Revista Mother Jones, San Francisco, California, EE.UU. Edición de noviembre/diciembre 2006 La ruta del plomo ¿ Qué pasa cuando una compañía estadounidense exporta contaminación? por Sara Shipley Hiles y Marina Walker Guevara Leslie Warden había estado en un avión solo una vez antes de viajar al Perú en abril del 2003. No hablaba español, no tenía una educación universitaria y mucho menos un grado en toxicología. Aún así, allí estaba, declarando en el imponente Palacio Legislativo de Lima, en una sala de audiencias llena de legisladores y sus asistentes, de representantes de las agencias de salud y minería del gobierno, de reporteros y cámaras de televisión. Warden había venido a hablar acerca de la Doe Run Co., una de las más grandes productoras mundiales de plomo, la misma que tiene una fundición en su pueblo natal de Herculaneum, Missouri. La empresa en esta oportunidad se encontraba enfrentando una investigación por la fundición que tiene en La Oroya, un pueblo ubicado en las alturas de los Andes donde virtualmente todos los niños sufren de envenenamiento por plomo. El Congreso peruano estaba considerando la posibilidad de declararla una zona de emergencia. La voz de Warden vibraba conforme se dirigía al público, pero su sola presencia hizo que los ejecutivos de Doe Run presentes en la sala sacaran sus celulares y comenzaran a discarlos desesperadamente. "He llegado hasta aquí", señaló, "para compartir algo que Herculaneum ha aprendido y experimentado a lo largo de los últimos años... Nuestros niños no deben continuar siendo el precio que el mundo pague por el plomo". Tanto en Missouri como en el Perú, Warden y otros testigos declararon, Doe Run había contaminado comunidades a la par que se escondía detrás de una cortina de desmentidos y desinformación, dejando a los padres de familia sin conocer el riesgo que representa para sus niños el polvo que cubre sus casas, patios y calles. La historia de estos dos pueblos y la forma en que entraron en contacto ilustra un patrón cada vez más frecuente: una empresa enfrentada a una creciente presión del público y a altos costos medioambientales en los Estados Unidos extiende sus sucias operaciones al exterior, donde las regulaciones son laxas, la mano de obra es barata y los recursos naturales abundantes –y donde la empobrecida población se vuelve dependiente de los puestos de trabajo y de la caridad de las propias empresas que les causan daño-. Al igual que muchas personas de Herculaneum, un pueblo de 2,800 personas junto al río Mississippi a 30 millas al sur de Saint Louis, Leslie Warden y su esposo, Jack, desconocían exactamente lo que emanaba de las chimeneas de 167 metros ubicadas a medio kilómetro de su hogar. Enamorados desde la secundaria, en 1988 la pareja compró una propiedad para remodelar. Jack trabajó como carpintero sindicalizado, mientras que Leslie era contadora y secretaria. Muchos de sus vecinos tenían puestos de trabajo en la fundición de Doe Run, empresa que emplea a más de 240 trabajadores y produce hasta 250,000 toneladas de plomo al año. En ciertos casos los humos de la planta hacen difícil ver a través de la calle. "Mi esposa lava la ropa y la cuelga en el cordel, y la tiene que lavar nuevamente porque se cubre del hollín de la chimenea", recuerda Jerry Martin, un ex alcalde. Ocasionalmente, alguien de la empresa pasaría para hacer pruebas del agua del caño u ofrecer gratis semilla de césped para llenar los espacios vacíos de los jardines de los vecinos. Cuando una nube de humo se desplazó desde la planta y corroyó la pintura de los carros, la empresa pagó por la reparación de las carrocerías. En 1997, una nube malogró el flamante Mustang de Leslie Warden, y en esta oportunidad Doe Run se negó a arreglarlo. Si las emanaciones de la planta pueden malograr mi carro, pensó ella, ¿que podrá suceder con los pulmones de mi hijo de 13 años? ¿Su trastorno por déficit de atención podría estar relacionado con la contaminación de la fundición? Comenzó a comunicarse con el departamento de salud pública y medio ambiente, a buscar información acerca de los sedimentos grises y pegajosos de su escritorio, sobre los camiones que retumbaban por el pueblo y el olor astringente. La historia del plomo es larga y mortal. Actualmente sabemos que la exposición al plomo causa anemia, elevación de la presión arterial, retrasos en el desarrollo, problemas de conducta, disminución de la inteligencia y daño en el sistema nervioso