Programación de Lengua Castellana y literatura de 1º Bachillerato: LETRAS: L-Z Profesor: Juan Manuel Oliver Cabañes LIBRO DE TEXTO: Apostrofe XXI. Lengua castellana y Literatura. Editorial Casals: Siguiendo el índice del libro de texto en la programación trimestral que a continuación se detalla se señalan los apartados que se trabajarán a lo largo del curso. Trimestre 1º En LENGUA: Tema 1: La comunicación Tema 2: Las variedades de la lengua. Situación lingüística de España la actualidad Tema 3: La estructura de la lengua. Fonemas y palabras En LITERATURA: Tema 8: La lengua literaria Tema 9: La literatura medieval Tema 10: El Prerrenacimiento: Lectura completa del Poema de Mío Cid, edición en castellano moderno. Se sugiere la de editorial Castalia, Colección Odres nuevos, versión de López Estrada. Trimestre 2º En LENGUA: Tema 4: Categorías gramaticales: el sintagma nominal Tema 5: Categorías gramaticales: el sintagma verbal En LITERATURA todos los temas que abarcan EL RENACIMIENTO: Tema 11: Renacimiento: La poesía Tema 12: Renacimiento: La novela y el teatro Lectura completa de las tres novelas ejemplares de Cervantes siguientes: La española inglesa, Rinconete y Cortadillo y El licenciado Vidriera, se recomienda la ed. de Castalia Didáctica nº 15. Trimestre 3º En LENGUA: Tema 6: La oración Tema 7: El texto y sus variedades En LITERATURA todos los temas que abarcan EL BARROCO: Tema 13: El Barroco: La poesía Tema 14: El Barroco: La prosa y el teatro Lectura de los poemas incluidos en el anexo I de esta programación. Lectura completa de Tirso de Molina, El Burlador de Sevilla y Convidado de Piedra. Se recomienda la edición de Ediciones Clásicas Libertarias. Anexo I: Se trabajarán especialmente los autores y poemas siguientes: Garcilaso de la Vega: Soneto X ¡Oh dulces prendas, por mi mal halladas, dulces y alegres cuando Dios quería, Juntas estáis en la memoria mía, y con ella en mi muerte conjuradas. ¿Quién me dijera, cuando las pasadas horas q’en tanto bien por vos me vía, que me habiades de ser en algún día con tan grave dolor representadas? Pues en una hora junto me llevastes todo el bien que por términos me distes, llevame junto el mal que me dejastes; si no, sospecharé que me pusistes en tantos bienes porque deseastes verme morir entre memorias tristes. Soneto XI Hermosas ninfas que, en el rio metidas, contentas habitáis en las moradas de relucientes piedras fabricadas y en columnas de vidrio sostenidas; agora estéis labrando embebecidas o tejiendo las telas delicadas, agora unas con otras apartadas contándoos los amores y las vidas: dejad un rato la labor, alzando vuestras rubias cabezas a mirarme, y no os detendréis mucho según ando; que o no podréis de lástima escucharme, o convertido en agua aquí llorando, podréis allá despacio consolarme. Soneto XIII A Dafne ya los brazos le crecían y en luengos ramos vueltos se mostraban; en verdes hojas vi que se tornaban los cabellos qu'el oro escurecían; d’áspera corteza se cubrían los tiernos miembros que aun bullendo 'staban; los blandos pies en tierra se hincaban y en torcidas raíces se volvían. Aquel que fue la causa de tal daño, a fuerza de llorar, crecer hacía este árbol, que con lágrimas regaba. ¡Oh miserable estado, oh mal tamaño, que con llorarla crezca cada día la causa y la razón por que lloraba! Soneto XXIII En tanto que de rosa y d’azucena se muestra la color en vuestro gesto, y que vuestro mirar ardiente, honesto, con clara luz la tempestad serena; y en tanto que’l cabello, que’n la vena del oro s’escogió, con vuelo presto, por el hermoso cuello blanco, enhiesto, el viento mueve, esparce y desordena: coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto, antes que’l tiempo airado cubra de nieve la hermosa cumbre; marchitará la rosa el tiempo helado, todo lo mudará la edad ligera por no hacer mudanza en su costumbre. Fray Luis de León: Vida retirada ¡Qué descansada vida la del que huye el mundanal ruïdo y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido! Que no le enturbia el pecho de los soberbios grandes el estado, ni del dorado techo se admira, fabricado del sabio moro, en jaspes sustentado. No cura si la fama canta con voz su nombre pregonera, ni cura si encarama la lengua lisonjera lo que condena la verdad sincera. ¿Qué presta a mi