grupo Barrilete, “Informe sobre Santo Domingo”, Buenos Aires, julio
de 1965.
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Vergüenza
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Primero nos robaron la palabra. América era un nombre nuestro. De todos, pero nuestro. Quisieron achicarlo,
darle el vasto tamaño de su solo país, abreviar porque a veces
las palabras molestan sobran
duelen o son innecesarias para la gente práctica. Norteamérica: América.
Nadie les dijo sí,
pero ellos nos robaron la palabra. Nos dejaron el Sur para entendernos, esta dispar América Latina
fracturada en sus pueblos,
dividida, con su memoria lenta y sus malas costumbres,
con su memoria y su dolor. Con su memoria.
Hoy nuestra total América está de un solo lado. Ellos se quedan solos
con la fuerza y el odio,
con el nombre vacío, con la certeza de que no han entendido nada.
Tenemos la vergüenza, la voz,
el sacudón del hombre traicionado.
Santo Domingo, América.
El horizonte alcanza para todos.
Rafael Alberto Vásquez
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Oración
Maldita seas llena eres de sangre
y maldito sea el ruido de tus ametralladoras
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Grupo Barrilete, “Informe sobre el país”, Buenos
Aires, abril de 1966.
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hundiendo nombres latinoamericanos bajo la playa azul y maldito sea el dólar más bajo en tu bolsillo
hasta el último sello;
sube dos puntos más la United Fruit sube dos puntos más la Standard Oil suben dos muertos más las ambulancias
y maldito sea el fruto de tu vientre: la guerra.
Carlos Patiño
________________________________
Informe
Yo no lloro solamente por los muertos ni tampoco
por los prisioneros
o por los que quedaron solos. No es de lástima
que lloro
sino de impotencia. Por saberlos con vida, por saberlos jóvenes, luchando.
Por saberme con vida, por saberme joven, llorando.
Alberto Costa
________________________________
Santo Domingo
Esta vez ya no es posible ya es más que el hermano
y hace tiempo que el hermano hombre se destroza
ahora ya no hay lástima de tanto odio macerado
ya no tengo lástima del dominicano sino que quiero gritarle
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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quiero que sigan exigiéndose quiero que sigan para siempre que agiganten su dureza
su dolor
hasta acabar para siempre para siempre
con esta historia.
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Cristina Brignolo
________________________________
Grupo Barrilete, “Informe sobre Trelew”, Buenos Aires, 1975.
Santo Domingo
“Podréis vencer pero nunca convencer.”
Miguel de Unamuno
Ahora es el momento de saber el valor de las palabras.
La libertad es el derecho de los fuertes
y no hay hermanos, ni pueblos ni fronteras.
Cada día por las dudas matan hombres.
Ya no es posible callar la rebeldía
y hay que salir del costado del camino.
Inventar cada día una palabra
nueva con gusto a sangre con calor de rabia
porque el silencio es estéril, asesino
cuando la cobardía aprieta, la garganta.
Santo Domingo
que América sea libre. Libertad
vuelve a ser nuestra palabra.
Alicia Dellepiane Rawson
1956 - 1976
Fuente: Grupo Barrilete,
“Informe sobre Santo
Domingo”, Buenos
Aires, julio de 1965.
REVISAR LA HISTORIA:
COLONIALISMO Y NACIÓN
La denuncia de una matriz de pensamiento liberal al servicio
de los intereses de una minoría oligárquica, favorable al imperialismo británico en detrimento de la soberanía nacional, tiene
en la Argentina una larga tradición. En el siglo xx, es el revisionismo histórico –ya sea desde un nacionalismo conservador
como el de los hermanos Irazusta, o desde una perspectiva nacional-popular, como puede leerse en Scalabrini Ortiz o en Jauretche– el que privilegia un enfoque interpretativo en tensión con
las versiones liberales de la historia argentina. Pero si ese primer
revisionismo encuentra en las figuras de los caudillos federales
del siglo xix un centro de atención privilegiado para construir
una historiografía propia, a partir de la década de 1950, y con
mayor énfasis en los años sesenta, nuevas relecturas de la historia
argentina –ya desde el peronismo, ya desde enfoques marxistas
heterodoxos– ponen su ojo en otros hitos y reivindicaciones para
denunciar las marcas pasadas y presentes del colonialismo, convertido ya en imperialismo. Malvinas, por caso, es un nombre
que sintetiza buena parte de esas marcas. Sin embargo, no se
trata sólo de una clave interpretativa de la realidad histórica
argentina; precisamente, es la dimensión americana la que
redescubre buena parte de los nuevos discursos antiimperialistas
presentes en las concepciones políticas y artístico-culturales de la
época. Y así como Malvinas permite denunciar la pervivencia
del colonialismo británico en territorio argentino, la Guerra
contra el Paraguay hace posible la comprensión de los terribles
efectos de ese colonialismo en el horizonte sudamericano.
1956 - 1966
Proclama Fitzgerald
El 8 de septiembre de 1964, un día antes del “alegato Ruda”, y justo en su
cumpleaños número cuarenta, Miguel Fitzgerald aterriza a las 13 horas en
las Islas Malvinas. Va a bordo de un Cessna 185, un pequeño avión con un
solo motor que hoy puede apreciarse en el Museo Malvinas. El aterrizaje demanda una maniobra de gran pericia, pues debe realizarse sobre la
cancha de carreras cuadreras o lo que hacía las veces de “hipódromo” en
las islas (recién en los años setenta la Fuerza Aérea argentina construiría
la pista de aterrizaje en las Malvinas). En apenas cinco minutos, desciende
del avión, ata una bandera argentina en los alambres que rodean la cancha y entrega esta proclama a un isleño que, sorprendido –no había vuelos
a Malvinas en esa época–, intenta socorrerlo. La proclama reivindica la
soberanía argentina en las islas en consonancia con la disputa diplomática que nuestro país lleva adelante ante las Naciones Unidas.
Al representante del gobierno ocupante inglés:
Yo, Miguel Fitzgerald, ciudadano argentino, único, necesario y suficiente título que
exhibo en cumplimiento de una misión que está en el ánimo y la decisión de veintidós
millones de argentinos, llego al territorio malvínico para comunicarle la irrevocable determinación de quienes –como yo– han dispuesto a poner término a la tercera invasión
inglesa a territorio argentino.
Han transcurrido casi ciento treinta y dos años del acto de piratería y avasallamiento de la soberanía argentina en las islas que hoy ocupo simbólicamente. El despojo
perpetrado por los corsarios de la corbeta Clío conmovió en aquel entonces a la Patria,
muy joven aún, a través de las generaciones. Se ha mantenido en los hechos una usurpación que nunca fue admitida por los argentinos, por los latinoamericanos y por todos
aquellos que, en el mundo, ajustan su quehacer al respeto de los derechos inalienables
de cada Nación. Hoy, en que también mi Patria, que despierta de un largo sueño,
consciente de su grandeza moral y material está decidida a recuperar este, su territorio
insular. De ahí, que yo constituyo la avanzada de este ideal patriótico y justo que crecerá, no lo dude usted, como formidable avalancha. Los argentinos estamos resueltos a
no permitir que Inglaterra siga ocupando un archipiélago que, por razones geográficas,
históricas, políticas y de derecho, pertenecen a la República Argentina. Pienso, como
mi pueblo, que a la postre y ante el mundo sólo habrá un perjudicado moral en esta
injusta situación, mantenida a través de tantos años: ese perjudicado es Inglaterra.
Las Islas Malvinas tienen un significado para los argentinos que no se mide solamente por lo material –no obstante al sistemático saqueo a que han sido y son sometidas– ni tampoco aceptamos que sean motivo de negociaciones. Tienen, en cambio,
el valor de la dignidad humana, porque son parte incuestionable del país, que como
1956 - 1976
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1956 - 1966
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argentino represento en este acto de voluntad y plena decisión. Argentina no hace del
ejercicio de la libertad y el derecho una manifestación vacua, como si fuera una consigna o un lema comercial. Argentina ejercita el derecho y la libertad, respetando por
igual a todos los pueblos de la tierra, y en consecuencia exige para sí igual tratamiento.
Los veintiún cañonazos que en el siglo pasado señalaron la hora en que Argentina
izó su pabellón en Puerto Soledad en acto de ejercicio de plena soberanía, resuenan
nuevamente para anunciar al mundo que en esta hora ha comenzado otra reconquista,
como en 1807.
En consecuencia, como ciudadano, he podido, por mí y ante el mundo, descender
en territorio nacional para ratificar la soberanía argentina en el archipiélago y reiterarle
al representante del gobierno usurpador inglés que “no hemos sido ni seremos un país
de conquistadores, pero tampoco aceptamos que se nos pretenda conquistar”, como
bien lo ratificara el canciller de mi país, en agosto último. Con igual título acabo de
enarbolar en esta isla Soledad, integrante del archipiélago, mi pabellón celeste y blanco.
Esta actitud personal, que interpreta los sentimientos y la vocación del pueblo argentino, coincide con la decisión de la Organización de las Naciones Unidas, de considerar en el más alto tribunal internacional las legítimas reivindicaciones de mi patria
sobre el territorio malvínico.
En este primer minuto de la reconquista de Malvinas
8 de septiembre de 1964
Miguel Fitzgerald
Fuente: José Luis Muñoz Aspiri, Historia completa de las islas Malvinas, tomo I, Buenos Aires, Editorial Oriente,
1966, p. 544.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
Alegato Ruda (Selección)
En 1964, la Argentina y Gran Bretaña presentan sus posiciones ante el III
Subcomité de Naciones Unidas. Se discute en qué términos la disputa de
soberanía de las Islas Malvinas será considerada un caso de “descolonización”. El 9 de septiembre de ese año, el representante argentino José
María Ruda ofrece un discurso que será recordado como “alegato Ruda”,
por su elocuencia para explicar la posición argentina y mostrar por qué
la ocupación británica de las islas constituye una violación a la integridad
territorial argentina. Discurso de José María Ruda
Nueva York, 9 de septiembre de 1964
Señor Presidente:
(…) A partir de 1955, las Naciones Unidas tomaron renovado vigor con el ingreso
de nuevos miembros, particularmente de aquellos Estados que surgían del proceso de
descolonización, impuesto a las potencias europeas por el nuevo panorama político del
mundo. Surgió así un enfoque distinto a nuestra más que centenaria reivindicación
sobre las Islas.
En efecto, cuando en 1960 fue aprobada, con nuestro voto, la hoy histórica resolución 1514 (XV) “Declaración sobre la concesión de la independencia a los países y
pueblos coloniales”, se aceleró la descolonización en todo el mundo.
Nuestro país apoyó y apoyará con actitud clara, serena y constructiva este proceso
de descolonización que tiene lugar, en este momento histórico, con el apoyo de las
Naciones Unidas. Producto nosotros mismos de un proceso similar de Independencia,
que llevamos a cabo por nuestros propios medios, somos consecuentes con nuestra
tradición histórica y decididos partidarios de la eliminación del sistema colonial. Así
apoyamos calurosamente las resoluciones complementarias de la 1514 (XV), es decir,
las Resoluciones 1654 (XVI), 1810 (XVII) y 1956 (XVIII).
Hoy, este Subcomité III del Comité de los 24 se va a ocupar de la situación de las
Islas Malvinas. Las Islas Malvinas se encuentran en situación particular diferente del
caso colonial clásico. De hecho y de derecho pertenecían a la República Argentina
en 1833 y estaban gobernadas por autoridades argentinas y ocupadas por pobladores
argentinos. Estas autoridades y pobladores fueron desalojados por la violencia, no permitiéndose su permanencia en el territorio.
Por el contrario, fueron suplantados, durante estos 131 años de usurpación, por
una administración colonial y una población de origen británico.
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La población asciende hoy en día a 2.172 habitantes, que se renueva en significativa
proporción periódicamente, con un éxodo constante; así en 1962 se marcharon 411 personas y llegaron 268; en 1961, 326 y 244 y en 1960, 292 y 224, respectivamente. Esto
demuestra que se trata de una población predominantemente temporaria, que no puede ser
utilizada por la potencia colonial para pretender aplicar el principio de libre determinación.
Entiende nuestro Gobierno, y así lo hemos venido afirmando en las últimas
Asambleas Generales, que este principio de libre determinación de los pueblos, reconocido en el inciso 2°, Artículo 1 de la Carta, debe ser considerado en estos casos excepcionales a la luz de las circunstancias que lo condicionan en su ejercicio. En tal sentido,
consideramos que el principio de libre determinación sería mal aplicado en situaciones
en que parte del territorio de un Estado independiente ha sido separado contra la voluntad de sus habitantes en virtud de un acto de fuerza por un tercer Estado, como en
el caso de las Malvinas, sin que exista ningún acuerdo internacional posterior que convalide esta situación de hecho y cuando, por el contrario, el Estado agraviado ha protestado permanentemente por esta situación. Estas consideraciones se ven agravadas muy
en especial cuando la población originaria ha sido desalojada por este acto de fuerza y
grupos fluctuantes de nacionales de la potencia ocupante la han reemplazado. Por otra
parte, la aplicación indiscriminada del principio de libre determinación a territorios tan
escasamente poblados por nacionales de la potencia colonial pondría el destino de dicho territorio en manos de la potencia que se ha instalado allí por la fuerza, en violación
de las más elementales normas del derecho y de la moral internacional.
El principio fundamental de la libre determinación no debe ser utilizado para transformar una posesión ilegítima en una soberanía plena, bajo el manto de protección que
le darían las Naciones Unidas.
Esta recta interpretación del principio de libre determinación se basa precisamente
en la Resolución 1514 (XV), cuya finalidad principal, no debemos olvidar, es terminar
con el colonialismo en todas sus formas.
Dicha resolución, después de afirmar el principio de libre determinación, reconoce
en su Preámbulo que los pueblos del mundo desean ardientemente “el fin del colonialismo en todas sus manifestaciones”. Y agrega en el mismo que “todos los pueblos
tienen un derecho inalienable a la libertad absoluta, al ejercicio de su soberanía y a la
integridad de su territorio nacional”. La Declaración, en su artículo 2°, reafirma el principio de que todos los pueblos tienen derecho de libre determinación y que en virtud
de este derecho determinan libremente su condición política y persiguen libremente su
desarrollo económico, social y cultural.
Pero este artículo segundo es condicionado por el artículo sexto, en forma clara.
Dice: “Todo intento encaminado a quebrantar total o parcialmente la unidad nacional
y la integridad territorial de un país es incompatible con los propósitos y principios
de las Naciones Unidas”, y, agrega en el artículo séptimo, reafirmando lo anterior, que
“todos los Estados soberanos deberán observar fiel y estrictamente las disposiciones de
la Carta de las Naciones Unidas, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos
y la presente Declaración sobre la base de la igualdad, de la no intervención en los asuntos internos de los demás Estados y del respeto de los derechos soberanos de todos los
pueblos y de su integridad territorial”.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
El propósito de la Resolución, tal como surge claramente de sus palabras, se ajusta
en un todo a la recta interpretación del principio de la libre determinación al caso de
las Islas Malvinas. Se debe terminar con el colonialismo en todas sus manifestaciones,
se debe respetar la unidad nacional y la integridad territorial, en la aplicación de esta
Declaración.
Que no sirva ella para justificar los atropellos del pasado, contra países recién
independizados.
La Resolución 1654 (XVI), por la que se creó este Comité Especial, subraya esta
idea cuando manifiesta en su Preámbulo “la profunda preocupación de la Asamblea
porque contrariamente a lo dispuesto en el párrafo 6 de la Declaración, se siguen
realizando actos encaminados a quebrar total o parcialmente la unidad nacional y la
integridad territorial en algunos países donde se está verificando la liquidación del
régimen colonial”.
En América, la organización regional adoptó una resolución en la X Conferencia de
Cancilleres, estableciendo “la necesidad de que los países extracontinentales que tienen
colonias en el territorio de América no tarden en ultimar las medidas comprendidas en
los términos de la Carta de las Naciones Unidas para permitir que los pueblos respectivos puedan ejercer plenamente su derecho de autodeterminación, a fin de que se elimine definitivamente el coloniaje en América”. Pero teniendo específicamente presente la
situación de los Estados cuya unidad e integridad territorial es afectada por ocupaciones extranjeras, declaró en esa misma resolución que ella “no se refiere a territorios que
son materia de litigio o reclamación entre países extracontinentales y algunas repúblicas
americanas”. Esta resolución fue transmitida a las Naciones Unidas.
El futuro de estas Islas, separadas de la República Argentina, está fuera de toda
lógica y realidad. Geográficamente, se encuentran cerca de nuestras costas patagónicas,
gozan de su mismo clima y tienen una economía similar a nuestro sur. Se encuentran
enclavadas en plena plataforma continental, que por el Derecho Internacional, después
de las Convenciones de Ginebra de 1958, pertenece al Estado costero de pleno derecho. Su desarrollo económico, sobre bases estables, está unido a la República Argentina,
con quien actualmente no tiene ni comunicación, ni comercio marítimo directo, por
la situación existente.
Más aún, si analizamos con detención el mismo documento que nos presenta la
Secretaría de las Naciones Unidas, sobre base de datos exclusivamente ingleses, se observará cómo se manifiesta en dichas Islas el sistema colonial en el aspecto económico.
La propiedad de la tierra está prácticamente en manos de la Falkland Islands Company
Limited, en cuyo directorio, en Londres, figuran miembros del Parlamento británico.
Esta Compañía, que no dudamos en llamar monopolista, posee 1.230.000 acres
de las mejores tierras, en dominio absoluto, en las que pastan trescientas mil ovejas. El
propietario que le sigue es la Corona Británica con 56.500 acres. La compañía con sus
subsidiarias controla todo el comercio de exportación e importación. El monopolio de
la lana, principal riqueza, se encuentra en sus manos.
La dominación británica en las Islas Malvinas no sólo es contraria a la Carta de las
Naciones Unidas, sino que también crea una situación estéril en un territorio que podría gozar de un mayor auge económico unido a quien corresponde por la naturaleza
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y derecho. Prueba de ello es que las estadísticas de 1912 demuestran que en las Islas
Malvinas había 2.295 habitantes y que la población desde entonces se ha mantenido
estancada.
Según el censo levantado el 18 de marzo de 1962, viven en las islas 2.172 personas.
Es la única familia humana de América que, en vez de crecer, disminuye. Señores, ni el
Reino Unido tiene títulos para continuar en las Islas, ni el sentir de nuestro tiempo es
base para ello.
Al terminar esta exposición, permítaseme resumir el pensamiento del Gobierno
argentino, que refleja el sentir unánime de su pueblo:
1°: La República Argentina reclama con firmeza el restablecimiento de su integridad
territorial, mediante la devolución de las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich
del Sur, que fueron tomadas por Gran Bretaña en un acto de fuerza. Única solución que
impone la justicia. La República Argentina, respetuosa de los derechos fundamentales
del hombre y de las obligaciones emanadas de la Carta de las Naciones Unidas, tendrá
especialmente en cuenta el bienestar y los intereses materiales de los actuales pobladores
de las Islas Malvinas. En la misma forma como, al amparo de las garantías que otorga
nuestra Constitución, los hombres de todas las razas y credos del mundo se han integrado a la vida de la Nación.
2°: La República Argentina no aceptará, sin embargo, que se desnaturalice el
principio de libre determinación, aplicándolo para consolidar situaciones producto
de un anacronismo colonial, en detrimento de sus legítimos derechos de soberanía
sobre las Islas.
El agravio de 1833 nos da derecho a exigir al Reino Unido que contemple este
diferendo con realismo y con la perspectiva de futuro necesaria; de esta manera, Gran
Bretaña habrá aplicado una vez más su indiscutible genio político.
Churchill y Roosevelt declararon, el 14 de agosto de 1941, en la costa del Atlántico:
“… y deseamos que se restituyan los derechos soberanos y la independencia a los pueblos que han sido despojados de dichos derechos por la fuerza”. Señores delegados:
puedo asegurar que América Latina entera está firmemente unida en su decisión de
eliminar los últimos vestigios del colonialismo que aún se mantienen enclavados en
este hemisferio.
Muchas gracias, señor Presidente.
Fuente: Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina, en Pensar Malvinas, Buenos Aires,
Ministerio de Educación de la Nación, 2014, pp. 40-43.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
Resolución 2065 (XX)
En 1965, Naciones Unidas se expide sobre el caso Malvinas a través de
la Resolución 2065, donde reconoce un conflicto de soberanía entre dos
partes: la Argentina y el Reino Unido. La ONU descarta que el conflicto
de soberanía deba dirimirse según el principio de libre determinación
y en cambio, taxativamente, indica que debe resolverse por medio de la
negociación entre ambos países. El pedido de la República Argentina de
reanudar las negociaciones se basa justamente en esta Resolución, la
misma que el Reino Unido, en la actualidad, no respeta. La Asamblea General,
Habiendo examinado la cuestión de las Islas Malvinas (Falkland Islands),
Teniendo en cuenta los capítulos de los informes del Comité Especial encargado de
examinar la situación con respecto a la aplicación de la Declaración sobre la concesión
de la independencia a los países y pueblos coloniales concernientes a las Islas Malvinas
(Falkland Islands) y en particular las conclusiones y recomendaciones aprobadas por el
mismo relativas a dicho Territorio,
Considerando que su resolución 1514 (XV), del 14 de diciembre de 1960, se inspiró en el anhelado propósito de poner fin al colonialismo en todas partes y en todas sus
formas, en una de las cuales se encuadra el caso de las Islas Malvinas (Falkland Islands),
Tomando nota de la existencia de una disputa entre los Gobiernos de la Argentina y del
Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte acerca de la soberanía sobre dichas Islas,
1. Invita a los Gobiernos de la Argentina y del Reino Unido de Gran Bretaña e
Irlanda del Norte a proseguir sin demora las negociaciones recomendadas por el
Comité Especial encargado de examinar la situación con respecto a la aplicación
de la Declaración sobre la concesión de la independencia a los países y pueblos
coloniales a fin de encontrar una solución pacífica al problema, teniendo debidamente en cuenta las disposiciones y los objetivos de la Carta de las Naciones
Unidas y de la resolución 1514 (XV) de la Asamblea General, así como los intereses de la población de las Islas Malvinas (Falkland Islands);
2. Pide a ambos Gobiernos que informen al Comité Especial y a la Asamblea General,
en el vigésimo primer período de sesiones, sobre el resultado de las negociaciones.
1398a. sesión plenaria,
16 de diciembre de 1965
Fuente: Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina, en Soberanía argentina en Malvinas. A
50 años del “alegato Ruda”, disponible en www.cancilleria.gov.ar
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Los cóndores
El 28 de septiembre de 1966, bajo la dictadura de Onganía, un grupo de civiles comandados por Dardo Cabo y Cristina Verrier secuestran un avión de
Aerolíneas Argentinas que tenía como destino la ciudad santacruceña de Río
Gallegos y obligan al piloto a aterrizar en las Islas Malvinas. Los “cóndores”
justifican esta acción subrayando su pertenencia a una nueva generación política e invocando el ideario peronista de una patria justa, noble y soberana. El Operativo Cóndor
Jefatura de la Operación Cóndor, Puerto Rivero, Islas Malvinas.
A los argentinos: la responsabilidad de nuestra soberanía nacional siempre fue soportada por nuestras Fuerzas Armadas. Hoy consideramos les corresponde a los civiles
en su condición de ex soldados de la Nación demostrar que lo aprendido en su paso
por la vida militar ha calado hondo en sus espíritus. Así emprendimos la marcha hacia
el Sur. Creemos en una Patria justa, noble y soberana. Somos cristianos, argentinos y
jóvenes. Pertenecemos a una generación que, desde su hora misma, asume sin titubeos
la responsabilidad de mantener bien alto el pabellón azul y blanco de los argentinos.
Estamos aquí, porque hemos preferido los hechos a las palabras. Estamos solos ante
Dios y con nuestra determinación. Sin banderías políticas. Provenimos de todos los
sectores nacionales y pertenecemos a militancias políticas distintas, pero estamos unidos porque creemos que eludir un compromiso es cobardía. Porque estamos luchando
y lucharemos para devolver a nuestros hijos la imagen de la Patria que nos legaron los
hombres de Mayo. Nosotros, con orgullo, nos hacemos cargo de esta herencia, con
humildad, pero sin vacilaciones. Por esa Patria que tiene su historia escrita en gloriosas
páginas de sangre. Por esa Patria que se merece el sacrificio de sus hijos para que nuevamente pueda brillar como ejemplo de Hispanoamérica. Nosotros, como pueblo argentino, es decir, en nombre de cuantos habitan nuestro suelo y en especial de la juventud argentina a la que pertenecemos, ponemos hoy nuestros pies en las Islas Malvinas
argentinas para reafirmar con nuestra presencia la soberanía nacional y quedar como
celosos custodios de la Azul y Blanca que ha de flamear altiva mientras haya hijos que
respondan por ella. Quiera Dios ayudarnos en nuestra empresa. A Él encomendamos
nuestras almas y en su fe forjamos nuestro coraje. O concretamos nuestro futuro. O
moriremos con el pasado.
Dado en Puerto Rivero de las islas Malvinas Argentinas a los 28 días del mes de
septiembre de 1966.
Fuente: Revista Así, Buenos Aires, 8 de octubre de 1966.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
DEBATE SOBRE
EL GAUCHO
RIVERO
En 1966, la Cancillería consulta a
la Academia Nacional de Historia
sobre un pedido de fondos que
había recibido para construir un
monumento a Antonio Rivero. La
Academia dictamina que el gaucho
Antonio Rivero no es un patriota
y que la revuelta del 26 de agosto
de 1833 en las Islas Malvinas
debe considerarse un “atentado”.
Distintos historiadores rechazan
este dictamen, advirtiendo que
los miembros de la Academia
confieren un crédito injustificado
a las fuentes británicas disponibles
e incurren en incoherencias a la
hora de reconstruir la sublevación
encabezada por Rivero. La encendida
defensa de los “cóndores” que
toma a su cargo Arturo Jauretche
forma parte de esta polémica sobre
la historia y la política nacionales.
Fueron los “cóndores”, justamente,
quienes al aterrizar en las Islas
Malvinas bautizan como “Puerto
Rivero” lo que hoy se conoce como
“Puerto Argentino”. Dictamen de la Academia Nacional de de pistola y a sablazos; Pasos, al intentar huir, y
la Historia del día 19 de abril en torno Ventura, también alevosamente.
El móvil, según se desprende de la prevende la figura del gaucho Antonio Rivero
Los documentos conocidos sobre el atentado de Antonio Rivero y sus siete compañeros,
el 26 de agosto de 1833, son de origen británico. Su lectura permite conocer con cierto detalle cómo ocurrieron los hechos, con la base
de las declaraciones de cinco testigos. No se
desprende que un móvil patriótico impulsara
a esos hombres a dar muerte al delegado y
gente enviada por Luis Vernet, luego de cometida la usurpación de las Islas Malvinas por la
corbeta Clío. No eran las víctimas, por lo tanto,
soldados o marinos británicos, sino empleados
del ex comandante político o militar del gobierno de Buenos Aires, enviados para vigilar sus
intereses y defender sus derechos ante el nuevo ocupante intruso. Esos hombres no fueron
muertos con las armas en la mano, aprestados
para dar una lucha franca, sino cuando estaban
ocupados en tareas pacíficas o en el solaz del
descanso: el capitán Simón, salando cueros; el
delegado Brisbane, entregado a la lectura de su
casa; Dickson, muerto fríamente con disparo
ción sumaria abierta, elevada desde el buque
Spartiate, de estación en Río de Janeiro, al Almirantazgo, el 23 de marzo de 1835, fue que Rivero
y los suyos recibían como paga, no dinero británico, sino billetes-papel para uso en el establecimiento de las Malvinas, en vez de papel moneda.
La documentación conocida es indudablemente auténtica y, no obstante su origen,
nada hace presumir que los hechos relatados
no se ajustan a la verdad (…).
Si no se aportan pruebas de que el levantamiento obedeció al noble propósito patriótico de expulsar a los usurpadores de la soberanía nacional, no corresponde el homenaje
proyectado.
Ricardo Caillet-Bois / Humberto F. Burzio
Fuente: José Luis Muñoz Azpiri, Historia completa de las
Islas Malvinas, tomo II, Buenos Aires, Editorial Oriente,
1966, en Pensar Malvinas, Buenos Aires, Ministerio de
Educación de la Nación Argentina, 2014, p. 79.
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Los Cóndores según
Arturo Jauretche
Vamos a comprobar cómo, aún ahora, actúa subconscientemente el hábito de pensar
según esta zoncera [en referencia a “el mal
que aqueja a la nación es la extensión”].
Está usted en su propio confesionario y
sólo ante usted mismo. Pregúntese cómo reaccionó cuando un grupo de muchachones,
el “Comando Cóndor”, hizo su incursión a
las Islas Malvinas o cuando voló hasta ella
Miguel L. Fitzgerald: ¿se sintió solidario con
la aventura o sólo simuló sentirlo de dientes
para afuera? ¿O en realidad consideró molesto el hecho?
Pero vamos a objetivizar el test utilizando
a un tercero.
El Almirante Guzmán, que ostenta con el
título de Gobernador de la Tierra del Fuego, el
de las Islas Malvinas, viajaba como pasajero
del avión al que el “Comando Cóndor” obligó a
desviar el rumbo.
¿Conoce la anécdota?
María Cristina Verrier, integrante del “comando”, le preguntó al Almirante Guzmán:
–Señor Gobernador de las Islas Malvinas,
¿le gustaría pisar en las mismas?
–Sería mi sueño –contesta el Almirante.
–Le advierto que dentro de poco usted podrá hacerlo, pues en este momento el avión
pone rumbo a las Islas.
El Gobernador sonrió galantemente, pero
dejó de hacerlo cuando pudo comprobar que
el avión se internaba mar adentro. Entonces
se puso serio… muy serio.
Según la información periodística, el Gobernador se desprendió del cargo y lo pasó al
Comandante de la Nave. Lo positivo es que en
ningún momento intentó un acto de posesión
y jurisdicción; por el contrario, y sin ninguna
protesta formal, ni acto de afirmación de su
“imperium”, desembarcó en el territorio de su
gobierno y tomó relación con las autoridades
británicas, como si hubiera descendido en la
Luna o en Trapalandia.
No pretendo dictar normas, pero se me
ocurre que pudo tomar el mando del grupo y
hacer la afirmación que “los Cóndores” pretendían, o cualquier otra cosa, pero de ninguna manera ratificar con su posición pasiva la
dominación británica. Y mucho menos quedar
después en el cargo de Gobernador de las Islas Malvinas que había resignado de hecho al
aceptar sin protesta los actos de poder del Gobernador británico.
Es cierto que de hacerlo hubiera comprometido su posición oficial y tal vez su situación
en la carrera. Tal vez también hubiera tenido
que compartir la cárcel con “los muchachones” del “Comando Cóndor”. Pero la vida es
así, y los hombres, muchas veces, sin comerla
ni beberla, se encuentran frente a la responsabilidad de la historia. El Gobernador Guzmán era además Almirante y estaba obligado
a jugarse en ella. Prefirió salvar su gobernación y su retiro. Allá él. Además, ningún colega
le pidió el “famoso tribunal de honor”.
Pero olvidemos la gobernación y el grado, circunstancia calificante. Considerémoslo
como si se tratara de un simple ciudadano
argentino.
Entonces la única explicación que surge de
su conducta es esa desaprensión inculcada en
el argentino de que nuestra reivindicación de
las Malvinas es sólo cosa formal, de dientes
para afuera, porque se trata de un territorio
más en un país al que le sobra territorio, tanto
que su extensión es un mal.
¿Pesó la zoncera en su conducta?
Fuente: Arturo Jauretche, Manual de zonceras argentinas, Buenos Aires, Peña Lillo, 1968, en Pensar Malvinas,
Buenos Aires, Ministerio de Educación de la Nación
Argentina, 2014, p. 83.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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AGN
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Gentileza Panorama - Colección Archivo Nacional de la Memoria
El 28 de septiembre de 1966 un grupo de argentinos conocidos como “cóndores” y el director del diario Crónica, Héctor García (que viaja como pasajero invitado por Dardo Cabo) aterrizan en un avión
Douglas DC-4 de Aerolíneas Argentinas en las Islas Malvinas.
Fotografía de los integrantes del Operativo Cóndor en el suplemento especial de la revista Panorama
que aparece el 28 de septiembre de 1966.
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En 1966, Raymundo Gleyzer, director de cine que en 1973 creará junto a
sus compañeros militantes del PRT el “Cine de la Base”, grupo de cineastas
que tendrá como lema usar la cámara como arma de combate, se convierte
en el primer camarógrafo en viajar a las Islas Malvinas. Allí filma Nuestras
Islas Malvinas dentro de una serie de informes periodísticos para el noticiero Telenoche, uno de los informativos más importantes de la televisión
argentina. El 27 de mayo de 1976 Raymundo Gleyzer es secuestrado por la
dictadura cívico-militar. Aún permanece desaparecido.
Imágenes de la vida cotidiana en la ciudad de Port Stanley que Raymundo Gleyzer filma para el
documental Nuestras Islas Malvinas. Unos años después, los “Cóndores” bautizarán Port Stanley como
“Puerto Rivero”.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
Manifiesto del Grupo Espartaco
El Grupo Espartaco, un movimiento de artistas plásticos argentinos fundado en
1959 (y que se disolverá en 1968), cuenta entre sus principales miembros con
Ricardo Carpani, Carlos Sessano, Raúl Lara, Esperilio Bute, Elena Diz, Mario Mollari, Juan Manuel Sánchez, Pascual Di Bianco y Franco Venturi. En abril de 1961,
poco antes de que Carpani y Di Bianco se marchen, el grupo presenta su manifiesto “por un arte revolucionario”. Desde una perspectiva antiimperialista, que
rechaza el “coloniaje cultural”, el movimiento reivindica la necesidad de colocar
la cuestión del arte nacional en el horizonte de la gran “Nación latinoamericana”
y recupera la tradición del muralismo mexicano. Para este grupo, “este arte latinoamericano, considerando las características sociales y políticas de nuestro
continente”, no podrá más que presentar un carácter revolucionario.
Por un arte revolucionario. Ubicación Latinoamericana
Es evidente que en nuestro país, a excepción de algunos valores aislados, no ha surgido hasta el momento una expresión plástica trascendente, definitoria de nuestra personalidad como pueblo. Los artistas no podemos permanecer indiferentes ante este hecho, y se
nos presenta con carácter imperativo la necesidad de llevar adelante un profundo estudio
del origen de esta frustración.
Si analizamos la obra de la mayor parte de los pintores argentinos, especialmente de aquellos que la crítica ha llevado a un primer plano, observaremos como característica común el
total divorcio con nuestro medio, el plagio sistematizado, la repetición constante de viejas y
nuevas fórmulas, que si en su versión original constituyeron auténticos hallazgos artísticos, al
ser copiados sin un sentido creativo se convierten en huecos balbuceos de impotentes.
Las causas determinantes de esta situación están en la base misma de nuestra vida
económica y política, de la cual la cultura es su resultado y complemento. Una economía
enajenada al capital imperialista extranjero no puede originar otra cosa que el coloniaje cultural y artístico que padecemos. La oligarquía, agente y aliada del imperialismo,
controla directa o indirectamente los principales resortes de nuestra cultura, y, a través
de ellos, enaltece o sume en el olvido a los artistas seleccionando únicamente a aquellos
que la sirven. Constituye, además, por ser la clase más pudiente, el principal mercado
comprador de obras artísticas. En virtud de los intereses que representa se caracteriza en
el plano cultural por una mentalidad extranjerizante, despreciativa de todo lo genuinamente nacional y por lo tanto popular.
El resultado de todo esto es que el artista no tiene otro camino para triunfar que el de
la renuncia a la libertad creadora, acomodando su producción a los gustos y exigencias de
aquella clase, lo que implica su divorcio de las mayorías populares que constituyen el elemento fundamental de nuestra realidad nacional. Es así como, al dar la espalda a las necesidades y luchas del hombre latinoamericano, vacía de contenido su obra, castrándola de toda
significación, pues ya no tiene nada trascendente que decir. Se limita entonces a un mero
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juego con los elementos plásticos, virtuosismo inexpresivo, en algunos casos de excelente
técnica, pero de ninguna manera arte, ya que este sólo es posible cuando se produce una
total identificación del artista con la realidad de su medio.
No se piense que esta última sea una afirmación arbitraria: constituye un problema
que hace a la esencia misma del arte. En efecto, un arte nacional es la única posibilidad
que existe de hacer arte. A través de las mejores obras de los más grandes artistas de la
historia, percibimos ante todo, el espíritu de la sociedad que las engendró. No puede ser
de otra manera, ya que el artista es un hombre y todo hombre se conforma fundamentalmente según los elementos sociales que gravitan sobre él: productor de la sociedad, al
expresarse artísticamente, si lo hace en un sentido profundo y con sinceridad, dará expresión, de un modo inevitable, al medio que lo rodea.
El ritmo del crecimiento histórico es variable para cada sociedad y esa variación es el
principal elemento incidente en el origen de las nacionalidades. En consecuencia toda obra
artística, por el hecho de ser una expresión social, necesariamente ha de ser también una
expresión nacional. Generalizando, podría decirse que el arte surge como el resultado de
una necesidad de expresión individual, que al concretarse será una expresión nacional, pues
el individuo fundamentalmente es producto de la nación, y culminará finalmente, en expresión universal, ya que los problemas trascendentes del hombre son universales.
El problema del surgimiento de un arte nacional en nuestro país determina el verdadero alcance que debe tener para nosotros el término “nacional”. Unidad geográfica,
idiomática y racial; historia común, problemas comunes y una solución de esos problemas que sólo será factible mediante una acción conjunta, hacen de Latinoamérica
una unidad nacional perfectamente definida. La gran Nación Latinoamericana ya ha
tenido en Orozco, Rivera, Tamayo, Guayasamín, Portinari, etc., fieles intérpretes que
partiendo de las raíces mismas de su realidad han engendrado un arte de trascendencia
universal. Este fenómeno no se ha dado en nuestro país salvo aisladas excepciones.
El arte latinoamericano, considerando las características sociales y políticas de nuestro
continente, ha de estar necesariamente imbuido de un contenido revolucionario, que
será dado por el libre juego de los elementos plásticos en sí, prescindiendo de la anécdota
desarrollada, si es que la hay. La anécdota podrá tener una importancia capital para el
artista cuando aborda una temática que siente profundamente y en la cual encuentra
inspiración; pero en última instancia no constituye el elemento que justifica y determina
la validez intrínseca de la obra de arte, ni es de ella que emana el contenido de su trabajo.
De ahí lo absurdo de cierto tipo de pintura pretendidamente revolucionaria que se limita
a describir escenas de un revolucionarismo dudoso, utilizando un realismo caduco y superado. No es de extrañar entonces que por su misma inoperancia esta pintura sea tolerada,
y hasta en cierto modo favorecida, por aquellos mismos que combaten toda expresión
artística auténticamente nacional y revolucionaria.
Es imprescindible dejar de lado todo tipo de dogmatismo en materia estética; cada
cual debe crear utilizando los elementos plásticos en la forma más acorde con su temperamento, aprovechando los últimos descubrimientos y los nuevos caminos que se van
abriendo en el panorama artístico mundial y que constituyen el resultado de la evolución
de la Humanidad, pero eso sí, utilizando estos nuevos elementos con un sentido creativo
personal y en función de un contenido trascendente.
Todo intento de creación de un arte nacional es consecuentemente combatido por ciertos críticos al servicio de la prensa controlada por el capital imperialista. Se ha apelado a
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todos los recursos, desde el ataque directo, en nombre de una universalidad abstracta, hasta
la rumbosa presentación de algo que, como arte nacional, ni siquiera es arte.
Se trata en verdad de refractar en el campo de la creación artística, el sometimiento
económico y político de las mayorías, pero simultánea e indisociablemente, sus luchas
por emanciparse. Porque en la medida en que el arte llama y despierta el inconsciente
colectivo de la humanidad, pone en movimiento las más confusas aspiraciones y deseos,
exalta y sublima todas las represiones a que se ve sometido el hombre moderno, es un
poderoso e irresistible instrumento de liberación. El arte es el libertador por excelencia
y las multitudes se reconocen en él, y su alma colectiva descarga en él sus más profundas
tensiones para recobrar por su intermedio las energías y las esperanzas. De ahí que para
nosotros el arte sea un insustituible arma de combate, el instrumento precioso por medio
del cual el artista se integra con la sociedad y la refleja, no pasiva sino activamente, no
como un espejo sino como un modelador.
De las manos de la nueva generación de artistas latinoamericanos habrá de salir el arte
de este continente, que aún no ha realizado su unidad; quizá le esté reservado por este
arte revolucionario realizarla antes en la esfera creadora como síntoma de la inevitable
unificación política. Pues no sería la primera vez en la historia que el arte se anticipa a
los hechos económicos o políticos; y tal vez en ello reside su grandeza. Partiendo de la
realidad, la prefigura y la renueva.
Estos objetivos se cumplirán mediante una doble acción: el arte, no puede ni debe
estar desligado de la acción política y de la difusión militante y educadora de las obras en
realización. El arte revolucionario latinoamericano debe surgir, en síntesis, como expresión monumental y pública. El pueblo que lo nutre deberá verlo en su vida cotidiana. De
la pintura de caballete, como lujoso vicio solitario, hay que pasar resueltamente al arte de
masas, es decir, al arte.
Grupo “Espartaco”
Abril de 1961
Gentileza Juan Manuel Sánchez
Fuente: Documento disponible en http://www.fba.unlp.edu.ar/muralismo/manifiesto_grupo_espartaco.html
“Sin título”,
de Juan Manuel Sánchez,
óleo sobre lienzo, 1959.
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Editorial de Pasado y Presente
Nº 1 (Selección) POR JOSÉ ARICÓ
La revista Pasado y Presente contribuye, a partir de los años sesenta, a la
renovación teórica y cultural del marxismo argentino. En esta etapa, que
se extiende entre 1963 y 1965 a través de nueve números, la publicación
se produce y se sostiene desde la ciudad de Córdoba, desafiando la hegemonía porteña en este tipo de intervenciones editoriales. Este primer
editorial, escrito por José Aricó, que termina de desencadenar la ruptura
de este grupo con el Partido Comunista Argentino, presenta algunos de
los temas de la revista: la cuestión generacional, el intento de pensar un
socialismo a tono con las realidades nacional y sudamericana, el papel de
los intelectuales en la construcción de la contrahegemonía y su vínculo
con las clases trabajadoras. Además de Aricó, en la primera etapa de Pasado y Presente escribirán Oscar del Barco, Juan Carlos Portantiero, Juan
Carlos Torre, Héctor Schmucler y Francisco Delich, entre otros. “Cómo y por qué el presente es una crítica del pasado además de su superación. ¿Pero el pasado debe por esto ser rechazado? ¿Es preciso rechazar aquello que el presente criticó en forma ‘intrínseca’ y aquella parte de nosotros que
a él corresponde? ¿Qué significa esto? Que debemos tener conciencia exacta de
esta crítica real y darle una expresión no sólo teórica sino política. Vale decir,
debemos ser más adherentes al presente que hemos contribuido a crear, teniendo conciencia del pasado y de su continuarse (y revivir).”
Antonio Gramsci
I
En la gestación de una revista de cultura siempre hay algo de designio histórico, de
“astucia de la razón”. Algo así como una fuerza inmanente que nos impulsa a plasmar
cosas que roen nuestro interior y que tenemos urgente necesidad de objetivar. No es por
ello desacertado buscar en las revistas el desarrollo del espíritu público de un país, la formación, separación o unificación de sus capas de intelectuales. Puesto que al margen de
lo anecdótico, toda revista es siempre la expresión de un grupo de hombres que tiende a
manifestar una voluntad compartida, un proceso de maduración semejante, una posición
común frente a la realidad. Expresa, en otras palabras, el vehemente deseo de elaborar en
forma crítica lo que se es, lo que se ha llegado a ser, a través del largo y difícil proceso histórico que caracteriza la formación de todo intelectual. Es el conocimiento de uno mismo el
que en un proceso singular torna a ser recorrido nuevamente, pero esta vez racionalizando
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
en un esquema coherente esa infinidad de experiencias que hemos recibido sin beneficio
de inventario. Esas huellas que la vida ha impreso y que al permitirnos reconstruir nuestra
biografía, dan también como resultado la reconstrucción de una parcela de la historia del
país, vista desde un ángulo personal o de grupo. La crónica se transforma en historia. De
allí entonces que no otra cosa que el oscuro y contradictorio cuadro de la realidad de las
últimas décadas, sea el objeto del inventario de quienes hoy coincidimos en emprender la
aventura que presupone editar en el país una revista.
Pasado y Presente intenta iniciar la reconstrucción de la realidad que nos envuelve,
partiendo de las exigencias planteadas por una nueva generación con la que nos sentimos identificados. Lo que no significa negar o desconocer lo hecho hasta el presente,
sino incorporar al análisis esa urgente y poderosa instancia que nos impulsa en forma
permanente a rehacer la experiencia de los otros, a construir nuestras propias perspectivas. Será por ello la expresión de un grupo de intelectuales con ciertos rasgos y
perfiles propios, que esforzándose por aplicar el materialismo histórico e incorporando
las motivaciones del presente, intentará soldarse con un pasado al que no repudia en su
totalidad pero al que tampoco acepta en la forma en que se le ofrece. Nadie puede negar
que asistimos hoy en la Argentina a la maduración de una generación de intelectuales
que aporta consigo instancias y exigencias diferentes y que tiende a expresarse en la vida
política con acentos particulares. No queremos hacer aquí el examen del conjunto de
acontecimientos que condujeron a esa maduración. Será tema de futuras entregas elucidar cómo se fue abriendo un abismo cada vez más profundo entre la visión optimista y
retórica de una Argentina ficticia, irreal, que la cultura “oficial” se esforzó por inculcarnos y la lucidez conceptual, la creciente aptitud para descubrir las causas reales de la crisis nacional que ha ido adquiriendo esta nueva generación. Sólo deseamos reivindicar
la validez intrínseca del nuevo “tono” nacional, de la poderosa instancia que ella aporta
a la acción transformadora. Comprendemos cuán importante es que sea valorada en
sus justos términos por la conciencia política de la clase que aspira a reconstruir en un
sentido socialista al país, si se quiere evitar la esterilización de tantos vivos fermentos
renovadores y la interrupción de esa dialéctica unidad de pasado y presente que debe
conformar toda historia en acto, vale decir toda política.
Lo que aquí señalamos no significa de manera alguna caer en la visión interesada de quienes en el concepto de “generación” buscan un eficaz sustituto a aquel más
peligroso de “clase social”. Sin embargo, depurado de todo rasgo biológico o de toda
externa consideración de tiempo o edades e “historizado”, el concepto de generación
se torna pleno de significado. Convertido en una categoría histórica-social, válida sólo
en cuanto integrante de una totalidad que la comprenda y donde lo fundamental sea la
mención al contenido de los procesos que se verifican en la sociedad, se transforma en
una útil herramienta interpretativa.
Desde esta perspectiva, ¿cuándo se puede hablar de la existencia de una nueva generación? Cuando en la orientación ideal y práctica de un grupo de seres humanos unidos
más que por una igual condición de clase por una común experiencia vital, se presentan ciertos elementos homogéneos, frutos de la maduración de nuevos procesos antes
ocultos y hoy evidentes por sí mismos. No siempre en la historia se perfila una nueva
generación. Pero hay momentos en que un proceso histórico, caracterizado por una
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pronunciada tendencia a la ruptura revolucionaria, adquiere una fuerza y una urgencia
tal que es visto y sentido de la misma forma por una capa de hombres en los que sus
diversos orígenes sociales no han logrado aún transformarse en concepciones de clases
cristalizadas y contradictorias.
¿Se está produciendo este fenómeno en nuestro país? Creemos que sí. Basta observar con un mínimo de atención esa amplia escala de hombres que van de los 25 a los 35
años –reconociendo empero cuanto de aproximativo hay en la estimación– para comprender que tienen algo en común. Que los une un mismo deseo de hacer el inventario
por su cuenta, que desean ver claro y que para ello apelan a la franqueza rechazando la
demagogia, la grandilocuencia, las mentiras, el disfraz de una realidad que comienzan a
desnudar y a comprender en toda su dialéctica complejidad. Que más que las palabras
les interesan las esencias, los contenidos. Una generación que no reconoce maestros no
por impulsos de simplista negatividad, sino por el hecho real de que en nuestro país las
clases dominantes han perdido desde hace tiempo la capacidad de atraer culturalmente
a sus jóvenes mientras el proletariado y su conciencia organizada no logran aún conquistar una hegemonía que se traduzca en una coherente dirección intelectual y moral.
Es preciso partir de esta dolorosa realidad para comprenderla en su raíz y transformarla.
Pues no se trata de lamentarnos de las cosas que hicieron o dejaron de hacer quienes nos
precedieren. Se trata sí de comprender que la limitación apuntada más que estructural
es circunstancial, transitoria, y que la maduración de una generación nueva que se caracteriza por su inconformismo y espíritu renovador es otro indicio, y muy importante,
del lento y contradictorio proceso de conquista de una conciencia histórica de parte del
proletariado y de sectores considerables de capas medias, en especial del que conforma
nuestra intelectualidad en el más amplio sentido de la palabra.
Si la insurgencia “generacional” argentina tiende a resolverse en la maduración de
una conciencia revolucionaria, no debemos por ello olvidar que este proceso sigue vías
aún demasiado internas, autónomas con respecto a la acción proletaria. Que el disconformismo de los nuevos grupos intelectuales no se encauza todavía con la suficiente
energía hacia el plano de la acción revolucionaria, de su fusión concreta con la lucha de
la clase que aspira a destruir toda forma de explotación humana. Y de allí el peligro que
las clases dominantes puedan desviar esta tendencia mediante una acción transformista
que diluya en la pura “insurgencia” impulsos que son profundamente renovadores. El
transformismo conservador –tan habitual en nuestra historia– es siempre factible por la
naturaleza del proceso que conduce al despegamiento de su clase de las nuevas capas de
intelectuales provenientes de la burguesía. En su permanente aspiración a convertirse
en los dirigentes de la sociedad y por ende de la clase que encarna el movimiento real
de la negatividad histórica, se traduce “en forma inconsciente” el afán de realizar por su
cuenta la hegemonía que su clase es incapaz de lograr. Pero en los momentos de crisis
total de la sociedad tienden, como señala con agudeza Gramsci, a “volver al redil”. Sin
embargo, no es “inevitable” que el proceso se produzca de la manera que destacamos.
La historia no es el campo de acción de leyes inexorables, sino la resultante de la acción
de los hombres en permanente lucha por la conquista de los fines que se plantean, aun
cuando condicionados por las circunstancias con que se encuentran. Todo depende,
en última instancia, del juego de las fuerzas en pugna, del equilibrio de poder entre
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las clases en que se encuentra escindida la sociedad. De allí que pueda ocurrir –es más,
que ocurra con frecuencia– que cuando el proletariado tiende a devenir históricamente
capaz de asumir la dirección total del país, el proceso se invierta y las nuevas capas de
intelectuales se transformen, a través de un desarrollo muy capilar y hasta doloroso,
caracterizado por sucesivos desgarramientos, en intelectuales de la clase obrera. Un
proceso que compromete toda la “persona” del intelectual y que exige como condición
imprescindible para producirse un mayor empeño práctico, una mayor “obsesión política-económica” al decir de Gramsci. Sin ella, es difícil concebir que pueda desarrollarse
con éxito la superación del individualismo, necesaria a los fines de la conquista de una
unidad raigal y profunda del intelectual con el pueblo.
La dualidad apuntada en el proceso de maduración demuestra que estas condiciones no se dan con la plenitud que es de desear. Es aún limitada la presencia hegemónica
del proletariado, pues inciden sobre él demasiados residuos corporativos, prejuicios, incrustaciones de ideologías provenientes de otras clases, que le impiden comprender con
la profundidad que exigen las circunstancias la tarea histórica que debe realizar como
futura clase dirigente del país. Y este hecho dificulta a su vez su poder de captación de
las nuevas promociones intelectuales.
De esta limitación debe partir en su análisis el marxismo militante, pues sin su superación es inconcebible la estructuración del nuevo bloque histórico de fuerzas necesario para encarar la reconstrucción nacional. Partir de ella para comprenderla en toda
su significación y poder así extraer su sentido y no engañarse con las exterioridades.
Para poder actuar con profundidad y coherencia sobre una realidad que cada generación torna nueva, distinta de la precedente.
Si el marxismo en cuanto historicismo absoluto puede ayudar a la izquierda a comprender la dinámica generacional, el permanente replanteo de la cuestión de los “viejos”
y los “jóvenes”, es siempre a condición del esfuerzo por renovarse, por modernizarse, por
superar lo envejecido, que debe estar en la base de la dinámica de toda organización revolucionaria. Cuando se parte del criterio de que somos los depositarios de la verdad y que
en la testarudez o en la ignorancia de los demás reside la impotencia práctica de aquella;
cuando concebimos a la organización revolucionaria como algo concluido, terminado,
como una especie de edificio donde lo único que faltan colocar son los visillos de las
ventanas, damos la base para que entre nosotros mismos se replantee, y esta vez en forma
virulenta, un “conflicto” que no es esencial, estructural, en el proletariado y menos en su
vanguardia organizada. Un conflicto que está vinculado a la existencia de clases dominantes y a las dificultades que ellas encuentran para dirigir a sus “jóvenes”. Recordemos las
palabras con que Giancarlo Pajetta advertía sobre este peligro: “No habremos aprendido
de nuestra experiencia y de nuestra doctrina si creyéramos que poseemos una verdad
bella y terminada y exigiéramos a los demás hombres que vinieran a aprenderla, como
un fácil catecismo. Entonces nuestro partido no estaría vivo, no vería afluir a los jóvenes
con entusiasmo y con heroísmo, sería un museo o una galería de solemnes oleografías o
simplemente un partido conservador en vez de revolucionario”. He aquí por qué para
que la vanguardia política de la clase revolucionaria pueda facilitar el proceso de “enclasamiento” de las nuevas promociones intelectuales en los marcos del proletariado y en sus
propias filas es preciso en primer lugar reconocer la validez de la instancia generacional,
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no tener nunca miedo de la obsesión por ver claro, de la “irrespetuosidad” del lenguaje,
del deseo permanente de revisión del pasado que la caracteriza. Y además comprender
cómo se desarrolla y cambia la realidad, no permanecer nunca atado a viejos esquemas,
a viejos lenguajes y posiciones. Comprender que la historia es cambio, transformación,
renovación y que es siempre preciso estar dentro de ella. (…)
III
Cuando al iniciar estas notas señalábamos la conveniencia de estudiar a través de la
historia de las revistas culturales el desarrollo del espíritu público en el país, el proceso
de conformación de los intelectuales argentinos, indicábamos un camino de búsqueda
no suficientemente utilizado. Nuestros investigadores se sienten más propensos a hacer
reposar sobre la mayor o menor originalidad de singulares personalidades el análisis de
problemas que sólo pueden ser resueltos en la medida en que se los ubica en el terreno
de la formación de los intelectuales, vale decir, en el estudio de los procesos que conducen a la diferenciación dentro de una estructura social determinada de una categoría de
hombres que desempeñan vitales funciones de organización y conexión.
No podemos decir que alguna vez se haya intentado analizar integralmente nuestro
desarrollo político-cultural partiendo de las diferenciaciones reales producidas en el cuerpo de la nación, de la formación y desarrollo de categorías especializadas en el ejercicio
de la función intelectual. Uno de nuestros propósitos es poder ofrecer en una próxima
entrega de Pasado y Presente un análisis de conjunto de los distintos nudos históricos de
formación de los intelectuales argentinos, enfocados a través de una serie de ensayos monográficos. Aquí basta señalar cómo, a partir de la Organización Nacional, paralelamente
a la estructuración y desarrollo del mercado nacional único y a la conformación de la
Argentina como un país capitalista “moderno”, integrado en una posición subalterna en
la división internacional del trabajo, se produce un considerable desarrollo de la categoría
de los intelectuales, especialmente de la que ocupa los elevados escalones de la actividad
científica, artística y literaria. En cuanto “funcionario” de la superestructura, los perfiles
del intelectual y del papel que cumple en el seno de la sociedad aparecen cada vez más
diferenciados en comparación con el siglo pasado, cuando la estructura social era más
gelatinosa e indiferenciada. Pero la progresiva distinción de la actividad intelectual como
labor en sí y las necesidades creadas por la nueva sociedad de masas que emerge de la
industrialización capitalista, no podía dejar de estar acompañada por el surgimiento y
expansión de nuevas instituciones culturales, algunas de las cuales como la organización
escolar y el periodismo adquieren un desarrollo considerable.
El florecimiento pleno de un periodismo “superior”, estructurado bajo las variadas
formas de revistas de política cultural, que se produce desde comienzos de siglo, pero
que se torna más evidente después de la Primera Guerra Mundial, está vinculado al
proceso de modernización y complejización de nuestra sociedad. En cuanto centro de
elaboración y difusión ideológica, y de vinculación orgánica de extensos núcleos de
intelectuales, la revista constituye una “institución cultural” de primer orden y su importancia es cada vez mayor en la sociedad moderna. Todo movimiento cultural, todo
proceso de modificación de estructuras culturales envejecidas, casi siempre estuvieron
vinculados a órganos de expresión, a distintos tipos de revistas que por tal motivo se
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constituían en verdaderos centros formadores de las más diversas instituciones culturales. Por su acción integradora de las funciones intelectuales, las revistas cumplen en
la sociedad un papel semejante al del Estado o de los partidos políticos, aunque las
diferencia de los partidos una permanente función elaboradora de “técnicas culturales”.
Y no siempre esta distinción ha sido suficientemente tenida en cuenta por las publicaciones que mantienen una directa vinculación con las organizaciones políticas. Pero
las revistas pueden cumplir con esta verdadera acción de organización de la cultura sólo
en cuanto devienen centros de elaboración y homogeneización de la ideología de un
bloque histórico en el que la vinculación entre élite y masa sea orgánica y raigal.
Hubo períodos en la historia del país en que la necesidad impostergable de esclarecerse a sí mismos para tornar clara la acción, el deseo de desentrañar las raíces de
nuestras desgracias nacionales, se expresó a través de la plena expansión de todo tipo
de publicaciones literarias y culturales, algunas de ellas de indudable importancia histórica. Pero hubo momentos, como los actuales, en que el progresivo deterioro de los
habituales centros de organización cultural y la ausencia de nuevos centros unitarios
de aglutinamiento y homogeneización de los intelectuales, se expresó también en la
labilidad de sus órganos de expresión.
La actual dispersión y el fraccionamiento creciente de la intelectualidad argentina,
la división en pequeñas élites incomunicadas entre sí y aisladas del cuerpo real de la nación no puede dejar de manifestarse en la dolorosa ausencia de revistas de envergadura
nacional, en la absoluta pobreza de las páginas literarias de los grandes rotativos, en
la falta de órganos de expresión que nos vinculen con nuevas problemáticas y conocimientos. Hoy si se quiere eludir el provincianismo creciente de nuestra cultura es preciso suscribirse a las revistas extranjeras. Muy pocas son las publicaciones que mantienen
a través de su estructura, de su contenido y empeño una vinculación permanente,
orgánica con la realidad nacional y mundial.
La mayoría de las publicaciones actuales o son verdaderas empresas industriales en
las que prima la búsqueda de beneficios, u “órganos” de reducidas élites sin homogeneidad de formación ni unidad de objetivos. De allí la permanente tendencia a la escisión,
al fraccionamiento que impera en dichos grupos, y que limita en forma considerable su
influencia y esteriliza su acción corrosiva de las viejas estructuras culturales. Ocurre con
frecuencia que el afán por sobrevivir, por estar a la altura de los tiempos, impulsa algunas de ellas al “modernismo”, a la exaltación gratuita de la última moda europea, a no
buscar con la suficiente seriedad crítica una correcta mediación entre las más valiosas
conquistas del pensamiento extranjero y nuestra realidad, cayendo así en una suerte de
“provincianismo” bastante anacrónico.
