Trazos de Cristo en América Latina. Ensayos Teológicos INTRODUCCIÓN La conferencia de Aparecida recién realizada el año pasado, reconoce la necesidad de la reflexión teológica latinoamericana, celebra su esfuerzo y auspicia su desarrollo. El libro que aquí presento se publica al amparo de la breve pero fecunda tradición teológica iniciada hace cuarenta años en América Latina. Esta no es una obra sistemática. Es una colección de artículos. Podrían leerse por separado y solo algunos. Pero hay entre ellos una continuidad de fondo. En esta introducción bosquejo la unidad que subyace a sus partes y subrayo lo que más interesa. Antes que todo, pongo las cartas sobre la mesa: mi intención es contribuir a una evangelización de la cultura y a una inculturación del Evangelio, que tengan como punto de arranque a los pobres. Ellos pueden humanizar nuestra cultura con su fe en Dios y su resistencia a la injusticia. La teología también debe optar por ellos. Ha llegado a ser extraño que no lo haga. Después del giro hermenéutico de la razón operado por la filosofía del siglo XX debemos renunciar a la pretensión de neutralidad. Me alineo entonces con Aparecida y la evangelización de los que la V conferencia llamó “excluidos”. Pienso que es esta perspectiva la que le otorga credibilidad universal al mensaje de la Iglesia. Esta publicación tiene su centro en la cristología (parte II); comienza con la cuestión de Dios en América latina (parte I); y concluye con un par de ensayos sobre Alberto Hurtado, intérprete de Cristo (parte III). Este libro ofrece trazos de cristología. A veces son más bien “trozos”, que tomados con generosidad pueden servir para componer discursos con sentido. Alberto Hurtado, un precursor La última parte de este libro describe la figura de un precursor: Alberto Hurtado. Los santos, su fe y experiencia de Dios, están al principio y al final de la teología cristiana. Los santos anticipan el Reino, renuevan la Iglesia, la colocan en su misión. Alberto Hurtado nos sacó ventaja y aún nos lleva la delantera. Fue un “contemplativo en la acción” conectado con su tiempo. Fue un intérprete de Cristo. Todo bautizado debiera serlo. El cristianismo no consiste en otra cosa. Lo más interesante en Hurtado es que, como otros testigos, interpretó al Cristo de su época; completó a su medida la encarnación del Hijo de Dios; inculturó el Evangelio esas décadas del siglo XX en que la Iglesia, con su enseñanza y su movilización social, no se hizo cargo de las apremiantes exigencias de un pobre cualquiera, sino de la víctima de una sociedad injusta: los mineros explotados, los desocupados, los campesinos hambreados en la ciudad, los obreros en vías de sindicalización y los niños vagos. Los sumos pontífices y los “católicos sociales” como Hurtado nos recuerdan que la pobreza no es natural. Alberto Hurtado influyó directa e indirectamente en una generación de hombres de acción e intelectuales católicos que en los años cincuenta, sesenta y setenta, antes y después del Concilio Vaticano II, disputaron el espacio público al marxismo, combatiendo el capitalismo, en aras de una Trazos de Cristo en América Latina. Ensayos Teológicos sociedad más justa. La Compañía de Jesús post-conciliar actualizó su misión como “servicio de la fe y promoción de la justicia” (Congregación General XXXII). A esta Compañía ingresó mi propia generación de jesuitas. Con ella comparto las inquietudes de nuestro santo, las que atraviesan las páginas de este libro. En particular, no he podido zafarme de mi visión de los años setenta y ochenta, tan distintos de los siguientes. Hay hitos que nos forman. Nos marcó el penoso enfrentamiento social de esas décadas y, en el caso de los chilenos, una dictadura feroz. Los años noventa la pobreza menguó. Recuperamos la querida democracia. Hoy vivimos tiempos mejores. Pero, terminando ya la primera década del siglo XXI, el panorama social-internacional es inquietante. La pregunta por Dios La apertura al pobre nos lleva más lejos. Él representa al hombre víctima de un mal injusto, pero también de un mal simplemente inexplicable. Hay en el mundo un mysterium iniquitatis inconmensurable que, precisamente a los que creemos en la bondad de Dios, nos hace dudar del sentido de la vida. Un motivo dominante en este libro es la solidaridad con los desconcertados. El Dios de Jesucristo pide fe en sentido estricto. Hemos de llegar a creer que somos hijos amados suyos como lo fue su propio Hijo. En otras palabras, solo en un Dios que haya resucitado a Jesús crucificado podríamos creer. De no haber resucitado Dios a Jesús –como creemos los cristianos-, él y tantas otras víctimas del mal habrían sido “normales”. Pero, por otra parte, ya que la ética se levanta sobre sus propios pies; puesto que no extrae su trascendencia de la creencia en dios alguno, Jesús, a los ojos de los que le vieron en la cruz, pudo morir como un culpable. Es atroz pensar cómo tantas veces las personas que padecen un mal –los crucificados de cualquier época- despiertan inmerecidas sospechas de culpabilidad. Creer en Jesús equivale a creer que