contento si soy del vano dedo señalado, si en busca de este viento ando desalentado con ansias vivas y mortal cuidado? ¡Oh campo, oh monte, oh río! ¡Oh secreto seguro deleitoso! Roto casi el navío, a vuestro almo reposo huyo de aqueste mar tempestuoso. Un no rompido sueño, un día puro, alegre, libre quiero; no quiero ver el ceño vanamente severo de quien la sangre sube o el dinero. Despiértenme las aves con su cantar süave no aprendido, no los cuidados graves de que es siempre seguido quien al ajeno abritrio está atenido. Vivir quiero conmigo, gozar quiero del bien que debo al cielo, a solas, sin testigo, libre de amor, de celo, de odio, de esperanzas, de recelo. Del monte en la ladera por mi mano plantado tengo un huerto, que con la primavera de bella flor cubierto, ya muestra en esperanza el fruto cierto. Y como codiciosa de ver y acrecentar su hermosura, desde la cumbre airosa una fontana pura hasta llegar corriendo se apresura. Y luego sosegada el paso entre los árboles torciendo, el suelo de pasada de verdura vistiendo, y con diversas flores va esparciendo. El aire el huerto orea, y ofrece mil olores al sentido, los árboles menea con un manso ruïdo, que del oro y del cetro pone olvido. Ténganse su tesoro los que de un flaco leño se confían: no es mío ver al lloro de los que desconfían cuando el cierzo y el ábrego porfían. La combatida antena cruje, y en ciega noche el claro día se torna; al cielo suena confusa vocería, y la mar enriquecen a porfía. A mí una pobrecilla mesa, de amable paz bien abastada me baste, y la vajilla de fino oro labrada, sea de quien la mar no teme airada. Y mientras miserablemente se están los otros abrasando en sed insacïable del no durable mando, tendido yo a la sombra esté cantando. A la sombra tendido, de yedra y lauro eterno coronado, puesto el atento oído al son dulce, acordado, del plectro sabiamente meneado. A Francisco Salinas Catedrático de música de la Universidad de Salamanca El aire se serena y viste de hermosura y luz no usada, Salinas, cuando suena la música extremada por vuestra sabia mano gobernada. A cuyo son divino mi alma, que en olvido está sumida, torna a cobrar el tino y memoria perdida de su origen primera esclarecida. Y como se conoce, en suerte y pensamiento se mejora; el oro desconoce que el vulgo ciego adora: la belleza caduca engañadora. Traspasa el aire todo hasta llegar a la más alta esfera, y oye allí otro modo de no perecedera música, que es de todas la primera. Ve cómo el gran maestro a aquesta inmensa cítara aplicado, con movimiento diestro produce el son sagrado con que este eterno templo es sustentado. Y como está compuesta de números concordes, luego envía consonante respuesta, y entrambas a porfía mezclan una dulcísima armonía. Aquí la alma navega por un mar de dulzura, y, finalmente, en él ansí se anega, que ningún accidente extraño y peregrino oye o siente. ¡Oh desmayo dichoso! ¡Oh muerte que das vida! ¡Oh dulce olvido! ¡Durase en tu reposo sin ser restituido jamás a aqueste bajo y vil sentido! A aqueste bien os llamo, gloria del apolíneo sacro coro, amigos, a quien amo sobre todo tesoro, que todo lo demás es triste lloro. ¡Oh! Suene de contino, Salinas, vuestro son en mis oídos, por quien al bien divino despiertan los sentidos, quedando a lo demás adormecidos. La profecía del Tajo Folgaba el Rey Rodrigo con la hermosa Caba en la ribera del Tajo sin testigo; el pecho sacó fuera el río, y le habló de esta manera: «En mal punto te goces, injusto forzador, que ya el sonido, y las amargas voces, y ya siento el bramido de Marte, de furor y ardor ceñido. »Aquesta tu alegría qué llantos acarrea! ¡Aquesa hermosa, que vio el sol en mal día, al Godo, ay, cuán llorosa, al soberano sceptro, ay, cuán costosa! »Llamas, dolores, guerras, muertes, asolamientos, fieros males entre tus brazos cierras, trabajos inmortales a ti y a tus vasallos naturales. »A los que en Constantina rompen el fértil suelo, a los que baña el Ebro, a la vecina Sansueña, a Lusitaña: a toda la espaciosa y triste España »Ya dende Cádiz llama el injuriado Conde. a la venganza atento, y no a la fama, la bárbara pujanza en quien para tu daño no hay tardanza. »Oye que el cielo toca con temoroso son la trompa fiera que en Africa convoca el moro a la bandera que al aire desplegada va ligera. »La