la cultura en la transición

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XI UNIVERSIDAD DE VERANO. Madrid. Septiembre, 2007
LA CULTURA EN LA TRANSICIÓN
JAVIER C. MONTERO
El título de la Universidad de este año es «Los joseantonianos y la transición política»,
el de mi modesta participación «El papel de la cultura».
Cuando el profesor Cansino me propuso el tema, empecé a reflexionar sobre algunas
cuestiones que, he de confesarles, aún hoy no he llegado a resolver, me explico: La
cuestión es hablar del papel de la cultura en la transición española, está claro que,
aunque así sea hay que hacer dos matizaciones:
Una: es obvio que tratar todo el peso de la cultura en etapa tan decisiva de nuestra
historia reciente sería materia extensísima, más cuando considero que es, la cultura,
pieza fundamental desde la misma guerra civil del posterior desarrollo de los resortes
intelectuales de la sociedad española. La oposición al franquismo manejó, y maneja,
hoy desde el poder, sabiamente los resortes culturales para erigirse desde ese
autotitulado progresismo de izquierdas, en adalid de la cultura en todos sus campos y
marcar la pauta de la inteligencia, dicho sea en su sentido más elitista, sería material
para un grueso tomo.
Y, en segundo lugar, habría que encajar en todo ese panorama cultural a figuras
joseantonianas, y aquí se me abre otro problema: ¿se trataría de rebuscar entre artistas,
cineastas, literatos que hayan influido con sus obras o tenido una mínima relevancia
cultural en esos años que analizamos, para hallar alguno con una mínima vinculación
con los planteamientos joseantonianos? Y, en este caso, ¿valdrían personajes de
reconocido carácter joseantoniano?, ¿valdrían falangistas bien de la disidencia o
asimilados al franquismo?, ¿valdrían franquistas que en algún momento se vistieron de
azul? Dejemos que sea don Enrique de Aguinaga quien responda por mí, y con su
permiso, hago mías sus palabras: «me declaro joseantoniano, sin conveniencia, sin
ganancia y sin militancia alguna». Por supuesto, si consideramos falangista al que ha
militado o milita en Falange, yo no lo sería y, en cambio, sí serían falangistas los que
arrimados al calor del carné hicieron carrera durante el franquismo.
Una vez aclarado esto, mi autolimitación es entonces alarmante, pues el estudio se
reduciría a casi la nada o, para ser más exacto, a buscar el detalle, la pincelada, el rumor
que encuadra a tal o a cual como a «uno de los nuestros», agarrándonos como un clavo
ardiendo a un detalle, a una frase, a un padre falangista, para reclutar a personajes,
quizás de no mucha relevancia para el gran público, como representante joseantoniano
de la cultura en la Transición. En otros casos sí tenemos a verdaderos personajes de
importancia, relevantes en el mundo cultural, pero que dada las circunstancias socio
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políticas de la España posterior a la muerte de Franco o incluso en vida de éste, han
visto cómo un muro de intransigencia, de verdadera ignorancia, cuando no ya de pura y
dura persecución y boicot mediático, han visto restringida la difusión de sus obras al
entorno de lo que tradicionalmente llamamos «el mundillo azul».
Además de lo anteriormente expuesto, cabe también pensar en todos aquellos que sin
militancia ni declaración pública de simpatías políticas, hayan desarrollado su labor
profesional desde una filosofía de vida joseantoniana. Puede ser, yo lo he hecho. En el
mundo cultural indudablemente sería más difícil pasar desapercibido, pero ¿podemos
descubrir en un arquitecto, en un escultor, en un poeta, un corazón azul? Probablemente
sí, pero es difícil quizás hasta que uno mismo lo sepa.
En fin, estos son los mimbres para hacer este canasto, así lo he asumido y con ellos he
intentado aportar mi pequeño grano de arena a esta XI Universidad de Verano.
El otoño en que murió Franco yo cumplí 15 años. Cursaba sexto de Bachillerato, plan
antiguo, del que mis compañeros y yo éramos furgón de cola; el BUP venía
resoplándonos en el cogote y al que se descuidaba, ¡zas!, caía en el nuevo plan de
estudios, o sea el llamado Bachillerato Unificado Polivalente (BUP).
Nosotros aún dábamos francés y latín. Nuestro profesor de Formación del Espíritu
Nacional (FEN), asignatura que nosotros llamábamos «política», nos mandó, aquel
último curso, comprar un delgadito libro de pastas blancas y verdes, Leyes
Fundamentales del Reino. Nos decía que como pronto las iban a cambiar pues que las
aprendiéramos; yo le preguntaba a mi padre que por qué le decían Reino a España si no
teníamos rey, pero mi abuela María siempre me dijo que esas cosas no se preguntaban.
El librito me lo compraron por 40 pesetas en la librería Sanz de la calle Sierpes, una
magnífica y tradicional librería, hoy desaparecida, y en su lugar hay una tienda de ropa
para anoréxicas.
Un par de semanas después de la muerte del Caudillo, España ya empezaba a olvidar y a
prepararse para las Navidades, en los cines estrenaban Tiburón de Steven Spilberg, mi
amigo Pedro había quedado para ir a verla con unas chicas de su barrio, ese día me
presentaría a la que podría considerarse mi primera novia. Recién estrenados mis 15
años, mis hormonas estaban en plena revolución, nada iba a ser igual, ni para el país ni
para mí.
Y ya que estamos con el cine, empecemos por el llamado séptimo arte nuestro pequeño
repaso al papel de la cultura en la llamada Transición española y la posible presencia en
ese paisaje de personajes digamos que joseantonianos.
Que la cultura en sus diferentes facetas es y ha sido motor fundamental para incidir en el
medio ambiente socio político es tan evidente como que Gran Hermano es el referente
cultural reciente de gran parte de la población, programa que nos muestra la vida
cotidiana de cierto tipo muy común de jóvenes actuales encerrados en una casa, donde,
por cierto, está prohibido tener libros, como en el mundo futuro que reflejó Ray
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Bradbury en su novela Fahrenheit 451, llevada al cine por François Truffaut, y si de
influencia cultural en la masa popular hablamos, las izquierdas dan sopas con honda a la
derecha desde que papá Stalin pagaba veraneos al proletariado en Siberia y los
madrileños colgaban su foto de la Puerta de Alcalá.
Hablemos de cine
Pero íbamos a comenzar por el cine. En una España donde sólo había dos canales de
televisión estatales y el Sur de Francia, y sus cines, eran La Meca del reprimido
españolito ansioso de libertad y tetas, el cine fue pieza fundamental en el ideario progre
del momento; de hecho los del «no a la guerra» de hoy son los herederos venidos a
menos de aquellos lumbreras.
Pero vayamos por partes. Como decía, en 1975 se estrena Tiburón, la impactante
película de Steven Spielberg, que nos muestra el terror que crea la irrupción de un
monstruo, un terrible tiburón gigante, en una apacible villa de veraneo estadounidense,
un apacible pueblecito de la costa donde se nos muestra eso que ahora se llama calidad
de vida y estado del bienestar, del que disfrutaban los americanos medios allí residentes.
Del mismo año son Barry Lindon de Stanley Kubrick, Los Caballeros de la Tabla
Redonda de los Monthy Phyton (de los que veríamos su Vida de Brian años después),
La última noche de Boris Grushenko de Woody Allen o Shampoo, que nos mostraba a
un seductor peluquero de señoras encarnado por Warren Beatty con el escándalo
Watergate de fondo.