central. Los niños son los más vulnerables; ninguna cantidad de plomo en su flujo sanguíneo es considerada inofensiva. Sin embargo, este metal gris plateado y maleable siempre ha tenido un encanto. Los antiguos egipcios preparaban el esmalte de su cerámica con plomo, y algunos estudiosos creen que el uso de este metal en el sistema de cañerías, en el refinamiento del vino y en la preparación de alimentos contribuyó a la caída del Imperio Romano. El gobierno de los Estados Unidos comenzó la reducción progresiva de gasolina con plomo en 1973, luego de que la investigación demostrara que la exposición al plomo daña el sistema nervioso. En 1978 prohibió la venta de pintura residencial en base a plomo. No obstante, debido a que el plomo sigue siendo un componente importante para la electrónica, en los monitores de computadoras, y para las baterías de los carros –las cuales normalmente contienen 21 libras de plomo– el consumo mundial ha crecido a más de 6 millones de toneladas anuales. Aun cuando la evidencia de la nocividad del plomo se volvió insuperable, la industria insistió en que sus productos eran inocuos si eran usados de manera adecuada, y de manera rutinaria suprimió la información que probaba su toxicidad. Muchas empresas, incluida Doe Run, también se acostumbraron a inculpar a sus víctimas: niños que se llevan a la boca juguetes pintados con plomo, o padres incultos que viven en casas vetustas. Como concluye David Rosner, un historiador de la salud pública de la Universidad de Columbia y testigo experto en una demanda contra Doe Run, "Es realmente un modelo que se desarrolla. Eludir la responsabilidad, negar la realidad de la investigación, decir que no fue su plomo. De manera que los niños, continúan sufriendo hasta ahora". Herculaneum ha estado contaminado durante décadas, pero el sentimiento público frente a Doe Run comenzó a exacerbarse a principios de los años 1990, luego de una desagradable disputa laboral. Las emisiones de la fundición repetidas veces violaron las normas de contaminación del aire, y muchos niños presentaron altos niveles de plomo en sangre en las pruebas. Algunos vecinos se sumaron a una demanda por daños personales contra la empresa, en lo que se convertiría en el inicio de una avalancha de demandas judiciales. Luego de que el Servicio de Peces y Fauna Silvestre encontró altos niveles de plomo en los peces, los ratones, los sapos y las aves de las cercanías de Herculaneum, la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) y el Departamento de Recursos Naturales de Missouri emitieron una orden en el año 2000 exigiéndole a Doe Run la instalación de nuevos controles de contaminación y la limpieza de los patios de las casas que presentaban niveles de plomo por encima de los estándares de la EPA. Si las emisiones de la fundición no se adecuaban a las normas, la empresa sería forzada a limitar su capacidad de producción al 20 por ciento. Esta fue la exigencia de cumplimiento más dura jamás tomada en contra de Doe Run, pero la familia Warden se mantenía escéptica. Su hijo adolescente había pasado la edad en la que los niños son más vulnerables al envenenamiento por plomo, pero a sus pequeños sobrinos, una niña y un varón, se les había diagnosticado niveles altos de plomo en sangre. Leslie Warden continuaba examinando minuciosamente informes, asistiendo a reuniones públicas, y consultando con grupos de ambientalistas. Finalmente, una noche de agosto del 2001, Jack Warden acorraló a Dave Mosby, un funcionario estatal encargado del medioambiente. Warden le insistió a Mosby que tomara muestras del polvo negro acumulado en las calles por donde transitaban los camiones de Doe Run para transportar el plomo a la fundición. Durante mucho tiempo la familia Warden había sospechado que el polvo sería una prueba "candente". "Era cerca de medianoche," recuerda Mosby. "Sin embargo incluso desde el poste de luz, yo podía decir que Warden iba a tener un verdadero caso, porque uno podía ver el lustre metálico del polvo sobre la calle". Cuando varios días después Mosby recibió los resultados, se quedó asombrado de saber que 30 por ciento del polvo era plomo puro. "Supimos que teníamos una situación de emergencia," señala. El departamento de salud del estado declaró que la contaminación de plomo de Herculaneum era una "inminente y considerable situación peligrosa" y colocó carteles advirtiendo a los padres de familia que no dejaran jugar a sus hijos en las calles. En