lanza ya blandea el árabe crüel, y hiere el viento, llamando a la pelea; innumerable cuento de escuadras juntas veo en un momento. »Cubre la gente el suelo; debajo de las velas desparece la mar, la voz al cielo confusa, incierta, crece; el polvo roba el día y le escurece. »¡Ay, que ya presurosos suben las largas naves! ¡Ay, que tienden los brazos vigorosos a los remos, y encienden las mares espumosas por do hienden! »El Eolo derecho hinche la vela en popa, y larga entrada por el hercúleo estrecho con la punta acerada el gran padre Neptuno da la armada. »¡Ay triste! ¿Y aún te tiene el mal dulce regazo? ¿Ni llamado al mal que sobreviene no acorres? ¿Abrazado con tu calamidad no ves tu Hado? »Acude, acorre, vuela, traspasa la alta sierra, ocupa el llano, no perdones la espuela, no des paz a la mano, menea fulminando el hierro insano. »¡Ay, cuánto de fatiga, ay, cuánto de sudor está presente al que viste loriga, al infante valiente, a hombres y a caballos juntamente! »¡Y tú Betis divino, de sangre ajena y tuya amancillado, darás al mar vecino cuánto yelmo quebrado, cuánto cuerpo de nobles destrozado! »El furibundo Marte cinco luces las haces desordena, igual a cada parte; la sexta ¡ay!, te condena, ¡oh cara patria!, a bárbara cadena.» San Juan de la Cruz En una noche oscura, con ansias en amores inflamada, (¡oh dichosa ventura!) salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada. A oscuras y segura, por la secreta escala disfrazada, (¡oh dichosa ventura!) a oscuras y en celada, estando ya mi casa sosegada. En la noche dichosa, en secreto, que nadie me veía, ni yo miraba cosa, sin otra luz ni guía sino la que en el corazón ardía. Aquésta me guïaba más cierta que la luz del mediodía, adonde me esperaba quien yo bien me sabía, en parte donde nadie parecía. ¡Oh noche que me guiaste!, ¡oh noche amable más que el alborada!, ¡oh noche que juntaste amado con amada, amada en el amado transformada! En mi pecho florido, que entero para él solo se guardaba, allí quedó dormido, y yo le regalaba, y el ventalle de cedros aire daba. El aire de la almena, cuando yo sus cabellos esparcía, con su mano serena en mi cuello hería, y todos mis sentidos suspendía. Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo, y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado. Cántico espiritual Esposa: ¿Adónde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome herido; salí tras ti, clamando, y eras ido. Pastores, los que fuerdes allá, por las majadas, al otero, si por ventura vierdes aquél que yo más quiero, decidle que adolezco, peno y muero. Buscando mis amores, iré por esos montes y riberas; ni cogeré las flores, ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras. (Pregunta a las Criaturas) ¡Oh bosques y espesuras, plantadas por la mano del amado! ¡Oh prado de verduras, de flores esmaltado, decid si por vosotros ha pasado! (Respuesta de las Criaturas) Mil gracias derramando, pasó por estos sotos con presura, y yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de hermosura. Esposa: ¡Ay, quién podrá sanarme! Acaba de entregarte ya de vero; no quieras enviarme de hoy más ya mensajero, que no saben decirme lo que quiero. Y todos cantos vagan, de ti me van mil gracias refiriendo. Y todos más me llagan, y déjame muriendo un no sé qué que quedan balbuciendo. Mas ¿cómo perseveras, oh vida, no viviendo donde vives, y haciendo, porque mueras, las flechas que recibes, de lo que del amado en ti concibes? ¿Por qué, pues has llagado aqueste corazón, no le sanaste? Y pues me le has robado, ¿por qué así le dejaste, y no tomas el robo que robaste? Apaga mis enojos, pues que ninguno basta a deshacellos, y véante mis ojos, pues eres lumbre dellos, y sólo para ti quiero tenellos. ¡Oh cristalina fuente, si en esos tus semblantes plateados, formases de repente los ojos deseados, que tengo en mis entrañas dibujados! ¡Apártalos, amado, que voy de vuelo! Esposo: Vuélvete, paloma, que el ciervo vulnerado por el otero asoma, al aire de tu vuelo, y fresco toma. Esposa: ¡Mi amado, las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos; la noche sosegada, en par de los levantes de la aurora, la música callada, la soledad sonora, la cena que recrea y enamora; nuestro lecho florido, de cuevas de leones enlazado, en púrpura tendido, de