En España estábamos en otras cosas. Ya antes de la muerte de Franco algunos directores
habían realizado películas que, en pocos años, se han convertido en grandes clásicos del
cine español reciente, normalmente películas críticas con el Régimen del General, se
inaugura ese cine de boina y pana, lleno de silencios, lento y aburrido para muchos, que,
a través de sesudas metáforas y símbolos, pretenden hacer una profunda crítica de la
España franquista.
El espíritu de la colmena de Víctor Erice, de 1973, se puede tomar como punto de
partida de ese tipo de cine, que el mismo autor repetiría en su siguiente película, no
realizada hasta 1983, El Sur.
Tengamos también presente La caza, de Carlos Saura, más antigua, de 1965, donde se
ha pretendido ver una alegoría de las «diferentes Españas» que terminaron
enfrentándose en el 36; el mismo Saura, dentro de esa estética intimista de Erice, haría
en 1976 Cría Cuervos.
Del mismo 1975 es la famosa Furtivos, descarnado relato rural de José Luís Borau.
Manuel Gutiérrez Aragón es otro de los directores clave en el cine de los primeros años
de la transición; en 1977 su Camada negra, con guión de Borau, nos presenta una
terrible visión de unos activistas falangistas; al año siguiente presenta Sonámbulos sobre
el famoso proceso de Burgos y El corazón del bosque sobre los maquis. Ya en 1982
realizaría Demonios en el jardín, otra vuelta de tuerca a la oscura visión que de la
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España de posguerra muestra el cine de la época, el mismo año que se estrena la
polémica El crimen de Cuenca.
Crítica a la España franquista y revisión de la Guerra Civil serán constantes en el cine
de la llamada Transición, y no sólo en el mencionado estilo digamos intelectual de
películas citadas, también el humor y el documentalismo nos expondrán diferentes
visiones de esos acontecimientos.
Basilio Martín Patino monta dos películas de estilo documental, sus Canciones para
después de una guerra de 1971, que no se estrenó hasta el 77, y Caudillo, de 1974, ésta
para desmontar la imagen que sobre la figura de Franco dio José Luís Sáenz de Heredia
en 1964 con su Franco, ese hombre.
En esta línea podríamos citar también Raza, el espíritu de Franco, película de 1977 de
Gonzalo Herralde, El desencanto, de Jaime Chavarri, de 1976, sobre la familia de
Leopoldo Panero, y La vieja memoria, película de 1977 donde el director, Jaime
Camino, muestra testimonios de personajes de ambos bandos contendientes en la
Guerra Civil. Chavarri realizaría en 1984 Las bicicletas son para el verano, sobre guión
de Fernando Fernán Gómez, y Camino Las largas vacaciones del 36, en 1975, luego, en
1986, Dragón Rapide, relato sobre las primeras horas del Alzamiento militar y el vuelo
de Franco desde Canarias a Tetuán para ponerse al frente del ejercito español de
Marruecos.
Berlanga, autor de las celebradas Calabuch y Bienvenido Mister Marshall, introduce el
humor y la sátira en el cine de la Transición con La escopeta nacional, de 1977, que
tendría dos secuelas, en 1981 y 1983. Pero no sería hasta 1985 cuando el cine español
mostraría una película sobre la guerra civil con un acusado sentido del humor, sería, del
mismo Luís García Berlanga, La Vaquilla.
Sin embargo, sería un director calificado actualmente por la progresía como más bien de
derechas, el que en 1982 ganaría un oscar para España con su película Volver a
empezar, donde un magnífico José Bódalo retrata a un exiliado español que regresa a su
querida Asturias para despedirse de los paisajes de su juventud antes de su anunciada
muerte por una grave enfermedad Terminal. Garci, sin rencor ni acritud, refleja, a través
del personaje encarnado por Bódalo, a esos españoles republicanos que vivieron en el
extranjero al termino de la contienda civil.
Asignatura pendiente, de 1977, sería una aclamada película del mismo director, que
reflejaría los nuevos tiempos que iban a marcar a la sociedad española, las nuevas
costumbres sexuales y la aparición del divorcio.
Esto que Garci retrata de forma más o menos seria, supondría la creación de todo un
subgénero dentro del cine español de la Transición, el llamado cine de destape, cine
erótico, películas de humor, dramas o meros juguetes seudo pornográficos, que
supusieron un verdadero boom en aquellos años, que no sólo inundó las salas de cine,
sino también los quioscos de prensa, proliferando publicaciones de todo tipo de carácter
erótico y pornográfico. Una de ellas sería la película de Jorge Grau, La Trastienda, de
1976, donde se nos narra cómo un médico navarro, del Opus Dei, sucumbe a los
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encantos de una tentadora enfermera encarnada por Mª José Cantudo, y mientras el
pobre doctor resiste los embates de la Cantudo, su mujer le es infiel con un amigo de la
pareja.
En esa línea de destape es curiosa la evolución del director Vicente Escrivá, que
habiendo realizado la Señora de Fátima en 1951, acabó dirigiendo Zorrita Martínez de
1975, con Bárbara Rey, y Lo verde empieza en los Pirineos, del mismo año, donde
ridiculiza al español medio y lo muestra como un cateto reprimido sexualmente.
En 1980 se estrena en los cines Alphaville de Madrid Pepi, Luci, Bom y otras chicas del
montón. En 1982, Laberinto de pasiones. Ambas obras de Pedro Almodóvar, films
referentes de la movida madrileña, que nos muestran todo el repertorio del autor y de
esa nueva juventud que, como diría Tierno Galván, se puso las pilas y estaba al loro;
drogas, vida nocturna en antros oscuros, relaciones homosexuales, lluvia dorada,
lesbianismo, transexuales, prostitución y todo ese aire de libertad de los nuevos tiempos,
quedan reflejadas en ambas películas, que cambiaron el estilo de las comedias en el cine
español.
Indudablemente en todo este panorama cinematográfico persistían cineastas que habían
desarrollado una obra de carácter más en la línea de la idiosincrasia de los años
anteriores, y no voy aquí a volver a reiterar las salvedades y dudas del prólogo de esta
exposición. Pero sí conviene aclarar que como pasó en otros terrenos del mundo
cultural, político y económico, las cosas ya habían cambiado mucho desde el final de
los años cincuenta.
Precisamente en la década de los cincuenta desarrolló su mejor obra un director de cine
falangista, José Antonio Nieves Conde, en Surcos, de 1951, en la famosa Balarrasa, del
mismo año y en Todos somos necesarios, ya de 1959. De la talla de un Berlanga o de un
Bardem, ha sido ignorado tanto por la actual dictadura de lo políticamente correcto,
como por la censura de entonces.
Él mismo nos da la clave de por qué es un autor olvidado: «Algo de mi procedencia
falangista hay en Surcos, que responde a un tipo de cine social ligado a mis añejas y
desilusionadas preocupaciones políticas»; ello incluso ha servido a algunos críticos para
acercarlo a la izquierda, lo cual no sorprende si tenemos en cuenta lo que ya he señalado
antes de la habilidad de la izquierda para apropiarse de todo lo que intuyen socializante
y pregonarlo como algo propio, de hecho algo similar ha pasado con Miguel Mihura,
con el Edgar Neville de Mi calle o el mismo Sáenz de Heredia de Historias de la radio.
