Delgado, Susana Graciela - Universidad Nacional de Mar del Plata

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Los relatos de vida como una práctica que describe las diferencias de género
Susana Graciela Delgado. Becaria de Perfeccionamiento, Departamento de HistoriaFacultad de Humanidades, UNMdP. eldinate@hotmail.com.
Resumen: Conceptualizada como un proceso subjetivo, activo y construido socialmente, la memoria
permite percibir la interpretación del pasado, como un espacio poco armónico, ficcionalizado, donde
imperan procedimientos narrativos que configuran el relato. Esta perspectiva permite el entrenamiento en
las técnicas de oralidad, el análisis de las representaciones y prácticas culturales y el reconocimiento de
los sujetos como objetos de estudio dentro del marco de nuevos temas y nuevas formas de construir el
conocimiento histórico. Desde hace algunos años, trabajamos en el nivel terciario en la producción de
relatos de vida de personas mayores, a partir de entrevistas que el alumno realiza. Las sucesivas prácticas
de la experiencia en distintos años, nos permiten afirmar que las mujeres construyen su espacio biográfico
a partir de las experiencias vitales del hombre, al que acompañan. Esto se vislumbra con mayor claridad,
en aquellas que no hay completado una formación superior. Si entendemos el género, como un terreno
donde se articulan relaciones de poder, es necesario analizar las problemáticas que articula en todos los
niveles de la enseñanza, ya que dichas relaciones se inscriben en la objetividad de las estructuras sociales
y en la subjetividad de las estructuras cognitivas.
Introducción
Este trabajo tiene por objeto analizar algunas conclusiones que surgen de una
experiencia en el aula. El ámbito es la Escuela de Artes Visuales Martín Malharro de
nuestra ciudad y el espacio curricular, Taller de Texto. Básicamente, el mismo pretende
aportar las herramientas lingüísticas para el mejor uso de la imagen, en el primer año de
las carreras de Ilustración y Diseño Gráfico. Entendemos el taller como un lugar de
producción, como un ámbito de experimentación y discusión, donde la práctica y la
reflexión lingüística establecen un diálogo para optimizar la producción artística. El
trabaja dinámico, descentrado, promueve, estimula, cuestiona y privilegia la
participación, la discusión y el análisis.
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El marco teórico que sustenta este proyecto didáctico es el de la lingüística textual y la
pragmática, lo que coloca en el centro de la reflexión las nociones de comunicación y de texto. A
su vez cruzamos nociones de semiótica y teoría literaria al revisar textos literarios y/o visuales.
En este sentido, la lingüística textual permite sistematizar las características de los
diferentes formatos textuales, las normas de construcción y las pautas de recepción. La pragmática
por su parte propone la reflexión sobre los mensajes implícitos y explícitos, las presuposiciones y
las ambigüedades, con el fin de lograr interpretaciones críticas de los diferentes mensajes y
demostrar la importancia de la vinculación del texto con la situación comunicativa real. La
semiótica expresa la producción de sentido enrollada en cualquier tipo de texto y reconstruye los
códigos y símbolos implicados.
La dinámica del taller propone el descentramiento de los elementos de proceso de
enseñanza-aprendizaje. Así, el docente se transforma en un coordinador de grupo, no dirige,
organiza, es coherente pero libre de actuar y alentar las innovaciones que impulsen la creatividad y
optimicen la producción.
El espacio está planificado en dos partes que corresponden a cada uno de los
cuatrimestres. En el primero trabajamos con géneros periodísticos y en el segundo con los
literarios. La experiencia que analizamos en esta comunicación cierra el primer período. A lo largo
del mismo han visto los distintos tipos de funciones y tramas abordadas en los diarios, la selección
y jerarquización de la información de cada uno y el reconocimiento que implica además entender
los medios gráficos, como formadores de opinión y no como meros informantes. La narración, la
exposición y la argumentación son algunas de las estructuras que analizamos. Para la evaluación
del proceso proponemos la producción narrativa a partir de la elaboración de una historia de vida.
El producto terminado consiste en una pieza gráfica de alrededor de tres hojas, ubicada en el
interior de una revista propuesta por ellos donde ¨se publica¨ el relato de vida elaborado.
La propuesta se concreta en tres etapas: A) lectura e interpretación de dos obras: La
aventura de Miguel Littin clandestino en Chile de Gabriel García Márquez y Mamá de Jorge
Fernández Díaz. B) Entrevista a una persona de más de 70 años. C) Borrador y posterior
corrección y devolución de la narración de la historia, D) Presentación del trabajo y E) Puesta en
común y debate sobre elementos comunes en las identidades de género.
La entrevista, generalmente grabada por los alumnos, se efectúa a partir de determinadas
consignas de trabajo. Las preguntas más o menos dirigidas proponen un recorrido cronológico de
la historia de la persona, como lugar y fecha de nacimiento, constitución familiar, ciudad de
residencia, características de la casa y el barrio donde nació, sus amigos, cambios de residencia,
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a qué escuelas asistió, cuáles fueron sus vivencias juveniles, sus relaciones sociales, sus amores,
sus matrimonios, sus trabajos, sus hijos, sus viajes, sus vínculos familiares, etc.