Es claro que la superación de estos vicios presupone cambios sustanciales en el
plano de conjunto de la realidad nacional, pero implica en primera instancia una transformación del concepto tradicional de cultura, la lucha contra toda espontaneidad y
por un nuevo sentido de la organización cultural y también un empeño más unitario,
un esfuerzo mayor de los intelectuales para superar el relativo aislamiento y estructurar
nuevos centros de elaboración y difusión cultural.
Nuestra historia registra la existencia de revistas que aun cuando desde planos diferentes contribuyeron poderosamente a compaginar una determinada estructura cultural.
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Que por ser expresión de grupos unitarios de intelectuales incidieron en la vida nacional introduciendo nuevos gustos y sentidos de la cultura, nuevas tendencias del pensar.
¿Quién podría negar la importancia de revistas como Nosotros, Revista de Filosofía, Martín
Fierro, Claridad, o aun más reciente, la misma Sur? ¿O quién podría desconocer la influencia que en Latinoamérica, pero también en nuestro país tuvo Amauta, la por tantos
motivos precursora revista de Mariátegui? Sin embargo, no podríamos afirmar que dichas
revistas hayan logrado modificar sustancialmente el permanente divorcio entre los intelectuales y el pueblo-nación que caracteriza a nuestros procesos culturales.
Uno quizás de los intentos más serios por estructurar una nueva relación ideológica-moral con el conjunto de la realidad nacional en su complejo devenir histórico, haya
sido el de Contorno… Ninguna como ella, entre sus contemporáneas, se caracterizó
por un deseo igual de posesionarse de la realidad, por una búsqueda tan acuciante de
las raíces de nuestros problemas. Ninguna logró como ella conformar un equipo tan
homogéneo ni adquirir la importancia cultural que tuvo. Fue quizás la revista más
“avanzada” de lo que ha dado en llamarse izquierda independiente argentina. Vale decir,
del conjunto de intelectuales más jóvenes e inconformistas de nuestras capas medias
que se sentían llamados a realizar la reconstrucción nacional, la conquista de la ansiada síntesis reparadora entre las masas dirigidas ideológicamente por el peronismo y la
nueva clase dirigente en gestación que militaba en los rangos del frondizismo. Y todo
ello logrado sin apelar a la izquierda marxista-leninista, que era de hecho marginada del
proceso y considerada absolutamente ajena a nuestra realidad. Una vez más, la actitud
paternalista de las viejas clases dirigentes se servía del inconformismo de sus “jóvenes”
para revitalizar el intento de captación del proletariado. Y es esta la conclusión a la que
arribó Ismael Viñas en el último número aparecido de Contorno, dedicado precisamente al análisis del frondizismo, cuando señalaba la necesidad de superar “la tendencia
que tenemos los hijos de las clases medias a abdicar del privilegio económico en que
nos encontramos, pero sólo a condición de intentar reemplazarlo por el acatamiento
que presten las clases proletarias a nuestro liderazgo”. La experiencia de Contorno puede
sernos bastante aleccionadora, pues aun cuando su desaparición en plena era frondizista expresa el naufragio de una esperanza, la quiebra de una ilusión imposible en la
Argentina actual, es al mismo tiempo un claro índice de las limitaciones presentes de la
“autonomía” política del proletariado y de la aún débil puesta en acción de la capacidad
intrínseca de captación que posee la filosofía de la praxis.
La experiencia de Contorno nos invita, por tanto, a la crítica de una ilusión, pero
nos obliga también a la autocrítica asunción de nuestras responsabilidades. Puesto que
la tarea que se planteaba Contorno queda aún por resolver. La creación de los puentes
que permitan establecer un punto de pasaje entre el proletariado y los intelectuales,
entre el proletariado y sus aliados naturales, la conquista de una corriente concreta que
englobe clase obrera y capas medias, de una totalidad que no excluya a los otros sectores
destinados a conformar el bloque histórico revolucionario, es aún un objetivo a alcanzar. Lo que sí ha quedado claro, hasta para los mismos ex redactores de Contorno, es
que esto sólo puede ser factible si se cambia el punto de partida, si en lugar de ocultar
o menospreciar al marxismo militante se lo coloca como punto de arranque de una verdadera política de unificación cultural destinada a otorgar al proletariado la plenitud de
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su conciencia histórica. Y es esto lo que debe plantearse como tarea esencial toda revista
que se considere de izquierda.
Un órgano de cultura que se fije esos objetivos es hoy imprescindible. Una revista
que sea la expresión de un grupo orgánico y hasta cierto punto homogéneo de intelectuales, conscientes del papel que deben jugar en el plano de la ideología y responsables
del profundo sentido político en que hay que proyectar todo su trabajo de equipo. Que
tienda a facilitar, tornándolo más claro y consciente, el proceso de “enclasamiento” de
la intelectualidad pequeñoburguesa en los marcos de la clase portadora del futuro. Pero
que a la vez, por no estar enrolada en organismo político alguno y por contar entre sus
redactores hombres provenientes de diversas concepciones políticas, se convierta ella
misma en un efectivo centro unitario de confrontación y elaboración ideológica de todas aquellas fuerzas que se plantean hoy la necesidad impostergable de una renovación
total de la sociedad argentina. Y esta función espera cumplir Pasado y Presente.
Claro está que una revista que aspira a convertirse en el instrumento de un nuevo
sentido de la organización cultural no puede dejar de plantearse hacia dónde va dirigida, a qué masa de lectores pretende influir y organizar y qué obstáculos debe superar
para la conquista de una unificación cultural verdaderamente nacional y popular.
IV
Esta es una cuestión esencial, ya que las clases dominantes del país también aplican
una política de unificación cultural aunque concebida como medio para impedir al
pueblo la adquisición de una conciencia plena de las contradicciones de la vida real,
la búsqueda objetiva de la verdad, el conocimiento histórico y de clase que le permita
al mismo tiempo el pleno desarrollo de la personalidad humana. Una política que en
última instancia es la de la anticultura. Contra esto es preciso anteponer una acción
en el plano ideal y práctico por una nueva cultura de masas que signifique una toma
de conciencia más profunda, más dialéctica de la vida real y que sólo puede darse en la
medida en que se dé una presencia autónoma, independiente en el plano ideológico y
político de la clase obrera.
La mención del papel decisivo que debe jugar el proletariado en esta acción, no
deriva simplemente del punto de partida ideológico que adoptamos. Expresa, por el
contrario, lo “nuevo” que caracteriza el desarrollo de las fuerzas productivas del país en
las últimas décadas y que está dado por el crecimiento impetuoso de la clase obrera, su
concentración en grandes empresas industriales y el correlativo aumento de su peso y
conciencia política.
Una revista que se edita en Córdoba no puede desconocer la profunda transformación que se está operando en la ciudad y que tiende a convertirla rápidamente en un moderno centro industrial de considerable peso económico. El proceso de crecimiento de la
industria al disgregar la arcaica estructura “tradicional” sobre la que se asentaba la función
burocrática-administrativa cumplida por la ciudad ha contribuido a transformar también
el clásico distanciamiento ciudad-campo que caracteriza la historia de nuestra región.
Sería interesante rastrear en el pasado cómo se configuró este distanciamiento. Retomar
el discurso que con profunda sagacidad crítica iniciara Sarmiento en el Facundo. Sin
embargo, podemos quizás afirmar que las transformaciones provocadas han abierto las
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posibilidades para que esta ciudad, tradicionalmente vuelta de espaldas al campo, pueda
cambiar de función y estructurar una unidad profunda con las fuerzas rurales innovadoras, vale decir, que la Córdoba monacal y conservadora comience a perfilarse como uno
de los centros políticos y económicos de la lucha por la reconstrucción nacional.
Ante esta realidad, en constante proceso de transformación, no siempre la izquierda
logró ubicarse correctamente superando el dilema de una consideración puramente
ideológica y por tanto abstracta y metafísica del nuevo contorno social o el empirismo
sociológico al que tan afectos se muestran los “tecnócratas” desarrollistas frigerianos.
Difícil es superar la permanente polaridad entre ideología y ciencia, conocimiento histórico y metodología científica, totalidad y empirismo (o más concretamente revolución y reforma). En esencia, tales polaridades no son más que expresiones cristalizadas
de una peligrosa escisión entre teoría y práctica. Cuando consideramos a la teoría como
“justificadora” de una práctica política determinada, o a esta última como “ejemplificación” de una concepción general “ya terminada”, no tenemos una conciencia plena de
que ambas posiciones son manifestaciones ideológicas de un distanciamiento real producido en la unidad intelectuales-masa, ya que en toda organización revolucionaria la
perfecta identidad de teoría y práctica siempre se plantea en el terreno de la coincidencia
entre dirección y base, dirigentes y dirigidos, élites y masa, intelectuales y pueblo.
Cuando el delicado sistema de relaciones comunicantes que constituye la estructura
de un partido revolucionario se obtura, fundamentalmente a causa de las cristalizaciones dogmáticas, se escinde esa dialéctica unidad de base y dirección que permite al
partido comportarse como un verdadero “intelectual colectivo”. La infatigable labor
de muestreo sociológico que cotidianamente realizan sus militantes en el trabajo en las
fábricas, escuelas o talleres, escuchando, conociendo, analizando, impulsando acciones, no logran ser unificadas en un todo único, “generalizadas” por así decir. Quedan
reducidas al mero papel de “ejemplos” de una totalidad ya definida de antemano. Se
produce así un cierto desapego de la organización con respecto a la realidad, una cierta
dureza para seguir atentamente esa realidad en todo su desarrollo, para encontrar lo
nuevo y rechazar el estereotipo, el lugar común, las posiciones preconstituidas. Una
cierta incapacidad para compaginar la fidelidad a los principios revolucionarios y la
firme voluntad de luchar por las transformaciones necesarias, con una consideración
profundamente científica y por ello verdadera de la realidad.
Sin embargo, lo que no siempre logran entender los sociólogos “puros” es que en esa
cotidiana labor práctica de los militantes revolucionarios, en esa acción constante sobre
la realidad reside la garantía de la superación de las circunstanciales dificultades históricas que pueda atravesar el marxismo que, en cuanto conciencia crítica de la acción
transformadora, puede concebirse a sí mismo en forma absolutamente historicista y someterse por ello a una permanente y despiadada autocrítica. Más que de un prematuro
“envejecimiento” del marxismo hoy convendría hablar, con mucha mayor precisión, de
una verdadera crisis del pensamiento dogmático.
La realidad exige hoy de parte de la izquierda una comprensión cabal de la complejidad de los cambios que acarrea en el cuerpo de la nación, o en nuestro caso de la ciudad, la transformación de una sociedad “tradicional” en una sociedad “industrial”. Pero
ocurre a veces que por aferrarnos a un esquema predeterminado nos comportamos ante
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esa realidad como si estuviésemos frente a simples cambios en el interior de una totalidad ya conocida. Partiendo de un correcto análisis global de la sociedad argentina y de
la permanencia histórica de sus líneas estructurales más generales, no siempre tuvimos
una noción exacta de cómo esos “islotes” de capitalismo moderno en el seno de una
sociedad subdesarrollada fueron adquiriendo paulatinamente un peso considerable en
la vida política y económica del país, entre otras cosas porque contienen en su interior
las fuerzas destinadas a modificar radicalmente nuestra actual sociedad. Pero, además,
porque la introducción en una sociedad tradicional de grandes complejos industriales
como los de Fiat y Kaiser en Córdoba, significa no sólo una seria modificación en el
dominio de la producción (y por ende, del consumo, transportes y comunicaciones),
sino también una transformación en el dominio de la sensibilidad, de la psicología
social, caracterizada ahora por la aparición y difusión de nuevos “tipos” humanos. Se
trata en resumen del surgimiento de un mundo hasta cierto punto nuevo, diferente,
que exige ser penetrado en sus particulares rasgos distintivos para poder actuar eficazmente sobre él. Este contorno es el que en última instancia condicionará el “tono” de
Pasado y Presente, la orientación general de su problemática, el campo hacia el cual va
dirigida. Lo que de ninguna manera significa “provincializar” su empeño, reducir su
cuota de generalidad, ya que los fenómenos que observamos en la ciudad son parte de
un proceso más vasto de modificaciones de la vida económica y social que comenzó a
producirse en los preámbulos de la Segunda Guerra Mundial.
Uno de los nuevos “tipos” humanos surgidos del proceso de transformación ciudadana está constituido por los obreros de las grandes empresas, cualitativamente diferentes
del resto de la clase. Este es el sector que nos interesa analizar ahora y al que pretendemos
llegar con una nueva problemática revolucionaria ya que en él encontramos los gérmenes
del hombre nuevo, la fuerza dirigente del nuevo bloque histórico a formar. La función
directiva que el marxismo atribuye al proletariado industrial en el proceso de conquista y
creación de una nueva sociedad nos plantea también la necesidad de revalorizar la fábrica
concebida como forma necesaria de la clase obrera, como un organismo político o al decir
de Gramsci como el “territorio nacional del autogobierno obrero”. Es a partir de la lucha
en el interior de la misma fábrica como la clase obrera adquiere la conciencia plena de sus
responsabilidades, de su función hegemónica en la sociedad, esa conciencia de productor
necesaria para conquistar la dirección moral e intelectual de las clases subalternas.
Las modernas fábricas que merced al impulso de distintos grupos monopolistas se
han instalado en la ciudad aportan no sólo la utilización de nuevos instrumentos de
producción sino también y fundamentalmente la introducción de técnicas racionalizadoras elevadas orientadas más que a la sustitución de trabajo humano a la búsqueda
de nuevas formas de explotación del trabajo. La mayor y más perfecta división del
trabajo en el interior de la empresa y la introducción de técnicas “racionalizadoras”
disminuye progresivamente el peso individual del trabajador, desnaturaliza el contenido humano del trabajo pero al mismo tiempo eleva en forma considerable la productividad social de la masa de hombres que trabajan en la empresa, los vuelve cada
vez más dependientes uno de los otros, los homogeneíza tornándolos un verdadero
trabajador colectivo. El acrecentamiento de la diferencia entre trabajo manual y contenido humano del trabajo si bien por un lado posibilita a las direcciones empresarias
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la introducción de nuevas formas de alienación de la conciencia del trabajador, sobre
la base de las técnicas mistificadoras de las “relaciones humanas”, por el otro lado,
paradojalmente, crea al mismo tiempo condiciones favorables para la superación de
la alienación misma en el terreno de la conciencia, si media una potente acción
ideológica de la clase obrera. Y esta acción dual y contradictoria del maquinismo industrial debe ser perfectamente conocida por la vanguardia política de la clase obrera
para que su iniciativa práctica no se convierta en una primitiva reacción contra todo
progreso técnico, al estilo de los ludditas. La nueva relación entre esfuerzo muscular
e intelectual establecida por los modernos procesos productivos, con la consiguiente
reducción del contenido humano del trabajo, no significa de por sí la conversión
del trabajador en un simple gorila amaestrado, la reducción del contenido humano
del trabajador. Al obligar al obrero a realizar el propio trabajo en forma automática,
sin la plena utilización de la conciencia, la racionalización deja libre al cerebro de
pensar en lo que quiera y este hecho no deja de tener consecuencias interesantes.
“Los industriales americanos –dice Gramsci en su escrito Americanismo y fordismo–
comprendieron muy bien esta dialéctica ínsita en los nuevos métodos industriales.
Comprendieron que ‘gorila amaestrado’ es una frase, que el obrero permanece siendo
hombre y que durante el trabajo piensa más aún, o por lo menos tiene mayores posibilidades de pensar, al menos cuando superó la crisis de adaptación sin ser eliminado.
Y no sólo piensa, sino que el hecho de que no encuentre satisfacciones inmediatas
en el trabajo, o que comprenda que se lo quiere reducir a gorila amaestrado, puede
conducirlo a pensamientos poco conformistas”. (El subrayado me pertenece. J. A.).
Lo cual significa que el contenido humano del trabajador se reduce, su alienación
crece sólo en la medida en que la liberación de energías psíquicas provocadas por la
parcialización y mecanización del trabajo no es orientada por el proletariado hacia
el análisis de su situación como trabajador en la sociedad de clases, sobre la imposibilidad de su integración social e individual en una comunidad alienada. En caso
contrario se convierte en un factor estimulante para la adquisición de una nueva e
integral concepción del mundo. He aquí por qué el progreso técnico en la sociedad
capitalista siempre está acompañado de una intensa acción dirigida a la apropiación
del trabajo pero también de la conciencia del trabajador. No sólo dentro de la fábrica
sino fuera, durante lo que con singular eufemismo se ha dado en llamar tiempo libre
del trabajador, la presencia del capitalismo monopolista tiende a manifestarse en todos los planos de la actividad humana. Ya no basta la alienación que surge del trabajo
en la fábrica, es preciso sumarle la alienación total de la vida cotidiana, exagerando
aún más la contradicción entre la esencia y la existencia del trabajador. Pero todo ello
determina una nueva dimensión de la alienación que ya no expresa simplemente una
relación subvertida entre el producto del trabajo humano y el propio hombre, sino
también entre el trabajador y el conjunto de la sociedad.
La superación de la alienación debe por ello comenzar allí donde surge, vale decir,
en la propia fábrica, en la recomposición “subjetiva” de las relaciones humanas que la
división del trabajo recompone “objetivamente” en la unidad total de un proceso de
trabajo que da como producto objetos que no emanan simplemente de la labor de
uno u otro de los trabajadores sino de todos en su conjunto. Son las organizaciones
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propias del trabajador al nivel de las fábricas, las “comisiones internas”, las destinadas
históricamente a cumplir esa función porque son ellas las únicas que pueden concebir
en términos de futuro a las empresas, no como simples succionadoras de beneficios sino
como centros de la actividad creadora del hombre.
Aquí es donde el marxismo militante debe cumplir con rigurosidad científica e inteligente acción práctica una permanente acción desmitificadora; aunque lamentablemente debamos reconocer que es aquí donde su acción ha quedado más retrasada y más
urgente es la necesidad de substituir viejos y rígidos esquemas conceptuales por una categorización más dúctil y flexible de la realidad. No siempre los continuadores de Marx
supieron comprender la riqueza actual, el profundo valor cognoscitivo de trabajos como
los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 y otros escritos “juveniles”, durante mucho
tiempo reducidos a la cómoda y no comprometedora categoría de obras “premarxistas”
y por tanto hegelianizantes. Es hoy más necesario que nunca que el marxismo retome el
discurso del genio de Tréveris y lo desarrolle en forma creadora profundizando el aspecto
antropológico o humanista de una doctrina que nunca perdió en sus fundadores el sentido
de una reflexión del hombre sobre el hombre. Cuando las condiciones maduran para
grandes transformaciones sociales el aspecto de la subjetividad pasa a ocupar el primer
plano de la reflexión filosófica y social; esto explica la actualidad concreta de toda la
problemática marxista del 1844 y de las categorías de alienación, trabajo alienado, exteriorización, reificación, que tanto escozor provocan en algunos marxistas contemporáneos
partidarios de la “vulgata”, y al mismo tiempo explica el creciente interés de los jóvenes
estudiosos marxistas por los aspectos antropológicos y metodológicos de El Capital, hasta
ahora estudiado unilateralmente sólo desde su aspecto económico.
En este campo de la subjetividad, que la vida ha tornado tan actual, debemos
trabajar seriamente para lograr una perfecta mediación entre una filosofía que se nos
presenta como la más coherente, la más concretamente totalizadora, la que más posibilidades de conocimiento ofrece, y una realidad compleja, en permanente cambio,
que demanda una constante “puesta al día” de la teoría misma. Una realidad en la que
no existen solamente las clases sociales y sus luchas, sino también una multiplicidad
de grupos humanos y organizaciones de diversos tipos que no pueden ser descartados
en la investigación porque tienen un peso considerable en la historia de todos los días
y porque es a través de ellos como se produce la inserción de lo individual en lo colectivo, el proceso de conformación ideológica de una clase social. Es preciso realizar
la fusión entre una sociología que parta del reconocimiento del papel fundamental
de las clases sociales en la historia y una microsociología racional dedicada al análisis
profundo de las características y formas que asumen los diversos grupos y subgrupos
en que se estructura nuestra sociedad. Pero esto exige no dejar de lado por consideraciones políticas del momento a diversos aspectos del conocimiento humano (psicología, sociopsicología, antropología social y cultural, sociología, psicoanálisis, etc.),
abandonando a la ideología burguesa contemporánea campos que ya el marxismo en
1844 reclamaba como suyos.
Es preciso comprender que toda esta temática de la subjetividad no surge simplemente del injerto de una problemática extraña a nuestra realidad, de una especie de “moda”
filosófica, como piensan algunos marxistas “ortodoxos”. Surge de la vida cotidiana que
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se muestra tan opaca y resistente cuando intentamos penetrarla con un instrumental
dogmático, de esta realidad que no cambia con exorcismo sino que exige una acción
inteligente y profunda, permanentemente abierta a lo nuevo. Surge del mundo donde se
genera el hombre nuevo, del mundo de las fábricas, de los obreros. De aquí tenemos que
partir para elaborar una acción cultural que tienda a unir a la intelectualidad avanzada
con el proletariado en cuanto agente histórico de una nueva civilización.
Para contribuir a edificar esta política nuestra revista se esforzará por trabajar en dos
planos hoy contrapuestos: el de la intelectualidad que proviene fundamentalmente de
las capas medias de la población y el de la propia clase obrera.
Conviene en este sentido aclarar un equívoco bastante generalizado en algunos
sectores de la izquierda argentina. El proceso de “enclasamiento” de la intelectualidad
pequeñoburguesa en los rangos del proletariado no consiste simplemente en su conversión en élite de la nueva clase. Implica un proceso más estructural en el que la lucha
por establecer una nueva relación ideológica y moral con la realidad debe conducir
al intelectual “tradicional” a través de una transformación paulatina, a integrarse con
las nuevas categorías intelectuales que la propia clase crea a lo largo de su devenir. Y
ello presupone un laborioso esfuerzo de comprensión histórica cuyas dificultades las
notamos a cada paso cuando observamos, por ejemplo, lo difícil que resulta para un
escritor revolucionario proveniente de capas no proletarias representar narrativamente
el mundo cotidiano de la clase a la que dedica todos sus afanes.
No podemos decir que el conjunto de la clase obrera sea una masa indiferenciada,
sin una cierta estructura que surge del interior del proceso productivo.
La división del trabajo en el seno de la empresa, colocada ahora en un nuevo plano
por la racionalización capitalista, crea necesariamente una capa técnica-productiva que
cumple, en el interior de la fábrica y de allí se expande a toda la sociedad, esas tareas
de organización y conexión social que caracterizan una función intelectual. Pero dicha
función se convierte en base para la creación del nuevo tipo de intelectual sólo en la
medida en que a partir de ella se elabora críticamente, se “racionaliza” el nuevo equilibrio logrado y se estructura una concepción del mundo que dé razón de este poder
creciente del hombre.
A partir de esa conciencia crítica puede sí configurarse una intelectualidad orgánica
de la clase obrera cuya naturaleza expresa, en esencia, una ruptura con la vieja relación
entre teoría y práctica establecida por las anteriores formaciones sociales. Al tipo clásico
del intelectual, al escritor, el filósofo o el artista, le sucede otro tipo de hombre cuyo
modo de ser consiste “en mezclarse activamente con la vida como constructor, organizador, ‘persuasor permanente’… De la técnica-trabajo llega a la técnica-ciencia y a la
concepción humanista histórica, sin la cual se permanece ‘especialista’ y no se deviene
‘dirigente’” (Antonio Gramsci).
A la acción totalizadora del capitalismo monopolista, ávido no sólo del trabajo del
obrero sino también de su pensamiento, debemos oponer una acción consciente, firme
e inteligente del marxismo militante. Ella es imprescindible para afianzar y acelerar el
proceso de transformación en “intelectuales” de todos aquellos hombres que cumplen
en la sociedad la función de racionalización, dominio y control de cualquier rama de la
realidad con la que estén relacionados; para hacerlos devenir hombres que expresan en
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su accionar la unidad total del proceso histórico-social, que en la sociedad escindida en
clases aparece disgregada en una serie de actividades sin nexos mediadores. En cuanto
“especialista” el hombre sigue siendo esclavo de la técnica y de las fuerzas sociales que
la controlan. Convertido en “intelectual” logra posesionarse de la totalidad histórica,
se transforma en un dirigente, vale decir, en un especialista más un organizador de
voluntades, un “político” en el más moderno sentido de la palabra. Recién entonces
puede dar su mayor contribución como intelectual, la que en el fondo consiste en una
permanente labor de “desalienación” de los hombres, en una acción constante y tenaz
por ayudarles a descubrir las raíces sociales de los mitos que deforman sus conciencias.
En esta acción dual, dirigida a los intelectuales tradicionales en un esfuerzo por
atraerlos hacia una concepción plenamente historicista del hombre y también al extenso núcleo de hombres que desde el mundo de la fábrica, el taller o la escuela profesional
tiende a convertirse en la base de la nueva intelectualidad, se expresa la razón de ser de
nuestra revista. Esta acción condicionará el criterio con que se dispondrá el material
y la clientela hacia la que orientará su preferencia. Pasado y Presente, en consecuencia,
se esforzará por llegar al numeroso núcleo de seres humanos que en la cotidiana innovación de la realidad física y social sobre la que actúan, van creándose a sí mismos las
condiciones para la conquista de una nueva e integral concepción del mundo. (…)
José Aricó
CeDInCI
Fuente: Editorial “Pasado y presente”, en Pasado y Presente, año I, Nº 1, abril-junio de 1963, pp. 1-17.
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Reportaje a nosotros
mismos POR ABELARDO CASTILLO
La revista El Escarabajo de Oro presenta su primer número en mayo-junio de 1961 y se editará hasta el N°48 (julio-septiembre de 1974); el
séptimo número aparece como décimotercero, pues se incorporan los
seis anteriores publicados de El Grillo de Papel, proyecto editorial antecesor de los mismos directores: Abelardo Castillo y Arnoldo Liberman.
En el N°15, de octubre de 1962, en sus páginas se publica un “reportaje a nosotros mismos”, donde Castillo presenta algunos lineamientos
fundamentales de la revista sobre las cuestiones del “compromiso” del
escritor y de las juventudes en la Argentina, bajo una perspectiva de
fuerte raigambre sartreana.
Más de una vez, en estos tres años, la realidad nos obligó a dar una respuesta
o –con más frecuencia, quizá– a plantear desde aquí, nuestra propia duda. Lo que
nos faltó en Dogma lo compensó generalmente el remordimiento: eso como una
llamada premiosa, que también se apoda conciencia. Y que obliga a un hombre,
a ciertos hombres, a sentirse culpables, cómplices, de todo aquello que, contra su
voluntad, sucede en su mundo y en su historia. Porque de pronto estábamos aquí,
inventando una revista, siendo inventados por ella; responsables ante otros hombres, no sólo de nuestros errores, sino hasta de nuestras limitaciones, y, cualquier
mañana, llega la carta de un muchacho lejano, que está reclamando quizá más de
lo que uno puede darle, o viene un chico de 14 años a nuestra casa, exigiendo,
desde el hondón desgarrado de su pureza, que le sea revelado un secreto inconmensurable; el de la poesía, o el de la vida. Y nuestro primer impulso de sentirnos
importantes, justificados porque El Grillo de Papel, aunque tenga otro nombre,
existe y nos hace existir, se nos borra nomás de verle la cara al chico, que, como en
los cuentos fantásticos –pero este está aquí, y reclama– tiene nuestra misma cara.
La de andar preguntando.
Tenemos una certeza: a lo sumo, dos. Y no tenemos, por suerte, ninguna Verdad
grandiosa. Con esto, claro, no vamos a organizar un Sistema Filosófico, pero sí unas
respuestas para contestarnos esas preguntas que, por la frecuencia con que nos han
sido planteadas –en mesas redondas, en revistas orales, en charlas de café o entre nosotros mismos– configuran, en la juventud, una precisa constante. Respuestas, pues,
para nosotros y a lo que salga, como podía Unamuno.
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–¿Debe, el escritor que se considera comprometido, militar en un partido político de izquierda?
El escritor, ante todo, es un hombre como los demás. Se afilia o no a un partido
por razones históricas y subjetivas, que, en su circunstancia, equivalen a las que explican la opción de un zapatero, de un maestro de escuela. Esto, claro, en principio.
Porque siendo lúcido, debiendo serlo –digamos– por oficio, su responsabilidad es
mayor. Hablamos, además, del escritor aquí, en la Argentina, determinado por su
intransferible realidad, la cual, a diferencia de lo que puede ocurrir en otros países,
lo enfrenta con este hecho: la limitada eficacia de los partidos de izquierda. Eficacia
y limitación que se miden, aquí y en todas partes, por su influencia sobre las masas.
Dicho esto, hay algo que se nos aparece muy claro: si el escritor está convencido
de que militando en un partido político da, en su máxima potencia, cuanto la
sociedad puede esperar de él; es decir, si cree que también su trabajo esencial –la
literatura– se enriquece, gana en dimensión y –puesto que el arte literario es eso:
un arte– lo acerca a la belleza, claro que debe hacerlo. Es más: nadie en el mundo
podrá impedirle que lo haga. De esto no se sigue que un creador tenga, necesariamente, que optar por un partido para justificarse, como hombre, en su historia, o
para escribir no ya libros bellos, sino, incluso, libros que pudieran ser utilizados
para ejemplificar de qué modo se hace literatura revolucionaria. Como de pronto
ocurre con las novelas de Tolstoi, Proust, Thomas Mann o Sartre. O con La comedia
humana del “monárquico” Balzac, en cuyo prólogo él mismo afirma que escribía “a
la luz de dos verdades eternas: el catolicismo y la monarquía”. Lo que no impidió
a La comedia humana ser la crítica más despiadada, el más implacable testimonio
de un país y de una época. Sin contar, de paso, que se la tomó como arquetipo del
realismo socialista.
–Pero todo escritor no es Balzac. Y a muchos, sobre todo a los jóvenes, pudiera
hacerles falta encauzar sus intuiciones.
Es probable, en efecto, que no siendo Balzac necesite una persona encauzar
lo que borrosamente intuye: en tal sentido, organizar sus ocurrencias con la militancia enérgica puede disciplinar su actividad, y eso es útil, pero no garantiza que
lo transforme en Sholojov. Y la literatura está hecha, desde siempre, por hombres
de la intuición de Sholojov, o de Balzac. Hombres que eligen o no afiliarse a un
partido. Pero no para encauzar nada, como no sea a los demás. Creemos, sí, que
el escritor debe optar con firmeza, comprometerse lúcidamente, pero no tenemos
por qué creer que, para dar testimonio de sí mismo y de su tiempo; para encauzar
su pensamiento, sus actos, en la lucha junto a los humillados, deba optar por tal
organización, o por aquella otra. Haber tomado partido no es, fatalmente, tener
compromisos de partido.
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–¿Cuál es, de acuerdo a la experiencia de la revista, el problema más serio que
enfrenta la juventud argentina?
La desorientación. La falta de valores más o menos visibles en los que pueda
apoyarse. Vemos (se dirá) el problema desde adentro. Es cierto: quienes hacen esta
revista, desde la dirección a los corresponsales, no pasan de los 27 años. Los más
jóvenes aún no han cumplido 20. Pero justamente porque no especulamos en frío
sobre un drama ajeno, creemos, al menos, conocer los efectos, los síntomas. Hay
un período crítico –no sólo en la juventud argentina, claro, pero aquí pareciera más
agudo– que muy pocos superan. Hombres que a los 18 años vienen como donjuanes
llenos de ideas, de poesía, de proyectos, a que la vida se enamore de ellos, editan una
publicación o se afilian a la Juventud de un partido de izquierda, participan en las
luchas estudiantiles, escriben un libro de versos, o todas estas cosas juntas, y a los 30
años son conformistas, simulan una audacia que se les queda en gesto. “Formalizan”.
Como esos matrimonios fracasados, de los que ellos mismos descienden, donde
hasta las visitas se aburren. Por qué. Dónde está la falla, la carencia. Por supuesto
que uno dice “la sociedad” y puede quedarse tranquilo. O dice “hay que hacer la
revolución”, fórmula mágica, que –en bastante gente– sólo significa: “Qué sé yo lo
que hay que hacer; pero, por lo menos, que no me digan reaccionario”. Sabemos,
lógicamente, que la sociedad nos condiciona y que de transformarla depende, también, la modificación de tal estado de cosas: pero el hecho concreto –inmediato– es
que estamos viviendo ahora, esta realidad. No tenemos otra ni podemos canjearla
por el futuro. Tampoco podemos aceptar rótulos fatalistas (generación “quemada”,
“vencida”, “golpeada”); payasadas que tienen tanto que ver con nosotros como el
budismo, o el twist; la mescalina, o el arroz con palito. Rótulos que no sirven para
otra cosa que no sea la autocomplacencia en el fracaso, en la frustración. Sin perder
de vista el porvenir (para no perderlo) es aquí donde debemos justificarnos, lograrnos, completarnos y jugarnos hasta nuestro último límite. La falta de orgullo, de
convicción en lo que se hace, de terquedad creadora –en cualquier plano– es, a mi
juicio, uno de nuestros problemas fundamentales; el otro, profundamente vinculado a este, es la falta de Maestros. Conciencias lúcidas, e intachables, que sean para
el argentino lo que para un joven francés o un muchacho alemán han sido (y son)
inteligencias como la de Sartre, cabezas ejemplares como Thomas Mann. O aun, en
determinado momento, espíritus contradictorios como Albert Camus. Exista o no
un Generalísimo, cuando el pensamiento de un pueblo se polariza entre hombres
como don Miguel de Unamuno y Ortega y Gasset, ese pueblo, la Juventud que
lo forma, han de sentirse menos huérfanos, más inmortales que nosotros. No se
trata de adorar prohombres, de creer con fe ciega en un Dogma y resolverse, así, el
problema de pensar. Cada época exige, inapelablemente, la creación de sus propios
valores: cada individuo, máxime si escribe, debe reinventarlos: de lo contrario, para
qué hablar de hacer una cultura, de crear un arte, una nación: con limitarse a repetir
de memoria cuatro o cinco libros geniales, bastaría. La necesidad de maestros y la de
crear nuevos valores, necesidad esta, que implica una ruptura (podrá objetarse), están en contradicción. No hay eso. Nadie rompe con nada ni crea nada nuevo –nada
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grande– si no tiene conciencia de la grandeza ajena, respeto por ella. A esto se le
llama sentido de la justicia, y a la admiración, también.
–Existe entre la juventud, sin embargo, una tendencia a no aceptar maestros: se
desconfía de los mitos de los héroes. Y esto también es real, configura una mentalidad.
Sí, pero una mentalidad lamentable. Para empezar, quiénes son los que confunden maestro con prejuicio, con héroe, con mito: qué valor se les da a estas palabras.
Y por qué. Miedo a descubrir, comparándonos, nuestra propia pequeñez: de eso
nomás se trata. Lo otro son adjetivos, marañas. Dónde están, quiénes son, y qué
han hecho los que se niegan a admirar. Y no digo aquí, qué han hecho a lo largo
de toda la historia de la humanidad. Ya estamos un poco hartos de Atilas grotescos
que vienen a derrumbar Roma, jineteando, formidablemente, un monopatín. Estos
muchachos han de creer que Schubert era un estúpido porque caminó 40 kilómetros para ver a Beethoven. Sin contar que, porque Beethoven estaba con una mujer,
no se atrevió a hablarle. Siempre resultan tristemente despreciables, quienes, con
la excusa de abolir mitos, héroes, reclaman un mundo según su propia medida,
donde, para no resultar chocante, habría que ser enano. Un imprevisto autor, en
una reunión del Escarabajo de Oro, nos dijo hace poco: “Hay que terminar con las
estatuas; ¿quién era, al fin de cuentas, Dostoievski?”. Como cualquiera sabe (se
le respondió), Dostoievski era un ex oficial zarista, que, aparte de epilepsia, tenía
almorranas. En el libro de un septuagenario tenemos subrayado: “…Me llegaron
los dos volúmenes de El juego de abalorios, de Hermann Hesse. Después de muchos
años de trabajo, mi amigo había terminado, en la lejana Montagnola, su hermosa y
difícil obra de la vejez. (…) Quedé casi espantado, cuando advertí su afinidad con
lo que me absorbía en aquel momento, y las anotaciones de mi diario lo expresan
sin ambages: ‘Siempre es desagradable que le recuerden a uno que no es único en el
mundo’. (…) Confieso mi honesto desprecio por los mediocres, que no saben nada
de los maestros supremos y que por ello llevan una vida ligera y tonta, y sostengo
que hay demasiada gente que escribe, pero puedo definirme como un buen colega
que no retrae temerosamente la mirada de lo grande y lo bueno que ocurre junto
a sí, y que ama demasiado la admiración, cree demasiado en ella, para que quiera
negar la propia a los otros”, escrito, decíamos, a los setenta años, por un hombre
que estaba trabajando en el capítulo XIV de Doktor Faustus, por Thomas Mann.
Lo malo no es crear “mitos”: todos los pueblos, los pequeños y los grandes, han
rendido y rinden, de un modo u otro, veneración a sus héroes, a sus muertos. Lo
malo está –por aquello del culto a los antepasados– en adorar monos.
–En el Escarabajo se ha hablado, frecuentemente, de “literatura comprometida”,
concepto que ha sido motivo de confusiones y polémicas. Aclarar su sentido y su alcance y si coincide o no con el que le da Sartre.
No. Pero, ante todo: siempre –al referirnos a la obra de creación, de ficción–
hemos preferido hablar de literatura como testimonio. Testimonio de un escritor,
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comprometido o no. Que es otra cosa. Sartre considera el compromiso como un
“atributo” de la literatura, de toda literatura. Del acto de escribir. Lo cierto, dice, es
que el escritor siempre está comprometido. Cuando dice la verdad, cuando la dice
a medias, cuando la calla (Jean-Paul Sartre; conversación con Alejo Carpentier, El
Grillo de Papel, Aniversario, 1960). En el sentido que Sartre lo quiere, esto es irrefutable; pero no pasa de ser la descripción de un hecho. Equivale a decir: todos los escritores escriben. Existen, sin embargo, matices. Pues, aparte de que hay escritores más
grandes, más profundos que otros, los hay que al escribir corren más riesgo. Matices,
por lo menos, que abarcan algo así como todo un espectro desde la Estética a la Ética.
Una respuesta personal a Viñas y una objeción que planteamos a Ernesto Sabato,
en la conferencia que dio en el Centro de Humanidades, en La Plata, nos sirven
para precisar los términos. Viñas (Che, N° 7) hablando de literatura comprometida,
ejemplificó con La narración de una historia, de Carlos Correa. El ejemplo pese a los
disparates que acaba de escribir Masotta en Hoy en la Cultura, fulminando a Arlt en
favor de Correa (!), sigue pareciéndonos inadmisible. Viñas, aquella vez, respondió:
“… Quizá no me lo admita, Castillo, pero verá que esa posibilidad tiene su miga.
(…) Por cierto que tendríamos que ponernos de acuerdo, previamente, sobre qué entiendo yo que entiende usted sobre este asunto”. Le parece obvio, agrega, que yo entendería lo que nuestro “tan mentado” Sartre. Pues no, respondí también aquella vez.
Y vamos a recordar aquel texto, porque –si bien creemos habernos puesto de acuerdo
con Viñas, al menos en lo esencial– lo que nos importa ahora es que allí aclarábamos
esta primera mitad de la cuestión: es imposible hablar de literatura comprometida
–revolucionaria, testimonial, argentina, realista o cincuenta especialidades más–, si,
primero, no hablamos de literatura, a secas. De buena literatura. Después volveremos
sobre esto (1). En la citada charla del Centro de Humanidades, Sabato reiteró algo ya
dicho por él en El Escarabajo: “Lo único que se le puede exigir a un escritor es que sea
profundo, y eso no se le puede exigir; se es profundo o no, definitivamente. Como
se tiene talento o no. Si es profundo, ipso facto, es nacional, es actual, es universal,
etc.” (Escarabajo N° 5, página 5). Cierto. Pero (le preguntamos) cómo juzgaríamos
ahora a un escritor que frente a ciertos hechos abominables, la invasión a Cuba, o el
antisemitismo, negara un repudio que la realidad le exige, alegando, por ejemplo, que
en ese momento se ha puesto a redactar una obra sumamente profunda. Sabato, por
supuesto, recomendó cómo juzgarlo.
Hay, por lo tanto, matices. Y no sólo matices. Como decíamos (ver nota) no
podemos continuar con esto en el presente número; queremos, sin embargo, aun a
riesgo de ser esquemáticos, sentar nuestra posición. Primero: hay, en efecto, escritores más grandes que otros, más profundos; pero hay los que, además, se arriesgan;
asumen con lucidez su rebeldía. Se comprometen. Segundo: mientras hablemos de
ficción, sin embargo, lo que un autor se propone importa menos que el resultado,
que la obra como hecho literario. De ahí la paradoja de que escritores vitalmente
comprometidos sean, en sus obras de creación, menos revolucionarios que otros,
que no asumen explícitamente actitud alguna, o cuando la asumen (Balzac) son reaccionarios. Tercero. El verdadero compromiso se manifiesta, inequívocamente, no
tanto en el plano creador, sino en ciertas tomas de posición –más inmediatas, más
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circunstanciales–, donde, reclamado por un hecho que exige respuesta, el escritor
debe definirse sin vuelta de hoja: en un editorial, en la firma de un manifiesto, en un
ensayo. Entonces, sí: o se compromete, o se complica.
Para nosotros, pues, el compromiso nace en el escritor de una actitud lúcida en la
rebeldía.
Pero la obra de creación, que, por supuesto, reflejará de algún modo ese compromiso, exige, fundamentalmente, ser bella: esto y la profundidad de su testimonio –que no
tiene por qué ser social, pero que, repetimos, de alguna manera expresará la visión del
mundo del hombre que escribe–, determinan, más que el compromiso, la grandeza de
la literatura, del arte. Su revolucionaria utilidad.
Abelardo Castillo
(1) Nota: La imposibilidad material de publicar íntegro este “reportaje”, que (modificado para esta ocasión)
pertenece, en lo fundamental, a un trabajo más vasto, El mito de Prometeo o el hombre revolucionario, que terminaremos algún día (o tal vez no), se agrava por el siguiente hecho: ya en prensa El Escarabajo nos llega un manuscrito de
Marcos Ana, un artículo de Jaroslav Balik, el cuento de Roa Bastos. Motivo más que suficiente para postergar, hasta
el próximo número, la mencionada aclaración y el resto de este apunte.
CeDInCI
Fuente: El Escarabajo de Oro, año 3, N° 15, Buenos Aires, octubre/noviembre de 1962, pp. 3-4 y 22.
Portada de la revista
El Escarabajo de Oro,
año 3, N° 15, 1962.
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Por qué nuestro homenaje
POR LA ROSA BLINDADA
En el editorial de su cuarto número, La Rosa Blindada explicita las razones
del homenaje a Raúl González Tuñón, un reconocimiento que ya aparecía
desde su primer número con la elección del título de la revista. A diferencia de Contorno en los años cincuenta, que se declaraba hecha por jóvenes
pertenecientes a “una generación sin maestros” y de algunos argumentos
iniciales con que la cordobesa Pasado y Presente legitima su existencia, los
escritores que integran La Rosa Blindada (José Luis Mangieri, Carlos A. Brocato, Juan Gelman, Andrés Rivera, León Pomer, Roberto Cossa, entre otros)
encuentran en González Tuñón –quien con “Las brigadas de choque” había
concebido un poema que era al mismo tiempo un manifiesto político– una
referencia para pensar qué significa escribir una poesía revolucionaria. A los sesenta años de su vida –que cumple cabalmente el 29 de marzo– Raúl
González Tuñón tiene, entre otras cosas, tres libros inéditos: Poemas para el atril de una
pianola, Nuevos caprichos de Juancito Caminador y otros testimonios y su esperado libro
de ensayos La literatura resplandeciente. Y a los sesenta años también, su nombre es consigna de las nuevas promociones contra el conformismo de los simuladores de talento,
que solapadamente pretenden sancionar esta oleada revalorativa de su vida y de su
nombre. Él, como a tantos “hechos favorables”, lo previó cuando escribió la lúcida sentencia: “Todo poeta es un inconformista”, y recordó las sabias palabras con que el viejo
Marx defendió al irreverente Heine de los acólitos del obediente y mal poeta Feiligrath.
Nos hacemos presente ahora en este su nuevo aniversario (perdón por la solemnidad
del término, Raúl) iluminando aspectos casi desconocidos de su largo trabajo creador:
dos ensayos de su desaparecido libro 8 documentos (1936) –que nos hacen recordar con
dulce ironía el reciente “congreso” de escritores de la SADE– y su sentenciado poema Las
brigadas de choque, nunca más oportuno que en estas vísperas electorales tan argentinas.
Con libros inéditos bajo el brazo como un muchacho, pobre como sus viejos amigos Baudelaire y Rimbaud, ingenuo descubridor de seres y de cosas como a los veinte
años, los pintores y poetas que tienen la mitad de su edad lo tutean familiar y respetuosamente en la rueda de la guerrilla artística y social; muchos de su generación en cambio, “artífices” de la política de la cultura, andan por ahí quejosos de que “los jóvenes
nos enfrentan”. Se entiende, claro, que el justo pago agravie al fatuo.
Como dirá Ravoni más adelante, Tuñón es de la generación de los más jóvenes: a
la que pertenecen Giambiagi con sus setenta y siete años y su cordial regaño “porque
los jóvenes debemos ser más combativos”; el tenaz Pisarello en permanente asombro;
el etéreo Juan L. Ortiz, que junto a escritores treintañeros salvó la dignidad del oficio
en Paraná con su actitud insobornable ante el halago de la derecha corrompida; el muy
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entrerriano Amaro Villanueva recuperando sombras del pasado argentino; el siempre
renacido maestro Spilimbergo, puro como los ojos de sus mujeres, aconsejando a los
jóvenes no entregarse. Estos hombres maduros probaron con la fresca amistad de sus
palabras y de sus actos la falacia de los administradores de la cultura (así los fustigó
Togliatti) que nos acusan de ultraizquierdistas y generacionales. Esos viejos están con
lo nuevo así como con ellos estamos los que venimos detrás, ofreciéndoles nuestro auténtico y jamás retaceado respeto. Ni planteos generacionales, ni grupos ni fracciones.
Eso queda atormentando la mente enferma de algún demorado macarthista con signo
contrario que hoy volvería a fusilar a Babel. La dignidad del oficio del escritor y del
artista se impone uniéndonos a pesar de la disparidad que marcan los años, de la muy
individual personalidad creadora de cada uno y de las calidades logradas.
Por supuesto que además somos revolucionarios, pero sin declamaciones ni retórica. Justamente por serlo Tuñón es pobre y quisieron arrinconar su nombre. Por serlo,
jamás las editoriales burguesas que publicaron a Neruda o Alberti, por ejemplo, se animaron con sus libros, aun los de veta lírica. Por serlo, Demanda contra el olvido durmió
durante años el polvo del archivo porque “tenía muchos muertos”, como si a los que
eligen el camino revolucionario les asustara esa posibilidad final en que suele culminar
la lucha. Por serlo lo editamos nosotros y por serlo levantamos, muy firmes, su alta
condición de Poeta al servicio de la Revolución.
No es por frívolo capricho que elegimos su nombre como destinatario de nuestra dirección de honor ni el que por uno de sus libros nos nombre para siempre en esta empresa
cultural. Si él lo aceptó a pesar de su modestia es porque sabe que la cultura –como el
proceso de la liberación– es un hilo ininterrumpido que cada generación va prologando
con fervor militante imprimiéndole en cada etapa su inevitable matiz generacional.
Hoy, muchos oscuros resentidos, enemigos de la poesía y de los poetas –porque lo
son de la vida– hablan de un Tuñón “anárquico e indisciplinado”, pretendiendo olvidar
que como un soldado este poeta trotamundos vivió en las trincheras de la guerra civil
española y que en la Gran Patria de la Unión Soviética disparó cada día poemas como
obuses contra el fascismo (de ahí nacieron Hilos de pólvora); olvidan que es nuestro
cantor de la Revolución de Octubre y del Octavo ejército chino y que escribió uno de
los mejores poemas a Lenín en lengua española.
A los sesenta años de su vida, en cambio muchos otros no olvidan. No Fidel, por
ejemplo, cuando lo invita a Cuba; no Diego el guerrillero cuando en su mochila llevó
un ejemplar de La Rosa Blindada (es un hecho histórico); no nosotros que lo defendemos de los perros amarillos, de los jesuitas, de los dentistas y del policía. No nosotros
que lo peleamos a la ingratitud. Por un sino casi histórico Tuñón pertenece a la generación de otros dos grandes poetas con los que el sectarismo se cebó con contumacia
hasta la muerte: Maiacovski y Attila Jószef. Vladimiro, el de la blusa amarilla, se pegó
un tiro; Attila se tiró bajo un tren.
Como ellos, pero con más suerte porque la marea de la historia ya nos es favorable,
Tuñón será dentro de poco reconocido poeta nacional. Pero vivo, sobreviviente de un
tiempo que aquí también hemos de superar.
Fuente: Editorial “Por qué nuestro homenaje”, en La Rosa Blindada, año 1, Nº 4, Buenos Aires, marzo de 1965, pp. 2-3.
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INTRODUCCIÓN
A LA FORMACIÓN
DE LA
CONCIENCIA
NACIONAL
La formación de la conciencia
nacional se publica en mayo
de 1960 y en poco tiempo se
convierte en un clásico del
pensamiento político argentino.
Dedicado a Scalabrini Ortiz y
a “todos los jóvenes obreros y
estudiantes caídos en la lucha
de Liberación” (los jóvenes y los
obreros, pero también aquellos
sectores del Ejército capaces de
retomar la senda de Perón, eran
los principales destinatarios que
Hernández Arregui imaginaba
para este libro), este ensayo
postula el fin del ciclo liberal
en la Argentina y el inicio de
un proceso histórico en el que
la autoconciencia nacional guía
el camino de la liberación. En
esta nueva etapa histórica, el
peronismo resulta la verdad
del marxismo, y la izquierda
nacional, la perspectiva
privilegiada para desenmascarar
las marcas del colonialismo en la
política y la cultura nacionales. III. El liberalismo
La crisis del liberalismo no es una cuestión
de espíritu. En la disolución de un sistema
económico de poder está su explicación. El
misterio de la crisis del espíritu se llama imperialismo. Y tiene la prosaica virtud de ser
un hecho histórico. Es decir, ningún misterio.
Y no sólo un hecho. Sino un hecho sometido a
la crítica práctica, no teórica, de la humanidad
oprimida.
A fines del siglo xix, el liberalismo mercantil se transforma en imperialismo. Ya en
las postrimerías de la centuria, este fenómeno económico se presenta con todos sus atributos actuales. Los monopolios, formaciones
económicas altamente concentradas del capital, desplazan al antiguo mercado autorregulador fundado en la libre competencia. Este
proceso aglutinante que pone las economías
nacionales, convertidas ahora en economía
internacional, en pocas manos, encontró en el
formidable desarrollo de la técnica –particularmente de los transportes– su impulso motor. La sociedad anónima sustituye a la libre
empresa, la grande industria a la pequeña,
con su consecuencia, la concentración monopólica de la producción en gran escala. El
adelanto técnico, además, planteó la cuestión
de la hegemonía mundial de los países de alto
desarrollo industrial. Tres grandes potencias
luchan por el dominio del mercado internacionalizado, hasta entonces controlado por
Inglaterra, Alemania y EE.UU., y en menor
grado Rusia, que en el siglo xix ha iniciado
la industrialización y manifiesta en potencia,
una enérgica fuerza expansiva pese a su atraso general. Este crecimiento de las grandes
naciones industriales, la imposibilidad de una
racionalización de la producción contrarrestada por la competencia, provocó perturba-
(SELECCIÓN)
POR JUAN JOSÉ
HERNÁNDEZ ARREGUI
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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ciones sin cuento con las llamadas crisis cíclicas de la producción, que en realidad, son
de la producción incontrolada, agravadas por
la falta de mercados consumidores compensatorios debido a los desniveles económicos
entre las zonas avanzadas y las atrasadas
del planeta. Estos fenómenos han sido desde
entonces, crónicos y propios de la era imperialista. En el orden social, la contratapa de
ese irracional sistema productivo ha sido el
creciente peso histórico de las masas y su
correlativo malestar revolucionario. Rasgos
que definen a nuestro tiempo con caracteres
únicos en la Historia Universal.
Tal situación, particularmente grave en las
colonias explotadas, se asocia a la inestabilidad de las guerras por el reparto del mundo
que el siglo xx convirtió en mundiales desde el
estallido de 1914, crisis y final de una época.
La exportación de capitales, fenómeno típico
de este proceso de concentración financiera,
se asocia a la distribución territorial o política
de las colonias entre las potencias dominantes. El monopolio, forma económica altamente
racional dentro de la desorganización general
de la producción, es en rigor el acuerdo entre
empresas gigantescas, y ejerce su control regulador sobre alguna industria, o sobre varias
colaterales ligadas a una determinada rama
de la producción. El resultado es la imposición dictatorial de los precios, la liquidación
de toda competencia, el dominio omnímodo
de los mercados en su más alta expresión
técnica, no sólo mediante el agrupamiento de
empresas intercomplementadas, sino con la
creación de redes comerciales subsidiarias,
bancos, sistemas de seguros, transportes,
etc. En el siglo xx el comercio exterior y en
consecuencia, la economía interna de un país,
están totalmente regidos por la organización
monopólica, que es internacional, y que por
su extrema condensación, puede llamarse
con más propiedad, oligopólica. Pero los oligopolios no suprimen la lucha económica,
fundamento residual de la economía capitalista basada en la ganancia. Al contrario, se
hace más despiadada. La saturación de los
mercados tanto como el afán ilimitado de lucro, sobre la base de los precios más bajos,
siempre asociados al adelanto técnico, desata una lucha indetenible. Es esta una de las
contradicciones constantes del sistema, pues
la técnica, más allá de la voluntad de las empresas, va nivelando lentamente los márgenes de ganancia, socializando por anticipado
la producción, y a la competencia se asocia
una mayor concentración de la economía, que
a su vez crea las condiciones materiales, históricas, para aquella socialización.
El poder económico acopia su propio poder político y cultural. El Estado es la forma
abstracta, también altamente concentrada,
de ese poder material, pero en definitiva, impotente para modificar el sistema, en tanto
el Estado mismo es ese sistema, su reflejo
ideal, que se convierte en fuerza real en las
guerras. La exportación de capitales es propia de los países con su economía interna sobresaturada. La onda expansiva se extiende a
aquellas zonas geográficas donde la materia
prima y la mano de obra son baratas y por
tanto, favorables a una explotación intensiva
con ganancias seguras a costa de la miseria
de millones de seres. Pero junto con el saqueo colonial, el imperialismo introduce, sin
proponérselo, por esa tendencia ilimitada de
lucro de que se ha hablado, la revolución en
las colonias. En su época, Treitschke definía
bien al imperialismo inglés que penetraba en
China con la pipa de opio en una mano y la
Biblia en la otra. Y el historiador alemán, reaccionario y nacionalista, no mentía. En 1937,
Lord Roberts lo confirmaba: “¿Cómo ha sido
fundado el imperio británico? La guerra y la
conquista. Somos los dueños de las dos terceras partes del globo por medio de la fuerza”. Hoy la fórmula agoniza. La rebelión mundial de las masas enjuicia a la civilización
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opresora. Y la opresión se invierte en odio a
los civilizadores. El hecho es inevitable. Los
monopolios internacionales, al comprar las
materias primas de las colonias, dictan los
precios más bajos, y a su vez, con relación a
los propios productos industriales fabricados
con esas materias primas, los más elevados.
De este modo las colonias, con sus sistemas
de monocultivo, no pueden superar el nivel
de miseria impuesto por el imperialismo.
Además, el aislamiento nacional, dada la
contracción espacial del planeta por la técnica y por la interdependencia de la economía mundial, se hace imposible. Las luchas
nacionalistas liberales de la época del capitalismo mercantil son suplantadas, en la era
imperialista, por las revoluciones coloniales.
El levantamiento de los pueblos carece
hoy de fronteras. La internacionalización de
la economía internacionaliza las luchas nacionales. Y estas luchas, aunque formalmente
sean nacionales en sus contenidos particulares, son mundiales por sus fines. Tal lucha
se cumple en dos frentes, contra el imperialismo en general y contra las oligarquías
nativas opresoras ligadas al imperialismo en
particular. Clases nativas económicamente
dependientes y culturalmente corrompidas
por el colosal aparato ideológico de los monopolios mundiales. Esta política imperialista en
los países coloniales se vale de las ganancias
residuales del sistema para plegar a su órbita, no sólo a las oligarquías vernáculas, sino a
determinados sectores de la clase media, especialmente la pequeña burguesía comercial
e intelectual –periodistas, profesores, etc.– e
incluso a las capas altas de la dirección obrera. La conciencia antinacional de estos grupos es alimentada con las migajas repartidas
por el sistema mundial de poder. Así, los partidos de izquierda pasan a integrar el sistema,
a través de sus intelectuales, y detrás de su
algazara progresista son en realidad, brotes
degenerados del liberalismo.
Pero llega un momento en que el aparato invisible de la propaganda organizada en
escala mundial no puede neutralizar la presión de las fuerzas internas que el sistema
ha generado en las colonias. La penetración
imperialista no sólo explota, sino que sincrónicamente, rompe las antiguas relaciones de
producción de los países dependientes, al
introducir su técnica, ferrocarriles, servicios
públicos, etc. Esta situación no puede ser
evitada por el imperialismo. Y es su talón de
Aquiles. Las ganancias no sólo dependen del
atraso y la miseria de las masas coloniales
sino de sus inversiones industriales en esas
zonas. Tales inversiones, aunque orientadas contra la evolución independiente de los
países atrasados, al mismo tiempo crean la
ineluctabilidad histórica, en tales países, de un
desarrollo económico desordenado pero real,
para cuya consumación el propio imperialismo les ha dado las armas técnicas básicas y
la expansión relativa del mercado interno. Por
eso, la lucha por la liberación nacional en las
colonias se asocia siempre a la lucha por la
industrialización. No comprender esto, es la
insuficiencia, estrictamente condicionada por
razones de clase, del nacionalismo aristocrático de las colonias. A su vez, este conjunto
de causas y concausas interrelacionadas
agudiza el antagonismo entre las oligarquías
agrarias y la naciente burguesía industrial. El
frente imperialista se resquebraja en el orden
interno. Un sector de la burguesía industrial
–aquel que ha crecido desligado del imperialismo pero condicionado por el crecimiento
colateral del mercado que ha promovido el
propio imperialismo– puede unirse, en determinado momento del desarrollo de la lucha,
con carácter circunstancial, a la población
nativa expoliada. En algunos países semicoloniales, como la Argentina y Brasil, concurren
factores adventicios para su liberación. El
desplazamiento en las metrópolis por presión
competitiva ruinosa de las empresas más dé-
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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biles –la Kayser por ejemplo en la Argentina–
produce la radicación en países semicoloniales de esas compañías extranjeras vencidas,
con sus maquinarias y elementos avanzados
de producción. Esta radicación de maquinarias a su vez desata el interés imperialista en
acecho por controlar los nuevos mercados
coloniales en expansión relativa y la lucha por
dominar las líneas de la industrialización en
un doble sentido: mediante el abastecimiento del mercado interno con nuevas plantas
industriales, manteniendo al mismo tiempo
a esos países en las condiciones de zonas
productoras de materias primas. Esta contradicción, en sí misma insoluble, acelera la
lucha antiimperialista. Por eso, en el mundo
colonial, la acción anárquica del imperialismo
cumple una función altamente revolucionaria
independiente de sus planes de dominio. En
tales países se acentúan las presiones por la
emancipación tanto como la resistencia, al
servicio del imperialismo, de aquellas fuerzas
que bregan por la supeditación al interés extranjero del cual dependen. La “democracia”
se torna irrisoria pues al pasar la lucha a las
masas populares, las oligarquías indígenas y
los partidos pequeñoburgueses ligados al imperialismo se pasan al campo de la reacción.
