Desarrollo y Acción Social Editado por Deborah Eade con una introducción de Miloon Kothari ________________________________________________________________________ Prefacio Deborah Eade Para muchas organizaciones no gubernamentales (ONG) y organizaciones de la sociedad civil (OSC), la acción social ―es decir la capacidad de las personas para organizarse en torno a una meta común, social― se encuentra en el centro mismo de lo que entienden por desarrollo.1 Se considera que la movilización popular, sea para la defensa de los derechos vigentes amenazados o para protestar en contra de la negación de los mismos, es un elemento tan crucial para el proceso de desarrollo como lo es el crecimiento económico, sino es que más. Sin este compromiso de las mayorías para promover y defender dichas demandas, incluso los logros más sólidos seguirán siendo frágiles. Un ejemplo en este sentido, fue el cierre de las guarderías en la Gran Bretaña poco después de terminada la segunda guerra mundial, a pesar de que evidentemente beneficiaban a las mujeres trabajadoras y permitían que muchas de ellas obtuvieran remuneración por su trabajo. El hecho se dio apenas con una protesta relativamente menor, en parte debido a que las mujeres que las utilizaban no habían tenido que luchar por ellas, mas si bien, las vieron como un servicio público que el Estado tenía que proporcionar y como parte del esfuerzo que implicaba el conflicto bélico; un esfuerzo que permitió que las mujeres se enrolaran, temporalmente, en las fábricas productoras de municiones. En el periodo de posguerra, ante una posible tasa de desempleo entre la fuerza de trabajo masculina, se percibió como una prioridad política más apremiante reocupar la fuerza de trabajo masculina, en lugar de la fuerza de trabajo femenina. Puede argumentarse que si las guarderías se hubieran establecido originalmente en respuesta a una acción de presión con respaldo popular, el costo político de cerrarlas habría sido prohibitivo. De haber sucedido lo anterior, generaciones de padres y madres trabajadores (y sus hijos/as) en la Gran Bretaña habrían disfrutado de una mayor calidad de vida y seguramente se habrían reducido o incluso desaparecido muchas desigualdades existentes entre hombres y mujeres. Las personas se organizan por motivos altruistas como, por ejemplo, los movimientos en contra de la esclavitud durante el siglo XIX o las campañas contra el apartheid de nuestra época. En otras ocasiones, la motivación es hacer avanzar lo que perciben como su interés de grupo; sean, por ejemplo, los derechos de los pueblos indígenas o minorías étnicas que lucha por sus propias expresiones culturales o por la autodeterminación, o por el derechos al sufragio de las mujeres o el derecho de las mujeres a abandonar a sus esposo cuando están en una situación de abuso. Uno también podría ver ciertas guerras de liberación nacional de los últimos 50 años como una forma de acción social a gran escala. No obstante que a la distancia la reivindicación hecha de algunos movimientos de oposición armada con respecto a su representación del “pueblo” podría parecer un poco exagerada, generalmente estos movimientos tenían mayor 1 representatividad que otras formas de expresión política disponibles para las y los ciudadanos comunes. Por ejemplo, el hecho de que muchas comunidades campesinas optaran por permanecer o regresar a las zonas de conflicto en El Salvador durante los 12 años que duró la guerra no necesariamente implicó, como lo aseguraba el ejército salvadoreño, que formaban parte activa de la oposición armada: el FMLN. Tampoco significaba que el FMLN fuera un modelo de democracia, transparencia y sujeto a la responsabilidad de rendir cuentas. Por supuesto que no; era un ejército guerrillero luchando en una guerra prolongada contra una fuerza gubernamental mucho mejor pertrechada y generalmente brutal. Mas bien significó que una parte importante de la población pobre del país reconoció de manera más efectiva sus intereses en el proyecto más amplio del FMLN; mucho más de lo que pudo hacerlo en el sistema político existente hasta ese momento. Un aspecto que resultó común a varias formas de movilización social del pasado