paz edificado, de mil escudos de oro coronado! A zaga de tu huella, las jóvenes discurran al camino; al toque de centella, al adobado vino, emisiones de bálsamo divino. En la interior bodega de mi amado bebí, y cuando salía, por toda aquesta vega, ya cosa no sabía y el ganado perdí que antes seguía. Allí me dio su pecho, allí me enseñó ciencia muy sabrosa, y yo le di de hecho a mí, sin dejar cosa; allí le prometí de ser su esposa. Mi alma se ha empleado, y todo mi caudal, en su servicio; ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio. Pues ya si en el ejido de hoy más no fuere vista ni hallada, diréis que me he perdido; que andando enamorada, me hice perdidiza, y fui ganada. De flores y esmeraldas, en las frescas mañanas escogidas, haremos las guirnaldas en tu amor florecidas, y en un cabello mío entretejidas: en sólo aquel cabello que en mi cuello volar consideraste; mirástele en mi cuello, y en él preso quedaste, y en uno de mis ojos te llagaste. Cuando tú me mirabas, tu gracia en mí tus ojos imprimían; por eso me adamabas, y en eso merecían los míos adorar lo que en ti vían. No quieras despreciarme, que si color moreno en mí hallaste, ya bien puedes mirarme, después que me miraste, que gracia y hermosura en mí dejaste. Cogednos las raposas, que está ya florecida nuestra viña, en tanto que de rosas hacemos una piña, y no parezca nadie en la montiña. Deténte, cierzo muerto; ven, austro, que recuerdas los amores, aspira por mi huerto, y corran sus olores, y pacerá el amado entre las flores. Esposo: Entrado se ha la esposa en el ameno huerto deseado, y a su sabor reposa, el cuello reclinado sobres los dulces brazos del amado. Debajo del manzano, allí conmigo fuiste desposada, allí te di al mano, y fuiste reparada donde tu madre fuera violada. O vos, aves ligeras, leones, ciervos, gamos saltadores, montes, valles, riberas, aguas, aires, ardores y miedos de las noches veladores, por las amenas liras y canto de serenas os conjuro que cesen vuestras iras y no toquéis al muro, porque la esposa duerma más seguro. Esposa: Oh ninfas de Judea, en tanto que en las flores y rosales el ámbar perfumea, morá en los arrabales, y no queráis tocar nuestros umbrales. Escóndete, carillo, y mira con tu haz a las montañas, y no quieras decillo; mas mira las compañas de la que va por ínsulas extrañas. Esposo: La blanca palomica al arca con el ramo se ha tornado, y ya la tortolica al socio deseado en las riberas verdes ha hallado. En soledad vivía, y en soledad he puesto ya su nido, y en soledad la guía a solas su querido, también en soledad de amor herido. Esposa: Gocémonos, amado, y vámonos a ver en tu hermosura al monte o al collado do mana el agua pura; entremos más adentro en la espesura. Y luego a las subidas cavernas de la piedra nos iremos, que están bien escondidas, y allí nos entraremos, y el mosto de granadas gustaremos. Allí me mostrarías aquello que mi alma pretendía, y luego me darías allí tú, vida mía, aquello que me diste el otro día: el aspirar del aire, el canto de la dulce filomena, el soto y su donaire, en la noche serena con llama que consume y no da pena; que nadie lo miraba, Aminadab tampoco parecía, y el cerco sosegaba, y la caballería a vista de las aguas descendía. Miguel de Cervantes Al túmulo del rey Felipe II en Sevilla «¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza y que diera un doblón por describilla!; porque, ¿a quién no suspende y maravilla esta máquina insigne, esta braveza? ¡Por Jesucristo vivo, cada pieza vale más que un millón, y que es mancilla que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla, Roma triunfante en ánimo y riqueza! ¡Apostaré que la ánima del muerto, por gozar este sitio, hoy ha dejado el Cielo, de que goza eternamente!». Esto oyó un valentón y dijo: «¡Es cierto lo que dice voacé, seor soldado, y quien dijere lo contrario miente!». Y luego en continente caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese, y no hubo nada A un valentón metido a pordiosero. Un valentón de espátula y gregüesco que a la muerte mil vidas sacrifica cansado del oficio de la pica mas no del ejercicio picaresco, retorciendo el mostacho soldadesco por ver que ya su bolsa le repica, a un corrillo llegó de gente rica y en el nombre de Dios pidió refresco. “Den voacedes, por Dios, a mi pobreza —les dice—; donde no, ¡por ocho santos, que haré lo que hacer suelo sin tardanza!” Mas uno que a sacar la espada empieza: “¿Con quién habla? —le dice— el tiracantos, ¡cuerpo de Dios con él y su crianza! Si limosna no alcanza, ¿qué es lo que suele hacer en tal querella?” Respondió el bravonel: “¡Irme sin ella!”