Visión Crítica de La voz a ti debida, de Pedro Salinas 1º mitad del XX Con La voz a ti debida (1933), Pedro Salinas inicia una etapa de madurez artística al mismo tiempo que construye todo un tratado de la pedagogía del amor, configurado por tres poemarios: el presente poemario que vamos a analizar, de 1933, Razón de amor (1936) y Largo lamento (1939). Los tres forman un ciclo amoroso: si La voz a ti debida es el mutuo descubrimiento gozoso de los amantes, Razón de amor expresa la tristeza y nostalgia por el amor acabado y Largo lamento, el dolor y la resignación ante el imposible reencuentro. En todos ellos, Salinas recoge todo su universo poético personal e íntimo, que no podría explicarse ni entenderse sin tener en cuenta el contexto de las letras españolas en la década de los 20, cuando un elenco de poetas, conocidos comúnmente como los del 27, inician una renovación de la lengua literaria castellana, que se caracterizó por armonizar la más pura tradición literaria y la innovación de las vanguardias. Bajos estas coordenadas, La voz… es un homenaje del yo poético a la mujer que ha posibilitado la experiencia amorosa, una amada que se erige como la auténtica protagonista de todo el poemario, su ser íntimo desvelado para que ella lo reconozca. Y todo ello lo realiza bajo un diálogo constante entre los pronombres «yo» y «tú» que inicia el primer verso y que termina el último, para conferir a todo el poemario un sentido unitario Sin embargo bajo este tema central que otorga el sentido unitario, late otros temas que se configuran como variantes del mismo, esto es, hay un gusto del poeta por desdoblar motivos en diferentes poesías que aluden a hechos y sensaciones vividas por el «yo», como los preparativos para la llegada de la amada, el júbilo de sus encuentro; la búsqueda de la amante verdadera; el temor de la unión perfecta; el desasosiego del enamorado al comprobar la imposible realización del amor; la sensación de fracaso al saber que no se podrá conocer a la mujer querida y su dolorosa verdad. Por eso, en cuanto a la estructura externa, los setenta poemas se conciben como un todo unitario, que internamente anidan una escala ascensional —como en la mística— en dos vertientes: una primera, donde el «yo» viene de la nada antes del amor hasta alcanzar la divina unión; otra segunda, donde cae desde esa altura hasta llegar a la desolación de las sombras. En este ascenso y descenso el «yo» amante experimenta un proceso que se podría sintetizar en tres fases: Gozo; Angustia en el gozo; y finalmente el Dolor y las Sombras En cuanto a los aspectos que más nos han llamado la atención, vamos a destacar la hábil maestría con que Salinas concilia los numerosos 1 elementos de la tradición literaria, como la predilección por el verso corto, la imaginería tópica y las figuras retóricas que la poesía amorosa había establecido desde Petrarca (paralelismos, paradojas, antítesis); el cultivo de un lenguaje fluido y desnudo, emulando a la poesía de Garcilaso de la Vega a quien rinde homenaje con el título del poemario; con la innovación y modernidad propias de la estética del 27, como el uso del verso libre, los continuos desplazamientos acentuales para acentuar un ritmo íntimo y personal, la constante sustantivación de cualquier categoría gramatical, especialmente la del pronombre, donde el poeta vislumbra el amor más puro y seguir la línea de la poesía pura y conceptual de Juan Ramón Jiménez, y el manejo de figuras propias de las vanguardias (enumeraciones caóticas, paradojas conceptuales, etc.). Elementos todos estos que van confiriendo un sentido unitario a todo el poema y donde los amantes, con claras reminiscencias a la poesía de San Juan de la Cruz, intentan elevarse para gozar el amor en su plenitud, una idealización divinizada que a la larga el poeta sucumbe al comprobar la imposibilidad de sus realización y que más tarde reflejará tanto en Razón de a m o r ( 1 9 3 6 ) y L a r g o l a m e n t o ( 1 9 3 9 ) . 2