Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco

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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
“La venganza es mía”
Una familia cosaca y las catástrofes
políticas del siglo XX
Autor: Friedrich Paul Heller
y Claudio Velasco
Centro de Derechos Humanos de Nuremberg, 2004
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Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
Copyright © Friedrich Paul Heller, Abril 2004
Edición y diagramación: William Bastidas
Todos los derechos reservados
Página Web: http://www.menschenrechte.org
Correo electrónico: buero@menschenrechte.org
Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
ÍNDICE
Prólogo
1. Parte: Desde el brillo del imperio del Zar hasta el exilio
I.
II.
III.
IV.
Perfume de vainilla, sonrojo
Krasnow y la historia de los cosacos
La revolución rusa – Piotr Krasnow y Trotzki
“El odio eterno” – las novelas de Piotr Krasnow
2. Parte: Los cosacos en la Segunda Guerra Mundial
I.
II.
III.
IV.
V.
Los cosacos en la 2ª Guerra Mundial
Los cosacos y la Waffen-SS
Cosacia
La huida
Los cosacos son entregados a la Unión Soviética
3. Parte: Desmayo
I.
II.
Nikolaj Krasnow en la Lubjanka
Siberia: trabajo como castigo
4. Parte: El ángel de la venganza
I.
II.
III.
IV.
V.
Un combate en Santiago de Chile
La dictadura militar chilena y el servicio secreto DINA
Dos mujeres recuerdan: Marcia Merino y Luz Arce
Miguel Krassnoff y la dirección psicológica de la guerra
Los presos políticos desaparecidos
El proceso
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Prólogo
C
onocer antecedentes de los principales dirigentes de la represión, ayuda a conocer mejor las
causas y características de la política de exterminio puesta en práctica en Chile. Krassnoff,
alias el “Capitán Miguel” es, junto a Contreras, Espinoza, Moren Brito, Otayza, Schäfer,
Hopp, Antal Liptay, Berrios, Arancibia, Caballos Jones, Olavarría, Corvalán, Pinochet, Hubert,
Miranda y algunos otros; un representante muy especial de los personajes que escogió la derecha
para ejecutar su política de exterminio.
Krassnoff era un oficial de baja graduación, que fue conquistando grados y condecoraciones por sus
actividades represivas. Llamó la atención de sus víctimas por su pulcritud al vestir, sus alardes de
intelectual y, por sobre todo, sus increíbles intentos de convencer a las víctimas de que era un
hombre justo.
Extraño esfuerzo el de Krassnoff, quien es el más directo creador de personajes abyectos como
Romo, Zapata o Rosa La Humilde; cuyas perversiones dejaron huellas profundas entre sus víctimas y
en la historia del terror en Chile.
Krassnoff no es chileno, nació en Austria a fines de la guerra. Su madre falsificó sus papeles al huir
de Europa. Llegado a Chile tuvo una infancia similar a otros niños migrantes, pero se fue
socializando en la terrible historia de los Krasnow. Nadie imaginaría en aquellos años de infancia, el
nivel de odio y violencia que desarrollaría con los años. Irónicamente, fue profesor de ética en la
Escuela Militar, y de allí pasó a los aparatos represivos, manteniéndose en ellos hasta hoy, cuando
cumple tareas administrativas en un Hotel de Providencia.
Conocemos varias caras del Capitán Miguel: la de satisfacción cuando participó en la muerte de
Miguel Enríquez; la de susto y sorpresa cuando enfrentó al Flaco Luis, al que creyó armado en
Grimaldi; el asombrado frente al coraje de Gladys Díaz; el paternal y “crítico” a la derecha, que
conversaba con Carmen Castillo en el Hospital tras la muerte del Secretario General del MIR.
De la historia de la familia Krasnow, primero conocimos a su abuelo, un militar ultrarreaccionario,
con clara adhesión por el Zar, orgulloso de ser cosaco, pero dispuesto a poner sus armas al servicio
ya del Zar, ya de Alemania. El paso de las tropas del viejo Krasnow por el Don, por Croacia, por
Tolmezzo (en Italia, allí adaptaron su apellido a la ortografía italiana), fue el paso de la muerte y el
terror. En Tolmezzo intentó crear el país cosaco.
El abuelo y el padre de Krassnoff sirvieron a los ejércitos blancos y estuvieron al lado de Hitler en la
Segunda Guerra Mundial, destacándose en ese período por su crueldad. Terminada la guerra y
después de rendirse a instancias del General Krasnow al ejército inglés, fueron entregados a las
tropas de Stalin y trasladados a la siniestra lubjanka, donde murió el General, y desde donde logró
salir con vida el padre del Capitán Miguel.
El texto tiene 3 partes, en la primera hemos dejado hablar al viejo Krasnow (quien escribió varias
novelas) sin censura, sin filtraciones. Allí aparece el rostro abominable del terror de Stalin, que ha
servido de excusa para millones de crímenes de la CIA y los miles de crímenes de Pinochet.
En la segunda parte hablan las víctimas de Krassnoff, y en la tercera establecemos el papel de
Krassnoff en la política de exterminio de la cual fue una importante pieza.
Los lectores irán descubriendo con nosotros el rol de varios extranjeros en la represión chilena, y
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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
cómo Contreras convirtió estas redes, muchas veces informales del fascimo, en instrumentos de la
DINA.
Los casos de Krassnoff, Olderok, von Answaldt, Mertins, los nombrados Schaefer y Hopp, el
“rumano”, Kast y varios otros; nos entregan mucha claridad para encontrar las claves de los
desaparecimientos.
Este texto fue escrito en alemán y traducido al español. En la versión alemana se encuentran más
notas que en la versión española. Se refieren a fuentes históricas y a los libros de Krasnow. Lectores
que quieren profundizar sobre el tema pueden recurrir a al versión alemana que también se
encuentra publicada en www.menschenrechte.org.
“La venganza es mía, dijo el Señor”- una familia cosaca y las catástrofes políticas del siglo 20 (Cita
original de la Biblia: Dt. 32, 35)
Friedrich Paul Heller
y Claudio Velasco
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PARTE 1: Desde el brillo del imperio del Zar hasta el exilo
I. Perfume de vainilla, sonrojo
“Es la semana antes de Pascua de Resurrección ... Un dulce perfume de vainilla ... flota por el
departamento, huele a quesillo, a pintura de huevos, a pisos recién encerados y frescas flores del
sauce ...”. Así comienza la novela “Hojas en descenso”, escrita por el general de los cosacos Piotr
Nikolaj Krasnow en su exilio en Berlín. Krasnow presiente en sus novelas su propio final. El mundo
de sus novelas nace en el perfume de la Pascua de Resurrección, en la primavera, la esperanza y la
vida, y termina en sangre y tortura. Un tema reiterado del viejo general son las sólidas familias
burguesas destruidas por la revolución.
Krasnow irá a compartir el destino de sus personajes de novela. Desde su retirada como escritor
vuelve a la política y con ochenta años es tomado preso y ejecutado. Sus hijos deberán soportar
trabajo forzado y muerte, y su nieto como oficial chileno se vengará de los sufrimientos padecidos
por su familia. Así cerrará el círculo diabólico y se convertirá él mismo en el odiado torturador.
Piotr Krasnow nació el 10 de septiembre de 1869 en San Petersburgo. Su padre fue general de los
cosacos del Don. En 1888 finalizó la Escuela Militar Pavel y entró al servicio de la guardia del Zar
integrada por cosacos, llamada “Atamán”. (Así eran denominados los dirigentes políticos y militares
de los cosacos). Por orden del Zar viajó a Etiopia. Otros viajes lo llevaron a la Mandschurai, a Japón,
China e India. Durante la Primera Guerra Mundial fue comandante de una brigada cosaca, después
de una división y de agosto a octubre 1917 del Tercer Cuerpo de Caballería. En el prólogo de su más
conocido libro se menciona su participación en 82 batallas y combates y en 5 ataques a caballo.
La Revolución Rusa convierte a Krasnow en una figura histórica, y aquí le daremos la palabra por
intermedio de sus propios documentos y los de sus contemporáneos.
II. Krasnow y la historia de los cosacos
Con los Krasnows finaliza la larga historia de los cosacos. En su historia se alternan las guerras de
liberación con la opresión a los otros. El rápido cambio de oprimido a opresor y de opresor a
oprimido se refleja en la historia familiar de los Krasnows. Actores se convierten en víctimas y
víctimas en actores y en algunos momentos estos dos roles se cubren como sombras en el muro.
La palabra “cosaco” no es una denominación étnica. Originalmente eran comandos turktataros de
vigilancia, robo y saqueo que vivían al finalizar la Edad Media a orillas de los ríos Don y Dnjepre.
Con el tiempo se les unieron cada vez más rusos, que huyeron de la esclavitud y de la opresión
religiosa desde los bosques de Rusia a la libre estepa para poder vivir una vida democrática y
autónoma. También el catolicismo forzado en Polonia, obligó a mucha gente a huir hacia el sur y a
unírseles.
Los stanizas (campamentos) de los cosacos estaban compuestos mayoritariamente por hombres (La
historia de los cosacos es desde el comienzo una historia de hombres y lo sigue siendo,- el nieto de
Piotr Krasnow, todavía vivo, es un ferviente adherente a esta tradición masculina). Sus campamentos
acogían más y más refugiados; incluso, cuando les fue prohibido por los zares de Moscú para
impedir la huida de su servidumbre. Los cosacos vivían de la pesca, servicios mercenarios, robo y
tributos. Poco a poco se fue sumando la cría de ganado. Por largo tiempo fue mal vista la agricultura,
dado que era relacionada con la vida dependiente de la servidumbre. También desarrollaron un rico
folclore pero no utilizaron la escritura.
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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
Llevaban siempre armas y estaban ejercitados en ataques rápidos y sorpresivos. Con sus resistentes y
ágiles caballos realizaban amplias expediciones. Si escaseaban sus fuerzas, construían barreras de
carros a las que defendían hasta la última bala. Cruzaban los ríos con botes planos de fabricación
propia y eran temidos piratas de los mares sureños. Cuando marchaban a la guerra en nombre de un
Zar u otro soberano debían poner su propio caballo y equipo. El botín compartido de estas
campañas militares y su bajo sueldo debían alcanzar para comprar lo de primera necesidad. Fuera de
sus territorios originales eran crueles. Cuanto más lejos viajaban más incontrolables se convertían,
incluso para sus comandantes. Si venía el tiempo de la cosecha en sus tierras, estas mismas armadas
cosacas victoriosas durante expediciones militares y durante sus propias rebeliones, divergían.
Los cosacos pelearon para el Zar Iván IV ( El Terrible, 1530-1584) y extendieron su reino hacia el
este. Defendieron el reino moscowita hacia el sur. Como mercenarios peleaban por los que le
pagaban. Así ocurría que peleaban contra el Zar de Moscú e incluso contra cosacos fieles al Zar.
Luchaban una vez contra, otra vez a favor de los tataros y otros pueblos de la estepa del sur y del
Kaukaso. Constreñidos entre los poderosos reinos del Sultán Osmánico, del Rey de Polonia, entre
Venecia y los moscowitas, eran mercenarios incansables al servicio de intereses que pocas veces eran
los suyos.
El intento de crear en el siglo XVII algo como un estado cosaco propio fracasó. Después de una
derrota contra el Rey Católico de Polonia, se sometieron al Zar de Moscú, con el que tenían en
común el idioma y la religión rusa-ortodoxa.
Durante sus expediciones militares por Polonia, Galicia y la Ucraína asaltaron a los ghettos judíos allí
residentes. El odio antisemita de los cosacos, que en las novelas de Krasnow se extiende todavía
como un hilo rojo, se alimentaba del tradicional antijudaismo cristiano. Puede que en los comienzos
de la toma de conciencia nacional halla sido fortalecido debido a que los cosacos, que vivían sin
estado propio en dispersos asentamientos, querían resarcirse de los judíos, que personificaban una
comunidad sin estado. La envidia de los soldados campesinos cosacos a los comerciantes urbanos,
entre ellos muchos judíos, incitaba siempre de nuevo al tradicional antisemitismo.
En el siglo XVIII el Zar Pedro El Grande unificó a Rusia y a los pueblos dominados por su trono en
un estado unitario y cortó las tradicionales libertades cosacas. Para imponer su poder, realizó
General Krasnov. En: Krasnov, Peter Nikolai: “Vom Zaranadler zur Roten Fahne” (Del
Àgila de los Zares a la Bandera Roja). Novela histórica. Berlín, ca. 1932
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expediciones despiadadas en contra de ellos. Los cosacos estaban acostumbrados a elegir sus propios
atamánes entre sus filas. Pedro El Grande consiguió que solamente candidatos propuestos por el
gobierno de San Petersburgo podrían ser elegidos. El Zar Pedro entregaba con el látigo el pan de
azúcar y ofrecía a los cosacos una cantidad de privilegios. La propiedad cosaca fue poco a poco
dividida en pequeñas parcelas y repartida individualmente. La ganadería y el cultivo de trigo, vino y
fruta quedó en manos de los campesinos inmigrantes, ante los cuales, los cosacos se sentían como
una elite establecida. Los cosacos criaban caballos y supervisaban a los jornaleros en sus granjas. El
tradicional amor a la libertad de los cosacos se descargaba en diversas revoluciones contra el Zar que
terminaban en derrotas.
El más conocido jefe de una de las rebeliones cosacas, Stenka Rasin, fue capturado, llevado a Moscú,
torturado en los calabozos del Kremlin y ejecutado en la Plaza Roja el 6 de junio de 1671. El líder
cosaco Jemeljan Iwanowitsch Pugatschew, nacido en 1742, fue desalojado de su granja y torturado
después de una detención rutinaria. Mas tarde se hizo pasar por el fallecido Zar Pedro III. También
él lideró un ejercito cosaco contra Moscú, el cual fue derrotado. Pugatschew fue torturado y
ejecutado en la Plaza Roja. La Plaza Roja es ideal para la presentación pública de una muerte bajo
tortura. Con 700 mts. de largo y 120 mts. de ancho, tiene de más la amplitud para acoger a diez mil
espectadores, y en su centro se ubica en altura, el lugar de ejecución. El cercano muro del Kremlin
simboliza el poder del Zar y permite a él y a su séquito observar la ejecución de largas horas, sin
estar al mismo nivel con el pueblo. La Plaza es flanqueada por la Catedral de San Basilio, cuyas ocho
capillas, con sus enroscadas y bulbiformes torres, representan a cada una de las victorias de Iván El
Terrible.
En el siglo XIX los cosacos se asentaron en la región del Don, en minoría por la inmigración de
campesinos y trabajadores industriales. Dado que el Don ya no era una región fronteriza, los cosacos
se hicieron innecesarios como milicias campesinas. Se convirtieron en soldados profesionales, que en
su tiempo libre trabajaban la tierra. En su mayoría, se aislaron del desarrollo social del comienzo de
la era de la industrialización y vivían, cuando no estaban en servicio, generalmente, como
campesinos acomodados sin noción de escritura y lectura.
Con una ideología conservadora campesina, una tradición de soldado y una posición privilegiada, los
cosacos se convirtieron en los soldados de más confianza del Zar. Sus ejercicios eran tan
despiadados como sólo lo son en las elites militares. “Nos entregaban borrachos, ladrones o
criminales - y con varilla, correr baquetas y castigos tremendamente severos, creamos de ellos al
soldado ruso, al héroe ruso”, escribe Krasnow.
Los cosacos eran muy experimentados en la ciencia bélica, pero no entendían nada de política ni de
diplomacia. Uno de los más conocidos documentos cosacos es una carta escrita en el siglo XVII por
los cosacos de Saporo al Sultán Turco, que consistía en una colección de insultos.
Los cosacos ya no entendían el mundo: se acercaban a la victoria y recibían órdenes de tregua o de
entrega de una de sus conquistadas fortalezas, a cambio de un tratado de paz. Ellos solamente
aceptaban o la victoria total o la propia derrota total. En 1637 cercaron y ocuparon el fuerte turco
Asow, su tributo de sangre fue alto. Dado que la restauración y mantención del fuerte les pareció
muy caro, el Zar negoció y Asow se convirtió nuevamente en propiedad turca. Durante la guerra
ruso – turca en 1877/1878 los cosacos conquistaron, a costa de tremendas pérdidas, la fortaleza
Plewna, y las tropas rusas marcharon en un durísimo invierno por los Balcanes hacia Constantinopla.
Pero Inglaterra logró a través de un movimiento amenazador de su marina, que el Zar cediera; los
cosacos se sintieron traicionados; sus compañeros se habían desangrado, congelado y fueron
destrozados por granadas, y ahora los diplomáticos vendían su victoria! Krasnow escribe sobre ésto:
“Oh, que odio hacia Inglaterra fue sembrado en los corazones rusos en estos días! ... Un judío inglés,
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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
Beaconsfield, puso con sus gruesos dedos término al vuelo de nuestra águila al Bósforo y a los
Dardanelos. Un judío! Entienden, un judío! Nada más que un judío!”.
A fines del siglo XIX la autocracia del Zar se encuentra con una cada vez más creciente oposición.
Los anarquistas y socialistas se organizaban en la clandestinidad. El Zar necesitaba una tropa leal y
combativa, que no se dejara influenciar por los cambios políticos. Esta tropa eran los cosacos. En los
territorios polacos ocupados por los rusos, disparaban a procesiones católicas, golpeaban con látigos
a manifestantes estudiantiles rusos, y disolvían con sus sables reuniones de socialistas y de sindicatos.
La palabra “cosac” se convirtió en un insulto ruso. El intento de la revolución rusa en 1905 fue
derrotado principalmente por los cosacos. En algunas ocasiones, los cosacos no pudieron resistirse a
los cambios sociales en Rusia; ocurría que unidades de cosacos se negaban a actuar contra
huelguistas, y amenazaban con matar a los soldados rusos si estos atacaban a la masa de
manifestantes.
La importancia militar de la caballería conllevó al estatus privilegiado de los cosacos en el reino del
zar. Pero las trincheras de la Primera Guerra Mundial convirtieron a la caballería en insignificante.
Los cosacos todavía montaban algunas ofensivas al fuego de barrera de las ametralladoras y
granadas, para conquistar las posiciones de artillería del enemigo. Aquellos, que por la ley de
probabilidad lograban pasar, se encontraban como emisarios de antiguos combates en medio de los
soldados alemanes y austríacos, y repartían golpes con sables y culatas del fusil gritando el grito de
guerra cosaco “Hurra”. Krasnow narra algunos de estos ataques.
Pero la mayoría de estas operaciones fueron derrotadas con muchas pérdidas, la fuerza cosaca
consistía en el ataque. En los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, la defensa estaba en
ventaja por sus trincheras, artillería y sus barreras de alambres de púa. Los caballos eran inútiles en
este terreno colmado de trincheras y cráteres de granadas. Los cosacos se convirtieron más y más en
soldados de infantería, pero no era propio de su naturaleza y tampoco habían sido instruidos para
ello. Los camiones convirtieron en innecesarios a los caballos como medio de transporte. La
caballería cosaca se convirtió en una reliquia histórica.
III. La Revolución Rusa- Piotr Krasnow y Trotzki
Durante la Revolución Rusa en febrero de 1917, el Zar terminó de confiar en sus tropas cosacas.
Regimientos de cosacos detenidos en San Petrogrado (hoy San Petersburgo) desertaron hacia los
revolucionarios, otros se negaron a disparar a la masa. “La revolución en la armada se manifestó, por
así decirlo, ante todo por los cosacos, los eternos pilares del orden y ejecutores de castigos”, escribe
Trotzki en su autobiografia. El tradicional amor a la libertad de los cosacos renació nuevamente.
Incluso las tropas cosacas del frente se dejaron entusiasmar por la revolución, como describe
Krasnow con resignación. “Comenzaron mitines, se tomaron las resoluciones más salvajes ... Los
cosacos terminaron de cepillar y alimentar regularmente a sus caballos. Era imposible pensar en
cualquier ejercicio. Los cosacos se decoraban con lazos púrpuras, se vestían con cintas rojas y no
querían escuchar nada sobre el respeto a los oficiales”. Los cosacos se reunieron en el Don y en
otros territorios cosacos, eligieron atamánes y establecieron administraciones autónomas.
La revolución de febrero, que fue marcada por políticos parlamentarios – burgueses, posibilitó a los
cosacos a recuperar su autonomía cultural y reanudar sus tradiciones democráticas perdidas. Pero la
revolución del octubre 1917 fue incomprensible para la mayoría. Kerenski, que fue nombrado
primero Ministro y más tarde Presidente del Consejo Ministerial por la Revolución de Febrero, es
derrotado por los bolcheviques de Lenin. En vista de ello, Kerenski pide ayuda al general Krasnow, y
huye desde Petrogrado a su Tercer cuerpo de caballería cercano, pero que constaba de sólo 700
cosacos. “General, yo lo designo para el cargo de Comandante de la Armada que se marchará a
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Petrograd. Lo felicito, General”, dice Kerenski a Krasnow. Krasnow era lo bastante realista como
para tener solo un sentimiento de ironía para esta arrogancia. Krasnow siempre estuvo dispuesto a
combatir contra el bolchevismo, pero de que él, el ferviente secuaz del Zar, debiera salvar al
vencedor del Zar después de la Revolución de Febrero, lo llevaba a una posición ambigua. “Un jefe
de ejército más adecuado no pudo encontrarse para la defensa de la democracia”, ridiculiza Trotzki.
Krasnow puede haber pensado que podría acceder a una unión con un mal menor, siendo contra el
bolchevismo. Tres décadas más tarde una alianza anticomunista todavía más problemática llegaría a
ser su perdición.
El 9 de noviembre de 1917 Krasnow llama a los
cosacos “a liberar a Petrogrado de la anarquía,
de la violencia y del hambre y de limpiar a Rusia
del estigma imborrable con el cual fue
ensuciado por un grupo sombrío de ignorantes
que se dejaron guíar por la voluntad y dinero
del emperador Wilhelm. El frente combatiente
mira a los enemigos y traidores, es decir a los
soviéticos, con inexpresable espanto y desprecio
total. Sus robos, asesinatos y atrocidades, sus
excesos típico alemanes contra los vencidos,
que no se entregaban, han estremecido de
horror a toda Rusia”. Esta orden se debía a
rumores existentes de que la revolución rusa era
diigida por el enemigo de guerra, Alemania.
Krasnow solo podía imaginarse una revolución
como una conspiración dirigida desde el
exterior – en este caso de los odiados alemanes
– con los que una tropa decidida y disciplinada
acabaría rápidamente. “Todo esto es solo un
paseo”, prometió. El paseo se convirtió en una
guerra civil de años. Después de éxitos iniciales,
el montón de Krasnow se topó con una
resistencia superior y decidida, y quedó parado
poco antes de Petrogrado. Además, una huelga
ferroviaria le causó problemas.
La contraparte histórica de Krasnow durante la
Revolución en Octubre fue Trotzki, el
Imagen tomada de la edición rusa del libro: Nikolaj
Comandante Supremo de las tropas
Krasnow: “Verborgenes Russland” (La Rusia
bolcheviques. Trotzki escribe en sus memorias,
escondida), Diez años de trabajo forzado en los
que en ese entonces el destino de Petrogrado
campos de concentración soviéticos
colgaba de un pelo y una de las principales
tareas de la revolución de octubre fue repeler el
ataque de Krasnow. Si hubieran ganado Krasnow y sus cosacos la historia hubiera tomado otro
rumbo. Trotzki entendía algo de la revolución, pero nada de lo militar al hacerse cargo del Comando
Supremo de la Armada Roja. El viejo y experimentado general cosaco, con su larga tabla genealógica
de oficiales de zares, estaba frente a un novato militar que comandaba tropas revolucionarias, que
hasta hace pocas semanas no existían o estaban en formación. Krasnow apostaba a la ideología
conservadora de los cosacos, Totzki se valía de la propaganda revolucionaria. Finalmente, ganó la
estrategia política de Trotzki a la militar de Krasnow. En las estaciones de tren, los agitadores de
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Trotzki envolvían a los cosacos en discusiones. Influenciados por esta propaganda y por el repliegue
ordenado por Krasnow, los cosacos se disolvieron. Así de valientes que eran para defender sus
propios campamentos, así de fácil eran de desmoralizar al pelear por intereses ajenos. El sistema
antiguo había perdido sus últimos pilares. Krasnow, que sospechaba del provecho militar de la
agitación, atribuyó su derrota a los pocos hombres de su tropa: “En vez de golpear con el puño se
golpeó con un dedito”. Krasnow fue tomado preso el 15 de noviembre de 1917 y liberado
posteriormente por Trotzki bajo su promesa de honor de no pelear contra la revolución bolchevique
Krasnow rompió su palabra de honor y partió hacia el sur. La mayor resistencia se daba en el sur del
ex reino zarista. La batalla de los “blancos” contra la Armada Roja (los “rojos”), dirigida por Trotzki,
duró hasta 1920. Por los dos lados combatían cosacos, pero por cierto que la participación de los
cosacos entre los “blancos” era más alta que entre los “rojos”. Los “blancos” estaban unidos por su
antibolchevismo, pero fuera de ello no tenían una meta homogénea e idea política. Algunos líderes
cosacos apoyaban a Kerenski, otros jugaban con la idea de separar tierras cosacas de la recién creada
Unión Soviética. Krasnow soñaba con reconstruir el imperio del Zar. Creía que sus cosacos eran “la
mejor perla en la corona del Zar”, y si dependiera de su voluntad, esto seguiría así. La posición
totalitaria rusa- zarista de Krasnow era tan reaccionaria, que puede ser denominada con toda
confianza de irracional. La familia del Zar se desacreditó en la opinión del pueblo por el lío amoroso
del fanático monje Rasputín con la zarina, descendiente de alemanes. El único hijo del Zar estaba
incurablemente enfermo. El mismo Zar era un hombre irresoluto y gozaba de poca simpatía por
parte del pueblo ruso, antes de su destitución por la Revolución Rusa. Apostar al Zar ya significaba
antes de su asesinato, apostar a una cosa perdida.
Por algunos meses en 1918 pudo conservarse en el Don un estado cosaco apoyado por Alemania. El
11 de mayo de 1918 el Consejo (ruso: Krug) nombró un gobierno provisorio “para salvar al Don”.
El 16 de mayo fue nombrado Krasnow, atamán de los cosacos del Don, y dotado de poderes
dictatoriales. El 5 de junio Krasnow declaró la república del Don.
Con ayuda alemana y de aliados (especialmente ingleses), es decir, con el apoyo mutuo de estados,
que se combatían entre ellos, Krasnow formó una armada que ahuyentó a las tropas rojas de las
tierras del Don. Por un momento histórico se vislumbraba la posibilidad de un estado nacional
cosaco y de Krasnow como su creador y seguramente también su dictador militar.
Como atamán de la República del Don, Krasnow fue un pionero del terror masivo que impregnó el
siglo XX europeo desde la Primera Guerra Mundial. Los dos frentes usaban en la guerra civil rusa el
terror. Una orden diaria del comisario soviético para asuntos interiores del 4 de agosto de 1918 dice:
“Sobre todo no titubear o dudar en el uso del terror masivo”. Las tropas rojas tomaban rehenes y
practicaban ejecuciones secretas. El “terror blanco” no le cede en nada al “terror rojo”. Los presos
bolcheviques eran considerados rehenes y asesinados por venganza. Uno de los más importantes
colaboradores de Krasnow en el territorio del Don, general Denisow, escribe: “Era necesario
exterminar sin piedad a las personas que colaboraban con los bolchevique”. El mismo Krasnow
lideraba ejecuciones masivas. En una parte de su novela “Desde el águila del Zar hacia la bandera
roja”, Krasnow da una impresión de la mentalidad de los blancos: “Por la estepa venía hacia la
impedimenta un joven doncosaco galopando en un caballo bufeante y gritando ya desde lejos con
alegría: “Los nuestros han tomado el pueblo. Han asesinado a montones, entre 500 y 600 yacen
solamente en el pueblo. No fueron capturados muchos presos, y también ¿para qué?, si son todos
bribones que tienen que ser asesinados”. En otra novela Krasnow describe a un capitán de caballería
blanco que pasa revista a una tropa roja prisionera: “A la derecha ... a la izquierda ... a la derecha ...
un buen soldado, ¿por qué te dejastes encaprichar, por qué peleastes contra nosotros? ... ¿comisario?
... ¿oficial rojo? ... ¿comunista? ... a la derecha ... a la izquierda ... a la izquierda ... y entonces ... se
escuchaban los tiros, y las balas destrozaban los occipucios”, y el capitán ordena: “Encárguense de
retirar la carroña para no apestar el aire”.