Por su parte, la lucha de las masas contra sus
enemigos internos y externos, sólo puede resolverse mediante el establecimiento de regímenes autoritarios, con el control de las exportaciones y medios de propaganda, con el
apoyo estatal al movimiento popular y la participación del Ejército en esta política nacional
defensista. Tal el caso de Nasser en Egipto,
con su antecedente el gobierno de Perón
en la Argentina. El capitalismo nacional aún
débil, en una etapa de la lucha por la liberación, debe ser apuntalado por el capitalismo
de Estado, y la política de nacionalizaciones,
único medio de protección para las todavía
endebles estructuras económicas locales.
Frente al capitalismo monopolista internacio-
nal la sola valla es el monopolio estatal, que
además contribuye al disloque del mercado
capitalista mundial al sustraer zonas de influencia a la explotación internacional de las
grandes potencias. El caso de Fidel Castro, en
Cuba, no hace más que repetir en un país del
Caribe las experiencias nacionales de este
tipo representadas por Perón en la Argentina
y Nasser en Egipto.
La crisis del sistema colonial es, a un
tiempo, la desintegración del imperialismo.
India, China, Arabia son los hitos de esta desintegración. Iberoamérica ya está en esa etapa. Y el África negra, intermedia entre el avión
supersónico y el ídolo de madera, pero hoy
lanzada también a la lucha. La ilusión de que
el imperialismo puede “humanizarse” y contribuir al progreso de determinadas colonias,
la política del “buen vecino”, del “buen socio”,
etc., creencia común a determinados sectores de la pequeña burguesía, es un embaucamiento controlado por la propaganda, pues
como decía Marx: “Los límites del capitalismo están dados por el propio capitalismo”.
Esta tendencia a idealizar al imperialismo,
de entenderlo como filantropía, es propia de
la intelectualidad pequeñoburguesa, particularmente universitaria, dependiente del sistema a través de las ligazones transversales
de sus tareas burocráticas o profesionales, y
que en un proceso bien estudiado de inversión ideológica, convierte la propia dependencia en fe en los “fines morales” o en el triunfo
del “sentido común”, en la “sana democracia
del norte”, en Roosevelt “el gran demócrata”,
o mejor aún en el “ideal de vida americano”.
En tal sentido es justa la observación de Lenin: “Mientras el capitalismo sea capitalismo,
el excedente de capital no se consagra a la
elevación del nivel de vida de las masas del
país, ya que esto significaría la disminución
de las ganancias de los capitalistas, sino al
acrecentamiento de esos beneficios mediante la exportación de capitales extranjeros a
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los países atrasados”. De este modo, el “ideal
de vida americano” se trueca en la tesis formulada en 1895 por Cabot Lodge: “Los países
pequeños no tienen razón de ser; carecen de
porvenir”. Y por este rumbo, la “humanización del imperialismo” no va más allá de la
“Big stick policy”, que en la traducción justa
para nuestros idealistas coloniales quiere
decir “política del garrote”. Tal la mitología
“democrática” de la clase media engañada.
Una democracia asentada sobre principios
abstractos generales en la que las masas populares no aparecen por ninguna parte. Por
eso, sus apologistas, incluidos los comunistas
y socialistas, han acusado a esas masas de
turbamultas, o como las ha llamado Américo
Ghioldi, ese Dantón de plazoleta, “masas masificadas por el totalitarismo”. Es una fe en la
democracia liberal parecida a aquella dama
que reunía en su persona todas las perfecciones y el único inconveniente de estar muerta.
Pero este autoengaño de la intelectualidad de
izquierda rayano en la traición, esta deserción de la lucha nacional, no impedirá que la
penetración imperialista en América Latina,
tarde o temprano, contribuya a la abolición
del sistema colonizador de las metrópolis. Tal
el destino del imperialismo. Por eso, a esos
intelectuales comprados pero siempre soñadores, la historia encarnada en las masas les
contesta una vez más: “¡Adelante por encima
de las tumbas!”. Y una de esas tumbas es la
Universidad que los formó.
IV. Progreso y antiprogreso liberal
Tal la crisis del capitalismo, raíz material de
la decadencia del espíritu liberal. Pero la descomposición del liberalismo –ya se ha dicho–
no debe confundirse con el progreso histórico
que cumplió. El liberalismo ha significado un
positivo avance para la humanidad. Su racionalismo de los comienzos, el libre examen,
la rebelión contra el universo dogmático, fue
su mérito, no su pecado. Al liberalismo hay
que juzgarlo en sus luces y sombras, en sus
acuerdos y discordias. Y no sólo en su decadencia. Sino en su muerto apogeo. Únicamente así será posible comprender, en una visión
totalizadora, el ocaso del presente. Y al mismo tiempo justipreciar su herencia. Nuestra
herencia. Toda catástrofe histórica –y el liberalismo ya ha entrado en ella– volatiliza fuerzas encontradas, pues el pasado y el futuro
se anudan todavía, aunque se enfrentan, en
un momento perturbado por el tránsito y la
oposición entre un orden caduco y el futuro
entrevisto como ideal. En este momento de la
contradicción los opuestos tienden a fundirse
en una imagen deformada del presente que
se vive. Ahora se ve clara la antinomia que
separa la conciencia revolucionaria de la conservadora frente a la marcha de la historia.
Los puntos de partida y de llegada son diametralmente opuestos.
El siglo xix asistió, junto con el desarrollo de la técnica –en sí misma la más grande
conquista humana– a la subversión cultural
de un mundo. Fue la concepción religiosa la
que más sufrió y la que con más acrimonia
habría de enfrentar a la conciencia moderna,
negándola desde el doble ángulo del odio a la
ciencia y del conservatismo político. La definición antimodernista de la Iglesia tuvo partidarios, por eso, aun entre los que aceptaban el
progreso, tal vez por aquello que Croce ha señalado: “No hay hombre, por libre que se vea
de las creencias religiosas en un tiempo profesadas, que no conserve en su espíritu algún
temor hacia los ídolos caídos”. El sentimiento
de un viraje es común a todos los espíritus.
Aun los reaccionarios que lanzan la idea de
una decadencia, la vinculan menos con la
viabilidad práctica de una vuelta hacia atrás,
salvo en el orden estético –Verlaine por ejemplo– que con un porvenir incierto en que la
imaginación atesora todas las fantasías tornasoladas del miedo, poética o filosóficamente embellecidas con esos vagos sentimientos
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éticos y nostalgias del pasado con que las
clases declinantes recubren sus intereses
materiales en peligro. Todo avance que quiebra las antiguas creencias se presenta como
un desastre espiritual a quienes buscan, de
algún modo, conservar los privilegios del pasado, el juicio histórico se anubla y las oposiciones vivas, traspasadas a las cabezas de los
hombres, atenúan la grandiosa significación
del proceso, la interdependencia de las épocas, la realización del espíritu humano en los
grados sucesivos y más altos de su desarrollo en la Historia.
El siglo xix fue el más revolucionario de
todos los tiempos: “Cuando se piensa en la
expansión total de la revolución industrial
–escribe Hans Freyer– está justificado decir
que en alguna época de la historia mundial
que alumbra nuestra vida, no se ha cambiado
tan profundamente como en el siglo xix, no
solamente en las regiones especiales donde la industria se estableció, sino por todas
partes, pues la técnica moderna no se detenía ante los valles más alejados, ni ante las
altas montañas, ni ante el desierto, ni ante el
océano. Y no revolucionó solamente el paisaje, sino la estructura misma de los pueblos,
no solamente la forma exterior de la vida
sino toda la existencia social del hombre.
Todas las profesiones sufrieron transformaciones profundas, aun la de los campesinos.
Ningún escondite permaneció inviolado, aun
la intimidad doméstica privada. Allí donde la
máquina, la usina, el asfalto, la producción en
masa, determina la vida, comienza una cosa
absolutamente nueva, y lo que hasta entonces valía se convierte en cosa vieja”. No sólo
es el mundo europeo el que se transforma. Es
el planeta entero. Culturas adormecidas por
siglos o milenios son descuajadas, soliviantadas en su sopor, lanzadas al torbellino de la
vida universal. Violentos desequilibrios políticos signan este señorío de la técnica humana.
Sus consecuencias inmediatas podrán pare-
cer desproporcionadas e inhumanas –de hecho lo son– pero su significación va más allá
del presente, para anunciar en su potencia
histórica, la liberación del hombre. Este mundo paréceles a muchos el desorden y el fin. Y
es un comienzo. Es la imposibilidad de concebir apaciblemente el presente individual lo
que se muda en pesimismo histórico. Pero
como decía Lenin: “La desesperación es propia de las clases que perecen”. Este mundo
ha creado las premisas de la transformación
del hombre mismo, que no sólo es individuo
solitario, sino género humano, con objetivos
más vastos que la vida personal sin coraje,
con fines más distantes que la imagen de un
mundo clausurado en la pura interioridad de
la existencia. La execración del progreso en
las clases conservadoras, al que la Iglesia ha
apuntalado con el dogma judeocristiano de la
caída, es puro miedo al destino que les reserva la historia. Frente a ellas, otras clases, para
las que el pasado no cuenta, en tanto hijas del
siglo xix que las lanzó a la fábrica, se sienten
depositarias de esa historia en la medida en
que son su fruto y nada le deben. Cristina de
Suecia –una reina– lo vio con tembloroso realismo: “Hay que temerles a los que nada tienen que perder si tienen corazón”. Lo que todo
conservatismo teme es la energía moral que
la revolución técnica ha transferido a las masas. Es esta, por eso, una época de añoranzas
y profecías fúnebres. Esta peculiar situación
es lo que se percibe como crisis. Y así la historia aterra a millones de conciencias indecisas
entre lo muerto y lo vivo, expresiones fantasmales, ellas mismas, de una realidad yerta
–las tradiciones inútiles, las valoraciones inservibles, las instituciones decrépitas– que
perduran como una costra en el espíritu humano. Como la contrahistoria. Y sin embargo,
esta actitud también es histórica, un instante
del encaje del hombre moderno con el destino, pese a todo, racional de la humanidad.
Pero el destino es la política. Spengler y Marx
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son encarnaciones de esta emergencia cultural. Ambos tocan el tema central de nuestro
tiempo: la Técnica. Spengler, fondeado en la
visión conservadora del mundo, ve en la máquina el invierno del espíritu, en tanto Marx, la
degradación del espíritu del hombre no frente
a la máquina, sino frente a sus hermanos. Si
es la máquina creación del hombre, podrá en
determinado momento del desarrollo histórico del trabajo humano esclavizar su espíritu.
Pero ningún amor más grande por la libertad
que el de los esclavos. Y la conquista de esa libertad, en última instancia, es la esclavitud de
la máquina al espíritu. Esto lo intuyen todos.
Mas la esclavitud de la máquina es también la
liquidación de un mundo. Y así, el pesimismo
cultural se une en las clases que perecen al
terrorismo policial.
Lo terrible del progreso, para el liberalismo, consiste en que la voluntad humana puede acelerarlo. La razón histórica del presente, a la que la burguesía dio su más rotunda
fórmula política, se vuelve contra ella, que en
su momento probó que la historia no era independiente de la voluntad humana. Aplicó, la
burguesía, la idea del progreso evolutivo a la
naturaleza y a la historia, concibió la sociedad
como un proceso en movimiento, como un
mejoramiento de la humanidad por la ciencia.
Y era verdad. Hasta que ella misma se convirtió en obstáculo de ese progreso. Toda la
cultura actual está impregnada por este sentimiento de que hay potencias activas más
poderosas que la voluntad de las clases dominantes. De ahí ese fondo de incerteza y de
angustia, que anega a la filosofía, la literatura,
el teatro, el cine. Todo parece insoluble y enigmático. En el orden moral, este sentimiento
se presenta como escepticismo frente a los
antiguos mitos culturales. Tal aflojamiento de
los lazos con el pasado es propio de las épocas agonales, de los tiempos cumbres, desde
cuyas alturas el pasado y el porvenir aparecen como separados por un cráter cultural. Y
es que jamás el hombre, en tanto forma vital,
se ha podido ver en las épocas inseguras con
serenidad de botánico. Pero detrás de todo
esto, el factor condicionante de esta inmensa
falsificación del espíritu, es bien racional: el
enfrentamiento entre EE.UU., Rusia y China.
V. La Argentina actual
Todas las ideologías se han revuelto por la
violencia ofensiva que a raíz de la caída de
Perón en 1955 ha sufrido la Argentina de parte de la oligarquía y el imperialismo, por la
crisis de los partidos políticos demoliberales,
por la exclusión de la mayoría del pueblo argentino de la vida ciudadana. Jamás el país ha
sufrido una época de tal temperatura política.
El caso argentino es único en la historia del
siglo xx. Un país que había alcanzado la categoría de Nación, a través de este retorno de la
oligarquía y del imperialismo angloyanqui, ha
retrogradado al coloniaje en medio de la resistencia de un pueblo, cuya grandiosa lucha
mide su conciencia histórica. Tal situación, en
los diversos sectores del pensamiento nacional, ha replanteado los problemas centrales
de nuestro tiempo pero en relación viva con el
país. Esta agitación en el campo de las ideologías no es casual. Es la consecuencia de una
lucha que culminó después de treinta años en
la formación de la conciencia histórica de los
argentinos. Si temas como “nacionalismo”,
“comunismo”, “liberalismo”, “izquierda nacional”, etc., están presentes en la Argentina actual, la cuestión no es descalificar los temas
sino explicarlos. Es el ocaso del liberalismo,
la descomposición del imperialismo y el empuje mundial del proletariado lo que está en
la base de esta actitud histórica de la Argentina avasallada. Es la historia misma. No hay
ideologías que se entiendan sin su previa inserción en los estados económicos, políticos y
sociales del período en que proliferan. Podrán
creer sus partidarios, de izquierda o derecha,
que las han sacado armadas como Minerva
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de sus cabezas. Pero esto es un espejismo.
Si nos interesa la historia, si nos angustia a
todos, es porque tenemos la certidumbre de
que en ella se juega nuestro destino individual y colectivo. Esta conciencia nacional vigilante tiene estadios antecedentes.
Toda la vida histórica está articulada a
la manera de las fases sucesivas de la vida
orgánica. Que aquí se tome un período que
va desde 1930 a 1960 es una abstracción y
nada más. Las periodificaciones son convencionales. Pero hay períodos perfilados con tal
nitidez en el curso del desarrollo que hacen
legítima su configuración, no independiente,
pero sí resaltante dentro de la unidad de la
historia nacional. El rasgo cardinal de este
período de treinta años, es que la Argentina,
en posición crítica frente al liberalismo colonial que gobernó al país casi sin interrupción
desde 1853 a 1943 –un siglo– comenzó a verse a sí misma en relación a otros pueblos, en
particular con Inglaterra. La formación de la
conciencia nacional está estrechamente vinculada a esta evidencia posterior a 1930. En
esa década nace la conciencia histórica de
los argentinos. Cuando un país no ha logrado
aún su autodeterminación nacional, pero es
ya consciente de su necesidad, asiste al despliegue conjunto de sus fuerzas espirituales.
Este hecho es la resultante de una realidad
material: la opresión imperialista, con su reverso, la lucha por la liberación nacional. En
estos períodos oscuros y luminosos los pueblos con destino asisten a la eclosión de la
conciencia nacional, en los estudios históricos, en el arte, en la cultura. Niebuhr, el gran
historiador alemán, lo sabía: “La triste época
de la humillación prusiana influyó en parte,
en la producción de mi historia”. Tal estímulo
impulsó, asimismo, el Discurso a la nación alemana de Fichte. Treitschke lo dijo en el mismo
sentido: “Lo más grande que le puede acontecer al hombre es sin duda defender en su
propia causa la causa general. Entonces se
engrandece la existencia personal convirtiéndose en un momento de la historia universal”.
Es verdad que el historiador alemán pensaba
en el sino imperial de Alemania con estrechez
prusiana. Pero tal era la situación de Alemania, cuyo destino primero fue conciencia histórica y después expansión colonial. Ya antes
lo había hecho Inglaterra, del mismo modo
que durante el siglo xix lo haría EE.UU. Hay
sin embargo, entre ellos y nosotros, una diferencia. La conciencia nacional de los pueblos jóvenes no es colonizadora sino reflejo
defensivo provocado por el imperialismo. Es
en estos períodos cuando aparece una historia escrita inspirada en una profunda fe en la
patria y en las generaciones jóvenes a quienes esta fe está encauzada. Toda historia del
pasado se escribe en función de los intereses
del presente. Comprender el pasado es tomar
conciencia del porvenir.
La vocación por los estudios históricos es
la primera en presentarse en los pueblos que
luchan por su libertad. Prioridad que no es
casual, pues las naciones beben en la propia
historia los fundamentos de su derrotero. “La
historia es una noble instructora –ha escrito
Savigny– y sólo a través de ella puede mantenerse vivo el contacto con la vida primitiva del
pueblo. La pérdida de esta conexión despojaría al país de la mejor parte de su vida espiritual”. Este patriotismo de los grandes períodos
emancipadores –tal el caso actual de la Argentina– no nace de conciencias aisladas, sino que
es el fruto de toda una generación, aunque sus
miembros se ignoren, y cuya obra, a su vez,
es el efecto de un estado multitudinario de la
conciencia misma de la colectividad. El estudio
sistemático y crítico de la Historia no es más
que uno de los síntomas de este esclarecimiento y unificación de la vida nacional, consciente de sí misma, que aventa en los estratos
profundos y anónimos del pueblo.
En períodos de ascenso de este tipo, la
vaga historia universal es sustituida por la
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historia nacional. Lo concreto se antepone a lo
abstracto, la patria al mundo. O en todo caso,
el mundo es vivido desde ángulos propios,
desde la perspectiva de la propia nacionalidad
concebida, no como un circuito cerrado, pero
sí independiente, aunque se tenga conciencia
del todo, es decir, de la inserción de esa vida
nacional en la historia universal. La idea que
toda historia pertenece al mundo pero que al
mismo tiempo es nacional, orienta estas etapas ascensionales. De ahí que en tales etapas
de potente vitalidad se apele al símbolo de las
grandes individualidades que concentran en su
persona la densidad de la época y las tendencias de las clases sociales. Se llamen Rosas,
Yrigoyen o Perón. El hecho tampoco es fortuito.
El gran caudillo representa el carácter nacional dominante. Y su obra política, las aspiraciones mismas de la colectividad en un momento
particular de la historia. El caudillo marca con
su sello toda una época, pues esta lo crea. Y ni
los odios ni las difamaciones pueden separar
al individuo histórico genial de su tiempo, al
que representó, no sólo en su libertad nacional colectiva sino en sus contradicciones. En
tal sentido, el peronismo o el antiperonismo en
la Argentina existían antes de Perón. Y es por
eso que tales personajes son símbolos colectivos, antítesis sociales, programas de la acción
comunitaria, pues “las personalidades más
destacadas –como ha dicho Franz Eulenburg–
tienen por sí, algo de impersonal”. Toda lucha
nacional apela a estos símbolos de los hombres prominentes, en rigor, representaciones
objetivas de la lucha de las masas que de este
modo se realizan a sí mismas en la historia. El
personaje histórico no es más que la tendencia resaltante de su época. Y en tal orden son
símbolos de clases. Por eso la reacción contra
ellos es proporcional a la veneración popular.
En todos estos símbolos hay una base real.
En Juan Manuel de Rosas, una clase dirigente que en un momento del siglo xix aún
concilia las necesidades de la población na-
tiva con el viejo país. En Yrigoyen, esa población ya pauperizada y aliada a la inmigración
más reciente contra el régimen. En Perón,
ese mismo pueblo nativo que convertido en
proletariado nacional hace su gran experiencia histórica. El saladero dio una sociedad de
hacendados y gauchos, la chacra una sociedad agraria e industrial incipiente, la industria
moderna una Argentina revolucionaria, consciente de sus fines, pese a los parciales eclipses provocados por las fuerzas que resisten
al desarrollo nacional.
La conciencia nacional es la lucha del pueblo argentino por su liberación. En este sentido, el interés por la historia es la conciencia
de la libertad como necesidad. Esta conciencia es colectiva pese a que sus formulaciones
conscientes surjan de mentes individuales. A
esta conciencia histórica han resistido y resisten otras fuerzas. La falta de unidad nacional estimulada durante más de un siglo
por el imperialismo y la clase terrateniente,
ha contado y cuenta con aliados: el carácter
plurirracial y la división en clases de la población argentina, factores que han ejercido
una efectiva influencia a través del sistema
educativo de la oligarquía en la visión cultural
apócrifa de vastos sectores sociales sobre el
país argentino. En este sentido, el problema
de la inmigración exige un ahondamiento, sobre todo, con relación al pensamiento de las
tituladas izquierdas en la Argentina. Esa inmigración, junto a su significado de progreso,
ha resistido a la verdadera cultura nacional.
Una cultura nacional, base espiritual de
la unificación del país, es sin que se anulen
en su seno las oposiciones de clase, participación común en la misma lengua, en los
usos y costumbres, organización económica,
territorio, clima, composición étnica, vestidos, utensilios, sistemas artísticos, tradiciones arraigadas en el tiempo y repetidas por
las generaciones; bailes, representaciones
folklóricas primordiales, etc., que por ser
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creaciones colectivas, nacidas en un paisaje
y en una asociación de símbolos históricos,
condensan las características espirituales de
la comunidad entera, sus creencias morales,
sistemas de la familia, etc. La cultura de un
pueblo deriva de un conjunto de factores materiales y espirituales, más o menos estables
y permanentes, aunque en estado de lenta
movilidad, íntimamente conexos y en sí mismos indivisibles, o mejor aún, configurados
de un modo único por el genio creador de la
colectividad nacional.
Un arte creador como el mejicano, por eso,
lleva a la monumentalidad del fresco los rasgos étnicos de la comunidad junto a sus costumbres, su geografía, su color y su contenido histórico americano intransferible a otros
continentes en tanto voluntad cultural propia
y revolucionaria. En el arte verdadero late la
comunidad de la cultura cuyo vigor abreva en
la tierra mucho más que en las grandes ciudades, simples laboratorios en donde se plasman, cuando más, a través de los grupos artísticos e intelectuales, las peculiaridades de
esa cultura nacional. Una cultura nacional es
aceptación común de esas creaciones populares. La cultura es la identificación emocional con estos valores colectivos, tanto con los
tradicionales y fijos, como con los correspondientes al presente. Pues la cultura, junto a su
lado estático, es creación, resistencia y asimilación. Sólo hay verdadera nación cuando
se sienten y se piensan en comunión determinadas valoraciones que no eliminan –ya se
ha dicho– las oposiciones de clase. La ligazón
cultural es por un lado sentimental, pero sus
categorías colectivas están estereotipadas y
al mismo tiempo vivas en la memoria de las
masas. El filósofo o el artista no hacen más
que darle cuño objetivo a esa personalidad
que desborda al individuo y lo envuelve con el
poder modelador del grupo nacional. En este
orden, la ciudad puerto, Buenos Aires, ha sido
durante largos períodos históricos, resisten-
cia a la vigencia de una cultura nacional. Es el
interior del país, su población autóctona, los
factores que han preservado nuestra idiosincrasia nacional.
Toda cultura se inspira en el pueblo y en su
ámbito geográfico y espiritual. Invertir el proceso genético, como lo ha hecho durante los
últimos treinta años la intelectualidad más
visible de Buenos Aires, es adulterar el país.
Y de tal adulteración sólo puede derivar una
expresión cultural harapienta. La unidad vital
del hombre y su medio, es lo característico de
toda cultura que, por eso mismo, cuando adquiere conciencia de sí misma es universal en
la medida en que lo colectivo desborda y nacionaliza lo universal. Parte de esa búsqueda
de nuestra expresión cultural es consecuencia también de la repulsa al extranjerismo
cultural de una oligarquía apátrida.
En estas épocas de plétora no sólo se investiga la historia, sino que se tiende a la integración unitaria y total de la cultura. Todos los
temas directa o indirectamente enhebrados a
esta voluntad de destino, aparecen en el pensamiento nacional de hoy, en estado de búsqueda y retorno hacia las formas expresivas del
pueblo. Por eso las obras de estos períodos de
autoconciencia nacional son siempre críticas.
Y la aparente injusticia contra lo consagrado
es desenmascaramiento de una visión enferma del país, recusación de los falsos maestros,
de los trotapapeles sin personalidad, de los repetidores y amanuenses aporcelanados de la
historia y la cultura oficiales. La crítica histórica, literaria, cultural, se convierte en un instrumento de la educación nacional. La generación
intelectual que surge en 1930 tiene el mérito,
más allá de sus prejuicios y vacilaciones de
clase, de haber amado al país. A diferencia de
la “intelligentzia” liberal y de izquierda que se
apartó de él incapaz de analizar y despojarse
de su propia servidumbre cultural. Un poderoso sentimiento acusa esa generación. Este
sentir tuvo, antes que nada, por escenario, la
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calle, el tumulto, el escándalo frente a un país
con sus mitos liberales en falencia. Acercarse
al aliento vital de esa época es comprender la
formación desolada a ratos, abnegada siempre, de la conciencia nacional. Por eso, cuando
el ensayista comunista Héctor P. Agosti habla
de esta actitud altiva de la nacionalidad que
se vuelve, tal vez inclemente, contra los que
deformaron la inteligencia argentina y asume
como intelectual de izquierda su defensa virtual, acusando a esa crítica, libre de compromisos podridos, de “canibalismo crítico”, olvida
que la crítica al canibalismo crítico es el vasallaje y la hipocresía de la crítica. Que es lo peor
que le puede pasar a un escritor que al mismo
tiempo se titula marxista. “El hombre dotado
de espíritu crítico –ha dicho Th. Mann– no sólo
tiene el derecho, sino el deber de usarlo, y de
usarlo hasta el fin de sus días, aunque le sea
necesario reconocer que este ejercicio no se
acomoda con la búsqueda del placer”.
El rasgo predominante de la lucha generacional de la que se habla en este libro es la
construcción de una imagen del país opuesta
a la visión europeísta de la cultura. Entiéndase bien, europeísta, no europea. La crisis de la
Argentina liberal no puede desconectarse de
la labor de esa generación nacional precursora que habría de desembocar en el violento insurgir de las masas populares el 17 de
octubre de 1945. “A las grandes revoluciones
que saltan a la vista –ha escrito Hegel– tiene
que preceder necesariamente una revolución
callada y oculta operada en el espíritu de la
época y que no todo ojo percibe… Y es la ignorancia de estas revoluciones producidas en el
mundo de los espíritus lo que nos hace asombrarnos luego ante el resultado”.
Fuente: Juan José Hernández Arregui, “Introducción”,
La formación de la conciencia nacional (1ª edición, 1960),
Buenos Aires, Plus Ultra, 3ª edición 1973, pp. 34-50.
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INTRODUCCIÓN
A AMÉRICA
PROFUNDA
Uno de los rasgos de la cultura
argentina de los años sesenta
es una nueva relectura de
América, y la obra de Kusch es
un ejemplo de este proceso. Si
desde las culturas de izquierda de
aquella década estos textos eran
acusados de “telurismo”, en la
actualidad resultan reivindicados
por distintos sectores del
movimiento campesino de
nuestro continente. De este
modo, la “fagocitación”, es decir,
la “reintegración de lo humano
en estas tierras”, se revela como
una dimensión central de una
nueva comprensión americana
vista desde el altiplano antes que
desde las grandes ciudades.
Introducción a América
Cuando se sube a la iglesia de Santa Ana del
Cuzco –que está en lo alto de Carmenga, cerca de donde en otros tiempos había un adoratorio dedicado a Ticci Viracocha– se experimenta la fatiga de un largo peregrinaje. Es
como si se remontaran varios siglos a lo largo
de esa calle Melo, bordeada de antiguas chicherías. Ahí se suceden las calles malolientes
con todo ese viejo compromiso con verdades
desconocidas, que se pegotean a las caras
duras y pardas con sus inveterados chancros
y sus largos silencios, o se oye el lamento de
algún indio, el grito de algún chiquillo andrajoso o ese constante mirar que nos acusa no
sabemos de qué, mientras todos atisban, impasibles, la fugacidad de nuestro penoso andar hacia la cumbre.
Todo parece hacerse más tortuoso, porque no se trata sólo del cansancio físico, sino
del temor por nuestras buenas cosas que hemos dejado atrás, allá, entre la buena gente
de nuestra gran ciudad. Falta aire y espacio
para arribar a la meta y es como si nos moviéramos en medio del magma de antiguas
verdades. Más aún, se siente resbalar por la
piel la mirada pesada de indios y mestizos
con ese su afán de segregarnos, como defendiendo su impermeabilidad.
De pronto se ve rezar a un indio ante el
puesto de una chola, por ver si consigue algún mendrugo, o un borracho que danza y
vocifera su chicha o un niño que aúlla, poseso, ante nosotros, junto a un muro. Entonces comprendemos que todo eso es irremediablemente adverso y antagónico y que
adentro traemos otra cosa –no sabemos si
peor o mejor– que difícilmente ensamblará
con aquella.
Y aunque entremos en la iglesia de Santa
Ana, como quien se refugia en ella, siempre
nos queda la sensación de que afuera ha
quedado lo otro, casi siempre tomando la
forma de algún mendigo que nos vino persiguiendo por la calle. Ahí está parado y nos
contempla desde abajo, con esa quietud de
páramo y una sonrisa lejana con su miseria
largamente llevada, y quizá le demos una limosna, aunque sepamos que ella no cumple
ya ninguna finalidad.
Y nos acosa cierta inseguridad que nos
molesta. No sabemos si esa limosna es un
remedio para una situación o es sólo una
manera de obligarnos a realizar un gesto.
POR RODOLFO KUSCH
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La misma inseguridad como cuando nos
hablaba una vieja india y no alcanzábamos
a entenderle y estábamos ahí como si nada
oyéramos y nos sentíamos recelosos y acobardados, porque todo eso no es lo que acostumbramos a tolerar. Nos hallamos como
sumergidos en otro mundo que es misterioso e insoportable y que está afuera y nos
hace sentir incómodos.
¿Serán los cerros inmensos, los paisajes
desolados, las punas heladas, las chicherías?
¿Serán las caras hostiles y recelosas que nos
contemplan de lejos como si no existiéramos
y que nos tornan tan fatigoso este trajín y este
ascenso hasta Santa Ana y nos sumergen en
este lento proceso de sentirnos paulatina e
infinitamente prisioneros, en medio de una
exterioridad que nos acosa y nos angustia?
En ningún lado como en el Cuzco se advierte
esa rara condición de un mundo adverso, con
esa lamentable y sorda hostilidad que nos sumerge en un mundo adverso.
Sin embargo, le encontramos el remedio.
Es el remedio natural del que se siente desplazado, un remedio exterior que se concreta en el fácil mito de la pulcritud, como primer síntoma de una negativa conexión con
el ambiente.
Porque es cierto que las calles hieden, que
hiede el mendigo y la india vieja, que nos habla sin que entendamos nada, como es cierto,
también, nuestra extrema pulcritud. Y no hay
otra diferencia, ni tampoco queremos verla,
porque la verdad es que tenemos miedo, el
miedo de no saber cómo llamar a todo eso
que nos acosa y que está afuera y que nos
hace sentir indefensos y atrapados.
Es más. Hay cierta satisfacción de pensar que efectivamente estamos limpios y que
las calles no lo están, ni el mendigo aquel, ni
tampoco la vieja quichua. Y lo pensamos aunque sea gratuito, porque, si no, perderíamos
la poca seguridad que tenemos, aunque sea
una seguridad exterior, manifestada con inso-
lencia y agresión, hasta el punto de hablar de
hedor con el único afán de avergonzar a los
otros, los que nos miran con recelo. Además
es importante sentirse seguro, aunque presintamos que somos poca cosa y que tenemos
escasa resistencia cuando el mundo exterior
nos es adverso.
De ahí el axioma: el vaho hediento es un
signo que flota a través de todo el altiplano,
como una de sus características primordiales. Y no es sólo el hedor, sino que es, en
general, la molestia, la incomodidad de todo
ese ambiente. Por eso se incluye la tormenta imprevista, la medida de aduana, el rostro
antipático de algún militar impertinente o el
silencio que responde a nuestra pregunta
ansiosa, cuando pedimos agua a algún indio.
La tormenta, el militar y el indio son también
el hedor. El hedor es un signo que no logramos entender, pero que expresa, de nuestra
parte, un sentimiento especial, un estado
emocional de aversión irremediable, que
en vano tratamos de disimular. Más aún, se
trata de una emoción que sentimos no sólo
en el Cuzco, sino frente a América, hasta el
punto de que nos atrevemos a hablar de un
hedor de América.
Y el hedor de América es todo lo que se da
más allá de nuestra populosa y cómoda ciudad natal. Es el camión lleno de indios, que
debemos tomar para ir a cualquier parte del
altiplano y lo es la segunda clase de algún
tren y lo son las villas miserias, pobladas por
correntinos, que circundan a Buenos Aires.
Se trata de una aversión irremediable
que crea marcadamente la diferencia entre
una supuesta pulcritud de parte nuestra y un
hedor tácito de todo lo americano. Más aún,
diríamos que el hedor entra como categoría
en todos nuestros juicios sobre América, de
tal modo que siempre vemos a América con
un rostro sucio que debe ser lavado para
afirmar nuestra convicción y nuestra seguridad. Un juicio de pulcritud se da en Ezequiel
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Martínez Estrada cuando expresa que, todo
lo que se da al norte de la pampa, es algo así
como los Balcanes. Y lo mismo pasaba con
nuestros próceres, también ellos levantaban
el mito de la pulcritud y del hedor de América, cuando creaban políticas puras y teóricas, economías impecables, una educación
abundosa y variada, ciudades espaciosas
y blancas y ese mosaico de republiquetas
prósperas que cubren el continente.
La categoría básica de nuestros buenos
ciudadanos consiste en pensar que lo que no
es ciudad, ni prócer, ni pulcritud no es más
que un simple hedor susceptible de ser exterminado. Si el hedor de América es el niño
lobo, el borracho de chicha, el indio rezador o
el mendigo hediento, será cosa de internarlos, limpiar la calle e instalar baños públicos.
La primera solución para los problemas de
América apunta siempre a remediar la suciedad e implantar la pulcritud.
La oposición entre pulcritud y hedor se
hace de esta manera irremediable, de tal
modo que si se quisiera rehabilitar al hedor,
habría que revalidar cosas tan lejanas como
el diablo, Dios o los santos. Y mover la fe desde la pulcritud al hedor, constituye casi un
problema de índole religiosa. Porque para
mostrar en qué consiste y cuál es el mecanismo y los supuestos del hedor, habrá que emprender con la mentalidad de nuestros prácticos ciudadanos americanos una labor como
de cirugía, para extraer la verdad de sus cerebros a manera de un tumor. Y eso ya es como
una revelación, porque habrá que romper el
caparazón de progresismo de nuestro ciudadano, su mito inveterado de la pulcritud y ese
fácil montaje de la vida sobre cosas exteriores como ciudad, policía y próceres.
Pero, claro está, que se nos pasó el siglo de las revelaciones. Sería desusada e
incómoda una revelación hoy en día y menos cuando ella ocurre en el plano individual.
Quedan, sin embargo, las revelaciones co-
lectivas como lo fue la Revolución Francesa.
En este caso los iniciados –que eran los burgueses de nuestro siglo– ejecutaron a Luis
XVI porque sabían que estaban en la verdad.
Y para retomar nuestra terminología, diríamos que la burguesía de entonces constituía
algo así como la solución hedienta para la
aristocracia francesa. Como la historia europea se encauzó luego por la senda de aquellos y no de estos, la muerte del rey no fue un
crimen, sino un acto de fe. La destrucción del
rey y de las cosas de la aristocracia puso en
vigencia la revelación que habían sufrido los
revolucionarios.
Claro que en América ese tipo de revelación no pasó nunca a mayores, porque
siempre careció posteriormente de vigencia.
En todos los casos se trataba del hedor que
ejercía su ofensiva contra la pulcritud y siempre desde abajo hacia arriba. Arriba estaban
las pandillas de mestizos que esquilmaban
a pueblos como los de Bolivia, Perú o Chile.
En la Argentina eran los hijos de inmigrantes
que desbocaban las aspiraciones frustradas
de sus padres. Contra ellos luchaban los de
abajo, siempre en esa oposición irremediable
de hedientos contra pulcros, sin encontrar
nunca el término medio. Así se sucedieron
Túpac Amaru, Pumacahua, Rozas, Peñaloza,
Perón como signos salvajes. Todos ellos fueron la destrucción y la anarquía, porque eran
la revelación en su versión maldita y hedienta: eran en suma el hedor de América.
Esta es la dimensión política del hedor,
que pone a este en evidencia y lo convierte
en un antagonista inquietante. Quizá sea la
única dimensión que se le conozca. Pero ¿qué
pasaría si se tomase en cuenta su realidad,
el tipo humano que lo respalda, su economía
o su cultura propias? Hacer eso sería revivir
un mundo aparentemente superado, algo así
como si se despertara el miedo al desamparo, como si se nos desalojara del hogar para
exponernos a la lluvia y al viento o como si
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se nos diera la vida de aquel mendigo que
nos esperaba a la puerta de la iglesia, y en
adelante tuviésemos que recorrer la puna,
expuestos al rayo, al trueno y al relámpago.
Es un miedo antiguo como la especie, que el
mito de la pulcritud remedió con el progreso y
la técnica, pero que repentinamente se aparece en una iglesia del Cuzco, provocado, entre
otras cosas, por un mendigo que nos pide una
limosna para humillarnos.
Y es que el hedor tiene algo de ese miedo
original que el hombre creyó dejar atrás después de crear su pulcra ciudad. En el Cuzco
nos sentimos desenmascarados, no sólo porque advertimos ese miedo en el mismo indio,
sino porque llevamos adentro, muy escondido, eso mismo que lleva el indio. Es el miedo
que está antes de la división entre pulcritud y
hedor, en ese punto en donde se da el hedor
original, o sea, esa condición de estar sumergido en el mundo y tener miedo de perder las
pocas cosas que tenemos, ya se llamen ciudad, policía o próceres.
Pero este miedo de ser primitivos en lo
más íntimo, un poco hedientos, no obstante
nuestra firme pulcritud que nos asalta en el
Cuzco, comprende también el temor de que
se nos aparezca el diablo, los santos, dios o
los demonios. Tenemos miedo, en el fondo, de
que se nos tire encima el muladar de la antigua fe, que hemos enterrado, pero que ahora
se nos reaparece en el hediento indio y en la
hedienta aldea. En ese plano, el planteo del
hedor y la pulcritud se ensambla con ciertos
residuos cosmogónicos, algo así como el miedo a una antigua ira de dios desatada en la
piedra, en los valles, en los torrentes y en el
cielo con sus relámpagos y sus truenos.
Y sentimos desamparo porque nuestra
extrema pulcritud carece de signos para expresar ese miedo. En cierto modo es un problema de psicología profunda, porque se trata
de llevar a la conciencia un estado emocional
reprimido, para el cual sólo tenemos antiguas
denominaciones que creemos superadas. El
miedo actúa desde nuestro inconsciente, en
la misma manera como cuando los antiguos
hablaban de la ira de dios, esa misma que Lutero creyó haber superado con su postura religiosa, en la misma medida como también lo
había hecho San Pablo con la ira de Jehová. Y
en nuestro caso el temor ante la ira de dios es
el temor de quedarnos atrapados por lo americano. Es el miedo al exterminio de un Jehová iracundo, quien en el Antiguo Testamento,
exigía el sacrificio de un hijo para afirmar la
fe del creyente. Es el miedo a la ira de dios
desatada como pestilencia y desorden, que
en América se nos muestra a nuestras espaldas con toda su violencia y que nos engendra
el miedo de perder la vida por un simple azar.
Por eso nos sentimos pequeños y, en cierto
modo, mezquinos pese a nuestras grandes
ciudades. Es como si nos sorprendieran jugando al hombre civilizado, cuando en verdad
estamos inmersos en todo el hedor que no es
el hombre y que se llama piedra, enfermedad,
torrente, trueno.
Y esa vivencia, ya profundizada, no puede
tener otra expresión que la que tuvo cuando
Jehová descendió sobre el Sinaí y “vinieron
truenos y relámpagos, y grave nube sobre
el monte… porque Jehová había descendido sobre él en fuego: y el humo de él subía,
como el humo de un horno, y todo el monte
se estremeció en gran manera”. La ira de Jehová se mostraba a Moisés para dictar una
ley a un pueblo miserable y humilde que
quería salvarse en medio de un desierto.
Pero este pueblo utilizó la ira para encontrar un camino interior y para toparse en su
confín con una ley moral que lo sostuviera
para llegar a la tierra prometida. El milagro
consistió en convertir la violencia exterior
en un camino interior.
La visión de una ira divina descendiendo
sobre un monte responde a un momento auténtico. Es algo así como una emoción mesiá-
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nica, que nos coloca, de pronto, en el margen
que separa al hombre de la naturaleza, a fin
de que el hombre encuentre una moral controlada por la ira divina que yace en la naturaleza. Y esto es auténtico porque surge en esa
alternativa que se da en el equilibrio entre la
vida, de un lado, y la muerte, del otro. Y es un
momento creador porque ahí brota la gran
mística que confiere sentido al hecho de vivir.
Y en el juicio aquel sobre el hedor de
América y sobre la afanosa pulcritud se halla implícito el afán de encubrir una ira que
nadie quiere ver. Está en juego un planteo
primario que el hombre siempre ha necesitado, pero que el caparazón de progresismo de nuestros ciudadanos e intelectuales
–progresismo alimentado casi exclusivamente en la Europa burguesa del siglo xix–
trata de mantener a raya, porque, si no, ellos
perderían salud y bienestar.
En verdad esta actitud mesiánica se encuentra sólo hacia el interior de América,
remontando su pasado o bajando hacia las
capas más profundas de su pueblo. Arriba,
en cambio, aquella actitud se halla encubierta y reprimida. De ahí entonces la necesidad de delimitar a cada uno de los dos
grupos como si fueran antagónicos. Por una
parte, los estratos profundos de América
con su raíz mesiánica y su ira divina a flor
de piel y, por la otra, los progresistas y occidentalizados ciudadanos. Ambos son como
los dos extremos de una antigua experiencia del ser humano. Uno está comprometido
con el hedor y lleva encima el miedo al exterminio y el otro, en cambio, es triunfante
y pulcro, y apunta hacia un triunfo ilimitado
aunque imposible.
Pero esta misma oposición, en vez de parecer trágica, tiene una salida y es la que posibilita una interacción dramática, como una
especie de dialéctica, que llamaremos más
adelante fagocitación. Se trata de la absorción de las pulcras cosas de Occidente por las
cosas de América, como a modo de equilibrio
o reintegración de lo humano en estas tierras.
La fagocitación se da por el hecho mismo
de haber calificado como hedientas a las cosas de América. Y eso se debe a una especie
de verdad universal que expresa que todo lo
que se da en estado puro es falso y debe ser
contaminado por su opuesto. Es la razón por
la cual la vida termina en muerte, lo blanco
en lo negro y el día en la noche. Y eso ya es
sabiduría y, más aún, sabiduría de América.
Fuente: Rodolfo Kusch, “Introducción a América”, en América profunda, Buenos Aires, Hachette, 1962, pp. 5-18.
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ROSAS,
ROMANTICISMO
Y LITERATURA
NACIONAL
En 1964, David Viñas publica
un libro fundamental para
la crítica literaria moderna:
Literatura argentina y realidad
política. La obra, que analiza
críticamente el desarrollo de las
élites argentinas en su intento
–necesariamente fallido– por
realizar una “voluntad nacional”,
lleva la impronta de ese singular
marxismo mediado por Sartre
que signaba a buena parte de
los intelectuales de la revista
Contorno. En el capítulo “Rosas,
romanticismo y literatura
nacional”, que inicia el libro,
además de fijar la premisa de
que la literatura argentina surge
con Rosas, Viñas comienza a
presentar la idea –luego célebre–
de la “mirada estrábica” del
romanticismo rioplatense; ese
estrabismo, que con un ojo mira
la patria y con otro a Europa,
será una de las marcas profundas
de aquellas élites tanto en sus
concepciones políticas como en
sus imaginarios culturales.
La mirada a Europa: del viaje colonial
al viaje estético
“Conocía que estaba en el centro del mundo.”
Eduardo Mallea, Nocturno europeo, 1935
“Como en la época de 1789 me hallaba en
España y la revolución de la Francia hiciese también la variación de ideas y particularmente en los hombres de letras con
quienes trataba, se apoderaron de mí las
ideas de libertad, igualdad, propiedad…”
Manuel Belgrano, Autobiografía
“La élite intelectual pretende superar este
subdesarrollo del país que se cuela en la
intimidad, superando la imagen que la cultura desarrollada nos devuelve de nosotros
mismos, por medio de un acceso al universo
universitario o artístico o ingresando al orbe
de las ciencias, como si sólo con ello desapareciera esa maldición que sufrimos de ser un
resultado del subdesarrollo en el plano personal. Pero, querámoslo o no, estamos amasados por el subdesarrollo, la dependencia y
las modalidades impuestas por él.”
León Rozitchner,
Persona, cultura y subdesarrollo
POR DAVID VIÑAS
“En las impresiones de viaje en Italia que
sucesivamente daré a luz por el folletín de
El Mercurio, se notará que sobresale, como
asunto dominante, la jurisprudencia. Tal ha
sido, en efecto, el asunto que con especialidad
me propuse examinar al visitar aquel país.”
J. B. Alberdi, Veinte días en Génova, 1845
“Lo que no impide que Pablo se creyera
transportado a un cuento de hadas.”
Eugenio Cambaceres,
Música sentimental, 1884
Rosas, romanticismo y literatura nacional
La literatura argentina es la historia de la voluntad nacional; es decir, es el proceso que
puede rastrearse a lo largo de un circuito pero
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que sólo se verifica en los momentos culminantes caracterizados por la densificación de
un dato fundamental. ¿Pero cómo se reconocen esas emergencias? Por varios datos indudables: por el pasaje de la cultura entendida como eternidad a la convicción de que es
historia, por el tránsito de los escritores que
interpretan a la literatura como tautología y la
realizan como conducta mágica a los que se
sienten sujetos a la historia, por la diferencia
entre los que se prefieren erigiendo su opacidad como una garantía y los que eligen, por
las coyunturas en que se acentúa lo dado al
inscribirse en una nomenclatura a las que se
lanzan a acrecentar lo puesto arriesgando las
palabras. En forma similar, los mayores logros
se definen por el desplazamiento del miedo
hacia la responsabilidad cuando los escritores
dejan de ser literatos para convertirse en autores. A partir de ahí puede agregarse que la
literatura argentina comenta a través de sus
voceros la historia de los sucesivos intentos de
una comunidad por convertirse en nación; entiendo ese peculiar nacionalismo como realismo en tanto nación totalizadora, como elección
y continuidad en un élan inicial y como estilo en
tanto autonomía y autenticidad de los diversos
grupos sociales de acuerdo a las coyunturas a
las que se ven abocados.
Dentro de esta perspectiva la literatura
argentina empieza con Rosas. De ahí que las
respuestas que se nuclean en torno a lo puramente testimonial (frente a las invasiones
inglesas en 1810), alrededor de una tradición
libresca impregnada de elementos retóricos
(como en la poesía de la guerra contra España
y en el período rivadaviano) al llegar a 1837,
38, 45 caracterizadas ya por una nítida voluntad de estilo, marquen un salto cualitativo e
impliquen una revolución cultural. Bien visto,
toda revolución es un salto cualitativo. Lo que
separa la poesía de Rivarola, López y Planes o
Juan Cruz Varela de la de Echeverría reside en
eso; es el espacio que se abre entre las memo-
rias de Martín Rodríguez o Saavedra y las de
Paz. Análogamente puede decirse que Gorriti
y Sarmiento se ocuparon de lo mismo: tanto
las Reflexiones sobre las causas morales de las
convulsiones interiores en los nuevos estados
americanos y examen de los medios eficaces
para reprimirlos como Facundo, presuponen
una descripción analítica y un programa, pero
mientras el segundo se inscribe en la literatura
al logar el nivel de especificidad de lo literario,
el primero no traspone ese umbral y su autor
se queda en la melancólica categoría de precursor. El Deán Funes y Vicente Fidel López, en
dos coyunturas diversas enfrentan la misma
temática con la diferencia que va de lo que se
resigna a crónica en la zona de lo preliterario
a lo que se articula en la trascendencia de lo
histórico. El salto, de hecho, en todos estos
casos, es brusco, pero los ingredientes que lo
condicionan armando el entramado cultural
subyacente se han ido desplegando con un ritmo lento y contradictorio.
Son varias las coordenadas que se entrecruzan y superponen en el período rosista y
que inciden en la aparición de una literatura
con perfiles propios. Son conocidos: en primer
lugar, la presencia, unidad y desarrollo de una
constelación de figuras de cronología, nivel
social y aprendizaje homogéneos; con una implicancia decisiva: se trata de la primera generación argentina que se forma luego del proceso de 1810. En segundo lugar, su inserción
en las tensiones que provoca el momento rosista que los crispa, motiva y moviliza alejándolos del país y otorgándoles distancia para
verlo en perspectiva y desearlo, interpretarlo,
magnificándolo y descubriéndolo como condición sine qua non hasta poetizarlo en una permanente oscilación entre carencia y regreso.
El destierro los prestigia como excentricidad y
los enfervoriza como aventura e infinitud pero
desgarrándolos como separación; el país se
les aparece virgen y contaminado a la vez; es
que la Argentina para los románticos de 1837
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se identifica con La cautiva. Son los términos
espaciales y significativos con los que operan:
el desierto rústico, amenazador y desnudo
que acecha, provoca la evasión como cabalgata y lirismo, y llama para poseerlo, parcelarlo
y transformarlo; es vacío que provoca vértigo
a la vez que urgencia por llenarlo condicionando una debilidad regresiva entremezclada
con avideces e imperativos de acción. El otro
término es el matadero con sus dos connotaciones clave, lo pintoresco y lo pringoso; es
decir, el matadero es la estancia impura. Como
tercer elemento se juega la abundancia de
tiempo para escribir en el exilio y la necesidad
de hacerlo a los efectos de sobrevivir a la vez
que paralelamente se crean y difunden numerosos canales periodísticos, voceros de intereses mercantiles en algunos casos como El
Comercio del Plata. En cuarta instancia –estrechamente correlacionada con la anterior– el
sistema voraz y cotidiano del folletín que exige
una continuidad obligando a cierta adecuación
en cortes, síntesis, suspenso y extensión, pero
que compensa con la apoyatura inmediata y
concreta de la difusión. En quinto lugar, la convicción de contar con un público reducido pero
fervoroso y en crecimiento, esparcido en los
distintos centros de la emigración en Chile,
Montevideo, Río de Janeiro, Lima y La Paz.
Más aún, la posibilidad de un público europeo
y el esfuerzo por lograrlo de acuerdo a la pauta señalada por Fenimore Cooper que se convierte en precedente, paradigma y estímulo.
En este aspecto –sobre todo en poesía– se
presiente y verifica la presencia de un público
femenino, muy al día, liberalizado y hasta rebelde, al que se apela mediante títulos más o
menos ambiguos como La Moda. Sexto concomitante causal es el impacto de la figura de
Rosas, fenómeno totalitario, mucho más intenso, próximo y prolongado que el de las invasiones inglesas o el del proceso de 1810, que rechaza y fascina a los hombres de la generación
de 1837, enfrentándolos al dilema de la mar-
ginalidad o la integración, la huida o la penetración en y por la realidad, la abdicación, la
crítica o la abstracción, al proponerles una figura cargada de referencias románticas por
su origen popular, desmesura, connotaciones
irracionalistas y hasta por sus violentos contrastes. Rosas es un titán pero filisteo, a la vez
enemigo que enardece, pero gran propietario
al que se desdeña. En séptimo lugar, el impacto, difusión y predominio del romanticismo de
escuela con su énfasis sobre el color local y
sus explícitas postulaciones a favor de una literatura nacional. La referencia europea está
allí, dramática y análoga; en 1830, en el 48, en
los países sometidos como Polonia, Hungría,
Italia y Grecia, el romanticismo es sinónimo de
nacionalismo y las figuras que lo encarnan
–un Mazzini o un Byron– son homologados a
través de la literatura con héroes de la liberación frente a los centros de autoritarismo político como el imperio Hausburgo o el otomano. A partir de ahí nada tienen de extraño los
paralelismos que se confeccionan entre carretas y camellos, caudillos y bajáes; y en esta
perspectiva Rosas adquiere ademanes de sultán (v. Ricardo Orta Nadal, Presencia de Oriente
en el “Facundo”). El exotismo aquí no se exalta
sino que se identifica con la regresión. El aspecto siguiente, octavo, estriba en la proclamada necesidad de lograr una independencia
cultural asimilada al corolario y complementación del proceso inaugurado a nivel político
en 1810. Por cierto, a partir de aquí surge otra
contradicción en la que se balancean y no resuelven los hombres del 37, pero que carga de
tensiones internas a sus obras: su americanismo literario y su antiamericanismo político,
su fervor ante el desierto o su enternecimiento y lucidez frente al payador en conflicto con
su denuncia y rechazo de Rosas y de las connotaciones que le adjudican. En el dilema progresismo-tradicionalismo optarán por el primer término; las contradicciones sólo se les
aparecerán con los resultados de esa elec-
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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ción. Es decir, las resultantes de su progresismo –a los que sobrevivan para verlas– los tornarán reaccionarios. Un noveno aspecto: el
paulatino pasaje desde lo típico, primero y luego lo regional hasta alcanzar lo patriótico y finalmente lo nacional; es el circuito que va desde la Oda al Paraná, se recorta en nuevos
valores éticos e idiomáticos después de 1810
como en los caballos ágiles y sudados o en las
cargas incoativas de Juan Ramón Rojas y se
sublima y sistematiza en Fisonomía del saber
español: cual deba ser entre nosotros de 1837
(v. Tulio Halperín Donghi, Tradición política española e ideología revolucionaria de mayo). Este
componente se interrelaciona con las manifestaciones de hispanofobia, la acentuación de
escenografías propias y el manejo del idioma
con libertad, comodidad, desenfado y hasta
arbitrariedad: en una proporción cuantitativamente significante recién con los hombres del
37 las palabras coaguladas en la inmovilidad
de la colonia empiezan a vibrar, crujen, giran
sobre sí mismas impregnándose de un humus
renovado y adquiriendo otra trasparencia,
peso y densidad, o se resquebrajan y parecen
licuarse desplazándose ágiles, con nuevas
aristas, en insólitas alianzas o a través de prolongadas y maduras cariocinesis. Dice Gutiérrez: “Nula, pues, la ciencia y la literatura españolas, debemos nosotros divorciarnos
completamente con ellas, y emanciparnos a
este respecto de las tradiciones peninsulares,
como supimos hacerlo en política, cuando nos
proclamamos libres”. Alberdi es más categórico: “Otro carácter del español neto está en el
uso de las voces no usadas y anticuadas: porque ya se sabe, el españolismo es lo anticuado, lo desusado, lo exhumado, lo que está
muerto para todo el mundo. Así, no se ha de
decir: esto me toca sino esto me tañe; me gusta
sino me peta; una vez que otra sino de vez en
cuando; fijar la atención sino parar mientes”. Y
Sarmiento subraya y cierra: “Escribid con
amor, con corazón, lo que os alcance, lo que se
os antoje. Que eso será bueno en el fondo,
aunque la forma sea incorrecta; será apasionado, aunque a veces sea inexacto; agradará
al lector, aunque rabie Garcilaso; no se parecerá a lo de nadie; pero, bueno o malo, será
vuestro, nadie os lo disputará; entonces habrá
prosa, habrá poesía, habrá defectos, habrá belleza”. Son los planteos fundamentales del romanticismo: impugnación y programa que se
corresponden con la etapa más genuina y potente del liberalismo cargada de negatividad;
el momento en que se meten sin consulta ni
titubeo rodeo, manguera, toldo, bagual, baqueano o se inventan despotizar, federalizado, vandalaje, montonerizado; o se echa mano hacia
atrás y se recrean ganapanes, patán, vocingleras (v. Emilio Carilla, Lengua y estilo en el “Facundo”). Todas estas coordenadas se yuxtaponen hasta alcanzar la fuerza y el espesor de
un núcleo causal. El décimo concomitante
también: se trata del progresivo abandono de
las pautas escolásticas identificadas como
apego a lo tradicional y genérico dentro del
aprendizaje realizado en el neoclasicismo rioplatense que no posee la densidad cultural de
otras regiones coloniales. La retórica presupone en este orden de cosas reiteración de
fórmulas, circularidad, debilitamiento, enfermedad diría, fijada en un lenguaje hierático
que se mecaniza y apoya en amaneramiento a
través de una relación de dependencia. De eso
había que prescindir. El proyecto consistía en
una separación, diferenciación y asunción de
lo propio con los desgarramientos, vacilaciones, fracasos y deslumbramientos que eso
presupone. Es lo que se comprueba en el último Juan Cruz Varela que empieza a “nacionalizarse” al final de su vida como en los comienzos de Echeverría penetrados de un
neoclasicismo que le urge mutilar.
Fuente: David Viñas, Literatura argentina y realidad política, Buenos Aires, Jorge Álvarez Editor, 1964, pp. 3-10.
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INDUSTRIALIZACIÓN,
BURGUESÍA
INDUSTRIAL Y
MARXISMO
(SELECCIÓN)
POR MILCÍADES PEÑA
La revista Fichas de Investigación
Económica y Social, al igual que su
antecesora, Revista de la Liberación
(de frecuencia trimestral,
publicada entre 1963 y 1964) es
coordinada por el intelectual
trotskista Milcíades Peña, y se
edita en Buenos Aires desde
abril de 1964 (Nº 1) hasta julio
(Una crítica a “Fichas” y una
respuesta con fines educativos)
Milcíades Peña / Gustavo Polit / Víctor Testa
Las investigaciones publicadas en el número
1 de Fichas –dedicado a la evolución industrial
y la clase empresaria argentina– han sido objeto de crítica en un libro de reciente aparición,
cuyo autor polemiza con “la revista Fichas”. En
realidad la revista Fichas no sostiene posición
alguna pues la responsabilidad de las ideas expresadas en los artículos corre exclusivamente
por cuenta de quienes lo firman. En el presente
trabajo, los autores de los artículos criticados
responden al crítico –para quien quedan abiertas las páginas– de la revista.
El número 1 de la revista Fichas, dedicado a estudiar la evolución industrial y la clase
empresaria argentina, ha sido objeto de exal-
de 1966 (N° 10). En la cuarta
entrega, Peña publica un extenso
texto donde polemiza con el
artículo “La cuestión nacional
y el marxismo”, que Jorge A.
Ramos había publicado poco
tiempo antes discutiendo la
perspectiva sobre la evolución
industrial y la clase empresaria
argentina esbozada en Fichas en
su número inicial. En palabras
del autor de este artículo, “esta
respuesta nos permite reiterar
con fines educativos algunas
ideas sustanciales del marxismo
acerca del problema nacional en
los países atrasados
y semicoloniales; y de paso,
para beneficio de quienes en
1955 eran menores de edad,
ubicar en el tiempo y en su rol
social la trayectoria del impostor
crítico de Fichas”.
tada crítica en un artículo sorprendentemente
titulado “La cuestión nacional y el marxismo”,
que firma Jorge A. Ramos.