En Todos somos necesarios, Nieves Conde realiza una crítica del egoísmo capitalista.
En la época de la transición realiza ya sus últimos trabajos, en 1976 la adaptación de la
novela de Wenceslao Fernández Flores Volvoreta y la de la novela de Ramón Solís
«Mónica, corazón dormido» película titulada Más allá del deseo; al año siguiente, 1977,
realiza La casa manchada.
Rafael Gil, que había adaptado obras de Jardiel Poncela, como Eloisa está debajo de un
almendro, de 1943, una de las mejores comedias españolas, y de Miguel Mihura,
consiguiendo con La calle sin sol, de 1948, con argumento y guión de Mihura, una de
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sus obras más logradas, llevará a la pantalla los que podríamos calificar como best
sellers de la Transición: las novelas de Fernando Vizcaíno Casas como Y al tercer año
resucitó, De camisa vieja a chaqueta nueva o Las Autonosuyas, entre 1980 y 1983.
Anteriormente había realizado Novios de la muerte, en 1974 y A la legión le gustan las
mujeres, de 1976.
Recientemente ha aparecido el libro de Vicente Sánchez–Biosca Cine y guerra civil
española. Del mito a la memoria, publicado en Alianza editorial en 2006; en la
contraportada del libro se adjunta un DVD con la película de 1942, Rojo y Negro,
dirigida por Carlos Arévalo, que relata la resistencia falangista en el Madrid republicano
durante la guerra civil. La película fue retirada de los cines a las tres semanas de su
estreno. Quizás el único film de auténtica concepción falangista, como afirma Carlos
Fernández Cuenca en su obra de 1972 La Guerra de España y el cine de la Editora
Nacional. La película desapareció hasta que fue hallada una copia en los antiguos
locales de la productora CEPICSA de Madrid, ya en los años noventa. El mismo
director estrenaría Harka en 1941, su película de mayor éxito. Su producción posterior
no sería especialmente relevante, murió en 1960.
Veamos la música
Si la Transición nos trajo en el cine una oleada de obras, destape y movidas aparte, que
revisaban el pasado reciente de España, en música vivimos la época de los cantautores,
la canción comprometida políticamente, la también llamada canción protesta.
Fueron muy impactantes mediáticamente, desde la polémica suscitada por Joan Manuel
Serrat cuando quiso representar a España en el Festival de Eurovisión de 1968 cantando
en catalán la canción del Dúo Dinámico «La, la, la» que finalmente interpretó Massiel,
al concierto de Raimon en Madrid en 1976 o la campaña en televisión con la canción
«Habla pueblo habla» del grupo Jarcha que sirvió para motivar a los españolitos de la
época para votar en el referéndum para la aprobación de la constitución de 1978.
Pero todos están casi olvidados, héroes estudiantiles de la Transición, pocos continúan
en la brecha, algún concierto para nostálgicos con los éxitos de siempre, de Paco Ibáñez
o de Luís Eduardo Aute.
Entre ellos Patxi Andión, cantautor que también hizo sus pinitos en el cine, hoy
catedrático de Sociología en la Universidad de Castilla La Mancha, defensor de los
toros como fiesta genuinamente española a la que considera base fundamental de
nuestra cultura, ha sido también nombrado Director de la Escuela Española de Caza.
No he podido corroborar una información facilitada por el periodista Gustavo Morales
sobre un concierto en el estadio Vallehermoso, donde Patxi Andión cantó canciones
falangistas y se dirigió a los jóvenes de la Organización Juvenil Española sobre el
compromiso con la revolución pendiente. Se enfrentó a sus compañeros en la famosa
huelga de actores de febrero de 1975, que no secundó. Y, por cierto, fue el primer actor
español en enseñar el trasero en la gran pantalla, en la versión de El Libro del Buen
Amor de 1974 realizada por Tomás Aznar.
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Junto a toda la pleyade de cantautores españoles, Nova Canço, etc., se produce un
fenómeno paralelo, que tiene que ver con toda la mitología revolucionaria que se pone
de moda proveniente de Ibero América. Es el momento del Che y Fidel Castro y, junto a
ellos, la mitificación del presidente de Chile Salvador Allende.
Efectivamente, los gobiernos de Pinochet, en el poder en Chile desde 1973, y de la
Junta Militar en Argentina desde 1976, traen a España la moda de la canción protesta
Ibero Americana. La muerte y las canciones de Víctor Jara, las canciones de Violeta
Parra, de los argentinos Quilapayún, junto a la Nueva Trova Cubana, se ponen de moda
en España, transmitiendo sus ideas de izquierda revolucionaria.
Obviamente, la mayoría del público estaba en otras cosas: la canción española, Rocío
Jurado y el pop nacional con el grupo Mocedades y Julio Iglesias, triunfaban en radio y
televisión, mientras que los más modernos se dejaban el pelo largo y escuchaban a
Santana, a Pynk Floyd, a Deep Purple, a Eric Clapton y a otros muchos artistas
anglosajones.
En Londres se gestaba un nuevo movimiento juvenil, el punk, que tendría gran
influencia en los grupos españoles que surgirían en la llamada movida, al final de los
setenta y principios de los ochenta. Kaka de Luxe serían pioneros y cantera de
relevantes grupos posteriores, entre sus componentes Alaska, Carlos Berlanga y Nacho
Canut que formarían los famosos Pegamoides, Enrique Sierra formaría parte de los
exitosos Radio Futura y Fernando Márquez «el zurdo», que participaría en Paraíso
grupo para el que creó, un clásico de la movida, la canción «Para ti», luego formaría
otro grupo de gran influencia La Mode. Fernando se afilió a FE de las JONS tras el
relevo de Fernández Cuesta por Diego Márquez, y tras un paréntesis volvió a afiliarse
en 1995 contribuyendo con su publicación Punto de vista operativo a la difusión de los
ideales falangistas. «El zurdo» es personaje de culto desde aquella época, no sólo por
sus grandes creaciones musicales, fue también pionero en la creación de fanzines y
colaborador en diversas publicaciones además de haber publicado algunos libros como
Algunos chicos y chicas de 1980 o Fe Jones de 1985.
Entre sus canciones «Imperio», donde late la influencia de Julius Evola artista y escritor
cercano al Fascismo y al Nazismo, uno de los teóricos que inspiró a Mussolini,
manteniendo su influencia en el neofascismo europeo posterior a la Segunda Guerra
Mundial. Márquez compuso canciones muy influyentes en la Nueva Ola española, como
la citada «Para ti», como «El eterno femenino», como «En cualquier fiesta» o la de
título tan significativo como «Unidad de destino». Fernando Márquez ha sufrido
muchos años el veto mediático por motivos políticos, aunque su manantial creativo ha
estado lejos de agotarse en todos estos años, dando a la luz nuevas canciones y nuevos
escritos.
Al hilo de la historia de Fernando Márquez «el zurdo», habría que señalar cómo en todo
ese ambiente llamémosle contracultural de la España de la Transición, principalmente
centrado en Madrid, se da una constante transferencia de personajes, ideas y creatividad,
donde se mezclan ideologías y procedencias en un caldo de cultivo que se ha pretendido
ser paradigma de libertad y arte, aunque muchas veces no hay que ir más allá de lo
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meramente lúdico, es decir, de jóvenes que aprovechan la nueva permisividad educativa
y social y, en no pocos casos, la desahogada situación económica familiar, para
dedicarse a la música y a todo el mundo underground que surge en la noche madrileña.