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El régimen de Krasnow conservaba sin escrúpulos el castigo corporal y la pena de muerte, lo que
contribuía altamente a la impopularidad del zarismo. Un cosaco desertor de la armada roja a la
blanca del Don fue públicamente azotado por los patriarcas del pueblo, y después de confesar su
culpa con las palabras: “mi cabeza estuvo chueca y mi poto fue castigado por ello”, y de brincos
bonachones del pueblo, fue aceptado en la comunidad.
En las tierras de los blancos reinaba la anarquía. Los dirigentes blancos del lugar estaban ocupados
con la dirección bélica y no eran capaces de instalar una funcional administración estatal. Los judíos
sufrían intensamente con este caos. Ucrania es un país originario de los pogromos judíos. Ya en
tiempos del Zar la policía y los cosacos cerraron más de un ojo ante los asaltos del populacho a los
ghettos. En el año 1919, mientras las autoridades antiguas desaparecían y todavía no habían
sustitutos, gentes empobrecidas y abandonadas asaltaron los gettos judíos y asesinaron a más de diez
mil en Ucrania y en otras tierras ocupadas por los blancos. “Todos los judíos son comunistas”, era
una consigna común. El gobierno soviético prohibió los pogromos bajo castigo de muerte. No
obstante los cosacos de la caballería roja, bajo Budennyjs lo seguían cometiendo y equiparaban a los
judíos con los comunistas. Su grito de guerra era: “Derroten a los judíos, derroten a los comunistas,
salven a Rusia!”.
Krasnow gobernaba con tanto egocentrismo, que incluso su propia administración le volvió la
espalda y un Consejo (Krug) quiso disminuir su poder a través de una constitución. Fiel a su
tradición elitista de los tiempos del Pedro El Grande, la autonomía administrativa de los cosacos
padecía desde los comienzos de no haber tomado en cuenta la población mayoritaria no cosaca del
territorio del Don (los “externos”).
Muchos tomaron a mal que Krasnow dependiera de la ayuda de los alemanes, es decir del enemigo
de guerra hasta 1918. Krasnow ciertamente tenía un ideal: el Zar, y un alto sentido de honor, pero
no tenía principios políticos; él representaba las antiguas características de la vehemencia, de las
alianzas al azar con la única finalidad de servir a la propia meta y la incapacidad para la diplomacia.
Ya a fines de octubre de 1917, es decir cuatro meses previo al tratado de paz ruso - alemán en BrestLitowsk, Krasnow mandó un telegrama al mando supremo alemán de la agrupación de ejército en
Kiew: “Con asombro y admiración, mis cosacos y yo miramos a la incomparable batalla heroica de
defensa a su patria del ejército alemán en la frontera occidental”. El 28 de junio de 1918, Krasnow
escribe al Emperador alemán una amable carta pidiendo entregas militares y la aceptación de su
estado doncosaco; al mismo emperador que algunos meses antes había denominado instigador de la
revolución de octubre. Como contraparte, ofrece víveres y materias primas, cosas que escaseaban en
los tiempos confusos de revolución; éste no sería en último ejemplo de los gestos políticos poco
hábiles y la falta de sentido de la realidad.
Las tropas de Krasnow lograron interrumpir la conexión ferroviaria entre Moscú y Zarizyn. En
Moscú comenzaron a escasear el petróleo y los víveres. Los rojos lograron retener a Zarizyn y liberar
la comunicación ferroviaria. Dado que Stalin jugaba en este conflicto un papel
políticoadministrativo, Zarizyn fue cambiado de nombre a Stalingrado. Krasnow y Stalin no eran
contrapartes directos, pues el papel de Stalin en esos tiempos era demasiado modesto. Pero puede
que el odio que se tuvieron en el futuro, haya nacido de las experiencias mutuas de esos años
revolucionarios.
Al palparse la derrota, las tropas alemanas se retiraron de Ucrania y dejaron al descubierto el flanco
de las fuerzas armadas de los cosacos del Don, que ahora debía pelear con menos de 50.000
soldados en dos frentes. La presión militar de las fuerzas armadas rojas fue creciendo. Unidades
enteras de las fuerzas armadas de Krasnow pasaban al enemigo, otros capitulaban y muchos cosacos
desertaban. El 14 de febrero de 1919, Krasnow renunció como atamán de los doncosacos y traspasó
el resto de sus fuerzas armadas al general blanco Denikin.
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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
Finalmente los blancos tuvieron que retirarse a Krim y en 1920 fueron evacuados con barcos
franceses e ingleses. Alrededor de 30.000 cosacos huyeron, llevando en el cuello pequeños sacos de
tierra de su patria. En las novelas de Krasnow resuena la amargura después de esta derrota. “Toda
Rusia muere, podrida y degenerada..”.
Krasnow y su familia vivieron un tiempo en el exilio en Batum, Mar Negro, en donde Krasnow
comienza la primera parte de su libro ”Desde el águila del Zar hasta la bandera roja”. Desde allí se
exiliaron en Francia y Krasnow se convierte en Consejero de Asuntos Cosacos del Gran Duque
Nicolás, el hermano del Zar.
Después de la toma del poder de Hitler, Krasnow se muda a Berlín y ocupa el puesto de jefe de la
“Oficina Central de los Cosacos” y de la “Administración Central de los Ejércitos Cosacos”. Las dos
instituciones no tenían reales atribuciones. Podían ser interpretados a gusto propio como el núcleo
de un gobierno cosaco en exilio o como parte del caos administrativo en el estado de Hitler. De
todas maneras, en marzo de 1944 Krasnow designó a tres ministros en exilio, uno de Propaganda,
otro de Interior y otro de Exterior. En el mismo mes llegó el viejo rival de Krasnow, Wiatscheslaw
Naumenko a Berlín huyendo del ejército rojo. Naumenko había sido atamán de los cosacos de
Kuban en la guerra civil rusa. Ya en esos tiempos era visto como traidor. Mas tarde se dijo que
nunca había estado en el frente y que en su huida al barco llevaba consigo su piano y otros enseres.
Fue por él que muchos cosacos no encontraron lugar en el barco y cayeron en manos de los
soviéticos.
En 1920 en la isla griega Lemnos, Naumenko fue elegido por cosacos exiliados como atamán de
todos los cosacos, pero Krasnow no aceptó esta elección por fraudulenta. No obstante, Krasnow y
sus cosacos elogiaron a Naumenko en su ingreso a Berlín en 1944: ”El se ocupará de todas vuestras
peticiones” dicen en el saludo de bienvenida. Para los cosacos sólo existe un camino y este es el
tomar las armas contra “el mal mundial del comunismo judío”. En adelante Naumenko perteneció
junto a Krasnow y Sergej Pawlow a la dirección de la “Administración Central de los Ejércitos
Cosacos”. Palow murió el 17 de junio 1944 durante un asalto de partisanos en Novogrudok en Rusia
Blanca. Aparentemente fue asesinado por su propia gente. A raíz de ello Naumenko ordenó un
procedimiento acelerado, encontró culpable y mandó quemar vivo a su ayudante Bogatschew y su
familia.
En Berlin Krasnow no perdía oportunidad para adaptarse a las estructuras de poder del estado de
Hitler. El trató de demostrar que los cosacos no eran simplemente rusos, sino “por investigaciones
últimas ..., descendientes de la raza nórdica y dinaria”. Escritores aislados estaban de acuerdo y
opinaban que en los siglos IV y V después de Jesucristo, existió un país llamado “Kosakia”. Sin
razón justificada dicen “por su descendencia de sangre los habitantes eran de origen góticotscherkessico”. Krasnow apoyaba la construcción de un partido nacional cosaco en Praga y era
aceptado por Hitler como dictador de la nación cosaca. Por mucho tiempo sin embargo fue su
principal ocupación el escribir novelas. Fueron traducidas en 17 idiomas y alcanzaron varias 100.000
ejemplares.
IV. “El odio eterno” – las novelas de Piotr Krasnow
Dejemos presentarse a Krasnow mismo a través de algunas muestras literarias suyas. Las novelas
escritas en 1920 después de su fuga de la Unión Soviética muestran una vida idílica con olor a
vainilla y Pascua de Resurección, la cual es destruida por los comunistas y los judíos (o más bien por
los comunistas judíos). Cuánto más desarrolla y colorea sus bosquejos, más se le deforma, hasta que
finalmente cae incluso sobre sus héroes la sombra fatal, la que había reservado para los malévolos
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Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
comunistas. El viejo espadachín, experto en todos los ardides y trucos militares pero inepto en las
galantes mentiras literarias, sucumbe ante la sinceridad involuntaria de las novelas rosadas. Sus textos
se convierten en un campo de instrucción de deseos y angustias escondidas bajo cuerda.
El oficial ruso de la vieja escuela, Krasnow, cumple con honra y dotes de mando, mientras escribe no
se confunde en la orden de marcha. Un héroe en una de sus novelas, un oficial arrestado
injustamente, se siente humillado por ser vigilado por un simple soldado. Otro oficial decide
suicidarse por haber sido humillado -él, un oficial-, por un soldado sin rango. Sólo donde hay un
jefe, se logra la victoria. Krasnow describe un ataque a Plewna en Bulgaria, ocupada por los turcos
durante la guerra ruso-turca del siglo XIX. “Tenemos el 11 de septiembre, día del santo del zar. Con
grandes pérdidas logran los cosacos quebrar las líneas de defensa de los turcos, en primera plana el
comandante. En otros lugares queda el ataque detenido, pues “allí no hubo jefe, ...que se hubiera
tirado al parapeto”.
Permanentemente las novelas de Krasnow tratan de la lucha del bien contra el mal, de lo bello contra
lo feo. No existen matices. La juventud de las familias de los oficiales es “entusiasta”, “pura”,
“fuerte”, “sana”, tiene un rostro “abierto, honesto” y “ojos nítidos y claros”. La postura de los
oficiales es descrita por Krasnow como una permanente erección masculina. Los oficiales tienen un
cuerpo “como esculpido de piedra” y en incontables lugares en sus novelas “se mantenían derechos
como un huso”. Esta imagen de dura rigidez la traspasa Krasnow a Rusia, a la cual ama igual que a
los jóvenes oficiales: Es un pilar “artísticamente redondeado” puesto en una roca.
Los adversarios de Krasnow son pequeños, “feos y enfermizos” y tienen “limitaciones corporales”.
Acumulan “odio en su alma”, alimentan “odio contra todo el mundo, pero en especial contra Rusia,
que le ha dado hospedaje y alimentación”. En una conspiración contra el zar, participó una “joven
vellosa, deformada, judía, con ojos angostos y estrábicos, de piernas cortas y torpe”. Cuando uno de
los héroes de su novela ve al adversario histórico de Krasnow durante la revolución de Octubre,
Trotzki, piensa “encontrar en su cara restos de anormalidad en los momentos que sonríe
estúpidamente”. El judío Trotzki es para Krasnow un “pequeño, flaco hombrecito con ( ...) nariz
encorvada, que mira con desprecio a la multitud, deformado y con piernas chuecas”. Lenin tiene
“ojos delgados, torcidos, una cara amarilla” y tiene igualmente piernas cortas.
Las mujeres tienen sus roles claramente determinados en la sociedad, “Ella cosía y zurcía para él,
cosía nuevas bandas a sus pantalones, lo esperaba hasta que regresara de sus ejercicios y tiritaba por
su vida cuando el regimiento salía a reprimir agitaciones en cualquier lugar”, escribe Krasnow sobre
la esposa de un “oficial gallardo”. A la madre de un oficial, cuyo hijo muere en un combate
victorioso, deja decir: “Así es que no ha sido en vano mi servicio al emperador, de parir y criarle
fieles servidores”. Las figuras femeninas positivas son esposas y madres devotas. No tienen cabezas,
sino cabecitas que se amoldan al pecho de los hombres.
Los hombres representan el poder: “Mi voluntad fue la voluntad de más de 100 personas”, hace
decir Krasnow a un oficial que guía a su tropa contra una demostración. El hombre soldado se
dedica plenamente al colectivo. La voluntad de toda la tropa se fusiona con la del jefe, el cual por ello
se convierte en invencible. “Rusia necesita hombres”, podría ser el título del bosquejo blanco-negro
de Krasnow.
Pero cuando se trata de relaciones entre hombres y mujeres, se encuentran grietas y trisuras detrás de
la superficie intacta del perfume a vainilla, de mujeres zurciendo y de hijos de oficiales esculpidos
como en piedra. El amor, la relación interhumana más intensiva, no pertenece a la vida intacta que
existía todavía, según Krasnow, antes de la revolución. “Antes, las mujeres eran mas púdicas y
castas”, pero hoy en día, excepto algunas mujeres cosacas estables, o cometen adulterio o son putas
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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
Imagen tomada de la edición rusa del libro: Nikolaj Krasnow: “Verborgenes Russland” (La Rusia
escondida), Diez años de trabajo forzado en los campos de concentración soviéticos
cien por ciento”. En las novelas de Krasnow la sexualidad es abismantemente demoniaca. Krasnow
murmura sobre “cosas ..., que pueden asustarlo a uno” La noche de boda es el paso al infierno: “La
primera noche parecía una violación. Dejó para siempre asco, horror, ...”. Krasnow guarnece a las
relaciones heterosexuales con un rasgo de destrucción y sadismo. A uno de sus héroes de novela,
con altos rasgos autobiográficos, lo deja recordarse una escena con su amante: “Ella había llorado
con pudor de niña, pero él la había obligado a pararse frente a él desnuda y con los brazos en alto y
mientras el sintió un inmenso goze, el rojo del pudor se derramaba por su cuello, sus senos, su
cuerpo. Ella sufría, mientras el gozaba ...”.
Con Krasnow las relaciones entre hombre y mujer terminan en catástrofes,- excepto desde luego el
amor asexuado entre madre e hijo, que en inocencia total intercambian “besos ardientes”.
En las obras de Krasnow las alianzas entre hombres eran invulnerables a tanta decadencia. Hasta la
saciedad describe Krasnow a los bellos, “con caras rebosantes de salud sin excepción” de los
jóvenes, gallardos soldados. En ocasiones sale a la superficie el oculto homoerotismo de estas
descripciones. Un cadete está tendido en la escalinata del palacio de invierno en Petersburgo,
ocupado por las tropas soviéticas en 1917, “bonito joven con cuerpo esbelto como una niña”. Un
joven oficial tiene “facciones tan delicadas y lindas ..., que podría pensarse en una niña disfrazada”.
Los soldados están “enamorados” de su general. En la protegida sociedad de hombres en la caserna
ocurren escenas como estas: “En otra mesita Fedja y el guatón Boismann se esforzaban por
conquistar al bonito, parecido en su aspecto exterior a una niña, Starzew, un aristócrata de la tercera
compañía. “Starzew, mi corazoncito, no quisiera comer otro queque?”, lo persuadía Boismann ...”.
La sexualidad femenina no tiene espacio en el mundo masculino de Krasnow. Uno de los jóvenes
héroes de Krasnow está “encantado de su regimiento, como solamente lo pueden estar jóvenes
pulcros, que no han conocido todavía el amor femenino”. A las mujeres de su entorno las desprecia;
sólo ama a su madre y a la Zarina
En el hospital militar se enamora de una hija del zar, que es enfermera y “a la cual ningún
pensamiento pecaminoso osa acercarse”. El joven pulcro muere en la Primera Guerra Mundial en
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Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
uno de esos ataques a las trincheras, en las que se hundían las viejas virtudes cosacas como coraje,
amor a la patria y honor, entre alambrados y fuego de ametralladoras.
El título “El eterno odio”, que eligió Krasnow para uno de sus libros, podría resaltar sobre todas sus
obras, incluso es el presagio de su vida y de la vida de sus hijos y nietos. Ante todo, también aquí lo
bueno y lo malo está pulcramente separado. Las figuras positivas, los pastores y creyentes, anuncian
el amor. A sus enemigos, los judíos y comunistas, los acusa de predicar el odio. En “El odio eterno”
describe como dos miembros del Servicio Secreto Soviético asesinan a un alto miembro del partido,
atormentado de dudas, roban la caja del partido y viajan con el dinero a un hotel de divisas en donde
frecuentan prostitutas. Uno le dice al otro: “Me gusta tomarme las mujeres de aquí ... Tienen un
encanto especial! Sabes, si en el momento del éxtasis les miras a los grandes oscuros ojos, no es
amor lo que ves, sino odio! Y cómo! Esto si que es genial! Esto te cosquillea la pasión”. El odio que
Krasnow deja extender al lado contrario, se derrama finalmente sobre la barricada. En la última
escena de la novela un oficial cosaco exiliado en París se declara partidario del odio: Si el extranjero,
en vez de invadir la Unión Soviética, le cree a sus mentiras, “entonces ... el amor ... se convierte en
odio”, -dice- y baja repentinamente su mirada obscurecida. Krasnow vivía en el exilio en París,- es
muy factible, que el mismo se retrató en esta escena. Krasnow hizo suyo ese odio, que estimula el
orgasmo a su comunista imaginado.
La novela más conocida es “Del águila del Zar a la bandera roja”. En la traducción alemana se
vendieron varias ediciones de 100.000 ejemplares y en 1953 fue reeditada a pesar de sus pasajes
antisemitas. También está traducida al español. El héroe Sascha Slabin tiene claros rasgos de
Krasnow, él es un oficial ruso que vive la caída del imperio zarista. Sascha Slabin es una creación de
Krasnow de pie a cabeza, es noble, un “oficial joven y delgado”, es “la imagen de un joven dios ...
sin temor ...” y “con todas sus fibras consagradas al emperador y a la patria”. Él tiene “una cara
fresca, ojos relucientes” y pertenece a un “regimiento famoso, lindo”. Casi innecesario decir, que
siempre se mantenía erguido y que al comienzo de la acción, ya siendo oficial, no se había acostado
con ninguna mujer.
La novela comienza en el imperio zarista. La familia del Zar llega a una parada de tropas. A pesar de
su incapacidad literaria, Krasnow logra con la descripción de esta parada, un resumen sociológico de
las tantas miles de hojas escritas por él. Al llegar el zar, sale reluciente el sol del, hasta ese momento,
cielo cubierto. “Se hizo el milagro. El Ungido del Señor, el Zar, aparece en todo su esplendor y
majestuosidad, fabulosamente bello en su noble corcel”. Las “masas oscuras” de la infantería se
formaron en bloques. A la orden de “presenten armas” pareciera “como si un inmenso erizo saliera
repentinamente de las praderas pantanosas: la infantería levanta los fusiles con sus bayonetas”.
Un cuadro opuesto dibuja Krasnow del grupo que rodea a la “joven y hermosa emperatriz” (es decir
la zarina) : “Un gran ramo de flores de mujeres bonitas y niñas jóvenes bajo sombrillas multicolores
...”.
Los hombres como masa gris de erizos y tierra con los atributos masculinos de fusil, bayoneta y
caballo, unidos por el entusiasmo al soberano; las mujeres lindas y coloridas, con sombrillas, más
bien hermanas que amantes,- también aquí Krasnow conserva la distribución beata de los roles
sexuales de su vida intacta.
Krasnow no deja faltar en esta descripción el reflejo al que sucumben infaliblemente los individuos
fijados en el jefe en medio de la masa, igual que visitantes inexpertos de un concierto sucumben al
impulso de aplaudir entre los movimientos de una sinfonía: “A Slabin le parece que el emperador lo
está mirando solo a él”. El jefe dispone en esta descripción de la capacidad de dar a cada individuo
en la masa la sensación de ser alguien importante. “Una señal de tu mano, y yo me muero, sucumbo
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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
en el mar de la dicha de la muerte, pues morir por ti es la dicha”, siente Slabin después de esta
mirada.
La caballería cosaca no pertenece a la “masa oscura” de la infantería, ella tiene regimientos propios.
También en otras novelas de Krasnow son ellos los mejores soldados, “tan diferentes a los otros
soldados” y resaltan de la masa. Ellos atacan, cuando la infantería, mucho más numerosa –el
hundimiento ruso- retrocede. “Nosotros los cosacos estamos ... siempre al frente”. Los cosacos de
Krasnow son la garantía para la vida intacta – son soldados cristianos y contrarevolucionarios. “No
puedo imaginarme otra vida que la militar ... Las primeras palabras que hablé fueron comandos y la
primera canción que canté fue una canción cosaca”. “Del más joven cosaco hasta el oficial más
antiguo vivían únicamente para el servicio, no se preocupaban de la política y obedecían
puntualmente las órdenes. Los cosacos eran educados en la moral cristiana y en el amor
incondicional hacia el Zar y la patria”; “( ...) y no creo en ninguna revolución. Nosotros los cosacos
no dejaremos que ocurra”.
Así como los cosacos se sienten superiores al soldado común, así se sienten los soldados en relación
al “pueblo”. El pueblo forma el trasfondo de la escena, adora al zar, pero, fuera de esto, Krasnow
sabe decir algo poco positivo sobre él: es bonachón y tonto y necesita de un jefe fuerte.
Característico de las ideas de Krasnow sobre el orden social es su descripción de un pánico colectivo
en la cercanía de Moscú , del cual fue testigo Slabin y que se podría haber evitado si se hubiera
mantenido el orden tradicional. El contacto entre Zar y población era severamente graduado por el
viejo protocolo. Para una fiesta de coronación, el Zar había ordenado “que ningún policía debiera
molestar al pueblo”. El viejo orden protocolar es alzado y la desgracia no puede ser detenida. El
pueblo va a recibir antes de la fiesta “confites viejos y malos” y cerveza. Mientras se reparten, todos
empujan hacia delante. Como la muchedumbre no está separada ni en rango ni en sexo, ni formada
en bloques, cae en pánico. “Es que el pueblo es una bestia”, “la masa rabiaba y rugía, delante de la
pareja del Zar”; “la masa borracha estaba fuera de sí”. La gente se pisaba y se mataba por cientos.
Después de haberse llevado los cadáveres, Krasnow deja comentar a un pasante, cómo él se imagina
la relación entre dominador y dominado: “La policía debería haber estado más alerta, el emperador
no conoce tan bien a su pueblo como su policía”. Un príncipe ruso, que había observado el pánico,
lo dice más claro: “Deberían haber traído a los cosacos, la fuerza montada hubiera logrado dispersar
a la masa”.
Volvamos a la novela. Slabin tenía un hijo ilegítimo llamado Viktor. El “partido”, es decir los futuros
bolcheviques, ordenaron a la madre de Viktor comenzar una relación con Slabin, la que se convirtió
con el tiempo en amor.
A causa de esta experiencia ella se convierte en creyente y deja de obedecer las órdenes de su
partido. Slabin la abandona para salvar su honor de oficial, pues fue ofendido por el hermano de ella.
La mujer se casa, ya embarazada de Slabin, con el anarquista Korshikow, del cual Krasnow opina que
es un completo asco. La mujer muere en el parto. Korshikow emigra con Viktor, el hijo de Slabin, a
Suiza y lo utiliza como experimento de educación. Viktor debe «absorber con la leche materna el
odio hacia las clases superiores», debe convertirse en algo así como una máquina de odio, un anti
Messias anarco, herramienta de una conspiración mundial judía. El experimento educativo tiene tal
éxito, que incluso Korshikow mismo tiene terror a la inescrupulosidad de Viktor. Viktor corta las
patas a los gatos y arruina a las mujeres. Viktor, que no desciende de judíos, se convierte en el judío
más judío de esta novela antisemita.
En Suiza trabajan conspiradores rusos (la alusión a Lenin y Trotzki, que también estaban en el exilio
suizo, es obvia). La figura que representa a Lenin es un emigrante reservado, Nikolai Illitsch
Burjanow con su nombre de partido «Bronin», un hombre con «cráneo pelado, cara pequeña, ojos
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Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
rasgados y estrábicos y figura anormal, piernas torcidas ... una monstruosidad». Éste encuentra en un
paseo a un «judío flaco y viejo con barba gris hasta el pecho», que pertenece a una logia secreta.
«Nosotros somos una fuerza poderosa», dice el judío, que no quiere ser identificado. «Nosotros
sometemos al mundo. Los seres humanos son animales con aspecto humano para servir a Israel a
más alto honor». El misterioso judío le manda a su profesor de la logia, un hombre llamado Leo
Davidowitsch Stotzki. Krasnow se refiere con esta figura a Leon Trotzki, su adversario durante la
revolución y guerra civil. Strotzki era un judío vivo y gracioso con pelo rojo, bueno para comer,
beber y flirtear. Era extraordinariamente sensual hasta con excesos sádicos y arrogante sin límites.
Stotzki explica su plan a Burjanow: El socialismo es sólo un pretexto, “pues nosotros (la logia) nos
encargaremos de todo y seremos todopoderosos ... terror sangriento, nunca antes visto, compañero,
así comenzaremos”. “Llegará el día, en que usted y yo, compañero, gobernaremos el mundo ...
mujeres de las clases altas vendrán hacia mí a entregarse y yo torturaré y martirizaré a sus hermanos
y prometidos delante de sus ojos ... Usted ya lo verá, compañero! Ahora sabe quien soy. Soy el Zar
de los judíos! Yo sé como mostrarle a los Gojim (no judíos) qué es lo que significa la dominación
judía. ¿Usted quiere saber quién me mandó? Esto no se lo puedo decir. Él es uno de los treinta y tres
viejos sabios que gobiernan la tierra.. Él es la cabeza del socialismo, que entiende como rebajar a
todos a esclavos, como llevar a todos a un estado animal.”. Burjanow acepta la proposición.
Krasnow pone en su boca todos las palabras incitantes del repertorio del antisemitismo como “sed
de venganza” y “ríos de sangre”.
El modelo para esta escena son los “Protocolos de los sabios de Sion”, una falsificación elaborada
por la policía secreta del Zar. Son los protocolos de una presunta reunión de conspiradores judíos en
Suiza, que querían, como así dice, implementar un gobierno mundial, cuyos instigadores serían ellos
mismos. Este gobierno mundial se compondría, según se dice, de masones, dirigidos por los judíos,
igual que detrás del socialismo estarían los judíos.
El antiguo seguidor de Hitler, Alfred Rosenberg, trajo los “protocolos” después de la revolución
rusa desde Moscú, su lugar de estudio, a Alemania. Su idea fundamental y muy a menudo también su
texto circulan todavía hoy en escritos de ultraderecha, en revistas de sectas y en mailboxes de
extrema derecha. Los “protocolos” encajan tan bien en la visión del mundo antisemita, que son
imunes a cualquier desmentido, - incluso Hitler ve en el comprobante de la falsificación el “mejor
testimonio de su veracidad”.
Al comienzo de la 1ª Guerra Mundial, Viktor sale de Suiza, se introduce de incógnito en las líneas
rusas y se convierte allí en ayudante de Estado Mayor. Su tarea en el partido es demoralizar las tropas
rusas y “matar al mejor de los Gojims”, una orden que se convierte en leitmotiv de la novela. Las
novelas de Krasnow están impregnadas con este odio a los judíos, su antisemitismo se da como algo
evidente, garantizado por la tradición, y se encuentra más bien en escenas secundarias. Krasnow a
menudo traza una paralela entre la crucificación de Jesús de Nazareth y los crímenes de los
comunistas por él descritos. El pertenece al antijudaísmo cristiano ya establecido en la tradición del
Evangelio de San Juan. La tradición dice, que después de haber asesinado al hijo de Dios, los judíos
son culpables de todo lo otro. Los judíos agitan a los revolucionarios rusos de 1905. Los judíos son
especuladores y espías. Los revolucionarios rusos son “judíos descarados sinverguenzas” y “un
paquete de judíos”.
Las novelas publicadas por Krasnow después de 1933 en su exilio en Berlín, tienen el mismo tenor
que “Del águila del Zar a la bandera roja”. Se repiten muchas escenas, incluso pasajes escritos. Pero
en la novela “El Imperio en Cadenas” se convierte el odio antijudío, hasta entonces más bien
convencional y ocasional, en el agresivo tema central. Krasnow inventa en esta novela un asesinato
ritual judío a un niño cristiano. Este asesinato se presenta como principio de construcción de la
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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
novela en su totalidad de 416 páginas. La acusación de un asesinato ritual de niños cristianos por
parte de judíos es una componente fija del antijudaismo cristiano. Durante el esclarecimiento perdió
sin embargo toda credibilidad. Krasnow lo utiliza incansablemente como patrón para su novela
histórica al umbral del siglo veinte. En “El Imperio en Cadenas” Krasnow reparte ampliamente los
atributos antisemitas, que hasta ahí había guardado para sus enemigos más nobles como Trotzki. Los
judíos son “peludos, deformados, de patas cortas y torpes”, tienen “ojos angostos y estrábicos”, son
“monos de pelo negro y largos brazos”, de “pelo rojo, gordos, mugrientos, hinchados, sucios”,
“quimeras judías - masonas” y “reconocen a un solo Dios, el capital”. Le enseñan al proletariado
ruso a “dinamitar a toda Rusia”. Ellos mismos son los culpables de los pogromos, sí, ellos mismos
quieren realizar un pogrom contra Rusia. Incluso Krasnow data a la esvástica, que proviene de sectas
panalemanas - esotéricas de la Austria de Hitler, a la acción en Rusia de “El Imperio en Cadenas”.