El singular talento de este escritor consiste en escribir con especial desembarazo
sobre cosas de que no sabe nada. Además,
como podrá comprobarse enseguida, es un
hombre totalmente incapacitado para hacer,
aunque sólo sea por excepción, una cita ajustada a la verdad. A todo lo cual viene a agregarse la circunstancia públicamente notoria
de que el crítico de Fichas es un impostor político, que obviamente no cree ni una palabra
de lo que escribe. Él contempla las falsedades
que publica y exclama como aquel personaje
de Pirandello: “¡Qué verdad ni verdad, hágame el favor! ¡Aquí estamos en un teatro!”. Así
pues, polemizar con este escritor que parece
haberse fijado en la vida el propósito de mentir siempre, constituye una tarea enfadosa y
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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desagradable, y pudiera pensarse con alguna justificación que es algo así como arrojar
margaritas ante porcos.
Dos circunstancias hay sin embargo que
pueden excusar el uso de las páginas de Fichas para responder a la crítica de un hablista intelectualmente tan insignificante. Una es
que esta respuesta nos brinda la ocasión para
desarrollar de un modo positivo ideas anteriormente expuestas en Fichas acerca de problemas cruciales de la sociedad argentina.
La otra circunstancia a que aludimos es la
siguiente: esta respuesta nos permite reiterar
con fines educativos algunas ideas sustanciales del marxismo acerca del problema nacional en los países atrasados y semicoloniales;
y de paso, para beneficio de quienes en 1955
eran menores de edad, ubicar en el tiempo y
en su rol social la trayectoria del impostor crítico de Fichas.
1. Cómo polemiza un impostor
“Sibilot. –¿Qué haces ahí?
Jorge. –Mis ensayos.
Sibilot. –¿Qué ensayos?
Jorge. –Me miento a mí mismo.
Sibilot. –¿A ti también?
Jorge. –A mí en primer lugar. Tengo demasiada inclinación por el cinismo; es indispensable que yo sea mi primer engañado.”
(Nekrasof, de J. P. Sartre).
A fin de medir la deshonestidad intelectual
del impostor político Jorge Abelardo Ramos,
vale la pena detenerse a observar las artes de
que se vale en la polémica, pues “para conocer a un cojo lo mejor es verlo andar”, según
decía Martín Fierro.
1.1 Cómo tergiversa un impostor lo que se
dice en Fichas sobre el carácter atrasado y
semicolonial del país
“La revista Fichas desconoce el carácter
semicolonial de la Argentina. El imperialismo y
la propia burguesía nacional, al emplear el púdico vocablo cepalino de ‘país subdesarrollado’
convienen en aceptar el carácter semicolonial
de la Argentina, notorio para todo el mundo,
excepto para el ‘investigador’ de Fichas”.
En verdad, es perfectamente notorio que
la revista Fichas, lejos de “desconocer” el carácter atrasado y semicolonial del país, dedicó su primer número a exponer esa situación
y analizar las fuerzas que la conservan. “La
Argentina no puede salir del estancamiento
sin una rigurosa planificación socialista. Pero,
por supuesto, sólo un Estado Obrero puede
sentar las bases sociales de la planificación.
De modo que la toma del poder político por
la clase obrera viene a resultar una exigencia
imperiosa del desarrollo nacional. No hay otra
alternativa, excepto seguir vegetando como
país atrasado y semicolonial”. (El hecho de
que este párrafo se encuentre en la misma
página expresamente citada por el crítico de
Fichas, revela no sólo que este es un impostor, sino también el desprecio que siente por
sus lectores).
En otra página de Fichas se lee: “Ni en la
Argentina ni en ningún país atrasado hay industrialización posible sin liquidar las fuentes
mismas de las superganancias imperialistas.
Sin embargo, eso no significa que mientras
no se libre de la explotación imperialista la
Argentina permanezca estacionaria, en un
atraso siempre igual a sí mismo. Evidentemente, aunque sigue siendo un país atrasado, aunque continúa sujeta a la explotación
imperialista, la Argentina no está igual hoy
que hace cincuenta años”. Y aun en otra página: “En verdad, tanto la conducta de los terratenientes como la de los industriales (argentinos), está regulada y se ajusta a las normas
habituales de conducta del empresario en el
sistema capitalista de los países atrasados y
semicoloniales”.
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Resumen
El impostor dice: que la revista Fichas desconoce el carácter atrasado y semicolonial
del país.
Los hechos son: que Fichas caracteriza
expresa y textualmente a la Argentina como
país atrasado y semicolonial.
1.1.1 ¿Qué significa que la Argentina es una
nación atrasada y semicolonial?
Acabamos de ver que la revista Fichas caracteriza al país como atrasado y semicolonial.
Esta caracterización se basa fundamentalmente en los siguientes hechos: primero, la Argentina no ha pasado por un proceso de revolución
industrial. En consecuencia, la productividad
del trabajo es baja o, lo que es lo mismo, hay
una baja intensidad de capital en todos los niveles de la producción; segundo, la Argentina
es un país deudor, dependiente de las metrópolis del mundo capitalista; tercero, en el mercado
mundial desempeña exclusivamente el papel
de proveedor de alimentos y materias primas;
cuarto, por el Tratado de Río de Janeiro, la Carta de la Organización de Estados Americanos
y otros compromisos semejantes, ha delegado
atributos esenciales de la soberanía, en particular el declarar la guerra, en un superestado
continental controlado por Estados Unidos.
El impostor crítico de Fichas, en cambio,
sostiene que la Argentina es un país atrasado y semicolonial por ósmosis, vale decir, por
hallarse en un continente que en su conjunto
es atrasado y semicolonial. “Pues el carácter
semicolonial de nuestro país –dice– reside
precisamente en su aislamiento, similar en
esto a los otros Estados hermanos que forman las provincias de la gran nación latinoamericana que habrá de constituirse”. De
donde desprende la conclusión de que “sólo
seremos nación si nos unimos a los 19 Estados latinoamericanos”… lo cual no le impide
afirmar también que “la industria pesada es
la clave de la soberanía”.
Así, pues, para este elástico impostor, “la
soberanía” depende ora de la unificación de
América latina en un solo Estado, ora de la
construcción de la industria pesada…
La descalabrante definición según la cual
nuestro país es atrasado y semicolonial por
ósmosis, está destinada precisamente a permitir esos juegos malabares sobre la nación
y la soberanía… los cuales a su turno cumplen funciones políticas muy concretas. Así,
por ejemplo, si “sólo seremos nación si nos
unimos a los 19 Estados latinoamericanos”
resulta necesario condenar cualquier intento de establecer un gobierno obrero en una
“provincia” latinoamericana aislada y, a la vez,
se impone aclamar a todo gobierno burgués
que desarrolle la industria pesada… con capital norteamericano.
Volveremos sobre el tema más adelante,
cuando veamos cómo el impostor crítico de
Fichas es en los hechos, bajo sus estentóreas
frases nacionales y antiimperialistas, un sutil
apologista del atraso argentino y del capital
extranjero.
1.2 Cómo tergiversa un impostor lo que se
dice en Fichas acerca del proletariado y la
liberación nacional
“La revista Fichas… afirma en la página
80 que fuera del proletariado ‘no hay ninguna otra clase’ interesada en la independencia
nacional. En la Argentina, que es nuestra patria… existen otras clases interesadas en el
crecimiento económico y en la independencia
nacional: existen el proletariado rural, la pequeña burguesía urbana y rural, los pequeños
comerciantes y los pequeños industriales. La
inmensa mayoría del país está interesada en
la liberación nacional”.
Se trata por supuesto de una cita falseada con la impávida mala fe que caracteriza
a nuestro impostor. En efecto, Fichas afirma
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en la página 80, no que el proletariado es la
única clase interesada en la independencia
nacional, como pretende el impostor, sino la
única clase capaz de lograr la independencia
nacional, que es algo muy distinto. El texto
completo de Fichas dice así: “Aguardar que la
burguesía nacional saque al país del atraso
para recién después llamar a la clase obrera a la conquista del Poder no es apoyar el
desarrollo nacional sino renunciar a él, ya
que aparte del proletariado no hay ninguna
otra clase capaz de realizar esa tarea”. (Arturo Frondizi también habla de “la urgencia
y la profundidad de la política que hay que
seguir para liberar a nuestro país del atraso
y la dependencia”, para lo cual propone esta
solución: “Estimular el ingreso de capital internacional, público y privado”).
Desde luego, en la Argentina la inmensa
mayoría del país –proletariado y pequeña
burguesía, urbanos y rurales– está interesada
en la liberación nacional y en el crecimiento
económico. Pero sólo el proletariado es capaz de conducir a la Nación hasta el logro
de esos objetivos, mediante la planificación
socialista de la economía. ¿Pruebas? Sería
ocioso ofrecerlas de tipo teórico, cuando la
realidad misma del siglo xx las presenta en
vivo, frescas y concretas. En toda la extensión
de este siglo que ya entró en su sexta década los países atrasados y semicoloniales han
sido gobernados por coaliciones de la más
diversa índole; imperialismo extranjero más
oligarquías locales, imperialismo extranjero
más oligarquías y burguesías locales, oligarquías y burguesías nacionales, burguesías
y pequeñas burguesías nativas, etc., etc. La
mayoría de esas combinaciones políticas, en
particular las de tipo nacional relativamente
antiimperialista, intentaron o dijeron intentar
sacar a sus países del atraso y la dependencia. Ninguna lo logró. Los únicos países semicoloniales que han logrado dejar de serlo
son los países que, como Rusia y China, se
convirtieron en Estados Obreros e iniciaron
la planificación socialista de la economía. Por
ello, aunque moleste al deshonesto crítico, y
casualmente también a la burguesía criolla,
toda la historia del siglo xx suscribe la tesis
de la revista Fichas: sólo el proletariado es
capaz de sacar a la Argentina del atraso y la
subordinación al imperialismo, pese a que
la vasta mayoría del país está interesada en
que el país crezca y se independice. Y como
el impostor crítico de Fichas dice ser “trotskista”, vale la pena recordar a Trotsky: “Ni una
sola de las tareas de la revolución ‘burguesa’
puede ser resuelta en estos países atrasados
bajo la dirección de la burguesía ‘nacional’,
pues esta última emerge desde el comienzo
con apoyo extranjero como una clase ajena
u hostil al pueblo. Cada estadio en su desarrollo la liga más estrechamente al capital
financiero extranjero del cual es en esencia
el agente… La tarea de conducción recae por
la naturaleza de las cosas sobre el proletariado, el cual, desde sus primeros pasos, se
opone no sólo a la burguesía extranjera sino a
su limpia burguesía nacional… Sólo esa clase
que no tiene nada que perder sino sus cadenas puede conducir hasta sus últimas consecuencias la lucha contra el imperialismo por
la emancipación nacional”.
Antes de abandonar este punto veamos
otra hazaña muy característica de nuestro
impostor. Hemos visto que finge indignarse
contra la revista Fichas porque esta afirma
que el proletariado es la única clase capaz de
resolver los problemas básicos de la nación.
Pues bien: pocas páginas antes el impostor
ha escrito: “Estamos en condiciones de afirmar categóricamente que sólo la clase obrera
y su pensamiento político constituyen la fuerza capaz de resolver por métodos revolucionarios todos los problemas que aquejan a la
República”. ¿Es que el crítico de Fichas está de
acuerdo con Fichas? ¿O es que ha perdido el
equilibrio y afirma inadvertidamente en una
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página lo que niega en la página siguiente?
Ni lo uno ni lo otro. Nuestro impostor, como
todos estos personajes que escriben pane
lucrando, está profesionalmente adiestrado
para escribir a medianoche lo contrario de lo
que escribió al mediodía, y siempre sin creer
ni una sola palabra de lo que afirma.
Resumen
El impostor dice: que la revista Fichas afirma que sólo el proletariado está interesado
en la emancipación nacional.
Los hechos son: la revista Fichas dice que,
aunque la mayoría del país está “interesada”
en la emancipación nacional, sólo el proletariado es “capaz” de realizar esa tarea.
1.3 Cómo tergiversa un impostor lo que se
dice en Fichas a propósito de revolución
nacional, revolución socialista y revolución
permanente
“Afirman que la revolución socialista es la
única tarea concebible en un país atrasado. Al
exponer semejante tesis, sustituyen la ‘etapa
democrática’ por la ‘etapa socialista’ en lugar
de entender de una vez que el proceso de la
revolución permanente en los países atrasados significa simplemente que la lucha por la
liberación nacional sólo puede emprenderla
el proletariado siempre y cuando… incluya en
su programa consignas no solamente socialistas, sino nacionales”.
Naturalmente, el impostor miente. Atribuye a la revista Fichas lo que esta no dice, y le
contrapone como fruto de su sabiduría… precisamente lo que la revista afirma. Textualmente Fichas dice:
“Desde el momento en que objetivos democráticos o nacionales (tales como la expropiación de los terratenientes y del capital
extranjero) sólo pueden ser realizados por
la clase obrera apoderada del Poder, la re-
volución, si ha de triunfar, debe ser obrera. Y
sus métodos, tales como la planificación de
la economía y el armamento de los trabajadores, serán métodos socialistas. Democrática y nacional por sus objetivos inmediatos,
obrera y socialista por sus métodos y por la
clase que la realiza, la revolución argentina,
como la de todos los países atrasados, tendrá
un carácter permanente. Su propósito inicial
será expropiar a los terratenientes y al capital
imperialista, colocar las grandes empresas
en manos del Estado Obrero y comenzar la
planificación de la economía, con lo cual se
iniciará también –a un ritmo que las circunstancias nacionales e internacionales indicarán– la edificación del socialismo”.
Como puede advertir sin dificultad cualquier lector honesto, la revista Fichas no afirma que la revolución socialista “es la única
tarea concebible en un país atrasado” según
le atribuye mendazmente nuestro angelical
impostor. Ni tampoco se dedica a deshojar la
margarita metafísica de la “etapa democrática” pura versus la “etapa socialista” pura.
Simplemente, la revista Fichas demuestra
que la esencia de la cuestión reside en esto:
la independencia nacional y la superación del
atraso, que constituyen las tareas de la “revolución nacional” o “revolución democrática”,
no pueden ser resueltas bajo el predominio
de la burguesía. El Gobierno Obrero, el ascenso del proletariado al poder, entra en escena
no después de superado el atraso y obtenida
la independencia nacional, o sea después de
realizada la “etapa democrática”, sino como
condición previa necesaria para la realización
de esas tareas. Pero esto no es otra cosa que
la teoría de la revolución permanente. “Con
respecto a los países de desarrollo burgués
retrasado, y en particular de las colonias y
semicolonias –explicaba Trotsky–, la teoría de
la revolución permanente significa que la resolución íntegra y efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación nacional tan sólo
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puede concebirse por medio de la dictadura
del proletariado, empuñando este el poder
como caudillo de la nación oprimida”. Tal es lo
que sostiene Fichas.
Resumen
El impostor dice: que según la revista Fichas la revolución socialista es la única tarea
concebible en los países atrasados; la revista
ignora que en un país como la Argentina la
revolución tiene carácter permanente.
Los hechos son: que Fichas expone de
modo expreso y textual cómo la revolución
argentina tendrá un carácter permanente,
pues será democrática y nacional por sus objetivos inmediatos, obrera y socialista por sus
métodos y por la clase que la realiza.
1.4 Cómo tergiversa un impostor lo que se
dice en Fichas sobre la burguesía nacional
“… La burguesía nacional… la revista Fichas
estima que es contrarrevolucionaria por considerarla mero oyente del capital extranjero”.
Lo cierto es que la revista Fichas no considera que la burguesía nacional sea “mero
agente del capital extranjero”. La burguesía
nacional es contrarrevolucionaria, demuestra
Fichas, desde el punto de vista de la misión
histórica revolucionaria de la nación, porque
no está dispuesta, porque sus intereses no
permiten que esté dispuesta, a realizar esa
misión. Textualmente Fichas dice:
“¿Es la burguesía argentina una clase absolutamente contrarrevolucionaria? Tal es la
pregunta que atormenta a Puiggrós, quien
la contesta negativamente. Pero la historia
contesta que sí, que es, y no puede dejar de
ser una clase contrarrevolucionaria. A partir
de la revolución alemana de 1848 la historia
comprueba en todo el mundo que allí donde
aparece una clase obrera moderna, que sale
a la calle a defender sus intereses de clase, la
burguesía abandona cualquier reivindicación
revolucionaria que pudiera abrigar y se pasa
al campo de la contrarrevolución monárquica,
zarista o imperialista. Comentando la revolución española de 1856, Marx la explicaba así:
‘De una parte está la industria y el comercio modernos, cuyos jefes naturales sienten
aversión por el despotismo militar; por otra
parte, cuando empieza la lucha contra este
mismo despotismo, entran en combate los
obreros, que reclaman su parte del resultado
de la victoria. Atemorizada de las consecuencias de una alianza así impuesta en contra de
sus deseos, la burguesía se repliega nuevamente bajo las baterías del despotismo’.
”Aquí, en la Argentina, es la propia burguesía nacional quien se encarga de demostrar
que desde el punto de vista de su posición
ante la misión histórica revolucionaria de
la nación, o sea expulsar al imperialismo y liquidar a los terratenientes, ella es
una clase contrarrevolucionaria y antinacional,
ya que está en contra de esas tareas. ¿Acaso los intereses de la burguesía industrial la
impulsan a realizar, o le permiten tolerar, la
expropiación de los terratenientes y del imperialismo? No, y por eso es una clase contrarrevolucionaria y antinacional. Sus capitales
están demasiado vinculados al latifundio y
al capital extranjero. Y, además, la burguesía
industrial es bastante realista para comprender que una lucha seria contra el imperialismo exige una acción tan vigorosa de las masas revolucionarias que ella sería la primera
amenazada. Los escarceos de Perón contra
Braden le costaron a la burguesía industrial
10 años de prepotencia de la burocracia sindical en las fábricas. Una lucha efectiva contra el imperialismo desembocaría en la dictadura obrera, y basta esta perspectiva, por
si no hubiera otros motivos, para colocar a la
burguesía en el campo imperialista.
”Por supuesto, que la burguesía nacional sea una clase contrarrevolucionaria
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desde el punto de vista de la realización de
las grandes tareas de la nación, no significa que no tenga roces y encontronazos con
el imperialismo, llegando incluso a buscar el
apoyo de las masas trabajadoras. Pero en estos casos la burguesía no se propone liquidar
al imperialismo, sino llegar a un acuerdo más
provechoso con él. De modo que la lucha antiimperialista de la burguesía nacional tiene un
carácter ficticio y es en esencia la lucha del
competidor más débil contra el gran trust de
quien necesita”.
Resumen
El impostor dice: que según la revista Fichas la burguesía argentina es contrarrevolucionaria por ser un mero agente del capital
imperialista.
Los hechos son: la revista Fichas demuestra que –pese a sus roces y encontronazos
con el imperialismo– la burguesía argentina
es una clase contrarrevolucionaria porque
sus intereses la llevan a colocarse contra la
realización de todas las tareas en que consiste la revolución en la Argentina.
1.5 Cómo tergiversa un impostor lo que se
dice en Fichas sobre el nacionalismo de la
burguesía industrial
“Negar en consecuencia todo nacionalismo a la burguesía industrial o al movimiento
nacional burgués”.
El impostor sigue mintiendo y falsificando de un modo sorprendente. Fichas no niega
“todo” nacionalismo a la burguesía industrial
argentina. Se limita a demostrar que se trata de un nacionalismo de trocha angosta, el
cual de ningún modo se propone terminar
con el dominio imperialista –acto que implica
destruir las bases mismas del ordenamiento
capitalista de la sociedad argentina– sino tan
sólo regatear los términos en que el imperia-
lismo, en cuanto socio mayor, participa con la
burguesía nacional en la explotación del país.
He aquí lo que realmente manifiesta el artículo de Fichas acerca del nacionalismo de los
industriales:
“En resumen, la burguesía industrial argentina se halla unida al capital internacional
por mil lazos de interés económico, y sobre
todo por la solidaridad que une a todos los capitalistas contra la clase obrera, cuyas movilizaciones amenazan la propiedad privada de
las fábricas, tanto nacionales como extranjeras. Sin embargo, unidad no significa identidad
de intereses, y por cierto que entre la burguesía industrial y el imperialismo existen roces y
choques. Pero la fuente de estos conflictos no
es el deseo de la burguesía industrial de liquidar el control imperialista sobre la economía
argentina, sino su empeño en levantar murallas aduaneras contra la competencia extranjera. Es decir, la burguesía argentina, junto con
los consorcios internacionales que han invertido capital en la industria argentina, enfrenta
a los industriales imperialistas que insisten
en exportar no capitales, sino mercancías que
compiten con la industria local. Su lucha antiimperialista jamás pasó de ahí.
”¿Qué proponían los industriales a lo largo de la historia argentina desde 1890 hasta
hoy? La respuesta de Rodolfo Puiggrós, historiador seducido por la burguesía industrial, es
extremadamente reveladora. ‘Los industriales proponían –dice– el aumento de los aforos
aduaneros’. O sea que, como Juan B. Justo,
aunque en sentido inverso, eran revolucionarios de la tarifa de avalúos. Lo sorprendente
es que el mismo Puiggrós habla del ‘fuego
revolucionario’ de la burguesía argentina.
Lo único que semejante fuego podía quemar
eran las cuentas de los importadores y de los
contrabandistas, que fueron siempre y son
todavía los enemigos jurados de la industria
local. Pero las arremetidas de la burguesía
industrial contra la ley de aduanas revelan
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
justamente su absoluta carencia de impulsos
revolucionarios. Porque en un país aplastado
por el latifundio y el capital imperialista una
clase que limita su actividad a presionar en
pro de mayor protección aduanera revela no
ser otra cosa que una asociada de los latifundistas y del imperialismo.
”Por supuesto, que la burguesía nacional
sea una clase contrarrevolucionaria desde el
punto de vista de la realización de las grandes
tareas de la nación, no significa que no tenga
roces y encontronazos con el imperialismo,
llegando incluso a buscar el apoyo de las masas trabajadoras. Pero en estos casos la burguesía no se propone liquidar al imperialismo,
sino llegar a un acuerdo más provechoso con
él. De modo que la lucha antiimperialista de la
burguesía nacional tiene un carácter ficticio
y es en esencia la lucha del competidor más
débil contra el gran trust de quien necesita”.
Resumen
El impostor dice: que Fichas niega a los industriales todo nacionalismo.
Los hechos son: la revista Fichas muestra
las limitaciones del nacionalismo de la burguesía industrial, clase que no intenta eliminar al imperialismo sino obtener mejores términos en sus relaciones con las metrópolis.
1.6 Cómo tergiversa un impostor lo que
se dice en Fichas acerca de las relaciones
entre la clase terrateniente y la burguesía
industrial
“Negar, además, toda divergencia entre terratenientes e industriales”.
Tedioso es repetirlo, pero no queda otra
alternativa: el impostor miente. Lo que en
verdad se dice en Fichas es esto:
“La burguesía industrial argentina no ha
nacido desde abajo, siguiendo el largo desarrollo que va del artesanado a la gran indus-
tria, creciendo autónoma, como la burguesía
inglesa, francesa o yanqui. La burguesía industrial argentina ha nacido estrechamente ligada
a los terratenientes, como diferenciación en su
seno. Ambos sectores, industrial y terrateniente, se entrelazan continuamente, borrando los
imprecisos límites que los separan, mediante
la capitalización de la renta agraria y la territorialización de la ganancia industrial, que convierte a los terratenientes en industriales y a
los industriales en terratenientes.
”Sin embargo, sobre esa unidad general
de intereses, se produjeron muchas veces
roces en torno al problema del proteccionismo reclamado siempre por los industriales y
el librecambio, exigido a veces por los terratenientes. Digo a veces, porque es totalmente
falso que en la Argentina los terratenientes
hayan sido siempre librecambistas.
”Sin embargo, sobre la unidad general de
intereses se producían hasta 1933 algunos
roces provenientes de que los terratenientes que vendían tranquilamente sus
productos en el mercado mundial, no vacilaban en sacrificar la industria argentina
a la competencia extranjera. Los industriales en cambio demandaban protección para
la industria, pidiendo que se restringiera la
importación de mercancías, atrayendo así al
país capitales extranjeros que las producirían
aquí. En eso consistía todo su nacionalismo.
”Todo lo anterior quiere decir que si de
liquidar a la oligarquía terrateniente se trata, es preciso no contar con la burguesía industrial. Mucho es lo que une a estas clases,
social y económicamente, como para que sus
roces vayan mucho más allá del intercambio
de solicitadas a favor o en contra de la importación de tractores”.
Resumen
El impostor dice: que la revista Fichas niega la existencia de divergencias entre industriales y terratenientes argentinos.
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Los hechos son: en los artículos de Fichas
se demuestra que los múltiples roces y conflictos ocurridos entre la burguesía industrial
y la clase terrateniente transcurren dentro
del marco y sobre la base del entrelazamiento de sus intereses económicos –que llega a
ser fusión en la cúspide de ambas clases– y
de la solidaridad de sus intereses sociales, de
clases propietarias.
1.7 Cómo un impostor ignora todas las
investigaciones sobre los vínculos entre terratenientes e industriales, y cómo tergiversa
la única investigación de que oyó hablar
“La investigación realizada por el Prof.
José Luis de Imaz con el título de La clase alta
de Buenos Aires demuestra que en la llamada
oligarquía porteña ‘el 56% percibía intereses
provenientes de la renta de la tierra y el 12,8%
de la actividad industrial’. La separación económica, social y psicológica entre ambos sectores no es menos evidente…”.
La mala fe y la torpeza alcanzan aquí un
armonioso equilibrio. Diversos articulistas
han demostrado en la revista Fichas la unidad
general y el entrelazamiento de intereses entre la burguesía industrial y la clase terrateniente argentina, manejando una abundante
documentación que comprende:
Primero: las investigaciones de Adolfo
Dorfman sobre el origen y evolución de la industria argentina, cuyos resultados pueden
sintetizarse así: “La clase industrial argentina
no ha nacido libre. Depende estrechamente
de la tierra y se siente ligada con sus usufructuarios por más de un lazo de consanguinidad y semejanza. Apenas está saliendo del
cascarón, el cordón umbilical que la une a los
terratenientes es fuerte y potente”.
Segundo: el análisis biográfico de los más
importantes industriales y dirigentes indus-
triales, revelador de la elevada proporción de
industriales significativos que pertenecen a la
clase terrateniente, y en particular a la Sociedad Rural Argentina. Entre muchos otros hechos se señala la sintomática presencia en el
acta de fundación de la Unión Industrial Argentina de personajes próceres de la tradicional
clase dirigente criolla como Ayerza, Biedma,
Bullrich, Badaraco, Cambaceres, Carlos Casares, Duhalde, Huergo, Iraola, Nogués, Leonardo
Pereira, Máximo Paz, Picabea, Quirno Costa,
Santa Coloma, Sáenz Peña, Senillosa, Sansinena, Terry, Unzué, Ugarte, Urien, Uriburu…
Tercero: el análisis de la abundante participación de intereses terratenientes en la
propiedad y el control del núcleo de firmas industriales que ocupan la mayoría de los obreros y arrojan la mayor parte de la producción
industrial del país. También se constata la
elevada participación de intereses industriales en empresas agropecuarias.
Cuarto: el análisis de contenido de las publicaciones industriales y estancieriles a lo
largo de 90 años. El material obtenido puede
resumirse en las declaraciones del muy peronista presidente de la Confederación Económica Argentina (nombre primitivo de la CGE)
quien declaraba en 1949 celebrando el día de
la industria: “Son inciertas las descripciones
que frecuentemente se han hecho y se hacen
sobre oposición de ganaderos de un lado y los
industriales de otro. Por el contrario, son los
primeros el fundamento de la riqueza de los
segundos”.
De modo que las conclusiones de Fichas
acerca de la unidad entre terratenientes e industriales se asientan en el análisis de cuatro
clases distintas de hechos y documentos. A
todas estas investigaciones, desde luego, el
impostor crítico prefiere ignorarlas.
Entre los materiales analizados en Fichas
figura una encuesta que sobre La clase alta
de Buenos Aires llevó a cabo el profesor Imaz.
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El material fáctico obtenido por esta encuesta indica, como puede leerse en Fichas, que
1) ante una pregunta relativa a las perspectivas deseadas para la economía argentina,
las respuestas indicativas de una actitud
netamente industrialista quintuplicaban a
las respuestas reveladores de una actitud
netamente agropecuaria. Más aún –dice el
profesor Imaz– entre los entrevistados que
son miembros de la Sociedad Rural, “7 manifiestan opiniones exclusivamente industrialistas”; 2) sobre los 106 integrantes de
la muestra tomada por el profesor Imaz, 32
eran productores agropecuarios pertenecientes a la Sociedad Rural y 31 poseían intereses industriales. Por otra parte, de los
15 encuestados que poseen empresas donde
trabajan más de 100 personas, el 50% son
industriales, o industriales y estancieros
a la vez. Y algo más: entre los parientes y
amigos de los encuestados los industriales constituyen, a escasa distancia de los
estancieros, el núcleo más numeroso entre
quienes se dedican a actividades productivas.
Todo lo cual prueba que, en exacta oposición
a lo que afirma inescrupulosamente el crítico
de Fichas, es evidente la proximidad económica, social y psicológica entre terratenientes e
industriales.
Según lo hemos visto, toda la documentación publicada por Fichas pertenece al universo de las cosas que nuestro impostor ignora
a sabiendas, universo inmensamente grande
aunque sin duda más pequeño que el de las
cosas que ignora sin percatarse de ello. En
vez de rebatir esa documentación –hazaña
imposible, porque los hechos son duros de
roer– el tramoyista intenta mostrarse erudito trascribiendo aspectos parciales de un
trabajo citado por la propia revista Fichas y,
lo que es más, criticado fundadamente por la
revista, en una crítica a la cual desde luego el
impostor no hace mención.
Resumen
El impostor dice: que una encuesta realizada por el profesor Imaz entre la “clase alta”
de Buenos Aires –contra lo sostenido por Fichas– que los terratenientes se hallan económica, social y sicológicamente separados de
la burguesía industrial.
Los hechos son: que el entrelazamiento económico y social entre terratenientes e
industriales ha sido probado por la revista
Fichas empleando una documentación empírica e histórica que no ofrece lugar a dudas y
que el impostor no osa rebatir. En cuanto a la
encuesta mencionada por el crítico, analizada y criticada también por Fichas, confirma la
proximidad y aun la fusión entre terratenientes e industriales.
1.8 Cómo un impostor tergiversa lo que se
dice en la revista Fichas respecto a la movilidad social en la industria
“(La revista Fichas) niega toda movilidad
social en la industria… (Afirma) que la inmensa mayoría de los directivos industriales son
los mismos que dirigían la industria antes de
1946… Con la ayuda inapreciable de la Guía
de Sociedades Anónimas ofrecen las pruebas. Es conocido el hecho de que dicha Guía
no persigue un propósito científico, sino que
está destinada a las agencias de publicidad…
Pero los números empleados por estas manos indiestras demuestran sin dejar lugar a
dudas que la ‘movilidad social’ de ese período
constituyó una realidad aplastante”.
La Guía de Sociedades Anónimas –publicación benemérita para todos los investigadores y en particular para los marxistas, pues
permite develar muchos secretos de la sociedad y la política argentinas– está destinada a
todos aquellos que necesiten informaciones
sobre las sociedades anónimas existentes
en el país. Como la Guía Telefónica, esta guía
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no persigue un propósito “científico” sino un
propósito informativo que cumple adecuadamente. Resulta pues un instrumento imprescindible para la investigación científica de las
clases dominantes argentinas.
Un investigador que publicó su trabajo en
Fichas realizó la siguiente tarea: revisó la Guía
de 1946 y contó los directores allí existentes:
eran 7.000; luego tomó la Guía de 1960 y contó los directores: eran 43.000. Después cotejó
ambas listas y observó que la totalidad de los
directores de sociedades existentes en 1946
permanecen en sus puestos en 1960 –es decir, agregamos nosotros, no fueron afectados
por la llamada “revolución peronista”. Por otra
parte, investigando una muestra de 100 directores de sociedades anónimas, el colaborador
de Fichas demostró lo siguiente: “Las grandes
sociedades anónimas, las situadas estratégicamente en la economía argentina, tienen en
1960 prácticamente los mismos directorios
integrados por las mismas personas que 15
años antes. En este sentido, es sumamente
significativa la proporción de un director advenedizo por cada director clásico en las empresas que cuentan con un capital de más de
20 millones de pesos. Máxime si se considera
que 15 años es tiempo suficiente para que se
lleve a cabo una apreciable renovación generacional… Se puede afirmar entonces que del
estudio de los directores de las sociedades
anónimas en el período 1946-1960 no surge
la evidencia, ni indicios, de que haya existido
movilidad social ascendente hacia y/o dentro
de la clase empresaria”.
Obsérvese que el articulista de Fichas
pone límites precisos a sus conclusiones
destacando que sólo son válidas en lo relativo
al sector empresario abarcado por la Guía de
Sociedades Anónimas. Sin embargo, pese a
que nuestro increíble crítico finge ignorarlo,
no es solamente del estudio de la Guía de Sociedades Anónimas de donde surge que existió escasa o nula movilidad social ascendente
dentro de la clase empresaria. Una encuesta
sobre “El empresario industrial en la Argentina”, realizada por el Centro de Investigaciones Económicas del Instituto Torcuato Di Tella
y analizada también en Fichas indica que no
existe evidencia de que los actuales grandes
empresarios hayan ascendido desde un tramo más bajo de la pirámide social.
Otro investigador que colabora en la revista Fichas, analizando los censos industriales de 1937 en adelante demuestra que “los
establecimientos más pequeños –ocupan
entre 10 y 25 obreros– duplican las cifras de
obreros entre 1937 y 1946, y aumentan sólo
un 11% entre 1946 y 1954. El grupo de establecimientos que ocupa de 26 a 50 obreros
señala el mismo fenómeno: crecimiento entre 1937 y 1946, estancamiento entre 1946
y 1954. Por su parte, el sector que agrupa
establecimientos con 50 a 100 obreros es el
único donde se advierte una disminución absoluta del número de establecimientos tanto
como del número de obreros ocupados. Las
cifras prueban que es casi imperceptible el
número de establecimientos pequeños que
pueden llegar a ser grandes y siguen creciendo. Por supuesto, algunos talleristas lograron convertirse en grandes industriales,
pero se trata de casos aislados, carentes de
significación estadística”. En efecto, los censos industriales revelan que: “No se ajusta a
los hechos la afirmación de que la burguesía industrial argentina es el producto de un
aluvión de pequeños talleres nacidos durante la Segunda Guerra Mundial. Los establecimientos fundados antes de 1935 aportan el
54% de la producción total”.
Resumen
El impostor dice: que en la República Argentina “la burguesía industrial se desarrollaba caóticamente, un operario se asociaba
con otro, montaba un pequeño taller, se expandía, se hacía burgués”.
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Los hechos son: que según los censos industriales preperonistas, peronistas y posperonistas, y según la evidencia concurrente de
todas las investigaciones realizadas, es falsa
la afirmación según la cual los grandes industriales argentinos son ex pequeños talleristas enriquecidos. La multitud de pequeños
talleres que evolucionaron hasta convertirse
en grandes fábricas no pasa de ser un mito.
1.9 Cómo tergiversa un impostor lo que se
dice en Fichas acerca de la significación de las
sociedades anónimas en la industria argentina
“La revista Fichas finge considerar que
la industria argentina sólo puede concebirse
bajo la forma de Sociedad Anónima. ¡Qué honestidad científica! Dejan a un lado sigilosamente… (a) la pequeña y mediana empresa”.
“Honestidad científica”. En la pluma de
nuestro crítico impostor estas palabras suenan como invocaciones a la castidad en labios
de una cortesana. Desde luego, al investigar
a las sociedades anónimas los colaboradores de Fichas comienzan por puntualizar
que “Sociedad Anónima es la forma jurídica
que adoptan casi sin excepción las grandes
empresas industriales argentinas. Este hecho permite considerarlas –dentro de ciertos límites– como una buena muestra de los
sectores decisivos de la industria. ¿Es esta
una consideración arbitraria? El Censo Industrial peronista de 1954 da la respuesta:
las sociedades anónimas ocupan el 34% de
la producción industrial argentina. En cuanto
a la pequeña y mediana empresa, Fichas no
la “deja de lado sigilosamente” como pretende nuestro sigiloso impostor; se limita a señalar que esas empresas, propietarias de 94
de cada 100 establecimientos industriales, en
conjunto, pese a ser decenas de miles, producen menos que los 234 establecimientos que
ocupan al 32% de la clase obrera.
Resumen
El impostor dice: que los colaboradores
de Fichas proceden con deshonestidad identificando toda la industria argentina con las
empresas organizadas en forma de Sociedad
Anónima.
Los hechos son: en Fichas se dice textualmente que las S.A. son –dentro de ciertos
límites– una muestra representativa. No de
toda la industria, sino de los sectores decisivos de la industria.
1.10 Cómo tergiversa un impostor lo que
se dice en Fichas acerca de la dependencia
de la industria argentina respecto al capital
imperialista
“Atribuir a la industria argentina una dependencia completa del capital imperialista”.
Como el lector ya habrá imaginado, el
impostor miente. La revista Fichas en lugar
alguno atribuye a la industria argentina una
“dependencia completa del capital imperialista”. La revista Fichas demuestra algo distinto
pero palpablemente cierto: el capital extranjero es el principal capitalista industrial de
la soberana República Argentina “nuestra
patria”; en consecuencia, el sector más poderoso del capitalismo industrial argentino está
compuesto por extranjeros que viven fuera
del país y sólo se interesan en el desarrollo
nacional para explotarlo. El lector hallará en
Fichas los siguientes conceptos:
“El número de empresas industriales que
producen para el mercado interno argentino
y a las cuales en la actualidad (es decir, sin
revisar los archivos de todas las empresas)
es posible descubrirles conexiones con el
capital internacional oscila alrededor del
medio millar. Cantidad insignificante si se
la compara con las decenas de miles de establecimientos industriales que hay en el
país. Los profesores adocenados por la bur-
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guesía imperialista o nacional utilizan precisamente esta comparación para demostrar
que la importancia del capital extranjero en
la industria argentina es insignificante. Pero
mienten, puesto que ignoran de intento la
ley de concentración y centralización del capital, que actúa con fuerza particular en la
industria argentina y origina una situación
en la cual el capital financiero internacional posee o controla sólo un pequeñísimo número de establecimientos, que son
los que ocupan la mayoría aplastante de los
obreros y arrojan la mayoría aplastante de
la producción.
”Y estas son las empresas que controla
el capital internacional, quien no controla
el mayor número de empresas industriales
en general, pero posee la mayor parte de las
grandes empresas, que marcan el ritmo de
cada industria, que cuentan miles de obreros
y producen el grueso de la producción industrial del país.
”Para ilustrar lo que significa la concentración y centralización del capital, observaremos que, por ejemplo, un solo consorcio
internacional (Fabril Financiera) emplea tantos obreros como 12.000 establecimientos
nacionales y su capital asciende a tanto como
tres veces el producto anual de 28 mil establecimientos nacionales. En su conjunto, la
industria argentina presenta una situación
similar en rasgos generales a la descripta
recientemente en la industria minera por la
Unión Minera Argentina. Existe la gran empresa, en su mayoría con capital extranjero, que
posee gran desarrollo técnico y está altamente mecanizada; existe la mediana empresa
constituida por capital argentino con desarrollo técnico; pero existe también la pequeña
empresa, con precarios medios económicos
y sin ninguna mecanización. Corresponden al
primer tipo el 77% de la producción, al segundo el 20% y al tercero un mezquino 3% (La
Nación, enero 3, 1956).
”Su concentración en grandes empresas
otorga al capital internacional un peso específico aplastante en el conjunto de la industria.
‘La influencia de una gran compañía –afirma
la obra clásica sobre el tema de la concentración y centralización del capital– se extiende
mucho más allá de las inversiones bajo su
control. Las pequeñas empresas que compran o venden a las grandes compañías son
influenciadas por ellas en mucho mayor grado
que por las restantes pequeñas empresas. En
muchos casos la sostenida prosperidad de las
compañías pequeñas depende del favor de las
grandes y casi inevitablemente los intereses
de las últimas se convierten en los intereses
de las primeras’ (Berle y Means, The Modern
Corporation, Nueva York, 1934, p. 33)”.
Resumen
El impostor dice: que según la revista Fichas la industria argentina depende “completamente” del capital extranjero.
Los hechos son: en Fichas se demuestra
que el capital financiero internacional posee
o controla sólo un reducido número de empresas industriales, pero esas empresas son
las decisivas en cada rama de la industria por
el monto de su capital, el volumen de su producción y el número de obreros que ocupan.
1.11 Cómo tergiversa un impostor lo que se
dice en Fichas acerca de la política imperialista frente a la industrialización del país
“La revista citada juzga que las grandes
empresas imperialistas ‘ven complacidas la
pseudoindustrialización porque ella origina
una creciente demanda de esos productos’…
Todo el país conoce los resultados de la ‘complacencia’ imperialista por nuestra industrialización, a la luz del millón de desocupados
que la política imperialista ha producido en los
últimos años”. (Mayúsculas nuestras, MP.)
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Resulta molesto seguir desmenuzando y
poniendo en evidencia las imposturas del crítico, pero ¿qué remedio queda, si su capacidad y su disposición para falsificar los hechos
ante las narices mismas del lector no reconocen límite alguno? Si el lector coteja las dos
palabras destacadas en mayúscula, advertirá
sin dificultad que mientras la revista Fichas,
en el párrafo imprudentemente transcripto
por el impostor, dice que las empresas imperialistas ven complacidas la pseudoindustrialización, el crítico pasa con absoluta
impavidez a polemizar angelicalmente con
Fichas, como si esta afirmase que el imperialismo ve complacido la industrialización
del país. ¿Es que acaso “pseudoindustrialización” es lo mismo que “industrialización”?
La mayor parte del primer número de la revista Fichas está dedicada precisamente a
plantear y demostrar la diferencia sustancial
entre “industrialización” o revolución industrial y la “pseudoindustrialización” o injerto
de fábricas y talleres en un país atrasado, y a
demostrar cómo la estructura del imperialismo permite la pseudoindustrialización pero
impide la industrialización.
He aquí, textualmente, lo que la revista Fichas manifiesta al respecto en el artículo titulado “Imperialismo e industrialización de los
países atrasados”:
“Las metrópolis cierran el paso a la industrialización del país.
”Sin una política monopolista, el capital financiero no puede contrarrestar el descenso
de la cuota de ganancia. Consecuencia y causa de ello es el esfuerzo del capital financiero
por mantener y acrecentar la desigualdad de
desarrollo de las diversas ramas de la economía dentro de la nación y, en escala internacional, entre las distintas economías nacionales. Un trust obtiene su superganancia
impidiendo la difusión a toda la economía de
los adelantos tecnológicos; la industria pesada logra sus superganancias trabando el de-
sarrollo de la industria mediana. La industria
en su conjunto esquilma a la agricultura. En
escala internacional, las metrópolis estrangulan el desarrollo de los países atrasados, los
esquilman, y obtienen así una superganancia.
La esencia misma del imperialismo implica la
utilización de las diferencias de nivel que existen en el desarrollo de las fuerzas productivas
de los distintos sectores de la economía mundial, con el fin de asegurar la totalidad de la ganancia monopolizada. Diferencias de nivel que
se mantienen aunque en los países atrasados
surja una industria, si esta es incapaz de elevar la productividad de la economía nacional
en su conjunto.
”La pseudoindustrialización deja en pie la
explotación imperialista.
”Evidentemente, el imperialismo tiene interés en mantener nuestro atraso. Tiene interés en perpetuar las relaciones de propiedad
que perpetúan el atraso. Y siendo la industrialización inseparable de la subversión de esas
relaciones de propiedad, el imperialismo se
opone inexorablemente a la industrialización
del país. Esto no es un silogismo: es toda la
historia del siglo xx. Ni en la Argentina ni en
ningún país atrasado hay industrialización posible sin liquidar las fuentes mismas de las superganancias imperialistas.
”Sin embargo, eso no significa que mientras
no se libre de la explotación imperialista la Argentina permanezca estacionaria, en un atraso siempre igual a sí mismo. Evidentemente,
aunque sigue siendo un país atrasado, aunque
continúa sujeta a la explotación imperialista, la
Argentina no está igual hoy que hace cincuenta
años. Y la mayor diferencia entre la realidad
actual de nuestro país y la de comienzos de
siglo estriba, precisamente, en la aparición
de una industria fabril, en ese proceso que
hemos denominado pseudoindustrialización.
¿Qué repercusiones tiene este fenómeno sobre el imperialismo? ¿Acaso significa ‘el fin
del imperialismo’?
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”En realidad, la pseudoindustrialización
del país no perjudica al imperialismo, porque
deja en pie el atraso, que es la fuente de las superganancias imperialistas. La pseudoindustrialización perpetúa constantemente, eleva
a nuevos planos y recrea sin cesar el atraso
del país. Al hacerlo, perpetúa los desniveles
de la economía mundial de donde brotan los
superbeneficios monopolistas del imperialismo. Por ello, en lo fundamental, nada tiene
que temer el imperialismo de la pseudoindustrialización”.
El impostor crítico de Fichas ha expuesto
reiteradamente la teoría según la cual el crecimiento industrial de los países atrasados
“expresa el fin del imperialismo” pues el “desarrollo industrial restringe el mercado” para
las exportaciones imperialistas y “en una sociedad dominada por el imperialismo y cuyo
mercado mundial solvente es cada vez más
restringido, la industrialización de los países
coloniales y semicoloniales es un ataque directo a los superbeneficios de las metrópolis
explotadoras”.
Todas estas inexactitudes se desmentían
así en Fichas:
“¿Pérdida de mercados?
”En esencia toda la teoría sobre el ‘fin’ del
imperialismo a consecuencia del desarrollo
industrial de los países atrasados consiste en
esa trasnochada vulgaridad de tendero según
la cual el surgimiento de fábricas en los países atrasados perjudica al imperialismo porque le resta mercados. Es decir, si la Argentina
fabrica telas no importará telas de Inglaterra,
si fabrica heladeras no comprará heladeras
en Estados Unidos, etc. Esta es sólo una verdad a medias, o sea una falsedad completa.
Algunos sectores imperialistas se ven perjudicados por la aparición de una competencia
en la Argentina. La industria textil inglesa, por
ejemplo, perdió su mercado a consecuencia
de la expansión de la industria textil en la Argentina, y se opuso a ella hasta último mo-
mento. Sin embargo, el crecimiento industrial
del país expande el mercado para otros sectores imperialistas, que son justamente los más
poderosos, y los que cada vez imprimen más
el sello de su propia política a la política general del imperialismo. Las industrias imperialistas que producen medios de producción,
y las industrias imperialistas que producen
bienes de consumo durables (aparatos eléctricos y automóviles, por ejemplo) ven complacidas la pseudoindustrialización, porque
ella origina una creciente demanda de esos
productos. Así lo han confirmado infinidad
de investigaciones acerca de los efectos que
ejerce sobre la industria imperialista la aparición de industrias en los países atrasados. Y
eso surge a simple vista al observar cómo las
compras de los países atrasados en las metrópolis imperialistas crecen paralelamente
al avance de su pseudoindustrialización”.
Pero para el torpe crítico de Fichas no existe diferencia entre industrialización y pseudoindustrialización. Según él, el crecimiento
de la industria manufacturera ocurrido en la
Argentina es una verdadera revolución industrial, una “genuina” industrialización. Y ante
este proceso –dice– el imperialismo no muestra complacencia alguna, como lo prueba el
“millón de desocupados que la política imperialista ha producido en los últimos años”. ¡Un
verdadero argumento científico! Abstengámonos por ahora de desinflar la imaginación
del impostor y aceptemos la cifra de un millón de desocupados. La apelación emocional
a la tragedia de esa masa sufriente es apenas
un barato coup de théatre. Como decía Lenin,
“interrumpir una discusión teórica sobre una
cuestión teórica con gritos de agitador es una
manera de proceder que ya hemos observado, pero es una mala manera”.
En verdad, la actitud de las grandes empresas imperialistas ante la industria argentina es en efecto de complacencia, tal cual afirma y demuestra la revista Fichas. ¿Pruebas?
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Las hay por millones de contantes dólares y
libras. Concretamente, la política imperialista
en “los últimos años” a que alude el crítico con
su precisión característica se traduce en: 1)
270 millones de dólares invertidos en el país
entre julio de 1958 y mayo de 1960. ¿Destino? 47% a la industria química –fundamentalmente petroquímica–, 26% a la fabricación
de automóviles y camiones, 10% a derivados del petróleo; 2) 186 millones de dólares
de maquinarias importadas en 1963-64 por
inversiones directas. ¿Destinos principales?
Industria automotriz (70 millones), producción de acero (45 millones); 3) 345 millones
de dólares de maquinaria a importarse mediante préstamos acordados por AID (Agency
for International Development), BID (Banco
Interamericano de Desarrollo), BIRF (Banco
Internacional de Reconstrucción y Fomento),
CFI (Corporación Financiera Internacional) y
Eximbank (Banco de Importación y Exportación). Destinos principales: energía eléctrica,
petroquímica, acero.
Los nombres de los prestatarios lucen
como un catálogo de lo más distinguido de
la industria argentina, grande, mediana y pequeña: Celulosa Argentina, Cristalerías Rigolleau, La Papelera del Plata, General Electric,
John Deere Argentina, Industrias Petroquímicas Koppers, Acinfer, Siat, Talleres San Justo,
Cía. General Papelera de Buenos Aires, La Papelera Argentina, Neumáticos GoodYear, Cía.
Sudamericana de Cemento Portland, RYCSA,
Acindar, Duranor, Dálmine Safta, Industrias
Kaiser, Atma, Schcolnick, Noel y Cía., Cía.
Argentina de Maderas Industriales, Hazan,
Pitchon y Cía., Siam di Tella Automotores, Fábrica Argentina de Alpargatas, S.A. Industrias
Algodoneras, Manufacturera Forti, Papelera
Hurlingham, Molinos Río de la Plata, Metalúrgica Tandil, Fábrica Argentina de Telas Engomadas, Metalúrgica Bahía Blanca, Industrias
Plásticas y Electrónicas de Córdoba, La Bernalesa, Fibrolin S.A., Cía. Metalúrgica Argenti-
na, Virgilio Fossati, La Emilia, Establecimiento
Textil Oeste, Textil del Plata, Cristalería Maioboglas, Industrias Colchones y Anexos, Campomar S.A., Fábrica Argentina de Tejidos La
Unión, Fábrica de Manteca Sancor, Productex.
Alpesa, Halifax Argentina, The American Rubber, Buxton Ltda., Iggam, Establecimientos
Metalúrgicos Santa Rosa… y sería tedioso
continuar la enumeración.
En síntesis, pues, sin investigar en profundidad, ateniéndonos solamente a las inversiones públicas y notorias, que “todo el país
conoce” pues han sido declaradas en publicaciones al alcance de todo el mundo, tenemos
que la “política imperialista en los últimos
años” ha consistido en colocar 615 millones
de dólares en la industria argentina. Pero si
se investiga un poco más a fondo, y se toma
en cuenta la información de que dispone el
Banco Central, las cifras son aún más reveladoras: en “los últimos años” los capitalistas
extranjeros prestaron a la industria argentina
1.155 millones de dólares. Estos préstamos
imperialistas, sumados a las inversiones imperialistas en la industria petrolera, permitieron que en 1961 la industria importara maquinaria por 661 millones de dólares, la cifra
más elevada de la historia. ¡Extraño modo de
desmantelar una industria! Si la política imperialista no es complaciente hacia la industria argentina sino que consiste en desmantelarla y llenar al país de desocupados –tal el
delirar de nuestro impostor– cabe preguntarse a qué se parecerá una política imperialista
complaciente.
Por lo demás, siempre ateniéndonos a la
información que “todo el país conoce” –excepto el impostor que nos critica–, la complacencia de las grandes empresas imperialistas
por la instalación de fábricas en la Argentina
–es decir, por la pseudoindustrialización– se
advierte con sólo anotar los nombres de las
empresas decisivas en las ramas decisivas
de la industria argentina. Automotores: Kaiser,
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General Motors, Ford (45,6% de las ventas
de la industria), Fiat, Peugeot, Di Tella, British Motors, Citröen, DKW, Isard (44,7% de las
ventas), Mercedes Benz. Siderurgia: Acindar,
Tamet, Santa Rosa, Cantábrica, Siderca –todas fusionadas con el capital imperialista– y
Somisa, controlada desde el directorio por
las anteriores y financiada por el Eximbank.
Petroquímica: Cabot, Ipako, Monsanto, PASA
(US.Rubber, Continental Oil, Cities Service,
Witco Chemical, Fish International), Duperial,
Atanor, Duranor (Atanor-Hooker Chemical),
Govanor (Atanor-BF Goodrich-RT Vanderbilt),
Casco (Borden Belchetz), Petrosur (American
and Foreign Power Co., Shell, Koppers). Industria pesada: Materfer (Fiat Concord, Grandes
Motores Diesel (Fiat-Concord), MAN, Koerting,
Stork, A.V.D., Perkins, Dálmine, Siat… Y remitimos al lector al número 1 de Fichas para
completar el cuadro.
En cuanto al “millón de desocupados” que
nuestro impostor atribuye al “desmantelamiento” de industrias, digamos tan sólo que
en 1954 –último censo industrial peronista–
había en el país 1.055.496 obreros. Así pues,
si aceptamos las cifras del impostor crítico
de Fichas, arribamos a este resultado: prácticamente todos los obreros argentinos están sin trabajo y todas las fábricas se hallan
cerradas.
Resumen
El impostor dice: que es falsa la tesis de la
revista Fichas según la cual las grandes empresas imperialistas ven complacidas la instalación de fábricas en la Argentina. Según él,
la política imperialista consiste en desmantelar la industria argentina.
Los hechos son: la política imperialista
consiste en invertir capital en la industria
argentina ya existente y en levantar nuevas
fábricas, hechos estos documentados por la
revista Fichas y notorios para todos los habitantes del país capaces de leer los diarios.
1.12 Cómo un impostor manosea el pensamiento de Lenin. Opinión de Lenin sobre los
Jorges Abelardos Ramos
“Redactan la revista Fichas y agobian al
lector con especiosas estadísticas… La recomposición de estadísticas sobre bases de
diversas fuentes, de años distintos, de pesos
de valor diferente, ha dado nacimiento a un
arte que más se vincula con la ficción literaria que con la investigación responsable. Sus
resultados están a la vista…, la pura enunciación de estadísticas nada evidencia, puesto
que la política es la ‘expresión concentrada
de la economía’, según Lenin”.
A la vista está la ejemplar desfachatez del
impostor. Los investigadores que publican en Fichas comienzan sus artículos con un título que
dice: “La carencia de información estadística dificulta el estudio de la industria argentina”; señalan
que se ciñen al uso de aquellas estadísticas que
pueden manejarse con cierta seguridad; subrayan que, dado sus múltiples limitaciones, las estadísticas empleadas tienen un valor indicativo,
para marcar tendencias y efectuar comparaciones globales entre períodos; controlan, verifican
y confirman la realidad de las tendencias indicadas por la estadística mediante una sustanciosa
masa de información cualitativa –en su mayor
parte consistente en testimonios directos aportados por la burguesía industrial– que compensada y resumida al máximo abarca 6 páginas de
la revista en apretado cuerpo ocho. Y –¿hace falta mencionarlo?– desde luego los investigadores de Fichas han tomado las providencias numéricas necesarias para “convertir los valores
de producción indicados en los censos a pesos
de valor constante”.
En fin, el conocimiento de las limitaciones
de toda estadística en general, y de las argentinas en particular –conocimiento que no
es más que la otra cara de su respeto por la
ciencia de la estadística– es tal dentro de los
investigadores de Fichas que en el segundo
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
número de la revista, a raíz de algunas cifras
del Consejo Nacional del Desarrollo, se apresuraron a publicar un medular trabajo de Oskar Morgenstern titulado “Quien comienza a
contar comienza a errar”.
Pese a todo esto, o mejor dicho, por todo
esto, el impostor crítico no es capaz de apuntar específicamente ni un solo error, ni un
solo tratamiento incorrecto de los datos, ni un
solo dato falso, en los 39 cuadros y gráficos
estadísticos, y las 80 páginas de información
estadística que contiene la revista Fichas. En
cambio, con señorial mala fe, afirma que las
estadísticas de Fichas son “especiosas”. Como
acabamos de ver, miente también en eso.
No satisfecho por sus anteriores imposturas, el impostor manosea con insolente ramplonería el pensamiento de Lenin, y procura
utilizar la sustanciosa fórmula leninista según
la cual “la política es la expresión concentrada
de la economía” para respaldar esa circense
tontería de que “la pura enunciación de estadísticas nada evidencia”. Desde luego se –usemos un eufemismo– “equivoca”. Incluso la pura
enunciación de estadísticas puede revelar mucho. Por ejemplo: una estadística revela que
entre 1946 y 1954 –censos peronistas– la ocupación obrera creció sólo 11% y la producción
industrial apenas 17%; en cambio entre 1937 y
1946 la ocupación creció 75% y la producción
62%. Esta estadística desnuda demuestra de
modo puro que es pura fantasía la afirmación
de nuestro purísimo impostor según la cual “la
década peronista vuelca hacia la industrialización todos los recursos del país”. En cuanto a
Lenin, toda su obra acredita una fuerte predilección por ese hábito de investigación científica que el crítico de Fichas denomina “agobiar
al lector con estadísticas”. A Lenin pertenecen
estas palabras, que dedicamos piadosamente
a los impostores que se sienten demolidos por
“la estadística revista Fichas”: “Es muy común
la introducción de cualquier contrabando bajo
la bandera de frases comunes. Creemos por
lo tanto que un poco de estadística no estará de más… Hechos exactos, hechos indiscutibles: he aquí lo particularmente insoportable
para esta clase de escritores (¡Hola! También
en tiempos de Lenin había jorges abelardos
ramos. MP) y lo verdaderamente necesario, si
uno desea orientarse con seriedad en el complejo y difícil problema, a menudo enredado
con toda premeditación… Partiendo de estas
premisas, hemos resuelto comenzar con estadísticas, conscientes de la gran antipatía
que suelen provocar en algunos lectores y
escritores, quienes prefieren la ‘noble mentira’ a las ‘bajas verdades’; por su afición a pasar,
bajo la bandera de meditaciones ‘generales’,
contrabando político sobre internacionalismo,
cosmopolitismo, nacionalismo, patriotismo,
etc.”. El crítico de Fichas puede enorgullecerse:
ha sido retratado por Lenin. El retrato se halla
en un trabajo titulado “Estadística y sociología”.
(Lo sabemos y no podemos evitarlo. Ese título
de fuertes matices anglosajones, y el británico The Statesman’s Year-Book empleado por
Lenin como fuente de información, disgustan
intensamente al crítico de Fichas. Pero le pedimos que sea clemente con Lenin, quien no
tuvo la suerte de ser instruido por Arturo Jauretche acerca del veneno imperialista que se
esconde en el idioma inglés…).
Resumen
El impostor dice: que los colaboradores de Fichas manejan con falsedad estadísticas falsas.
Dice, además, que las estadísticas en sí mismas
nada evidencian –y cita en su apoyo a Lenin.