. Lope de Vega: ¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta, cubierto de rocío, pasas las noches del invierno escuras? ¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío, si de mi ingratitud el hielo frío secó las llagas de tus plantas puras! ¡Cuántas veces el Ángel me decía: «Alma, asómate ahora a la ventana, verás con cuánto amor llamar porfía»! ¡Y cuántas, hermosura soberana, «Mañana le abriremos», respondía, para lo mismo responder mañana- Pastor que con tus silbos amorosos me despertaste del profundo sueño, Tú, que hiciste cayado de ese leño en que tiendes los brazos poderosos, vuelve los ojos a mi fe piadosos, pues te confieso por mi amor y dueño y la palabra de seguirte empeño tus dulces silbos y tus pies hermosos. Oye, pastor, pues por amores mueres, no te espante el rigor de mis pecados, pues tan amigo de rendidos eres. Espera, pues, y escucha mis cuidados; ¿pero cómo te digo que me esperes, si estás, para esperar, los pies clavados? Un soneto me manda hacer Violante que en mi vida me he visto en tanto aprieto; catorce versos dicen que es soneto, burla burlando van los tres delante. Yo pensé que no hallara consonante y estoy a la mitad de otro cuarteto; mas si me veo en el primer terceto no hay cosa en los cuartetos que me espante. Por el primer terceto voy entrando y parece que entré con pie derecho, pues fin con este verso le voy dando. Ya estoy en el segundo, y aun sospecho que voy los trece versos acabando; contad si son catorce, y está hecho. Desmayarse, atreverse, estar furioso, áspero, tierno, liberal, esquivo, alentado, mortal, difunto, vivo, leal, traidor, cobarde y animoso; no hallar fuera del bien centro y reposo, mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, enojado, valiente, fugitivo, satisfecho, ofendido, receloso; huir el rostro al claro desengaño, beber veneno por licor süave, olvidar el provecho, amar el daño; creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño; esto es amor, quien lo probó lo sabe. Ya no quiero más bien que sólo amaros, ni más vida, Lucinda, que ofreceros la que me dais, cuando merezco veros, ni ver más luz que vuestros ojos claros. Para vivir me basta desearos, para ser venturoso, conoceros, para admirar el mundo, engrandeceros, y para ser Eróstrato, abrasaros. La pluma y lengua, respondiendo a coros, quieren al cielo espléndido subiros, donde están los espíritus más puros; que entre tales riquezas y tesoros, mis lágrimas, mis versos, mis suspiros, de olvido y tiempo vivirán seguros. Luis de Góngora: Letrilla Ándeme yo caliente y ríase la gente. Traten otros del gobierno del mundo y sus monarquías, mientras gobiernan mis días mantequillas y pan tierno; y las mañanas de invierno naranjada y aguardiente, y ríase la gente. Coma en dorada vajilla el Príncipe mil cuidados, como píldoras dorados; que yo en mi pobre mesilla quiero más una morcilla que en el asador reviente, y ríase la gente. Cuando cubra las montañas de blanca nieve el enero, tenga yo lleno el brasero de bellotas y castañas, y quien las dulces patrañas del Rey que rabió me cuente, y ríase la gente. Busque muy en hora buena el mercader nuevos soles, yo conchas y caracoles entre la menuda arena, escuchando a Filomena sobre el chopo de la fuente, y ríase la gente. Pase a medianoche el mar y arda en amorosa llama Leandro por ver su dama, que yo más quiero pasar del golfo de mi lagar la blanca o roja corriente, y ríase la gente. Pues Amor es tan cruel que de Píramo y su amada hace tálamo una espada, do se junten ella y él, sea mi Tisbe un pastel y la espada sea mi diente, y ríase la gente Mientras por competir con tu cabello, oro bruñido el Sol relumbra en vano; mientras con menosprecio en medio el llano mira tu blanca frente al lilio bello; mientras a cada labio, por cogello. siguen más ojos que al clavel temprano; y mientras triunfa con desdén lozano de el luciente cristal tu gentil cuello: goza cuello, cabello, labio y frente, antes que lo