Volvamos nuevamente a Slabin, el héroe de la novela “Del águila del Zar a la bandera roja”. Él sale
airoso de varias batallas y se convierte en general. Además, participa en la conspiración en la cual es
asesinado Rasputín, el monje oscuro que hechizó a la Zarina. La consigna de esta conspiración es
“venganza”. El hijo de Slabin muere en un ataque de caballería en contra de una posición de artillería
alemana y Slabin resulta herido. En el hospital militar un sacerdote le regala el Nuevo Testamento y
aquí es testigo de como los otros pacientes hablan sin respeto de Dios y del Zar, de como sus
colegas oficiales coquetean con la revolución y no se preocupan de sus tropas. A Slabin le comienzan
a asaltar dudas.
Abre su nuevo testamento y “las primeras palabras que se le aparecen son: “La venganza es mía, yo
quiero desquite”. Esta parte de la Biblia aparece en las novelas de Krasnow a menudo. Es la palabra
recogida por San Pablo, con la cual el Dios del Viejo Testamento finaliza los círculos diabólicos de la
venganza de la sangre y se reserva la revancha. El texto no describe, como lo quisiera una lectura
antijudía, a un Dios vengador, más bien rompe con la lógica de la venganza y declara nulas las
promesas de venganza dictadas por el jefe de familia a las generaciones posteriores. Dios mismo no
tiene que convertirse en vengador, no se reserva la venganza para practicarla más poderosamente
que el humano. Pero Krasnow explica la reserva vengadora de Dios en el sentido de la lógica del
desquite. Su novela “Entender significa perdonar” termina con una promesa de venganza a los
comunistas: “el ángel de la venganza se desliza con aleteo silencioso por los aires, ahí sobre la tierra
grande, rusa. Y con angustia y tiriteo, los corazones sienten el venir incontenible de esa venganza,
que estará sobre cualquier humano: la venganza de Dios!!! ...”.
Una vez recuperdo de sus heridas, Slabin asume el mando de un cuerpo militar desastrado y en poco
tiempo lo convierte en un ejército ejemplar, de tal manera que la victoria en esta guerra (y estamos
en el año 1917, en que todos hablaban de la victoria total) se ve cerca. Pero pocas horas antes del
ataque crucial, llega la orden del cuartel general de interrumpir la ofensiva. En Petrogrado había
estallado la revolución y se extendía a las tropas del frente. Los cosacos son la única esperanza de los
fieles del Zar, pero finalmente ellos también acaban rebelándose. Slabin, que representa a Krasnow,
debe observar como sus soldados marchan frente a él con banderas rojas,- el nieto de Krasnow
observará medio siglo después con sentimientos parecidos a las banderas rojas en las calles de Chile.
Slabin se traslada a Petrogrado, al bastión de la revolución, es reconocido y arrestado pòr Korshikow,
el padre adoptivo de su hijo Viktor. Con otros presos importantes, una “sociedad de olvidados” es
llevado al Instituto Smolny, de donde algunos son llevados a la fortaleza de Pedro y Pablo y otros a
un “destino sin regreso”. El interrogatorio de Slabin.se convierte en una discusión política durante la
cual los interregoadores le insinuan la posibilidad de pasarse a su lado y dirigir a la armada roja,- el
nieto de Krasnow dirigirá interrogatorios parecidos, en los cuales exijirá “colaboración” y prometerá
como contraprestación la libertad. Slabin se niega y es llevado a la fortaleza de Pedro y Pablo.
Durante la noche escucha el venir de camiones, los insultos, gritos y gemidos en el pasillo y en el día
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Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
siguiente los comentarios de los vigilantes “Ayer nuevamente se llevaron “para siempre” a veinte y
siete hombres”. Un miembro de la policía secreta Tsheka, con ganas de charlar, cuenta a Slabin que
la pena de muerte está anticuada, que ahora los presos son “apartados” y utiliza la formulación
de.”simplemente hacer desaparecer a la gente para siempre”. Después del golpe militar en 1973 la
palabra “desaparecer” se convierte en la máxima del terror del servicio secreto en el Chile de
Pinochet. El Tshekista describe a Slabin como los presos son asesinados en un garaje, como chinos
descuartizan al cadáver y se lo dan de comer a las bestias en el zoológico. “Es fantástico. Sólo
considere: esto significa la aniquilación de la existencia en el sentido real de la palabra”. Los
familiares que reclaman los cadáveres son despachados por la policía. “ Quiere que les extraiga los
cuerpos de sus mártires de las guatas de las panteras y hienas”, dice el Tshekist.
Después de un largo período de prisión, Slabin es llevado a su casa. Nuevamente niega una
colaboración con los soviets cuando un antiguo amigo general en los tiempos del Zar y ahora
servidor de la armada roja, le ofrece colaborar con los soviéticos, dado que la derrota de los blancos
es inevitable.
Su hijo Viktor, la bestia resultante del experimento educativo de los comunistas, lo visita, le ofrece
un cigarro y trata de convencerlo. Como Slabin se niega, lo desnudan y torturan bajo el mando de
Viktor. Krasnow deja también aquí tomar el rol de torturador a los “sucios” chinos. Este trabajo
sucio no lo quiere atribuir a los rusos. Uno de los chinos quema los brazos de Slabin y le quita la piel
en cuerpo vivo. Lo llevan a un garaje subterráneo donde un camión tapa la vista y el ruido del motor
tapa los gritos y los disparos. Antes de amanecer se deshacen del cadáver de Slabin.
La novela finaliza con la decisión de un fiel del Zar, que después de su huida al sur decide volver a
Petrogrado y salvar a Tanja, la hija legítima de Slabin, de las manos de los Tsheka y al mismo tiempo
espiar los puntos débiles de los soviets.” ¿Se han ganado sólo la horca o habrá que quemarlos
lentamente sobre el fuego?” dice a su compañero de armas antes de partir. Logra rescatar a Tanja
poco antes de su fusilamiento en un centro de prisión secreto y huyen a Petrogrado. En la última
noche antes de la huida por el Mar Báltico cae “la cabecita de Tanja al pecho del amante” y el cierra
“con un ardiente beso esta boca pulcra virgen”.
En el sur mientras tanto, el cuerpo de voluntarios cosacos huye de la armada roja. Consiste en “no
más de alrededor de 1500 hombres ...esto fue todo lo que el pueblo de cinco millones de cosacos del
Don pudo reunir para su defensa. Los 1500 hombres llevan consigo familiares, heridos, moribundos
y enseres. No es una expedición militar sino un flujo de refugiados que finalmente es evacuado,
como lo fuera también el mismo Krasnow, por barcos ingleses y franceses. Un cosaco deja subir
primero a su familia al barco, fusila después a sus caballos por falta de espacio allí y finalmente se
suicida. Como le corresponde a un oficial, Krasnow informa de su derrota. Su explicación del
porqué de la revolución rusa es simple: Dios se apartó de Rusia. La conspiración mundial judía
ocupó su patria, pero “el bolchevismo es ajeno a la tierra, no puede hechizar al ruso verdadero”,
pues Rusia vive todavía y resucitará. Esto guarda un parecido asombroso con el nacionalsocialismo,
pero hay que tener en cuenta que los prejuicios de Krasnow eran en general tradicionales y sin el
ingrediente biológico racista de los de Hitler. Para Krasnow, Rusia es igual a Dios, Zar y patria. La
descendencia biológica no determina el carácter; el hijo de Slabin sigue siendo, a pesar de su origen
noble ruso, el canalla para el cual fue educado.
El conservadurismo monárquico de Krasnow no sirve para los combates ideológicos del siglo XX,
igual que un uniforme de parada no sirve en el campo de batalla moderno. Incluso su
anticomunismo es apolítico en su desamparo. Como un hilo conductor se extiende por sus libros la
incapacidad de entender las temerosas modernizaciones de la sociedad rusa en el comienzo del siglo
XX. Para Krasnow es una “época nueva y desconocida”. En el libro “El odio eterno” un viejo
cosaco quiere apalear a su hijo porque este elige ser ingeniero y no oficial La capacidad de
20
“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
comprensión política de Krasnow ya fue superior a sus fuerzas en el primer intento revolucionario
en 1905. “Nos tomamos en ese tiempo, 1905, la cosa demasiado a la ligera, no exterminamos el mal
desde la raíz”, le deja decir a un veterano cosaco, que salió en contra de obreros en huelga. Después
de la revolución en febrero de 1917 Krasnow hubiera preferido al atamán cosaco Kornilow como
dictador en Moscú.
En la misma novela Krasnow describe un episodio que deja sacar conclusiones sobre su propia
incapacidad de aprendizaje político: un profesor se extraña de que en una reunión de su escuela reine
un tono distinto y que se tomen decisiones radicales como suprimir las clases de religión, exigir la
educación mixta o aumentar el sueldo de las mujeres de aseo. Al alejarse de la escuela se acuerda de
haber guardado un panfleto sin haberlo leído. Era la proclamación de la revolución de octubre!. El
profesor estaba indignado por el tono subversivo de los estudiantes. La revolución misma había
sucedido sin que él se diera cuenta.
Krasnow sólo pudo imaginarse la salvación rusa -así como anteriormente su ocaso- a través de una
intervención extranjera. “Si una vez por todas viniera una intervención ... aunque fuera del diablo.
Da igual” Los fieles del Zar que habían permanecido en Rusia esperan “que afuera en el extranjero
hayan puesto una armada”. Un oficial del Zar exiliado espera “que finalmente se declare una cruzada
contra los comunistas, así como lo declaró Hitler en Alemania. La heroína en “El odio eterno” sueña
con la armada blanca en el extranjero. El sueño se convertiría en realidad, pero en forma de
pesadilla.
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Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
2 PARTE: Los cosacos en la Segunda Guera Mundial
I. Los cosacos y las Fuerzas Armadas alemanas
Lema: “Si una vez por todas viniera una intervención ... aunque fuera del diablo. Da igual.”
(P.N.Krasnow, El odio eterno, p.432)
En 1941 la Alemania de Hitler atacó a la Unión Soviética. Muchos de los cosacos que huyeron en
1920 esperaron, después del rápido avance de las fuerzas armadas alemanas, que los pueblos
oprimidos por Stalin pelearan contra el comunismo, uniéndose al lado alemán. Pero la mayoría de los
habitantes de las aldeas cosacas en Ucrania y en las regiones de los ríos Don, Kubán y Terek, no los
recibieron como libertadores; sólo una fracción de cosacos trabajó junto a los alemanes o peleó a su
lado. Mientras muchos de los cosacos exiliados desde 1920 volcaban todas sus esperanzas hacia
Hitler, aquellos criados en la Unión Soviética sentían repudio a la brutalidad de los ocupantes
alemanes.
Hitler no estaba dispuesto a entregar derechos autónomos a las minorías nacionales en los territorios
ocupados del Europa Oriental. Recién en noviembre de 1943, es decir meses después de la derrota
decisiva alemana en Stalingrad, Alfred Rosenberg (Ministro del Reich de las tierras ocupadas del
oriente) y Wilhelm Keitel (jefe del comando mayor de las fuerzas armadas) prometieron a los
cosacos su vuelta a sus territorios originarios y la recuperación de sus antiguos derechos, arrebatados
por la revolución de Octubre. En señal de agradecimiento, los dos fueron nombrados cosacos de
honor: Rosenberg se convirtió en von Rosenberg.
El prometido estado imaginario “Kosakia”, cuyo jefe de gobierno debía ser Krasnow, debía motivar
a los cosacos a pelear con los alemanes. Ahora la Alemania de Hitler movilizaba también esas fuerzas
que, hasta hace poco, miraba con arrogancia y desprecio. Pero mientras los dirigentes alemanes
prometían a los cosacos un estado autónomo, sus fuerzas armadas tenían que retirarse de sus
terrenos. Los cosacos que habían colaborado con los alemanes y temían la venganza de Stalin
huyeron hacia el oeste, bajo la custodia de las decadentes fuerzas armadas alemanas. Sin saberlo
cabalgaban hacia la trampa.
Durante la 2da. Guerra Mundial combatieron por el lado alemán muchos cientos de miles de
soldados no alemanes. A fines de la guerra, la Waffen–SS había crecido a alrededor de 90.000
hombres, de los cuales casi la mitad no eran alemanes. Los cosacos pertenecían a tres asociaciones,
además de la Waffen-SS:
*Las fuerzas armadas del General Andrej Wlassows. Wlassow, siendo preso de guerra alemán, se
ofreció como aliado a la dictadura de Hitler, convencido de que Stalin era el mal mayor. Sus fuerzas
armadas se componían mayoritariamente de rusos dispuestos a escapar de los campos de
concentración y de trabajos forzados, que se alistaron al servicio militar alemán (“asociaciones
voluntarias”). Estos “voluntarios” eran empleados generalmente en la economía de guerra. De facto
Wlassow continuaba siendo prisionero de guerra.
La propaganda nacionalsocialista usó su prestigio para convencer a los soldados de la armada roja de
que desertaran. Los cosacos de Wlassow no estaban unidos en unidades propias, la mayoría se había
criado en la Unión Soviética. Recién fines de 1944, cuando la derrota alemana era evidente, Wlassow
obtuvo el permiso para formar tres (en vez de las diez pedidas) divisiones. Estas divisiones estaban
en la retaguardia del frente oriental alemán en retroceso.
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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
*Una división cosaca, bajo la orden del general von Pannwitz. Esta división, que más tarde fue
ampliada al 15º cuerpo cosaco de caballería, estaba formada mayoritariamente por cosacos que
habían vivido en territorios de la Unión Soviética ocupados por los alemanes.
*La división de cosacos General Timofei Domanow, que formaban gran parte de los fugados de la
guerra civil rusa y de sus familias. Su atamán fue por algún tiempo Krasnow. Esta división no
participó en batallas importantes.
Krasnow y von Pannwitz no pasaron mucho tiempo juntos, pero sus carreras se cruzaron en
momentos decisivos. Los dos tenían visiones parecidas sobre un estado cosaco independiente.
Krasnow visitó en varias ocasiones las tropas de Pannwitz. Los dos se entregaron en Austria a los
ingleses, fueron extraditados a la Unión Soviética y a la central del servicio secreto Lubjanka en
Moscú, donde fueron ejecutados casi al mismo tiempo.
Helmuth von Pannwitz nació el 14 de octubre de 1898 en Botzanowitz (Alta Silecia). Durante la 1ª
Guerra Mundial (1914-1918) fue subteniente en diferentes frentes. En 1919 combatió en diversos
cuerpos de voluntarios en Silecia, donde fue herido. Después de su despedida del servicio militar,
peleó en 1921 en un cuerpo de voluntarios en Alta Silecia y fue condecorado con la Orden de Águila
de 1er grado por sus “Servicios a la Defensa de Alta Silecia”. De ahí se convirtió en administrador
de fundo en Polonia y volvió en el verano de 1933 a una práctica de reserva a Alemania. En 1935
entró como capitán de caballería a la Reichswehr, y participó en 1939 como mayor, en la ocupación
de Polonia y Francia. En 1940 participó en la guerra contra la Unión Soviética pero tuvo que dejar su
comando por enfermedad.
Desde niño, Pannwitz sentía una gran admiración romántica por los cosacos y en el transcurso de su
vida se identificó con ellos hasta la total entrega personal. Los soldados y oficiales alemanes que
combatieron con él y escribieron más tarde sus memorias, describen sus cualidades castrenses. Casi
todo lo escrito sobre Pannwitz está localizado en la literatura derechista y en las novelas anacrónicas.
A Pannwitz le corresponde mayor justicia histórica. Detrás de las descripciones fraternales de sus
compañeros de armas, trasluce la figura de un hombre que (un Don Quijote moderno en el mejor de
los sentidos) peleó en el tiempo equivocado, en el lugar equivocado y con los medios equivocados,
bajo el comando de Hitler, por un mundo más justo.
Pannwitz quería entregar la libertad a los cosacos. Siendo general del ejército alemán, creyó que
podía conseguir esta meta con argumentos contra el nacionalsocialismo y con armas contra el
comunismo. Pannwitz es descrito como caballeroso, noble, diplomático, de paternal camaradería,
cristiano creyente e idealista, que se comportaba humanamente con los presos enemigos. En cartas y
conversaciones se volvía contra la obsesión de Hitler y de la SS, que los eslavos fueran subhumanos.
El soñaba con un “nuevo orden humano”, en el cual también los cosacos tuvieran su espacio, y
encontraba que el saqueo alemán de los territorios orientales ocupados, era una “política paranoica”.
Aparentemente, Pannwitz no sacó conclusiones políticas de su crítica; él fue, como dice un bosquejo
biográfico, un “antipolítico”.
Los cosacos lo adoraban. En marzo de 1945 lo designaron cosaco de honor y atamán de campaña de
todas las armadas cosacas, la primera y única vez que un no cosaco recibiera esta distinción, un gesto
tierno, desvalido, de una tropa derrotada poco antes de su hundimiento.
Pannwitz debió superar fuertes resistencias antes de obtener sus propias tropas cosacas autónomas;
cualquier forma de independencia de los países europeos orientales no estaba previsto en los planes
de Hitler. Pannwitz en persona tuvo que convencer a Hitler de su propósito. Según parece, Hitler
terminó la conversación con un: “Inténtelo entonces”.
23
Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
En noviembre de 1942, Pannwitz obtuvo el mando supremo sobre las unidades cosacas emplazadas
en el bando alemán, y en abril de 1943 ya había organizado en Mielau (Prusia Oriental, la actual
Mlawa) la 1ª División de Caballería Cosaca, que se encontraba bajo el mando de la armada alemana y
era dirigida por oficiales alemanes. Pero Hitler no permitió que cosacos, que para él pertenecían a
una raza humana inferior, lucharan en el frente oriental. En 1943 todas las “formaciones autóctonas
antisoviéticas” recibieron la orden de retirarse del frente oriental y regresar hacia Europa Occidental.
Pannwitz, sin embargo, logró obtener la orden de marcha hacia los Balcanes, donde debía instalar su
tropa para luchar contra los partisanos de Tito. No obstante, los cosacos estaban disgustados, pues
ellos querían pelear contra Stalin. Para elevar su ánimo, Pannwitz invitó a Krasnow -de 74 añosdesde Berlín a Mielau. Después de un cuarto de siglo estaba nuevamente entre las tropas cosacas!.
Pannwitz le había otorgado para esta visita, guardaespaldas propio. La llegada de Pannwitz y
Krasnow al campamento enardeció los ánimos de los cosacos, que los recibieron con gritos de
entusiasmo. Durante esa noche, Krasnow paseó de fogata en fogata saludando a viejos compañeros
de combate o a hijos de éstos, mientras “las lágrimas caían por sus viejas y surcadas mejillas”. En la
mañana siguiente celebró la última fuerza armada montada de la historia mundial un desfile militar.
El “clero en su conjunto” participó, un cuerpo de trompetas tocó la marcha cosaca de guardia, los
cosacos dieron el saludo de Hitler, -aparentemente para satisfacer a los “espías” presentes del
comisario de defensa del Reich para Prusia Oriental Erich Koch (Pannwitz prefería el saludo militar
tradicional al “Heil Hitler”). Tras el desfile comieron buey asado, bebieron aguardiente y finalmente
se entretuvieron con la justa alemana y juegos cosacos a caballo. Se tocó el himno del Zar. Al llegar
la noche hubo que apagar las fogatas, pues en el verano de 1943 los aviones de los aliados ya
dominaban el cielo de Alemania.
La visita de Krasnow a Mielau fue un acto de estrategia militar psicológica. Los cosacos estaban
divididos por generaciones y por zonas de origen; existían panrusos y separatistas, refugiados de la
guerra civil de 1920 y partidarios de Wlassow criados en la Unión Soviética, anticomunistas
militantes y presos de guerra que ingresaron a la tropa para escapar del campo de concentración. El
odio a Stalin mantenía más o menos unida a esta fracción pero, al enterarse de que no irían a luchar
contra él, esta operación que tanto le había costado a Pannwitz imponer ante Hitler empezó a
tambalearse. En medio de esta situación de inestabilidad interna, Krasnow supo encontrar las
palabras clave: “se trata del combate en conjunto contra el bolchevismo y no tiene importancia en
que lugar ustedes estén designados”. Gracias a esta locución, las tropas cosacas emprendieron sin
problemas la marcha el 25 de septiembre. La orden del día de Pannwitz era: “Ha llegado nuestra
hora. Nuestra lucha debe conducirnos al aniquilamiento del bolchevismo! Libertad a los cosacos!”.
En las cabezas de Pannwitz y sus cosacos se confundieron los objetivos bélicos de aniquilamiento y
libertad, a pesar de ser éstos tan distintos.
Los libros en los que aparece Pannwitz y la lucha de los cosacos en Yugoslavia toman claramente
partido por Hitler o por lo menos tienden a paliarlo. Nikolai Tolstoi escribe sobre los cosacos de
Pannwitz que éstos “tenían cada vez más experiencia en gasear a grupos de partisanos”. Un informe
de noviembre de 1943 es más preciso: los cosacos, que como cristianos ortodoxos no querían luchar
contra serbios ortodoxos, se comportaban en la Croacia católica, aliada del Reich alemán, como si
fuera ésta un país ocupado. Se emborrachaban, robaban y violaban; muchos se pasaron al bando de
los partisanos de Tito. El ataque contra los partisanos “raramente ocurría ... En todos lados mataban
bestialmente a quienes encontraban y hubo violaciones de cientos de mujeres y jóvenes menores de
edad ... En Kamenicki Paragov fueron arrestados 20 trabajadores (5 croatas), amarrados a un almiar
y quemados vivos sin ser interrogados previamente”. El informe propone: “liquidar lo mas rápido
posible a experimentos como los de los cosacos”, si Alemania no quiere perder a su último
partidario en Croacia. Pannwitz tuvo que presentarse personalmente en Berlín.
Aparentemente Pannwitz logró con “medidas draconianas” disciplinar a sus tropas. Las fuentes,
todas partidarias, no precisan las medidas de Pannwitz, pues así se ahorran tener que hablar de los
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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
crímenes de los cosacos. En esta guerra brutalizada por todos los lados, en la que no existían frentes
claros, pero si una cantidad de controversias étnicas, religiosas y políticas, Pannwitz no dejó pasar
atrocidades, -en ello coinciden las fuentes- siempre que pudiera controlar directamente la situación.
II. Los cosacos y la Waffen-SS
La SS fue creada como élite de raza. Sólo hombres de “descendencia aria” con características
corporales especiales (tamaño, forma del cráneo etc.) podían pertenecer a ella. Pero en 1944 la
Waffen–SS (la SS en armas, es decir, las formaciones militares de la SS), después de numerosas
pérdidas, aceptaba, dejando de lado sus antiguas consideraciones, a grupos enteros de no germanos.
Para los cosacos, fue ésta la ocasión tan esperada de salir de su posición militar inferior. La acta de
una reunión con el líder de la SS Reichsführer-SS Heinrich Himmler del 15 de julio de 1944
menciona que éste “pedirá al Führer en el momento adecuado la integración de la división cosaca de
Pannwitz a la SS”. El 26 de agosto de 1944 Himmler y Pannwitz determinaron que los 13.000
cosacos y los 4.850 alemanes de la división de Pannwitz, las “unidades de reserva de los cosacos de
buen material humano”, los cosacos en campos de trabajo alemanes y un regimiento de cosacos
estacionado en Warschau, deberían ser reorganizados a un cuerpo de cosacos bajo el mando de la
Waffen-SS. En el punto 11 del apunte se lee: “La unificación de los cosacos a la Waffen-SS no debe
ser hecho público. El general von Pannwitz tiene primero el encargo de explicarles y familiarizarlos
con la idea de la Waffen-SS en forma propagandista inteligente”. Aparentemente, Himmler preguntó
a Pannwitz en esta conversación si él quería entrar a la SS, a lo que Pannwitz se negó.
En la tropa no hubo muchos cambios después de la decisión de ingresar a la Waffen-SS, fuera de
cambiar al 15º cuerpo cosaco de caballería el 1º de febrero de 1945, pues con la llegada de refugiados
agregados la división se había quedado demasiado estrecha. Pannwitz seguía usando el uniforme de
los cosacos, pero ornamentado por insignias de honor alemanas (sin las de las SS). No se conoce si
cumplió con “la orden propagandista” de Himmler. El cuerpo recibió armamento pesado de la SS
pero no alcanzó a ser incorporado debido al término de la guerra en mayo de 1945.
III. Cosacia
El 20 de julio de 1944, el día del atentado contra Hitler, comenzaron los alrededor de 10.000 cosacos
bajo el mando de Domanows, y 8.000 caucasios, que se habían fugado al oeste con sus familias,
rebaños y carros, su odisea a Tolmezzo en el norte de Italia. Se dice que Krasnow comentó en
Berlin: “Allí parten hacia Italia, la cuna de la cultura europea, hacia una nación que entiende la
tragedia de los cosacos”. En los Alpes del norte de Italia se encontraba una de las pocas tierras no
alemanas, ocupada todavía por el ejército alemán y en donde los cosacos construirían finalmente su
propio estado. Esta ocupación cosaca era una operación militar con la finalidad de separar los
partisanos yugoslavos de los italianos y de cubrir la retirada alemana al norte. La Waffen-SS estaba a
cargo del financiamiento de estas aldeas. Los cosacos en Tolmezzo usaban uniformes alemanes y
eran una división de hombres mayores con sus familias, enseres y con un mal armamento. La
pequeña ciudad italiana ni los pueblos cercanos estaban en condiciones de alojar ni de alimentar a los
cosacos.
Los cosacos dejaban pastar a sus miles de caballos, vacunos, ovejas y cabras y una docena de
camellos hasta que los prados del alrededor quedaron pelados, echaban los pobladores de pueblos
enteros, consideraban la propiedad como propia y asesinaban a los nativos como represalia a los
asaltos de los partisanos.
En febrero de 1945 viajaron Krasnow y su esposa Lydia a Tolmezzo, acompañados de una escolta de
“48 jinetes en uniforme con botones brillantes y amplios abrigos azules”. Los cosacos le dieron una
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Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
“triunfal bienvenida”. El matrimonio se alojó en el pueblo Villa di Verzegnis en el Palais Sevoia y
ocupó la planta baja con sus 5 piezas llenas de muebles lujosos y alfombras orientales. Una pieza era
la oficina de Krasnow y su comida preferida era Kuchen, servido en valiosa porcelana con servicio
de plata. En el segundo piso vivían las ordenanzas y algunas mujeres de Europa Oriental, traídas por
la Gestapo para entretener a los hombres.
Krasnow era atamán de la aldea (Stan) y Domanow atamán del campo de división. De facto,
Krasnow era el jefe civil y Domanow el jefe militar de un mismo campamento de fugitivos, que
disponía de una tropa auxiliar militar. Krasnow se entendía como la cabeza de un gobierno exiliado
cosaco, y sabiendo detrás suyo la autoridad de una parte de la dirección nacionalsocialista, debe
haber pensado que podría sobrevivir la catástrofe europea de 1944/45 en una isla de normalidad.
Comenzó a planificar su Kosakia: convocó a periodistas y editó un diario en letras cirílicas llamado
“País de cosacos”. Como si no hubiera pasado el tiempo desde su breve estado cosaco, Krasnow
reemplazó el Don por los Alpes y habló ahora de un estado con “los pueblos minúsculos entre
Venecia y Austria” y “nómades altamente desarrollados, así como lo son los cosacos”.