Los hechos son: el impostor no indica específicamente ni un solo dato –estadístico, ni
de otra índole– que sea incorrecto, ni un solo
tratamiento estadístico falso, en los 39 cuadros y 80 páginas de Fichas. Y no podría hacerlo. En cuanto a Lenin, afirma textualmente
que a los escritores embusteros hay que sepultarlos bajo estadísticas y hechos exactos.
(…)
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1956 - 1966
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Divulga una filosofía de la historia según
la cual la Argentina es –gracias a Rosas, Roca,
Yrigoyen y Perón– una gran nación moderna
de la cual hay sobrados motivos para estar
satisfechos.
¿Sabe usted quién es este escritor? Entérese leyendo la continuación del presente artículo en el próximo número de Fichas.
Fuente: Milcíades Peña, Víctor Testa, Gustavo Polit,
“Industrialización, burguesía industrial y marxismo (una
crítica a ‘Fichas’ y una respuesta con fines educativos)”,
en Fichas de Investigación Económica y Social, año 1, N°4,
diciembre de 1964, pp. 58-81.
Gentileza Archivo Fundación Augusto y León Ferrari - Arte y Acervo
Adivinanza con fines educativos
Existe en la Argentina un escritor político que:
En septiembre de 1955 aclamó al Ejército
como defensor “hasta el fin” del Estado peronista y afirmó que sólo en la fantasía de los
opositores era concebible una insurrección
de la Marina.
En el período 1958-62 apoyó la política petrolera del Dr. Frondizi por ser una política “de
emancipación nacional”.
En 1960 aclamó al General Eisenhower,
presidente de los Estados Unidos, como aliado de la “emancipación nacional” argentina.
En sus diversas obras sostiene que Industrias Kaiser y las compañías petroleras norteamericanas son puntales de la independencia económica argentina.
Civilización occidental y cristiana,
de León Ferrari, 1965, yeso,
madera y óleo, 200 x 120 x 60
cm. Colección Alicia y León
Ferrari, Buenos Aires.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
INSÓLITO
PARAGUAY
POR LEÓN POMER
Este artículo constituye una de
las primeras intervenciones
de León Pomer sobre un asunto
que luego recorrerá toda su obra:
la guerra contra un Paraguay
que desarrollaba un proyecto
económico, social y político
con márgenes de autonomía
hacia mediados del siglo xix.
Entre los textos poéticos de La
Rosa Blindada, Pomer escribe
una serie de notas históricas
sobre dicha contienda y sus
consecuencias, lo que muestra
la apuesta de la revista por
intervenir no sólo dentro del
campo poético y literario, sino
también del político. 10) La fuerza del Paraguay
Ya se va viendo cuál es. Algunos que no se empeñaron en cerrar los ojos también la vieron en
su momento. En 1825 la vio Correa da Cámara,
enviado brasileño ante el Dictador; sus palabras afirmaron que el Paraguay es, “sin contradicción”, la primera potencia de América del
Sur con exclusión del Brasil. También ya lo iban
advirtiendo los ingleses, excelentes sabuesos
tratándose de detectar riquezas. En el mismo
1825 el representante diplomático de los Estados Unidos en Buenos Aires, John Murray Forbes, escribe a su superior en Washington que al
señor Parish, representante de la Gran Bretaña
en Buenos Aires, “se le ha ofrecido concertar
un tratado comercial con el tirano Francia y
asegurar a los comerciantes ingleses los primeros y más ricos frutos de un excelente comercio”. Ya es la tierra guaraní un bocado apetecible. ¡Cómo sería cuarenta años después, al
estallar la guerra! Y si bocado apetecible ya entonces, agregaré que también lo era indigesto
para algunos. El mismo Forbes informa en nota
del 22 de mayo de 1824 dirigida a Washington,
que “un respetable número de ingleses que se
aventuraron a ir, no han podido abandonarlo…”.
Lo que no implica afirmar que Gaspar Rodríguez de Francia fuera enemigo del comercio
con Inglaterra; sí, en cambio, de que cayera en
manos de comerciantes particulares: o monopolio estatal del comercio exterior o nada, era
su pensamiento. Sabía que alentar el engorde
de una burguesía comercial vernácula asociada
a intereses británicos, permitiendo que estos
últimos asentaran sus reales en el Paraguay
era cavar la fosa de la independencia nacional.
Este pecado, imperdonable para los liberales a
ultranza, no le sería perdonado jamás. Sencillamente, Francia supo que en las condiciones
del Paraguay de su tiempo no había lugar para
que una burguesía comercial –que forzosamente haría sus ganancias comerciando con
las grandes potencias europeas y los Estados
Unidos– actuara con sentido nacional. Pretendía que el Estado sustituyera esa ausencia. Esa
es la formidable singularidad de su política.
Que haya prescindido de un poder legislativo
refleja seguramente el carácter embrionario
de la burguesía rural que se iba gestando lentamente en un país atrasado y mediterráneo. Y
(SELECCIÓN)
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si eso le reprochan sus críticos liberales, será
porque prefieren ignorar que otras legislaturas –como sin duda la del Brasil esclavista–
eran fruto de elecciones fraudulentas donde
el pueblo jugaba papel alguno. Se le importó
a Francia tres rábanos la hueca formalidad de
un congreso digitado, que bien lo pudo tener.
Y si con esa ausencia se pretende explicar algún achaque de melomanía o algún ejercicio de
violencia puede que no gratuito, explíquese por
qué tal cual legislatura argentina o uruguaya
o brasileña no evitó la guerra civil, la violencia
contra el pueblo o la explotación más ruin de
millones de esclavos.
De él han dicho de todo. Ya vimos que Mitre le colgó el supremo sambenito de tirano
más cruel y sangriento que los de la antigüedad. Alguien dice por ahí que fue un solterón
neurótico y solitario. Los de más allá fueron a
hurgar en su tumba: sus huesos se han perdido, o acaso arrojados al azar por la mano
vengadora y vinieron a fecundar la noble tierra paraguaya. Pero es obvio que en López
padre e hijo Francia cobró una nueva vida. De
él puede decirse que siguió viviendo.
11) El sucesor
Se llama Carlos Antonio López, es abogado
y reputado latinista. Seguirá la política de su
predecesor. El sector estatal de la economía es
reforzado: habrá más “estancias de la patria”.
Los arbustos de yerba mate son nacionalizados; con ellos los árboles que producen maderas para la construcción. En 1854 salen del
país 80.000 yardas superficiales de madera; el
gobierno exporta 50.000. Pero los particulares
que han actuado como exportadores lo hacen
únicamente con permiso oficial. Entretanto, un
decreto del mismo año prohíbe a los extranjeros comprar tierras. En 1842 Carlos Antonio
introduce reformas al régimen agrario de los
pueblos de indios; seis años después la tierra
comunal es declarada propiedad del Estado.
Continúan las facilidades para que las gentes
de pocos recursos accedan a la tierra. Una
parte de los indios deviene campesinos libres
y otra, proletarios obligados a vender su fuerza
de trabajo. Las antiguas comunidades indígenas se disuelven.
El caballero Henderson, cónsul de Su Majestad Británica, le notificará a su superior
en Londres, en 1855: “La mayor parte de la
propiedad rural es propiedad del Estado. Las
mejores casas de la ciudad pertenecen al gobierno, y este posee valiosas granjas de cría
y agrícolas en todo el país”. Sin duda, absolutamente desconsolador. Y encima contradictorio, para la mentalidad libre empresista
de Henderson y algunos colegas suyos. Acaso
para míster Edward August Hopkins, cónsul
de los Estados Unidos, que ya en 1846 le escribe a Rosas que el Paraguay es “la nación
más poderosa del nuevo mundo, después de
los EE.UU.”, aseverando a continuación “que
su pueblo es el más unido, y que el gobierno
es el más rico que el de cualquiera de los Estados de este continente”. Los hechos están
ahí y deben ser aceptados. Aunque desconsuelen y desconcierten a quien los observa.
En el “Mensaje” que López lee ante el Congreso en 1857, anuncia: “Se está preparando
la construcción de otros vapores para que el
Arsenal esté siempre ocupado. Al efecto, se ha
mandado comprar en Europa y ya se halla en
este puerto, el número de máquinas que por
ahora se considera bastante para facilitar la
navegación de nuestros ríos con vapores”. El 2
de julio es botado el vapor Iporá de 226 toneladas, íntegramente construido en los astilleros
de Asunción. La flota fluvial y de ultramar alcanza a 11 buques de vapor y unos 50 veleros.
Paraguay construye ferrocarriles, telégrafos, astilleros, fábricas de pólvora; la fundición
de hierro de Ibicuy, instalada en 1850, provee
de armas al ejército y de implementos agrícolas a los campesinos. Se establecen fábricas de
papel, loza, azufre y tintas. En su “Mensaje” de
1857 alude López al Chaco; menciona que allí
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
se extrae el salitre y se explotan caleras; en el
Chaco hay obrajes de madera y de artículos de
loza. López contrata técnicos extranjeros. Pero
el capital es paraguayo. En todos los casos. El
ingeniero inglés James Parkinson recibe el encargo de construir la vía férrea entre Asunción
y Paraguarí: 72 kilómetros. El camino de hierro
a Trinidad es planeado y dirigido por el ingeniero inglés Pablo Thompson; se inaugura en
1861. Un técnico alemán instala el telégrafo y
otro inglés, Whitehead, levanta un arsenal para
construcciones y reparaciones navales.
Entretanto, a la muerte de Carlos Antonio
López el poder va a manos de su hijo Francisco
Solano. Continúa la obra progresista. En 1862
dice en su “Memoria” al Congreso Extraordinario, que la vía férrea a Villa Rica es construida
con dinero del tesoro nacional: las empresas
mercantiles, “las más de las veces entran en
estas especulaciones sobre la base de un
agiotaje poco ordenado” (8-428). López hijo
desconfía del capital privado no menos que su
padre y que Francia. Pero el Paraguay avanza
y se coloca a la cabeza de las naciones de esta
parte de Sud América. La materia prima nacional es explotada cada vez más. Con algodón y
caraguatá (ananá silvestre) fabrican papel; con
este último hacen tejidos para camisas y ropa
interior. Confeccionan ropas en general y tejen
lanas para ponchos. Raspando los cueros obtienen un pergamino tan bueno como el europeo. La tinta se hace de un haba negra, de que
se extrae la sustancia o principio colorante por
medio de cenizas. Hacen sal y jabón por medio
de sustitutos que proporcionan los arbustos
silvestres y las cenizas vegetales. La pólvora
se elabora extrayendo el azufre de la pirita de
hierro. En Ibicuy forjan cañones. El Paraguay
no es el país barbarizado de que hablan sus
detractores; goza de larga paz y el pueblo vive
mucho mejor de lo que viven los argentinos
en la misma época. Que el pueblo del Brasil ni
qué hablar. Y eso es fruto de una política que
nace con Francia a la caída del poder hispa-
no y se prolonga hasta la devastación del país
guaraní, por obra y gracia de la Triple Alianza.
Los sucesivos gobiernos aplican un riguroso
proteccionismo a la producción nacional. Los
derechos de importación que establece López
alcanzan hasta el 25 por ciento para las bebidas y artículos suntuarios, pero no gravan
la introducción de máquinas agrícolas, herramientas, etc. Hay altas barreras para ingresar
al país productos no esenciales o competitivos con la producción nacional. Aquí por ese
entonces pasa lo opuesto: es la Argentina de
Mitre. En 1865 importamos por 30 millones de
pesos oro, de los cuales 3.141.184 (algo más
del 10%) corresponden a bebidas y 5.374.427
(aproximadamente un 18%) a comestibles finos de origen europeo. Los artículos navales,
de ferretería y pinturería apenas suman algo
más de un 10%: 3.283.209 pesos oro. El gobierno argentino dilapidaba el dinero en tonteras. Pero eso sí: ¡con libre comercio!
Que ello no sucediera en el Paraguay hacía
perder la flema a los ingleses. Por lo menos a
Edward Thornton. El 6 de septiembre de 1864,
el representante de Londres en Buenos Aires
escribe un memorial al conde Russell, ministro de Relaciones Exteriores de Inglaterra: clama contra los altos impuestos paraguayos. Los
derechos de importación sobre casi todos los
artículos son del 20 al 25% “ad valorem”; los
derechos de exportación fluctúan entre el 10 y
el 20%. Por añadidura impónese un diezmo en
especie sobre todo producto agrícola o animal
y todo comerciante, traficante o manufacturero debe pagar una pesada patente. Todo esto
va en el quejoso memorial de Thornton: insufrible país el Paraguay. Y para colmo, Francisco
Solano López toma iniciativas para el comercio exterior prescindiendo en absoluto de los
comerciantes particulares. Al rey de Prusia le
envía 6.000 libras de yerba mate; quiere imponer su uso en el ejército prusiano. Al cónsul en
París, Ludovico Tenré, le despacha 1.500 libras
de algodón. Ocurre en 1863. Es una muestra. El
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mismo año envía a John Alfred Blyth de Gran
Bretaña 13 fardos de algodón. Otros 14 van a
Antuerpia consignados a Alfredo du Gratty. Por
primera vez llega algodón paraguayo a Londres, Liverpool y El Havre. Las partidas aún
son pequeñas, muestras apenas. Pero señalan
un camino. No le sería perdonado al Paraguay.
Francisco Solano busca mejorar los métodos para la explotación del algodón. Desde
Nueva York se hace mandar máquinas; con
ellas, simientes de alta calidad. El 3 de febrero
de 1864 son embarcados en el “Candacc” una
prensa y dos desmotadoras. El mismo año
llegan de Londres dos máquinas enviadas por
la Cotton Supply Association de Manchester.
En el ínterin, el cónsul en Francia, bien impresionado por las muestras de la fibra, propone
el trueque de algodón por tejidos franceses.
Pide además muestras de maderas y tabaco.
A mediados de 1864 el algodón paraguayo se
cotiza en El Havre.
Francisco Solano López es hombre de
ojo largo y vista aguda. Ve lejos. Trabaja por
una patria próspera y fuerte. En cierto modo
trabaja para el mañana. En Europa contrata
expertos y hombres de ciencia; a los mejores
estudiantes los beca y los manda al viejo mundo. Trae a Charles Twite de la Royal school of
mines of Great Britain; le encarga levantar un
mapa mineralógico de la república.
En orden a instrucción pública no marcha el
país a la zaga de la Argentina. Incluso puede que
la aventaje. En el “Mensaje” de 1857 Carlos Antonio informa que funcionan 408 escuelas con
16.755 alumnos. Cinco años más tarde hay 435
escuelas con 25.000 alumnos. Aquí, bajo el gobierno de Mitre, el ministro del ramo informa que
25.000 niños reciben educación primaria. Los
jefes y oficiales de la Triple Alianza comprueban
con extrañeza que el soldado paraguayo sabe
leer y escribir. ¡Insólito país el Paraguay! Menos
bárbaro de lo que quisieran sus enemigos. El
propio Bartolomé Mitre lo atestigua. En 1864 le
escribe a Francisco Solano López; son sus pa-
labras: “V. E. se halla bajo muchos aspectos en
condiciones más favorables que las nuestras, a
la cabeza de un pueblo tranquilo y laborioso que
se va engrandeciendo por la paz, y llamando en
este sentido la atención del mundo; con medios
poderosos de gobierno, que saca de esa misma
situación pacífica; respetado y estimado por todos los vecinos que cultivan con él relaciones
proficuas de comercio; su política está trazada de antemano y su tarea es tal vez más fácil
que la nuestra en estas regiones tempestuosas,
pues como lo ha dicho muy bien un periódico inglés de esta ciudad, V. E. es el Leopoldo de estas
regiones, cuyos vapores suben y bajan los ríos
superiores enarbolando la bandera pacífica del
comercio y cuya posición será tanto más alta y
respetable cuando se normalice ese modo de
ser en estos países”.
Panegírico más encendido no hubiera sido
fácil discurrir. Pero este López será un año
más tarde el peor tirano abortado por Satán.
Esta contradicción en las opiniones de Mitre no
debe llamar a confusión ni a engaño: Francia y
ambos López fueron para él gobernantes execrables. Lo fueron siempre, por más que una
consideración del momento le llevara a firmar
lo que acabamos de transcribir. Una política
que prescindiera del capital extranjero y de las
formalidades constitucionales no era para don
Bartolo política civilizada. La palabra barbarie
estaba en su boca. Que esa política había asegurado la paz durante décadas y el desarrollo
de las fuerzas productivas parecía secundario.
Más secundario aún que hubiera permitido el
acceso a la tierra a las masas de la población.
Paraguay era un mal ejemplo. Había que destruirlo. El Paraguay fue destruido.
Fuente: León Pomer, “Insólito Paraguay”, en La Rosa
Blindada, año I, Nº 7, Buenos Aires, noviembre/diciembre
de 1965, pp. 17-24.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
El Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) será una de las primeras guerrillas de los años sesenta. Comandado por Jorge Masetti (creador de Prensa
Latina junto con Rodolfo Walsh y Roberto García Lupo), el EGP hace base
entre 1963 y 1964 en la provincia de Salta. Su principal objetivo es preparar
el avance del Che Guevara hacia la Argentina desde Bolivia. Sin embargo, la
célula es detectada y duramente reprimida por la Gendarmería Nacional. En
su cuarto número, La Rosa Blindada homenajea a los guerrilleros asesinados a través de una serie de poemas, lo que representa apenas un ejemplo
del impacto de esta experiencia en las nuevas generaciones políticas e intelectuales de los años sesenta. Este homenaje no será el único modo de
aludir a la experiencia del EGP. En nuestros días, esa experiencia revivió a
propósito de la polémica generada alrededor de la publicación del “No matarás” (2004) de Oscar del Barco. Poemas a los guerrilleros
Pequeña elegía a los guerrilleros de Salta
A Diego, masacrado.
Su sangre inadvertida sea
terca paloma para todos;
paloma sin sosiego, suelta
el ala en esta oscura historia,
quebrada la pupila vuela;
seca retina castigada,
no encoge ahora su impaciencia
sino la muerte y el sermón
del filisteo; de la tierra
–donde guarda la hermosa furia,
duro dolor, tanta miseria,
la juventud de la esperanza,
crispadas manos de fiereza,
ellos– su sangre sale terca,
terca sale su sangre y vuela.
Carlos Alberto Brocato
1956 - 1976
293
1956 - 1966
294
masacre de guerrilleros
persíganlos como a bestias mátenlos
con esa amistad particular
que el perro siente por la presa acábenlos
en los montes de Salta de Jujuy en el vientre
de hijos que no vivirán cayendo
entre plantas violentas consejos otras víboras
y todavía así gendarmes de la noche, nadie
se ha terminado de morir, nada
dejará de alentar
hasta el día del triunfo final
por fin hay muertos por la patria
hechos
yo quisiera saber
qué hago aquí bajo este techo a salvo
del frío del calor quiero decir qué hago
mientras el Comandante Segundo otros hombres
son acosados a morir son
devueltos al aire al tiempo que vendrá
y la tristeza y el dolor tienen nombres
y hay tiros en la noche y no se puede dormir
restos de guerrilleros hallados
y finalmente lo encontraron diseminado casi
o sembrándose en la tierra que amó
¿qué hará ella con él o él sin ella?
no hubo esplendor sino piedras al fondo del barranco
donde cayó sumiéndose en la patria
Juan Gelman
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
increíble para fusilar el olvido
tus gusanos diego ya talaron tu sonrisa
tus ojos se cerraron la traición sigue lloviendo
escondan esa sangre en nombre de la ley
entierren esos ojos apaguen esas uñas
oculten las vísceras los besos casi vírgenes
tapen sus cuencas rellenen sus agujeros con palomas
pongan las lenguas cortadas bajo las alfombras
barran los huesos inclínense y soplen las cenizas
carne joven inoportuna borracha perdida
aprenda por la eternidad a convivir en peace
sangre loca furiosa aventurera sangre bandida
no sabe usted que hay que cumplir diez siglos
ser muy viejo muy frío muy muerto muy ruin
para escribir con moho la palabra libertad
sangre malvada insurgente sorpresiva sin corsé
qué es eso de irrumpir en mitad del paraíso
qué es eso de salpicar a la gente de bien
forajida asaltante de la leche y la luz
alucinada entrometida desnuda ala viva
no ves que los esclavos sin pan votamos a Dios
gracias
sangre hereje maldita todavía tus pupilas
desde el fondo de la patria siguen apuntando
Julio Huasi
________________________________
Diego I
¿Cuál habrá sido su palabra vital?
¿mamá - no importa - revolución?
(En ella está la clave)
¿Cuál habrá sido la última
de diego el guerrillero
cuando una bota azul lo sembró para siempre
y la sudada mano del gendarme
lo degolló muy
diestramente?
1956 - 1976
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1956 - 1966
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Diego II
Praga, Sofía, París,
nunca lo podrán ver a Diego el guerrillero
dorándose bajo su sol tan especial.
Europa está tan lejos ahora mi diego santo Dios
si te falta una pierna camarada para poder llegar
es tu cabeza rueda atormentada
por la ausencia del tronco mutilado.
Diego insistente, Diego caprichoso,
que en el café del Coto
hablabas de revolución mientras bebías
tu helada coca-cola
con gran serenidad.
Diego III
¿Cómo sería su pelo,
sus uñas, su nariz?
¿Quién recibió su primer beso
de amor?
¿Dónde está esa muchacha?
¿Sus apuntes de clase?
¿Qué fumaba?
¿Quizás usaba anteojos?
Nada recuerdo.
Cosa dura el olvido,
Camaradas…
José Luis Mangieri
________________________________
Morir en Madrid
a tantos años sólo despojos del madrid del 38
y las brigadas y la traición y el amor
y también ciertos interiores
de una revolución que no fue que pudo
(como mi padre)
tener su casa tal vez un manantial un nuevo
incendio españa
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1956 - 1966
los milicianos fusilados de madrid se sublevarán
sin duda
tantas veces
otros desaparecen enferman porque morir
en buenos aires
no es glorioso
por eso tal vez viajaron los fusilados a salta
no temblaron
manifiestan que alguien los vendió los regaló
del todo
y hoy pasan de tucumán abajo con la misma fe
pero sin armas
y menos
como los derrotados del madrid del 38
marta recuerda que antes de morir escribían
o gritaban
“triunfaremos”
yo nací (qué sacudida) y franco estaba (tamaña fe)
puedo morir hoy (tan muerte ciega) y franco
seguirá
no vale solicitar favores la historia es tan pobre
tan (ay) que guernica es un acontecimiento
pictórico
y no siete mil asesinados
comprender a la bella es más sencilla más ilustre
un soplo de agua para arriba y en su cúspide
las consecuencias del amor por la rejilla
ser argentino no es del todo indoloro pero es
extenso
no tiene gracia ser tan liso tan país por algo
la vaca es símbolo
y el pulgar y el índice forman en la mano
la mujer sus culminantes contorsiones
cuando la mujer se nos acaba queremos empezar por otras
cosas salvo los estupendos estudiantes que
aman la révolte
y reparten volantes como tarjetas de visita
después nos queda poco tiempo
morir como en madrid
haber nacido antes
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tener nostalgia ser muy argentino tal vez latinoamericano
ser muy hijo de polen no mugir porque entonces vienen los azules
pero habrá que juntar coraje
como en madrid
Ramón Plaza
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Guerrillero muerto
Para H. y J.
Cuidando las espaldas
de los miedos y la soledad
entristecido hasta la pena
irremediable
de estar muerto
miro las rayas de la lluvia.
Floreceré en la primavera.
Gustavo Roldán
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egepé
Abajo aquí sus huesos sus fusiles este atadito de hombre
no sé la tierra cómo hace que se aguanta
los que avanzan sobre ella son las mejores noticias
que nos llegan de ustedes
delen, muertos de amor, sostengan que nacemos.
Orán
Ellos dieron con los huesos en la muerte y
ahora ya somos un país cualquiera
agregamos leña al fuego papel a la máquina
guerrilleros a la historia huracanes a la locomotora
desde las ventanillas veo pasar lentamente las
estaciones de los pueblos y el amor que hace
bárbaro parece que salimos
che, tristeza, y ustedes ¿no era que subían?
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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los ejecutores
Qué quieren les quemaba se vive todos los días
todas las noches
hace rato que goulart caía pero en la habana
estarán prontos
las últimas noticias dicen caracas vietnam las disidencias
y las noticias más cercanas confirmaban
además somos hombres
fidel subió a la sierra cuando bajó antes
después cosas del pueblo
y dejaron todo llevaron todo antes después lo
imprescindible
plantaron el monte levantaron las montañas se
apostaron
y ahora dale, corazón, tocate los graves de este tiempo.
Alberto Szpunberg
Gentileza Crónica - Archivo Nacional de la Memoria
Fuente: “Poemas a los guerrilleros”, en La Rosa Blindada, año I, Nº 4, marzo de 1965, pp. 21-22.
En abril de 1958 Jorge R. Masetti entrevista a Ernesto “Che” Guevara en Sierra Maestra para la agencia
Prensa Latina.
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El Eternauta es una historieta argentina de ciencia ficción creada por
el guionista Héctor Germán Oesterheld y el dibujante Francisco Solano
López que aparece semanalmente en el suplemento Hora Cero Semanal
entre 1957 y 1959. Cuenta la historia de Juan Salvo, su familia y amigos,
quienes sobreviven en una casa herméticamente cerrada a una misteriosa
nevada mortal, que luego se revela preludio de una invasión extraterrestre, y de los avatares de la lucha que se desencadena contra el invasor
hasta el desenlace, abierto y circular a la vez, que convierte a Juan Salvo
en eterno viajero del tiempo. Un año después de su exitosa reedición, en
1976, Oesterheld realiza junto con Solano López El Eternauta II, una continuación de la primera historieta, pero con una trama y lenguaje políticos
más explícitos y radicalizados. Con el inicio de la dictadura cívico-militar,
la historieta será censurada y, poco tiempo después, un 27 de abril de
1977, Oesterheld, militante de la organización Montoneros, será secuestrado. Aún hoy permanece desaparecido.
El Eternauta, en la portada de la revista Hora Cero Semanal del 20 de noviembre de 1957.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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DE LA REVOLUCIÓN
ARGENTINA AL GAN
El golpe de Estado de junio de 1966 que da comienzo a la
autoproclamada “Revolución Argentina”, si bien muestra a las
fuerzas militares nuevamente en su rol “salvífico” de los intereses profundos de la patria, lo hace ahora bajo un nuevo rostro:
ya no desde una intervención acotada y transicional sino asumiendo la tarea de llevar adelante una refundación integral de
las instituciones de la nación. Esta tarea, anunciada programáticamente en los discursos del dictador Juan Carlos Onganía,
es apoyada y fundamentada tanto por influyentes sectores del
empresariado (de orientación liberal) como por miembros del
espectro político conservador, como se puede leer en la pluma
del intelectual orgánico Mariano Grondona. Sin embargo, un
lustro después, el GAN (Gran Acuerdo Nacional), propuesto
por el nuevo presidente de facto Alejandro Lanusse, muestra el
punto de declive de aquel proyecto refundacional, al tiempo que
indica las dificultades de las clases dominantes para encauzar las
fuerzas políticas y sociales que habían emergido de las grandes
movilizaciones de masas de tipo contestatario durante aquellos
años. El fracaso para producir ese encauzamiento institucional
y el nuevo triunfo del peronismo en marzo de 1973, a su vez,
pueden ser pensados –como lo hace José Luis Romero– como
expresión de una crisis más profunda de las clases dominantes
de la Argentina, que desde 1930 no lograrían desempeñar con
eficacia sus funciones “dirigentes”.
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Mensaje de las Fuerzas
Armadas luego del golpe de
Estado contra el gobierno de
Arturo Illia
El 28 de junio de 1966, horas después de derrocar al presidente constitucional Arturo U. Illia, los jefes de las tres armas dirigen un mensaje al
pueblo. En él, los militares explican los motivos de la autoproclamada “Revolución Argentina”, donde se combinan rasgos de autoritarismo político
–denuncian prácticas “electoralistas” y falta de “autoridad auténtica”– y liberalismo económico –acusan al “estatismo insaciable” de los males que
aquejan a la economía–, y señalan la “modernización del país” como una
necesidad impostergable. El discurso comunica, por último, que la Junta de
Gobierno disuelve el Congreso de la Nación y los partidos políticos, cambia
los miembros de la Corte Suprema y la Procuración General, y nombra al
teniente general Juan Carlos Onganía como nuevo presidente de la Nación.
Nos dirigimos al pueblo de la República en nombre del Ejército, la Armada
Nacional y la Fuerza Aérea, con el objeto de informar sobre las causas de la Revolución
Argentina.
El Gobierno que acaba de ser sustituido contó con el anhelo de éxito más fervoroso y
con un crédito de confianza ilimitado por parte de todos los sectores de la vida nacional.
Un pueblo se elevaba generosamente por encima de las diferencias de partidos,
abrumado por la angustia, los desaciertos y frustraciones del pasado, alentando la gran
esperanza de que se iniciara de una vez para siempre la marcha hacia la conquista de un
destino de grandeza. Sin embargo, la falta de una política auténtica que incorporara al
quehacer nacional a todos los sectores representativos, se tradujo en un electoralismo
que estableció la opción como sistema.
Este recurso vulneró la libertad de elección, instituyendo en los hechos, una práctica que estaba en abierta contradicción con la misma libertad que se proclamaba.
La autoridad, cuyo fin último es la protección de la libertad, no puede sostenerse
sobre una política que acomoda a su arbitrio el albedrío de los ciudadanos.
Sin autoridad auténtica, elemento esencial de una convivencia armoniosa y fecunda, sólo puede existir un remedo de sociedad civilizada, cuya excelencia no puede ser
proclamada sin agravio de la inteligencia, la seriedad y el buen sentido.
Nuestro país se transformó en un escenario de anarquía caracterizado por la colisión de sectores con intereses antagónicos, situación agravada por la inexistencia de un
orden social elemental.
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En este ámbito descompuesto, viciado además de electoralismo, la sana economía
no puede subsistir como un proceso racional, y los servicios públicos, convertidos en
verdaderos objetivos electorales, gravaron al país con una carga insoportable.
La inflación monetaria que soportaba la Nación fue agravada por un estatismo insaciable e incorporada como sistema y, con ello, el más terrible flagelo que puede castigar
a una sociedad, especialmente a los sectores de menores ingresos, haciendo del salario
una estafa y del ahorro una ilusión.
Este cuadro penoso sólo podía revertir al exterior una imagen lamentable, sin vigor
ni personalidad.
Nuestra dignidad internacional ha sido gravemente comprometida por la vacilación
y la indiferencia en conocidos episodios.
Las Fuerzas Armadas observaron con creciente preocupación este permanente y
firme deterioro. No obstante, no sólo no entorpecieron la acción del gobierno, sino
por el contrario buscaron todas las formas posibles de colaboración, por la sugerencia,
la opinión seria y desinteresada, el asesoramiento profesional, todo ello como intento
sincero de mantener la vigencia de las instituciones y evitar nuevos males a nuestro
sufrido Pueblo Argentino.
Debe verse en este acto revolucionario el único y auténtico fin de salvar a la
República y encauzarla definitivamente por el camino de su grandeza.
A las generaciones de hoy nos ha correspondido la angustia de sobrellevar la amarga
experiencia brevemente señalada.
Inútil resultaría su análisis si no reconociéramos las causas profundas que han precipitado al país al borde de su desintegración.
La división de los argentinos y la existencia de rígidas estructuras políticas y económicas anacrónicas que aniquilan y obstruyen el esfuerzo de la comunidad.
Hoy, como en todas las etapas decisivas de nuestra historia, las Fuerzas Armadas,
interpretando el más alto interés común, asumen la responsabilidad irrenunciable de
asegurar la unión nacional y posibilitar el bienestar general, incorporando al país los
modernos elementos de la cultura, la ciencia y la técnica, que al operar una transformación sustancial lo sitúen donde le corresponde por la inteligencia y el valor humano de
sus habitantes y las riquezas que la Providencia depositó en su territorio.
Tal, en apretada síntesis, el objetivo fundamental de la Revolución.
La transformación nacional es un imperativo histórico que no puede demorarse, si
queremos conservar nuestra fisonomía de sociedad civilizada y libre y los valores esenciales de nuestro estilo de vida.
La modernización del país es impostergable y constituye un desafío a la imaginación, la energía y el orgullo de los argentinos.
La transformación y modernización son los términos concretos de una fórmula de
bienestar que reconoce como presupuesto básico y primero, la unidad de los argentinos.
Para ello era indispensable eliminar la falacia de una legalidad formal y estéril, bajo
cuyo amparo se ejecutó una política de división y enfrentamiento que hizo ilusoria la
posibilidad del esfuerzo conjunto y renunció a la autoridad de tal suerte que las Fuerzas
Armadas, más que sustituir un poder, vienen a ocupar un vacío de tal autoridad y conducción, antes de que decaiga para siempre la dignidad argentina.
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Por todo ello, en este trascendental e histórico acto, la Junta Revolucionaria constituida por los Comandantes en Jefe de las tres Fuerzas Armadas de la Patria, ha resuelto:
1º. Destituir de sus cargos al actual Presidente y Vicepresidente de la República, y a
los Gobernadores y Vicegobernadores de todas las provincias.
2º. Disolver el Congreso Nacional y las Legislaturas provinciales.
3º.Separar de sus cargos a los miembros de la Suprema Corte de Justicia y al
Procurador General de la Nación.
4º. Designar de inmediato a los nuevos miembros de la Suprema Corte de Justicia y
al Procurador General de la Nación.
5º. Disolver todos los partidos políticos del país.
6º. Poner en vigencia el Estatuto de la Revolución.
7º. Fijar los objetivos políticos de la Nación (Fines Revolucionarios).
Asimismo, en nombre de las Fuerzas Armadas de la Nación, anunciamos que ejercerá el cargo de Presidente de la República Argentina, el señor Teniente General D.
Juan Carlos Onganía, quien prestará el juramento de práctica en cuanto se adopten los
recaudos necesarios para organizar tan trascendental ceremonia.
Nadie más que la Nación entera es la destinataria de este hecho histórico que ampara a todos los ciudadanos por igual, sin otras exclusiones que cualquier clase de extremismos, siempre repugnantes a nuestra acendrada vocación de libertad.
Hace ya mucho tiempo que los habitantes de esta tierra bendita no nos reconocemos por nuestro propio nombre: argentinos.
Unámonos alrededor de los grandes principios de nuestra tradición occidental y
cristiana, que no hace muchos años hizo de nuestra patria el orgullo de América, e
invocando la protección de Dios, iniciemos todos juntos la marcha hacia el encuentro
del gran destino argentino.
Que así sea.
Pascual Ángel Pistarini
Benigno Ignacio Marcelino Varela
Adolfo Teodoro Álvarez
Fuente: Osiris G. Villegas, Políticas y estrategias para el desarrollo y la seguridad nacional, Biblioteca del Oficial del Círculo Militar, Buenos Aires, 1969, pp. 313-317, en Carlos Altamirano, Bajo el signo de las masas (1943-1973), Biblioteca
del Pensamiento Argentino, tomo VI, Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 331-333.
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Declaración de ACIEL a favor
del golpe de Estado y del
gobierno de Onganía
Hacia 1958 la Bolsa de Comercio, la Sociedad Rural Argentina y la Unión
Industrial Argentina conforman la Acción Coordinadora de Instituciones
Empresarias Libres (ACIEL), una agrupación intersectorial de orientación
fuertemente liberal, a favor de la “libre empresa” y contra los sectores
empresariales más proclives al intervencionismo estatal, los cuales desde 1953 se habían agrupado en la Confederación General Económica (CGE)
fundada por José Ber Gelbard. El 6 de junio de 1966, pocos días después
del golpe de Estado contra el gobierno constitucional de Arturo Illia, ACIEL,
al igual que otras entidades empresariales –como la propia CGE, Cooperativas Farmacéuticas y C.E.R.E.A. (Comisión Especial de Representantes
de Entidades Agropecuarias para las relaciones laborales), entre otras–,
publica en el diario La Nación una solicitada de apoyo al nuevo gobierno de
facto de Juan Carlos Onganía.
Colaboración de entidades empresarias
Expresan que la unión es indispensable para el éxito
Diversas entidades relacionadas con el quehacer económico han emitido declaraciones sobre el especial momento que vive el país. Coinciden todas ellas en expresar
su esperanzada creencia en un futuro mejor, anuncian algunas consideraciones acerca
de los grandes lineamientos de la política por seguir en esta materia y manifiestan su
pensamiento en el sentido de que las realizaciones previstas tendrán feliz coronamiento
si cuentan con la cooperación del conjunto de los argentinos.
De ACIEL
La declaración de Acción Coordinadora de Instituciones Empresariales Libres se
abre señalando analogías del actual momento del país con el que determinó la reunión
del Congreso de Tucumán, y recordando las palabras de Fray Cayetano José Rodríguez:
“…Conducidos los pueblos por unos senderos extraños pero análogos por tan funestos
principios a una espantosa anarquía, mal, el más digno de temerse en el curso de una
revolución iniciada por meditados planes, sin cálculo en el progreso y sin una prudente
división de sus fines. ¿Qué dique más poderoso podía oponerse a este torrente de males
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políticos, que amenazaban absorber la patria y sepultarla en sus ruinas, que la instalación de un gobierno que salvase la unidad de las provincias, conciliara su voluntad y
reuniera sus votos concentrando el poder?
”La situación que las fuerzas armadas se han visto imperiosamente obligadas a quebrar –agrega– es la consecuencia inevitable de largos años de ficción constitucional,
tanto en el orden político como en el económico.
”Se afirmó la vigencia efectiva de la Constitución, la república y la democracia.
Pero la Constitución no rige si las leyes, decretos, reglamentos y aun hechos punibles
que las autoridades no podían prevenir o sancionar violan la ley fundamental. No
rige tampoco la república fundada en poderes limitados por el derecho y la moral
si una organización viciada los anula y la elección de funcionarios tiene menos en
cuenta el mérito que los motivos partidistas. No rige tampoco la democracia si por
encima de la voluntad de los ciudadanos se erige una maquinaria que pretende identificar la Constitución con mecanismos electorales y en lugar de cumplir funciones
de equilibrio frente a los representados y conciliar la libertad con el orden exacerba
los impulsos de la demagogia”.
Añade ACIEL que “las excelencias del país argentino, en su tierra como en sus
hombres, no se ven cabalmente traducidas en sus expresiones políticas por mediar una
distancia poco menos que insalvable entre las exigencias de las altas funciones públicas
y la actuación de quienes tuvieron a su cargo la misión de conducirlo como estadistas”.
“Una nueva esperanza –dice– se abre hoy al progreso de la Nación y, por lo tanto,
los argentinos debemos sentirnos obligados a crear un clima de paz y trabajo, sin mirar
hacia el pasado, pero aprovechando sus enseñanzas. Confiamos en que quienes han
asumido la gran responsabilidad de gobernar el país harán honor a su palabra, actuando
con abnegación y espíritu de justicia”.
Finalmente reitera la voluntad de contribuir en la tarea de reconstrucción nacional
y formula sus mejores votos porque sea más estrecha la unión de los argentinos, más
solidario su esfuerzo y altos sus ideales. El ejemplo de los próceres de 1816 avivará el
fuego inextinguible del espíritu nacional frente a las dificultades de esta hora.
Fuente: La Nación, Buenos Aires, 6 de julio de 1966, pp. 1 y 18.
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Discurso de Onganía
sobre los objetivos de la
Revolución Argentina
El 30 de diciembre de 1966 el presidente de facto Juan Carlos Onganía
ofrece un discurso con motivo de cumplirse los primeros seis meses de
gobierno. En la alocución, Onganía refuerza la crítica –presente ya en
los primeros discursos de los militares golpistas– a los partidos políticos, puesto que según él habían cumplido su ciclo como organizaciones
representativas y debían ser cesados. Apelando a tópicos organicistas y
espiritualistas, el presidente de facto llama a revitalizar las instituciones
fundamentales de la comunidad, para lo cual es preciso que las fuerzas
armadas, “que nacieron con la patria” y son su “reserva moral”, se involucren en la vida social del país. Los objetivos de la Revolución Argentina no
se reducen entonces a medidas económicas o políticas puntuales, sino a la
refundación misma de la patria para conducirla hacia su “destino de grandeza nacional”, motivo por el cual la “Revolución” iniciada por los militares
se presenta como un proceso abierto, sin plazos ni condicionamientos.
La Revolución ha cumplido los primeros seis meses de un proceso que será largo,
que pondrá a prueba a hombres e instituciones y exigirá templanza y fortaleza, valor y
persistencia para llegar a buen puerto.
La tarea ha sido intensa. Hemos debido echar los cimientos para el reordenamiento
de la estructura de gobiernos, mientras buscábamos soluciones a problemas económicos, sociales y humanos.
El desgaste natural y a veces inevitable en la tarea de gobierno ha provocado el cambio de hombres que han cumplido, con alto sentido patriótico y desinterés, una tarea
que no era fácil. La Revolución no los olvida y el país algún día reconocerá la entereza
con que enfrentaron momentos difíciles de un acontecer que ya es histórico.
Este año el país ha roto definitivamente su inercia, para emprender el camino hacia
sus objetivos nacionales. El hecho militar del 28 de junio no fue solamente la respuesta
a una conducción económica, social o política determinada. Se produjo ante la clara
conciencia de que el sistema de vida político, después de atravesar décadas de vaivenes
y ajetreos, había dado cuanto podía. Existía una Constitución que no se cumplía, un
régimen federal que los hechos desmentían y un sistema representativo que estaba falseado en sus propias bases.
Aun cuando las causas de la Revolución han sido expresadas y, por otra parte, incorporadas a la experiencia colectiva e individual de la ciudadanía, resulta conveniente
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señalarlas para que, proyectadas contra el pasado, se destaquen con su mayor nitidez las
grandes líneas de acción que se ha propuesto la Revolución.
La República vivía más del mito que de la realidad; del mito de sus inacabables
recursos que no explotaba; del mito de su democracia que no aplicaba; del mito de
una justicia social que toleraba que las ciudades se poblaran de villas miseria, que los
jubilados repitieran sin respuestas sus reclamos y que los ciudadanos recurrieran, en
proporción cada vez mayor, al doble empleo, para hacer frente a condiciones de vida
francamente adversas.
Todos fuimos testigos del drama de la democracia argentina, cuyas virtudes se proclamaban con énfasis religioso y absoluto, mientras la realidad revelaba una práctica
viciosa de fraude y engaño.
Su consecuencia fue el descreimiento, el más terrible enemigo del alma nacional.
La falta de fe en las instituciones, alejadas cada vez más del cumplimiento de su misión,
ganó por igual a todos, y los instrumentos políticos no pudieron sustraerse a la perversión resultante de esa circunstancia.
Las grandes corrientes de opinión enraizadas en la vida cívica argentina pagaron
duro tributo a este estado de cosas. No hubo una sola de ellas que, sometida a las presiones de la realidad, no se dividiera en fracciones irreconciliables.
La Nación, sin fe, sin esperanza, sin ideales, se refugió en el espejismo del adelanto
material, que, paradójicamente sólo se logra sobre bases espirituales sanas.
Los argentinos nacimos a la independencia movidos por ideales y sentimientos.
Los antepasados de la Nación –me refiero tanto a los que figuran en nuestras galerías de próceres y en nuestro panteón de honor, como a aquellos que por hacer verdad
su ideal cayeron en los campos de batalla de media América, en la adversidad y en el
destierro– renunciaron a la comodidad, a la fortuna, al hogar y hasta a la vida para
hacer la Argentina que entrevieron entre sueños y desdichas, entre embates contra la
naturaleza y el medio, acosados por los enemigos del exterior, y viviendo el drama de
las luchas sangrientas entre compatriotas. Quisieron una Argentina grande, echaron sus
cimientos, la declararon abierta a todos los hombres del mundo que quisieron gozar de
los beneficios de la libertad en la justicia, y nos la entregaron.
Pero nosotros –todos nosotros– no hemos sabido proyectar esta Argentina hacia
su destino magnífico, un destino que no está predeterminado; un destino que hay que
construir.
Nuestra Revolución no triunfará porque logre un país próspero, sin problemas de
balanza comercial o de pagos, con industrias modernas, un ahorro intenso, el déficit de
vivienda cubierto, la justicia social y el derecho asegurados. La Revolución triunfará si
puede plantar al país de cara a su grandeza.
Las esperanzas de los argentinos no se cifran en el número de sus fábricas ni en el
tonelaje de sus exportaciones. Esta Argentina nuestra nació a la vida para algo más que
para producir, exportar y consumir con holgura.
La patria no es un conjunto de apetencias; no es una mera expresión geográfica ni
es la suma de sus índices económicos y sociales. La patria es una empresa en la historia
y una empresa en lo universal. La patria es una síntesis trascendente que tiene fines
propios que cumplir.
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Es, ante todo, el deseo vehemente de vivir en justicia y libertad; es el sentido de
crear, de proyectarse, de marcar una huella profunda, para que las generaciones que
vienen se encaminen con rumbo cierto. Lograr la grandeza de la Nación impone
más deberes que los derechos que confiere: impone más renunciamientos que los
halagos que comporta. Significa asumir las responsabilidades de hoy con proyecciones al mañana.
El pueblo quiere vivir la verdad; quiere la definición de los objetivos nacionales
y está dispuesto a cualquier esfuerzo para alcanzarlos. Quienes crean que para aunar
voluntades la Revolución debe ofrecer soluciones tibias y transaccionales u ocultar
todo lo que pueda demostrar una devoción o señale una actitud enérgica, se equivocan. Después de tantos tropiezos, después de tanto fracaso y frustración, después
de ensayar tantos caminos sin salida, después de haber errado la senda en un mar de
promesas fáciles, la Revolución viene a llamar las cosas por su nombre, a calificar los
duros trances de la vida argentina con el término exacto de vocación, de sacrificio y
de servicio.
Hasta hoy, los intentos por definir y alcanzar los objetivos nacionales estaban condenados de antemano al fracaso. Los odios y las rencillas dividieron a la Nación, enfrentando a sus hijos, a nosotros, en fin, contra nosotros mismos.
Esto es la crisis.
El patriotismo, el sacrifico y el esfuerzo de muchos ciudadanos honorables nada
podían, anulados por las trabas internas del sistema.
La situación política y social que determinó la Revolución Argentina y hace
posible la redefinición de los objetivos nacionales, es el deseo unánime que tiene el
pueblo argentino de acabar con los odios, con los enfrentamientos estériles, para
trabajar unido por la grandes [sic] de la Nación. La Revolución cierra el ciclo en el
que un régimen, desgastado por sus contradicciones y su impotencia, cede paso al
futuro.
La Revolución acepta el pasado con sus glorias y sus desdichas, se eleva por encima
de las mezquinas rencillas entre hermanos y apunta a un porvenir querido por todos.
Por eso la Revolución se llamó Argentina, porque es de todos y para todos.
La historia de estas últimas décadas señala que a la unidad nacional no se podía
llegar sobre la base de ideologías combativas y contrapuestas y de organizaciones políticas que no lograban, en el fragor del proceso, conservar siquiera la unidad propia. La
Revolución cumplió un fallo que estaba dado por la gran mayoría del pueblo al disolver los partidos políticos, que habían cumplido un ciclo largo y proficuo en el proceso
nacional. La historia de estos últimos cien años es en gran parte la historia de nuestros
partidos políticos.
Circunstancias conjugadas determinaron su fracaso frente a los problemas de la
hora. Nacidos al amparo de la libertad, para asegurar un régimen que fuese representativo a la vez que federal, segaron luego las bases de su sustento convirtiéndose en
organizaciones cerradas, en las cuales sus hombres fueron subordinados a las exigencias
circunstanciales de la lucha por el poder.
Cuando un sistema no puede corregir sus propios defectos va camino al caos.
Entonces la solución debe serle impuesta desde afuera. Que fue lo que ocurrió.
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No abjuramos de los sistemas, que no son intrínsecamente malos, ni renunciamos a
la política. La Revolución hace política cuando decreta la licitación del Chocón-Cerros
Colorados, ordena las universidades, pone los puertos al servicio del país y subordina
la empresa ferroviaria a las necesidades de la República. El gobierno de la Revolución
tiene una razonable limitación en lo referente a la política partidaria, pero es de su
esencia el ejercicio de la gran política nacional, de la cual la Nación prescindió durante
tanto tiempo. La Revolución es en sí misma solución política para la gran encrucijada
histórica en que sectores mayoritarios de la ciudadanía argentina se vieron enfrentados
a un sistema distorsionado.
No es intención de la Revolución fundar una tecnocracia impermeable a toda idea
o a todo sentimiento. Los partidos algún día tendrán que ser reemplazados por otras
organizaciones, igualmente políticas, basadas en el ideal antes que en el prejuicio, con
lealtad primaria y viva a la Nación, antes que al grupo, y que miren más a la Argentina
que hemos de construir, que a la Argentina que hemos dejado atrás.
El ciclo político de la Argentina actual avanza y no retrocede. El pueblo no quiere
volver a las circunstancias que lo llevaron a la actual coyuntura. Abrir el proceso político hoy, o en el futuro inmediato, significaría retroceder a otro callejón sin salida; a los
mismos vicios, las mismas mezquindades, la misma incoherencia y la misma falta de
visión que desembocó en la Revolución Argentina.
Los hombres con visión de patria, que han dedicado su vida y su esfuerzo a la Nación
y a sus conciudadanos, son merecedores del respeto del país, cualesquiera fueran las circunstancias en las cuales actuaron y cualquiera fuera el resultado de su tarea. Nadie está
excluido del proceso activo que la Revolución ha iniciado. Más, la Revolución precisa
del concurso de todos los argentinos.
No es tarea del gobierno elaborar ni aplicar las doctrinas políticas determinadas.
El gobierno no va a producir nuevas divisiones entre argentinos con especulaciones
teóricas. No existe el pretendido corporativismo más que en la imaginación de quienes
lo agitan.
El gobernante del país es un católico que practica su religión. Precisamente porque
lo es, no impone sus convicciones a ningún ciudadano. Porque esta Revolución tiene
contenido cristiano, es amplia y puede ser compartida por el pueblo entero, sin distinción de religión ni raza. Hace más de ciento cincuenta años en nuestro país se han
extirpado las prerrogativas de sangre y de nacimiento, y todos los habitantes son iguales
ante la ley.
La desaparición de los partidos, del Congreso Nacional y de las legislaturas provinciales no implica que el país haya renunciado a la democracia. Por el contrario,
significa que quiere libertades efectivas y un régimen que funcione. Significa que el
país no tolera las formas vacías de contenido y que ha sacrificado las apariencias formales de normalidad institucional para recuperar la verdad íntima con sujeción a la
cual aspira vivir. Están en receso algunas instituciones básicas, incapacitadas para el
cumplimento de su misión. El país tiene conciencia de que habían cesado de funcionar antes de ser disueltas.
Las instituciones políticas no pueden ser improvisadas. La república tiene una larga
y dolorosa experiencia al respecto.
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Por ello ha sido primera preocupación del gobierno de la Revolución echar las bases
de una sana comunidad. La comunidad tiene su célula, en lo que al régimen político
atañe, en la municipalidad, que debió constituir siempre la piedra angular de la democracia argentina, no de la democracia hueca, sino la que nosotros queremos, rica en
contenido, construida de abajo hacia arriba.
Para que esta democracia sea auténtica, el país tiene que revitalizar la comunidad.
No lo será mientras no sean representativos sus órganos básicos.
La innovación de la Revolución es que promueve la comunidad con un sentido
orgánico, lo que estaba más allá del alcance y de las posibilidades de los hombres que,
con clara visión del destino de la patria y de los vicios de nuestras prácticas políticas,
tuvieron idéntica preocupación en el pasado.
El impulso dado a la comunidad con un sentido exclusivamente político implicaría
desatender las instituciones que la fundamentan y los aspectos espirituales, culturales,
sociales y económicos que la animan y le otorgan cohesión.
El camino que hemos elegido no logrará contentar a los impacientes. Es con toda
seguridad el más penoso, pero es lo único seguro para evitar que la democracia sea
construida sobre bases endebles. Esta Revolución no tiene plazos dados; tiene objetivos
que cumplirá en el tiempo, entre ellos, fijar las bases sobre las cuales una auténtica comunidad nacional puede elaborar un programa de vida para alcanzar sus objetivos sin
violencias físicas ni morales para nadie.
Las Fuerzas Armadas, que nacieron con la patria, afianzaron la paz interior, aseguraron las fronteras y allanaron el camino del progreso en toda la extensión de nuestro vasto
territorio, se encontraban marginadas del proceso institucional argentino. Estaban sin
misión definida y concreta en la actividad diaria del Estado como lo exige el concepto
moderno de su existencia. Había una vaga referencia a su misión específica que jamás
era detallada ni determinada por la autoridad nacional. La ley de defensa recientemente
sancionada define y encuadra las actividades de las Fuerzas Armadas en la vida Argentina,
sobre la base de su acatamiento total al gobierno. Su contribución es indispensable no
sólo para asegurar la defensa de la Nación y la inviolabilidad de sus fronteras sino también
para determinar el progreso en todos los órdenes, inclusive en el espiritual.
(…) El país se encamina resueltamente a su grandeza. No permitamos que problemas materiales inmediatos ofusquen una vez más nuestra visión. La crisis del país es de
carácter espiritual. Se relaciona con el descreimiento y la falta de fe en las instituciones
de gobierno.
Resuelta esta crisis de confianza todo lo demás nos será dado por añadidura.
Hemos bebido muchas veces el cáliz amargo de la frustración y el desengaño, pero
las vicisitudes que hemos atravesado reafirman nuestra fe en los destinos de la patria.
La impaciencia y el atajo al fin han esterilizado más de un esfuerzo por hacerlos verdad. El olvido de la tradición histórica y de la fuerza espiritual que necesita toda gran
empresa ha frustrado otros intentos. No basta con el ideal, hay que poner la vida al
servicio del mismo.
Si mañana resolviéramos todos y cada uno de nuestros problemas económicos, el
país continuaría en la encrucijada, carente del hálito vivificante del ideal, sin el cual no
se hace patria.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1966 - 1976
La Revolución Argentina ha elegido un proceso para resolver la crisis y alcanzar las
condiciones que nuestro ideal de grandeza nacional exige. Los objetivos fijados se cumplen a un ritmo dado, en libertad y con justicia. La Revolución no dudaría en cambiar
el proceso elegido por otro, si los objetivos que se han impuesto se vieran amenazados.
Cumpliremos lo prometido.
El Año Nuevo abre una nueva etapa en el proceso revolucionario que exigirá fortaleza de espíritu y templanza de ánimo en todos para que sea venturoso.
Señores: que así sea.
Biblioteca Nacional
Fuente: Luis Alberto Romero y Luciano de Privitellio, Grandes discursos de la historia argentina, Buenos Aires,
Aguilar, 2000.
Revista Panorama de octubre de 1965 y diario Crónica del 28 de junio de 1966. Los medios de comunicación argentinos jugaron un papel destacado en la desestabilización del gobierno de Arturo Illia.
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Detenido en prisión preventiva en la Alcaidía de la Escuela de Comunicaciones
de Campo de Mayo por órdenes de la dictadura encabezada por el general
Jorge Rafael Videla, el ex presidente de facto Alejandro A. Lanusse concluye
la primera de sus tres obras testimoniales, la cual se publica precisamente con el nombre de Mi testimonio en 1977. Se ofrecen aquí una serie de
fragmentos que dan cuenta de su evaluación de la crisis del proyecto de la
llamada Revolución Argentina y de la necesidad de encontrar una solución
política para el encauzamiento de las fuerzas políticas y sociales emergentes con las grandes movilizaciones de masas de tipo contestatario y
revolucionario, salida que durante su gobierno se perfilara en la estrategia
del Gran Acuerdo Nacional (GAN).
Mi testimonio (Selección)
por Alejandro A. Lanusse
(…)
En todo el movimiento de 1966 nos faltó imaginación creadora. Los esfuerzos oficiales estaban centrados en ordenar la administración pública y lanzar obras de infraestructura, pero la Argentina está lejos de ser un Mecano: es
la expresión de un pueblo que quiere construir decidiendo su destino.
La pasividad transitoria de los pueblos suele cebar a los gobiernos. En 1970,
Onganía no podía seguir administrando como en 1968. Debía lanzar al país
una propuesta levantada, una razón para luchar. Pero no pudo adaptarse a una
situación que no esperaba y que le parecía injusta, absurda. Su conferencia ante
los generales, el 27 de mayo, coronó la etapa más desafortunada de su administración, iniciada más de un año antes.
Ese día, yo temí verdaderamente que fuera el fin. Y terminó siéndolo. Unos
minutos antes de la hora prevista para la reunión, en la residencia presidencial
de Olivos, fui a verificar si ya habían llegado los generales citados, que debían
congregarse en algo parecido a un galpón prolijo, ubicado bastante cerca del
chalet que ocupa el Jefe de Estado.
Una vez que estuvieron todos reunidos, fui a informar al Presidente que
podía hacerse presente en el lugar. Me miró casi con extrañeza, como si debiera
iniciar un rito imprevisible, y, sorpresivamente, me lanzó una pregunta:
–¿De qué vamos a hablarles a esos señores?
Me sobresalté. Contesté que, en mi opinión, debía referirse a las inquietudes que yo había sintetizado en el documento del 28 de abril. “Tiene razón.
Por acá lo tengo”, dijo, y tomó un papel del escritorio para ponérselo en el bolsillo. Fuimos, entonces, caminando juntos.
“¿Vamos a grabar la conversación?”, le pregunté al general Onganía. Así se
había hecho siempre. “No, prefiero que no”, contestó. Yo debí, entonces, ordenar
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1966 - 1976
a dos generales que tomaran nota de la exposición presidencial y de los diálogos
que se produjeran.
Cuando terminó la reunión me trasladé, con el Jefe del Estado Mayor
General del Ejército, a la sede del Comando en Jefe. Allí comenzamos a cambiar impresiones con algunos generales. Pero muchos debían ya estar viajando
al interior y podían disponerse a transmitir directamente sus impresiones personales sobre la conferencia, impresiones que podrían ser francamente negativas,
de acuerdo a los indicios que habíamos alcanzado a recoger y, muchas veces,
a intuir. Hice cursar entonces un radiograma a los diferentes comandos del
Ejército, indicándoles que se abstuvieran de informar ante los mandos que
dependían de ellos, hasta tanto el Comando en Jefe no les hiciera llegar una
versión oficial de las palabras presidenciales.
Unas horas después tenía en mi poder la reconstrucción de los apuntes
tomados. Ordené un estudio de Estado Mayor y encargué una versión que
omitiera los aspectos más negativos, de modo de no echar más leña al fuego. Yo trataba al mismo tiempo de evitar que la marea, ya previsible, del
descontento militar me empujara porque, aun en caso de ser necesaria una
decisión drástica, esa debía ser suficientemente meditada y serena como
para no llevar a la República a un nuevo atolladero. Por eso, en una nota
que hice remitir a cada uno de los generales, agregué un último párrafo
diciendo: “Oportunamente, S.E. el señor Comandante en Jefe del Ejército
tratará de obtener mayor información, solicitando al Excelentísimo señor
Presidente de la Nación el texto de su exposición, para estar en mejores
condiciones de realizar una evaluación”. El 28 de mayo, los generales ya
tenían esa nota en su poder.
Una frase del comunicado 150 del Ejército en Operaciones, difundido
en septiembre de 1962 –casi ocho años antes– comenzó a ser subrayada por
varios jefes significativos. Las Fuerzas Armadas no deben gobernar –dice el
texto– pero “ello no quiere decir que no deban gravitar en la vida institucional. Su papel es, a la vez, silencioso y fundamental. Ellas garantizan el pacto
constitucional que nos legaron nuestros antecesores y tienen el sagrado deber
de contener cualquier empresa totalitaria que surja en el país, sea desde
el gobierno o desde la oposición”.