febrero del 2002, los funcionarios de salud del estado publicaron un estudio mostrando que el 56 por ciento de los niños que vivían a una distancia de medio kilómetro de la fundición tenían niveles altos de plomo en sangre. En un acuerdo con el estado, Doe Run ofreció comprar 160 casas ubicadas dentro del perímetro de tres octavos de milla de la fundición. Las reubicaciones le significaron a la empresa más de US$10 millones, además de los millones que gastó en la limpieza. Desde 1994, la sede de Doe Run en Saint Louis ha sido parte del Grupo Renco, la empresa matriz del empresario neoyorquino Ira Rennert. Rennert se ha granjeado una dudosa reputación a lo largo de sus casi 20 años en los negocios mineros. Su empresa productora de magnesio en Utah se declaró en bancarrota en el 2001, poco tiempo después de que funcionarios federales la acusaran de desechar ilegalmente residuos peligrosos. Otra empresa de Rennert, una productora de acero en Ohio, pagó millones de dólares en multas por atentar contra el medio ambiente a la par que Rennert se pagaba así mismo más de US$200 millones en dividendos. "Se ha hecho rico a partir de bonos basura emitidos por empresas metalúrgicas que él adquirió, por las que pagó multas para limpiarlas cuando lo tuvo que hacer, detuvo el pago de intereses sobre los bonos y recompró acciones por una fracción del costo original”, menciona un artículo de la revista Forbes en el 2002 acerca de Rennert, quien es propietario de una casa de 9.000 metros cuadrados en los Hamptons. "Lo ha hecho todo dentro de la ley y con pleno conocimiento de los inversionistas". En 1997, cuando el ambiente en Herculaneum era crecientemente tenso, Renco adquirió una fundición en el Perú. En el 2005 la nueva instalación estaba generando casi cuatro veces más ingresos que la fundición de Missouri y arrojando al aire 31 veces más plomo. A cuatro horas de Lima, la ciudad de La Oroya, ubicada en la sierra central del Perú, es un laberinto de calles angostas y casas de adobe de una sola habitación. Años de lluvia ácida han empañado de negro las montañas de piedra caliza y les ha quemado la vegetación. Algunos llaman al cobrizo río Mantaro que corre a través de esta zona el “río muerto” debido a que la contaminación ha acabado con su flora y su fauna. Envuelta en humos, la fundición de Doe Run se asienta en la ribera opuesta a donde se ubica el pueblo de 33,000 habitantes, empolvándolo de plomo, arsénico y cadmio. El sulfuro del aire irrita los ojos y las gargantas. En La Oroya Antigua, el barrio más cercano a la fundición, los vecinos limpian constantemente el polvo tóxico de sus muebles y ventanas. Una empresa estadounidense, Cerro de Pasco Copper Corporation, construyó la fundición en 1922, y los pobladores rápidamente adquirieron la costumbre de cubrirse la nariz y la boca con pañuelos. Tan pronto como en los años 1960, el envenenamiento con plomo fue reconocido como un problema para los trabajadores de la fundición, aunque no se realizaron estudios entre la población en general sino hasta tres décadas más tarde. El gobierno peruano se hizo cargo de la planta en 1974 y la condujo durante los siguientes 23 años. Doe Run adquirió el añoso complejo en 1997 por US$125 millones, a los que sumó otros US$120 millones de mejoras. La instalación podía producir hasta 152,000 toneladas anuales de plomo, además de 2.4 millones de libras de plata y cerca de 6,000 libras de oro. El Perú acababa de aprobar sus primeras leyes nacionales sobre medio ambiente y, como parte de la compra, Doe Run accedió a cumplir con un plan de limpieza ambiental de 10 años. Hizo algunas mejoras, tales como la construcción de un depósito de residuos de trióxido de arsénico altamente tóxico. Según la empresa, los niveles de plomo en sangre de sus trabajadores bajaron 30 por ciento, y las emanaciones de plomo y arsénico de la chimenea principal decrecieron en más del 25 por ciento en los siguientes ocho años. Sin embargo, un estudio ambiental del 2003 y los registros de inspección del gobierno mostraron que después de que Doe Run se hizo cargo, las concentraciones de plomo, dióxido de sulfuro y arsénico en el aire de La Oroya se habían incrementado. El estudio sugirió que esto se debía a un incremento del 30 por ciento en la producción de plomo y a emanaciones "fugitivas" de la planta, la cual se especializa en procesar el rentable "metal sucio" cargado de contaminantes. "Doe Run tuvo que gastar millones de