La experiencia ya lleva alrededor de seis años. La lectura y análisis de los trabajos nos
ha permitido extraer algunas conclusiones que contribuyen al estudio de la conformación de la
sociedad marplatense y más precisamente de las características que reviste para los sujetos la
lógica de los roles de género, atribuidos a hombres y mujeres en su interrelación en la búsqueda de
una distinción social en el entramado de la ciudad. Las aspiraciones de ascenso laboral según las
aptitudes individuales son un resorte casi privativo del hombre, mientras que la mujer busca
responder al conocido dicho popular: “Detrás de un gran hombre hay una gran mujer”, o mejor
aún siente la obligación de cumplir con el mandato social que exudan dolorosamente su cuerpo y
su alma.
Historias de vida
Las historias con las que trabajamos corresponden a los realizados por Nicolás
Finocchio, Laura Quiroga, Guillermina Vivas, Viviana Melo, Ana Mariel Leunda, Magali
Rubiera, María Victoria Soto, María Victoria Reyes, Matías Aguirre, Tomás Correas y Laura
Quiroga de primer año de la tecnicatura en Diseño Gráfico, durante 2008, y Laura Marinote,
Marcela Flores, Yael Di Meglio, y Pablo Abdolcadir de la carrera de Ilustración, Las mujeres
cuyas historias fueron relatadas por los alumnos fueron las de, Coca, Chola, Elena, María, Rosa,
Anita, Tela, Elsa, Mabel, Gladis, Nilda, Eulalia, los hombres son José María, Ernesto y Domingo.
Seleccionamos esta proporción porque es la que se repite en las aulas año tras año, en
éste, once mujeres, tres varones.
Yael Di Meglio inicia su relato de vida con estas palabras:
Resulta difícil imaginar a nuestros abuelos como personas jóvenes de 20, 30 0 40 años. Nosotros los
conocimos cuando ya pasaban de largo los 50 o más, con sus arrugas y canas a cuestas. Son para nosotros
esas figuras eternamente ancianas, benévolas, sabias, que siempre nos brindan consuelo o nos cumplen los
caprichos. Pero ellos también tuvieron nuestra edad, también fueron jóvenes con sueños, con esperanzas.
Cada arruga en sus manos cuenta su historia, cada cana en su cabello guarda un secreto y detrás de esos
anteojos de vidrios gruesos, esos ojos de expresión plácida, guardan las alegrías y tristezas de toda la vida.
Coca, de 88 años nació en Tandil en 1920. Su papá era pintor y su mamá costurera.
Cursó allá hasta sexto grado. Trabajó como empleada doméstica, se sintió maltratada por sus
patrones. Sólo esperaba encontrar un buen hombre con quien casarse. Ese fue Pedro, un
picapedrero con quien conoció el cine, el baile y la vida de pareja y también los celos. Tuvieron
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cinco hijos, de los cuales dos se murieron. Escondía la plata que ganaba en su tallercito de trabajo,
de modo que cuando murió no pudimos encontrarla”, contó Coca. El falleció de un ataque
cardiaco a los 58 años. Ella tuvo que trabajar para afuera. Hizo un curso de tejedora y con una
hermana se trasladó a Mar del Plata donde vive ya hace muchos años con sus hijos y nietos.
Chola, en realidad Olga, nació en 1924 y conformó junto a cuatro hermanos la
prole de una pareja de italianos que había llegado cada uno por su lado a la Argentina:
Francisco y Carmelina. Él era ferroviario pero además su oficio era zapatero y así
confeccionó los calzados durante muchos años a toda la familia. Los primeros tiempos
vivieron en Mendoza, hasta que a él lo trasladan a Buenos Aires y se instalaron primero
en Caseros y luego, en forma definitiva en Devoto. Allí terminó la escuela primaria y
tres años de bordado a mano, lo que le permitió bordar su libro de casamiento y tres
manteles “todo en oro”.
De jovencita se trasladó a Mar del Plata con su madre y hermanos, donde ya
residía Miguel, quien se desempeñaba como mecánico. En esta ciudad trabajó en una
fábrica de muñecas primero, luego en una de pinturas y posteriormente en una de
tejidos, donde se jubiló y vive actualmente, en un departamento detrás de la casa de su
sobrino Marcelo, quien convive allí con su esposa y sus hijos. Un desengaño amoroso a
los 25 años cegó sus aspiraciones de ser esposa y madre. Estaba de novia con un joven
de San Juan, donde vivían unas tías y a quienes visitaban con su madre con cierta
frecuencia. Tenía ya el traje de novia y el compromiso era inminente, cuando viajó con
aquélla, para ultimar los detalles y entendió—por que él fue muy poco claro—que había
una tercera en discordia y que finalmente el casamiento no tendría lugar.
Elena, de 83 años nació en 1925 en Quequén, Su padre era pintor. Eran seis hermanos,
su hermano mellizo murió al nacer y dos más, alrededor de los 20 años. Cuando su padre cumplió
42 murió de una neumonía. Ella tenía en ese entonces 9 años. La madre debió repartirlos para que
pudieran salir adelante. Ella quedó con una prima que la maltrataba. Decidió trabajar en un hotel
donde además vivía. Allí conoció a Ramón, el hijo del dueño, “un hombre muy bueno que la
quería y la ayudaba en todo”. A los dos años de casados una mañana quiso despertarlo y se
encontró con que estaba muerto. “Otra vez el calvario de estar sola…” Su familia política no la
quería y le hizo firmar los documentos correspondientes para apartarla de la familia. Ella debió
irse. Realizó un curso de enfermería y entró a trabajar en un sanatorio de Necochea, donde
conoció la amistad y la vida social.