Es curioso, pero el 26 de mayo –horas antes de la fatídica conferencia– yo
estaba casi convencido de que, pese a mi creencia en la rigidez de Onganía,
el Presidente se disponía a reaccionar. El entonces subsecretario de Defensa
Nacional, Enrique Gilardi Novaro, me había dicho que, según su versión, el
general Onganía había ordenado la presentación de ideas a los efectos de elaborar
un plan político. Esa orden, para mí, era un buen augurio sobre lo que diría el
27 pero, sin duda, me equivoqué de medio a medio.
El 29, como se sabe, tuve que hablar nuevamente en ocasión del Día del
Ejército. Los acontecimientos presionaban en forma tremenda sobre mí. No
quería ni podía, ciertamente, estimular el descontento. Pero tampoco quería ni
podía dirigir a la Fuerza un mensaje que pareciera oficialista, ya que, en las
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circunstancias que se vivían, eso podía llevar directamente a la desesperanza de
los cuadros. Y nada bueno nacería de allí.
Yo debía, cuidadosa pero claramente, diferenciar a la Fuerza del gobierno. El
Ejército tenía que constituirse en una instancia de reserva en el proceso. Comencé,
entonces, hablando de los días de 1810 en que los cuerpos militares, junto a los
civiles, marcaron su presencia solidaria en la revolución emancipadora.
Introduje enseguida, con valor parabólico, la imagen de Manuel Belgrano.
“A casi ciento cincuenta años de su muerte –dije– no podemos menos que evocar
con profunda emoción a ese arquetipo de ciudadano y soldado, cuya vida simboliza la tradición cívico-militar de la cual nos sentimos herederos y custodios”.
Era imposible, sin embargo, soslayar una referencia al movimiento del 28
de junio de 1966. Yo sabía que esa referencia iba a ser inoportuna ante la opinión civil, pero era ineludible por diversas y convergentes razones:
a) Porque hubiera sido inauténtico excluir ese tema.
b) Porque el frente interno militar hubiera notado desfavorablemente
esa exclusión.
c) Porque hubiera perdido la oportunidad de reformular el problema.
Muchos, por supuesto, consideraban agotada la Revolución Argentina y,
visto la situación a que habíamos llegado, pensaban que nuestro más grave
error fue salir de los cuarteles en 1966. No estábamos dando justamente sensación de eficacia, ni se había demostrado que la estrategia antisubversiva que
preconizábamos era la mejor posible. Además, yo creía sinceramente que el país
debía ser reconstruido, también por los ponderables sectores de opinión que habían sido desplazados el 28 de junio de 1966 y a los cuales debíamos tenderles
la mano. Mantener una especie de guerra entre el Ejército y los radicales era, en
las circunstancias que se vivían, francamente insensato: yo, con toda discreción,
había dado, en verdad, algunos pasos para hacer la paz.
(…)
Sin que tuvieran, pienso, la determinación de hacerlo, algunos medios de
difusión publicaron luego del 8 de junio [de 1970], versiones que constituían
casi un agravio a los tres Comandantes en Jefe. La revista Panorama, para
mencionar un ejemplo, dijo el 16 de ese mes:
“¿Por qué los comandantes desalojaron a Onganía del poder el lunes 8, si el
viernes 5 habían aceptado su explicación, más la promesa de iniciar el camino
democrático? En efecto, aquella tarde, en la reunión del Conase, merced a las
instancias de Lanusse, quedaron aprobadas las políticas nacionales. La que
lleva el número 53 dice así: Estructurar un sistema político democrático,
estable y eficiente, bajo la forma de gobierno republicana, representativa
y federal, que asegure la libertad, el respeto y la protección de la persona
humana, en procura del bien común. Esa noche, un alto jefe de las Fuerzas
Armadas confiaba a Panorama que no había lugar a golpe puesto que Onganía
se allanó en todo a las exigencias de los comandantes”.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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Pensar que el problema se limitaba a reafirmar la democracia en abstracto,
sin hablar de Congreso Nacional ni de partidos políticos, era dejar de lado el
meollo del problema. El centro de la cuestión, como ya expliqué, no consistía
en una cita más o menos alegórica de los objetivos, que ya se habían establecido
cuatro años antes sino en el tipo de sistema democrático que se implantaría y
en la cuestión de los plazos.
(…)
Para el Presidente Onganía, consultar a los sectores políticos constituía una
aberración; consideraba que él, solamente, debía determinar el ritmo de los
acontecimientos de acuerdo a pautas pragmáticas que eran, indiscutiblemente, subjetivas. Podíamos sospechar, en última instancia, que el Jefe de Estado
esperaba la oportunidad para deshacerse de nosotros y poner en marcha, luego,
una interpretación personal –así lo insinuó, por lo demás– de todo lo que se
discutiera. Quería, en fin, que le otorgáramos un nuevo cheque en blanco.
(…)
La forma en que Onganía se refería al tema, la adopción, por su parte, de
una verdadera “estrategia sin tiempo”, la voluntad de marginar a las Fuerzas
Armadas considerándose como único responsable de la situación, dejaban subsistentes los datos fundamentales de la crisis.
La noche del 6 de junio yo pensaba, lógicamente, que estábamos ya ante
una muy grave crisis de gobierno; no quedaba tiempo para proseguir con reuniones casi divagatorias o, al menos, de dudosos resultados prácticos.
Conversé sobre todo eso con el almirante Gnavi y, juntos, esbozamos un
plan de acción inmediato que ya no podíamos soslayar por cuanto al lunes
siguiente, 8 de junio, los comandantes estaban citados por el general Onganía.
(…)
A las 14.55 los tres Comandantes en Jefe (los otros dos no habían intentado
ser relevados por Onganía) fuimos categóricos y definitivos:
“La Junta de Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas resolvió reasumir de inmediato el poder político de la República. En consecuencia, invita
al señor teniente general Onganía a presentar su renuncia al cargo que hasta
la fecha ha desempeñado por mandato de esta Junta”. Firmamos el almirante
Gnavi, el brigadier Rey y yo.
(…)
A la caída del general Levingston, el nombramiento del nuevo ministro
del Interior pasó a ser, naturalmente, la clave del proyecto político que presentaríamos al país para cumplir el objetivo de instaurar una democracia
moderna, estable y eficaz.
Por un lado, existía en la República un nucleamiento inter­partidario –“La
Hora del Pueblo”– que, si bien no incluía absolutamente a todas las corrientes
de opinión, tenía la “ben­dición” de las más significativas y de sus jefes: estaban allí el peronismo y la Unión Cívica Radical, con Juan Domingo Perón y
Ricardo Balbín. El Gran Acuerdo Nacional que proponíamos debía ser más
ancho y más profundo que eso, por cierto: debía ser, como se dijo entonces, “la
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hora de todos”. Pero en política no se puede desconocer la realidad y “La Hora
del Pueblo” se presentaba como un aceptable punto de partida.
Era importante, y hacía a los fines de nuestra estrategia, que el nuevo ministro político tuviera el aval de “La Hora del Pueblo”. Eso implicaría, por
lo demás, un sincero esfuerzo para reconciliar a las Fuerzas Armadas de la
Nación con las grandes corrientes políticas, desplazadas en 1966, pero que
seguían representando, sin duda alguna, a la mayoría de los argentinos.
(…)
El general Levingston fue derrocado el 23 de marzo de 1971, a las dos y
diez de la madrugada. La Junta de Coman­dantes en Jefe reasumió entonces
el poder político y cubrió las principales designaciones entre las cuales estuvo
la mía, como Presidente de la Nación, y las de Arturo Mor Roig y Francisco
Manrique como ministros del Interior y de Bienestar Social, respectivamente.
Los comandantes coincidimos en ofrecer a Mor Roig el Ministerio del Interior,
el miércoles 24 de marzo y el viernes 26 juramos los tres, además de cinco secretarios de Estado.
La personalidad de Mor Roig era sumamente interesante desde el punto de
vista de nuestro proyecto, destinado a lograr la unión nacional. Con 56 años
de edad, tenía 35 de militancia en la Unión Cívica Radical, donde había
alcanzado importantes posiciones. Había sido, por otra parte, presidente de la
Cámara de Diputados de la Nación, entre 1963 y 1966, cumpliendo sus tareas
con un estilo político de unión, pese a que la fragmenta­ción política de entonces
había hecho muy difícil la labor parlamentaria.
Desde el punto de vista ideológico, la personalidad de Mor Roig parecía destinada a representar tanto la aceptación de la realidad política como la necesidad
de innovaciones que sentía el país. Si bien Arturo Mor Roig era radical “de
nacimiento” no fue desde el punto de vista de su estilo político, un radical típico.
(…)
Arturo Mor Roig, por su parte, estaba embebido del pensamiento político de la Iglesia; era doctor en Ciencias Políticas de la Universidad Católica
Argentina, amigo de politicólogos al estilo de Francisco Arias Pellerano, Carlos
Floria, Natalio Bota­na, el Padre Rafael Braun Cantilo y, como él mismo reconocía en público, se había nutrido doctrinariamente en la filosofía neotomista.
(…)
Con respecto a las Fuerzas Armadas, los puntos de vista de Mor Roig pueden sintetizarse en uno de los conceptos que expresó a su antiguo correligionario, Ricardo Balbín, a los pocos días de asumir el ministerio del Interior:
“Las Fuerzas Armadas proponen, como obra de artesanía política y de
imaginación creadora, un Acuerdo Nacional como alternativa a la situación
que estamos viviendo los argentinos. En apariencia, la opción que se presenta
es, así, Acuerdo Nacional o dictadura. Yo debo confesar que no comparto
totalmente esa apreciación en lo inmediato. Pienso que, en estos momentos,
las posibilidades de implantar una dictadura son exiguas, dado el desgaste
externo e interno que han experi­mentado las Fuerzas durante los últimos
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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cuatro años. Si los partidos no quisieran acordar una solución a lo grande,
patrióti­ca y profunda, pienso –desde un punto de vista muy personal mío–
que habría elecciones de todos modos, porque no van a seguir en el poder.
Pero sin acuerdo no habrá solución en el país, y sin acuerdo no se clausurará el ciclo de golpes de Estado en la Argentina. Con un nuevo gobierno
faccioso o excluyente, aunque surgido formalmente de comicios limpios, que
pretenda prescindir de la existencia de las Fuerzas Arma­das, de la Iglesia,
de las grandes organizaciones gremiales empre­sariales y de trabajadores, se
incubará, desde el principio, una nueva crisis, más terrible que todas las
precedentes, y no podrá subsistir la democracia en la Argentina”.
De todo su razonamiento, es posible que algunos solamente hayan retenido
una parte (“habría elecciones de todos modos”) y hayan pretendido echar en
saco roto a todo el resto. Las consecuencias están ahora a la vista pero antes, costaron la vida, en manos de una banda terrorista, al mismo Arturo Mor Roig.
(…)
Mor Roig no pudo llevar a la práctica la mayoría de sus ideas, agobiado
por una gestión casi imposible en un clima signado por la creciente presencia
de la subversión. Conviene, sin embargo, tener en cuenta los principios que
constituían su marco de referencia en lo ideológico y doctrinario:
• Uno de los presupuestos fundamentales de la reorga­nización de la vida republicana debía ser, necesariamente, la limitación del número de partidos
políticos, porque solamente así se podría ordenar una vida cívica caotizada
durante años. El país debía canalizarse –mediante mecanismos tales como las
exigencias en cuanto al porcentaje de afiliados que necesitaría cada partido
con un tope de cuatro o cinco agrupaciones: el peronismo, el radicalismo, el
liberalismo conservador y centris­ta, el federalismo y, quizá, una forma moderada de izquierda legalista. Esos cuatro o cinco partidos podrían participar en
las elecciones. Más allá de eso existía un segundo nivel, que él destinaba a los
“movimientos cívicos”. “No le puedo descono­cer a nadie –decía– el derecho de
asociarse y formar un grupo que estudie la problemática política y participe
en el debate nacional. Los socialistas democráticos, por ejemplo, podrían tener
sus centros y participar en los grandes debates políticos. Pero es capítulo aparte
de la participación electoral en los procesos nacionales. Allí es donde creo que
debemos procurar que el estatuto encauce las grandes corrientes de opinión”
(declaraciones del 19 de agosto de 1970).
(…)
• Apreciaba que el fenómeno de la violencia, en sí tan antiguo como el mundo,
nacía, en su actual acepción, en las barricadas francesas de 1968. No ofrecía, en
su concepto, ni siquiera una utopía. Y debían tenerse presentes las condiciones
en que había nacido, antes de hablarse conjeturalmente sobre sus causas. Había
nacido en el corazón de un país desarrollado: en París, Francia. Había nacido en
el momento culminante de la grandeur de De Gaulle, cuando la gran mayoría
de los franceses reconocían a un fuerte liderazgo nacional ubicado por encima
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de los partidos. Había nacido en un medio próspero (universitarios y obreros
calificados) de un país próspero, cuan­do Francia atesoraba seis mil millones de
dólares como reserva, en el momento en que el franco francés hacía vacilar al
dólar, mientras De Gaulle era casi el árbitro del mundo; cuando el orgullo patriótico estaba exaltado y la situación política interna era francamente favorable.
La desorientación rebelde de la juventud opulenta, acompañada por algunos
sectores obreros muy especiales que rebasaron la actitud de la izquierda oficial,
estaba alimentada por ingredientes de diverso tipo, incluyendo la crisis espiritual
contemporánea, pero no podía apuntarse como causa única a la presunta o real
“violencia de arriba”. Sin embargo, la carencia de una “estrategia de arriba” en
condicio­nes de hacer frente a un hecho nuevo realimentaba, sin duda, las expresiones de disconformidad. Y tampoco se las podía neutralizar fácilmente cuando
muchos sectores de arriba, con algo de facilismo demagógico, se apresuraban a
señalar que las estructuras políticas estaban caducas, y no solamente los hom­bres:
“Peligrosísima teoría. Peligrosísima. Peligrosísima no sola­mente a nivel político.
Porque entonces, frente al fracaso de los militares ¿están caducas las instituciones
militares? y, frente a la crisis de la Iglesia ¿está caduca la institución Iglesia?
Cuidado con eso, cuidado con eso”, advertía.
Esas eran, pienso, las ideas esenciales de Mor Roig. E interesa rescatarlas
para comprender profundamente la esencia de una filosofía que, en gran parte,
reflejaba los puntos de vista de la Junta de Comandantes y míos. La apetencia
de renova­ción pero, al mismo tiempo, el rechazo de los formalismos renovadores eran parte en un documento de aquella época, de lo que Mor Roig llamó
“hechos convocantes”.
¿Cuál era el objetivo común? En el error o en el acierto –y Mor Roig creía,
ciertamente, que era en el error– las Fuerzas Armadas habían producido el
episodio del 28 de junio con la finalidad de crear las condiciones propicias
para la unidad nacional, para asegurar una mayor eficiencia institucio­nal
en el marco de la democracia, para actualizar la dinámica política del país,
para alcanzar la estabilidad económica como base de un desarrollo independiente y para conformar un orden social justo. Ese era, al menos, el meollo
doctrinario de los documentos originarios y, pienso, lo que la mayoría de
los altos mandos deseaba concretar. En cambio, no fueron objeti­vos del 28
de junio la creación de nuevos enfrentamientos que se sumaran a los viejos
(corporativistas versus partidarios de la democracia representativa, por ejemplo), ni el impulso a una política económica que comprometiera la soberanía
nacional, ni nuevas injusticias sociales.
El relevo de Onganía debía entenderse como el cierre defi­nitivo de un capítulo donde predominó el vacío político, con una incomprensible concepción
aséptica del poder. Mor Roig proponía, como hechos convocantes, una definición clara y precisa sobre los objetivos del gobierno militar, así como la concreción de un plazo razonable para su cumplimiento; el llamado a toda la ciudadanía; la rehabilitación inmediata de la actividad política; la elaboración
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de un nuevo estatuto de los partidos políticos; el análisis sobre la Constitución
Nacional y la ley electoral; una política económica capaz de reactivar la capacidad productiva del país; una política social que centrara su interés en los
sectores más postergados; una intensificación, en lo posible, de las obras públicas
de infraestructura que fueron el capítulo más rescatable del movimiento de
1966; la restauración de la autonomía en la Universidad; la adopción de medidas para establecer auténticas representatividades empresaria y sindical; una
actitud de diálogo frente a todos los sectores del país.
(…)
No había sido fácil concretar el nombramiento de Mor Roig en el Ministerio
del Interior. Mi colaborador, el coronel Francisco Cornicelli, cumplió, sin embargo, un eficaz trabajo de persua­sión, demostrando tanto a Mor Roig como a
los políticos representativos de “La Hora del Pueblo”, que la aceptación de la
cartera era la forma más lógica de evitar la repetición de graves males en el país.
(…)
Yo hice aclarar a los radicales que de ninguna manera quería hacer un frente
con ellos y que esa no era, por cierto, la intención de ninguno de los comandantes
en Jefe, por lo que no debían temer que los comprometiéramos frente a los otros
partidos. Pero, en cambio, señalé –por intermedio de un emisa­rio– que ansiábamos comprometer a los políticos, junto a todos los sectores, en la idea de la unidad nacional. Los otros dirigentes de “La Hora del Pueblo” recibieron la misma
infor­mación y, a partir de allí, comenzaron a presionar en sentido positivo sobre
Balbín, para que facilitase la aceptación de Mor Roig. Jorge Daniel Paladino
se convirtió en el más entusiasta partidario de una respuesta afirmativa quizá,
sobre todo, por­que era fundamental que él fuera, justamente, el más entusias­ta.
(…)
El lunes 29 me reuní, sucesivamente, con los brigadieres y con los almirantes en actividad. Expliqué los puntos de vista adoptados por la Junta y todos los
altos mandos de las dos fuerzas hermanas que expresaron opiniones lo hicieron
para marcar su coincidencia con las líneas generales que habíamos trazado.
Destaqué ante el Almirantazgo, por ejemplo, la necesi­dad de implantar una
democracia estable y eficiente, basada en el funcionamiento pleno de los partidos políticos. Uno de los papeles de trabajo que encontré, y que me sirvió de
guía o machete en esas conversaciones, dice lo siguiente:
“El Gran Acuerdo Nacional no incluye solamente a los partidos: también
es una convocatoria a los sectores empresa­rios, financieros, laborales, para que,
con una acción común y concertada, dentro de un justo equilibrio de intereses
y esfuer­zos, se pueda estructurar una política equitativa, como garantía de un
mejor nivel de vida para la comunidad. El Gran Acuerdo Nacional también
significa crear el clima de paz social necesario para desarrollar las posibilidades
potenciales de nuestro país. Y significa, a la vez, el generoso aporte de todos los
sectores interesados en el proceso. El Gran Acuerdo Nacional, en lo que tiene
que ver con la política exterior, configura una nueva dinámica, con el abandono del concepto de fronteras ideológi­cas y el ejercicio de una efectiva iniciativa,
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acorde con nuestro irrenunciable rol protagónico, en el marco del respeto a la
autodeterminación de los pueblos”.
(…)
Hubo doce preguntas. Ante una de ellas aclaré que no se trataba tanto de
hablar sobre la salida política como de buscar una solución política.
Lo fundamental –dije– es instrumentar los hechos en for­ma flexible y práctica, sin caer en planificaciones presuntuosas previas. Cada paso que vayamos
dando –agregué– alimentará los pasos siguientes, en la misma forma en que la
victoria, en un combate, determina los métodos a emplear en el siguiente y así
hasta lograr el éxito de la batalla y, ulteriormente, de la guerra.
(…)
En ese discurso del 24 [de agosto de 1972] reiteré, también, que el próximo período constitucional debía ser de transición y consolidación. Exhorté entonces a dejar de lado la ilusión “de que puede ser factible, de la noche a la
mañana, abandonar muchas décadas de ejercicio limitado o desvirtuado de la
Constitución para pasar al ideal configurado por un régimen de plenitud democrática, representativa y republicana, tal cual está escrito en la ley de 1853”.
Anuncié las incorporaciones de normas provisionales a la Carta Magna y
formulé una enérgica advertencia que se dirigía no solamente a los terroristas sino
también a los sectores políticos aliados al terrorismo: “El Gobierno está dispuesto
–dije– al diálogo, pero con todos aquellos que entienden y que creen en la fuerza
de sus ideas expresadas con la palabra. Los otros, los que, por el contrario, estiman
que el diálogo es imponer su voluntad con un arma, o con el miserable y cobarde
acto de colocar bombas, tendrán una respuesta que no será precisamente la de
la palabra sino la del peso máximo de la ley y también –no quepan dudas– la
fuerza de nuestras armas”. Mi permanencia en el cargo –explicité– hacía clara
mi decisión de no ser candidato. En cambio, había quienes se marginaban al no
retornar al país en término, sea “porque no tienen interés en la normalización
constitucional del país o porque no creen en la democracia”.
Entre las normas provisionales estaba la introducción del ballottage o doble
vuelta, una consecuencia bastante clara de la elección directa para Presidente
y Vicepresidente, que ya había enunciado el 7 de julio. En realidad, pocos
recordaron entonces que la doble vuelta figuraba en la Constitución Nacional
argentina un siglo y cinco años antes que en la Carta francesa de 1958. El
artículo 84 de nuestra Ley Suprema dice: “La elección se hará a pluralidad
absoluta de sufragios y por votación nominal. Si verificada la primera votación
no resultare mayoría absoluta, se hará por segunda vez, contrayéndose la votación a las dos personas que en la primera hubiesen obtenido mayor número de
sufragios”. Por supuesto, la Constitución se refería a la elección por electores,
de acuerdo al sistema indirecto que originariamente imponía. Pero resultaba
indiscutible que al adoptar el método directo, la única forma de preservar
su espíritu y hasta su letra –la intención marcada en el artículo 84 de que el
Presidente tuviera el 51% de votos de quienes lo elegían– era la introducción
del llamado ballottage que estaba previsto para los colegios electorales.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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Todo eso se vio, sin embargo, como un intento de trampa: una forma de
perjudicar al peronismo. No entiendo qué trampa había en generar los mecanismos para que la mitad más uno de los ciudadanos decidiera quién debía gobernar, en forma directa y en una o en dos vueltas, según el caso. La experiencia
demuestra la inexistencia de trampa, ya que me anticipé a reconocer el triunfo
justicialista –interpretando en forma flexible las disposiciones legales– cuando
el Frejuli obtuvo el 49,6% de los votos. Pero, claro está, hubo una intención:
provocar una actitud reflexiva del electorado, dando tiempo a que, entre una y
otra vez, pudieran decidir quienes habían votado por partidos menores siempre
y cuando los comicios no quedaran definidos en el escrutinio inicial.
(…)
El último trimestre de 1972 resultó decisivo en la configuración final del
proceso de institucionalización: en ese lapso se produjo el retorno al país de
Juan Domingo Perón y, también, su regreso a Europa; se eligieron los candidatos de las principales fuerzas políticas –incluyendo a Héctor J. Cámpora, por el
Frejuli, y Ricardo Balbín, por el radicalismo– y se intentó marcar la presencia
política de la Revolución Argentina a través del esfuerzo realizado por el brigadier Ezequiel Martínez.
Apenas transcurrido el 25 de agosto de 1972, todo el aparato publicitario
peronista puso en movimiento la idea de que, entonces sí, Perón iba a retornar
al país. Héctor J. Cámpora aseguró que lo haría antes de fin de 1972 y luego
precisó que el día elegido era el de noviembre: no sin alternativas, se llegó a esa
fecha en que el ex Presidente, luego de una ausencia de diecisiete años, volvió
por poco tiempo a la Argentina.
A fines del primer semestre de 1972, Perón había roto con el gobierno de
las Fuerzas Armadas presentando esa ruptura con suma habilidad, como un
problema vinculado a mi propia candidatura presidencial: la primera frase tajante contra la administración militar, así, no se refirió a los hechos producidos
por esa administración militar sino a un hipotético apoyo suyo a una fantasiosa
candidatura mía. En declaraciones a una publicación extranjera, el dirigente
justicialista afirmó –no sin cierto gracejo que le reconozco– que me resultaría
más fácil ser Rey de Inglaterra que Presidente constitucional de la Argentina.
Era una forma contundente de indicar que no apoyaría una postulación de mi
nombre, algo que, por cierto, no le había pedido que hiciera. Pero era, sobre
todo, una forma de plantear la ruptura de relaciones –por así llamarla– con el
gobierno en el terreno más conveniente para él y con el ostensible propósito de
generar una fisura entre las Fuerzas Armadas y el Presidente de la Nación. El
mismo leitmotiv se manifestaría luego a través de sus reiteraciones en el sentido
de que podría tratar con la Junta de Comandantes en Jefe, pero no conmigo.
La técnica de Perón consistió, por supuesto, en mover diversas piezas a
un mismo tiempo e ir tentando resultados: en ese contexto, hasta su enfrentamiento personal conmigo podía pasar a ser, o no, un elemento de negociación.
Pero diversos errores de mi gobierno favorecieron el juego de Perón: un error
ciertamente muy importante, durante todo ese período y comienzos de 1973,
1956 - 1976
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1966 - 1976
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fue que, a pesar de haber definido que el peronismo podría ir a elecciones, fracasamos en precisar cuáles serían los límites reales de nuestra decisión en forma
tal que, hasta último momento casi, el país no terminaba de saber si la fórmula
del Frejuli –en cuyo apoyo se había volcado casi todo el aparato subversivo–
podría llegar o no al 11 de marzo. Fue la peor variante posible y, aunque todo
puede explicarse, debo admitir que nuestro error táctico fue grave.
¿Qué pasó en esos últimos seis meses de proceso preelectoral? Los otros partidos
políticos tampoco sabían, a ciencia cierta, si el peronismo concurriría o no a elecciones y tenían muy en cuenta la experiencia del 7 de julio de 1963, cuando un
frente encabezado por los justicialistas resultó finalmente proscripto. Si el peronismo hubiese resultado proscripto, en forma directa o indirecta, tanto el radicalismo
de Ricardo Balbín como la Alianza Popular Federalista de Francisco Manrique
hubiesen aspirado sensatamente a buscar capitalizar en forma total o parcial al
electorado que habría quedado vacante e, inclusive, hubiesen quizá buscado de
contar con la buena voluntad de Perón. Eso es humano, es político, y no me
rasgo las vestiduras al verificarlo. Como la situación era indecisa, los candidatos
no-peronistas –y especialmente Ricardo Balbín– buscaban de evitar toda crítica al
peronismo, que quizá terminaría votándolos (y eso les insinuaba el mismo Perón,
a través de mil zalamerías). La táctica del Frejuli, al mismo tiempo, consistía en
evitar la menor crítica a los radicales, hasta el punto de que sus candidatos estuvieron virtualmente ausentes de todas las mesas redondas de la televisión argentina
(pero no de los noticieros, donde contaron con entusiastas panegiristas).
El peronismo, en esa forma, no censuró nada del radicalismo y los radicales
supusieron que eso podía deberse a que era una actitud preparatoria de la orden de votar por Balbín. Para esa eventualidad, la U.C.R. tampoco consideró
oportuno censurar al peronismo, ya que no sabía si habría o no habría proscripciones, ni sabía si habría o no habría abstención del Frejuli. En ese juego,
Perón tenía un enemigo claro enfrente (que era yo) y los otros partidos con posibilidades no tenían enemigo a la vista, ya que ni enfrentaban ni apoyaban al
gobierno ni enfrentaban ni apoyaban a Perón. La única forma de entusiasmar,
movilizar y polarizar que se conoce en política consiste en hacerlo contra un
enemigo, real o imaginario.
Nosotros creamos las condiciones para que Perón pudiera desplegar su juego
(“ningún partido es enemigo”; “el enemigo es la dictadura militar”). Y ese error
resultó tener gran importancia, sin servir como atenuante que, en el juego de
Perón, también estuvieran incluidos los amagos de realizar una paz “por separado” con el gobierno de las Fuerzas Armadas. El error, por lo demás, marcó
el abandono, gradual pero cierto, de un principio que nos habíamos fijado:
las elecciones no serían el todo, sino una parte de un acuerdo entre los sectores
civiles y el gobierno de las Fuerzas Armadas; el gobierno constitucional futuro
debía ser un poder de transición.
Fuente: Alejandro A. Lanusse, Mi testimonio, Buenos Aires, Laserre Editores, 1977, pp. 98-101, 117-119, 122,
217-226, 296-302.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1966 - 1976
POR LA NACIÓN
POR MARIANO GRONDONA
E
n las jornadas de septiembre de 1962
surgió algo más que un programa, una
situa­ción militar o una intención política: surgió un caudillo. Fenómeno es este, de
tanta im­portancia, que no se repite en la misma generación. A partir de entonces, el problema del país fue uno solo: cómo homologar
el mando profundo, la autoridad secreta y sutil del nuevo protagonista. Se intentó primero
la vía electoral. Pero cuando quedó bloquea­
da, el proceso político siguió una vida ficticia
y sin sentido: exactamente como la lega­lidad
que se edificó sobre su derrumbe. Al jurar
la presidencia en octubre de 1963, Ar­
turo
Illia no comprendió el hondo fenómeno que
acompañaba a su encumbramiento: que las
Fuerzas Armadas, dándole el Gobierno, retenían el poder. El poder seguía allí, en torno
de un hombre solitario y silencioso. Ese era
un hecho que estaba más allá de las formas
institucionales y de las ideas de los doctrinarios: un hecho mudo e irracio­nal, inexplicable
y milagroso. Siempre ha ocurrido así: con el
poder de Urquiza o de Roca, de Justo o de Perón. Alguien, por alguna razón que escapa a
los observadores, queda a cargo del destino
nacional. Y hasta que el sistema político no
se reconcilia con esa primacía, no encuen-
El 30 de junio de 1966, dos días
después de consumado el golpe
militar que derroca al presidente
Arturo Illia, Mariano Grondona
publica un editorial en la revista
Primera Plana. Se trata de un texto
que culmina la campaña golpista
que sostuviera la revista y en
el cual el abogado y periodista
liberal-conservador intenta
fundamentar el liderazgo del
general Onganía en el supuesto
reencuentro de la Nación con su
nuevo caudillo.
tra sosiego. La Nación y el caudillo se buscan
entre mil crisis, hasta que, para bien o para
mal, celebran su misterioso matrimonio. En
el camino que­dan los que no comprendieron:
los Derqui y los Juárez Celman, los Castillo y
los Illia.
No queremos comparar aquí a Juan Carlos Onganía con nuestros caudillos de ayer:
sea cual fuere el juicio que ellos merezcan,
su destino está cristalizado, es inmutable.
Onganía, en cambio, es pura esperanza, arco
inconcluso y abierto a la gloria o a la derrota.
Queremos, en cambio, comparar su situación
con la de sus antecesores. Y esa situación es
idéntica y definida: el advenimiento del caudillo es la apertura de una nueva etapa, la
apuesta vital de una nación en dirección de
su horizonte.
El gran error radical fue, entonces, producto de su óptica partidaria. Illia no com­
prendió que su misión era, en definitiva, viabilizar el encuentro del caudillo con la Na­ción.
Lo pudo hacer si hubiera puesto el ideal de
la Nación por encima del ideal del par­tido.
Pero el radicalismo identificó su propia suerte con la del país. Illia, dueño del Gobierno, se
creyó poseedor, también, del poder. Y de este
equívoco fundamental sur­gió todo lo demás.
1956 - 1976
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1966 - 1976
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Comenzó la anécdota. La polarización y las
pequeñas ofensivas an­te militares. El retiro
del Comandante en Jefe. Y, con él, la pérdida
de la “pax” militar de septiembre y, paradójicamente, la puesta en evidencia de la necesidad de autoridad. El absurdo de un Gobierno
sin poder quedó, por así decirlo, manifiesto y
demostrado. Y, con la revolución, todo volvió
a su quicio. Es que hoy muere un caudillo y
nace su sucesor.
Estas son las cosas profundas, que están
más allá de las formas legales o retóricas. La
Argentina se encuentra consigo misma a través del principio de autoridad. El Go­bierno y
el poder se reconcilian, y la Nación recobra
su destino.
Quiere decir, entonces, que los tres poderes de Alberdi –el civil, el militar y el bonaerense– están de nuevo reunidos en una sola
mano. A partir de aquí, se puede errar o acertar. Pero lo que importa señalar en esta hora,
en que la revolución es pura conje­tura y posibilidad, es que hay una mano, una plena autoridad. Sin ella, con el poder glo­bal quebrado
y sin dueño, no había ninguna posibilidad de
progreso; porque la comu­
nidad sin mando
es la algarabía de millones de voluntades divergentes. Con ella, en cambio, hay otra vez
Nación. Para ganar el futuro o para perderlo.
Pero, al menos, pa­ra dar la batalla.
Las naciones se miden por su impaciencia. Francia, así, demostró su magnitud cuan­
do no resistió la navegación a la deriva de la
Cuarta República. España, cuando recha­zó el
desquicio de las postrimerías de su propia
República. Inglaterra, cuando no sopor­tó la
idea de una Europa alemana. La Argentina,
en estos años cruciales, tenía que poner a
prueba su vocación de grandeza. El mantenimiento de la situación establecida tenía sus
ventajas: la vida apacible, las garantías institucionales, un cierto bienestar. Era la agonía
a muy largo plazo: la vida para nosotros, la
muerte para nuestros hijos. La Ar­gentina te-
nía una tremenda capacidad para optar por
la mediocridad: alimentos, buen nivel de vida
en comparación con otros pueblos, facilidad
de los recursos naturales. To­do la llevaba,
aparentemente, a la holganza y a la lenta declinación. Era la tentación de una Argentina
victoriana, que, usufructuaria de la grandeza
del fin de siglo, se prepara­ba para bien morir,
huérfana del desafío, del reto histórico que a
otras naciones lanzan la guerra o la geografía. La Argentina tenía, en su lentísima desaparición, un solo ele­mento de reacción: su
propio orgullo.
La etapa que se cierra era segura y sin
riesgos: la vida tranquila y declinante de una
Nación en retiro. La etapa que comienza está
abierta al peligro y a la esperanza: es la vida
de una gran Nación cuya vacación termina.
Fuente: Mariano Grondona, “Por la Nación”, Primera
Plana, 30 de junio de 1966, en Carlos Altamirano, Bajo
el signo de las masas (1943-1973), Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo VI, Emecé, 2007, pp. 336-337.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1966 - 1976
EL CARISMA
DE PERÓN
POR JOSÉ LUIS ROMERO
G
anó Perón: este es el análisis de las
elecciones. Ni el Frente, ni el Justicialismo, ni el candidato presidencial,
ni los gobernadores, ni los diputados. Pura y
simplemente, Perón. Este es el fenómeno que
es necesario estudiar para saber qué pasa
con la sociedad argentina. Ahora y desde
hace bastante tiempo.
Dos preguntas van a guiar este análisis.
La primera se refiere a Perón. ¿Qué es Perón? No quién es Perón, pregunta válida pero
anecdótica. Porque el Perón que ha ganado
las elecciones es mucho más que Juan Perón. La segunda se refiere a quiénes son los
derrotados. Porque hay derrotados visibles
–los partidos políticos perdedores– y derrotados invisibles que son los que más interesa
descubrir.
De cualquier manera, la primera es la más
importante porque esconde los términos de
la segunda. La oposición a Perón no se ha
fundado, básicamente, en lo que hizo o en lo
que dejó de hacer, sino en los caracteres que
su personalidad imprimió a su gobierno. Esa
Tras el triunfo de la fórmula
Perón-Perón en las elecciones
de septiembre de 1973, José Luis
Romero emprende un análisis que
le permite inscribir el resultado
de la contienda en una crisis de
larga duración. El “carisma de
Perón”, de este modo, expresa la
confianza de los marginados en
el líder popular y revela el fracaso
de las élites de la “Argentina
aluvial” para diseñar mecanismos
de integración social y política
para las masas. Por esta razón,
en la mirada de Romero, el
triunfo del peronismo es signo
de que las clases dominantes, al
menos desde 1930, no han sabido
cumplir funciones “dirigentes”. personalidad ha sido, por el contrario, el foco
de atracción de muchos, verdaderamente seducidos por ella. La personalidad de Perón
constituye, pues, un problema. Pero en mi
opinión es un problema anecdótico. Lo importante es ahora saber qué significa.
Hay consenso general en que Perón tiene carisma y que en esto consiste su fuerza.
Para muchos la explicación es suficiente. El
carisma personal aglutina las masas, las dinamiza. Pero se trata de un simplismo, y a
poco que se rastree la historia argentina de
los últimos cuarenta años se descubre que el
problema de las masas argentinas es complejo y enmarañado. En rigor, se trata de una
formulación correcta e incorrecta a un tiempo, según lo que se entienda por carisma. Allí
está la punta del hilo.
Para muchos, el carisma es algo privativo
del individuo, una peculiaridad de su personalidad o, acaso, un don otorgado por una potestad divina: tal es el arrastre que esta noción
sociológica trae de la teología, de donde la extrajo Max Weber. Pero en términos de historia
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social la personalidad individual de quien se
dice que tiene carisma no es sino el núcleo de
su personalidad social. Quien tiene carisma
en cierto grado puede carecer de trascendencia social si la sociedad no lo transforma en
el soporte de algo que ella proyecta sobre él.
En ese caso el carisma cambia de escala y el
que lo detenta adquiere una influencia social
multiplicada.
Así entendido, aquella explicación es válida. Perón tiene carisma: el de su personalidad,
sin duda; pero, sobre todo, el que resulta de la
proyección que un vasto sector de la sociedad
argentina ha depositado en él. No es distinto
al caso de Rosas o de Yrigoyen en cuanto a
fenómeno personal, y tampoco es distinto en
cuanto a la proyección social que se agrega a
las tres personalidades. Sí lo es con respecto
al uso que cada una de ellas ha hecho del poder que esa proyección les otorgó.
Parece evidente que, para rastrear el significado profundo de la decisión de la mitad
del electorado a favor de Perón, lo más importante es establecer el contenido de aquella proyección. Esto es, establecer la significación del Perón simbólico. La respuesta no
parece difícil. Perón simboliza una rebelión
primaria y sentimental contra el privilegio.
Y Eva Perón más que él. Pero ahora es sólo
él, purificado y hecho espíritu por la lejanía.
Esta es la fuerza de su nombre. Y esto es lo
que tiene de grande la decisión de quienes
han preferido seguir manteniendo tal opción,
porque más allá de sus implicaciones socioeconómicas, y más allá de las esperanzas concretas de cambio, supone una condenación
del privilegio.
La protesta de los marginados
Conviene detenerse en el examen de este sentimiento contra el privilegio. Con textos y con
argumentos formales podría argüirse que no
hay privilegios en Argentina: es lo que se desprende de la Constitución. La realidad social,
sin embargo, es otra. La democracia liberal
no desterró, en los hechos, el privilegio en
ninguna parte; pero, además, la composición
peculiar de la sociedad argentina contribuyó
a que se acentuara. Nadie puede negar que
la población indígena y mestiza haya estado
–y esté– en una situación de marginalidad.
Esa herencia de la conquista ha perdurado y
perdura, no sólo en cuanto a la condición económica y social de esos grupos, sino –confesémoslo– bajo la forma de una opinión muy
generalizada acerca de sus valores humanos:
tal era el contexto de la expresión “cabecitas
negras”, que no sólo usaron las clases altas
sino también vastos sectores de las clases
medias y populares.
Pero la situación se hizo más compleja
aún. La inmigración masiva desencadenada
en la segunda mitad del siglo xix transformó
radicalmente la estructura de la sociedad tradicional y creó un nuevo sector marginal: el
de los inmigrantes y sus descendientes. “Gayego” o “gringo” significaban en los labios de
los grupos tradicionales lo mismo que “cabecitas negras”. Esto es, una calificación sobre
el lugar que ocupaban en la estructura socioeconómica y, además, un juicio sobre sus
valores humanos.
Todos estos grupos, en conjunto mayoritarios en la sociedad argentina, o buena parte
de ellos, han tenido y tienen el sentimiento
profundo y firme de que viven en una sociedad en la que no están totalmente integrados
porque subsisten grupos que monopolizan
el privilegio. Como atrás de Yrigoyen, ahora
irrumpen detrás de Perón para gritar una
protesta. Una protesta, nada más. No para
exigir el sistema de cambios que podrá poner
fin al primado del privilegio.
Una pregunta cabe hacer: ¿quiénes detentan en Argentina el privilegio? Este es el punto más complejo de la cuestión, el más sutil
y en consecuencia el más difícil de dilucidar
brevemente. Para el indígena del siglo xvii la
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1966 - 1976
respuesta era simple: el conquistador español y blanco. Eran dos castas. A partir de la
Independencia la respuesta se hizo cada vez
más confusa. Los privilegiados eran los poseedores y los que pertenecían a grupos de
poseedores, entre los cuales podía haber algún mestizo.
Pero lo fundamental fue que los poseedores, cualquiera fuese su origen, se identificaron rápidamente con la concepción señorial
de los conquistadores, supuestamente hidalgos. A veces eran descendientes de conquistadores, a veces mestizos encumbrados por
las guerras civiles, a veces almaceneros enriquecidos trasmutados en estancieros. Y el
modelo de identificación seguía funcionando
mientras se procuraban ansiosamente unos
blasones de emergencia que justificaran la
creciente soberbia y los crecientes privilegios. Esta situación fue análoga a la que se
produjo en otros países latinoamericanos;
pero en la Argentina tuvo una variante fundamental con la inmigración masiva del siglo
xix. Entonces empieza la Argentina de hoy, la
Argentina aluvial.
De aristocracia a oligarquía
Las masas inmigrantes fueron convocadas
por las clases poseedoras, pero fueron recibidas con reticencia. No hubo una política de
colonización, no se procuró el arraigo de los
recién llegados y se promovió indirectamente
un falso desarrollo urbano. Pero la reticencia
fue más lejos aún, porque las clases tradicionales consideraron a los inmigrantes no sólo
como intrusos sino también como inferiores
y a veces como despreciables. Del país nuevo que se constituía, las clases tradicionales
perdieron el control social, obsesionadas por
mantener el control económico. Por eso se
puede decir que la que se había comportado
como una aristocracia –en el sentido aristotélico de la palabra– se convirtió después del 80
en una oligarquía.
Fue esa oligarquía la que se expresó políticamente en el “régimen”, y contra ella se
levantó la “causa”, un movimiento sin un
modelo de cambio profundo pero que estaba animado por un sentimiento vehemente
contra el privilegio, contra la pretensión cada
vez más insostenible y menos justificable de
ciertos grupos que se consideraban los propietarios del país por el solo hecho de ser los
propietarios de la tierra y los beneficiarios de
los negocios, grandes y chicos.
Triunfó la “causa” con Yrigoyen, y parecieron ceder en sus pretensiones los que detentaban los privilegios; pero la “causa” no dio
un paso para modificar la estructura básica
del país, y fue inevitable que en la primera
coyuntura favorable –1930– volvieran a aparecer los desalojados de 1916. Entonces se
observó un curioso proceso social: la antigua
oligarquía, reducida en número, reforzó sus
filas con el aporte de sectores de clase media
cuyos miembros se identificaron con su actitud social. Todos quisieron ser privilegiados
por adopción y comenzaron a comportarse
como tales. Todos apelaron al modelo hidalgo, al modelo del caballero cristiano del Greco. Y todos se engañaban entre ellos pujando
sórdidamente por el ascenso social, por las
posiciones públicas, por el dinero, revelando
una innoble sordidez.
Esa clase argentina privilegiada y decidida a extremar los beneficios que otorga el
privilegio es la que Jauretche ha identificado
como el “medio pelo”, y es, sin duda, una élite ilegítima e ineficaz. Contra ella comenzó a
acumularse un oscuro resentimiento de las
clases populares, con independencia de partidos e ideologías. Esto fue lo más difícil de
descubrir en 1945, precisamente porque era
un sentimiento más profundo e impreciso que
las ideologías.
No podría negarse que otros componentes
hayan obrado en la decisión mayoritaria. Pero
cualquiera de ellos supone un nivel de concep-
1956 - 1976
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1966 - 1976
332
tualización que no alcanza a la totalidad de los
que optaron por el Perón simbólico. Sólo la reacción contra el privilegio constituye un denominador común en esa masa de votos.
Del mismo modo podría afirmarse que
muchos que han votado por otros partidos se
han manifestado también contra el privilegio;
pero esos votos tienen componentes programáticos que limitaban el consentimiento.
Sólo Perón significaba eso y fundamentalmente eso. Como el plebiscito de 1928 en favor de Yrigoyen, el voto mayoritario ha tenido
más que nada un contenido social y ha sido,
en rigor, un grito. Y como hecho social –y no
estrictamente político– hay que analizarlo.
La crisis de la élite
Si, como creo, esta interpretación es justa, no
hay que buscar los derrotados en los partidos
políticos que tuvieron menos votos: por una u
otra razón no lograron –o no quisieron– dar
la imagen de que enfrentaban resueltamente
el privilegio como el Perón simbólico la dio.
Pero es un accidente en la historia de las formaciones políticas, porque es inevitable que
el país busque sistemas de soluciones para
los grandes problemas, y el propio justicialismo tendrá que optar por uno de ellos. La gran
derrotada es, en bloque, la élite argentina que
ha delineado su fisonomía desde 1930 y que
ejerce ineficazmente la dirección del país sin
acertar el rumbo en una época de cambio
acelerado en el mundo y más acelerado –socialmente al menos– en el país.
Sin duda en todo el mundo están en crisis
las élites, precisamente porque ha entrado en
una crisis profunda la idea de privilegio. Las
élites no pueden sobrevivir sin el consenso,
porque el consenso proviene de la experiencia inmediata que tiene el grupo social de su
legitimidad y su eficacia. Sin estas dos condiciones, la élite carece de sustento propio y necesita de la fuerza para sostenerse: la de las
armas, o quizá la de una sutil intoxicación de
las masas para la que se prestan sociedades
que, como la argentina de hoy, han desarrollado un alud de expectativas para cada uno
de sus grupos, generalmente superiores a las
posibilidades de la estructura económica en
que se insertan. No es escaso el servicio que
prestan a esos designios los medios masivos
de comunicación.
Sin consenso, la élite es ilegítima. Es el
caso argentino desde hace cuarenta años. El
problema es de adecuación al cambio. Pero
también es un problema moral. Una élite se
torna ilegítima cuando hace prevalecer sus
intereses de grupo sobre los intereses generales, y esta es la situación argentina desde
hace cuarenta años.
¿Cabe extrañarse entonces que remonte
poco a poco el grito de protesta, se haga clamor, y se exprese un día a través de un símbolo que sepa asumir su papel?
Algo podrido hay en Argentina. Quien asume la responsabilidad de representar la reacción, asume al mismo tiempo la de encontrar
las vías de salida. El grito ha sido proferido.
Nada puede preverse acerca de si quienes
han recibido la delegación del carisma resistirán a la venenosa tentación de sumarse a
las viejas élites del privilegio como ya ocurrió
alguna vez.
Fuente: José Luis Romero, La experiencia argentina y
otros ensayos, Buenos Aires, Taurus, 2004, pp. 500-505.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1966 - 1976
CeDInCI
333
Gentileza Crónica - Colección Archivo Nacional de la Memoria
Ilustración “Al fin un gobierno
como Dios manda”, de Juan Carlos
Colombres (Landrú), para la tapa
del 17 de julio de 1966 de la revista
de humor político Tía Vicenta, que
funda en 1957. En esta edición,
Landrú caracteriza al general Juan
Carlos Onganía como una morsa
(un sobrenombre con el que sus
camaradas militares se referían
a Onganía debido a sus grandes
bigotes). Días después el gobierno
dictatorial clausura la revista.
La Noche de los Bastones Largos, 29 de julio de 1966. La Dirección General de Orden Urbano de la
Policía Federal Argentina desaloja cinco facultades de la Universidad de Buenos Aires (UBA) ocupadas
por estudiantes, profesores y graduados que se oponen a la decisión del gobierno militar de intervenir
las universidades y anular el régimen de autogobierno.
1956 - 1976
LA DEPENDENCIA
EN CUESTIÓN
Si buena parte de las élites políticas y culturales –ya democráticas,
ya autoritarias– de la década de 1960 toman las figuras del desarrollo y la modernización como estandartes para guiar los intentos
de una profunda transformación de la sociedad y el Estado argentinos, otros grupos políticos e intelectuales sabrán oponer a ellas la
cuestión de la dependencia. Así, la dependencia será discutida en
su faceta política y económica pero también, y no en menor medida,
en su dimensión cultural y artística. Contra esta matriz dependiente
y colonizante se despliegan entonces las consignas de la emancipación y de la liberación nacional, en cuyo horizonte la revolución
se configura como el significante cada vez más nítido y pregnante,
como puede leerse en los ya clásicos manifiestos de “Tucumán Arde”
y del Grupo Cine Liberación, pero también en la entrevista al prestigioso científico Oscar Varsavsky sobre ciencia, política e ideología.
Al mismo tiempo, otras líneas de impugnación al orden social dominante se expresan desde un espectro ideológico diferente del que en
nuestro país se extiende entre el arco nacional-popular y las izquierdas socialistas y marxistas, como las vanguardias artísticas que tienen lugar en el Instituto Di Tella o la recepción de la cultura beat y
de los movimientos por los derechos civiles en los Estados Unidos,
que se expresan en diversas publicaciones y manifestaciones contraculturales. Finalmente, estas apuestas contestatarias muestran como
dos de sus núcleos fundamentales los debates en torno de la violencia
(como medio necesario para la transformación) y del lugar del intelectual (en su vínculo con las organizaciones políticas), en una época
cuyos conflictos parecen agudizarse en relación proporcional con la
aceleración de los tiempos.
1966 - 1976
Tucumán Arde
POR NICOLÁS ROSA Y MARÍA TERESA GRAMUGLIO
A poco menos de dos meses de asumir, el gobierno de facto de Juan
Carlos Onganía lanza una batería de medidas, en el marco del llamado
“Operativo Tucumán”, para hacer de esa provincia del norte un “moderno polo de desarrollo industrial”. Estas medidas, que buscan superar los
efectos de la crisis de la industria azucarera, disponen el cierre de casi
una decena de ingenios azucareros y la eliminación de subsidios y ayudas
a pequeños productores. El crecimiento de la desocupación y el descontento social generan diversas acciones de protesta por parte de la FOTIA
(Federación Obrera de Trabajadores de la Industria del Azúcar), el gremio
combativo de los azucareros, que son violentamente reprimidas por el
gobierno militar. Hacia 1968, la situación social y política en Tucumán es
crítica, y los crecientes reclamos de los trabajadores son apoyados por
diversos actores sociales, como el movimiento estudiantil. En el mes de
noviembre, un grupo de artistas e intelectuales lleva adelante “Tucumán
Arde”, una obra colectiva y multidisciplinaria, montada en las sedes de
la “CGT de los Argentinos” de Rosario y Buenos Aires, con el trabajo de
diversos materiales (como testimonios de los habitantes tucumanos) y
múltiples acciones e intervenciones. Como indica el manifiesto de presentación, esta realización artística implica una práctica propagandística
y de denuncia de la política colonizante y represiva de los sectores dominantes y aspira, a la vez, a la “creación de una cultura alternativa que
forme parte del proceso revolucionario”.
Frente a los acontecimientos políticos y culturales que tienen lugar en el país, un
grupo de plásticos argentinos de vanguardia se ha propuesto la realización de una obra
colectiva que, empleando nuevos canales de comunicación y de expresión, posibilite la
creación de una cultura alternativa que forme parte del proceso revolucionario.
La política del actual gobierno militar argentino, de clara procedencia burguesa
y reaccionaria, ha intentado y conseguido anular en parte la combatividad de la clase
obre­ra mediante una violenta represión que ha alcanzado, como es notorio, los centros
de cultura universitarios. El aparato represivo montado por el gobierno ejerce una estricta censura sobre los medios de difusión, publicaciones y centros editoriales, instituciones culturales y movimientos artísticos de vanguardia.
Este marco ambiental agrava la situación en que los artistas revolucionarios desa­
rrollan su labor. Los movimientos plásticos de verdadero sentido revolucionario siguen
siendo despojados de su significación real al ser absorbidos por los centros culturales
que detenta la clase burguesa.
1956 - 1976
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1966 - 1976
338
Estos procesos de represión y absorción han creado la necesidad para los artistas de
elaborar una nueva estética efectivamente revolucionaria que, generando las armas adecuadas para la lucha de liberación, tenga su base en una acción creadora cuya materia
sea la realidad social y esté dirigida a modificarla en su totalidad.
La toma de conciencia de estos problemas a nivel político y estético determinó la
realización de una serie de actos de agresión voluntaria contra instituciones y representantes de la cultura burguesa, como por ejemplo la no participación y el boicot al
Pre­mio Braque instituido por el Servicio Cultural de Francia que culminó con la detención de varios artistas que concretaron violentamente el rechazo.
La obra colectiva propuesta se apoya en la actual situación argentina radicalizada en una de sus provincias más pobres, Tucumán, sometida a una larga tradición
de subdesarrollo y opresión económica. El actual gobierno argentino, empeñado en
una nefasta po­lítica colonizante, ha procedido al cierre de la mayoría de los ingenios
azucareros tucumanos, resorte vital de la economía de la provincia, esparciendo el
hambre y la desocupación, con todas las consecuencias sociales que esta acarrea. Un
“Operativo Tucumán”, elaborado por los economistas del gobierno, intenta enmascarar esta desembo­zada agresión a la clase obrera con un falso desarrollo económico
basado en la creación de nuevas e hipotéticas industrias financiadas por capitales
norteamericanos. La verdad que se oculta detrás de este “Operativo” es la siguiente:
se intenta la destrucción de un real y explosivo gremialismo que abarca el noroeste
argentino mediante la disolución de los grupos obreros, atomizados en pequeñas
explotaciones industriales u obligados a emi­grar a otras zonas en busca de ocupación
temporaria, mal remunerada y sin estabilidad. Una de las graves consecuencias que
este hecho acarrea es la disolución del núcleo fa­miliar obrero, librado a la improvisación y al azar para poder subsistir. La política eco­nómica seguida por el gobierno en
la provincia de Tucumán tiene el carácter de expe­riencia piloto con lo que se intenta
comprobar el grado de resistencia de la clase obrera para que, subsecuentemente a
una neutralización de la oposición gremial, pueda ser tras­ladada a otras provincias
que presentan características económicas y sociales similares.
Este “Operativo Tucumán” se ve reforzado por un “Operativo Silencio” organiza­
do por las instituciones del gobierno para confundir, tergiversar y silenciar la grave si­
tuación tucumana al cual se ha plegado la llamada “prensa libre” por razones de comu­
nes intereses de clase.
Sobre esta situación, y asumiendo su responsabilidad de artistas comprometidos con
la realidad social que los incluye, los artistas de vanguardia responden a este “Ope­rativo
Silencio” con la realización de la primera bienal de arte de vanguardia “Tucumán
Arde”, que implica:
• Asumir el papel de propagandistas y activistas de la lucha social en Tucumán.
• Crear una cultura alternativa que, propuesta como una instrumentación de la
violencia y de la subversión, desgaste el aparato oficial de la cultura burguesa.
• Apoyar la acción política de las entidades gremiales que encabezan la lucha:
Confederación General del Trabajo, Federación de Obreros Tucumanos de la
Industria Azucarera.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1966 - 1976
La primera bienal de arte de vanguardia “Tucumán Arde” con­sigue, por
primera vez en la historia de los movimientos plásticos argentinos, una ver­dadera y
real unión de motivación e intereses entre artistas e integrantes de la clase obre­ra; y
comprende:
• Una exploración exhaustiva de la realidad tucumana a todos los niveles, recogiendo la información en el lugar en que los conflictos se producen; para el logro
de es­ta etapa los artistas viajarán a Tucumán acompañados de equipos de filmación, grabación, fotografía y materiales para entrevistas, encuestas y reportajes.
• La mostración del material gráfico y audiovisual recogido por los artistas, en los
locales de la CGT central (Buenos Aires), y las regionales de Rosario, Santa Fe y
Córdoba, como una manera de incorporar el hecho a las entidades obreras.
• La utilización de los medios de comunicación para crear un fenómeno sobreinformacional que abarcará la información recogida por los artistas en Tucumán,
la infor­mación formalizada en la muestra en la CGT y la posterior difusión que
los medios ela­borarán, como última etapa sobre la totalidad del proceso.
La obra se realizará entre el 9 y el 13 de noviembre de 1968.
Participantes. Rosario: Noemí Escandell, Graciela Carnevale, María Teresa
Gramuglio, Martha Greiner, María Elvira de Arechavala, Estela Pomerantz, Nicolás
Rosa, Al­do Bortolotti, Norberto Puzzolo, Eduardo Favario, Emilio Ghilioni, Juan
Pablo Renzi, Carlos A. Shork, David de Nully Brown, Roberto Zara, Oscar Coniglio.
Buenos Aires: Margarita Paksa, León Ferrari, Roberto Jacoby, Pablo Suárez. Santa Fe:
Graciela Borthwick, Jorge Cohen, Jorge Conti.
Fuente: Nicolás Rosa y María Teresa Gramuglio, Tucumán arde, recopilado por la investigadora Ana Longoni,
en Beatriz Sarlo, La batalla de las ideas, Biblioteca del Pensamiento Argentino, tomo VII, Buenos Aires, Emecé,
2007, pp. 394-396.
1956 - 1976
339
Archivo Graciela Carnevale. Fotografía: Carlos Militello
Tucumán Arde,
campaña publicitaria,
Oblea, Rosario,
Argentina, 1968.
Archivo Graciela Carnevale. Fotografía: Carlos Militello
Tucumán Arde, campaña publicitaria, Rosario, Argentina,1968.
Tucumán Arde, muestra en la CGT, Rosario, Argentina, 1968.
Gentileza Roberto Baschetti
340
Archivo Graciela Carnevale
Diseño: Juan Pablo Renzi
1966 - 1976
Fábrica tomada por obreros y empleados de un ingenio azucarero en Tucumán.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1966 - 1976
Elogio de la marginalidad
POR ECO CONTEMPORÁNEO (1967)
La revista Eco Contemporáneo, que se publica entre 1961 y 1969, constituye
un importante referente de las prácticas contraculturales emergentes en la
Argentina de los sesenta. Editada por Miguel Grinberg, cuenta con las colaboraciones de Antonio Dal Masetto, Juan Carlos Kreimer, Jorge R. Vilela,
Carlos De Brasi, Miguel Brascó, Jorge Di Paola, Rómulo Mació, entre muchos
otros. En el cruce de distintas disciplinas artísticas de carácter contestatario,
la revista se dirige contra la cultura dominante pero también se distancia de
las tradiciones de la izquierda, indagando en las relaciones entre creación y
emancipación, entre lo personal y lo colectivo, a partir de un tipo de involucramiento propio de la cultura beat y de los movimientos por los derechos civiles
en Estados Unidos. Ese posicionamiento “al margen”, en una época que consideran transicional, propone un nuevo léxico o nuevas derivas semánticas para
términos claves del universo político y cultural contrahegemónico. Se presenta aquí uno de los pocos textos referidos a la coyuntura política aparecidos en
sus páginas: el rechazo del golpe de 1966 en la pluma de Miguel Grinberg.
En su reciente discurso a las Fuerzas Armadas, el Teniente General anunció pomposamente que “el futuro ha comenzado”. Y seguidamente copió el “dentro de la revolución todo, fuera de la revolución nada” de Fidel Castro, para decir con deplorable tono
amenazador: “En la empresa no hay cabida para desertores ni remisos”.
La R. A. del Sr. Presidente (que supimos conseguir) no puede arrogarse el monopolio
del futuro, pues eso equivale a asumir una de las más funestas formas del mesianismo.