que fue en tu edad dorada oro, lilio, clavel, cristal luciente, no sólo en plata o vïola troncada se vuelva, mas tú y ello juntamente en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada. La dulce boca que a gustar convida un humor entre perlas distilado, y a no invidiar aquel licor sagrado que a Júpiter ministra el garzón de Ida, amantes, no toquéis si queréis vida: porque entre un labio y otro colorado Amor está de su veneno armado, cual entre flor y flor sierpe escondida. No os engañen las rosas, que a la Aurora diréis que, aljofaradas y olorosas, se le cayeron del purpúreo seno. Manzanas son de Tántalo y no rosas, que después huyen de el que incitan hora y sólo de el Amor queda el veneno. [Contra Don Francisco de Quevedo] Anacreonte español, no hay quien os tope, que no diga con mucha cortesía, que ya que vuestros pies son de elegía, que vuestras suavidades son de arrope. ¿No imitaréis al terenciano Lope, que al de Belerofonte cada día sobre zuecos de cómica poesía se calza espuelas, y le da un galope? Con cuidado especial vuestros antojos dicen que quieren traducir al griego, no habiéndolo mirado vuestros ojos. Prestádselos un rato a mi ojo ciego, porque a luz saque ciertos versos flojos, y entenderéis cualquier gregüesco luego A don Francisco de Quevedo Cierto poeta, en forma peregrina cuanto devota, se metió a romero, con quien pudiera bien todo barbero lavar la más llagada disciplina. Era su benditísima esclavina, en cuanto suya, de un hermoso cuero, su báculo timón de el más zorrero bajel, que desde el Faro de Cecina a Brindis, sin hacer agua, navega. Este sin landre claudicante Roque, de una venera justamente vano, que en oro engasta, sancta insignia aloque, a San Trago camina, donde llega: que tanto anda el cojo como el sano. Fábula de Polifemo y Galatea [Fragmento] […] Donde espumoso el mar sicilïano El pie argenta de plata al Lilibeo, Bóveda o de las fraguas de Vulcano O tumba de los huesos de Tifeo, Pálidas señas cenizoso un llano, Cuando no del sacrílego deseo, Del duro oficio da. Allí una alta roca Mordaza es a una gruta de su boca. Guarnición tosca de este escollo duro Troncos robustos son, a cuya greña Menos luz debe, menos aire puro La caverna profunda, que a la peña; Caliginoso lecho, el seno obscuro Ser de la negra noche nos lo enseña Infame turba de nocturnas aves, Gimiendo tristes y volando graves. De este, pues, formidable de la tierra Bostezo, el melancólico vacío A Polifemo, horror de aquella sierra, Bárbara choza es, albergue umbrío Y redil espacioso donde encierra Cuanto las cumbres ásperas cabrío, De los montes esconde: copia bella Que un silbo junta y un peñasco sella. Un monte era de miembros eminente Este que de Neptuno hijo fiero— De un ojo ilustra el orbe de su frente, Émulo casi del mayor lucero; Cíclope a quien el pino más valiente Bastón le obedecía tan ligero, Y al grave peso junco tan delgado, Que un día era bastón y otro cayado. Negro el cabello, imitador undoso De las oscuras aguas del Leteo, Al viento que lo peina proceloso Vuela sin orden, pende sin aseo; Un torrente es su barba, impetuoso Que adusto hijo de este Pirineo— Su pecho inunda, o tarde, o mal, o en vano Surcada aun de los dedos de su mano. […] Francisco de Quevedo: Letrilla Poderoso caballero es don Dinero. Madre, yo al oro me humillo, él es mi amante y mi amado, pues de puro enamorado de continuo anda amarillo; que pues, doblón o sencillo, hace todo cuanto quiero, poderoso caballero es don Dinero. Nace en las Indias honrado donde el mundo le acompaña; viene a morir en España y es en Génova enterrado; y pues quien le trae al lado es hermoso aunque sea fiero, poderoso caballero es don Dinero. Es galán y es como un oro; tiene quebrado el color, persona de gran valor, tan cristiano como moro; pues que da y quita el decoro y quebranta cualquier fuero, poderoso caballero es don Dinero. Son sus padres principales, y es de noble descendiente, porque en las venas de oriente todas las sangres son reales; y pues es quien hace iguales al duque y al ganadero, poderoso caballero es don Dinero. Mas ¿a quién no maravilla ver en su gloria sin tasa que es lo menos de su casa doña Blanca de Castilla? Pero pues da al bajo silla, y al cobarde hace guerrero, poderoso caballero es don Dinero. Sus escudos de armas nobles