no solo él, sino también su Padre son inocentes. Al resucitar a su Hijo –pensamos los cristianos-, Dios acredita su justicia y, de pasada, se confirma que la maldad y la inocencia son reales. Los cristianos creen en Dios gracias a la solidaridad de Jesús con los justos y los pecadores; con los que parecen justos (sin serlo) y los que parecen culpables (sin serlo). En estas coordenadas la Teología de la liberación ha formulado sus preguntas por Dios. El problema teológico en América latina no es el ateísmo, sino creer en “dioses” distintos del Dios revelado por Jesús de Nazaret. Hay imágenes de Dios funcionales a la reproducción de la injusticia y el sufrimiento humano. Imágenes heredadas y cultivadas por siglos en la misma Iglesia, sin intención directa de causar mal a nadie, pero eficaces en lograrlo. El Israel del Antiguo Testamento lo supo muy bien. Sus profetas denunciaron la idolatría. Esta se prolonga en la historia hasta el presente, se camufla de religiosidad… En nuestro continente se lo ha dicho en términos claros: el Dios de la vida y los dioses de la muerte se excluyen. Aun cuando esta formulación simplifica e induce a errores, saca de la ingenuidad a la teología y a la Iglesia. Trazos de Cristo en América Latina. Ensayos Teológicos No es posible hablar de Dios a la ligera. En la Teología de la liberación se han formulado dos tipos de preguntas por Dios. Unas veces ha predominado la interrogación por quién sea el Dios verdadero (distinto de los ídolos que conducen a la muerte); otras veces, la que atañe a la bondad de Dios (esta es, la pregunta de quienes son al mismo tiempo pobres y cristianos). ¿Cómo hablar de Dios y a Dios desde el sufrimiento de los inocentes? Ante un cuestionamiento tan serio no puede apurarse una respuesta. Esta proviene de la práctica. Conoce la respuesta quien sigue a Jesucristo y su entrega al advenimiento del Reino. El Dios verdadero es el Dios que la razón no puede abarcar, el Dios que en vez de sofocar la pregunta por Él mismo invita a encontrarlo en la solidaridad con los pobres. El que entiende practica. El que practica entiende. La teología es intellectus amoris. La espiritualidad prima sobre la teología. La teología se rinde a su servicio. Fe en Cristo La cristología, en consecuencia, debe cumplir una función escatológica y soteriológica. Esto es, debe regirse por un imperativo histórico y salvífico; debe servir a una verificación inmanente de la trascendencia del Hijo de Dios y de su Reino. En lleva razón Jon Sobrino. En este libro su cristología merece varias páginas e influye en él subterráneamente. El Reino acontecido en Cristo y extendido en el tiempo por obra del Espíritu, constituye un dato y una promesa que alienta contra las amenazas a la vida. La vida primará, pero cuando Cristo venza a la muerte, las dominaciones y las potestades, a las que ya ha asestado un golpe decisivo. Los esfuerzos de la crítica histórica por fijar su perfil prepascual son necesarios, siempre y cuando se los haga para recuperar el Evangelio que contiene a Jesús como un mensaje de esperanza, vivido por la Iglesia y trasmitido por ella para ser creído por las generaciones sucesivas y como cumplimiento anticipado de la creación. Fuera de este marco, las indagaciones críticas sobre quién y cómo ha podido ser el hombre de Nazaret desorientan a la cristología. Pero también la despista el mero afán por demostrar o defender la divinidad de Jesús. Una cristología centrada en la persona del Hijo puede quitar a Cristo su relevancia histórica, desviando su eficacia soteriológica por una senda equivocada. Jesús no se predicó a sí mismo. Es preciso repetirlo. La predicación que después de la Pascua la Iglesia hizo de Jesús, no debiera favorecer una sustitución del Reino por la persona del Hijo, pues haría irrelevante su historia e inútil la nuestra. El Reino acontece con la persona de Jesús, ocurre como salvación personal en los primeros discípulos y creyentes en él, pero en cumplimiento de las expectativas mesiánicas del siglo. La perspectiva escatológica obliga a comprender que la encarnación del Logos tiene sentido en la medida que, en nombre de un mismo Padre, podemos verificar una hermandad histórica y universal que, sin embargo, todavía está pendiente. Muchas señales indican que el contexto mundial obliga a la cristología a una doble atención. El pluralismo religioso y cultural rebaja las pretensiones de la alta cristología. A muchos resulta odioso oír hoy hablar de Cristo como único salvador y mediador absoluto de la salvación. A Jesús se le reconoce un lugar destacado entre otros mediadores u otras mediaciones de salvación. Se exalta su figura, pero no por encima de la de los demás. El cristianismo, como en los primeros Trazos de Cristo en América Latina. Ensayos Teológicos siglos, vuelve a tener dificultades para asegurar la divinidad de Jesús. Ahora, empero, no tiene enfrente a los ebionitas, arrianos o nestorianos. La mayor de las resistencias viene de quienes ven en el cristianismo una religión colonizadora y dominante. La sospecha de ideología se ha instalado en su