Ellos dicen anhelar el cambio de estructuras, nosotros trabajamos por el cambio de contenidos. La Siconáutica es la preciencia de la exploración del espacio interior, etc. Nuestro
combustible fundamental es el Poder Joven: crearemos nuestros propios organismos culturales, sociales, educacionales y económicos. Los siconautas son una tribu universal que
tomará del cristianismo algunos valores inmutables pero que los enriquecerá incesantemente en pos del socialismo cósmico. El primer paso será levantar un inventario de nuestros recursos y el siguiente iniciar la gran aventura hacia la aurora. “La vida es como un
río, su atractivo reside en que nunca deja de correr”. Mientras desarrollamos el proyecto
DELTA (Dinamización existencial liminar trasmutable asistemática) recaudamos fondos
para crear un Instituto que actúe simultáneamente como Banco de Ideas y como centro
formativo de una primera promoción de instructores siconáuticos.
Cuando una sociedad ha perdido su potencia germinadora y su capacidad de renovación, cuando la corrupción se hace casi total, los desertores y los remisos son la
sangre del futuro. Vivimos rodeados por muchedumbres de resentidos domesticados:
conversadores de una “derecha” que protesta y de una “izquierda” que apesta. Nuestra
1956 - 1976
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1966 - 1976
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inmadurez no es una sumisión a lo pueril, sino un modo de preservar el fuego de la
adolescencia, la imaginación creadora y el dinamismo existencial. La adultez que la
sociedad convencional predica es una manera del conformismo, la codicia y la tergiversación. Madurar es humano, florecer es divino.
El Teniente General habla de cambiar las estructuras pero hace persistir los mecanismos de la explotación, del privilegio y de la sumisión a los intereses foráneos. Su “cambiar
las estructuras” es hacer que todo siga igual pero que no se note, para que todos obedezcan
a la voz del amo y nadie disienta, para que todos sean mediocres contribuyentes al fisco en
vez de “hermosos girasoles dorados creciendo en el atardecer”. Así aumenta patéticamente
la deserción escolar y la delincuencia juvenil, así se crucifica al pueblo tucumano o se desmantelan carreras universitarias capitales como Sicología (prohibiendo que sus egresados
ejerzan la sicoterapia y autorizando monstruosamente a los médicos clínicos para que lo
hagan sin exigirles capacitación). En vez de diseminar las semillas de una nación potente,
evolutiva y soberana, se siembra el veneno de la prepotencia, el retroceso y el imperialismo, llagando a los argentinos con opciones falsas y promesas incumplibles.
Nuestros siconautas se marginalizan, optan. Y en cierta medida son hermanos de
otros hombres y mujeres menos capacitados que son marginados, que no optan y son
empujados al abismo del hambre, la ignorancia y la desesperación. Se produce ahora
el lanzamiento de una Ley anticomunista. Ya sabemos (remember McCarthy) y acaba
de recordarlo el historiador norteamericano Arthur Schlesinger Jr., a qué abusos lleva
el dar poder a los mediocres para determinar qué es comunismo en la sociedad actual.
Más que nada, esas legislaciones sirven para que los burócratas anulen el derecho de
disentir y para que los gendarmes persigan a los no domesticados. La marginalidad no
es placentera, duele a menudo, y mucho.
En nuestro primer editorial anotamos: “Sin ayuda podemos destetarnos y acabar
con los dictadores de un golpe certero. Y en el plano general, guiarnos sin el amor de
otras naciones”. No aspiramos a ser epígonos de algo o de alguien. Apuntamos hacia metas que van más allá de los manoseados “valores” individualistas y burgueses.
Evocamos la imagen de John McHale:
El futuro del pasado está en el futuro.
El futuro del presente está en el pasado.
El futuro del futuro está en el presente.
Somos leales a todo lo que posibilite el futuro. Paz es potencia: no la potencia del
oro y de los cañones, sino la potencia de la sabiduría y el crecimiento. Hacia el futuro
avanzamos con todos nuestros recursos y con todos quienes anhelen confluir en la
gran aventura de la aurora. Dejaremos a muchos en el camino, no por impiedad, sino
porque será el único modo de no traicionarlos. Y muchos de nosotros quedarán en ese
mismo sendero, para señalar a los que vienen algunos de los peligros que acechan. Los
profetas de la Tecnocracia rivalizan con los paladines de la Timocracia y los adalides de
la Mesocracia para conquistar un puesto en la traición.
Nosotros seguiremos, indómitos y marginales, aun contra aquellos que traten de
detenernos simplemente porque no se animan a entender el significado profundo de
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1966 - 1976
la libertad. “Y al romper la aurora, armados de ardiente paciencia, entraremos en las
espléndidas ciudades”.
No hemos olvidado el idioma de la ternura. Y las computadoras pueden convertirse
en valiosas aliadas. La vida es como un río, busquemos el país del río. Ese reino como
una fuente de cristales en el jardín que crece a gran distancia de la roca y dentro de
la roca. Como un viento huracanado que brama en el silencio del monte mientras el
monte determina la dimensión del bramido y el viento suprime las dimensiones. Como
una garúa flotando sobre la calle con arbustos, cuando los arbustos flotan sobre la luz
y la calle es una pirámide de gotas. Como una hoguera al principio de las imágenes,
ardiendo con colores formados al final de la memoria porque el color no tiene olvido y
las llamas son el lenguaje del poema que invalida la sombra.
Allí, el ojo es un verso sin palabras y los cuerpos generan como ciclotrones la arquitectura del amanecer.
Biblioteca Nacional
Fuente: Eco Contemporáneo. Revista y ediciones de exploración humana para la creación de una alternativa, vol. 10, Buenos Aires, invierno de 1967, pp. 63-64.
Portada revista Primera
Plana, Año VII, Nº
333, mayo de 1969, que
registra el fenómeno del
Instituto Di Tella, un
centro de investigación
cultural situado en
la calle Florida 936
–La Manzana Loca–
que albergará a las
vanguardias del teatro,
la música y la pintura.
Conoce su mayor
auge entre 1965-1970
aunque será duramente
combatido por el
gobierno de facto de
Juan Carlos Onganía,
que lo clausura en 1970.
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Primera declaración del
Grupo Cine Liberación
El Grupo Cine Liberación (1968-1972) debe su origen a Fernando “Pino”
Solanas, Octavio Getino y Gerardo Vallejo. Este grupo, vinculado al peronismo de izquierda, se forja alrededor de la producción de dos obras claves
que exponen su perspectiva cinematográfica: La hora de los hornos (1968),
de Getino y Solanas, y El camino hacia la muerte del viejo Reales (realizada entre 1968 y 1971 por Vallejo, y escrita en colaboración con Getino y
Solanas), la cual narra, a partir de la historia del viejo Reales y sus hijos,
la dura situación y la lucha de los trabajadores en los ingenios azucareros
tucumanos. El Grupo Cine Liberación formará parte del Cine Tercer Mundo,
constituido por el Cine de la Base de Raymundo Gleyzer, el Cinema Novo
brasileño y el Cine Revolucionario cubano, los que, a pesar de sus particularidades, comparten una perspectiva antiimperialista y anticolonial.
Desde esa concepción, el Grupo Cine Liberación realiza clandestinamente
el documental La hora de los hornos, sobre el neocolonialismo y la violencia en el país y América Latina, cuyo estreno y difusión es acompañado por
una primera declaración que aquí se incluye.
El pueblo de un país recolonizado como el nuestro, no es el dueño de la tierra que
pisa ni de las ideas que lo envuelven; no es suya la cultura dominante, al contrario, la
padece. Sólo posee su conciencia nacional, su capacidad de subversión. La rebelión es
su mayor manifestación de cultura. El único papel válido que cabe al intelectual, al
artista, es su incorporación a esa rebelión testimoniándola y profundizándola.
No hay en América Latina espacio ni para la expectación ni para la inocencia. Una
y otra son sólo formas de complicidad con el imperialismo. Toda actividad intelectual
que no sirve a la lucha de liberación nacional es fácilmente digerida por el opresor y
absorbida por el gran pozo séptico que es la cultura del sistema.
Nuestro compromiso como hombres de cine y como individuos de un país dependiente,
no es ni con la cultura universal, ni con el arte ni con el hombre en abstracto; es ante todo con
la liberación de nuestra patria, con la liberación del hombre argentino y latinoamericano.
A diferencia de las grandes naciones, en nuestros países la información no existe.
Vegeta una seudoinformación que el neocolonialismo maneja hábilmente para ocultar
a los pueblos su propia realidad y negar así su existencia. Provocar información, desatar
testimonios que hagan al descubrimiento de nuestra realidad, asume objetivamente en
Latinoamérica, una importancia revolucionaria.
Un cine que surge y sirva a las luchas antiimperialistas no está destinado a espectadores de cine, sino, ante todo, a los formidables actores de esta gran revolución continental. No pretende más que ser útil en el combate contra el opresor. Será por lo tanto,
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1966 - 1976
como la verdad nacional, subversivo. Llegará a núcleos de activistas y combatientes, y
sólo a través de ellos y desde ellos podrá trascender sobre capas mayores. Su estética
deviene de las necesidades de este combate y también de las inagotables posibilidades
que este combate le brinda.
La hora de los hornos, antes que un film, es un acto. Un acto para la liberación. Una
obra inconclusa, abierta para incorporar el diálogo y para el encuentro de voluntades
revolucionarias. Obra marcada por las limitaciones propias de nuestra sociedad y de nosotros, pero llena también de las posibilidades de nuestra realidad y de nosotros mismos.
Fue realizada para acompañar la presentación de La hora de los hornos.
Buenos Aires, mayo 1968
INCAA
Fuente: Fernando E. Solanas y Octavio Getino, Cine, cultura y descolonización, Buenos Aires, Siglo XXI Editores,
1973, pp. 9-10.
Afiche de la película
La hora de los hornos,
de Fernando “Pino” Solanas
y Octavio Getino.
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PRÓLOGO A
LA PRIMERA
EDICIÓN DE
HISTORIA
CONTEMPORÁNEA
DE AMÉRICA
LATINA
POR TULIO HALPERÍN
DONGHI
U
na historia de Latinoamérica independiente: he aquí un tema problemático.
Problema es ya la unidad del objeto
mismo; el extremo abigarramiento de las realidades latinoamericanas suele ser lo primero que descubre el observador extraño; con
cautela acaso recomendable, Lucien Febvre
titulaba el volumen que los Annales dedicaron al subcontinente A travers les Amériques
latines. ¿Las Américas latinas, entonces, tantas como las naciones que la fragmentación
post-revolucionaria ha creado? He aquí una
solución que tiene sobre todo el encanto de
la facilidad: son muchos los manuales que la
prefieren, y alinean diligentemente una veintena de historias paralelas. ¿Pero la nación
Editado por primera vez en Italia
en 1967, y un año después en
Madrid, Historia contemporánea
de América Latina, de Tulio
Halperín Donghi, se convertiría
en un clásico de la historiografía
del continente. El prólogo a
la primera edición del libro
deja testimonio del modo
en que la problemática del
neocolonialismo alcanza la
conciencia historiográfica de
quien no duda, sin embargo, en
confesarse deudor de los aportes
de la Historia de los Annales,
una perspectiva preocupada por
los “procesos de larga duración”
antes que por la dinámica
política presente. Entre el
homenaje a Fernand Braudel y
Lucien Febvre, y la advertencia
de los rasgos perdurables de
un pacto neocolonial, Halperín
Donghi escribe un prólogo que es
a la vez un documento histórico
de su época. ofrece ella misma un seguro marco unitario?
Cuando Simpson quiso recoger en un libro
el fruto de decenios de exploración admirablemente sagaz de la historia mexicana le
puso por título Many Mexicos; estos muchos
Méxicos no eran tan sólo los que van desde
el esplendor indígena hasta la revolución del
siglo xx; también son los que una geografía
atormentada y una historia compleja hacen
subsistir lado a lado sobre el suelo mexicano.
La geografía antes que la historia opone entonces a la meseta mexicana, de sombría vegetación, el desierto y la costa tropical; la que
en otras naciones está en el punto de partida de diferenciaciones no menos profundas:
así como ocurría con las Américas latinas, el
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1966 - 1976
plural parece imponerse también, contra toda
gramática, para reflejar los desconcertantes
contrastes aun de países relativamente pequeños, como el Ecuador o Guatemala…
Problema es también la posibilidad de
una consideración propiamente histórica del
tema: aun sin seguir el ejemplo de quienes
buscando (por caminos acaso demasiado fáciles) subrayar la originalidad latinoamericana,
niegan que Latinoamérica tenga en rigor historia, es preciso admitir que, en cuanto a ciertos planos de la realidad social, la historia se
mueve acaso más despacio aquí que en otras
partes. De allí el avance de los exámenes ahistóricos de la realidad hispanoamericana pasada o presente; ese avance, a ratos excesivo
y prepotente, si por una parte complementa
las perspectivas de una histoire événementielle que en América latina no suele ser menos
intelectualmente perezosa que en otras comarcas, no está tampoco exento de aspectos
negativos; el geógrafo, el sociólogo, el antropólogo social, al ignorar la dimensión histórica de los problemas que les interesan, corren
riesgo de entenderlos muy mal… No reduzcamos, sin embargo, el problema a una querella
de especialistas sensibles a las limitaciones
ajenas más que a las propias: la gravitación de
esas ciencias del hombre que se diferencian
de la historia en cuanto ponen el acento en el
estudio y descripción de complejas estructuras –examinadas al margen del proceso temporal al que deben su existencia– no se debe
tan sólo al contexto cultural en el cual se dan
hoy los estudios latinoamericanos; es en parte
requerida por el objeto mismo. Si hoy Fernand
Braudel puede reivindicar como la conquista
acaso más valiosa de la historiografía última
el haber descubierto que la historia no es sólo
ciencia de lo que cambia, sino también de lo
que permanece, ese descubrimiento es para
el estudioso de la América latina incomparablemente más fácil; quizá por eso mismo puede también ser a menudo menos fructífero.
Descubrir que la historia es también ciencia de lo cambiante, que tras las anécdotas
coloridas o monótonas en que suelen perderse con delicia tantos historiadores latinoamericanos, junto con tantos de otras latitudes,
existen procesos que puede ser interesante
rastrear, es en cambio menos fácil; entre los
relatos políticos y patrióticos y las constantes
a cuyo examen se consagran otras ciencias
humanas, la historia halla difícil en Latinoamérica encontrar su terreno propio.
A esa empresa difícil, orientada hacia un
objeto problemático, está consagrado este libro. En él se ha querido, a pesar de todo, ofrecer una historia de la América latina moderna, a partir de la crisis de independencia que
la creó. Una historia que procure no ignorar
qué servidumbre imponen realidades que se
presentan inmóviles no sólo en la perspectiva limitada que ofrece el trayecto temporal
de una vida humana, sino también en la más
amplia que proporcionan los siglos. Pero que
no por eso renuncie a ser historia; es decir,
examen de lo que en ese marco se transforma y a la vez lo transforma.
Una historia de América latina que pretende hallar la garantía de su unidad y a la vez
de su carácter efectivamente histórico al centrarse en el rasgo que domina la historia latinoamericana desde su incorporación a una
unidad mundial, cuyo centro está en Europa:
la situación colonial. Son las vicisitudes de
esa situación, desde el primer pacto colonial
cuyo agotamiento está en el punto de partida
de la emancipación, hasta el establecimiento
de un nuevo pacto, más adecuado, sin duda,
para las nuevas metrópolis, ahora industriales y financieras a la vez que mercantiles,
pero más adecuado también para una nueva
Latinoamérica más dominada que antes de la
Independencia por los señores de la tierra, y
una vez abierta la crisis de ese segundo pacto
colonial, la búsqueda y el fracaso de nuevas
soluciones de equilibrio menos renovadoras
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de lo que suponían a la vez sus partidarios
y sus adversarios; menos renovadoras, sobre
todo, de lo que las transformaciones del orden mundial exigen de los países marginales
que no quieren sufrir las consecuencias de un
deterioro cada vez más rápido. Y finalmente,
el desequilibrio y las tensiones de la hora actual, que confluyen en conflictos planteados a
escala planetaria.
Dentro de esta perspectiva se ha intentado aquí ordenar una realidad cuya riqueza
no quisiera traicionarse. A pesar de todo, las
limitaciones son necesarias, y este libro no
pretende ser una historia total de la América
latina: se buscarán en vano en él los cuadros
–frecuentemente demasiado rápidos– que
suelen ofrecer, paralelamente a la historia
sin adjetivos, la historia literaria e ideológica
a través de un puñado de nombres y fechas,
y de caracterizaciones escasamente evocadoras para quienes no conocen por experiencias más directas la realidad en ellas aludida.
No es esa la única carencia que el autor se
ha resignado a aceptar para su obra; muchas
otras que no advierte las descubrirá sin duda
el lector, cruelmente evidentes. Aun así este
libro, que no se propone ser un comentario de
actualidad, pero tampoco rehúye acompañar
hasta hoy el avance a menudo atormentado
de América latina, no ha de carecer de alguna utilidad si logra ayudar –con la perspectiva que precisamente sólo la historia podría
ofrecer– a la comprensión de esta hora latinoamericana, en que los crueles dilemas que
tan largamente han venido siendo eludidos se
presentan con urgencia bastante como para
ganar para este subcontinente, demasiado
tiempo contemplado por el resto del mundo
con mirada distraída, una atención por primera vez alerta, y a ratos alarmada.
Fuente: Tulio Halperín Donghi, “Prólogo”, en Historia
contemporánea de América Latina (1ª ed. 1967), Buenos
Aires/Madrid, Alianza Editorial, 7ª ed., 2011, pp. 10-13.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1966 - 1976
PRÓLOGO
A ISIDRO
VELÁZQUEZ
POR ROBERTO CARRI
En diciembre de 1968, justo un
año después del fusilamiento
de Isidro Velázquez por parte
de la policía chaqueña que lo
tildaba de “bandolero rural”,
Roberto Carri recupera su
historia en un ensayo que plantea
preguntas novedosas aun para
su época: ¿es el bandolerismo
una forma espontánea de
violencia popular frente al
D
esde hace algo más de un año comencé a preocuparme seriamente en
el “caso de Isidro Velázquez”. Era la
época del Operativo “Fracaso”, cuando más
de 800 policías salieron derrotados en la mayor movilización para darles caza. Velázquez
y Gauna eran más populares que nadie en la
provincia del Chaco, su fama traspasaba las
fronteras provinciales y se hablaba de ellos
en todo el norte chaqueño hasta el Paraguay.
Las razones de la supervivencia estaban –ya
en ese momento no tenía ninguna duda– en el
apoyo general de las masas rurales.
La muerte de ambos el 1° de diciembre de
1967 es el cierre aparente de un proceso, pero
su leyenda sigue extendiéndose en la región
y están a punto de convertirse en el símbolo
de la rebeldía y el descontento popular. No es
casual la reciente prohibición del chamamé
de Oscar Valles “El último sapucay”, que cantaba el dolor del pueblo frente a su muerte.
Es que para la oligarquía lugareña y para sus
imperialismo? ¿Existe un hiato
insalvable o una relación de
continuidad entre esta violencia
y la violencia revolucionaria?
¿Y entre el bandolerismo
rural y el proletariado? ¿Qué
forma política podría expresar
de manera superadora esta
violencia “prerrevolucionaria”?
De este modo, Carri polemiza
con el Rebeldes primitivos de
Hobsbawm y con las
“sociologías funcionalistas”
de la “modernización”, pero
también plantea en el plano de
las ciencias sociales un problema
político que sería central para las
organizaciones revolucionarias
de los setenta: el vínculo entre
espontaneidad y organización
política de las masas. servidores, la fecha en que Velázquez y Gauna mueren físicamente se debe convertir en
una festividad oficial. Como en tantas otras
oportunidades, algunas muy recientes, la oligarquía festeja y homenajea los aniversarios
de la entrega del país, de sus entregadores y
también las derrotas y las fechas que componen el luto del pueblo argentino.
Una pequeña investigación sobre el terreno, conversaciones con pobladores del lugar,
lectura de diarios y otras publicaciones periódicas que se ocuparon del caso, intercambio
de correspondencia con amigos que viven por
la zona, componen la base “empírica” de este
trabajo. Evidentemente, el material utilizado
puede ser cuestionado por los investigadores
serios, pero no tengo ningún inconveniente
en declarar que eso me importa muy poco. Lo
real en este problema, no es siempre lo que
Velázquez y Gauna hicieron durante el largo
período de sus andanzas por el monte, sino
aquello que la inmensa mayoría entendía que
1956 - 1976
349
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350
significaba Velázquez para ellos. Por otra parte, hechos recientes confirman la evidencia
de que la policía atribuyó en repetidas oportunidades a Velázquez y a Gauna hechos delictivos, sin ningún sentido social, que no podía
resolver. Para la policía Velázquez sirvió de
chivo emisario: un delito sin resolver, hay que
echar la culpa a alguien, Velázquez lo hizo.
Finalmente, en repetidas oportunidades
se me hizo llegar material “secreto” del proceso a Velázquez que confirma la mayoría de
las conclusiones empíricas de este trabajo. La
confirmación de las conclusiones políticas ya
llegará el tiempo de hacerla.
Como es obvio, la coincidencia en la fecha
de aparición de este libro y el primer aniversario de la muerte de Isidro Velázquez y Vicente Gauna no es casual. Se sacrificaron posiblemente algunos refinamientos formales
para que coincida con los festejos del “Día de
la Policía de la Provincia del Chaco”.
En general este trabajo está orientado hacia el planteamiento de un problema poco estudiado de la política nacional: las rebeliones
espontáneas de sectores del pueblo, formas
violentas de protesta que no adoptan manifiestamente un contenido político pero que indudablemente lo tienen. El subtítulo del libro
tiene muchas pretensiones, Formas prerrevolucionarias de la violencia, en él se resume el
problema que comienzo a tratar en este pequeño trabajo. La proximidad del “caso” Velázquez, la repercusión actual de su nombre
en el norte argentino le confiere una importancia especial, y con ese espíritu es que he
tratado el estudio de los sucesos en que él y
el pueblo chaqueño fueron protagonistas.
Tengo que señalar también que la aparición reciente en castellano del libro de Eric
Hobsbawm, Rebeldes primitivos, pese a ciertas diferencias de enfoque, me sirvió de mucho para resolver algunos interrogantes que
se me presentaron. Quiero dejar aclarado
que, no obstante diferencias que señalo en
distintos lugares del libro, la seriedad y honestidad intelectual de este autor para mí
están fuera de toda duda. No puedo decir lo
mismo de otros “científicos” a los que dedico
el último capítulo.
Otro libro de reciente aparición, escrito por
Juan Díaz del Moral en 1923 y publicado por
primera vez en España en 1928, me dio pistas
importantísimas para encarar el problema de
la violencia en las comunidades rurales. Refiriéndose a una insurrección campesina de la
“prehistoria” de las agitaciones obreras, Díaz
del Moral resume las causas que la provocaron y que podrían aplicarse sin cambios a las
distintas explosiones de rebeldía de las áreas
de capitalismo colonial: “Aquello fue un movimiento popular espontáneo, una explosión
de rencor de pobres contra ricos, preparada
y alimentada por largas y enconadas luchas
políticas en que no se escatimaron las vejaciones, las violencias y los procedimientos
expeditivos, tan en uso entonces en toda España”. Estas luchas de la “prehistoria” son
“las que espontáneamente surgen del seno
de las masas, a las que por su origen o sus
caracteres o por los sentimientos e ideas que
las engendran, anticipan ya lo que han de ser
las luchas obreras de nuestros días”. Desde la
perspectiva de este libro, anticipan las luchas
de liberación de los pueblos colonizados y dependientes contra el imperialismo, son la forma inicial de resistencia del proletariado total
de las áreas del capitalismo colonial.
Finalmente y sin con eso poner punto final
a los reconocimientos teóricos, deseo señalar
que es en la obra de Frantz Fanon donde se
replantea radicalmente el problema de la violencia y de la espontaneidad, obra que fue la
“guía” teórico-política de este trabajo.
Esta aproximación al tema de la violencia
popular no agota el problema, ni siquiera en la
concreta manifestación de Isidro Velázquez.
Más importante que la crónica de los sucesos es la significación actual de los mismos.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1966 - 1976
Este estudio de la rebeldía popular debería
conectarse con el estudio de las formas políticas que la expresan. Toda política tiene una
ideología, Velázquez es una forma política de
rebeldía y el sentimiento popular es en cierto
modo la ideología. Aquí hay que escapar del
formalismo “civilizado” de considerar formas
políticas exclusivamente a los “partidos” e
ideologías a sus programas. Esta concepción
falla cuando se quiere analizar el problema
en el presente y desde la perspectiva de la
liberación nacional. El formalismo positivista
se basa en los hechos; la resistencia popular,
en todas sus etapas desde la más incipiente, los niega. Al resistir la opresión niega los
hechos que la producen. Con esto, siguiendo
a Fanon, quiero decir que la certeza es adecuación a los hechos, pero la verdad para el
pueblo es aquello que perjudica al enemigo.
Por otra parte, al considerar a la cultura
popular la matriz de la que surge una política
nacionalista y revolucionaria, en ella y sólo en
ella se encuentran las enseñanzas que guiarán la acción. Y Velázquez hoy ya es parte de
la cultura de nuestro pueblo, el sentimiento
que despertó su acción, su práctica concreta,
son patrimonio de los oprimidos de las áreas
rurales del Chaco. Esta es una de las razones
más importantes del libro.
Cuando se analiza a un “delincuente” como
Velázquez, desde el inicio del trabajo me vi
obligado a replantear una serie de preconceptos acerca de la legitimidad de la barrera
que divide a los honestos de los deshonestos.
Esta división trasciende aparentemente el
campo de la política y todos, los defensores
y los críticos del sistema, están de acuerdo
con ella. Los más instruidos señalan, a veces,
que la delincuencia tiene causas sociales
que deben ser eliminadas; sería el caso de la
“prevención” del delito antes que su castigo.
Pero tanto los que plantean prevenir el delito eliminando sus causas como aquellos que
están lisa y llanamente por el castigo, coin-
ciden al definir el delincuente: es aquel que
viola la ley estatuida. Existe cierto consenso
acerca de las formas no políticas del derecho, la controversia se considera legítima
respecto de la constitución, pero un ladrón
es un ladrón para todos. Esa antigua división
ideológica entre sociedad civil y sociedad política permite considerar a los “delincuentes”
en el plano de la sociedad civil, mientras los
críticos actúan en el otro “sector” de la sociedad. Es cierto que no se pueden identificar
todas las formas de delito: los contrabandistas grandes y los traficantes de drogas, por
ejemplo, son manifestaciones ilícitas, pero
no mucho, de hacer buenos negocios. Esta es
una cuestión que todavía no tengo totalmente
aclarada, pero no me cabe ninguna duda de
que, si deseo analizar procesos sociales desde una perspectiva integralmente negadora
del sistema, debo por lo menos poner entre
paréntesis a aquellos que el sistema niega o
persigue. Todo lo que es negado por el sistema debe ser visto con una óptica opuesta
por sus enemigos. ¿Los enemigos del orden
establecido presentan un frente? Este es un
interrogante que no puede resolverse hasta
no aclarar cuándo los delincuentes son enemigos del orden y cuándo no lo son.
Volviendo al caso Velázquez, que por suerte es mucho más claro, vemos que el sistema
produce a Velázquez de la misma forma que
produce clases oprimidas. Velázquez expresa, y de una manera bastante radical, el rechazo del orden vigente por esas clases. Además, las clases en que surgen los Velázquez
generalmente son consideradas rémoras del
pasado destinadas a desaparecer, a ser reemplazadas por la moderna clase obrera que
sí adquirirá conciencia política de la contradicción y se organizará para resolverla. A los
Velázquez, igual que a los que en la historia
fueron derrotados por la oligarquía, se los observa con simpatía pero se los subestima en
cuanto a su capacidad real. Son el pasado y la
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revolución no pasa por ellos, ni por ellas (refiriéndose a las clases). Creo que ese planteo
es fundamentalmente equivocado, más bien
creo que no sólo pasa por allí, sino que los
modernos no “entran” hasta que no se produzca la crisis que liquide a la integración de
la clase obrera industrial. Quizás sin darse
cuenta, los modernistas de la revolución coinciden con el reformismo. Como es un caso
perdido, lo único que se les ocurre es humanizar las condiciones de opresión, disminuir
los aspectos excesivos del dominio oligárquico, eliminar las causas secundarias que producen la rebeldía espontánea de las masas
rurales, que producen a Velázquez y Gauna. El
bandolerismo pertenece al pasado, el hecho
que lo produzca intensamente el imperialismo moderno no cambia el problema, no es
político sino “prepolítico”. Es bandolerismo y
no resistencia o rebeldía de la comunidad rural, en la palabra “bandolero” está todo dicho.
Pienso que el error proviene de no partir
de una perspectiva totalmente crítica sobre la
realidad, de allí que no se cuestione la división antes señalada entre honestos y delincuentes (o bandoleros, que es una forma de la
delincuencia). Y por otro lado de mantenerse
apegados al evolucionismo histórico calcado de Europa y los Estados Unidos, que hace
aparecer como primitivas o prepolíticas a las
clases que justamente por ser las más explotadas por el neoimperialismo son –desde una
perspectiva revolucionaria– las más modernas, las más avanzadas, las únicas para las
cuales la superación del sistema imperialista
es un problema vital.
Fuente: Roberto Carri, Isidro Velázquez. Formas prerrevolucionarias de la violencia, Buenos Aires, Colihue, 2001,
pp. 29-35.
Roberto Carri
Septiembre de 1968
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1966 - 1976
OSCAR
VARSAVSKY:
CIENCIA Y
POLÍTICA
Doctor en Química por la
Universidad de Buenos Aires
(UBA), docente e investigador
en matemáticas y miembro de
CONICET, Oscar Varsavsky se
desempeña como profesor del
Departamento de Matemáticas
de la Facultad de Ciencias Exactas
de la UBA hasta poco tiempo
antes del golpe de Estado de junio
P: ¿El científico debe asumir algún papel
político especial, además del que le corresponde como ciudadano?
R: Sí; además de tomar actitudes frente
a los hechos políticos de todos los días y de
apoyar a los movimientos políticos afines a su
ideología, de la manera más organizada y participante posible, el científico tiene una responsabilidad extra. Pero no es el único en tenerla,
pues lo mismo ocurre con todo trabajador, y
muy especialmente con todo intelectual, por
gozar estos de mayor libertad en su trabajo.
P: ¿Cuál sería ese papel?
R: Muy claro y muy difícil: tiene que pensar si su trabajo –por su contenido o por su
manera de realizarlo– ayuda o estorba en la
construcción de la sociedad que él desea. Y
de 1966, cuando viaja y se radica
en Caracas, Venezuela. Hacia
1968 regresa a la Argentina, y al
año siguiente publica un libro
fundamental sobre las relaciones
entre ciencia y política que
alentará diversas polémicas:
Ciencia, política y cientificismo. Su
tesis –contraria al neutralismo
científico alentado por las
posiciones “cientificistas”–
sobre las orientaciones
ideológicas que subyacen a todas
las instancias de investigación,
producción y aplicación
científicas, como así también
su defensa de un “científico
revolucionario” comprometido
con las transformaciones sociales
de su época, son retomadas en
esta entrevista que le realiza
la revista Nuevo Hombre en
septiembre de 1972.
en consecuencia, debe pensar cómo adaptarlo mejor a esa tarea histórica, en cada una
de sus etapas: prédica, preparación, toma del
poder, transición, afianzamiento, evolución.
Cada sociedad requiere una ciencia, una tecnología, un arte diferentes, y cada etapa del
paso de una sociedad a otra también.
Este problema ha sido planteado hasta ahora sólo en el terreno más discutible y
dudoso: el arte, y de una manera demasiado
abstracta. Oímos hablar mucho –y con resultados escasos– sobre “arte revolucionario”,
“realismo socialista”, “libertad de creación”
y demás problemas de los poetas, músicos y
pintores de izquierda, pero se oye muy poco
acerca de las relaciones concretas entre el
tipo de sistema social y las actividades que
los sostienen: producción, técnica, ciencia.
Mejor dicho, en una dirección estas relaciones son tan evidentes que ni se discuten: los
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avances de la ciencia y la técnica físicas influyen de mil maneras sobre la sociedad –para
los desarrollistas son el principal instrumento del progreso social–, las más profundas de
las cuales ya fueron descritas por Marx hace
más de un siglo.
P: ¿Y cuál sería la otra dirección?
R: La influencia que todo sistema social
ejerce sobre su tecnología, su ciencia y toda
su “superestructura cultural”. Se ejercen todo
tipo de presiones –y represiones cuando hace
falta– para que la cultura defienda al sistema,
o por lo menos no lo ataque a fondo y limite
sus críticas al nivel reformista.
Esta influencia también fue señalada desde antiguo –Marx lo dijo con claridad– pero
nunca se estudió en forma concreta. Es que
antes ocurría en forma gradual y espontánea,
mientras que ahora está dirigida y estimulada
por los grupos dominantes. En el campo de la
ciencia, esta fidelidad al sistema se describe
con un nombre que se ha hecho ya popular:
“cientificismo”.
“democrático”, y para no confundirse con los
charlatanes, los científicos aceptan ese sistema institucional que les da legitimidad además de fondos y prestigio.
El objetivo final es lograr la mayor homogeneidad cultural posible en el mundo: que
el peso de la inmensa mayoría –apoyada por
instituciones, revistas, congresos, etc.– desaliente a los “rebeldes” y estimule el conformismo y la autocensura.
P: ¿Qué tiene que ver esto con las tareas políticas del científico?
R: El científico debe comprender que todo
ese control no se busca por puro gusto, sino
porque el cientificismo ayuda realmente a
mantener este sistema, de dos maneras: da
armas para disimular sus peores lacras, y no
deja surgir otra ciencia que dé armas para
combatirlo. Debe comprender que es irracional declararse socialista, firmar manifiestos
y protestas, y trabajar al mismo tiempo en lo
que interesa al régimen o no trabajar en lo
que no le conviene al régimen.
P: ¿Por qué medios cree usted que se ejerce
esa influencia?
P: ¿Habría entonces dos tipos de ciencia, o
dos maneras de trabajar en ella?
R: Hay dos instrumentos directos: la asignación de fondos para ciertos temas y no para
otros, y la asignación de prestigio. Para organizar esto se combate la “anarquía”, metiendo
a los científicos en instituciones de toda clase
pero cada vez más burocráticas, a través de
las cuales es muy fácil controlar la distribución de dinero. Ninguna Fundación ni Consejo de Investigaciones da fondos a científicos
“sueltos”: tienen que estar respaldados por
instituciones locales, o mejor, internacionales.
Tienen una excusa para esto, y es que los éxitos de la ciencia física han dado origen a toda
una piratería comercial en este campo. Hoy,
el adjetivo “científico” es tan mal usado como
R: En efecto, hay una guerra ideológica
también en ciencia, aunque hasta ahora sólo
se la percibe en algunos aspectos dramáticos: ciencia militar –en especial el caso de
los científicos “atómicos” que se negaron a
seguir trabajando en armas nucleares–, espionaje sociológico –como en el famoso caso
Camelot– o proyectos escapistas como el
control de natalidad o del ambiente. La mayoría de los científicos cree que esos son casos aislados y que su propia tarea es neutra,
o incluso de gran utilidad a la nueva sociedad.
¿Serían los mismos esos temas si ellos estuvieran trabajando en la “División Investigaciones” de un movimiento revolucionario muy
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bien organizado? En absoluto. Allí se verían
con toda nitidez los problemas prácticos de
las distintas etapas que mencionamos (prédica, preparación, toma del poder, transición,
etc.). Ellos abarcan todas las ciencias pero
son diferentes de los problemas cientificistas,
y requieren métodos y conocimientos teóricos diferentes, sobre todo en lo que respecta
a las ciencias sociales.
Aunque ese movimiento no exista organizadamente, es deber político del científico
imaginar cuál sería su papel en él o en sus
posibles sustitutos, ir adaptando su actitud y
sus conocimientos para desempeñarlo lo mejor posible, y empezar ya a desempeñarlo, de
la manera menos individual posible.
P: Usted señaló que los temas de que se
ocuparía un científico revolucionario son diferentes de los que estudia un cientificista.
Pero también habló de actitudes y métodos
diferentes. ¿Podría aclarar eso?
R: Lo haré primero con ejemplos de otras
actividades, porque como dije al comienzo,
este no es sólo un problema de los científicos.
Un hombre de izquierda que trabaje en
publicidad tiene el mismo problema, aún más
visible. Su trabajo ayuda a afianzar el sistema, a implantar una mentalidad consumista,
conformista, y unos valores éticos repugnantes. Tal vez debería abandonar ese trabajo,
porque –aparte de la policía– no creo que
haya otra actividad que más ayude a esta sociedad y que mejor exprese sus aspectos más
corrompidos. Pero la prédica revolucionaria,
la movilización de masas, la motivación de los
trabajadores en la nueva sociedad y muchos
otros problemas de cada etapa de cambio,
necesitan también de la propaganda, y ese
movimiento político ideal que usamos antes
tendrá sin duda una División dedicada a ella.
Pero, ¿podemos creer que los “creativos”
publicitarios de hoy servirían de algo en ese
movimiento? No es lo mismo “promover” cigarrillos que conciencia social. Hay que cambiar de actitud y métodos.
De actitud, porque ya no se trata de engañar con discreción y de estirar al máximo una
ética ya muy deformada, sino de respetar en
primer lugar al público, de sentirse solidario,
parte de él; los que escuchan no son consumidores sino compañeros; son uno mismo. Eso
cambia todos los enfoques usuales de trabajo.
De métodos, porque ya no se puede comercializar los mejores sentimientos humanos, y ni siquiera ser superficial. Hay
que educar, no “vender”, y eso requiere una
técnica propagandista muy distinta. Las condiciones de trabajo además son totalmente
distintas: un movimiento revolucionario no
tiene acceso a los medios de difusión masivos hasta que toma el poder. ¿Cómo se hace
propaganda mientras tanto? ¿Pintando paredes? Algo les toca decir a esos “creativos”
de izquierda, además de dar plata para los
presos políticos.
Algo análogo sucede con los escritores
de izquierda, con los cuales este sistema
social se ha anotado uno de sus mayores
éxitos. Con el pretexto de no hacer literatura
populachera, de segunda categoría, escriben
sólo para intelectuales o gente con un grado apreciable de instrucción. A García Márquez no lo lee el pueblo y aun si lo leyera,
¿en qué le ayudaría políticamente? ¿No se
podría usar el mismo talento para mostrar
–con literatura no refinada, pero sí de primera categoría– los puntos malos y los puntos
débiles de esta sociedad, para dar esperanza
y guía para cambiarla? Lo políticamente útil
no es tener éxito en Francia, ni contarles a
los obreros las sordideces que ellos conocen
mejor que nadie. La carencia principal es la
falta de visibilidad de los problemas: el pueblo ni se imagina todo el alcance y grado de
injusticia e irracionalidad de esta sociedad;
presiente pero no ve lo que puede significar
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no ser pobre, más allá de algunas comodidades materiales. Presiente pero no ve cómo lo
manejan para que se quede tranquilo.
La actitud del escritor politizado surge
de ponerse en los zapatos del oprimido para
sentir cuáles son las cosas que este quiere
comprender, y cuáles las que debe ver y no
ve. Esto es difícil en sí, y mucho más difícil
todavía porque los escritores tampoco conocen a fondo esta sociedad ni son capaces de
imaginar la nueva.
Y tendrá que cambiar su método, su estilo.
Respetar al pueblo no es creer que sabe lo que
esta sociedad le impide aprender, sino enseñárselo. Y para enseñar hay que hacerse oír.
Otro ejemplo: un ingeniero de izquierda
debe hacer política analizando su trabajo en
función de la sociedad que quiere construir.
Lo que fabrica y cómo se fabrica puede ser
más o menos deseable en ella: artículos suntuarios, equipos difíciles de reemplazar o reparar, insumos especiales que deben importarse, demasiado énfasis en la terminación y
envase, etc., etc. Es sencillamente idiota suponer que cualquier tipo de industrialización
sirve por igual a un país capitalista o socialista, a un país satélite o autónomo, grande o
pequeño, estable o en conflicto.
Tiene que pensar si esas máquinas pueden servir para otra cosa en caso necesario,
cómo mantenerlas en funcionamiento si faltan
repuestos extranjeros, cómo defenderlas del
sabotaje de enemigos políticos o cómo sabotearlas. Debe replantear sus relaciones con
los obreros, hoy y después. Tiene que saber
cómo coordinar esa empresa con el resto de la
economía, cómo participar en la planificación,
cómo cambiar los criterios de rentabilidad monetaria por los de rentabilidad social, etc., etc.
No puede esperar a la revolución para
cambiar su actitud y su metodología. Sería
entonces demasiado tarde, porque en medio
de las urgencias y el desorden de una transformación profunda, en medio de conflictos
políticos, no hay tiempo para planteos generales, y se cae en el empirismo puro, con el
costo social que ya hemos visto muchas veces en el mundo.
P: ¿Y el científico?
R: Lo mismo. Su actitud hacia la ciencia
debe cambiar. Por el momento la ciencia
deja de ser un fin en sí misma y debe verse
como un instrumento de cambio, utilitariamente, como la ven los ejércitos y las empresas capitalistas. Por lo tanto aparecen
nuevos criterios de prioridad y eficiencia, e
incluso nuevas actitudes éticas; por ejemplo,
la no divulgación de resultados que pueden
ser útiles al enemigo.
Aparecen de inmediato importantes insuficiencias prácticas, sobre todo de las ciencias sociales, que deben subsanarse. No daré
detalles porque sería largo y ya lo he hecho
en otras partes.
Los métodos van a cambiar fundamentalmente, aunque sólo sea porque la falta de
apoyo institucional obligará a desarrollar una
“ciencia pobre”, sin presupuestos frondosos, y
en parte clandestina. Son problemas difíciles,
pero creo que no dejan de ser estimulantes
para cualquiera con espíritu científico.
Fuente: “Oscar Varsavsky: ciencia y política”, en Nuevo
Hombre, N° 7, 1 al 7 de septiembre de 1971, pp. 6 y 7.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1966 - 1976
FEUDALISMO Y
CAPITALISMO
EN AMÉRICA
LATINA
(SELECCIÓN)
POR ERNESTO LACLAU
El debate sobre “los modos
de producción en América
Latina” es motivado por la
obra de André Gunder Frank,
Capitalismo y subdesarrollo en
América Latina (1965), y su
inmediata polémica con Rodolfo
Puiggrós en las páginas de la
revista mexicana El Gallo Ilustrado
ese mismo año. La querella
E
l debate acerca de los orígenes y naturaleza actual de las sociedades latinoamericanas ha girado a lo largo de la
última década, en el campo de la izquierda, en
torno a la determinación alternativa de su carácter feudal o capitalista. Se ha desarrollado
así una larga y compleja discusión cuya importancia no es disminuida por la confusión
conceptual que a menudo la ha dominado. Y
esta importancia no se limita al plano teórico,
dadas las diferentes conclusiones políticas
que ambas partes intervinientes en el debate han derivado de sus premisas. En efecto,
aquellos que sostienen que las sociedades latinoamericanas han tenido un carácter feudal
desde sus mismos orígenes, entienden por
tal una sociedad cerrada, tradicional, resistente al cambio y no integrada a la economía
de mercado. En tal caso, estas sociedades no
se continúa en numerosas
intervenciones de distintos
intelectuales e historiadores
en los años siguientes, no
sólo por el valor que revisten
las preocupaciones teóricas e
históricas en el campo de las
izquierdas latinoamericanas,
sino porque de la caracterización
de la situación latinoamericana
se derivan inmediatamente
posiciones y estrategias políticas.
Una estación importante de dicho
debate la constituye la edición
del número 40 de los Cuadernos
de Pasado y Presente, en 1973, en el
que se reúnen las intervenciones
de Carlos Sempat Assadourian,
Ciro Flamarión Santana Cardoso,
Horacio Ciafardini, Juan Carlos
Garavaglia y Ernesto Laclau.
A continuación, se ofrecen los
pasajes más importantes de este
último trabajo.
han alcanzado aún su etapa capitalista y están
en vísperas de una revolución democrático
burguesa que estimulará el desarrollo capitalista y romperá con el estancamiento feudal. Los socialistas deben, en consecuencia,
buscar una alianza con la burguesía nacional
y formar con ella un frente unido contra la
oligarquía y el imperialismo. Los defensores
de la tesis opuesta sostienen, en cambio, que
América Latina ha sido siempre capitalista,
ya que desde el período colonial estuvo plenamente incorporada al mercado mundial. El
presente atraso de las sociedades latinoamericanas sería, precisamente, la consecuencia
del carácter dependiente de esta incorporación. Puesto que ellas ya son, en consecuencia, plenamente capitalistas, no tiene sentido
postular una futura etapa de desarrollo capitalista. Es necesario, por el contrario, luchar
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directamente por el socialismo, en oposición
a una burguesía que, definitivamente integrada al imperialismo, forma con él un frente común contra las clases populares.
En este artículo quisiera contribuir a clarificar los términos básicos de esta polémica con
la siguiente reflexión: pese a su mutua oposición, ambas tesis coinciden en un aspecto fundamental, ya que designan por “capitalismo” y
“feudalismo” fenómenos relativos a la esfera
del cambio de mercancías y no a la esfera de la
producción, por lo que la presencia o ausencia
de un vínculo con el mercado se transforma en
el criterio decisivo para distinguir entre ambos
tipos de sociedad. Y tal concepción es claramente opuesta a la teoría marxista según la
cual capitalismo y feudalismo son, ante todo,
modos de producción. Andrew Gunder Frank es
uno de los más conocidos defensores de la tesis de que América Latina es y ha sido siempre
capitalista. Por esta razón centraremos el presente examen en el análisis de su obra, ya que
los problemas teóricos involucrados en este
debate se plantean en ella en su forma más
clara y explícita.
El esquema teórico de Frank
La perspectiva teórica de Frank puede resumirse en las siguientes tesis:
1. Es falso suponer que el desarrollo económico transcurre a través de una misma
sucesión de etapas en todos los países o
que los países subdesarrollados de la actualidad están en una etapa hace mucho
superada por las naciones desarrolladas.
Por el contrario, los países desarrollados
en la actualidad no fueron nunca subdesarrollados aunque hayan sido, en sus comienzos, no desarrollados.
2. Es incorrecto considerar al subdesarrollo
contemporáneo como el mero reflejo de
las estructuras económica, política, social
y cultural del propio país subdesarrollado.
Por el contrario, el subdesarrollo es en
gran medida el producto histórico de las
relaciones entre el satélite subdesarrollado y los actuales países desarrollados.
Estas relaciones fueron, por lo demás, una
parte esencial de la estructura y evolución
del sistema capitalista en escala mundial.
(…)
3. Las convencionales interpretaciones “dualistas” de las sociedades latinoamericanas
deben ser rechazadas. El análisis dualista
sostiene que las sociedades subdesarrolladas tienen una estructura dual, cada uno de
cuyos sectores posee una dinámica propia,
ampliamente independiente del otro. Así
concluyen que el sector que ha experimentado el impacto del mundo capitalista ha
llegado a ser moderno y relativamente desarrollado, mientras que el otro sector se
ve reducido a una aislada, feudal o precapitalista economía de subsistencia. Según
Frank, esta tesis es totalmente errónea;
la estructura dual es una pura ilusión, ya
que la expansión que el sistema capitalista
experimentó durante los últimos siglos ha
penetrado efectiva y totalmente aun en los
sectores aparentemente más aislados del
mundo subdesarrollado.
4. Las relaciones metrópoli-satélite no están
limitadas al nivel imperial o internacional,
sino que penetran y estructuran la vida
económica, social y política de los países
dependientes latinoamericanos, creando
dentro de ellos submetrópolis respecto de
las cuales las regiones interiores ofician
de satélites.
5.De las proposiciones anteriores, Frank
deriva el siguiente conjunto de hipótesis:
a) en contraste con los centros metropolitanos mundiales, que no son satélites
de nadie, el desarrollo de las metrópolis
subordinadas está limitado por su estatus
de satélite; b) los satélites experimentan
su mayor desarrollo económico, incluso
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
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su clásico crecimiento capitalista industrial solamente cuando sus lazos con los
centros metropolitanos se debilitan: tal
fue el caso durante la depresión española
del siglo xvii, las guerras napoleónicas a
comienzos del siglo xix, la depresión de
los años treinta y las dos guerras mundiales durante el siglo xx; por el contrario, estos impulsos hacia el desarrollo
se extinguieron cada vez que los centros
metropolitanos se recobraron económicamente; c) aquellas regiones que son en
la actualidad las más subdesarrolladas,
fueron en el pasado las más estrechamente ligadas a las metrópolis; d) los latifundios, ya sea bajo la forma de plantaciones o de haciendas, fueron en su origen
típicas empresas comerciales capitalistas
que crearon aquellas instituciones que
les permitieron responder a la creciente
demanda en los mercados nacional o internacional, expandiendo su capital, tierra
y trabajo a los efectos de incrementar la
oferta de sus productos; e) los latifundios
que en la actualidad se muestran aislados, dedicados a una agricultura de subsistencia y con apariencia semifeudal, no
fueron siempre así; son unidades productivas que declinaron debido a una caída
en la demanda de sus productos o en su
capacidad productiva.
6. El dualismo es introducido en el análisis
marxista mediante la suposición de que el
feudalismo predomina en el sector estancado, en un extremo de la estructura social, y el capitalismo en el sector dinámico
al otro extremo de la misma. Las consecuencias estratégicas resultan claras:
Tanto en la versión burguesa como en
la supuestamente marxista de la tesis
de la sociedad dual, un sector de la economía nacional del cual se afirma que
ha sido también en un tiempo feudal,
arcaico, y subdesarrollado, supera esta
condición y llega a ser el actual sector
capitalista avanzado relativamente desarrollado, mientras la mayoría de la
población permanece en otro sector que,
supuestamente, continúa en condiciones tradicionalmente arcaicas, feudales,
subdesarrolladas. La estrategia política
usualmente asociada a estas interpretaciones actual y teóricamente erróneas del
desarrollo y del subdesarrollo es, para el
burgués, la conveniencia de extender el
modernismo al sector arcaico e incorporarlo también a los mercados mundial y
nacional, y, para los marxistas, la conveniencia de completar la penetración capitalista del campo feudal y la finalización
de la revolución democrático-burguesa.
Frente a esto, Frank sostiene que América Latina ha sido capitalista desde su misma
colonización, en el siglo xvi, por las potencias
europeas. Para probarlo intenta mostrar, mediante numerosos ejemplos, que aun las más
remotas y aparentemente aisladas regiones
de América Latina participaron en el proceso
general de cambio de mercancías y que este
cambio se realizó en beneficio de las potencias imperialistas dominantes. Solamente
podría hablarse de feudalismo, según Frank,
si pudiera probarse que las regiones económicamente más atrasadas de América Latina
constituyeron un universo cerrado en el que
predominaba la economía natural. Dado que,
por el contrario, estas participaban en un proceso cuya fuerza motriz era la sed de riquezas de las clases y potencias dominantes, es
necesario concluir que estamos en presencia
de una estructura económica capitalista. Y si,
desde el período colonial, el capitalismo ha
sido la base de la sociedad latinoamericana
y la fuente del subdesarrollo, resulta absurdo
proponer como alternativa a este un desarrollo capitalista dinámico. La burguesía nacio-
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nal, en los casos en que existe, está tan inextricablemente ligada al sistema imperialista
y a la relación explotativa metrópoli-satélite,
que las políticas basadas en una alianza con
ella sólo pueden conducir a prolongar y acentuar el subdesarrollo. La etapa nacional-burguesa, en los países subdesarrollados, debe
ser en consecuencia eliminada o al menos
abreviada, antes que extendida en nombre de
la existencia de una sociedad dual.
Como se ve, el esquema teórico de Frank
envuelve tres tipos de afirmaciones: 1) América Latina ha estado dominada desde sus
orígenes por una economía de mercado; 2)
América Latina ha sido capitalista desde sus
orígenes; 3) el carácter dependiente de su
inserción en el mercado capitalista mundial
es la causa de su subdesarrollo. Y estas tres
afirmaciones pretenden referirse a un único proceso que es idéntico, en sus aspectos
esenciales, desde el siglo xvi hasta el siglo xx.
Analizaremos cada uno de estos aspectos sucesivamente.
La crítica a las concepciones dualistas
La crítica de Frank a la tesis dualista y su consiguiente insistencia en que las sociedades
latinoamericanas han constituido siempre un
complejo internamente estructurado y plenamente incorporado a la economía de mercado
son, sin duda, convincentes y correctas. Por lo
demás, Frank no hace aquí sino desarrollar la
reiterada crítica a la concepción dualista, la
cual recibiera su más conocida formulación
de la obra de W.A. Lewis.
Según Lewis, que expresaba un punto
de vista contenido en numerosos estudios
parciales de científicos sociales durante la
década anterior, era necesario distinguir claramente entre los sectores “capitalista” y de
“subsistencia” de la economía. A este último
se lo presenta como completamente estancado e inferior al primero en capital, ingreso
y tasa de crecimiento. Las relaciones entre
los dos se reducen a la provisión, al sector
avanzado, de una ilimitada oferta de mano de
obra por parte del sector atrasado. Como se
ha señalado repetidamente, este modelo subestima el grado de comercialización alcanzable en las áreas rurales, así como el grado de
acumulación de las empresas campesinas.
Simplifica y distorsiona, en definitiva, las relaciones existentes entre los dos supuestos
segmentos de la economía. Un conocimiento
más riguroso de las interconexiones existentes entre los diferentes sectores de las economías latinoamericanas ha hecho que las
tesis dualistas no puedan ser sostenidas por
más tiempo en su formulación inicial.
Por lo demás, en el caso concreto de América Latina, la evidencia acumulada a lo largo
de los últimos años ha restado todo apoyo a
la idea de que una economía natural pura predominara en las áreas rurales del continente.
(…) Frank pisa, pues, terreno firme cuando critica a las teorías dualistas y afirma el
predominio de la economía de mercado en
América Latina. ¿Qué pensar, en cambio, de
su segunda afirmación, según la cual estas
economías eran capitalistas?
Los errores teóricos en la concepción de Frank
No resulta fácil responder a esta pregunta,
ya que, pese a que sus dos libros están dedicados al análisis del capitalismo, en ningún
momento Frank explica con exactitud lo que
entiende por tal. Lo más aproximado a una
caracterización conceptual que puede encontrarse en su obra son expresiones como la
siguiente: “La contradicción interna esencial
del capitalismo entre explotadores y explotados, aparece tanto dentro de las naciones
como entre ellas”.
(…)
Si intentamos, no obstante, inferir lo que
Frank entiende por capitalismo, creo que podemos concluir que es aproximadamente lo
siguiente: a) un sistema de producción para el
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mercado en el que b) la ganancia constituye el
incentivo para la producción, y c) la ganancia
es realizada en beneficio de alguien distinto
del productor directo que es, en consecuencia, desposeído de ella. Por feudalismo deberíamos entender, por el contrario, una economía cerrada o de subsistencia. La existencia
del mercado constituye, en consecuencia, la
diferencia decisiva entre ambos.
Lo primero que sorprende es que Frank
prescinde totalmente de las relaciones de producción en sus definiciones de capitalismo y
feudalismo. A la luz de este hecho no resulta
tan sorprendente su anterior caracterización
de la relación entre explotadores y explotados como la contradicción fundamental del
capitalismo. Porque, en efecto, su perspectiva ideológica obliga a Frank a prescindir
deliberadamente de las relaciones de producción en su definición del capitalismo: sólo
haciendo abstracción de estas puede llegar
a una noción lo suficientemente amplia del
capitalismo como para incluir las diferentes
situaciones explotativas sufridas por el campesino indígena peruano, el inquilino chileno,
el huasipunguero ecuatoriano, un esclavo
de las plantaciones azucareras antillanas o
un obrero textil de Manchester. Todos estos
productores directos destinan su producto
al mercado, trabajan en beneficio de otros y
son privados del excedente económico que
contribuyen a crear. En todos los casos la
contradicción económica fundamental es la
que opone a explotadores y explotados. Sólo
que la lista es demasiado corta, ya que podría
haber incluido también a los esclavos de los
latifundia romanos o a los siervos de la gleba
en la Edad Media europea, al menos en aquellos casos –la abrumadora mayoría– en que
el señor destinara a la venta parte del excedente económico extraído al siervo. Deberíamos concluir, en consecuencia, que desde la
revolución neolítica en adelante solamente ha
existido capitalismo.
Desde luego, Frank es libre para extraer
una masa de hechos históricos y construir,
sobre esa base, un modelo. Puede, incluso,
si así lo desea, dar a la entidad resultante el
nombre de capitalismo –aunque no se ve la
utilidad de emplear, para designar un conjunto de relaciones, palabras normalmente empleadas con otra acepción. Pero lo que resulta
totalmente inaceptable es que Frank sostenga que la suya es la concepción marxista del
capitalismo. Porque para Marx –como resulta
evidente para quien tenga un contacto siquiera superficial con su obra– el capitalismo era
un modo de producción. La relación económica fundamental del capitalismo se constituye
a través de la venta de su fuerza de trabajo por parte del trabajador libre, para lo cual
la precondición necesaria es la pérdida, por
parte del productor directo, de la propiedad
de los medios de producción. En sociedades
anteriores las clases dominantes explotaban
a los productores directos –esto es, expropiaban el excedente económico creado por
ellos– y aun comercializaban parte de este
excedente hasta el punto de permitir la acumulación de grandes capitales por parte de
una clase comercial, pero no se trataba de capitalismo en el sentido marxista del término,
puesto que no existía un mercado de trabajo
libre. La siguiente cita de El capital pone esto
en claro:
No acontece así con el capital. Las condiciones históricas de existencia de este
no se dan, ni mucho menos, con la circulación de mercancías y de dinero. El
capital sólo surge allí donde el poseedor
de medios de producción y de vida encuentra en el mercado al obrero libre
como vendedor de su fuerza de trabajo
y esta condición histórica envuelve toda
una historia universal. Por eso el capital
marca, desde su aparición, una época en
el proceso de la producción social.
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Para Marx, la acumulación de capital comercial es perfectamente compatible con los
más variados modos de producción y desde
ningún punto de vista presupone la existencia
de un modo de producción capitalista:
Hasta aquí, hemos venido examinando
el capital comercial desde el punto de
vista del régimen capitalista y dentro de
los límites de este. Pero el comercio e
incluso el capital comercial son anteriores al régimen de producción capitalista
y constituyen en realidad la modalidad
libre del capital más antigua de que nos
habla la historia.
La metamorfosis de las mercancías,
su movimiento, consiste: 1°) materialmente, en el cambio de distintas mercancías entre sí; 2°) formalmente, en la
transformación del dinero en mercancías, compra. A estas funciones, cambio
de mercancías mediante la compra y la
venta, se reduce la función del capital
comercial. Este capital se limita, pues, a
servir de vehículo al tránsito de mercancías, el cual, sin embargo, no debe concebirse de antemano simplemente como
un cambio de mercancías entre los productores directos. Bajo la esclavitud,
bajo la servidumbre, en el régimen tributario (para referirnos a sociedades de
tipo primitivo), es el esclavista, el señor
feudal, el Estado que percibe el tributo
quien aparece como apropiador y, por
tanto, como vendedor del producto. El
comerciante compra y vende para muchos. En sus manos se concentran las
compras y las ventas, con lo que estas
dejan de hallarse vinculadas a las necesidades directas del comprador como
comerciante.