En un palazzo se reunía el consejo de los cosacos (Krug), debatía sobre cuestiones del estado,
formaba un gabinete provisorio, otorgaba títulos y medallas nobiliarias, diseñaba banderas, escudos y
postales y daban a las calles y pueblos, nombres rusos. El pueblo Alesso se llamaba ahora
Novotscherkask; “popes” barbudos colgaban el icono de la madre del Don en la iglesia católica San
Nicola y organizaban procesiones a un lago de montaña. Los cosacos se repartían los campos
vecinos y elaboraron un “plan de agricultura” para el próximo año. Crearon una escuela para los
niños y otra para los candidatos a oficiales, dirigida por el nieto de Krasnow, Nikolaj. Crearon un
coro, una orquesta y un grupo de baile. Los pequeños negocios y mercados italianos se convirtieron
en bazares, todo estaba repleto. Los cosacos dormían en carpas o en el desván. Tolmezzo era
irreconocible: “Nuestro buen aire de montaña se llenó de indescriptible fetidez. A lo mejor esto era
típico para la patria cosaca perdida, para la estepa rusa: una mezcla de olor a caballo, humo de
tabaco, comida militar”, escribe el cronista italiano Pier Arrigo Carnier (“L´armata cosacca in Italia”)
después de interrogar a testigos de esos tiempos. Carnier sigue: “Las relaciones entre los cosacos y
los italianos nativos eran en general buenas, no en último término gracias a la presencia de Krasnow,
una “persona que irradiaba respeto”. Las excursiones de Krasnow eran montadas como visitas
oficiales: el general portaba espada y fusil y andaba en una limusina negra “con una lentitud
ostentosa”. Delante de él montaban 24 cosacos del Mar Negro con su chaqueta azul oscura con
galones de oro y dos filas de brillantes botones y detrás de la limosina otros 24 cosacos.
Poco después de la negociación de Pannwitz con Himmler en agosto de 1944, Krasnow trató de
hablar desde Italia con el jefe de la SS, pero éste no estaba interesado en hablar con un anciano.
Posiblemente pudiera servir la impedimenta de Krasnow (que consistía en veteranos a caballo con
sus familias) a la SS como retaguardia, pero no como grupo combatiente. Podemos suponer que
Krasnow quiso pedir a Himmler el ingreso de sus cosacos a la Waffen-SS.
Siendo atamán, Krasnow tomó partido incondicional por la Alemania de Hitler, mientras que el
comandante militar Domanow y su división, quisieron ponerse bajo el comando del general
Wlassow. Vislumbrando la derrota alemana, éste se había distanciado cuidadosamente de la dirección
alemana e incluso peleó en los últimos días de guerra en Praga contra la Waffen-SS. Sergej Froehlich,
participante de las reuniones, describe a Krasnow como estrecho de miras y testarudo por vejez, que
no quería saber nada de Wlassow, al que creía un “general rojo” camuflado y “vendedor de Rusia a
los judíos”. Incluso tuvo un altercado con su hijo, el mayor general Semjon Krasnow y su nieto
Nikolaj. En febrero de 1945 Krasnow fue destituido como atamán por los cosacos.
A pesar de su destitución, Krasnow sigue siendo “la máxima autoridad de los cosacos en el
extranjero” y trata, a su manera, de sacar a la división cosaca de su aprieto. Igual que sus
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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
antepasados, que, dependiendo de la situación, cambiaban su posición a favor o del Zar ruso o del
Sultán turco o del Rey polaco, buscó una salida diplomática de esta trampa. Visitó a Pannwitz en su
cuartel general, que lo recibió “con un cariño demostrativo”; y él, que usaba uniforme alemán y
dependía de las fuerzas alemanas, visitó, sin permiso alemán, al mariscal de campo inglés Harold
Alexander, estacionado en Padua. El mismo Krasnow, que había escrito en una de sus novelas: “oh,
que odio a Inglaterra fue sembrado en nuestros corazones” y nombrado a los ingleses traidores
totales, le dirige la palabra como a un aliado en la guerra civil rusa (Alexander había apoyado a los
blancos en el frente norte) y apeló a su caballerosidad. Krasnow convenció a sus cosacos de
entregarse a los ingleses en vez de a los americanos. Pero antes de que el ejército británico alcanzara
Tolmezzo, los cosacos se habían marchado en dirección a Austria. Para los cosacos, Austria era una
mezcla de ideas: el territorio del Tercer Reich, en cuyo final no creían; el “Fuerte de los Alpes”, una
fantasía de Hitler en la que creía Krasnow, la incierta esperanza de asilo en Suiza o la unificación con
las tropas de Wlassow.
Poco antes, una división ucranina de la Waffen–SS, entre ellos varios criminales de guerra, se entregó
en el norte de Italia a los ingleses y fue deportada en 1946 con ayuda de la iglesia católica a Canada,
Australia y otros países del Commonwealth. Pero Krasnow y sus cosacos no disponían de efectivas
vías de escape como ODESSA (Organisation der ehemaligen SS-Angehörigen, Organisación de los
Expartidarios de la SS, una organización de ayuda a la huída de la SS y la iglesia católica). Como
habían peleado contra Stalin, que en sus ojos era simplemente malo, se les había perdido de vista el
haber estado en la parte incorrecta de la frontera. Finalmente confiaron en sus viejos códigos de
honor y tradiciones: definieron al máximo jefe de las tropas extranjeras como un atamán, es decir un
gobernante con capacidad decisiva, en vez de un oficial que dependía de órdenes de otro estado. Los
monarquistas, arraigados entre ellos, creyeron en las palabras de los oficiales británicos como
representantes de la palabra de la corona inglesa. Creyeron en la amabilidad, y más tarde en la
promesa de estos oficiales; se habían juntado en la esperanza de un futuro unido como cosacos, y en
la retirada confiaron en su tradición de barreras de carros. Algunos 100 cosacos tuvieron el coraje de
separarse de la masa, pero la mayoría se retiró con la impedimenta en vez de mezclarse en pequeños
grupos, familias o individualmente entre los 40 millones de personas sin raíces que deambulaban por
Europa. Por lo menos los exiliados de 1920 que, igual que el mismo Krasnow, nunca fueron
ciudadanos de la Unión Soviética, hubieran escapado de su destino. El jefe de los caucásicos
aconsejó a su gente no seguir esperando la liberación del Cáucaso del dominio de Stalin y huir.
Algunos de ellos huyeron y los otros compartieron el destino de los cosacos. Los cosacos no
abandonaban a sus caballos – sin su manada se podrían haber escondido disimuladamente entre la
oleada de gente. Finalmente confían, aunque con reservas, en el “general Krasnow, su jefe más sabio
y reconocido”, el veterano de los fogosos ataques a caballo, de las dudosas alianzas políticas y
malogrados intentos diplomáticos.
La ingenuidad política de Krasnow era alimentada por promesas alemanas. Pannwitz parece haberle
dicho, cuando ya el ejército rojo avanzaba hacia los Balcanes: “todavía no terminó el sueño de una
patria cosaca en el este”. Los cosacos especulaban que después de la derrota alemana, ellos podrían
luchar junto a los aliados del occidente contra la Unión soviética. Partían de la base que sus aliados
en la guerra contra el ejército rojo del 1917, también estarían con ellos en 1945 contra el mismo
enemigo; ellos se creían luchadores por la libertad siendo sin embargo mercenarios.
Una ceguera anticomunista, la carencia de información sobre la situación bélica y la idea de armar
una revolución detrás de la frontera soviética, se fusionaron a una ilusión que finalmente ayudó a la
destrucción de los cosacos.
Aparentemente fue esta ilusión y no solo la táctica o ideología, lo que motivó a los cosacos a
comprometerse –pase lo que pase– a una causa ajena y ya perdida. Las ideologías comunes entre los
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Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
cosacos y el nacionalsocialismo eran menores a lo que aparentaba a primera vista: los cosacos vivían
en una tradición ajena a la soberbia racial nacionalsocialista. En común les era, eso sí, el
anticomunismo. El odio antisemita cristiano tradicional de los cosacos y el antisemitismo biológico
racial de Hitler coincidían en la meta, pero este mismo pensamiento racial era el que también
discriminaba a los eslavos como subhumanos. El régimen nazista les dijo categóricamente lo que
pensaba de ellos. El discurso de Rosenberg sobre “el odio de la estepa” (en su “Mito del siglo XX”)
no conoce diferencias entre Rusia y Asia, cosacos y mongoles. Así como se puede reconstruir sus
medias vueltas, Krasnow se congració con la Alemania de Hitler por oportunismo, sin importar
ofensa, y por la antigua táctica cosaca de definir al amigo y enemigo por el uso respectivo a la causa
propia. Esta táctica no podía ser exitosa en la guerra más grande del ser humano. Para los cosacos de
Krasnow, también es válido lo que Solschenizyn escribe en su “Archipiélago Gulag”sobre los
soldados de Wlassow: “Su destino estaba decidido desde el comienzo y en todos los años de la
guerra y del extranjero no existió escape alguno para ellos”.
IV. La huida
A fines de abril de 1945 viajaba Krasnow, un anciano de 77 años, con problemas para caminar y ver,
a la cabeza de la impedimenta por los pasos de los Alpes. En su limusina, todavía flanqueada por 48
caballos, guardaba la correspondencia de su gobierno de exilio, los programas políticos y
documentos personales. Poco después, el coche se averió y debió ser tirado por un bus de
transporte. Los partisanos italianos trataron de bloquear el camino. El 2 de mayo combatieron
duramente cosacos e italianos, sin ningún sentido militar. Pocos días antes de la capitulación alemana
no eran más que una parodia de los combates de la 2ª Guerra Mundial, llevada a escena por hombres
que no lograban desprenderse de su rol oficial de enemigos. Por venganza a un asalto de los
partisanos, los cosacos asesinaron a 26 civiles italianos; en otras ocasiones renunciaron a esta
venganza. La lógica de terror y contraterror se había embrollado.
Los cosacos caminaban sin alimento y sueño; a pie, en carreta y en carro tirado por bueyes llenos de
enseres, armas y humanos, con carritos de guagua robados de los italianos o montandos a caballo
por angostos caminos montañosos en una eterna lluvia que se convertía, a más altura, en ventiscas; y
el 3 y 4 de mayo en temporal de nieve. Era su quinta huída desde que el ejército rojo había
reconquistado los terrenos cosacos. Al principio, la impedimenta de fugitivos estaba organizada por
el lugar de origen de los cosacos; a la izquierda y derecha de la caravana marchaban o cabalgaban, en
igual distancia, oficiales. Los débiles se derrumbaban y quedaban a la orilla del camino, niños morían,
el orden de la marcha se disolvía en el caos de animales semihambrientos, carros y seres humanos.
En ocasiones se escuchaban tiros de los tristes cosacos que mataban a sus caballos enfermos de
cólico por el consumo de pasto congelado. Partisanos italianos disparaban a la miserable marcha
desatando pánico. “Oh, Señor, ¿por qué eres tan severo con nosotros? ¿Por qué hemos merecido
tanto sufrimiento?”, dice una anciana cosaca del Kuban.
Algunas unidades se separaron de la impedimenta con permiso del comandante, otros rechazaron la
invitación de acogida de familias italianas. Domanow estaba ya negociando con los partisanos la
entrega de armas y tenía listo el contrato bilingüe, cuando una columna de la SS prohibió el acuerdo.
Los hombres de la SS no aceptaron la capitulación de la Wehrmacht alemana estacionada en Italia.
Los Georganos, una formación del Caucasus, mandó un mensaje a Krasnow comunicando que
deseaban rendirse a los partisanos. Krasnow se levantó de la mesa y dijo “No”. En otra ocasión
mandó asesinar a un mediador de los partisanos.
Los cuadros de la huida son discrepantes. En el cuartel nocturno de Krasnow “se mezclaba el olor a
cigarro con el aroma dulce de los tragos, bajo la mesa estaban tirados soldados borrachos, botellas
de aguardiente eslavo y grandes pistolas. Sobre las sillas se acumulaban los abrigos. Entre el humo se
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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
vislumbraban las caras trágicas y cansadas de los oficiales, entre ellos ( ...) una mujer joven, delgada y
pálida con ojos oscuros y pelo negro, sus rasgos eran nobles y finos. Vestía pantalón de montar claro
y botas negras de cuero blando”, una hermosa princesa cosaca, que sonreía amablemente a un joven
que entraba. Al lado, la desesperación: “Un joven cosaco apoyado en la pared, lloraba
silenciosamente. Un oficial logró en último minuto apartarle a un soldado la pistola, con la que
quería dispararse en la cabeza, escribe Carnier.”
Informes de este tiempo muestran a Krasnow como un viejo hombre decaído. Desde un hotel en la
estación de trenes observa “con una melancólica resignación el fin de sus esperanzas”. “No me
imaginé que terminaría así”, escribe Krasnow en una de las novelas de esos tiempos, que eran mitad
novela, mitad documento. “Nosotros perdimos la guerra, excelencia”, dice el ayudante. “Si, la
perdimos”, responde Krasnow. Los cosacos, descritos por él en sus novelas como rocas en el
descenso general estaban totalmente agotados y desesperados, muertos de frío y hambrientos, y
algunos de ellos habían botado sus armas para poder seguir marchando. Se convirtieron en esa
“masa irregular”, con la cual comenzaban en las novelas de Krasnow el descenso de la Rusia zarista.
Tuvo que contemplar como cosacos, en su desesperación, se echaban sobre algunos alemanes que
pasaban y comenzaban a robarles. “Ustedes ahí”, debe haber gritado Krasnow “canallas, pegan a un
acostado! ¿Le roban a un indefenso? Están deshonrando su uniforme! Animales!”.
El oficial de enlace se puso pálido, se le acercó y tomó posición. El general lo miró con mirada
enojada, pesada : “Todavía son nuestros aliados!” La cara del oficial se convirtió en una mueca y
trató de preguntar insolentemente “¿Hasta cuando?” “Cállate! Retírate! Fuera de mis ojos!”. Esta fue
la última inspección de tropas en la vida del anciano general.
En la madrugada del 3 de mayo vieron los cosacos, después de 7 meses de estadía italiana y siete días
de marcha, por primera vez las montañas austríacas. Y gritaron llenos de alegría: “Austria, Austria!”.
El 4 de mayo, es decir 4 días antes de la capitulación alemana, los cosacos fueron por última vez
acaparados por la propaganda nacionalsocialista. El hasta hacía poco todopoderoso asesino de los
judíos y encargado de la región suroriental de los Alpes, el general de la SS Globocnik, hizo un
discurso a la población de Kötschach, comunicándoles que una gran tropa de la Wehrmacht, de la SS
y de cosacos estaban llegando y que la población organizara la resistencia contra los aliados. A lo
mejor los cosacos ni se enteraron de este episodio.
El nieto de Krasnow, Nikolaj y uno de sus generales cosacos, fueron con la bandera blanca a
negociar la capitulación con la armada inglesa. Nikolaj Krasnow había ido con sus padres al finalizar
la guerra civil rusa a Yugoslavia y luchó a comienzos de la 2ª Guerra Mundial en la armada yugoslava
contra los alemanes. Fue tomado preso y se integró a uno de los grupos cosacos por parte de los
alemanes. Así llegó a la impedimenta de su abuelo. Los ingleses no sabían que hacer con estos
cosacos y los trataron amablemente, pero sin compromiso.
En todo caso, los enviados cosacos recibieron la respuesta de que podían instalarse en el valle del río
Drau y que no serían entregados a los soviéticos. Esto fue el 7 de mayo. Hitler estaba muerto, la
capitulación de las fuerzas armadas alemanas era esperada diariamente, y evidentemente llegó al día
siguiente. Domanow y sus oficiales festejaban lo que creían el final de su situación desesperada.
“Todo el Estado Mayor se reunió. Los corchos detonaron”, dice en uno de los recuerdos “Después
de haber vaciado el primer vaso, gritó uno de los oficiales: “Oh, Dios! ¿Y donde está el general
Krasnow!? ¿Donde está Piotr Nikolajewitsch?”. “¿Cómo pudo ser olvidado en este momento?!”.
“Anda para arriba”!. Un oficial subió a la pieza y volvió con el mensaje que Krasnow no se sentía
bien, ya estaba acostado. “Que pena! Justo en un momento tan alegre! ...”. Solo atamán Domanow
sonrió discretamente ( ...). “No hay nada que hacer, mis señores, a esa edad ...no hay que asombrarse.
Después de tanta fatiga. Bien ...” y elevó su vaso.
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Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
La impedimenta cosaca llegó el domingo de Pascua de Resurección a Lienz. En ese tiempo no existía
el estado austríaco, y la monarquía de Habsburgo contra la que luchó Krasnow había desaparecido
hacía tres décadas. Al momento de salir de Tolmezzo, el estado de los Alpes era todavía la anexada
“Ostmark”, y cuando llegaron, estaba integrado por 4 zonas de ocupación que recién algunos meses
después se convirtió en la República Federal Austríaca. Los cosacos no eran muy concientes de este
desplazamiento de tiempo y espacio al poner sus carpas en Lienz. En total eran entre 20.000 y
30.000 hombres, mujeres y niños. Los británicos asignaron a Krasnow y a su señora una villa en la
que vivían de maletas. Se dice que Krasnow comenzó a escribir una obra que debía coronar su
creación literaria, pero antes escribió al mariscal de campo inglés Alexander, recordándole los viejos
tiempos en que juntos combatieron contra el ejército rojo y pidiéndole apoyo para el asunto de los
cosacos. Se dice que la carta fue escrita en “un estilo un poco patriarcal”. Krasnow no recibió
respuesta.
Los días pasaban. Una primavera esperanzadora y engañosa hacia olvidar las tormentas de nieve. “El
sol dejaba caer sus rayos, abejas zumbaban, pájaros gorjeaban. Las tierras altas se veían verde
esmeralda”, comienza un reporte escrito por el nieto de Krasnow, Nikolaj. De su vía crucis nos
ocuparemos en los próximos capítulos. Los cosacos se instalaron en el valle del río Drau como en
una staniza, construyeron pequeños jardines entre las carpas y barracas. Los soldados británicos
vigilaban con poca firmeza a los cosacos, jugaban con los niños entre las ropas tendidas y paseaban
entre los cosacos que cantaban y movían a sus caballos. El oficial británico, asignado como medio
cuidador, medio intermediario, negociaba chocolate de sus camaradas y los repartía justamente en
pequeños trozos a los niños cosacos. Los cosacos rendían homenaje a los ingleses mostrando sus
arriesgadas acrobacias a caballo y cantando sus melancólicas canciones. Festejaron Pascua de
Resurección, la fiesta máxima para los cristianos ortodoxos. Pero entonces, después de la fiesta de la
resurección y la esperanza, los británicos confiscaron los caballos y cayó la palabra de que los
cosacos –que todavía se creían los futuros aliados de los confederados occidentales en la guerra
contra el comunismo– eran prisioneros de guerra. Preocupado, Krasnow escribe otra carta a
Alexander que tampoco es respondida. Krasnow refunfuña malhumorado cuando en su alrededor
surge el miedo al futuro. Su nieto Nikolaj escribe: “Él creía en una solución cercana a nuestros
problemas y no toleraba ninguna desviación de su irrevocable absoluta creencia militar a la grandeza
del alma y la imparcialidad de los ingleses”. La esposa de Nikolaj Krasnow implora a su marido
sacarse el uniforme y huir en ropa civil, con sus pasaportes yugoslavos no hubiera sido problema.
Pequeños grupos de cosacos huían, Naumenko huyó, pero Nikolaj Krasnow no quería abandonar a
su gente.
V. Los Cosacos son entregados a la Unión Soviética
El acuerdo de Yalta del febrero de 1945 determinó que los presos de guerra, ciudadanos de los
estados aliados debían ser devueltos a su respectiva patria. Ahora los ingleses tenían ante sí la
delicada tarea de traspasar los cosacos a los soviéticos. Krasnow siempre había excluido esta
posibilidad ante sus hombres. Aunque en 1917 él mismo había quebrado su promesa dada a Trotzki,
confió en la palabra de honor de los oficiales británicos de no entregar a los cosacos.
Para efectuar la orden del gobierno de Londres, los británicos recurrieron a un truco de guerra.
Comenzaron desarmando a los cosacos y separaron después a los oficiales de la tropa, invitándolos a
una conferencia con el mariscal de campo Alexander. Los cosacos sospecharon, pues hubiera sido
más fácil traer una sola persona hacia ellos que 2.000 en dirección opuesta, pero los británicos dieron
–esta vez como engaño– su palabra de honor oficial de que los oficiales cosacos volverían en la
misma noche. Un oficial británico se aseguró con Domanow de que Krasnow recibiera la invitación
oportunamente. Aparentemente los soviéticos dieron gran importancia a la presencia de Krasnow.
Domanow tranquiliza al oficial; había mandado una ordenanza especial. Krasnow debe haber
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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
imaginado que esta invitación era la respuesta a su carta a Alexander: “Él abrazó y besó a su esposa y
la tranquilizó. “Volveré entre las 6 y las 8 de la noche”. Otras fuentes suponen un presentimiento,
citándolo con las palabras: “Sonríe otra vez, he amado tanto tu sonrisa”. Krasnow y algunos altos
oficiales partieron, seguidos por 1.500 oficiales en un convoy de camiones.
Los británicos habían planeado dejar a los oficiales la noche del 28 al 29 de mayo en un campamento
en Spittal y entregarlos a los soviéticos al día siguiente en Judenburg. La alambrada y fuerte vigilancia
del campamento fomentó el presentimiento de los cosacos de una trampa. Pero Krasnow aconsejó
no caer en alarmismo. A su nieto le comentó, poniéndole la mano al hombro: “Pues bien, todo se
aclarará hoy en la conferencia, y las cosas tomarán forma. ¿No es cierto, Nikolaj?”
Los cosacos se enfurecieron al escuchar que serían extraditados por los británicos y sólo Krasnow
pudo hacer callar su tormenta de protesta. “Él explicó con voz serena, que si realmente era cierto
que serían extraditados para ser asesinados por los bolcheviques, deberían asumir por lo menos con
dignidad su destino”.
Otra vez más los cosacos pusieron su esperanza en Krasnow y le pidieron estar preparado para
conversaciones con un alto oficial británico, al que esperaban hacer venir. Krasnow aparentemente
les contestó, sonriendo un poco culpable: “Yo hago lo que ustedes quieran, pero ya tengo mucha
edad, no puedo estar parado por mucho tiempo si tengo que esperar al oficial”. Los cosacos
consiguieron una silla y la colocaron cerca del portón del campamento, pero un puesto británico lo
destrozó con un puntapié. Entonces pidió pluma y papel y redactó en francés una petición al rey de
Inglaterra, al mariscal de campo Alexander, al Papa, a la Cruz Roja Internacional y al rey de
Yugoslavia, ya en ese tiempo un rey sin imperio. Su nieto bosqueja en su recuerdo esta carta nunca
recibida: el viejo general quería testimoniar la culpa e inocencia de los rusos que combatieron bajo la
bandera alemana. Aquellos que hirieron “mandamientos divinos y humanos”, debían ser juzgados
por un tribunal militar. Él mismo se ofreció para el primer interrogatorio y si fuera condenado,
aceptaría el veredicto. Y dio para él y para “todos aquellos que lucharon abiertamente y
honestamente contra el comunismo” su palabra de honor. Era poco realista imaginarse que esta
carta, si acaso sería transmitida por el militar británico, tuviera influencia en los acontecimientos de
los próximos días. Los discursos y peticiones de Krasnow eran gestos desesperados, una involuntaria
estrategia tranquilizadora para los cosacos, de los cuales muchos posiblemente se podrían haber
salvado con una táctica más hábil o con una animación a huir. Los cosacos creían en la palabra de
honor de un soldado; pero les pasó inadvertido que este honor fue destruido en los campos de
batalla de dos guerras mundiales en donde lo único que valía era el aguantar.
Durante la noche en Spittal se suicidaron algunos oficiales mientras que otros debatían sobre lo que
hacer, se acusaban mutuamente y buscaban traidores en sus propias filas. Krasnow estaba sentado en
la única mesa, “el mentón apoyado sobre el puño de su bastón. Su poderosa y silenciosa figura
resaltaba de la ventana”, recuerda su nieto. Al día siguiente, el 29 de mayo, los cosacos celebraron
una misa que fue terminada por los británicos. Se negaron a subir a los camiones y se sentaron
entrelazados o en el sitio de acampada o en sus barracas. Los soldados británicos disolvieron a los
oficiales, entre ellos varios ancianos de 60 años, con culatas de fusil, garrotes y bayonetas y los
empujaron a los camiones. Nikolaj Krasnow trató de acercarse al camión en el cual suponía a su
padre. Un soldado británico se le plantó delante con su bayoneta y Nikolaj, prefiriendo la muerte a la
extradición, se echó sobre la bayoneta. Pero el soldado volteándose golpeó a Krasnow con la culata
al hombro con tal fuerza que este perdió el conocimiento. Alguien lo metió al bus.
El viejo Krasnow observaba esta huelga sentada –posiblemente el primer acto de resistencia pasiva
después de finalizar la guerra– desde la ventana de su cabaña. Cuando los soldados británicos iban a
sacarlo, los cosacos lo impidieron y ellos mismos lo levantaron por la ventana y lo situaron en el
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Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
primer vagón del convoy al lado del chofer. Krasnow se persignó y su nieto lo escuchó susurrar:
“Señor, acorta nuestro sufrimiento”.
En Judenburg se encontraba la línea de demarcación entre la parte ocupada británica y soviética de
Austria. Allí los oficiales cosacos fueron entregados a la Armada Roja. “¿Está el General Krasnow en
su grupo?, preguntó un oficial soviético al ver a los altos oficiales cosacos bajar del bus. “Yo soy el
general Peter Krasnow”. “Por favor, síganos usted y su familia”, ordena el oficial soviético.
Los Krasnow y otros generales cosacos fueron llevados al taller de una ex fábrica de acero de
Judenburg. Aquí se encontró, “hondamente emocionado” con el General von Pannwitz, que todavía
vestía el tschako caucásico (gorro de soldados). Él estaba separado de su cuerpo y había sido
también entregado a los soviéticos después de haberse negado a huir. Krasnow, sus dos hijos y su
nieto fueron llevados a una pieza vacía, aparentemente una antigua oficina de la fábrica, donde un
mayor soviético mandó traer un sofá viejo al anciano.
Ya en la fábrica fueron fusilados grupos de cosacos, pero la mayoría fue deportado a un campo de
trabajo de la URSS. Después de algunos días de prisión en la fábrica, Krasnow y otros dirigentes
cosacos y caucásicos fueron trasladados a la cárcel policial en Graz y desde allí a Baden, cerca de
Viena. Pannwitz fue separado de los otros pues aparentemente los ingleses habían pedido su
devolución, aunque él quiso quedarse con sus cosacos. Finalmente los Krasnow y algunos otros
oficiales cosacos fueron llevados en avión a Moscú.
La armada británica logró con trampa y fuerza extraditar a la armada soviética también a las mujeres,
niños y soldados comunes que se habían quedado en Lienz y al 15º cuerpo de caballería cosaca
estacionado en las cercanías de Lienz. Los cosacos de Lienz presentían su futuro y escucharon el
consejo de los sacerdotes ortodoxos, que eran los únicos rangos oficiales rezagados. “Oraríamos en
el campo, oraríamos sin pausa, sin cesar. Estabamos convencidos de que los británicos no tocarían a
personas que estén rezando”, se recuerda una sobreviviente. El máximo eclesiástico propuso de no
unir a los cosacos en una gran multitud, para dificultar la deportación. Pero la mayoría confió en el
poder de “una misa poderosa”. Cientos de cosacos aprovecharon estos días para huir, pero la
mayoría quedó hasta el amargo final unidos “como un tronco”. Incluso detrás de las alambradas
inglesas se daban la promesa de no separarse.
El 1 de junio los cosacos comenzaron una procesión que culminó en una misa al aire libre. Los
británicos ordenaron por parlante finalizar la misa en el transcurso de media hora y dieron otra
media hora más al ver que seguían rezando. Las mujeres y niños estaban sentados alrededor del altar
y rodeados de un gran círculo de jóvenes hombres tomados fuertemente del brazo. Los británicos
comenzaron a disolver con fuerza a los cosacos que cantaban y rezaban para llevarlos a los camiones.
Cuando los soldados lograron romper el círculo de protección, los cosacos cayeron en pánico. Hubo
muertos y heridos. Algunas mujeres cosacas se tiraron con sus hijos al impetuoso río Drau. Familias
enteras se suicidaron. Un cementerio y una pequeña capilla son hasta hoy día testigos de este
combate disparejo.