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Su madre se había vuelto a casar y había tenido tres hijos más. Lamentablemente el
hombre era alcohólico y no tenía un trabajo estable. La más chica de esos niños se murió al año de
una indigestión. Un día, cuando visitaba a su madre, Elena conoció a un vecino, gasista de
profesión, quien a partir de ese momento la pretendería constantemente. Le mandaba cartas y la
esperaba a la salida del trabajo, de donde la despidieron por una escena que protagonizó en el
lugar. Se trasladó a Mar del Plata, donde siguió trabajando de enfermera. El destino los unió
nuevamente, vivían en la misma cuadra. Su insistencia fructificó y se casaron al poco tiempo.
Llegó la primera hija y junto con ella los primeros golpes. “Era un hombre violento, nos golpeaba
y maltrataba a todos… conmigo los celos y el hostigamiento eran constantes”. Con la ayuda de
una mujer que la empleaba se trasladó a Buenos Aires. Al poco tiempo su marido fue internado en
un psiquiátrico, desde donde pidió disculpas al final de su vida por el maltrato que había infligido
a su esposa y sus hijos. “Al mirar atrás puedo ver dolor, y más dolor… mi vida no fue fácil, la
felicidad fue algo fugaz… pero ahora quiero estar tranquila… ella me hace olvidar todo lo que
pasé, el amor de ella me salva”. Se refiere a su bisnieta que vive con ella. Tiene seis más, quince
nietos y sus dos hijos.
María nació el 20 de agosto de 1929 en España, en la Provincia de León., donde sus
padres, Elisa y Melitón ya tenían 3 hijos. Su infancia fue dura. La guerra civil penetraba por todos
los rincones de las casas de familias. La mandaron a un pueblo cercano para que estudiara pero la
experiencia fue breve. Debió regresar al lado de su madre por la muerte súbita de su padre. Allí
inició el noviazgo con un vecino que había estado ausente 9 años y residía en Francia. Duró 7 años
hasta que se casaron. Al poco tiempo tuvieron un hijo y decidieron trasladarse a la Argentina. Lo
hicieron por separado. Primero viajó José Luis en 1951 y ella y el niño lo hicieron más tarde. Ni
bien llegó comenzó a trabajar como lavandera en una casa y al poco tiempo ingresó en una fábrica
de pescado. Años después se desempeñó como recepcionista de hotel y su último trabajo estuvo
ligado a la industria textil, en la época de auge de la misma en Mar del Plata. “Tengo más de
argentina que de española”, dice. Regresó tres veces a España y comparando ambas sociedades
expresa dos cuestiones, una, ligada a la atención de los viejos. Dice que allá reciben una mayor
consideración desde el Estado y la atención médica y los medicamentos son gratuitos, así como
los viajes. En cambio en Argentina es muy desorganizado. La otra, tiene que ver con los
comentarios políticos de la sociedad. Allá la gente no se involucra tanto ni tiene opinión formada
sobre muchos temas. Acá todos opinan de todo. Políticamente hace responsable a Menem de su
jubilación tardía, le llegó diez años después, sin la moratoria ni los años de aporte. De todos
modos fue aquí donde se desarrolló como persona, dadas las características de su infancia en el
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contexto de la Guerra Civil, fue aquí donde formó una hermosa familia y vive feliz desde hace 50
años.
José María nació en Lomas de Zamora en 1930, pero su infancia transcurrió en una
estancia de General Pirán. A los 11 años dejó el campo para asistir a la escuela salesiana de allí,
luego al Colegio Peralta Ramos de Mar del Plata, como pupilo, y por último el Colegio Euskal
Echea de Lavallol. Su decidida vocación por las ciencias exactas lo llevó a estudiar química en la
Universidad de Buenos Aires, donde hizo la licenciatura y el doctorado. Ingresó a la Comisión
Nacional de Energía Atómica en 1958. Su primer trabajo de mucha responsabilidad consistió en
el diseño químico de la primera planta convencional de producción de conservado, en la provincia
de Neuquén. Viajó becado a Francia. Visitó además las plantas instaladas en el desierto de Sahara
y Libia. Estuvo también en Estados Unidos, Canadá y distintos países de Latinoamérica.
Defiende el uso pacífico de la energía atómica. Considera que es la única opción de
generación en gran escala, que no emite gases que contribuyan al efecto invernadero. Por su parte
explica que el agua pesada constituye un elemento vital, para el enriquecimiento de uranio
extraído naturalmente. Permite mantener la economía neutrónica, que garantiza la reacción en
cadena.
Se desempeñó además como docente del Instituto Tecnológico de Buenos Aires.
Actualmente vive junto a su esposa, Verónica, en la estancia que heredó de su tío y a la que
bautizó con el nombre La Constancia, por la similitud con una de sus virtudes y la de la propia
Comisión de Energía Atómica, frente a los avatares políticos de la historia del país. Aquí también
redescubrió sus amores infantiles: la hacienda, los caballos, los cultivos, las costumbres criollas
disfrutadas junto al fogón y a la gente del lugar.