fue el hecho de que las campañas, locales o internacionales, generalmente estaban enraizadas en el tiempo y el espacio y podían centrarse en un objetivo claro o enfocarse en una meta tangible (aunque a veces ambigua). Ésta podría ser derrocar un gobierno o reformar una institución pública, como desarticular una rama desacreditada de las fuerzas de seguridad pública o presionar la aprobación de alguna ley. O bien la movilización estaba dirigida a influir sobre un órgano externo, como a un gobierno extranjero, el Banco Mundial o una empresa privada. Lo que ha cambiado, como sostiene Miloon Kothari en su introducción, es que el locus de la acción social cambió y seguirá cambiando en el contexto de una globalización acelerada. Es decir, mientras la brecha que separa a ricos y pobres se siga ampliando y profundizando como consecuencia inevitable de la forma que toma la ideología del libre mercado, será más difícil señalar con precisión a las instituciones y políticas responsables pues están, cada vez más, gobernadas por fuerzas que se originan y operan más allá de las fronteras territoriales. En un sentido amplio, uno puede ubicar la responsabilidad en las instituciones financieras internacionales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional (FMI), o la Organización Mundial del Comercio (OMC); o en organismos como la OCDE o la banca de desarrollo regional como Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Sin embargo, básicamente, se trata de organismos intergubernamentales y no obstante que el poder de, digamos, el G-7 contra el G-77 de los Estados Miembro se refleja en las políticas económicas de estas instituciones, hay varios mecanismos internacionales que podrían utilizarse para exigir que respondan ante la rendición de cuentas, para no mencionar la importancia que tiene realizar cabildeo en cada uno de nuestros propios gobiernos. Por ejemplo, desde 1995 hay más llamados para que las instituciones del Bretton Woods, en tanto que forman parte del sistema de las Naciones Unidas, y la OMC (que no lo es) respondan ante el Consejo Económico y Social de Naciones Unidas (ECOSOC), por medio de sus sesiones anuales. El que se rehúsen a responder ante estos organismos intergubernamentales hace surgir dudas, dirían algunos, sobre sus afirmaciones de transparencia y apertura al escrutinio público, las cuales parecen ser mas bien expresiones retóricas. Miloon Kothari ilustra algunas formas creativas en que las OSC han utilizado la maquinaria de los derechos humanos para obligar a las instituciones públicas a responder ante los valores con los cuales están 2 comprometidas formal y legalmente. No obstante, también menciona que ésa no es la única raíz del problema. Generalmente atribuimos la culpa a las empresas multinacionales, particularmente aquellas cuyo comportamiento es terrible por su falta de apego a los derechos humanos o que pone en riesgo los medios de vida de millones de personas inocentes. Empresas como Monsanto, Shell y Nike se preguntan, al menos, cómo evitar verse envueltas en estas campañas de publicidad desastrosa en el futuro: uno espera que este autocuestionamiento sea el comienzo de una actitud más responsable hacia la ética empresarial. En un mundo mercantilizado, los consumidores también tenemos una responsabilidad ética con respecto a nuestra participación en las fuerzas de la economía globalizada. La movilización de consumidores como la Campaña Ropa Limpia (Clean Clothes Campaign) ha permitido una mayor conciencia pública con respecto a las prácticas de empleo de empresas cuya fuerza de trabajo se encuentra localizada en comunidades pobres, generalmente en países del Tercer Mundo. Mientras que grupos de comercio justo como la Fundación Max Havelaar promueven los intereses de los productores de café y otros bienes desde hace mucho tiempo. Los derechos de las y los niños en general y de las y los niños trabajadores han cobrado una relevancia impresionante en los últimos años, alcanzando la cúspide en 1998 con la Marcha Internacional contra el Trabajo Infantil. Sin embargo, la mayor parte de las violaciones de los derechos son de naturaleza menos espectacular ―incluso banal, para citar a la