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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
PARTE 3: Desmayo
I. Nikolaj Krasnow en la Lubjanka
El 4 de junio de 1945 aterrizó el avión en Moscú, y el viejo Piotr Krasnow fue separado de su hijo, el
mayor Nikolaj Krasnow y de su nieto, el subteniente Nikolaj Krasnow. El hijo de Piotr Krasnow,
Semjon, partió en otro avión a Moscú. Padre e hijo Nikolaj Krasnow fueron trasladados en un auto
cerrado con la etiqueta «Pan» a la famosa prisión del servicio secreto Lubjanka.
Nikolaj Krasnow, nieto, es el único Krasnow masculino sobreviviente de la prisión en la Unión
Soviética. Su libro «Rusia oculta» da testimonio de este calvario y es el fundamento de los siguientes
capítulos.
Nikolaj Krasnow fue llevado a una celda parecida a una cabina de teléfono; era tan baja que sólo
podía estar agachado o sentado, con las rodillas flexionadas. Una ampolleta producía una luz
cegadora y un calor sofocante. Ningún ruido penetraba esta cabina aislada, pero de vez en cuando se
escuchaban gritos desgarradores, sin saber si provenían de un parlante o de una celda vecina.
Krasnow perdió el sentido del tiempo. Estaba sometido a los cuatro métodos de tortura sin huellas
visibles practicados por el aparato represivo soviético: silencio, carencia de oxígeno, aislamiento y
destrucción del sentido del tiempo. En algún momento, durante este aislamiento Nikolaj Krasnow
fue llevado por largos corredores, a un examen médico, y más tarde al sótano de Lubjanka. Al
instante le vino a la memoria lo escrito por su abuelo sobre el sótano de las prisiones de la Tsheka: el
rugido de los motores, los disparos y las salpicaduras de sangre y sesos en los muros. Pero aquí
estaba todo limpio, los muros blancos y silencioso. El personal de Lubjanka solo cuchicheaba y
hablaba lo mínimo con los presos. Los guardias, que usaban botas de fieltro, llevaron a Krasnow por
un laberinto de corredores a una pieza vacía, le revisaron su ropa y su cuerpo, y con la pura mano
trataron de sacarle un diente de oro. Le ordenaron agacharse para que un coronel del servicio secreto
MWD pudiera meter su dedo en el ano y buscar algo escondido y limpiarse el dedo con el pañuelo.
Después, fue trasladado a uno de los pisos superiores, donde se reencontró con su padre. Padre e
hijo fueron llevados a una gran sala elegante, con el cuadro de tamaño natural de Stalin. Detrás del
escritorio se encontraba el general Merkulow, jefe del servicio secreto del estado (después de la
muerte de Stalin, Merkulow fue tomado preso y colgado). Nikolaj Krasnow describe en sus
memorias esta conversación. Fue uno de esos típicos monólogos políticos de los poderosos, como
los que Piotr Krasnow describía en sus novelas, y su nieto Miguel usaba en Chile con sus prisioneros.
Pero el general del servicio secreto no les ofreció colaboración; a estas alturas el poder soviético
tenía su posición asegurada y las contradicciones políticas entre los prisioneros y el hombre del
servicio secreto descartaba cualquier comunidad: el general del servicio secreto se adhiere a la
construcción comunista y los Krasnow a la monarquía extinguida. A petición de Semjon Krasnow de
matarlo con un tiro por la espalda, Merkulow se niega: «Ya llegará su hora , su hora para convertirse
en abono. Pero primero hará algo para el beneficio de su patria: cortar un camino de leña, trabajar un
poco en las fosas con la cintura en el agua. Pasará un tiempo en el grado 70 de latitud ... Trabajará!
De eso se ocupará el hambre.»
Las sienes del joven Nikolaj comenzaron a martillar, sus manos se helaron. Irritado por la réplica de
los dos presos, Merkulow gritó furioso: «No recibirás una bala en la frente ... Te obligaremos a vivir.
A vivir y a trabajar!»
En el mismo largo día, el 4 de junio de 1945, Nikolaj Krasnow fue llevado a las salas de baño de
Lubjanka. «Atamán Krasnow va ha ser lavado, el viejito pidió que usted lo lave! Esto fue permitido»,
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Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
le explica un guardia. El viejo Krasnow llega en uniforme, con hombreras y condecoraciones. El
nieto lo ayuda a desvestirse y lava su cuerpo lleno de cicatrices con sentimientos de pudor y ternura.
Lograron hablar, protegidos por el ruido de las duchas de ser escuchados por los micrófonos
escondidos: «Tú, hijo mío quedarás vivo. Tú eres joven y sano. Mi corazón me dice que volverás y te
reencontrarás con la familia. Pero yo tengo ya mis dos pies en la tumba. Aunque no me maten,
moriré. Mi hora llegará aún sin la ayuda del verdugo. Si tú sobrevives, debes cumplir mi legado.
Describe las cosas como son, no exageres ... sólo escribe la verdad ... Trata de recordarlo todo. Abre
bien tus ojos. Aquí, en estas circunstancias, no tendrás la posibilidad de escribir, ni pequeñas notas.
Así que usa tu cabeza como agenda, como cámara. Esto es importante. Es sumamente importante.
Desde Lienz hasta el fin de tu calvario acuérdate de todo. El mundo debe saber lo que ocurrió, lo
que ocurre ahora y lo que ocurrirá, desde el engaño y la traición hasta el final». Krasnow prosigue
que el pueblo ruso no morirá, que Rusia resucitará. Una vez más se adhiere a la monarquía absoluta,
un gesto casi tierno para un preso en el sótano de la prisión de tortura soviética. Al despedirse
bendice a su nieto y le dice: «Respeta el nombre Krasnow, no lo deshonres».
Mientras los Krasnow permanecían en la ducha, los guardias habían saqueado todas las hombreras,
el orden Georgiano que le había conferido el Zar y los botones de su ropa. La última vez que se
vieron fue en el pasillo cuando el joven Krasnow, sujetándose los pantalones, volvió la mirada hacia
el viejo y este le hace una seña de saludo con la mano afirmado en su bastón.
Nikolaj Krasnow fue pelado al rape y devuelto a su celda, donde nuevamente pierde el sentido del
tiempo. Algún día fue llevado por los pasillos, oficinas y de nuevo por pasillos hacia una puerta
doble. Por un momento deslumbrante de claridad, se encontró sorprendido en las afueras y
empujado a una celda negra y sofocante de un auto policial, que lo trasladó a la cárcel militar
Lafortowo. También allí había prohibición de hablar entre presos y guardias; se entendían en un
lenguaje de señas propio de la cárcel o, si esto no era suficiente, cuchicheando. Un guardia con
banderines de diferentes colores estaba a cargo de guardar la distancia entre los grupos de presos
que tenían que pasar por el patio y los que estaban allí. Nuevamente Krasnow volvió a su celda
aislada, casi se asfixia, se quema la cabeza con la ampolleta y pierde el sentido del tiempo. Las
comidas eran entregadas en intervalos irregulares por un hoyo en la puerta, llamado «el hoyo de
comida». Como no le permitían hacer sus necesidades, pensaba que reventaría su vejiga y sus
intestinos. La claridad de la celda le impedía el dormir, no había noche ni día.
El encarcelamiento aislado era interrumpido por el interrogatorio del juez instructor. El juez ofreció
cigarrillos y té. Krasnow, un fuerte fumador, escribe que le fue imposible rechazar el cigarrillo: «La
carne es más fuerte que el intelecto. Lo que exige, en lo que se obstina, no puede ser decidido por un
acto de voluntad. Al principio produce el olor a humo de tabaco un fuerte mareo, pero al mismo
tiempo ejerce un efecto especial al cuerpo languidecido. Al hombre lo convierte en alguien animado
–en la fantasía– y causa una cierta alegría –un estado muy agradable. Sólo alguien que nunca ha
fumado puede rechazar un cigarrillo en esta situación.»
El juez interrogaba en la noche y esto podía durar varias horas. Dado que de día los presos no
podían dormir en sus celdas, estos interrogatorios nocturnos eran una especie de tortura, aunque no
se usaba fuerza corporal.
La fase de aislamiento es para quebrar la voluntad del preso. Krasnow estuvo aislado menos tiempo
que otros presos, pues sólo por su prominente apellido permaneció en la cárcel de Lubjanka y
Lefortowo. Finalmente, fue trasladado a una celda con otros dos presos, un oficial de la armada de
Rumania y un español de la «división azul». Los dos habían peleado en la 2ª Guerra Mundial a favor
de los alemanes. En esta celda estuvo desde junio hasta septiembre de 1945. Él y sus dos
compañeros de prisión amasaban figuras con pan y saliva y jugaban ajedrez y dama. Esto les
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permitía dormir sentados en sus camas delante de la mesa, pues el tiempo para dormir era corto y
estrictamente controlado. Dos dormían mientras el tercero observaba aparentemente el partido, pero
en realidad cuidaba que ninguno de los dos apoyara su cabeza, lo que podría ser visto por el guardia
a través de la mirilla.
El compañero español informó a Krasnow de que las sentencias ya eran un hecho y que no tenía
sentido negar las acusaciones. Pero Krasnow no quería declarase culpable de haber sido instruido
como saboteador (perteneció solamente al cuerpo de ingenieros). El juez y Krasnow se agarraron en
esta cuestión, el juez se asesoró con su jefe, lo amenazó con la muerte instantánea si no confesaba.
Pero Krasnow sabía que en esta cárcel había prohibición de matar, y que sólo se practicaría un
aparente fusilamiento. Se negó a confesar y fue llevado al sótano, afirmado al muro y los guardias
apuntaron. Uno de los jueces nuevamente le hizo la misma pregunta y Krasnow respondió con
«No». Los guardias tiraron; escasos centímetros sobre su cabeza astillaban piedras y revoques. Los
dos jueces retaron a Krasnow y a su familia, y lo devolvieron a la oficina para proseguir el
interrogatorio. Duró en total 16 horas.
En sus recuerdos «Rusia oculta» describe frecuentemente sus ansias por los cigarros: «El cigarrillo es el
mejor amigo del prisionero, su mejor compañero en la prisión solitaria, el mejor medio para calmar los
nervios y anestesiar el corrosivo sentido de hambre». La adicción de Krasnow se convirtió en un
«delirio de nicotina»; según un compañero: chupaba el dedo manchado por los cigarrillos que contenía
restos de nicotina. Más tarde, en Siberia, arriesgó varias veces su vida para conseguir tabaco. En la
cárcel de Lefortowo una sola vez un guardia se comportó humanamente con él. Krasnow había gritado
por cigarrillos. «De repente se abre el hoyo, pasa un brazo uniformado del servicio secreto MWD y
deja caer un paquete de cigarrillos a mis pies. Se cierra el hoyo. Poco después se abre nuevamente y la
misma mano entra, esta vez con un encendedor. «Ya pues, prende!», dice una voz baja.
Krasnow tuvo que firmar un documento preparado que confirmaba su sentencia a diez años de
trabajo forzado y fue trasladado a la cárcel Butyrki en Moscú. En esta misma cárcel, en el siglo
XVIII, había estado preso otro cosaco, Jemelian Pugatschow, un dirigente de una de las grandes
revoluciones, que murió durante la tortura en la Plaza Roja. La contraparte de Piotr Krasnow en la
guerra civil rusa, León Trotzki, también estuvo preso en el invierno 1898/1899, bajo el régimen del
Zar, en la misma cárcel. En este lugar también había presos criminales. En la jerarquía carcelaria, los
«criminales» y sus «favoritos» eran superiores a los «políticos». En la primera noche, los nuevos eran
despojados de sus pertenencias por los «criminales», y la mejor parte le era entregada al guardia, que
como contraprestación toleraba el robo. Krasnow alcanzó a defender sus botas destrozadas y su
pantalón roto con golpes de boxeo. Al día siguiente, y por tres días y noches, fue internado a una
minúscula celda. Para hacer sus necesidades debía golpear la puerta y gritar.
El 24 de octubre de 1945, Krasnow debió firmar un papel en que aceptaba que tres dirigentes del
servicio secreto, el «Consejo especial», vieran su causa y lo juzgaran. Este tribunal debatía entre sí, ni
siquiera el acusado estaba presente. Desde este día Krasnow esperó su sentencia. Cuando finalmente
pudo salir de su celda, se encontró con la sorpresa de poder ver y conversar con su padre por una
hora. Su padre había adelgazado hasta los huesos; había sido presionado moralmente muy fuerte,
pero él había resistido. «Tú nunca tendrás que avergonzarte de tu padre. Nunca doblegaré mi nuca
ante estos cerdos. No reconocí nada, no incriminé a nadie». Él contó que en los interrogatorios, el
viejo Piotr Krasnow siempre asumió que si es que a alguien tiene que tocarle la culpa, sería a él.
También Semjon Krasnow mostró valentía. Después de su hora de encuentro, un oficial les leyó su
condena: padre e hijo recibieron diez años en un «Campo de trabajo de mejoramiento».
Ambos Krasnow fueron trasladados a la misma celda, el padre sabía que no resistiría el trabajo
forzado, y por ello hacia trampa en la repartición de las «raciones de hambre», para que su hijo
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recibiera más. Trataba de ocultarle sus desmayos. Por otra parte el hijo trataba de traficar
secretamente trozos de pan a la ración de su padre. Las raciones eran tan pequeñas, que Krasnow
escribe: el estómago y no el intelecto son «el dueño del ser humano». «Satisfacer el hambre llega a ser
la meta primordial en la vida carcelaria», y para conseguir una fría sopa de repollo, los presos acaban
matándose a trabajar por la construcción de la odiada Unión Soviética.
Después de algunas semanas, los dos Krasnow fueron transportados junto a un grupo de 60 presos
a la cárcel Krasnaja Presnja. Durante el viaje, el padre casi se desmaya y otros presos le roban
mientras tanto unos pedazos de pan guardados en su bolsillo. Esta tercera cárcel en Moscú era el
lugar de transbordo al campamento de trabajo. El chequeo del médico no permite el viaje del padre
a Siberia. «No lo aguantará», dijo el médico y de esta manera los dos Krasnow se separan para
siempre. El padre muere finalmente en algún lugar en Siberia, solo y sin fuerzas, pero «firme y
orgulloso hasta el final».
La cárcel de transbordo estaba tan repleta de presos políticos y criminales, que los recién llegados
debían pasar la o las primeras noches sentados en las malolientas letrinas. Recién, cuando un
prisionero era retirado, recibían un lugar para dormir en los camarotes repletos o en el piso. En la
primera noche, Krasnow se quedó dormido en la letrina y alguien le robó de su bolsillo el resto de
tabaco. Krasnow comenzó a gritar y aunque un «político» trató de persuadirlo, fue al grupo de los
«criminales» a pedir la devolución. Los «criminales» sólo se burlaron y le proporcionaron una gran
golpiza, arrancándole un diente. Casi inconsciente, fue botado de la celda y llevado por los guardias a
otra celda, la Nº 17. Aquí se encontraban oficiales y soldados de la división de Wlassow. Mientras se
recuperaba de la golpiza en una camilla, otro prisionero le ordenó sacarse su chaqueta, pues él la
había ganado en un juego de azar. Kranow se negó y comenzó una pelea masiva entre los «políticos»
y los «criminales». Los «políticos» ganaron y recibieron –entre ellos también Krasnow– los mejores
lugares para dormir. En todo el recinto se creó un gran respeto a los «políticos» de la celda 17.
Krasnow escribe más tarde: «Aprendí mucho en Krasnaja Presnja; reconocí que el ser humano es un
lobo, que hay que pelear en un grupo cerrado, tomar a su adversario con mano dura, nunca soltarlo
o darle la espalda.»
Algunas semanas más tarde –era el invierno 1945/46– Krasnow es llevado a Siberia. El tren de
transporte contaba con 40 vagones. La estación fue construida especialmente para el transporte de
prisioneros. Los guardias juntaban a 60 hombres en el vagón, aunque el espacio daba sólo para 40.
Al subir a los vagones, cada preso era golpeado por un guardia con un martillo en la cabeza o en la
espalda. A cada lado del carro había 3 pisos de tablas, en donde debían dormir los presos. En el
centro se encontraba un horno con 4 leños y en el piso había un pequeño hoyo que servía de retrete.
Los excrementos se derramaban por el piso y apestaban.
Continuamente los presos eran contados, y para ello debían pararse a un lado del vagón y por
separado correr hacia el otro lado, mientras el guardia contador repartía a cada pasante un golpe con
el martillo.
El tren paró 48 horas en una estación cerca de Moscú. Los soldados vociferaban, perros
amaestrados ladraban. No había nada para comer.
Finalmente el tren partió al círculo polar. Los leños se consumieron en una hora, sin que se hubiese
calentado el interior del vagón. Al amanecer, se había temperado por el aliento de los presos de tal
manera, que la capa de hielo en los muros y en el techo comenzó a derretirse. Agua sucia verdosa
comenzó a gotear sobre los que se situaban mas arriba. Allí se habían puesto los «criminales», pues
abajo apestaba más fuerte a orina y excrementos. Para escapar de la «ducha estalinista», los
«criminales» se cambiaron al piso entremedio y obligaron a sus favoritos a subir.
36
“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
El viaje duró del 12 al 24 de diciembre de 1945. Recién al segundo día de su viaje, es decir al cuarto
día del transbordo, recibieron comida. A cada preso le correspondía 650 gr. de azúcar, un pedazo de
arenque y unos granos de azúcar. El «mayor del vagón», un asesino condenado, repartió el total del
azúcar entre los suyos. Krasnow describe que el azúcar era una importante fuente de energía para los
presos entumidos (pero sólo por un corto tiempo quita el sentido de hambre) y que su repartición
era parte de la estrategia de supervivencia que peleaban los presos entre sí. En partes como esta,
Krasnow describe cómo la criminalidad se convirtió en un componente fijo del aparato represivo
soviético, incluso de la sociedad soviética en su totalidad. Los presos mismos traspasaban la presión
estatal hacia abajo. Los grupos reprimidos eran incitados recíprocamente a raíz de una economía
deficiente y de privilegios graduados. El sistema soviético pudo estabilizarse por esta lucha por la
concurrencia.
Cuando más se acercaban al norte, más insoportable se convertía el frío. Quemaron las tablas de
dormir y todos los 60 presos durmieron en el piso. Los guardias, reacios a entregar leña para
calentarse, permitieron que se quemaran los catres: pertenecía a la contradicción del sistema
soviético que en los campos de trabajo se producía gran cantidad de tablas para construir catres pero
había déficit de leña.
Durante el viaje los presos se peleaban eternamente. Solamente un joven, sentenciado por robo,
podía tranquilizarlos al comenzar a cantar con su suave tenor: Tu padre desde tiempo ya está
enterrado, Tu hermano desde tiempo desterrado, En el frío Siberia cencerrea con cadenas en manos
y pies.
II. Siberia- trabajo como castigo
La Noche Buena del año 1945 llega el tren al pueblo siberiano Mariinsk. Escoltados por soldados del
MWD, los prisioneros debían marchar dos kilómetros por una calle larga y nevada, llevando consigo
a los enfermos y a aquellos que tenían sus miembros congelados, mientras que los muertos eran
transportados en trineos. Su nuevo campo de repartición estaba rodeado de alambre de púas y de
una línea mortal. Durante la primera noche, en una estación de cuarentena, finalmente le fue robada
su chaqueta alemana a Krasnow. Al día siguiente se enfermó, tuvo escalofríos y mareos y le costó
mantener el pedazo de pan y la sopa aguada que les fue entregada después de 24 horas.
Al tercer día, apareció un preso bien vestido para el criterio carcelario y preguntó si entre ellos había
algún «cabeza hueca» (en la jerga del campamento se refiere a un intelectual) capaz de escribir bien.
Krasnow levantó la mano y el compañero lo llevó al «departamento cultural-educacional». En el
edificio del club, Krasnow tuvo la posibilidad de mirarse al espejo después de largo tiempo. «Vi un
siniestro vagabundo, con una cara flaca y sucia llena de cerdas, el largo pelo semejaba espinas de un
puerco espín, sus ojos hundidos irradiaban locura. «¿Éste soy yo?» preguntó en voz alta. «Éste es
usted», respondió su nuevo compañero.
Este compañero lo encargó a una antigua actriz de teatro de San Petersburgo, que en sus tiempos
fue cortejeada por su abuelo Krasnow, y aquí tuvo la ocasión de ducharse, afeitarse y comer cuanto
podía. Comió de una vez «diez pintas de sopa, una olla de avena mondada y casi seis libras de pan».
El se convirtió en «el niño acogido de la gran familia de los artistas deportados».
Krasnow fue designado a trabajar en el departamento textil; diez horas diarias tejía en el telar y
después trabajaba con el grupo de artistas. Pero a raíz del trabajo, la desnutrición y la falta de
vitaminas, sufrió un colapso que lo llevó a la enfermería. El grupo artístico lo mandó a trabajar a la
lechería, pues en la enfermería escaseaban los medicamentos y allí aprovechó de tomar algo de leche
y consumir verduras, como zanahorias y cebollas crudas o papas cocidas secretamente, que le
robaban los compañeros.
37
Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
En 1948 la Unión Soviética bloqueó Berlín del Oeste y comenzó la Guerra Fría. El régimen
estalinista reorganizó el sistema del campamento por temor a desórdenes internos. Los «políticos»
fueron separados de los «criminales» y en 1951 Krasnow fue trasladado a un campamento especial
para presos políticos. «Ahora comenzaron los años más terribles de mi estadía en los campamentos.
Los prisioneros hambrientos incomodados por esposas, eran comprimidos en vagones especiales, en
departamentos con un mínimo de aire, sin agua y sin la posibilidad de poder hacer sus necesidades.
Vigilados por ametralladoras, por bandidos que eran soldados acompañantes y perros mordedores,
viajamos al fondo de Siberia, a Taischet. Doce de nosotros eran empujados hacia un departamento
para seis personas. No podíamos ni voltearnos ni sentarnos. La gente vestida con chaquetas y
pantalones acolchados perdía el conocimiento por el amotinamiento y el calor, a pesar de la fuerte
helada del exterior. Muchos no aguantaron e hicieron sus necesidades, lo que llevó a tal ediondez,
que la gente deseaba morirse. Incluso hasta hoy día, cuando recuerdo este viaje siento malestar y un
miedo salvaje», escribe Krasnow.
Viajaban por un trayecto recién construido que llegaría hasta el Pacífico. En la medida que avanzaba
la construcción, el campamento era trasladado hacia delante.
A lo largo de la vía férrea se situaban campamentos unidos a la vía por un pequeño camino. Rara
vez se veían vehículos. Los prisioneros eran descargados en el desierto y allí debían construir,
generalmente utilizando sólo sus manos, cavidades en la tierra para su propio alojamiento, el camino
a los rieles, las barracas, las cocinas y los baños para los guardias y como último las barracas para
ellos mismos.
Krasnow describe en este capítulo de su libro «Rusia oculta» el sistema de campamento soviético,
que más tarde es conocido como GULAG. Los campamentos están rodeados por un cerco de
madera. Por los dos lados hay una zona de tiro con acceso prohibido. Los puestos pueden tirar a
cualquiera que se encuentre en esta zona. En el verano, estas fajas son aradas y rastrilladas para
poner de manifiesto cualquier huella; en el invierno, las huellas son vistas en la nieve. Perros
adiestrados, amarrados a largas cadenas andan alrededor del campamento. Al exterior del
campamento en cada cuatro esquinas se encuentran nidos de ametralladoras, en caso de un posible
motín. Por la noche se prenden focos. El campamento está dividido en zonas de trabajo y vivienda.
Cada campamento produce su propia energía. Los campamentos pequeños que no tienen
generadores de reserva prenden por la noche fogatas alrededor del cerco y cada cuantos metros para
un puesto.
Krasnow describe la vida cotidiana del campamento. Al comienzo de la noche los presos debían salir
de las barracas para ser contados y después de entrar eran encerrados con llave. Cada barraca tenía
un ediondo balde como retrete. Los presos tenían números cosidos en su ropa y por los cuales eran
llamados. Algunos tenían un permiso especial y podían escribir y recibir correspondencia dos veces
al año.
Delitos como la posesión de más de la cantidad permitida de tabaco o de un clavo o el fumar un
cigarrillo con papel de diario en el cual hay una foto de Stalin, era castigado con incomunicación.
Mientras la Alemania de Hitler aniquilaba sus presos a través del trabajo, la Unión Soviética bajo
Stalin aplicaba el trabajo como castigo. En invierno con helada y nieve trabajaba Krasnow en la tala;
cuando había deshielo, en el fondo del barro y en verano en una nube de mosquitos. Trabajaba como
conductor de tractor, en la construcción y en el torno. Por la noche el comandante que había
descansado por el día, mandaba a buscar presos singulares para su «entretención» y, borracho y
malhumorado, les gritaba hasta el amanecer. Al día siguiente estos presos debían trabajar
semidormidos. El reiterado recuento y la espera en el portón del campamento podían durar una
hora, una hora en que los presos debían estar parado bajo temperaturas de 35 o 40 grados bajo cero.
38
“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
El trabajo consistía en acarrear la leña por kilómetros. Ocho hombres eran enganchados a un carro,
que transportaba leña. Las correas cortaban en los hombros, el pulmón crepitaba. También el área
de la tala estaba alambrado y vigilado por perros, cadenas de puestos de guardia y ametralladoras.
Ocasionalmente huían prisioneros, pero esto era lo mismo que suicidarse. El que alcanzaba a huir de
los guardias y los perros, moría inevitablemente en el desierto.
También ocurría que presos eran fusilados. Krasnow había entablado una amistad con Franz, un
joven alemán. Franz había sido el mozo de un general alemán y por haber sido encontrado
políticamente importante llegó al campamento de trabajo en vez de ser prisionero de guerra.
Krasnow sabía alemán y para Franz, que no dominaba el ruso, era la única persona con la que podía
comunicarse. Un día Krasnow observó a un guardia encarar a Franz y alcanzó a alertarlo. Franz
corrió y el guardia lo mató por detrás, mientras Krasnow logró tirarse al piso. Más tarde se enteró
que este guardia deseaba vacaciones extraordinarias y por ello quería «frustrar un intento de huida».
Las vacaciones hubieran sido su recompensa.
Continuamente había vejaciones. Krasnow escribe sobre un sargento sádico: «Una vez entró
precipitadamente a nuestra barraca y nos obligó a salir a las zanjas que habíamos levantado para una
letrina. Nos puso con la cara a las zanjas y gritó: «Abajo con los fascistas. Oren a su Dios!. Atención!
Focos y ametralladoras en las torres apunten a las zanjas! Fuego a los fascistas y traidores de la
patria!». Las luces prendieron. Sus rayos amarillos alumbraban las caras de los infelices hombres, que
estaban sólo con ropa interior y descalzos en el barro pegajoso. «Alto!! Y ahora, ustedes chanchos de
Hitler, les dio miedo? Ha, ha, ha! Devuelta a la barraca! En marcha! Todos, y el último recibirá una
bala en su cabeza!». Es verdad que el último no fue asesinado, pero dos de los prisioneros de más
edad murieron de un ataque al corazón.
Stalin murió el 5 de marzo de 1953. El puño de hierro de la MWD comenzó a aflojarse. Krasnow
fue transportado con otros prisioneros a Omsk, una cuidad más al sur de Central Siberia. Allí trabajó
en la construcción de una refinería de petróleo y en diciembre de 1954 fue llevado a las cuencas
carboníferas de Karaganda. Allí ya podía moverse bastante libre y recibía un sueldo. Como
extranjero, obtuvo el derecho de repatriarse, pero Yugoslavia, donde era cuidadano, no lo quería. En
diciembre de 1955 pudo viajar a Moscú. Una de las postales escritas en el campamento logró llegar a
una prima en Suecia. Consiguió una visa a Suecia, tomó el tren a Berlín del Este, experimentó en el
momento del milagro económico del centellante Berlín del Oeste sus primeras horas de libertad y
voló a Suecia, en donde se enteró que su esposa vivía en Argentina y su madre en USA. Las dos
mujeres habían huido en Austria a las montañas, después de saber de la deportación de los hombres.
En las primeras cuatro semanas de su estadía en Suecia Krasnow escribió el libro «Rusia oculto». El
título quiere decir que el pueblo ruso siguió siendo fiel a sí mismo a pesar del régimen comunista.