Rosa nació el 1º de mayo de 1931 en Balcarce. Era la séptima de 10 hermanos
de un español que había dejado en el viejo mundo mujer e hijos. Acá conoció a
Margarita y formó con ella una familia en el pueblo de San Agustín. Allí él compraba
huevos, gallinas y otros productos de granja que revendía a sus clientes. En el lugar
donde vivían, también criaban gallinas, chanchos y sembraban maíz.
Cuando ella tenía 9 años la familia se desintegró. Su madre decidió abandonar
a su padre por sus excesos con el alcohol. Ya algunos hijos habían sido repartidos a
otros familiares. Ella y los más chicos, siguieron con su mamá. Con apenas primer
grado aprobado comenzó a trabajar, primero como niñera, luego en un almacén de
Miramar, donde atendía al público y ordeñaba vacas. Posteriormente, durante 5 años
convivió con un matrimonio, donde realizaba las tareas domésticas. Luego vino el
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trabajo en el almacén. Allí conoció a un suboficial de la policía, Felipe, nueve años
mayor que ella. Estuvieron 8 meses de novios y luego se casaron. Con el tiempo se
trasladaron a Mar del Plata, donde construyeron la casa propia. Con 16 años tuvo su
primer hijo. “Pasé de jugar con muñecas a jugar con Carlitos”. Le siguió Cristina, quien
murió a los dos meses de nacer.
Después de diecisiete años de separación comenzó a reencontrarse con cada
uno de sus hermanos. Y pudo sumar uno más a la lista oficial. Ella sabía de la existencia
de Antonio, un hijo de soltera de su madre. A través de datos recogidos por su esposo.
Así, luego de 35 años pudo reencontrarse con ese hermano.
Su nieta, la autora del relato expresa: “Mi abuela Rosa se avergüenza cuando
tiene que dar muestras de sus conocimientos. Ella sabe, puede dar cátedra de jardinería,
costura o sobre cómo preparar un asado, pero ante la presencia de una formación más
acartonada se siente minusválida”.
Elsa nació en Junín el 4 de marzo de 1934. Su mamá era ama de casa y su papá,
bicicletero. Eran 9 hermanos, dos varones y siete mujeres. Ella era la menor. Como tal era la
elegida por el padre para acompañarlo al campo, a los desfiles, a las plazas. Realizó parte de la
escuela primaria en Junín y luego se trasladó a Mar del Plata donde residía su hermana mayor,
lugar en el que se instalaron sus padres al año siguiente. En esta ciudad efectuó un curso de
modista que le permitió obtener su primer trabajo para luego ingresar en una fábrica de ropa para
hombres.
A los 15 años, en un baile al que la había llevado su hermana conoció a Daniel, buen
mozo, elegante, educado, empleado en la Tienda Los Gallegos. Con él se casó a los pocos años y
se fueron a vivir a un departamento que habían comprado. Luego de la llegada del primer niño,
decidieron realizar un emprendimiento en común e independiente con un comercio de artículos
del hogar. Tuvieron 4 hijos, dos de ellos mellizos. El mayor la reemplazó en la atención al público
y ella regresó al hogar para ocuparse de la educación de aquellos y de las tareas domésticas.
Fueron años de mucha tranquilidad económica, que les permitió viajar en auto: “Hacíamos mates
mientras viajábamos, cantábamos, comíamos sándwiches y reíamos…”, recuerda con nostalgia,
mientras continúa su relato con las trayectorias individuales de cada uno de sus hijos, hasta
detenerse particularmente en las íntimas y dolorosas vivencias de la enfermedad de su esposo.
“Fue muy duro acompañarlo a hacerse la quimioterapia, lo veía debilitarse y no encontraba la
forma de mejorarlo. Cuando murió Daniel yo sentía que no podía, que me moriría sin él”, pero no
fue así. Según sus palabras, salió adelante emocional y económicamente a partir de un curso de
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porcelana fría que inició para despejar la mente. Comenzó a crear y a vender sus piezas y con los
restos que no usaba confeccionó collares que hasta llegaron a España.
Mabel nació en Bahía Blanca el 22 de agosto de 1934. Su padre era ferroviario y su
madre, ama de casa, de aquellas que hacían la quinta, atendían la casa y hasta cocinaba para otros,
sobre todo en una estancia de Sevigné, donde vivieron un tiempo. Los destinos e itinerarios fueron
diversos, según los traslados que la actividad del padre les imponía: Dolores, Junín, Mar del Plata.
“Las colonias de los ferroviarios eran muy lindas, las personas eran muy unidas, eran todos
vecinos y amigos”. Estudió hasta 6º grado. A los 14 años, todavía en la escuela primaria conoció a
Argentino, primero, serían amigos y luego novios. A los cinco años se casaron. Ella contaba 19, él
ya era ferroviario. Tendrían tres hijos.
Durante el gobierno de Menem, su esposo fue jubilado de oficio, sacado de circulación
junto con los trenes. Hizo distintos trabajos como pintor pero aún así no alcanzaba y ella
necesitaba que sus hijos estudiaran. Fue entonces cuando comenzó a tejer y a coser para afuera.