La pretensión de Frank de que su concepción del capitalismo es la marxista no pare-
ce reposar, pues, en nada más sólido que el
deseo de Frank de que así sea. Pero antes
de dejar este punto debemos volver nuevamente a los textos ya que, en una polémica
sostenida en México e inserta en su segundo volumen al ser acusado precisamente de
ignorar el modo de producción en su noción
del capitalismo, Frank respondió con dos citas de Marx que, según él, demostraban la
coincidencia de esta con su concepción. La
primera cita procede de la Historia de las doctrinas económicas y afirma:
En la segunda clase de colonias –las
plantaciones, que fueron desde el momento de su nacimiento, especulación
comercial, centros de producción para
el mercado mundial– existe un modo
de producción capitalista si bien sólo de
manera formal, dado que la esclavitud
entre los negros excluye al asalariado libre, que es la base en que la producción
capitalista reposa. Sin embargo, aquellos
que se dedican al comercio de esclavos,
son capitalistas. El sistema de producción introducido por ellos no se origina
en la esclavitud, sino que es introducido
dentro de ella. En este caso el capitalista
y el amo son la misma persona.
Según Frank, este párrafo prueba que
para Marx no son las relaciones de producción lo que define la naturaleza de una economía (al menos es lo que deduzco, ya que esta
es su respuesta a la pregunta de Rodolfo Puiggrós acerca de “qué ocurre en el interior de
colonias como el Brasil y las del Caribe, esto
es, donde el modo de producción esclavista
prevalece”). En realidad, la cita prueba exactamente lo opuesto de lo que Frank pretende,
ya que lo que Marx dice es que en las economías de plantación el modo de producción
dominante es sólo formalmente capitalista. Y
si es formalmente capitalista lo es porque sus
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beneficiarios participan en un mercado mundial en el que los sectores productivos dominantes son ya capitalistas. Esto permite a los
terratenientes en la economía de plantación
participar del movimiento general del sistema capitalista, sin que su modo de producción sea, sin embargo, capitalista. Creo que
esto queda suficientemente claro si comparamos el párrafo citado por Frank con este otro,
también de Marx, procedente de las Formen.
Pero este error no es, por cierto, más
grande que, por ejemplo, el de todos los
filólogos que hablan de la existencia de
capital en la Antigüedad clásica, y de los
capitalistas griegos o romanos. Esta no
es más que otra manera de decir que en
Roma y en Grecia el trabajo era “libre”,
afirmación que difícilmente formularían
estos caballeros. Si hablamos ahora de
los propietarios de plantaciones como
capitalistas, si son capitalistas, ello se
debe a que existen como anomalías
dentro de un mercado mundial basado
en el trabajo libre.
¿Existían las condiciones estructurales del
capitalismo en la Europa del siglo xvi, cuando,
según Frank, se inició el proceso de dominación capitalista de América Latina? ¿Podemos
considerar que el trabajo libre fuera entonces
la regla? En modo alguno. La dependencia
feudal y el artesanado urbano constituían las
formas básicas de la actividad productiva. La
existencia de una poderosa clase comercial
que amasó grandes capitales a través del
comercio ultramarino no modificó en absoluto el hecho decisivo de que este capital fue
acumulado por la absorción de un excedente
económico producido mediante relaciones de
trabajo muy diferentes del trabajo libre.
(…)
Pero Frank ha confundido nuevamente los
términos del problema. Porque cuando los
marxistas hablan de una revolución democrática que barra los vestigios del feudalismo,
entienden por feudalismo algo muy distinto
que Frank. Para ellos el feudalismo no es un
sistema cerrado, no penetrado por las fuerzas del mercado, sino un conjunto de coacciones extraeconómicas que pesan sobre el
campesinado absorbiendo una buena parte
de su excedente económico y, en consecuencia, retardando el proceso de diferenciación
interna de las clases rurales y la expansión
del capitalismo agrícola. Esto es también lo
que los revolucionarios franceses de 1789
entendían por feudalismo cuando pensaban
que lo estaban suprimiendo mediante la abolición de las gabelas y privilegios señoriales.
Cuando Lenin, en El desarrollo del capitalismo
en Rusia, habla del creciente peso del capitalismo en la estructura agraria rusa, intenta
demostrar la existencia de un progresivo proceso de diferenciación de clases que estaba
gradualmente generando una clase de ricos
campesinos, por un lado, y un proletariado
agrícola por el otro. Lo que a Lenin nunca se
le hubiera ocurrido es basar su demostración
en la progresiva expansión de la producción
para el mercado, ya que era esta producción,
precisamente, la que había constituido, algunos siglos antes, la fuente del surgimiento del
feudalismo en Rusia, cuando las crecientes
oportunidades de comercializar la producción
triguera habían conducido a los terratenientes a acrecentar –y, en realidad, a establecer–
la opresión servil. Cuando los bolcheviques
sostenían que las tareas de la revolución rusa
eran democrático-burguesas, entendían por
ello que consistían en eliminar los vestigios
del feudalismo y en abrir la puerta a la expansión capitalista (en 1905 sólo Trotski y Parvus
comprendieron que era posible la transición
directa hacia el socialismo a partir de las
condiciones rusas). Dadas la incapacidad de
la burguesía para llevar a cabo sus propias
tareas democráticas y la debilidad numérica
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del proletariado, sostuvieron que el campesinado había de desempeñar un papel clave
en la alianza que tomara el poder. Para esta
estrategia resultaba crucial que el problema
campesino no pudiera ser solucionado por el
régimen existente, ya que de otro modo el zarismo habría creado su propio camino hacia
el capitalismo y la revolución habría tenido
que postergarse sine die.
(…) La negación de Frank de la posibilidad
de una revolución democrático-burguesa en
América Latina se reduce, pues, a lo siguiente: parte de un esquema político basado en
el análisis de relaciones sociales a las que se
designa respectivamente feudalismo y capitalismo, modifica el contenido de estos conceptos en mitad del razonamiento y concluye
que el esquema político es falso porque no se
corresponde con los datos de la realidad. No
es necesario insistir acerca de la validez de
este tipo de razonamiento. (Desde luego, en
lo anterior no hay ninguna opinión por parte
mía acerca de la posibilidad o imposibilidad
de una etapa democrático-burguesa en los
diversos países de América Latina. Me he limitado a señalar la imposibilidad de formular
ningún pronóstico al respecto sobre la base
analítica de Frank).
(…)
Si confrontamos ahora la afirmación de
Frank de que los complejos socio-económicos latinoamericanos han sido capitalistas
desde tiempos de la Conquista –pero teniendo presente que feudalismo y capitalismo
son modos de producción, en el sentido marxista del término– con la evidencia empírica existente, debemos concluir que la tesis
“capitalista” es indefendible. En regiones con
densas poblaciones indígenas –México, Perú,
Bolivia o Guatemala– los productores directos no fueron despojados de la propiedad de
los medios de producción, en tanto que la
coerción extraeconómica para maximizar los
varios sistemas de prestación de servicios
–en los que es imposible no ver el equivalente de la corvée europea– fue progresivamente intensificada. En las plantaciones antillanas la economía se basó en un modo de
producción constituido por el trabajo esclavo, mientras que en las áreas mineras se desarrollaban formas de esclavitud disfrazada
y otros tipos de trabajo forzado que, en todo
caso, no podían en ningún sentido ser considerados como tendientes a la formación de
un proletariado capitalista. Solamente en las
pampas de Argentina, en Uruguay y en otras
zonas similares más pequeñas donde no
había existido población indígena previa –o
donde había sido muy escasa y rápidamente destruida– el poblamiento asumió formas
capitalistas desde sus comienzos, los cuales
fueron acentuados por la inmigración masiva del siglo xix. Pero estas regiones estaban
muy alejadas del patrón dominante en América Latina y se asemejaban más a las zonas
templadas de nuevo poblamiento como Australia y Nueva Zelanda.
Ahora bien, este carácter precapitalista de
las relaciones de producción dominantes en
América Latina no sólo no fue incompatible
con la producción para el mercado mundial,
sino que, por el contrario, fue intensificado
por la expansión de este último. El régimen
feudal de las haciendas tendió a incrementar
las exacciones serviles sobre el campesinado
a medida que las crecientes demandas del
mercado mundial impulsaron a maximizar el
excedente. De tal modo, lejos de constituir el
mercado externo una fuerza desintegradora
del feudalismo, tendió a acentuarlo y consolidarlo. Tomemos uno de los ejemplos mencionados por Frank: la evolución del inquilinaje
en Chile. Durante el siglo xvii, el ocupante obtenía la posesión de sus tierras a cambio del
pago de un canon simbólico, pero este pago
comenzó a adquirir significación económica y
a gravitar cada vez más pesadamente sobre
el inquilino a medida que se fueron incremen-
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tando las exportaciones de trigo a Perú con
posterioridad al terremoto de 1688. El siglo
xix asistió a un agravamiento de este proceso,
determinado, nuevamente, por las crecientes
exportaciones de cereales; el trabajo exigido
fue a menudo equivalente al de un trabajador
permanente, al par que se reducían los derechos tradicionales del campesino, especialmente los de pasturaje o talaje. El salario que
recibía en dinero era inferior al de un bracero
o jornalero. Es preciso advertir que sería un
error ver en este proceso la emergencia de
un proletariado rural; de haber sido así, el salario hubiera pasado a ser la parte sustancial
de los medios de subsistencia del inquilino.
Pero todos los signos muestran que, por el
contrario, el salario era meramente un elemento subordinado en una economía de subsistencia basada en la tenencia de la tierra. Es
decir, que nos enfrentamos con un campesino sujeto a obligaciones serviles y no con un
asalariado agrícola que completa su ingreso
con regalías de consumo y un trozo de tierra.
Esta situación –con diversas variaciones–
se repite monótonamente a lo largo de todo
el continente. América Latina no fue, pues,
una excepción al proceso por el que regiones marginales densamente pobladas experimentaron un reforzamiento de las relaciones serviles a los efectos de incrementar la
producción para los mercados externos. Es el
proceso vivido por Europa oriental a partir del
siglo xvi, al abrirse las posibilidades de exportar materias primas a los mercados del oeste.
Esta fue la base para la refeudalización de estas áreas periféricas, la “segunda servidumbre” a la que se refería Engels. Sin duda estas
condiciones se fueron gradualmente modificando en América Latina desde fines del siglo xix, con el progresivo surgimiento de un
proletariado rural. Es difícil saber hasta qué
punto ha avanzado este proceso en la actualidad ya que carecemos de estudios suficientes
al respecto pero, en todo caso, está muy lejos
de haber concluido, y las condiciones feudales son aún predominantes, en gran medida,
en las áreas rurales de América Latina. Y no
es necesario extraer conclusiones dualistas
de esta posición ya que, como hemos visto,
la base del moderno sector expansivo estaba
dada por el incremento de la explotación servil en el sector atrasado.
Con esto llegamos al punto en el que ha residido el malentendido fundamental de esta polémica: afirmar el carácter feudal de las relaciones de producción en el sector agrario no implica
necesariamente mantener una tesis dualista. El
dualismo implica que no existen conexiones
entre el sector “moderno” o “progresivo” y el
“cerrado” o “tradicional”. Por el contrario, de
acuerdo a nuestro razonamiento anterior, la
explotación servil fue acentuada y consolidada
por la tendencia de los mismos empresarios
–presumiblemente “modernos”– a maximizar
el beneficio, con lo cual la aparente falta de comunicación entre ambos sectores desaparece.
Podemos afirmar que, en tales casos, la modernidad de un sector es función del atraso del
otro y que, por consiguiente, no es revolucionaria una política que se postule como el “ala
izquierda” del sector “modernizante”. Lo correcto, por el contrario, es enfrentar al sistema
en su conjunto y mostrar la indisoluble unidad
existente entre el mantenimiento del atraso
feudal en un extremo y el dinamismo burgués
aparentemente progresivo en el otro. Creo que
por este camino podría llegar efectivamente a
demostrarse, en coincidencia con Frank, que el
desarrollo genera el subdesarrollo, sólo que el
razonamiento estaría basado en el análisis de
las relaciones de producción y no sólo en las
de mercado. Frank podría, no obstante, argüir
que los defensores de la tesis “feudal” –notoriamente los partidos comunistas latinoamericanos– han sostenido posiciones dualistas. Y
en esto, indudablemente, no le faltaría razón,
ya que en su interpretación de la naturaleza de
las economías latinoamericanas los “feudalis-
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tas” han empleado definiciones de feudalismo
y capitalismo similares a las de Frank.
(…) Y el dualismo era un elemento esencial en este sistema de categorías. De aquí
se derivó la constante tendencia a identificar
feudalismo con estancamiento y economía
cerrada, y capitalismo con dinamismo y progreso. Esta típica deformación del marxismo
generó más tarde su complemento dialéctico
en la posición opuesta, desarrollada a lo largo de la última década. Puesto que el conocimiento de la realidad histórica y actual hacía
cada vez más evidente que las economías
latinoamericanas habían sido siempre economías de mercado y puesto que el fracaso
en América Latina de las élites reformistas
y presuntamente progresistas revelaba cada
vez con mayor claridad las íntimas interconexiones entre los sectores “moderno” y “tradicional”, una nueva escuela concluyó que América Latina había sido siempre capitalista.
Frank y aquellos que piensan como él –y son
muchos– aceptan los términos del dilema tal
como fueron planteados por los partidos comunistas latinoamericanos y los liberales del
siglo xix, pero se ubican en el extremo opuesto. Así rompen indudablemente con el dualismo –y su punto de vista es, en consecuencia,
relativamente más correcto– pero al intentar
situar la contradicción fundamental en el campo de la circulación y no en el de la producción,
no pueden sino quedarse a medio camino en
la explicación de por qué el desarrollo genera
subdesarrollo. Esto resulta claro al considerar el tercer tipo de afirmación de Frank al
que antes hicimos referencia: aquel según el
cual los orígenes del subdesarrollo descansan en el carácter dependiente de la inserción
económica de América Latina en el mercado
mundial. Pero antes de tratar este punto, es
necesario introducir un mayor grado de precisión en las categorías analíticas que emplearemos, distinguiendo, en particular, entre
modos de producción y sistemas económicos.
Modos de producción y sistemas económicos
(…) Por modo de producción designamos, en
consecuencia, la articulación lógica y mutuamente condicionada entre: 1. un determinado
tipo de propiedad de los medios de producción; 2. una determinada forma de apropiación del excedente económico; 3. un determinado grado de desarrollo de la división del
trabajo; 4. un determinado nivel de desarrollo
de las fuerzas productivas. Y esta no es una
enumeración meramente descriptiva de “factores” aislados, sino una totalidad definida
por sus mutuas interconexiones. Dentro de
esta totalidad, la propiedad de los medios de
producción constituye el elemento decisivo.
“Sistema económico”, en cambio, designa
las relaciones entre los diferentes sectores
de la economía, o entre diversas unidades
productivas, ya sea a nivel regional, nacional
o mundial. Cuando en el primer volumen de El
capital Marx analiza los procesos de producción de la plusvalía y de acumulación de capital, describe el modo de producción capitalista.
Por el contrario, cuando analiza el intercambio entre Rama I y Rama II e introduce problemas tales como el de la renta o el del origen
de la ganancia comercial, está describiendo
un sistema económico. Un sistema económico puede incluir, como elementos constitutivos, modos de producción diversos, siempre
que se lo defina como una totalidad, esto es,
a partir de un elemento o ley de movimiento
que establezca la unidad entre sus diversas
manifestaciones.
(…)
Pienso que es posible, dentro de este marco teórico, situar el problema de la dependencia al nivel de las relaciones de producción.
Las etapas de la dependencia
Frank se refiere en sus obras a la relación
de dependencia entre el satélite y la metrópoli; este es en realidad el eje alrededor
del cual se organiza todo su esquema teó-
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rico. Sin embargo, a lo largo de sus obras
no hay el menor intento de definir la naturaleza de esta relación de dependencia, esto
es, de establecer las contradicciones económicas específicas en las que la relación de
dependencia se funda. Frank nos describe
una situación en la que el país subdesarrollado está totalmente integrado al proceso
expansivo de las grandes metrópolis; nos
muestra luego cómo los países avanzados
explotan a los países periféricos; lo que en
ningún momento explica es por qué ciertas
naciones necesitaron del subdesarrollo de
otras para su propio proceso de expansión.
Lo más que proporciona en este punto es
una vaga referencia general a La economía
política del crecimiento, de Paul Baran. Pero,
como sabemos, Baran trata una situación
muy específica de subdesarrollo que no podemos prolongar hacia el pasado y que está
resultando cada vez menos aplicable a América Latina contemporánea. ¿O es que Frank
cree que el modelo de Baran es aplicable a
países tales como Argentina, Brasil o México,
las tres áreas de inversión más importantes
en el continente, después de Venezuela, para
el imperialismo norteamericano?
No es demasiado difícil encontrar las razones de este notable hiato en el esquema
teórico de Frank. Porque su noción del capitalismo es tan amplia que no puede establecer, dado el nivel de abstracción en que
se mueve, ninguna contradicción económica
específica del mismo. Si son lo mismo Cortés, Pizarro, Clive y Cecil Rhodes, no hay forma de rastrear la naturaleza y orígenes de la
dependencia económica en las relaciones de
producción. Si, por el contrario, cesamos de
mirar al capitalismo como un deus ex machina cuya omnipresencia nos libera de todas
las explicaciones e intentamos, en cambio,
buscar los orígenes de la dependencia en
los modos de producción, lo primero que debemos hacer es renunciar a hablar de una
contradicción única. Porque relaciones de
dependencia ha habido siempre, al margen
de la existencia del capitalismo.
En la Edad Media, por ejemplo, recientes
avances en los estudios históricos han puesto de manifiesto la existencia de un intercambio desigual entre Europa occidental y el
Este del Mediterráneo. Los trabajos de Ashtor acerca de los precios en Siria medieval,
en particular, muestran que estos últimos
eran estacionarios, en tanto los de Europa
occidental eran oscilantes y con tendencia
al ascenso en el largo plazo. Este desajuste
proporcionaba un canal por el que las burguesías de Occidente absorbían el excedente
económico de su periferia oriental. Si entendemos por dependencia económica la absorción estructural y permanente del excedente
económico de una región por parte de otra,
podemos considerar al comercio medieval
entre Oriente y Occidente como una relación
de dependencia, ya que la disparidad en los
niveles de precios –la base de toda actividad
comercial– se realizaba siempre en beneficio de una de las dos áreas. Pero esta actividad, que estimuló inmensamente la acumulación de capital comercial en las grandes
ciudades europeas, no implicó en absoluto
la generalización de las relaciones salariales en la esfera de la producción. Se trataba,
por el contrario, de una expansión feudal, en
la que los lazos serviles eran con frecuencia reforzados a los efectos de maximizar
el excedente. ¿No fue, quizás, la expansión
europea del período mercantilista una ampliación a escala mundial de este proceso?
A través de sus posiciones monopólicas las
potencias europeas fijaban el precio de las
mercancías en sus imperios de ultramar –a
los fines de asegurar una permanente disparidad en su favor– al par que, mediante
coacciones extraeconómicas, explotaban la
fuerza de trabajo en minas y plantaciones.
Romano se plantea:
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Puede el problema de la disparidad de
precios, observado entre diferentes regiones del Cercano Oriente, encontrar
una explicación, un intento de explicación, a la luz del ejemplo de Hispanoamérica. ¿No podrían estas zonas de
precios más bajos cumplir el papel de
subcolonias, como tan a menudo ocurre
en Hispanoamérica: por ejemplo, Chile
y Perú, ambas subcolonias de España,
y sin embargo la primera subcolonia de
la segunda?
Vemos así cómo el desarrollo de la estructura económica dominante en los países metropolitanos en la época mercantilista podía
generar el subdesarrollo: reduciendo el excedente económico de los países periféricos
y fijando sus relaciones de producción en un
arcaico tipo de coacción extraeconómica que
retardaba todo proceso de diferenciación social y disminuía la amplitud de los mercados
internos.
Este tipo de relación de dependencia es,
no obstante, muy diferente del que predominaría en la etapa específicamente capitalista de la expansión europea. Y aquí es donde
surge el problema central. Porque si queremos mostrar que también en esta época el
desarrollo genera el subdesarrollo lo que
debemos probar es que el mantenimiento de
relaciones de producción precapitalistas en
las áreas periféricas es una condición inherente al proceso de acumulación en los países centrales. En este punto entramos en un
campo en el que, infortunadamente, la investigación empírica es demasiado inadecuada
para permitir llegar a ninguna conclusión
definitiva; no obstante, creo que es legítimo
formular un modelo teórico que establezca
las variables en juego y la articulación de las
mismas a la que la evidencia que poseemos
parece apuntar. Este modelo teórico puede
ser resumido en los siguientes términos. El
proceso de acumulación de capital –que es
el motor fundamental del conjunto del sistema capitalista– depende de la tasa de ganancia. Ahora bien, la tasa de ganancia está
a su vez determinada por la tasa de plusvalía y la composición orgánica del capital.
El ascenso en la composición orgánica del
capital es una condición de la expansión capitalista, ya que es el progreso tecnológico
lo que permite reconstituir el ejército de reserva y, en consecuencia, el mantenimiento
de un bajo nivel de salarios. Pero, a menos
que el aumento en la composición orgánica
del capital esté ligado a un incremento más
que proporcional en la tasa de plusvalía, se
producirá una declinación en la tasa de ganancia. Esta tendencia es parcialmente compensada por movimientos del capital, de industrias con una alta composición orgánica
a otras con una baja composición orgánica;
de aquí surge una tasa media de ganancia
que es siempre más alta que la que correspondería, en términos de valor, a las industrias tecnológicamente más avanzadas. No
obstante, como un creciente aumento en la
composición orgánica del capital total es inherente a la expansión capitalista, en el largo plazo sólo puede existir una permanente
tendencia declinante en la tasa de ganancia.
Estos son, desde luego, los términos en los
que Marx formulaba su célebre ley.
Como se ve, en este esquema que describe
con bastante precisión las tendencias dominantes en un capitalismo de libre competencia resulta clave, para un sostenido proceso
de acumulación, la existencia, en algún sector
del sistema, de unidades productivas en las
que la baja tecnología o la superexplotación
del trabajo permitan contrapesar el efecto
depresivo de la creciente composición orgánica sobre la tasa de ganancia, en las industrias dinámicas o de avanzada. Ahora bien, las
empresas de las áreas periféricas están en
condiciones ideales para representar este pa-
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pel. Tomemos el ejemplo de las plantaciones
o de las haciendas. En ellas la composición
orgánica del capital es baja –como acontece
siempre en la producción primaria por comparación a la industrial–; la fuerza de trabajo
está en general sujeta a formas de coerción
extraeconómica características de los modos
de producción feudal o esclavista; finalmente, en la medida en que existe el trabajo libre, es generalmente superabundante y, por
consiguiente, barato. Si se probara, en consecuencia, que la inversión de estos sectores ha
jugado un importante papel en la determinación de la tasa de ganancia, podría concluirse
que la expansión del capitalismo industrial
en los países metropolitanos ha dependido
del mantenimiento de modos de producción
precapitalistas en las áreas periféricas. Es en
este punto, sin embargo, en el que la evidencia de que hasta ahora disponemos resulta
sugestiva pero no concluyente. Si esta tesis
resultara, en definitiva, probada, sería posible
partiendo estrictamente de las relaciones de
producción mostrar que el desarrollo genera
el subdesarrollo y refutar, desde una perspectiva marxista, el tradicional esquema dualista.
Volviendo, pues, a nuestra anterior terminología, podemos afirmar que el sistema capitalista mundial –que encuentra su principio
regulador en la tasa media de ganancia producida por la interacción entre varias empresas– incluye, al nivel de su definición, modos
de producción diversos. Porque, si nuestra
argumentación anterior es correcta, el crecimiento del sistema depende de la acumulación de capital, el ritmo de esta acumulación
depende de la tasa media de la ganancia y
el nivel de esta tasa depende, a su vez, de la
consolidación y expansión de las relaciones
precapitalistas en las áreas periféricas. La
gran insuficiencia en las teorías puramente
subconsumistas es que interpretan la expansión externa exclusivamente como una respuesta a la necesidad de mercados y eluden,
así, el hecho decisivo de que la explotación
colonial, al contribuir a elevar la tasa media
de ganancia, asegura la capacidad expansiva
del sistema en el momento de la inversión y
no sólo en el de la realización.
Hasta aquí es hasta donde puede llegar
un razonamiento puramente teórico. Las
afirmaciones anteriores están sujetas a dos
tipos de verificaciones empíricas. Sería necesario demostrar: 1) que durante el siglo xix
el crecimiento en la composición orgánica
del capital fue más rápido que el crecimiento
en la productividad del trabajo; 2) que el capital invertido en los países periféricos jugó
un importante papel en el mantenimiento de
una adecuada tasa de beneficio en los países
metropolitanos. Sólo la investigación empírica puede verificar si ambas condiciones existieron en la realidad.
Por otro lado, si estas condiciones existieron en el pasado, sin duda que no se dan
en el presente. El enorme incremento en la
productividad del trabajo en la presente etapa
del capitalismo monopolista –a consecuencia
del cambio tecnológico– ha tendido a hacer
antieconómica la superexplotación precapitalista de la fuerza de trabajo y a concentrar
la inversión en los países centrales. Al mismo
tiempo –y América Latina es un claro ejemplo
de esto– la inversión imperialista ha tendido
a desplazarse de sus tradicionales rubros hacia la producción de materiales estratégicos
–el caso típico es el petróleo– o bien hacia la
producción industrial. La naturaleza de las
relaciones entre metrópolis y satélites –para
usar la terminología de Frank– no es menos
dependiente, pero se trata en todo caso de un
tipo muy distinto de dependencia. Me parece
más útil subrayar estas diferencias y discontinuidades que intentar mostrar la continuidad e identidad del proceso, desde Hernán
Cortés hasta la General Motors.
Volviendo, pues, al debate “feudalismo
versus capitalismo”, creo que resulta claro
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que sus protagonistas han confundido constantemente, a lo largo del mismo, los conceptos de modo de producción capitalista y de
participación en el sistema capitalista mundial.
Considero que la distinción entre estos dos
conceptos no es una cuestión puramente académica ya que, si la argumentación anterior
es correcta, permite aclarar importantes aspectos del conjunto de relaciones entre metrópoli y satélites. Por el contrario, equiparar
a ambos sólo puede perpetuar el constante
quid pro quo en el que se ha movido Frank. El
comentario final sobre esta polémica puede,
quizás, ser dejado al mismo Marx. En un célebre pasaje acerca de los economistas de su
tiempo, hacía la siguiente reflexión que no ha
perdido su relevancia:
El primer estudio teórico del moderno régimen de producción –el sistema
mercantil– partía necesariamente de los
fenómenos superficiales del proceso de
circulación tal como aparece sustantivado en el movimiento del capital comercial, razón por la cual sólo captaba las
apariencias. En parte, porque el capital
comercial es la primera modalidad libre
del capital en general. En parte, por razón de la influencia predominante que
este tipo de capital tiene en el primer período de transformación revolucionaria
de la producción feudal, en el período de
los orígenes de la moderna producción.
La verdadera ciencia de la economía
política comienza allí donde el estudio
teórico se desplaza del proceso de circulación al proceso de producción.
Fuente: Ernesto Laclau, “Feudalismo y capitalismo en
América Latina”, en Carlos Sempat Assadourian et al.,
Modos de producción en América Latina, Cuadernos de
Pasado y Presente, Nº 40, Buenos Aires, 1973, pp. 23-44.
MANIFIESTOS POLÍTICOS ARGENTINOS
1966 - 1976
INTELECTUALES
Y REVOLUCIÓN.
EL DEBATE
EN NUEVOS
AIRES
Hacia fines de 1971 la
revista Nuevos Aires reúne
a un grupo de escritores e
intelectuales de diversas
corrientes del antiimperialismo
revolucionario para discutir
sobre un problema clásico
de la tradición de las
izquierdas, reactualizado en
Latinoamérica por el “caso
Padilla”: las relaciones entre los
intelectuales y los movimientos
revolucionarios. El debate
será publicado por la revista
con un título extraído de un
dilema planteado por León
Rozitchner en el desarrollo
de la propia conversación:
“Intelectuales y revolución:
¿conciencia crítica o conciencia
culpable?”. Allí, Rozitchner,
junto con Noé Jitrik, Ricardo
Piglia, Marcos Kaplan, Mauricio
Meinares y José Vazeilles
debatirán sobre diversos aspectos
de la cuestión, en un contexto
nacional marcado por los efectos
del Cordobazo y el crecimiento de
distintas organizaciones políticas
y revolucionarias.
Nuevos Aires: Entendíamos en el Editorial del número 5 de la revista que a partir
del episodio Padilla se había producido la actualización y “latinoamericanización” de un
viejo e irresuelto problema: el de las relaciones entre los intelectuales y los poderes socialistas o los movimientos revolucionarios.
Las dos posturas antagónicas más enfáticas
asumidas frente a la cuestión nos suscitaban varias preocupaciones que podrían englobarse en una mayor: ¿existen en la teoría
o en la práctica histórica, fuentes a las que
podamos acudir para rescatar una posición
revolucionaria justa frente a esos fenómenos? ¿Cabe una respuesta de los intelectuales revolucionarios que, sin ser extraterrenalmente crítica de los déficits del proceso
de cambios, tampoco caiga en actitudes autodenigratorias o culpables?
El interrogante que les planteamos, o el
primero de ellos, sería entonces: Intelectuales y revolución: ¿conciencia crítica o concien-
cia culpable?, aclarando desde ya dos cosas.
La primera: que estos términos provienen
del propio anecdotario de las discusiones
más que de la suposición de que el problema se engendre únicamente en la conciencia individual de los intelectuales y fuera de
la práctica social. Pues es precisamente en
esta última adonde pretendemos que se exploren hoy las causas de esos desencuentros.
La segunda aclaración: que la antinomia no
es, claro está, disyuntiva, sino simplemente
dirigida, como decíamos, al intento de desplazar con igual fuerza ambas posiciones en
la búsqueda de un más riguroso y equilibrado ángulo de enfoque.
Frente a casos como el de Padilla se asumen, casi siempre, dos tipos de actitudes. O
una fácilmente condenatoria y totalizadora,
que todo lo reduce a la creencia de que la
deformación stalinista es ley del desarrollo
en los países socialistas (punto que también proponemos para debatir), o una pos-
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tura sumisa, acrítica, complaciente a todo lo
que venga de la revolución, tal vez por provenir de una revolución a la que se cree no
estar contribuyendo suficientemente como
intelectuales revolucionarios (otro punto de
discusión que sugerimos). Pensamos que ni
la una –por su fatalismo, por su falta de especificidad, por su idealización de “la fiesta
revolucionaria”–, ni la otra –por su minimización y olvido del papel que ha jugado el
pensamiento crítico en el nacimiento y desarrollo del socialismo científico– ayudan a
la revolución a corregir errores o a profundizar y difundir sus aciertos y logros. Sobre
ambas hemos intentado elaborar una crítica,
por supuesto inicial, por supuesto incompleta, en notas como la del número 4 (“Verdad
y límites de ‘La segunda muerte de Ramón
Mercader’”) o como el ya mencionado Editorial de nuestro último número.
Pensamos también que el problema es
nuestro, argentino. Y este es un tema que, de
modo especial, quisiéramos que consideraran aquí.
Aunque hasta ahora los episodios y la mayor parte de los debates hayan tenido lugar
fuera del país, y aunque aparentemente en
esta etapa política argentina ellos aparezcan
lejanos, entendemos que nos son muy próximos. Por lo entrañable que es para la izquierda argentina la experiencia revolucionaria de
otros pueblos, y particularmente del cubano;
por la intencionada publicidad dada a los conocidos episodios; por la influencia que los
enfrentamientos tienen sobre nuestra propia
acción. Porque la “crítica sin alternativa” lleva
a apagar la capacidad de rebelión de mucha
gente al inducirla a pensar que cualquier poder revolucionario, por libertario que sea en
sus comienzos, conduce de modo ineluctable
a formas de burocratización, de represión, a
violaciones del legalismo socialista, a deformaciones que se incubarían en la raíz misma
del nuevo poder. Y se trata nada menos de
un tema, el del nuevo poder, que hoy está en
el orden del día de todas las organizaciones
revolucionarias argentinas. Pero también la
otra, la que llamamos “conciencia culpable”
de los intelectuales, pone en tela de juicio las
cualidades de ese nuevo poder al afincar en
la sola esencia de la clase y no en su ideología su capacidad de derrumbar antiguos órdenes. Al reducir a un puro fetichismo y a un
puro espontaneísmo lo que no puede ser otra
cosa que rol consciente y orgánico de la clase
o de las vanguardias.
La disconformidad que establecemos con
ambas posturas reconoce, sin embargo, un
punto de partida que muchas veces queda
oscurecido en la polémica: para nosotros se
trata de diferencias entre revolucionarios con
distintos puntos de vista en torno a esta y otras
cuestiones, lo que no invalida para nada el hecho de que, por múltiples y difíciles caminos,
se estén buscando desde esos sectores soluciones socialistas para nuestros países dependientes y también, en muchos casos, para los
mismos países en tránsito al socialismo.
Todos estos cuestionamientos y los que
ustedes entiendan que de ellos derivan quedan en discusión. La revista intervendrá lo
menos posible en ella, ya que lo que queremos es que la polémica se abra y circule, y
no que se fijen o se subrayen posiciones, por
otra parte, conocidas o verificables en nuestros distintos números.
Además es justamente esa la intención
que hemos satisfecho al invitarlos: la de que
en conjunto contribuyamos a descongelar
el debate de ciertos temas en la izquierda
argentina, y pensamos que ustedes son suficientemente representativos de distintas
corrientes antiimperialistas y revolucionarias
de la intelectualidad como para que los bloques empiecen a moverse. Y el grabador si
fuera posible, también.
(…)
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León Rozitchner: Partí de elaborar la
conciencia culpable que no es devuelta no
sólo por el sistema sino aun desde la izquierda misma. Te digo que el término “conciencia
crítica” no basta como tampoco vale la oposición planteada entre incentivos materiales
y morales: ambos quedan planteados dentro
del dualismo que separa cuerpo y conciencia.
Yo podría decirte: “cuerpo crítico” y no “conciencia crítica”. Porque en lo que sigo poniendo el énfasis aquí sería en eso.
Creo que conciencia crítica solamente no
basta, hasta que no pongamos de relieve la
densidad de lo que tiene que ser criticado y
que no es meramente a nivel de la crítica-crítica (por decirlo así), a nivel de la crítica especulativa. Es decir, encontrar el fundamento
en el cual la relación con los otros aparece
determinándonos una actividad.
Creo que eso, a nivel de una izquierda represiva, es jodido. Es decir, no pueden aparecer todos los contenidos que forman parte de
nuestra realidad a transformar. Por eso cuando Piglia señalaba la distancia en el intelectual como meramente burguesa, como dándose sólo en la burguesía, donde el individuo
es considerado fuera del sistema, loco o niño,
creo que hay que reivindicar esa distancia
como también posible –si querés– dentro del
campo de la izquierda.
Creo que la distancia, a veces, es necesaria dentro del proceso que se está dando para
reivindicar una capacidad de integración y
elaboración de contenidos que la izquierda no
puede contener todavía, y que tal vez, entra a
formar parte de ella a pesar de que ella no lo
quiera. Por lo tanto, la mera definición que se
me asigna a mí por el hecho de participar de
un partido político como constituyéndome en
revolucionario, no basta para definir el papel
de un intelectual revolucionario. Pero tampoco la inversa es verdadera.
Marcos Kaplan: Estoy de acuerdo con
vos, pero lo enfatizaría más en una cosa que
estoy tratando de decir todo el tiempo. No hay
una izquierda, hay varias izquierdas porque
además no hay una clase homogénea. Tenés
varias clases y ninguna de ellas es homogénea. Todas ellas tienen una conciencia parcializada de la realidad. De manera que lo que
empieza a emerger son concepciones parciales que en el mejor de los casos podés llegar
a integrar en un campo de lo más abierto y
de lo más flexible posible, a partir del cual se
puede elaborar lo que va a ser la racionalidad
última en una etapa determinada, pero que
no está predeterminada por nadie.
Ricardo Piglia: Me parece buena la diferencia entre cuerpo y conciencia, lo que digo
es que la única manera de resolver esa contradicción es ligarse a las organizaciones revolucionarias.
Kaplan: Vos estás descartando lo que él
insiste mucho y que yo comparto plenamente.
Es decir, en la medida en que lo que se atribuye el rol de vanguardia revolucionaria lo es
realmente.
Piglia: Esa es una discusión posterior.
Kaplan: No es posterior.
Piglia: Hay una cuestión previa. Es si el
intelectual se tiene que ligar o no a las organizaciones revolucionarias para realizarse
como intelectual revolucionario.
Kaplan: Pero, cuando decís las organizaciones revolucionarias estás enfatizando un
aspecto y dejás otros de lado. Hay una serie
de componentes críticos y de elaboración de
modelos de acción que están limitados o suprimidos.
Rozitchner: Quiero enfatizar claramente
esto: lo que estoy diciendo no excluye la experiencia y la necesidad del acercamiento: antes bien, la presupone. Lo que hace es incluir
dentro de esa necesidad la otra posibilidad
como formando parte también de ese proceso, puesto que es real.
Si vos lo preestablecés como una forma
de ida, yo te lo acepto: es necesario integrar
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un organismo revolucionario. Pero siguiendo
la forma de la vuelta, yo entonces te lo rechazo. Si vos decís que el tipo que va tiene que
permanecer sin poder salir, entonces no te
lo puedo aceptar. Vos lo podés dar como un
eslogan: hay que entrar, pero eso también es
acrítico porque no tiene presente las condiciones en las cuales el proceso se da: ¿dónde
entrar? ¿Cómo entrar?
Piglia: La única manera de romper con
eso que vos llamás el cuerpo de derecha, la
única manera de romper con la ideología de
la separación es ligarse al movimiento político revolucionario.
Rozitchner: De acuerdo. Ese es el punto
de partida, pero, ¿cuál es el ligamen del militante con el movimiento político? Estamos
hablando de las dificultades para hacer posible tu afirmación, que es también mía.
Kaplan: ¿Cuál es el movimiento político
revolucionario?
Rozitchner: Es como el internacionalismo. Vos tenés que elegir entre cierto internacionalismo, yo elijo el internacionalismo chino
o elijo el soviético.
Piglia: Yo te hablo de lo que pasa acá después del Cordobazo, la situación que se da, las
organizaciones revolucionarias que surgen.
Rozitchner: Veamos esa situación concreta, porque Kaplan dice: ¿cuáles son las organizaciones revolucionarias? Veo detrás de
eso una postura escéptica.
Kaplan: Veo una reivindicación de la pluralidad, se está dando pluralmente el asunto.
Piglia: ¿Vos qué proponés para ligarte
como intelectual? Esa es la pregunta que estuve haciendo durante toda la discusión. ¿Qué
propuestas tenés aparte de la crítica?
Kaplan: Yo digo que hay niveles múltiples,
y ninguno puede asumir la totalidad porque
ninguno es omnipotente.
José Vazeilles: Creo que en este momento se ve una cosa clara. A mí la receta de Piglia
me parece unilateral y en cambio me parece
que lo que dice Rozitchner responde mucho
más a la realidad. Hablo desde mi perspectiva
personal, y no estoy dispuesto a integrar ningún grupo político. Y, creo que además, como
yo hay no centenares sino miles de tipos en
el país, entonces, creo que este problema no
lo podemos discutir en términos abstractos.
Es decir, planteado en términos abstractos
como está, lo que dice Rozitchner responde
mucho más a la realidad argentina, a la realidad actual, de 1971. Y a cómo está planteado
el problema del movimiento revolucionario en
el país. Creo que si nos disponemos a avanzar
en este plano, tenemos que referirnos a eso
concretamente.
Rozitchner: Yo diría lo siguiente: entre lo
que propone Piglia y lo mío hay un camino a
recorrer para que el que no está militando en
una organización política, pueda hacerlo. Entonces, creo que la organización política tiene que poder hacer surgir (si vos querés) y
movilizar todos los contenidos como para que
quien está fuera de la organización encuentre
un lugar donde militar.
Es decir, que si estamos tratando de
elaborar un camino, es decir, estamos haciendo un tránsito, ese tránsito lo doy por
acabado, cuando me niego a reconocer sus
dificultades. Entonces no es tránsito, es
salto. Pienso que el tránsito es bastante
complejo. Y que hacer el tránsito como muchos lo hacen, a nivel de meras definiciones
ideológicas, no me garantiza a mí la verdadera movilización de ese tipo en el proceso
revolucionario. El hecho es que ves entrar
al tipo y salir. Algunos grupos revolucionarios de izquierda son tubos.
(…)
Piglia: Hay un problema teórico que acá
se está discutiendo. O, por lo menos, es el que
yo quiero discutir: de qué manera se liga un
intelectual a la revolución. Un intelectual se
liga a la revolución ligándose con las organizaciones revolucionarias. Esa es la posición
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que tengo. Este me parece el núcleo teórico.
Después podemos discutir si existen o no
existen.
Vazeilles: Creo que aquí no podemos reducir tampoco el problema a los intelectuales. Yo por lo menos digo que el problema de
los intelectuales no se reduce al problema de
los intelectuales, sino a la participación de
mucha gente más.
Rozitchner: Yo quisiera plantear esto. Hagamos una comparación entre un intelectual
que está en una organización revolucionaria
produciendo intelectualmente y otro que no
está. Y si vos me podés decir que a ese tipo
que está lo podés comprender como más
productivo del que no está…
Piglia: Yo te digo que Rodolfo Walsh trabajando en la CGTA, es un ejemplo de un intelectual que se liga al movimiento político.
O David Viñas es otro ejemplo de intelectual
que se liga con un trabajo político. Y me parece que son dos de los intelectuales que
más están haciendo por la cultura argentina
en este momento.
Rozitchner: Si habláramos realmente de
lo que David podría hacer, sumergiéndose en
la problemática que lo liga a la realidad más
allá de los esquemas en los cuales puede
encontrar también ubicación política, yo digo
que a veces, hay una radicalidad que también
se abandona cuando se pasa a una organización política. Yo te matizo todo esto.
Piglia: Yo en cambio no matizo.
Rozitchner: Yo lo matizo y te digo, generalizando, que la posibilidad se da, y también
se da como excusa y se da como intento de
justificar algo.
Piglia: Lo que pasa es que vos me leés esquemáticamente.
Rozitchner: Lo que pasa es que vos estás
leyendo esquemáticamente lo que yo digo. Piglia: Lo único que he hecho es proponer
un modelo de relación y me has pedido quién
y te contesté.
Rozitchner: Como modelo en el cielo de
los modelos lo ponemos. Porque encuentro
intelectuales que están trabajando en el
proceso…
Piglia: Vos leíste ¿Quién mató a Rosendo?
Es una obra que nace de la práctica política de
Walsh, y es una de las obras más importantes
(a mi juicio) de la última literatura argentina.
Abre perspectivas teóricas, es a la vez literatura de testimonio y se puede leer como una
novela, como un panfleto, como un análisis
político y está ligada directamente a su trabajo en la CGTA, y fue publicada originariamente
en el periódico de esa organización
Noé Jitrik: Habría que ver hasta qué punto esta obra cumple con los requisitos que
dice Piglia. Como documento es por cierto
de una utilidad sensacional, es una apertura
muy grande.
Piglia: Es uno de los mejores libros de narrativa que leí en ese año.
Jitrik: Cómo ese año. ¿Este es un club de
libros?
Rozitchner: Yo no quiero hablar de los
demás. Yo acá estoy exponiendo mi posición
frente a un problema real. Lo poco que he
podido hacer en función del conocimiento, de
críticas en la izquierda, ha nacido justamente
participando de un partido político. Pero estando atento a lo que pasaba en la política,
hay otros canales para percibir la realidad
que no tienen por qué ser específicamente
un grupo político. Estoy partiendo de lo dado
para llegar a otra cosa: la participación en el
proceso revolucionario. Si te ponés en esto
y tratás de comprender el fenómeno que se
da, yo entonces entiendo: perfecto, vamos a
lo otro. Pero, al mismo tiempo, es cierto que
entre la conciencia culpable y la conciencia
crítica hay algo para rescatar, sin lo cual yo
perdería la conciencia crítica.
Piglia: Creo que no se entiende la cuestión
en los términos en que yo la quiero plantear.
Estoy diciendo que a mi juicio para resolver el
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problema entre los intelectuales y la revolución, el intelectual se tiene que ligar con una
organización revolucionaria. Y se tiene que
ligar con una organización revolucionaria de
acuerdo a una serie de prácticas específicas
que se articularán con las prácticas de esa
organización.
Rozitchner: De acuerdo, lo comparto plenamente. Pero ahora se trata de prácticas que
llevan al fracaso o al éxito. Entonces, suponé
que esa práctica nos lleva al retiro momentáneo, pasajero, de un grupo político.
Piglia: Lo que pasa es que acá se hace
una lectura esquemática de lo que estoy diciendo. De todos modos lo que quiero es dejar
clara esta posición.
Kaplan: ¿Por qué no analizás la posibilidad de que tu pensamiento sea esquemático?
Porque los demás hacen una lectura esquemática de un tratamiento que es muy rico,
pero vos tenés una lectura rica de un pensamiento que es esquemático.
Piglia: Seguramente que es esquemático,
no defiendo la flexibilidad de mi pensamiento
para nada. Lo que quiero que quede claro, lo
que quiero esquematizar es esto: a mi juicio
la resolución del problema de los intelectuales y la revolución se plantea a nivel político,
en las relaciones de ese intelectual con las
organizaciones revolucionarias.
Lo contrario de eso es lo que yo llamaba
“el aislamiento y la separación”. Es el independentismo, el francotirador, la resolución
moralista, individual.
Kaplan: Marx, por ejemplo.
Piglia: Marx estaba ligado a la Liga de los
Comunistas.
Kaplan: Yo te doy un ejemplo, Marx tiene
una carta a Engels donde reivindica el derecho a separarse de las organizaciones, a recuperar la independencia crítica mientras los
otros pierden el tiempo.
Mauricio Meinares: Pienso que es el elemento fundamental de la constitución de la
incorporación al Manifiesto Comunista: es
una organización de hombres libres que tienen el derecho a incorporarse y salir de esa
organización.
Piglia: ¿Quién puede negar ese derecho?
Meinares: Lo que pasa es que es suficientemente dúctil pensar que no solamente
vinculado a un organismo político concreto un
hombre puede realizar el encuentro del intelectual con la revolución, sino que aparte hay
otros tránsitos en los cuales también el intelectual sin estar vinculado concretamente a
un partido político, a una vanguardia política,
puede contribuir al proceso de la revolución.
No es excluyente.
Kaplan: En lo que dice Piglia hay un supuesto: organización revolucionaria es a la
que yo me incorporo porque considero que es
revolucionaria, es una autodefinición.
Piglia: No. Cuando empecé hice una especie de despliegue de posiciones políticas
que iban desde los grupos armados, hasta los
grupos que trabajaban en el peronismo revolucionario, hasta la izquierda que trabaja en
el proletariado sin hacer en ningún momento
ningún tipo de distinción, ni de elección. Lo
que planteé aquí es el problema teórico de la
relación de la práctica específica del intelectual, la práctica en la cultura y la resolución
de la lucha de clases en ese campo.
Rozitchner: Claro, que si ese es el planteo
teórico tiene que contener necesariamente la
realidad, que se expresa como teoría. Es decir, que lo que estoy planteando yo también
tiene que estar contenido en la expresión teórica, porque si no…
Piglia: Acá, lo que hay es una discusión
que se plantea en términos que yo no termino
de entender.
(…)
Vazeilles: Yo creo que para mí queda claro que continuás funcionando en un esquematismo que no se hace cargo de la realidad
concreta. Porque este problema no se puede
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discutir en términos exclusivamente teóricos,
sino en términos de la realidad concreta que
se está moviendo en este momento del movimiento revolucionario en la Argentina y dónde
se pueden insertar los intelectuales. Porque
si no tenemos ese movimiento concreto, la
discusión es totalmente abstracta.
En este sentido creo que hay una reivindicación de carácter político que debe signar
todo tipo de planteo que hagamos con relación a los intelectuales y partido y muchos
otros problemas: partir del reconocimiento
del pluralismo necesario y evidente en este
momento del desarrollo revolucionario en
el país. Y hacer, desde el puesto en que uno
esté, un combate cerrado contra todo sectarismo. ¿Qué significa? No negar ninguno de
los esfuerzos que se están haciendo, y por
eso me parece muy bien lo que dice Rozitchner sobre Viñas a lo cual después se le
podrían adosar críticas. Y a lo cual tiene derecho todo el mundo en este momento, porque no hay vanguardia constituida absolutamente para nada. Por ejemplo, el nivel en
que está hecha tu referencia al Cordobazo,
supongamos, a mí también me resulta esquemática. Porque hay que ver lo que bulle
adentro del Cordobazo. Y qué es lo que está
pasando. Voy a citar dos cosas: el drama que
tienen los dirigentes de izquierda de los sindicatos más radicalizados de Córdoba; una
línea política teóricamente revolucionaria
en el plano de la revolución en general, un
reconocimiento concreto de hecho de su acción como delegado frente al conjunto de los
compañeros, y una falta de táctica sindical
para unir las dos cosas. Primer y gravísimo
problema. Ese es el hecho del Cordobazo
que tenemos que ver. No es que las masas
se levanten o no. Yo estoy de acuerdo con
todo lo que se dijo de que se produjo un
cambio cualitativo en la situación argentina
y que entre otras cosas lo voltearon a Onganía. Realmente ha sido un hecho capital en
nuestra historia, pero a partir de ese hecho
hay un montón de vacíos a llenar.
Y segundo, recuerdo la discusión que el
año pasado tuvo Ongaro con los curas del
Tercer Mundo en Córdoba, son personas que
no hay que despreciar para nada: movilizan
masas. El planteo estaba hecho en términos
bastante similares a lo que es esta discusión.
Porque Ongaro les planteaba por qué no se
constituían rápidamente en direcciones como
la de los grupos de izquierda y hacían rápidamente por arriba una coordinación y se fundaba una vanguardia en la Argentina. Ongaro
continuamente tiene muchos planteos superestructuralistas en materia organizativa.
Y los curas le contestaron con una precisión
absoluta acerca de cuál era el estado real de
los grupos que se pretenden revolucionarios
en la Argentina y por qué ellos no podían
constituir una dirección nacional y juntarse
con él, porque no iba a ser vanguardia un
pito. Porque ellos están en la real praxis de
las parroquias, trabajando con los obreros, y
Ongaro se ha movido constantemente en un
planteo superestructural, sin negar todos los
valores que puede haber tenido (entre ellos
el de ser un excelente propagandista del socialismo, a nivel de hacerle comprender a los
obreros de base el significado del socialismo). Creo que están en un planteo muy correcto: negarse a constituirse en vanguardia
e ir concientizando desde atrás. Después, los
desarrollos ulteriores que pueden ser objeto de crítica. Es un problema político real y
a partir del cual tendría que ubicarse a los
intelectuales, porque existe la otra experiencia, que es la de la frustración tremenda que
ocasiona a un montón de militantes la pertenencia a los grupos.
Piglia: Por un lado creo que el error era
de Ongaro y no de los curas. Por otro lado los
curas del Tercer Mundo me parecen un buen
ejemplo de intelectuales ligados a lo que yo
llamo “movimiento político”. ¿Creés que los
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curas del Tercer Mundo no están ligados a las
organizaciones políticas como intelectuales?
Vazeilles: Pero, lo que hacen muy bien
es negarse a adherir a una determinada posición estratégica, cosa que aún no puede
hacer mucha gente. Aparte de eso creo que
puede hacerse una crítica al significado y a
los límites que tiene la adhesión al peronismo de los intelectuales y de gruesas capas
estudiantiles, que va a provocar una explosión a corto plazo y que es sumamente criticable; porque, justo en el momento en que el
peronismo está yendo a la conciliación con
el sistema, se agudiza la mística peronista
y va perdiendo en muchos grupos todos los
contenidos racionales que tenía el esquema
peronista. Eso hay que verlo muy bien porque el fenómeno del peronismo es el paralelo, en el plano de la izquierda, de vestirse
con camisetas extranjeras. Poner algún tipo
de camiseta justificatoria que está por fuera
de la efectividad real, como grupo político, en
un pedazo de historia argentina. Hacen exactamente lo mismo. Cuando uno analiza las
discusiones que existen entre los peronistas
y los grupos de izquierda ve discusiones de
rivalidad burguesa, a ver quién se legitima
más por elementos extraños a la propia praxis que están desarrollando continuamente.
Pero sin negar que en cada uno hay elementos válidos de praxis.
(…)
Jitrik: Creo que el tema de los intelectuales que tienen que estar en una organización
revolucionaria me da la impresión de que retoma algo más de fondo, a saber, la situación
de los intelectuales a partir de todo el proceso
que se ha dado en el socialismo, pero situación internalizada, más o menos según esta
traducción muy esquemática que propongo,
los intelectuales que comprenden su ineficacia por el hecho de estar fuera de los organismos políticos, tienen que reivindicarse,
de una vez por todas, y entrar en los organis-
mos políticos. Es decir, deben asumir el papel
que yo sostengo que les ha sido impuesto a
partir de un cambio de situación política en
la URSS, en el año 1924 con la muerte de
Lenin. Pareciera que ese papel se ha consustanciado con el ser del intelectual cuya única
forma de reivindicarse ahora, es justamente
aceptarlo plenamente y entrar en esa relación de dependencia. El problema de entrar
en las organizaciones políticas no es sólo un
problema de los intelectuales, sino de eficacia, ineficacia e inmadurez o de desgaste; en
fin, de todas las cosas que se puedan o no se
puedan hacer, limitaciones todas que no hay
por qué achacar sólo a los intelectuales, sino
también a toda la izquierda, pero más aún a
la situación que vive la izquierda en un país
que vive como la Argentina, con sus contradicciones y sus imposibilidades; que habría
que estudiar más históricamente y no sólo en
relación con lo que está pasando ahora y a
partir del Cordobazo; si bien es cierto que el
Cordobazo cambió muchas cosas en el país
no pocos conflictos que marcan manifestaciones producidas en todos los campos vienen de la época de Rivadavia. Son esquemas
que se van reproduciendo y que no terminan
de ser elaborados, pero que adquieren algo
así como ropajes, o cosas por el estilo que los
disfrazan. Creo entonces que si la izquierda
tiene genéricamente una “situación” deficitaria, no se puede pretender sino que las organizaciones revolucionarias puedan ser múltiples experiencias válidas todas de revolución.
Hay que admitir ese pluralismo como una
necesidad correlativa de las posibilidades
de concretar organizaciones por parte de los
sectores más esclarecidos.
Pero el problema es para todo el mundo,
es decir, para todo aquel que tenga una conciencia de algo y no sólo para el intelectual. Si
se lo plantea y se lo especifica en el intelectual se está recuperando una escisión que ha
sido muy consagrada y que ha dado ya resul-
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tados muy nefastos; volver a aceptarla sólo
sirve, me parece, para recuperar una ausente buena conciencia, gesto que caracteriza o
define al compañero de ruta. En ese sentido
yo comparto lo que decía Vazeilles acerca del
desnudamiento, concepto aplicable no sólo a
los intelectuales sino para todos los que habían hecho una experiencia política. Creo que
es algo que uno tiene que terminar por asumir francamente de modo que si en determinado momento, en tanto intelectual no tiene
demasiadas respuestas que ofrecer, pues que
pueda no ofrecerlas sin sentirse el más inepto de los impotentes, envidioso y enceguecido
frente a los que parecen tener respuestas sin
descanso. Pero que no busque caminos indirectos por los cuales parezca ofrecer respuestas que no serán más que repeticiones
del esquema burgués en el que se sigue dando buena conciencia.
Rozitchner: Y que por lo tanto implican el
ocultamiento de aquello que no puede mostrar.
Jitrik: Es decir, yo soy intelectual y eso
¿qué ventaja me da frente a un dirigente exclusivamente político lúcido? Ninguna ventaja, yo no tengo ningún privilegio en tanto
revolucionario, en tanto intelectual trabajo
como puedo con los elementos que la realidad me propone y esto hace que de pronto
pueda tener una determinada opinión sobre
las cosas y de pronto pueda llevar esa opinión a una militancia mucho más definida y
mucho más clara en tanto político. Pero, si
volvemos a plantear la cuestión de la responsabilidad de los intelectuales, creo que
volvemos a los términos viejos y un poco
cristalizados del problema, que es lo que a
mí me crea esta sensación de cosa compulsiva que viene de afuera y en la que uno no
termina de integrarse. Porque no es la integración real que puede producirse para que
realmente la revolución progrese. En cambio, como tipo que anda suelto (cosa que no
reivindico, no es una ventaja ni un privilegio),
pienso que se trata de una situación global
en virtud de la cual no se puede realizar ese
pasaje con la facilidad y la fluidez que sería
de desear. En tanto tipo suelto, por ahí puede
ser capaz de articular una hipótesis que sea
válida para los otros. Mientras que metiéndose compulsivamente en algo que no surge
de un proceso por ambas partes, puedo estar simplemente forzando estridentemente
la marcha y diciendo cosas que no le sirven
a nadie y que por empezar no me sirven a
mí. Esto es un esquema de lo que siento yo.
Ante todo, la necesidad de volver a situar las
cosas a partir de uno mismo es como uno
puede plantearse este tipo de cosas.
Rozitchner: Además, hay que tener presente esto, Piglia: que a pesar de todo, nosotros tenemos de alguna manera una participación y una adhesión a los objetivos de
la revolución desde hace muchos años. De
modo tal que frente a gente que ha entrado
y salido de los partidos políticos uno puede
de alguna manera afirmar una consecuencia en el proceso que no viene avalado sólo
por el hecho de estar continuamente en una
organización: se entró, se salió, se debe volver a entrar. Yo creo que ese fenómeno tiene
que reivindicarse como formando parte del
proceso de convergencia hacia el partido revolucionario.
Piglia: Quería poner el énfasis en lo que
yo llamaba la “nueva situación” que se produce en la Argentina a partir del Cordobazo,
con la profundización de la lucha de clases,
se empiezan a ver nuevos problemas, la problemática teórica de la estrategia de la revolución y el problema de los intelectuales, y el
problema de la cultura, pegan un viraje. Las
respuestas a esa nueva problemática deben
ser nuevas, me parece que hay que empezar a producir respuestas nuevas para esta
nueva situación. En este sentido las hipótesis
que propongo están ligadas al problema que
la revista planteó, intelectuales-revolución,
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porque yo tengo un gran respeto por los intelectuales que no van a estar entre las organizaciones revolucionarias, los intelectuales,
digamos así, “progresistas”, antiimperialistas,
que no se plantean como eje el problema de
la revolución y la política del proletariado. Del
mismo modo que no incluía en el análisis el
problema de práctica específica, la posibilidad que desde una práctica específica se pongan en tela de juicio los modos de producción
burgueses, y que es una cuestión distinta.
Yo, lo que digo es, ¿cómo planteó la discusión la revista Nuevos Aires?: relación intelectual-revolución. Yo, digo, primera situación:
con el Cordobazo en la Argentina se ha producido un salto cualitativo; para considerar
el problema de la cultura, de los intelectuales
es necesario tener también en cuenta el problema de Sitrac-Sitram, el problema de los
grupos armados, el peronismo de base, la izquierda revolucionaria que trabaja en la clase
obrera. De allí que, a mi juicio, sea únicamente
a partir de esta nueva situación como vamos
a poder realizar nuestra práctica específica
articulada con otras prácticas como una instancia concreta de la lucha política.
Desplazaría el problema de la conciencia
y lo pondría en términos de práctica. No me
preguntaría el problema de la conciencia, me
preguntaría el problema de la práctica social.
Es decir, no me parece que el problema de la
conciencia sea el eje sobre el cual tengamos
que poner la discusión. Yo diría que esa pregunta está mal planteada.
(…)
Kaplan: Hay cosas que me parecen curiosas. Algunas cosas que vos decís me hacen
acordar a Althusser con la ruptura epistemológica. Un poco la 
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