Tipo de documento: Fragmento de libro Autor: Gilberto López y Rivas Título del libro: La Guerra del 47 y la resistencia popular a la ocupación Editorial: Ocean Sur Lugar de publicación: México D.F. Año de publicación: 2009 Páginas: 57-62 Temas: Historia, sociedad e ideología, Política exterior, México, Historia Expasionismo territorial (III) ¡Nuestro México, nuestra patria; virgen que dormía en su casto lecho de flores, sin que el brazo impuro del invasor la hubiera ceñido como a una ramera, y celebrado su deshonra como un triunfo! Manuel Payno, Guillermo Prieto y otros (1848) De lo expuesto hasta este momento podemos destacar las conclusiones para nosotros esenciales del movimiento expansionista de los Estados Unidos, así como precisar aquellas inferencias importantes sobre este fenómeno: a) El movimiento por la adquisición de nuevos territorios se inicia desde el triunfo de la República Federal estadounidense y es continuado por las clases dirigentes de este país a lo largo de todo el siglo xix hasta su culminación en la guerra contra España en 1898 y la adquisición de las Filipinas, Puerto Rico y otros territorios, ya en la etapa propiamente imperialista. Esto significa que es necesario relacionar más estrechamente el fenómeno y los períodos de expansionismo territorial con el establecimiento del imperialismo estadounidense, pues existe la tendencia a observarlos aisladamente, a negar cualquier conexión entre ambos o simplemente a ignorar esta época tan importante en el desarrollo capitalista de los Estados Unidos. b) El expansionismo centra sus ataques en las barreras más débiles,34 por lo tanto la dirección que el movimiento tomó hacia el sur y hacia el oeste, hacia el despojo de las tierras pertenecientes a los grupos indígenas, al imperio español, y a la joven República de México.35 c) Ese movimiento expansionista aspiraba estratégicamente, a la conquista de todo el continente, al predominio económico, político y militar de los Estados Unidos sobre los pueblos de América. El objetivo territorial inmediato, ya definido desde principios del siglo xix, era la adquisición de las Floridas, la Louisiana, Texas, el norte de México hasta el Pacífico,36 incluyendo el puerto de San Francisco, e, ¡histórica ironía!, la isla de Cuba, considerada por Adams como la «fruta» que inevitablemente caería en el Edén estadounidense. Estas aspiraciones y proyectos —muchos de los cuales fueron cumplidos al pie de la letra— son las bases de la llamada Doctrina Monroe y, en general; este es el contexto en el cual deben ser observadas las relaciones de los Estados Unidos con las demás naciones de América Latina. d) El movimiento expansionista no encuentra una resistencia seria en el logro de sus objetivos hasta que aparecen en su camino las tierras de la República de México, provocándose la guerra de 1846■48. De los elementos aquí esbozados cabe concluir que esta guerra no podía tener —por sus objetivos y sus resultados— otro carácter que el de conquista, y que el papel de México, en tal suceso, es el del agredido, en tanto que a los Estados Unidos corresponde, a todas luces, el del agresor.37 e) En los pensadores de la época hay una clara visión del movimiento expansionista estadounidense; se conocen bien sus fines, métodos y justificaciones, supuestamente democráticas y liberales. Ahora bien, cabe preguntarse acerca de la razón por la cual México constituye una barrera de contención al expansionismo lo suficientemente poderosa como para provocar una guerra de las dimensiones y de las características de la de 1846–1848. ¿Cuáles fueron los elementos que tornaron inútiles los métodos empleados por el movimiento expansionista para la adquisición de la Louisiana, las Floridas, Oregón? ¿Por qué fue necesario que en el poder de los Estados Unidos se viera obligado a utilizar el medio extremo de la contienda armada para lograr sus objetivos territoriales? El análisis de las condiciones socioeconómicas de los acontecimientos históricos, la lectura de las obras de los pensadores de la época, pueden ofrecernos la clave para comprender una de las causas fundamentales por la cual la clase dirigente de México no cedió los territorios que el expansionismo ambicionaba, en las innumerables ocasiones en que Poinsett, y otros agentes estadounidenses hicieron proposiciones de compra de los mismos. También nos ayuda a comprender por qué solo una guerra de conquista haría posible lo que ofertas monetarias, provocaciones, y amenazas no lograron. No se trataba de lograr periódicas campañas de exterminio sobre poblaciones indígenas aisladas o inermes, con el objeto de posesionarse de sus tierras, como fue el caso de la política genocida de los Estados Unidos para con las tribus indígenas de Norteamérica; tampoco de la compra afortunada de provincias enteras, extensiones inmensas, aventureros en busca de fondos económicos necesarios para sufragar sus gastos de guerra en el continente europeo; ni del despojo a mansalva de los restos de un imperio en decadencia. En el caso de México, era una nación dirigida por un grupo heterogéneo, compuesto por hombres de las más variadas denominaciones políticas, liberales y conservadores, de calidades morales que iban desde la honradez de un Mier y Terán hasta la corrupción inaudita de un Santa Anna, todo un conjunto de individuos de la clase dirigente, y grandes sectores de la población, que poseían una idea un tanto confusa respecto a sus intereses de clase, concientes solo en cierto grado de que todos ellos formaban un conglomerado nacional, una patria, una nación, cuyo legado territorial no estaba en venta. El principio de la nacionalidad, el derecho a establecer un Estado nacional con un territorio históricamente formado y carácter indivisible, se impuso por sobre todas las traiciones y los oportunismos para ofrecer una resistencia armada al invasor. Al enfrentarse los Estados Unidos por primera vez en su camino expansionista a ese conglomerado que —aunque