Krasnow distingue severamente entre la Unión Soviética y el pueblo ruso. Él escribe como un «firme
anticomunista de principios». Krasnow desprecia a Hitler, pero nunca cuestiona su participación en
el lado alemán. «Peleamos por una idea», la idea de una Rusia anticomunista. También él deseaba una
intervención extranjera. «En esos años hubiera bastado una relativamente pequeña intervención
desde el aire para desencadenar una revolución de los presos.». Las vías de comunicaciones en la
Unión Soviética estaban cortadas y Rusia hubiera sido liberada. Acusa a los ingleses de traición,
como si los cosacos hubieran sido sus aliados. El libro de Krasnow es editado en una pequeña
editorial en New York, primero en ruso y más tarde en inglés y alemán.
Después de terminar su libro, trabaja como leñador para juntar la plata para su pasaje a Argentina.
Su esposa vendió un prendedor que había guardado para una emergencia y en diciembre de 1956
Krasnow llegó en barco a Argentina para encontrarse con su señora después de 11 años. Los dos
trabajaron duramente por un año para poder traer a la madre de Krasnow hacia ellos, pero al lograr
tener el pasaje y la visa, la madre muere en Nueva York.
39
Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
Nikolai Tolstoy escribe que Krasnow muere poco después de la publicación de su libro, y que es
bastante seguro que fue asesinado por agentes soviéticos. Sobre el destino de su esposa Lili no se
sabe nada. En los múltiples documentos y libros sobre el hundimiento de los cosacos, las mujeres
sólo juegan un papel secundario y al finalizar este rol, ya no son mencionadas. (La esposa de Piotr
Krasnow, Lydia, también huyó y murió en Munich el 23 de julio de 1949, según fuentes italianas).
Del corto epílogo del libro de Krasnow sobre su estadía en Argentina no se desprende si el
matrimonio Krasnow tenía información sobre la huida de la esposa de Semjon con su recién nacido
bebé Miguel al país vecino, Chile.
El viejo general Piotr Krasnow, su hijo Semjon, von Pannwitz Domanow y algunos altos oficiales,
que habían combatido en las «asociaciones voluntarias» de la Armada alemana, fueron condenados a
muerte y ejecutados en enero de 1947 en Moscú por un colegio militar del Tribunal Supremo de la
URSS. El informe de prensa dice: «Estuvieron activos como agentes del servicio alemán de
espionaje, lucharon durante la segunda guerra mundial con unidades de la guardia blanca formadas
por ellos, contra la Unión Soviética y ejercieron activamente acciones de espionaje, diversión y terror
contra la Unión Soviética. Los acusados se confesaron autores de todos los cargos imputados. Según
el párrafo 1 del decreto de la Presidencia del Soviet Supremo de la URSS del 19 de abril de 1943 el
colegio del Tribunal Supremo condena a todos los acusados a la muerte por horca. La sentencia ya
fue ejecutada.»
Piotr Krasnow no fue ahorcado, sino fusilado en el patio de la cárcel de Lefortowo. El 23 de abril de
1996 Helmuth von Pannwitz es rehabilitado por la fiscalía general en Moscú. La fiscalía de Moscú
explica esta rehabilitación por la ilegitimidad de la sentencia. Pannwitz no puede ser responsabilizado
por la imputada muerte de 15 partisanos, dado que estos habían sido previamente condenados a
muerte por un tribunal croata.
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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
4 PARTE: El ángel de la venganza
I. Un combate en Santiago de Chile
Santiago, Capital de Chile, el 5 de octubre de 1974: Un año atrás había derrotado el General
Pinochet por medio de de un sangriento golpe militar al Presidente socialista Salvador Allende.
Fotografías del estadio de Santiago repleta de prisoneros políticos, por haberse quedado pequeñas
las prisiones, dieron la vuelta al mundo. En este país sudamericano, la izquierda era peseguida de
forma sistemática. Las Fuerzas Armadas estaban decididas a quebrar toda resistencia todavía
existente por medio de tortura y asesinato.
En especial buscaban a Miguel Enríquez, el líder de la organización clandestina MIR (Movimiento
de la Izquierda Revolucionaria). Miembros del MIR arrestados y torturados habían revelado algunas
informaciones sobre él. El servicio secreto DINA logró así saber el barrio en que vivía, que en la
casa vivía una mujer embarazada, que los dos manejaban un Renault 4, que la casa tenía una fachada
de color azul celeste y la de enfrente de color verde esmeralda ...
Los agentes de la DINA encuentran una casa en la calle Santa Fe con estas características, Se acercan
cuidadosamente, de la casa salen disparos, los agentes buscan protección y piden refuerzo. Habían
logrado encontrar el escondite de Miguel Enríquez y su compañera embarazada Carmen Castillo
(por razones de seguridad, Carmen Castillo había mandado a sus dos hijas pequeñas al extranjero).
Miguel Enríquez defendió la casa con su ametralladora, mientras otro miembro del MIR, que se
encontraba en la casa, logró a escapar por la puerta trasera. Los agentes de la DINA, cada vez en
mayor cantidad, rodean el terreno y disparan con ametralladoras y granadas de mano. Carmen
Castillo fue herida en el brazo y cayó al piso. Miguel Enríquez dijo: «Te dieron ... despierta!» y la
arrastró lejos de la zona de fuego. Él estaba herido en la mejilla por una astilla de granada. Los
agentes no sabían que sólo él disparaba, se imaginan muchos guerrilleros y tienen especial cuidado.
Recién después de dos horas, finalizan las salvas y detonaciones. Miguel Enríquez estaba muerto. La
DINA había obtenido su máximo logro.
Los hombres pateron entonces la puerta. Uno de ellos tiró a Carmen Castillo del pelo, le rompió los
dientes y le escupió. Un segundo hombre se le acercó y comentó: «Está herida y embarazada, hay
que transportarla». La llevaron al Hospital Militar, donde fue operada y trasladada más tarde a un
pabellón estrictamente vigilado. Ella tenía la suerte de pertenecer a una familia chilena influyente, lo
que la salvó de la tortura. Los agentes intentaron sacarle información con amenazas y mentiras, pero
Carmen Castillo callaba.
Entonces se le acercó un oficial interpretando el papel de bonachón: « Cómo está tu herida? ... Yo
fuí el que te salvó la vida. Yo dí la orden de sacarte de la casa. Yo fui el que dio la orden de tu
transporte. La persona que te abofeteó te hubiera liquidado al instante, si no hubiese aparecido yo».
Ese oficial del servicio secreto es Miguel Krassnoff, nacido el 15 de febrero de 1946 en el hospital de
Lienz, nieto del general cosaco Piotr Krasnow e hijo de Semjon Krasnow, fallecido en un GULAG
soviético. Su madre hubiera querido alejarle de la carrera de oficial, pero él continuó con la tradición
militar. En 1974 realizó un curso en la estadounidense Escuela de las Américas de Panamá, donde
consiguió estar entre los 65 mejores participantes. Por su colaboración en el asesinato de Enríquez,
Krasnoff fue el primer oficial desde la guerra del Pacífico en recibir de manos de Pinochet la Orden
Medalla al Valor. (El Mercurio, 6.7.03)
41
Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
A Krassnoff le gustaba hacer el papel de «bueno» en los interrogatorios. Cuando los otros
torturaban y maldecían, venía Krassnoff y tomaba una actitud comprensiva. «Debemos evitar el
derrame de sangre», le dijo también a Carmen Castillo, «es absurdo que los pocos miembros buenos
del MIR se dejen matar por absolutamente nada. Ayúdanos a encontrar a Andrés y Mary Ann, tú les
puedes salvar así la vida». Recién en su exilio en París se enteró Carmen Castillo de que Krassnoff
era un anticomunista fanático y uno de los líderes oficiales de la DINA. En sus recuerdos «Santiago
de Chile- un día en octubre» describe a Krassnoff como dinámico, ambicioso e inteligente. Es poco
llamativo y usa siempre la misma chaqueta deportiva un poco gastada; su pelo es liso y peinado hacia
el costado. Su expresión la irrita y la impresiona. Krassnoff la interroga frecuentemente. Su
procedimiento es metódico, riguroso, pero nunca apurado.
Miguel Krassnoff. En “La Tercera”, periódico chileno,
edición del 10 de junio de 1999
En uno de sus interrogatorios manda
fuera a los guardias, junta su silla a la de
ella y le ofrece un cigarrillo. Es tiempo de
carnaval y los dos observan a la juventud
bailar y cantar en las calles. «Ves tú, ellos
son felices», le dice Krassnoff, «ya no
tienen nada más que temer. El país
resucita pues se ha liberado de la amenaza
totalitaria» (se refiere al comunismo).
«Nosotros estamos aquí en Providencia,
en el barrio de los ricos», responde ella,
«esto no se puede olvidar. Los ricos
festejan su victoria. Pero allí enfrente, en
los barrios del pueblo, usted no
encontrará mas que silencio, odio
reprimido, hambre». «Te equivocas, en
todas partes están festejando carnaval.
Que increíblemente ciegos son ustedes.
Yo no estoy ni a favor de los ricos ni de
los demócrata cristianos. Hasta la
sublevación del 11 de septiembre (se
refiere al golpe militar de 1973) dí clases
de ética en la Academia de Guerra. Ahora
cumplo solamente mi deber: defiendo el
orden y la libertad contra los extremistas.
Ustedes son los que me obligan a la
represión- son los métodos de ustedes, los
que utilizamos ...».
La presión internacional a la dictadura militar se hace tan poderosa, que tienen que liberar a Carmen
Castillo. El jefe de la DINA Manuel Contreras, y Krassnoff la van a buscar personalmente al
hospital. «Vas a viajar», le dice Krassnoff a Carmen Castillo. «¿Adónde?», pregunta ella, «al
extranjero» responde Contreras, y añade que esto se lo debe a la bondad de Pinochet – si fuera por la
DINA, ella no hubiera sido nunca puesta en libertad.
Durante el viaje al aeropuerto, Krassnoff le da algunos consejos paternalistas: «Ocúpate un poco de
las dos niñas. Se una buena madre, comienza una nueva vida, conviértete en una mujer como las
otras ..., y no se te ocurra volver a Chile! No habrá un reencuentro ... te esperaremos aquí. Y ya
ahora te puedo decir, que no te trataremos tan indulgentemente como hasta ahora».
42
“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
Krassnoff podía ser benévolo cuando tenía éxito. Y su mayor logro personal había sido encontrar a
Miguel Enríquez. Todo el aparato militar chileno había estado buscando a Enríquez. La unidad
militar, el servicio secreto o el soldado que lo encontrara subiría en la jerarquía militar y en la estima
de la Junta. Krassnoff lo logró.
Krassnoff era tan brutal como inteligente. Él había recopilado informaciones aisladas extraídas a los
prisioneros bajo tortura. Fue él quien en la casa de tortura, desde la que actuaba su unidad, juntó a
los presos y comenzó con ellos a cercar el barrio donde suponían a Miguel Enríquez. Él
personalmente dirigió el asalto a la casa, y fue quien volvió al centro de tortura con la pistola de
Enríquez y el dinero encontrado en la casa, que repartió, como recompensa, a cada uno de los
agentes involucrados.
En octubre de 1974 la DINA ya había logrado capturar una importante parte de los miembros del
MIR, y con la muerte de Enríquez lograron su victoria decisiva. Después de que la cúpula de la
organización fuera derrotada, los miembros existentes no tenían capacidad para mantenerse. Las
cárceles se llenaron con mujeres y hombres del MIR.
II. La dictadura militar chilena y el servicio secreto DINA
“ ...Cuando lleves más tiempo trabajando con nosotros, entenderás que todo, entiendes, todo nos
está permitido» (un bolchevique a otro, en: Piotr N. Krasnow, “El odio eterno”, página 124).
La Junta Militar estaba compuesta por los cuatro Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas: la
Marina, la Fuerza Aérea, el Ejército y Carabineros. En la punta estaba el General del Ejército,
Augusto Pinochet. Pero Pinochet quería ser más que sólo uno entre los cuatro hombres mas
poderosos de Chile. Y realmente logró 17 años de autocracia. La creación de la DINA fue decisiva
para esta poderosa posición.
Manuel Contreras, el hombre que junto a Krassnoff acompañó a Carmen Castillo al aeropuerto,
ocupaba durante el golpe el puesto de Teniente Coronel y Comandante del Cuartel «Tejas Verdes» en
San Antonio, un pueblo al oeste de Santiago.
El 11 de septiembre demostró Contreras su eficacia. En otras partes eran detenidos todos aquellos
supuestamente izquierdistas, mientras que Contreras arrestaba sólo a los que tenía encausados y en
listas precisas. Así puso fin a una huelga portuaria invitando a cuatro sindicalistas a su oficina, cuyos
cadáveres fueron entregados al día siguiente a sus familiares. Por su perseverancia y su falta total de
respeto, Contreras era el hombre indicado para las ambiciones de poder de Pinochet.
Contreras comenzó ya en noviembre de 1973, es decir dos meses después del golpe, con la creación
de un servicio secreto propio: la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional), que fue oficialmente
fundada en junio de 1974. La tarea de la DINA era separar a los presos considerados
extremadamente peligrosos del resto de presos. A diferencia de los demás servicios secretos
existentes en las cuatro ramas, la DINA rendía cuentas solamente a Pinochet. Era su base de poder.
La DINA se sumó a los ya existentes servicios secretos, entre los que pronto comenzó una
competición que ocasionalmente llegó incluso a las armas. La DINA salió vencedora.
La DINA se instaló con un poder absoluto en el centro del estado militar y se destacó de este estado
terrorista por un notable y propuesto aumento del terror. Hizo «desaparecer simplemente a la
gente», igual como Piotr Krasnow hace decir a un agente de Tsheka en su novela «Del águila del Zar
hacia la bandera roja».
43
Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
A comienzos de 1974 comenzó la DINA con sus típicos arrestos: agentes de civil sin orden de
detención y en autos sin matrícula sacaban a mujeres y hombres de sus casas, los metían a los autos,
les vendaban los ojos y los llevaban a lugares secretos en donde comenzaban inmediatamente a
torturarlos. No eran detenciones masivas como en la Unión Soviética de Stalin; la DINA se
concentraba sólo en los cuadros de las organizaciones clandestinas.
El cuartel general de la DINA era una casona en la calle José Arrieta (Nº 8200), la Villa Grimaldi.
Éste era al mismo tiempo centro de prisión y de operaciones. Desde allí operaba la «Brigada de
Inteligencia Metropolitana»(BIM).
A comienzos de 1975, durante el punto culminante de los arrestos, trabajaban en la Villa Grimaldi
alrededor de 35 oficiales de la DINA, y tres turnos, de entre 30 a 36 soldados cada uno, a cargo de la
vigilancia. Desde Villa Grimaldi operaban además, seis «unidades operativas», cada una compuestas
por cinco hombres y de vez en cuando por una mujer. Dependiendo del encargo, una unidad
operativa tenía uno o dos autos, siempre dejando cupos libres para el o los arrestados. Igual que el
personal restante, estas unidades trabajaban de civil y con las técnicas clandestinas de las
organizaciones de la resistencia. Los agentes usaban pseudónimos; los prisioneros debían usar
vendas y capuchas para no reconocer a sus torturadores.
La DINA operaba en casas privadas que habían sido compradas o confiscadas, y en las cuales debían
encontrar espacio cada vez más presos. Pronto apestaba a orina y transpiración.
Mientras el servicio secreto soviético usaba para su transporte de prisioneros, camiones de pan, la
DINA usaba camiones frigoríficos confiscados de la empresa pesquera EPECH.
Una de las casas de tortura estaba en la calle Londres No. 38, una de las pocas calles idílicas en plena
centro de Santiago. Hasta el golpe, el edificio perteneció al partido Socialista y desde fines de 1973
fue utilizado por la DINA. Igual que todas sus casas en Santiago, era inadecuada como centro de
prisión. Los vecinos observaban las entradas y salidas de los agentes, y de los autos que llevaban a los
detenidos. Los gritos nocturnos de los torturados tenían que acallarse con fuerte música. A raíz de
las muchas detenciones, se repletó rápidamente el edificio. «Entre 70 y 80 personas estaban en una
sala, en la que se contagiaban unos a otros, sin aire, sin luz natural y sin comida. Día y noche
escuchábamos como torturaban a los presos, eso cuando no nos torturaban a nosotros mismos». En
septiembre de 1974 esta casa fue abandonada y los presos llevados en grupos a otros lados; uno de
estos grupos desapareció por siempre.
Dos unidades operativas (Halcón 1 y Halcón 2) trabajaban desde Londres 38 y desde una cárcel
secreta en la calle José Domingo Cañas. Se componían de seis personas y pertenecían a la alianza
operativa Caupolicán. Su tarea era la destrucción del MIR. El jefe de las dos unidades Halcón, y
desde mayo de 1975, de Caupolicán, fue Miguel Krassnoff.
El MIR era un partido de izquierda, creado igual que otros movimientos guerrilleros en
Latinoamérica en la década de los sesenta. Al perfilarse la posibilidad de una victoria de la izquierda
chilena por la vía democrática, y tras la elección del socialista Salvador Allende como presidente en
1970, el MIR abandonó su enfoque guerrillero y se entregó a una política de «apoyo crítico» a la
Unidad Popular de Allende. En comparación con los otros partidos de izquierda, el MIR era un
partido pequeño, pero bien preparado y organizado. La base se componía de células de generalmente
cinco militantes con pseudónimos. El partido controlaba el contacto entre cada célula. Muchos
miembros del MIR se conocían sólo bajo su seudónimo.
La DINA torturaba con mas sistematicidad que los otros aparatos represivos. Todo lo que ocurría
en las prisiones secretas de Villa Grimaldi o Londres 38, era en función de la tortura. Un recién
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detenido no era registrado, golpeado o agotado por interrogatorios nocturnos interminables o por
incomunicación, así como lo describe Nikolaj Krasnow. Los agentes de la DINA preguntaban por el
nombre del detenido y rápidamente lo amarraban a la «parrilla». A través de golpes de corriente la
víctima era torturada hasta «ablandarse», y entonces comenzaba el interrogatorio sistemático. Las
primeras horas después de la detención eran las más importantes: los compañeros afuera, todavía se
sentían seguros, el detenido no había tenido tiempo a inventarse una cohartada y ni se había
comunicado con sus compañeros en prisión. Como normalmente el detenido era la única fuente de
información, se le debía estrujar en el mínimo de tiempo lo máximo de información. Para quebrar la
resistencia del detenido, los torturadores usaron, al comienzo de la DINA, demasiada violencia y
mataron a sus víctimas, contrario a la orden de «los queremos vivos» y liquidando así su fuente de
información. Habiendo sido reclutados de manera apresurada y en concurrencia con los otros
servicios secretos ya existentes, los torturadores de la DINA debieron aprender durante su trabajo el
equilibrio óptimo entre sistematización y brutalidad. Torturadores que únicamente son brutos, son
malos torturadores. Mientras se desquitan con sus víctimas, éstos refuerzan su resistencia interna. El
o la detenida es una presa valiosa para sacar informaciones que pueden llevar a numerosas
detenciones nuevas, por lo que el propio horario de servicio no importaba. El éxito de detención y
tortura de los agentes de la DINA, que trabajaban bajo premura de tiempo y presión competitiva,
consistía en lograr una cadena, lo más larga posible, de detenciones sucesivas.
La tortura tiene el mayor éxito cuando se acerca en el mínimo tiempo lo más posible del límite de la
inconsciencia o de la muerte, y es por ello que la tortura requiere conocimientos previos o de ayuda
médica.
La Colonia Dignidad en el sur de Chile, habitada por alemanes, servía a la DINA como centro de
aprendizaje. Grupos de 50 a 100 agentes aprendían allí por turnos el método adecuado para que la
tortura dejara el mínimo de huellas visibles. La opción de entregar los presos a cárceles comunes, de
asesinarlos o de liberarlos, debía quedar en el aire el máximo de tiempo posible. La «tortura
inteligente» reemplazaba al quiebre de huesos, que había logrado sólo mutilaciones, locuras o
asesinatos. Recién en 1975 logró la DINA dominar métodos como la fabricación de organigramas de
las organizaciones clandestinas, el uso de drogas, hipnosis y presión psicológica.
Un firme componente de la tortura eran las violaciones. Éstas no dejan huellas visibles y en los ojos
del victimario era éste un delito de caballero. Una mujer violada bajo tortura sufre una experiencia
doblemente dolorosa e inolvidable para toda su vida. La violación era una de las técnicas de tortura
del extremadamente brutal Max Romo, que pertenecía a la unidad de Krassnoff. Romo obtuvo carta
blanca para violar después de una indisciplinada violación masiva. Los altos oficiales de la DINA
habían festejado el Año Nuevo 1974/75 en sus casas, dejado alrededor de 150 detenidos en la Villa
Grimaldi a merced de los guardias. Estos se emborracharon y comenzaron a violar indistintamente.
Pronto estaba la mayoría sin ropa y sin armas. Una de las presas, Luz Arce, colaboradora de la
DINA después de haberse quebrado bajo la tortura, sometió al guardia que quería violarla, lo
amarró, se encerró con él en una oficina y telefoneó a un oficial pidiendo ayuda. Hubiera estado en
condiciones de tomar una ametralladora y liberar a los otros prisioneros. El oficial junto a otros tres
soldados en uniforme de guerra, llegó rápidamente y controló la situación. Desde esa noche, en que
las violaciones descontroladas se mostraron como un alto riesgo de seguridad, se permitieron las
violaciones a los rangos menores sólo con el permiso de un superior. De esta forma recibió Romo
su permiso en blanco. Krassnoff como su superior, debió haberle dado el permiso o a lo mejor
debió habérselo conseguido. Desde esta noche las violaciones no solamente eran de facto, sino que
aceptadas formalmente como método de tortura.
Krassnoff tuvo problemas en compatibilizar esto con su honor de oficial. No es que estuviera en
contra de la tortura, pero la combinación de tortura y violación no era compatible con su moral. Un
día una presa le habló sobre su violación por parte de un agente, y él respondió: “Esto es imposible.
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Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
El Ejército chileno no viola mujeres”. Después de investigar esta acusación, Krassnoff, el superior
directo del violador notorio Romo, le dice a la mujer: “Esto fue en tu imaginación ”.
Es posible que Romo haya sido el único torturador de la DINA que daba su nombre y mostraba su
cara a los detenidos. Ex presos en Chile y en el exilio, dieron a conocer su nombre, y el MIR fabricó
un volante con su cara y su nombre. En octubre de 1975 la DINA lo retiró del servicio, entregándole
a través de Krassnoff y otro oficial un pasaporte falso y algo de dinero y mandándolo a Brasil a la
casa de un hombre de contacto. Krassnoff le mandó más tarde US$1.000,- y le pidió que tuviera
paciencia. En 1979, Romo enfermó gravemente y el médico le aconsejó volver a Chile. La familia
vende todas sus pertenencias y paga con lo recaudado sus pasajes de regreso. Una vez en Chile,
Romo pide ayuda a sus antiguos jefes de la DINA, que se la niegan. Romo recuerda: “También ví a
Krassnoff, pero todo estaba mal, no me ayudaron”. La familia vendió sus últimas pertenencias en
Chile, y voló con ese dinero de vuelta a Brasil.
«Aquí no tiene importancia a donde van a ser designados»
«Se trata de la guerra mutua contra el bolchewismo. Y aquí no tiene importancia a donde serán
designados», dijo Piotr Krasnow en 1943, en su visita a la división de Pannwitz.
Su nieto Miguel Krassnoff había encontrado su lugar en esta guerra. Muchos testimonios de presos
políticos sobrevivientes, atestiguan que Krassnoff participó en las detenciones y torturas. Kasnoff
en persona conducía el Peugeot 404 o el FIAT 125 que usaba el comando de detenciones. En la
DINA era usual que la persona que había detenido a una persona determinada estuviera presente en
el primer interrogatorio y la primera sesión de tortura. Hasta qué punto el propio Krasnoff usó los
aparatos de tortura es de difícil constatación, pues los presos solían llevar los ojos vendados para
impedir que reconocieran a su torturador.
Una antigua presa política, Marcia Merino, cuyo nombre volverá a aparecer más adelante, escribió en
sus memorias: “Estoy segura de que Krassnoff participó activamente en la tortura de detenidos.
Para conseguir las informaciones que quería no tenía piedad. Todavía resuena en mis oídos la frase
que solía repetir: “Dénselo” o “Acaben con él”. Pegaba a los presos durante el interrogatorio”.
Maximiliano Ferrer Lima, su superior y rival, lo llamaba “carnicero”. Por su rango de oficial podría
haber dejado el “trabajo sucio” a otros. Muchos testimonios bajo juramento de ex presos que lo
reconocieron bajo sus vendas o por su voz lo identificaron como partícipe de las torturas y
dirigiendo los interrogatorios. En el centro de tortura en la calle José Domingo Cañas, el despacho
de Krassnoff quedaba justo enfrente de la sala de tortura y éste podía, separado sólo por un
pequeño pasillo, dirigir desde su escritorio las torturas. En resumen: Krassnoff fue un torturador.
Krassnoff perteneció a la DINA desde enero de 1974, es decir antes de su fundación oficial.
Aparentemente fue él quien construyó la DINA en Santiago, mientras Contreras estaba todavía en
Tejas Verdes. Nadie fue obligado a entrar de oficial al servicio en la DINA,- personas demasiado
humanas para este servicio no servían a Contreras. Krassnoff era uno de esos jóvenes oficiales,
perseverantes, ambiciosos y fanáticamente anticomunistas que tanto gustaban a Contreras. No
conocemos las razones por las cuales Krassnoff se incorporó a la DINA, pero todo lo que su madre
le había contado de la historia familiar de los Krasnow, y todo lo que él había leído de y sobre su
abuelo Piotr y su primo Nikolaj, debieron haberle influenciado en su odio contra la Unidad Popular
de Allende. La imagen de gente rompiendo con la tradición social y tomando el destino en sus
propias manos no encaja en su concepto del mundo.
Krassnoff hizo carrera como oficial del servicio secreto. En agosto de 1974 fue ascendido posiblemente por sus servicios en la construcción de la DINA- a capitán. Krassnoff fue un oficial
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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
ejemplar. Fue el superior más duro, pero no el más brutal, se recuerda uno de sus subalternos de los
tiempos de la DINA: «Cuando los otros terminaban, él seguía».
En uno de los primeros libros sobre la DINA se dice sobre Krassnoff: «En el día del golpe,
Krassnoff participó en el asalto a la casa de Salvador Allende y ascendió a capitán. Desde el
comienzo perteneció a la DINA. Es de ascendencia rusa y habla un poco de ruso. Uno tiene la
sensación de que vive una situación económica estrecha. Los que lo conocen lo caracterizan como
inteligente y absolutamente entregado a su trabajo. Trabaja 12 a 14 horas diarias, tiene gran
influencia sobre sus subalternos y convirtió el grupo «Halcón» en el mejor combatiente contra el
MIR , al cual le proporcionó los más duros golpes. Por ello es culpable de muchos asesinatos ... Su
personalidad inestable también se demuestra en su entrega casi mística al trabajo. Él es duro y
violento, aunque trata siempre de ocultar este lado de su personalidad al prisionero e intenta
mostrarse como enemigo de la tortura. El justifica el uso de la violencia, pues es inevitable para el
logro de su meta. Por ello causa la impresión de ser enérgico y eficaz. Contrario a otros oficiales,
Krassnoff no tolera el robo: durante su mando sobre Caupolicán y Halcón castigó con sanciones
disciplinarias a los subalternos pillados en un robo. Es uno de los oficiales mas temidos en la DINA
por su intransigencia. Los que lo conocen, informan que odia profundamente a los miembros de los
partidos de izquierda, pues los responsabiliza, de una manera especial, de su propia humillación». El
texto continúa diciendo que Krassnoff es políticamente inculto, aunque en ocasiones se declara en
contra de la burguesía y está convencido de que el régimen militar es totalmente independiente de
intereses económicos. Esta apreciación reproduce la posición política de Krassnoff, alcanzada tras
un arduo estudio de sí mismo.
“Es de estatura atlética, rubio, de pelo corto peinado hacia un lado, ojos café y un mentón marcado.
En general usa ropa deportiva pero sin elegancia. Siempre está armado con dos pistolas, una
Browning y un Colt 45 y en su auto guarda una ametralladora AKA”. Muchos de los presos
sobrevivientes describen su sonrisa despectiva, ambigua.
Krassnoff da mucha importancia a la jerarquía y al tratamiento correcto. Se enojaba cuando ex
presas convertidas en agentes, se sentaban a la misma mesa o salían con rangos superiores de la
DINA. Partiendo de la base que la DINA encabezaba una guerra contra el marxismo, Krassnoff
nombraba a los presos que tenían una función de jefatura en su partido “oficiales”. Torturadores y
torturados eran para él oficiales victoriosos u oficiales vencidos. Era capaz de decirle a un prisionero:
“Espero una conducta honorable y responsable”.
