Cervantes y Shakespeare: el azaroso reencuentro de

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LATERCERA Jueves 21 de abril de 2016
Sociedad
Cultura
Cervantes y Shakespeare:
el azaroso reencuentro
de dos genios
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O DEBIÓ SER la
más precisa ni lujosa, sino una de
las primeras traducciones de El
ingenioso hidalgo don Quijote de
la Mancha, la novela que había aparecido en 1605 en España y que siete años después llegaba a Inglaterra,
la que había caído en sus manos. La
había escrito un tal Miguel de Cervantes, un fulano al que apodaban
el Manco de Lepanto por una vieja
herida de guerra en su mano izquierda, inútil desde el impacto.
Los viejos ejemplares se los peleaban entre la alta sociedad y otro
puñado de letrados como cachivaches de un remate. Seguro eso sedujo a William Shakespeare.
Se dice que el británico John Fletcher fue el de la idea, pero que su colega y compatriota, el dramaturgo
y autor de Hamlet, de entonces 48
años, apenas dos menos que el devorador de libros de caballería al que
Cervantes creó, fue quien sugirió
qué andanza suya reescribirían juntos. Después de leer la novela, vaya
uno a saber cuántas veces, el también actor y poeta, autor de una
pila de obras que representaba ante
grandes multitudes y a cielo abierto, recordó el fugaz paso del Quijote y Sancho por un bosque en Sierra Morena, en Andalucía, cuando
un joven llamado Cardenio salió a
su encuentro.
Después de darle de comer, don
Quijote quiso conocer la razón por
la que el joven lloraba sin consuelo
(pues, “todavía es consuelo en las
desgracias hallar quien se duela de
ellas”). Sentados sobre un prado
verde, Cardenio les contó a don
Quijote y Sancho su desventura
amorosa con Luscinda, la mujer de
la que desde niño estuvo enamorado, y a quien perdió por ir a la guerra, para reencontrarse con ella recién algunos años después. Pero un
detalle en su narración parecía no
ser del todo cierto, y Don Quijote,
enfurecido, comenzó a regañarlo.
Cardenio cogió una piedra del suelo y lo golpeó. Sancho quiso defenderlo, pero corrió igual suerte.
El relato de Cardenio no solo conmovió a primeras al caballero andante, sino también al mismísimo
Shakespeare. Varios de los personajes que habitaban sus obras, en Ote-
BIOGRAFÍAS RECIENTES
Miguel de Cervantes.
La conquista de la ironía
[JORDI GRACIA]
Taurus, 2016, 468 págs.
Disponible en Chile desde mediados de junio.
El espejo de un hombre.
Vida, obra y época de
Shakespeare
[STEPHEN GREENBLATT]
DeBolsillo, 2016, 544 págs.
lo, El rey Lear, Macbeth y otras,
hablaban desde el romanticismo,
el dolor, la ira y venganza, “no como
en las novelas y obras de Cervantes,
sobre todo en ésta, donde el humor
y la ironía salen camufladas desde
la boca del protagonista para
abajo”, opina el dramaturgo chileno y Premio Nacional Juan Radrigán. Cardenio era una de las pocas voces incidentales que podía
dejar mudo a Shakespeare.
En 1613, a un año de que el Quijote circulara en Inglaterra, traducido por Thomas Shelton, la compañía de teatro inglesa King’s Men llevó a escena la pieza Historia de
Cardenio, inspirada en el pasaje de
la primera parte de la que llegaría a
ser la más célebre obra de Cervantes. El manuscrito original, dice la
historia, desapareció tras un incendio que sufrió el Teatro Globe, la
cuna shakesperiana, en 1613. Años
después se supo que una copia sobreviviente, adquirida por el escritor británico Lewis Theobald en
1727, había sido atribuida a ambos
autores ingleses en 1653, casi cuatro décadas después de la muerte de
Shakespeare. Recién en 2007 se logró autentificar y fue parcialmente reconstruida por el estadounidense Gary Taylor.
La anécdota es la única que entrelazó las vidas de dos de los grandes
autores que ha parido la humanidad
en su historia. “Ningún escritor pos-
terior los ha igualado, ni Tolstói ni
Goethe, Dickens, Proust o Joyce”,
anotó el crítico estadounidense Harold Bloom hace algunas semanas,
a poco de conmemorarse, en estos
días, 400 años desde la muerte de
Cervantes y Shakespeare, y que durante todo este año los tendrá como
protagonistas de un reencuentro
azaroso y teñido de homenajes en
todo el mundo, incluido Chile y,
desde luego, España e Inglaterra,
respectivamente.
De poco y nada serviría compararlos, dicen varios. Mucho menos enfrentarlos como piezas bicolores sobre un tablero de ajedrez. “Preguntarse quién de los dos, si
Shakespeare o Cervantes, logró de-
jar más huella y/o ensombrecer al
otro es un muy buen revelador de lo
que podríamos llamar el juicio literario en los tiempos del hipercapitalismo y de la espectacularización
de todos los aspectos de la vida social (incluida la vida íntima, por supuesto). Preguntarse quién opaca o
eclipsa al otro es inútil y ocioso”,
opina el escritor chileno Mauricio
Electorat. “Si Shakespeare y Cervantes fuesen futbolistas, vestirían
la camiseta de un mismo equipo
pero jugarían en distintas posiciones”, dice Radrigán, “el primero
más arriba y el segundo abajo, eso
sí”, bromea el dramaturgo, quien el
año pasado reescribió La tempestad
de Shakespeare y a mediados de
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