OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL RATZINGER Y JUAN PABLO II La Iglesia entre dos milenios EDICIONES SÍGUEME SALAMANCA 2005 Cubierta diseñada por Christian Hugo Martín Ilustraciones: Fotografías digitales tratadas, sobre fragmentos de la serie de pinturas Compositions on Prussian Blue, Christian Hugo Martín, 2005 © Ediciones Sígueme S.A.U., 2005 C/ García Tejado, 23-27 - E-37007 Salamanca / España Tlf.: (34) 923 218 203 - Fax: (34) 923 270 563 e-mail: ediciones@sigueme.es www.sigueme.es ISBN: 84-301-1573-0 Depósito legal: S. 695-2005 Impreso en España / Unión Europea Imprime: Gráficas Varona S.A. Polígono El Montalvo, Salamanca 2005 CONTENIDO Prólogo ............................................................................ 9 I. JOSEPH RATZINGER 1. Estaciones de una vida ............................................ 2. Trayectoria intelectual ............................................. 3. Ratzinger en España ................................................ 4. La pasión primera y la última carta ........................ 5. Dos cardenales en el borde ...................................... 6. Razón creyente y razón secular. Diálogos de Ratzinger con Habermas y con Flores D’Arcais ................ 7. Ratzinger antes y después de Juan Pablo II ............ 17 25 37 47 63 73 97 II. JUAN PABLO II 8. Estaciones de una vida ............................................ 9. Desde Wadowice hasta Roma ................................. 10. El papa en España .................................................... 11. Juan Pablo II: 1920-1998 ......................................... 12. Juan Pablo II, ¿cobardía o grandeza de alma? ........ 13. Ante Juan Pablo II ................................................... 14. ¿Cómo será la Iglesia después de Juan Pablo II? .... 121 131 139 149 155 165 173 Epílogo. La Iglesia entre dos milenios ........................... Procedencia de los textos ................................................ 179 223 7 PRÓLOGO El domingo 24 de abril Joseph Ratzinger, con el nombre de Benedicto XVI, iniciaba su ministerio como obispo de Roma, uno más en la larga lista de sucesores de san Pedro, que recibió de Cristo la gracia y la carga de confirmar a sus hermanos en la fe. El último de ellos, Juan Pablo II, ha llevado a cabo ese servicio apostólico durante veintiséis años, manteniéndose erguido hasta el final como Ulises atado al mástil, esquivando las sirenas, y como Cristo clavado en la cruz, entregándose por todos y consumando así la misión encomendada por Dios. La humanidad, a la que él tanto había amado, intentando estar cerca, visitando cada iglesia, pueblo y minoría, le acompañó conmovida ante su dolor final y agradecida por su muerte fiel. En el origen de la iglesia de Roma está la sangre de san Pedro y san Pablo, que sellaron con su martirio la fe en Cristo, revelador de Dios y redentor del hombre. Roma, sin la cual ya no es inteligible la historia del mundo tal como ella se ha desarrollado, es ya incomprensible sin la memoria de quienes sucedieron a Pedro y Pablo en la fe y en la dirección de la Iglesia, en su acción cultural y en su creación moral. La iglesia de Roma fue desde los mismos orígenes del cristianismo, por esta razón, el signo de la unidad, de la verdad y de la caridad. En su camino hacia el martirio, san Ignacio de Antioquía se dirigía a ella con es11 PRÓLOGO te saludo: «La que preside en la caridad». Caridad que es responsabilidad y responsabilidad que exige autoridad, a la que sigue la obediencia. La confesión de san Pedro en la mesianidad de Cristo, anticipando la fe de los demás creyentes y luego confirmándola, ha tenido una larga y compleja historia. El Pedro pescador fue convertido por Cristo en pastor; el pastor en maestro; el maestro en guía, y, durante algunos siglos, él se transformó en soberano temporal. Heroísmo, martirio, sabiduría, santidad, pecado y poder han ido expresando esa misión, que en medio de tantos avatares no ha olvidado ni traicionado su sentido primero: predicar a Cristo piscatorie (con la sabiduría y gracia que Cristo confirió a los pescadores llamados a ser apóstoles) y no aristotelice (con la dialéctica creada por la razón e ideologías humanas), tal como repetían los intérpretes del concilio de Calcedonia y Ratzinger nos ha recordado. Concilios y teologías tienen por misión hacernos posible vivir con inteligencia y revivir con amor la confesión de Pedro ante Cristo: «Tú eres el Hijo del Dios viviente. ¿A quién iremos sino a ti? Tú tienes palabras de vida eterna». «En tu nombre echaremos las redes y nos haremos mar adentro». El gran historiador protestante Leopold von Ranke, después de su obra clásica Historia de los papas (1834), ya al final de su vida afirmaba que el papado es «una de las creaciones más grandiosas y dignas de admiración que jamás hayan existido». Ratzinger, al iniciar este ministerio sagrado, lo ha situado en su lugar evangélico y en su exclusivo sentido religioso, interpretando los dos signos: la imposición del palio y la entrega del anillo. El palio tejido de lana pura, símbolo del yugo de Cristo, señala su encargo de car12 PRÓLOGO gar con las ovejas sobre sus hombros como pastor bueno. El anillo es el símbolo del pescador, que fiado en la palabra de Cristo debe sacar a los hombres de su soledad, de su miedo y de su desesperanza, trasladándolos al ámbito donde actúan la luz, la paz y la anchura del Dios encarnado. «No temas, Pedro, desde hoy serás pescador de hombres». Las páginas siguientes han sido escritas para recoger e interpretar el legado de Juan Pablo II y para preparar la acogida de Benedicto XVI. Ellos vienen de una historia y han recorrido una trayectoria que hay que conocer. Cumplen una divina misión que debemos situar dentro de la lógica de la revelación, autoritativa y definitiva, de Dios en Cristo y del misterio de la Iglesia, que es comunión de realidades santificantes, ordenadas a trasladar a los hombres pecadores al Reino de su santidad. Para los creyentes importa la figura humana, pero decide el encargo divino. Nuestra adhesión no se funda en sus peculiares capacidades o simpatías, en la medida en que corresponden a nuestras opiniones o esperanzas. Su autoridad deriva de la asistencia específica del Espíritu Santo, que les ha sido prometido para guiarnos y confirmarnos en nuestra fe, siendo así servidores de nuestra alegría y destinatarios de nuestra obediencia. Si estos capítulos, parte de ellos publicados en la prensa, pudieran colaborar a conocer mejor la trayectoria humana de ambos papas y facilitasen desde ahí la colaboración con su misión y la recepción de su mensaje apostólico, heredando el de uno y preparando para mejor seguir el del otro, habrían cumplido una bella tarea. 13 de mayo de 2005 13