Tras el golpe, el ejército chileno estaba convencido de llevar a cabo una guerra contra el marxismo.
Esta doctrina encajaba perfectamente en la historia familiar de Krassnoff. Su abuelo, su padre y su
tío habían sido vencidos, él salió vencedor. Él no se dejó engañar por el ejército británico ni fue
interrogado por los agentes de Stalin: él mismo engañaba e interrogaba. Durante el asalto a la
residencia privada de Allende debió tener la gratificante sensación de ser él, el nieto, quien
finalmente conseguía aquello en lo que su abuelo había fracasado en Petrograd.
Sólo existe un informe sobre un momento débil de Krassnoff en su tiempo en la DINA. Los
guardias de uno de los centros secretos de tortura habían mandado a limpiar las armas a un detenido.
Obviamente no existían municiones en esa sala. El preso encaró un fusil – no se sabe si por
diversión o para controlarlo – y en este momento entró Krassnoff. Éste levantó las manos y el preso
explicó entonces la situación. Krassnoff desapareció y castigó a los guardias junto con el preso.
La influencia de Krassnoff en la DINA fue superior a lo que uno hubiera podido inicialmente
imaginarse por su rango de oficial. “En realidad Krassnoff Marchenko tenía mayores atribuciones
que los otros jefes de departamentos, era superior a lo formal”. Después del asesinato de Miguel
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Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
Enriquez, Krassnoff ascendió cerca del comandante superior de la DINA, el General Contreras.
Otros debían pedir una audiencia en la antesala para ver a Conteras; Krassnoff entraba simplemente.
III. Dos mujeres se acuerdan de Krassnoff
Tres mujeres que pertenecieron a la resistencia y que después de su detención se quebraron bajo la
tortura, se convirtieron en agentes de la DINA. Dos de ellas lograron deshacerse de su pasado y
escribieron sobre su vida con la DINA. Sus libros prosiguen la crónica familiar de los Krassnoff.
Marcia Merino
Marcia Merino era miembro del MIR desde sus inicios. Su nombre de pila era «la flaca». En el MIR
conoció, se enamoró y convivió una temporada con un estudiante de filosofía, Alfonso Chanfreau.
Chanfreau y Krassnoff se encontraron mas tarde como víctima y torturador.
En 1972 Marcia Merino asistió durante dos semanas a un curso de tiro (más bien poco efectivo) en
Cuba. Durante el golpe en 1973 estuvo a cargo de la infraestructura del MIR en Santiago y en el sur
de Chile. Ella era responsable del funcionamiento de la organización después de que miembros
importantes del partido hubieran caído. Debía encontrar departamentos y casas para esconder a los
compañeros de la resistencia. De esta manera conoció a muchos miembros importantes del MIR.
En septiembre de 1973, es decir poco después del golpe, fue detenida y torturada por poco tiempo.
Ella resistió la tortura; los agentes de seguridad no la habían reconocido. Pero en mayo de 1974 fue
detenido su jefe del MIR, quien la delató bajo la tortura. Marcia Merino fue detenida por segunda
vez. Tres meses estuvo en la cárcel de mujeres de una pequeña cuidad, hasta que la DINA, que era
más brutal y perseverante que los otros militares, se enteró de su detención. La sacó de la cárcel de
mujeres, le vendó los ojos y la trajo a Santiago, a su cárcel secreta en la calle Londres 38, donde
operaban Krassnoff y su unidad Halcón. Después de una larga noche, en la cual debía escuchar los
gritos de tortura de los otros presos, un hombre le sacó la venda y le dijo: “Te recuerdas de mí, Flaca
Alejandra? Soy Osvaldo Romo”.
Sí, ella conociá a Romo desde antes del golpe. En aquel entonces él era el dirigente revolucionario de
los habitantes de un barrio pobre y había tratado de incorporarse al MIR. Poco después del golpe
apareció en la academia de guerra en donde Krassnoff daba clases de ética. Desde allí, Krassnoff lo
utilizó para identificar a los detenidos durante la fase de construcción de la DINA. De esta manera,
Romo se convirtió en agente de la DINA y en la mano derecha de Krassnoff. Romo perteneció a la
unidad Halcón 1. Se hizo famoso como el más infame torturador de Chile. Fue Romo, el que, como
ya dijimos, recibió un visto bueno para las violaciones de detenidas, después de la violación masiva
en el Año Nuevo de 1974/75. Su afán por las violaciones llegaba demasiado lejos en opinión del
moralizante Krassnoff , quien, sin embargo, no hizo nada para detenerlo.
Torturaron a Marcia Merino, y debajo de su venda podía ver como el mismo Romo la torturaba y le
manoseaba sus genitales. Más tarde, también se acordó de la participación de Krassnoff en las
torturas. No aguantó el dolor y comenzó a delatar a sus compañeros. Por su posición en el MIR,
delató a varios importantes miembros, de los cuales muchos están hasta hoy día «desaparecidos».
Marcia Merino pronto se convirtió en la base de datos más importante de la DINA, y de a poco en
una agente regular.
Después de comenzar a delatar a sus compañeros, entraba solamente a la sala de torturas para
confirmar las declaraciones de los detenidos. Para ella, esto era igual de terrible que la tortura en
carne propia. Regularmente Krassnoff la hacía traer a su oficina en la casa de tortura de José
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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
Domingo Cañas, en donde estaban colocadas unas mesas aparentando una sala de estar o comedor.
En el muro, colgaba un esquema organizativo del MIR y Marcia Merino tuvo que fabricar un fichero
de los miembros del MIR y ordenar las fotos con los nombres correspondientes. En varias ocasiones
debió identificar, frente a frente, a los detenidos y confirmar informaciones seculares. Algunos de
estos detenidos no han aparecido hasta hoy día.
Krassnoff utilizaba a presos como soplones contra los otros detenidos. Al estar seguro de la
cooperación de Marcia Merino, le ofreció trasladarla a la prisión de la DINA Cuatro Alamos, en la
que no se torturaba, pero «bajo la condición de entregar toda la información sobre lo que hablaban
los detenidos». Ella aceptó, pero les pidió a sus compañeros de celda que no conversaran en su
presencia. Después de su vuelta a la prisión José Domingo Cañas, desde la que operaba la unidad
Halcón, Marcia Merino tuvo la valentía de decirle a Krassnoff que había prevenido a los presos
contra ella misma. En vez de pegarle o torturarla, como ella se esperaba, Krassnoff cambió su
estrategia y trató, durante largas sesiones, de convencerla de la necesidad de la dictadura militar. En
una pieza contigua le hizo escribir su diario de vida y su posición hacia los militares.
Krassnoff se ganó a Marcia Merino comportándose como su protector. «Siempre sentí miedo de
Krassnoff, pero al mismo tiempo me daba la sensación de ser el único en este infierno que me
«protegía», escribe Marcia Merino. En su despacho, Krassnoff le ofrecía café y cigarrillos. Ella entró
en pánico una vez que Krassnoff tuvo vacaciones y su reemplazante no le simpatizaba.
Después de volver más que satisfecho del combate con Miguel Enríquez (ver Capítulo «Un combate
en Santiago), Krassnoff y otros agentes de la DINA celebraron una pequeña fiesta. Marcia Merino
se sentía desconsolada por la muerte de Miguel Enríquez, pero a la vez aliviada, porque Krassnoff
había sobrevivido: «Su presencia me daba por lo menos una cierta seguridad de que no debía
participar en las torturas (él la hacía trabajar en el organigrama). Él logró a través de sus maniobras
que yo lo sintiera como una «garantía de seguridad» para mí».
Los sobrevivientes de los centros de tortura de la DINA que conocieron a Krassnoff cuentan de
conversaciones entre él y detenidos, solos o en grupo, en su oficina. Eran justamente los monólogos
de los poderosos, descritos por su abuelo en «Del águila del Zar hasta la bandera roja», y los cuales
tuvo que escuchar su primo Nikolaj en la cárcel de Lubjanka. Krassnoff ponía cátedra, otras veces
amenazaba. Una vez les gritó a un grupo de detenidos, que todos ellos eran asesinos y merecían
morir.
De sus docencias solo se transmitieron fragmentos, en todo caso no eran importantes, recuerdan sus
forzados auditores. Se trataba de justificaciones de la guerra dirigida por los militares chilenos contra
su propio pueblo (volveremos a este tema en el próximo capítulo). Krassnoff podía caer, por su
pedantería, en moralizador: un cuadro jefe del MIR, Sergio Pérez, detenido el 21 de septiembre de
1974, dio direcciones sin importancia para el MIR para dar tiempo a sus compañeros a esconderse.
Los agentes de la DINA fueron tan brutos en sus allanamientos, que incluso una mujer trató de
suicidarse. Krassnoff le contó este hecho a Marcia Merino para que ella viera lo perverso que eran
los miembros del MIR, capaces de involucrar por razones personales a gente sin vinculacion
política».
¿Tenía moral el profesor de ética Miguel Krassnoff? ¿Comenzaba a dudar de sus actos? Un día sacó
a Marcia Merino de su celda y le dijo: «¿Por qué tenemos que torturarlos para que hablen?» Era
como si hablara consigo mismo, recuerda Marcia Merino. «Lo que era veraz de esta actitud, no lo sé.
Puede que formara parte de su manera de dominarme».
Lumi Videla, la compañera de Sergio Pérez, era una buena amiga de Marcia Merino. Un día, el
comando de la DINA -Halcón 1 paseaba con Marcia Merino en el auto por Santiago, para reconocer
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Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
y delatar a miembros del MIR, cuando Marcia Merino vió a Lumi Videla. Comenzó a tiritar; la
presencia de Romo en el auto tenía el mismo efecto que la tortura en la parrilla. Marcia Medino dijo
haber visto a Lumi Videla, al mismo tiempo que Romo. Lumi Videla fue detenida y más tarde
llevaron a Marcia Merino a la sala de tortura para verla. Ella yacía desnuda «como un ovillo» en el
piso. Los hombres permitieron a Marcia Merino abrazar a Lumi Videla.
La detención del matrimonio Videla – Pérez fue uno de los grandes logros de Krassnoff. En las
conversaciones en su oficina, en las que la tortura psicológica seguía a la corporal, disfrutaba de su
éxito: mandaba traer en la noche a Luz Arce, Marcia Merino y Lumi Videla. Allí ya estaba Sergio
Pérez, tremendamente torturado. Casi no podía levantar su cabeza ni abrir sus ojos, las manos
estaban amarradas con una cuerda gruesa. Sergio Pérez sonrió a Luz Arce y entonces también sonrió
Krassnoff y dijo: «Ves, es verdad, se ve bien». Luz Arce se dió cuenta que Krassnoff trataba de
motivar a Pérez a colaborar. Krassnoff entregó a Luz Arce una cajetilla de cigarrillos y aceptó que
ella le diera uno a Pérez. Este inhaló hondamente; Luz Arce sabía demasiado bien el significado de
un cigarrillo en esta situación y se alarmó, porque Pérez no tenía los ojos vendados. Detenidos como
Pérez, que resistieron la tortura, no podían ver a los agentes para no actuar más tarde contra ellos. El
que estaba sin venda, era un candidato seguro para la ejecución. Mientras a Luz Arce le pasaban
estos pensamientos por la cabeza, Krassnoff seguía hablando de lo bien que se veía ella. El juego
que Krassnoff jugaba con sus víctimas, no dejaba lugar a dudas: también él, Pérez, podía estar igual
de bien, si colaboraba con la DINA. Pérez no mostró interés, de vez en cuando miraba en silencio a
Krassnoff. La DINA torturó a Pérez hasta su muerte.
Krassnoff disfrutaba aprovechando la rivalidad de los detenidos, por ejemplo entre Luz Arce y
Marcia Merino. Él trató de ganar la colaboración de Lumi Videla, y ella actuó como si cooperara,
pero sólo dio informaciones generales sobre el MIR. Marcia Merino recuerda: “Krassnoff tenía la
misma posición con Lumi que conmigo, una posición de “adueñarse” de la persona que le
importaba. Pienso que quería hacer lo mismo con ella que conmigo”.
Al presentir que la matarían pronto, Lumi Videla se despidió de Luz Arce y le regaló su chaqueta,un objeto de gran valor en ese lugar, en donde cada uno sólo poseía lo puesto. Segun Luz Arce, le
abrochó la chaqueta y le dijo: «Escucha Luz, Krassnoff me preguntó si yo confiaba en ti y en tu
colaboración. Le contesté que no me gustaban los del partido socialista , que no te conozco y por
ello no te tengo confianza. Entonces, que te vaya bien!» Y realmente fue una despedida para siempre,
pues algunos días más tarde, la DINA asesinó a Lumi Videla, y Luz Arce pudo observar debajo de
su venda, como los guardias jugaban a los dados por la ropa de Lumi. Fue bueno que Lumi Videla
hubiera advertido a su compañera, pues poco después Krassnoff llamó a Luz a su oficina y le
preguntó si confiaba en Lumi Videla. Luz Arce contesta: «Señor subteniente, no la conozco,
solamente la vi una vez a comienzo del año».
Después de asesinarla, los agentes de la DINA botaron el cadáver de Lumi Videla, desnudo y
marcado por las torturas, al jardín de la embajada italiana. Públicamente denunciaron que la mujer
había muerto en una orgía sexual de los miembros del MIR. Krassnoff sabía que la detención,
tortura y muerte de Lumi Videla había golpeado fuertemente a Marcia Merino. La sacó de su celda y
en el pasillo le comentó que él y su esposa lloraron al oir por radio de la muerte de Lumi. «No sé, si
le vino algo de humanidad o si quería librarse de la culpa», escribe Marcia Merino. Krassnoff no
tuvo problemas en combinar sus papeles de torturador y de padre de famila. Krassnoff dejó hablar
una prisionera con su compañero, porque era el dia de sus cumpleaños y al mismo tiempo el de su
hija. Una superviviente cuenta que estaba siendo torturada, cuando sonó el telefono en la pieza al
lado. La llamada era para Krassnoff. Quando Krassnoff contestó la llamada, la tortura fue
interumpida. Krassnoff habló en forma amable con su hija, y, al terminar la conversación, volvió a la
sala de tortura. En una ocación llevó sus niños a la Villa Grimaldi.
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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
Luz Arce
Luz Arce fue miembro del Partido Socialista, el partido del Presidente Allende. Más bien por
casualidad consiguió trabajo en la secretaría de los guardaespaldas de Allende. Después del golpe,
vivió y trabajó en la clandestinidad (una clandestinidad errática y mal camuflada) durante meses,
hasta que fue delatada y detenida. El servicio secreto la torturó, pero ella se mantuvo firme. Algunas
semanas más tarde, fue detenida por segunda vez junto a su hermano. Nuevamente fue torturada por Krassnoff entre otros. Krassnoff había detectado una incongruencia: ella decía que era
socialista, pero tenía un pasaporte falso, como solamente los miristas eran capaces de falsificar (ella
lo obtuvo de un amigo personal del MIR). Su hermano no aguantó la tortura y comenzó a hablar, y
convenció a su hermana de fabricar una lista de los combatientes de la clandestinidad, pero cuidando
de anotar sólo a personas que también colaboraban con la DINA, que estuvieran en el extranjero o
que tuvieran una posición inferior en la jerarquía del Partido Socialista. A raíz de esta lista fueron
tomadas presas algunas personas, de las cuales algunos están «desaparecidos» hasta hoy día. Luz Arce
se convirtió con el tiempo en la detenida por el más largo período. Ella sabía mucho sobre la DINA
y conocía a muchos agentes. Esto era peligroso, porque con tanta información la DINA no se podía
arriesgar a soltarla. Varias veces tuvo indicios seguros de estar en la lista de los futuros
«desaparecidos», pero por contactos personales y un poco de suerte sobrevivió.
Con el tiempo se convirtió en una agente regular del servicio secreto. Por cinco años trabajó para la
DINA, y después de su disolución en 1977, con la organización siguiente, la CNI.
«Conocí a Krassnoff cuando él tenía 27 años», narra Luz Arce en su su libro “El Infierno”. «Era
subteniente y un oficial muy joven. Antes de su entrada a la DINA ya era un oficial de gran mérito,
calificado y disciplinado. Pienso que como torturador era extremadamente duro, pero antes de esta
parte de su carrera, fue un oficial con ciertos valores. Creo que es siempre importante ver la vida y lo
que hay detrás, antes de opinar sobre una persona. Recién mucho más tarde supe algunos detalles de
su vida, por ejemplo cómo murió su padre. En su vida hubo varios acontecimientos que lo
marcaron; su herencia, el pasado de su familia fue muy fuerte. Con 14 o 15 años entran los futuros
oficiales a la Academia Militar. Pienso que, tras el golpe, – en parte debido a su formación militar –
él asumió lo que vino como su propio objetivo y como algo que tenía la obligación de hacer».
«Mientras el jefe de la DINA, Contreras, se creía un rey, Krassnoff se creía el sucesor al trono. Un
día me dijo al almorzar: «¿Has visto la compañía del cuartel central [de la DINA] en acción? ». «¿Qué
quiere decir? », pregunté yo. «¿Vistes lo que pasa cuando doy la alarma? Te lo muestro!.» Después del
almuerzo me llevó consigo al departamento de telecomunicaciones y apretó algunos botones. La
alarma sonó y los autos salieron con toda velocidad. El portón estaba cerrado y todos partían de la
base que todo funcionaría coordinadamente, que con el acelerador apretado se abriría el portón en el
momento correcto. El auto casi rozó el portón. En la esquina entonces avisaron por radio: «Fue una
alarma de prueba, vuelvan!» A la vuelta ocurre lo mismo: casi chocan contra el portón, pregunta y
respuesta, ruidos, luces. Esto lo hacía Krassnoff por las tardes, noches, en las mañanas y siempre
con el reloj al lado. «¿Qué pasa con los segundos?, ¡Pésimo!, ¿Y si llegan los comunistas? Nos matan,
nos tiran 10 bombas» Y los jóvenes corrían ... A él esto le gustaba».
Luz Arce describe a Krassnoff en su libro como autoritario, amante del orden y vejatorio. Como
detenida que colaboraba con la DINA, ella tenía privilegios como la ducha y el cigarrillo. La ducha
era muy importante para ella, aunque el agua estuviera helada y tuviera que desvestirse ante los
aplausos irónicos de los guardias. El comandante del centro, un carabinero, le había otorgado
permiso para ducharse, pero ella debía pedir diariamente permiso a Krassnoff, pues, a pesar de su
rango inferior, él se sentía superior al carabinero por ser oficial del ejército. Luz Arce debía llamar a
un guardia para que avisara a Krassnoff de su deseo de ducharse al día siguiente. Krassnoff
51
Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
comenzaba a gritar y la mandaba a buscar con los ojos vendados (Krassnoff era el único que se lo
exigía). «Yo estaba en la puerta y siempre el diálogo era casi el mismo:
«¿Qué quiere?».
«El permiso para ducharme, subteniente».
«Se dice, Señor subteniente: ¿Sabe usted con quien habla?».
«Si, subteniente».
«Sí, Señor subteniente».
«Sí, Señor subteniente»
«Así está mejor. ¿Sabe cómo me llamo?»
«Sí, señor subteniente, yo sé como se llama.»
«Aja!, así que usted sabe como me llamo. ¿Y quién le dijo mi nombre?»
«Usted, señor subteniente. Usted me dijo que se llamaba subteniente Miguel Krassnoff».
«Sí, pedazo de mierda ...Krassnoff. Krassnoff Marchenko ... Un ruso, y uno de los blancos, un ruso
blanco, entendistes?»
«Sí, señor subteniente»
«Que bueno. Entonces entendistes ahora que los comunistas masacraron a mi gente. ¿Y por qué
quieres ducharte? ¿A qué hora te duchastes hoy día?
«A las cinco de la mañana, señor subteniente»
«Otorgado, pero a las 4 horas y cuarenta y cinco minutos ...Sí o no?»
«Sí, señor subteniente, está bien»
El se reía.
¿Sabía cuánto le significó a su primo Nikolaj la ducha en la prisión soviética?. ¿Sabía que el único
Krasnow sobreviviente de la prisión en la Unión Soviética, vio al viejo general del Zar Piotr
Krasnow por última vez en la sala de ducha de la prisión de Moscú, Lubjanka?
Krassnoff intercambiaba sus actos de poder con compasión auténtica o aparente. En una de las
conversaciones en su oficina con Luz Arce, la envuelve en una discusión sobre la traición a sus ideas
y sus compañeros: «¿Sabes que eres una traidora?» ( ...). «Sí, señor subteniente, lo sé. Por ello me
decidí en un momento determinado»
«Cuéntame, ¿cómo se siente uno como traidor?». «Señor subteniente, sólo puedo decirle que en esta
guerra que usted lleva, yo estoy al lado de los perdedores. Como derrotada le digo al ganador: Usted
sólo me dejó dos alternativas: vivir o morir. Me decidí por la vida ¿Cómo me siento? Ese es mi
problema, señor. Si lo quiere saber, entonces piense. Trate de imaginarse la misma guerra de la cual
siempre habla desde el otro lado. Procure cambiarse a mi situación y entonces dígame: ¿Qué hubiera
hecho usted en mi caso ...? Me puedo imaginar que usted responderá espontáneamente: «¿Yo ...? yo
nunca me convertiría en un traidor» Esto también lo pensé yo durante mucho tiempo. Y ahora le
pregunto nuevamente: ¿Qué hubiera hecho usted?». Krassnoff la miró, se apoyó en su silla, mordió
su lápiz e hizo una mueca. Sus ojos brillaron de rabia, sacó su lápiz, lo miró, se inclinó hacia ella y le
gritó: «No me hagas reír ... una puta marxista que se compara conmigo?, ¿con un oficial? ¿qué sabes
tú de lo que es un oficial?» ( ...). «Un hombre que se comprometió con su patria y que encuentra allí
el sentido de su vida ...»
Krassnoff la interrumpió con un grito y ordenó a los guardias quitar a «esta puta» de sus ojos. A
causa de la venda en sus ojos, Luz Arce tropieza con tanta fuerza contra el marco de la puerta que ve
un relámpago y siente que se va a desmayar. Y es entonces cuando escucha la voz de Krassnoff
decirle al guardia: «Sáquenla para afuera, que se acueste en algún lado. Dale un cigarrillo y un café.»
Mientras el guardia la lleva, Krassnoff los sigue y le dice: «¿No cierto que no te ha dolido? No
llorastes. No, no llorarás. Eres valiente, yo sé que eres valiente ...!”.
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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
IV. Miguel Krassnoff y la dirección de la guerra psicológica
En febrero de 1975 la DINA trató de dividir y desmoralizar al MIR. El coronel Pedro Espinoza, el
segundo oficial más importante de la DINA, y Krassnoff trabajaron en la Villa Grimaldi durante dos
semanas con siete miembros presos del MIR, quebrados por la tortura, y que fueron apodados por
los otros detenidos con el nombre de «los huevos». Su tarea era pedirle a los miristas, a través de un
programa de televisión, la entrega de sus armas. El momento fue estratégicamente bien elegido, pues
algunos de los miembros y muchos simpatizantes del MIR eran a estas alturas consientes de que no
ganarían la lucha armada.
Krassnoff supervisó esta campaña de guerra psicológica. Los siete «huevos» tenían su propia pieza
en la Villa Grimaldi, en la cual no existían celdas carcelarias en el sentido literal de la palabra, pues
había sido antes una casa de campo y finalmente un restorante de lujo. En el mismo pasillo a la
vuelta de la esquina se encontraba la pieza de las tres prisioneras colaboradoras de la DINA, entre
ellas Luz Arce y Marcia Merino.
Luz Arce se recuerda de los preparativos para el programa de TV: «Krassnoff junto a Espinoza y los
guardias, sacaron primero a los jóvenes encadenados de sus piezas y después a nosotras sin amarras.
Nos sentaron juntos en una pieza y nos ordenaron conversar entre nosotros. Allí estaban todos los
oficiales y los encadenados para mí desconocidos, nosotras dijimos: «¿Cómo están?» y «Gracias,
cómo estás tú?», no mucho más. Fue la idea de Krassnoff, no sé que es lo que pretendía., fué todo
muy tenso. Nosotras las mujeres, nos mirábamos, después habló Krassnoff y después los otros, yo
solo los conocía de vista.»
La DINA juntaba en ese entonces detenidos que se habían quebrado bajo la tortura y que ya no
tenían esperanza en la resistencia, con detenidos hasta ese momento firmes, en forma parecido a
como lo describe Luz Arce. Los unos debían convencer a los otros de la falta de sentido de su lucha.
Aparentemente la DINA tenía la intención de desmoralizar la resistencia del MIR desde las cárceles
mismas.
«Entonces hubo mucho ajetreo por la conferencia», prosigue Luz Arce «Krassnoff parecía estar muy
satisfecho. Si eran detenidos nuevos miembros del MIR o encontrados escondites de armas, se
notaba la satisfacción de Krassnoff, algo poco usual en él. Krassnoff entraba en nuestra pieza y
preguntaba «¿Quieren algo?» y nos traía un kilo de pan. El tipo era bien suelto cuando había logrado
algo. Él había aprendido mucho del MIR y entendía mucho. En marzo de 1974, cuando me
detuvieron a mí, él no sabía nada. [Más tarde] Krassnoff conocía la estructura organizativa del MIR,
sabía como trabajaban y como se relacionaban entre ellos. Conocía al MIR tan bien, como si él
mismo fuera uno de sus miembros. Él sabía como pensaban los miristas e incluso podía determinar
la función de los recién detenidos en el interior de la organización, lo que al comienzo sólo la Flaca y
a veces Carola (la tercera mujer colaboradora de la DINA) podían hacer. Y esto porque Krassnoff
era un hombre que estudiaba mucho. Él tenía sus propias informaciones, era capaz e inteligente. No
sé lo que habló con los jóvenes, pues estaban en otra celda. Pero cuando Krassnoff venía a buscar a
la Flaca, comentaba que los jóvenes colaboraban con él, que discutían de política. Se mostraba a la
altura de un buen ideólogo del MIR. Tenía algo así como «orgullo profesional», podía discutir
políticamente con un miembro del Comité Central o de la Comisión Política del MIR, siendo la
gente del MIR políticamente más entendidos que los de cualquier otro partido».
Krassnoff preparó su conferencia de prensa políticamente. Hizo sus charlas espontáneas en la
oficina y organizó encuentros organizados con los «huevos», en donde se discutían enfoques
políticos. Uno de los participantes se sentía como si estuviera en un seminario sociológico.
Krassnoff había leído «¿Qué hacer?» de Lenin y la «Historia de la Revolución Rusa» de Trotzki, en
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Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
donde se refiere a veces a su abuelo Piotr. Marcia Merino escribe: «Una vez Krassnoff llamó a todos
los del MIR que preparaban la conferencia de prensa y a mí a su oficina. En esta ocasión explicó
Llorca Puig, como representante del grupo de presos, la tesis de que en vez del proletariado, tomara
la clase media el rol revolucionario, que en cierta manera era representado por las fuerzas armadas.
Yo tenía la sensación de que con ello sólo aparentaba colaborar con la DINA. Krassnoff estaba
impresionado por este discurso». Él tenía sus propias ideas sobre el papel que jugaban las fuerzas
armadas en la sociedad. A sus víctimas les explicaba, en las reuniones en su oficina, que él era
nacionalista y socialista, y que quería un estado fuerte en el cual las fuerzas armadas fueran
autónomas y pudieran agilizar cosas. Él era contrario a que «unos pocos» se enriquecieran. En el
sector de la salud estaría a favor de una «revolución». Al terminar la limpieza con los partidos de
izquierda y de la Democracia Cristiana, seguiría con los partidos de derecha. Él soñaba con un gran
partido de la juventud.
Los presos prepararon un texto que fue aceptado por Pinochet en persona. Colaboradores de la
DINA, entre ellos un alemán cuya identidad es desconocida, grabaron una entrevista preparada con
los cuatro detenidos. Debajo de la mesa tenían los detenidos los pies atados. Los «huevos» leyeron su
texto, en el cual pedían al MIR terminar con la guerra. Los presos mencionaron algunos nombres de
miristas detenidos, que estarían muertos o en el extranjero. En realidad estaban detenidos y están
hasta hoy día «desaparecidos». Uno de ellos fue Alfonso Chanfreau, que por un tiempo fue
conviviente de Marcia Merino, y que fue detenido el 31 de julio de 1974 por los hombres de
Krassnoff y llevado a Londres 38. Krassnoff personalmente lo interrogó. El 13 de agosto de 1974
fue trasladado, con fuertes señales de torturas, desde allí a la Colonia Dignidad, como afirman
testigos. La DINA prometió a los cuatro presos, como contraprestación de esta puesta en escena, su
libertad.
