Este es mi Hijo muy querido... escúchenlo. Segundo domingo de Cuaresma, ciclo A Gn 12,1-4a . Comienza el ciclo de los patriarcas en el libro del Génesis. Luego de narrar simbólicamente los orígenes (orígenes: génesis) de la humanidad, el libro narra el origen del pueblo de Dios. Poco antes, en el c. 11, se ha presentado a Abrám y a su familia. Abrám era un arameo, provenía de la Mesopotamia, muchos kilómetros al este de Palestina. Dios lo llama a dar un paso muy grande, a confiar en Él. Abrám tiene a su esposa, Sara, que es estéril. Son muy mayores, sin embargo se ponen en marcha con su sobrino Lot, ante la invitación de Dios. . Tradicionalmente, las promesas que Dios hace a los patriarcas giran alrededor de dos temas: la tierra, necesaria para gente que vive de sus rebaños, para encontrar alimento y agua; y la descendencia, que significaba que el nombre de la persona “permanecía” cuando la fallecía. . Este texto gira especialmente alrededor de la “bendición”. La bendición significa un compromiso de Dios con una persona, es fuente de felicidad, fecundidad, vida abundante. Dios promete la bendición a Abrám, promete engrandecer su nombre (hacerlo conocido, memorable). Abrám mismo será una bendición para los que lo encuentren y para todos sus descendientes. La bendición significa también protección especial para Abrám y su familia. Finalmente, el Señor anuncia la bendición para toda la humanidad, a través de la figura y recuerdo de Abrám. 2 Tim 1,8b-10 . El llamado a compartir las dificultades que surgen cuando se predica el Evangelio, tiene su fundamento en el llamado del Padre Dios, que nos salvó y eligió en Jesús. Desde siempre hemos sido elegidos y salvados en Cristo. Él se manifestó, como Dios y hombre, dándonos la esperanza de vida nueva a través de la Buena Noticia que se ha hecho presente especialmente en la resurrección del Hijo de Dios. . El texto nos llama a la esperanza, aún en medio de las dificultades que conlleva el discipulado, ya que la gracia del Señor nos fortalece, y la muerte ha sido ya destruida. . Uniendo este texto al mensaje del Evangelio, descubrimos una invitación a vivir nuestra propia transfiguración. Mt 17,1-9 . Jesús toma a Pedro, Santiago y Juan, los discípulos que formaban su círculo más cercano (los que lo van acompañar en el huerto de los olivos). Lo que está por ocurrir sólo podrá ser revelado y entendido después de su resurrección. . Van a un monte elevado (se opone a la última tentación, que escuchamos el domingo pasado, dónde el demonio llevaba a Jesús a una “montaña muy alta”). Esta montaña de la Transfiguración se identifica tradicionalmente con el Monte Tabor. Jesús no siguió el camino satánico de dominio del mundo, sino el camino de obediencia que Dios le trazó. . El relato tiene tres partes: la introducción (Jesús y los tres discípulos), en la montaña; luego la transfiguración, la aparición de Moisés y Elías y la reacción de Pedro; la voz celestial y la reacción de los discípulos; como conclusión, Jesús toca a los discípulos, para llevarlos abajo, y les ordena que no hablen de lo sucedido hasta luego de su resurrección. . El texto está lleno de resonancias del Éxodo. Ex 24 habla del rostro de Moisés que brilla luego de encontrarse con el Señor, Ex 19 habla de la nube que evoca la presencia de Dios en el Sinaí. La transfiguración hace de Jesús un personaje celestial: «Su rostro brillaba como el sol» (v. 3). Es la vanguardia de los Justos, que «resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre» (13,43). . Dios revela, en medio de las experiencias cotidianas, la verdad sobre Jesús desde la perspectiva de Dios. Se trata de una visión de Cristo en la figura gloriosa del resucitado. Los vestidos de Jesús se vuelven blancos como la luz: el vestido del ángel en la mañana de la pascua es blanco, la nube desde la que Dios habla es luminosa. . Moisés y Elías, representan toda la Escritura, “la Ley y los profetas”. Son testigos del mundo celestial. Dios mismo está presente en la nube luminosa, y cubre con su sombra a estos personajes del cielo. . Desde la nube, Dios habla y presenta a Jesús como Hijo suyo. La voz del cielo aclara a los lectores quién es el Hijo de Dios: el elegido, el obediente, el paciente y resucitado. A Él deben escuchar los discípulos, en lo cotidiano, donde el Hijo de Dios anuncia la voluntad del Padre y el Evangelio del Reino. . Pedro, sorprendido por la presencia de los seres celestiales, quiere construir chozas, quiere alojar a los seres del cielo en tiendas. Pero las “chozas” donde habita lo divino están en el llano, y no en las cimas de los montes, que sólo alcanzan pocos discípulos. El marco litúrgico: El camino hacia la Pascua, la alegría anticipada . El episodio de la Transfiguración es proclamado dos veces a lo largo del año litúrgico, el segundo domingo de Cuaresma y el día de la solemnidad de la Transfiguración del Señor, que se celebra el 6 de agosto. Es un episodio de “manifestación”, de “teofanía”. Para entender el sentido particular con el que es texto es proclamado en la Cuaresma, hay que acudir a la espiritualidad propia de la Cuaresma y a las oraciones de la misa, incluyendo el prefacio (oración antes del “Santo”). El texto anticipa la victoria de la Pascua. . Los textos anteriores: Luego del anuncio de la Pasión y la Resurrección, Pedro recrimina a Jesús, que lo llama “Satanás”, porque sus pensamientos no son de Dios, sino los de los hombres. A continuación Jesús manifiesta las condiciones para ser su discípulo, que incluyen la disposición para entregar la vida con Jesús. El Hijo del hombre (un título de Jesús que denota su regreso en gloria y también su pasión) vendrá en la gloria del Padre, y entonces retribuirá a cada uno según sus obras. El camino de Jesús, el camino del discípulo y la venida de Jesús en la gloria preparan el episodio de la Transfiguración. . Celebrar la Eucaristía es participar de la gloria de Cristo, de la felicidad plena del Reino, anticipadamente. Con Pedro, Santiago y Juan, también nosotros contemplamos, escuchamos y participamos. . El sentido cuaresmal del texto: Los textos litúrgicos invitan en primer lugar a la escucha de la Palabra, siguiendo la voz del Padre en el texto. Es necesaria una purificación “de la mirada interior”, de nuestra capacidad de descubrir la presencia del Señor. La contemplación nos permitirá (hoy, a través de la fe, en la liturgia; en la gloria, definitivamente y con claridad) ver la gloria del rostro del Padre. . Estamos en un camino de “transformación” con Cristo, de santificación, hacia la Pascua. El prefacio propio de la solemnidad desarrolla el sentido del texto para nosotros en este tiempo: Cristo reveló su gloria para mostrar, con el testimonio de la Ley y los Profetas, que por la pasión, debía llegar a la gloria de la resurrección. El camino de Cristo, y por lo tanto el del discípulo, va hacia la gloria. Por eso, la cuaresma en general y esta fiesta en particular, nos llaman a la esperanza. . La oración después de la comunión revela que en la vida de fe, y especialmente en la liturgia, participamos ya de los bienes del cielo, como los discípulos participaron de la manifiestación de Cristo en gloria. Esta gloria, ya presente en la Eucaristía, es la que anhelamos alcanzar definitivamente, identificándonos (no solo escuchando) el Evangelio.