son siempre tan principales, que sin sus escudos reales no hay escudos de armas dobles; y pues a los mismos robles da codicia su minero, poderoso caballero es don Dinero. Por importar en los tratos y dar tan buenos consejos, en las casas de los viejos gatos le guardan de gatos; y pues él rompe recatos y ablanda al jüez más severo, poderoso caballero es don Dinero. Y es tanta su majestad, aunque son sus duelos hartos, que con haberle hecho cuartos, no pierde su autoridad; pero, pues da calidad al noble y al pordiosero, poderoso caballero es don Dinero. Nunca vi damas ingratas a su gusto y afición, que a las caras de un doblón hacen sus caras baratas; y pues hace las bravatas desde una bolsa de cuero, poderoso caballero es don Dinero. Más valen en cualquier tierra mirad si es harto sagaz, sus escudos en la paz, que rodelas en la guerra; y pues al pobre le entierra y hace propio al forastero, poderoso caballero es don Dinero. Es hielo abrasador, es fuego helado, es herida que duele y no se siente, es un soñado bien, un mal presente, es un breve descanso muy cansado. Es un descuido que nos da cuidado, un cobarde con nombre de valiente, un andar solitario entre la gente, un amar solamente ser amado. Es una libertad encarcelada, que dura hasta el postrero paroxismo; enfermedad que crece si es curada. Éste es el niño Amor, éste es su abismo. ¡Mirad cuál amistad tendrá con nada el que en todo es contrario de sí mismo! AMANTE AGRADECIDO A LAS LISONJAS MENTIROSAS DE UN SUEÑO ¡Ay, Floralba! Soñé que te... ¿Dirélo? Sí, pues que sueño fue: que te gozaba ¿Y quién, sino un amante que soñaba, juntara tanto infierno a tanto cielo? Mis llamas con tu nieve y con tu yelo, cual suele opuestas flechas de su aljaba, mezclaba Amor, y honesto las mezclaba, como mi adoración en su desvelo. Y dije: «Quiera Amor, quiera mi suerte, que nunca duerma yo, si estoy despierto, y que si duermo, que jamás despierte». Mas desperté del dulce desconcierto; y vi que estuve vivo con la muerte, y vi que con la vida estaba muerto. Amor constante más allá de la muerte Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día, y podrá desatar esta alma mía hora a su afán ansioso lisonjera; mas no, de esotra parte, en la ribera, dejará la memoria, en donde ardía: nadar sabe mi llama la agua fría, y perder el respeto a ley severa. Alma a quien todo un dios prisión ha sido, venas que humor a tanto fuego han dado, medulas que han gloriosamente ardido: su cuerpo dejará no su cuidado; serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado. Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados de la carrera de la edad cansados por quien caduca ya su valentía. Salíme al campo: vi que el sol bebía los arroyos del hielo desatados, y del monte quejosos los ganados que con sombras hurtó su luz al día. Entré en mi casa: vi que amancillada de anciana habitación era despojos, mi báculo más corvo y menos fuerte. Vencida de la edad sentí mi espada, y no hallé cosa en que poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte. "¡Ah de la vida!"... ¿Nadie me responde? ¡Aquí de los antaños que he vivido! La Fortuna mis tiempos ha mordido; las Horas mi locura las esconde. ¡Que sin poder saber cómo ni a dónde la salud y la edad se hayan huido! Falta la vida, asiste lo vivido, y no hay calamidad que no me ronde. Ayer se fue; mañana no ha llegado; hoy se está yendo sin parar un punto: soy un fue, y un será, y un es cansado. En el hoy y mañana y ayer, junto pañales y mortaja, y he quedado presentes sucesiones de difunto. A una nariz Érase un hombre a una nariz pegado, érase una nariz superlativa, érase una nariz sayón y escriba, érase un peje espada muy barbado. Era un reloj de sol mal encarado, érase una alquitara pensativa, érase un elefante boca arriba, era Ovidio Nasón más narizado. Érase un espolón de una galera, érase una pirámide de Egipto, las doce Tribus de narices era. Érase un naricísimo infinito, muchísimo nariz, nariz tan fiera que en la cara de Anás fuera delito. De Dafne y Apolo Fábula Delante del Sol venía Corriendo Dafne, doncella De extremada gallardía, Y en ir delante tan bella, Nueva Aurora parecía. Cansado más de cansalla Que de cansarse a sí Febo, A la amorosa batalla Quiso dar principio nuevo, Para mejor alcanzalla. Mas viéndola tan cruel, Dio mil