Como no podía ser de otra manera, entre esos chicos y chicas de clase acomodada, hay
bastantes en los que se atisba un poso cultural y educativo digamos que teñido de azul; a
ello contribuye por ejemplo la estética cañí adoptada por grupos tan famosos como
Gabinete Caligari; sobre ellos cuenta la leyenda que se presentaron en la mítica sala
Rock Ola de Madrid al grito de «hola somos Gabinete Caligari y somos fascistas»,
aunque esto ha sido desmentido posteriormente por su líder, ahora cantante en solitario,
Jaime Urrutia; crearon canciones como «Sangre española» o «Cómo perdimos Berlín».
También ha sido desmentida por sus componentes la fama de Los Nikis de ser un grupo
franquista, autocalificando como mero divertimento irónico, por ejemplo su
significativa canción «El Imperio contraataca», donde dicen «el rojo y el amarillo está
de moda / seremos de nuevo un imperio». Reconocidos hinchas del Real Madrid
también dedicaron una canción a «Enrique el Ultra Sur». Esto y su estética pija los
hacen ser referente del pop patriótico nacional.
Caso peculiar es el cantante De Raymond, habitual en los cierres de mitin de Fuerza
Nueva. Suya es «La canción del ausente», dedicada a José Antonio, apareciendo el
cantante en la portada del disco con la camisa azul mahón. Actualmente reside de
manera habitual en Miami, dedicándose a la canción española tradicional junto a su
compañero José María, ambos forman el grupo Los Españolísimos.
La deriva ultra de ciertos grupos juveniles, con influencia en lo musical de los ritmos
ska y rockteady, herederos de los violentos modos que vimos en la película de 1979
Quadrophenia a la que da título un famoso disco del grupo británico The Who, lanzado
en 1973, crearon la cultura skin heads, con sus cabezas rapadas, sus botas Dr. Martens y
ropas Lonsdale, que derivó musicalmente, por influencia del punk, en el street punk y lo
que actualmente se conoce como música Oi! O RAC (rock anti comunista) en la versión
skin neonazis, ya que estos grupos se politizaron en los años setenta, derivando unos a
la ultra izquierda, skin reds, y otros hacia el neonazismo. En España no tienen auge
hasta los años noventa, con grupos como Batallón de Castigo, División 250 y Estirpe
Imperial, que hacen RAC y Heavy Metal con muchos seguidores entre militantes de los
llamados partidos patriotas actuales.
Sabido es el papel decisivo que en la gestación y desarrollo del movimiento falangista
tienen numerosos escritores españoles del momento, los mismos Primo de Rivera y
Ledesma Ramos lo fueron, otros ocuparon cargos de relevancia en Falange y
contribuyeron de forma decisiva a la génesis de símbolos y formas. También
encontramos relevantes artistas en las filas azules, que, como desgraciadamente ocurrió
con muchos camaradas, vieron truncadas carrera profesional y su misma vida en flor de
juventud ante las balas de los asesinos.
Fue precisamente Ernesto Giménez Caballero pionero en España del Futurismo,
movimiento de vanguardia italiano, cuyo manifiesto, creado por Marinetti, fue Ramón
Gómez de la Serna el primero en publicarlo en España en la revista Prometeo.
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Y vanguardistas fueron relevantes artistas españoles de aquella época, como el pintor
Alfonso Ponce de León, cuya pintura, calificada como Realismo Mágico, recibe
influencias del mundo onírico del Surrealismo, fue asesinado en una de las terribles
checas del Madrid republicano.
El donostiarra José Manuel Aizpurúa, gran arquitecto, del que podemos aún ver su obra
maestra en el Club Náutico de San Sebastián, amigo de Lorca y Vázquez Díaz, con
quien formó la Sociedad de Artistas Ibéricos en 1931, dinamizó la vida cultural de su
ciudad, promoviendo exposiciones donde se mostraron pintores de las más actuales
vanguardias, obras de Picasso, Juan Gris, Picabia, Max Ernst. Fue fundador de la
Falange en San Sebastián, también murió a manos republicanas en su ciudad en 1936,
siendo prácticamente olvidado posteriormente.
¿Dónde está el legado de estos hombres?, artistas que, siendo creativos, intelectuales,
liberales en sus amistades, en el sentido más enriquecedor de la expresión,
vanguardistas en suma, que colaboraron a conseguir esa llamada edad de plata de la
cultura española, y, además, supieron ser hombres cabales que creyeron en una idea de
España, que ellos pensaron que sería la mejor para traer el pan y la Justicia, sabiendo
morir con toda la entereza que su arraigada fe en unos ideales les proporcionó.
Ambos crearon el telón que servía de fondo escenográfico en los grandes mítines
falangistas.
Y, por fin, la literatura: «Más que el poder, Rafael, España necesita la poesía que
promete, o sea, la Idea de España. Con ese signo venceremos». El «joven César» (según
el relato de Arturo Robsy) decía estas palabras al camarada Sánchez Mazas, escritor,
mientras miraban a los guardias de asalto dirigirse por Opera hacia la Puerta del Sol.
En 1977, el poeta sevillano de la Generación del 27, Vicente Aleixandre, recibe el
premio Nóbel de literatura. Con este galardón, en plena Transición española se
homenajea a la literatura española, a la Generación del 27, y se hace en un poeta que ni
se encuadró en el franquismo ni se exilió de España tras la guerra civil, ingresó en la
Real Academia de la Lengua en 1950, ¿era un homenaje a la reconciliación?, ¿un
premio a la Transición democrática?
Desde ese mismo año cada emisora de radio puede realizar sus propios informativos, ya
no tendrán que emitir el famoso diario hablado de Radio Nacional de España.
Prensa y literatura. Literatura y prensa, dos pilares básicos en la conformación del
panorama cultural de la España que va a ver finalizar la década de los setenta del siglo
XX. Es el momento de la aparición de nuevos diarios de prensa escrita: El País, El
Periódico de Cataluña, Deia, Egin, Diario 16. A la vez que permanecen viejas
cabeceras como El Alcázar, Ya, ABC, y el Arriba, diario creado por José Antonio y
fulminado por el Consejo de Ministros el 15 de junio de 1979.
En 1975, Aquilino Duque recibe el Premio Nacional de Literatura, antes apellidado José
Antonio, como a él le gusta remarcar, por su novela El mono azul, finalista el año
anterior del Nadal, que probablemente no consiguió por ser considerado ya demasiado
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políticamente incorrecto y eso aún antes de la muerte del General Franco. Y quién
mejor que Aquilino, paisano y amigo, para ejemplificar la marginación de todo lo que
huela a azul en este paraíso de la libertad y la democracia al que ahora normalmente
llaman el Estado Español, silenciado, teniendo que peregrinar por editoriales para ser
publicado, ignorado por la crítica mayoritaria, salvo honrosas excepciones, como la de
Fernando Sánchez Dragó no hace mucho en su programa Negro sobre Blanco de
Televisión Española, programa arrasado por las hordas zapateriles de la parrilla
televisiva por, entre otras cosas, presentar un debate sobre la figura de José Antonio con
motivo del centenario del nacimiento del fundador de Falange. Aquilino es hombre
leído y viajado, cosmopolita, políglota, de sólidas bases culturales y, sorprendentemente
y a pesar de todo eso, entrañable camarada joseantoniano. No es excepción, ya hemos
hablado, al referirnos a diversas disciplinas artísticas, cómo los falangistas de primera
hora, lejos de ser añejos academicistas, ñoños tradicionalistas anclados en el pasado,
eran elementos de vanguardia, artistas y escritores que promovieron en España lo más
avanzado de la cultura europea del momento, modernos, innovadores, en lo estético y en
el fondo, frente al caduco liberalismo capitalista, frente a la lógica reacción obrera mal
encaminada en el marxismo, algo nuevo, dinámico, innovador, superador de
desigualdades, el falangismo.