filósofa Hannah Arendt― por lo cual no levantan la indignación pública internacional. Lo más importante es que la globalización económica incrementa la dificultad de identificar y aislar “al culpable”. Las empresas trasladan sus operaciones de un lugar a otro, los consejos directivos con experiencia toman el control de otros, se dan fusiones y se deshacen fusiones en todos los sectores, mientras que los juegos financieros especulativos se realizan a tal velocidad que nos imposibilitan escrutar sus comportamientos y dejar al descubierto sus prácticas poco claras y dañinas. Aún así, y, no obstante que los procesos de desregulación, de “mercantilización” de los servicios públicos y la liberalización del comercio internacional sigan su curso inexorable, las fuerzas de la resistencia popular deben desarrollar nuevos contornos y formas. Las luchas por la justicia económica y social siguen desarrollándose en el ámbito local y en la vida cotidiana de las personas, por lo que es crucial promover la acción social en estos ámbitos. Sin importar que sólo en pocas ocasiones las palancas del cambio estén al alcance del ciudadano promedio, o incluso al alcance de un grupo de presión que actúa únicamente en el ámbito local o incluso en el ámbito internacional. Hacer conexiones va más allá de las variaciones de la vieja consigna “piensa globalmente actúa localmente”. Las formas en que las propias fuerzas globales se introducen en las vidas de millones de individuos en todo el mundo, compelen y permiten diferentes formas de protesta y distintas formas de organización transfronteriza y comunicación transcultural. Las fuerzas que oprimen y dividen a las sociedades contemporáneas son más fuertes, están más diseminadas y más diversificadas de lo que habían estado con anterioridad. No obstante, nunca como ahora tenemos grandes posibilidades de generar solidaridad internacional a través de las fronteras. 3 A comienzos del decenio de 1990, las ONG dedicaron la mayor parte de su energía intelectual al asunto de cómo “incrementar” su impacto.2 El problema estaba en que, conforme salían de su mundito constituido por proyectos de desarrollo y financiamiento asistencial, se centraron en lo que ellas podían hacer para influir el ambiente político más amplio. A diez años de distancia de dichos debates, ahora queda claro que, incluso para las ONG más narcisistas, su influencia en el mundo es insignificante. No importa con qué alharaca realicen sus campañas, no importa qué tan delicado o preciso o poderoso sea su trabajo de promoción y defensa, no importa qué tanto llamen la atención de la población, ninguna ONG puede esperar alcanzar mucho si trabaja sola. Los desafíos que las ONG enfrentan en este momento son determinar los valores y prioridades que deben dar forma a sus alianzas con otras OSC (como los sindicatos, las organizaciones de derechos humanos o los grupos religiosos), y luego ser lo suficientemente modestas para trabajar con una diversidad de actores sociales para protestar con mayor eficacia en contra de las violaciones y humillaciones a las que el orden económico mundial prevaleciente condena a millones de mujeres, hombres, niñas y niños. Sólo constituyendo una causa común entre nosotras/nosotros, las OSC conseguirán credibilidad política para proponer opciones más humanas, más éticas y más sustentables para el “desarrollo” en comparación con las que tenemos en este momento. Las experiencias reunidas en este volumen sugieren que, a pesar de su compromiso con la movilización para un cambio con base amplia (y muchas ONG en todo el mundo tienen sus raíces históricas en ese tipo de expresiones), las ONG aún tienen mucho que aprender con respecto a las nuevas formas de la acción social. Notas 1 Por ejemplo, Oxfam GB ve la promoción de esta capacidad organizacional como la piedra angular de su trabajo, tal y como se describe en The Oxfam Handbook of Development and Relief (1995). 2 Véase, por ejemplo John Clark, Democratising Development: The Role of Voluntary Organisations, Earthscan, Londres, 1991. También Michael Edwards y David Hulme, “Scaling up NGO impact on development: learning from experience”, Development in Practice 2 (2), 1992. 4