dólares en Herculaneum para limpiar la suciedad que había creado", señala Anna Cederstav, una científica ambientalista del estudio de abogados Earthjustice quien ha coescrito un libro sobre La Oroya. "Si pueden irse al extranjero y ganar plata rápida en lugares donde no son muy controlados, y enviar esas ganancias a casa para pagar sus cuentas en los Estados Unidos, definitivamente lo harán". La portavoz de Doe Run, Barbara Shepard, señala que este análisis es "erróneo". Ella sostiene que hoy en día La Oroya actualmente está en mejores condiciones que cuando el gobierno peruano tenía a su cargo la planta: Doe Run ha gastado más de US$100 millones para encarar los aspectos ambientales en La Oroya, y tiene planeado gastar US$100 millones más en los próximos años. "Estamos tomando serias decisiones junto con los miembros de nuestra comunidad para asegurar el desarrollo sostenible, el crecimiento económico y el mejoramiento de las condiciones del ambiente", dice Shepard. Al igual que Herculaneum, La Oroya es un pueblo que gira alrededor de las actividades de la empresa. Doe Run emplea a cerca de 4,000 trabajadores, y quienes no trabajan para la fundición conducen taxis y lavan ropa para aquellos que sí lo hacen. La empresa tiene un comedor público y duchas públicas, y regala muñecas Barbie y robots de juguete en Navidad. Las escuelas de la ciudad e incluso el puesto policial están pintados con los colores institucionales de Doe Run, verde y blanco, y los niños usan polos de Doe Run. La empresa señala que ha gastado más de US$6.5 millones en programas sociales en La Oroya y las comunidades vecinas. Este paternalismo empresarial es de larga data en el Perú, observa Miguel Morales, ex presidente de la Sociedad Nacional de Minería del Perú. "Las empresas mineras se convirtieron en el estado, el gobierno, la madre, el padre --todo", señala. Efectivamente, el alcalde de La Oroya es un elocuente defensor de Doe Run, y oponerse a la empresa conlleva riesgos: la responsable de la Dirección General de Minería del Perú perdió su cargo en el 2005 luego de criticar abiertamente a Doe Run. Con menores obstáculos reguladores que en los Estados Unidos, operar una fundición sucia en el extranjero puede ser devastador. Mientras que el rango de riesgo aceptable de la EPA es de 1 caso de cáncer en 100,000 personas hasta 1 en 1,000,000, un estudio encontró que una de cada 50 personas en un sector de La Oroya podría padecer de la enfermedad mortal. Múltiples estudios, incluyendo algunos desarrollados por Doe Run, han encontrado que los niños menores de 7 años en La Oroya Antigua tienen niveles de plomo en sangre tres veces más altos que los estándares aceptados internacionalmente. Un estudio del 2005 encontró que 44 por ciento de los niños menores de 5 años en el vecindario tenían deficiencias mentales o motoras, y cerca del 10 por ciento de los niños menores de 7 años tenían suficiente plomo en sangre como para justificar un tratamiento médico. "Estos niños han sido gravemente dañados como resultado de la contaminación con plomo", dice Jorge Albinagorta, director de la Oficina de Salud Ambiental. "Algunos tienen dificultades para caminar; otros no responden bien a los estímulos o su crecimiento está estancado". En las personas, estas estadísticas toman formas desgarradoras. Cuando a Cristian Balbín, un silencioso niño de dos años, de cabello y ojos castaños, se le hicieron análisis a los 19 meses, su nivel de plomo en sangre era de siete veces el estándar internacional. Cuatro meses después, a una edad en la que la mayoría de niños comienzan a expresar sus primeras oraciones, Cristian solo podía señalar las cosas y gemir. "Es un poquito ocioso, por eso no habla", decía su madre, Silvia Castillo, dejando de lavar por un momento la ropa. Cristian descansaba lánguidamente en sus brazos, con la mirada perdida. Ella señaló que aunque constantemente barría el piso y lavaba las manos de sus hijos, se sentía culpable "por permitirles recoger polvo de la calle y dejar que se lo llevaran a la boca". En La Oroya, mensajes cuidadosamente tramados por Doe Run ocultan las responsabilidades. Un destacamento de "delegadas ambientales" voluntarias organizado por la empresa limpian las calles, van de puerta en puerta distribuyendo consejos sobre higiene, y organizan sesiones públicas de lavado de manos para los niños, quienes reciben stickers con caritas sonrientes cuando terminan su tarea. "¡Vamos, limpien. Muevan