Hacía todas las terminaciones de la ropa más delicada. Aún así debió salir a trabajar “cuando las
mujeres de ni generación no salían a la calle aguanté los embates de la vida que me golpearon sin
previo aviso.” Iba a trabajar a casas de familia con 72 años y en bicicleta. Junto con la crisis llegó
también el fallecimiento de su esposo. Su filosofía de vida, su fortaleza, sus perros, sus gatos y por
último lo más importante: sus tres hijos, sus 10 nietos y sus 2 bisnietos. “Algo que me hizo muy
feliz es que mis hijos pudieron estudiar y lo aprovecharon al máximo. Eso es un gran motivo de
felicidad.”
Anita, “una sobreviviente de la vida”, como se llama a sí misma, nació en Necochea
hacia 1935, en el seno de una familia muy humilde que vivía en el campo, con cinco hijos. Sus
recuerdos saltan con avidez hacia sus trece años, cuando su padre se murió entre sus brazos., y
hacia difusos sentimientos hacia su madre, dada la separación que se había producido entre
ambos. Pudo ir sólo hasta segundo grado a la escuela, pero le exigió a su madre que le permitiera
estudiar corte y confección a lo que agregó un curso de enfermería. “Siempre les inculqué a mis
hijos y nietos que la educación es lo más importante para prosperar”.
A los 16 años conoció a Martín en Necochea, un ferroviario con el que se fue a vivir a
Tandil. La relación entre su madre y él siempre fue difícil. Ella no aprobaba ese noviazgo. Al
tiempo, internamente debía asumir que su madre tenía razón. El era alcohólico “seguimos
viviendo juntos…en esa época no se estilaba separarse”. Tuvieron tres hijos y las desinteligencias
se trasladaban a las historias de sus hijos, como cuando él firmó la autorización para que se alistara
en el ejército. Su depresión fue paralela a la activa participación de su hijo en distintas instancias
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conflictivas del país: el conflicto con Chile, la guerra de Malvinas, la convulsión interna.
Sobrevivió a su marido, a las penurias económicas, a la hiperinflación. Para ella lo más importante
en su vida es “ver a sus hijos prosperar, ser buenas personas… también sus nietos… que sean
sólidos, felices, solidarios entre ellos y con los demás…”
Tela, nació en Buenos Aires en 1936, en la maternidad Sardá. Luego de su nacimiento,
regresaron a La Dulce, lugar donde residían sus padres y donde él tenía una farmacia. Su padre era
el único en la zona que practicaba análisis clínicos. Recuerda una infancia muy feliz rodeada de
tíos, primos y amigos hasta los 13 años, cuando la enfermedad de su madre exigió que ocupara su
lugar en la casa y dejara la escuela. A los dos años murió y ella se fue primero a Quequén, a vivir
con una tía y luego con otra, a Necochea. Al regresar a su casa paterna encontró todo lo que había
dejado años atrás y el recuerdo de su madre se potenció. Permaneció allí hasta los 23 años, junto a
su padre y su nueva mujer, cuando se estableció en Quequén, donde conoció a Rubén, un joven
empleado en una planta cerealera, con quien se casó luego de tres años de noviazgo y con quien
tuvo tres hijos. Uno de los cuales murió en un accidente automovilístico, hecho que la marcó
especialmente. La muerte la acosó una vez más con el suicidio de su padre a los 88 años.
Laboralmente cumplió tareas como voluntaria en los hospitales de Quequén y de Necochea. “Lo
más importante es Dios…es la parte esencial. Luego está la familia, las amistades, que acompañan
en la vida y que son un regalo de Dios”, dice reflejando en sus ojos una paz interior y una fortaleza
adquirida con los golpes, según acota.
Faisal nació en Mar del Plata en 1936, hijo de un comerciante y su esposa que ya tenían
3 hijos. Hizo sólo la escuela primaria y luego comenzó a trabajar en una carpintería. A los 15 años
murió su madre y su padre decidió regresar al Líbano. Este abandono resintió mucho la relación a
la distancia que mantuvo con él. “Nunca más lo vi aunque recibía sus cartas periódicamente”. El
quedó con su hermana Esia, ya casada en ese entonces y con quien se instaló en la provincia de
Mendoza. Unos años más tarde regresó a Mar del Plata. Se casó con Carmen y tuvo 3 hijos.
Posteriormente se separó y desde hace 10 años vive con otra pareja con la que se lleva muy bien y
con la que va a los bailes todos los fines de semana, sin por ello perder de vista a sus 5 nietos.
Desde que volvió a la ciudad se dedicó a trabajar en el tejido, actividad que continúa actualmente a
pesar de los cambios económicos vividos.
Domingo nació en Paso Grande, provincia de San Luis, en 1937. Su padre era capataz
de una estancia, lugar donde trascurrió su infancia, junto a su madre y 12 hermanos. “Mi madre
era ama de casa, como la mayoría de las mujeres en ese tiempo cuando las familias eran muy
numerosas y ellas debían encargarse de su casa y sus hijos.” Cuando estaba por ingresar al
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servicio militar conoció a Coca, con quien mantuvo una relación a la distancia hasta que le dieron
la baja y se casaron en 1959. Tuvieron 3 hijos. El trabajo arduo del campo los impulsó a buscar
otros horizontes. El mayor decidió trasladarse a Mar del Plata a buscar trabajo. Enseguida se ubicó
y convocó a toda la familia. Domingo trabajó toda su vida. Hoy se brinda a la comunidad donde
vive en la Comisión de Fomento del barrio. Aprendió que cada circunstancia de la vida puede
dejar una profunda enseñanza. Así soporta con valentía una operación de cadera que deberá
repetirse este año. Sus hijos, sus nietos y también dos bisnietas son el motor que alientan y
enorgullecen su vida.