La Transición trajo la publicación de obras que habían estado prohibidas durante el
franquismo. Se reeditan autores censurados y se traducen libros que no habían podido
ver la luz hasta entonces. Y no sólo hablamos de autores o libros digamos rojos.
En 1973 se recupera la obra de Ramón Sijé, el compañero del alma de Miguel
Hernández en su famosa Elegía. Se publica el fascimil de su revista El Gallo crisis y se
publica por primera vez desde que la escribió en 1935 su La decadencia de la flauta y el
reinado de los fantasmas, ensayo sobre el Romanticismo que Miguel Hernández intentó
que se publicara sin éxito. Sijé, profundamente cristiano, se sintió atraído, como Ernesto
Giménez Caballero, por el fascismo italiano. Quién sabe si, de no haber muerto en
1935, no habría caído ante un pelotón de milicianos, muerte de la que se libró su amigo
Miguel Hernández, preso de los nacionales, gracias a la intervención de Sánchez Mazas.
La Transición es el momento para las memorias: arrepentidos, desencantados,
revanchistas, justificadores de su pasado, de todo hay en la viña del señor y en la amplía
cosecha que esos años producen de memorias, confesiones y recuerdos.
Y los nuestros:
Pedro Laín Entralgo publica Descargo de conciencia, Barral editores, 1976, cuyo título
ya nos dice bastante de lo que en el libro quiere transmitir uno de los que fuera principal
componente de llamado Grupo del 36, de los que José Carlos Mainer encuadra en lo que
él llama «Falange Liberal» en su obra de 1971 (Labor) Falange y Literatura, son los
falangistas de la revista Escorial, el citado Laín, el poeta Luís Rosales, Dionisio
Ridruejo y Luís Felipe Vivanco, poeta Vivanco del que luego haré mención especial ya
que se ha cumplido este pasado mes de Agosto el centenario de su nacimiento. Como,
digamos hermanos mayores del grupo, estaban Manuel Machado, Gerardo Diego y
Eugenio D’Ors, entre otros.
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También en 1976 se publica, póstumamente, en Planeta Casi unas memorias, de
Dionisio Ridruejo. Obra muy recurrente en toda la bibliografía posterior de numerosos
investigadores del periodo que transcurre desde la IIª República española hasta la
Transición.
Al año siguiente, 1977, aparecen las memorias de Ramón Serrano Suñer, Entre el
silencio y la propaganda, la historia como fue: memorias.
¿Son las obras de Laín y de Ridruejo memorias de arrepentimiento de su pasado
falangista? Así lo han entendido críticos que han querido ver en ellos a fascistas que
salieron del túnel y supieron ver la luz de posiciones más democráticas. En particular,
Ridruejo, hombre que, al parecer, tenía además la fortuna de ser de esas personas que
caen bien a casi todo el mundo, ha sido para la izquierda y el liberalismo ejemplo
recurrente del fascista arrepentido, del hombre que sale fuera y descubre la democracia
y evoluciona desde sus planteamientos iniciales. Qué duda cabe, y eso es historia, que
Ridruejo se sintió defraudado con el régimen que resultó de la Guerra Civil; eso no era
lo que él y, como él, muchos falangistas esperaban. La revolución social no se produjo,
incluso algunos camaradas cayeron en el paredón franquista o fueron confinados al no
domesticarse a los nuevos tiempos de posguerra. Lo cual no quiere decir que Ridruejo
no muriese fiel en su fuero interno a las ideas que compartió con su amigo José
Antonio.
Luís Felipe Vivanco murió pocas horas después de la muerte del general Franco. En
1983, después de una ardua labor recopilatoria de su hija Soledad, aparece Diario 1945–
1975, donde se recogen sus pensamientos íntimos, sus impresiones personales que él iba
anotando en pequeños cuadernos. Vivanco, sobrino de José Bergamín, nos deja el rastro
del falangista que fue fiel a sus ideales. Vivió de su trabajo de arquitecto, sin tener
ningún cargo relevante en el franquismo. Luchó por sacar adelante a su familia y, a
veces, se duele de este sacrificio en sus cuadernos, por lo que su tarea cotidiana le privó
quizás de una mayor dedicación a la poesía, su verdadera vocación. Sirvan estas líneas
de sentido homenaje a Luís Felipe Vivanco.
En 1977 se reedita la obra de José Luís López Aranguren Crítica y meditación, cuya
primera edición es de 1958. En 1969 había sido publicada su obra Memorias y
esperanzas españolas, ambas en Taurus. López Aranguren perteneció, junto con Laín y
Ridruejo, a la citada Generación del 36, aunque no participó de manera destacada en
ningún cargo público. Sus memorias no son de justificación ni arrepentimiento político,
sino más bien las reflexiones de un intelectual sobre su propia vida.
En 1987, ya quizás fuera de lo que se ha calificado como Transición, se publica en
Mondadori el texto de Félix Grande La Calumnia. De cómo a Luís Rosales, por
defender a Federico García Lorca, lo persiguieron hasta la muerte, cuyo título comenta
por sí solo el contenido del libro. Por cierto que recientemente se ha comentado en los
medios de comunicación, a raíz de la muerte de su hija, la actriz Emma Penella, el papel
que en la muerte del poeta tuvo Ramón Ruiz, ex diputado de la CEDA, quien,
precisamente por su actuación en este caso y probablemente por el relato que Luís
Rosales haría de cómo fue sacado de su casa Lorca, donde su familia lo tenía acogido, a
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su amigo Ridruejo, siendo éste Director de Propaganda, le echó de su despacho y no
quiso trabajar con él.
Pilar Primo de Rivera, hermana de José Antonio, fue fundadora y la única Delegada
Nacional de Sección Femenina, hasta 1977, en que desaparece. Durante 43 años la
Sección Femenina de Falange intentó dignificar a la mujer española en el hogar y en el
trabajo. Culturalmente realizaron una ímproba labor recuperando el folklore tradicional
español pueblo a pueblo y enseñándolo por todo el mundo. Desinteresadamente
formaron a las mujeres del campo español, creando escuelas alfabetizadoras y
atendiendo niños y enfermos, modernizando y enseñando las labores de puericultura que
tanto bien hicieron a la buena crianza de los nuevos españolitos. Pilar Primo de Rivera
publicó en 1983 Recuerdos de una vida.
¿Podemos hablar frente a lo que calificó Mainer de «Falange liberal» de una «Falange
colaboracionista»? En cualquier caso los hombres de azul que desarrollaron una activa y
provechosa vida pública durante el franquismo también nos han dejado su testimonio en
los años de la Transición e, invariablemente, orgullosos de su cometido.