sus escobas como si estuvieran bailando salsa!" gritaba una mañana la delegada ambiental Elizabeth Canales conforme una docena de mujeres limpiaban las calles de La Oroya Antigua con agua proporcionada por camiones de Doe Run. "Estas son mujeres que han entendido que si ellas no hacen algo por sus niños, siempre van a vivir en la suciedad" señala el Dr. Roberto Ramos, médico de Doe Run. A Missouri llegaron voces sobre los problemas en La Oroya a través de Hunter Farrell, un misionero estadounidense quien estuvo en este pueblo en el 2001 y se conmovió con la visión de dos niños tosiendo fuertemente en las calles. Dos años después, Farrell facilitó el primer encuentro entre residentes de ambos pueblos en el sótano de una iglesia presbiteriana cerca de Herculaneum. Los residentes de Missouri asentían con la cabeza mientras Dora Santana, una enfermera de La Oroya, hablaba de la "plaga desconocida" que había afligido al pueblo por largo tiempo. El siguiente en levantarse a hablar fue Mark Pedersen, quien creció en Herculaneum y recientemente había perdido a su hija luego de toda una vida de problemas de salud. "Se puede caminar por las calles, acordándose del apellido de cada familia y las enfermedades que tienen o aquellas de las que han muerto" dijo. "Lo mismo", replicaba Santana --"Lo mismo". Dos meses después, Leslie Warden viajó al Perú para declarar en una audiencia del Congreso. En su viaje, llegó hasta La Oroya para ver por sí misma el río de color naranja y el humo rosado y amarillo que emanaba de la fundición. "Nunca me olvidaré de esos pobres arbustos, dignos de compasión, cargados con tanto polvo" recuerda ella. "Parecían estropajos". Bajo presión de Doe Run –y con mucha gente en La Oroya que apoyaba a la empresa– el Congreso peruano se rehusó a declarar en emergencia al pueblo. A pesar de eso, las audiencias galvanizaron al creciente grupo de activistas. A lo largo de los siguientes años, Farrell trabajó con grupos locales y organizaciones sin fines de lucro como Earthjustice y Oxfam America para continuar haciendo presión. En el 2004, contribuyó a lograr el apoyo del recientemente nombrado arzobispo católico de la región, Pedro Barreto. Barreto expresó indiferencia frente a las denuncias que le hizo el sindicato de trabajadores de Doe Run y ante una amenaza de muerte que recibió mientras organizaba el primer estudio independiente sobre contaminación por metales pesados en La Oroya. En agosto del 2005, científicos de la Universidad de Saint Louis en Missouri llegaron a La Oroya cargando cajas con paños para limpiar el polvo, bolsas plásticas, jeringas, y tubos de ensayo. Mientras que un grupo de niños jugaba en una empolvada plaza, un equipo de investigadores entró a una pequeña casa de adobe al final de una callejuela sucia. Tomaron muestras del agua de un caño, examinaron a los miembros de una familia, y acopiaron historias clínicas. Maximina Reymundo, una mujer de cuarenta y nueve años, sostenía en brazos a su nieta de un año y se quejó de cómo le ardían los ojos cada mañana. Los funcionarios de la empresa "brindan apoyo a los pueblos necesitados, y eso es bueno", dijo ella, "pero este asunto de la contaminación, realmente nos está cansando". Otros residentes estuvieron menos dispuestos a colaborar. Una señora cerró de golpe su puerta, gritando "¡No! ¡No! Yo no quiero participar. Esto se está haciendo para que cierren la empresa". En la Calle Belaunde, un grupo de niños le arrojó fruta a un voluntario, gritando, "¡Váyanse de regreso a su país! ¡Ustedes nos están quitando el trabajo aquí!" Los encolerizados manifestantes arrojaron piedras y huevos al equipo. "¡Miren a nuestros niños, ellos no son retardados!" gritó una mujer. La reacción era apenas sorprendente. Durante meses, Doe Run había amenazado con cerrar la fundición a menos que el gobierno ampliara el plazo de 10 años para realizar la limpieza que habían acordado en 1997. Inesperadamente inculpó a los altos costos de limpieza y a la disminución en el precio del plomo. "Los mercados se han vuelto en contra nuestra muy rápidamente desde que llegamos aquí", dijo el presidente de Doe Run Perú en ese entonces, Bruce Neil, en una entrevista en su oficina ubicada en un lujoso barrio limeño. "Hemos tenido mucho, mucho menos ingresos disponibles para realizar los proyectos". Si bien los precios del plomo han estado bajos por varios años, había otra razón que explicaba la estrechez financiera de Doe Run Perú. La