Luz Arce recuerda: «El día de la transmisión nos trajeron una tele, pusieron guardias y nos dejaron
ver la entrevista, igual que a otros detenidos. La idea era de quebrar la moral de los detenidos». Un ex
detenido que tuvo que ver el programa junto a los guardias, dijo que Krassnoff había estado de un
excelente humor.
La transmisión provocó el shock intencionado. Por primera vez se relacionó el destino incierto de
los «desaparecidos» con la muerte, sin que por ello fuera menor la incertidumbre. La entrevista fue
tan artificial, que la opinión pública sospechó que los presos habían sido presionados para esta
declaración. Por ello, la DINA presentó a los cuatro, algunos días después, en una conferencia de
prensa, en donde repitieron sus estimaciones y la versión de muerte y exilio de otros detenidos. Uno
de los cuatro tenía puesto el zapato que le había sido destruido por las balas el día de su detención. A
otro le debió poner rápidamente un agente su propia corbata. Krassnoff les había dicho a los cuatro
que «hicieran trampas inteligentes» y se mezcló entre los periodistas, llegó a aparecer por un
momento en la mira de una cámara de TV, un detalle que recordaría años más tarde muy molesto.
La DINA dejó libre, como prometió, a los cuatro presos, pero asesinó a dos de ellos al informarse
que habían entablado contacto con el MIR para justificar su actitud. Los otros dos partieron al exilio.
El MIR continuo peleando. En julio de 1975 la DINA continuío su campaña. Publicó en Argentina y
Brasil una lista de 119 miembros del MIR que aparentemente fueron asesinados en el extranjero por
sus compañeros en peleas de fracciones. Todos los 119 nombres pertenecían a detenidos
«desaparecidos». Incluso personas que habían sido nombrados por los cuatro presos en la TV, uno
de ellos Chanfreau. Diarios chilenos del gobierno, entre ellos el entonces famoso diario «El
Mercurio», hicieron eco de esta noticia aparentemente extranjera. Titulares como: «Miembros del
MIR se matan como ratas» desencadenaron entre los familiares de los «desaparecidos» un derrumbe
colectivo.
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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
V. Los presos políticos «desaparecidos»
«¿Pero no se puede dejar desaparecer a la gente en aras de su convicción?»
(Exclamación de un bolchevique después de enterarse que un miembro del partido de poca
confianza iba a ser asesinado disimuladamente, en: P.N. Krasnow, “El odio eterno”, pag.123)
La DINA es responsable de la muerte de 1.000 a 1.500 de sus 5.000 detenidos. Esta es la mayor
parte de los «desaparecidos» presos políticos en Chile. El privilegio de dejar «desaparecer» a los
detenidos fue una especialidad de la DINA y de algunos otros servicios secretos latinoamericanos.
Al momento de perderse un compañero, los otros vivían con la angustia de ser delatados o de que,
quebrado bajo la tortura, trabajaría en contra de ellos. Los familiares y amigos personales sufrían una
inseguridad desmoralizadora, aumentada todavía más, por señales reales o aparentes del detenido.
Señales aparentes de vida podían surgir por ejemplo, cuando los torturadores tomaban prestada
como camuflaje la identidad de «desaparecidos» con un parecido físico o de la misma edad y con
ello, por ejemplo saqueaban las cuentas bancarias; o cuando los agentes de la DINA manejaban los
autos de los «desaparecidos», y le colocaban patentes de autos de demolición de la misma marca, y
los familiares veían estos autos en las calles. La DINA, e incluso el mismo Krassnoff, ordenaba a los
detenidos llamar por teléfono a sus familiares y decir que estaban bien, o los obligaba a citarse con
otros compañeros de la clandestinidad en un lugar determinado para así detenerlos. Estas señales de
vida en un reino de terror paralizan, son señales de un poder siniestro, anónimo.
La DINA no sólo quería derrotar a las organizaciones de resistencia, sino que las quería destruir sin
dejar rastro. No asesinaba simplemente, sino que se reservaba por meses el poder de decisión sobre
la vida o la muerte de los detenidos. Creó un mundo todopoderoso y borró, gracias al poder que le
había concedido Pinochet, la línea clara entre la vida y la muerte. En este mundo de sombras,
«flotaban» los detenidos, «entre la vida y la muerte», como lo describe un sobreviviente argentino. La
existencia de este reino de sombras debía intimidar, pero al mismo tiempo, nadie debía saber dónde
y cómo funcionaba. La DINA construyó un hoyo sin salida que no era ni prisión ni tumba. Lo que
ocurría en este hoyo no estaba al alcance de la experiencia cotidiana que se aferra a la fecha de la
muerte, a un cadáver, a una tumba. El que era llevado a este hoyo, nacía pero no moría, estaba fuera
de espacio y de tiempo. El desaparecer era un aumento de la destrucción por asesinato, significaba la
«destrucción de la existencia en el significado más real de la palabra», sin rastro, así como lo explica
un agente del servicio secreto soviético al detenido Slabin en la novela de Piotr Krasnow «Del águila
del Zar hasta la bandera roja».
Los cadáveres de los «desaparecidos» de la DINA nunca fueron encontrados, fuera de algunas
excepciones. Fueron enterrados en algún lugar, fueron cortados en trozos, o botados en bolsas de
plástico en algún lugar intransitable, llevado en barcos a alta mar o en helicópteros (los pumas
franceses) y tirados al agua, después de haberles rajado el vientre para prevenir de que se hinchen y
floten en la superficie. Muchos de estos vuelos salieron del aeródromo de Tobalaba o de la
residencia de verano del Presidente en Bucalemo. Bucalemo se encuentra cerca del recinto militar
Tejas Verdes, donde Contreras fue comandante durante el golpe. A Contreras se le encontraba
seguido en Bucalemo. En Tejas Verdes comenzaron las desapariciones sistemáticas de detenidos en
1973. La última huella de otros «desaparecidos» se pierden en la Colonia Dignidad. Otros detenidos
murieron bajo la tortura o fueron asesinados en fingidos combates o intentos de fuga.
El «desaparecer» era para los compañeros y familiares de las víctimas, una arbitrariedad en blanco,
pero la DINA lo había organizado como sistema. Los comandantes de las diferentes casas de
tortura, entre ellos también Krassnoff, revisaban las actas de los detenidos de las unidades operativas
y generalmente conocían los casos, pues ellos mismos los habían interrogados. Entonces daban
recomendaciones en casos particulares. En intervalos regulares – en el peor tiempo del terror de la
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Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
DINA (1974/75), ocurría cada dos a tres semanas – se reunía la directiva de la DINA para una
conferencia y tomaba decisiones según criterios específicos: cuales de los detenidos quedaban en las
cárceles secretas, cuales eran asesinados y cuales pasaban a las cárceles oficiales. En 1975, año que
«desaparecieron» muchos detenidos, los presos eran llamados al patio de Villa Grimaldi y puestos en
dos filas separadas. Uno de los dos grupos desaparecía para siempre. Testigos sobrevivientes (p.ej.
Carmen Rojas, “Recuerdos de una Mirista”, pag. 67) confirman que Krassnoff estuvo presente en
una de esas selecciones. Como dijimos antes, al disolverse la casa de tortura en Londres 38, también
los detenidos fueron separados por grupos, de los cuales uno «desapareció».
Los detenidos destinados a «desaparecer» eran entregados a uno de los departamentos de
aniquilamiento de la DINA, de los que se sabe muy poco , pues algunos de los militares encargados
fueron a su vez asesinados para borrar huellas. Krassnoff debía haber conocido el porqué de la
selección de los detenidos, así que no sólo participó en detenciones y torturas, sino también en
asesinatos por «desapariciones».
Como Krassnoff había organizado la entrevista en la TV y la conferencia de prensa de los cuatro
miristas, en las cuales fueron declarado muertos detenidos de la DINA, pertenece él a esos oficiales
de la DINA que personalmente son responsables de detenidos «desaparecidos». También Luz Arce
confirma que muchos de los «desaparecidos» «pasaron como detenidos por sus manos». Romo
responde después de su detención en 1992 a la pregunta, «¿dónde están los «desaparecidos»?»: «Por
ellos tienen que preguntarle a mi superior Miguel Krassnoff Marchenko».
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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
El proceso
Lema: «Honra el nombre de Krasnow. No lo deshonres» (General Piotr Krasnow a su nieto Nikolaj
en la sala de ducha de la prisión de Moscú Lubjanka).
En 1990, después de 17 años de poder, Pinochet deja el sillón presidencial. Muchos chilenos
respiraron y quisieron simplemente olvidar todo lo ocurrido en el peor tiempo de la dictadura. Una
«Comisión Nacional para la Verdad y la Reconciliación» creada por el Presidente Patricio Aylwin
elabora un informe sobre las violaciones de los derechos humanos de la dictadura. El único oficial
en servicio activo que obedece una citación de la Comisión es Krassnoff. Si estuviera otra vez en la
misma situación, actuaría de igual manera, le dice a la Comisión.
Los familiares de los “desaparecidos” cobraron de nuevo la esperanza de descubrir el destino de sus
hijos e hijas, hermanos y padres. Pero sus esperanzas fueron vanas. La transición de dictadura a
democracia había sido negociada y una de las condiciones había sido la impunidad para los
violadores de derechos humanos. Aunque no se fijó por escrito, todo el mundo lo sabía y los
militares no dudaban en ponerse en pie de guerra cada vez que las exigencias de castigar a los
torturadores y asesinos se hacían demasiado fuertes.
En los años de la peor represión, los familiares de los «desaparecidos» interpusieron querellas en los
juzgados. Aunque la justicia estaba en manos de la dictadura, los familiares trataron de hacer todo lo
posible para encontrar a los detenidos. Varios de estos procesos habían sido sobreseídos en tiempos
de la dictadura. Pero algunos procesos todavía estaban abiertos o en olvido y fueron activados
nuevamente. Uno de ellos fue el caso de Alfonso Chanfreau, el estudiante de filosofía, detenido por
los hombres de Krassnoff y torturado en Londres 38. El «proceso Chanfreau», llevado por la jueza
Gloria Olivares, se convirtió en el proceso más importante de los derechos humanos en Chile. A raíz
de este proceso, el parlamento chileno destituyó en enero de 1993, por primera vez en la historia del
país, a un juez de la Corte Suprema.
Así como en el último acto de un drama, se encuentran en el «proceso Chanfreau» las más
importantes figuras de este capítulo en Chile. Víctimas y victimarios se encuentran en el pasillo del
tribunal y se paran de frente en la sala de audiencia.
Gracias a la jueza Olivares y al abogado Fernando Oyarce, un familiar de Chanfreau, encuentran a
Osvaldo Romo en Brasil. En julio de 1992 es detenido cerca de Sao Paulo y extraditado a Chile.
Romo, el gordo grandulón, para el cual la violencia al cuerpo femenino se había convertido en
rutina, el que tuvo poder absoluto sobre los hombres, vino como un pobre desgraciado: diabético,
semiciego y paralizado de un brazo, hablaba en un tono lloricón, medio español, medio portugués. A
causa de los innumerables crímenes que había cometido, estuvo en prisión preventiva hasta 2001.
A comienzos de 1992, Luz Arce volvió de Viena, donde escribió sus memorias en “El Infierno”, a
Chile y fue testigo en varios procesos de derechos humanos, entre ellos el de Chanfreau. También fue
citada a este proceso como testigo Marcia Merino. Por años, ella se había consumido en la
desesperación sobre el daño que había causado a otros por sus declaraciones. Ahora se encontró con
Luz Arce, la que había estado en la misma situación y que había logrado romper su silencio. También
se encontró con Erika Hennings, la esposa de Chanfreau que fue detenida y torturada con él. A raíz de
estos encuentros repletos de recuerdos, Marcia Merino decidió presentarse al público, pedir disculpas
a los familiares de los «desaparecidos» y escribir igualmente sus memorias «Mi Verdad».
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Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
La jueza Olivares citó a varios agentes de la DINA. Los oficiales de la DINA llegaron con sus
guardaespaldas, ayudantes y con hasta tres abogados por persona y ocuparon todos los pasillos.
Ocuparon oficinas enteras, las que cerraban arbitrariamente. Se comportaban como si estuviesen en
sus cuarteles. Las víctimas sobrevivientes citadas para declarar se instalaban, más bien
provisionalmente, en los pasillos y salas de espera. Cigarrillos, café, comidas enteras eran
suministrados. Interrogatorios individuales y compariciones duraban horas y a veces hasta días. Con
el tiempo se creó entre los testigos, los periodistas de los tribunales y el personal del juzgado una
atmósfera familiar, pues todos debían estar presentes hasta el final de los juicios que duraban hasta
altas horas de la noche.
Los periodistas se instalaban en los pasillos y a veces esperaban 15 horas al día para poder informar
sobre los juicios. Para los ex agentes de la DINA que estaban citados como testigos, estas
informaciones eran la peor parte del proceso. No temían a una sentencia, pues la impunidad
garantizada por el Estado les hacía sentir seguros, pero el estar presente en los diarios y en la TV
como torturadores y asesinos, cuestionaba la normalidad que habían construido al terminar su
actividad de agentes. Los torturadores y asesinos estaban más viejos, pero su conducta no había
cambiado mucho. Luz Arce describe en “El Infierno” las reacciones de los agentes de la DINA: la
mayoría de veces demostrando un sentimiento de superioridad, a veces toscas y sólo en contadas
ocasiones arrepentidos. Ofendían a las víctimas y actuaban sumisos frente al tribunal.
Krassnoff se dejó citar siete veces antes de presentarse el 17 de septiembre de 1992 ante la jueza
Olivares. Lo acompañaban oficiales en uniforme de gala con su medalla del 11 de septiembre.
Krassnoff, el más prominente de los oficiales de la DINA citados, estaba protegido por los «gurkas»,
el nombre con el que eran conocidos sus guardaespaldas. Uno de ellos empujó violentamente contra
unas rejas de metal a una periodista que deseaba entrevistar a Krassnoff, causándole heridas en la
mano. Krassnoff rehuía a las cámaras, las pocas fotos que existen de él durante el proceso son
borrosas y distorsionadas.
Un día después que Krassnoff entrara por primera vez al tribunal, se festejaba el 18 de septiembre,
Fiestas Patrias de Chile. Krassnoff dirigió en Valdivia la Parada Militar. Esta vez llevaba Krassnoff,
en medio de la música militar, los comandos arrojados y los pasos disciplinados de sus soldados, el
estigma del torturador. Lo que hasta ese día se sobreentendía, necesitaba hoy día de una explicación.
El obispo Jimenez de Valdivia tuvo que ingeniárselas para justificar su presencia en el desfile.
«Bueno», dijo, «él vino por respeto a las Fuerzas Armadas. Individuos llegaron y se fueron, pero la
institución queda».
«Honra el nombre de Krasnow. No lo deshonres», había dicho en 1945 su abuelo en la sala de
duchas de la cárcel de Moscú - Lubjanka - a su otro nieto, Nikolaj. Ahora aparecía en las pantallas de
Chile la cara de Miguel Krassnoff; la cara de un torturador.
El 8 y 9 de septiembre de 1992, el tribunal realizó una inspección ocular en la calle Londres 38 que
duró un total de 15 horas. Krassnoff puso su mejor sonrisa y se comportó como caballero. Trató de
saludar a sus antiguas víctimas. Erika Hennings, la esposa de Alfonso Chafreau y que también fue
torturada en Londres 38, se negó a darle la mano. Krassnoff dijo: «Es que soy un caballero» (un
gentleman). Erika Hennings recuerda que de esta forma actuaba ya en esos tiempos, mientras las
torturaba en la parrilla, se dirigía a las presas como «señora» y con «usted», lo que no le impedía
humillarlas poco después.
A otra de sus víctimas, Osvaldo Torres, Krassnoff le pidió perdón, por el caso de que hubiera
habido «irregularidades» en los interrogatorios. «¿Acaso usted participó en interrogatorios de este
tipo?», reaccionó Torres. «Yo fui analista de datos», respondió Krassnoff y se retiró.
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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
Otro día del juicio, Krassnoff llegó con uniforme y con su séquito de militares y abogados al Palacio
de Justicia, que había sido bastante descuidado en tiempos de Pinochet. Luz Arce, que había vuelto
de Viena, estaba citada para ese día. Ella había pensado mchas veces en Krassnoff. Mientras vivía en
Viena, Luz Arce tuvo una pesadilla: Krassnoff estaba en la esquina con una ametralladora en la
mano. «Allí estaba», recordaba del día de su declaración en el juzgado, «igual que yo, envejecido.
Tenía una gran capacidad para dividirse. Muy amable y bien educado hacia la Sra. Olivares,
tremendamente sinvergüenza conmigo. Cuando de vez en cuando se inclinaba ante la jueza como
ante un superior, sus gestos parecían sumisos, no infundían respeto ni tan siquiera estando vestido
de uniforme militar. Pero a mí me mostraba su lado más real, siendo descortés y ruidoso e
insultándome». Cuando, por primera vez desde sus tiempos de agente, Luz Arce se encontró cara a
cara con Krassnoff, ahora de 46 años, sintió su corazón latir con más fuerza, su garganta secarse y
adoptó involuntariamente en su silla una posición fetal, igual que en ese entonces, después de la
tortura.
Al comienzo de su declaración, Krassnoff logró actuar como un caballero, pero al precisarle las
preguntas se ponía nervioso y comenzaba a gritar. Aparentemente también a él le causaba fatiga las
declaraciones de largas horas, pues interpuso un recurso de queja argumentando que sólo su
formación de hierro como soldado le permitía soportar la carga emocional de declaraciones y careos
de días de duración.
La jueza interrogó a Krassnoff acerca de la conferencia de prensa y la entrevista de los cuatro
miembros del MIR, organizadas por él en el año 1975. No, de eso no se acordaba, dice Krassnoff.
La jueza mostró el vídeo de la entrevista exhibida en la tele. Por un momento se aprecia a Krassnoff
en la pantalla, situado entre los periodistas y camuflado como tal. Krassnoff se puso más nervioso.
En ese día tomó cinco litros de agua y fumó dos cajetillas de cigarrillos. La taza de té en su mano
tirita de tal manera que se derrama.
El reencuentro entre víctimas y victimarios tomó proporciones alarmantes. Luz Arce anota después del
proceso: «Hay cosas que el señor Krassnoff ni siquiera se imagina. Con toda su presunción y
arrogancia, debe saber que fui yo la que le pagué todos los expressos y cafés vieneses (con crema) que
consumió durante el juicio. No por querer comprárselas a él, pues me da lo mismo si él consume algo.
Lo hice pensando que la Señora Jueza debería estar cansada y quería darle algo agradable. Estoy segura
que ella, como la dama que era, se hubiera negado a ser la única en consumir algo. Y es por eso que
siempre mandé tres tazas de café: una para la señora Gloria –la jueza–, una para el que redactaba el acta
y una para el agente de la DINA de ese momento. Más tarde supe que Krassnoff había agradecido a
Gonzalo, el hijo de la jueza, por los cafés, pues él los había llevado a la sala. No fue así, Señor
Krassnoff, los cafés los pagué yo. Tómelo como un gesto humanitario de una mujer que a pesar de
todo lo que usted le ha hecho, ve en usted a una persona como cualquier otra».
«Él tartamudeaba y tenía un tic nervioso, se columpiaba siempre con su pierna derecha» afirmó
satisfecha Gladys Díaz después del careo con Krassnoff. También ella fue, 18 años antes,
interrogada, torturada y golpeada por la propia mano de Krassnoff. Lo recordaba corporalmente
más grande y superior. «Krassnoff no es ni tan bien educado, ni tan inteligente, ni tan seguro como
me parecía en aquellos tiempos», dijo en un reportaje. «No lo odio. Al fin y al cabo merece piedad»,
añadió. «¿Por qué piedad?». «Porque todo lo que hizo tiene que cargarlo sobre sus espaldas y no
tiene la posibilidad de disculparse. Es un gesto espantoso por parte del ejército quitarle esta
posibilidad tan humana. Él es un prisionero de su deber hacia el ejército y de su concepto del poder,
es todo lo que tiene. Él cree que el mundo está dividido en ganadores y perdedores. Ésta es la lógica
de la guerra ... Yo pienso que si pudiera diría lo que sabe». Ganadores y perdedores, a eso se limita el
concepto del mundo de Krassnoff. «Estoy en guerra, y nadie me saca de ahí», dijo en presencia de
uno de sus victimas, cruzando la sala con grandes pasos de un lado al otro.
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Centro de Derechos Humanos de Nuremberg
Después que Gladys Díaz viera a Krassnoff débil, nervioso y torpe, durmió como hacía tiempo que
no lo había hecho, 36 horas de un tirón. En la película “La flaca Alejandra” dice:
«Como prisionera ve una al torturador como más grande, incluso mas bello, muy fuerte,
omnipotente. Una se siente muy pequeña. En el careo me di cuenta que tengo el mismo tamaño que
Krassnoff, que él es feo y no bello, que no es rubio sino moreno, que no tiene ojos azules, que habla
muy mal, que no es inteligente, que no se ve atlético».
Los procesos, en los que Krassnoff y otros oficiales de la DINA hubieran podido ser acusados
fueron trasladados al tribunal militar para ser posteriormente sobreseídos. Contreras y Espinoza
fueron condenados a varios años de arresto en una prisión de lujo por el asesinato de un político
exiliado en Washington. Krassnoff no llegó a ser procesado en aquel entonces, aunque tuvo que
presentase numerosas ante el juzgado. Mil veces declaró ante la justicia, dijo el mismo Krassnoff en
una entrevista de 2003 (El Mercurio, 6.7.03).
Krassnoff se jubiló en 1998 siendo teniente general. El ejército declaró que así lo deseaba Krassnoff
y que este paso nada tuvo que ver con los procesos. El tribunal militar al que habían sido trasladadas
las causas contra Krassnoff, las habían sobreseído.
Tras el fin de la dictadura, el poder político se reparte entre civiles y militares. Chile era considerado
como un ejemplo, un país que después de vivir un «caos socialista» había podido crear un estado
moderno y una economía eficiente. Incluso en la Rusia postcomunista tiene Pinochet un buen
nombre. Oficiales rusos llegaron a Chile como miembros de la comisión militar y para su
perfeccionamiento. Krassnoff era un invitado permanente en los seminarios y banquetes realizados
para estos oficiales. En 1995, Krassnoff intentó hacerse con el puesto de agregado militar de la
embajada rusa en Santiago. Cuando el diputado socialista Jaime Naranjo denunció este intento,
Krassnoff tuvo que contentarse con el puesto de director de un hotel militar en Santiago. Pero no
por ese motivo se desmoronó su mundo, como les había pasado a su padre y a su abuelo.
En Chile existía un grupo de antiguos presos políticos y sus allegados, que no soportaban la idea de
que torturadores y asesinos pudieran seguir viviendo impunemente entre ellos. Se habían
especializado en funas, pequeñas manifestaciones que pretendían atraer la atención pública en contra
de torturadores (la palabra coloquial “funa” significa algo parecido a “piropo”, “ligue”). Dos de estas
funas tuvieron lugar enfrente de la casa de Krassnoff. Pero tampoco la justicia dejaba a Krassnoff en
paz. No fue un ángel vengador, como en la novela de su abuelo, el que planeando por los aires
vengaba a las víctimas de la revolución, sino la vacilante justicia chilena, que guardó sus actas en cajas
de cartón, cuya correspondencia fue violada y que tenía buenos motivo para no fiarse de su propio
cuerpo de guardia. Esta justicia recuperó valor tras el arresto de Pinochet en Londres en 1998 y
prosiguió las diligencias contra el nieto el cosaco por la “desaparición” de varios prisioneros
políticos. Krassnoff fue finalmente arrestado en octubre de 2001. Ahora empezaría sui juicio, pues
Krassnoff pertenecía a la “organización criminal” que se le imputaba a Pinochet. La justicia española
solicitó la extradición de Krassnoff por la “desaparición” de dos ciudadanos españoles. La justicia
francesa quiere juzgarlo –probablemente en ausencia– por el caso Chanfreau.
En abril de 2002, el Ejército chileno repuso a Krassnoff en su cargo de director de hotel, a pesar de
que su arresto no le permitía ejercer sus funciones. Los viejos camaradas se mantienen unidos! La
ministra de Defensa socialista protestó ante este acto de solidarización. Pero las fuerzas armadas en
Chile formaban un Estado dentro del Estado y no se preocupaban por la opinión del gobierno civil.
En Abril de 2003, la justicia chilena condenó a Miguel Krassnoff a diez años de prisión por haber
participado en el secuestro y “desaparación” del miembro del MIR Miguel Ángel Sandoval.
Contreras fue condenado por el mismo delito a la misma pena de prisión. Ambos presentaron un
recurso de apelación. Los dos compañeros de prisión no se llevan demasiado bien, pues Contreras
incriminó a Krassnoff en sus declaraciones.
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“La venganza es mía”, Friedrich Paul Heller y Claudio Velasco
En Julio de 2003, el periódico conservador chileno El Mercurio publicó una entrevista de dos
páginas con Krassnoff bajo el título “25 años después”. Estaba amargado, recuperado tan sólo a
medias de una operación en la columna vertebral y fumaba mucho. En 2002 había sido
definitivamente licenciado del servicio militar con una pensión escasa. Se había afeitado su
característico bigote cosaco. “25 años después” de haber concluido sus servicios en la DINA, de 27
meses de duración; a eso se refería el título. Ahora se dirigía al público para exponerle los ”ataques y
humillaciones” que venía sufriendo su familia desde entonces. En la DINA había sido analista de
datos; había realizado “entrevistas” con unos 50 prisioneros del MIR. “Entrevistas?”, preguntaba el
periódico. A lo que Krassnoff contestó que a él le había parecido todo “absolutamente normal”, que
no sabía que se hubieran cometido torturas dónde él trabajaba y que hoy las condenaba. “Pero no
descarto que en ocasiones puntuales quizás hubieran sido necesarias”. No sabía dónde se
encontraban los “desaparecidos”. Él mismo era nieto, sobrino e hijo de “desaparecidos”. Junto al
texto aparecía una foto de Krassnoff sosteniendo una fotografía de su padre en uniforme de gala,
ahora enterrado en en algún lugar de Siberia. De la saga de los Krassnoff, cuya historia se remonta al
siglo IX, sólo quedaba su reducida familia. Refiriéndose a Luz Arce y Marcia Merino, añadió que era
incomprensible que extremistas que habían colaborado voluntariamente con la DINA, que habían
facilitado informaciones útiles para neutralizarles (a los extremistas), y que se habían convertido en
agentes y habían hecho carrera, hubieran prestado testimonio contra él frente a los tribunales.
La entrevista estaba repleta de excusas y justificaciones (definía el golpe de estado como “víctima
titánica” de los soldados). Cree realmente Krassnoff en lo que dice? En caso afirmativo, su código
de honor habría suplantado a la realidad. Durante las mil citas al juzgado en las que declaró, habría
tramado su historia de vida con la misma minuciosidad con que había elaborado el organigrama del
MIR allí en la calle Londres y en Villa Grimaldi. ¿En cada comparecencia, una inyección de
autorefuerzo; por cada demanda, una impugnación que lo hacía sentir cada vez más como víctima?
Todas las confrontaciones con sus víctimas supervivientes, todos los nombres de aquéllos que
estuvieron bajo su poder y que hoy siguen “desaparecidos” –¿eran para Krassnoff la continuación
de la guerra que, desde la DINA, había declarado a la resistencia? Posiblemente fuera esta mentira
obstinada la que incitó a los parientes de las víctimas a atacarlo unas semanas más tarde, en ocasión
de otra comparecencia. Krassnoff huyó.
NOTA FINAL:
Dedicamos este libro a los hijos y nietos de Krassnoff, para que les ayude a romper el círculo vicioso
de la venganza.
Como el caso Krassnoff está abierto, este texto no puede tener un fin orgánico. En vez de
terminarlo con una frase conclusiva, invitamos los lectores a contribuir su propia opinión, enviando
un correo a buero@menschenrechte.org
Fuentes bibliográficas y mayor información la encuentra Usted en la versión alemana de este libro,
disponible en internet, en la página del Centro de Derechos Humanos de Nuremberg:
www.menschenrechte.org
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