Las memorias de José Antonio Girón de Velasco, Si la memoria no me falla aparecen
en Planeta en 1994, es un ejemplo.
O las de José Utrera Molina Sin cambiar de bandera, en 1989, en las que puede leerse:
«En los primeros días de marzo de 1937 (tenía 11años) me afilié a la Organización
Juvenil Falangista. En un impreso alargado puse mi firma bajo el juramento. Recuerdo
que me estremecí al leer el primer artículo: “Juro darme siempre al servicio de España y
de la Falange. Juro no tener otro orgullo que el de la patria”.
»De aquel primer paso de sincera autoafirmación me separan ya nada más y nada menos
que cincuenta años y creo poder afirmar en conciencia que no he quebrantado nunca el
espíritu de aquella promesa, cuya exigencia estuvo siempre presente como un
imperativo moral insoslayable en las horas más duras y difíciles de mi vida».
Utrera y Girón votaron no a la Ley de Reforma Política en las Cortes el 18 de
Noviembre de 1976.
También tenemos un libro testimonial del que fuera amigo íntimo de José Antonio y
último Jefe Nacional de Falange hasta los años de la Transición, Raimundo Fernández
Cuesta, que nos dejó Testimonios, recuerdos y reflexiones, publicado por Dyrsa en
1985.
José Luís de Arrese contribuyó a enriquecer la bibliografía de memorias de
protagonistas de la historia española con su obra Una etapa constituyente: un testimonio
básico sobre la marginación definitiva de la Falange por parte de Franco, en Planeta,
1982.
Es interesante nombrar dos colecciones editoriales que recogieron buena parte de la
bibliografía de los años de la Transición y en la que participan muchos autores del
mundo joseantoniano, algunos ya citados aquí y otros que irán apareciendo en los
párrafos siguientes. Son: en Planeta la colección Panorama, de bolsillo, y la Espejo de
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España, ésta dirigida por Rafael Borrás, quien logra una colección de títulos
imprescindibles para la reconstrucción de la historia española de los últimos tiempos.
Interesante es también la colección Memorias de la Guerra Civil Española 1936-39 de la
editorial G. del Toro, en la se recoge el testimonio de protagonistas de ambos bandos,
incluyendo los que vivieron en el exilio. Por ejemplo, en 1976 aparece en esta colección
Los 7 días de Salamanca, en el que falangista Ángel Alcázar de Velasco relata de
primera mano los lamentables sucesos acaecidos en Salamanca durante la guerra y que
llevaron a la muerte al camarada Alonso Goya. Alcázar de Velasco no habla en su obra
precisamente bien de Manuel Hedilla.
Otros autores que publican en la Transición, ya de marcado matiz franquista, habiendo
vestido algunos la camisa azul, son:
El doctor Vicente Gil, falangista, jefe de centuria en la guerra, herido en combate en el
Alto de los Leones, fue medico personal de Franco durante cuarenta años. Planeta en
1981 publica 40 años con Franco. En él, junto con su inquebrantable lealtad al
Caudillo, desde su irrenunciable falangismo, arremete contra el Opus «que a mi parecer
(dice el doctor) es una organización mucho peor que la masonería que tanto hemos
combatido», lo refiere en una conversación que mantiene con Urcelay y Girón en 1972,
«parece (prosigue) que se proponen terminar de una vez con los pocos hombres que
pueden dominar este caos y restablecer el orden para imponer la justicia y acabar con
los enchufes y las porquerías a que hoy pretenden acostumbrarnos».
Dipasa en 1976 publica Mis encuentros con Franco, obra en la que José María Pemán,
intelectual y escritor principalísimo del Régimen, ya se va desmarcando de sus
posiciones al lado de Franco; Pemán se alinea en la llamada corte de Estoril, junto a
otros monárquicos que añoran el regreso de los Borbones al trono español, como el
periodista Luís María Anson que fue nombrado secretario del gabinete de información
del Conde de Barcelona en 1975. El pasado día 13 de septiembre, en una edición
especial del programa de Televisión Española «Cuéntame» dedicado precisamente a la
muerte de Franco, apareció el señor Anson, entre otros desmemoriados de la «memoria
histórica», diciendo que, en aquellos momentos, los falangistas estaban guardando las
flechas en el carcaj de la historia; quizás el devenir de esa misma historia les haga
guardar a los monárquicos dentro de poco las flores de lis en el invernadero
republicano.
Todo un fenómeno literario durante la Transición fueron las novelas de Fernando
Vizcaíno Casas, que con gran sentido del humor, satiriza la España de la Transición y la
hipocresía de los recién convertidos en demócratas; algunas de sus obras, de numerosas
reediciones, han sido llevadas al cine como hemos visto en un anterior apartado. Obras
suyas son De camisa vieja a chaqueta nueva, …Y al tercer año resucitó y Las
Autonosuyas, entre otras.
No sólo políticos del Régimen y del exilio republicano dan en esos años sus recuerdos a
la imprenta. Aparecen también recopilaciones de entrevistas que, a la manera de Pemán
en Mis almuerzos con gente importante, quieren sacar a la luz el testimonio de
personajes relevantes del momento y del pasado reciente de España. Sirva como
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ejemplo por su interés para nuestro propósito, el libro de la periodista María Mérida,
publicado por Plaza & Janés en 1977, Testigos de Franco. Reproduzco, por su
significado, algunos pasajes del mismo:
•
Habla Manuel Fraga: «Tenía (se refiere a Franco) colaboración con la Falange, pero
él nunca fue falangista, porque veía un cierto tufillo revolucionario en ello, aunque
convenía que era una fuerza patriótica nacional y la utilizó inteligentemente,
otorgándole, en general, los ministerios sociales durante mucho tiempo. El de
Trabajo y el de Educación los ocuparon personas que muy a menudo procedían de
ese campo, pero nunca les entregó el poder totalmente y jamás acepto que tuviesen
un control total de la vida política, y les fue restando influencia a medida que el
tiempo pasó».
•
José María Gil Robles, preguntado sobre Franco por la periodista declara: «En la
obra de desmitificación de Franco hay muchos interesados. Una parte serán hombres
serenos y ecuánimes que, amantes de la verdad, acumularán datos objetivos para la
Historia, que sólo podrá hacerse con garantías de imparcialidad cuando puedan
contemplarse los hechos con la necesaria perspectiva. Pero habrá otros –los que
antaño fueron aduladores, los beneficiarios que quieren olvidar los provechos que
obtuvieron, los que ocuparon puestos de confianza a quienes no importa deshonrarse
contando lo que supieron para no contarlo– que recargarán las tintas, arrastrando por
los suelos lo que antes elevaron a los altares…».
