Pablo González de Langarika El óxido se posó en mi lengua como el sabor de una desaparición. A.G. y una tras otra sentí la rabia de todas las desapariciones, de todas las madres que lloraban junto a mí y de las madres que quedaban por venir y de sus hijos y vi brotar el fuego sagrado de una zarza, tan pagana como mi lengua, tan áspera como mi voz… y vi crecer en mi la ira ante la mediocridad que nos rodea, hoy que sufro por todo los juncos de mi raza, de mi linaje, humilde pero recio… ante tanta corrupción, tanta mentira, en un país sin solución y sin enmienda, el corazón se agota y el grito se disuelve en las entrañas y vino a mí el rencor y vino el odio en el graznido de los telediarios, donde se observan los hierros aún calientes a través de la palabra y la depravación de los medios, la derrota de la ética y el injurioso vaivén de los mercados Pablo GONZÁLEZ DE LANGARIKA FERNÁNDEZ (Bilbao, 1947). Dirige la revista Zurgai. Ha publicado los libros: Canto terrenal (Premio Bahía, 1975), Contra el rito de las sombras (1976), Del corazón y otras ruinas (Premio Alonso de Ercilla, 1985), Los ojos de la igüana y otros poemas, (1987), Cálices de octubre (1989), Los ónices de Onán (Premio del II Certamen de Poesía Erótica de los Talleres Literarios de la Galleta del Norte, 1989), La rueda oscura, Endecha de la huella oscura, 27 sonetos de amor y una canción enajenada, (Premios Imagínate Euskadi, 1992/94/96), La llama amarga, 2004, La memoria del aire, 2010, El grito de las aves, 2011 y Entre los pliegues de la luz, 2012. 96 ahora ardo entre las brasas de la luz, en el reducto de sus causas imposibles. Los sacerdotes hicieron negación y los comerciantes y los hombres de honor hicieron negación A.G. y evitaron la luz y la verdad y la enseñanza que les fue dada más allá de los círculos celestes y hoy, cada cierto tiempo, reiteran salmos y prevaricaciones yo lo he visto y tú lo puedes ver, observa sus rostros, no hay en ellos ni una sola gota de sangre de los evangelios, su mirada es torva al fondo de sus ojos, aman el oro sepulcral y desprecian la misericordia… si, al menos, todos los trigos fuesen recolectados a la vez, si fuese igual el tratamiento de todas sus palabras Más allá de los signos del hambre y el sudor, la sangre y la miseria, un códice de luces inusuales se entregan a la usura, cercenadas las ansias de justicia. Yo observo y mis ojos sucumben en el holocausto, sobre los musgos antiguos, bajo la arcada transida de los puentes. Esta herida jamás ha de extinguirse… Razón, ahora me tienes en los bordes de tu lágrima y en el deseo de la fiebre ardida y ya no sé quién soy, has posado tus labios en mi frente y me ha nacido de pronto una flor roja en la garganta, para castigo de mis definiciones. 97 Caza He visto al animal desnudo, indefenso, caer bajo la sonrisa del sátrapa; la suavidad de su abandono hacia la nada arañada por la garra del cilicio, como la piel inexplorada de los niños sucumbir bajo las ansias del fauno babeante. y he visto la inocencia del niño en los cuernos del alce disecado, en las cabañas donde yacen los bastardos, junto a la chimenea postergada del invierno. y he visto como crece a la ignominia en los reductos más sagrados y a la justicia cobijarse en las palabras de la iniquidad igual que los iconos se engarzan en las crecidas mitras de la intolerancia. Ahora cae la lluvia y el frío se adentra en los portales. Yo escucho el grito de los ascensores, siento la calidad anónima del fuego mientras cotejo el desgaste absurdo de mi patria, el receso de todos los lenguajes y el discurso precavido del silencio Ahora, espero la llegada de la nieve, como un día esperé a Dios, alejado de toda la pureza, para que limpie de mis venas el rencor y evite otras posibles epidemias 98 A Juan Gelman Cuando la enfermedad hunde las manos J. Gelman Cuando ya no quede nada, ni suelo ni techo ni vivienda y el entorno sea un paño carcomido ¿con qué fuego, Juan, nuestros huesitos se tornarán pacto de sombra y de ceniza? Desde dónde llegará la desvergüenza a talarnos los pies sobre la hierba, a quitarnos el espacio requerido, las cruces que no quisimos, el futuro que no existe, la pistola que no tienes, el aire que necesitas y que añoras… Desde dónde las bestias nos comerán el corazón, la luz de la esperanza. Cómo escribir poemas sin sangre, para que esta no acuda a endulzar las cabezas que decidiste cortar, las lenguas que decidiste silenciar, las manos que rebañan tu bolsillo. Cuantos Judas orinarán sobre el Via Crucis de nuestro padecimiento. Qué sesgados catecismos, qué tristes, roturados evangelios murmurarán, alterarán, traicionarán, para dejar intacta su moral, la fiebre que los corroe mientras afilan su mentira. Qué argucias habremos de aplicar sobre el silencio, bajo ese sol carente de preguntas, qué respuestas hemos de componer y con qué música para que al límite de palacios, senados, parlamentos y casuísticas de endulzados leguleyos, los ojos empapados de la vida observen los lugares no viciados, acepten las respuestas que nos damos y siga su camino verdeciendo. 99