Gladys nació el 28 de febrero de 1938 en Real Padre, un pueblo al sur de la Provincia de
Mendoza. Sus padres eran agricultores. Ambos españoles, él casi analfabeto trabajaba el campo de
sol a sol. Tuvieron 13 hijos contando los mellizos que fallecieron al nacer. Ella era la menor.
Cursó la escuela primaria hasta sexto grado solamente por las dificultades que aportaba el medio
rural para trasladarse. Cuando ella tenía 10 años su padre murió, entonces su madre vendió todos
sus bienes, se traslado al pueblo y allí abrió un restaurante. Ella la ayudaba pero paralelamente
aprendió a bordar y a pintar. Se destacaba en la producción del ajuar para los bebés. De jovencita
sus hermanas, cuñadas y aún su madre la llevaban a los bailes, donde era criticada por los vestidos
que ella misma se hacía y que se destacaban por los detalles, que muchas veces las mujeres de la
familia copiaban. Las críticas expresaban que las integrantes del clan se prestaban la ropa, cosa
que enfureció a su madre y la hizo desistir de acompañarlas. Precisamente en uno de esos bailes
conoció a Pedro, quien la cortejó mucho tiempo. La historia relatada parece una comedia de
enredos con accidente de tren incluido, donde se reencuentran nuevamente hasta que la muerte del
joven, muchos años después los separa definitivamente.
Pedro era hijo natural, el menor de seis hermanos de una mujer analfabeta de ascendencia
indígena que lo había dado, seguramente para procurarle un destino que le quitara la mugre y los
piojos de la infancia. Situación en la que lo encontró la pareja que lo adoptó. Debió ser internado y
operado por su mal estado de salud. Secuelas que a su criterio fueron las que inhibieron su sueño
de ingresar a la Fuerza Aérea, ya que fue rechazado por inaptitud física, a pesar de los excelentes
exámenes de rendimiento que había cumplido.
La pareja se casó y se trasladó a General Alvear, él era gastronómico. Más tarde
tuvieron su restaurante propio y tres hijos. Alrededor de los 50 años, Pedro murió. El diagnóstico
exponía una deficiencia pulmonar y hepatitis, pero nunca quedó muy claro cual fue realmente el
mal que lo aquejó. Gladys estaba embarazada. El niño nació a los siete meses en un parto
complicado con deficiencias pulmonares y murió al día siguiente. La muerte la acosaba. A las
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anteriores debió sumar la de su madre, al poco tiempo. Cerró esta página al trasladarse a Mar del
Plata en 1978, donde ya residía un hermano con su familia. Aquí trabajó como cajera en un
supermercado, formó una pareja nuevamente con Rubén, de quien se separó 8 años más tarde.
Actualmente en una reposada vigilia aguarda los títulos de sus nietos, aquellos que sus hijos no
pudieron darle.
Nilda nació en Tres Arroyos, provincia de Buenos Aires el 6 de abril de 1938. Su madre
era modista y su padre tuvo varios oficios, armaba radios, luego de un curso que efectuó en
Estados Unidos y fue empleado en una tintorería, donde aprendió el oficio, lo que le permitió con
el tiempo abrir su propio negocio.
Ella concretó sus estudios primarios y secundarios. Se recibió de maestra y se trasladó a
La Plata donde siguió la carrera de Ciencias de la Educación y trabajó como asistente educacional,
aún antes de haberse recibido. Allí también conoció al que sería su esposo, durante una
manifestación estudiantil—en el conflicto educación laica o libre, ligada a la ley de Frondizi, que
avalaba la educación superior privada.Un estudiante de agronomía que trabajaba en una chacra
experimental., con el que se casó y tuvo tres hijos y de quien se divorció cuando su padre murió.
Así con sus niños de corta edad volvió a Tres Arroyos y se hizo cargo de la tintorería de su padre,
que atendía junto a su madre. Comercio que el año pasado debió cerrar luego de 60 años de
trabajo arduo y que llegó a tener 14 personas empleadas.
Con el inmanejable dolor que le significó haber perdido un hijo en un accidente., hoy
avanza tratando de dedicarse a cancelar “sus asignaturas pendientes: historia, literatura y
computación”, tratando de dejar… el pasado atrás.