gritos doloridos, Contento el amante fiel De que alcancen sus oídos Las voces, ya que no él. Mas envidioso de ver Que han de gozar gloria nueva Las palabras en su ser, Con el viento que las lleva Quiso parejas correr. Pero su padre, celoso, En su curso cristalino Tras ella corrió furioso, Y en medio de su camino Los atajó sonoroso. El Sol corre por seguilla, Por huir corre la estrella; Corre el llanto por no vella, Corre el aire por oílla, Y el río por socorrella. Atrás los deja arrogante, Y a su enamorado más, Que ya, por llevar triunfante Su honestidad adelante, A todos los deja atrás. Mas viendo su movimiento, Dio las razones que canto, Con dolor y sin aliento, Primero al correr del llanto Y luego al volar del viento: «Di, ¿por qué mi dolor creces Huyendo tanto de mí En la muerte que me ofreces? Si el Sol y luz aborreces, Huye tú misma de ti. »No corras más, Dafne fiera, Que en verte huir furiosa De mí, que alumbro la Esfera, Si no fueras tan hermosa, Por la noche te tuviera. »Ojos que en esa beldad Alumbráis con luces bellas Su rostro y su crueldad, Pues que Sois los dos estrellas, Al Sol que os mira, mirad. »¡En mi triste padecer Y en mi encendido querer, Dafne bella, no sé cómo Con tantas flechas de plomo Puedes tan veloz correr! »Ya todo mi bien perdí; Ya se acabaron mis bienes; Pues hoy corriendo tras ti, Aun mi corazón, que tienes, Alas te da contra mí.» A su oreja esta razón, Y a sus vestidos su mano, Y de Dafne la oración, A Júpiter soberano Llegaron a una sazón. Sus plantas en sola una De lauro se convirtieron; Los dos brazos le crecieron, Quejándose a la Fortuna Con el ruido que hicieron. Escondióse en la corteza La nieve del pecho helado, Y la flor de su belleza Dejó en la flor un traslado Que al lauro presta riqueza. De la rubia cabellera Que floreció tantos mayos, Antes que se convirtiera, Hebras tomó el Sol por rayos, Con que hoy alumbra la esfera. Con mil abrazos ardientes, Ciñó el tronco el Sol, y luego, Con las memorias presentes, Los rayos de luz y fuego Desató en amargas fuentes. Con un honesto temblor, Por rehusar sus abrazos, Se quejó de su rigor, Y aun quiso inclinar los brazos, Por estorbarlos mejor. El aire desenvolvía Sus hojas, y no hallando Las hebras que ver solía, Tristemente murmurando Entre las ramas corría. El río, que esto miró, Movido a piedad y llanto, Con sus lágrimas creció, Y a besar el pie llegó Del árbol divino y santo. Y viendo caso tan tierno, Digno de renombre eterno, La reservó en aquel llano, De sus rayos el Verano, Y de su hielo el Invierno. Conoce la diligencia con que se acerca la muerte Ya formidable y espantoso suena dentro del corazón el postrer día, y la última hora negra y fría se acerca de temor y sombras llena. Si agradable descanso, paz serena la muerte en forma de dolor envía, señas da su desdén de cortesía: más tiene de caricia que de pena. ¿Qué pretende el temor desacordado de la que a rescatar piadosa viene espíritu en miserias anudado? Llegue rogada, pues mi bien previene hálleme agradecido, no asustado: mi vida acabe y mi vivir ordene. Contra don Luis de Góngora y su poesía Este cíclope no sicilïano, del microcosmo sí orbe postrero; esta antípoda faz, cuyo hemisfero zona divide en término italiano; este círculo vivo en todo plano; este que, siendo solamente cero, le multiplica y parte por entero todo buen abaquista veneciano; el minoculo sí, mas ciego vulto; el resquicio barbado de melenas; esta cima del vicio y del insulto; éste, en quien hoy los pedos son sirenas; éste es el culo, en Góngora y en culto, que un bujarrón le conociera apenas. ADIVINANZA Las dos somos hermanas producidas de un parto y por extremo parecidas; no hay vida cual la nuestra penitente; siempre andamos de embozo entre la gente, que a indecencia juzgara vernos un ojo, cuanto más la cara. Necesidad precisa nos tiene muchas veces sin camisa; gormamos siempre lo que no comemos; y otro mayor trabajo padecemos: que por culpas ajenas somos el dedo malo de las penas. Un eco es nuestra voz, de que, ofendidos y con razón, se muestran dos sentidos; y así la urbanidad, aunque forzadas, nos tiene a soliloquios condenadas; es al fin nuestra vida, por recoleta, siempre desabrida. Explicación Si no quieres trabajar el ingenio, bella Clori, orinal somos sin ori y Vargas, quitado el var.