Y continúa Gil Robles: «No hay político ni escritor más peligroso que el que,
deseando acogerse a las actuales corrientes democráticas, quiere hacer olvidar el
franquismo al que sirvió, el saludo fascista que hizo brazo en alto y el uniforme
falangista con correaje con que se exhibió por la calle y en actos oficiales. Para
compensar sus errores pasados, tiene que ser hoy más demócrata que los que fueron
perseguidos por ser demócratas, más izquierdista que todos los de extrema
izquierda, más antifranquista que los que no obtuvimos de Franco más que ataques,
menosprecio y persecuciones». Quizá al señor Gil Robles se le olvidó ya en ese
momento que había sido redactor del Estatuto Municipal con Calvo Sotelo durante
la dictadura de Primo de Rivera, que recomendó a los miembros de su partido
apoyar a los nacionales durante la guerra civil, que proporcionó fondos al general
Mola, defendió que lo importante era que el Estado defendiese a la Iglesia, dando lo
mismo que fuese bajo la monarquía o la república, aunque luego formó parte del
Consejo Privado del Conde de Barcelona. En la misma entrevista recogida en el
libro de María Mérida es preguntado por el partido de Fraga Alianza Popular:
«Alianza Popular (responde Gil Robles) es un neofranquismo histórico, que aspira a
ocupar los puestos más importantes de la gobernación, para someter al país a un
nuevo autoritarismo. En todos sus directivos amalgamados, la democracia es un
disfraz». No obstante, tras el fracaso de su proyecto político en la Transición, un
partido demócrata cristiano que creó junto con su hijo José María y se integró en la
Federación de la Democracia Cristiana de Joaquín Ruiz –Jiménez (ex ministro de
Franco que había pertenecido al Consejo Nacional del Movimiento)–, no obteniendo
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acta de diputado en las elecciones de 1977. Su hijo pasó al Partido Popular, nuevo
nombre de Alianza Popular llegando a ser presidente del Parlamento europeo, su
otro hijo, Álvaro, ocupó el cargo de Defensor del Pueblo.
•
En el mismo libro se reproduce una entrevista a José Antonio Girón de Velasco que
se había publicado en la Gaceta Ilustrada el 18 de julio de 1976, en ella se
reproducen sus palabras ante el recién proclamado rey Juan Carlos I el 23 de
noviembre de 1975 en las Cortes, dice Girón: «En las lealtades somos
inquebrantables, y entendemos que la lealtad requiere lealtad», probablemente el
viejo falangista reclama al rey reciprocidad en ese sentido, lo cual sería como una
demanda de que cumpliese el monarca su juramento público de respetar la Leyes
Fundamentales del Reino.
Más adelante, preguntado por Franco y la Falange declara: «Yo parto del hecho de
que Franco no era ni fue nunca falangista. Franco era un soldado y un estadista que
vio en la doctrina política de José Antonio una forma de superación de las viejas
discordias civiles; y la utilizó en la medida en que pudo o quiso. En esto de Franco y
la Falange hay, a mi modo de ver, que distinguir dos cuestiones: Falange-doctrina y
Falange-falangistas. Él se quedó con la doctrina, y toda su obra de Estado está
inspirada en conceptos puramente joseantonianos, como por ejemplo, la exaltación
de España como entidad histórica, el sistema orgánico de representación política, la
abolición de la lucha de clases… Se dirá, claro está, que no aplicó la plusvalía del
trabajo al sindicato como instrumento de los trabajadores y que no nacionalizó ni el
crédito ni la Banca… Pero ¿pudo hacerlo? Yo creo que no. Entonces, tengo que
aceptar, sin grandes reparos, que, en cuanto pudo, aplicó en su tarea de gobernante,
y sobre todo a la configuración del Estado de Derecho, la tesis joseantoniana. De ahí
no se apartó. En cuanto a los falangistas, utilizó lo que la Falange le ofreció. Lo
mismo hizo con los demócratas-cristianos y con los monárquicos. Durante quince
años, al menos, puso en manos de falangistas la educación de las juventudes de
España. Eso también es indiscutible. Yo no deseo analizar cómo se utilizó,
revolucionariamente hablando, ese caudal. Sé, en cambio, que conozco a muchos
hombres jóvenes que descubrieron a José Antonio a través de la Ley de 6 de
diciembre de 1940».
La entrevista se despide con la pregunta «¿se declara usted abiertamente
franquista?», con la que Girón culmina: «Yo no he sido nunca franquista. Yo he
sido, soy y seré falangista. Lo cual no me ha impedido admirar, respetar y obedecer
al Caudillo. Tampoco me impidió colaborar con él, como muchos otros falangistas,
de probada fidelidad a sus orígenes, lo hicieron».
Los años de la Transición alumbran también una serie de publicaciones de hispanistas
extranjeros, principalmente británicos, que publican textos sobre la reciente historia
española que, en no pocos casos, aportan luz y visiones novedosas sobre el movimiento
falangista e incluso, se publican monografías sobre su fundador. Algunos textos habían
sido publicados anteriormente en el extranjero, viendo la luz en España tras la muerte de
Franco. Este es el caso de Falange. Historia del fascismo español, publicado por
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Stanley G. Payne en Oxford en 1962, luego en Ruedo Ibérico en 1965 y por fin en
España en el mismo 1975. Ian Gibson publica en 1980 En busca de José Antonio,
biografía de Primo de Rivera.
En 1976 aparece la obra de Gabriel Jakson La República española y la Guerra Civil
1931-1939.
Pero no todos son británicos, en 1981, en la editorial Albatros de París, se publica un
estudio del historiador francés Arnaud Imatz José Antonio, la Phalange espagnol, autor
que nos ha regalado recientemente su obra José Antonio: entre odio y amor, editada por,
permítanme el calificativo, la heroica editorial Áltera y que nos honra con su presencia
en estas jornadas.
Para ir terminado quisiera centrarme en los testimonios que durante los llamados años
de la Transición nos han dejado personajes inequívocamente joseantonianos, y pido ya
disculpas por anticipado por cualquier olvido o divergencia que pudiese suscitar al
respecto, ya que entre los que me escuchan, hay personas más doctas que yo en la
materia, como diría una estrella mediática de la radio actual. Sin animo de ser
exhaustivo, citaré obras y escritores que, en algunos casos, para mí personalmente, han
supuesto el descubrir a personas cabales que no han querido renunciar a sus principios
haciendo de ellos guía de una fértil vida al servicio de los camaradas y de España.
Y me van a permitir que el primero de ellos sea Rafael García Serrano, quien desde sus
libros y desde sus artículos en El Alcázar mantuvo la voz de los fieles en estos difíciles
años de los que fue testigo directo, suyos son: La paz ha terminado Planeta, 1980 que
recoge sus Dietarios personales de 1974-1975; La gran esperanza, Planeta, 1983.
Premio Espejo de España; V Centenario, Planeta, 1986. Novela que recoge una
premonitoria visión sobre la fragmentación de España.
José Luís Pérez Riesco que publicó en 1977 La Falange, partido fascista, obras suyas
posteriores son también La Falange del Silencio y La Falange en el Madrid
republicano.
Sigfrido Hillers, Etica y estilo falangista, 1974.
David Jato, La rebelión de los estudiantes. Apuntes para una historia alegre del S.U,
1975.
José María Mancisidor, Frente a frente (José Antonio ante el tribunal popular), texto
taquigráfico del juicio oral de Alicante, noviembre 1936. Ed. Almena 1974.
Adolfo Muñoz Alonso Un pensador para un pueblo, Almena 1974.
Diego Márquez, Círculos José Antonio, Albia 1977.
Existen otros escritores relevantes que en algún momento estuvieron en posiciones
cercanas al mundo azul y que, en algún caso, han tenido verdadera importancia en el
mundo cultural español. Podríamos citar al Nóbel Camilo José Cela, al historiador
Ricardo de la Cierva, a los periodistas Emilio Romero, Jaime Capmany, Ángel
Palomino y Alfredo Amestoy, al sociólogo Amando de Miguel (hoy ultraliberal de la
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corte de Jiménez Losantos) y a la escritora Rosa Chacel que no tuvo empacho en
reconocer el descubrimiento que para ella supuso la figura de José Antonio.