Eulalia nació hace 72 años en Campana, Provincia de Buenos Aires, adonde habían
llegado desde España sus padres, Juana y Antonio, con Julián de 6 años, el primogénito de la
familia. Su infancia fue tranquila y feliz. Cuando había iniciado el magisterio se trasladó con sus
padres y hermanos a La Plata, donde su padre era comerciante. Allí terminó los estudios e inició la
carrera de arquitectura., sin descuidar la música, su gran amor. Como profesora se desempeñó en
un colegio privado en La Plata. A los 21 años se trasladó a Buenos Aires. En la Capital conoció a
Julio, un agrimensor también apasionado por la música, como ella, con quien se casó, luego de
seis meses de noviazgo. Los cambios de lugar de residencia comenzaron ahora tras las propuestas
de trabajo del marido. En 1972 se fueron a vivir a Crewpoint, en Indiana, EE.UU. Tuvieron dos
hijos. La añoranza y los recuerdos los empujaron a regresar 25 años después. El abrazo familiar
quedó partido nuevamente, ya que sus descendientes permanecieron en Norteamérica. De todos
modos los viajes de reencuentro se sucedieron constantemente, hasta hace dos años cuando Julio
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murió luego de una penosa enfermedad. Ahora, sola en esta tierra que no es la misma que
abandonó hace más de 30 años, piensa en regresar al Norte junto a sus hijos y nietos.
Conclusión
Cada uno de los relatos de vida fue evaluado y devuelto a los alumnos. Durante
dos clases posteriores, cada uno leyó su propio trabajo y compartió con sus compañeros
los relatos de vida que habían elaborado.
Las conclusiones fueron desgranándose una a una. Las relaciones y las
diferencias, también. En primer término destacamos la edad de los entrevistados que
nacieron entre 1920 y 1938. Todos provienen de distintas ciudades tanto del interior de
la Provincia de Buenos Aires: Balcarce, Necochea, Tandil, Tres Arroyos, Junín,
Campaña, como de la de Mendoza y San Luis. Una española y otra italiana. Excepto
Nilda y Eulalia que terminaron el magisterio y luego la primera, inició Ciencias de la
Educación y la segunda, comenzó arquitectura, el resto no logró ni siquiera terminar la
escuela primaria. La desintegración familiar por la muerte de alguno de los padres, la
distancia para acudir a la escuela o los problemas del país eran las causas más
frecuentes de la deserción escolar.
Las actividades laborales de los padres y maridos de las mujeres eran; pintor,
bicicletero, mecánico, picapedrero, gasista, ferroviario, capataz de estancia, hotelero, o
empleado de comercio. Sus madres mientras tanto eran amas de casa, generalmente con
muchos hijos. Lo que no las inhibía de coser, tejer o cocinar para afuera si las
circunstancias lo exigían. Las que vivían en chacras tenían además que ordeñar las
vacas y preparar la quinta. Ellas por su parte repiten el esquema familiar: saldrán a
trabajar si es estrictamente necesario. Llama la atención que la española es la menos
prejuiciosa al respecto, al llegar a la Argentina primero es lavandera y luego entra a una
fábrica de pescado y por último a una de tejidos. Las más jóvenes, las maestras también
tienen un trabajo, aunque supeditado al del marido. Una, sigue al esposo a Estados
Unidos. Una sola de las entrevistadas se separa de su cónyuge, la estudiante
universitaria. Las demás siguen a su lado, aunque no convivan con él, porque era una
situación que la mujer estaba inhibida de enfrentar. Dos de los maridos eran golpeadores
y pendencieros, además de alcohólicos. Varias los acompañaron en su lecho de muerte.
Dos perdieron a sus hijos en algún accidente de tránsito. A una de ellas, a Elena se le
murió el padre en sus brazos a los 9 años de edad.
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Las mujeres mayores esperaban el encuentro con el sexo opuesto como la
alternativa de cambio social y extracción del clima de opresión familiar en la que
vivían. La esperanza era encontrar “un muchacho bueno y trabajador”. También la
longevidad es un patrimonio femenino. La mayoría es viuda. En algún caso, una de ellas
volvió a reincidir. Todas las mujeres sin excepción agradecen la vida que han vivido, el
amor de los hijos y de los nietos. Nada, absolutamente nada nos dicen de su desarrollo
profesional como lo hace con pasión José María.
Las historias de vida masculinas son paradigmáticas: De uno de los padres, el
de Faisal, no sabemos casi nada. Lo más evidente es que al morir su esposa, los hijos no
fueron impedimento para que él partiera hacia el Líbano, a la tierra de sus mayores,
donde seguramente habrá conformado una nueva familia. El, por su parte aborda una
separación sin mayores conflictos. Domingo, nacido en un medio rural y de escasa
instrucción permaneció al abrigo de su familia, que lo ayuda y contiene. Por último,
José María ha vuelto a sus raíces: la vida en el campo, pero rodeado de todo el bienestar
que le brinda una vocación ligada a una experiencia de vida que lo colma
profesionalmente. Sin embargo él nada nos dice sobre la profesión de su compañera y
esposa. La que curiosamente lo observa con devoción en una de las fotografías que
acompaña el relato.
Al intentar hacer un balance sobre las historias de estas personas,
inexorablemente el platillo masculino se eleva hacia un plano superior, mientras que
ellas quedan aplastadas por el peso de las vidas que tuvieron que alentar. A pesar de las
ventajas en cuanto a la expectativa de vida, la calidad de la misma es de un nivel de
precariedad y vulnerabilidad que no podemos invisibilizar. La complicidad de las
instituciones de cualquier índole es funcional a las desigualdades de género. Pensamos
en la Iglesia, en la justicia, en la policía y también intrínsecamente en la reproducción
de los roles de género que se perpetúan en el sistema educativo.