en formación— poseía un carácter nacional, provocó una guerra, cuyo objetivo de conquista estaba implícito. México demostró, aún en la derrota, que el principio de la nacionalidad no era un privilegio exclusivo de los estadounidenses y de las metrópolis colonialistas europeas, las cuales no tenían el menor propósito de reconocer este derecho en sus colonias y en los pueblos débiles, sujetos a la dominación exterior. Es por ello que solo la fuerza de las armas podía hacer realidad el viejo sueño de los «Padres de la República»: la consolidación de la joven democracia burguesa en un territorio transcontinental. En esta forma, la guerra de 1846-1848 fue un paso más de un proceso continuado e ininterrumpido de expansión territorial. Fue un conflicto armado en el que dos fuerzas opuestas tienden a enfrentarse por un lado, un rápido proceso de desarrollo capitalista acompañado y estimulado por un agresivo movimiento de expansión territorial y una masiva inmigración, y por el otro, el temprano y debilitado desarrollo de la consolidación nacional de la República de México en un contexto de dependencia económica. Así: El incipiente capitalismo nacional no solo se desenvuelve, desde luego, frente a obstáculos internos a menudo difíciles de superar, sino que se enfrenta a dos enemigos cuyo poder se ha fortalecido grandemente: el comercio británico que, sostenido en una moderna industria en rápido proceso de desarrollo, invade los viejos dominios españoles en América y los Estados Unidos; que en plena e incontenible expansión territorial nos despoja primero de Texas y pocos años después de medio territorio, en un momento en que la burguesía norteamericana inicia la ofensiva que, hacia fines del siglo, culminaría en la integración de un vasto imperio.38 La debilidad de los lazos nacionales, la etapa formativa del fenómeno nacional, las profundas contradicciones entre los intereses «nacionales» y los de las castas, grupos e individuos aventureros, marginalización social y política de amplias capas de la población, la falta de comunicaciones y aislamiento geográfico, el desarrollo embrionario de la conciencia nacional en el pueblo; todos estos factores ligados íntimamente, y en última instancia determinada por el precario desarrollo del capitalismo en México, pueden ayudar también a comprender la relativa facilidad de la conquista y ocupación, la traición a la lucha popular de importantes sectores de la clase en el poder, la desconfianza de los dirigentes a la utilización más extendida de la guerra de guerrillas, que había demostrado su eficacia contra la soldadesca enemiga, estos factores pueden arrojar luz para explicar el porqué de la derrota tan contundente, y de la claudicación apresurada de las clases dirigentes. La etapa histórica en la que se encontraba el proceso de formación de la nación mexicana en el momento en que los estadounidenses aparecen en nuestras fronteras fue decisivo para determinar los factores internos que hicieron posibles tanto la resistencia como la derrota de nuestro pueblo. Para entonces, varias estrellas más, símbolos de otros tantos despojos ondeaban en el pabellón de los Estados Unidos, y más de cien mil compatriotas iniciaban el penoso camino de la creación de Aztlán. Notas 34. Véase Ramiro Guerra: La expansión territorial de los Estados Unidos, Consejo Nacional de Universidades, La Habana, 1964. 35. El movimiento para la conquista de Canadá contaba con numerosos partidarios, y no fue sino hasta el fracaso relativo de la guerra de 1812, que esta política fue dejada a un lado, aunque nunca abandonada. La barrera inglesa era en aquellos tiempos muy poderosa logrando enfriar los ánimos de los que favorecían la expansión hacia el Norte. Véase Van Alstyne: The rising American Empire, Quadrangle Paperbacks, Chicago, 1965. 36. Hay que aclarar que nuestro estudio se ha centrado fundamentalmente en la expansión territorial de los Estados Unidos; en realidad este movimiento tenía una contraparte inseparable, el deseo de extender el comercio hacia el Oriente, una vez que se controlasen los puertos del Océano Pacífico situados en territorio de México, sobre todo San Francisco y el actual San Diego. Norman A. Graebner nos hace notar este importante hecho en su libro Empire on the Pacific, a study in American continental expansion, Ronald Press, New York, 1955. También el mencionado artículo de H. Magdoff trata brillantemente este problema. 37. Lenin, a propósito de las guerras decía: «¿es que se puede explicar la guerra sin relacionarla con la política precedente de este o aquel Estado, de este o aquel sistema de Estados, de estas o aquellas clases? Repito una vez más: esta es la cuestión cardinal, que siempre se olvida, y cuya incomprensión hace que de diez discusiones sobre la guerra, nueve resulten una disputa vana: mera palabrería. Nosotros decimos: si no habéis estudiado la política practicada por ambos grupos de potencias beligerantes durante decenios […] si no habéis demostrado la ligazón de esta guerra con la política precedente, no habéis entendido nada de esta guerra!» V.I. Lenin: «War and revolution», Collected Works, vol. 24, Progress Publishers, Moscow, 1964, p. 402. Otra cita del autor afirma: «como si en el fondo de la cuestión estuviera en quien atacó primero y no en cuáles son las causas de la guerra, los objetivos que esta se plantea y las clases que la realizan». V.I. Lenin: «An open Letter to Boris Souvarine», Collected Works, vol. 23, Progress Publishers, Moscow, 1964, p. 198. A lo largo de nuestra exposición hemos tratado de ajustarnos a este orden de ideas en el análisis de la guerra de 1847; sobre esta base hemos llegado a las conclusiones expresadas. No debe sorprender la cantidad de obras sobre esta guerra en la que se cae en la mera palabrería, destacando «personalidades», incidentes fortuitos, etc., del análisis idealista. 38. Alonso Aguilar: Dialéctica de la economía mexicana, Ed. Nuestro Tiempo, México, 1968, p. 79.