Eusebio Pafilo, obispo de Cesarea

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Eusebio Pafilo, obispo de Cesarea
Escrito por B. Savir
Nació en Palestina el 263. Se formó y educó en Cesarea. No ha pasado a la historia de la
primitiva cristiandad por su profundidad teológica, sino más bien por sus escritos y se le puede
considerar como a «padre de la Historia. Eclesiástica », pues autor de grandes obras.
Como teólogo se le tiene como de poca importancia, pues su « teología» fue de esas llamadas
«polí­ticas », que más están al servicio del que manda, que de la ver­dad. Sus dos obras «La
preparación evangélica»
en 15 Libros (años 315-320) y
«La demostración evangélica»
(sólo quedan 10 de sus 20 Libros por la misma fecha) sirven de excelente cantera para la
historia de las Religiones. Su valor como his­toriador está muy reconocido.
Estuvo encarcelado (307) por la Fe en tiempo de la persecución de Maximino, y anduvo errante
por Tyro y Egipto. Terminada la persecución (313-314) fue consagrado Obispo de Cesarea. En
la cuestión arriana no parece tuvo ideas claras, pues sin declararse nunca de parte del
arrianismo, fue siempre uno de sus mejores protectores, ejerciendo mucha influencia sobre el
Emperador Constantino el Grande. En medio de la desorientación general en la que los
arrianos propugnaban que el Verbo era ex Deo, como todas las demás cosas creadas. Eusebio
presentó un símbolo usado en su iglesia que presentaba conceptos oscuros y peligrosos para
expresar el dogma católico y llevaba a interpretaciones ambiguas y erróneas.
Los 10 Libros de su Historia Eclesiástica son básicos para el conocimiento, de los tres primeros
siglos del cristianismo, que sin ellos hubieran que­dado en casi absoluta oscuridad. Consultó
muchos archivos y bibliotecas del Oriente y Occidente. Complemento que es ne­cesario de la
documentación de autores del siglo II, que él la conoció y manejó como ninguno.
La célebre Historia Eclesiástica cuyos siete primeros Libros estaban ya publicados por el autor
para el año 303. Veinte años más tarde (el 323) aparecía el libro X, o sea el último de su
Historia.
EUSEBIO murió hacía el año 340.
Textos eucarísticos
Dada la proliferación de sus escritos, resulta extenso citar los numerosos textos eucarísticos
que se pueden presentar, por lo que incluiremos dos fragmentos, como muestra, ya que el
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segundo es más extenso:
« ... Cuando, pues, según los testimonios de los Profetas: fue hallado el precio grande y
precioso juntamente de los judíos y de los griegos, el que purifica a todo el mundo, el que se da
a cambio de la vida de todos los hombres, el sacri­ficio puro de toda mancha y pecado, el
cordero de Dios [cf. Jn 1,29]; la oveja amada de Dios y pura, el cordero profe­tizado, por cuya
divina y mística enseñanza todos nosotros, los venidos de entre los gentiles, hemos encontrado
el per­dón de los anteriores pecados, por el cual también los judíos que tienen puesta en Él su
esperanza quedan libres de la maldición de Moisés; con razón celebrando cada día su
recuerdo y la memoria de su cuerpo y de su sangre, y he­chos dignos de más eficaz sacrificio y
sacerdocio que entre los antiguos, no juzgamos ya ser permitido el caer en las cosas
anteriores, rudimentos impotentes [cf. Gal 4,9], símbolos e imágenes, pero que no contienen la
verdad misma... y tras todo esto, habiendo presentado al Padre un sacri­ficio admirable y una
hostia escogida, la ofreció por la sal­vación de todos nosotros, legándonos también como
recuer­do el que la podamos ofrecer constantemente a Dios como sacrificio » .
[1]
« 7. Los discípulos de Moisés inmolaban el cordero pascual una sola vez al año, el día catorce
del primer mes por la tarde [cf. Ex 12,18]. Nosotros, en cambio, los del Nuevo Testamento
celebramos nuestra Pascua cada domingo, siempre nos saciamos con el cuerpo del Salvador,
siempre par­ticipamos de la sangre del Cordero, siempre tenemos ceñi­dos los lomos de
nuestra alma con la castidad y la modes­tia, siempre tenemos preparados los pies para
marchar a predicar el Evangelio [cf. Eph 6,14s], siempre tenemos los báculos en las manos [cf.
Ex 12,11], y descansamos apoya­dos en la vara brotada de la raíz .de Jesé [cf. Is 11,1],
siempre buscamos el vivir apartados de la vida humana, sIempre seguimos el camino hacia
Dios, siempre celebramos las fiestas de pascua, y el evangelio quiere que nosotros hagamos
todo esto no una sola vez al año, sino siempre y todos los días. Por eso cada semana, en el
día del Salvador y Señor, celebramos la fiesta de nuestra pascua, realizando los misterios del
verdadero cordero, por el cual hemos sido redimidos. Y no circunci­damos el cuerpo con
instrumentos de hierro, sino que con la penetrante palabra del Evangelio arrancamos toda la
ma­licia del alma. Ni tampoco usamos ázimos corporales, sino solamente los de la sinceridad y
la verdad [cf. 1 Cor 5,8]. Pues la gracia que nos liberó de las antiguas costumbres nos dio el
nuevo hombre, el creado según Dios [cf. Eph 4,24], la nueva ley, la nueva circuncisión, la
nueva pascua, y el judío que lo es en lo escondido [cf. Rom 2,29]. Y así nos ha he­cho libres de
los tiempos antiguos.