“Se tiene por la mejor de las mujeres a aquella capaz de sustituir al padre ante
sus hijos, si aquel muriera antes,” dijo Goethe a principios del siglo XIX. Este es el más
glorioso de los destinos a los que aspiran las mujeres cuyas vidas hemos revisado. Casi
todas esperan haber formado hijos con una educación completa y como una persona de
bien.
Es en la lectura final de los trabajos de cada uno donde las conclusiones nos
exigen revisar las desigualdades en las relaciones de género. Inherentes a la vida en
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sociedad, son perceptibles aún en la estructura y organización de las comunidades
educativas, sin necesidad de extender nuestro análisis al ámbito de la sociedad. Recién
en este punto muchos alumnos y alumnas establecen un acercamiento a esta
problemática. Recién allí se visibiliza el uso del concepto de género.
Algunas cuestiones de género
El término género proviene del campo de la lingüística y designa
la
morfología de las palabras a partir de una dualidad: masculina o femenina, desde una
arbitral convención propuesta. El análisis del lenguaje provee, como instrumento de
comunicación y constructor de sentido, la posibilidad de determinar cómo se organizan
las prácticas culturales, cómo la gente representa y entiende el mundo.
Trabajamos con el concepto de género que propone Verena Stolke al expresar
que el mismo refiere “a las identidades socio simbólicas que se asignan a las mujeres en
sus relaciones con los hombres en la organización de la vida en sociedad, que al ser
culturales, son cambiantes y por lo tanto aptas para ser transformadas” (Stolke,
2006:524).
A partir de 1970 las académicas feministas escogen el término género con el
propósito de hacer hincapié en que la desigualdad y la opresión de las mujeres en
relación con los hombres, no dependen de las diferencias biológicas de los sexos, sino
de las formas de organización de la vida en sociedad. Lo que equivale a decir que
trabajar la historia del concepto de género, implica revisar las concepciones cambiantes
de la cultura.
Los antecedentes de esta discusión son expuestas por dos escritoras, una
inglesa, Virginia Wolf, ya desde 1937 con sus obras: Una habitación propia, Three
Guineas o la novela Al Faro, donde plantea el concepto de diferencia entre hombres y
mujeres, a través de la cual los primeros ejercen el monopolio de la dominación, y otra
francesa, Simone de Beauvoir con El segundo sexo de 1949, donde expresa que no se
nace mujer sino que se deviene mujer. Ambas cuestionan el principio que propone al
hombre como la medida de todas las cosas y a la humanidad como masculina, la que
define a la mujer no en sí, sino en su relación con el hombre.
Las feministas anglosajonas Mollet y Greer recurrieron al término gender,
procedente de la psicología y la biomedicina para distinguir lo que es construcción
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sociocultural de lo que depende de la naturaleza. Enfatizaron el rango relacional, y por
lo tanto político de las definiciones normativas de la feminidad y la masculinidad,
situadas en los entramados de las relaciones de poder que las constituyen.
Distintas perspectivas fueron desarrolladas con posterioridad, entre ellas
podemos citar la deconstructivista, que influyó decididamente en la manera de enfocar
la cultura, entendida como cambiante, abierta, y que desde una crítica cultural expone
la necesidad de desentrañar las diferencias, y entre ellas, las que son inevitables de las
que son escogidas.
El análisis del lenguaje, usado como punto de ingreso, permite observar cómo
se construyen las relaciones sociales, cómo se organizan las instituciones, cómo se
experimentan las relaciones de producción y cómo se establece la identidad colectiva.
El post-estructuralismo insiste en que las palabras no tienen un significado fijo ni
intrínseco, ni aún menos una correspondencia básica o última, entre el lenguaje y el
mundo.
La conceptualización del género como categoría analítica, permite reflexionar
sobre la pretendida neutralidad del conocimiento, en tanto que afectado por
manifestaciones particulares de dominación, permitiendo además resaltar el carácter
histórico y parcial del mismo. Al interpretarlo, en consecuencia, como sistema de
relaciones de poder es posible proponer una deconstrucción de categorías fijas e
inmutables. La identidad de género deja de ser una entidad inalterable, para proponer la
noción de persona que experimenta y se transforma en un proceso de interacción
múltiple y contradictoria.
A partir del análisis de las historias de vida con las que trabajamos podemos
reconocer las prácticas y representaciones contradictorias y enfrentadas que movilizan
el cambio social y cultural. Los procesos de construcción de sentido, objetivados como
prácticas culturales se entrecruzan como conflictos en las relaciones de género.
Una mirada atenta a las situaciones cotidianas, a los juegos infantiles, a las
propuestas pedagógicas debe enfatizar la atención en el reconocimiento de determinadas
prácticas que se conjugan, muchas veces con persistentes incoherencias. Basta revisar
los libros de textos más avanzados de las editoriales más innovadoras, los programas de
televisión más aplaudidos, los espectáculos más vistos, las publicidades más premiadas,
para bajar la cabeza apabullada por la reproducción de las desigualdades.
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El tren infantil que recorre las calles de Mar del Plata en el verano reproduce
hasta el cansancio una canción muy pegadiza que canta Cacho Castaña y dice así: “Si te
encuentro con otro te mato. Te doy una paliza y después me rajo…”¿Podríamos estar
más atentos para evitar ser instrumentos de la reproducción cultural?
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