Otros han sido encuadrados en esta tropa, en ese sentido es curioso repasar los dos
gruesos volúmenes que componen la obra Literatura fascista española de Julio
Rodríguez–Puertolas, publicada en Akal en 1987. Su volumen 2 se divide en varios
capítulos periodificados por años en los que se recogen exclusivamente textos que el
autor encuadra dentro de eso que el llama literatura fascista. Ésta llamémosle antología,
sólo comentada brevemente en la introducción de cada capítulo, incluye como autores
fascistas ha escritores de lo más heterogéneo; aparecen, por supuesto, José Antonio y
todos los escritores vinculados a Falange de los primeros años. Si nos fijamos en el
capítulo referente al periodo 1975-1985, nos encontraremos con textos del citado
Campmany en el apartado poesía, pero también de Luís Rosales, que publicó en 1979
Diario de una resurrección; curiosamente el poema recogido en esta antología titulada
fascista está dedicado a su amigo Miguel Hernández. También aparecen textos de Blas
Piñar y Alfonso Ussía.
En narrativa, cómo no, Fernando Vizcaíno Casas, también Fernando Vadillo, Rodrigo
Royo y Pedro de Lorenzo.
En el apartado ensayo cita a Rafael García Serrano, Pilar Primo de Rivera, a Fernando
Sánchez Dragó, éste con un texto extraído de su Gargoris y Habidis. Una historia
mágica de España, vuelve a citar a Capmany curiosamente con un texto que elogia al
poeta Rafael Alberti, a José María Fontana, a Salvador de Brocá, autor éste que publicó
en la Editorial Universitaria Europea en 1976 Falange y Filosofía, exégesis del
pensamiento de José Antonio. Y al histórico Ernesto Giménez Caballero, por cierto, de
cuya reedición en 1983 de su Genio de España hizo un laudatorio prólogo Sánchez
Dragó. El texto trascrito en este caso es «Tarde en Cuelgamuros» que había aparecido
en ABC el 27 de agosto de 1978, y donde habla de la vuelta de los moros a España si
triunfaba el comunismo, y eso que entonces aún no había pateras.
Quiero terminar mi exposición con dos casos curiosos. Son dos testimonios desde
digamos ambos lados de la trinchera. En primer lugar una novela de Carlos Rojas,
republicano, Memorias inéditas de José Antonio Primo de Rivera, que publicó en
Planeta en 1977, siendo premio Ateneo de Sevilla ese mismo año. En ella se narra la
vida de José Antonio posterior a la guerra civil, se supone que no fue fusilado sino
cambiado a última hora por un sosias y trasladado a Rusia donde se entrevista con
Stalin; ya libre, se marcha a Méjico, donde se casa y trabaja como traductor y poeta. En
fin, también se dice que el Fürher fue evacuado en un submarino que le condujo a una
vida placentera en Argentina, y hay quién todavía ve a Elvis comprando en algún
supermercado.
El último libro al que quiero hacer referencia es también una novela, y dejándolo para el
final, quiero que sirva un poco como conclusión y homenaje a todos los que
anónimamente han llevado una vida coherente con el ideal falangista y ven frustradas
las expectativas de que sus sueños para España se vean realizados.
XI UNIVERSIDAD DE VERANO. Madrid. Septiembre, 2007
No he encontrado referencias sobre el autor, Fernando González, qué mejor nombre
para encarnar al español anónimo, como los soldados sin nombre que yacen en las
tumbas al soldado desconocido. El nombre de la obra: Memorias de un fascista español,
así, sin tapujos y sin vergüenza, publicada por la editorial Personas en su colección
Años Difíciles en 1976. Nos muestra en su portada un dibujo de Sáez de Tejada
publicado en la revista Vértice en 1938; en él avanzan hombres y mujeres con nuestras
camisas y nuestras banderas, desde el niño alzado por su madre, el joven estudiante, el
obrero, mirada al frente y paso decidido hacía el futuro. Novela sí, pero trufada de lo
que, cinematográficamente hablando, podríamos llamar reportaje-ficción, aliñada
además con documentos gráficos auténticos. El autor utiliza los papeles encontrados de
un suicida que relata sus memorias, el protagonista se pega un tiro el 18 de julio de
1976, de uniforme y con sus condecoraciones al pecho. La ironía del autor en el
preámbulo de la historia nos prepara para lo descarnado del texto que le sigue,
advirtiéndonos ya que más del 95% de los personajes son reales. En su recorrido no deja
títere con cabeza, en algunos pasajes recuerda al Luys Santamaría de Tras el águila del
César. Elegía del Tercio 1921-1922.
Pero centrémonos en sus párrafos finales que trasladan la sensación que pudo embargar
a muchos tras la muerte de Franco:
«Mi propósito al comenzar estas Memorias era morir. Desaparecer, para no tener que
contemplar lo que se avecina. Me voy a los luceros, donde tengo un puesto reservado
desde hace ya algunos lustros.
»Niego haber sido un instrumento. Creo haber intentado la “tercera solución”, que debió
haber valido, que tiene que existir, que existe. De mi inútil muerte no se podrá culpar a
nadie. Los que en mi juventud inflamaron mi cabeza con las nuevas ideas, ya están lejos
del juicio de los hombres. Los que alentaron mi actitud bronca y humanamente violenta
durante los primeros años de nuestra Cruzada, tienen ya un puesto asegurado en el
reformismo, en el capitalismo encadenado en las multinacionales.
»Victoria, es según el Hola, una asidua al Puerto Banús. Su marido, ministrable para la
democracia, tiene cuenta corriente en Suiza, Manila, Canadá y Grenada. Es un liberal,
bien visto en Washington.
»Mis hijos no me necesitan. Incluso se avergüenzan de su padre que saluda a “la
romana”, con el brazo extendido.
»Sólo me queda ya la vieja camarada, la del “nueve corto” que pronto, muy pronto,
besará fríamente mi sien».
No quiero acabar con un pasaje tan triste, pero sí quiero que me sirva para señalar uno
de los problemas más graves que ha sufrido y sufre lo joseantoniano desde la Transición
hasta nuestros días, ese quizás demasiado recrearse en el pasado.
Recientemente, en la presentación de las Obras Completas de José Antonio, en la Casa
del Libro de Sevilla, trabajo hercúleo de Rafael Ibáñez, recordaba Aquilino Duque su
discurso con motivo de la celebración del Centenario en 2003 sobre la vigencia y
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actualidad de la doctrina de José Antonio. Un señor del público presente le sugirió la
realización de una especie de compendio de la obra joseantoniana que, de manera
asequible y clara, acercase al gran público el pensamiento joseantoniano y su vigencia y
posible aplicación en el siglo XXI; no me parece mal. De hecho yo creo que estamos
aquí para eso, somos muestra tangible de que no todo está enterrado en Cuelgamuros.
Hay una juventud que así lo proclama y muchos camaradas que con su encomiable labor
procuran llevar a nuestra vida diaria lo joseantoniano y estimularnos en ese camino
gracias a sus estudios y reflexiones, no tengo más que mirar en torno de esta sala para
comprobarlo.
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