9. Pero tampoco el Salvador celebró la pascua con los judíos al tiempo de su pasión, pues Él
no celebró su propia pascua con sus discípulos al mismo tiempo que aquellos sa­crificaban el
cordero. Los judíos la celebraban el día de la parasceve, en el cual sufrió su pasión el Salvador
[cf. Jn 19,14]; por esto no entraron al pretorio, sino que Pilato salió hacia ellos [cf. Jn 1, 8,28s],
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.Mas Jesús, antes de termi­narse el día quinto de la semana, se sentó a la mesa con sus
discípulos, y comiendo con ellos, les decía: Con deseo he deseado comer esta pascua con
vosotros
[Lc 22,15]. ¿Ves cómo el Salvador no
comió la pascua con los judíos? Por­que aquello era nuevo y extraño a las costumbres judías,
tuvo que insistir necesariamente diciendo:
Con deseo he de­seado comer esta pascua con vosotros antes de
mi
pasión,
Pues la pascua que hubiera comido con los judíos, siendo como era ordinaria, e incluso
anticuada, no era deseable. Pero el nuevo misterio de su Nuevo Testamento, el cual
en­tregaba a sus discípulos, le era naturalmente deseable. Pues antes que Él muchos profetas
y justos desearon ver los mis­terios del Nuevo Testamento, y el mismo Verbo, sediento siempre
de la común salvación, entregaba el misterio por el cual todos los hombres habían de celebrar
fiesta, y confesó que esto le era a ÉI deseable. La pascua de Moisés no se adaptaba a todos
los que entonces eran gentiles. ¿Por qué? Porque estaba legislado que se celebrase en un
solo sitio, en Jerusalén. Por eso no era deseable. Mas el saludable mis­terio del Nuevo
Testamento, adaptado a todos los hombres, naturalmente le era deseable.
10. Pero Él antes de su pasión comió la pascua y celebró la fiesta con sus discípulos, no con
los judíos. Y habien­do celebrado la fiesta por la tarde, los pontífices, de acuer­do con el
traidor, le echaron mano. Pues ellos no comían la pascua aquella tarde; que si la comieran, se
hubieran abs­tenido de perseguirle. E inmediatamente, habiéndole cogido, lo condujeron a
casa de Caifás, en donde, pasada la noche, se reunieron cuando se hizo de día, y lo juzgaron
por pri­mera vez. Después de esto, levantados juntamente con la muchedumbre lo condujeron
a Pilato [cf Mt 26,57; 27,1s]. Entonces dice la Escritura que no entraron al pretorio para no
contaminarse [cf. Jn 18,28], según creían, entrando bajo techo pagano, y los impurísimos,
permaneciendo puros, pu­dieran comer la pascua aquella misma tarde; los que cuelan el
mosquito y se tragan el camello [cf. Mt 23,24], los que tenían manchadas sus almas y cuerpos
con la muerte del Salvador, temían entrar en el pretorio. Mas el día mismo de la pasión
comieron con la pascua la perdición de sus almas, exigiendo, la sangre del Salvador no para su
salvación, sino para su ruina. En cambio, nuestro Salvador celebró aquella fiesta tan deseada
por Él, no entonces, sino el día anterior, sentado a la mesa con sus discípulos.
11. ¿Ves cómo desde aquel tiempo Jesús por una parte se apartaba de los judíos y se retiraba
de su acción homi­cida, y por otra parte se unía más a sus discípulos cele­brando a una con
ellos la deseada fiesta? Por consiguiente, también nosotros debemos comer la pascua con
Cristo, pu­rificando nuestras almas de toda levadura de malicia e im­pureza, saturándonos de
los ázimos de la verdad y de la sinceridad [cf. 1 Cor 5,8], teniendo en nosotros dentro del alma
al judío que lo es en lo escondido [cf. Rom 2,29] Y la verdadera circuncisión, ungiendo los
dinteles de nuestras al­mas con la sangre del cordero inmolado por nosotros para hacer huir a
nuestro mortal enemigo. Y esto no en un período de cada año, sino cada semana. Sea nuestra
parasceve el ayuno, símbolo, del dolor, por los pecados cometidos y por recuerdo de la pasión
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del Salvador.
12. Digo, pues, que los judíos erraron desde el princi­pio el camino de la verdad desde que
pusieron asechanzas a la misma Verdad, rechazando de sí al Verbo de la vida. Y esto lo afirma
claramente la Escritura de los sagrados evan­gelios. Pues atestigua que el Señor comió la
pascua el pri­mer día de los ácimos, y ellos comieron la pascua de cos­tumbre, no, como dice
Lucas [22,7], el día en que debía ser inmolada la pascua, sino al día siguiente, que era el
segun­do de los ácimos, y de la luna el quince, en el cual, siendo juzgado nuestro Salvador por
Pilato, no entraron ellos en el pretorio [cf. Jn 18,28]. Por consiguiente, no comieron la pascua,
según mandaba la ley, el primer día de los ázimos, en el cual se debía sacrificar, pues la
hubieran comido tam­bién ellos con el Salvador; mas desde entonces, cegados por la propia
maldad y la preparación de las asechanzas al Sal­vador, se apartaron totalmente de la verdad.
Nosotros, en cambio, celebramos estos mismos misterios durante todo el año, conmemorando
la pasión del Salvador todos los vier­nes con el ayuno, el cual observaron entonces los
Apóstoles por primera vez, habiéndoles sido arrebatado el Esposo [cf. Mt 9,15]. Y todos los
domingos somos vivificados por el cuer­po santificado de la misma pascua salvadora y sellados
en nuestras almas por su preciosa sangre »
[2] .
[1] L.1 c. 10 (HEIKEL, 46,5-17.; 47,14-4.9, 17; MG 22,88 B-C; 89 B - 93 A).
[2] Sobre la solemnidad pascual. 7.9-12 (MG 24,701 A-C. 704 A -705 D).
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