subsidiaria había empleado varios canales para mover dinero desde el Perú hacia los Estados Unidos, incluyendo financiar efectivamente su propia compra a través de la emisión de un préstamo libre de intereses por US$125 millones a su casa matriz. Según un estudio encargado por el gobierno peruano, entre 1997 y el 2004 Doe Run Perú pagó a su propietario corporativo casi US$100 millones por salarios y comisiones. Neil sustentó el arreglo señalando que este formaba parte de los negocios, pero el estudio concluyó que Doe Run podía haber completado la limpieza el año anterior si hubiera limitado los pagos a su casa matriz. Este mayo pasado, el gobierno peruano otorgó a Doe Run una extensión de tres años para que reduzca la contaminación. La empresa ahora debe cumplir con estándares ambientales más estrictos y ampliar sus programas de cuidado de la salud. También tiene que presentar un informe cada vez que envíe más de US$1 millón a los Estados Unidos. Para algunos, estas obligaciones no son los suficientemente exigentes. El Tribunal Constitucional del Perú recientemente ha ordenado al Ministerio de Salud que proteja a los residentes de La Oroya del envenenamiento por plomo –aunque esta exigencia se aplica solo al gobierno y no a Doe Run-. Los defensores han solicitado a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos una decisión similar. Los agricultores han presentado una demanda por US$5 mil millones contra Doe Run y otras mineras por dañar el río Mantaro. Pero, así Doe Run complete su plan obligatorio de limpieza, La Oroya será un riesgo para la salud humana por muchos años más. Según estudios de la propia empresa, muchos niños del pueblo mantendrán niveles de plomo en sangre bastante mayores que el estándar aceptable. Los problemas respiratorios persistirán, y el riesgo de cáncer se mantendrá más alto que los estándares de los EE.UU. Los pobladores tienen pocas formas de protegerse contra los altos niveles de metales pesados en el aire, suelo y tierra, confirmados por el estudio de la Universidad de Saint Louis. Un programa de cuidado de niños financiado por Doe Run ha ayudado a bajar los niveles de plomo en sangre de los niños con los niveles más altos, pero solo en un 15 por ciento. En La Oroya Antigua han aparecido más casos de envenenamiento grave por plomo con un niño mostrando nueve veces los estándares aceptados. Cuatro años después de que Doe Run aceptó la compra a sus vecinos en Herculaneum, las casas de madera de los alrededores de la fundición comenzaron a venirse abajo, los lotes vacíos daban a las calles la apariencia de una boca desdentada. Incluso después de la orden de limpieza de la EPA, Doe Run está teniendo problemas para cumplir con las normas del gobierno federal sobre contaminación del aire. Las partículas todavía caen persistentemente de las pilas de la fundición y se derraman de los camiones que retumban a través del pueblo. Según el estado, los patios ubicados a tres cuartos de milla de la fundición, que Doe Run pagó para que levantaran y llenó con tierra limpia hace unos años, posiblemente dentro de cuatro años estén nuevamente contaminados. El polvo de algunas calles cercanas a la fundición contiene 25 por ciento de plomo. Catherine Malugen, quien vive con su esposo y cuatro hijas en una limpia casa tipo rancho más allá de la zona adquirida, ya no permite que sus niñas de dos años jueguen fuera. Malugen señala que no tenía conocimiento sobre la contaminación cuando su familia llegó en el año 2000. Ella le pidió a la empresa que comprara su propiedad, pero esta se negó, afirmando en una carta, "En el ambiente hay otras fuentes de plomo". En el 2004, Leslie y Jack Warden aceptaron la oferta de Doe Run de US$113,000 por la compra de su casa y gastos de mudanza. Ahora ellos viven varias millas fuera del pueblo en una casa que da al bosque. Su hijo, ahora de 22 años, casi ha completado un curso de dos años en una universidad de la comunidad. El es uno de los más de 100 demandantes que están esperando el día en que comparecerán en los tribunales contra Doe Run. Leslie Warden todos los días piensa en los niños de La Oroya. "Yo fui una de las personas afortunadas", señala. "Fui capaz de levantarme y pelear y salir adelante. No tuve que preocuparme porque iba a perder mi trabajo o algo así. Pero allá hay gente que no tiene esta alternativa". Traducción de Eloy Neira artículo original: http://www.motherjones.com/news/feature/2006/11/lead_astray.html