contra. El segundo frente sigue siendo –especialmente al interior de la Iglesia- una suerte de monofisismo que destaca la divinidad de Jesús con menoscabo de su humanidad. Este libro se hace cargo en particular de esta dificultad. Subyace a nuestra argumentación la conclusión decisiva del gran concilio de Calcedonia del año 451 sobre la humanidad del Hijo. En aquella ocasión los padres conciliares –en términos técnicos que no es el caso reproducir ahorarectificaron la inculturación griega del Evangelio, asegurando que a Dios se le encuentra en el hombre Jesús. Desde entonces ha debido entenderse que Jesús no solo es hombre, sino más hombre que cualquiera; que su unión sustancial con su Padre, en el régimen de la Encarnación histórica, es el principio exacto de su máxima humanización y el de la desdivinización, desacralización o secularización del mundo. Dicho todavía de otro modo: la Encarnación implica que Dios no compite “contra” el hombre, restándole autonomía, sino que solo Él lo hace libre, porque lo ama como hombre y se deja amar humanamente. Si Jesucristo fuera más divino que humano, si por ser Hijo hubiera contado con poderes eximentes del ejercicio de su humanidad, al hombre sería imperioso acceder a Dios a pesar de su humanidad y de modo inhumano. La fe ortodoxa, por el contrario, enseña que la humanidad de Jesús en el más tierno y radical de sus sentidos, constituye la verdadera prueba de su divinidad. Fe de Jesús La recuperación de la humanidad de Jesús ha exigido, como condición última del servicio de la teología a la espiritualidad y a la moral cristiana, el reconocimiento que los principales cristólogos contemporáneos han hecho del valor de la fe de Jesús. La plenitud de su humanidad obliga a reconocer en él un camino de discernimiento de la voluntad de su Padre y, por lo mismo, a considerárselo el creyente por antonomasia. De todos los artículos de este libro, desearía que se dé una importancia especial al titulado “De la fe ‘de’ Jesús a la fe ‘en’ Cristo”. El itinerario de la fe de la Iglesia en Cristo, ha debido ser el de unos discípulos que confiaron en un hombre que creía en Dios, porque Dios lo consideraba su Hijo querido y creía a su vez en él. Me atrevo a decir que, a partir de la fe de Jesús, podría organizarse la entera cristología, sea en dependencia del judaísmo; en relación a las otras tradiciones religiosas; y en contra de la tentación monofisita que, encerrando a Cristo en un concepto abstracto de Dios, automatiza su obediencia y, por extensión, exime a los cristianos del ejercicio de su libertad y de la edificación del Reino que Jesús soñó. El descubrimiento de la importancia de la fe de Jesús, repone a la cristología en la matriz espiritual de la que nunca debió escapar. De modo semejante a los primeros cristianos, hoy la teología debe salvaguardar y estimular una experiencia de Dios en Cristo. La calidad de la teología depende en última instancia de su raigambre espiritual, y no de la erudición o de su método. Trazos de Cristo en América Latina. Ensayos Teológicos Estos, sin embargo, tienen un valor ulterior decisivo, pues la espiritualidad cristiana genuina es experiencia creyente y racional, personal y eclesial. La espiritualidad implica la teología. A cuarenta años de Medellín Termino esta introducción recordando que se han cumplido cuatro décadas después de Medellín.Puebla, Santo Domingo y Aparecida nos confirman la relevancia de la tradición para el cristianismo. De aquí la relevancia que tiene que esta última conferencia episcopal, citando a Benedicto XVI, nos recuerde la índole cristológica de la opción preferencial por los pobres. A lo largo de estos años han podido levantarse otras opciones y varias líneas pastorales. El hecho de que estas cuatro conferencias reiteren la opción de Dios por el pobre, constituye una señal inequívoca del Espíritu. Por lo mismo, ella ha llegado a expresar el núcleo de la experiencia espiritual de nuestra Iglesia y, en consecuencia, se ha convertido en el motor de la teología latinoamericana por venir. América Latina ha cambiado. Aparecida subraya la importancia de la globalización como signo de los tiempos. En este fenómeno ha de discernirse la esperanza que la acción de Dios estimula en cada época. Es así que descubrimos que la opresión de los pobres continúa, pero no del mismo modo que el año ’68. La atención a la cultura y las culturas nos descubre una infinidad de nuevas pobrezas, propias y universales. La teología latinoamericana tiene enfrente un desafío planetario. El resto del mundo ha invadido su territorio cultural. El tema mayor de la teología el 2008 lo constituye la necesidad de convivir los seres humanos en paz y justicia, no más “a pesar de”, sino “a partir de” las propias tradiciones culturales y religiosas. La cristología desemboca en muchos interrogantes. Dos de estas tienen especial atingencia en nuestro continente: ¿qué imagen de Cristo genera esperanza de justicia y paz universales?; ¿quiénes son los pobres que trasparentan hoy a Cristo, nos evangelizan y reclaman nuestra solidaridad? Adviento, 2009.